Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
1
2
JESÚS MÁRQUEZ CARRILLO
3
Rector de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla,
Enrique Doger Guerrero
4
EN MEMORIA DE MI PADRE
BAUDELAIRE
5
6
AGRADECIMIENTOS
7
8
Cartilla para enseñar a leer (1569) escrita en castellano, latín y nahuatl.
Atribuida a fray Pedro de Gante, ésta sentó las bases para la enseñanza del
castellano en la época colonial.
9
10
INTRODUCCIÓN
11
más recelosos que los miembros de otras culturas para aceptar
la lealtad de sus semejantes y exigen lazos de lealtad cultivados
por años: al menos desde 1910 estos lazos se forman en la
infancia o en la juventud, vale decir, en una probada y duradera
lealtad-amistad proveniente de las relaciones familiares o de
los días en que fueron estudiantes.3
El hecho de vivir una misma edad, tener amistades
comunes desde la infancia o la juventud, asistir a semejantes
escuelas y estar sujeto a la influencia de ciertos maestros, así
como compartir determinados acontecimientos sociales, perfilan
en el sector joven de la élite educada sensibilidades, actitudes y
comportamientos comunes, lo cual hace posible el nacimiento
de una generación.
Una generación es un grupo de hombres y mujeres de
la misma "ubicación social" que nacidos simultáneamente a la
vida histórica se ve "marcado" por cierto acontecimiento, y
sometido a lo largo de su vida, a la serie de influjos que
constituyen su secuela. Por eso toda generación tiene similares
respuestas a los problemas sociales de su tiempo. No es que
sus miembros se parezcan a nativitate, es que al con-vivir
unas mismas experiencias históricas y estar sujetos a idénticos
influjos "se van pareciendo" y se definen en y frente a la trama
de generaciones que, entrecruzadas, conforman la unidad y la
diferencia de una sociedad.4
A este respecto, resulta particularmente importante el
estudio de los acontecimientos históricos y las vivencias juve-
niles de las generaciones cuya "ubicación social", formación
académica y vínculos políticos las convierte por antonomasia
en las herederas y/o beneficiarias de un enorme capital social
y cultural, además de político y económico. En este sentido, un
elemento definitorio desde muchos puntos de vista, es sin duda
3 Camp, 1986, p. 30.
4 Aranguren, 1969, pp. 14-15; Mannheim, 1952, p. 297; Marías, 1967, p. 99.
12
el maestro. Los "maestros mexicanos —dice Camp— son
personajes muy importantes en el reclutamiento y socialización
de los líderes mexicanos..." 5 No es casual que más del 40% de
los políticos por él entrevistados en los setenta del siglo en curso,
creyera que sus profesores o sus experiencias educativas habían
tenido una influencia determinante en sus valores y actitudes
sociales. A principios de la misma centuria, según Peter Smith,
por lo menos el 80 % de los líderes políticos había asistido a la
Universidad y casi la mitad había llegado a obtener un título. La
"influencia de la educación —concluye— no necesariamente
contradice la relevancia de un acontecimiento importante: los
compañeros que comparten una experiencia educativa, muchas
veces también comparten un acontecimiento de orden político".6
En perspectiva histórica, podemos decir que desde los
albores del mundo moderno la educación superior ha sido el
espacio por excelencia en el que se forman las generaciones
de la élite educada y el sitio donde se conjugan sus expectativas
políticas, ideológicas e intelectuales. Es en este espacio donde
nacen o se afirman camarillas políticas y grupos de interés que
posteriormente incidirán en la vida socio-política, económica y
cultural de un país o una región.7 Explorar en este sentido la
historia de Puebla es, por lo tanto, preguntarnos por la historia
de las élites y sus eventuales mudanzas, por las continuidades
y rupturas en el grupo gobernante, pero también por la sociedad
y sus cambios, pues para Ortega y Gasset, una generación "no
es un puñado de hombres egregios, ni simplemente una masa:
13
es como un nuevo cuerpo social íntegro con su minoría selecta
y su muchedumbre, que ha sido lanzado sobre el ámbito de la
existencia con una trayectoria vital determinada".8 De ahí su
pertinencia e importancia.
Por otra parte —al margen de los elementos
sociopolíticos que lo modelan—, un régimen es del mismo modo
un sistema de imágenes, ideas, fines y creencias, una estructura
de sentido que posibilita la acción común o la rivalidad de los
actores sociales.9 Así, frente a las teorías que consideran al
poder y a la política como cuestiones únicamente relacionadas
con los aparatos represivos del Estado, habría que destacar ante
todo y de manera integral, su composición y funcionamiento.10
En este caso, el ejercicio productivo del poder se origina en
aquellos espacios (instituciones) de la sociedad que se encuentran
activos —no sin resistencia de sus varios agentes— en la
contrucción del consenso o la hegemonía, ese proceso mediante
el cual un discurso específico adquiere validez y aceptación en-
tre una gran parte del campo social, gracias a la labor de los
intelectuales, hombres y mujeres encargados de producir y
controlar los procesos globales de significación en una sociedad.11
Por esta razón, (vistos en su relación expresa con el poder político),
los intelectuales son un grupo cuya influencia trasciende la
administración del Estado y se inserta en la administración global
de la sociedad.12 La legitimidad de un grupo gobernante —sobra
decirlo y es hasta verdad de Perogrullo— persiste en la medida
que éste con el concurso de los intelectuales puede controlar y
administrar los múltiples efectos de sentido de una sociedad
8 Ortega y Gasset, 1987, p. 14-15.
9 Ansart, 1983, pp. 11-16.
10 Bobbio y Bovero, 1991, pp. 38-39.
11 Gramsci, 1967, pp. 25-31; Camp, 1988, p. 61.
12 Weber, 1965, pp. 418-432. En el estudio de los intelectuales podemos
identificar distintas tradiciones analíticas. Vid. Brunner; Flisfisch, I, 1989,
pp. 63-100.
14
determinada.13 Mas para aprovechar las consecuencias de esta
idea, es pertinente distinguir entre imaginario social e ideología
política, entendiendo por el primero el conjunto de evidencias
implícitas que aseguran estructuralmente el mantenimiento
(imaginario social instituido) y la renovación (imaginario social
instituyente) de las relaciones sociales y simbólicas entre comu-
nidades, clases y grupos. Las ideologías políticas, en cambio, se
proponen señalar a grandes rasgos "el sentido verdadero de los
actos colectivos", trazar el modelo de la sociedad legítima y de
su organización, indicar simultáneamente a los detentadores
legítimos de la autoridad, los fines que la comunidad debe
proponerse y los medios para alcanzarlos.14
"Tanto la ciudad antigua como la moderna, dice Ansart,
están llenas de signos llamados evidencias políticas, y cada
revolución da paso a una actividad febril para alterar estos signos,
demoler las estatuas que se han vuelto escandalosas, cambiar
los nombres de las calles cuando no de las ciudades. Y así
también el gesto, la marcha, el saludo y hasta la postura del
cuerpo, la insignia, la indumentaria y hasta el detalle de la misma,
constituyen a la vez un signo de adhesión y, para los demás,
una convocación de significaciones políticas. Lejos de limitarse
al secreto de lo escrito, los significantes políticos están
omnipresentes en el marco de la vida cotidiana, recordados
ostensiblemente por la insignia o simbolizados en cada hogar
por la fotografía, evocados discretamente por el emblema o la
bandera".15 El mundo, en suma, no es un conjunto de cosas
sino de signos: lo que llamamos cosas son palabras cargadas
de sentido. Por tanto, el discurso, esa cadena ubicua y varia de
15
sentidos, es un sistema que tiene un efecto estructurante sobre
la conducta de los individuos y los grupos sociales. No hay
hegemonía ni consenso sin discurso; éste no es sólo lo que
enuncia la acción, sino también, por efecto de retorno, lo que la
produce. He aquí la importancia de estudiar a los intelectuales
en la sociedad y particularmente en nuestras instituciones de
educación superior.
El salón de clases, por último, fue y sigue siendo un
medio natural para la adquisición y el desarrollo de actitudes
políticas, "un vehículo ideal para la trasmisión de valores y el
fomento de las leatades básicas que nutren el consentimiento,
los acuerdos fundamentales de una sociedad y la identificación
del individuo con las instituciones que lo gobiernan". Entre
"consenso escolar y consenso político, escribe Soledad Loaeza,
existe una relación profunda y sustancial que supera con mucho
los enfrentamientos coyunturales"; de ahí pues la importancia
que tradicionalmente ha tenido la escuela "como centro originario
y vehículo trasmisor de acuerdos fundamentales entre go-
bernantes y gobernados, de ahí también su poder como
generadora de desacuerdos".16
Más allá de este horizonte, hacer la historia de las
instituciones y los sistemas educativos, atendiendo tanto a la
cuestión de sus estructuras y funcionamiento como a sus nexos
con la sociedad y la cultura, son problemas que igual preocupan
al historiador. No menos importante es indagar sobre los distintos
procesos que se desarrollan en la escuela o en el salón de clases;
distinguir las relaciones entre curriculum abierto, oculto y recibido;
conocer las formas en que los agentes educativos median los
mensajes abiertos y ocultos que transitan en la dinámica
permanente de la experiencia escolar, o preguntarse cómo se
genera en el aula el sentido de la acción pedagógica... Temas y
problemas relacionados con la interacción, la comunicación y la
16 Loaeza, 1988, pp. 58, 64.
16
significación de la experiencia escolar se pueden y deben abordar
en la historia con los métodos, técnicas y enfoques provenientes
de la etnografía educativa y otras disciplinas, porque la escuela
es un espejo de la sociedad y sus conflictos.
El reclutamiento y la socialización de la élites políticas
e intelectuales en las instituciones de educación superior; el
lugar y el papel de los intelectuales en la sociedad y su relación
con el grupo gobernante; el problema de cómo los contenidos
de la escuela se relacionan con la organización de la sociedad
y la historia misma de las organizaciones educativas son algunas
cuestiones que hoy por hoy nos preocupan no sólo desde el
punto de vista académico, sino porque consideramos que
desentrañarlas es un deber de cultura cívica, un compromiso
ético y moral de ciudadanos comprometidos con nuestro
presente y los sueños —diarios, simples— del porvenir.
17
En cuanto al segundo momento, el tercer artículo describe
las condiciones sociopolíticas de Puebla durante el porfirsmo y
muestra para esta época el comportamiento de una élite intelectual
que por su cercanía con el poder pudo establecer una política
educativa y cultural sui generis, al asumir como propia la filosofía
krausista. Finalmente, el último trabajo destaca el surgimiento en
el Colegio del Estado de una élite educada —la "generación de
1910"— y su participación en la revolución maderista.
El propósito de publicar los artículos aquí reunidos —meros
ejercicios de un trabajo más profundo— es ofrecer posibles pistas
para estudiantes e investigadores preocupados por hacer de la
historia de la educación un nuevo campo de estudios. Ojalá se
cumpla este cometido en los albores de un nuevo milenio que
enfrentará sin duda grandes retos, no sólo para desarrollar nuevos
conocimientos, habilidades y destrezas y concebir de otra manera
las relaciones del poder con el saber, sino también —y
fundamentalmente— procurar a la humanidad toda, los grandes
sueños de educación, justicia, paz y bienestar.
18
I
19
tienen su propia modalidad de integración y legitimación, pues su
origen presupone el reconocimiento de una vida social compleja
y la necesidad de contar con elementos que la reproduzcan en
sus diversos planos; de ahí el surgimiento de las universidades,
sitios destinados a la enseñanza y a la investigación, y más aún:
al reclutamiento de las élites gobernantes y a la formación de la
burocracia. Los colegios y universidades en este sentido se
convierten "teóricamente" (mediante el examen de grado) en
homogeneizadoras del grupo y le ofrecen al individuo posibilidades
de prestigio y ascenso y social.2 No obsta decir que, pese a la
posible ambigüedad terminológica y aun conocidas las razones
de peso que se han dado para extrapolar el concepto moderno
de intelectual a la Edad Media y hasta la sociedad antigua,
considero más propio referirme históricamente a las actividades
de estos hombres con la palabra con que ellos se autodenominaban
—letrados— porque de hecho su lugar y papel en la sociedad
difiere hoy un tanto de épocas pasadas.3 Ésa es la única razón
por la que mantengo su anterior uso.4
La tarea de la institución escolar en sus distintos niveles
no se reduce a transmitir progresivamente conocimientos y
habilidades; al hacerlo, en la manera como los distribuye y
articula, inculca una particular concepción del mundo y participa
en la reproducción estructural de la vida íntima, la sociedad y la
cultura, ya que todo su proceder "tiende a reforzar y consagrar
20
mediante su sanción las desigualdades iniciales", los saberes
legitimados.5 El capital económico, social, escolar, político y
cultural de cualquier alumno está en relación directa con la
clase a la que pertenece. Desde su nacimiento, salvo raras
excepciones, las diferencias interiorizadas como ordinarias se
propagan y los bienes sociales que lo definen (posición
económica, vínculos familiares, nexos políticos, gustos estéticos
y artísticos, filias y fobias personales...) se manifiestan como
dones y signos naturales de su incapacidad o su talento para
moverse y aprehender el mundo. Sus aptitudes, capacidades y
competencias, sin embargo, ocultan las relaciones de poder, la
posesión diferenciada de capitales, la disimilitud en el manejo
de códigos... En suma, las bases de la reproducción social y
cultural que no sólo legitiman, sino también confirman
estructuralmente su posición en la sociedad.6
En este sentido, el análisis de la institución escolar, como
sistema de reproducción y autorreproducción sociocultural,
requiere hacer a la par la historia social de la escuela y la historia
de las relaciones de clase, es decir, estudiar los vínculos históri-
camente tejidos entre la acción autorreproductora de la escuela
y "la continuidad intergeneracional de las estructuras más gene-
rales de la repartición de las desigualdades sociales y culturales
entre grupos en una sociedad de clases". 7
Desde el punto de vista metodológico, sin embargo, pode-
mos postular la existencia de dos modelos analíticos: uno que da
5 Williams, 1981, pp. 173-174; Brunner, 1986, 72. La cita entre comillas es
de Pierre Bourdieu en Ibarrola, pp. 144-147.
6 Bourdieu dice que "el sistema educacional reproduce tanto mejor la estruc-
tura de distribución de capital cultural entre las clases (y secciones de clase)
en la medida en que la cultura que transmite sea más cercana a la cultura
dominante y en la medida en que el modo de inculcación al que recurre sea
menos alejado del modo de inculcación practicado por la familia." Vid. Ibarrola,
p. 147.
7 Passeron, 1983, p. 419.
21
cuenta de la fuerza autorreproductora de los sistemas de
enseñanaza, al relacionar los rasgos de la acción escolar que
concurren sistemáticamente en la perpetuación de una cultura
escolar y en la fijación de sus características y otro más inclusivo
"que permite construir como sistema de reproducción social el
conjunto de procesos y estrategias que tienden a asegurar, de
una generación a otra, la renovación de las ventajas y beneficios,
de las exclusiones y coacciones cuya configuración general de-
fine las relaciones entre clases dominantes y clases dominadas".8
Sobre esta base, si toda estructura social se determina
por un sistema de diferencias (económicas, políticas, simbólicas)
entre grupos y define en consecuencia un sistema de relaciones
desiguales entre ellos, en cada generación los grupos o linajes
favorecidos disponen siempre de mejores estrategias y mayores
ventajas para perpetuarse y renovarse, al contrario de los grupos
desposeidos que intentan escapar a sus oportunidades sociales
negativas. El hecho de confirmar esta obvia verdad , sin embargo,
nos coloca en la posibilidad de estudiar históricamente cómo se
sucede este proceso en una época y en una sociedad determinadas.
En el presente texto me propongo describir la proce-
dencia geográfica de los graduados poblanos en la segunda
mitad del siglo XVIII y ofrecer algunas pistas en torno a sus
orígenes sociales y formas de reproducción social desde las
aulas. No está por demás insistir en que, debido a la premura
del tiempo, éste es sólo el principio de un ejercicio basado
fundamentalmente en "fuentes de segunda mano".9 Aún así,
lo más importante fue —y es— integrar una lista provisional
de la "intelectualidad poblana" con el claro propósito de hacer
posteriormente una biografía colectiva sobre sus ideas, fines
y proyectos sociales.
22
Fuentes y Método
Durante los últimos cuarenta años —señala Stone—, la biografía
colectiva "se ha convertido en una de las técnicas valiosas y
comunes para el historiador abocado a la investigación. La
prosopografía es la investigación retrospectiva de las carac-
terísticas comunes a un grupo de protagonistas históricos, mediante
un estudio colectivo de sus vidas. El método que se emplea es
establecer un universo de análisis, y luego formular una serie
uniforme de preguntas —acerca del nacimiento y la muerte, el
matrimonio y la familia, los origenes sociales y la posición
económica heredada, el lugar de residencia, la educación, el monto
y la fuente de riqueza personal, la ocupación, la religión, la
experiencia en cuanto a un oficio, etc.— Posteriormente, los
diversos tipos de información sobre los individuos comprendidos
en este universo, se combinan y yuxtaponen, y se examinan para
buscar variables significativas".10
Así, un primer paso consistió en recopilar la
información de poblanos que por su origen, estancia fortuita o
adopción habían destacado en Puebla, desde mediados del siglo
XVIII hasta antes de la primera República federal, sea en el
cultivo de las letras, la experimentación científica y técnica o la
administración civil y eclesiástica. Para ello fue de suma utilidad
la Biblioteca Hispano Americana Sepetentrional de
Mariano Beristáin de Souza, quien no sólo registra para la Nueva
España durante la época colonial, cerca de "quince mil obras
impresas, y cinco mil manuscritas inéditas", sino también
proporciona datos sobre sus autores, con un requisito a nuestro
favor: siendo poblano, estuvo en contacto con la mayoría de
ellos o conoció a sus familiares y amigos.11
Agotada esta fuente, en segundo lugar se consultaron
dos diccionarios biográficos de Puebla y el Diccionario
10 Stone, 1986, p. 61.
11 Beristáin de Souza, V, 1947, p. 5.
23
Enciclopédico de México.12 Para concluir: se leyeron algunas
biografías de personajes que vivieron entre 1750 y 1820;
determinadas relaciones de méritos localizadas en el Ramo
Universidad del Archivo General de la Nación y la Biblioteca
del INAH y ciertas oraciones fúnebres que custodia el Fondo
Reservado de la Biblioteca Nacional.13 En general, la consulta
de los textos recién citados no sólo corroboraron la información
proporcionada por la Biblioteca, sino que nos dieron la posi-
bilidad de ampliarla. Estos datos, por lo tanto, son confiables
para efectos de un visión global, pero tal vez habría que
tamizarlos para el análisis de situaciones y procesos particulares,
pues el propósito de Beristáin fue enaltecer la participación de
los criollos en la vida social y cultural novohispana.
La lectura de las fuentes se hizo buscando información
sobre 10 puntos: nombre, ciclo de vida, origen geográfico, origen
social, estudios en el colegio, estudios en la universidad, grados
académicos, ejercicio profesional, puestos públicos, catedralicios
y de representación popular. Los datos se vaciaron en una hoja
tamaño oficio, agregándole una columna de observaciones y
un número progresivo para su fácil localización. En cuanto al
orden alfabético de nuestros letrados el criterio que se utilizó
fue utilizar siempre el primer apellido, así ellos se reconcieran
por el segundo, tal es el caso, por ejemplo, de Andrés de Arce
y Miranda o Mariano Fernández Echeverría y Veytia.
Como lo que se proponía esta primera encuesta era tener
una idea de conjunto sobre el perfil de los letrados, en ella se
incluyeron los nacidos en el obispado de Puebla —cuya actividad
no necesariamente se llevó a cabo en los límites de la diócesis—
y aquellos que ocuparon algún puesto catedralicio, llegaron con
24
El obispado de Puebla según Commons, 1971.
25
algún obispo o fueron destinados por la corona para desempeñar
algún cargo a su servicio. De este modo la muestra de trabajo
alcanzó la cifra de 141 letrados distribuidos de la siguiente forma:
106 originarios del obispado de Puebla, 29 procedentes de la
Nueva España y la Península ibérica y 6 sin datos de procedencia
(véase al respecto addenda).
Una vez reunida la información se procedió a desagregarla
con el propósito de iniciar su lectura. Pese a que —insisto— los
datos de manera general son confiables, lo más importante son las
preguntas y las variables significativas que se introduzcan en ellos.
Por lo pronto, aquí se ofrecen los primeros frutos.
