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OSCURIDAD

Por Nix William Wilson

Primera Edición Digital

Publicado en el mes de Abril del año 2018

Esta edición contiene los siguientes títulos:

Golpes, Oscuridad, Los Dos Viejos, Leyendas de Laguna Roja, 171 Lake Washington, Lechuza
Blanca, Ignición.

(Todos los derechos reservados)


GOLPES
Por Nix William Wilson

Hacía algunos días que me había mudado a esa casa. Estaba contenta viviendo
alejada de la ciudad y del caos.

Imaginaba constantemente como iba a ser levantarme cada día, tomar un té relajada,
escribir mis libros tranquila y poder tocar el piano todas las noches hasta tarde sin
que ninguno de los vecinos reclamara, ya que no existían cerca de mi nueva casa.

Mi nuevo hogar era de dos pisos, muy bonito, con un jardín muy bien arreglado, una
piscina grande y varios cuartos. La sala era inmensa y en el frente del edificio
restaurado se encontraba una tranquera que daba a un simple camino de tierra, por
el cual ningún alma viva transitaba.

A veces algún gaucho a caballo pasaba saludando o una camioneta vieja de unos
campesinos que vivían a algunos quilómetros del lugar pasaba levantando tierra.

Me sentía feliz por esos días. Había hecho un negocio increíble adquiriendo esa
casa, el precio había sido irrisorio y las personas que la vendían se mostraron muy
satisfechas a la hora de cerrar el trato.

Les pregunté si había algo que no me estaban contando de aquella casa, ellos
dijeron que simplemente iban a mudarse a la ciudad y que ya tenían otras
propiedades, que esa casa la habían adquirido a un precio bajo también algunos años
atrás.

Un mes entero viví cómoda y disfrutando del lugar. Me sentía en paz. Sin embargo,
después de algún tiempo, comenzaron a suceder cosas que me dejaron muy intranquila.
Recuerdo que el primer día que sucedió era un lunes casi por la mañana. Estaba
durmiendo y de repente escuché a alguien golpeando el vidrio de la puerta de
entrada. "Toc, toc, toc" se escuchó. Tres golpes claros.

Estaba muy dormida y recuerdo que creí haber estado soñando. Eran las cinco y
media de la mañana y el sol ni siquiera salía. Quien iba a venir en pleno invierno a
llamar a la puerta.

Abrí la puerta de mi habitación, todavía era de noche y el aire estaba helado.


Caminé por el pasillo oscuro que llevaba hasta la sala, me acerqué hasta la puerta
de entrada y miré por una de las ventanas. Estaba nerviosa, tengo que admitir.
Afuera no había nadie...

Durante esos días me quedé pensando en ese acontecimiento, sin embargo traté de
llevar mi vida normalmente.

Una mujer viviendo sola en medio de la nada misma y recibiendo visitas de extraños a
las cinco de la mañana no parece ser una situación para mantener la calma, sin
embargo preferí no desesperar.

Algunos días después de aquél acontecimiento volvía de la ciudad, era casi media
noche y la luna brillaba pintando los campos y los arboles de blanco.

Al ingresar al camino de tierra que me conducía hasta mi casa, entre unos árboles
que no alcanzaban a formar un bosque, vi a una figura lúgubre que me heló la sangre
por completo. Se encontraba de pié mirando hacia un punto fijo del suelo.

Parecía ser un hombre mayor de traje y sombrero. No era una persona normal con
certeza. Estaba parado allí, parado entre los árboles, en el medio de la noche, en
el medio de la nada. Mi corazón se aceleró bastante y mis manos comenzaron a sudar.

Pisé el acelerador un poco más pero con la precaución de no desesperar y terminar


en un accidente. Entré a mi casa corriendo, sintiendo que algo podría venir detrás, y
encendí la mayor cantidad de luces que pude.
Aquél día dormí con la puerta de mi habitación bajo llave, las luces prendidas y la
televisión encendida.

Recuerdo otro de los eventos que durante esos días me dejó toda la noche sin
dormir...

El frio por esos días hacía doler los huesos y la imagen de aquella aparición
extraña venía continuamente a mi cabeza. No podía dejar de pensar en ella.

Aquél día dormía tranquilamente en mi cuarto cuando nitidamente escuché como


sonó una nota de mi piano.

Si... Fue solo una nota, la escuché claramente y no estaba soñando. El sonido se
mantuvo hasta que simplemente se fue diluyendo.

Fueron solo algunos segundos que revivieron todos los miedos y paranoias de
aquellos días.

De repente la imagen de aquella entidad solitaria entre los árboles y el recuerdo


de alguien golpeando mi puerta de madrugada invadieron cada uno de mis
pensamientos. No conseguía respirar.

Nunca pensé que iba a vivir algo así. No me animé a salir de la cama, no prendí la
luz. Quedé completamente paralizada, temblando y sin poder dormir hasta el día
siguiente.

Pasaron unos días y las cosas se tranquilizaron. Cinco días exactamente sin ver
nada extraño ni escuchar a nadie llamar a la puerta.

Estaba tratando de enfocarme en escribir mi novela y en planificar algunas


modificaciones y arreglos que haría en el lugar.

Me sentía con ánimo nuevamente. Recuerdo haber ido a visitar a mi familia en la


ciudad. A las cinco de la tarde emprendí el regreso a casa para que la noche no me
encuentre manejando por ese camino desolado.
Cuando llegué a casa preparé la cena, tomé un café y escribí un poco más. Encendí
la tv y me distraje un poco. Afuera hacía mucho frio y comenzaba a llover. El
cansancio me ganó la batalla y de un momento a otro quedé completamente dormida...

Fue cerca de las cuatro y media de la mañana que me desvelé y no conseguí volver a
dormir. Simplemente me mantenía pensando que aquello que fuera que maldecía esa
casa iba a aparecer otra vez esa noche.

Cuatro y media, cuatro y cuarenta, cinco menos diez... Tan pronto como el reloj marcó
las cinco lo volví a oír. Los mismos tres golpes de siempre.

Fueron golpes que sonaron claramente, no sobre la madera de la puerta, sino sobre
algún vidrio, tal vez de alguna de las ventanas.

Comencé a temblar y a sentir el corazón latir como si fuese a salir de mi pecho.


Tomé un cuchillo que había dejado en uno de los cajones de la mesa de luz e
impulsivamente y sin pensarlo me puse en pié para salir de mi cuarto.

