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TIERRA DE MIEDO

by Sergio Robla (capítulo I: Wonder Woman), Jordi


Molinari (capítulo II: Green Lanterns), Gustavo Higuero
(capítulos III: Flash), Cristian Miguel Sepúlveda (capítulo
IV: Aquaman), Pedro Pascual Paredes (capítulo V: Batman
y Ciborg), Víctor José Rodriguez (Capítulo VI: Superman)
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Edición y maquetación: Mònica Rex Garcia

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sergio robla
Para mis compañeros, que se apuntan a las ideas
más locas. Se han ganado un lugar en Nueva Génesis

JORDI MOLINARI
Para todos aquellos que necesitan una luz a su
lado, ya sea un anillo o un compañero.

GUSTAVO HIGUERO
Para todos aquellos que la velocidad no es espacio
entre tiempo.

CRISTIAN MIGUEL SEPÚLVEDA


Para todo aquel que adora y valora a Aquaman, y
para quien no, también.

PEDRO PASCUAL PAREDES


Para C.A.T

VÍCTOR JOSÉ RODRIGUEZ


Para los que viven un infierno y encuentran la
fuerza necesaria para levantarse en su interior.
TIERRA DE MIEDO

CAPÍTULO I. WONDER WOMAN


Una suave brisa mece las hojas de los árboles. El sol brilla con justicia en lo alto,
pues es mediodía, calentando con su abrasador abrazo la densa manta verde de masa
forestal que se extiende hasta perder la vista. El viento huele salvaje y puro, sin
contaminación, cargado de los aromas dulzones de las flores de anchos pétalos que
cuelgan de las ramas de algunos árboles. El aire está también húmedo, denso, su
contacto hace que la corteza de los troncos se oscurezca y haya marcas oscuras
deslizándose hasta el suelo desde lo alto de las copas. No es un bosque normal. No es
una selva normal. Parece serlo, quiere serlo, pero algo está mal y Diana no sabe qué
puede ser.

Está tumbada mirando las gruesas ramas de un árbol. Los oídos le pitan y le cuesta
enfocar. Nota el pelo mojado, sucio, enmarañado con restos de follaje. Parpadea varias
veces y sus ojos lloran, lagrimean, por el contacto de la tierra con los párpados. El dolor
se empieza a despertar y su pierna parece ser el foco principal de una molestia que no
deja de crecer. Nota el cuerpo magullado, como si sus músculos fueran de cristal molido
y cada movimiento activara nuevos centros de dolor. La pierna le sigue doliendo, más y
más, hasta hacer desaparecer al resto de las molestias. La sensación asciende por el
muslo y repta por su columna arañándole a cada vértebra que supera, a cada tendón
que deja atrás, buscando alcanzar el cerebro para hacerle saber que algo malo está
pasando en una de sus extremidades.

Tienes que moverte, al menos tienes que intentarlo. No puedes quedarte tirada en
el lodo sin ver qué está pasando. Vamos, muévete, lucha por hacerlo, muévete, puedes
hacerlo. No es tan complicado, hasta hace un rato lo podías hacer, pero, claro, hace un
rato no estabas incrustada en barro en medio de una selva… Ese pensamiento le hace
detenerse y reflexionar un momento. ¿En una selva? ¿Dónde estaba antes? ¿Cómo he
llegado hasta aquí? El dolor sigue martilleando su pierna, que ahora se convulsiona como
si reaccionara a pequeños pinchazos de agujas. Se incorpora sobre los codos. Duele,
mucho, pero le permite ver las piernas y cómo varios insectos le mordisquean la herida
sangrante. Son enormes, con afiladas mandíbulas que desgarran pequeñas porciones
de piel y carne, llevándoselas a sus bocas dentadas, donde van disgregándolas
meticulosamente. La visión no parece asustarle en absoluto. Mira con extraña pasividad,
como si lo que viera fuera algo normal y no fuera necesario interrumpir la escena.

Los insectos continúan ajenos a ella, acudiendo más y más a la llamada olfativa de
la carne fresca y la sangre. Comienza a respirar más rápido y su ritmo cardiaco se
acelera, sus labios se aprietan, su frente se arruga y sus brazos se tensan para acabar
con lo que está ocurriendo sobre su cuerpo. Algo se activa en su cerebro, un chasquido
metálico que despierta a una neurona que grita desesperada pidiendo ayuda. Una

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capítulo i. wonder woman

neurona que se ve bañada por un torrente de adrenalina que hace que miles de neuronas
se enciendan y como un resorte se incorpora por completo, apoyando todo su peso sobre
la pierna izquierda, al tiempo que con las manos se arranca los insectos, espantados
por el movimiento brusco de su cuerpo.

Aplica fuertes manotazos sobre el malherido muslo, sin importar el dolor, con el
objetivo de alejar a las alimañas de seis patas que nadan entre el músculo lacerado.
Uno, dos, tres, cuatro… no importa la cantidad, hay que eliminarlos a todos. Los grandes
de color oscuro y largas patas, los que reptan lentamente ya ensangrentados, si uno
solo de ellos logra anidar, no ya comer de forma momentánea, sino poner sus huevos
en la carne el resultado sería fatal.

Toda esta acción dura unos segundos, eternos segundos, que acaban de golpe
mientras se mira la herida que pierde sangre a cada pulsación. Parece limpia y el orificio
es circular, demasiado perfecto para tratarse de una perforación común. Aun con los
mordiscos que han dejado los insectos todo el conjunto tiene algo de irreal y ajeno a lo
que sabe sobre heridas de combate.

Organiza tu mente. Establece prioridades. La hemorragia es lo primero en la lista.


Atajar la pérdida de sangre es primordial y para ello busca en el costado el Lazo de la
Verdad. La mano izquierda lo busca de forma instintiva, pero no está en su sitio. La
derecha hace lo mismo con idéntico resultado. No puede ser, nunca he perdido el lazo,
¡Ni en las batallas más duras! Sigue necesitando ese torniquete, algo con lo que poder
frenar la pérdida de líquido. Sus ojos buscan entre la maleza hasta fijarse en una liana
estrecha que se balancea suavemente ajena al drama que le rodea. Se acerca hasta ella
y la intenta arrancar… No se rompe. Tira de nuevo, con más fuerza, pero la liana no se
parte. ¿Qué está pasando? Antes, un simple tirón hubiera bastado para arrancar una
liana cien veces más gruesa y ahora parece que su mítica fuerza se ha desvanecido. Es
entonces cuando se percata de otra cosa. Sus brazaletes tampoco están en sus muñecas.

Nota la sangre caer por la pierna. Mira hacia abajo y ve cómo su sangre se mezcla
con el barro que hay a sus pies. Su sangre y el barro, el barro y su sangre. La gran
mentira de Zeus y su madre sobre su herencia y nacimiento. Una historia en la que era
moldeada en arcilla a la que los dioses insuflaban vida. Qué romántico, qué idílico, qué
poético… pero todo mentira. Soy mucho más que simple arcilla moldeada, soy hija de
Zeus y de Hipólita, hija de dioses, mujer, guerrera y amazona. Aunque sus dioses le
han abandonado, es Diana de Themyscira. Es Wonder Woman y debe empezar a
demostrarlo.

Un ruido a la derecha le hace girar con brío la cabeza. Las hojas se mecen
suavemente, pero algo las ha desplazado, lo ha oído perfectamente. Ha sido un susurro,
perceptible entre el rumor del follaje… Sin embargo, no hay nada más que el enramado,
flores exóticas y largas lianas que cuelgan desde las copas de los árboles.

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TIERRA DE MIEDO

Tras varios tirones insistentes para arrancar la liana y frotarla con una pequeña
piedra con algo de filo, esta se rompe y le permite hacerse un torniquete en el muslo,
justo debajo de la ingle. Con él puede detener la pérdida de sangre. Introduce un palo
para aplicar presión y soltarlo a conveniencia y centra su atención en otros asuntos que
ha pasado por alto.

Sus armas no están en su poder. En algún momento las ha perdido o se las han
quitado. ¿Quién o qué? ¿Tal vez eso que parece acecharle desde la vegetación que le
rodea? Alguno de esos susurros que parecen reptar a su alrededor, con movimientos
suaves, metódicos, sin alterar el paisaje, como si fueran sombras incorpóreas que
esperan el momento perfecto para abalanzarse sobre ella…

Afloja un instante la presión del torniquete. Espera unos segundos y vuelve a apretar
la liana. El dolor es grande pero la alternativa es mucho peor. Sus ojos empiezan a
enfocar mejor y su mente parece despejarse. Con la hemorragia controlada puede
pensar y focalizar la situación. Observa la jungla, mira a derecha e izquierda como
precaución, pues sigue sintiendo que alguien la observa. Un pinchazo en la espalda le
informa de que su torrente sanguíneo ha vuelto a ser invadido por una carga extra de
adrenalina. Siente miedo.

Ahora comienza a recordar… La Liga volaba rumbo a una isla de horizonte amarillo.
Batman pilotaba el Zorro Volador con la tenacidad que le caracteriza, pues había
detectado una inusual alteración del campo gravitatorio alrededor de una isla que no
estaba cartografiada. Dejaron la Atalaya, y pusieron rumbo a este punto con la intención
de investigar qué podría estar provocando las anomalías. La mayoría de los miembros
de la Liga se encontraban en el interior del vehículo, mientras que Diana volaba unos
metros por delante junto a Superman. Todo parecía ir bien, sin que Batman les informara
de nada extraño o anómalo, cuando Flash gritó algo a través de los comunicadores y la
nave entró en barrena. Los gritos de alerta de Flash fueron interrumpidos por la voz
sepulcral de Bruce quien, en medio del caos, seguía manteniendo la calma. Bruce señaló
una peculiar construcción en la isla, asentada sobre una montaña, reluciente, como si
fuera nueva, como objetivo para todos cuando lograran aterrizar… Después solamente
negrura… Y llegó el dolor.

Los recuerdos le son ajenos, extraños, como si pertenecieran a otro y no a ella, a


Diana. Unos recuerdos que le permiten empezar a buscar soluciones a un problema que
parece no dejar de complicarse. Lleva su mano a la oreja para buscar el
intercomunicador, pero no parece funcionar. Repite varias veces el nombre en clave de
todos sus compañeros, pero no recibe respuesta. Ojalá J´onn estuviera para poder
enlazarnos telepáticamente… Aunque se pregunta, dadas las extrañas características de
este escenario, si hubiese supuesto una diferencia o los poderes del marciano hubieran
sufrido la misma suerte que los suyos.

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capítulo i. wonder woman

Se apoya en un árbol y lo intenta empujar para confirmar lo que ya sabe


perfectamente: su fuerza ha desaparecido al igual que su agilidad, su rapidez y su
facultad de volar.

Está sin poderes, pero sigue siendo una amazona. Tiene que empezar a moverse.
Al principio siente cada como una lanza al rojo vivo atravesándole la pierna, pero pronto
puede sobrellevarlo y logra alejarse unos metros de su posición inicial. El vello de su
nuca se eriza al sentir un escalofrío. No sabe si es por la pérdida de sangre o por esa
sensación visceral que le dice que alguien continúa merodeando a su alrededor. Tienes
que moverte, tienes que ir al edificio que Batman señaló antes de caer. Los demás
pensarán lo mismo y acudirán a ese punto… Si están vivos.

Comienza a moverse de nuevo. Un paso, luego otro, cojeando, arrastrando la pierna


que está totalmente teñida de rojo. Cada zancada le hace contraer el rostro de dolor.
Un millón de agujas le atraviesan el vientre, pero tiene que continuar, sin pausa,
evitando dejarse llevar por el pánico. No sabe dónde está esa edificación que señaló
Batman y necesita subir a un sitio elevado para poder orientarse. Solo pensarlo ya le
resulta agotador.

Se detiene un instante para recuperar el aliento y es consciente de que no hay otro


ruido a su alrededor que no sea el de su propia respiración entrecortada. No se escuchan
pájaros, ni hay monos saltando entre las copas de los árboles. Todo está salpicado por
un silencio sepulcral, frío, acerado, tenebroso, rodeando y acercándose lentamente a
ella.

Suda copiosamente, más por miedo, que por el esfuerzo y la humedad. Traga saliva
con dificultad y nota la garganta seca, árida, ardiente como la fragua de Hefesto. Le
duele tragar y se da cuenta de que pronto va a tener que encontrar agua si quiere
sobrevivir.

Sus ojos avistan algo entre la maleza, sus pensamientos se interrumpen y un nudo
detiene su respiración. A lo lejos, percibe algo oscuro y humeante que chisporrotea
débilmente. Parece de metal, pero sin forma definida y enseguida deduce que se trata
de un trozo del fuselaje del Zorro Volador. Sin pensarlo se pone de nuevo en marcha
con la firme idea de llegar hasta esa chatarra metálica que se ha convertido en lo más
familiar que tiene a su alrededor. No importa el dolor, ni que cada tres pasos deba
detenerse para aflojar el torniquete, el esfuerzo merece la pena. O eso se repite una y
otra vez, porque ese pedazo de acero puede significar que alguno de sus compañeros,
de sus amigos, puede estar cerca y necesitar ayuda.

Cuando llega hasta la pieza descubre que no hay nadie en sus inmediaciones, que
se trata de una de las alas, totalmente desgajada del fuselaje central que ha caído con
fuerza entre la maleza y se ha incrustado en el suelo. A su paso, ha partido varios árboles
y ha abierto un claro en el denso tapiz arbóreo, permitiendo ver el cielo de un azul casi

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TIERRA DE MIEDO

nuclear. Uno de los árboles caídos está en ángulo de cuarenta y cinco grados, apoyado
sobre otros dos, lo que le permite subir hasta la copa de uno de ellos y otear a su
alrededor la posición de la fortaleza.

Pero una cosa es pensarlo y otra muy distinta hacerlo. Lo que hubiera sido algo
sencillo estando en plenitud de facultades se convierte en una peregrinación llena de
dolor, sudor, lágrimas y sangre. Mantener el equilibrio es una tarea muy exigente y la
pierna herida no ayuda a que las cosas sean más fáciles. Minuto a minuto asciende, no
sin sufrir tropezones y amagos de caída, pero es necesario llegar arriba.

Está a más de veinte metros de altura y continúa notando esa extraña presencia a
su alrededor y sus metódicos movimientos de acoso. Llega a la copa del árbol, aparta
unas ramas, se encarama y logra sacar la cabeza entre el follaje que se extiende decenas
de kilómetros a su alrededor. Un mar verde de desolada monotonía que aplasta cualquier
atisbo de esperanza. Mira en todas direcciones hasta que no muy lejos aparece, entre
la bruma que se forma por la acción del sol, sobre una montaña, el edificio que señaló
Bruce.

Ya no es mediodía. El sol ya no está en la misma posición y comienza a descender


lentamente. Si se hace de noche antes de lograr llegar a la montaña lo más probable es
que muera. Se lleva las manos a la cabeza desesperada y descubre, con asombro, que
tampoco su tiara esta sobre su frente. La han despojado de sus señas de identidad, de
lo que la convierte en Wonder Woman.

Está herida, sedienta, agotada, perdida en medio de una selva, sin poderes, llena
de barro y acosada por una presencia maligna que no parece querer mostrarse todavía.
Desciende con cuidado. Debe darse prisa. Ya sabe qué dirección tomar y eso implica
atravesar ese cenagal, en dirección al único sitio al que puede ir. La determinación, el
objetivo, se dibuja en su mente. Ha de empezar a andar, dejar atrás a lo que le persigue,
sin importar el dolor, la sangre que pierda o la deshidratación. Eres Diana de Themyscira,
puedes hacerlo, puedes lograrlo. No debes sucumbir al miedo, no puedes dejarte llevar
por el pánico de la situación. Cada paso es uno menos que te queda para llegar. Eso es
lo único que importa. Puede que no tengas tus armas, ni que tampoco tengas poderes,
pero eso no es lo que te hace ser Wonder Woman. No se trata de un traje, ni de un
escudo, ni del lazo o los brazaletes. Ser Wonder Woman es ser capaz de seguir
avanzando a través de la jungla, ignorando la angustia, las ardientes lágrimas, la sangre
que se escurre fría sobre tu piel. Es seguir avanzando y vencer el miedo, sin mirar tras,
sin dejarse vencer, sin desfallecer. Un paso, dos, tres: pasos erráticos que dejan un
rastro anómalo en el fango, pues la pierna herida está ya completamente entumecida.