Resultados
1. La procedencia geográfica
Según O'Gorman, en la época colonial existieron varias
divisiones territoriales, siendo la eclesiástica la más importante,
entre otros motivos porque guardó cierta uniformidad.14 Hacia
mediados del siglo XVIII el obispado de Puebla era extensísimo.
Abarcaba todo, en mayor o menor medida los estados actuales
de Veracruz, Puebla, Tlaxcala, Morelos, Guerrero, Oaxaca y
Tabasco (Véase mapa 1).15
Sobre este vasto territorio —se supone— la ciudad de
Puebla como sede episcopal ejercía su influencia religiosa, eco-
nómica y cultural; en la práctica su radio de acción era más
limitado. Durante la época colonial no fue más allá de un espacio
cuyos límites están dados al levante por el Pico de Orizaba o
Citlaltépetl, la Sierra Negra y de Quimixtlán; al poniente por la
Sierra Nevada; al norte por la Sierra de Tlaxco y las estri-
baciones de la Sierra Norte, y al sur por la Mixteca Baja y la
Sierra de Tehuacán. A este gran círculo sólo habría que
agregarle las poblaciones del camino Puebla-Perote-Jalapa-
14 O'Gorman, 1966, pp. 4-5.
15 Commons de la Rosa, 1971, pp. 20-21.
26
Veracruz o Puebla-Orizaba-Huatusco-Veracruz, pues en el resto
del obispado la penetración europea fue escasa.
En la Sierra Norte, por ejemplo, hasta mediados del
siglo XVIII españoles, criollos y mestizos comenzaron a poblar
las villas de la bocasierra y a beneficiarse por el desbroce de
tierras nuevas.16 En la Mixteca Baja, aunque a finales del siglo
XVI y principios del XVII se llevó a cabo la congregación de
indios, nunca se emprendieron significativas acciones de
poblamiento español.17 Región árida y pobre, fue concebida
en parte como puerta de acceso a las mercancías que llegaban
de las Filipinas en la Nao de China.
Por el contrario, en la región comprendida entre la
Sierra Norte y la Mixteca —conocida como de los Altos o el
Altiplano—, a lo largo de los siglos XVI y XVII se fortaleció
una importante oligarquía agraria, fincada en la producción
cerealera de maíz y trigo para abastecer los mercados de
"tierra adentro" y las Antillas mayores.18 En ella, además, se
halla la ciudad de Puebla que, fundada para españoles pobres
y vagabundos, muy pronto, al mediar el siglo XVI, se convirtió
—gracias a sus diversas actividades económicas— en la
segunda ciudad más importante de la Nueva España.
Pero según las más diversas fuentes, Puebla y su
entorno regional vivía a principios del siglo XIX un profundo
estancamiento económico, después de haber ocupado los sitios
más importantes de la economía novohispana a lo largo del
27
siglo XVI y la primera mitad del siglo XVII.19 Los cronistas
coloniales lo atribuyeron a múltiples razones para ellos evidentes;
los historiadores de hace pocas décadas subrayaron como una
de sus causas el agotamiento de los suelos y la cooptación del
mercado Puebla-Jalapa-Vercacruz por harinas y productos
procedentes del obispado de Michoacán e incluso la América
británica que más tarde se convertiría en los Estados Unidos.20
Pero también habría que hacer particular hincapié en la situación
excéntrica de Puebla/Tlaxcala respecto a las importantes zonas
de producción minera durante el siglo XVIII. "Esto contribuye a
entender el estancamiento relativo de Puebla —apuntan Grosso
y Garavaglia—, pues en el siglo que verá el auge minero más
impresionante de toda la historia colonial hispanoamericana,
nuestra región quedó 'a trasmano' de las áreas y polos más
dinámicos. Ello dió como resultado que el conjunto de causas
que explican la decadencia poblana se vieran sobredeterminadas
y aceleradas por este hecho".21
Aun así, esta problemática espacial no es suficiente para
explicar el diferenciado comportamiento económico intra-regional.
En otro trabajo los autores citados concluyen que 1) mientras la
presencia de Veracruz y sus prolongaciones caribeñas explican
la bonanza triguera de Huejotzingo, Atlixco no supo o no pudo
sacar provecho de esta coyuntura favorable durante el último
tercio del siglo XVIII, tal vez —agregaría Moreno Toscano—
porque esta villa nació como una prolongación de la ciudad de
28
Puebla; 2) que asimismo "tanto Zacatlán como San Juan de los
Llanos encuentran en el puerto y en las villas vecinas de Córdoba,
Jalapa, Perote y Orizaba un mercado en pleno auge", pues estas
"dos áreas de producción de ganado de cerda tendrán presente
siempre ambas vías para el desemboque de su producción", y
que 3) la apertura económica de la región y la proximidad del
puerto produjeron a la vez un efecto adverso. "Los flujos
mercantiles desde Veracruz, que penetran profundamente hasta
el corazón del valle poblano traen vientos nocivos para la
producción textil de la región; las ciudades de Puebla y Tlaxcala
sufrirán las graves consecuencias de este hecho".22
Como se ve en esta interpretación, para entender la
economía de los altos de Puebla en el último tercio del siglo
XVIII es necesario considerar el papel de las villas que sirven
de paso hacia el puerto de Veracruz y —agregaría yo—
también su propia especificidad histórica. Las poblaciones de
Orizaba, Córdoba y Jalapa representan el límite geográfico
del poblamiento español novohispano y se localizan en la
frontera de la tierra caliente, lo cual tiene para ellas muchas
ventajas, una —la más importante— es el control y la
comercialización de los productos tropicales (tabaco, caña de
azúcar, arroz, algodón). Y más aún: si tomamos por ejemplo
las ciudades de Orizaba y Córdoba, vemos la existencia de
una tarea especializada: a mediados del siglo XVIII Orizaba
comenzó a ser la sede de una de las mayores fábricas de
cigarros de la Nueva España; Córdoba se convirtió en un
centro de comerciantes intermediarios de productos agrícolas
costeros y del altiplano.23
En causa común, pero controlando los productos que
iban de los obispados de Oaxaca y Chiapas hacia Veracruz o el
29
altiplano, se encuentra Tehuacán. A través del siglo XVIII en
el obispado de Oaxaca sube de manera impresionante la
producción de azúcar, algodón, grana, frutas y legumbres.24
Vía Tehuacán, las plazas de Veracruz, Puebla y México son
las más propicias para su consumo e intercambio. Pareciera
que este sitio en el siglo XVIII consiguió mayor relevancia que
el tianguis de Tepeaca, creado en la época prehispánica para
comerciar los productos procedentes del golfo veracruzano,
Oaxaca y Guatemala.25
Visto de manera muy general el comportamiento
económico de las regiones que integran los altos de Puebla y
su prolongación hacia el puerto de Veracruz, observamos que
en cuanto a la procedencia geográfica de los letrados,
descontando la ciudad de Puebla por ser el principal centro
económico y religioso de la diócesis, ésta corresponde a los
polos más dinámicos de la economía regional.
30
Cuadro 1. Letrados activos en Puebla, 1750-1800
Procedencia geográfica *
Región de Tehuacán 6
Región oriental de los volcanes 13
Región de la ciudad de Puebla 54
Región occidental de los volcanes 5
Región de San Juan de los Llanos 4
Región de la Sierra Norte 1
Región de Tlaxcala 4
Región de Jalapa y Veracruz 7
Otras regiones del obispado de Puebla 13
Sin datos 5
TOTAL 112
31
En el rubro "otras regiones del obispado de Puebla" se incluyeron
los personajes que no se señala la expresa procedencia geográfica.
Antes los había registrado como del obispado de Puebla.
Así, de los datos conocidos y en orden descendente, la
mayor proveedora de letrados es la región oriental de los
volcanes (13), le sigue la región de Jalapa y Veracruz (7), la
región de Tehuacán (6) la región occidental de los volcanes (5)
y al último san Juan de los Llanos y Tlaxcala (4), que geográfica
y económicamente forman en el siglo XVIII una sola región, si
bien es necesario distinguirlas para motivos posteriores de aná-
lisis. En este sentido podríamos reordenar los datos y decir que
la mayor proveedora de letrados es la región oriental de los
volcanes (13) y le siguen las regiones de San Juan de los Llanos
y Tlaxcala (8), Jalapa y Veracruz (7), Tehuacán (6) y, en último
sitio, la occidental de los volcanes (5).
Por último, tal vez debido a su cercanía con la ciudad
de México, es de subrayar la escasa influencia de Puebla más
allá del altiplano y los caminos hacia Veracruz. Puebla, no
concentró a estudiantes procedentes de tierras lejanas, adscritas
a su obispado, a diferencia, por ejemplo, de Guadalajara que si
lo hizo, según lo mostró hace años la doctora Castañeda para
el Colegio Seminario Conciliar Tridentino de Señor San José.26
32
Inglaterra, Holanda y parte del oriente europeo se declaran
protestantes, pero las dos penísulas mediterráneas, Italia y España,
permanecen fieles a la autoridad papal, reafirman su catolicismo
y se convierten en bastiones de la contrarreforma.
En este contexto, si la autoridad pontificia no había
hecho caso a los llamados para la renovación interna de la
iglesia, forzada por las circunstancias puso en marcha el con-
cilio de Trento (1545-1563). Éste, con el propósito de preparar
mejor a los futuros sacerdotes frente al progresivo avance del
protestantismo, en su sesión del 15 de julio de 1563 acordó la
erección de colegios seminarios en todas las diócesis del mundo
cristiano; años antes, en 1540, había sido creada la Compañía
de Jesús, una agrupación de activistas católicos que no sólo
protestaba la más absoluta obediencia al Papa y a la Iglesia de
Roma, sino también hacia 1556 tenía 35 colegios donde se edu-
caban niños y jóvenes con idénticos propósitos a los señalados
por los padres tridentinos.27 Y es que, en un medio polarizado
por el cisma de occidente, católicos y protestantes necesitaban
buenos cuadros para defender sus respectivas verdades.
Gracias a la formación adquirida por los primeros je-
suitas en París, principalmente en los colegios de Montaigu y
Santa Bárbara, su novedoso método de estudios se propuso:
proporcionar a los estudiantes una sólida formación en los
fundamentos de gramática; establecer un orden jerárquico
progresivo en los planes y programas de estudio, según la
capacidad de los alumnos y los requisitos propios de cada
materia o disciplina; formalizar la permanente asistencia a
clases de los alumnos y, acompañar de abundantes ejercicios
las lecciones impartidas, con el fin mejorar su aprendizaje.28
Lo interesante de este proyecto es que sus ideas fueron
retomadas por los padres tridentinos y luego se aplicaron en los
27 Romano; Tenenti, 1979, pp. 254-255; Meneses, 1988, p. 11.
28 Meneses, 1988, p. 12-13.
33
seminarios diocesanos. Puede decirse que en la Nueva España
las instituciones educativas formadoras del clero secular
funcionaron sobre la base del modelo jesuita.
Hacia 1760, la Compañía de Jesús contaba en Puebla
con tres colegios (Espíritu Santo, San Ildefonso y San Javier) y
dos seminarios, internados o convictorios (San Jerónimo y San
Ignacio). Sus propiedades rurales ascendían a 26 haciendas,
23 ranchos y dos molinos, además de numerosas fincas
urbanas.29 No menos importantes eran los colegios del seminario
diocesano (San Juan, San Pedro) y el colegio residencia para
téologos (Colegio de San Pablo).
En esos lugares, los estudiantes de la región se
habilitaban para ingresar a las carreras del sacerdocio, la
medicina o el derecho, cursando —cito sin ningún orden
jerárquico— las cátedras de filosofía, sagradas escrituras, moral,
derecho canónico, teología, retórica, poesía y gramática.30
Asimismo, la orden jesuita y el seminario diocesano enseñaban
en uno de sus respectivos colegios, cursos superiores de filosofía
y teología que, previo examen para recibir el grado de doctor,
eran sustentados en la Real Universidad de México, pues ésta
detentó durante casi toda la época colonial el monopolio
universitario de los grados académicos y llegó incluso a
cuestionar la impartición de cursos en los seminarios diocesanos
y los colegios jesuitas, motivo por el que tales sólo tenían validez
en la medida que los reconocía aquélla, mediante un examen a
34
título de suficiencia.31 Pero además, conseguidos los grados y
conforme a sus estatutos, el colegio seminario de San Pablo
debía especializar a ocho téologos becarios "con la obligación
de que si llegaren después a tener renta, y cómodamente
pudieren restituir lo gastado en aquel tiempo, lo deban hacer y
lo hagan los sacerdotes a razón de 150 pesos por cada año".32
En consecuencia, a través de estas intituciones los
jesuitas y la mitra participaron activamente en el desarrollo
educativo de la región. Según datos de Mónica Hidalgo de 1732-
1757 presentaron examen ante la Universidad 1 202 estudiantes
poblanos, correspondiendo sólo dos a los colegios diocesanos y
1 200 a los colegios jesuitas, distribuidos en nueve para el del
Espíritu Santo y 1 191 para el de San Ildefonso.33
Entre 1756 y 1761, por otro lado, el obispo Pantaléon
Alvarez de Abreu amplió el colegio seminario, compuesto por
los colegios de San Juan y San Pedro y su anexo el edificio de
San Pantaleón; lo dotó de más becas, un fondo de 8,000 pe-
sos y le añadió tres cátedras, una de sagradas ceremonias,
otra de derecho canónico y una de derecho civil.34 Más tarde,
35
en tiempos del obispo Fabián y Fuero (1765-1773) este mismo
colegio experimentó significativas mudanzas en sus planes y
programas de estudio.35
La reforma, empero, no fue exclusiva del seminario
diocesano; al ser expatriados los jesuitas sus convictorios de
San Ignacio y San Jerónimo (convertidos en colegios), pasaron
al cuidado del obispo y su cabildo, y en esta virtud se rigieron
por iguales normas que el seminario diocesano hasta 1779,
cuando por real Cédula se ordenó que ambos colegios siguieran
el plan establecido el 15 de abril de 1770 para el Real colegio
seminario de San Pedro y San Pablo y San Ildefonso de la
ciudad de México.36 Pero en 1790, los ex-colegios jesuitas
poblanos, acatando una orden del rey, se fundieron en uno solo
recibiendo el título de Real Colegio Carolino; entonces, los libros
de texto en las facultades de teología y filosofía fueron los
mismos que se habían aprobado para el Seminario en tiempos
de Fabián y Fuero.37 Por consiguiente, las reformas a los planes
de estudio para los colegios de Puebla —realizadas en la década
de los años sesenta— se mantuvieron hasta los albores de la
Independencia, cuando menos.38
Fuera de estos círculos, otros sitios educativos en Puebla
eran los conventos, que de vez en vez abrían ciertos cursos y se
sometían a las exigencias de la Universidad. Palafox y Mendoza
menciona en 1644 cómo en algunos monasterios de la orden
franciscana había "cuatro legos, veinte estudiantes coristas, y
doce cuando menos, que estudian artes, y letras humanas, como
36
son Cholula, Tlaxcala, Tepeaca y otros beneficios deste
obispado".39 Hasta 1763, por ejemplo, en las aulas del colegio de
San Luis de Francia, perteneciente a la orden de los dominicos,
habían estudiado nueve obispos: "los Ubillas, los Bohorquez, los
Cifuentes, los Padillas, los Galindos, los Gorofpes, los Monroys,
los Naranjos, los Arechedarras" (sic).40 Mónica Hidalgo menciona
un estudiante de San Luis, entre 1732 y 1757.41
Antes de preguntarnos por quienes tenían mayores
posibilidades de acceso a la educación superior conviene co-
nocer, así sea brevemente, las instituciones y los niveles
educativos de Puebla hacia la segunda mitad del siglo XVIII.
En la Edad Media collegium era una comunidad o
reunión de personas que no necesariamente estaban
congregadas bajo un mismo techo o eran estudiantes; más tarde,
los collegia nacieron como instituciones con capacidad para
sustentar a un determiando número de estudiantes pobres que,
llegados a una ciudad universitaria, carecían de medios para
subsistir y conseguían el patrocinio de alguien. Pero, al volverse
más compleja la vida universitaria, gradualmente el sentido de
la palabra se extendió. Colegio era una casa en donde vivía un
grupo de estudiantes que procedente de orígenes sociales
diversos podía tomar clases en lugares ajenos a su residencia y
compartir un espacio común, espacio que al surgir profesores
estables en la misma casa se lo fue ligando conceptualmente a
la enseñanza. Ya en el siglo XVI colegios como el de Montaigu
o Navarra eran casas-estudio.42
Con precedentes tales, al fundarse la Compañía de
Jesús se establecieron cuando menos seis tipos de colegios: 1)
colegios residencia para miembros de la orden que estudiaban
37
en otros institutos o universidades, 2) colegios de internos, donde
en la misma residencia profesores de la orden formaban a los
jesuitas más jóvenes, 3) colegios mixtos, que impartían cursos
para estudiantes jesuitas, prospectos del clero secular y alumnos
residentes en la ciudad sin pretensiones de tomar el hábito, 4)
colegios para externos, estudiantes de la ciudad y la región que
vivían en sus respectivas casas y no pensaban dedicarse a la
vida religiosa, 5) colegios residencia para aspirantes al
sacerdocio que estudiaban en colegios mixtos u otras insti-
tuciones educativas y, 6) colegios de internos para estudiantes
seglares que no apiraban a la carrera sacerdotal. En Puebla
hasta principios del siglo XVII el colegio de San Jerónimo fue
residencia para aspirantes al sacerdocio y el colegio del Espíritu
Santo se destinó para seglares cuyo interés genérico fueran las
armas o las letras.43
A un tiempo, desde la fundación del colegio de Messina
(1548) se estableció que los jesuitas enseñarían gratuitamente
en sus instituciones, dependiendo para su sustento de la buena
voluntad de los "ciudadanos".44 Bajo este principio, hasta su
expatriación de los dominios españoles en 1767, los soldados
de san Ignacio siempre dieron clases gratuitamente en todas
sus escuelas, pero cobraron cantidades relativamente elevadas
en los internados o convictorios como el colegio de San
Jerónimo, donde a finales del siglo XVI se fijó una cuota anual
de 120 pesos y se establecieron numerosas becas para
estudiantes sobresalientes y sin recursos.45
Por el contrario, en 1644, al nacer los colegios del se-
minario diocesano, el primer complejo educativo conforme a
las directrices del concilio de Trento para la formación del clero
38
secular en Puebla, siguiendo —insisto— los planes y programas
de la Compañía de Jesús, se invirtió el criterio selectivo.
Según el proyecto original de Palafox, el seminario debía estar
integrado por tres colegios de residencia "inmediatos, sucesivos
y contiguos los unos a los otros". En el primero, el de San Pedro,
estudiarían los colegiales gramática y retórica; en el segundo, el
de San Juan, filosofía y teología y en el tercero, el de San Pablo,
"los téologos pasantes que consumados ya en los estudios
referidos puedan aplicarse sin embarazo alguno a instruirse en el
estudio y práctica de la administración de los sacramentos, y
salir enteramente capaces a los oficios de curas y demás
ministerios, empleos y puestos eclesiásticos". En su perspectiva,
estos colegios conseguirían "que se criaran hijos patrimoniales,
pobres y nobles de esta tierra hasta el número que alcance esta
renta".46 Y para asegurar mejor el aprendizaje fundó con libros
de su propiedad la primera biblioteca pública de América.
Como ha observado Gonzalbo, en esta institución "el
criterio selectivo era prácticamente inverso del empleado por
los jesuitas: se daba preferencia a los niños de la región con
escasos recursos económicos"; pero, siguiendo la costumbre,
se excluía de las órdenes sacerdotales a los indios, cuya mayor
población tributaria en el obispado (un cuarenta por ciento) se
concentró durante los siglos XVII y XVIII, en el área que
circunda a la ciudad de Puebla.47 Esto muestra que Palafox,
39
pese a su reiterado amor por el indio, no escapó a las múltiples
determinaciones de su tiempo.48
En cuanto a la trayectoria escolar de un colegial, la di-
ferencia entre las casas de la Compañía y los seminarios diocesanos
era mínima porque —según he dicho— se basaba en el mismo
modelo. "Enseñar a leer y a escribir, había escrito Ignacio de Loyola,
también sería obra de caridad, si hubiese tantas personas [en la
orden] que pudieran atender todo; pero por falta de ellas no se
enseña esto ordinariamente".49 Así durante la época colonial, la
instrucción primaria fue responsabilidad de preceptores particulares
que proporcionaban al niño los rudimentos de latín, pues entre
criollos y peninsulares la lengua romance no fue objeto de estudio
ni de preocupación pedagógica hasta los decenios finales del siglo
XVIII, cuando se introdujeron cambios en los métodos de
enseñanza y prosperaron las escuelas primarias, pero aún esta
tendencia buscaba otros fines no ligados a la educación
universitaria; más bien se la proponía como una herramienta de
uso inmediato ante la creciente circulación de la cultura impresa.50
Una vez que el niño tenía las bases, entre los 10 y los
11 años, ingresaba a los colegios de la Compañía o al seminario
diocesano para aprobar cuatro cursos de gramática, sin mediar
tiempo alguno y a la suerte de su ingenio, pues sólo era aceptado
en el siguiente nivel hasta demostrar que dominaba el anterior.