Abrí la puerta cuidadosamente y salí al oscuro pasillo que conectaba mi cuarto con
la enorme sala. Caminé entre la oscuridad sin ver nada, no quería prender las luces.

Cuando llegué a la sala me pareció ver una figura, una sombra pasar por una de las
ventanas que daba al frente de la casa. Simplemente quedé paralizada. No conseguí
ver quién o qué era, sin embargo imaginé que se estaba yendo de la casa.

Un olor asqueroso invadió repentinamente el lugar y permanecer en esa sala se


tornó insoportable. No entendí de donde venía. Sin embargo no estaba en
condiciones de averiguar que era aquello, absolutamente todo me parecía una
pesadilla, algo irreal, una broma de mal gusto. Me quedé entre las sombras
paralizada por unos minutos y cuando conseguí el valor suficiente volví a mi
habitación.

Aquella mañana simplemente no pude evitar parar de llorar. Simplemente pensaba


por qué yo, por qué a mí, cuáles de mis actos mal intencionados estaría pagando
viviendo aquél calvario. La vida es cruel cuando se lo propone.
Intenté comunicarme con mi familia y llamar a los antiguos dueños de la casa pero mi
teléfono estaba sin señal. Percibí que la tranquera estaba abierta.

Ustedes se podrán imaginar la inestabilidad emocional con la que pasé aquellos


días, los sentimientos de desesperación, miedo y pánico que alimentaban aquél sueño
de oscuridad, aquella pesadilla.

Los eventos extraños que sucedían por aquellos días venían prediciendo un futuro
oscuro y un mal fin para mí en esa casa. No soy una mujer que tenga un fanatismo
extremo por lo paranormal ni que crea en brujerías o cosas por el estilo. De
cualquier manera los acontecimientos estaban tornando mis noches y días en aquella
casa algo insostenible.

Había tomado ya la decisión de irme de ahí, mudarme lo antes posible con mis padres
y vender la casa por el mismo precio que la había comprado o hasta tal vez un poco
más caro y ganar algo de dinero extra. Contrataría una empresa inmobiliaria y me
iría del lugar. No tenía sentido arriesgar mi vida por un capricho.

Sin embargo esta idea no tenía tanta fuerza como la tuvo después de lo último que
sucedió. Aquello fue la gota que rebalsó el vaso.

No estaba consiguiendo dormir y el insomnio me estaba arruinando. El estrés


provocado por no saber qué hacer incomodaba cada una de mis horas del día. No podía
parar de pensar.

Era de tarde, no recuerdo bien que día. El cielo estaba de un gris oscuro y llovía
fuerte de a ratos. El día, aparte de triste, poseía el frio extremo de cualquier día
de Julio.

Fui al cuarto, tomé un libro y traté de relajarme leyendo en mi cama. Una frazada
roja muy abrigada me protegía del frio intenso y un café me relajaba, tal vez hasta
permitiéndome olvidar un poco todo.

Había pasado media hora de que leía cómodamente. Afuera no pasaba ni un alma, ni
nadie rondaba los campos linderos, ni en el camino de tierra transitaba vehículo
alguno. Sin embargo sentí una presencia extraña en mi casa, en mi cuarto, tal vez
viniendo de la soledad del campo, tal vez viniendo de dentro de mí. Sentí un
escalofrío por mi espalda y los pelos del brazo se me erizaron. Dejé el libro a un
lado y pensé "hay alguien ahí otra vez".

Salí de mi habitación con miedo y fui hasta una de las ventanas del frente de la
casa. Miré a través de ella intentando ver si no había nadie allá afuera y
realmente no había nadie, solo la lluvia, el frio y la soledad de una tarde nublada
de invierno.

Sin embargo la tranquera estaba abierta. No recordaba bien si yo la había dejado


así el día anterior. Traté de pensar que había sido yo y evitar empeorar mis
pensamientos y miedos.

Estaba volviendo de regreso a mi cuarto cuando mi sangre se heló por completo. "Toc
toc toc". De nuevo esos golpes ahí, alguien golpeando el vidrio de la ventana. Di
media vuelta temblando y volví con terror muy lentamente desde el pasillo hacia la
sala. "Toc, toc, toc" se escuchó otra vez. Miré hacia la ventana para ver si había
alguien y sin embargo no vi a nadie detrás de ella golpeándola.

Fue entonces cuando volví a escuchar otra vez los golpes y pude ver que no
provenían del frente de la casa, tal vez nunca lo habían hecho. Venían del segundo
piso, escaleras arriba. Sentí hasta un cierto alivio al pensar que podía ser un
pájaro que había entrado en alguno de los cuartos.

En el piso superior había un pasillo y tres habitaciones. Dos estaban vacías y una
estaba todavía con cajas y algunos muebles viejos que habían dejado los antiguos
moradores.

"Toc, toc, toc" se volvió a escuchar. El sonido provenía de la última habitación del
pasillo, la única ocupada con cosas. Tal vez algún pájaro golpeaba la ventana, o tal
vez algún roedor viviendo entre las tejas o entre los muebles.

Caminé con pasos lentos y sin hacer ruido. Sentía miedo, no voy a mentir. Tenía miedo
de entrar y encontrar a alguien dentro del cuarto. No sé muy bien cuales eran mis
ideas en aquél momento, pero sentía una cierta angustia mezclada con temor.
Me acerqué a la puerta, tomé el picaporte con mis manos temblando y un frio
recorrió otra vez toda mi espalda. "Toc, toc, toc" los golpes se seguían escuchando
dentro de la habitación.

Abrí la puerta. Dentro el cuarto estaba un poco oscuro ya que un gran mueble
cubría una parte de la ventana y no dejaba entrar la luz. Habían apiladas, unas
sobre otras, cajas viejas quien sabe con qué cosas antiguas, también habían varios
muebles, un baúl de madera y en un rincón oscuro de la habitación había algo
cubierto con una tela grande.

"Toc, toc, toc" oí nuevamente. Pude percibir que el sonido provenía de aquel objeto
cubierto en el rincón.

Mi corazón latía con fuerza, mis manos temblaban y la imagen de aquella figura gris
solitaria en el medio de los arboles se apareció como un flash en mi cabeza.

Volví a escuchar los tres golpes casi como avisando que ahí estaban, como
reivindicando la situación.

Yo ya me encontraba parada enfrente de este gran objeto cubierto por una tela
vieja y sucia, el polvo me estaba haciendo estornudar. Mire por un momento la gran
tela dudando... no sabía si sería una buena idea. Sin embargo tomé coraje y la
comencé a retirar.