Un borboteo a su espalda le hace reaccionar. El dolor vuelve a recorrerle la pierna,


pero no le impide echar a correr a través de la ciénaga. Mientras corre con dificultad
mira a su alrededor en busca de cualquier elemento que le pueda servir de ayuda. Es
una especie de pantano de aguas estancadas, pero aun tratándose de vegetación

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capítulo i. wonder woman

terrestre tiene un aspecto extraño, como si alguien hubiese dispuesto la ubicación de


cada elemento. No se aprecia la mano de Deméter tras este lugar peculiar.

Nota un aliento a sus espaldas, frío como el de Ares, mortal como el de Hades y el
alma se le congela. La respiración se le corta y se queda inmóvil unos segundos. No se
atreve a mirar atrás por puro instinto. Todo su cuerpo grita para que continúe, pero su
mente se ha bloqueado, se ha cerrado por completo, y ya no parece querer librarse del
yugo que la rodea.

Nota como de su pelo, ahora sucio y apelmazado, caen gotas de agua embarrada
sobre su espalda y hombros. Es como una estatua de mármol, rígida en medio de la
selva, sin capacidad para nada. Las gotas de sudor perlan cada centímetro de su piel,
condensándose hasta descender por su rostro y precipitarse desde la nariz al lodo que
hay en sus pies. La gota se estrella a cámara lenta, muy despacio, perturbando la
quietud de lo que le rodea. Sus puños se contraen hasta que sus nudillos se ponen
blancos por la fuerza con la que aprieta los dedos. Siente como las uñas se le clavan en
las palmas de las manos y da la bienvenida a ese dolor que le hace despertar del letargo
inducido por el más puro de los miedos.

Reacciona. Su mente se activa y los recuerdos se agolpan en su interior. Una


tormenta neuronal se desata y el pasado acude en su ayuda, sin ser convocado,
cabalgando sobre un corcel de poderosos cascos, largas crines y atronadora pisada.
Recuerdos de antaño con la Liga y que hoy son su salvación.

Tiempo atrás se vió ante una situación imposible, en la que una profecía señalaba
que la Liga perecería luchando con una antigua bestia. Tal conocimiento podría haber
hecho, fácilmente, que se rindiera, pero entonces no hubiera sido fiel a si misma.
Mientras el último de los dragones, la reina Drakul Karfang, asolaba el centro de Europa
tras un abrupto despertar, tuvo que tomar una difícil solución.

La profecía del Oráculo de Delfos, el auténtico Oráculo y no los ecos que solían
escuchar los adeptos del lugar, indicaba que, sin duda alguna, el dragón sería derrotado
cuando la Liga de la Justicia se enfrentase a él. Pero las vidas de los héroes serían el
precio que pagar. Sabedora del inevitable futuro que aguardaba a sus compañeros tomó
una decisión al respecto. ¿Ella? No, raramente piensa en ella. Diana, que es amor para
todos los que la rodean, es siempre la última persona en la que piensa. Todos sus actos
estarían guiados por el amor a sus amigos… Aunque ellos no quisieran.

Uno a uno se enfrentó a los mayores héroes de la Tierra. El primero fue el Detective
Marciano, a quien sorprendió con su lazo y teletransportó rápidamente a una esfera en
el corazón del Vesubio, un lugar idóneo para atrapar a un cambiaformas telépata
vulnerable al fuego. Cuando los demás se percataron de que el enlace telepático había
desaparecido se alarmaron. Kyle Rayner, el Green Lantern del Sector 2814 por entonces,
fue a la Atalaya a preguntar a Diana por J’onn, pero con una sutil maniobra de despiste

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TIERRA DE MIEDO

ella consiguió quitarle el anillo y dejarle inconsciente de un golpe antes de que pudiera
hacer nada.

Fue al encuentro de Aquaman, que se encontraba en las costas de Sicilia auxiliando


a un grupo de personas que había naufragado. Nuevamente, antes de que él pudiera
reaccionar, y habiendo salvado a todos antes, le arrastró lejos del lugar a toda velocidad.
Cuando se disponía a plantar batalla Diana, en un calculado movimiento, lo arrojó a lo
que parecía ser un remolino en el océano, y que era en realidad el monstruo Caribdis,
quien no le dejaría escapar con facilidad. Mientras su estrategia se completaba, la
sombra de Drakul Karfang traía un mar de corrupción y terror a la gente de Suiza. La
amenaza del dragón no era únicamente física, sino que también podía romper almas.
No era una amenaza más, era una criatura antigua que solamente traía dolor, y
justificaba plenamente su decisión.

Batman y Flash se encontraban en el Amazonas, intentando atrapar a Hiedra


Venenosa quien en una de sus crisis ecoterroristas había acudido para terminar con la
deforestación del lugar. Flash se ocupó del trabajo mientras Batman se tomó unos
momentos para investigar los movimientos de Diana en los días previos y cotejarlos con
la información que llegaba de Europa y ante la que le había visto comportarte de forma
extraña. Pero aún no entendía sus razones, porque no sabía lo que el Oráculo había
dicho.

El siguiente en caer sería el propio Flash. Una dríada amiga de la amazona, llamada
Althea, le hizo tropezar haciendo crecer una raíz y Diana se limitó a dejarle inconsciente
de un golpe. Entonces volvió a la Atalaya sin saber que Batman capturaría a Althea y la
obligaría a decirle todo lo que no sabía. Cuando se encontraba preparando las cápsulas
de escape de la base para dejar flotando a Flash y a Green Lantern en el espacio, el
Hombre Murciélago hizo acto de presencia con la intención de detenerle.

Argumentó, no sin razón, que la Liga se había enfrentado al mismísimo Darkseid y


había resultado vencedora porque estaban unidos. Sin embargo, Diana estaba asustada,
y no sabía cuál era la decisión correcta. Solamente sabía qué si se enfrentaba al dragón,
ella y la bestia morirían. Pero no lo haría ninguno de sus amigos. La Liga de la Justicia
moriría, pero sería una Liga de uno.

Mientras colocaba a Bruce en otra cápsula y enviaba las tres al vacío espacial se
lamentaba por el final que tendría su vida, rodeada de engaños, ruina y muerte. No
quería morir, tenía mucho que dar al mundo, pero también sabía que, si sus compañeros
vivían, podrían dar mucho más.

El último fue Superman. Wonder Woman atacó por sorpresa, y tuvo ventaja en la
pelea hasta que el kryptoniano tuvo ocasión de contestar a su ataque. Con un golpe la
derribó, y entonces ella le explicó la situación, que no era otra que sus compañeros
morirían por falta de oxígeno si no iba a rescatarles. Pero no se trataba de un engaño,

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capítulo i. wonder woman

le hizo buscar al dragón con su supervisión y lo que encontró fue fuego. Le explicó qué
quien se enfrentase a Drakul Karfang moriría y que no estaba dispuesta a que el mundo
le perdiese. Ante la muerte inminente de sus compañeros, Kal no articuló una palabra y
la dejó sola para que se enfrentase al destino.

Se alzó ante la reina dragón con la firme intención de terminar con el dolor que
estaba causando, pero cometió el error de hablar con ella. Sus venenosas palabras le
hicieron dudar de la profecía, de sus actos y de sí misma. La dejó atrás mientras
continuaba su campaña de terror. Pero su oscuro poder no hizo presa sobre Diana
demasiado tiempo, se recompuso y le atacó con todas sus fuerzas. Pronto vio que no
servía de nada: los dragones ocultan sus corazones en las entrañas de la tierra. Por
tanto, mientras no fuera encontrado y destruido nada la dañaría. De hecho, por ese
motivo había sobrevivido hasta ahora, porque fue atrapada antes de que nadie pudiera
encontrar su corazón.

Wonder Woman urdió un nuevo engaño por el bien de todos, e hizo que fuese la
propia Drakul Karfang quien la condujera hasta el escondite de su corazón. Pero antes
de que pudiera asestarle el golpe de gracia volvió a caer en la trampa de su voz. Esta
vez apeló a su bondad y a su infinito amor para tratar de matarla. Falló y no tendría
más oportunidades. Levantó el vuelo con la joya que era su corazón y Diana la persiguió
hasta el cielo, donde fue envenenada por el aliento de la criatura. Con las últimas fuerzas
de su corazón se lanzó contra el del monstruo haciéndolo estallar y el último dragón se
esfumó de la faz de la Tierra.

Wonder Woman cayó al mar. Sin vida alguna.

Superman la sacó del agua y gracias a su determinación y su fuerza logró


reanimarla. Murió, pero volvió a la vida. Ahora le quedaba el reto más difícil, volver a
mirar a los ojos a Kal, después de haber traicionado a la Liga de la Justicia. Soportó sus
reproches y su amarga decepción plasmada en duras palabras… Hasta que admitió que
él habría hecho lo mismo. Le pidió que le prometiera que no le volvería a poner en una
encrucijada semejante, pero no pudo hacerlo, le respondió con la verdad: La Liga es mi
familia, Superman. Haré lo que deba para protegerla.

El agua se agita. Esta vez no se trata de la retaguardia, sino que todo parece hervir
a su alrededor. Hace acopio de todas sus fuerzas y, con sus compañeros en mente,
arranca a correr a través de una nube de dolor hasta casi perder el sentido. Ignora los
latigazos que recibe en el cuerpo por las lianas que se interponen en su camino, ignora
las explosiones de dolor, ignora todo salvo el objetivo y sigue corriendo. Ahora mismo
correr es lo único que importa.

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TIERRA DE MIEDO

CAPÍTULO II. GREEN LANTERNS


Está recostada en un árbol del Encinar. El Sol se filtra entre las hojas, lo suficiente
para notar su calor. Ve a su Bulbasaur recostado en la hierba, dejando que los rayos
acaricien todo su cuerpo. Nota un leve zumbido, pero no le suena como a un Beedrill.
Quizás era el sonido que generaba uno, antes de aparecer tras usar el movimiento
Cabezazo. Podría ser una buena captura. Ahora mismo sólo tenía un Bulbasaur
adormilado. Todo lo contrario que su Jigglypuff, alegre y danzarín. Este da vueltas sobre
su compañero Pokémon y canta su dulce música. Al menos, eso es lo que está viendo.
Pero no oye ninguna nota. Sólo ese zumbido constante. Definitivamente, tenía que darle
un cabezazo al árbol. ¿Pero cuál de sus Pokémon sabía el movimiento? No, ninguno de
ellos lo sabía. Aquí la única que podía dar un cabezazo era ella. O, mejor dicho, ya lo
había dado. Empieza a parpadear, y por fin empieza a ver la realidad. Sí, está en un
bosque. No, no es una entrenadora Pokémon.

Es Jessica Cruz, una de las Green Lantern del Sector 2814, donde se encuentra el
planeta Tierra. La última incorporación a la Liga de la Justicia junto con Simon Baz.
¡Simon! Tenía que encontrar a su compañero Green Lantern. Aprovechando el tronco de
un árbol, empieza a ponerse en pie, mientras descubre que le duelen múltiples partes
de su cuerpo. Pero más le duele cada nueva pregunta sin respuesta, pues éstas
alimentan su ansiedad. Por ello, el dolor físico le mantiene la cabeza despejada lo
suficiente para lograr ponerse en pie. Algo baja por su ojo izquierdo, lo palpa y nota un
pinchazo de dolor. Mira sus dedos y confirma que están bien ensangrentados: tiene la
ceja abierta. ¿Será del cabezazo contra el árbol?

Entonces se queda totalmente petrificada. No es que le asuste la sangre. Bueno, le


asustan muchas cosas. Muchísimas. Podría hacer una lista. Ésta la compararía con la de
las partes de su cuerpo que le duelen y no sabría cuál saldría ganando. Pero el miedo
no procede de la sangre en sus manos. Es por sus manos. Desnudas. Sin nada. Sin un
anillo de Green Lantern. ¡Cálmate Jess! Seguramente se habrá caído por el suelo.
Encontrarás el anillo y, entonces, podrás encontrar a Simon. Se da la vuelta para apoyar
todo su cuerpo contra el tronco del árbol. Mira a un lado y a otro, pero no ve anillo
alguno. Su cuello se quiere partir por la tensión física y mental. La ansiedad está allí,
atascada. A punto de salir por su boca, como si fuese la rabia de un Red Lantern. A
escasos momentos de invadir su cerebro y dejarla paralizada.

¡Necesito mi anillo de Green Lantern! Intentando liberarse de la ansiedad, se lanza


al suelo a rebuscar entre la maleza. Se muerde el labio, aunque ambos han quedado
tocados por la caída. Caer. Caímos todos. Los que iban en la nave junto a Batman, pero
también Superman y Wonder Woman. Simon Baz. ¡Simon! Sus lágrimas quieren huir
con la misma fuerza que cayó el Zorro Volador. Pero tiene que encontrar a su compañero.

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Capítulo II. green lantern

Él podría ayudarla a encontrar su anillo de Green Lantern desaparecido. Se reincorpora


de rodillas y con el dorso de la mano derecha intenta secarse las lágrimas. Pero su
muñeca ha quedado dañada.

Se seca con la izquierda y toma una gran bocanada de aire. No estaba sola. Estaba
con los mayores superhéroes que ha visto este planeta; y con Simon. Voy a encontrarle.
Entonces lo nota, o ya lo notaba desde antes, pero ahora se percata. Allí había algo más.
No estaba sola. El zumbido de su cabeza se había despejado. Pero esa sensación que,
desde el primer instante tras recobrar el conocimiento había algo más, persistía.

No escucha nada, como tampoco escuchaba al Pokémon rosadito. En el espacio


exterior es normal estar largos periodos de tiempo sin escuchar ruidos. Incluso este
silencio en un planeta extraterrestre podría ser natural. Podría, pero está en la Tierra.
Está sola y no debería. O no está sola y deberías estarlo. Debería estar con Simon. De
hecho, no puede estar lejos, caímos prácticamente juntos. Tiene que encontrarle, porque
juntos siempre son más fuertes, además uno nunca abandona a su compañero. Pero no
ve nada más que árboles, tampoco escucha nada. Quizás esa sensación de que hay algo,
es su propia ansiedad intentando apoderarse una vez más de ella. Necesita una
referencia y, entonces, la ve. Ve algo de sangre que había quedado en el tronco. Aunque
duele, hurga en la herida de su ceja. Lo que antes eran unos goterones de sangre, ahora
forman el símbolo de los Green Lantern.

Cierto es que ha quedado en rojo. Pero tampoco tiene nada con que pintarlo de
verde. Pero da igual, tiene una referencia, un punto con el cual no perderse. Y, si ya no
puede perderse, sólo queda encontrar. Ahora que ha encontrado la fuerza en su interior,
la recompensa no tarda en aparecer. Al verle nuevamente, su cuerpo queda tan liviano
que parece flotar en el aire sin necesidad de anillo de Green Lantern. Algo que no tiene
ni ella, ni Simon. Pero la alegría de encontrar a su compañero bloquea su ansiedad.

Simon, corre lo más rápido que le permite su cuerpo hasta ponerse al lado de
Jessica, su compañera. No sabe por qué no tiene el anillo, ni cómo se ha dislocado el
hombro, tampoco recuerda como fue derribado el Zorro Volador en esta isla, ni cuánto
tiempo lo ha pasado inconsciente. La lista de problemas se va engrosando, pero todas
pasan a un segundo término cuando ve a Jessica Cruz. Al menos, ambos seguimos con
vida. Ahora que está a su lado, ve que algo no va bien. Bajo el símbolo rojo de Green
Lantern de su frente, hay una ceja ensangrentada. Ella tampoco lleva el anillo, por tanto,
los protectores del planeta Tierra del Sector 2814, ambos son incapaces de proteger
nada. Ella le pregunta cómo está, y él le señala el hombro. Cuando comprende lo que
le está pidiendo, retrocede asustada. No parece dispuesta a recolocárselo.