48 Cuevas señala que a pesar de leyes y reales cédulas en contra de que se
ordenaran indios y mestizos, unos y otros fueron recibiendo las sagradas
órdenes, entre otras cosas porque los obispos los preferían para cubrir vacantes.
El obispo Fabián y Fuero se propuso reclutar indígenas para el sacerdocio y
consiguió del rey que todos los curatos vacates se proveyeran por concurso
y riguroso examen, pero obligando a cada párroco a poner y mantener un
teniente práctico y bien instruido en el idioma de sus feligreses. Cuevas, III,
1947, p. 122; Mirallas, 1801, pp. 53-55, 64-65.
49 Arróniz, 1978, p. 40-41.
50 El cambio más importante en el aprendizaje de la lengua escrita consistió
en pasar del deletreo al silabeo, aunque todavía a principios del siglo XX el
primero era común en el norte de Jalisco y el sur de Zacatecas.
40
Puesto que en 1767 fueron expulsados los 678 jesuitas
de la Nueva España, comprendidos entre ellos 119 residentes
en Puebla (73 sacerdotes regulares, 35 hermanos coadjutores
y 11 eclesiásticos) y 400 criollos, y como a partir de entonces el
seminario diocesano pasó a llenar cierta parte del vacío dejado
por los colegios de esa orden, veamos el curso de un alumno en
el seminario diocesano, que poco se diferenciaba del complejo
educativo jesuita.
Según el Breve Pontificio y el auto de fundación, la
carrera del estudiante debía iniciarse entre los 11 y los 12 años
y concluir su primer ciclo entre los 17 y 18, aprendiendo
grámatica, retórica y todo lo que a su edad un joven es capaz
de aprender del culto divino; de los 18 a los 24 años el estudiante
profundizaría en el ministerio de la iglesia y el estudio en facultad
mayor de artes, teología y cánones, "según la inclinación de
cada uno, bajo nuestra aprobación y examen"; después de 24
años, los colegiales sacerdotales, que llaman pasantes, irían al
colegio de San Pablo para perfeccionarse en teología moral y
práctica de sacramentos, con el propósito de ser "docta,
perfectamente eclesiásticos y padres de almas". Siendo una
institución para españoles pobres y nobles de esta tierra, sin
embargo no podían excluirse los ricos, quienes al estudiar ahí
debían ser alimentados de su peculio y pagar por ello 125 pesos
anuales, cantidad parecida a la estipulada en otras latitudes de
la Nueva España y por encima de la que demandaba el ya
citado colegio seminario de San Jerónimo en el siglo XVI.51
No obstante, esta organización en niveles ideada por
Palafox sólo se cumpliría con el obispo Manuel Fernández
Sahagún de Santa Cruz, quien para continuar esta obra se inspiró
en las constituciones del colegio donde había estudiado —el
41
Colegio Mayor de Cuenca,— en Salamanca.52 En 1690 este
diocesano procedió a establecer el Colegio de San Pablo (con-
firmado por real cédula y breve pontificio en 1693), señalando
que el número de colegiales no pasaría de ocho y que por las
rentas de los otros colegios en tan buen estado, con sus residuos
podía sustentarse éste sin necesidad de añadir ningún grava-
men. Los becarios, por el simple hecho de ingresar a ese colegio,
adquirían automáticamente la obligación docente y tutorial hacia
los estudiantes de San Juan y San Pedro.53
El Colegio de San Pablo, ideado en teoría para per-
feccionar al clero diocesano de Puebla, en la práctica
funcionaba como una auténtica entidad reproductora de las
relaciones sociales y los privilegios de los poderosos. Los
colegiales podían gozar de ocho años como becarios más uno
de huéspedes, esto es vivir en los colegios diocesanos y tener
una pensión mensual desde los 12 hasta los 33 años, tiempo el
último en que se dedicaban a realizar concursos de oposición
para ricos curatos, jugosas canongías e importantes cátedras,
siempre y cuando tuvieran un fuerte respaldo económico de
su familia o encontraran padrinos económicamente fuertes,
dispuestos a favorecerlos
En realidad, las puertas del seminario nunca estuvieron
cerradas para españoles pobres —criollos o peninsulares—, pero
sus posibilidades de sobresalir eran limitadas. En 1822 el Colegio
de San Pablo albergaba a seis becarios y cinco carecían de
congrua, "cuya circunstancia —decían— debía mover la
compasión al vernos paralizados, y que después de haber
52 Originalmente los colegios mayores habían sido fundados por obispos o
personas piadosas para asegurar que los estudiantes pobres hicieran una
carrera universitaria, pero, desviados de su propósito, se convirtieron en
lugares aristocráticos de reclutamiento hasta con agentes en la corte para la
defensa de sus intereses.
53 Papeles referentes al Colegio de san Pablo...BINAH. Colección Gómez de
Orozco, f., 6-6v.
42
empleado la flor de nuestros años en la carrera de las letras,
estemos sin poder emprender otra, ni ordenarnos".54 El motivo
era que casi todos carecían de algún beneficio para vivir, pues
sólo uno había conseguido una capellanía. Al terminar la guerra
de Independencia, por lo tanto, la situación de los internos de San
Pablo era precaria, pero ésta ¿acaso no refleja problemas
estructurales más complejos, relacionados con su lugar en la
sociedad y su desigual acceso a la educación?, pues ¿por qué los
demás si habían conseguido enrolarse en la vida sacerdotal?.
3. El origen social
A grandes rasgos, durante la segunda mitad del siglo XVIII se
observa en la aulas diocesanas de Puebla el surgimiento de nuevas
familias y la ausencia de otras, predominanates en los siglos XVI
y XVII, tal sería el caso de los Gorozpe, los Arámburu y los
Iturriaga de Puebla, los Deza Ulloa y los Miranda de Huejotzingo
o los Paredes de san Juan de los Llanos.55
Cuando en 1822 algunos sacerdotes que habían estu-
diado en el Colegio de San Juan le pidieron a Iturbide la su-
presión del Colegio de San Pablo porque no se apegaba al
espíritu de Palafox, según el cual ese colegio debía ser para
estudiantes pobres, señalaron que entre 1765 y 1822 habían
estudiado en él: "De la casa de los marqueses de Monserrat
de Puebla, uno, de las de los Gorospes de idem uno, de la de
los Rodríguez de san Miguel Atlixco, uno, de la de los Bernales
de Tlaxco dos, de la de los Cuotos de Orizaba tres, de la de
los Olmedos de Jalapa tres y de la de los Morales de Tehuacán,
cinco" (sic), la contraparte respondió, sin defender a los Cuoto,
43
los Moral o los Olmedo —y el que calla otorga— que el doc-
tor Francisco Javier Gorospe era hijo menor de un mayorazgo,
cuyo vínculo era tan escaso, "que la casa aunque ilustre es
pobre"; sólo poseía una finca de hacer panela y una casa en
Jalapa. En cuanto a Ignacio Mariano de Vasconcelos y
Vallarta, hijo del marqués de Montserrat, este título carecía
de renta, contaba apenas con dos haciendas en las faldas de
la Sierra de Tlaxcala que rendían 1,200 pesos por año, con los
cuales el marqués tenía que sostener a ocho hijos.56
Si esto era verdad en cuanto al apoyo que el colegio brindó
a los hijos de familias empobrecidas, también es cierto que la
posesión de mayor capital económico, social y cultural estructu-
ralmente favoreció a los hijos de familias ricas y de noble linaje,
quienes gozaron de mayores oportunidades para sobresalir y
esgrimieron mejores estrategias para colocarse. He aquí algunas.
Una de las vías utilizadas por estudiantes ricos y/o de
abolengo para escalar hacia otras posiciones era mediante la
obtención de una cátedra en el colegio de San Juan o San Pedro,
que en términos generales, la más baja —gramática— les
garantizaba un ingreso extra anual de 200 pesos. Desde ese
momento no sólo recibían la renta de ésta, sino también dejaban de
pagar sus alimentos: "El concilio —dirá un colegial— prohíbe que
los ricos se eduquen a expensas del Seminario, pero no que se les
premie, ni manda que sirvan graciosamente".57 Otro camino era
sobresalir en los estudios y por este hecho obtener una beca de
merced, como sucedió con Francisco Pablo Vázquez, posterior
obispo de Puebla y José Mariano Arce Arroyo y Echeagaray,
56 Y preguntaban: "¿Es rico el marqués?". Se supone que la respuesta era
negativa. En términos comparativos, un colegial de san Pablo disfrutaba de
una asignación anual de 180 pesos y un fámulo tenía un salario mensual de 20
pesos. Papeles referentes al Colegio de san Pablo...BINAH. Colección Gómez
de Orozco, ff. 23-23v, 24, 47v y 75.
57 González M., 1994, p. 155; Papeles referentes al Colegio de san
Pablo...BINAH. Colección Gómez de Orozco, f., 32.
44
profesor de jurisprudencia a quien, además, por su brillante
desempeño en el acto mayor de derecho civil y canónico, Fabián y
Fuero le impuso un relicario con la firma de Palafox por "estar
informados de que por su casa nada necesita".58 Finalmente, es-
taba la decisión del obispo. Recién fundado el Colegio de San
Pablo, Santa Cruz becó a Diego de Estrada, hijo del marqués de
Uluapa, cuyo título obtuvo aquél siendo canónigo doctoral de
Guadalajara. En 1756 el colegio de residentes propuso en primer
lugar como becario al doctor José Anastacio Tirado, pero Pan-
taleón Alvarez de Abreu confirió tal privilegio a don Antonio de
Arce y Torices que iba propuesto en segundo término y, aunque el
Colegio se inconformó señalando que en el doctor Tirado concurría
la circunstancia de pobre, el obispo no mudó de parecer. En el
caso del hijo del marqués de Montserrat, José Mariano Vasconcelos,
desde el primer día que ingresó al Colegio de San Juan tuvo una
beca de Merced, conferida por el obispo Fabián y Fuero.59
En este sentido, la alta posición social garantizaba que
siendo estudiantes o recién egresados de los colegios se
perfilaran como hombres exitosos. Francisco Pablo Vázquez
—noble de origen por ambas líneas, obispo de Puebla y primer
ministro plenipotenciario de México ante la Santa Sede—, desde
el segundo año de filosofía fue familiar eclesiástico del obispo
Victoriano López Gonzalo; Manuel Ignacio González del Cam-
pillo, posterior obispo de Puebla —cuyo tío abuelo era José
Campillo y Cosío, el Secretario de Estado en los despachos de
Marina, Hacienda y Guerra—, recién egresado de la Uni-
versidad despertó la simpatía del arzobispo Lorenzana quien lo
atrajo a su servicio como visitador y abogado de Cámara y
45
colaborador en los trabajos del Cuarto Concilio Mexicano (1771),
donde se relacionó con Fabián Fuero, el mitrado que lo
recomendó con el obispo de Durango —su antiguo maestro de
filosofía en Calatayud— y quien posiblemente intercedió para
su traslado a Puebla en 1775. Antonio Joaquín Pérez Martínez,
otro obispo poblano proveniente de una familia acomodada (su
padre era un comerciante gaditano), siendo estudiante del
Colegio Real de San Ignacio destacó entre los alumnos de la
Nueva España y fue premiado con una beca real; su exitosa
carrera eclesiástica se debió al apoyo del obispo Biempica y
Sotomayor (1790-1802), quien lo integró al cabildo eclesiástico
y lo nombró cura de El Sagrario. Otro ejemplo más: Ignacio
Formoso a los dos años de colegial ya disfrutaba de una
parroquia en propiedad, la de Cuyoaco.60
Estos ejemplos muestran que en la segunda mitad del
siglo XVIII quienes no gozaban de un sólido capital social
difícilmente podían triunfar. En Puebla, los estudios significaban
para la élite educada el fácil acceso al poder o su conservación
y para su familia una forma de inversión que redituaría luego
mayores beneficios. Por esta razón sin duda, hubo tambien
progenitores que invirtieron con gusto en la educación de sus
hijos. Pero ¿cuál era el peso cuantitativo de los estudiantes en
la sociedad poblana?
Con el fin de ilustrar este punto y hacernos de una idea
más aproximada sobre la importancia numérica de los estudiantes
poblanos, revisamos las certificaciones expedidas por la
Universidad de México hacia 1771.
46
Cuadro 2. Letrados activos en Puebla, 1750-1800
Certificaciones. Estudiantes poblanos. 1771
Sin Colegio Colegio Colegio Convento
datos de de de de las
Cátedras claros San Pedro San San Llagas Total
de y Jerónimo Ignacio de san
procedencia San Juan Francisco
Retórica y
2 16 6 1 2 27
Filosofía
Retórica 1 1
Teología
Escolástica 4 1 5
Sagrada
teología 3 1 4
Sagrados cánones 1 2 3
Colegiales
4 25 8 1 2 40
examinados
47
Desde luego, partimos del supuesto que a nadie le estaba
vedado ingresar a la Universidad, pero no era el caso. Los estatutos
de la Universidad de México establecían que negros, mulatos o
chinos no podían ser admitidos ni, en consecuencia, optar por
grados académicos, limitando de esta forma el acceso de los
grupos sociales emergentes a los cargos o prebendas reservados
para penisulares y criollos. En descargo habría que mencionar el
hecho de no haber excluido, cuando menos en el papel, a los
indios, ya que en opinión común de la época la mezcla de razas
aceleraba la descomposición del orden político establecido y los
indios, como los españoles, siendo raza pura tenían aquí los
mismos privilegios; la realidad en la mayoría de los casos, sin
embargo, fue distinta, porque desde la creación de la Universidad,
en 1553, los indios quedaron socialmente excluídos.62
Hecha esta observación, importa saber que porcentaje
significaban los estudiantes poblanos en la población española.
Los datos de 1777 sobre los grupos étnicos "muestran un universo
muy mezclado presidido mayoritariamente por los españoles
(26.24%), y por los indios en gran desventaja (15.69%)".63 Por
consiguiente, si la ciudad sobrepasaba los cincuenta mil habitantes,
los cuarenta alumnos provenían, en números redondos, de una
población superior a las 12,500 almas. Téoricamente, ellos y sus
familias se encontraban en el pináculo de la pirámide social. Sin
embargo, habría que investigar, cuantos en efecto pertenecían o
estaban relacionados con los círculos regionales de poder y
ejercían el control de la sociedad en sus distintos planos. Bronner
afirmó que la élite del siglo XVIII en Hispanoamérica comprendía
a "unos cuantos centenares de familias en las capitales virreinales;
a los altos funcionarios de la iglesia y del gobierno, a los
comerciantes más ricos, a los nobles con título, a los caballeros
48
de las órdenes militares, a los regidores del cabildo y a uno que
otro criollo empobrecido. En la élite estaban representados sus
tres atributos: el poder la riqueza y el honor. Los miembros de la
élite eran además activos buscadores de categorías, compartían
ideales y símbolos aristocráticos y ponían énfasis en la pureza de
la raza, el linaje y la legitimidad".64
En similares términos, Mills concluyó (refiriéndose a
los Estados Unidos de hace varias décadas) que existe una
minoría formada por quienes tienen "el máximo de lo que puede
tenerse, que generalmente se considera que comprende el
dinero, el poder y el prestigio, así como todos los modos de vida
a que conducen esas cosas. Pero la minoría no está formada
simplemente por los que tienen el máximo, porque no tendrían
'el máximo' sino fuera por sus posiciones en las grandes
instituciones. Pues esas instituciones son las bases necesarias
del poder, la riqueza y el prestigio, y al mismo tiempo los medios
principales de ejercer el poder, de adquirir y conservar la riqueza
y de sustentar las mayores pretensiones de prestigio".65
Sobre esta base, a diferencia de Gonzalbo para quien el
medio académico de la Nueva España "no ofrecía un brillante
porvenir ni unas ganancias jugosas... (y quizá por ello rara vez)
fueron los más ricos quienes más estudiaron, mientras que
ocuparon las aulas universitarias los hijos de funcionarios, de
pequeños propietarios y de comerciantes y los descendientes de
viejas familias empobrecidas", me inclino más por suscribir como
hipótesis de trabajo para Puebla, los resultados de la doctora
Castañeda al estudiar los graduados de la Universidad de
Guadalajara. Según ella las familias de los doctores invirtieron
un buen capital en la formación académica de sus hijos, porque
ésta más tarde les daría beneficios económicos o les ayudaría a
49
conseguirlos y significó, además, un modo de reproducción
simbólica y social de la élite.66 Indagar en este sentido es una
tarea por realizar en próximos trabajos, y espero que con óptimos
resultados.
50
buscaba conseguir la maduración de un proyecto en dos sen-
tidos, fortaleciendo a la corona y creando una conciencia
nacionalista hispana. Siendo así, la cátedra de derecho patrio
tenía, a su vez, el propósito de promover y difundir un orden
legal prescrito (aunque relegado por la fuerza de la costumbre)
y contrarrestar la influencia del derecho romano, pues tanto a
la corona como a los ilustrados les preocupaba —por razones
distintas— generar una idea común de pertenencia. Es de
señalar, que la formación jurídica novohispana durante el siglo
XVIII se instauró "recogiendo los ideales ilustrados en esta
materia, principalmente en cuanto a los libros de texto por los
cuales se deberían leer las cátedras, de tal manera que se pri-
vilegió a autores humanistas y iusnaturalistas, asimismo se dió
cabida a obras de Instituciones, que como las de Magro y
Beleña, concordaban el derecho romano con el real".69
En clara alusión a este propósito de pertenencia, aunque
en otro contexto, desde 1788 el seminario diocesano de Puebla
fue el primero en introducir una cátedra para estudiar leyes
novohispanas, al lado de las de Roma y España, utilizando para
ello la Recopilación Sumaria de Eusebio Bentura Beleña. 70
La Gazeta de México señaló que la cátedra estaba de
acuerdo con "los justos deseos de nuestros soberanos" y
facilitaba que "la juventud al propio tiempo que adquiere las
precisas noticias del derecho de los romanos, se instruye en las
leyes que nos rigen". La apertura de este curso es importante
porque sus promotores y maestros se vislumbran como parte
de la Nueva España, no de un espacio particular como sucedía
en Guadalajara y el Bajío que acusaron ya en tempranas fechas
el nacimiento de una identidad regional propia.71
51
Por otra parte, entre 1767 y 1771 Carlos III y sus mi-
nistros trabajaron activamente en la reforma de la enseñanza
con el propósito de desterrar el influjo jesuita y consolidar la
autoridad real. Es en este sentido que la reforma se pronunció
por el abandono de las teologías especulativas y promovió en
universidades y seminarios diocesanos una sola y misma teología
fundada en los principios de san Agustín y santo Tomás. La
monarquía ilustrada se propuso a su través afirmar la supre-
macía del poder civil en cuestiones temporales; convertir al
clero secular en una especie de cuerpo de funcionarios al servicio
de la política reformista y emprender una lucha contra ciertas
formas populares y tradicionales de religiosidad.72
Contrariamente a una historia tradicional de las ideas
que indentifica al siglo de las luces con la liberalización del
individuo y sus costumbres, es de subrayar el proceso centra-
lizador del poder político y el proceso de sometimiento de los
individuos, las instituciones y las corporaciones al Estado.
Esencialmente católica, la Ilustración española tuvo un carácter
secularizante que sólo pudo concretarse con los años. Sobre
este telón de fondo puede bien verse el lugar de los graduados.
