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Jean Pierre Boutinet: Anthropologie du projet, Paris : PUF, 1990

2. El proyecto y los modos de anticipación

Cada cultura tiene un modo propio de pautar el tiempo según la manera


que le convenga. Los cortes del tiempo remiten a las representaciones que
nos damos del tiempo o mejor de la pluralidad de tiempos que nos rodean.
A partir de esta pluralidad que impregna nuestras existencias es que
construimos estos modos privilegiados de representación. En esta
aprehensión del tiempo, dejaremos de lado el tiempo físico y el cronológico,
en tanto están fuera del propósito de nuestro trabajo. Tomaremos el tiempo
vivido verbalizado, ese que E. Beneveniste (1966) llama el tiempo
lingüístico. Este tiempo se divide comúnmente según una y otra de estas
dos principales modalidades que son la bipartición y la tripartición.

Bipartición del tiempo


Un primer corte tradicional del tiempo consiste en oponer lo que surge de
la simultaneidad y lo que tiene que ver con la sucesión. Es una oposición
similar a la que ha alimentado el debate entre H. Bergson y G. Bachelard.
Para el primero, la duración como dato inmediato de la conciencia es una
realidad psicológica, en tanto que el segundo considera esta duración como
una simple construcción mental (solo será aprehendido psicológicamente el
instante en toda su evanescencia). Si ambos filósofos reconocen la
heterogeneidad a través de la sucesión y el cambio, difieren en cuanto a la
manera de captar la naturaleza de la simultaneidad: Bachelard asimila esta
última a lo instantáneo en tanto que Bergson le confiere una continuidad.
El presente, en su inmutabilidad se opone a la evolución y al cambio que
confunde en un mismo movimiento el pasado y el futuro. El tiempo
existencial, el tiempo del sueño, se opone por lo tanto al tiempo operatorio,
el tiempo de la acción.
Una tal oposición se asocia a dos tipos de tiempo: el tiempo circular y el
tiempo lineal. El tiempo llamado circular se caracteriza por su repetición, los
débiles cambios que introduce, la preocupación de valorizar lo que ya se ha
hecho. Una variante del tiempo circular es el tiempo en espiral en el cual los
cambios acontecidos tienen lugar gracias a repeticiones sucesivas. Este
tiempo circular es concebido como un tiempo agraria, porque está
directamente ligado al ciclo de las estaciones, al ritmo de la naturaleza. Los
hombres se fueron progresivamente emancipando de este tiempo circular
para redefinir un nuevo tiempo, el acumulativo, el tiempo lineal. El tiempo
lineal es el de la irreversibilidad. Es nuestro tiempo característico de nuestro
occidente industrializado que hunde sus raíces, como lo veremos, en la
cultura de inspiración judeo cristiana. A este respecto, K.Pomian opone por
un lado aeternitas y tempus y aevum por otro (1984).
Se percibe a la vez lo que tal bipartición tiene de excesivo y de
caricatural, así como lo irrefutable sobre lo que descansa. Estamos
continuamente confrontados, tanto al nivel psicológico como en e cutura, a
dos maneras antagónicas de vivir el tiempo: un tiempo largo, dilatado, que
no termina, tiempo del sueño, del éxtasis, pero también del aburrimiento y
de la morosidad, un tiempo corto y discontinuo, tiempo de lo febril, de la
actividad intensa, de las realizaciones incesantes, tiempo de la eficacia pero
también del agotamiento.
La bipartición del tiempo tiene un carácter sagrado, que desborda
ampliamente los marcos religiosos tradicionales para englobar el conjunto
de la sociedad. Esta bipartición opone justamente el tiempo sagrado y el
tiempo histórico. El tiempo sagrado corresponde a una regeneración del
tiempo creando recreándolo a nuevo, ciertamente a través de la fiesta, pero
de manera más general en la celebración del rito. Es por otra parte a justo
título que M. Eliade (1965) insiste sobre esta regeneración del tiempo.
