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VARIEDADES DIALECTALES DEL IDIOMA QUECHUA: Por Yoao Emerson Rojas Arias
PRESENTACIÓN
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VARIEDADES DIALECTALES DEL IDIOMA QUECHUA: Por Yoao Emerson Rojas Arias
Los términos mediante los cuales los hablantes del quechua se refieren a su
idioma varían de una región a otra. Uno de los más difundidos es runasimi,
«palabra» (simi) «de la gente» (runa), utilizado en las regiones peruanas de
Ayacucho y Cuzco, con su variante runashimi en las provincias ecuatorianas de
Imbabura y Cañar, y a lo largo del río Napo en la Amazonía. En algunas zonas de
Ecuador, como Otavalo, el quechua se conoce también como yankashimi,«lengua
vulgar». Inga o inga shimi, «lengua (del) inca», es la expresión de uso común en el
sur de Colombia, en las provincias ecuatorianas de Chimborazo y Cotopaxi y, en
el Oriente, a lo largo del río Pastaza. Llaqwash, que designa la savia de la Puya
Raimondi, es el nombre que la lengua lleva en el norte del departamento peruano
de Ancash y, bajo la forma llakwash, en la vertiente oriental de los Andes del norte
del Perú; kechwa ~ kichwa (< esp. quechua) lo es en muchos lugares del centro
del Perú y qhiswa ~ qhishwaen la región del lago Titicaca y en toda Bolivia. En las
regiones norperuanas de Cajamarca y Ferreñafe, el quechua es conocido
como lingwa (< esp. lengua) y lingwaras (< esp. lenguaraz), respectivamente
(véase mapa 1). Hasta donde he podido constatar, estos nombres se refieren al
quechua por oposición al castellano y no al dialecto propio con respecto a otras
variedades de la misma lengua o familia lingüística. En efecto, pese a que la
variación dialectal es un elemento importante de las identidades locales, en la
actualidad los dialectos quechuas no suelen ser objetivados y distinguidos unos de
otros por sus hablantes mediante denominaciones específicas.
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Son pocos los estudios que tratan con base lingüística, filológica e histórica la
cuestión del origen de estas denominaciones. Rodolfo Cerrón-Palomino mostró
que runasimi ~ runashimi proviene de la transposición al quechua de una
expresión común en el castellano de la época colonial para referirse a la lengua
indígena, la de «lengua de los indios». El problema del origen del glotónimo
«quechua» ha sido abordado por Bruce Mannheim, Alfredo Torero y, más
detalladamente, por Rodolfo Cerrón-Palomino. Estos autores han establecido que
su étimo es /qiĉwa/ (en los dialectos centrales) o /qhičwa/ (en la variedad
cuzqueña) que designa los valles andinos de clima templado, por oposición a los
valles cálidos de la costa o de la vertiente oriental de los Andes (yunka) o a las
tierras frías situadas por encima de los 3500 o 3700 msnm (sallqa o puna). Para B.
Mannheim y A. Torero, la denominación de la lengua como «quechua» es de
origen indígena. Según A. Torero, «se habría aplicado a diversos idiomas
(aymara, mochica, quechua) que se hablaban en valles con similares
características climáticas». Solo posteriormente y en español se habría convertido
en el nombre propio de un idioma, «la lengua quichua». En su estudio sobre el
origen del nombre «quechua», R. Cerrón-Palomino propone otra interpretación: los
españoles habrían sido los primeros en atribuir a la lengua el nombre de
<quichua>, y más tarde <quechua>, en referencia al grupo étnico del cual, según
sus informantes, los incas habrían aprendido la lengua, es decir los «quichuas»
que ocupaban los valles templados situados al oeste del Cuzco. Los incas se
habrían referido a esta lengua común simplemente como a «la lengua» o a
«nuestra palabra». Esta interpretación parece gozar hoy de amplia aceptación.
Mostraré a continuación que, como lo planteó A. Torero, «quichua» o qhichwa fue
un elemento del sistema inca de denominación de las lenguas, el cual reflejaba un
aspecto esencial del reordenamiento lingüístico que el imperio cuzqueño suscitó
en la región andina: la promoción de un idioma de amplia comunicación, la
«lengua quichua» o qhichwa simi, y la postergación de las lenguas habladas en
las zonas altas donde, en la época anterior, había vivido la mayoría de la
población.
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La lengua «de los orejones» no era el quechua ni una variedad de esta lengua
sino el idioma propio que los incas conservaron hasta la segunda mitad del s. XVI.
No existe ambigüedad en la frase de Pedro Pizarro: quienes «llaman» la lengua
común <quechuasimi> son los indígenas y no los españoles, pues este sintagma
es quechua y no castellano. Los textos redactados en quechua en la época
colonial, donde <quechua simi>, <qquechua simi> o <qquechhua simi> es casi la
única denominación de la lengua, también abogan a favor del origen indígena de
esta denominación. Esto es lo que explica que <quichua> aparezca tan a menudo
en la documentación precedido de «llamada» o «que llaman». Se sobreentiende
«llamada por los indios» o «que los indios llaman».
