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La Violencia Doméstica hacia el Varón: factores que inciden en el hombre agredido para no

denunciar a su pareja

No cabe duda que los Derechos Humanos deben comenzar en el hogar, pero ¿qué pasa con los
derechos humanos del varón?. La inmensa variedad de literatura existente alude a la violencia
en la pareja, principalmente a la mujer, realidad que es constatable y cruda, pero también es
cierto que cada día se acrecientan casos de varones que son agredidos física, psicológica y por
que no decirlo sexualmente. Más de una persona debe conocer o haber escuchado alguna de
estas situaciones de primera o tercera mano en que un hombre ya sea casado y/o conviviente
es agredido por la pareja, y solo se dedica a comentar como la "gran novedad" o motivo de
burla por los grupos pares de esta persona en lugar de ayudar.
Dicho de esta manera, diversas interrogantes hacían presagiar un enorme desafío a investigar,
puesto que tras indagar en diversas fuentes de información, no se encontró bibliografía
referida a la problemática aludida, salvo algunos artículos periodísticos. En este sentido, al
conocer en nuestra búsqueda a varones que expresaban la realidad en que vivían, motivó a
que se desarrollara la siguiente investigación de carácter exploratorio, cualitativo, que
pretende ser un aporte significativo para la comunidad en general, titulándose "La violencia
doméstica hacia el varón: Factores que inciden en el hombre agredido para no denunciar a su
pareja". Dentro de este marco, afloraron supuestos tales como:

El elemento sociocultural es determinante en el varón para no formular denuncias por


violencia.

Este fenómeno se presenta porque el varón no hace uso substancioso de sus derechos
desconociendo que existe la Ley 19.325 que tipifica la violencia doméstica hacia el varón.

Al no existir una institución exclusiva para varones estos no denuncian.

Por tanto, tomando esa problemática social de esta manera, que tiene ribetes de tipo cultural,
religioso, político, económico, etc., y que es desconocido por legisladores y por la sociedad en
su conjunto ¿por qué? ¡porque no se considera como violencia!, se minimiza o se ridiculiza,
pero "existe". Vale la pena hacer memoria a los primeros movimientos feministas que se
organizaban para proteger a las víctimas en nuestro país a principios de los ochenta, donde las
denuncias eran escasas, por que no se consideraba como problema y se guardaba al interior
de la familia. Sin embargo, han transcurrido ya 20 años aproximadamente para que se legisle y
aumenten de manera explosiva las denuncias de las mujeres, siendo los primeros estudios de
esta problemática pioneros y que sustentaron la base más otras iniciativas para
posteriormente promulgar la Ley 19.325 de violencia intrafamiliar.

En este sentido, hay una lógica un tanto unilateral en su abordaje, apoyado por el feminismo,
que a contribuido ostensiblemente a la intervención de esta problemática, pero que ha tenido
sus costos al señalar a un solo tipo de agresor: al varón, manteniendo oculta esta problemática
En el contexto anterior, habiendo transcurrido cuatro años de vigencia de esta ley, se constata
una baja cifra de denuncias de varones en comparación con las mujeres por concepto de
violencia íntima estimándose la existencia de una cifra negra que encierra la problemática.

Actualmente la violencia hacia el varón apenas se consigna, situación que hasta el momento
no permite precisar la real magnitud de varones que vivencian esta violencia invisible,
manteniéndose presumiblemente en el ámbito privado, por tanto siendo la interrogante: ¿Qué
factores sociales, culturales e individuales influyen en el varón para que no denuncie a su
pareja por violencia doméstica?.

Dentro del espectro de la violencia intrafamiliar, la que se manifiesta con mayor frecuencia,
según investigadores es la violencia en la pareja (en cualquiera de sus manifestaciones). Sin
embargo su abordaje ha estado tradicionalmente supeditado a opciones valóricas de tipo
género, en la lucha reivindicativa de esta perspectiva, situaciones que de cierta manera ha
limitado consciente o inconscientemente la intervención a esta problemática como fenómeno
social.

Diversos autores en violencia intrafamiliar, coinciden en lo difícil de trabajar el tema, porque


entra la campo de las contradicciones, polarizaciones, conforme se explica la problemática,
pero ¿qué pasa con la violencia en la pareja cuando se manifiesta contra lo percibido como
común?. En este término no es posible vislumbrar que esta temática haya sido abordada en
términos de explicar de alguna manera como se manifiesta la violencia hacia el varón por parte
de su pareja y cual es el trasfondo que hay detrás de ello. De ahí la importancia y justificación
de abordar este fenómeno que servirá de base para futuras investigaciones y diseño de nuevas
estrategias de intervención que generen mayor apertura hacia el tema, mayor
profesionalización y especialización de las personas que atienden y /u orientan a las víctimas,
ampliando la perspectiva, disminuyendo prejuicios tendientes a disminuir la victimización
secundaria de modo que se realicen las respectivas denuncias tal como lo estipula la ley. Se
pretende por tanto aportar mayores antecedentes para ampliar el horizonte de comprensión
de la violencia doméstica, que por su desconocimiento no ha alcanzado la connotación de
problema social, por tanto reflexionando acerca del marco normativo, políticas sociales y las
formas de aproximación más eficaces en la intervención del problema.

El papel del trabajador social es fundamental en este tipo de problemáticas e intervenciones,


puesto que en esta área es tratado principalmente a modo de intervención familiar, en el
ámbito especializado en la familia y relaciones familiares considerando los diferentes
contextos relacionales de sus integrantes, estando enfocada la atención al apoyo de los
integrantes hacia la autovaloración para que estos mismos sean ejecutores y entes activos en
la solución de sus problemas. En este sentido, uno de los roles que se confiere al Trabajador
Social en la familia es el de mediador de conflictos, puesto que se dirige y se enfoca en las
dificultades, obstáculos y problemas presentes en el vivir cotidiano de los requerientes de
atención, por tanto estando presente la mediación a través de una solución justa y equitativa a
través de la negociación que permite él dialogo entre los involucrados, siendo tan necesaria
para resolver los conflictos en la pareja. A lo anterior, es sumamente relevante manifestar que
estos no son los únicos roles presentes en nuestra profesión, puesto que somos ejecutores y
actores activos de las políticas sociales, estando los roles de orientador familiar, consejero,
informador, educador social informal, facilitador, gestor, entre otros.

En el tema de violencia en la pareja, reviste especial importancia asumir los roles los que
dependen indudablemente del contexto que se tenga que intervenir y la utilización de técnicas
adecuadas para su abordaje en pro no solo del bienestar de la pareja, sino de la familia en su
conjunto.

La investigación se sustento en el paradigma fenomenológico cualitativo, siendo de carácter


descriptivo comprensivo caracterizado a partir de las percepciones de los participantes de los
grupos focales y entrevistados, cuya validez del conocimiento esta dada por los propios
sujetos.

Las principales categorías de análisis fueron:

Categoría de maltrato: descripción de la violencia expresada por el varón en su relación de


pareja, ya sea psíquica, física, sexual y las características que le rodean.

Categoría percepción de roles en la pareja: Creencias culturales acerca de lo que se percibe


como roles de la mujer y hombre.

Categoría creencias populares: Son todas aquellas percepciones generalizadas acerca del
aspecto determinado, constituyendo una visión parcializada de la realidad, siendo utilizadas
por la sociedad y expresadas de manera absoluta.

Información acerca de la Ley 19.325: Tipo de antecedentes que manejan los varones con
respecto a la Ley 19.325 de violencia intrafamiliar
Presentación de resultados:

Causas que determinan que el varón no denuncie a su pareja cuando es agredido: de las
respuestas se desprende, la ideología patriarcal de estereotipos rígidos del varón con respecto
a lo que se espera de él como "hombre" en relación de pareja y por tanto frente a eventuales
agresiones para no romper este "esquema social" de proveedor, jefe de familia, protector,
étc., que en caso de denunciar, significaría trastocar los esquemas establecidos.

....es muy grande la vergüenza de que tu mujer te pegó frente a los demás... porque el varón
tiene que llevar las riendas de la familia y eso influye que no denuncie...si fuera a denunciar
me dejarían preso por leso o como castigo por mentirosos que la mujer me pega... el hombre
cuando ama aguanta hasta el final...

Razones por las cuales la mujer ejerce violencia hacia el varón: Aquí se diferencian tres
aspectos:

Causales atribuibles al varón: Las principales aluden a la ingesta de alcohol, cuando el varón
presta mayor atención a cosas triviales como ver televisión, el fútbol, étc. "...cuando el hombre
llega cura’o con trago lo pescan a palos...cuando se junta más con los amigos y se pone a ver
puros partidos de fútbol en la tele..."

Causas atribuibles a la mujer: Existe consenso en cuanto a contextura física de la mujer,


carácter irritable, entre otros."....cuando el hombre gana menos y afecta al ingreso familiar y la
mujer gana más y por eso se siente superior con poder y con derecho a mandar...cuando le
llega el período hay que arrancar..."

Causas atribuibles a la pareja: Cuando hay mala comunicación en la pareja poco fluida, no
conversando los problemas y las soluciones probables de éstos, sin afectividad. "...muchas
personas no conversan con la pareja y por eso se van a las manos y se agarran a palmetazo
limpio y ninguno de los dos se comunica... por incapacidad de comunicación y de superar
situaciones difíciles y por eso viene la respuesta agresiva..."

Tipo de conocimiento acerca de la Ley de violencia intrafamiliar: La mayoría de los varones


plantea que la ley se creo para la mujer y por tanto ella es la única favorecida en violencia
intrafamiliar. Se identifica además, que los varones desconocen los contenidos de la Ley.
"...creo que hay una Ley que salió, pero no la conozco...la mujer es favorecida desde el punto
de vista legal, si la mujer diera un par de coscachos no se iría presa... es la Ley de la mujer".