Si, contrariamente a lo que se piensa habitualmente, la cultura griega
tenía una concepción ambigua del tiempo, hecha tanto de repetición como
de irreversibilidad (J. de Romilly, 1971), la cultura hebrea está mucho más
resueltamente volcada hacia la linealidad y la irreversibilidad. En ella todo
es movimiento: la descendencia prometida a Abraham, la vuelta del exilio
de Egipto con el pasaje por el Mar Rojo, y esa larga marcha en el desierto, la
sucesión de los profetas preparando la venida del Mesías y anunciando su
proximidad. Esta concepción de la tierra prometida, a la vez una tierra a
conquistar o a reconquistar, tierra a defender por un pueblo que se sabe
elegido, a operado una ruptura e la manera tradicional de concebir el
tiempo (Abecassis, 1983). Es precisamente de esta ruptura de donde el
cristianismo se nutrió, acentuándola en su preocupación de valorizar el
tiempo escatológico.
¿Cómo, entonces, fue que la concepción del tiempo utilizada por los
cristianos haya tenido que esperar a nuestra época moderna para volverse
laica? ¿Cómo fue que la sociedad civil se apropió de esa linealidad? Estas
preguntas quedarán por mucho tiempo respondidas solo parcialmente. A
este respecto, hay que decir que los cristianos tenido buen cuidado de
demarcar bien las cosas. Durante mucho tiempo se impregnaron de la
distinción operada por San Agustín en la Ciudad de Dios entre los dos
tiempos, el del procursus, y el del excursus. El excursus es el tiempo
caótico caracterizado por la sucesión de acontecimientos sin orden ni
sentido, que jalonan la vida concreta de las sociedades históricas; el
procursus, es tiempo de la irreversibilidad, es el tiempo del alma que se
encamina desde este mundo hacia la beatitud celeste, tiempo progresivo
que es el único objeto de la fe. La separación cristiana implica pues una
concepción dualista del tiempo que a su manera, un siglo después de San
Agustín, el papa Gelasio va a contribuir a endurecer distinguiendo la
auctoritas del sacerdote ordenado en el procursus, y la potestas del rey,
destinado a organizar el excursus. Este dualismo resistió más de diez siglos,
y aunque no desapareció, durante el Renacimiento fue puesto en tela de
juicio.
Como ya hemos tenido ocasión de mostrar (Boutinet, 1981), esta
bipartición se encuentra en toda la realidad religiosa, cualquiera sea la
religión, cuando se opone el tiempo presente al tiempo primordial. El tiempo
primordial, el tiempo del mito, recapitula en una sola realidad el tiempo de
los orígenes y el tiempo de los últimos fines. Este tiempo es a la vez
arqueológico y escatológico, tiempo del orden de la inmutabilidad, tiempo
de los dioses o de Dios, es también el tiempo de los ancestros, tiempo
ambivalente en su pretensión de fundar el antes y el después. Pues el
tiempo de los ancestros es simultáneamente el tiempo del cual provenimos
y el tiempo nos dirigimos a grandes pasos.
Opuesto a este tiempo primordial, existe el tiempo de aquí abajo, el
tiempo de los vivos, de los seres humanos, el tiempo de las sociedades que
nunca están en paz consigo mismas ni con sus vecinos: es el tiempo de la
caída. El tiempo de los vivos es el de los oprobios, de lo aleatorio, de la
inquietud, del sufrimiento, en una palabra, de la restitución que el individuo
se esfuerza por obtener para acceder según su propio deseo a un tiempo
más clemente.
La bipartición del tiempo es sin duda un modo de representación
destinado a subrayar la ambivalencia del tiempo: Dando cuenta a la vez de
la permanencia y del cambio, de la presencia y de la ausencia, el tiempo es
simultáneamente, ambivalencia suprema, fuente de muerte y fuente de
vida: el individuo, sobre todo cuando es joven, desearía envejecer para
adquirir la experiencia que lo ayude a vivir más intensamente, pero no
desearía envejecer demasiado por miedo a la proximidad de la muerte.

