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PROBLEMAS Y MÉTODOS DEL ANÁLISIS DEL DISCURSO

Escribir una introducción a los problemas y métodos del análisis del discurso de
ninguna manera constituye una empresa de contornos fáciles de trazar: hasta puede
sostenerse que esta disciplina recientemente anexada a la problemática lingüística no ha
superado todavía el estadio de los prolegómenos y aún busca constituir su metodología
y su objeto. Pero hay algo quizás aún más grave: lo que aqueja al análisis del discurso
no es solamente una dificultad de articularse sobre el campo de las ciencias humanas,
sino también una dificultad para constituir su unidad dentro de la teoría lingüística. En
efecto, a menudo aparece como una especie de parásito de esa teoría, tomando de ella
conceptos y métodos sin sujetarse a un rigor suficiente. Además, en gran medida toma
elementos de la enunciación y de la semántica, que precisamente son los dominios más
inestables en la reflexión lingüística contemporánea. En todos los planos, pues, el
análisis del discurso aparece como una especie de pariente pobre, y muchos lingüistas
estarían tentados de dejar su constitución para las calendas griegas. Es cierto que la
lingüística está lejos de concebir de manera satisfactoria su articulación con las otras
prácticas científicas, lejos también de presentar rigor y unidad en todo, pero el análisis
del discurso parece ser solamente un doble degradado de ella, un reflejo que aumenta
sus carencias.

En esas condiciones, es lícito preguntarse qué interés puede presentar una introducción
a una disciplina que todavía marcha a tientas. Es posible esgrimir varios argumentos
para justificar una empresa semejante: este campo de investigación, siendo uno de los
más problemáticos de la lingüística, no deja de ser uno de los más activos. Esta paradoja
solo es aparente, pues el análisis del discurso tiene el privilegio de situarse en el punto
de contacto entre la reflexión lingüística y las otras ciencias humanas, tanto que la
mayoría de las veces es a través del análisis del discurso que muchos estudiantes e
investigadores se enfrentan con la teoría lingüística. Esto tiene una consecuencia
inmediata: en la actualidad existe una especie de "de-manda" teórica muy grande de
parte de las ciencias humanas, demanda frente a la cual la "oferta" de la lingüística
resulta ridículamente insuficiente. Esta situación debe llevar a la lingüística a
no refugiarse en un cierto mito de una "lingüística pura". En lugar de considerar con
burla o consternación la perversión de los conceptos lingüísticos, más le vale intentar
controlar en la medida de lo posible este fenómeno inevitable y dar a los que tienen
necesidad de ellos no tanto los instrumentos necesarios para disponer de procedimientos
más rigurosos, como la posibilidad de captar los problemas teóricos que su práctica les
plantea.
Muchos no lingüistas desearían que el análisis del discurso les proporcionara una
técnica "científica" que les permitiera obtener resultados formalizados, directamente
utilizables para sus interpretaciones extralingüísticas. Aun suponiendo que la lingüística
llegue a alcanzar en este dominio un nivel de rigor más satisfactorio, exigirá más que
nunca una reflexión crítica de parte del que la utilice, si este no quiere ser víctima de las
mayores ingenuidades epistemológicas.
Nuestro propósito es al fin de cuentas modesto: no es esta de ningún modo una obra de
investigación sino, como hemos dicho, una exposición del "estado de la cuestión", un
panorama bastante despejado de las principales orientaciones de la investigación
lingüística en este campo.
Lo esencial de los materiales se encuentra disperso en diversas revistas v algunos libros,
pero no siempre es fácil extraer de ellos una visión de conjunto, dado que estos trabajos
proceden en gran medida a tientas o toman objetos de análisis muy específicos. En
razón del propósito que la anima, una "introducción" como esta deberá muchas veces
contentarse con esquematizar, simplificar realidades que, debido a su complejidad y a
las deficiencias de la investigación lingüística, se encuentran todavía en un estado de
nebulosa. Como veremos, en este campo el rigor de los enfoques a menudo es,
desgraciadamente, proporcional a su carácter reductor. Con esta obra esperamos sobre
todo provocar una toma de conciencia de la necesidad de una elaboración teórica antes
de cualquier práctica; por lo demás, repetimos, en esta área las cosas no están tan
adelantadas como para eximir de tal elaboración, v cada tipo de corpus exige un
considerable trabajo de adaptación de los métodos para encararlo. Es posible que
algunos lectores experimenten una decepción ante el carácter trivial y elemental de los
procedimientos que presentaremos; ciertamente, frente a la tarea por cumplir, la
metodología es a veces muy poco retinada, pero hay que comprender también que la
mayor parte del tiempo nos veremos obligados a separar esos trabajos del contexto
epistemológico en el que adquieren su significación plena.
Algunas palabras sobre el plan de este libro: la preocupación pedagógica que ha guiado
su redacción se refleja en su organización.