Papel de los medios de comunicación: La opinión casi unánime, es que los "medios de
comunicación ya sea radio, televisión, diario u otros", no contemplan a los varones agredidos
en sus estrategias de prevención de violencia intrafamiliar, argumentando que no se visualiza
como un problema social este tipo de violencia. "porque si hubiera un porcentaje más alto,
recién ahí se podría empezar a hacer campaña...no abordan a los hombres porque no creen
que sufren...se cree que es siempre la mujer quien sufre, pero nunca se ha colocado en un spot
publicitario al varón o en el mea culpa..."

Manifestaciones de violencia: La principal agresión es la psicológica, siendo catalogada como la


peor dentro de la gama de agresiones, traducida en descalificaciones, insultos, desatenciones,
indiferencia, en general. Luego le sigue la física como la menos probable. "...la psicológica, no
permitir relaciones sexuales, mala atención en las comidas, andar regañando todo el día, mujer
desaliñada, mal vestida...se da física y emocionalmente, combos, patadas, ollas, palos,
raguñones...la infidelidad es un tipo de agresión... la psicológica, es que soy imbécil, no aporto
nada, no sirvo para nada, no aporto monetariamente..."

Instituciones que atienden a varones agredidos: Se deduce de las opiniones vertidas la "falta
de existencia de una institución exclusiva que los atienda por violencia intrafamiliar", siendo
mínimas las opiniones con relación a alguna institución. "...carabineros se ríen de uno...no
conocemos ninguna institución...ninguna."

Califican al varón agredido: Los apelativos más comunes en la jerga masculina, se destacan por
la espontaneidad en manifestarlos, caricaturizando al varón, siendo objeto de burla, atribuidos
al machismo, como lo son "calzonea’o" "te tiran de la jeta", "no se pone los pantalones": "... a
vo’ te pega la vieja...masoquista, que te gusta que la mujer te pegue...polleru’o, eso para el
hombre es como sacarle la madre".

Como ven al varón agredido: Implica mayor reflexión de los participantes."...tiene problemas,
esta mal en su casa...menoscabado cuando la mujer lo agrede...vive maltratado porque esta
enamorado de su mujer y por eso no procede como corresponde".

Nivel socioeconómico en que se manifiesta: Hay unanimidad que se manifiesta en todos los
niveles socioeconómicos, sean bajos, medios o altos y que nadie esta libre de ello." ...en el
nivel alto se por el billete, porque los sitios son más grandes...no hay distinción...la psicológica
se da en le estrato más alto y medio y la física se da en los más bajos... se nota más en la baja
en la opinión pública porque la gente de clase media no ventila sus problemas"

Hombres que denuncian: Evidencian que los varones que denuncian es porque hay maltrato
crónico en el cual han llegado a un límite de tolerancia."...son personas que revientan, que no
están "ni ahí" con los demás y no le importa lo que digan los vecinos... porque se arrastra de
harto tiempo y el hombre tiene un limite... debe ser valiente para enfrentar el problema y
estar dispuesto que lo molesten para apechugar".

Medidas que proponen para evitar la violencia hacia el varón: Existen variadas opiniones
destacando en su mayoría que si existiera un Servicio Nacional del Hombre aumentarían las
denuncias y se atreverían a denunciar. "...si hubiera un Servicio Nacional del Hombre,
aumentarían las denuncias... podría ser bueno porque uno se desahogaría...de diez denuncias,
aumentarían a cien".

Profesionales que deberían atender a los varones: Se mencionan a variados profesionales,


pero cuando se menciona a la profesional Asistente Social mujer es cuestionada, ya que
explícitan que tendría una postura feminista y un tanto prejuiciada para atender a los varones
y que solo podría atender si estuviera bien capacitada, sin prejuicios. "...psicólogos, asistentes
sociales, abogados, médicos, terapeuta familiar...debe ser un psicólogo que sepa harto,
asistentes sociales que te vayan a ver a la casa que es verdad que la señora te pega y lo ideal es
que sea un Asistento Social – se refieren al profesional hombre- para que a uno lo entienda o
una Asistente Social, pero ¡que cumpla su función!, un abogado y médico para constatar
lesiones"

En caso de que fueran víctimas de violencia: Es difícil establecer una respuesta tipo dada la
variada gama de respuestas. "...si la retas va donde la Asistente Social por maltrato psicológico
porque le dijiste fea y al final no se puede hacer nada...si le pegas te denuncia y te vas preso,
por eso hay que tratarlas con palabras...no denunciaría porque los Carabineros se reirían y lo
contarían...primero me daría la indiá y le pego al tiro un palmetazo y le digo que pesque sus
cosas y se vaya...me escaparía, me separaría, me mando a cambiar porque no respondería a la
violencia física.

Como perciben el rol de la mujer hoy en día En este aspecto hay dos tipos de respuestas:

Positivo: "el rol tradicional era de dueña de casa y encargada de la crianza de los hijos y ahora
hay equiparidad de que son los dos los que pueden tener los roles de proveedores por lo que
se comparten los roles en la crianza...se ha avanzado, conquistado espacios de respeto de
dignidad de la mujer".

Negativo: "...los hijos son criados por nanas, lo que los puede dejar individualistas en el futuro
ya que no tienen el afecto de la mamá...antes quien le pegaba a los cabros chicos era el
hombre, ahora es al revés, el hombre llega a la casa y escucha ¡papi la mamá me pego!

Como perciben el rol del varón hoy en día: Son coincidentes en que ha habido un cambio
paulatino de roles, adaptándose a este cambio. " No hay ningún tramite que pueda hacer solo,
todo hay que hacerlo con la señora...sí o si hay que acondicionarse porque la sociedad esta
así...lo ha asumido no queda otra...a mis hijos les enseño a planchar, lavar porque la mujer ha
cambiado y así se evitan problemas...debemos valorar lo que tenemos en casa, no reprimir a la
mujer y que no este encerrada en cuatro paredes.
ANALISIS DE RESULTADOS:

En relación con el análisis se mencionaran los que se sitúan principalmente desde la óptica
macro y exosistemica por razones de espacio destinados para este efecto. Los principales
datos apuntan sobre los factores sociales, culturales e individuales que influyen en el varón
para no formular denuncias cuando son agredidos por su pareja, tales como machismo,
vergüenza, ignorancia legal u otros factores de índole personal que le impiden a los varones
denunciar a su pareja cuando es afecto de violencia. Según el modelo ecológico el análisis
consta de:

En el nivel macrosistémico: se sitúan los sistemas de creencias y estilos de vida que prevalecen
en una cultura determinada, los cuales manifestaron sus opiniones bajo el contexto de la
ideología patriarcal y/o machismo light, este último que se viene gestando conforme
evolucionan los estereotipos y roles de lo que es ser hombre y ser mujer hoy en día.

En este contexto, la ideología patriarcal influye notoriamente para que los varones que
vivencian algún tipo de violencia no denuncien ya sea "por orgullo de hombre o por temor al
ridículo", entre otros, manifestada por la espontaneidad de las apreciaciones y/o calificativos
de los varones cuando se refieren a catalogar a sus apreciaciones cuando se refieren a
catalogar a sus pares, siendo las expresiones mayormente vertidas la de "calzonu’o" con risas
constituyendo el pick de los grupos focales, pero al referirse en el sentido de cómo observan a
los varones como seres humanos iguales a ellos, reflexionaron y meditaron señalando en su
mayoría que son "personas que sufren" , lo que evidencia que la violencia hacia el varón existe
y conocen "muchos casos que no son denunciados", ya sea por el elemento sociocultural como
factor preponderante para no denunciar y factores de índole personal como es el amor a la
pareja o por los hijos para que no sufran.

En relación con la evolución de roles que han experimentado tanto hombres como mujeres, en
el mundo cada vez más exitista y competitivo, los varones manifiestan en torno a la relación de
pareja que las decisiones y/o acuerdos "deben efectuarlos ambos" para que prime la armonía
en la pareja y de esta manera no herir susceptibilidades, en donde el hombre ha asumido la
mayor participación de la mujer en general como positivo, inclinándose por una relación
igualitaria, donde ninguno tenga más derechos sobre el otro, adaptándose a este tipo de
cambios.

En el nivel exosistémico: resaltan claramente aspectos como lo son la difusión de la ley 19.325
y las instituciones que trabajan con violencia intrafamiliar, puesto que los varones se perciben
como desprotegidos de la legislación existente, ya que la mayoría la desconoce y la atribuye a
la mujer, señalando que es la "ley de la mujer" , evidenciando dos aspectos, uno que la ley no
ha sido debidamente difundida, tal vez por ser dirigida hacia la población femenina en las
campañas de prevención. Además se plantea que se pone énfasis en los derechos de las
mujeres y que, estas están protegidas como lo demuestran los estudios, omitiendo según
estos que al varón también lo protege la ley, presumiblemente porque las personas
encargadas de realizar estas acciones no los consideran como cifras de víctimas significativas,
hecho que no se pude comprobar. En segundo lugar como desencadenante de lo primero al no
difundir la Ley a todos los sectores de la población y grupos étarios, el hombre desconoce que
efectivamente existe la ley y por tanto, relacionado con otros puntos, no denuncia porque no
sabe que están protegidos, implicando una falencia del sistema sociojurídico y del estado por
ser este el ente encargado de poner en práctica las Políticas Públicas al bienestar de la
población en su conjunto.