La tripartición del tiempo


(otro día…)

Las formas de la anticipación


Hablando de anticipación del futuro, utilizamos una palabra relativamente
neutra en sus connotaciones, que puede agrupar de manera indiferente esta
gama proyectiva de actividades que se observa actualmente. Pero la
principal ventaja de recurrir a este concepto es que vuelve menos ambigua
la previsión. Se utiliza de manera indistinta tanto en su sentido restringido
como en el más amplio abarcando todos los modos de previsión del futuro.
Es el sentido amplio el que nos parece que corresponde mejor a lo que
significa la anticipación. Cada vez que hablemos de previsión en este
trabajo lo haremos en el sentido restringido de anticipación de tipo
científico, a corto o mediano plazo, en relación con el estado del entorno.
Por lo tanto no podemos seguir a autores como F. Hetman (1969) y A.C
Decouflé (1976 y 1978) porque pasan indiferentemente de un nivel de
previsión al otro, aún si debemos reconocer su preocupación por aclarar una
terminología caprichosa para ordenar un campo semántico aún más
delimitado, el las referencias temporales ligadas al futuro.
La otra ventaja que podemos sacar del hecho de recurrir al concepto de
anticipación resido ene. Hecho de poner en evidencia la especificidad de las
conductas humanas en relación a los comportamientos animales. Como lo
ha mostrado ciertamente P. Fraisse (1958), pueden existir conductas de
anticipaciones en los animales, pero son de naturaleza instintiva y
‘apetitiva’ (será en relación al alimento, no?). Son conductas a corto plazo
que nunca se desligan de los estímulos del momento. Las conductas de
anticipación humanas no son solamente respuestas comportamentales más
o menos adaptadas a las imposiciones de una situación. Constituyen
también tomas de distancia en relación a las estimulaciones momentáneas
para buscar, a través de la acción apropiada, anticipar las estimulaciones
posteriores. En esta óptica, anticipar es mostrar una capacidad de
suspender momentáneamente el curso de las cosas para saber como este
curso va a evolucionar, y por lo tanto para intentar, llegado el caso, de
incidir en el curso de los acontecimientos. Anticipar es, en definitiva dar una
prueba de inteligencia en relación a la situación presente. Es decir, es tomar
actividades tomar atajos que nos permitan resolver mejor las situaciones a
las que nos vemos enfrentados, evitando que se nos impongan de manera
coercitiva. De esto se sigue que si la anticipación permite todas las fugas
posibles –lo que la vuelve tan equívoca como el futuro que exploramos-
constituye también a una de las condiciones de la libertad. La equivocidad
de la anticipación proviene del hecho de que es proyectiva sobre el futuro
de las aspiraciones individuales y colectivas. Debemos, sin embargo,
considerar que es a través de esta proyección y de sus ambigüedades que
se manifiesta la libre iniciativa del actor.
Los conceptos que gravitan en el campo de la anticipación son
frecuentemente objeto de corrimientos semánticos caprichosos: son a
menudo utilizados unos por otros, a veces confundidos, a veces opuestos.
Sin intentar poner más rigor del que uno puede, nos ha parecido que una
atención minuciosa en relación a los empleos respectivos de cada uno de
estos conceptos, en referencia a su propia etimología nos podría permitir
poner en práctica distinciones útiles. En tanto cada uno de los modos
admite muchas variantes, estaremos en presencia de diez tipos bien
identificables (ver cuadro 1). Pasaremos entonces revista a estos cuatro
modos: adaptativo, cognitivo, imaginario y operatorio, así como a sus
diferentes variantes, para lo cual nos inspiramos en los trabajos de Decouflé
(1978).
Cuadro 1
Los modos característicos de la anticipación

Modos de Figuras de la Concepciones ligadas a la


anticipación anticipación anticipación
ADAPTATIVO
PREVIDENCIA CONJETURA
- de tipo empírico { PREVENCIÓN PREDICCIÓN
- de tipo científico PREVISIÓN CONJETURA/PREDICCIÓN
COGNITIVO
-de tipo oculto ADIVINACIÓN PREDICCIÓN/DESTINO
-de tipo religioso PROFESÍA PREDICCIÓN/DESTINAMIENT
O
-de tipo científico FUTUROLOGÍA CONJETURA
o filosófico { PROSPECTIVA CONJETURA

IMAGINARIO
-de tipo imaginario
UTOPÍA PORVENIR
racional
-de tipo imaginario
CIENCIA FICCIÓN PORVENIR
onírico
OPERATORIO