En primer término, intentaremos situar brevemente la problemática del análisis del


discurso en la historia de la lingüística estructural; después, nos ocuparemos de aclarar
la polisemia del concepto de discurso, difícil de dominar a causa de su uso
significativamente pletórico.
La segunda parte apunta a brindar al lector una información sobre los aparatos
metodológicos que proporciona la lingüística. Los hemos agrupado alrededor de tres
enfoques principales: lexicológico, sintáctico y "enunciativo". Añadiremos una cuarta
parte, sobre orientaciones que todavía no están muy desarrolladas pero que en el futuro
pueden ofrecer grandes posibilidades al análisis del discurso.

SITUACIÓN DEL ANÁLISIS DEL DISCURSO

Frecuentemente se define discurso como un término que remplazaría al de habla


(Saussure) y se opondría, en consecuencia, a lengua; si así fuera, el análisis del discurso
no tendría ningún fundamento. En efecto, si bien es necesario remontarse al Curso de
lingüística general de Ferdinand de Saussure, lo es precisamente para construir el
concepto de discurso sobre un cuestionamiento del de habla, y no para volver a este. Ya
que la célebre dicotomía fundadora lengua/habla ha dispuesto de la suerte de la
lingüística estructural durante muchas décadas, veamos cómo concibe el Curso esa
oposición.
La lengua es una realidad social, y el habla, una realidad individual.

“Al separar la lengua del habla (langue et parole), se separa a la vez: 1o, lo que es social de lo
que es individual; 2o, lo que es esencial de lo que es accesorio y más o menos accidental.” [1]
Además, “la lengua no es una función del sujeto hablante, es el producto que el individuo
registra pasivamente; nunca supone premeditación [...]. El habla es, por el contrario, un acto
individual de voluntad y de inteligencia”. [2]

En otras palabras, la lengua corresponde a la memoria, y la imagen del diccionario, del


tesoro de los signos, surge como consecuencia lógica: "La lengua existe en la colectividad
en la forma de una suma de acuñaciones depositadas en cada cerebro, más o menos como un
diccionario cuyos ejemplares, idénticos, fueran repartidos entre los individuos."[3]
Dadas las características que permiten oponer lengua y habla, se comprende que la
oración no corresponde a la lengua sino al habla, lugar de la actividad y de la
inteligencia.

A partir de las fuentes manuscritas del Curso se podrían mostrar las vacilaciones de
Saussure a este respecto, pero lo importante es que la oposición lengua/habla ha
terminado por convertirse en la oposición entre un código homogéneo, un sistema de
reglas universales, y una libertad v espontaneidad que escapan a toda regla.
Evidentemente esta oposición se había hecho aun más neta desde el momento que la
lengua no incluía la oración. En efecto, la oposición lengua/habla corre el riesgo de
oponer lo sistemático (la lengua) a lo individual, a lo contingente (el habla), a la
autonomía de un sujeto hablante, sujeto sicológico sometido a pasiones,
necesidades, etc. En esta perspectiva no hay lugar para el "discurso", concepto que
apunta a despojar al sujeto hablante de su papel central para integrarlo al
funcionamiento de enunciados, de textos cuyas condiciones de posibilidad se articulan
sistemáticamente sobre formaciones ideológicas.

Así, la dicotomía lengua/habla puede llevar a considerar que por un lado está lo que es
sistemático y racional, un objeto homogéneo y autárquico, la lengua, y por otro, lo que
corresponde al uso contingente del sistema, a lo retórico, lo político, etc. Habría, por
una parte, un conjunto de palabras dotadas de un sentido fijo y transparente, y por otra,
su uso. En realidad se trata de saber si el vínculo entre el sentido de las oraciones de un
texto y sus condiciones sociohistóricas es algo secundario o es constitutivo de ese
sentido mismo, independientemente de la ilusión que puede tener el hablante de que la
significación de su discurso coincide con lo que él "quiere decir". No es cuestión,
obviamente, de dirigir inútiles reproches a Saussure: la ocultación de lo que
seguidamente se definirá como discurso responde a una especie de necesidad,
considerando el contexto en que se definió la lingüística estructural.