En este mismo plano, cabe mencionar lo que se refiere al SERNAM, institución que no es
cuestionada, pero que se le atribuye como agente canalizador de las diferentes problemáticas
que presenta la mujer, teniendo para ellas un innegable apoyo que en el caso del hombre el
Estado los dejaría desprotegidos, puesto que no contarían con un organismo para
desahogarse, de orientación o de ayuda, no tan solo en lo que respecta a la violencia en la
pareja, sino en otros sentidos. En tal sentido, se plantea que si se creara una institución tipo
SERNAM, recién ahí podrían canalizar sus problemas e inquietudes que los afectan al sentirse
escuchados y comprendidos en esta sociedad que les asigna un papel rígido que es reticente a
que el hombre exprese sus emociones o llore por estereotipos asignados a lo que se espera del
hombre y la mujer, constituyen do de vital importancia que los profesionales que atiendan
estén debidamente preparados para intervenir en la pareja, en especial en lo que respecta al
profesional Asistente Social, cuestionado ampliamente en el caso de la mujer al atribuírsele su
forma de operar como prejuiciada con relación a los varones no dando lugar a que ellos se
expresen "desmereciendo su situación", considerándola como otro factor preponderante para
no concurrir a efectuar la correspondiente denuncia en los supuestos casos de violencia en la
pareja, privilegiando a la mujer tanto cuando es agredida y cuando es agresora.

Con relación a lo anterior, existe opinión unánime que si fuesen a denunciar "por antecedentes
que conocen, los Carabineros se reirían y ridiculizarían", sintiéndose doblemente agredidos,
señalando un participante "si fuera a denunciar lo dejaría preso por leso", siendo también un
factor de abstención para no denunciar a fin de evitar esta doble victimización.

En virtud de lo anterior el estudio muestra una realidad distinta a la que habitualmente


estamos acostumbrados cuando se aborda la problemática de violencia intrafamiliar, que ha
motivado diversas reflexiones en torno al abordaje e intervención de la violencia al interior de
la familia desde la óptica multidimensional del modelo ecológico de Jorge Corsi.

COMENTARIOS FINALES
Dada las características del presente estudio, representa una mirada diferente, que evidencia
la necesidad de considerar la inclusión de los elementos individuales, sociales y culturales para
explicar este fenómeno y, como se manifiesta en los varones, por ser esta una problemática de
connotación reciente y que augura un potencial crecimiento en cuanto a varones agredidos.

En síntesis, los factores que influyen y/o se relacionan con esta tendencia, que acusa la
ignorancia legal de los varones con respecto a la Ley 19.325 de Violencia Intrafamiliar e
Instituciones que trabajan con la problemática, además de elementos socioculturales e
individuales que tienden a evitar que los varones no denuncien esta situación, se agrupan en:

Factores preponderantes:

Ideología patriarcal y/o neomachismo

Ignorancia legal

Instituciones prejuiciadas con relación a la atención del varón.

Medios de comunicación (en menor grado)

Factores personales del varón

Por tanto, estos cinco componentes que engloban el todo descrito en el cuerpo de la
investigación, se relacionan con la multicausalidad de este fenómeno complejo, constituyendo
las causas que limitan al varón para no denunciar.

El fenómeno de violencia en la pareja, cruza múltiples variables que dificultan su estudio, que
debe ser comprendido y abordado de manera integral, pero por tratarse de un tema, cuya
aproximación es exploratoria, la que se realiza hacia el varón "como víctima", siendo tratado
por separado a modo de comprensión.

Antes no se concebía que la violencia en la pareja la ejerza la mujer, como tampoco ahora. La
violencia en la pareja, afecta mayoritariamente a las mujeres, mas cada día aumentan los casos
de violencia hacia el varón que no denuncian y/o que denuncian, estos últimos
presumiblemente porque han derribado la pared de la ideología patriarcal o bien su vivencia
se sitúa en el ámbito crónico, situación que llama la atención de los investigadores para
intentar descubrir que hay detrás de todo aquello, basado en diversas interrogantes y
supuestos los que finalmente se comprobaron con la participación de los varones en el estudio
que indican que la problemática se esta siendo explícita.
Sin embargo, al mencionar víctimas y victimarios, mujeres golpeadoras se corre el riesgo de
limitar este fenómeno, que no es "culpa exclusiva" de la mujer en estos casos, sino que de
ambos en la interrelación de su relación, lo que es demostrado el marco teórico a través del
conocimiento de diversos modelos y en especial del ecológico.

Al situarse nuevamente al inicio, los estudios con relación a la mujer, son enfocados de manera
unidireccional mayoritariamente tendiente a describir la problemática de violencia
intrafamiliar, excluyendo al varón como potencial víctima por tanto de la mano de la
perspectiva feminista reconocida por autores. Sin duda, estudiar la violencia en la pareja,
implica "sacarse la camiseta del feminismo y el machismo" tendiente a evitar prejuicios
valóricos que puedan sesgar de alguna manera la investigación, objetivo que se pretende
como logrado.

Este estudio no fue de ninguna manera una defensa al varón como víctima. El objeto apunto a
comprobar y determinar los factores socioculturales presentes en la negativa a denunciar por
parte del varón. Además se contempla el análisis del Estado que legisla en razón de proteger la
integridad de la familia, teniendo como producto la Ley 19.325, instituciones y organismos.

Cabe señalar, que si bien resulta un desafio la presente investigación por todos los obstáculos
presentes en el camino para su realización, también frente a potenciales investigadores es
necesario utilizar técnicas adecuadas para los varones en estudio, puesto que es un hecho que
existen cifras de varones agredidos que no denuncian, implicando por tanto que no desean
denunciar su situación resultando difícil a que se explayen y compartan sus vivencias por todo
el trasfondo que hay detrás de este fenómeno.

Este estudio no pretende asignar a la mujer la culpabilidad en las situaciones de violencia en la


pareja, puesto que la información recogida de los varones es según su perspectiva,
desconociéndose la versión de la mujer, que probablemente también ha sido víctima de
violencia en su niñez, repitiendo por tanto patrones de conducta con su pareja.

La fuerte incidencia del factor patriarcal frente a los otros varones, marca las diferentes
posiciones de los varones para abordar el tema del ya mencionado nuevo "machismo light"
que evidencia un notorio paso en la evolución del rol masculino que acepta de cierta manera la
participación de la mujer cada vez en la sociedad como tarea igualitaria en estos varones. En
este sentido se comparte la afirmación de la escritora Carmen Llera "... ambos sexos están
tambaleando. Cansados, desgastados de relaciones afectivas inestables. Sólo juntos y unidos
podemos hacer algo... 1.

Mención aparte, merece lo que respecta a las apreciaciones vertidas por los varones con
relación al profesional Asistente Social, hecho que implica efectuar una retrospectiva e
intersubjetiva mirada a la forma de intervenir la

__________________________________________________________________

1 Olave, D., En Revista de Mujer a Mujer, Diario La Tercera, N° 897, pp.4- 7

problemática si se pretenden cambios con respecto a la imagen deteriorada de la mujer en


este caso. La profesión en sí por su naturaleza es imprescindible para su abordaje, pero tras
este estudio se evidencia claramente que se debe tender a la especialización con técnicas y
metodologías apropiadas para disminuir la victimización secundaria, cuyo rol sea
mayoritariamente de mediador y conciliador de ambas partes tras una previo conocimiento de
las realidades de la pareja y de cada uno.

En relación con lo anterior, dentro del contexto exosistémico del modelo ecológico, las
instituciones del Estado y organizaciones no gubernamentales (ONG) inciden notoriamente en
la victimización secundaria de los varones, hecho constatado desde el inicio de la investigación
cuando se realizó un recorrido de éstas, que denota que no intervienen en su mayoría en este
fenómeno, en especial el Servicio Nacional de la Mujer, puesto que al ser un organismo del
Estado le correspondería intervenir la violencia hacia el varón porque es una mujer quién
ejerce maltrato a éste, discriminando directa y arbitrariamente al hombre como ser humano él
que tiene igualdad de derechos al igual que la mujer avalado por la Constitución Política del
Estado y la ley 19.325 de violencia intrafamiliar.

Diversas interrogantes, quedan de este estudio para futuros investigadores que deberán ser
abordados de manera multidimensional por los diferentes profesionales de las Ciencias
Sociales como lo son:

¿Qué pasa a futuro cuando sean adultos los hijos observadores/víctimas del maltrato que
vivencio su progenitor? ¿ En el caso de los hijos varones se repetirán el patrón de conducta del
padre?
¿La mujer agresora fue víctima de violencia en su niñez? ¿Tenderá a revelar que golpea a su
marido con sus pares, aludiendo a que sobrepasa el machismo?

¿Los varones maltratados por su pareja son padres golpeadores?

¿ Es aceptable, natural o lógico que continúen existiendo en la sociedad una hegemonía casi
dictatorial de la visión feminista acerca del problema? ¿Es o constituye un sesgo en vías de una
posible solución?

¿No es la alternativa de los Tribunales de Familia una solución manifiesta, sabia e integral a la
problemática?

Frente a la ultima interrogante, considerando la opinión mayoritaria de los participantes de los


grupos focales, que sugieren como alternativa para abordar esta realidad de la violencia la
creación de un organismo que les permita acudir a denunciar y/o a solicitar ayuda sin que ello
le contrajese alguna aprehensión por parte del entorno validando la puesta en marcha de los
Tribunales de la Familia como una instancia alternativa para salvaguardar este tipo de
situaciones a través de un mediador el que estará capacitado íntegramente ya sea en aspectos
teóricos como también prácticos con relación al tema con el objetivo de aminorar esta
polarización de sexos manifestada y validada por los varones del estudio.