Algunos pensarán exagerado mi relato y minimizarán la situación a cosas que se


puedan explicar. Sin embargo mis deseos de irme de ahí fueron grandes al ver que
detrás de esa tela se encontraba simplemente un espejo enorme, con una estructura
de madera maciza sosteniéndolo. Nada más que eso.

En él pude ver reflejada mi cara de espanto, mis ojeras negras de días sin dormir, mis
miedos... y reflejado detrás de mí vi algo que parecía una silueta humana, parada
allí, simplemente observando. Era una sombra, no más que eso. Una sombra entre la
oscuridad y el frio de la habitación.

Desde entonces, nunca más volví a pisar ese lugar.


OSCURIDAD
Por Nix William Wilson

Los recuerdos vienen a mi mente cada tanto. Recuerdo haber tenido una jornada
tensa de trabajo y después de todos esos acontecimientos no estaba consiguiendo
dormir muy bien.

Afuera llovía y solo se oían truenos. Siendo que en mi pueblo toda vida callejera
cesa a eso de las diez de la noche, ningún rastro de vida se sentía más allá de mis
ventanas.

El reloj marcaba las doce y mi mirada estaba concentrada en un punto fijo. Recuerdo
estar mirando un cuadro que me habían regalado de un paisaje muy bonito de Minas
Gerais, el cual colgaba de una de las paredes despintadas de mi habitación.

Es extraña esa sensación que uno experimenta en cuanto comienza a caer dormido. A
veces intento racionalizar ese proceso y me digo a mi mismo “¡Te estás quedando
dormido!” como para evitar caer en la inconsciencia, sin embargo los pensamientos
lógicos y de preocupación que me visitan cada noche poco a poco se van
transformando en incoherencias, en frases sin sentido, en un ruido adormecedor.

Es como si uno fuese caminando por un parque teniendo todo bajo control y poco a
poco el paisaje fuese cambiando, siendo reemplazado por tráfico: cada vez más autos,
más colectivos, más motos… hasta llegar a un punto en donde el ruido y la
incoherencia es más fuerte que la noción de realidad y control que uno tiene sobre
sí.

Mis ojos comenzaban a cerrarse y di una última ojeada al cuadro. No sé si fueron


segundos o minutos en caer dormido, pero sentía un cansancio pesado aquella noche.

Entre sueños y pesadillas que no consigo recordar fue que aconteció mi velada.
Generalmente no consigo dormir bien, mi descanso acostumbra a ser interrumpido
varias veces durante la noche y jamás consigo dormir quieto. Laura siempre se queja
de lo mismo, dice que no sabe por qué no me quedo quieto a la hora de dormir.

Creía estar dormido y descansando tranquilo en medio de la noche. A lo lejos se


escuchaban sirenas de ambulancias, ladridos y silencio. Mi cama se sentía como una
protección contra todos los males del mundo.

Fue en ese momento que sucedió… Una voz inconsciente comenzó a hablarme. Me
hablaba sin hablar, me decía que todo lo que hiciera sería en vano.

Grité muy fuerte pero mi voz quedaba ahí. Mis gritos se oían como simples ecos
resonando a la distancia. Abrí los ojos con terror y vi como en frente mío (más o
menos a un metro de distancia) algo o alguien se hacía presente. Era una sombra, era
una presencia de intenciones frías, de oscuridad. Sobre mí era que levitaba y desde
arriba controlaba mi cuerpo, helaba mi sangre y mis pensamientos.

Sin poder hablar, sin poder gritar, sin poder mover ni un solo músculo de mi cuerpo,
allí la veía posada sobre mí, presionando mi alma, presionando con fuerza mi pecho.
Existía esa presencia oscura, en ese momento y en ese lugar.

La presencia me controlaba con tal facilidad que me quitaba todas las fuerzas, me
sentía cansado. Mi corazón estaba por estallar. Sin hablar me decía: “No podés
hacer nada, tu vida es mía, me pertenece”. Su presencia helaba mi sangre.

Es difícil de explicar lo que sentí en ese momento. Mi corazón latía


descontroladamente del miedo, mis ojos veían todo y al mismo tiempo no podían
distinguir lo que era aquello que se posaba sobre mí. Mi cuerpo no respondía y mis
intenciones de escapar eran en vano porque en aquél momento aquello que estaba
viviendo era la misma muerte en vida.

Recuerdo estar sintiendo esa presencia tétrica a un metro de mí y a la vez oírla


susurrar en mi oído, cosas en un idioma que ya no podía comprender. Grité con todas
mis fuerzas pero fue en vano, busqué cerrar mis ojos pero no era yo quien los
controlaba. En un momento simplemente dejé de luchar... Y hubo silencio.
Creo que aquél día podría haber perdido mi cuerpo, mi mente y mi alma. Simplemente
hubo algo que no lo permitió, todavía no sé que fue.

Recuerdo haber vuelto en mí, sentir el cansancio de haber luchado contra algo que
ninguno de ustedes jamás podría vencer. Mi cuerpo estaba agotado, la mandíbula me
dolía, el corazón aún me latía con fuerza. Sin embargo, mi cuerpo era libre de
aquello. Sentía una gran presión en mis ojos, como si los hubiese cerrado con fuerza
por horas enteras.

Entonces respiré. Sequé las lágrimas de mi rostro y me sentí aliviado, vivo. Traté
de reconocer el lugar nuevamente, buscar algún detalle. Pero todo estaba igual
que antes. Justamente la misma escena, el mismo cuadro, el mismo paisaje, el mismo
silencio asfixiante.

Algunos creen que cuando la mente se encuentra en alerta y el cuerpo continúa


bajo el estado de parálisis y relajación suceden estas cosas. Un encuentro entre la
realidad y el mundo de los sueños, algo inexplicable y a la vez aterrador.

No conseguir respirar, no poder moverte, hablar o gritar para conseguir ayuda es


como encontrarte cara a cara con la muerte.

Procuré saber más y leí sobre la figura del Kanashibari en Japón, "la subida del
muerto" en México y "the old witch" en Canadá.

No puedo asegurar lo que es. Sea lo que sea, solo una cosa puedo decir: "no importa
en donde estés, no importa quién seas ni el dinero que tengas".

