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PABLO DA SILVEIRA. Cómo ganar discusiones (o al menos cómo evitar perderlas).

Una
introducción a la teoría de la argumentación

Ganar una discusión no es lo mismo que tener razón ni perderla es sinónimo de estar
equivocado, pues muchas veces tiene que ver con la capacidad y estrategias que disponemos
para argumentar. La disciplina que se ocupa de darnos armas para mejorar la calidad de
nuestras discusiones es la Teoría de la argumentación. Ella es una prolongación de la Lógica y
la Retórica.

Sabemos que la Lógica se ocupa de estudiar los argumentos y ellos son un encadenamiento de
premisas que conduce a una conclusión. “Un argumento puede ser lógicamente correcto aun
si nadie lo reconoce como tal, o puede ser incorrecto aunque todo el mundo lo acepte”. La
Retórica en cambio se ocupa de la fuerza persuasiva de los argumentos.

Argumentar es una de las actividades más típicas de una sociedad democrática. En una
sociedad donde se aplica la ley del más fuerte no hay necesidad de argumentar. Las sociedades
no democráticas se rigen por la máxima: “esto se hace así porque yo lo digo, y yo estoy en
condiciones de imponer mi voluntad”.

Argumentar, por tanto, implica servirse del lenguaje, no solo como medio de comunicación
sino también como medio para cambiar las ideas o conductas de los demás. Así, cuando
afirmamos que el propósito de la argumentación es persuadir, lo que queremos decir es que
tratamos de que otros cambien sus ideas o sus acciones porque aceptaron voluntariamente
una conclusión.

Las premisas y la conclusión

Para que una proposición sea aceptada como premisa no hace falta que sea universalmente
reconocida como verdadera. Lo que hace falta es que sea aceptada como verdadera por
quienes participan en la discusión. Por esta razón, la decisión acerca de qué proposiciones
pueden actuar como premisas puede variar según el contexto.

La decisión acerca de qué proposiciones pueden actuar como premisas es relativa al auditorio
al que nos dirigimos: valen como premisas aquellas proposiciones que no son controvertidas
entre quienes participan de la discusión. Supongamos que quiero convencer a mis
conciudadanos de que la pena de muerte es injusta. En ese caso no podré empezar
argumentando que nadie tiene derecho a matar a otro hombre porque todos somos hijos de
Dios, ya que la premisa “todos somos hijos de Dios” es controvertida.

La conclusión es una proposición. Ella tiene dos rasgos: en primer lugar, sostiene algo diferente
de lo que afirman las premisas; en segundo lugar debemos aceptarla si previamente hemos
aceptado las premisas. Llamamos “inferencia” al proceso mediante el cual llegamos a admitir
una conclusión partiendo de premisas que consideramos legítimas.

Argumentación y demostración

La amplitud del auditorio al que podemos intentar convencer no puede ser mayor que la
amplitud del auditorio que esté dispuesto a aceptar nuestras premisas. Queda sin embargo, un

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punto por aclarar: hemos visto que “persuadir” significa “producir o reforzar en el auditorio la
adhesión a su conclusión.

Argumentar no es lo mismo que demostrar. La demostración parte de premisas cuya verdad


está garantizada por la propia teoría y llega a una conclusión que debemos considerar forzosa
y universalmente verdadera. En cambio, argumentamos para intentar persuadir a otro.

Chaim Perelman. El imperio Retórico. Retórica y argumentación

En una demostración los signos utilizados deben estar desprovistos de toda ambigüedad,
contrario a lo que sucede en la argumentación que se desarrolla en una lengua natural. La
demostración se realiza conforme a ciertas reglas que son explicitadas en los sistemas
formalizados.

El fin de la argumentación no es deducir las consecuencias de ciertas premisas sino producir o


acrecentar la adhesión de un auditorio a las tesis que se presentan a su asentimiento. La
argumentación no tiene por fin únicamente la adhesión puramente intelectual: ella busca muy
a menudo, incitar a la acción, o por lo menos, crear una disposición a la acción. Recordemos
que el auditorio es el conjunto de aquellos sobre los cuales el orador quiere influir con su
argumentación.

El fin de la argumentación no es como el de la demostración, probar la verdad de la conclusión


partiendo de la verdad de las premisas, sino transferir a las conclusiones la adhesión concedida
a las premisas. Para argumentar el orador debe adaptarse al auditorio, es decir escoger como
premisas de su argumentación tesis aceptadas por éste último. Por ejemplo, el abogado
puede contar con el hecho de que el juez presumiblemente respeta la legislación del país. De
la misma manera, el sacerdote predicando en el seno de la iglesia, puede admitir que los fieles
reconocerán la autoridad de las Sagradas Escrituras.

Último capítulo: amplitud y fuerza de la argumentación

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