Sin duda, contestar estas interrogantes requieren de estudios para abordarlos con
profundidad.

El equipo investigador ha pretendido que de alguna manera la investigación haya contribuido a


la comprensión de este fenómeno en este primer abordaje puesto que solo habían sido
tratados superficialmente en artículos periodísticos pero no como tema de investigación y por
otro lado que sea un aporte a esta temática y para aquellos varones que se encuentran de
alguna manera afectos a algún tipo de violencia, conozcan testimonios de varones.
LOS HOMBRES TAMBIÉN SUFREN. ESTUDIO

CUALITATIVO DE LA VIOLENCIA DE LA MUJER

HACIA EL HOMBRE EN EL CONTEXTO DE PAREJA

Rodrigo Rojas-Andrade, Gabriela Galleguillos, Paulina Miranda & Jacqueline

Valencia*

Universidad del Mar

RESUMEN

La investigación sobre violencia conyugal se ha centrado mayoritariamente en la relación

hombre-agresor/mujer-victima. Nuestro trabajo indaga la situación contraria, cuando son los

hombres las víctimas y sufren las consecuencias de la violencia. Se analizaron los discursos

de seis hombres víctimas de violencia conyugal recogidos en una entrevista en la que se

presentaron imágenes de violencia de la mujer hacia el hombre. Los resultados muestran que

las mujeres utilizan violencia verbal para exigirles a sus parejas que se comporten de acuerdo

al modelo hegemónico de “hombre”, cuestionando con ello su masculinidad. Se discute la

necesidad de abordar el fenómeno desde la perspectiva de las masculinidades alternativas.

Palabras claves: Violencia doméstica, maltrato conyugal, masculinidad, salud masculina

INTRODUCCIÓN

Si bien el concepto de violencia posee múltiples connotaciones, “implícitamente los

términos de poder y jerarquía se incluyen en los distintos enfoques que la estudian, siendo

considerada como una forma de ejercer poder y/o imponer la voluntad sobre alguien situado
en una posición de inferioridad o de subordinación en la escala jerárquica a través de acciones
u omisiones para lograr su sometimiento y opresión” (Larraín, 1994, p.23). En el contexto
intrafamiliar, la violencia es el abuso de poder en las relaciones familiares de confianza y
dependencia (Boss, 2000) y la mayoría de los estudios señalan a la mujer como la principal
víctima. Se estima que entre el 21 y 34% las norteamericanas de 25 a 45 años en algún
momento va a ser abusada físicamente por sus parejas (Ravazzola, 1997), datos que
concuerdan con los de Canadá, donde se aprecia que un tercio de las mujeres sufre algún tipo
de violencia por parte de su pareja en el transcurso de su vida Boss, 2000). En Latinoamérica el
50% de las mujeres ha sufrido violencia doméstica (OMS, 2005) y en Chile el Servicio Nacional
de la Mujer (2006) señala que el 35.7% de las mujeres entre 15 y 59 la ha experimentado. La
presencia y difusión de estas estadísticas promueve el imaginario de que los hombres son
invariablamente los verdugos de las mujeres (Trujano, Martínez & Camacho, 2010), sin
embargo, también existe evidencia, que aunque poco compartida públicamente, demuestra
que los hombres también son víctimas y que cada vez son más los que se atreven a denunciar
(Saracostti, 2011; Zunino, 2011) a pesar de la burla y humillación que deben soportar, al
reconocerse como víctimas en una sociedad que sólo los identifica como agresores (Fontena &
Gatica, 2000). Esta representación de los hombres debe comprenderse desde la perspectiva de
género, la cual nos señala que existen modelos hegemónicos de masculinidad y de femineidad
a los que se deben responder de acuerdo a nuestro sexo, así se espera que los hombres
cumplan con todos los atributos asignados a su categoría social, entre los cuales se cuenta que
sean fuertes, dominantes y violentos. Al respecto es necesario indicar que muchos son los
hombres que sienten que algo anda mal en su papel dentro del orden social, por lo que se
enojan, se frustran o aún se confunden acerca de lo que significa “Ser un hombre” (Marín,
2004) lo que permite correr el velo de la exigencia de cumplir los mandatos de la cultura
patriarcal y su modelo hegemónico de masculinidad. Las instituciones subsumidas en esta
cultura, demandan que los hombres adscriban sus actitudes y conductas a los modelos
preestablecidos, como es el caso del “rol de violentador”, lo que se ha cristalizado
considerándose como una verdad incuestionable que encubre la complejidad del fenómeno de
la violencia. Así, si hoy día se reconoce y se demuestra, que los varones son más violentos, es
porque han sido educados en una cultura que asocia el sexo masculino con un formato de
masculinidad que promueve la violencia y no porque el hombre sea violento de forma
instintiva o por condición biológica (Gabarró, 2008). De esta forma, lo que interesa aquí no es
tanto la violencia como fenómeno aislado, sino Rodríguez, Espinosa & Pardo. 152 Revista
Vanguardia Psicológica / Año 3 / Volumen 3 / Numero 2, octubre-marzo / pp. 150-159 / ISSN
2216-0701 que situado en un contexto socio cultural que glorifica un formato de masculinidad
por sobre todos los demás modelos (Salinas & Arancibia, 2006) ubicándolo en la cúspide de
una estructura jerárquica (Jiménez, 2003). Así, la violencia conyugal hacia los hombres se
subvalora y se invisibiliza, llegando incluso a desconocerse cuáles son sus manifestaciones y
características particulares, razón por la cual en la presente investigación nos preguntamos
¿Qué formas adquiere la violencia conyugal hacia los hombres y cómo la significan aquellos
que la sufren? buscando a través de su respuesta comprender el fenómeno desde la
perspectiva de los actores menos escuchados, los hombres.

MÉTODO Participantes Los participantes del estudio fueron seis hombres profesionales entre
24 a 39 años que reconocían haber sido víctimas de violencia por parte de su ex pareja mujer,
también profesional, que habían decidido buscar ayuda en el PROGRAMA DE
RESOCIALIZACIÓN PARA HOMBRES QUE EJERCEN VIOLENCIA CON LA PAREJA (PRHEVIP), de la
ciudad de Calama (Chile), pero que no fueron atendidos ya que tal programa sólo trabaja con
varones agresores a pesar de que reporta frecuentes consultas de hombres que han sufrido o
sufren violencia por parte de sus parejas. Técnicas e Instrumentos Se utilizó una técnica visual
consistente en la proyección de 4 láminas (Ver Figura 1) que plasman distintas situaciones en
la que mujeres violentan a hombres, seleccionadas de 56 imágenes previamente elegidas por
el equipo de investigación y sometidas al juicio experto de tres profesionales con vasta
experiencia en violencia conyugal.

Adicionalmente, se utilizó una entrevista (Ver Figura 2) para indagar los distintos significados
que las imágenes (símbolos) proyectaban para los hombres que se habían reconocido como
víctimas de violencia en el contexto de pareja, asumiendo que estos significados formaban
parte de los patrones culturales en los que se habían socializado como “Hombres” y que por
adscripción o negación demarcaron su construcción identitaria. Los ejes temáticos indagados
fueron la violencia, sus formas y consecuencias, los que se fueron ampliando de acuerdo a las
particularidades de cada entrevista, manteniéndose siempre la experiencia subjetiva del varón
como foco central de la investigación. Diseño y Procedimiento Se optó por un enfoque
metodológico de carácter cualitativo-interpretativo, el cual permitió alcanzar los objetivos de
la investigación por medio de la narrativa de los participantes que bajo una epistemología
hermenéutica busca el significado de los fenómenos a través de una interacción dialéctica o
movimiento del pensamiento que va del todo a las partes y de éstas Estudio cualitativo de la
violencia conyugal 153 Revista Vanguardia Psicológica / Año 3 / Volumen 3 / Numero 2,
octubre-marzo / pp. 150-159 / ISSN 2216-0701 al todo (Martínez, 2008). Se utilizó este
enfoque puesto que la información recogida se presta a diferentes interpretaciones y se
entiende que el conocimiento que producimos es el resultado de una dialéctica entre nuestros
intereses, valores y creencias y la información que entregan los participantes expertos en el
tema (Martínez, 2006).