En términos generales, las investigaciones proso-
pográficas recientes han subrayado que de 1687 a 1750, debido
a la incapacidad financiera de la corona, los criollos se vieron
beneficiados con la ocupación de cargos públicos, pero que de
1751 a 1808 se sucedió el restablecimiento y expansión de la
autoridad real en menoscabo de los derechos adquiridos por las
sociedades coloniales, de modo que hacia 1775 la influencia lo-
cal estaba en completa decadencia.73 Basta mencionar que en
el cabildo metropolitano de la ciudad de México mientras hacia
1776 el porcentaje de los españoles americanos que ocupaban
52
puestos como canónigos, racioneros y medios racioneros era de
77.7, 66.6 y 100, para 1797 tales cifras se habían reducido en un
33.3, 33.3 y 66.6 por ciento, quizá porque justo en 1776 se des-
pacharon varios decretos limitando a un tercio el número de criollos
que podían acceder a las audiencias y cabildos civiles y
eclesiásticos.74 Es de subrayar que frente a tales disposiciones,
el claustro de la Universidad de México envió una representación
al rey pidiendo que no se no se restringieran las oportunidades de
empleo para los graduados universitarios, pero esto no cambió la
política oficial en las últimas décadas del siglo XVIII.75 De cual-
quier modo, la Universidad siguió produciendo nuevos graduados.
Antes, en 1751, el marqués de Ensenada había reco-
mendado que la mitad de los cargos de la Cámara de Castilla
se asignaran a estudiantes universitarios sin relación con algún
colegio mayor. En esta medida, por sus antecedentes profe-
sionales y familiares, los empleados de la corona comenzaron
a ser distintos de sus predecesores. Por ende, empezaron a
decaer las universidades (Salamanca, Alcalá de Henares y
Valladolid) donde ciertas familias poderosas monopolizaban los
colegios mayores para asegurar la reproducción de su posición
social en las mejores plazas de la Iglesia y el Estado. En su
lugar surgieron instituciones como la de Granada, Toledo, Osuna
o Sigüenza, que durante décadas no habían tenido un funcionario
al servicio de la corona o se conceptuaban como de mala
74 David A. Brading, 1975, pp. 67-69; Zahino Peñafort, 1996, pp. 14-15.
75 Sobre esta representación, Tanck de Estrada, 1986, pp. 51-59.
76 La representación de la Universidad de Alcalá le escribió al rey Felipe V
(1724-1746), protestando contra la manera fácil como las universidades de
Alamagro, Avila y Sigüenza incorporaban sus grados: "Nadie quiere pasar por
la penosa carrera de los cursos para conseguir el grado de Bachiller, ni por la
precisa tardanza de tiempo para hacerse capaz del grado de licenciado, pudiendo
por medio de un grado comprado en las Universidades que se venden, lograr la
incorporación en la nuestra". Jiménez, 1971, p. 263.
53
calidad.76 Es "evidente apuntan, Burkholder y Chandler, que
los ministros de las altas cortes recién reclutados eran hombres
nuevos en varios sentidos".77
En esta perspectiva, si la política imperial se propuso
restarles poder a los tradicionales puntos de reclutamiento
burocrático favoreciendo la contratación de egresados pro-
cedentes de otras universidades, es de suponer, entonces, que
estos centros comenzaron a gozar de mayor influencia en la
vida social española, con lo cual les fue más fácil incorporar
sus grados académicos a esos prestigiosos lugares. Pero en el
caso de Nueva España, la Universidad de México siguió
monopolizando el otorgamiento de grados académicos hasta la
fundación de la Universidad de Guadalajara en 1792. Por tanto,
la mayor parte de los estudiantes poblanos de origen obtuvieron
de esa institución su grado.
En efecto, sobre un universo de 67 graduados, 50 lo
hicieron en ella y sólo cuatro en universidades españolas: los
hermanos Miguel y Manuel Lardizábal y Uribe, en la de
Valladolid; Andrés Moral y Castillo de Altra, en la de Ávila y
Mariano Beristáin de Souza, en la de Valencia. Tres de ellos
estudiaron en España por sus relaciones políticas y familiares
en la corte; uno, gracias al apoyo de un obispo.78
54
Cuadro 3. Letrados activos en Puebla, 1750-1800.
Poblanos : Estudios universitarios y grados
académicos Sin Total
Universidades Colegio Ordenes Datos Graduado
GRADOS ACADÉMICOS
UM UV UI UL SJ-SP JP DP
Bachiller 3 3
Bachiller en derecho 2 2
Bachiller en teología 1 1
Licenciado en leyes 5 1 6
Licenciado en cánones 2 2
Licenciado en teología 7 7
Licenciado en derecho 1 1 2
Licenciado 4 4
Licenciado en derecho civil 1 1
Licenciado en teología y cano 1 1
Cirujano 2 2
Maestro en sagrada teología 1 1 2
Doctor en teología 20 2 1 1 24
Doctor en cánones 3 1 4
Doctor 2 1 3
Doctor en derecho civil y cano 1 1
Doctor en teología y derecho 1 1
Doctor en teología y cánones 1 1
TOTAL DE GRADUADOS 50 2 1 1 8 1 1 3 67
55
El grado académico más socorrido fue el de doctor en
teología (24), seguido del de licenciado en teología (7); ambos
representan el 46.2 por ciento de la muestra. Pero, si del mismo
modo que en el de las regiones, agrupamos aquellos grados cuya
relación con el derecho civil es obvia, la cifra se eleva a 20
licenciados y un doctor, que juntos representan el 31.3 de quienes
obtuvieron algún título. Finalmente el grado de bachiller (8) apenas
representa el 11.9 por ciento.
Los datos anteriores nos indican todavía el predominio
de la carrera eclesiástica y no precisamente por cuestiones de
fe. Según la representación de 1777, dadas las pocas posibilidades
económicas en la agricultura, la minería, el comercio y la
administración gubernamental, los padres alientan a sus hijos para
que sean sacerdotes, porque, con miles de puestos en las
parroquias, esta carrera promete seguridad económica. En "la
secular, Señor, apenas tendrán los naturales la menor y menos
útil parte de los empleos, decían".79 Y es que desde 1749 se
había iniciado en la Nueva España la secularización de las
parroquias de indios, que en el caso de Puebla fue un proceso
rápido por haberse iniciado antes, lo cual facilitó la división de las
mismas.80 Baste decir que, en números redondos, mientras hacia
la primeras décadas del siglo XVIII el obispado contaba con 120
parroquias, al mediar éste la cifra había aumentado a 150 y que
para principios del siglo XIX tendría 247, un crecimiento
porcentual por encima del 100% si tomamos como referencia la
primera cantidad, y de un 65% si nos atenemos a la segunda.81
Para tal vez entender porqué a los juristas no les preo-
cupaba un grado superior, es de recordar que muy a pesar de
la lamentación universitaria de 1777, desde la segunda mitad
56
del siglo XVIII se expandió el campo de trabajo de los abogados
en la administración pública, pues en España fue una de las
medidas para desmontar los restos de la constitución estamental,
replegada a los cargos judiciales y militares.82 En Puebla hay
pistas para afirmar algo parecido.
Por otra parte, si revisamos los grados conocidos de 19
letrados no poblanos, sobresale asimismo la Universidad de México
(8) con el 42.1 por ciento.83 Las universidades de Sevilla y Alcalá
representan (4) el 21 por ciento y las de Avila, Valencia, Sala-
manca, Toledo y Zaragoza, junto con la de San Jerónimo, en la
Habana, el cinco por ciento: cada una otorgó un grado.
57
Cuadro 4. Letrados activos en Puebla 1750-1800.
No poblanos: Estudios universitarios y grados
académicos
S/ DATOS TOTAL
UNIVERSIDADES S/ORIGEN GRADUADOS
Grados
Acádemicos
UM US UA UI UL UN UT UH UZ
Lic. en cánones 1
Lic. en teología 1 1 1
Licenciado 1 1
Doctor en teología3 1 1 1 6
Doctor en cánones2 1 1 1 1 6
Doctor 1 2
Doctor en leyes 2 1 2
TOTAL
GRADUADOS 8 2 2 1 1 1 1 1 1 1 19
Claves:
UM Universidad de México
US Universidad de Sevilla
UA Universidad de Alcalá
UI Universidad de Avila
UL Universidad de Valencia
UN Universidad de Salamanca
UT Universidad de Toledo
UH Universidad de San Jerónimo, La Habana
UZ Universidad de Zaragoza
58
México en 1746: "En verdad engendraste copiosamente tantos
hijos de egregias costumbres y dignas del nombre cristiano,
que no nos es más fácil calcular el número de ellos que el de
las estrellas. Porque... dondequiera encontraremos varones
universitarios a quienes su virtud elevó hasta los cielos, que
dieron esplendor a la Iglesia o rigieron la república y fueron
ornamentos insignes de este Nuevo Orbe".84
Conclusiones
Durante el siglo XVIII los letrados de Puebla provinieron del
altiplano y del corredor comercial Puebla-Veracruz, es decir
de las zonas económicas más dinámicas: los centros de Orizaba,
Córdoba y Tehuacán, en el oriente; Huamantla, Tlaxco y san
Juan de los Llanos, en el norte. Para Pasquel el "hecho de que
en la comarca veracruzana no existieran colegios de tipo supe-
rior, determinó que las ricas familias de todas las poblaciones
enviaran a sus hijos a Puebla, para proseguir sus estudios
orientados, casi siempre y como entonces era la costumbre, a
la carrera sacerdotal. En el seminario poblano de la Angelópolis
se formaron la mayoría de quienes con el tiempo se
transformaron en ilustres intelectuales".85
Aunque el propósito original del seminario diocesano
era formar sacerdotes de familia pobre y noble, algunos jóvenes
de linaje y ricos desarrollaron estrategias particulares para vivir
de gratis donde se suponía debían pagar. Ciertamente, las puertas
de los colegios diocesanos nunca se cerraron a españoles y
criollos pobres, pero sus posibilidades de éxito fueron menores,
según en 1822 lo reconocieron de manera implícita los propios
59
becarios del colegio de san Pablo.86 En cuanto a los grados,
éstos en su mayoría los otorgó la Universidad de México, y
reflejan los intereses sociales e idológicos de las élites en una
sociedad religiosa, cuya secularización no se daría por decreto,
sino más bien en las prácticas sociales. Por ello es comprensible
que en el Colegio del Estado de Puebla, la institución educativa
y pública más importante de la entidad, se suprimiese la cátedra
de ciencias eclesiásticas hasta 1843.
86 Además de los ejemplos citados en el texto, los colegiales de san Pablo, —cuya
posición económica era elevada—, tuvieron incluso puestos catedralicios y de
gobierno en España. Por ejemplo, Pablo de la Llave, de Córdoba, fue tesorero de
la Colegiata de Osuna. Los hermanos Lardizábal y Urbide, de la provincia de
Tlaxcala, se doctoraron en España y destacaron allá. Manuel fue nombrado por el
rey Carlos III para trabajar en la reforma de las leyes penales junto a los tres
consejeros de Castilla y recibió asimismo los nombramientos de Oidor honorario
de la Real Chancillería de Granada; fiscal de la sala de Alcaldes de Corte; fiscal del
Supremo Consejo de Castilla; consejero y camarista del rey. Miguel fue secretario
de don Ventura Caro en la demarcación de límites entre España y Francia.
Desterrado de la corte, igual que su hermano, residió en Guipúzcoa donde se hizo
cargo del Seminario de Vergara, de donde volvió a la corte con Fernando VII. En
1811 fue diputado a las cortes de Cádiz. Sierra, 1985, pp. 489-491.
60
II
61
Bajo el amparo de ésta, las diócesis españolas proclives al
cambio renovaron los estatutos de sus colegios. En los
seminarios de Córdoba, Orihuela y Murcia por ejemplo, se elevó
el nivel de estudio y disciplina. "No es que se cambie mucho el
método tradicional de clases, dicen los hermanos Martín pero,
ya se apuntan nuevas modalidades. Sobre todo en la seriedad,
puntualidad, orden y disciplina de las mismas". En cuanto a los
libros de texto, la teología se explica por el padre Gonet O.P., la
filosofía, por el padre Goudin, O. P., excepto las súmulas que
todavía se estudian por las del Colegio Complutense de Santo
Tomás y la moral en el Promptuario, de Lárraga.3
En Puebla, el obispo Pantaleón Álvarez de Abreu, her-
mano del marqués de la Regalía y del inspector general de las
Islas Canarias y por lo mismo muy cercano a los deseos y
movimientos de la corte, se propuso reformar el estado sacer-
dotal y acrecer los estudios del seminario.4 Entre 1756 y 1761,
amplió el colegio seminario, compuesto por los colegios de San
Juan y San Pedro y su anexo el edificio de San Pantaleón; lo
dotó de más becas, un fondo de 8,000 pesos y le añadió tres
cátedras, una de sagradas ceremonias, otra de derecho canónico
y una de derecho civil, según se iba estilando en la península
ibérica. 5 Pero a diferencia de los seminarios españoles
reformados, no modificó los planes y programas de estudio.
Con base en estos antecedentes, Francisco Fabián y
Fuero, nombró a su téologo de cámara, el doctor José Pérez
Calama (1740-1797), regente de estudios en el seminario dio-
cesano.6 Este salmantino, siguiendo las reformas educativas de
62
los seminarios en la Península, realizó en1765 y 1767 un cambio
en los programas de estudio: se impusieron como libros de texto
obligatorios en las materias filosofía, teología y moral, los escritos
por Jean Baptiste Gonet, Francisco Lárraga y Antonio Goudin,
buscando con esto hacer contrapeso a las enseñanzas de los
jesuitas y acercarse a las propuestas de los dominicos, cuya
orden venía difundiendo las doctrinas de santo Tomás y
empezaba a conseguir los favores oficiales de la corte.7
El contenido de estos libros —de uso asaz en los
seminarios españoles reformados— en realidad no era muy
diferente a cualquier otro texto o apunte tradicional para
aprender la cátedra. En 1790 J. Antonio Alzate recordará que
en sus primeros años estudio filosofía escolástica y fue calificado
por su maestro como uno de sus mejores alumnos, pero
"concluido el curso de artes me encontré tan ignorante de la
verdadera filosofía como al principio. Me dediqué al estudio
de la mécanica, y hallé que más aprovechaba con una hora de
estudio en Nollet que con tres años en Goudin, Polanco, Lozada
y otros semejantes".8 A su vez Miguel Hidalgo y Costilla, que
estudió en el libro de Gonet, señala que éste trata los temas con
suma proligidad e introduce muchas cuestiones meramente
filosóficas. Son, recalca, "pocos los rasgos de Historia que se
ven en su obra y falta de crítica a los textos que apoya".9 Para
el historiador Cardoso Galué el manual de Gonet estaba "plagado
de cuestiones inútiles, inexactitudes históricas y, lo más
importante, la doctrina misma de santo Tomás se perdía en la
selva de un enmarañado aparato silogístico".10
63
Si estas eran las virtudes de tales textos ¿en qué consistió
la inovación?. Los puntos de mayor peso fueron sin duda el
haber introducido en el aula la disciplina escolar y la reflexión
académica sobre los mismos referentes a propósito para evitar
los peligros de la improvisación y las discusiones inútiles entre
los alumnos. Pero también el prohibir tácitamente las lecturas
de la escuela suarecista, identificada con los jesuitas. Es de
recordar que luego de su expulsión en 1767 se generalizó por
un breve tiempo en las universidades españolas el empleo del
libro de Goudin para las clases de filosofía, pues los nuevos
planes de estudio lo abandonaron por la física de
Musschenbroek y el texto de François Jacquier, un clérigo regu-
lar matemático y profesor de física experimental en Roma.11
De cualquier modo, los estudiantes del seminario dio-
cesano estuvieron sujetos a este plan de estudios por varios
años. Y todavía más: en 1769, desde San Miguel del Milagro,
Francisco Fabián y Fuero ordenó que las cátedras de prima y
vísperas de sagrada teología no se expliquen ni se enseñen por
otro autor que no sea la Summa Theologica de santo Tomás,
atendiendo a la recomendación real de escoger para los estudios
en universidades y seminarios libros que se mostrasen más
conformes con las doctrinas de san Agustín y santo Tomás.12
Si lo que se buscaba con esa recomendación era justificar
el intervencionismo del Estado en las cosas de la Iglesia y de-
fender la pureza original de la misma salta a la vista que los
cuerpos teóricos de san Agustín y santo Tomás eran los más
apropiados. Los conceptos del primero reforzaban la reforma
de las costumbres religiosas y las ideas del segundo sobre las
relaciones entre la Iglesia y el Estado eran de actualidad in-
mediata —útiles—, pues de acuerdo con sus impulsores y según
64
lo recordará más tarde, en 1812, el poblano Beristáin de
Souza,"en lo concerniente al bien civil debe obedecerse primero
a la potestad secular que a la eclesiástica; proposición no sólo
cierta, sino evangélica" de santo Tomás.13
En suma, durante el gobierno diocesano de Fabián y Fuero
se introdujeron en el seminario diocesano varias reformas
curriculares que perduraron hasta los albores del siglo XIX.
Este fenómeno de perduración, sin embargo, no fue sólo privativo
de Puebla, aunque para la Nueva España la reforma acádemica
de los seminarios diocesanos de aquí haya partido. En el
seminario de Valladolid, Michoacán, por ejemplo, en 1770 se
llevaron a cabo los mismos cambios curriculares y cuando
entre 1792 y 1796 José María Morelos y Pavón estudió la
carrera eclesiástica, lo hizo en los libros de Gonet, Goudin y el
dominico español Francisco Lárraga, este último reformado por
Francisco Santos y Grosin, presbítero secular, en cuyas diversas
"ediciones se fueron adaptando a las normas pontificias y regias",
como igual sucedió con el "gonetillo" que para 1795 —pese a
ser objeto de severas críticas y ocupar el lugar principal el curso
escrito por el teólogo belga, Carlos Billuart, "más acorde con
las exigencias de una teología positiva, esto es, histórica y
crítica— seguía vigente en ciertos aspectos relacionados con
la teoría social tomista sobre el bien común.14
Y es que la teoría social de santo Tomás no se quedó
enclaustrada. Mediante edictos, cartas pastorales y hasta obras
de arte —grabado, arquitectura y pintura— se difundió hacia
todas partes, subrayando que la sociedad tiene su origen no en
una libre determinación de los individuos, como lo apuntaron
—entre otros— los jesuitas Francisco Javier Lazcano y Fran-
65
cisco Javier Alegre, sino en el derecho natural, es decir, en la
ley no escrita, impresa por Dios en la naturaleza humana, ya
que es la voluntad de Dios la que funda los pueblos y es ésta la
que crea la autoridad.15 "Por derecho Divino natural, por
institución y ordenación de Dios... se han fundado los Pueblos
para que vivamos los hombres en compañía teniendo quien en
nombre de Dios nos goberne (ved aquí nuestro Príncipe) y
quien haciendo las voces del Autor de todo, cuide de orden
suya nuestro sosiego, abundancia y seguridad...", apunta Fabián
y Fuero.16
Pero la autoridad —aunque es de origen divino— es
hasta cierto punto una consecuencia lógica de la sociedad: una
agrupación compuesta de seres que saben discernir, gracias a
las potencias del alma y a los dones espirituales recibidos de
Dios. Por lo mismo, en las aras del bien común y contra los
fines egoístas de quienes sólo buscan su propio beneficio, los
individuos libremente se agrupan y aceptan la subordinación
total a una cabeza. Así, la subordinación y obediencia a los
príncipes —siendo Dios el único rey—, a más de ser una virtud
cívica basada en el derecho natural, es también una virtud
cristiana prescrita por mandato expreso y revelado por Dios en
las sagradas letras y los doctores de la Iglesia, lo que le da un
carácter de obligación moral indispensable para obtener la
salvación eterna.17
66
Fabián y Fuero incluso llega al punto de convertir las
formas de autocoacción religiosa "en bien del pueblo y felicidad
del rey", pues toda la vida cristiana y civil gira alrededor de la
obediencia racional y la subordinación completa al soberano.
Uno hasta llegaría a pensar que nos habla de la medieval
"república christiana" donde Estado e Iglesia comparten a la
par la misma responsabilidad en la formación del individuo. "Ser
cristiano y ser vasallo —nos dice— son cualidades que le nacen
al hombre simultáneamente". Pero no. Sin mencionar uno de
los principios fundamentales que durante el siglo XVIII normaron
la política de la Corona en materia civil y religiosa, sostiene que
la Iglesia recibe "la suma del régimen espiritual" y los soberanos
—que velan por el bienestar material y espiritual de sus
vasallos—, los asuntos de la vida profana.18 Ambas instituciones,
por lo tanto, tienen sus propios campos de acción y quedan
jeárquicamente sujetas, según su materia.
Planteado de esta manera, el asunto de la subordinación
mutua parecería claro, pero en realidad al concederle al Estado
el derecho de velar por el bienestar material y espiritual de sus
vasallos, se favorecería su intervención en cuestiones
eclesiásticas y religiosas. Este problema, si no afloró durante el
último tercio del siglo XVIII debido a la sujeción histórica de la
Iglesia, en la primera mitad del siglo XIX produjo largas
discusiones y serios enfrentamientos.