No es de extrañar que una superación de la oposición lengua/ habla se haya cumplido en


ese campo privilegiado que son las obras "literarias". Al colocar, desde una perspectiva
posteriormente calificada de "estructuralista", el principio de inmanencia en el centro de
su estudio de los textos, es decir, al intentar estudiar la estructura del texto en sí mismo
y por sí mismo, rechazando toda consideración exterior a él, los trabajos de los
formalistas rusos[4] permitieron extraer una lógica de los encadenamientos
trasoracionales, particularmente en el dominio del cuento folclórico. Las
investigaciones de V. Propp[5] son actualmente bien conocidas en Francia, y han
permitido construir los primeros esbozos de sintaxis narrativa, de lógica del relato.[6] Es
cierto que este tipo de corpus parece un dominio demasiado específico para tener una
incidencia directa en el estudio de las lenguas naturales o de enunciados aparentemente
menos estructurados, pero se comprende fácilmente que al aplicar los principios
fundamentales de la lingüística estructural a cuentos populares, "nouvelles", etc., la
escuela de los formalistas rusos preparaba la toma en consideración por parte de la
lingüística de lo que después se llamaría el discurso. Lo esencial era aplicar el concepto
de "sistema" a enunciados muy largos, pues la extensión de este tipo de enfoques a
objetos cada vez menos privilegiados solo era una cuestión de coyuntura
epistemológica. De más está decir que el análisis del discurso no podía, por definición,
quedarse en una perspectiva de análisis inmanente de los textos. Los formalistas rusos
lograron producir una ruptura con respecto al enfoque impresionista y filológico de las
obras literarias, pero no llegaron a concebir la relación de estas con sus condiciones
sociohistóricas.

Es en la década del 50 cuando se producen acciones mucho más decisivas para la


constitución del análisis del discurso. Nos encontramos entonces ante dos aportes en
cierto sentido simétricos: la extensión de los procedimientos de la lingüística
distribucional norteamericana a enunciados que superan los límites de la oración
(denominados discursos), por parte de Zellig S. Harris en 1952, y los trabajos de Román
Jakobson y Émile Benveniste sobre la enunciación; como veremos, se trata, por un lado,
de una problemática lingüística muy norteamericana, y por otro, muy europea.

Más adelante consideraremos la concepción de Harris; por ahora basta decir que es el
primer lingüista que extendió directamente los procedimientos utilizados para el análisis
de las unidades de la lengua a enunciados que van más allá del marco de la oración. Una
de las grandes paradojas de este análisis del discurso es el hecho de que su iniciador
directo haya trabajado con exclusión de cualquier referencia a la significación. Paradoja
que quizá solo sea tal debido a que tenemos la tendencia a asimilar apresuradamente el
estructuralismo europeo postsaussureano y el distribucionalismo norteamericano, de los
cuales el contexto ideológico, los postulados y los métodos son en realidad diferentes.
En Harris, "no existe la elección entre dos objetos, ni dos lingüísticas: la de la lengua
y la del habla. La descripción formal de los datos —gramática o si se quiere
estructura— es un concepto operatorio que permite el estudio del fenómeno
lingüístico".[7]

En cambio, Benveniste o Jakobson buscan desentrañar cómo se inscribe el sujeto


hablante en los enunciados que emite, es decir, se tiende a sustituir una lengua
concebida como un repertorio de signos combinados sistemáticamente por la idea de
que "el hablante se apropia del aparato formal de la lengua y enuncia su posición de
hablante por medio de índices específicos", según Benveniste;[8] 'el hablante establece
asimismo un cierto tipo de relación con su propio enunciado y con el mundo. Este punto
de vista nuevo tiene una gran incidencia en la constitución de una teoría del discurso.
(No hay que engañarse, sin embargo, en este punto: por la vía de la enunciación no
es que se vuelva al habla saussureana, sino que se trata de un conjunto de reglas
basadas en un aparato formal; de otro modo, la teoría de la enunciación estaría en
contradicción con los presupuestos del análisis del discurso, que se basa en la
irreductibilidad de las intenciones del sujeto hablante a los mecanismos específicos de
los enunciados que produce en una situación determinada.)

Hasta aquí nos hemos referido solamente a aportes situados dentro del campo mismo de
la lingüística, pero esta perspectiva es demasiado restrictiva, en la medida que las
problemáticas elaboradas en un dominio determinado de las ciencias humanas
participan de otras disciplinas (y esto es tanto más inevitable en el caso del análisis del
discurso). Nos parece que el desarrollo del análisis del discurso puede ser abordado
desde dos puntos de vista diferentes: como una tentativa de subsanar las deficiencias
del tradicional análisis de con-tenido,[9] pero también como síntoma y consecuencia de
ese contexto teórico a menudo muy difuso que es el "estructuralismo".