La denominación qhichwa simi, «lengua del valle», debe entenderse como parte
de un sistema inca de designación o de clasificación de los idiomas según el
ámbito geográfico en el que eran funcionales. Describiré ahora este sistema
altamente revelador de los estatus y roles que los incas reconocían a los idiomas
de su imperio.
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A fines del siglo XVI, Luis de Monzón, corregidor de los repartimientos de los Soras
y los Lucanas, en la provincia de Huamanga, observó que los indígenas llamaban
«hahua simi», es decir hawa simi, las lenguas particulares de dichos
repartimientos, expresión que interpretó como «lengua fuera de la general». En
su Vocabulario de la lengua general de todo el Perú llamada lengua qquichua o
del Inca (1608), que describe la variante cuzqueña de la lengua general, el jesuita
Diego González Holguín registra la expresión hawa simi con un significado distinto
al que menciona Monzón: «Hahua simiruna. Hombre cortés saludador, que a
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todos habla y haze amigos, claro, desenfadado, que pide sin empacho, y se
combida, conuersable, no encogido, no corto». Aquí, «la persona de palabra
exterior» (hawa simi runa) es la que se expresa de buena gana y con facilidad, la
que suele exteriorizarse y no guarda su «palabra» dentro de ella. El lexicógrafo
jesuita no registra el significado atestiguado por las Relaciones geográficas, de
modo que podemos suponer que este era propio de la provincia de Huamanga.
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Es de observar, sin embargo, que si bien hawa simi puede traducirse por «lengua
de arriba» o «de las alturas», su significado literal no deja de ser el de «lengua de
afuera», pues, en quechua, «fuera» y «arriba» no constituyen dos acepciones
distintas de hawa sino que el significado «afuera» abarca lo que el castellano
distingue como «arriba». Podríamos decir que, en quechua, la ubicación superior
se incluye dentro de la ubicación exterior, pues el contexto raras veces deja lugar
a ambigüedades. Por esta razón, la zona que está «fuera» de los valles no es sino
las alturas. Como lo vamos a ver ahora, esta observación es esencial para
entender la peculiar ecología lingüística que subyace al sistema inca de
denominación de los idiomas.
Es probable que la tardía emergencia del término «quichua» en las fuentes (1557)
para designar la lengua común se explique por la evolución sociolingüística
entonces en curso. Fue en esa época que la «lengua del inca» o «lengua del
Cuzco» propiamente dicha perdió su vigencia como lengua vehicular, pues había
colapsado la estructura estatal que aseguraba su transmisión y estabilidad en el
seno del grupo «de los señores, y gente principal» según la expresión de Domingo
de Santo Tomás al referirse, en el prólogo de su Lexicón, a sus hablantes más
característicos. A partir de la década de 1550, el quechua de los colonos
instalados en las quebradas reemplazaría, en la conciencia lingüística de los
observadores españoles y de indígenas como Huamán Poma, a la lengua del inca
como referente de una «lengua general», es decir, de una variedad real o
potencialmente común del quechua. Por eso, Juan de Betanzos, que acabó su
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Cuarenta años más tarde, cuando Huaman Poma estaba escribiendo su Nueva
Coronica, la «lengua quichua» ya tendía a ocupar lo esencial de las funciones de
comunicación dentro de una sociedad lingüísticamente menos heterogénea. El
colapso demográfico, la rearticulación de las economías regionales alrededor de
una red de ciudades y de pueblos nuevos, la mita y la evangelización parecen
haber empezado a fragilizar las lenguas particulares y su transmisión a las nuevas
generaciones. En la provincia de Huamanga, las Relaciones geográficas de
Indias muestran que la «lengua de las quebradas» se practicaba ya muy
ampliamente como segunda lengua entre las poblaciones de las alturas. Cuando
el quechua acabaría reemplazando las hawa simi en las zonas altas —en una
época que no podemos determinar con exactitud—, su nombre de «lengua de las
quebradas» perdería su pertinencia y sería sustituido por runasimi, calco del
español «lengua de los indios». Un proceso semejante parece haber ocurrido en
las provincias aledañas al Cuzco donde runasimi es en la actualidad el único
nombre bajo el cual se conoce la lengua. De modo revelador, este desplazamiento
onomástico no ocurrió en el quechua del Collao y Charcas donde, por razones que
no he podido dilucidar, se perdió el significado primigenio del
término qhiswa («tierra templada»). Desprovisto de una motivación semántica que
entrara en contradicción con la distribución ecológica real de la lengua, qhiswa
simi pudo permanecer allí como el nombre propio de la misma.
Es de notar que «quichua» siempre aparece en las fuentes como adjetivo («la
lengua quichua») y no como sustantivo independiente (*«el quichua»). A fines del
siglo XVI, en español y, tal vez también en quechua, «quichua» calificaba la lengua
común que era por excelencia «la lengua de los valles». Pero, como lo señala A.