67
mones publicados 1) registran los cambios ideológicos y men-
tales sucedidos en una parte de la sociedad poblana hacia el
último tercio del siglo XVIII, 2) proporcionan, desde su punto
de vista, una explicación sobre las causas de la Revolución
francesa y 3) se pronuncian a favor de las ideas políticas
establecidas, que por el lugar desde donde se emiten funcionan
como verdaderos sitios de propaganda.
Para José Dimas Cervantes, los franceses, llaman
filosofía ilustrada "a la apostacía y al ateísmo; al materialismo y
la rebelión; al libertinaje y la maledicencia; a la sensualidad y la
holgazanería; al lujo y la destemplanza; al dolo y la mala fe; a la
acechanza y a la traición; a la desesperación y al suicidio; y
para decirlo más en breve, a la libertad de conciencia y a toda
disolución".20 Por eso "insultan con el mayor descaro y desver-
güenza a las tiaras y a los cetros, a las mitras y a las togas, a los
magistrados y a los jueces; y no hay... Linaje alguno de ultrajes
y vilipendios... de que no hayan valido para herir en lo más vivo
a estos dos brazos (del derecho divino: el poder espiritual y
temporal)".21 En esta virtud, basta ver ahora cómo en Puebla
los ataques a los fundamentos capitales de la santa religión
cátolica (Fe, Ley y doctrina) corren públicamente en gacetas y
folletos, se platican con demasiada frecuencia en nuestras calles
y plazas y se siguen con el siglo, violando la sagrada autoridad
y sin que ningún alma consiga poner remedio.22
68
Otro panegirista subrayaba en 1795 cómo iban entrando
las ideas ateas de la revolución francesa en las casas de los
poblanos y cómo éstos hacían profesión de semejante libertinaje
y se manifestaban contra la costumbre de las enseñanzas
religiosas: "No menos me acuerdo que las casas de los cátolicos
se adornaban con las imágenes de los santos, para los buenos
fines que contenían; mas ya en el día en muchas de ellas se ha
abolido aquella loable costumbre y se ha introducido la maldita
moda francesa de vestir las paredes con países (paisajes), y
aun figuras inhonestas. Las imágenes sagradas son mudos predi-
cadores, que nos enseñan, ya una la humildad, ya otra la
penitencia, ya otra el martirio por la fe; ya todas finalmente, la
religión y la caridad, virtudes que execran los herejes, como a
los mismos santos. ¿Mas qué pueden usar que no sea agradable
a los sentidos? ¿Y qué han de poner a su vista sino objetos
sensuales? ¡Ah! ¿Y en esto quereis imitarlos? Advertid que de
este modo vuestros usos en todo profanos, insensiblemente se
acercan al jacobinismo."23
Por otra parte, analizando escritos de funcionarios
eclésiasticos o con la aprobación de éstos, Taylor concluyó que
en la Nueva España durante el siglo XVIII hubo un cambio
importante en el plano doctrinal, y éste consistió en subrayar la
importancia de los diez mandamientos sobre los siete pecados
capitales. La "soberbia, la codicia, la lujuria, la ira, la glotonería,
la envidia y la pereza eran excesos alevosos de la pasión que
debían refrenarse, pues violaban la ley de Dios. Pero los diez
mandamientos eran más contundentes y sociales, sobre todo
69
explicados como aprendendieron a hacerlo los sacerdotes de
fines de la época colonial. Los mandamientos enfatizan las
relaciones del individuo con Dios, con la familia y el prójimo,
sus mensajes supuestamente sugerían el respeto a la autoridad,
la reforma de las costumbres, el bienestar social y el amor y
caridad como medios para alcanzar la gracia. Y así como la
tutela iba ganando terreno sobre la protección paternal, los diez
mandamientos comportaban virtudes que debían enseñar y no
ya pasiones que deberían sofocarse.24 Esta misma situación la
podemos observar en los escritos poblanos del periodo.
Uno de los sermones más explícitos es el José Atanacio
Díaz y Tirado quien, tomando por modelo de obediencia a san
José, se propone argumentar sobre "la exacta observancia
con que debemos obedecer las leyes divinas y el puntual cum-
plimiento con que así mismo debe ejercitarse nuestra obediencia
a las humanas", pues sí somos obedientes a Dios, lo debemos
ser a nuestros superiores.25 Bien expreso es el "mandamiento
Divino de honrar a nuestros Padres, y por estos se entienden
todos los mayores. La autoridad con que mandan es del mismo
Dios, porque por él reinan los reyes y los legisladores establecen
lo justo. Por lo tanto, el remitente a las leyes humanas, resiste a
la ordenación divina. Los padres de familia y los jueces por su
oficio deben velar sobre la conducta de los que rigen, porque
70
son responsables ante Dios de estas almas, y de aquí infiere el
ápostol (san Pablo), que debemos obedecer sus preceptos".26
En este sentido, la religión nos ofrece numerosos
ejemplos de santos cuya virtud principal fue la obediencia y, sin
embargo, el modelo perfecto es san José. San José fue
observantísimo no sólo de las leyes divinas y naturales, sino de
las judiciales y ceremoniales. No hay para su obediencia
dificultades que no venza, pretextos que no contraste."Basta
que tenga el nombre de ley para que ni una tilde o un ápice
omita su puntual observancia. Todo el pueblo de Israel se altera
promulgado el edicto del César. Repugnan los hebreos pagar el
tributo, reclaman por sus privilegios de excepción, que deben
gozar como hijos del Pueblo de Dios; pero José ni por estas
razones, ni por las mayores de su real sangre (como hijo de
David), ni por la de ser Padre del mismo Dios, se opone a la
ley... No entra en disputa si está bien mandado, y... basta que el
Rey lo mande para que él obedezca".27 La obediencia era, por
encima de todas las cosas, la virtud primera que debían tener
los súbditos. Con ella se garantizaba el reino.
Cuando hacia octubre de 1789 ya eran conocidas las
noticias de la Revolución francesa, José Carmona nos ofrece el
modelo más completo del vasallo en la imagen del beato Sebastián
de Aparicio. Según él, esta flor de santidad poblana desde su
tierna infancia no indicaba más que ser un "mustio, de ánimo
apocado de genio desabrido y de modales rústicas y groseras.
Mustio intitula el fascinado y fascinante mundo al que es modesto;
71
ánimo apocado al sumiso y obediente; genio desabrido, la innata
propensión a los devotos ejercicios; modales rústicas y groseras,
la moderación de la lengua, el retiro de los maldicientes y los
murmuradores, de los licenciosos y libertinos".28 Modesto, sumiso
y obediente, propenso a los devotos ejercicios, moderado en sus
palabras y alejado de los maldicientes y los murmuradores, de
los licenciosos y libertinos, era pues el modelo del vasallo que
tuvo en mente el clero poblano. ¿Cuanto de esto ha cambiado
con los años en la —dizque— nueva concepción del ciudadano?
Esa es una tarea por investigar si queremos un país más libre,
humano, justo y democrático.
72
III
El porfirismo en Puebla
Durante la guerra de tres años y la intervención francesa se
consolidó en la Sierra Norte un grupo encabezado Juan N.
Méndez, Juan Crisóstomo Bonilla y Juan Francisco Lucas, (a)
los Tres Juanes.1 Para abril de 1867 este grupo detentaba el
73
control político y militar de la entidad, pero una vez restaurada
la República, Juárez estableció una alianza con la élite política
del centro o alteña y los relegó. Cuando en 1876 Porfirio Díaz
se sublevó contra Lerdo de Tejada, encontró en el grupo serrano
un apoyo seguro, el mismo que le brindaron los Meixueiro en
Oaxaca o Vicente Jiménez en Guerrero.2
Al asumir la presidencia Porfirio Díaz, llegaron con él
los grupos que lo habían apoyado. Entre 1876 y 1878 se da un
gobierno de transición con la presencia del hacendado José
María Coutolenc y el general Carlos Pacheco. A partir de 1878
y hasta 1884 el control de la entidad estuvo de nuevo en manos
de los Tres Juanes. Juan Crisóstomo Bonilla fue gobernador
de 1878 a 1880; Juan N. Méndez, de 1880 a 1884.3
Por sus orígenes sociales y su marcado jacobinismo, el
grupo de los Tres Juanes no contó con el aval de la élite política
alteña. Hacia 1880 era evidente el desgaste del grupo y su
separación del poder, pero visto el proceso en otro contexto se
comprende la llegada de Juan N. Méndez al Poder Ejecutivo
estatal para el período 1880—1884: a Porfirio Díaz le convenía
asegurar la elección presidencial del general Manuel González
y estaba empeñado en controlar y tener de su parte a la Cámara
de Diputados —todavía en manos de quienes se habían adherido
al Plan de Tuxtepec y pieza clave si pensaba asumir de nuevo
el poder en 1884.
Entre 1880 y 1884 la disputa por el poder se prolongó con
altibajos en la entidad. Por encima de las promesas y los propósitos
de los Tres Juanes predominaron los ancestrales pactos: una
sociedad inestable y fincada en las relaciones personales jamás
2 Jesús Ferrer Gamboa, 1967, pp. 59-60; Brading, 1985 pp. 56-57, 110-111.
3 Tamain ha trabajado en diversos textos este período. El más importante y
sobre el que descansa la presente síntesis es de 1993, pp. 303-341.
74
podría cambiar de la noche a la mañana. De este modo, y
contando con el apoyo de liberales descontentos, la élite política
del altiplano se fortaleció, si bien el conflicto histórico y perma-
nente entre los principales actores de ambas regiones se mantuvo
a lo largo de esos años.
Pero después de tantas asonadas y desconciertos, la con-
solidación del régimen porfirista requería, no obstante, de un
gobierno centralizado y de la ruptura con los grupos regionales
de poder que le servían de base. El cacicazgo de los Tres
Juanes, además, no contaba con garantía alguna de
sobrevivencia, vista su implantación en un medio hostil.
En 1885, después de que Méndez buscó imponer sus
condiciones, asumió la gubernatura el general Rosendo
Márquez, un liberal jalisciense leal a Díaz, reconocido como
factor de equilibrio por los liberales y los conservadores poblanos.
Desde entonces y hasta 1892 se dictaron distintas providencias
para hacer efectiva la concentración y centralización del poder
político en Puebla. Con Rosendo Márquez, además, comenzó
a diluirse el conflicto histórico entre la Sierra Norte y el Altiplano,
pues en su gobierno participaron elementos de ambas regiones,
políticos de uno y otro bando. Cuando en 1892 se hizo cargo
del poder Ejecutivo Mucio P. Martínez estaban dadas las
condiciones políticas e intelectuales para su permanencia en
ese puesto hasta 1911. El porfirismo en Puebla habíase con-
solidado al diluir el conflicto histórico regional y retomar los
proyectos políticos e ideológicos abanderados en sus orígenes
por los serranos. Ciertamente fueron ellos quienes propiciaron
el surgimiento y desarrollo de una élite intelectual que perduraría
hasta los últimos años del porfirismo.
El krausismo
"Cuando una sociedad está tan perturbada y tan conmovida
—señala Eloy Terrón— más que una filosofía portadora de
75
una concepción del mundo y de la vida, maravillosamente
construida y sistematizada, lo que necesita es una recons-
trucción ética sobre la base de una imagen emocional del
mundo, que organice los sentimientos y proponga a los hom-
bres valores capaces de determinar su conducta desde el in-
terior, ya que las deficiencias de la Administración hacen
imposible el cumplimiento coactivo de las leyes".4
La sociedad poblana de la República restaurada y los inicios
del porfirismo, debido a tantos años de abatimiento, requería
de una reconstrucción ética. Los Tres Juanes, al llegar por
segunda vez al poder, fueron quienes se echaron a cuestas
esta tarea y para ello propusieron medidas inspiradas no sólo
en su liberalismo doctrinario, sino también en una corriente de
pensamiento típica de la segunda mitad del siglo XIX y
comienzos del actual: el krausismo.5
4 Terrón, 1969, p. 9.
5 Su nombre se debe no sólo a las teorías contenidas en los libros de Karl
Christian Friedrich Krause (1781-1832) —supuesto creador—, sino a las
ideas que tomadas de este filósofo alemán cobraron vida en la pluma de
escritores como Francisco Giner de los Ríos y Eugenio María Hostos.
6 Gutiérrez Laboy, 1992, pp. 55-56. Con la salvedad de las distancias
históricas, el asociacionismo es comparable a lo que hoy suele llamarse el
fortalecimiento de la de sociedad civil.
76
a recrear ese vínculo: la realización práctica de la autorrea-
lización moral ha de pasar por una renovación educativa que
afirme la autonomía moral del individuo sobre el dogmatismo
confesional y partidista.7 Por eso, las prácticas cultuales y las
preferencias ideológicas o políticas deben inculcarse en el hogar
como valores normativos de la acción humana y deben ser el
cabal alimento de la tolerancia, la convivencia y el respeto hacia
los demás; el campo fértil para ser y trascender. Dentro de una
visión en lo fundamental progresista y progresiva el krausismo
se propone reconciliar la vida cristiana con los avances de la
ciencia y el pensamiento político moderno. Y para tal efecto se
plantea el desarrollo de un racionalismo armónico.8
En esta concepción, la sociedad es un organismo donde
cada elemento tiene una función propia de antemano. "Todo
hombre —escribe Sanz del Río en 1857— tiene derechos
absolutos, imprescindibles, que derivan de su propia naturaleza,
y no de la voluntad, el interés o la convención de sus semejantes:
los derechos a vivir, educarse, trabajar, a la libertad, a la igualdad,
a la propiedad, a la sociabilidad. La sociedad puede y debe
organizar estos derechos en el interés de todos, en favor de su
coexistencia y de su cumplimiento[...]". Como funciones de un
mismo organismo, la organización social consiste en la distri-
bución de todas las fuerzas sociales en esferas distintas, inde-
pendientes unas de otras, y cada una con propia actividad, con
77
una misión especial que cumplir, aunque ligadas entre sí y
concurrentes a un mismo fin general.9
La cuestión del krausismo comenzó a discutirse en la
ciudad de México hasta 1880, cuando el ministro de Justicia,
mediante un decreto, se propuso sustituir el texto de lógica de
Alexander Bain por el de Guillaume Tiberghien y reencauzar o
abolir con ello el plan positivista de estudios de la Escuela
Nacional Preparatoria, vigente desde 1869.10 La polémica aca-
démica de ese momento tomó un cariz político y refleja, por un
lado, la lucha continua entre el positivismo comteano y el libe-
ralismo doctrinario, y por otro, la presencia de la oposición
católica. En tanto la vieja guardia de liberales como Ignacio M.
Altamirano y Guillermo Prieto veían en el positivismo la negación
de los ideales libertarios, la generación de jóvenes positivistas,
formados bajo la influencia de Gabino Barreda, lo aprobaban
de buena convicción y gana.11 Por su parte, los católicos
tradicionalistas, como José de Jesús Cuevas, pensaban que el
positivismo no era un sistema filosófico, sino una serie de enun-
ciados que negaban a Dios, el alma y la certeza de la vida
perdurable.12 El decreto por el que se cambiaba el texto de
lógica, repetía los argumentos esgrimidos por unos y otros en
contra del positivismo. El libro de Tiberghien (1819-1901), aducía
Ignacio Mariscal, miembro del gabinete presidencial y
catedrático de la materia en la Preparatoria, no socava los prin-
cipios morales y la fe religiosa, pues fomenta un "deísmo ra-
cional" que no favorece a ninguna "secta específica", pero
78
deja al estudiante en la libertad de aceptar las creencias de sus
padres o formar las suyas propias.13
Esta obra había sido elaborada a partir del las
propuestas filosóficas krausistas. Tiberghien, alumno de Heinrich
Ahrens, un discípulo de Krause que enseñaba filosofía del
derecho en Bruselas, conocía las corrientes intelectuales
francesas, y su crítica al positivismo era en cierto modo afín al
espiritualismo francés, muy de moda en los círculos intelectuales
de la ciudad de México durante las décadas de los sesenta y
setenta; antes y después de que se introdujese el positivismo.
Pero con el arribo de éste, mientras un sector de la
intelectualidad se apartó del núcleo original y se volvió positivista,
otro se afirmó en aquél y con esa base emprendió su crítica a
los fundamentos del nuevo sistema. Tres años más tarde, en
1883, la balanza se inclinaría en favor de los "espiritualistas",
cuando en la clase de lógica oficialmente se adoptó el tratado
de Paul Janet. Esto simbolizó un giro en la orientación intelectual
de los anti-positivistas mexicanos desde el krausismo español
hacia el espiritualismo francés. La polémica entre espiritualistas
y positivistas duraría hasta después de 1900, pero las huellas
del krausismo en México, concluye Charles Hale, "son débiles,
pequeñas y superficiales en comparación con las del
espiritualismo".14 Y señala: aunque el krausismo llegó de Espa-
ña, entró a través de un belga que conocía desde hacía tiempo
el papel que ocupaba el positivismo en el mundo de habla fran-
cesa.15 En España el krausismo precedió al positivismo; en
México entró cuando el positivismo llevaba más de diez años
13 Hale, 1991, p. 283.
14 Hale, 1991, p. 287.
15 Desde 1867 Tiberghien se había pronunciado en Bélgica contra el positivismo,
en una conferencia titulada "L'Athéisme, le materialisme et le positivisme"; ese
mismo año Gabino Barreda se había declarado en México a favor de la doctrina
positivista y su adopción oficial, destacando en ella su aspecto anti-clerical.
Roig, 1969, p. 388; Leopoldo Zea, 1981, pp. 55-56.
79
como filosofía oficial de un sistema reformado de educación
superior: fue usado para hacer frente a un positivismo ya
establecido, papel contrario al que tuvo en España.16
80
educación, pues el progreso desde su particular punto de vista
entrañaba el perfeccionamiento moral y educativo de las mujeres
y los hombres: la formación de ciudadanos libres.18
El primer krausista de que se tiene noticia fue Gustavo
P. Mahr (1832-1896), un alemán avecindado en Puebla, cuya
influencia en el gobierno de Ignacio Romero Vargas hizo que
en 1871 se declarara obligatoria para los niños la escuela ele-
mental.19 Este personaje, lector entusiasta de Krause, sentó,
además, las bases para una educación popular al establecer
escuelas nocturnas para trabajadores.20 En torno a él se reunió
la primera y única generación krausista, formada por individuos
como Miguel Serrano (1842-1916), J. Rafael Isunza (1845-
1932) y más tarde Francisco Béiztegui (1860-1912) y Rafael
Serrano (1858-1927). Miguel Serrano fue secretario de Fomento
81
y Educación con Bonilla y secretario de Gobierno con Juan N,
Méndez; tradujo, además, algunos textos de Krause.21 En 1885
cuando el Congreso de la Unión decretó el establecimiento de
la Escuela Normal para Profesores en la ciudad de México,
participó con Ignacio M. Altamirano y Francisco Béiztegui en
la discusión del reglamento que le dio vida, incluso fue el primer
director de aquella institución; también fue director del Colegio
del Estado de Puebla en 1884.22 J. Rafael Isunza, conocido y
compañero de armas de Porfirio Díaz, sucedió a Guillermo Prieto
en el cargo de director de la Escuela Normal para maestros en
la ciudad de Puebla y cuando éste renunció en 1888 para hacer
un viaje de estudios a Europa, tomó la batuta Francisco
Béiztegui.23 Desde luego, es de subrayar en estos krausistas
poblanos sus estrechos vínculos con la vieja guardia de liberales
románticos: Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto e Ignacio Manuel
Altamirano.24 Hacia 1880, mientras se discute en la ciudad de
21 El profesor Héctor Silva Andraca fue quien por vez primera, en 1963,
planteó la existencia del krausismo poblano. Podría "pensarse —nos dice—
que el krausismo hubiera llegado a Puebla a través de los escritores españoles,
no hay tal cosa. Krause fue estudiado directamente por los estudiantes del
Colegio del Estado, en la Preparatoria y en la facultad de Jurisprudencia, en
su Lógica, Etica y Filosofía del Derecho, desde el año de 1867, siendo el
catedrático don Miguel Serrano.
Por otra parte, Don Guillermo Prieto al reseñar la velada inaugural de la
Escuela Normal para varones, el 20 de enero de 1880, apunta que al señor
Serrano le son familiares "autores modernos de más nombradía. Krause se
conoce que es su ídolo en la idealidad.