Lo habría hecho él mismo, pero aún anda algo falto de fuerzas. Pese a ello, le deja
claro que, si no le ayuda ella, lo hará él. Cuando antes se haga, será mejor para Simon.
Pero, Jessica sigue asustada, sin estar convencida. Por ello le cuenta que no es la primera
vez que se le sale el hombro. Desde pequeño siempre le había gustado la velocidad. A

13
TIERRA DE MIEDO

él y a su mejor amigo, Nazir. En una acampada en un bosque tal que este, ambos
cogieron los quads. Como en esta ocasión, quien acabó malparado fue Simon. Entonces
Nazir, el futuro marido de su hermana, Sira Baz, le recolocó el hombro salido.

Finalmente, Jessica libera el labio inferior de entre sus dientes. Se acerca hacia él,
y siguiendo sus instrucciones, hace la maniobra para recolocarle el hombro en su sitio.
Le sigue doliendo mucho, pero nota que el cuerpo ya fluye de forma adecuada. Jess no
le mira, intenta ocultar sus lágrimas. Pero con su mano agarra la suya. Ella suspira y le
vuelve a mirar con una sonrisa. Su mejor amigo, su mejor amiga. Se quedan en silencio,
mirándose, ya que tienen la sensación de que allí hay algo más.

Tienen que ponerse en movimiento. Sin anillos, sin el resto de miembros de la Liga
de la Justicia. Si Jessica le ha encontrado, quizás podran encontrar al resto. ¿Pero dónde
buscar? No, no estamos de acampada. Estamos en plena misión. Recuerdan cuál es el
objetivo que marcó Batman antes de que todo se precipitara. Antes del dolor y la
soledad. Pero el dolor ha desaparecido y ya no están solos, ahora tienen que llegar a
esa fortaleza.

Aún le duele mucho el hombro y Jessica lo sabe. Por ello, su fiel compañera, ofrece
su cuerpo para que se apoye. Empiezan a avanzar, con uno de sus brazos caídos. Los
dedos rozan su muslo y entonces maldice no llevar consigo una pistola. La había
empezado a llevar para casos como estos. En situaciones donde el anillo podía quedar
inservible. Pero si les habían quitado los anillos, ¿Le habrían dejado la pistola? Y si fuese
así, ¿Habría tenido utilidad real? Lo había discutido mucho con Batman. Ningún
superhéroe de la Liga de la Justicia era favorable a las armas y menos aún Batman. Pero
el mundo no era Gotham City y, aunque entendía sus motivaciones y le había convencido
para renunciar a ella, ahora la echaba de menos. No, realmente no es así. Es algo que
he superado, ya no la necesita cuando estoy junto a Jess. Ella es un arma aún más
poderosa que el propio anillo de Green Lantern. Si ella encuentra la fuerza para luchar,
yo la encontraré.

El Sol ha descendido bastante, si no avanzan rápido, puede que anochezca sin que
hayan llegado a la fortaleza. Se mueven por una fe ciega en los miembros de la Liga de
la Justicia. La misma que sus compañeros tienen en ellos, apenas dos cadetes recién
licenciados en el arte de ser superhéroes. La recomendación de Hal Jordan había
ayudado, pero, aun así, eran palabras mayores. La Liga de la Justicia.

Se disculpa con Jessica. Siente no ser Barry Allen, entonces seguro que no le
importaría pasar una noche en este páramo. Ella le golpea en la boca del estómago, sin
sentirlo. Sin disculparse. No dice nada y finalmente le mira preocupada por si le ha hecho
daño de verdad. Simon se ríes abiertamente, y siente su mano pegándole un capón por
ello. Le dice que le gustaría estar con Diana y Jessica se sorprende. Ella pensaba que
Simon habría preferido pasar la noche con Batman. Esto le ha dolido más que los golpes
físicos. Y es ahora ella quién ríe.

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Capítulo II. green lantern

Algo animada, intenta recordarle a Simon su vida antes de Power Ring y, luego,
Green Lantern. Cuando iba de caza con sus amigos. Antes que todos ellos fueran
asesinados y se encerrara durante años junto a un terrible miedo. Había abandonado
esa habitación cuando llegó ese anillo verde. Pero, la ansiedad nunca la abandonaría.
Ahora, tampoco lo haría Simon, del mismo modo que ella no le abandonaría a él. Lo
único que les estaba abandonando, era el Sol. La sensación de no estar solos aumentaba
con la falta de luz.

Simon le pregunta qué solían cazar. No era muy de pegar tiros, aunque algún ciervo
había llegado a caer. No, lo suyo era la caña de pescar tanto en ríos, como en lagos. Sus
mejores capturas habían sido peces dorados. Esto provocó una gran sonrisa en Simon.
Pero antes que pudiese explicar el por qué, ambos se quedaron parados. La sensación
recurrente de que había algo más les había erizado cada pelo del brazo. Estuvieron un
rato callados, mirando a ambos lados. Protegiéndose la espalda el uno al otro.
Finalmente, tuvieron claro que allí no había nadie más. Antes de reanudar la marcha,
algo sí había cambiado. Ahora era la Luna quien coronaba el cielo. Era luna llena, y el
cielo estaba muy despejado. No estaban totalmente oscuras. Y si así lo fuera, no
importaba. Pasase lo que pasase, eran Green Lanterns. En el día más brillante, en la
noche más oscura, el mal no escapará a mi vista. Que aquellos que adoran al mal, teman
mi poder: ¡la luz de Green Lantern!

Los anillos seguían sin estar junto a ellos, pero recordar el lema los había animado
para hacer frente a cualquier enemigo. Aunque no saben si van en la dirección correcta,
Simon parece más relajado. Jess le pregunta el motivo, y este señala hacia arriba. Hacia
el cielo. Hacia las estrellas. En el espacio, estas podían significar la siguiente misión.
Una trepidante aventura. Una dura batalla. Tener que salvar el universo una vez más.
Pero, aquí, en la Tierra, significan algo muy concreto: orientación. Quizás no ha ido de
caza como Jessica, pero eso no significa que todo este entorno le resulte hostil. Cuando
era pequeño, se sentaba en el suelo del patio de su casa junto a su hermana Sira para
mirar las estrellas. Aunque puede señalar todas las constelaciones, no quiere
impresionar a Jessica, sino encontrar la fortaleza. Por suerte, recuerda que Batman había
marcado una ruta en dirección sureste.

Mira bien las estrellas, implorando que no estén yendo en dirección totalmente
contraria. Aún estamos en el hemisferio norte, tenemos que seguir la Estrella Polar de
la Osa Menor. Respira aliviado, pues hasta ahora habían ido hacia el este. Ahora, la
mejor ruta a continuar es entre el sur y el este. Piensa que, en su estado, si hubieran
seguido siempre la dirección correcta, quizás ya estarían muy cerca del objetivo. Ahora,
son dos pares de ojos, con lo cual, siempre que tuvieran referencia astral, no debería
haber pérdida. Al pensar esto, echa de menos su visión esmeralda. Ya fuera antes del
ataque o ahora, para poder encontrar al resto de sus compañeros de la Liga.

Con una ruta y Jessica a su lado, definitivamente deja que el buen humor se

15
TIERRA DE MIEDO

imponga a todo su dolor físico. Pero no el cansancio. No lo quiere reconocer, ni tampoco


su compañera, pero necesitán descansar. Las estrellas estarán aún unas horas. Jessica
le deja recostado en un árbol y ella se sienta en uno contiguo. El cansancio es duro,
pero ninguno deja que sea el otro quien esté vigilando mientras él duerme. Ella propone
decidirlo a piedra, papel o tijeras. Pero usa el brazo izquierdo, sabiendo que el de Simon
aún está tocado. Hace trampas para que descanse, pero el se niega. Levanta el brazo
derecho, indicando que lo tiene disponible. Jess tuerce la boca en desaprobación, pero
tras un leve suspiro acepta. A la de tres ambos revelan su mano. Ambos han elegido
piedra, el puño cerrado, como cuando usan el anillo de Green Lantern. Se miran,
muestran una pequeña sonrisa y desisten. Ambos saben que ninguno cederá en su
empeño de proteger al otro. Intentan no cerrar los ojos. Intentan entender este lugar.
Intentan comprender como cayó toda la Liga en este lugar. Intentan muchas cosas, pero
cada vez les pesan más los párpados, aunque no quieran reconocerlo. El mal no
descansa, pero ellos sí. Pero ni en los sueños saben dejar de ser compañeros. Si es que
esto es un sueño…

Jessica había pescado muchos dorados antes de conocerle. Claro que ese, el cuál
volvía a alzarse ante ellos, era gigante y tenía brazos y piernas. Llevaba un submarino
en su mano como si fuese un coche de carreras de juguete. Era sin duda el rival de
mayor tamaño al cual se habían enfrentado como miembros de la Liga de la Justicia.
Para Hal Jordan hubiese sido pan comido. Pero estaba junto a John Stewart, Guy Gardner
y Kyle Rayner surcando las galaxias. La Tierra y el Sector 2814 eran responsabilidad de
Simon y Jess. En el tiempo que llevaban en la Liga de la Justicia, habían oído historias
de mayores amenazas que esa resulta por un único héroe. Pero, en estos tiempos, un
único superhéroe, aunque fuese el más poderoso de todos, no daría abasto. Destruirlo
no fue la tarea más fácil, ni siquiera aunando esfuerzos con el resto de compañeros y
contando con las enseñanzas de Hal. Sí, a veces se hace raro hablar así de uno de los
Green Lantern más impulsivos.

Salvar vidas es la tarea más complicada de cualquier superhéroe. Y la prioritaria.


Siempre habrá amenazas, pero ante ellas, la gente sólo nos tiene a nosotros. Por ello,
cuando vio al submarino escurrirse entre los dedos de ese Cara Dorada, olvidó todo lo
demás. Olvidó la ansiedad que corre por sus venas. Olvidó que había superhéroes más
poderosos y experimentados que ella. Seguramente, en ese momento, hasta olvidó que
se llama Jessica Cruz. Lo único en su mente era salvar gente inocente y, por ello, el
anillo también olvidó todas las dudas, los conflictos. No fue una construcción elaborada.
No era Kyle Rayner. No fue una construcción precisa y compacta, pues tampoco era John
Stewart. No fue algo fanfarrón, espectacular: no era ni Hal ni Guy. Ni tan siquiera era
algo que le habría visto hacer a Simon. Era, simplemente, voluntad sólida. Burdo. Tosco.
Suficiente. Cuando sus creaciones desaparecieron, el submarino seguía flotando en el
cielo. Wonder Woman y Superman habían cogido el relevo. Había hecho un trabajo
impresionante. Se sonrojó cuando Flash la felicitó. Pero no era recompensa suficiente.

16
Capítulo II. green lantern

Tocaba seguir recorriendo el globo terráqueo yendo donde los anillos de Green Lantern
hicieran falta. Porque no hay diferencia entre la tarea como portadora del anillo y la que
desempeña como miembro de la Liga de la Justicia. Sólo cuando el mundo está un día
más a salvo, se permite sonreír. Se permitió volver a abrir los ojos. Y allí estaba Simon
Baz, su compañero, quién también se acababa de desvelar para devolverle la sonrisa.

Ambos se niegan a volver a cerrar los ojos, así que deciden seguir avanzando con
las estrellas de guía. Con la convicción de que, si encuentran la fortaleza, encontrarán
a sus compañeros. Sabiendo que la sensación que los acompaña por el bosque,
desaparecerá.

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TIERRA DE MIEDO

CAPÍTULO III. FLASH


Tengo la boca seca, la mandíbula me duele. Todo parece dolerle, sobre todo el tobillo
izquierdo, aunque aún no se ha dado cuenta. Está claro que acaba de recuperar el co-
nocimiento y su cuerpo se despierta lentamente, entumecido, pesado, denso, como si
se estuviera moviendo a través de melaza. ¿Lento? ¿Cuándo fue la última vez que use
esa palabra? Será por el golpe, tal vez me haya dejado tan aturdido que me esté cos-
tando recuperarme más de lo normal. Por mucho que le duela tiene que abrir los ojos,
tienen que inspeccionar la zona, determinar dónde está, buscar a la Liga y saber qué
puede esperar de esta situación. Estoy abriendo los párpados, pero lo hago como si es-
tuvieran forrados de velcro. Poco a poco sus ojos van recibiendo luz, poca, pues parece
que está ya oscureciendo. Todo está desenfocado, borroso, fuera de cuadro. Sus pupilas
intentan reaccionar, pero de nuevo lo hacen de forma exasperantemente lenta. Cierra
las manos sobre algo blando, parece tierra, o barro, o musgo, no puede determinarlo a
través del guante del traje de Flash. Siente calor, mucho, suda, se está deshidratando,
por eso tiene la garganta seca, dolorosamente seca. Le arde, le quema, le cuesta tragar
la poca saliva que es capaz de generar. Se acaricia los labios con la lengua y nota como
están escamados, áridos, agrietados como el fondo de un lago que se ve expuesto al
ardiente sol de julio. No me gusta nada esto.

Está apoyado contra un tronco, o tal vez sea una piedra, no puede saberlo con cer-
teza pues moverse le sigue resultado muy penoso. Mira hacia arriba, hacia las copas de
los frondosos árboles y apenas puede ver el cielo. La tupida alfombra verde de clorofila
que crece sobre su cabeza se está tiñendo de rojo, de carmesí encendido, como si las
llamas lo estuvieran devorando todo lentamente. La jungla se despierta a su alrededor,
la jungla oculta, la que se arrastra entre mis piernas y los dedos de mi mano, la que
repta entre la hojarasca, la invisible, la peligrosa. Los pájaros no parecen retornar a sus
nidos, el silencio resulta casi doloroso, antinatural, forzado, artificial. Mira sus piernas,
observa su tobillo, está muy hinchado, palpitando debajo de la ajustada bota. La presión
que ejerce el espeso material de la bota sobre la lesión le va despertando cada vez más.
La molestia crece gradualmente y se va extendiendo por toda la pierna. Es solo un es-
guince, solo eso, molesto, pero no letal. No pierde sangre, no ve que tenga grandes he-
ridas abiertas o huesos rotos. Solo magulladuras, rozaduras, pequeños cortes y
laceraciones propias de una caída desde lo alto. Es solo cuestión de tiempo de que mi
metabolismo se active y empiece a curarme. Solo cuestión de tiempo…

En las condiciones en las que está: magullado, lesionado y aturdido, sin saber cuán-
tas horas ha estado inconsciente, tiene que marcarse prioridades de forma urgente. Está
en una jungla expuesto a grandes depredadores como felinos y serpientes, así como a
pequeños depredadores como arañas, insectos, parásitos y anfibios venenosos. Ha de

18
Capítulo iiI. FLASH

guarecerse de estas amenazas potenciales cuanto antes. Si no fuera por como siento la
boca, lo primero que haría es un refugio, mucha gente piensa que lo primero es el agua,
pero no es así, el refugio es primordial. Si no consigue protegerse de nada servirá que
tenga agua. El problema es que la sed le está matando lentamente y no dispone de las
48 horas de margen para localizar un manantial. Sus prioridades están alteradas por su
estado físico y su estado físico le impide poder actuar de forma eficaz sobre sus priori-
dades. Barry, concéntrate, piensa, esto no es más que otra escena del crimen, más
grande y más verde. Piensa, piensa, piensa… Algo va mal. Flash se queda perplejo,
ahora lo comprende: no está conectado a la Fuerza de la Velocidad. Mi cuerpo no se
está curando, mis células están procesando el daño a tiempo real, sin aceleración alguna
y mi mente no es capaz de procesar la misma cantidad de información. Estoy sin pode-
res.

Mira de nuevo a su alrededor y se detiene un instante a mirar de verdad lo que me


rodea, sin las habilidades que la Fuerza de la Velocidad. Observa los troncos que le ro-
dean, ve el enorme muro carnoso de frondosas hojas que hay sobre su cabeza y como
siguen oscureciéndose lentamente al ritmo que marca el movimiento terrestre. Respira
hondo y analiza los sutiles aromas que le envuelven. El dulzón olor del aire sin polución,
fresco, limpio, puro, teñido sutilmente con el de la tierra húmeda. La sensación le resulta
reconfortante, algo que había olvidado desde que aquel rayo le golpeó en el laboratorio
de la comisaria. Recuerda los primeros días cuando su cuerpo se iba acelerando y como
se veía obligado a ir aprendiendo a controlar y explotar sus nuevas habilidades. La ve-
locidad se convirtió en todo para mí y me hizo olvidar; no, olvidar no, me hizo dejar de
ver lo que me rodeaba.