{
FIN DEVENIR
-de tipo racional OBJETIVO DEVENIR
PLAN DEVENIR
-de
formal
tipo volitivo
{ DESEO
PROMESA
MIXTO
MIXTO
-de tipo indefinido PROYECTO DEVENIR
Las anticipaciones adaptativas
La previdencia (prévoyance) y la previsión, sobre las cuales tendremos
ocasión de volver, tratan cada una a su manera (es decir, empíricamente o
científicamente) de anticipar de la manera más certera posible los estados
del porvenir. En general, el horizonte temporal de la previsión es más
alejado que el de la previdencia, pero una y otra buscan dar al individuo
tanto como al grupo social o a la organización los medios para adaptarse. Yo
anticipo un futuro verosímil con la intención de obtener de él, desde ya, las
consecuencias en el nivel de mi adaptación. Estas consecuencias existirán –
total, parcialmente o de ninguna manera- más allá de cualquier acción
deliberada de mi parte. En una palabra, previdencia y previsión tienen que
ver solamente con el estado probable del entorno en un tiempo futuro, y no
con mis propios deseos. Sin embargo, ambas definen dos modos diferentes
de adaptación (Bourdieu, 1963):
- Un modo adaptativo de tipo empírico, a travel de la previdencia: la cual
es antes que nada del orden del bricolage, de la experiencia adquirida en el
terreno, de una observación intuitiva de las cosas y de los acontecimientos
que finalmente convence que ‘gobernar es prever', es esta preparado.
La previdencia caracteriza el comportamiento de sociedades tradicionales
que utilizan su capital de experiencia para defenderse de las agresiones del
futuro buscando anticiparlas. Esta previdencia ha sido vivida antes que nada
en los comportamientos de la economía, tal como nos han sido enseñados a
través de las actitudes opuestas de la cigarra y de la hormiga. Luego fue
instituida y formalizada desde fines del siglo pasado (el XIX…) por la puesta
en práctica de mutuales de previdencia que permitían a la gente de una
misma ciudad que adhería a ellas de estar respaldados por la colectividad
en caso de algo imprevisto (¿cual comuna rural de nuestro país a comienzos
de siglo no tenía su sociedad de previdencia?). A través de estos ejemplos
vemos cómo la previdencia tienen un carácter de anticipación defensiva: se
trata de desactivar las amenazas del mañana: prever a fin de evitar ser
tomado por sorpresa.
Esta anticipación defensiva de se relaciona con una figura del hoy
frecuentemente utilizada, la da la prevención: anticipar, para apartarlos, a
los efectos nefastos del futuro, previdencia como prevención implican que
los resultados a los cuales llegan conllevan también cambios de
comportamiento, apuntando a conjurar los malos presagios que se
entrevén. Digamos que la previdencia es el lado cognitivo de las
anticipaciones adaptativas empíricas, la prevención, su lado más operatorio.

-Un modo adaptativo de tipo científico que pregresivamente ha


suplantado en la organización de nuestra vida cotidiana a la previdencia. La
racionalización de los sistemas de seguros, el desarrollo técnico, la
complejización de los circuitos económicos ha llevado, particularmente
después de la Segunda Guerra Mundial, a la multiplicación de los sistemas
de previsión.
La ciencia pone sus medios al servicio de una anticipación del futuro. Se
considera a sí misma previsión, lectura segura del porvenir. Los sistemas de
previsión se han desarrollado al mismo tiempo que el cálculo de
probabilidades. Este último les ha dado una herramienta que les ha sido
indispensable desde los primeros trabajos de Bernouilli y Laplace sobre las
opciones en la incertidumbre. Pero son los estudios de J.M.Keynes a partir de
los años 20 que han permitido la elaboración de una teoría probabilista de
las anticipaciones, particularmente en el plano económico. Esta teoría será
completada por las investigaciones de Merton en los años 40 sobre las
profecías autorrealizadoras. Luego, también aparecieron numerosos
estudios en relación con los diferentes modos de previsión: perfectas,
racionales, estocásticas, uni o bilaterales, multilaterales, tutelares… Una vez
provista de modelos, de cálculos, de instrumentos sofisticados de
observación, la previsión se sitúa en un horizonte temporal mucho más
ambicioso que la previdencia. Esta aborda el corto, pero sobre todo el
mediano plazo (cuatro o cinco años), posiblemente el largo plazo (más de
10 años). Por otra parte, contrariamente la previdencia, (la previsión) deja
de ser individual o grupal para convertirse en organizacional y social:
pasamos de sistemas de previdencia a sistemas de previsión. A través de
estos últimos, el hombre entiende que ya no evolucionará, sino que desea
tomarla a su cargo y dar a entender que el porvenir no está ligado tanto al
azar como a sus propias decisiones. El pasaje de la previdencia a la
previsión pertenece propiamente al vocabulario de la teología dogmática,
tal como es utilizado por Santo Tomás de Aquino. La previsión es para Dios,
único que tiene la propiedad de conocer lo que ha de venir por esa ciencia
de la visión que le es propia. En los siglos XVII y XVIII la laicización y la
transferencia del concepto teológico vinieron a definir esta nueva capacidad
que se atribuye hoy nuestra civilización tecnológica. Las connotaciones
teológicas de la previsión están aún presentes en el diccionario de Richelet
(1759). Recientemente han sido señaladas por B de Jouvernel en su tan
interesante obra El arte de la conjetura (1964).
A pesar de todo, una doble incertidumbre pesa sobre la previsión: por un
lado, de lado de los acontecimientos, permanece eminentemente conjetural,
puesto que lo que anticipa no ha de ocurrir automáticamente. Por otra
parte, del lado de los individuos, su credibilidad permanece limitada,
encarnando en esto el mito de Casandra que no llegaba a convencer al coro
de ancianos que ella preveía el futuro e inminente asesinato de Agamenón.