Por fortuna la Biblioteca Lafragua de la UAP cuenta con el legado bibliográfico
de don Rafael Serrano, hermano de Miguel. En ése podemos ver ediciones
príncipes de reconocidos krausistas, con anotaciones de Miguel, pero hasta
ahora ninguna traducción suya. Vid. Cruz, 1994 h. 3.
22 Los trazos biográficos de Miguel Serrano los proporcionan Cruz, 1994;
Cordero y Torres, II, 1973, pp. 641-642; Larroyo, 1988, p. 343.
23 Marín H, 1932, p. 6.
24 Ignacio Ramírez fue secretario de Fomento y Educación; Guillermo Prie-
to, director de la Normal para maestros; Ignacio Manuel Altamirano, director
de El Colegio del Estado.
82
México la pertinencia del krausismo, en la ciudad de Puebla
podemos ver en él una especie de compromiso entre una parte
de la élite educada del altiplano, la élite liberal y los militares
serranos; una y otros por razones diferentes se oponen al
positivismo oficial, y sus propuestas socio-políticas adquieren
un sentido ético-político-pedagógico en pos de la
transformación de la sociedad poblana. No es fortuito, entonces,
que durante las administraciones de Bonilla y Méndez, los
krausistas compartan responsabilidades en el gobierno con los
liberales de la vieja guardia; los segundos son interlocutores de
los Juanes frente a un segmento de la élite educada del altiplano
y contribuyen de igual forma a darle un sello distintivo al poder
y la política regionales.25 Poco después, cuando éstos dejan el
poder, los intelectuales krausistas definirán la política guber-
namental en materia educativa y cultural, mediante el control
de ciertos puestos claves en el gobierno de la entidad: el ministerio
de Fomento y Educación, las direcciones del Colegio del Estado
y la Escuela Normal para maestros, por citar algunos. Desde
aquí y a partir de entonces podemos hablar del surgimiento y
consolidación de una élite política e intelectual poblana que
perdurará durante el porfirismo, en cuyos inicios —insisto—
se encuentra una relación de compromiso entre el liberalismo
militante y el pensamiento krausista.26
25 En este contexto, habría que valorar la política de respeto, tolerancia y
acercamiento de Bonilla hacia un sector liberal ilustrado del clero católico,
representado por Eulogio Guillow y la política educativa que implementó
durante su gobierno. Vid. Huerta Jaramillo, 1992, p. 7; Gillow y Zavalza,
1920, pp. 127-129.
26 En 1880, por ejemplo, el Plan de estudios para la carrera de maestro, hecho
por Guillermo Prieto, se impuso frente al propuesto por Gustavo P. Mahr.
Este no tenía influencias krausistas, pero al dejar la dirección Guillermo
Prieto, desde la Secretaría de Fomento y Educación, siendo su titular el
licenciado Miguel Serrano se incorporó al estudio de la naturaleza, "el estudio
del Yo, estableciendo las cátedras de Lógica, Etica y Psicología..." Vid. Huerta
Jaramillo, 1992, p. 7; Cruz, 1994, h. 4.
83
Años más tarde, a finales de los ochenta y principios
de los noventa, esta misma élite abrazará el krauso-positivismo
y con base en él ordenará numerosos aspectos del quehacer
social y universitario, aunque respetando otras corrientes y
tendencias ideológicas cultivadas en el ámbito regional, siendo
consecuente así con sus propósitos de respeto, tolerancia y
convivencia con los demás.27
El krausismo, según hemos visto, no está en contra del
método científico propalado por el positivismo; su rechazo
proviene más bien de que éste no propone valores trascen-
dentes. Sin embargo, conforme se vuelven patrimonio común
las ideas derivadas del pensamiento darwinista y los avances
de la ciencia convalidan la evolución de las especies, el
krausismo modifica su mirada inicial frente al positivismo. Ahora
esos adelantos lo proveen de una base teórica más sólida, pero
no por ello alejada de sus ideas originales en torno a la
organización de la sociedad y el papel de la educación y la
ciencia. De esta manera surge el krauso-positivismo, una
interpretación "científica" sobre la transformación gradual de
la sociedad.28 El krauso-positivismo, sin renunciar a la
conciencia como punto de partida, se propone abrir las puertas
a una fundamentación de la metafísica sobre el saber experi-
mental, propiciando no sólo el cultivo de las ciencias físico-
naturales, sino también y en primer término el desarrollo de las
ciencias humanas (Psicología, Sociología, Historia, Derecho,
Ética y Pedagogía) porque ellas están conectadas directamente
con el quehacer práctico y requieren de un método que les
27 La denominación krauso-positivismo fue acuñada por Adolfo Posada en
Ideas pedagógicas modernas. Prólogo de Leopoldo Alas "Clarín". Madrid,
1892.
28 Algunos historiadores como Manuel Maldonado Denis han llegado a
plantear, incluso, la existencia de un "positivismo autóctono" latinoamericano.
Vid. Ponencia presentada en el Simposio Internacional sobre El krausismo
latinoamericano. Chichón (Madrid), 1988. Ms. h. 4.
84
confiera legitimidad y certeza.29 Los estudios existentes nos
permiten caracterizarlo por tres notas fundamentales:30 a). El
intento por superar el dualismo racionalista de la filosofía
moderna, conjugando el método especulativo (razón) y el
método experimental (observación), para hacer una síntesis
entre el racionalismo metafísico (krausismo) y la observación
empírica (positivismo); b). La búsqueda de una metafísica
inductiva —derivada de este propósito— que trata de realizarse
mediante el desarrollo de la psicología experimental como
ciencia privilegiada de los hechos humanos y sociales; y, c). La
afirmación de un "monismo positivo" que encuentra su
formulación más amplia en una concepción unitaria del mundo,
la cual rechaza el dualismo cartesiano y propone la búsqueda
de la "unidad de lo real en la dirección positiva" (científica) de
los hechos naturales, sociales y humanos.
La importancia de esta caracterización nos permite en-
tender diversas tendencias y corrientes de pensamiento, ín-
timamente ligadas, pero distintas en cuanto a sus orígenes. En
las postrimerías del siglo XIX, por ejemplo, el krauso-positivismo
y el positivismo espiritualista —y aun el catolicismo social—
coincidieron y hasta se confundieron en países como, Puerto
Rico, Argentina, Uruguay y México.31 En México la batalla
contra el positivismo oficial provino de estas dos corrientes y
de la doctrina social católica, pero con excepción del pensa-
miento católico, las demás no han merecido la atención de los
historiadores y mucho menos su estudio regional. Hacia finales
de los ochenta y principios de los noventa el krausismo poblano,
29 Arturo Andrés Roig, 1969, p. 395; Arpini, 1990, p. 104.
30 Vid. Abellán, 1991, pp. 58-59.
31 Con relación al krauso-positivismo en Puerto Rico, los textos acerca de
Eugenio María Hostos que se citan en este artículo; sobre el krauso-positivismo
en Argentina y el espiritualismo en Uruguay, Roig, 1969, pp. 401-472 y Ardao,
1950. Para México, son elocuentes las Conferencias del Ateneo de la Juventud.
Vid. Caso; Reyes, et. al., 1962, pp. 29-113.
85
en correspondencia con las transformaciones mencionadas,
experimentó cambios importantes en su batalla contra el
positivismo oficial.32 El hecho, sin embargo, de encontrarse
diluido dentro de otras propuestas y planteamientos y de no
haberse reconocido como tal hizo prácticamente imposible la
formación de un grupo que asimismo se llamara krauso-
positivista. El krausismo poblano desde sus inicios fue obra de
pedagogos y políticos que actuaron en forma más bien indi-
vidual y aislada, pero con plena responsabilidad y sentido de
grupo en lo que a la política educativa y cultural del estado se
refiere.
86
En 1888 uno de sus miembros, J. Rafael Isunza, fue co-
misionado a Europa por el gobierno estatal para estudiar los
sistemas educativos de España, Alemania, Francia, Inglaterra,
Bélgica y Suiza, y aprovechó su estancia en París para asistir a
las cátedras de Gustave Le Bon y Ernest Renan.33 A su regreso,
con la colaboración de Francisco Béiztegui y Gustavo Pedro
Mahr propuso un conjunto de reformas a la educación primaria,
normal y superior, las cuales se materializaron en la Ley de
Educación, publicada el 27 de marzo de 1893.34 Un año más
tarde, con base en ese ordenamiento se modificaría la enseñanza
en el Colegio del Estado y las escuelas normales.35 Además,
conforme a la citada Ley, los estudios profesionales en el Colegio
del Estado dejaron de ser gratuitos; su resultado inmediato: la
disminución de estudiantes en las escuelas más concurridas,
derecho y medicina.36 Las reformas a los planes y programas
de estudio del Colegio del Estado introdujeron de lleno el krauso-
33 J. Rafael Isunza. Informe que rinde ante el gobierno del estado de Puebla,
el licenciado... comisionado para estudiar en Europa la organización de la
instrucción primaria. Puebla, Imp., Litografía y encuadernación de B. Lara,
1892; Marín, 1932, pp. 6, 23.
34 Palacios, II, 1982, p. 346; Ley de Educación.
35 Francisco Béiztegui presidió las modificaciones en la Normal y J. Rafael
Isunza en el Colegio del Estado. Participaron en las comisiones para la revisión
de los programas de estudio del Colegio del Estado: los licenciados José Mariano
Pontón, Francisco Béiztegui y Emilio C. Morales para la carrera de Derecho;
los médicos, Rafael Serrano, Angel Contreras y Manuel Vergara, para la carrera
de Medicina. Los ingenieros Carlos Revilla, Abraham García y Eduardo del
Valle revisaron los programas de la escuela de Ingeniería. Vid. BLACE.
Expediente relativo a los programas de estudio del Colegio del Estado. Programas
de enseñanza, 1892-1902. Diciembre de 1894.
36 La población total bajó de 452 en 1892 a 251 en 1893. Palacios, 1982, p.
350; "Reforma y adelantos en el Colegio del Estado, del 1/IV/1916 al 2/VI/
1917" AHRU., Fdo. Colegio del Estado, Sec. Adva., 1917.
87
positivismo.37 Sus autores se plantearon vincular los últimos
avances científicos al estudio de los problemas sociales y la
búsqueda de un ideal absoluto. Ciencia, ideas e ideales con-
fluyeron para construir una realidad en la que participaban
profesores católico liberales (que después serían los principales
impulsores del catolicismo social), como José Mariano Pontón,
discípulos indirectos de Gabino Barreda como Atenedoro Mon-
roy y krauso-positivistas como Rafael Serrano, Francisco
Béiztegui y el propio Isunza.38 A partir de 1895, los estudiantes
del Colegio del Estado se involucraron en un "conjunto de
aspectos universales que tenían y tendrían que ver con su
práctica profesional. Aspectos legales, históricos, urbanos,
agrarios, el ensayo, el error, el laboratorio, la demostración, eran
característicos de la enseñanza en ese recinto".39
37 Uno de los biógrafos de J. Rafael Isunza, Miguel Marín, sin mediar distinción
alguna señala que dichas reformas fueron de corte positivista, "escuela filosófica
a la que él mismo estaba afiliado y la que por desgracia no dio resultados
satisfactorios, por lo que se refiere a la formación moral de los estudiantes,
futuros profesionistas, aunque no puede negársele sus ventajas para la
investigación y la formación de científicos. Marín, 1932, p. 23.
38 Para identificar la filiación diversa de los maestros es cuestión de leer la
prensa contemporánea. En 1903, por ejemplo, apoyaron el Primer Congreso
Católico Nacional, los profesores José Mariano Pontón, Luis García Armora
y Juan N. Quintana. Entre los discípulos indirectos de Gabino Barreda, el
ingeniero Agustín Aragón cita a Atenedoro Monroy. Vid. Márquez, 1962, p.
103; Barreda, 1973, p. XXVIII. Es pertinente subrayar, además, que del
mismo modo ocurría en la Escuela Nacional Preparatoria: Caso; Reyes,
1962, p. 8.
39 Huerta Jaramillo, 1989, pp. 277-278.
88
Puebla-Tlaxcala (algunas veces en alianza con los liberales de la
vieja guardia y en contra de la política conciliadora del gobierno
frente a la iglesia católica).40 Este nuevo converso se distinguía
de sus conciudadanos por la adopción de los valores nuevos que
impulsaba el metodismo: "la prohibición del alcohol, del tabaco,
del trabajo dominical, de los juegos de azar, y del libertinaje sexual,
obligando a sus miembros a casarse civilmente".41 Así, frente al
proceso industrializador del altiplano, la muda de costumbres en
la Sierra Norte o la transformación de las comunidades
campesinas, debido a nuevas reglas de mercado o simplemente
su "ladinización", la religión protestante se presentaba como una
alternativa identitaria para un sector que quería conservar,
mantener y vivir de nuevo sus creencias, igual que dar respuesta
a los problemas sociales de su tiempo.
Al principio, la jerarquía católica poblana no tuvo una
respuesta inmediata a los cambios generados en el campo
religioso y menos a los producidos en el medio social. Sólo en
la década de los noventa y a principios de este siglo, con la
encíclica Rerum Novarum (15/V/1891) y la política con-
ciliadora del gobierno a nivel federal y estatal, pudo encarar de
nueva cuenta los problemas de sus feligreses. Entre los últimos
años del siglo pasado y las primeras décadas del presente, se
produjo en la iglesia católica poblana un profundo cambio. El
35o. obispo y primer arzobispo de Puebla, Ramón Ibarra y
González (1853-1917), durante el primer decenio del siglo en
89
curso, a la par que formaba un sólido equipo de trabajo
fundamentado en la doctrina social de la iglesia, difundía hacia
las parroquias las nuevas orientaciones del catolicismo
pontificio.42
Bajo este impulso —y contando con los elementos
pedagógicos más modernos: observatorios astronómico y
meteorológico, varios laboratorios y una magnifica biblioteca, la
biblioteca del seminario conciliar— en 1907 el antiguo seminario
Palafoxiano se convirtió en Universidad Católica Angelopolitana
con las facultades de Teología, Filosofía, Derecho canónico y
civil, Medicina e Ingeniería.43
La apertura de la Universidad Católica Angelopolitana
tuvo sus efectos en la educación superior de la entidad: en
poco tiempo se dejó sentir una fuerte relación de competencia
entre esta institución y el Colegio del Estado. Si algo tenían en
común los dos centros de estudios era la aplicación del método
científico y el interés por trasmitir a la juventud un haz de valores
éticos; de ahí que por regla general fuesen contrarios al
pregonado positivismo oficial.44 La diferencia entre uno y otro
radicaba en el uso de las prácticas devocionales y el hecho de
asumir la religión de manera individual o corporativa. Para la
vieja guardia liberal como para los protestantes y los krausistas
90
no podía haber armonía ni progreso social sin una moral de
origen cristiano que fundamentara la acción del individuo y fuese
fuente de respeto a las normas constitucionales del país; por
eso no estaban de acuerdo en el total predominio de la iglesia
católica. Ese sólo hecho mostraba de manera palmaria que
México no era ni podía ser una república de ciudadanos libres.
El "protestantismo —para ellos— era una religión racional que
contribuía a forjar al hombre nuevo y los valores que necesitaba
la sociedad liberal y democrática".45
Hacia finales de la primera década del siglo XX, dado el
desarrollo de las sociedades metodistas, la presencia del
krausismo y el surgimiento de la doctrina social de la iglesia
católica, podemos ver en la ciudad de Puebla toda suerte de
alianzas contra el positivismo oficial en los principales centros
educativos: el Instituto Normal del Estado, la Universidad
Católica Angelopolitana, el Colegio del Estado y los institutos
de la Iglesia Metodista.46 Dichas alianzas, desde el punto de
45 Bastián, 1989, p. 99, 159-160. Por otra parte, en 1910 se estrenaron las
nuevas instalaciones del Seminario Metodista. En la ceremonia inaugural su
director, Pedro Flores, hizo hincapié en que como los libertadores de 1810
lucharon por la independencia material de México, "nosotros como fieles
descendientes de ellos, hemos trabajado y estamos trabajando por la indepen-
dencia moral y religiosa del país, para ver al país enteramente libre de la
ignorancia, la superstición, la inmoralidad y el pecado". Apud. Bastián, 1983,
p. 94.
46 No hay estudios sobre la labor educativa de la iglesia metodista en Puebla.
Sabemos que la Escuela Normal femenina abrió sus puertas a mediados de los
ochenta, bajo la dirección de la señorita Susana M. Warner, y que en 1912
contaba con 596 alumnas.
El Seminario Metodista, fundado por el señor Germán Luders, fue anterior a la
citada escuela. Aunque su objeto era preparar a los ministros de la iglesia
protestante, tuvo escuelas primaria y normal, cursos comerciales y estudios de
inglés. En 1910, con el propósito de abrir una Universidad Metodista, se
inauguró un plantel más amplio. En ese momento el cuerpo docente era de 18
profesores y 4 ayudantes y contaba con el internado que tenía dormitorios para
140 alumnos. Vid. Palacios, 1982, pp. 340-341; Bastián, 1983, p. 93-94.
91
vista ideológico tienen una larga historia y expresan las conver-
gencias y desacuerdos entre los intelectuales y los políticos
poblanos con respecto a la política regional y su estrecha cone-
xión con la del país. En términos generales, sin embargo,
podemos hablar del krausismo y la doctrina social de la iglesia
como dos proyectos demarcados en la vida política e intelectual
poblana. Aunque el krausismo y la reciente doctrina social
católica están por una sociedad más participativa frente al con-
trol que ejerce el régimen porfirista, el problema surge cuando
se debate el modelo de ciudadano a formar y el tipo de sociedad
por construir.47 Ciertamente, uno y otra comparten el mismo
horizonte respecto de la educación y la cultura, pero su mirada
es distinta —por no decir opuesta— en cuanto al régimen que
avizoran. Para los krausistas se trata de secularizar la sociedad
y establecer un gobierno democrático bajo la tutela de las élites
intelectuales, evitando a la par el conflicto; para los católicos
sociales, de instaurar la monarquía, pero defendiendo una repre-
sentatividad restringida por el voto censitario y proponiendo a
tutela de las "clases superiores" sobre la masa popular, negando,
por supuesto, la raíz de todo conflicto, pues la desigualdad social
92
tiene su origen en "desigualdades individuales, físicas y morales"
y no es contraria a la dignidad del hombre"; la naturaleza ha
hecho a unos ricos y a otros pobres, no para que peleen entre sí,
sino para que se ayuden.48
Epílogo
Después del movimiento armado de 1910, de consuno al
surgimiento y desarrollo del nuevo Estado mexicano, corporativo
por excelencia, se iría consolidando en Puebla el proyecto so-
cial de los católicos. La idea de un ciudadano libre y responsable,
fue desapareciendo y también el modelo de un estudiante en
contacto con el universo físico, social y humano de su entorno
para hacer de México un país con la modernidad a cuestas.49
Las lealtades tradicionales se fueron imponiendo y con
ellas el proyecto de una sociedad distinta donde eran más
importantes las obligaciones que los derechos. Así, con el paso
de los años, el cacicazgo avilacamachista, surgido al
consolidarse regionalmente la revolución de 1910, encontraría
93
en las propuestas católicas su fuente de legitimación más íntima;
establecería con ellas una identidad significante, llegando incluso
a proponer una política general fincada en el socialismo cristiano,
y no muy ajena al ideario de las falanges españolas.50 "La
historia que de tiempo en tiempo no se repiensa —escribió
José Ingenieros—, va convirtiéndose de viva en muerta, reem-
plazando el zigzagueo dramático del devenir social con un quieto
panorama de leyendas convencionales". 51 La leyenda
tradicional del positivismo porfirista no ¿oculta en sus pliegues
otras realidades? El krausismo es un capítulo inédito de la historia
política y cultural de Puebla: nadie sabe la profundidad de las
aguas y tampoco tiene el don de nombrarlas. Sólo los sueños
permanecen, sólo los frutos de la reflexión perduran.
94
IV
95
el éxito de sus carreras en los círculos académicos, el gobierno o
las actividades intelectuales".4
Sobre la base es estas consideraciones, el presente
artículo pretende explorar un aspecto relacionado con la
formación de la élite política poblana durante la revolución
maderista, considerando la vida política regional y la relación
de los estudiantes con su entorno.