En cualquier noche de luna o lluvia la oscuridad que se posa en nuestro pecho,


congela nuestros pensamientos y hela nuestra sangre, nos puede visitar. Sin previo
aviso, sin llamar a la puerta ni avisar nada antes...
LOS DOS VIEJOS
Por Nix William Wilson

Hacía mucho tiempo que Miguel y Alejandro no salían juntos a pescar. Fue sin
querer que los viejos amigos se fueran encontrando. Un día se chocaron comprando
en el mercado, otro en un cumpleaños de otro viejo amigo, luego en una visita
sorpresa que Miguel le hizo a Alejandro.

Don Miguel se había retirado de su empleo como seguridad de un banco hacía ya


algunos años, en cambio Alejandro seguía dando clases en los mismos salones de
siempre. Se podría decir que los viejos amigos eran felices viviendo una vida
tranquila de familia.

Fue un día que Miguel visitó a su viejo amigo y quedaron en salir a pescar como
cuando eran más jóvenes. Los dos solían ir a ríos y arroyos de la zona. Miguel aún
tenía esa vieja canoa azul que utilizaban cada vez que salían, ahora con varias
partes despintadas y desgastadas por el tiempo que modifica absolutamente todo sin
tener piedad alguna.

La semana de ambos había sido eterna hasta que llegó ese tan ansiado sábado.
Prepararon las cañas, compraron frutas, algunas verduras para asar en la orilla,
cargaron agua en un bidón, un buen vino Mendocino, prepararon masa y lombrices para
usar de carnada.

La emoción de salir era la misma solo que más pura. Cualquier cosa que uno hace y
vuelve a experimentar después de algunos años no solo tiene ese sabor especial a
nostalgia, sino que la madurez que se alcanza lo ayuda a uno a experimentar cada
sensación con mayor sabiduría e intensidad. Disfrutaban nuevas cosas que en épocas
de juventud no conseguían interpretar.
Pasó la mañana y los amigos llegaron por fin a una laguna que pocos en la zona
conocían. Era un lugar al que no habían ido antes, sin embargo no quedaba tan lejos
de la ciudad.

El aspecto era un poco triste, apagado, frio, con sauces en las orillas, garzas y
otros pájaros vagando, un suelo conformado por piedras y barro, juncos altos y las
típicas “totoras” que todo bonaerense conoce.

Los hombres ingresaron por varios caminos de tierra hasta alcanzar la orilla del
espejo de agua. Dejaron la camioneta verde cerca del camino y empujaron la canoa
hasta alcanzar la laguna. Pasaron horas pescando, sin darse cuenta de que el día
pasa más rápido cuando uno revive anécdotas del pasado y ríe a carcajadas.

Eran las siete de la tarde, casi caía la noche, y los viejos camaradas decidieron
abandonar el lugar. Estaban sacando la canoa del agua, ya con algunos trofeos para
asar en la orilla, cuando repentinamente comenzaron a escuchar un sonido fuerte, de
un tono bien bajo, tan potente que estremecía el suelo, también a ellos.

Absolutamente todo comenzó a vibrar en el lugar. Lo más parecido que conocían


eran las bocinas de los grandes barcos, sin embargo este era un sonido muy distinto,
difícil de explicar, mucho más grave aún pero de similar magnitud.

Don Alejandro reconoció algo saliendo del agua. Señaló hacia el lugar para que
Miguel fuera testigo de lo mismo que sus ojos veían. De pronto quedó al descubierto
un algo triangular con luces azules por debajo. Se sintieron sorprendidos aunque no
paralizados y sin medir palabra decidieron salir del lugar.

No es que hayan reconocido material de ciencia ficción en el objeto relatado, sino


que el sentido común les pedía volver a la camioneta y salir del lugar.

El sonido que esa cosa producía no invitaba a acercarse o a esperar en el lugar por
más escéptico que uno sea. A decir verdad, para dos hombres criados a la antigua,
estas experiencias son casi siempre atribuidas a los militares.

Al grito de “¡Vamos! ¡Vamos!” los dos salieron del lugar. Corrieron varios metros
para poder alcanzar y subir a la camioneta pero se dieron cuenta de que el motor
estaba muerto. Miguel intentó una, dos, tres, cuatro, cinco veces. Alejandro no
esperó mucho más para bajarse y salir corriendo por el camino de tierra en el que
habían venido. Miguel lo siguió detrás.

Corrieron varios metros volteando de a ratos para tratar de ubicar al objeto.


Definitivamente se seguía aproximando a ellos en lo alto. Era más grande de lo que
pensaban, sin embargo no era muy rápido.

Se desplazaba como si supiera que dos viejos no tendrían demasiada energía para
escapar, ni lugar a donde ir. Se movía como si el objetivo solo fuera intimidar a los
intrusos o lograr que se cansaran y desistieran. La pesadez que uno siente en las
piernas y en el cuerpo al intentar escapar en sueños de terror era la misma que
ellos sentían en aquel preciso momento.

El sonido comenzó otra vez, solo que con mayor intensidad. Los oídos de los amigos
no resistieron esos decibeles. Sus tímpanos y venas estallaron a causa de la
presión y les brotaba sangre de los oídos. El pánico y la desesperación comenzaron
a atrapar el corazón de los dos viejos.

Don Alejandro tropezó y Miguel siguió su camino dejando atrás a su viejo amigo a
causa de la desesperación por salvar su propia vida. Corrió casi sin ver nada, el miedo
le nublaba la vista y el sonido era tan fuerte que le hacía perder por momentos la
razón.

Corría con terror sabiendo que venían por ellos, sabiendo que la edad no les
permitiría andar demasiado y que eran en definitiva una presa fácil para cualquiera.

Arboles, pantanos, juncos, plantaciones… todo eso vio pasar a su lado hasta llegar a
una carretera con asfalto, en donde los vehículos pasaban casi sin notarlo. Al girar
y mirar hacia atrás no vio nada, ni a su amigo, ni a la supuesta nave. Supo que su
instinto por sobrevivir había sido egoísta, supo que debería haber esperado a su
amigo y se dio cuenta de que tal vez nunca más podría oír sonido alguno. Cerró sus
puños y se golpeó la cabeza varias veces con fuerza, deseando que todo fuese un
sueño de mal gusto, intentando despertar.
Bastaron solo algunos minutos para que el coraje que genera la adrenalina se
impusiera sobre su cobardía instintiva. Don Miguel dio media vuelta y comenzó a
correr volviendo por el mismo camino de tierra que antes lo veía escapar con miedo
en el rostro.