De una manera esquemática, puede decirse que el análisis de contenido se desarrolló en el


espacio que el estructuralismo lingüístico había dejado vacío, pero del cual las ciencias
humanas, sobre todo la sociología, no podían prescindir.
El análisis de contenido pretende ser un método de tratamiento controlado de la información
contenida en textos, por medio de una "grilla" de lectura objetiva, cuyos resultados han de ser
interpretados. En términos generales, hay que disponer en el punto de partida de un repertorio
estructurado de "categorías" que sirvan para normalizar la diversidad superficial de los textos de
modo de hacerlos comparables; una vez homogeneizadas las "cualidades", generalmente es
posible cuantificar. Todo el problema reside precisamente en la construcción de esas categorías:
ni siquiera recurriendo a una estadística léxica o a una sintaxis elemental, resuelve el análisis de
contenido la cuestión de la estructuración del texto. Sería presuntuoso pensar que la lingüística,
a través del análisis del discurso, estará inmediatamente en condiciones de remplazar, pura y
simplemente, al análisis de contenido: las miras de este último son evidentemente más
"empíricas" que las de la lingüística, pues sólo apunta a "caracterizar el corpus [...] por medio de
una disposición particular de conceptos extraídos de la metalengua, de manera de marcar lo que
su contenido tiene de específico o de singular en relación con otros corpus o con otras partes
del mismo corpus desde el punto de vista de la sociología o de la sicosociología";[10] así, no es
verdaderamente el funcionamiento de un discurso lo que se toma como objetivo.

Trabajar sobre textos no constituye sin embargo una práctica obvia e inocente, cualesquiera que
sean los resultados, a menudo interesantes, a los que se llega a través del análisis de contenido.
¿Es posible estudiar el contenido de un discurso sin una teoría del discurso?

A decir verdad, estas deficiencias solo aparecieron como tales en razón de la


penetración progresiva (por no decir invasión) del “estructuralismo”, que se basa
esencialmente en los aportes de la lingüística estructural, calificada de "ciencia piloto".
La lingüística misma ha sufrido los efectos de este fenómeno, al verse enfrentada a
objetos nuevos y a la exigencia de producir nuevos conceptos para responder a una
notable demanda. Así, se ha vuelto imperativo considerar a los mitos, sueños, novelas,
filmes, cuadros, etc., como conjuntos significativos cuyas leyes de significación se
busca establecer con la ayuda de conceptos tomados de la lingüística, ciencia de ese
sistema de significación por excelencia que es una lengua natural. En estas condiciones,
la posición de una lingüística cuyo campo de aplicación se limitaba a la oración se hacía
absolutamente insostenible.

En términos más generales, la aparición del análisis del discurso no es más que el
síntoma de un cambio en el estatus acordado a los textos. La práctica de los textos, hasta
el momento de la penetración de los análisis estructurales, estaba dominada por el punto
de vista filológico. Ya fuera en literatura, en historia, en etnología en filosofía, etc., se
trataba de devolver los textos a la vida que se consideraba que los había producido. Se
buscaban fuentes, influencias, alusiones al contexto de la época, se quería descifrar,
reconstituir (si era preciso) el texto original, señalar eventualmente las falsificaciones,
evaluar su interés, etc. Se llegaba así a rodear el texto de un aparato de notas, de críticas
que debían permitir su lectura, es decir, de hecho, permitir encontrar directamente el
pasado del que emanaba; la superficie del lenguaje era atravesada, una vez eliminada la
opacidad, y se alcanzaba su sentido, el de la época o del autor que él ponía de
manifiesto. Por el enfoque estructural, todo texto se ha vuelto ahora, de "documento"
que era, "monumento", según la feliz expresión de Michel Foucault. Ya no se atraviesa
el lenguaje para atrapar su sentido, despojándolo de los accidentes históricos, que lo
han vuelto opaco, sino que se busca despejar sus condiciones de posibilidad para
explicar su funcionamiento, con la ayuda de teorías de la lengua, del inconsciente, de
los discursos, de la ideología, etc., sistemáticamente articuladas. Se despliega un
sistema de correlaciones que escapan a un contacto inmediato con lo vivido. El análisis
del discurso es el nombre dado a un conjunto de respuestas de la lingüística, muy
elementales por el momento, a esta enorme presión. A la vez, veremos, se plantea una
grave cuestión: ¿qué es de incumbencia de la lingüística en un discurso y qué no lo es?
Y lo que no ¿a qué disciplina o disciplinas corresponde?