La herencia krausista
A principios de este siglo predominaba en Puebla un grupo político
e intelectual que desde 1885 había asumido la dirección de la
política gubernamental en materia educativa y cultural, mediante
el control de ciertos puestos claves en el gobierno de la entidad.5
Su filiación era el krauso-positivismo, una corriente de
pensamiento que, oponiéndose al positivismo porque no propor-
cionaba a los estudiantes valores trascendentes, se propuso con-
ciliar la fe cristiana con el uso del método científico, el desarrollo
de la ciencia, el dominio de la técnica y el pensamiento político
moderno.6 Fue con base en esta orientación filosófica que a
principios de los noventa se ordenaron varios aspectos del
quehacer universitario. Cabe destacar en esto a la Ley de
Educación de 1893, pues al aplicarse se modificaron los planes y
programas de estudio vigentes en el Colegio del Estado y las
escuelas normales, participando en esas reformas profesores
católicos liberales, como José Mariano Pontón, positivistas
comteanos como Agustín M. Fernández y Atenedoro Monroy y
96
krauso-positivistas como Rafael Serrano, Francisco Béiztegui y
Manuel Toussaint.7 Desde 1895, siendo director J. Rafael Isunza,
los estudiantes del Colegio del Estado se involucraron en un
"conjunto de aspectos universales que tenían y tendrían que ver
con su práctica profesional.8 Catedráticos como Manuel Lobato,
Manuel Vergara, Carlos Revilla, Joaquín Urrutia, Enrique Orozco,
Francisco B. y Barrientos, Rafael B. García y Felipe T. Contreras
hicieron posible este tipo de enseñanza.9 Pero además, casi todos
ellos en 1910 formaban parte de la élite política, ya que eran
diputados, tenían algún cargo en el gobierno o lo representaban
en eventos científicos nacionales e internacionales.10 Por ende la
manera más fácil para los estudiantes de iniciarse en la vida
política era entrar en contacto con sus maestros y seguir su
ejemplo.
97
La procedencia social
El Colegio del Estado era el sitio de estudios más importante del
centro y sureste mexicanos, pues estudiantes de Oaxaca,
Veracruz, Tabasco y Chiapas venían a cursar en él, la secundaria,
la preparatoria y la profesional.11 En 1910 tenía una población
estudiantil de 554 hombres y 176 mujeres, contaba con un Direc-
tor, ocho prefectos y celadores, 56 profesores, nueve ayudantes
y preparadores, ocho empleados y 17 trabajadores "entre
conserjes, porteros y toda clase de servidumbre."12
La procedencia social de los alumnos (que ingresaban
al Colegio entre los 13 y los 15 años) era variada, desde "aristó-
cratas" hasta "muy pobres" becados por el gobierno. Sin em-
bargo eran pocos los que por su capital económico, social, escolar
y/o cultural podían aspirar y tenían posibilidades para formar
parte de la élite política; estos eran fundamentalmente hijos de
hacendados, profesionistas, políticos, comerciantes y empre-
sarios. Si tuvieramos que distinguir con fines analíticos a esta
exigua parte, podríamos agruparla en tres segmentos: los que
siendo estudiantes empezaban a mostrar su vocación política
relacionándose entre ellos y con la sociedad, los que formando
parte de la élite econónica y social buscaban divertirse y los
98
"señoritos" que al salir de clases no pasaban de tomar un
aperitivo en la mejores cantinas antes de recogerse en sus
hogares o penetrar en alguno de los teatros.13
Tradicionalmente uno de los espacios de los que se
aprovechaban los universitarios para introducirse en las lides
políticas era la Junta Directiva de los Estudiantes del Colegio
del Estado. Esta organización funcionaba como un trampolín
para escalar posiciones de poder. Entre 1905 y 1910 estuvieron
en la dirección de la misma Alfonso G. Alarcón (1884-1953),
Luis Gonzaga Quintana (1888- ), Gil Jiménez Aguilar (1883-)
y Luis Sánchez Pontón (1889-1969), todos ellos pertenecientes
o vinculados con importantes grupos de la sociedad y la cultura
de Puebla.14 La manera como fue despuntando y se consolidó
este núcleo tuvo que ver con su capacidad para legitimarse en
la vida cultural poblana, mediante la publicación de Don Qui-
jote, (1908-1910) una revista estudiantil modernista patrocinada
por Lorenzo M. Aburto que consiguió el reconocimiento de
Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes y a la que se sumaron
el estudiante de medicina, Rafael Cabrera (1884-1943) y el
Joven Aurelio M. Aja (1879-1948).15 Incluso Alfonso G. Alarcón
y Rafael Cabrera fueron socios del Ateneo de la Juventud.16
99
Puesto que pertenecían o estaban relacionados con los
círculos de poder estos estudiantes podrían ser hombres exitosos.
Desde que en 1902 Rafael Cabrera triunfara en los Juegos Florales
del Colegio del Estado, su carrera de poeta iba en ascenso: el 8 de
septiembre de 1910 recitó su poesía Sursum Corda en la ciudad
de México, frente a Porfirio Díaz quien estrecho con efusión su
mano.17 Luis Sánchez Pontón era sobrino del catedrático y
licenciado Mariano Pontón, un profesionista de prestigio, con quien
vivía por ser huérfano.18 Valgan de ilustración estos ejemplos
para señalar el mundo en donde se movía este grupo. Habría que
decir también que en su conjunto se alimentaba del rechazo hacia
el positivismo y de los poetas románticos y modernistas.19 Además
por sus antecedentes familiares y vínculos sociales dichos alumnos,
que por afinidad eran católicos y krausistas, mantenían buenas
relaciones con los maestros que formaban la élite política y cul-
tural del porfirismo en Puebla.
Situación distinta ocurría con otro grupo de estudiantes
que pertenciendo a los círculos de poder solían armar escándalos
y se interesaban poco en la política. Cítanse como miembros
de este grupo —entre otros— a Rafael Lara Grajales, Tirso
Sánchez Taboada, Arturo Fernández Aguirre, Eduardo Arrioja
Insunza y Roberto Labastida.20 Por último, había más estu-
100
diantes en el rango de quienes encontrándose dentro de las
élites llevaban una vida tranquila y esperaban seguir la carrera
de sus padres, administrar sus negocios y ser profesionistas.
Como pude verse, entre los estudiantes que formaban
parte o estaban relacionados con la élite poblana no había el
menor dejo de insurgencia, pese a que desde 1907-1908 se
iban manifestando signos de descontento contra el régimen
porfirista y que éstos permeaban el Colegio del Estado, pues
en agosto de 1909 el Director del mismo, J. Rafael Isunza,
amenazó a los estudiantes con la expulsión si participaban en
actividades políticas contra el gobierno.21
Los grupos
Para entonces la ciudad de Puebla contaba con varios clubes
antiporfiristas, los cuales reconocían a Aquiles Serdán (1877-
1910) como su jefe natural y en los que participaban alumnos del
Colegio del Estado como Juan Andrew Almazán (1891-1965),
estudiante de Medicina; Manuel Paz y Puente y Adolfo León
Ossorio, de la Secundaria y Salvador R. Guzmán, también de
Medicina.22 Por sus origenes sociales y sus estrechos vínculos
con el Partido Liberal Mexicano y los trabajadores esta oposición
promovía un cambio social desde abajo, aunque sus adeptos en
el Colegio del Estado también formaban parte de la élite, si bien
de distinta manera. Juan Andrew Almazán, por ejemplo, gracias
a las recomendaciones de sus maestros y amigos —Francisco
L. Casián, Manuel Vergara y Andrés Anaya— trabajaba en el
Hospital del Niño, la Penitenciaria, la Oficina Municipal de Vacuna
y por su cuenta. Sus ingresos rebasaban los 300 pesos mensuales,
101
contra .25 centavos diarios que percibía un peón en la hacienda
de Tetzahuapan, Quecholac, Puebla. Salvador R. Guzmán era
hijo del médico y político veracruzano, avecindado en Puebla
desde 1882, Daniel Guzmán, regidor del Ayuntamiento en 1905,
serdanista y canditato a gobernador en 1911.23
Mientras el liderazgo de Aquiles Serdán prosperaba,
otros grupos sociales permanecían impávidos, aun cuando
Madero hacía esfuerzos por incorporarlos. Sólo entre marzo y
abril de 1910 se sumó a la oposición un contingente numeroso
de empleados, profesores y comerciantes, lo cual provocó serias
fisuras en el antirreleccionismo poblano porque los nuevos
elementos le propusieron a Madero la destitución de Serdán y
controlar el movimiento.24 Hasta entonces nació en el Colegio
del Estado el entusiamo por la causa maderista.
La Junta Directiva de los Estudiantes del Colegio del
Estado se pronunció por participar en el recibimiento a Madero
como candidato a la Presidencia de la República que tendría
lugar el 15 de Mayo, llevando la bandera del Colegio, pese a la
oposición de los estudiantes pensionados y los hijos de
funcionarios públicos.25 Para dirimir las dificultades se organizó,
entonces, una asamblea y en ella se acordó que en el mítin de
la campaña electoral no se ostentara el nombre de la institución
ni se llevara el estandarte. El grupo que se opuso a los propósitos
de la Junta Directiva lo encabezó Manuel L. Márquez (alías
102
"El Roto" porque "vestía muy elegante"), quien era hijo del ex-
jefe político de Huejotzingo y ahora funcionario del gobierno
estatal. Con él participaban, entre otros, Arturo Fernández
Aguirre, hijo de Agustín M. Fernández, Secretario General de
Gobierno, Miguel A. Sarmiento, Abel Vivas y José Monterde.26
En lo sucesivo las reuniones de los estudiantes, dado su carácter
político, se llevarían a cabo en el local de los ferrocarileros o en
la fotografía de los hermanos Rousset; la clase política estudiantil
antiporfirista del Colegio del Estado comenzaba a relacionarse
con los trabajadores, sin romper por eso sus vínculos
tradicionales con la élite.
La llegada de Madero como candidato a la presidencia
congregó alrededor de 30,000 personas, muchas de ellas estu-
diantes del Colegio del Estado, el Instituto Normal, la Universidad
Católica Angelopolitana y el Seminario Metodista.27 El orador
oficial del mitin fue Alfonso G. Alarcón quien insistió en los valo-
res democráticos contenidos en la Carta Magna y exhortó a los
reunidos a depositar su "voto libre y a exigir con valor el cum-
plimiento estricto de la ley. 28 En los días que sucedieron a la
visita de Madero el antirreleecionismo poblano emprendió una
vasta obra de cultura cívica dirigida por los estudiantes.29 En ella
coincidieron metodistas, serdanistas, krausistas y los católicos
que se oponían al porfirismo, pero también desde entonces fue
notoria la existencia en el Colegio del Estado de dos grupos, el de
103
la Junta Directiva de los Estudiantes, bajo la batuta de Alfonso G.
Alarcón y Luis Sánchez Pontón y el que militaba en el Club
Antirreleecionista de Serdán, donde confluían estudiantes de otros
centros educativos, como la Normal y la Universidad Católica
Angelopolitana.30
Luego de las elecciones, la reacción contra el fraude
no se hizo esparar: el 7 de julio los seguidores de Serdán y la
Junta Directiva organizaron una manifestación, la cual fue
reprimida con el saldo de un muerto y muchos heridos. El
gobierno culpó de la marcha a la Junta Directiva y tres de sus
integrantes fueron hechos prisioneros: Gil Jiménez, Alfonso G.
Alarcón, Luis Sánchez Pontón.31 Por este hecho represivo Isunza
renunció a la Dirección del Colegio del Estado, mientras los
abogados Francisco Béiztegui y Mariano Pontón asumieron la
defensa de los presos. En ese inter, a su vez, desempeñaron la
presidencia interina de la Junta, Luis G. Quintana, Manuel
Béiztegui y Emilio Contreras, hijos de profesionistas identificados
o cercanos al grupo krausista.32 Por esos días los estudiantes
que militaban con Serdán redoblaron sus esfuerzos organizando
la resistencia de los trabajadores y manifestándose en abierta
104
guerra contra el gobierno, al contrario de los de la Junta que
normaban sus conducta por "preceptos de Ley y de Justicia".33
Propiamente el asomo de la primera diferencia ocurrió al salir
de la cárcel los estudiantes presos y hacerse una reunión para
informar de la renuncia que hiciera al puesto de Pro-secretario
de la Junta Salvador R. Guzmán (un serdanista) y discutir si
era de nombrarse o no una delegación al Congreso Nacional
de Estudiantes, organizado en la ciudad de México por el
estudiante de Medicina Alfonso Cabrera, originario de Zacatlán
Puebla, líder opocisionista de su escuela en 1907 y 1910, afiliado
al reyismo, hermano de Luis Cabrera y sobrino de Daniel
Cabrera, editor y director del Hijo del Ahuizote.34 Con
respecto al primer punto, aparecieron como candidatos Rafael
Ibáñez, Tirso Sánchez Taboada y Pablo Silva, triunfando el
primero a propuesta de Almazán. En cuanto al Congreso, hubo
varias sesiones para discutir la participación en él ya que la
mayoría estudiantil era opuesta al mismo por considerar que no
se "obtendría un resultado práctico".35 Sin embargo, la Junta
(que era la principal interesada) finalmente consiguió el apoyo
estudiantil. Integraron la delegación poblana al Congreso
Alfonso G. Alarcón, Rafael Ibáñez, Luis G. Quintana y Luis
Sánchez Pontón; Alfonso Reyes asistió representando a los
estudiantes del Distrito Federal. También fueron delegados
Aarón Sáenz, Francisco Castillo Nájera y José Siroub.36 Una
33 Juan Andrew Alamazán. "Memorias del General...", en El Universal, 11/
IX/ 1957.
34 Juan Andrew Almazán. "Memorias del General...", en El Universal, 12/
IX/1957; Javier Garcíadiego, 1989, p. 115.
35 Juan Andrew Almazán. "Memorias del General...", en El Universal, 12/
IX/1957. Salvador R. Guzmán en 1912 sería Vice-presidente de la Junta;
Jose Joaquín Izquierdo, un poblano que destacó en la historia de la ciencia,
fue Secretario. "Junta Directiva del Colegio del Estado" AHRU. Fdo. Colegio
del Estado, Sec. Adva. Expedientes varios, 1912, Exp. 19.
36 Quintana, 1953; Garcíadiego, 1989, pp. 144-145; Sánchez Pontón, 1933,
p. 28.
105
de las ventajas del grupo fue que entabló relaciones con líderes
oposicionistas del país, además de su estrecho contacto con el
Ateneo de la Juventud.
Después de julio vino una fuerte ola de represión.
Serdán a partir de octubre planeó la resitencia armada que
estallaría el 20 de noviembre pero, descubierto el plan dos días
antes, la policía de la ciudad y los escuadrones del regimiento
de caballería irrumpieron en su casa donde se fraguaba la lucha
y sobrevino el enfrentamiento. La tragedia reportó un saldo de
20 muertos, cuatro heridos y siete prisioneros. Entre los
estudiantes que resistieron a las fuerzas gobiernistas se
encontraban Manuel Paz y Puente, Epigmenio Martínez y Luis
Teyssier: nadie de quienes participaban de la Junta Directiva.37
La revolución
La masacre de serdanistas provocó en el gobierno una severa
crisis política que, agudizándose por el estallido de la revolución
en el país hizo que el 28 de febrero de 1911 renunciara el go-
bernador Mucio P. Martínez. Dado el prestigio conseguido en-
tre algunos grupos sociales por su renuncia a la dirección del
Colegio del Estado en protesta por la represión del 7 de julio, el
4 de marzo asumió la gubernatura J. Rafael Isunza, conocido,
amigo y ex-subordinado del general Díaz durante la intervención
francesa.38 La actitud del nuevo gobernador con los insurgentes
fue tolerante, pero ninguno de los de la Junta se enroló en las
fuerzas rebeldes; escogieron otras vías para llegar al poder.
106
Como gobernador interino, Isunza debía convocar a
nuevas elecciones y consiguió de Porfirio Díaz la autorización
para contender en ellas. Luis Sánchez Pontón, Joaquín Ibáñez,
Luis G. Quintana y otros elementos del grupo promovieron esa
canditatura y signaron una declaración que es elocuente: "El
descontento había cundido hasta en las clases directoras, se
había arraigado en los espíritus contemporanizadores, y más
todavía en los espíritus que formaban la administración." Ahora
"los mismos grupos... se aprontan... llevando como única mira
el bienestar y el progreso de nuestro estado. Con ellos está la
juventud y particularmente la clase estudiantil. Con ellos está
el pueblo que tiene hambre y sed de justicia."39 Pero las
elecciones no se realizaron porque varios distritos iban quedando
en manos de los insurrectos. A los estudiantes de la Junta, en
todo caso, esto también les había servido de experiencia.
Por su parte, los estudiantes correligionarios de Serdán
en vez de buscar estas posiciones de poder se lanzaron a las
armas. Podemos mencionar a los hermanos Gaona Salazar y a
otros tantos, aunque sirvan de ejemplo Juan Andrew Almazán
y Rafael Rojas. Almazán subleva la región de Olinalá, Guerrero,
se entrevista con Madero en Chihuahua, se une a Zapata en
Chiautla y lo nombra jefe maderista de Morelos. Consigue,
además, reunir hasta 5000 hombres de infantería y caballería y
toma las plazas de Huamuxtitlán, Tlapa, Chilpancingo y Chilapa,
sitio en donde licencia a sus tropas por haberse terminado la
revolución maderista.40 Rafael Rojas (1886-1926), estudiante
de Contaduría, se levanta en armas el 19 de diciembre de 1910
107
en la hacienda de santo Domingo Atoyatempan, Atlixco y se
mueve en la región de los volcanes.41 Hubo, por último, otra
forma de buscar nuevas posiciones de poder, cuya muestra es
Manuel L. Márquez.
Dada la existencia de estudiantes provenientes de otras
entidades y del mismo territorio poblano, los alumnos matri-
culados podían cualquier día del año ingresar al internado, igual
como ingresaban al Colegio.42 La pensión era de .60 centavos
diarios y se pagaba por tercios de año adelantados, además de
entregarse una fianza en garantía de pensiones futuras. La
pensión consistía en alimentos, habitación, alumbrado y
asistencia médica en caso de enfermedad que "no sea crónica
y vergonzosa". Hacia 1911 había 57 internos, 27 pensionistas y
22 pensionados.43 Las inconformidades contra el servicio de
alimentos eran añejas. En 1904, por ejemplo, los pensionados
Enrique Yáñez, Francisco L. Casián (que entre 1917 y 1920
sería Director del Colegio) y Miguel Cabrera organizaron una
protesta de este tipo.44 En marzo de 1911, cuando estaba en
pleno apogeo la revolución, Manuel L. Márquez —profesor de
la Academia Práctica de Ciencias Naturales— y Abel Vivas
108
iniciaron un movimiento para destituir a la cocinera, valiéndose
de los internos menores Gonzalo Bautista Castillo, Efrén Gómez
Ballesteros y Ernesto Castro Rayón, entre ellos.45 Un mes
más tarde el gobernador separó de sus puestos a algunos
empleados y profesores que "servían de espías al gobierno
martinista". Manuel L. Márquez fue uno de ellos, pero como
todavía no terminaba la revolución, se alistó en las filas del
general Felipe N. Chacón Jr. que operaba en los distritos de
Tecamachalco y Tepeaca.46
Epílogo
Sin duda el caso de Manuel L. Márquez es el más extremo,
aunque revelador de como los estudiantes de la élite se fueron
acomodando al nuevo estado de cosas y consiguieron
permanecer como en el pasado. Con excepción de Almazán,
ninguno de los serdanistas del Colegio del Estado pasó a figurar
en la élite política estatal o nacional: fueron alguna vez diputados
locales y nada más. En cambio, Luis Sánchez Pontón fue
gobernador de Veracruz en 1915; gobernador de Puebla en
1920-21; Secretario de Educación Pública en el periodo de
Cárdenas y Avila Camacho; embajador de México en la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Ecuador y Suiza. Miguel
Cabrera, embajador extraordinario y ministro plenipotenciario
109
en Argentina, Bélgica y el Salvador; segundo Secretario en
Francia. Manuel L. Márquez, Secretrio General de Gobierno y
Director del Colegio del Estado. Arturo Fernández Aguirre fue
dos veces rector de la Universidad y gobernador interino...
Sobra decir, entonces, que lo que se aprecia es una
continuidad en la élite, y sin embargo, es obra de estudiar sus
mutaciones, el trayecto de su formación antes y durante el
proceso revolucionario, considerando dos fenómenos históricos
muy ligados: el aprendizaje político de la élite educada antes de
asumir las funciones rectoras y su propia formación durante el
proceso de la lucha armada y su consecuente proceso
institucionalizador.