Sus pensamientos se ven interrumpidos de golpe cuando varios insectos de gran ta-
maño se posan sobre su brazo. La luz ya es escasa y el traje rojo parece atraerlos en
medio de la penumbra. Nota como se mueven y buscan taladrarle la piel con sus agui-
jones. Buscan colonizarle, poseer su cuerpo para que sus larvas puedan alimentarse.
Los aparta con un fuerte manotazo, pero dos más se posan en sus piernas, luego tres,
cuatro, diez, la oscuridad se enciende de luces parpadeantes de insectos voladores que
salen a alimentarse. Soy un faro nocturno, mi calor corporal los está atrayendo. Este
pensamiento le hace despertar de su ensoñación. Se comienza a sacudir las extremida-
des y a pensar que hacer a continuación. A los insectos no les gusta la dietilmetatolua-
mida, pero no creo que me vaya a encontrar con ningún laboratorio por aquí, así que
tengo que encontrar un remedio más realista. Eucalipto, citronela, citriodiol… No, nada
de eso es factible aquí. La solución es obvia, debo dejar de emitir calor y para ello debo
cubrirme de barro.

Aprovecha los últimos vestigios de luz para ponerse de pie y empezar a caminar co-
jeando hasta el siguiente árbol. Moverse le hace sudar mucho. El traje le está asando,
literalmente, pero quitárselo le dejaría aun en peor situación y a merced de los insectos,

19
TIERRA DE MIEDO

por lo que debe ignorar el calor. Va de árbol en árbol, mirando al suelo, buscando plantas
donde haya algo de agua acumulada en sus hojas, para intentar sofocar su sed al tiempo
que solventa lo de las picaduras. No encuentra nada de lo que necesita, pero logra dar
con una pequeña charca llena de restos orgánicos, donde se ha acumulado algo de hu-
medad. Hundo sus manos y comienza a frotarse con el barro. Primero la cara, los brazos,
las piernas, y luego la espalda tumbándose contra el suelo. Nota el frescor que le alivia
y como la densa capa de barro le aísla de las intenciones nocivas de los insectos que ya
zumban con furia a su alrededor. Ahora, ya puede concederse unos instantes para recu-
perar el aliento y ordenar sus pensamientos.

Pensar sin estar conectado a la Fuerza de la Velocidad le resulta casi novedoso. Han
pasado años desde que se convirtió en Flash y han sido años en los que podía pensar
miles de situaciones en una fracción de segundos. Me tengo que adaptar. Las prioridades
siguen siendo las mismas. Debe ganar movilidad para poder hacerse un refugio y así
conseguir también agua. La luz ya casi no le permite ver nada y está en una jungla, por
lo que en menos de veinte minutos estará totalmente a oscuras, rodeado de depreda-
dores para los que será una cena fácil. Nota como su ritmo cardiaco aumenta y comienzo
a mirar frenéticamente a su alrededor. Ve dos trozos de caña de bambú con los que
puede reforzar su tobillo para evitar apoyarlo y que el esguince no le haga doblarse de
dolor. Alarga el brazo y se mete los dos trozos en la bota. Me aprietan mucho, pero no
se mueven e inmovilizan el tobillo lo suficiente para poder ponerme de pie y caminar
hasta una palmera. Sus pasos son lentos, pero firmes, tanto como para sentirse recon-
fortado con lo improvisado del trabajo médico realizado.

La jungla se cierne sobre él y un denso manto de terciopelo negro le va rodeando.


El aire huele a muerte, a moho, a podrido. Pierde la noción del tiempo y el pánico le
desgarra desde dentro. Debe seguir avanzando, aislarse de sus instintos primarios que
gritan azuzándole para que huya presa del miedo. Las palmeras tienen troncos muy ru-
gosos y eso le permite escalar hasta llegar al cogollo de hojas. Cada centímetro ascen-
dido en vertical le recuerda lo dañado que tiene el cuerpo, pues siente punzadas de dolor
en los muslos, los brazos y en el pecho. Intenta no pensar en ello y centrarse en el as-
censo, paso a paso, mientras el fango se va secando sobre su cuerpo. Un esfuerzo final
le permite alzarse lo suficiente hasta lo alto de la palmera. El primer objetivo le ha dejado
exhausto, al límite de sus fuerzas, con poco margen para preocuparse por el agua. Sus-
pira profundamente y se deja llevar.

Recuerda ir en el Zorro Volador con la Liga rumbo a una isla no cartografiada que
había despertado los sensores de la Atalaya por su alta emisión electromagnética. Bat-
man pilotaba, Cyborg monitoreaba los datos y yo me encargaba de buscar sentido al
caos. Todo indicaba que iba a ser un viaje sin incidencias y que con nuestra llegada a la
isla resolveríamos el misterio con una rápida intervención coordinada por Batman. Sin
embargo, todo cambio en un segundo. Mientras los demás seguían a lo suyo, Flash per-

20
Capítulo iiI. FLASH

cibió que algo no iba bien. Notó la vibración inicial y cómo el casco de la nave se agrie-
taba, todo en una milésima de segundo. Una fracción temporal inaccesible para sus com-
pañeros que, para él, se mostraba de forma clara y contundente. Un ataque sónico
dirigido de alta intensidad derribó de inmediato a mis compañeros que volaban fuera de
la nave y fundieron en el acto todos los sistemas. Batman tardó dos segundos en per-
catarse del problema y no necesitó muchos más para coordinar una orden que les golpeó
a todos a través de los intercomunicadores. Dos segundos que para Flash fueron como
dos eones en los que todo se detuvo a su alrededor. Intentó avisarles, pero lo que para
él es un mero instante infinitesimal para los demás es tiempo medible que hizo que su
grito pasara inadvertido. El Zorro Volador se precipitó en barrena contra la isla y todo
se volvió blanco.

No sé si duermo o he entrado en un estado febril de seminconsciencia. Flash siente


algo a su alrededor, una presencia, un algo que no puede definir de mejor forma, que le
acecha desde la oscuridad, que le devora por completo. Antes habría podido hacer fuego
en un segundo friccionando un par de troncos… Ahora no tiene opción para ello y ha de
asumir su situación, herido, en la copa de una palmera en un entorno hostil y sin muchas
posibilidades de cambiar las cosas. ¿Tanto dependo de mis poderes? Antes de ser Flash
siempre fue Barry Allen, el chico que aprendió a vivir con un pasado oscuro, violento,
manchado de sangre. Huérfano de madre, hijo de un asesino convicto inocente. Una
persona que llegó a superarlo todo para acabar siendo un científico, un policía, un de-
fensor de la ley. Soy un ferviente creyente de que en todas las situaciones hay espe-
ranza… ¿Verdad? Entonces recordó un consejo que alguien le había dado una vez: en
toda situación extrema de supervivencia lo que te mata es tu mente.

Batman les había dado instrucciones antes de perder el contacto, les gritó donde
estaba el foco de las alteraciones: una fortaleza ubicada al sureste de la isla. Necesito
orientarme, pero no veo estrellas entre la maleza de la jungla y no estoy en condiciones
de escalar más. Tengo que buscar a mis amigos, saber si están bien. Mañana, con la luz
del nuevo día podré hacerlo… mañana, mañana el sol volverá a iluminarme, mañana…
Flash cerró los ojos y se dejó llevar.

¿Estoy soñando? No, es solo un recuerdo. No, tampoco… Es mi vida. Ahora, Flash
es un mero espectador que mira como los días de su infancia pasan como un relámpago
ante sus ojos hasta detenerse en el fatídico día del asesinato de su madre. Su memoria
navega entre brumas que se disipan y de nuevo revive el día en el que la persona más
importante para él le fue arrebatada. Un día de lágrimas ardientes, angustia y dolor sin
escala que le fractura el alma en mil pedazos y le hizo perder la inocencia para siempre.
La bruma regresa tan rápido como llegó la primera vez y de nuevo toda su infancia pasa
de forma acelerada antes sus ojos. Parpadeos, milisegundos, instantes que aparecen
como un destello y desaparecen, escenas cotidianas de su vida que se congelan ante
sus ojos como un fotograma fugaz. Ahora, visita la cárcel para ver a su padre, cumplea-

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TIERRA DE MIEDO

ños al otro lado del cristal de la sala de visitas, navidades huecas y vacías… Escenas en
carrusel que se clavan como alfileres al rojo en su alma. Recuerdos lejanos que le fueron
forjando a golpe de martillo contra yunque. Se ve leyendo un grueso libro de química
en la biblioteca. La ciencia le aportó seguridad, sentido y perspectiva, le ayudó a enten-
der mejor un mundo que parecía no tener sentido alguno para él. Buscar el patrón en
las cosas, en la vida, le permitía aplacar el dolor, diluir la rabia, la frustración y la an-
gustia, para mirar al futuro con esperanza.

Otro destello y ve pasar en una millonésima de segundo toda su vida universitaria,


su formación en la academia de policía, su graduación, el día que colgó el diploma en la
pared de su cuarto, su primer día de trabajo en la comisaria, sus primeros casos… Y
todo se detiene de golpe en ese momento. Es de noche, llueve mucho y los relámpagos
caen con inusitada furia sobre Central City. Es tarde y está solo en el laboratorio. Va con
retraso y debe ponerse al día. Se levanta del taburete de la mesa de muestras y se
acerca hasta la estantería de reactivos. Se pongo a mirar etiquetas cuando el aire em-
pieza a oler a ozono… Todo se llena de luz blanca. Llega el estallido, el golpe, el ruido de
cristales rotos, los líquidos que arden y se derraman sobre su cuerpo, la electricidad que
le atraviesa haciéndole convulsionar violentamente. Sus dientes castañetean con fuerza,
sus huesos crujen y sus músculos se tensan hasta casi explotar. Y, entonces, superado
el umbral de dolor, se desmaya.

Resulta extraño verlo de nuevo, como si no fuera conmigo y se tratara solo de al-
guna loca invención del guionista de turno de alguna serie de televisión de sobremesa.
Aquel día su vida cambió para siempre de forma radical. Aquella noche la Fuerza de a
Velocidad se conectó a mi cuerpo y me convertí en Flash. Todo se acelera y ve pasar
cientos de aventuras en solitario como Flash persiguiendo a villanos y ladrones. Se ve
descubrir el multiverso, conocer a otros Flash de otras Tierras, ganar más control sobre
sus poderes, unirse a la Liga de la Justicia… Sus amigos, héroes que creen en un mundo
mejor, que consideran que tienen la responsabilidad de usar sus extraordinarias habili-
dades para defender al mundo de cualquier cosa que pueda amenazarlo. Superman,
Wonder Woman, Batman, Aquaman, Canario Negro, Green Lantern… Ha habido tantas
encarnaciones del grupo, tantas alienaciones, tantas vivencias, tantos peligros supera-
dos, alegrías y penas compartidas que no puede concebir su vida sin ellos.

Luchamos contra Starro, Darkseid, el Ultra Humanita, Despero, Amazo, la Sociedad


Secreta de Supervillanos, Amos Fortune… la lista es larga, muy larga. Pero las brumas
no parecen interesadas en mostrarle mucho más y todo se acelera hasta llegar al mo-
mento que lo cambió todo de nuevo, que le hizo perderse durante mucho tiempo en la
Fuerza de la Velocidad, el día que tuvo que morir para salvar al universo. Flash nunca
había tenido la necesidad de correr tanto y tan rápido. Sus piernas se movían a tal ve-
locidad que era imposible poder verlas. A su alrededor todo parecía estar congelado.
Ahora, en cambio, se ve sudar, esforzarse, se veo empezando a desintegrarse como

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Capítulo iiI. FLASH

cuando logró alcanzar el rayo del Antimonitor. Aquel día fue tan rápido que le costó la
vida. Fue su mayor victoria y su mayor derrota. Las imágenes saltan de nuevo, pero él
se queda recordando el momento exacto en cual su ser se desintegró, consumido por el
dolor, en un todo de energía blanca que disgregó su consciencia al infinito. Recuerda no
sentir nada, ni percibir nada. Aún hoy duda si lleguó a tener un cuerpo durante todo el
tiempo que estuvo atrapado. Era como estar flotando en una sala anecoica, aislado de
todo y de todos, sin poder percibir nada, ni siquiera el paso del tiempo. Velocidad es
igual a espacio partido por tiempo. Quiero parar. Quiero acabar con este sueño febril
que me tiene atrapado. Los sentimientos nublan la mente de Flash que solo quiere es-
capar de estos recuerdos, de aquel día en el satélite del Antimonitor. Siente miedo,
miedo a morir, a abandonar la vida y a sus seres queridos, a sus amigos de la Liga. Pero
las brumas no le dejan huir todavía. Queda un pecado que expirar, un recuerdo más
por visualizar, el recuerdo que me avergüenza, que me consume por dentro en las os-
curas noches en las que el sueño no parece querer hacer acto de presencia. Lo sé antes
de que lleguen. Lo noto crecer delante de mí… Cierro los ojos, me tapo la cara, quiero
irme, quiero irme ya, sé que hice mal, que fui un egoísta, que traicioné todo en lo que
creía y lo hice convenciéndome que lo hacía por algo que merecía la pena. Es mi ver-
güenza personal. La vergüenza de Flash es Flashpoint. Ahí estoy, engañándome para
hacerlo. Le cuesta respirar mientras la vergüenza repta por sus entrañas y le corroe
como si de ácido clorhídrico se tratara. Si es un sueño, quiero que pare. Si es un re-
cuerdo, quiero olvidarlo. Traicione a todos y debo compensarles por ello. Las lágrimas
le queman en las mejillas. He de vivir, tengo que salir, despertar, tengo que sobrevivir
a esta isla, a esta jungla y tengo que demostrarles a todos que soy digno de todos ellos.
Yo soy Flash.

El sol le abrasa los ojos cuando se despierto sobresaltado y con el pulso muy acele-
rado. Su luz se nota incluso a través de las hojas de los árboles más altos y el barro que
le cubre el cuerpo es como una cáscara seca y agrietada. La sed le golpea con fuerza y
reacciona lentamente a los estímulos que le rodean. La noche ha sido larga, muy larga,
intensa en recuerdos, con los que se ha reafirmado a sí mismo y a sus posibilidades de
supervivencia. Moverse le duele. Sus articulaciones crujen con fuerza al empezar a des-
cender del improvisado refugio nocturno. El tobillo sigue inflamado, más incluso que
hace unas horas, pero el rústico arreglo sigue funcionando bien. Por fin logra tocar tierra
de nuevo, tras un descenso más que accidentado, y observa el entorno que anoche tuvo
que descubrir a tientas por la falta de luz. Ve el rastro que dejó en el suelo al arrastrarse,
sus erráticos pasos, su charca de barro que ahora luce totalmente seca y se concentra
en examinar los troncos de los árboles y la maleza selvática con el fin de definir donde
está el norte. Si estuviera en un bosque alpino este examen le llevaría unos instantes,
pero en este entorno en el que las temperaturas son más estables y considerablemente
más altas, reconocer el patrón es más complejo. Pero solo es cuestión de observar de-
tenidamente y analizar los detalles, los más pequeños, para concluir que debe empezar

23
TIERRA DE MIEDO

a marchar cuanto antes en lo que espera y desea sea la dirección correcta a su destino
final. Desconoce la distancia que le separa de la fortaleza y desconoce que va a encontrar
en ella. Espera que todos hayan acudido a ese punto y puedan reunirse de nuevo, ya
que, por mucho que lo intente, el comunicador sigue igual de muerto que ayer.

Empieza a dar sus primeros pasos y lo que al principio es un enjambre de agujas al


rojo clavándose en sus terminaciones nerviosas, acaba por transmutarse en el acicate
que le empuja a seguir avanzando. Un paso, dos, tres, la sucesión al final le hace perder
la cuenta y se concentra en localizar alguna fuente de agua potable. La deshidratación
que empieza a sufrir ya es severa y de nada habrá servido todo esto si no es capaz de
localizar agua.