Su corazón latía fuertemente, sus piernas casi flojas apenas lo sostenían y sus
manos no conseguían dejar de temblar. Ni siquiera podría haber dicho una palabra en
aquel momento. Pero volvió. Caminó cien metros, doscientos, trescientos metros. No
sabía que había sido tanto, tampoco se imaginaba que el camino hubiera tenido
tantas vueltas, lo había creído recto.

Sin embargo después de andar unos minutos llegó a la camioneta. La noche ya casi
tomaba el lugar. Todo estaba igual pero Alejandro no estaba ahí, el objeto volador
tampoco. Miguel comenzó a llorar, un poco por miedo, un poco por culpa, un poco por
descargar tanta tensión y nervios, un poco por locura. La impotencia le desgarraba
el alma.

De esta historia han pasado más de diez años ya. Nadie supo más nada de ellos dos,
sin embargo la anécdota aún vive.

Realmente fue un triste final para dos viejos amigos que tanto buscaban ser felices
con cosas simples. Muchos dicen que los dos cansados de la vida
monótona de familia se escaparon a algún lugar lejano y alguien inventó la historia
para matar el tiempo. Sin embargo hay veces que el destino trae sorpresas que uno
jamás espera y los cuentos cobran vida. Sucede especialmente con aquellos más
escépticos que se burlan de lo que no conocen o entienden.

A mí me gustaría darle un lugar a lo insólito, darle una chance a lo increíble y es


por eso que siempre cuento esta historia que escuché hace algún tiempo,
atreviéndome sin ningún permiso a colaborar con algunos detalles que nacen de mí.

He oído también decir que el viejo Miguel apareció en un hospital de la provincia de


San Luis perdido por completo, sordo, balbuceando cosas sin sentido y que el otro
viejo nunca más apareció.
Sin embargo yo siempre prefiero dejar las historias abiertas para que ustedes
saquen sus propias conclusiones. Es que en casos como estos en donde todo parece un
mal sueño, uno no tiene derecho de asegurar absolutamente nada.
LEYENDAS DE LAGUNA ROJA
Por Nix William Wilson

Entre las historias de los lugareños, antes de que la ciudad fuera ciudad y los
campos estancias, encontrar lechuzas blancas anunciaba visitas inesperadas.

Los lugareños no se ponían contentos ni felices cuando aparecían muy seguido.


Sabían que ellos estaban por venir. Las lechuzas blancas anunciaban a los hombres
sin rostro. Ellos llegaban sin hablar, sin decir nada,

Solo aparecían y se los veía reunidos de a tres o cuatro en medio de los campos a la
luz de la luna, o de madrugada llevando una especie de luz que salía de sus cuerpos.

Las lechuzas aparecían primero, luego ellos. Nunca se los veía desesperados,
aunque no muchos los hayan visto. Todos sabían que mataban animales y mutilaban
algunas de sus partes.

Los lugareños considerados más locos tenían sus propias teorías: tal vez eran los
verdaderos dueños del lugar, tal vez investigaban o buscaban algo, tal vez eran los
verdaderos dueños de la laguna roja.

Ya hacía mucho tiempo que las lechuzas no se veían ni se escuchaban, varias decenas
de años. Luego de la desaparición de los Velázquez todos pensaron diferentes
motivos, razones y teorías, pero reprimieron las lechuzas blancas y a ellos de sus
mentes. Ni luces, ni laguna, ni hombres sin rostros, ni lechuzas. Los Velázquez se
fueron porque estaban todos locos, no aguantaron la desolación del lugar, ni los
pantanos, ni los bosques. La laguna roja tal vez era un lugar triste para ellos y
vivir cerca no los hacía feliz.
Todos en el lugar sabían que estaban locos. ¿Quién se iba a ir así dejando todo?
Después de todo ellos odiaban a todo el mundo, después de todo eran los únicos que
hablaban de luces y reuniones de almas foráneas en la oscuridad de la noche.

Se dice que tal vez fueron a encontrarse con ellos, que tal vez intentaron
acercarse a una de sus reuniones y nunca más volvieron, pero quien sabe. En las
casas cercanas a la laguna roja ya nadie cuenta esas leyendas. Desaparecieron
junto a las lechuzas, junto a los Velázquez.
171 LAKE WASHINGTON
Por Nix William Wilson

"Las cosas tienen un brillo que con el tiempo se va y en definitiva es


mejor desintegrarse de un suspiro a arder en el tiempo"

*********

Tengo la certeza de que todo fue en vano. Mis días pasaban y no conseguía escribir.
La inspiración no llegaba y mi mayor sueño era triunfar.

Se preguntarán por qué los más grandes tenemos tan poca autoestima y a veces la
mirada perdida, por qué el deseo de trascender más allá de nuestro periodo de vida
es tan grande.

No imaginaba ser uno más, no imaginaba ser un número más entre tantos otros. Los
días eran tristes, no conseguía resaltar y todo lo que hacía me parecía poco,
demasiado insulso para mi gusto.

Un día dejé de hacer lo que me gustaba, busqué un trabajo, llegué a fregar inodoros
que rebalsaban de vómito y excremento humano. No era vida. Prefería morir ahí a
ser un esclavo mas, prefería entregarlo todo. Sin embargo me faltaba esa lucidez,
me faltaba la gracia, la inspiración.

Ese divorcio siempre me atormentó. Nunca entendí lo que ustedes escuchaban, nunca
creí en lo que ustedes creían, nunca vi belleza en mí ni creí en nadie, ni siquiera en
mí. Él me ayudó a ser quien fui y pago por eso.

¿Será que el precio valía la pena? Hoy sé que no, aunque como muchos otros caí.
Fui deseando el triunfo cada vez más, fui deseando crecer, fui deseando lograrlo
todo siendo temeroso, siendo solitario, siendo tímido y callado.
Aunque me amaron, nunca pude mirar a los ojos. Fui demasiado sensible. Amé
demasiado a las personas pero nunca las entendí y sufrí por eso.

Esa pasión que sentía cuando todo comenzó ya no la sentía. Ni el rugido de la


multitud antes de salir, ni toda la admiración que muchos sentían por mí me
afectaba de la manera en que afectaba a Freddy Mercury, por ejemplo, quien sentía
y retribuía ese amor de manera justa.

Muchos años ya había pasado llevando una vida gris. Viviendo sin sentir. Ya no
existía en mí aquella vieja emoción por escuchar o escribir música. Simplemente me
sentía culpable, me estaba apagando y la magia que me habían concedido algún día
se alejaba burlándose de mí.