110
POSTCRIPTUM
111
dominante a quienes se les encomiendan las tareas subalternas
en la hegemonía social y en el gobierno político".2
La tradición weberiana, a su vez, los concibe como un
grupo de status, cuya influencia trasciende la administración
del estado y se inserta en la administración de la sociedad,
pues constituyen una élite modernizadora de la misma, que
ejerce estrategias colectivas destinadas a monopolizar en su
beneficio ciertos medios materiales y simbólicos de la sociedad
y los convierte por ello en estratos relativamente homogéneos
y socialemente reconocidos. 3
En este trabajo están presentes sin duda, ambas pers-
pectivas de análisis. Sin embargo, en la medida que la tradición
gramsciana (renovada por Pierre Bourdieu, aun cuando él la
ignora: nunca cita a Gramsci) se ha preocupado por las cues-
tiones que atañen a los procesos de producción, apropiación y
reproducción de la sociedad —vista como el conjunto de
relaciones estructurales entre comunidades, grupos y clases—
y la cultura —entendida como el ámbito de producción,
circulación y consumo de significaciones —no está por demás
decir que dicha perspectiva analítica es quizá— más evidente.
Hijo de una patria íntima, pródiga y adolorida, sólo puedo
decir con Braudel que la "historia es una interrogación siempre
distinta del pasado, porque ella debe seguir las necesidades y a
veces las angustias de la hora presente". Y sin embargo, sobre
la mar en calma, mi barca y mis cenizas, la magia de vivir, la
magia de decir aquí y ahora: enhorabuena, gracias.
112
ADDENDA
Nómina provisional de letrados activos
en Puebla, 1750-1821
113
25. Clavijero, Francisco Javier
26. Conde Pineda, Francisco Javier
27. Conde y Oquendo, José
28. Copea, José María
29. Coriche, Cristóbal
30. Corro, Antonio
31. Couto e Ibea, José Ignacio
32. Cuoto, José Manuel
33. Delgado, Mateo
34. Díaz Luna, Félix
35. Díaz Luna, José Ignacio
36. Díaz Tirado, José
37. Domenech, Ignacio
38. Duarte Burón, José
39. Echeverría y Elguezua, Santiago
40. Enciso y Tejada, Mariano
41. España y Villela, Juan
42. Fabián y Fuero, Francisco Javier
43. Fernández Arévalo, Lorenzo
44. Fernández de Echeverría y Veytia, Mariano
45. Fernández Velasco, Carlos
46. Flon y Tejeda, Manuel
47. Fontecha, Mariano
48. Formoso y Delgado, Ignacio
49. García, Carlos
50. García, Eugenio
51. Garizuain, Manuel
52. Gil y Camino, José
53. Godinez Gutiérrez, Miguel
54. González, Miguel
55. González del Campillo y Gómez, Manuel Ignacio
56. González Moreno, José
57. Gorozpe, Francisco
114
58. Gorozpe e Irala, Manuel
59. González Cruz, Antonio
60. Guridi y Alcocer, José Miguel
61. Huerta, Félix
62. Ita, Francisco de
63. Iturriaga, José de
64. Iturriaga, Manuel Mariano
65. Iturriaga, Pedro
66. Jiménez, José María
67. Jiménez de las Cuevas, José Antonio
68. Junquera, Nicolás
69. Laso de la Vega, José María
70. Lardizábal y Uribe, Manuel
71. Lardizábal y Uribe, Miguel
72. Lezama, José
73. López, Victoriano
74. López de Priego, Antonio
75. Llagas, Francisco de las
76. Llave, José María de la
77. Llave, Pablo de la
78. Mallol y Herrera, Manuel
79. Maniaú Torquemada, José Nicolás
80. Mangino y Mendívil, Rafael
81. Marín, José
82. Martínez, Miguel
83. Meave, Joaquín Alejo
84. Mendizábal, Luis
85. Mejías y Reynoso, Gaspar
86. Moncada Branciforte, Pedro de
87. Montaña, José
88. Montaña, Luis
89. Moral y Castillo de Altra, Andrés
90. Moral y Castillo de Altra, José Antonio
115
91. Moral y Castillo de Altra, Juan Anselmo
92. Moreno Buenvecino, José Demetrio
93. Muñoz, José
94. Ortega Martínez, Francisco
95. Ortega Moro, José
96. Ovando, Antonio
97. Paredes, José
98. Pastrana, Mariano
99. Patiño, Pedro Pablo
100. Pérez, Antonio Joaquín
101. Pérez Calama, José
102. Pérez Suárez, José Manuel
103. Pérez Velasco, Andrés
104. Ponce de León, José Mariano
105. Prado Joaquín, Gabriel
106. Quintero, Diego
107. Ramírez Arellano, José Ignacio
108. Raudon Fernández, Juan Napomuceno
109. Ravanillo, José M.
110. Revilla, Juan
111. Robledo, Miguel
112. Robledo, Pablo
113. Rodríguez Alconedo, Ignacio
114. Ronderos, Vicente
115. Rosa, Antonio María de la
116. Rosains, Juan Nepomuceno
117. Rosales, José Joaquín
118. Rotea, Agustín de la
119. Ruiz Castañeda, Juan
120. Ruiz de León, Juan
121. Salazar, Juan
122. Santelices, José
123. Tembra, José
116
124. Torija, Vicente
125. Torres Torija, Antonio
126. Troncoso, José María
127. Troncoso, Juan Nepomuceno
128. Uriarte, Andrés Javier
129. Valdetaro, Juan Lorenzo
130. Valentín Tamayo, Miguel
131. Valero Rodríguez, José
132. Vallarta y Palma, José Mariano
133. Vasconcelos y Vallarta, Ignacio Mariano
134. Vázquez, Francisco Pablo
135. Vázquez, Juan Nepomuceno
136. Vega, Mariano Antonio
137. Vélez Ulibarri, José Manuel
138. Villa Sánchez, Juan
139. Zaldívar, José Ignacio
140. Zambrano, José
141. Zapata Panoga, José María
117
118
SIGLARIO DE FUENTES
Sec: Sección.
Fdo: Fondo.
exp: Expediente.
119
120
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
FONDOS DOCUMENTALES
Biblioteca Lafragua
Archivo del Colegio del Estado
121
Centro de Estudios de Historia de México
Conductores Mexicanos
Fondo XV
Fondo XVI
BIBLIOGRAFÍAS Y DICCIONARIOS
MUSACCHIO, Humberto
Diccionario Enciclopédico de México. México: Andrés León, Editor,
1990, 4 vols.
122
TEXEIDOR, Felipe
Adiciones a la Imprenta en la Puebla de los Angeles de J Toribio
Medina. Colección Gavito, Prefacio y compilación bibliográfica de...
México, 1961.
DOCUMENTOS IMPRESOS
ALARCÓN, Alfonso G
"Discurso pronunciado por ... en el mitin celebrado en Puebla, 15 de
los corrientes", en El Constitucional. Organo oficial del Centro Anti-
releelecionista de México. México, T. II, No. 30, 22 de mayo, 1910.
BÉIZTEGUI, Francisco
Discurso pronunciado por el Lic... en la repartición de premios a los
alumnos del Colegio del Estado, verificada el día 27/I/1889.
Puebla: Imprenta del Hospicio, 1889.
123
CORICHE, Cristóbal Mariano
Oración vindicativa del honor de las letras y de los literatos.
Puebla: Imprenta del Colegio Real de San Ignacio, 1763.
ISUNZA, J. Rafael.
Informe que rinde ante el gobierno del estado de Puebla, el licenciado...
comisionado para estudiar en Europa la organización de la
instrucción primaria. Puebla: Imp., Litografía y encuadernación de
B. Lara, 1892.
MIRALLAS, Felipe
Sermón Fúnebre en las solemnes exequias que celebraron en la
santa Iglesia Metropolitana de Valencia [...] en sufragio por el alma
de su difunto prelado el Exmo. Ilmo. y Revmo. Señor Don Francisco
Fabián y Fuero [...] Valencia: Oficina de D. Benito Montfort, 1801.
124
PÉREZ, Antonio Joaquín
Oración funebre del Ilmo. Sr. D. Salvador Biempica y Sotomayor [...]
obispo de la Puebla de los Angeles. Madrid: Imprenta de la viuda de
Ibarra, 1804.
QUINTANA, Luis G.
"Informe que rinden los suscritos delegados al Congreso Nacional
de Estudiantes por el Colegio del Estado de Puebla. 5/X/1910." en
Revista del la Asociación de Ex-alumnos del Colegio del Estado y la
Universidad de Puebla. Puebla, Año II, No. 5, mayo de 1953.
125
CRÓNICAS Y TESTIMONIOS
JIMÉNEZ, Gil
"Remembranza: los estudiantes del Colegio del Estado y la revolución
de 1910", en Bohemia Poblana. Puebla: Grupo Literario Bohemia
Poblana, No. 303, Enero de 1970, pp. 8-13.
PUBLICACIONES PERIODICAS
126
Don Quijote. Revista mensual estudiantil del Colegio del Estado,
Puebla, 1932-1934.
LIBROS Y FOLLETOS
ANSART, Pierre
Ideología y conflictos de poder. México: Premia editora, 1983.
ARDAO, Arturo
Espiritualismo y positivismo en Uruguay. México: Fondo de Cultura
Económica, 1950.
ARTOLA, Miguel
Historia de España. La burguesía revolucionaria (1808-1869).
Madrid: Alianza Editorial/ Alfaguara, 1973.
127
BARREDA, Gabino
Estudios. México: UNAM, 1973.
CAMP, Roderic A
La formación de un gobernante. La socialización de los líderes
políticos en el México posrevolucionario. Mexico: Fondo de Cultura
Económica, 1986.
CAMP, Roderic A
Los intelectuales y el Estado en el México del siglo XX. México:
Fondo de Cultura Económica, 1988.
128
CAMP, Roderic A
Los líderes políticos de México. Su educación y reclutamiento.
México: Fondo de Cultura Económica, 1992.
CRUZ, Salvador.
Historia de la Educación Pública en Puebla. Puebla: Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, 1995.
DECORME, Gerard
La obra de los jesuitas mexicanos durante la época colonial, 1572-
1767. México: Antigua Librería Robredo de José Porrúa e Hijos, 1941.
129
GONZÁLEZ, José Luis
La ronda de las generaciones. México: Secretaria de Educación
Pública, 1984.
GRACIA, Rubén A
La Escuela Normal de Puebla. Puebla: Edición del Autor, s.f.
GRAMSCI, Antonio
La formación de los intelectuales. México: Editorial Grijalbo, 1967.
HALE, Charles A
La transformación del liberalismo en México a fines del siglo XIX.
México: Editorial Vuelta, 1991.
HAMNET, Brian R.
Raíces de la insurgencia en México. Historia regional, 1750-1824.
México: Fondo de Cultura Económica, 1990.
130
HUERTA JARAMILLO, Ana María
El Jardín de Cal. Antonio de la Cal y Bracho, la botánica y las ciencias
de la salud en Puebla, 1766-1833. Puebla: Gobierno del Estado,
Secretaría de Cultura, 1996.
INGENIEROS, José
Las fuerzas morales. Santiago de Chile: Ediciones Ercilla, 1936.
JOHNSON, Paul
Intelectuales. Buenos Aires: Javier Vergara Editor, 1990.
LAFRANCE, David G.
Madero y la revolución mexicana en Puebla. Puebla: UAP, 1987.
LARROYO, Francisco
Historia comparada de la educación en México. México: Editorial
Porrúa, 1988.
LE GOFF, Jacques
Los intelectuales en la Edad Media. México: Editorial Gedisa Mexicana,
1987.
131
LEICHT, Hugo
Las calles de Puebla. Puebla: Junta de Mejoramiento Moral Cívico y
Material del Municipio de Puebla, 1986.
LOAEZA, Soledad
Clases medias y Política en México. México: El Colegio de México,
1988.
MARÍAS, Julián
El método histórico de las generaciones. Madrid: Revista de
Occidente, 1967.
MÁRQUEZ, Octaviano
Monseñor Ibarra. México: Editorial Jus, 1962.
MEDINA, Arístides
La Iglesia y la producción agrícola en Puebla, 1545-1795. México:
El Colegio de México, 1983.
132
MENESES, Ernesto
El código educativo de la Compañía de Jesús. México: Universidad
Iberoamericana, 1988.
MILLS, C. Wright
La élite del poder. México: Fondo de Cultura Económica, 1987.
MORIN, Claude
Michoacán en la Nueva España del siglo XVIII. México: Fondo de
Cultura Económica, 1979.
MOSCOVICI, Serge
La era de las multitudes. Un tratado histórico de la psicología de las
masas. México: Fondo Cultura Económica, 1985.
O'GORMAN, Edmundo
Historia de la divisiones territoriales de México. México: Editorial
Porrúa, 1966.
PIHO Virve
La secularización de las parroquias en la Nueva España y su
repercusión en San Andrés Calpan. México: Instituto Nacional de
Antropología e Historia (INAH), 1981.
133
QUERRIEN, Anne
Trabajos elementales sobre la escuela primaria. Madrid: Las
Ediciones de la Piqueta, 1979.
RAAT, William D.
El positivismo durante el porfiriato. México: Secretaría de Educación
Pública, 1975.
RUNCIMAN, W. G.
Ensayos: sociología y política. México: Fondo de Cultura Económica,
1975.
134
SARMIENTO, Rodolfo
Puebla y sus Gentes. Puebla: Edición del Autor, 1939.
SARRAILH, Jean
La España ilustrada en la segunda mitad del siglo XVIII.
México: Fondo de Cultura Económica, 1981.
STAPLES, Anne
Puebla y la educación en el México independiente. Puebla: CEU-
UAP, 1992.
STONE, Lawrence
El pasado y el presente. México: Fondo de Cultura Económica, 1986.
TERRÓN, Eloy
Sociedad e ideología en los orígenes de la España contemporánea.
Barcelona: Ediciones Península, 1969.
WILLIAMS, Raymond
Cultura. Sociología de la comunicación y del arte. Barcelona: Edi-
torial Paidós, 1981.
135
ZAHINO PEÑAFORT, Luisa
Iglesia y sociedad en México, 1765-1800. Tradición, reforma y
reacciones. México: Instituto de Investigaciones Jurídicas-UNAM,
1996.
ZAVALA, Silvio
Poder y lenguaje desde el siglo XVI. México: El Colegio de México,
1996.
ZEA, Leopoldo
El positivismo en México. Nacimiento, apogeo y decadencia.
México, Fondo de Cultura Económica, 1981.
ARTÍCULOS
ALARCÓN, Alfonso G
"Homenaje a Rafael Cabrera" en Revista de la Universidad de Puebla.
Puebla, Año I, No. 4, 1944.
AMEZCUA, Mario
"Biografía del eximio poeta Rafael Cabrera", en Revista de la Asociación
de Ex-alumnos del Colegio del Estado y la Universidad de Puebla.
Año I, No. 1, 1951.
ARPINI, Adriana
"La traza del krausismo en el pensamiento ético social de Eugenio
María de Hostos", en Revista de Historia de América. México: Instituto
Panamericano de Geografía e Historia, No. 110, 1990.
136
BEONIO BROCCHIERI, Mariateresa Fumagalli
"El intelectual", en Jacques Le Goff (Ed). El hombre medieval. Ma-
drid: Alianza Editorial, 1991.
BOURDIEU, Pierre
"Cultural Reproduccion and Social Reproduccion", en Jerome Karabel
y A. H. Halsey, Power and Ideology in Education. Oxford: University
Press, 1977.
CAMP, Roderic Ai
"Generaciones políticas en México. Los últimos cien años", en Vuelta.
México: Editorial Vuelta, Año X, No. 119, 1986.
CASTAÑEDA, Carmen
"La Real Universidad de Guadalajara y el cabildo eclesiástico de
Guadalajara, 1792-1821", en Historia social de la Universidad de
Guadalajara. Guadalajara: Universidad de Guadalajara/Centro de
Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 1995.
CASTAÑEDA, Carmen
"Los vascos, integrantes de la élite en Guadalajara, a finales del siglo
XVIII", en Círculos de poder en la Nueva España. México: Centro de
Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social/Miguel
Angel Porrúa, Editor, 1998.
CASTAÑEDA, Carmen
"Un colegio seminario del siglo XVIII" en Historia Méxicana.
México: El Colegio de México, vol. XXII, No. 4, 1973.
137
CUENYA, Miguel Angel
"Puebla en su demografía, 1650-1850. Una aproximación al tema", en
Puebla de la Colonia a la Revolución. Puebla, CIHS-ICUAP, 1987.
FOUCAULT, Michel
"La gubernamentalidad", en Espacios de poder. Madrid: La Ediciones
de la Piqueta, 1981.
FOUCAULT, Michel
"¿Qué es la Ilustración?", en Saber y Verdad. Madrid: Las Ediciones
de la Piqueta, 1982.
FROST, Elsa
"Una época, unos hombres, una obra", en Estudios. México ITAM,
No. 5, 1986.
GARCÍADIEGO, Javier
"Movimientos estudiantiles durante la revolución mexicana", en Los
estudiantes. Trabajos de historia y sociología. México: CESU-UNAM,
1989.
138
GONZALBO AIZPURU, Pilar
"Disputas de clérigos, crisis política y cambios educativos. Puebla,
siglo XVII", en La educación en México. Historia regional. México:
Universidad Veracruzana, 1987.
HALE, Charles
"El gran debate de libros de texto en 1880 y el krausismo en México",
en Historia Mexicana. México: El Colegio de México, vol. XXXV, No.
2, 1985.
JULLIARD, Jacques
"La política", en Hacer la Historia. Barcelona: Editorial Laia, 1979.
139
LAQUEUR, Walter
"Los ideólogos de la Revolución", en Gabriel Careaga. Los
intelectuales y el poder. México: SEP, 1972.
MARÍN H, Miguel
"Oblación. El maestro D. Rafael Isunza", en Don Quijote. Revista
Estudiantil. Puebla, Junio de 1932.
140
PASSERON, Jean Claude
"La teoría de la reproducción social como una teoría del cambio: una
evaluación crítica del concepto de 'contradicción interna', en Estudios
sociológicos. México, El Colegio de México, vol. I, núm. 3, 1983.
PESET, Mariano
"La Ilustración y la Universidad de México", en La universidad
novohispana: corporación, gobierno y vida académica. México: CESU-
UNAM, 1996.
PIZZORNO, Alessandro
"Sistema social y clase política" en Historia de las ideas políticas,
económicas y sociales. México: Folios Editores, 1984.
SÁNCHEZ L, Juan
"Don Gustavo P. Mahr en la historia de la educación y de la
pedagogía", en Sursum. Año II, Nos. 17-18, 1954.
SCHELESINGER, Arthur M
"El intelectual y la sociedad norteamericana", en Los intelectuales y
el poder. México: Secretaría de Educación Pública, 1972.
TAMAIN, Osvaldo A
"El porfirismo en Puebla, 1867-1910", en Puebla. Una historia
compartida. México: Gobierno del Estado de Puebla-Instituto Mora-
ICSyH, 1993.
141
TANCK DE ESTRADA, Dorothy
"Tensión en la torre de marfil. La educación en la segunda mitad del
siglo XVIII mexicano", en Ensayos sobre la historia de la educación
en México. México: El Colegio de México, 1981.
WEBER, Max
"The Chinese Literati" en From Max Weber. Essays in Sociology.
Oxford: University Press, 1965.
INEDITOS
CRUZ, Salvador
Un aspecto de la educación pública en Puebla. El krausismo (1878-
1893). Ms, 1994.
142
NAVARRO ROJAS, Luis
Conflictos estudiantiles y poder estatal en Puebla, 1900-1925.
Puebla: UAP (Tesis de Licenciado en Historia), 1997.
SALAFRANCA, Alejandro
La pastoral ilustrada y las reformas borbónicas. El caso de don
Antonio Bergosa y Jordán, obispo de Oaxaca. México: ENAH (Tesis
de Licenciado en Etnohistoria), 1994.
143
144
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS...................................................................................7
INTRODUCCIÓN ........................................................................................11
II
145
III
IV
POSTCRIPTUM .......................................................................................111
ADDENDA................................................................................................113
SIGLARIO DE FUENTES..........................................................................119
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA ...................................................................121
146
Educación, Historia y Sociedad en Puebla,
se terminó de imprimir el 24 de febrero de 1999
en Editorial Nuestra República, 36 Oriente 3606,
Puebla, Puebla. Se tiraron dos mil ejemplares,
financiado por la Universidad Autónoma de Puebla.
La formación se llevó a cabo utilizando el programa
PageMaker con tipografía Times de 11 y 12 puntos.
Los interiores son de Armando López Vázquez,
el diseño de portada es de Ileana Gómez Torres
y la captura es de Luz María Muñoz Díaz.
147
148