Entretanto, el distribucionalismo norteamericano había integrado la oración en


la'"lengua"; esta ampliación será aun más marcada después, en la teoría generativa de
Chomsky, que establece como punto de partida a O, es decir, la oración. Así es como
Chomsky afirma que, según Saussure, "la formación de la oración no es estrictamente un
problema de lengua sino más bien un problema de lo que él llama el habla; ella se encuentra,
pues, fuera del campo de la lingüística propiamente dicha. Es un proceso de creación libre, sin
restricción por parte de reglas lingüísticas salvo aquellas que gobiernan la forma de las
palabras y la disposición de los sonidos. Desde este punto de vista, la sintaxis es un problema
secundario y, efectivamente, hay pocas obras de sintaxis durante el periodo de la lingüística
estructural".[11]

De hecho, Chomsky se separaba rigurosamente de Saussure al afirmar el carácter


dominante de la sintaxis y remplazar la concepción de una lengua-depósito de signos
por la de una creatividad del sujeto hablante concebida como sistema de reglas. Al
contrario de Harris que distinguía claramente entre oración y discurso Chomsky
mantiene una cierta ambigüedad sobre este punto, pareciendo admitir implícitamente
que los sujetos hablantes producen oraciones. En verdad la teoría chomskiana no se
construye contra una problemática del discurso sino que la ignora casi totalmente. La
competencia, concebida como el sistema abstracto de reglas que sirven de base a las
oraciones producidas por el sujeto hablante, deja en la oscuridad las variaciones debidas
a las condiciones de producción de los enunciados y a los hablantes.[12] No es de
extrañar, pues, que un teórico de la lingüística del discurso pueda escribir que "el
concepto de competencia [...] no llega a dar el conocimiento de la realidad del discurso,
ya que, como fundamento de una teoría de la oración para un hablante-oyente ficticio,
es incapaz de revelar la existencia del discurso".[13]

Además, habría que ponerse de acuerdo sobre el término discurso, que se encuentra no
solo en el centro de la reflexión de un filósofo como Michel Foucault sino también en
definiciones lingüísticas muy restrictivas; este uso tan abundante y variado debe ser
tomado como un síntoma de su carácter teórico inestable

POLISEMIA DEL TÉRMINO “DISCURSO”

Contrariamente a lo que sucede en otros campos de la lingüística, el análisis del


discurso tiene grandes dificultades para dominar su objeto. Lingüistas y no lingüistas
hacen del concepto de "discurso" un uso a menudo incontrolado, y mientras unos tienen
de él una concepción muy restrictiva, otros hacen de él un sinónimo muy poco estricto
del "texto" o de "enunciado".

En lingüística, quizá menos que en otros campos, no hay evidencias, y es necesario


tener una clara conciencia de esta diversidad de empleos para no incurrir en un
contrasentido. Nosotros nos limitaremos a hacer algunas observaciones clarificadoras,
sin pretender de ningún modo resolver un problema terminológico de tal magnitud.
Si consideramos los diversos usos propiamente lingüísticos de discurso, podemos
mencionar:
1° Discurso 1: sinónimo del habla saussureana; este es el sentido corriente del término
en la lingüística estructural.
2° Discurso 2: el discurso no está tanto referido a un sujeto sino más bien considerado
como una unidad lingüística de dimensión superior a la oración (trasoracional) un
mensaje tomado globalmente, un enunciado.

3° Discurso 3: en este sentido, el discurso está propiamente integrado al análisis


lingüístico, ya que se considera el conjunto de las reglas de encadenamiento de las
sucesiones de oraciones que componen el enunciado.

El lingüista norteamericano Zellig S. Harris fue el primero que, en 1952, propuso un


procedimiento para estudiar estos encadenamientos.

4° Discurso 4: en lo que se podría llamar la "escuela francesa" de análisis del discurso,


se opone enunciado y discurso en una definición que nos parece muy realista:

"El enunciado es la sucesión de las oraciones emitidas entre dos blancos semánticos, dos
detenciones de la comunicación; el discurso es el enunciado considerado desde el punto de vista
del mecanismo discursivo que lo condiciona. Así, la consideración de un texto desde el punto de
vista de su estructuración “en lengua” hace de él un enunciado; un estudio lingüístico de las
condiciones de producción de ese texto hará de él un discurso."[14]

5° Discurso 5: nos vemos obligados a señalar un uso de discurso que recorta los
precedentes, pero con la diferencia de que sería su reformulación en el marco de las
teorías de la enunciación (más adelante volveremos a este punto). Es en este sentido que
para Émile Benveniste "la enunciación supone la conversión individual de la lengua en
discurso";[15] en otra obra, el mismo autor da la definición siguiente: "Hay que entender
discurso en su extensión más amplia: toda enunciación que supone un hablante y un
oyente, y en el primero, la intención de influir de alguna manera en el otro".[16]

6° Discurso 6: apenas separable de sus otros usos, la noción de "discurso" entra


frecuentemente en una oposición lengua/discurso. La lengua se opone entonces como
conjunto finito, relativamente estable, de elementos, al discurso, entendido como lugar
en que se ejerce la creatividad, lugar de la contextualización imprevisible que confiere
nuevos valores a las unidades de la lengua. Así es como se dirá que la polisemización de
una unidad léxica es un hecho de discurso que se convierte progresivamente en hecho
de lengua.