Hoy me arrepiento de haber tomado ese camino. Simplemente soy esclavo. No hay
otras vidas ni otros planos para mí, aquí quedé. Sirvo a los sirvientes. Soy
simplemente invisible y la eternidad es dolorosa cuando se la cambia por musas que a
uno no le pertenecen.

Pensé en ella. Lo hice hasta el último segundo, pero de todos modos accedí. Todo
estaba dicho y todo estaba hecho. Ese martes de Abril mi espíritu estaba tan frio
como el lago Washington. La escena que presencié fue aterradora.

Recuerdo ver a alguien tendido en el suelo, sin rostro, sin alma. La sangre manchaba
cualquier lugar a donde observara y el caño de una escopeta resplandecía sobre el
suelo. Mis ojos capturaban la escena desde arriba. Sentí escalofríos por lo que
veía. Lloré, grité, quise escapar pero no podía dejar de observar.

Creí que era una pesadilla. Pensé en buscar ayuda, en llamar a alguien, en
despertar. Sentí pena por aquel cuerpo sin rostro, sentí empatía por él y aquella
irrealidad poco a poco se tornaba algo vivo. Pensé desesperadamente en despertar y
volver a la realidad material.

Sin embargo, grande fue mi confusión, mi terror y mi penitencia al reconocer mis


propias ropas vistiendo aquel cuerpo. Aquél cadáver y aquella escena eran el
resultado de mis propias elecciones. La sangre caliente que recorría el suelo de
aquella sala me pertenecía.
LECHUZA BLANCA
Por Nix William Wilson

Ojea el reloj y cree que es de madrugada. Intenta llegar a su casa pero la visión se
cierra, las paredes se cruzan y algunas luces se apagan al pasar. Hace tres pasos e
imagina que caminó veinte. Mira a los costados y siente que alguien lo mira al pasar.
¿Será que su amigo el hiena le está por hacer una broma? ¿Será que tenía que
doblar dos cuadras antes a la derecha?

Mira a los costados y no consigue ver nada, aligera el paso, controla sus
pensamientos un poco e intenta respirar como alguien que vive tranquilo, sin
remordimientos ni ataques de pánico. Percibe el sonido de los autos y mira a las
estrellas. Piensa en amigos y parientes que ya no están mientras levanta una piedra
del suelo. Escucha gente que grita, música, sirenas, más ruido y viento, carcajadas,
pensamientos negativos, más voces. Una lechuza que anda a la distancia ahora pasa
gritando sobre su cabeza. “¿Hay alguien ahí?” se pregunta, mientras mira hacia un
terreno en lo oscuro. Mira a los costados pero nadie le devuelve la mirada. Silencio
y oscuridad.

Tanto miedo pero sin saber por qué ni de dónde. “¿Será que me quede dormido?” se
pregunta. “¿Será que me caí y me golpee la cabeza?”. Las luces completamente
apagadas, ni rayos tenues de luna, ni brillo en las estrellas. El frio del cuerpo le
hace recordar “venía caminando por la vereda” piensa. Siente vergüenza de andar
así, sin zapatillas ni camisa por las calles sin alma. “Estas llegando por fin” le
hacen saber.

Gira a la izquierda, a la derecha, y la ciudad queda alejada. “¿En dónde estoy?


¿Quién soy? ¿En dónde están mis cosas?” grita sin poder decir nada. Los pies
caminan rápido pero ya no puede hacer nada. No pueden ser los tequilas. Siente dolor
en un brazo. Intenta recordar pero nada recuerda. La visión está nublada y en los
oídos los sonidos siguen aumentando su intensidad. El sonido de los grillos y el
viento alcanza un volumen difícil de sobrellevar. Las frases que escucha entre las
sombras le transmiten terror: “Estás llegando por fin”.

Siente que hace lo correcto, que si sigue ese pedido lo van a despertar. Parece que
corre pero se está arrastrando. Ahora siente más frio y las voces le siguen
hablando dentro de su cabeza. Camina entre los árboles y entre la oscuridad. Se
mueve entre pantanos para poder llegar. Nadie le dijo a donde, pero si llega ya no
estará cansado ni tendrá sed, si llega sabrá quién es, si llega sabrá morir, si llega
lo despertarán de este sueño de anhelos. El ruido de ramas crujiendo lo alientan, el
ruido de animales a lo lejos, los insectos, saber que está solo y sin nada. Saber que
solo está ahí, al mismo tiempo que no está. El grito de esa lechuza blanca con sus
ojos negros. “Estas llegando por fin” le dicen.

Aturdido, perdido… El frio del agua es intolerable, las piedras de la orilla y


algunos vidrios rasgaron la carne de los pies. Los pasos fueron decididos y con
fuerza. Esa fuerza que domina demasiado el cuerpo. No podía. Se escucha a sí mismo
cantar, siente que sus propias uñas le rasguñan el cuerpo. Sigue caminando, luego
nadando hacia lo incierto. Escucha una voz que le dice “escucha lo bien que estás
cantando, tus pulmones todavía no estallan de agua”. Sabe que pronto acabará su
pesadilla aunque ya no sienta los brazos y sus pies no toquen el fondo. Los arboles
ya no existen, ni los pantanos, ni la ciudad, ni lo que era. Sus pulmones ceden… “Por
fin estás llegando” le dicen.
IGNICION
Por Nix William Wilson

Luego de que su mujer hubiese fallecido en un accidente de tránsito que él mismo


había provocado, o al menos eso era lo que había elegido creer para aumentar su
penitencia, Valmir había caído en una terrible depresión. Ya nada lo satisfacía, no
salía de su casa, no habían planes en su vida, había dejado a sus amigos y solo bebía
pinga barata mientras fumaba los típicos cigarros de palha (hechos con hojas de
maíz y tabaco) que se fumaban en la zona de Minas Gerais.

Pasaba sentado horas enteras en el patio de su casa, sin hablar con nadie, solo
bebiendo y llorando. A veces el clima cambiante del cerrado brasilero lo hacía
colocarse bajo techo refugiándose de las lluvias que caían a cantaros, para luego
dar lugar a un cielo limpio y de sol radiante. Valmir, con su cara arrugada, su
expresión de tristeza y los ojos mirando a ningún punto exacto, como si estuvieran
perdidos o buscando algo, volvía a salir al patio llevando su silla, los palheiros y su
botella de cachaça.