Las anticipaciones cognitivas


Sin abandonar toda preocupación de adaptación, las anticipaciones
cognitivas conservan como primera preocupación de dejar a un lado el
misterio del futuro intentado conocer algunos de sus aspectos. Semejante
conocimiento tiene ciertamente como función, entre otras, la de conjurar
todo aquello de lo que el futuro es portador. A estos efectos, podemos dar
cuenta de tres tipos de anticipaciones cognitivas:
- Un modo cognitivo de tipo oculto. Este modo puede tomar una u otra
forma ligadas a la adivinación, tanto porque es oculto, como porque es a
través de prácticas ocultas que intenta revelar aquello del futuro que está
oculto al conocimiento de la multitud, este tipo se ve a sí mismo como
esotérico, es decir reservado a los adeptos capaces de leer y de descifrar los
signos anunciadores de un cierto futuro. Las anticipaciones de tipo oculto
son variadas y dan cuenta de una o de otra de las siguientes formas:
fetichismo, cartomancia, brujería, astrología… Según los tiempos y las
culturas, alguna de estas formas tiene más aceptación que las otras. Le
Scouézec (1982) distingue a estos efectos, cuatro tipos de artes
adivinatorias mayores en nuestra cultura: la astrología, la cartomancia, la
geomancia y la quiromancia.
-Un modo cognitivo de tipo religioso a través de la profecía que va a
anunciar lo que pasará mañana, por una revelación sagrada de carácter
trascendente, por la cual el profeta considera ser simplemente un
intermediario. El profeta habla en nombre de Dios, del Espíritu, de los
dioses, de una potencia sobrenatural. Anticipa el porvenir para hacer
conocer una voluntad divina o sobre todo para atraer la atención de los
hombres sobre la incoherencia de sus comportamientos que, contrariando
los planes divinos, corren el riesgo de engendrar tal o tal catástrofe. De esta
manera, la profecía entiende ser una revelación en tanto son los hombres
con sus tendencias suicidas los que constituyen los designios divinos. En “El
pensamiento del futuro”, L. V. Thomas (1983) asocia la adivinación y la
profecía. Estos dos términos se reúnen, en efecto, como modos de
anticipación por sus connotaciones mágico-religiosas, pero se distinguen,
sin embargo, por su objeto que las coloca en dos tipos diferentes de
anticipación. Para decirlo brevemente, la adivinación pone más el acento en
las prácticas de manipulación mágica en tanto la profecía entiende situarse
en una perspectiva de reconocimiento de un orden religioso que la
trasciende.
- Un modo cognitivo de tipo científico concretado en dos figuras
características, la prospectiva y la futurología, que son dos neologismos
recientes. Estos dos términos en parte similares constituyen una
interpretación más aguda de ciertos aspectos del concepto de previsión.
Acentúan menos el carácter cognitivo en detrimento de una perspectiva de
aplicación. Además, el horizonte temporal se amplía al recular sus propios
límites. Futurología y prospectiva buscan de esa manera conocer el estado
del entorno futuro a mediano y largo plazo, y esto con la utilización de
procedimientos científicos (simulación de modelos elaborados a partir del
análisis de los sistemas actuales y de su evolución previsible, esbozo de una
pluralidad de escenarios posibles.) Este conocimiento del estado futuro
conservando las garantías de fiabilidad trata de alejar lo más posible el
horizonte temporal. Si se puede hablar de previsión a corto plazo, no hay ni
prospectiva ni futurología a corto plazo. Tanto una como la otra tratan de
anticipar la larga duración, para veinte, treinta o más años. Se puede decir
la que previsión es del orden de lo conjetural, (corto plazo), de lo tendencial
(mediano plazo), en tanto que la prospectiva y la futurología son del orden
de lo tendencial y sobre todo de lo estructural (largo plazo).
Entre prospectiva y futurología, conceptos semánticamente vecinos, es
oportuno mostrar algunos matices:
-en su esfuerzo por explorar una pluralidad de porvenires posibles, todos
más o menos alejados, la prospectiva entiende que permanece dentro del
campo científico.
-la futurología abarca en parte a la prospectiva teniendo la misma
preocupación por que ella, pero agrega otra dimensión que la corre hacia el
lado de la filosofía, una filosofía del porvenir. Así es que cuando trata de
poner en evidencia las normas y los valores susceptibles de gobernar
nuestro porvenir, este porvenir que vislumbra en una perspectiva
‘fundamentalmente abierta, multiforme, y contradictoria, aunque rica en
posibilidades y significaciones profundas.” (Hetman, 1969, 87).