Si bien la definición 4 nos parece muy aceptable, no deja de presentar un problema, en


la medida en que numerosos autores hablan de "análisis del discurso" en el sentido de
estudio lingüístico de las unidades trasoracionales desde un punto de vista gramatical
estricto y sin ninguna referencia a las condiciones de producción del discurso (así
estudian, por ejemplo, el juego de los sustitutos pronominales en un enunciado seguido).
La oposición enunciado/discurso puede así llegar a ocultar la importante oposición
oración/discurso. Sería quizá deseable utilizar el término enunciado para los enunciados
que superan los límites de la oración si se los considera en su estructuración
estrictamente lingüística, y en el discurso cuando se consideran las condiciones de
producción de un enunciado (ya sea que consista en una sola oración o en muchas,
aunque sea muy raro que haya que considerar discursos de una sola oración). Es
evidente que los dos enfoques están inextricablemente ligados: muchos lingüistas
piensan que un estudio puramente interno de la lengua, sin tomar en consideración el
discurso, es imposible, sobre todo en el campo de la semántica.

Una fuente de confusión no menos importante reside en la oposición


enunciado/discurso que se apoya en la perspectiva de la enunciación. Oswald Ducrot,
en su obra Dire et nes pas dire, distingue así dos componentes en la interpretación
semántica de un enunciado lingüístico: Un componente lingüístico propiamente dicho y
un componente retórico. El componente lingüístico asigna un sentido literal a los
enunciados, fuera de cualquier contexto enunciativo determinado, mientras que el
componente retórico interpreta ese enunciado integrándolo a una situación precisa de
comunicación. Ducrot no se inscribe explícitamente en el marco de una oposición
enunciado/discurso, pero ella está implícita en la lógica de sus palabras. En otros
autores, las cosas son más claras : consideremos, por ejemplo, el esquema de P.
Charaudeau[17] que usa sentido donde Ducrot (p.111) pone significación y viceversa.

situación de
Enunciado + Discurso
comunicación =

especificidad
uso-consenso
sentido significación

Dicho de otro modo, el sentido de un enunciado se define fuera de todo marco


enunciativo, mientras que su significación está referida a las circunstancias de
comunicación que hacen de él un discurso: “Si se considera el enunciado en su marco
enunciativo, entonces este enunciado se convierte en discurso, con una significación
específica además de su sentido-consenso [basado en el consenso lingüístico de los
sujetos hablantes]”

Veamos un ejemplo tomado de Charaudeau: “En la base de los buenos negocios en


Irlanda se encuentra Allied Iish Investment Bank”. Este enunciado puede tener además
de su “sentido”, “significaciones diversas”:

-Yo puedo ser un anticapitalista que quiere convencer a un tú que sostiene que Irlanda
no tiene una economía basada en el capitalismo en este caso diremos que el enunciado
contiene la información: “ve usted que Irlanda está bajo la dominación de los trusts
financieros”.

—Puede tratarse de un eslogan publicitario de la forma “si usted compra P, obtendrá el


resultado X”; debemos entonces sacar del enunciado las informaciones siguientes, parte
integrante de su información: “si usted quiere que sus negocios marchen bien, ES
NECESARIO poner en la base de ellos al AIIB; AHORA BIEN usted quiere eso,
POR LO TANTO póngase en contacto con el AIIB”.

Así, al cambiar las relaciones yo-tú, cambia la totalidad de la significación de este


enunciado.
Toda la dificultad de esta nueva oposición enunciado/discurso reside en la cuestión de
saber cuáles son las relaciones entre las condiciones de producción (L. Guespin) y las
circunstancias de comunicación (F. Charaudeau), cuestión tanto más delicada cuanto
que las dos perspectivas declaran explícitamente su relación con un análisis del
discurso. Parece sin embargo posible afirmar que el análisis del discurso en el sentido
de Guespin presupone la otra perspectiva El tipo de significación que se puede extraer al
insertar el enunciado en su marco enunciativo resulta al fin relativamente inmediato
aunque se trate de una significación implícita; existe un conjunto de reglas todavía mal
conocidas, en la práctica habitual de la lengua que permiten a todo sujeto hablante de
esa lengua decodificar correctamente la interpretación de esos enunciados. La otra
perspectiva en cambio, apunta esencialmente a significaciones construidas a partir de
hipótesis y de métodos basados en una teoría de la articulación del discurso sobre las
condiciones sociohistóricas. Mientras que los primeros buscan más bien elucidar los
mecanismos de la práctica usual del lenguaje, los segundos se interesan sobre todo en
textos y en tipos de textos elegidos en función de preocupaciones que van más allá del
marco de una eventual teoría de la comunicación ordinaria. Además, los problemas de
interpretación de enunciados fuera de contexto no se presentan en los discursos
estudiados como objetos socio-históricos; ya que las restricciones contextuales eliminan
ambigüedades de este tipo (por otra parte, ¿son estas ambigüedades realmente
lingüísticas?).