Torero, otras lenguas también podían recibir el mismo calificativo. Todavía es
posible encontrar en la documentación española de fines del siglo XVI algunos
casos en los cuales el glotónimo «quichua» no tiene por referente la lengua común
sino otros dialectos de la misma familia lingüística. En 1586, el corregidor de los
Chumbivilcas, Francisco de Acuña, observa que «los indios desta comarca
[Condesuyo] hablan algunos dellos en su lengua quichua y la mayor parte en
lengua general del inga» y que «en este pueblo [de Alca] hay cantidad de
ochocientos indios de tasa y hablan algunos dellos la lengua quichua y otros la
general del inga». En estas frases, las expresiones «su lengua quichua» y «la
lengua quichua» se oponen a «la lengua general del inga» y designan dialectos
quechuas alejados de la lengua común. Percibimos claramente que «quichua»
mantiene aquí su sentido ecológico, pues el pueblo de Alca se encuentra en plena
zona quechua, a 2750 msnm. Acuña, muy probablemente, se hace eco de una
manera indígena de referirse a las lenguas de las quebradas como «quichuas»,
por oposición a la lengua aimara que se hablaba en las alturas. La pertinencia de
esta designación estribaba muy probablemente en el hecho, muy común en los
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Andes, de que los grupos que explotaban las quebradas desde una época anterior
al Tahuantinsuyo a menudo hablaban un idioma distinto al de las poblaciones de
las alturas. En el sur del Perú, estas lenguas de las quebradas pertenecían a
menudo a la familia quechua, mientras que muchos idiomas de las alturas
pertenecían a la familia aimara.
Según una tradición recogida por Cieza de León de boca de algunos incas del
Cuzco, el origen de la «lengua general», es decir, de la «lengua quichua», fue la
provincia llamada «de los quichuas»
Bajo la dominación inca, el valle de Abancay y las quebradas aledañas fueron una
de las zonas del Tahuantinsuyo que acogieron el mayor número de colonos
forasteros, al mismo tiempo que gran parte de sus habitantes originarios fueron
dispersados en otras regiones. Muchos de estos colonos eran costeños
encargados de implantar allí el cultivo de la coca y de la saqapa—un arbusto
cuyos frutos servían de sonajas—. Otros venían de provincias serranas como
Yauyos o Aimaraes, o de Sañoc, en el valle del Cuzco. Los cambios muy
profundos que se produjeron, durante la época inca, en la composición étnica de
la provincia de los quichuas dieron muy probablemente su primer impulso al
reemplazo del quechua de sus habitantes originarios por una koiné que era de tipo
cuzqueño pero no se confundía con el quechua «inga». Cuando Cieza afirma que
la lengua general que se usó en el imperio inca fue la de los quichuas y cuando
Albornoz apunta que «el inga» tomó de esta provincia la «lengua general»,
quieren decir, a mi entender, que la lengua que se difundió en el imperio como
medio de comunicación entre los incas y los mitma y yana instalados en los valles
andinos fue la que se forjó en lo que fue tal vez la primera experiencia inca de
colonización masiva de quebradas de clima templado. No se refieren a la variedad
de quechua hablada por los «ingas quichuas» originarios de los valles del curso
medio del Apurímac. El valle de Abancay y las quebradas aledañas, tan cercanos
al Cuzco, debieron de ser para los incas el ejemplo más familiar y representativo
de los procesos de colonización multiétnica que suscitaron la formación y
propagación de una koiné quechua. Los testimonios de Capoche y de Cobo
también se pueden entender en el mismo sentido: los quichuas —es decir, los
habitantes advenedizos más que originarios de los valles del curso medio del
Apurímac— fueron el grupo epónimo de la «lengua general quichua».
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El Estado colonial español sucedió al Estado inca y reutilizó «la lengua quichua»
para la comunicación con sus súbditos multilingües del Perú. Sin embargo, los
agentes de la administración civil y religiosa española se refirieron poco al
quechua como a la «lengua quichua» sino más bien como a la «lengua general
(de los indios / del Perú / de este reino)». Esta resistencia a adoptar el glotónimo
«quichua», fuera del círculo de los profesionales de la lengua —gramáticos,
lexicógrafos y autores de textos de catequesis—, se explica probablemente en
gran parte por el hecho de que «lengua quichua» no era una denominación
transparente para quienes ignoraban el idioma, es decir, para el sector superior de
la administración civil y eclesiástica colonial. En cambio, «lengua general»
presentaba la ventaja de expresar el valor instrumental que tenía este idioma para
dicha administración. En efecto, el binomio formado por las dos grandes lenguas
generales del Perú, el quechua y el aimara, definía un espacio político que, pese a
su fragmentación étnica y lingüística, era susceptible de ser gobernado mediante
instituciones comunes. Podemos decir que la «lengua general» o «quichua» fue,
junto con el curaca, la mita y los yanaconas, una de las instituciones cardinales de
gestión estatal creadas por los incas y reutilizadas por el régimen colonial.
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5. Bibliografía
ITIER, César (2011), «What Was the “Lengua General” of Colonial Peru?», en
Adrian J. PEARCE y Paul HEGGARTY (eds.), History and Language in the Andes,
Londres, pp. 63-85.
ITIER, César (2013b), «Las bases geográficas de la lengua vehicular del imperio
inca», Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines, 42 (2), pp. 237-260.
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MANNHEIM, Bruce (1991), The Language of the Inka since the European Invasion,
Austin.
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