Las anticipaciones imaginarias


Utopía y ciencia ficción alejan aún más los límites del horizonte temporal
hasta el nivel de lo impensable, de lo no formulable. Tomando la contra
parte de lo que existe en el presente, hablan de lo que no existe pero podría
existir en un futuro lejano, en un lugar no precisado. En este sentido, utopía
y ciencia ficción constituyen potentes reguladores del pensamiento
anticipatorio y de la inventividad obligándonos a romper los marcos
tradicionales de referencia, forzándonos a imaginar otra cosa que tal vez
mañana será hecha si mañana es radicalmente diferente de hoy. Estas dos
anticipaciones son de tipo imaginario, ‘extrapolatorio’ 1, y entienden que
constituyen de manera a la vez paradojal una ilustración y un contrapunto a
nuestro universo mental científico-técnico.
Aún así, estos dos imaginarios son de naturaleza diferente:
-El modo imaginario de tipo lógico en la utopía es a menudo la evidencia
de un conflicto que traduce ‘un desequilibrio entre las capacidades
psíquicas del hombre y su aprehensión concreta en lo real’, como lo indica
L.V Thomas (1984), a través del refugio en un no lugar que es también un
no tiempo (ucronía). A este respecto, Duvenau (1962) en su obra Sociología
de la utopía subraya que la utopía puede ser considerada como una válvula
de escape para los hombres cuyo pensamiento está lleno de
contradicciones. Así es para el caso del padre de la utopía, Tomás Moro,
hombre discreto, más bien sufrido, de vida ascética, que fue conducido
valientemente al martirio por dar cuenta de su fidelidad a la fe católica en
tanto su Utopía está llena de observaciones muy irónicas, mordaces aún
respecto de los cristianos y del celibato de los curas. Con la etimología
ambigua del término (el prefijo ‘u’ que puede tanto remitir al alfa privativo
del griego como a la contracción del diptongo ‘eu’), estamos
simultáneamente en presencia de la irrealidad y de la perfección. Las dos
interpretaciones finamente se esfuerzan por dar lugar a las significaciones
más contradictorias de toda utopía, lo que constituye su éxito.
Una mirada histórica de la utopía desde su parición explícita en el siglo
XVI (Moro, 1516) debería permitirnos distinguir tres variantes:
-las utopías de bienestar sereno, de Tomas Moro a la Revolución francesa;
-las utopías deterministas haciendo del tiempo una metamorfosis
continua y dinámica. Estas son las utopías del siglo XIX, las de las
ideologías, los socialismos utópicos denunciados por F. Engels, en los cuales
sin embargo luego se podrán ubicar algunos elementos del pensamiento del
K. Marx;
-las utopías psicológicas y filosóficas del siglo XX, marcadas por el
progreso con dos visiones típicas:
* la de una espiritualización creciente, tal como puede ser reflejada en la
obra del padre Theillard de Chardin, o por los fenómenos comunitarios de
los años 70,
* la de una búsqueda de mayor satisfacción sensual y libidinosa en una
fisión no conflictual e idealizada de la sociedad de consumo, en una visión
reconciliada del individuo con su propio cuerpo, objeto de expresión, de
liberación y de goce (Lipovetsky, 1987)