En consecuencia, estas dos oposiciones enunciado/discurso se recortan muy netamente


sin que sea posible definir lo que en derecho le corresponde a cada una. En estas
condiciones, no se puede resolver esta falta de rigidez conceptual, y es preciso ver en
ella el correlato del carácter muy inestable de la "enunciación" (v. infra parte III) v de la
semántica, al menos en el momento actual. Por nuestra parte en este libro nos
ocuparemos esencialmente de los discursos-objetos sociohistóricos y no de lo que
Oswald Ducrot llamaba el "componente retórico”.
Hay también usos de la noción de discurso que podrían calificarse, más que de no
lingüísticos, de "paralingüísticos". Este es particularmente el caso de Jacques Derrida y
de Michel Foucault, cuya reflexión se articula muy a menudo sobre la lingüística, pero
sin quedarse jamás fijada en ella.

En un artículo titulado “La structure, le signe et le jeu dans le discours , des sciences
humaines”,18 Jacques Derrida trata de concebir el acontecimiento que ha hecho que se haya
"debido sin duda comenzar a pensar que no había centro, que el centro no podía ser pensado en
la forma de un estar presente, que el centro no tenía lugar natural, que no era un lugar fijo, sino
una función, una especie de no-lugar en el cual se jugaban hasta el infinito sustituciones de
signas. Es entonces el momento en que el lenguaje invade el campo problemático universal; es
entonces el momento en que, a falta de centro o de origen, todo se vuelve discurso [la illa es
nuestra], con la condición de ponerse de acuerdo sobre esta palabra, es decir sistema en el cual
el significado central, originario o trascendental, no está nunca absolutamente presente fuera de
un sistema de diferencias. La ausencia de significado trascendental extiende hasta el infinito el
campo y el juego de la significación".19

La reflexión del filósofo desborda ampliamente el marco de la lingüística, y su concepto


de “discurso” vale para el conjunto de los sistemas de signos con los cuales se ven
enfrentadas las ciencias humanas. Esta extensión de un concepto lingüístico no deja de
ser interesante; en un nivel muy general, puede decirse que la definición del discurso
como rechazo de una instancia central es bastante satisfactoria, pues da cuenta del doble
proceso por el cual se ha constituido una lingüística del discurso: rechazo del habla
saussureana, considerada como "libertad del hablante, signo de su unicidad y de su
incomparabilidad",20 y rechazo correlativo de la sujeción a los límites de la frase, que
libera a la teoría del discurso de la noción de “juicio” referido a la subjetividad. Al hacer
esto, la teoría del discurso se funda como un “análisis no subjetivo de los efectos de
sentido” contra la ilusión que tiene el sujeto “de estar en el origen del sentido”.21

El discurso parece estar también en el centro de la reflexión de Michel Foucault, al


menos si nos atenemos a la frecuencia con que usa el término: "regularidades
discursivas", "unidades del discurso", "formaciones discursivas", "orden del discurso",
etc., están entre sus conceptos fundamentales (asimismo, puede advertirse un empleo
muy particular del vocablo enunciado). Aquí nos limitaremos a hacer una sola
observación: da la impresión de que Michel Foucault ha podido distinguir su proyecto
tan claramente de la empresa lingüística sólo porque la lingüística a la que él
remite es la lingüística propiamente saussureana, basada en la dicotomía lengua/habla,
ignorando tanto la problemática del análisis del discurso como las teorías de la
enunciación. Así, afirma:

El análisis de los enunciados no pretende ser una descripción total, exhaustiva, del “lenguaje” o
de “lo que ha sido dicho”... No toma el lugar de un análisis lógico de las proposiciones, de un
análisis gramatical de las oraciones, de un análisis sicológico o contextual de las formulaciones:
constituye una manera diferente de enfrentar las realizaciones verbales, de disociar su
complejidad, de aislar los términos que se entrecruzan en ellas y de respetar las diversas
regularidades a las que ellas obedecen. Al poner en juego el enunciado frente a la oración o la
proposición [la illa es nuestra], no se intenta volver a encontrar una totalidad perdida".22

Los trabajos de Foucault mantienen, pues, relaciones un tanto falsas con la lingüística
del discurso.