Ya era un hombre viejo, sus ropas siempre sucias y su olor a transpiración ya eran una
marca registrada de ese antiguo comerciante reconocido por todos en la ciudad.
Ahora era nadie, ahora nadie sabía de él, solo se comentaba que el accidente lo
había dejado loco y enfermo. Sin embargo, Saraiva era un barrio en donde la gente no
tenía tiempo para esas cosas y a nadie le importaba mucho si el viejo Valmir hacía
tres, cuatro o cinco años que no salía de su casa, si estaba vivo, si estaba muerto o
si se había vuelto para Goiás.

Con él vivía una hija que había sobrevivido al accidente y ahora tenía unos trece
años. Su nombre era Leticia y constantemente lo atendía, hacía las compras de la
casa, iba a la escuela de mañana y a la tarde ordenaba el lugar. Era una niña que
poseía rasgos de mujer madura, tenía el cabello bien oscuro, tez morena y unos ojos
verdes increíbles.
También eran dueños de un perro callejero que habían adoptado hacía muchos años
cuando su mujer todavía vivía. Como todo perro fiel seguía al viejo a donde fuese.
Siempre se lo encontraba durmiendo a su lado y en ningún otro lado se lo veía.

***

Era una noche de esas calurosas que de a poco van refrescando. Sufría un fuerte
dolor de cabeza de tanto llorar y no lograr parar de recordar a su mujer. En un
momento Valmir tuvo un ataque de ira. Estaba harto de su vida, por un momento
pensó en lo que se había transformado. Algo lo controlaba, una ira y una fuerza
fuera de lo común, no entendía que estaba haciendo. Se puso de pié, caminó hacia la
sala, bebió un trago largo de pinga y mientras el líquido caliente bajaba por su
garganta, tomó una caja de cartón y comenzó a meter todas las fotos de ella. Lo
hacía con rabia. Las del casamiento, las de su cumpleaños, las que estaban juntas y
en las que tenía la sonrisa más bonita del mundo. Metió todo en una caja, la llevó
al fondo de la casa y sobre un montículo de tierra colorada, cerca de un árbol de
goiaba, roció la misma con gasolina y con la ayuda de un fosforo le puso fin a tan
tristes recuerdos. Desprenderse de aquello fue difícil pero lo dejó en paz y
aquella noche pudo dormir.

***

Dos semanas más tarde la angustia volvió y esta vez las cosas se tornaron un poco
más difíciles. Era una mañana fría que iba aumentando en temperatura. Valmir Silva
abrió los ojos entredormido, intentando ver entre las sombras de su habitación. A
los pies de su cama vio a alguien. Era ella, Samira, parada allí, mirándolo sin
sonreír, sin decir nada. Simplemente lo miraba fijo. No entendía lo que veía y no lo
podía creer. Samira caminó algunos pasos y se inclinó para acariciar al perro que
dormía en la habitación. Valmir cerró los ojos por un segundo y cuando los volvió a
abrir, la figura de su mujer ya no se encontraba. Comenzó a llorar y a maldecir su
locura, no lograba comprender el por qué de todo aquello.

Aunque en ocasiones la veía aparecer en el fondo de la casa, cuando la oscuridad


invadía el lugar, esta vez había sido mucho más real. Muchas veces en sus noches de
vigilia veía una mujer parada cerca del túmulo de tierra y el árbol de goiaba. Tal
vez estaba loco, pero el perro también la veía. No dejaba de ladrar. Él sabía
claramente que era Samira, aunque jamás conseguía verle el rostro. Siempre estaba
de espalda y con frecuencia iluminada por la luna. Nunca se hubiese atrevido a
acercarse, sentía que no debía molestarla.

***

Aquellos días siguió viviendo su purgatorio en vida. Sin embargo, haber quemado las
fotos lo había hecho mejorar. Leticia no le preguntó nada y él nada le dijo sobre los
acontecimientos. Jamás se hablaban. Ella, por su parte, no paraba un segundo de
limpiar la casa.

Una de esas noches, Valmir decidió que quemar las ropas de su mujer sería una forma
de seguir enterrando el pasado. Ya había sentido una cierta mejora quemando las
fotos, ahora era el turno de la ropa y más adelante quemaría los libros que Samira
cuidaba tanto. Sobre el mismo túmulo de tierra cumplió su objetivo. Cada prenda que
veía era un recuerdo vivo de ella, todavía tenían su aroma. Lágrimas caían por el
rostro de aquél desgraciado, sin embargo, en cuestión de minutos ya nada existiría.

***

Al día siguiente se sintió reconfortado. Se levantó y preparó café. Había una


horma de queso fresco en la heladera, algunas bananas y mamón. Le hubiese gustado
comer pan de queso, pero ir hasta la panadería era algo que hace muchos años no
hacía y aquella tampoco sería la ocasión. Se tomó su tiempo para desayunar y
concluyó el buen momento fumando un cigarro de palha. Hacía tiempo que no se
alimentaba así. Se sentía bien.

***

El quemar el pasado le aliviaba la carga y mejoraba su estado de ánimo. Desde la


muerte de su mujer nunca había sentido la vida nuevamente. Prosiguió a quemar uno
por uno los libros que eran propiedad de su amada.

La noche anterior, después de algunos días, la había vuelto a ver y la angustia


volvía a invadir sus venas. Sintió otra vez que estaba muerto en vida. Tal vez
continuar deshaciéndose de recuerdos lo volvería a estabilizar emocionalmente,
volver a ser feliz era lo que necesitaba. Bebió un gole de pinga y continuó con su
trabajo.

Tres semanas habían pasado y cada dos o tres días se volvía a repetir la situación
de aquella mañana. En las primeras horas del día abría los ojos y la veía allí. La
veía parada al pié de la cama, junto a la mascota que ella tanto amaba pero que
Valmir jamás había apreciado ni respetado. Luego, de un momento a otro,
simplemente desaparecía.

Aquella situación se volvió un tanto angustiante y sus días decayeron en un abismo


de soledad y penurias otra vez. Pensó sin descansar hasta llegar a la conclusión de
que el principal culpable de todo aquello sería el perro. Definitivamente se
aparecía por él.

Decidido a seguir solucionando su vida, esperó a que Leticia dejara la casa. Ni bien
tuvo la oportunidad, se levantó temprano, se aseguró de que su hija hubiera salido y,
luego de pensar unos minutos, se decidió a cumplir su tarea.