A cada paso que da el barro que anoche le protegía se va desprendiendo en forma


de escamas. Se cuartea, se agrieta, se abre y cae tras de si como si de una metáfora de
su renacimiento se tratara, como si fuera una crisálida que surge de su pupa y mira a
la vida con nuevas expectativas. Un fango primigenio que le abandona en su lenta pe-
regrinación a través de la jungla. Flash va dejando atrás metros y metros de camino,
cuando repara en las lianas que cuelgan de las tupidas copas de los árboles. Son largas
y están ligeramente blandas cuando las aprieta, por lo que estima han de encerrar en
su interior un buen trago del agua que tanto precisa. Corta algunas de ellas, no sin antes
hacerse con una piedra con algo de filo, y deja que el líquido de la vida se derrame di-
rectamente en su reseca boca. Su sabor es dulce, fresco, revitalizante y siente como su
lengua y sus labios se despiertan de nuevo al contacto de la refrescante savia. Es una
sensación tan agradable que no tarda en estar succionando con fuerza el tallo seccionado
a fin de exprimir hasta la última gota de humedad que pueda albergar en su interior.
Tengo que continuar. Vuelve a comprobar si está en la dirección correcta y empieza a
caminar de nuevo. El pie se queja a cada paso y le hace ir aún más lento, pues con cada
zancada sus tendones, totalmente dañados, le taladran de dolor. Lo puede ignorar, lo
puede apartar de su mente que debe estar centrada en continuar analizando este esce-
nario tan inverosímil que le ha tocado vivir. Sus ojos intentan seguir el vuelo de algunos
pequeños insectos, pero ahora son como un borrón que a duras penas puede percibir.
Lo que antes era un espectáculo a cámara súperlenta, ahora es la simple visión del
mundo a tiempo real.

Se cae varias veces y se golpea las rodillas contra el suelo. Jadea, tose, escupe algo
de sangre y piensa que tal vez el dolor del costado sea algo más que una contusión ex-
terna. Se mira las manos y ve el traje dañado, roto, arañado, sucio, ya no solo de barro,
sino de hollín y sangre seca. Otra forma de ser consciente de que sigue sin poderes. Si
estuviera conectado con la Fuerza de la Velocidad el traje se auto repararía, brillaría en-
cendido, cargado y listo para protegerle de la fricción y de los miles de micro impactos
que recibe cuando corre. Y se doy cuenta de cuanto depende de sus poderes desde
aquella noche en la que fue bañado por una loca combinación de productos químicos.

24
Capítulo iiI. FLASH

Ser consciente de ello le golpea en la boca del estómago con fuerza, pues es una com-
binación de miedo, vergüenza y furia que se amalgama en su interior para invitarle a
rendirme. Los sentimientos se agolpan en su garganta, pugnando por salir, por explotar
hacia el exterior. Siente como intentan apoderarse de él, pero grita con fuerza al cielo
que intuye tras las copas de los árboles y deja escapar esa rabia que parece haberle an-
clado al suelo. Una rabia pura, sincera, prístina, sin mácula alguna, sin dirección, pero
rabia que nace de la parte más visceral de su ser y que pugna contra su esperanza de
que todo va a salir bien. Hunde sus manos en la húmeda tierra y cierra los puños aplas-
tando el barro que escapa entre sus dedos. Observa como la sustancia oscura se desliza
suavemente, dejándose llevar, sin oponer resistencia, buscando el punto más débil de
su verdugo, sus dedos, para escapar sin hacer ruido. Mira ese barro y se da cuenta de
que debe empezar a actuar de otra forma y dejar de oponerse a la situación que le
rodea, para adaptarse a ella y sacar partido de todo ello.

Flash se levanta con decisión y empieza a caminar. El dolor regresa, pero lo ignora
por completo. Nada le puede ya desviar de su objetivo, nada ni nadie, ni siquiera él
mismo y aprieta el paso con la intención de llegar cuanto antes a la maldita fortaleza de
esta maldita isla y encontrar al responsable de esta situación.

Su cuerpo ya no responde a los estímulos internos ni externos. Sus pensamientos


se ordenan y empieza a ver ciertos patrones en lo que le rodea. La isla les ha atacado,
no la isla en sí misma, sino la isla a través de la intervención de alguien que los quería
a todos aquí para poder asestarles un golpe certero y, a poder ser, mortal. La fortaleza
es el foco y en ella han de encontrarse las respuestas a este enigma. Los demás han te-
nido que ir también a esa construcción y cuando yo llegue lograremos superar a nuestro
enemigo como hacemos siempre, sin importar si tenemos o no poderes. Los trajes solo
son un disfraz, una forma llamativa de diferenciarnos del resto, de añadir color a la os-
curidad que parece rodear este mundo. Un faro que ilumina y que permite a la huma-
nidad saber que hay alguien cuidando de ellos. Pero los trajes no nos definen. Los trajes
solo ocultan nuestra identidad y nos aportan la tranquilidad que necesitamos para ser
quienes debemos ser y asumir nuestra responsabilidad.

El tiempo pasa y paso a paso, zancada a zancada, llega a un claro en el follaje que
le deja a la vista un enorme muro de roca salpicada por enredaderas que crecen, hun-
diendo sus raíces en la argamasa, a través de la pared como si de un sistema circulatorio
se tratara. Detrás tiene la jungla que le sigue respirando en la nuca con su aliento pú-
trido. No ha muerto, ha logrado esquivar la hoz que parecía empeñada en segar su vida.
La muerte le ronda innumerables veces cuando intenta salvar el mundo del enésimo
plan del villano de turno, pero con poderes todo parece diferente, más liviano, más irreal,
pero estas últimas horas ha sentido como los gélidos dedos de la muerte le tentaban
con el descanso definitivo, apartándole de esta vida para siempre. A Flash, la muerte le
aterra, le produce un profundo pavor visceral que le hiela la sangre. Pero ha sobrevivido

25
TIERRA DE MIEDO

por sus medios y ha logrado hacer lo que parecía imposible, llegar a su destino. ¿Y ahora
qué? Se pregunta. Mira la extensión de terreno yerma que se extiende frente a él, unos
cien metros hasta el muro, sin vegetación alguna, solo tierra reseca, sin humedad al-
guna, sin nada vivo salvo las enredaderas de los muros. El sol cae con justicia y una
suave brisa levanta pequeñas nubes de polvo. No hay ruido alguno, salvo el que genera
con su propia respiración. Esto no es natural. El cielo se está cargando de nubes oscuras
y la lluvia amenaza con hacer acto de presencia. El sol se oculta tras lo nubarrones y las
primeras gotas no tardan en caer sobre la jungla, pero no sobre el reseco terreno que
hay en frente de Flash.

26
Capítulo IV. AQUAMAN

CAPÍTULO IV. AQUAMAN


Arthur Curry es un rey, un amigo, un amante, un criminal, un cobarde, un traidor.
Aquaman es un superhéroe. Para unos es solo algunas cosas, para otros es todo eso y
mucho más.

–Arthur Curry, con la autoridad que se me concede como soberano del orgulloso
pueblo de Atlantis, yo, el rey Ruvim, te condeno a la pena máxima: la muerte. –Se oyen
airosos gritos de celebración de miles de personas y prosigue. –La ejecución se hará
efectiva mañana a esta misma hora, en este mismo lugar, ante todos los que este mi-
serable criminal ha traicionado. –Arthur asiste anonadado a la declaración de un extraño
ante sus ojos, al que no había visto en su vida, y que, ante todo su pueblo, estaba pro-
clamándose rey y condenándole a muerte. Sin salir de su asombro, es trasladado a duras
penas a través del gentío que le insultaba, escupía e incluso golpeaba, mientras los guar-
dias que le acompañan intentan, sin mucho esfuerzo, protegerle.

Ya en su fría celda, Arthur intenta recomponerse de la situación tan traumática que


acaba de vivir, no da crédito. Lo último que recuerda es estar en una misión en una isla
con sus compañeros y, tras separarse de ellos, zambullirse en un iridiscente lago a bu-
cear. Lo siguiente que recuerda es la terrible escena que acaba de vivir. En mitad de
estas confusas cavilaciones escucha dos fuertes ruidos muy cerca. Son los dos guardias
que custodiaban su celda. Ahora, yacen muertos en el suelo con un profundo corte en
la garganta de la que manan litros de sangre sin parar, mientras sus ojos se apagan y
sus cuerpos dejan de contorsionarse, sin ofrecer ninguna resistencia ante tan terrible e
inevitable destino.

Una sinuosa figura se le acerca con sigilo, mientras Aquaman se pone en guardia
aún sin poder ocultar su asombro por la macabra escena que acaba de presenciar. La
extraña figura sombría, de la que apenas se puede discernir ningún rasgo, como si algún
tipo de fuerza ocultara su rostro, se dirige hacia nuestro héroe, con una voz dulce y se-
rena:

–Buenas noches majestad. Veo que se encuentra en apuros, ¿Necesita mi ayuda? –

–¿Quién diablos eres tú? –Respondió Aquaman.

–Una vieja amiga, pero por lo que veo no me recuerdas. –

–No, pero no te ofendas, ahora mismo no recuerdo nada. No entiendo qué hago
aquí, por qué estoy preso, y por qué hay un usurpador en mi trono que me ha condenado
a muerte.

–Al parecer necesitas que alguien te ponga en contexto sobre en qué situación te
encuentras. Estás condenado a muerte por ayudar a escapar de Atlantis a un asesino

27
TIERRA DE MIEDO

del mundo terrestre que cometió un crimen terrible contra un grupo de atlantes. Ruvim
aprovechó la coyuntura sociopolítica para alzarse con el poder con la ayuda de un grupo
de sublevados y arrebatarte el trono y tu bonito tridente. Nadie hizo demasiado por des-
legitimar su poder, ya que tenías toda la opinión pública en contra. –Aquaman estaba
absolutamente desconcertado con todo lo que acababa de escuchar. Sin creerse en prin-
cipio ni una sola palabra, pero intentando a la vez seguir buscando explicaciones.

–¿Y mis amigos, la Liga de la Justicia? ¿Por qué han permitido todo esto? ¿Por qué
no han venido ya a rescatarme? –Preguntó con desesperación.

–Es complicado. –Respondió su interlocutora. –Pero posiblemente tenga que ver con
el hecho de que mataste a Batman. –Esas palabras cayeron como una enorme losa en-
cima de él. Seguía sin dar crédito, pero conforme iba escuchando el relato, se imaginaba
por puro acto reflejo la escena. Veía como hundía su tridente en el pecho de Batman y
le atravesaba como si fuera mantequilla y, así, acababa con la vida de su amigo prácti-
camente al instante. No recordaba nada de lo que estaba oyendo, pero sin embargo un
torrente de emociones empezaba a recorrer su cuerpo: ira, rabia, impotencia, venganza.
Empezó a sentir odio hacia Batman, y no entendía por qué.

–No entiendo por qué acabaría con la vida de uno de mis mejores amigos. –Dijo
Aquaman, saliendo de su breve trance.

–Como te he dicho es complicado y no quiero abrumarte con más detalles e histo-


rias. De momento, lo que debes saber es que algo salió mal en el plan de Batman y al-
guien pagó por ello. –De repente, se acordó de Mera, su amada, y empezó a añorar sus
caricias, su olor, su rojiza y preciosa melena, y su dulce voz. Cuánto desearía tenerla
ahora mismo a su lado y poder abrazarla para sentir algún tipo de alivio entre tanta de-
sazón.

–Un momento, ¿Dónde está Mera? –

–Mi rey, acabaste con la vida de Batman porque le culpaste de la muerte de Mera.
Quien, en realidad, fue asesinada por el usurpador Ruvim. Yo lo vi todo, estaba presente
en ese mismo instante y no puedo culparte por lo que hiciste, al contrario, te apoyo
completamente. –Una mezcla de sentimientos empezó a inundar nuevamente su mente.
Al desconcierto, la ira y el odio, ahora se le sumaban la impotencia y la tristeza. Nueva-
mente, todo lo que escuchaba se negaba a creerlo, pero todas esas intensas emociones
que ahora sentía recorrer su cuerpo hacían que, de alguna forma, empezara a creérselo
todo. –Es suficiente charla por hoy. –Prosiguió la extraña mujer. –Voy a liberarte y a
ayudarte a llegar hasta Ruvim para que puedas asesinarlo. –

–Sigo sin creerte, pero, aunque lo hiciera y te ayudara con este plan revolucionario
tuyo, no creo que volviese a recuperar el poder, al menos no con el apoyo del pueblo.

–Aún tienes apoyos, aparte del mío, y aunque no haya muchos atlantes que sigan
creyendo en ti, sí que hay una amplia corriente de ciudadanos que desprecian el nuevo

28
Capítulo IV. AQUAMAN

régimen tiránico. Ruvim ha instaurado un sistema de esclavos y ejecuta a cientos de at-


lantes disidentes todas las semanas. Además, por la expresión de tu cara, algo me dice
que sabes que todo lo que te he dicho es cierto, por lo que, aunque no consiguieras re-
cuperar la legitimidad como rey, al menos podrás vengar a tu esposa. –Aquaman, cons-
ciente de que acababa de recibir una tremenda bofetada de realidad, decide que al
menos debería intentar salir de la situación en la que está. Esperar a ver cómo se desa-
rrollan los acontecimientos, con muchas dudas de lo que puede suceder a continuación
y cómo debería actuar. Finalmente, Aquaman escapa de la celda junto a su nueva aliada
hacia los aposentos del rey Ruvim. Por el camino, se encuentran con guardias a quien
la mujer misteriosa intenta asesinar, pero Aquaman lo evita y los deja inconscientes.

Cuando entraran en la habitación, se encuentran con una siniestra escena. Dos mu-
jeres yacen desnudas, aparentemente muertas, maniatadas en la cama, mientras Ruvim
está sentado escribiendo algún tipo de misiva sobre una mesa. Aquaman se lanza como
una furia hacia él, cansado de intentar reprimir sus emociones y dispuesto a darles
rienda suelta. Su aliada, la misteriosa mujer, le alcanza su desposeído tridente, que se
encontraba a unos metros de su posición, apoyado en una pared, con una corona y una
armadura colgadas justo al lado. Aquaman, con el tridente ya en su mano, hace ademán
de golpear al acobardado Ruvim, cuando se escucha un grito:

–¡Díos mío! ¡Para! –Dice una de las mujeres atadas a la cama, mientras la otra se
despierta. Al parecer, no estaban muertas, piensa Aquaman. Aprovechando el breve des-
piste, Ruvim se zafa de su atacante, y huye despavorido del palacio, como alma que
lleva el diablo, nadando a una increíble velocidad.

–Tranquilo, le cogeremos. –Dijo la sombría mujer. Tras liberar a las mujeres de sus
ataduras, Aquaman sale nadando junto a su aliada detrás de Ruvim. Mientras, ella re-
funfuña pues considera que liberarlas es una pérdida de tiempo que otorga a su enemigo
varios minutos de ventaja.

Tras horas de búsqueda, finalmente encuentran el rastro de Ruvim que había huido
a la superficie. Gracias a la velocidad y las sorprendentes capacidades de la oscura
mujer, alcanzan a su enemigo apenas ha puesto un pie en la orilla. Es entonces cuando,
sin demorarse ni un solo segundo más, Aquaman se lanza nuevamente hacia él, tridente
en mano, esta vez con la firme intención de culminar su venganza. Le golpea en la cara,
le rompe un brazo y le reduce con una pasmosa facilidad. Alza el tridente hacia al cielo,
sujetándolo con ambas manos y con las garras apuntando a su enemigo. Aquaman ti-
tubea por un instante al escuchar un chillido agudo, casi monstruoso, proveniente de
una voz que recordaba dulce y serena:

–¡Mátalo! ¡Es un traidor! –Exclama con violencia y fiereza la misteriosa mujer.


–¡No le hagas caso, esa mujer ni siquiera es atlante! –Responde Ruvim, tembloroso,
con lágrimas en los ojos, haciendo un esfuerzo por parar de retorcerse por el dolor cau-
sado por las heridas que le ha infringido Aquaman. Intentado mantener un mínimo de

29
TIERRA DE MIEDO

dignidad que en el fondo sabe ha perdido por completo.

