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Septiembre 23, 1998

Dios ha distribuido una medida de fe a cada uno

En mi mensaje acerca de Romanos 12:3-8, comenté sobre el versículo 3 que Dios da diversas medidas
de fe a su pueblo. Pablo dice que debemos pensar “con buen juicio, según la medida de fe que Dios
ha distribuido a cada uno”. En el contexto, esta no es una referencia limitada al don espiritual único
de la fe (1 Corintios 12:9), porque Pablo dice: “digo a cada uno de vosotros que no piense más alto de
sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha
distribuido a cada uno”. Al decir “a cada uno” se refiere, como antes, a “cada uno de vosotros”. Dios
ha distribuido entre todos los cristianos diversas medidas de fe. Esta es la fe por medio de la cual
recibimos y utilizamos nuestros diversos dones. Es la fe diaria y ordinaria por medio de la cual vivimos
y ministramos.
En el contexto de ese pasaje, a Pablo le preocupa que la gente “piense más alto de sí que lo que debe
pensar”. Su solución final para esta jactancia es decir que no sólo los dones espirituales son obra de la
gracia gratuita de Dios en nuestras vidas, sino también la misma fe por medio de la cual utilizamos
esos dones. Esto quiere decir que cualquier posible motivo de jactancia es desechado. ¿Cómo
podemos jactarnos si aun el requisito para recibir un don es también un regalo?
Por eso la humildad es tan importante ante los ojos de Dios. El propósito de Dios es exactamente el
mismo que se menciona en Efesios 2:8-9, donde Pablo hace hincapié en que la fe salvadora es un
don: “Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es
don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. La fe es un don de Dios, para que nadie se gloríe;
o como dice Romanos 12:3, para que no pensemos más alto de nosotros mismos de lo que debemos
pensar. El último baluarte de la jactancia es creer que somos los originadores de nuestra propia fe.
Pablo sabía que la gracia abundante de Dios fue la fuente de su propia fe. Él dijo en 1 Timoteo 1:13-
14: “aun habiendo sido yo antes blasfemo, perseguidor y agresor. Sin embargo, se me mostró
misericordia porque lo hice por ignorancia en mi incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue
más que abundante [sobre mí], con la fe y el amor que se hallan en Cristo Jesús”. Pablo era un
incrédulo, pero entonces la gracia sobreabundó en él, manifestándose en la fe.
Pablo sabía que esto mismo también sucede con cualquier otro creyente. Le dijo a los filipenses:
“Porque a vosotros se os ha concedido por amor de Cristo, no sólo creer en Él, sino también sufrir por
Él” (Filipenses 1:29). Por esta razón, Pablo da gracias a Dios y no a la iniciativa humana por la fe que
vio en sus iglesias: “Siempre tenemos que dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es justo,
porque vuestra fe aumenta grandemente” (2 Tesalonicenses 1:3). Damos gracias a Dios por el
crecimiento de la fe, puesto que “Dios ha distribuido a cada uno” su propia medida de fe (Romanos
12:3).
Esta verdad tiene un profundo impacto en la forma en que oramos. En Lucas 22:31-32, Jesús nos da
un ejemplo. Antes de que Pedro lo negara tres veces, Jesús le dijo: “Simón, Simón, mira que Satanás
os ha reclamado para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y tú,
una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos”. Jesús ora para que la fe de Pedro se
sostenga aun a pesar del pecado, porque sabe que Dios es el único que sustenta la fe.
Así que debemos orar por nosotros y por los demás de esa forma. Por eso es que el padre del
muchacho epiléptico gritó y dijo: “Creo; ayúdame en mi incredulidad” (Marcos 9:24). Esta es una
buena oración, porque reconoce que sin Dios no podemos creer como debemos creer. Similarmente,
los apóstoles le ruegan a Jesús: “¡Auméntanos la fe!” (Lucas 17:5). Ellos ruegan de esta manera
porque Jesús es el único que puede hacer eso.
La enseñanza de que la fe es un don de Dios plantea muchas preguntas. Dios tiene respuestas para
todos esos interrogantes. Aun si nosotros no tenemos esas respuestas, procuremos aplicar la
enseñanza en su uso bíblico práctico: particularmente, en la humillación de nuestra jactancia y la
estimulación de nuestras oraciones. En otras palabras, oremos diariamente: “Oh Dios, te doy gracias
por mi fe, susténtala, fortalécela, auméntala. No dejes que falle. Conviértela en la fuerza de mi vida,
para que en todo lo que haga tú recibas la gloria como el gran Dador. Amén”.

Pastor John

John Piper (@JohnPiper) is founder and teacher of desiringGod.org and chancellor of Bethlehem College &
Seminary. For 33 years, he served as pastor of Bethlehem Baptist Church, Minneapolis, Minnesota. He is
author of more than 50 books, including Desiring God: Meditations of a Christian Hedonist, and most
recently Expository Exultation: Christian Preaching as Worship.
Series: Taste & See Articles

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