-El modo imaginario de tipo onírico tiene que ver con la ciencia ficción.
Esta nos introduce en un imaginario que piensa el porvenir como si ya
hubiera existido. Para hacerlo, la ciencia ficción se apoya a menudo en su

1 Dudamos en utilizar el término ‘exploratorio’ que nos parece finalmente débil. Preferimos el
neologismo más sugestivo ‘extrapolatorio, aún si nuestro idioma no dispone del calificativo
correspondiente al sustantivo ‘extrapolación’.
tarea sobre comprobaciones científicas, sobre hechos de la experiencia.
Pero estos hechos y comprobaciones que retrabaja a través del imaginario,
dejan lugar al sueño, a la evasión, que son sustituidos por mitos de antaño
caídos en desuso. Prolongación desordenada del pensamiento técnico y a la
vez deconstrucción de este mismo pensamiento, la ciencia ficción se liga
con la tradición antigua de lo que L.V Thomas (1984) llama ‘la proyección
animista’ hecha simultáneamente de una obsesión por el Apocalipsis y del
recurso a lo maravilloso.

Las anticipaciones operatorias


Cuarta categoría de anticipaciones, las anticipaciones operatorias tiene
finalmente pocos puntos en común con las figuras que acabamos de
enumerar. En efecto, su problema no es imaginar no importa qué futuro más
o menos distanciado, futuro objetivo o futuro imaginario. Se trata de un
futuro personal que el autor de la anticipación tratará de acercar.
Entre las anticipaciones operatorias habría que distinguir:
- Las anticipaciones de tipo racional o determinista, entre las cuales
podemos mencionar las más comunes: el fin, el objetivo, el plan. Es difícil
jerarquizar estos tres conceptos en función de coordenadas temporales. Por
el contrario, es más fácil de hacerlo en función de una lógica de la acción
humana, y es seguramente eso lo que las diferencia de todas las demás
anticipaciones operatorias. Estas anticipaciones son inseparables de una
toma en cuenta de la acción momentánea y proyectada en todas sus
formas. Podemos decir entonces que:
* el fin polariza, finaliza una actividad fijándole de alguna manera un nivel
de desempeño, el fin es inseparable de la acción de la cual constituye el
término, y está guiado por una norma interna de la acción misma;
* el objetivo en sí mismo es exterior a la acción, está totalmente
despegado de ella. Consiste en esperar de la acción tal o cual objeto bien
determinado, objeto espacial, objeto temporal, objeto económico, social… El
problema es por lo tanto poder operar una conjunción con el objeto
esperado para que el objetivo sea realizado. En este sentido, todo objetivo
es normativo, productor de una norma exterior que debe cumplirse.
* el plan puede ser formulado indiferentemente en términos de fin o de
objetivo, y se caracteriza por su insistencia sobre la fases intermedias por
las cuales debe pasar la acción (etapas, llegado el caso también estrategias
a poner en práctica) para alcanzar el fin o el objetivo fijado. El plan incluye
por lo tanto la planificación y considera en un mismo conjunto el fin
perseguido por la acción y los medios que hay que poner en práctica.