Las entrevistas se llevaron a cabo a través de la mediación de PRHEVIP quién ayudó a contactar
a los participantes. Se utilizó una oficina ubicada en el centro de la ciudad para dar curso a las
entrevistas, la cual contaba con un espacio apropiado y con los materiales necesarios para
proyectar las imágenes y realizar las grabaciones. Tres mujeres realizaron la entrevista y cada
una de ellas ejecutó una tarea específica, una entrevistaba, la otra tomaba nota prestando
especial atención a la comunicación no verbal de los sujetos y la última, cumplía la función de
acoger en un primer momento a cada uno de los participantes. Al comenzar la entrevista, se
establecieron los encuadres y presentaciones explicando los propósitos de la investigación
verbalmente, solicitando al mismo tiempo su consentimiento escrito que explicitaba la
confidencialidad de los datos. En cuanto al proceso realizado durante la entrevista, se
comenzó con la exposición de las cuatro imágenes y sus preguntas correspondientes. Una vez
terminado este proceso, se procedió a transcribir cada una de las entrevistas realizadas.
Posteriormente se realizó el análisis de la información producida de las seis entrevistas
realizadas a partir de los pasos sugeridos por Martínez (2006) que consisten en iniciar la
categorización del corpus textual, la estructuración de las categorías emergentes, la
contrastación o comparación entre ellas y la teorización o etapa comprensiva que permitió dar
cuenta del objetivo planteado. RESULTADOS La violencia conyugal: Corrección, grito y
descontrol. Las mujeres violentan a los hombres para corregirlos, “porque debe haber ocurrido
algún problema, porque pudo haber hecho algo mal o quizás no hizo caso a lo que le pidió la
mujer (S6: Párr. 2)”. La expresión más común de violencia es la verbal, particularmente el grito,
a través del cual imponen autoridad, fortaleza y control, “la mujer tiene más poder que el
hombre porque lo hace notar al estar gritando (S6: Párr. 1)”. Sin embargo, si este no da
resultados, añade acciones Rodríguez, Espinosa & Pardo. 154 Revista Vanguardia Psicológica /
Año 3 / Volumen 3 / Numero 2, octubre-marzo / pp. 150-159 / ISSN 2216-0701 físicas como
cachetadas, patadas, combos e incluso el lanzamiento de objetos como zapatos y platos. Los
varones describen a estas mujeres como descontroladas, y esta percepción los lleva a evitar
reaccionar frente a la violencia, por lo que deciden dejarla hablar sola, esperando a que se les
pase la rabia y se calme para poder conversar “…no podía lograr que la persona te escuche
atentamente y diga ¡ah! tiene razón, porque esta ensimismada dentro de su violencia y lo
único que podía hacer es desaparecer y que se calmen los ánimos… para que no te pegue (S2:
Párr. 56)”. La masculinidad cuestionada Los hombres se cuestionan si son ellos los
responsables de no haber controlado la situación de violencia, por lo que adoptan una posición
desde donde poder retomarlo, la racionalidad del dialogo, “siempre la comunicación va a ser
elemental, pero no siempre se va a dar en el momento, porque (ella) tiene rabia y está
enojada, quizás en ese momento tiene que haberla dejado tranquila y después hablar, pero
siempre está el tema de hablar, no hay otra solución (S5: Párr. 51)”. A su vez, intentan ocultar
las situación de violencia, “para que nadie se entere, es vergonzoso que alguien más lo sepa,
porque se ríen de ti, te tratan de tonto (S6: Párr. 7)”. A pesar de que las formas que tienen de
referirse a sí mismos, reflejan la vulnerabilidad que sienten frente a la mujer, “(el hombre es
violentado) por tener su autoestima baja y… tener una codependencia de ella… ser tímido y no
creer en sí mismo... (S5: Párr. 23) lo que pone en jaque los mandatos culturales, “(no hacía
nada) por miedo a ella, ver que la realidad no es así, porque casi siempre el que la lleva es el
hombre, no es por un tema de machismo, pero el hombre la lleva y yo no la llevaba… (S3: Párr.
19)”, mostrando con esto la angustia y ansiedad que provienen del “no llevarla” en la relación
de pareja.

Así se culpan, “la culpa es de uno, es culpa del hombre que la mujer huevee… uno se siente
culpable de todo, si me están maltratando ¡yo soy el culpable! ¡me lo merecía!... merezco que
me trate así porque no lo estoy haciendo bien (S3: Párr. 31)”, criticando su manera de ser
hombre, la masculinidad que ellos representan, el “Hombre Bueno”, cuyo rol frente a la mujer
es “cuidarla y protegerla, mostrarle lo que yo sabía y marcarle el camino según lo que yo he
vivido…(S2: Párr. 16)”, “(con ella) fui el papá bueno, el hombre bueno, príncipe azul que la
salvó del hombre malo (S4: Párr. 33)”, que ante Estudio cualitativo de la violencia conyugal 155
Revista Vanguardia Psicológica / Año 3 / Volumen 3 / Numero 2, octubre-marzo / pp. 150-159 /
ISSN 2216-0701 las agresiones evitan reaccionar violentamente “(a pesar de que) me sentía
vejado, humillado… no podía pegarle, no me lo permitiría (S4: Párr. 29)” y que en vez de
continuar con el círculo de violencia, deciden alejarse y terminar su relación… “tomé
consciencia cuando los moretones me empezaron a doler, como después del quinto día y llega
el momento de lucidez y dices ¡ya no más! ¡me voy!, pesco mis cosas y las hecho en un saco y
me fui y ella no hizo nada, se quedó sentada en la cama, sin decirme nada y sin hacer un mea
culpa ¡es triste recordar! (S4: Párr. 17)”. Ver figura 3. El hombre siempre tiene la razón Las
mujeres violentas poseen un carácter dominante, seguro y poco tolerante, “se sienten lo más
grande en la vida y que pueden hacer todo, mujeres imponentes, alteradas y no saben
controlarse (S6: Párr. 20), los hombres violentados, sienten que la relación es desequilibrada,
debido a que sitúan a la mujer en un nivel superior, “porque en mi caso todas las decisiones las
tomaba ella, mandaba en todo si yo quería dar mi opinión en algo no le gustaba y subía la voz
altiro (S6: Párr. 8)”. Es esta acción verbal la que traslada a la mujer de una posición de
inferioridad a la que ha sido relegada culturalmente, por ser mujer, a una posición simétrica
con el hombre, “te gritan de frente, cachay, es como de igual a igual (S4: Párr. 10)”, el acto de
subir la voz, es un acto de resistencia de la mujer, es la manera de imponer su poder frente al
hombre, que ante este evento se disminuye y se somete. Los roles tradicionales se invierten,
las labores domésticas destinadas culturalmente a las mujeres son realizadas por los hombres,
lo que los conflictúa, ya que ataca a la construcción de masculinidad a través de la cual se han
definido históricamente los roles, “ ella era el hombre y yo la mujer, yo hacia las labores de la
casa, cocinaba, limpiaba, iba a dejar al niño a la escuela, etc., y ella se sentaba a ver tele y no
hacía nada y me criticaba si no lo hacía como ella quería (S3: Párr. 15)”. Con esto, los hombres
se desconocen así mismos, cuando “ella vivía gritándome y humillándome que yo no tenía
carácter ni era capaz de hacer nada, simplemente era inútil (S6: Párr. 36)”, criticándolos a
través del lente del hombre tradicional, desconociendo también a la mujer quien debía
comportarse de otra forma, “es como un quiebre de la imagen de la persona que tenías antes
y de la que tienes ahora que me está gritando, insultando, hasta pegando (S4: Párr. 7)”, “yo
pensaba, la miraba y decía ¡pucha! la desconozco o nunca la conocí (S1: Párr. 34)”. Frente a
esto los hombres, buscan explicaciones que permiten mantener la coherencia respecto a su
propia definición, en consecuencia los hombres son racionales y las mujeres emocionales e
incapaces de resolver los problemas a tiempo, es por eso que la violencia para ellos es
producto de “cosas que ella tiene adentro, eso provoca la ira, y afuera como que la detona,
como que le abre la mechita y todo el rollo que tiene ella (S2: Párr. 55)” con esto, las cosas que
dicen en los momentos de violencia, tienen menos valor, son poco racionales, con esto lo inútil
y tonto que eran los hombres, son sólo una manifestación de la emocionalidad de la mujer.
Rodríguez, Espinosa & Pardo. 156 Revista Vanguardia Psicológica / Año 3 / Volumen 3 /
Numero 2, octubre-marzo / pp. 150-159 / ISSN 2216-0701 DISCUSIÓN Los hombres entienden
la violencia como una forma correctiva que tiene la mujer para moldearlos de acuerdo a sus
expectativas y como un producto de los conflictos subyacentes que ellas no han logrado
resolver adecuadamente. Así, la violencia aparece cuando no cumplen el ideal de hombre que
las mujeres demandan, es decir, cuando imponen su voluntad por sobre la de ellos, y es
justamente en este momento cuando las mujeres son percibidas como superiores, ya que
utilizan el grito y el descontrol en un contexto donde ellos ensalzan la conversación. La
violencia es la imposición de la voluntad pretendiendo a través de diversas acciones y
omisiones lograr el sometimiento y opresión de otro en una relación de desbalance de poder
(Hernández, 2009; Morales, Salamanca & Vargas, 2006), esta definición permite comprender
que los hombres, efectivamente son violentados por sus mujeres, puesto que sus parejas los
gritan y golpean, como forma de someterlos a su voluntad. Circunstancia a la que estos
hombres se oponen, evitando enfrentarlas, a pesar de que la cultura patriarcal y la
masculinidad hegemónica los obliga a reaccionar reduciéndola, sin embargo adscriben a una
masculinidad alternativa, a una que se aleja de la violencia física. Como lo afirma Lomas (2004,
citado en Gabarró, 2009) no existe una forma única y exclusiva de ser hombres, sino una gran
variedad de posibilidades, sin embargo, lo cierto es que existe un modelo dominante, al menos
en el imaginario social, que más que una esencia, constituye una ideología de poder, una
dominación simbólica, un mundo de significados donde un cierto tipo de masculinidad se erige
como centro. Las identidades masculinas alternativas tienen un valor social emergente que
permite cuestionar los imaginarios dominantes y repensar los modelos culturales tradicionales
que propician que los varones sientan que su papel en la sociedad no está bien, ni es el
correcto, generando una crisis identitaria a los hombres que practican nuevas formas de
masculinidad, confundiéndolos sobre todo sí su pareja es quién demanda. Así, es la mujer
atrapada en la cultura patriarcal, subsumida en los roles dicotómicos, quien impone un modelo
de masculinidad tradicional, violentando a estos hombres. Lo que es antesala de la aparición
del dolor, ya que pone en jaque su propia identidad, generando angustia y ansiedad al no
percibirse a sí mismos como hombres y no poder sentir y expresar sus emociones, porque
hacerlo implicaría perder lo único que les queda como elemento distintivo de masculinidad, la
racionalidad. La masculinidad referida por los hombres de este estudio se construye en
oposición a la masculinidad tradicional, pues ellos son hombres buenos mientras que los otros,
son hombres malos. Se encargan de proteger y cuidar a la mujer, lo que se contrapone a la
idea de maltrato que entienden dan los otros hombres. Lo bueno de estos hombres, viene
dado por la no utilización de la violencia física como modo de resolución de los conflictos, lo
que sólo es la negación de una sola expresión; no han salido del laberinto de la cultura
patriarcal, no han encontrado nuevas formas de abordar la relación, pudiendo con esto mismo
actuar de manera violenta, al no responder, al evitar, al actuar de forma pasiva frente una
Estudio cualitativo de la violencia conyugal 157 Revista Vanguardia Psicológica / Año 3 /
Volumen 3 / Numero 2, octubre-marzo / pp. 150-159 / ISSN 2216-0701 petición. Sin embargo,
lo bueno de estos hombres no previene la herida narcisista de la violencia, sino que cambia el
poder físico por el poder racional, así vivencian la violencia como una humillación a su virilidad
(Cagigas, 2000) pero nunca como un cuestionamiento a su racionalidad, porque la violencia de
la mujer es descontrol y emocionalidad, y evitarla es una estrategia racional adecuada, así los
hombres siguen siendo los vencedores (López & Güida, 2000) aunque sólo en el plano social,
en el plano público, pues detrás de las puertas también se sienten heridos y no es por la acción
de la mujer, sino por el cuestionamiento a su masculinidad, a su forma, a su identidad. La
violencia hacia el hombre, no se considera como tal, sino más bien se ridiculiza, razón por la
cual se sigue dando prioridad pública a las mujeres en temas de violencia, por considerarlas
más débiles y carentes de protección, no dejando cabida a la idea que un hombre también
pueda ser la víctima, lo que deja ver que la institucionalidad que trabaja en temáticas de
género, tampoco escapa a las influencias cegadoras de la cultura patriarcal, así los hombres
callan, para no tener que lidiar con la ridiculización. Esto pone en la palestra la poca o nula red
de apoyo con la que cuentan estos hombres para intervenir su problemática, lo que deja de
lado aspectos que son importantes de considerar, es decir, la masculinidad, pues no se puede
resolver la problemática de violencia de género sino se aborda de forma integral, analizando y
reflexionando sobre ambos actores y sobre la lucha entre la diversidad y la homogeneidad de
los patrones culturales. En consecuencia, las políticas públicas deben integrar y promover la
participación de los hombres en programas que se especialicen en la intervención de este tipo
de violencia, instando la reflexión y el debate en torno al papel de los hombres en la equidad
de género y en la transformación social en materias de justicia de género (Aguayo & Sadler,
2011). Para finalizar, una importante limitación del estudio fue la no realización de una
segunda entrevista para despejar las dudas que fueron surgiendo a medida que se avanzaba
en el proceso, ya que los giros continuos de la investigación abarcaban nuevas temáticas que
no habían sido consideradas en un comienzo, con lo que surge la necesidad de continuar
indagando en las masculinidades alternativas. Dichos cuestionamientos abren nuevas
preguntas, nuevos caminos ¿Cuáles son las nuevas formas de construcción de la pareja?,
¿Cuáles son los ideales de pareja?, ¿Cómo se logra aceptar al otro en la pareja?, ¿De qué
manera se puede convivir con la diferencia?
Violencia de la mujer hacia el hombre, ¿mito o realidad?