Sin levantar la mirada de su enemigo y sin perder un ápice de odio, Aquaman siente
repentinamente un terrible golpe en su mandíbula que lo desplaza varios metros por la
orilla, hasta llegar a unas rocas afiladas que, aunque no le provocan heridas graves,
consiguen desgarrar casi por completo su harapiento traje de preso, quedando prácti-
camente desnudo. Mientras se recompone de la brutal agresión, levanta la vista al cielo
y ve flotando una figura musculosa, elegante, azul, con una imponente capa roja que
ondea al viento. Es el hombre del mañana.

–Arthur, he acudido por la llamada de los atlantes, tu pueblo, que me han informado
de tu huida. Ahora te encuentro aquí, intentando sumar más crímenes a la lista. –
–Clark, este hombre es pura maldad, se merece la muerte. –Le espeta Arthur que ya
esta absolutamente convencido del relato que le había contado la mujer que le liberó de
su celda. –

–Por favor, regresa a casa. Sé que este hombre te ha hecho daño, pero la Liga de la
Justicia tiene prohibido intervenir en Atlantis, y mal que pese, Ruvim cuenta con el apoyo
de tu pueblo. Nosotros respetamos las leyes de tu pueblo. –Dijo Superman, terminando
su relato con una enorme frialdad hacia el hombre que tenía enfrente, al que una vez
había considerado un fiel amigo. Tras un largo y tenso silencio, en el cual ninguno sabe
qué decir, Superman toma la iniciativa para intentar convencerle.

–Desde aquella misión en la isla, no has vuelto a ser el mismo, Arthur. Sé que ayu-
daste a Damian a escapar de aquella injusta situación, pero lo que le ocurrió a Mera no
fue culpa de Bruce. Él sería incapaz de traicionarte, como tú dijiste, antes de dejarte
llevar por la ira y asesinarle enfrente de todos nosotros. No, Arthur, no puedo ni quiero
ayudarte. –
–¿Sabes, Clark? –Dijo Aquaman que había adoptado una postura tan fría como la de su
ahora enemigo. –No me hace falta tu ayuda y tampoco la querría de todas formas, por-
que eres un maldito traidor. ¡Y yo soy un rey! –

Aquello fue el fin de la conversación. Lo que vino instantes después fueron una re-
tahíla de puñetazos, patadas, codazos y toda clase de golpes en los que Aquaman sabía
que tenía todas las de perder. Pero, aun así, no podía permitirse el lujo de rendirse y de
no luchar hasta el final. De hecho, la ira que sentía hacia su rival estaba incrementando
sus capacidades físicas. Quizás, pensó, con la ayuda de su nueva y poderosa amiga, po-
drían reducir a Superman, ensartar al cobarde usurpador con su tridente y escapar. Sin
embargo, la misteriosa mujer había desaparecido junto a Ruvim, lo que dejó a Aquaman
desconcertado por un momento. Superman aprovechó para acertarle un poderoso pu-
ñetazo en el pecho a un ya cansado y malherido Aquaman que se vio lanzado hacia al
mar. Mientras aterrizaba ya rendido a la evidencia de su derrota y de su posible muerte,
vislumbra un enorme faro. Había estado peleando en Bahía Amnistía, su hogar, sin darse
cuenta. Enfrente del faro en el que trabajaba su padre y donde tantos felices recuerdos

30
Capítulo IV. AQUAMAN

guardaba. Embriagado con esa sensación de felicidad, Aquaman pierde poco a poco el
conocimiento. Apagándose lentamente como una luz que gasta su energía, como un
faro que deja de funcionar. Arthur Curry piensa que, pese a todo, ha muerto feliz.

Un haz de luz golpea firmemente el rostro de Aquaman, que se encuentra flotando


en un pequeño lago con peces de un brillante color dorado nadando a su alrededor. Mien-
tras abre los ojos y toma consciencia de dónde se encuentra, intenta comunicarse con
esos peces, sin éxito. Cae rápidamente en la cuenta de que es el mismo lago en el que
se echó a bucear antes de toda esta pesadilla que acaba de vivir. Pero ¿Era una pesadilla
o una visión? Todo parecía muy real… Quizás es una alucinación producto de algún tipo
de magia extraña o incluso una desagradable aventura en una dimensión paralela. Ideas
delirantes como aquella rondaron su mente, porque, al fin y al cabo, Aquaman ha visto
de todo y mucho más de lo que sabemos.

Arthur Curry se acerca a la orilla y, al ponerse en pie, se da de bruces con una mujer
de ojos violeta cubierta por un manto de un color azul oscuro profundo. Su rostro e in-
cluso su voz le resultan extrañamente familiares. Se acerca un poco más a él, casi to-
cando su piel y le dice:

–Eres un cobarde, Arthur Curry. Algún día tendrás que tomar una decisión. Pero
puede que, cuando lo hagas, ya sea demasiado tarde. –

–¿Quién eres? –Le responde Aquaman, mientras la misteriosa mujer echa a correr
a una velocidad que rivaliza incluso con la del propio Flash. –¡Espera! –Aquaman sale
detrás de ella, persiguiéndola a través de la frondosa selva por la que él cree que se ha
metido, porque en realidad, la ha perdido de vista pocos segundos después de su huida.
Tras veinte largos minutos de infructuosa búsqueda, durante los cuáles empieza a dilu-
viar con gran intensidad, choca con una oscura figura masculina con orejas picudas.
Aquaman no duda un segundo en agarrar del cuello a este hombre.

31
TIERRA DE MIEDO

CAPÍTULO V. BATMAN Y CIBORG


–¿Puedes hacerlo? –

–No. –Al escuchar esa respuesta, Bruce recuerda a J´onn. ¿Dónde está? Ese misterio
deberá investigarlo una vez resuelvan esta misión, la cual se ha complicado con la caída
del Zorro Volador y la separación de sus compañeros. Además, el actor principal de la
misma es incapaz de generar boom tubes, ni puede comunicarse con el exterior, ni con
los demás miembros de la Liga. A ello hay que sumar, la sangre que brota por la cabeza
de Victor que hace que Bruce cambie ligeramente su rostro serio, y recuerde como la
Liga le negó la ayuda cuando se convirtió en Cyberion, y como fue Dick, el que logró
que volviese a su humanidad. Mientras se acerca hacia él, recuerda como Vic, a pesar
de su juventud, luchó como uno más en sus enfrentamientos a Darkseid.

–No te preocupes, Vic, has salido de cosas peores. –Palabras que logran sacar una
sonrisa al compañero malherido. Bruce, saca del cuarto compartimento de su cinturón,
un paquete de gasas, suero salino y povidona yodada. Tras limpiar la profunda herida
que presenta Vic en la zona temporal izquierda y occipital, extrae del sexto comparti-
mento, un bisturí, tres sedas de cinco ceros y aguja curva. Tras ello, comienza a realizar
la sutura de la herida, que finaliza con el trigésimo séptimo punto.

–¿Qué tal te encuentras? –Le pregunta.

–Mareado. –Y sin más palabras, Vic nota que pierde la consciencia, y en lugar de
hallarse tumbado sobre la tierra fría, se ve tumbado en su dormitorio de Detroit, sin
poder mover sus brazos ni sus piernas.

–¡Vic, Vic! –Del sexto compartimento, saca un pequeño aparato redondo que coloca
en el ojo izquierdo de Vic. Tras comprobar que las constantes de Stone son estables,
Bruce extrae de su octavo compartimento un aparato rectangular que coloca en el pecho.
–Descansa, amigo. Te necesito para sacar adelante esta misión. –Dice Bruce al tiempo
que le alza sobre su hombro. Del décimo compartimento saca una brújula analógica,
que le señala donde está el sureste. Apenas lleva andando una hora, cuando frente a él
aparece una figura femenina.

–Hola Bruce, cuanto tiempo. –

–Hola Silver. –Sabe que es una ilusión, que ese moño es mentira, que ese chubas-
quero verde es ficticio, pero no puede olvidar las palabras que calló cuando irrumpió por
su ventana como Batman, ni el último beso que le dio a la luz de la farola.

–El mejor detective del mundo, aquél que ningún misterio deja sin resolver. A pesar
de tantos años luchando contra el Acertijo, no has descubierto qué cuando una mujer
dice no me llames, aléjate de mí: ¡Quiere justo lo contrario! –Bruce recuerda aquella

32
Capítulo v. batman y ciborg

noche de ira, solo comparable a cuando murió Damian, recuerda su fotografía. –Bruce,
es cuestión de elección y nunca eliges el amor. Eres capaz de dar tu vida por Gotham,
pero nunca por aquella a la que amas. –Un rayo cae y rompe un árbol frente a ellos, y
con él, la bella imagen desaparece, dejando a Bruce apretando los dientes.

–¿Seré más máquina que tú, Vic? –

Pero el joven Stone, observa como una imponente figura entra a través de la pared
que está frente a él, y le dice: Dame la mano. No vivirás. ¡Morirás! Al ver como su mano
se mueve y se dirige hacia ese guante amarillo, descubre la identidad del peticionario y
grita, grita con todas sus fuerzas.

–Tranquilo Vic. No nos derrotarán, estamos ya cerca. –Le dice, al tiempo que extrae
de su duodécimo compartimento dos pastillas, que coloca bajo su lengua y la de Cyborg.
El calor es sofocante, la selva espesa y el destino aún a varios kilómetros a distancia.
Tras una larga caminata, surge una limpia cascada. En un primer momento, Batman
deja a Victor apoyado en un árbol quebrado, extrae de su decimocuarto compartimento
un tubo de ensayo y del decimosexto un frasco. Con ello se acerca a la orilla del río, ex-
trae cinco mililitros de agua, y echa un par de gotas del frasco. Pasado un minuto y tras
observar que la reacción señala que el agua es potable, humedece el rostro de su com-
pañero. A continuación, y tras quitarse la parte superior del traje, se hunde en el agua.
Al sacar la cabeza, observa como una mujer sale del interior de la cascada y se dirige
hacia él.

–Bruce. –Al ver esas alas tapadas por esa bella melena roja, o esas estrellas azules
en su flanco izquierdo, o esos pájaros de su brazo derecho o la serpiente del izquierdo,
o ese búho de su pierna izquierda o ¡ese corazón! Bruce camina hacia ella, para besar
esos ojos verdes, esa nariz respingona, esos pequeños labios rojos, pero entonces, ese
recuerdo de cuando tenía barba, cuando era feliz, desaparece y se detiene.

–Jules. –

–¿Te acuerdas? –

–¿Qué he de recordar? –

–Fui yo, la nueva Joe Chill, la que se encargó de cumplir su papel, la responsable
del resurgimiento de Batman. –Bruce calla, mira de reojo a Victor y coloca sus manos
sobre su cinturón

–¿Crees qué te voy atacar? –Dice con lágrimas en los ojos. –¿No recuerdas tus úl-
timas palabras antes de morir? ¡Antes de vivir! –Entonces se produce una explosión, las
rocas empiezan a caer desde lo alto, Bruce sale velozmente del agua, echa a Victor sobre
su hombro y comienza a correr, mientras piensa: ¿Quién fui? ¿Cuántas personas se han
sacrificado por mí, por lo que represento? ¿En nombre de la Justicia? ¿Por alguien que
no es justo con sus personas más allegadas? Y mientras mira la dirección de la brújula,

33
TIERRA DE MIEDO

piensa en Tim, en Damian, en Jason, al tiempo que nota que la cabeza le va explotar.

–Vic, sal de donde estés. Queda menos para que nos salves. –

La mente de Vic vuelve a hallarse en el Reino Verde de Power Ring, donde una se-
cuencia de ceros y unos se repiten en su mente ¿Es cosa de Red? El mensaje se puede
traducir como: ¿Por qué tú no? ¿Por qué tú no? ¿Por qué tú no? Una furia le empieza a
invadir, a la vez que intenta ayudar a Jessica. ¿Por qué yo no he sido convertido en un
dios? A continuación, revive cuando descubre la tercera cantidad numérica del anillo de
Volhoom y Jessica va a sacrificarse por Barry. Ve como el perseguidor le mira y le dice:
Dame la mano. Sacrifícate ¡Se un dios! Los segundos que se tardan en decir Papá. Iris
¿Quién ha? o ¡Envíame de vuelta ya! Se le hacen eternos a Vic, que finalmente hace lo
que tiene que hacer ¿Por miedo o por ser un héroe?

–¡Vic, Vic! –Batman le ha colocado un paño que ha sacado del decimoctavo com-
partimento, al que ha aplicado un líquido que tenía en el vigésimo. –¡Despierta, ya es-
tamos llegando! –Pero, Víctor apenas logra susurrar un sonido inteligible. Bruce saca
unos prismáticos del vigésimo segundo compartimento, y al no ver nada al sureste,
piensa: Sin embargo, estáis ahí. Apenas a un kilómetro de distancia. Es entonces, con
Bruce acelerando el paso, al tiempo que intenta que Víctor recupere la conciencia,
cuando se para en seco al ver un gato saltando de un árbol.

–¿Por qué yo? –Ante estas palabras, Bruce prosigue el paso, siente que no puede
aguantar más, que un taladro está atravesando su cabeza. Intenta respirar profunda-
mente, aislarse del entorno, concentrarse en el objetivo de la misión: llegar a la fortaleza
y que Víctor, en ausencia del resto de compañeros, sea quien resuelva la situación.

–Yo, una ladrona. ¿Por qué me dejaste escapar en nuestro primer encuentro? ¿Por
qué he de ser la elegida? ¿Por qué he de ser la que sufra la mayor de las decepciones?
–Un, dos, un, dos, un, dos, es lo que Bruce se dice, intentando no oír nada más que su
voz. –¿Todo esto va en serio? –Palabras que se acompañan de una sonora carcajada. –
Bruce, cariño, eres el tipo de persona que logra que los demás te sigan, que mueran
por ti, que te amen con locura, a pesar de que solo sabes pensar en ti y en lo que es
mejor para ese tipo de justicia que has creado. Nos utilizas y luego lloras las pérdidas.
–Bruce se para en seco, apenas está a un kilómetro del objetivo.

–¡No, no es así! –Grita furioso. Selina vuelve a sonreír.

–¿No? ¿Cuántas veces te has dicho, esta vez va a ser diferente? ¿Cuántas veces has
dicho, he terminado, no merece la pena? Pero al final, todo ha sido igual de siempre,
has vuelto a vestir el manto. Eres Batman, no Bruce. Y Batman no ama a nadie, pero yo
amo a Batman. –

–Te… –Es entonces cuando Víctor, se quita el paño

–Suéltame Batman. Estoy recuperado. –

34
Capítulo v. batman y ciborg

–¿Sabes dónde están los demás?

–No lo sé, pero puedo caminar. Y cuando llegué ahí. Todo terminará. –Cyborg coge
del séptimo compartimento de Batman, una esfera y comienza a correr, recordando
quién fue, quién es. Qué no está muerto, que no es máquina, que no es un dios, que
sigue siendo aquel joven de Detroit que quería ser futbolista profesional. Un cansado
Bruce mira a Víctor y siente lo injusto que han sido con alguien que tanto ha luchado,
que tanto ha sacrificado. Un chico que ha de lidiar cada día con un gran dilema y se dice
a él mismo que es uno de los suyos. Finalmente, antes de salir detrás de él, exclama:

–Te equivocas. Os he querido a todas. Mi amor ha sido y es sincero. Vosotras sois


responsables de vuestros actos, no yo. Tú decisión es tuya, no mía. No obligo a nadie a
estar conmigo. –Y tras ello, corre hacia Cyborg, tras un kilómetro recorrido, se presenta
ante ellos el lugar donde actuar. –¡Ha llegado la hora de que vean que con la Liga de la
Justicia no se juega!

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TIERRA DE MIEDO

CAPÍTULO VI. SUPERMAN


El sonido húmedo y nauseabundo del cráneo del cazador llena los oídos de Super-
man y aceleran su adrenalina. ¡CRACK! ¡CRACK! ¡CRACK! Golpea con la piedra más
veces, con los ojos llorosos e inyectados en sangre. Gritando de rabia. Cuando com-
prueba que ya está más que muerto agarra su cadáver y le habla, dirigiéndose a la ca-
beza deformada y ensangrentada.

–¿Por qué me has obligado a matarte? –Superman lanza el cuerpo hacia el suelo y,
de rodillas, mirando al cielo, grita de rabia y frustración, llorando, cabreado. Vuelve a
mirar al cuerpo que empieza a desvanecerse. Intenta agarrarlo, pero sólo coge puñados
de tierra.