Lamentablemente, en el marco de este libro no podemos desarrollar los puntos de vista


de Julia Kristeva, que busca rearticula teoría de las ideologías, sicoanálisis y semiología
en una nueva formalización de los sistemas de significación. Veamos solamente el
concepto de texto: si bien en la práctica lingüística funciona a menudo como un simple
doblete de discurso en el sentido 3, conviene sin embargo señalar que Kristeva ha
elaborado considerablemente esta noción, en direcciones muy enriquecedoras para el
análisis del discurso. Para esta autora, la semiología "toma actualmente por objeto
muchas prácticas semióticas que ella considera como traslingüísticas, es decir hechas a
través de la lengua y no reductibles a sus categorías".23 En otras palabras, el discurso se
construye también a través de estructuraciones que le son propias; de ahí la definición
de texto como "un aparato traslingüístico que redistribuye el orden de la lengua [...],
una productividad, lo cual quiere decir: 1. Su relación con la lengua en la que se sitúa
es redistributiva (destructivo-constructiva), por lo tanto puede ser abordado a través de
categorías lógicas más que puramente lingüísticas; 2. Es una permutación de textos, una
intertextualidad: en el espacio de un texto, muchos enunciados, tomados de otros textos,
se cruzan y se neutralizan.24

[1]
F. de Saussure, Curso de lingüística general, traducción española Buenos Aires, Losada, 1945, p. 57.
[2]
Ibídem.
[3]
Ibíd; p. 65.
[4]
Nombre que se da al grupo de jóvenes lingüistas rusos que entre 1910 y 1920 sentaron las bases y
emprendieron los primeros trabajos concretos en el campo del análisis estructural de las formas literarias.
Entre ellos puede mencionarse a V. Propp, R. Jakobson, J. Tinianov y B. V. Tomashevski. Consultar la
antología de T. Todorov, Théorie de la littérature. Seuil, 1965.
[5]
Especialista en cuento folclórico. Su obra fundamental. Morfología del cuento (Buenos Aires, Juan
Goyanarte, 1972), demostró que era posible construir un modelo elemental del cual se derivaban una
infinidad de cuentos folclóricos superficialmente muy diferentes.
[6]
Cf. en Francia, por ejemplo, los trabajos de T. Todorov, Grammaire du
Décaméron, Mouton, 1969; C. Brémond, Logique du récit, Seuil, 1973, y A. J. , Greimas Sémantique
structurale, Larousse, 1966 (trad. esp.: La semántica estructural, Madrid, Credos, 1971), y Du sens, Seuil
1970 (trad. esp.: En torno al sentido, Madrid, Fragua, 1973).
[7]
D. Leeman, Langages 29, p. 26.
[8]
Langages 17, p. 14.
[9]
El análisis de contenido se desarrolló en los Estados Unidos, particular- mente después de la
Segunda Guerra Mundial, entre los sociólogos e historiadores. Mencionemos dos clásicos del género:
Bernard Berelson, Content Analysis in Communication Research, Glencoe, The Free Press, 1952, y
Harold J. Lassweil et alii, Language of Politics, New York, G. Stewart, 1949. Para una presentación y
una critica, ver R. Robín, Histoire et linguistique, capitulo 3; para una defensa del análisis de contenido y
una critica al enfoque lingüístico, consultar la introducción de Tracts en mai 1968, Armand Colín,
1974.
[10]
Des tracs en mai 1968, introducción.
[11]
Le langage et la pensés. Payot, 1970, p. 37.
[12]
Es la famosa concepción del "hablante-oyente ideal" de Chomsky. Ver la introducción de Aspectos de
la teoría de la sintaxis, Madrid, Aguilar. 1968.
[13]
D. Slatka, Langages 23, p. 109.
[14]
L. Guespin, Langages 23, p. 10.
[15]
Langages 17, p. 13.
[16]
Problémes de linguístique générale, p. 242 [la traducción española Pro-blemas de lingüística general,
México, Siglo XXI, 1971 es incompleta: falta el artículo "Les relations de temps dans le verbe francáis"].
[17]
18
1966, reproducido en 1967 en L'écriture et la différence, p. 409 s.
19
P. 411.
20
. M. Pécheux y C. Haroche, en t.a. informations 1972, 1, p. 13.
21
M. Pécheux y C. Fuchs, "Mises au point et perspectives á propos de 1'analyse automatique du
discours", en Langages 37, p. 8.
22
.Archéologie du sacoir, p. 142.
23
.Le texte clos, 1968
24
Ibídem.

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