Resumen El sexismo ambivalente afecta de manera inmediata y permanente interfiriendo en la


necesidad de cierre cognitivo, generando confusión, ambigüedad e incertidumbre en las
personas victimas de la violencia de género. Este estudio explora la visión de que las mujeres
puedan ejercer la violencia hacia los hombres. Método: Estudio exploratorio realizado en la
Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Granada. Cuarenta y nueve mujeres,
cumplimentaron el Inventario de Sexismo Ambivalente y la escala de Necesidad de Cierre
Cognitivo. Resultados: El análisis estadístico muestra que no existen correlaciones significativas
entre los resultados obtenidos. Conclusiones: La violencia de las mujeres hacia los hombres no
es reconocida.

Palabras clave: Sexismo | Cierre cognitivo

Introducción

La violencia de las mujeres hacia los hombres en la pareja es un tema poco investigado, a
penas hay estudios realizados sobre este fenómeno. Aunque los factores socioculturales son
los que influyen en la aparición de la violencia, es la legislación la que protege los derechos por
igual de todas las personas; sin embargo existe diferencia penal en los delitos y las penas son
imputadas según el género, aunque la ley debiera proteger a las persona con independencia
del género, para evitar una discriminación positiva perpetúa. La conducta violenta de mayor
impacto es el homicidio, generalmente, perpetrado por hombres; aunque, también hay casos
de violencia perpetrados por mujeres directa o indirectamente. En España no existen estudios
representativos para generalizar este último dato, ya que la mayoría de los casos las victimas
son mujeres.

La violencia conyugal es una conducta abusiva que se da dentro de una relación que provoca
tanto daño físico como psicológico. Generalmente, son formas de demostrar dominación y
control sobre la otra persona, que se repite reiteradamente agravándose la intensidad y
frecuencia. La mayoría de los investigadores se han centrado en estudiar las características
psicológicas y el perfil tanto de las personas agresoras como de las víctimas. Asegurando que
una persona maltratadora puede pertenecer a cualquier clase social, con una baja autoestima
y un deseo irracional de dominar a la otra persona (Gálvez, 2011). Además desarrollan esa
tendencia mediante aprendizaje, ya que la violencia es aprendida, sobre todo, al observar la
conducta violenta en modelos referenciales. Por lo tanto, la conducta violenta en el hogar es el
resultado de un estado emocional intenso que interactúa con unas actitudes de hostilidad, un
repertorio pobre de conductas y unos factores precipitantes, así como la percepción de
vulnerabilidad de la víctima (Echeburúa y De Corral, 2009). La violencia doméstica proviene de
estructuras sociales, económicas, políticas y culturales desigualitarias e injustas. No se trata de
un fenómeno nuevo, pero su reconocimiento como problema social si es relativamente
reciente. Para que la violencia ejercida contra las mujeres en el hogar haya trascendido desde
el ámbito privado al ámbito público, ha sido necesario que las mujeres paguen un alto precio,
pues han sido numerosas las victimas que han muerto a causa de este tipo de violencia
(Alonso, Manso, y Sánchez, 2013). Tras más de dos décadas de activismo independiente
buscando la atención sobre este problema, los colectivos feministas, consiguieron que los
organismos internacionales adquiriesen conciencia de la relevancia de este grave problema
(Jiménez, Luengo, y Taberner, 2011). A partir del año 2004, en España, se aprueba una ley
específica que tipifica como delito cualquier maltrato familiar, antes estos actos eran
considerados como faltas, mientras que a partir de ese año pasa a ser delito por lesión, en el
que incluye maltrato físico y psicológico (Maqueda Abreu, 2006). Pero la violencia en el seno
de la familia sigue estando oculta, ya que los actos violentos se realizan en la intimidad,
dificultándose su detección (Sarasua, y Zubizarreta, 2000). La tendencia a valorar a las
personas según su género presupone sentimientos, emociones, conductas o actividades que se
pueden desempeñar, dando lugar a los estereotipos.

Actualmente se han reducido las manifestaciones sexistas, pero ha aparecido el sexismo


ambivalente, el cual se constituye de dos componentes: hostil y benévolo. Ambos tipos de
sexismo se centran en el poder que quieren ejercer o imponer los hombres sobre las mujeres
(Expósito, Moya y Glick, 1998). En una investigación reciente se comprobó que los efectos del
sexismo ambivalente afectan de manera inmediata y permanente interfiriendo en la necesidad
de cierre cognitivo; generalmente las personas buscan una respuesta definitiva ante un
problema determinado; el cierre cognitivo evita la confusión, la ambigüedad y la
incertidumbre, por lo tanto, puede tener un papel importante en las relaciones
intrapersonales, interpersonales, intragrupales e intergrupales (Arjona, y García, 2014). En los
casos de violencia en la pareja donde el hombre es la víctima, los medios de comunicación
suelen tratar el tema como si fuese un crimen, pero sin hacer mención a los términos de
violencia doméstica o abuso por parte de la pareja o violencia de género. Se tiende a cerrar los
casos de manera inmediata y permanente como si no hubiesen sucedido. Existen algunos
casos de hombres muertos y maltratados por sus parejas o exparejas; sin embargo no han
recibido atención por los medios de comunicación. Incluso los hombres, víctimas de la
violencia por parte de sus parejas, no son conscientes de que tienen un problema, ya que
socioculturalmente la mujer sólo ejerce la violencia para defenderse del hombre. La sociedad
actual no da cabida a la existencia del hombre maltratado ya que no existe la visión del
hombre maltratado en la violencia doméstica. Es extraño pensar que puedan haber hombre
que sean víctimas de malos tratos por parte de sus parejas (Toldos, 2013).

Con este estudio de carácter exploratorio se pretende abrir una línea de investigación en el
ámbito de la violencia de género que sea inclusiva de ambos géneros. Por lo tanto el objetivo
es: comprobar si existe consciencia de que la violencia de género puede darse de la mujer
hacia el hombre.