–No, no, otra vez no, no, no, no. –Apoya la frente contra el suelo. Intenta controlar
su respiración. Comprueba sus heridas. Sangra por bastantes puntos nuevos. La herida
del hombro se ha vuelto a abrir. Además, durante la lucha ha perdido el vendaje. Intenta
incorporarse a duras penas, cada movimiento es un suplicio. Decide sentarse y empieza
a arrancar trozos de tela de su ya muy harapienta capa para vendarse la herida del hom-
bro. Se acerca al río que estaba siguiendo para retomar su marcha y así, de paso, lavarse
las heridas. En el costado izquierdo tiene un corte elegante. No le quedan hojas de aloe,
por lo que recurre al barro para taparse el corte mientras piensa que está cerca de su
destino y tiene que seguir andando. Superman oye el sonido de la cascada, así que
avanza todo lo rápido que puede, recogiendo una nueva rama de un árbol caído en la
orilla, para ayudarse a andar. Cada vez es más complicado, al magullado costado iz-
quierdo de su cuerpo le cuesta reaccionar y la rodilla derecha le duele tras las patadas
recibidas por el cazador.

Sortea la maleza ayudándose de una rama que improvisa como machete para apar-
tar las ramas. A cada paso que da se araña con las zarzas y los ramajes. Cómo echo de
menos mis poderes reflexiona, alterado. Gruñe, protesta, se encuentra totalmente fuera
de sí. Sin embargo, la cascada está cada vez más cerca, por lo que el bramido del agua
le da energías para continuar. Sabe que tras la caída del agua se encuentra la maldita
fortaleza, donde espera encontrar a sus compañeros de la Liga de la Justicia. Y donde
espera ser de utilidad y no una carga, pues ahora mismo sería vencido en combate con-
tra cualquiera que tenga manos y pies. Se acerca a la orilla y vislumbra la caída. Se
aproxima al extremo, para ver bien dónde va a caer. Sin duda es una gran caída, pero
es el camino más rápido. Ahí está, la fortaleza. Puede que haya alguien esperándome.
El río cae entre dos paredes verticales, por lo que bajar reptando no es una opción. En
el embarcadero continúa habiendo un barco, por lo que se tranquiliza. La carena de ese
barco debe ser de unos dos metros, por lo que debería haber suficiente profundidad
para que al caer no me golpee contra el suelo. Solo espero que no haya rocas debajo de

36
Capítulo VI. SUPERMAN

la cascada. Tengo que hacerlo. Tira el bastón y se prepara para lanzarse al agua.

–¿Qué es ese sentimiento? ¿Vértigo? ¿Quién me lo iba a decir? Yo, que soy Super-
man, que he volado por el mundo, el espacio y en otros planetas, que he atravesado la
atmósfera a grandes velocidades, casi imperceptibles para el ser humano, sintiendo vér-
tigo por una caída de unos diez metros. Sin duda, después de todo lo que estoy pasando,
este es uno de los peores momentos de mi vida. Me siento avergonzado de mí mismo y
humillado por las circunstancias. Pero he sobrevivido a este fatídico día y tengo que so-
brevivir a esta caída. –Susurra Superman para si mismo, antes de coger aire, mirar al
cielo y decir: –Lois, Jon, os quiero. –

30 HORAS ANTES

El estruendo retumba en toda la isla. Bandadas de distintas aves huyen en todas di-
recciones, a la vez que se oyen rugidos, bramidos y alaridos de todas las especies de
animales que habitan el lugar. Los gigantescos árboles se tambalean en distintos lugares.
Uno en concreto es atravesado por el cuerpo de Superman, que rebota por los troncos
hasta precipitarse a peso muerto contra el suelo, con tan mala suerte que una enorme
rama le aplasta el brazo izquierdo, quedando inconsciente boca arriba.

Al cabo de unas horas, empieza a despertarse. El sol le ciega cuando intenta abrir
los ojos. Los rayos de esa inmensa estrella de la que bebe su poder se le clavan como
agujas en las córneas, provocando que los párpados las aplasten. Se tapa la cara con
su mano derecha, a la vez que descubre que tiene la izquierda atrapada. Respira con di-
ficultad, extrañado. ¿Por qué no puedo abrir los ojos? ¿Qué me pasa? ¿Dónde estoy?
piensa desorientado. Superman siente la zona lumbar dolorida, el cuerpo entero le pesa,
tiene arañazos aquí y allá, algunos más profundos que otros, la cabeza le va a estallar.
Y lo que más perplejo le deja: tiene ese sabor metálico de la sangre en la boca. No
puede ser. No puedo estar en otro planeta. No hemos salido al espacio, íbamos siguiendo
el rumbo por el Pacífico… ¿Por qué siento dolor? ¿Por qué sangro?

Se le acelera el pulso, empieza a ponerse nervioso. Descubre que un tronco le está


chafando el brazo izquierdo y no puede incorporarse. También le duele mucho el costado,
por lo que sabe que tiene al menos una o dos costillas rotas. Vale, tengo que quitarme
esto de encima… No tengo poderes… Debo de estar bajo el influjo de la kryptonita, pero
no me siento tan mal como otras veces… Debe ser una variante. Si he perdido mis po-
deres, debe ser kryptonita dorada, porque estoy convencido de que sigo en la Tierra.
Este sol no es rojo ¿podría ser obra de Mr. Mxyzptlk usando su kriptonita carmesí? De
todas formas, no veo el brillo del mineral por ninguna parte, ni siento que tenga nada
clavado en mi cuerpo. Ya lo averiguaré, pero ahora tengo que quitarme este tronco de
encima.

Superman mantiene la calma y analiza su situación. Haciendo fuerza no consigue


moverlo. Otea alrededor y ve una piedra a la que llega estirando su brazo derecho. La

37
TIERRA DE MIEDO

coge y la usa para cavar debajo de su brazo, lo suficiente para hacer girar el codo y li-
berarse. Pero el dolor de la presión no desaparece, se palpa y nota una posible fisura
cerca del hombro… El cual, se da cuenta, tiene dislocado. Trata de tranquilizarse y actuar.
Rompe un jirón de su capa para atarlo a la muñeca, con ayuda de la mano derecha y los
dientes. Se acerca a una de las ramas bajas de los árboles más próximos y ata el otro
extremo con toda la fuerza que puede. Venga, sabes cómo tienes que girar el brazo
para encajarlo. Pone la mente en blanco y tira con fuerza. Superman suelta un grito de
dolor instintivo, tan alto que asusta a las aves de alrededor. Oye el eco de su alarido.
Bueno, ya está en su sitio. Solo falta que mi grito lo hayan escuchado Diana, Bruce y
los demás.

Palpa su magullado cuerpo y comprueba que tiene dos costillas rotas en el costado
izquierdo. Rompe otro jirón de su capa, para pasarlo alrededor de su tronco, tratando
de ganar seguridad y protección de sus movimientos. Al tratar de andar comprueba que
la rodilla izquierda le molesta, pero no tanto como para no poder caminar. La parte iz-
quierda de su cuerpo se ha llevado la peor parte de la caída. Bueno, no podré correr ni
volar, pero podré andar y encontrar a mis amigos. Observa el entorno en que se en-
cuentra. El suelo está inclinado, por lo que está en la ladera de uno de los promontorios
que forman la zona montañosa que ha vislumbrado antes de perder el conocimiento y
caer súbitamente en esa isla. Supongo que desde lo alto de la cumbre podré tener una
visión del lugar y a lo mejor encontrar lo que quede del Zorro Volador. Por cierto, he
perdido el intercomunicador, seguramente durante la caída. Entonces decide ponerse
en marcha hacia el punto más alto de la isla, con la esperanza de que su soledad dure
lo menos posible.

–Por aquí, ya lo veo. ¡Es el kryptoniano! –Escucha unas voces entre los árboles, cer-
canas. Pero no consigue verlas.

–¿Hola? –Pregunta a la nada, esperando que la respuesta sea de una voz amiga.

–Es él, sí. Superman. El premio gordo. –

–¡Hola amigos! Me viene bien encontrar compañía en lugar como… –Un disparo le
atraviesa el hombro. Cae estupefacto al suelo, gritando de dolor. Le arde la herida, ha
sido en el hombro izquierdo, encima en el izquierdo.

–¡A por él! –Tres hombres vestidos de cazadores y armados con rifles aparecen entre
la maleza. Se le acercan con velocidad y empiezan a golpearle cuando comprueban que
está vivo. Superman está atónito. Le están dando una paliza tres desconocidos. Siente
una patada en la columna vertebral. Un puntapié en el hígado. Una suela le aplasta la
cabeza. No puede reaccionar. El dolor del hombro es insoportable. Trata de protegerse
con las manos como puede. Tienes que salir de ésta, tienes que salir de aquí. Una pausa
de sus atacantes le da un segundo de respiro.

–¿Le cortamos la cabeza? –Pregunta uno de sus atacantes.

38
Capítulo VI. SUPERMAN

– Sí, será lo más rápido. Prepara la bolsa, voy a sacar el machete. –Contesta otro.

Los pensamientos de Superman se aceleran y amontonan en su mente. No les dejes


reaccionar, no se puede hablar con ellos ahora. Van en serio. Por fin, abre los ojos y se
encuentra con la pierna de uno de ellos frente a su cara. Se incorpora, agarrándole al
muslo, levantando su propio cuerpo, echándose encima al cazador para elevarlo y lan-
zarlo detrás de él, realizando una llave de lucha libre. Afortunadamente, Superman es
más alto y tiene más envergadura que los tres cazadores. Su movimiento les ha sor-
prendido. Procura olvidarse del dolor recibido y actuar con rapidez. Le asesta un puñe-
tazo en la cara a uno de ellos, el que tenía el machete preparado. El de la bolsa intenta
golpearle con su puño, pero para el golpe y responde. Él también detiene el golpe. Es
habilidoso. Pero Superman se ha partido la cara con los peores monstruos del universo,
por eso es más perspicaz aún. Le da un cabezazo en la cara, rompiéndole la nariz. Pelea
callejera de la vieja escuela. Uno ya está fuera de combate. Se gira a tiempo para de-
tener un intento de machetazo del otro, que con una rodilla aún hincada al hombro trata
de sorprenderle. Superman le da un rodillazo en la cara y lo tumba. Después continúa
con una patada en el estómago. Por detrás le viene el primero, reincorporado tras la
caída. Intenta estrangularle con una cuerda, aupado sobre su espalda, agarrándose con
los pies en su tórax. Lo tiene bien cogido. El de la nariz rota prepara una pistola. Reco-
noce la Smith & Wesson 44, es de corto alcance, por lo que espera que no traspase el
cuerpo de su rival. Se gira, instintivamente, justo a tiempo para que el cuerpo del es-
trangulador quede entre él y el que dispara. Oye el tiro y el último aliento del cazador,
matado por su compañero. Se quita de encima el cuerpo y se gira hacia el que ha dis-
parado, que está blanco, lamentando lo que acaba de hacer. Se miran fijamente. Su-
perman está cabreado con lo que está pasando, más aún con lo que acaba de pasar.
Mira con furia al hombre, que da unos pasos hacia atrás, tira el arma y echa a correr,
alejándose de él. Antes de que le dé tiempo a llamarle escucha el sonido de un nuevo
disparo. Es el del tercer cazador, que ha matado a su compañero.

–Por cobarde y torpe. –Dice.

Superman no cabe en sí de la sorpresa, la rabia y la furia que le está generando la


situación. No sabe quiénes son, por qué le atacan ni por qué ahora se matan entre sí.
La impredecibilidad del ser humano siempre le ha inquietado. Se acerca a él y le golpea,
le tira al suelo de un puñetazo, le quita el arma, se agacha hacia él. Tiene la cara amo-
ratada y la boca ensangrentada. Le agarra del cuello de la chaqueta y le interroga.

–¿Quién eres? ¿Por qué intentáis matarme? –No contesta. Se ríe y desaparece de-
lante de él. Superman se queda agarrando el aire, perplejo. Se gira y busca los cadáve-
res. Pero solo llega a tiempo para ver los bultos desaparecer. ¿Qué está pasando? ¿Qué
clase de lugar es este? No ha podido ser una alucinación, me duelen las heridas que me
han hecho… Comprueba los daños. El disparo del hombro está sangrando a borbotones,
pero, afortunadamente, hay orificio de salida. Se tapa la herida con más jirones de capa,

39
TIERRA DE MIEDO

pero sabe que será insuficiente. Tiene que encontrar una manera de cortar la hemorra-
gia.

Superman decide emprender la penosa marcha hacia la cumbre, esperando encon-


trar un arroyo donde limpiar sus heridas o alguna planta medicinal. Por la altura del sol
y la sombra que proyectan los árboles supone que son más de las cuatro de la tarde.
Sabe que, en la zona del Pacífico, donde se encontraban antes de estrellarse, anochece
a las siete de la tarde en esta época del año, por lo que le quedan unas horas de sol que
espera sean suficientes para encontrar a los demás miembros de la Liga. Si estoy en la
zona montañosa que había divisado en la zona Centro-Este de la isla, y teniendo en
cuenta que Batman había marcado dirección sureste, podría tardar unas horas en llegar
al punto al que espero vayan los demás. Allí había una edificación, una fortaleza. Ya voy
recordando. ¿Qué clase de seres habrán creado la irregularidad electromagnética que
preocupó a J’onn desde la Atalaya? A ver qué nos encontramos. Pero de una cosa estoy
seguro, mi pérdida de poderes tiene que deberse a un asunto de magia. Si no, no me
explico que esté pasando por esto. ¿Estarán bien los demás? La ascensión se va ha-
ciendo más exigente. Empieza a escasear la vegetación, está perdiendo cada vez más
sangre. Pero descubre algo que le puede ayudar. Eso es… Parece una variedad de aloe…
Podría calmarme la herida y ayudar a cicatrizar. Coge unas cuantas hojas, las mastica
y hace una pasta para aplicarla en la zona más afectada, así como en otros cortes pro-
vocados durante la caída y su paso por las ramas.

Tras un tiempo que le parecen horas, consigue tener una visión lo suficientemente
alta de la isla. Casi toda la superficie está poblada de una salvaje selva, pero divisa la
fortaleza, una torre de aspecto futurista que se eleva entre los árboles. Está rodeada
por un río que nace en la montaña donde se encuentra y, para su sorpresa, hay un barco
atracado junto a la edificación, por lo que debe ser un río profundo. Sigue su trayecto y
observa una cascada, a la que podrá llegar andando si desciende la montaña en esa di-
rección, pero que, según la distancia que calcula a ojo, podría tardar unas cuantas horas
en llegar. No obstante, decide ponerse en marcha y adelantar antes de que termine de
oscurecer, con ánimos algo renovados.

Sin embargo, Superman, empieza a notar un dolor agudo en el estómago. Una pun-
zada repentina que no cesa y teme que sea una hemorragia interna causada por la apa-
ratosa caída o la paliza recibida. Se para, palpa su vientre y, finalmente, se echa a reír
por no llorar. Tengo hambre. Qué sensación tan desconocida para Superman, que por
primera vez en mucho tiempo la situación le da para darse cuenta de lo afortunado que
ha sido en su vida. Cayó en un planeta cuyas características le han convertido en un
dios para los seres que lo habitan. Sensaciones molestas como el hambre le son ajenas.
Dedica una oración a Jor-El, su padre, y decide continuar, mientras busca algo de ali-
mento. Además, debe darse prisa, empieza a oler a humedad en el ambiente y com-
prueba una masa de nubes que se acercan por el horizonte. Tendrá que fabricarse un

40
Capítulo VI. SUPERMAN

refugio si no encuentra una cueva o algo donde cobijarse. Todo son problemas.

A los pocos minutos, llega a una zona muy arbolada, perdiendo de vista la fortaleza.
Mirando hacia el suelo buscando huellas de animales encuentra unas setas, que reconoce
del género de las amanitas. ¿Debería jugármela y probarla? Qué indecisión. También
encuentra unas lombrices alrededor.