Fue hasta el cuarto en donde el animal dormía y lo tomó en sus brazos. Este no
entendía muy bien lo que estaba ocurriendo. Lo llevó al fondo de la casa y lo colocó
sobre el montículo. Luego le amarró una cadena al cuello y la sujetó firmemente al
árbol de goiaba. Sacó de su bolsillo un cuchillo bien afilado, de esos que se usan
para cortar carne, y en varios movimientos bruscos, sin pensarlo demasiado, atravesó
la garganta de aquél animal varias veces. Sangre fluía en gran cantidad y las manos
de Valmir temblaban. No tenía otra opción.

La parte más difícil del trabajo estaba realizada. Sobre el mismo túmulo de tierra
color sangre fue que el fuego le puso final a aquella espantosa tarea.

***

Días y días continuó con un cierto alivio que de a ratos se transformaba en lagrimas
incontrolables y en una nube de cenizas que se alojaba sobre los más profundos
rincones de su alma.
El moreno vivía maratones de angustia e insomnio luego de jornadas que le ofrecían
una relativa calma mental y de espíritu. Sin embargo, todo era irreal.

Sobre aquél túmulo había apagado la existencia de cientos de objetos que


patrocinaban su angustia y, entre recuerdos y sollozos profundos, conseguía
desprenderse de aquello escapándole un poco al dolor. Sin embargo, a pesar de todo
lo realizado, aún se reconocía como un alma en pena atrapada en una jaula de
tendones, venas, músculos y huesos. Su mirada aún estaba perdida y sus días estaban
contados.

***

Sus ojos estaban inyectados en sangre y sentía que irían a estallar en cualquier
momento. La cabeza le dolía de llorar y de tanto pensar en cómo romper aquella
maldición en la que vivía luego del accidente. Sentía los susurros de Samira de
madrugada, entra la oscuridad, como si estuviese a su lado. A veces la veía en el
mismo túmulo de siempre. La maldición por lo visto no había terminado. Sabía que
todo aquello debía parar, sin embargo, era demasiado cobarde para terminar con su
vida.

Pensó en todos los recuerdos que las llamas habían destruido y a pesar de todo
sentía que el trabajo aún estaba incompleto. A veces no lograba saber si era su
propio egoísmo o el propio deseo de aquélla entidad que alguna vez había sido su
amada lo que lo impulsaba a realizar aquellos actos y no le permitía vivir con
tranquilidad. Su vida era un calvario. Pensó por horas intentando hallar más cosas
de las cuales desprenderse, sin embargo, ya casi nada quedaba que tuviese relación
con aquél triste pasado tan lejano.

Era domingo y ya casi oscurecía. El cielo se presentaba vestido de un gris oscuro y


de a ratos dejaba caer una llovizna que le proporcionaba algo de humedad a aquél
día de por si apagado, frio y triste.

Algunos meses ya habían pasado de aquella época de crisis en la que había sido
impulsado a deshacerse del pasado. Sin embargo su penar no acababa. Sabía que no
podría seguir así por mucho más tiempo. Precisaba con urgencia encontrar la
solución.
Aquél domingo, Valmir se encontraba sentado en el patio de su casa, mirando un
punto fijo, recordando. Llenaba sus pulmones de humo y bebía como nunca. Aquello
era un suicidio lento y cobarde, lo sabía pero no le importaba.

Sintió un susurro en su oído derecho. Era la voz de Samira. Lentamente levantó su


mirada y dio con los ojos de su mujer, tristes, verdes como ninguna otra cosa en el
mundo. Estaban ahí, frente a él mirándolo fijamente. Lagrimas acompañaban aquella
mirada. Sintió terror y sin darse cuenta dejó de respirar. Fueron solo algunos
segundos de sorpresa que dieron luego lugar a un estado de espasmo y shock.
Escalofríos recorrieron su cuerpo. Tristeza, pena indescriptible. Se lamentó de que
el destino jugara con él.

Sintió una puñalada en el corazón y poco a poco se fue dando cuenta de lo que
representaba aquella situación. Aquellos ojos verdes no eran los ojos de su esposa,
aquellos ojos verdes eran los de Leticia. Su hija lo miraba llorando, con una enorme
pena de verlo en aquél estado. Sin embargo, en ese mismo instante, Valmir entendió
que había encontrado aquello que tanto lo había torturado, aquello que le quitaba
el sueño hacía meses. Secó sus lágrimas, cerró los ojos y sus puños con fuerza,
maldijo al destino. Miró al cielo y, lentamente pero con cierta firmeza, se puso de
pié.
Ana
Por Nix William Wilson

Mi madre me contaba de unos vecinos de ella, una historia un poco fantasiosa, un poco difícil
de creer.

Decía que cuando ella era chica vivía en el campo con su familia, mis abuelos y mis tíos. Ella
era muy amiga de una niña de ojos bien azules que vivía en la casa de al lado y que tenía un
amigo imaginario. Su amigo imaginario no se mostraba, pero gustaba de hablarle cuando ella
se iba a dormir. Le gustaba jugar un juego con ella: “cumplir misiones”.

Mi madre decía que no era nada raro, que ella creía que eran solo fantasías hasta que un día,
por la ventana de su cuarto, empezó a ver que Ana se escapaba de su casa a las tres de la
madrugada casi todas las noches y se metía en el campo. Se introducía entre árboles y
pastizales con total normalidad, en plena oscuridad. Siempre la veía salir, pero nunca la
veía regresar.

Ana le contaba que aquella voz le pedía que busque objetos escondidos, entre los árboles y
a veces cerca de la laguna. Si lograba ganar el juego algún día, él la iba a llevar a un lugar
en donde ambos se podrían encontrar. Según mi madre ella le contaba de luces, de hadas en
la laguna y hablaba de diferentes planos. Sin embargo mi madre no entendía, era muy chica y
creía que eran cosas de su amiga.

Un día Ana salió de su casa a la misma hora de siempre. Luego de varios minutos, al
percatarse de que la pequeña niña no se encontraba en su habitación, su padre y su hermano
salieron a buscarla. El padre llevaba un rifle, uno de sus hermanos llevaba un palo
bastante grande y el otro un machete. Mi madre los observaba por la ventana, pero no
escuchó nada. Ni gritos, ni un disparo, ni nada.

Desde ese día nunca más los volvió a ver. Dice que mis abuelos hablaban poco y nada
del tema por miedo y dejaron de salir de noche al campo. Sé que después de algunos
años se vinieron para la ciudad, mi madre hizo su vida aquí y varios años después nací
yo. Ella siempre contaba esa historia y siempre juraba que era verdad, sin embargo
hasta el día de hoy siempre había creído que eran locuras de ella...

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