Método

Participantes

Cuarenta y nueve mujeres, de entre 18 y 50 años (M=27, SD=7.8). La muestra fue escogida
aleatoria en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Granada.
Instrumentos Se utilizaron el Inventario de Sexismo Ambivalente, ASI, (Expósito, Moya, y Glick,
1998) y el test de Necesidad del Cierre Cognitivo, NCC, (Horcajo, Díaz, Gandarillas, y Briñol,
2011). La escala de sexismo ambivalente consta con 22 ítems, con 6 respuestas establecidas
que van desde “totalmente en desacuerdo” hasta “totalmente de acuerdo”. El Test de
Necesidad de Cierre Cognitivo consta de 14 ítems con un intervalo de respuestas igual que la
escala de sexismo. Los análisis de fiabilidad de ambos instrumentos fueron de un Alfa de
Cronbach de 0.791 para la escala de Necesidad de Cierre Cognitivo y un Alfa de Cronbach de
0.835 para el Inventario de Sexismo Ambivalente.

Procedimiento

Los instrumentos fueron cumplimentados por 49 mujeres el día 7 de abril en la cafetería de la


Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Granada. A las participantes se les
pidió que asumieran el rol de hombre antes de completar ambas escalas. Posteriormente los
datos obtenidos se analizaron con el programa estadístico SPSS 20.

Resultados

A los datos obtenidos se les realizó un análisis estadístico de correlaciones de Pearson para
comprobar el grado de correlación y significancia entre las diferentes variables. El resultado
mostró que correlacionan significativamente las variables que componen cada instrumento,
pero éstas no se correlacionan con las variables del otro instrumento, tal como se muestra en
la Tabla 1; por lo tanto, el análisis muestra que no exista relación entre el sexismo ambivalente
y la necesidad de cierre cognitivo.

Discusión y conclusiones

El hecho de que no se correlacionen las variables del ASI con las NCC puede interpretarse
como la ausencia de consciencia del hecho de que las mujeres puedan ejercer la violencia
hacia el hombre, por lo tanto no tienen necesidad de cierre cognitivo. Además generalmente
se entiende como violencia de género la que ejerce el hombre hacia la mujer. Por lo tanto este
estudio exploratorio lo único que muestra es que la violencia de las mujeres hacia los hombres
no es reconocida, posiblemente debido a la falta de conciencia o a la escasez de este tipo de
violencia de género. Para concluir, la violencia de género de las mujeres hacia los hombres,
aunque sea escasa, existe y sería necesario investigarla porque la sociedad se debe construir
desde la igualdad.
Hombres violentados en la pareja. Jóvenes de Baja
California, México

Men in couples experimenting violence. Baja California, Mexico


Youth

Humberto González Galbán y Teresa Fernández de Juan

El Colegio de la Frontera Norte.

Fecha de recepción: 25 de septiembre de 2013.


Fecha de aceptación: 4 de marzo de 2014.

Resumen

El objetivo del presente trabajo es contribuir a la creación de conocimiento y


conciencia sobre la violencia de pareja de la mujer contra el hombre, ello para el
caso específico de los jóvenes heterosexuales de Baja California. Para tal fin se
presentan algunos antecedentes de estudio realizados en el contexto internacional
y nacional, y se analiza dicha problemática en el escenario bajacaliforniano, que se
sustenta en elementos empíricos disponibles sobre la entidad. Entre los hallazgos
de mayor interés se destaca la alta incidencia de violencia contra los jóvenes en
esta parte de la frontera norte de México, características sociodemográficas y
sociopsicológicas asociadas a la referida situación y el surgimiento de nuevas
interrogantes sobre esta transcendente temática.

Palabras clave: violencia contra hombres, parejas de jóvenes, Baja California.

Abstract

The objective of this work is to contribute to the creation of knowledge and


awareness of domestic violence of women against men, between the young
heterosexuals from Baja California. With that purpose, are presented some
background studies carried out at the international and national context, and it is
analysed this problematic in the bajacalifornian scene, based on empirical elements
available on the entity. The findings of most interest include the high incidence of
violence against young people in this part of the North border of Mexico, socio-
demographic and sociopsychological characteristics associated with the mentioned
situation and the emergence of new questions about this transcendent issue.

Keywords: violence against men, young couples, Baja California.


Introducción

La violencia en el hogar, en particular entre los cónyuges, a pesar de su


comprobada incidencia (sobre todo hacia la mujer por parte del hombre, como la
más frecuente y culturalmente esperada), aún no ha sido documentada de forma
insuficiente, tanto en México como en América Latina (Duarte et al., 2010).
Adicionalmente, el estudio de las agresiones durante el noviazgo está menos
registrado todavía, de forma que son percibidas por los jóvenes como algo normal
(Fernández, en prensa), por lo que cuando están inmersos en una relación violenta,
no identifican la situación ni están conscientes del riesgo que conlleva que ésta "se
convierta a la postre en una forma de vida erróneamente natural, por lo que las
personas pueden acostumbrarse a ella sin percatarse de que los episodios violentos
ocurran con más frecuencia y mayor intensidad" (Ramírez y Núñez, 2010:274).

En este orden descendente y dentro de la misma problemática de violencia, la


menos estudiada es la agresión ejercida hacia el hombre por parte de la mujer. Y
es que la visión generalizada atribuye automáticamente al primero como hacedor
de la violencia, y a la segunda, en el papel de la víctima, que si bien se ha
mostrado como el escenario más frecuente, no es la única vía a través de la cual se
manifiesta el maltrato en la pareja.

Es importante mencionar que si continúan tomándose estas aseveraciones como


paradigmas sin una discusión científicamente fundamentada, esta perspectiva
seguirá limitando las posibilidades de conocer aspectos de interés sobre la otra
parte óocultaó de la violencia entre los pares amorosos, como ha sido descrito por
varios autores1 (Agoff, 2009; Bedevia, 2001; Carmona, 2003; Contreras, 2008;
Goinheix, 2012), y que impiden llegar al conocimiento necesario que permita
desplegar un trabajo de reeducación y de toma de conciencia para incidir en su
eliminación.

Los escasos pero importantes datos encontrados en la investigación sobre violencia


en la pareja provocada por ambos sexos han motivado la realización de este
trabajo, que tiene como objetivo analizar críticamente algunos enunciados desde
los que ha sido abordado este problema, así como evidenciar antecedentes
empíricos que le den sustento estadístico a un estudio fundamentado, con el fin de
conjugar la mayor cantidad de elementos, con una visión educativa y preventiva -
en este importante grupo poblacional- que logre el impacto esperado dentro de las
políticas públicas.

Como objetivos específicos de este trabajo se pueden señalar:

• Evidenciar, basados en un estudio representativo y desarrollado previamente (la


Encuesta de Salud Reproductiva en la Adolescencia [ENSARABC, 2006]), la
incidencia de la violencia contra el hombre entre parejas jóvenes heterosexuales,
en un contexto donde la violencia en general y la de pareja en particular se ha
manifestado con intensidad, como es el caso del estado de Baja California, en la
frontera norte de México (Fergunson, citado en González y Fernández, 2010),
tratando de aportar nuevos elementos en torno a esta problemática, enriqueciendo
la escasa literatura regional existente al respecto.2

• Explorar el perfil sociodemográfico de las víctimas masculinas de violencia de


pareja, comparándolo con las características de las mujeres victimarias.
• Considerar los factores de riesgo asociados a las víctimas masculinas, tanto de
tipo individual como contextual y sociopsicológico, para reconocer el peso de uno
como condicionante de la violencia.

• Hacer referencia a algunas limitaciones de las medidas institucionales tomadas


contra la violencia hacia el varón en la entidad, regidas, en buena medida, por
posiciones ideológicas que impiden tanto su conocimiento objetivo como el abordaje
necesario para lograr el cese de la misma.

Como aspectos metodológicos se destacan las principales variables analizadas para


poner a prueba dichos supuestos:

1. Las relativas a la violencia: tipo de violencia ejercida o recibida.

a) Haber sido víctima de la pareja actual por el tipo de violencia aquí considerada,
es decir, la física y la psicológica.

b) Haber ejercido la violencia con la actual pareja.

2. Características sociodemográficas:

a) Demográficas: sexo, grupo de edad, estado conyugal.

b) Sociales: asociadas al nivel educacional alcanzado, estar trabajando o no.

3. Entorno de residencia:

a) Referido a estatus migratorio.

b) Violencia experimentada en el entorno familiar en la infancia.

Como sustento estadístico se utilizó el análisis de las tablas de contingencia, donde


se comparan, en el caso de los jóvenes, las diferentes variables referidas, así como
la aplicación de regresiones logísticas para destacar la importancia de los factores
de riesgo asociados a la violencia hacia los hombres jóvenes de Baja California.

En cuanto a la fuente empírica de datos para el desarrollo de este trabajo, se utilizó


básicamente la Encuesta de Salud Reproductiva en la Adolescencia 2006
(ENSARABC, 2006), con resultados representativos a nivel del estado de Baja
California y sus municipios -aunque éstos no fueron analizados en el trabajo-.

Por otra parte, la existencia de un módulo sobre violencia permitió el análisis


sustentado con información confiable de las diferentes variables señaladas, para los
hombres jóvenes de esta entidad fronteriza.

Es importante mencionar que entre las limitaciones de la información utilizada se


encuentra el ser una fuente secundaria y de tipo transversal, lo que relativiza la
validez de los indicadores estimados para, precisamente, la validación de supuestos
teóricos existentes en torno a la violencia hacia los hombres.

Por último, es necesario aclarar que con la realización del presente artículo no se
pretende negar la gran incidencia y gravedad de la violencia de los hombres contra
las mujeres, ni los avances alcanzados en esta lucha (que aún continúa), sino más
bien lograr que la información existente sea complementaria a lo que también le
ocurre a los hombres, y partir de ahí tomar medidas ante los actos de violencia
ejercidos por cualquiera de las partes, lo que permitirá avanzar hacia una
verdadera igualdad de derechos y, por ende, a la solución de la violencia de pareja
(en este caso, entre la juventud).