–Estoy de suerte, tengo fuente de proteínas. –Se acerca al arroyo naciente y bebe
agua sin dudar. Empieza a experimentar una agradable sensación de alivio. Sigue do-
liéndole todo el cuerpo, pero al menos está comiendo. Poco le dura la alegría, pues em-
pieza a llover de repente. La noche se convierte en un infierno. No encuentra ningún
lugar donde cobijarse, por lo que se queda apoyado en el tronco de uno de los gigan-
tescos árboles. No consigue hacer un fuego por la inmensa lluvia. La humedad y el frío
le pasan factura. Le duele la cabeza y empieza a tiritar, sin conseguir conciliar el sueño.
Seguramente le sube la fiebre. Encima, sufre de descomposición por lo que ha comido.
Los gusanos no le han sentado bien. O tal vez el agua. Quién sabe. Las setas no se ha
atrevido a probarlas.

En un momento de la interminable oscuridad empieza a rememorar el peor momento


de su vida: su muerte. Tiene miedo, lo reconoce. Teme volver a morir. Recuerda aquel
día. Acudió a ayudar a los entonces miembros de la Liga de la Justicia, Booster Gold,
Blue Beetle, Guy Gardner, Maxima, Fire, Ice y Bloodwynd, que se estaban enfrentando
a una terrible y desconocida criatura. Enseguida supo que iba a ser un rival duro de
batir. Recuerda la sensación de incertidumbre y descontrol, como cuando encontró a
una madre con su hijo escondidos cerca de la batalla. Recuerda los intentos de ataques
combinados que lanzaron contra Doomsday. Siempre le ha ayudado el recuerdo de que
con su vida salvó la de los miembros de la Liga, pero la tristeza y la conmoción que
causó al mundo su pérdida pesa más, además del propio recuerdo de perder la vida.
Recuerda cada golpe. Cada uno de los dados y de los recibidos. No quiere morir otra
vez, porque sabe que no volvería como aquella vez. Lo peor es la razón que le llevaría
a la tumba ahora. Sin luchar, sin poder ayudar a nadie, ni a civiles ni a sus compañeros
esta vez. Soy Superman, la esperanza personificada para muchos. Y podría estar mu-
riendo bajo una tormenta, deshidratado y desangrado, mientras el resto de miembros
de la Liga de la Justicia podrían estar luchando por salvar sus vidas. Llora de amargura.
Recuerda a Lois, el amor de su vida. A Jon, su hijo, su aliento para sobrevivir. A Lana y
Jimmy, sus mejores amigos. A Kara, su familia. A Perry, a Kenan, a Bruce, a Diana, a
Hal, a Barry, a J’onn, a Jessica, a Simon, a Víctor… A todos. Tengo que salir de esta,
concluye.

A la mañana siguiente, aturdido, magullado, dolorido, somnoliento, agotado, frus-


trado, emprende la marcha hacia la fortaleza. Cuando lleva un buen rato caminando, si-
guiendo el rumor del río, que apenas visualiza entre la maleza, le asalta una sombra. Le
tumba al suelo y empieza a golpearle en la cara, en el pecho, en todas partes. Es el ca-

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TIERRA DE MIEDO

zador. Ha vuelto. Y parece más recuperado que Superman.

AHORA

Superman se lanza al agua, nada hacia el centro de la corriente y se deja llevar.


Está más fría de lo que creía. Cierra los ojos y de repente siente un puño en el estómago
y una súbita sensación de velocidad. Son unos segundos interminables hasta sentir la
explosión del agua. Espera la llegada del dolor, pero no se produce, no había rocas en
la caída. Consigue salir a la superficie mientras sigue arrastrado por la cada vez más rá-
pida corriente. Traga agua sin poder evitarlo. Ha caído medio tumbado, por lo que el
golpe ha sido considerable, pero puede moverse. Más dolor sumado al que tenía, pero
sigue siendo soportable. Soy Superman. Nada hacia la superficie con las pocas fuerzas
que le quedan, haciendo un esfuerzo ímprobo, obligando a su hombro a un esfuerzo so-
brenatural. Cuando la alcanza se tumba en el suelo. Es menos pedregoso que el de
arriba. Le duele todo el cuerpo. Le pesa más del doble de lo normal. Comprueba sus he-
ridas, siguen sangrando, aunque están más limpias que antes. Casi no puede moverse.

Se gira, cara al suelo, en posición de hacer flexiones, y mira hacia la fortaleza. Está
a unos cientos de metros. Tengo que llegar, si me van a matar ahí dentro que así sea,
pero no moriré aquí. Intenta andar, pero se arrastra. No tiene fuerzas para levantarse.
Avanza un metro en el suelo. Otro. Le duelen los brazos del esfuerzo. Las rodillas del
rozamiento. Tengo que levantarme. Voy a levantarme. Vuelve a reunir fuerzas y se pone
en pie, aunque tambaleándose. Entonces ve una figura que se acerca corriendo hacia
él, seguida de dos más alejadas. Esta vez es una mujer. Ya sabe que ocurre en esta
maldita isla cada vez que una figura humana se le acerca. No está dispuesto a permitir
que vuelvan a lastimarlo, pero el cuerpo del hombre de acero ya no es de metal. Da un
paso atrás y empieza a retroceder.

42
Capítulo VII. EL REENCUENTRO

CAPÍTULO VII. EL REENCUENTRO


Wonder Woman fue la primera en llegar. Antes de cruzar la línea invisible que separa
el bosque de la zona de exclusión, Diana se detiene un momento. Su respiración está
agitada. Apoya las manos sobre las rodillas. Ha llegado a su meta y al hacerlo ha recibido
un inesperado premio. A cada inspiración se siente más fuerte, a cada expiración más
resuelta. Ha llegado a su objetivo, pero ahora que lo tiene delante se da cuenta de que
no es lo que estaba persiguiendo tras los árboles, ni lo que esperaba encontrar. Ahora
lo recuerda todo. Sentir el peso de la tiara sobre su cabeza le tranquiliza. Se mira las
manos y, al hacerlo, admira los brazaletes forjados por Hefesto de nuevo en su lugar.

Ha logrado lo que muchos considerarían como imposible. Ante sus ojos está la
fortaleza que Batman señaló como objetivo. Está magullada, repleta de cortes, sangre
seca, barro, sudor y lágrimas. Sus músculos gritan por el cansancio y el esfuerzo al que
los has sometido, pero siente como su fuerza va regresando, como el poder vuelve a
llenar cada fibra de su ser. Sus armas vuelven a estar en su sitio, el engaño se ha
disipado. Siempre habían estado ahí, pero algo impedía que pudiera acceder a ellas. El
misterio sigue revoloteándole y ha llegado el momento de desentrañarlo. Una leve
sonrisa le cosquillea en la comisura de los labios. Soy Diana, Princesa de las Amazonas.
Alza la vista, aprieta con firmeza el Lazo de la Verdad en su cadera, y da un paso
adelante. La Liga la necesita.

Los siguientes en llegar son Batman y Cyborg. Aparecen de la nada, heridos,


cansados y exhaustos, mientras Wonder Woman inspecciona el muro de la fortaleza. En
los ojos de los tres se refleja el alivio de saber que nada de aquello es verdad, pero
también una profunda tristeza. Las visiones que les habían torturado eran un reflejo de
sus miedos más profundos, de sus fantasmas más temidos, de sus errores más
reprimidos… Pero antes de que pudieran regodearse en su dolor, otros dos compañeros
hicieron acto de presencia. Allí estaban Jessica y Simon, los Green Lanterns. Con ellos
había llegado una esperanza, porque si se apagan todas las estrellas del firmamento,
seguiría habiendo luz: la luz de los Green Lantern. Ante su asombro, el anillo seguía
donde había estado siempre. Quizás no lo habían visto, pero en ningún momento habían
dejado de ser ellos mismos, de ser Green Lanterns.

El sexto en llegar fue Superman. Diana vio a lo lejos una figura que seguía perdida
en la selva, pero muy cerca de la meta. Una figura perdida y confusa que intentaba huir
de lo que, sin duda, era una terrible visión. Cuando Diana se acercó, Superman solo
veía una figura borrosa que le intimidaba lo suficiente para dar un paso atrás.

–¡Clark! –

–¿Diana? –¡Era Wonder Woman! Diana de Themiscyra, su gran amiga. Y se


encuentra bien, no parece herida. Detrás de ella llegan Jessica y Simon, los Green

43
TIERRA DE MIEDO

Lantern, quienes también tienen buen aspecto. Diana le abraza.

–Clark, tranquilo. Nada de lo que piensas que estás sintiendo es lo que parece. –Las
palabras de Diana resultaban de lo más tranquilizadoras. –Batman y Cyborg están en
una zona de exclusión frente a la fortaleza. Allí recobrarás todas tus fuerzas. –Los cuatro
compañeros volvieron hacia la fortaleza con sus poderos recuperados. Pero al llegar, una
escena nada agradable les aguardaba.

–Arthur, ¡¿Qué estás haciendo?! –Exclamó sobresaltada Wonder Woman. Aquaman


estaba sujetando por el cuello a Barman. El resto de los compañeros de la liga miraban
con asombro la escena, sin saber muy bien cómo reaccionar. Aquaman seguía agarrando
con virulencia a Batman durante algunos segundos más, cegado por una ira inexplicable,
hasta que volvió en sí y retiró con delicadeza su brazo del hombre murciélago.

–Lo siento mucho Bruce, te he confundido con otra persona. –

–No se preocupes, majestad. –Le espetó de forma irónica Batman. –¿Estás bien? –

–Sí. –Respondió Arthur sin apartar su mirada de él durante unos tensos segundos
que para el resto parecieron horas.

Superman, con ánimo de calmar la situación, se acerca a Aquaman y, posando su


mano sobre su hombro, le pregunta:

–Arthur, no pareces tú, ¿Seguro que te encuentras bien? –

Aquaman aparta bruscamente la mano de Superman de su hombro y responde con


mirada desafiante:

–Estoy bien, Clark, déjame en paz. –

–Sabes que puedes confiar en nosotros, somos tus amigos. Todos hemos sufrido
mucho en esta isla. –Le dice Superman.

–Lo sé, solo quiero irme de aquí. –Responde seco y brusco.

–No podemos irnos sin Flash y sin cumplir la misión. –

–Pues encontremos a Flash y salgamos de aquí, estoy harto de esta maldita isla. –
Tras la tensa discusión, todos se reúnen para hablar sobre la situación en la que se
encuentran y lo que deben hacer a continuación. Aquaman, serio, observa la
conversación con absoluta indiferencia, preguntándose si alguna vez podrá olvidar del
todo lo que acaba de vivir, o si debería hacerlo.

A unos metros de ellos, tras la muralla que envuelve parcialmente la fortaleza se


encuentra Flash, aún preso del espejismo de la isla de Oolong. Flash despeja su mente,
se centra en el muro, anula el dolor y se dispone a pisar la zona seca. Tensa sus
músculos, descarga el peso de su cuerpo sobre la pierna buena y comienza a
hiperventilar… Espera, tengo que comprobar algo… Se agacha y mira a ras del terreno
apoyando la oreja contra el suelo. El terreno sin vegetación es extrañamente artificial y

44
Capítulo VII. EL REENCUENTRO

podría estar lleno de trampas. No veo irregularidades, tierra abultada, ni alambres…


Parece extrañamente limpio. Es como si fuera una zona de exclusión. Se incorpora de
nuevo, mira a ambos lados, solo hay muro y terreno yermo hasta donde le llega la vista.
Da un paso atrás, arranca una rama y la lanza al centro del terreno seco. No ocurre
nada. Traga saliva antes de volver a agacharse y pasar los dedos por encima de los diez
primeros centímetros de terreno… Y entonces ocurre algo fascinante. Su guante, roto y
sucio de barro, se recompone. El barro se desprende y debajo aparece el rojo
característico de su uniforme. Las costuras se cierran, el tejido cicatriza como si estuviera
vivo. Lo observa un instante, pero sabe que es lo que acaba de ver y sabe que si entra
en la zona de exclusión recuperará sus poderes de Flash.

Se pone de nuevo en pie. Se mira el guante, mira el muro y entra en la zona de


exclusión sin preocuparse ya por el dolor del tobillo, las magulladuras del tórax o los
muchos cortes que recorren todo su cuerpo, porque todo eso va a cambiar. Se queda
quieto sobre la tierra seca y deja que ocurra. Siento como la conexión con la Fuerza de
la Velocidad se restablece y mi cuerpo responde de inmediato empezando a curarse.
Los dolores van remitiendo, las heridas se cierran, el traje se regenera y el dolor del
tobillo remite hasta ser un débil susurro en mi sistema nervioso. Mis pupilas se dilatan
y mi entorno cambia por completo al poder volver a percibirlo conectado a la Fuerza de
la Velocidad. Nota como el calor le recorre el cuerpo, la electricidad se dispersa a través
de sus tendones y su piel crepita cuando su aura protectora aparece de nuevo. Se
concede un segundo más antes de agacharse, flexionar las piernas y empezar a correr
de nuevo como Flash para inspeccionar el perímetro de la fortaleza. Es agradable volver
a sentir la velocidad fluir en mis arterias.

Dos segundos después ya ha inspeccionado la muralla sin encontrar puertas que


permitan acceder al interior. Pero que no haya una puerta no le va a impedir entrar…
Acelera al máximo y encara la verticalidad del muro con decisión, notando el ya familiar
tirón de la gravedad cuando pone el pie sobre la piedra. Los primeros pasos siempre
cuestan un poco más, pero enseguida está subiendo sin dificultad por la piedra y las
enredaderas. Dos décimas de segundo después está sobre el muro. Lo que ve le deja
helado. En el interior de la fortaleza hay una enorme cantidad de movimiento y mire
donde mire parece haber un parademonio. Circulan en un aparente caos, pero en
realidad siguen un patrón muy concreto de movimiento. Todos trabajan con ahínco
alrededor de una fosa enorme retirando tierra, rocas y raíces, a fin de ir agrandando el
agujero. Mientras otros manipulan grandes piezas de tecnología que van disponiendo
en el borde del agujero. Traga saliva cuando comprende lo que está viendo. Todo un
ejército de Apokolips está asentado en la Tierra para crear un pozo de fuego similar a
los que arden sin descanso en el planeta de Darkseid. Desconozco el propósito, pero es
necesario localizar a la Liga cuanto antes. Está claro que esto es solo la punta del iceberg
y tras esta construcción hay mucho más de lo que puedo ver desde aquí.

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TIERRA DE MIEDO

Tan solo han pasado seis segundos desde que entré en la zona de exclusión.
Desciendo del muro y me adentro en la isla para peinarla de arriba abajo. Corro entre
la maleza saltando arroyos, esquivando troncos caídos, árboles y ramas. Siete segundos.

Acelero más hasta llegar a los restos del Zorro Volador. Me muevo frenéticamente
entre los hierros y restos del fuselaje de la nave albergando la esperanza de encontrar
a alguno de mis amigos. Ocho segundos.

Nada, aquí no hay nadie, pero al menos la lluvia aún no ha borrado las huellas de
unas pisadas. Por el tamaño estimo que son de Diana. Sigo en movimiento y me muevo
con más ahínco entre la maleza. Nueve segundos.

Ya he recorrido la mitad de la isla. La lluvia me ralentiza un poco al ir empapando


el terreno, lo que me obliga a bajar el ritmo por debajo de la velocidad del sonido. Yo
soy Flash. Diez segundos.

Me dirijo hacia una colina con la esperanza de que puedan estar en lo alto, valorando
la situación y con Batman planificando como proceder. Pasa tres décimas de segundo
inspeccionando una cascada y encuentra rastros que le indican que no va
desencaminado. Tres décimas de segundo después, cuando no hace ni once segundos
desde que recuperó sus poderes, los encuentra a todos en un pequeño claro, en la falda
de la colina, con Aquaman agarrando del cuello a Batman, mientras este le insta a
controlarse. Al verlos experimenta una oleada de alivio enorme. Todos están bien, vivos
al menos, algunos muestran heridas, pero en general parece que hace falta mucho más
que estrellarnos contra el suelo sin poderes para acabar con todos nosotros. Aquaman
masculla algo entre dientes y suelta a Batman. Flash se detiene delante de ellos y
Batman le mira un instante. Si experimenta sorpresa, no la demuestra.

–Flash, llegas tarde. –

–Ya me conoces, Batman, más vale tarde que nunca. –Le responde.

–¿Nos pones al día?

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