- Las anticipaciones de tipo volitivo formal nos permiten mencionar las


figuras del deseo (‘souhait’, que es más bien como me gustaría que) y del
querer (‘vœu’, que es más bien como quiero que) [nótese que no está
désir…]. Estas son anticipaciones débilmente operatorias, en tanto el
‘souhait’ consiste, como lo indica su etimología subtushaitare, prometer sin
comprometerse mucho. En cuanto al ‘voeu’ en su doble dimensión, la de
obtener y la de llevar a cabo, ha perdido su fuerza religiosa [se parece a
voto…] original para no ser más que un voto piadoso en una sociedad
laicizada. Es decir que ‘sohuait’ y ‘voeu’ son más ejercicios de lenguaje que
de volición. Es en lo volitivo formal que hay que colocar por otra parte a la
promesa, más fuerte que el voeu y el souhait en términos operatorios,
puesto que el hipotético futuro que liga al promitente con su compromiso,
como lo subraya F. Ost (1999).

-Las anticipaciones de tipo flexible o parcialmente determinadas. Es a


este último registro que pertenece el proyecto sobre el cual se focaliza el
presente trabajo. El interés que ofrece la figura del proyecto reside sin duda,
al menos hasta donde sabemos, en el hecho de que es la única entre todas
la figuras anticipatorios que puede ser considerada como anticipación
operatoria de tipo determinada. Se le podría reprochar su intención, aunque
esta sigue ligada al registro mental que permanece implícito.
A través del proyecto, por el contrario, se trata de hacer venir hacia sí un
futuro deseado. En su perspectiva operatoria, el proyecto no puede apuntar
a un largo plazo demasiado conjetural, no puede tampoco limitarse a un
corto plazo demasiado inmediato. Su carácter parcialmente determinado
hace que no esté jamás totalmente realizado, que siempre esté para ser
retomado, buscando infinitamente polarizar la acción hacia lo que no es.
Más que el plan, el objetivo o el fin, el proyecto con su connotación de
globalidad está destinado a ser integrado en una historia, contribuyendo
tanto a moralizar el pasado que está presente en él como el presente que
esboza el porvenir (Ladrière, 1984).
Es decir que todo proyecto a través de la identificación de un futuro
deseado y de los medios propios para lograrlo se fija un cierto horizonte
temporal en el interior del cual evoluciona. Pero ese proyecto no se detiene
en el entorno en su evolución previsible. Interesa antes que nada al actor
que, en el presente, se da a sí mismo una perspectiva para el porvenir que
desea. Lo definiremos por lo tanto como una anticipación operatoria,
individual o colectiva de un futuro deseado.

Progreso tecnológico y proyecto a la hora de la previsión y de la


planificación.
……..
Herramienta técnica y tecnológica

Progreso y proyecto

Previsión y proyecto

Crisis y futuro del recurso al proyecto

Oscilación del proyecto


Proyecto y previsión aparecen finalmente como figuras inestables. Si el
proyecto ha cambiado de significación entre los años 60-70 cuando era
aprehendido de manera global para replegarse sobre lo local a partir de los
años 75-80, podemos decir que en cuanto a la previsión ha entrado en crisis
con la mutación socio-económica de los años 75 y desaparece de las
preocupaciones para reaparecer en los años 90 habiendo experimentado
una metamorfosis. En el curso de la década 60-70, se concretaba en
modelos de anticipación bastante rígidos y susceptibles de aprehender un
porvenir considerado como probable. La previsión se identificaba entonces
con una anticipación racional; luego de un eclipse de más de una década ha
vuelto de una forma revisada para anticipar, de ahora en adelante, un
porvenir considerado como incierto.
La dimensión del proyecto habita por la tanto el complejo científico-
técnico, lo que hace decir a J. Ladrière (1977): “Si la tecnología tiene a
constituirse como un sistema autofinalizado, es porque está llevada por una
especie de proyecto interno que es el de su propio crecimiento.” Pero sería
necesario agregar a los propósitos de J. Ladrière que este proyecto interno
nos es dado en toda su ambivalencia, tanto como la norma de referencia
que polariza la acción hacia el ‘siempre más’, tanto como el absurdo que no
lleva a ninguna parte. En este último caso, el proyecto interno cede su lugar
a un proyecto externo, proyecto crítico de búsqueda de sentido. Una tal
oscilación del proyecto característico del pensamiento occidental en los
últimos dos siglos retoma los porpósitos de G. Balandrier (1985, 7) cuando
afirma: “La genealogía del pensamiento occidental desde la época de las
Luces manifiesta a la vez la afirmación y la negación, el avance
conquistador y la crítica destructiva”.

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