Antecedentes teóricos y empíricos

Aunque existen limitaciones para el estudio de la violencia contra el varón en las


parejas, sobre todo en lo referente a los desarrollos teóricos necesarios que den
sustento a la información analizada, este tema ya ha sido abordado por algunos
autores desde diferentes perspectivas disciplinarias o ideológicas, lo cual permite su
rescate con vistas a la constatación de este hecho en otras investigaciones al
respecto.

Como la violencia de género, la violencia en la pareja y la violación de los derechos


humanos están estrechamente relacionadas, si se quiere frenar ésta de forma
concluyente, hay que tomar medidas no sólo contra la violencia del hombre, sino
también contra la de la mujer y la de toda la sociedad (Winkler, 2011:1), y ello
precisa que se aclaren, como punto de partida, algunos conceptos y sus relaciones
con el tema.

En este sentido, primeramente tenemos que sexo se refiere a las características


biológicas que determinan nuestra función en la reproducción, con base en la cual
se nos define como machos o como hembras. El género, por su parte, es la
simbología por la que se establecen las expectativas a partir de las que se espera
que cada individuo sienta y se comporte en correspondencia con lo que su cultura
establece, por haber nacido hembra o macho; es por ello que los roles de género,
aprendidos y aprehendidos desde la más tierna infancia dentro del marco familiar y
social, se basan en actitudes y conductas que se supone diferencien a los hombres
de las mujeres, a través de valoraciones culturales. Éstas, además, le atribuyen
mayor valía a lo asociado con el hombre (Gómez, citado en Guerrero et al.,
2011:17), ya que suponen para la mujer un comportamiento tierno, maternal,
dedicado a responsabilizarse del bienestar de la familia antes que del suyo,
emotivo, sumiso, dependiente y no agresivo, en tanto que de los hombres se
esperan caracteres como la autosuficiencia, la seguridad, la fuerza, la
independencia y la agresividad (Fernández y Hernández, 2012; González y
Fernández, 2010).3

Así se justifica la "naturalidad" del poder y el control masculino y, por ende, la


desigualdad y la subordinación de la mujer (Delgado, 2009), y da paso a la
caracterización de las llamadas femineidades y masculinidades, de la cuales los
autores hablan en plural, pues si bien marcan la diferencia respecto a cómo sentir y
actuar sobre la base de la diferencia biológica de los sexos, al estar determinados
social e históricamente, deben ser objeto de un análisis de contexto, considerando
aquellos escenarios donde las relaciones de inequidad, dominación y violencia del
hombre estén más arraigadas.

El proceso de mantener y vivir bajo los patrones impuestos por la masculinidad


(vista como la hegemónica) desde niño, es difícil, como ejemplifica Daniel del
Castillo (2001:253) al señalar que: "En todo salón de clases hay un 'lorna' y un
'maricón'. En ese microcosmos que es el aula escolar, junto con las jerarquías [los
héroes y los cómplices], existen también personajes con los cuales los niños van
aprendiendo desde muy temprano el ejercicio de la exclusión [...]: los outsiders, los
perdedores". Y cuando alguno de los elementos identificadores de su masculinidad
son puestos en duda, suelen obrar como detonadores de violencia, la cual, además,
se dirigirá básicamente hacia las mujeres. Así, la fragilidad de los mecanismos
aprendidos de hombría y la constante necesidad de su reafirmación obligan a la
transformación de los roles de género existentes, si se busca incidir en la
disminución de esta problemática entre ambos miembros de la pareja (Delgado,
2009).

De esta forma, resulta imperioso cuestionar el alcance de la adscripción de estos


estereotipos tradicionales, donde siempre se considera a la mujer como la víctima y
al hombre como el victimario, sin que esto implique invertir la relación (a hombre
maltratado y mujer agresora), siempre a modo de un escenario rígido, en el que
uno de los sexos se comporte necesariamente como el objeto de la violencia y el
otro como su sujeto, lo cual limita la visión a otras posibles variantes (Trujano et
al., 2010). De hecho, si bien es cierto que uno de los patrones que definen a la
masculinidad es la conducta "abierta" y constante de la sexualidad -pues debe
demostrar siempre su hombría por este medio (Guasch, 2012:9)-, se considera que
esto ha llegado al margen de lo simplista, ya que, como consecuencia de haberse
creado el mito de la sexualidad masculina como agresiva y compulsiva, "hay actos
corporales definidos como perversos cuando quienes los realizan son varones, pero
no cuando sus actrices son mujeres".4

Guasch (2012), sociólogo de la Universidad de Barcelona, en el marco de la


Segunda Jornada sobre Políticas de Igualdad y Mainstreaming de Género, se refiere
a la discriminación y a la violencia sutil y socialmente invisible de la que muchos
hombres son objeto desde el momento en que le son proscritos sus roles,
emociones y actitudes. Ello implica una inaccesibilidad a ciertos recursos y
posibilidades sociales gracias a la existencia de una perspectiva estigmatizada, ya
que

En el imaginario social hegemónico parecería que el ser hombre fuera una suerte de
agravante de no se sabe muy bien qué. Y si se es heterosexual, peor todavía. [Por
lo que] el estudio de los hombres desde la masculinidad y no desde [una]
perspectiva de [equidad de] género, elude [el que le sean aplicados] los mismos
instrumentos de análisis que se emplean con las mujeres. Lo cual permite obviar,
invisibilizar y negar las condiciones sociales que posibilitan su propia discriminación.
(Guasch, 2012:10)

Y en este sentido, sin llegar a referirse a la enajenación de la que los padres suelen
ser objeto -en muchos casos del síndrome de alienación parental (SAP)5-, expone
cómo en los procesos de divorcio, la discriminación y las experiencias de dolor de
los hombres se olvidan y se niegan al no obtener, por ejemplo, la custodia de los
hijos por no ser "las madres". Con ello se expone que parte de la "discriminación de
género [hacia el hombre] es socialmente invisible [y está basada] en las mismas
estructuras sexistas que posibilitan la discriminación de las mujeres. [Es así que] el
sexismo, como el poder, están en todas partes. Incluso [...] las políticas de
igualdad se siguen pensando como si los hombres y las mujeres fueran grupos
homogéneos, y no es así, pues unos y otras son muy diversos" (Guasch, 2012:9-
10). Esto conlleva a que, bajo tales "políticas de igualdad", existan también
hombres escondidos y desorientados. En este sentido, habría que estar abiertos a
debatir los planteamientos que se niegan a reevaluar las posiciones que minimizan
la incidencia y consecuencias que para ellos tiene la violencia ejercida por su
pareja, que, además, imponen una "discriminación positiva" que estigmatiza a "los
portadores del mal", por los roles que éstos están prácticamente obligados a asumir
en una sociedad básicamente patriarcal y que en la cotidianidad de la vida moderna
están en franca decadencia, por lo que cada vez más hombres se niegan a
asumirlos.
Más allá del discurso, se plantea la necesidad de adoptar nuevas formas de
visualizar y de concebir la masculinidad, donde se acepte que los hombres son
vulnerables y que, por lo tanto, deben pedir ayuda, negociar para resolver sus
conflictos de forma no violenta, expresar sus emociones sin temor a la censura,
participar activamente en la crianza de los hijos y en el funcionamiento del hogar, y
buscar el desarrollo de relaciones de cooperación más que las de competencia
(Trujano, 2007). Como expresaran Sloan y Reyes (2000), la variabilidad en el
ejercicio individual de la masculinidad deja entrever que, aunque se espere un
determinado patrón de comportamiento, debido a la influencia de otras relaciones
sociales no se ejerce la misma masculinidad frente a todas las mujeres, o en la
propia casa, ante otras condiciones sociales. Cada uno "posee una masculinidad
diferente, cruzada por todas estas relaciones de poder y socialización, y por una
personalidad y visión del mundo propia. Aunque los mandatos de la masculinidad
dominante son similares para todos los hombres, la forma en que se busca el
cumplimiento o incumplimiento admite mucha variación individual" (1997:22). Por
lo tanto, el surgimiento de masculinidades alternativas estaría más acorde a la
realidad.

Otro aspecto a tomar en cuenta para un certero análisis de la problemática aquí


tratada sería el determinismo que conlleva a que se le adjudique al hombre
automáticamente la responsabilidad de la violencia en el seno de la pareja, o se le
confiera un protagonismo excesivo, pudiendo responder ello a otras características
ajenas a la pertenencia a un sexo determinado, como serían la educación, el
movimiento social y las condiciones de violencia en el hogar en la infancia, entre
otras.

La excesiva "ideologización" en torno a este tema y a su incidencia en la cultura


como elemento determinante en la parte masculina de la pareja para no formular
denuncias sobre la violencia (Fontena y Gatica, s/f) sería otro cuestionamiento a
ser analizado más ampliamente por su trascendencia, en posteriores estudios.

Nos encontramos ante una información tan parcializada e influyente debido a


prejuicios machistas y a otros aspectos socioculturales, que aun cuando ya existan
casos registrados y expuestos a través de fuentes periodísticas y académicas, esto
no logra sensibilizar ni a la población, ni a las instituciones policiales que atienden
las denuncias o detectan a los agresores, ni a los funcionarios que con base en las
legislaciones imparten la justicia. Todos suelen mantener posturas que justifican la
violencia femenina, percibiéndola únicamente como una respuesta defensiva ante el
maltrato masculino, lo cual si bien es cierto en un número documentado de casos
(Hernández, 2005), no lo es necesariamente en todos, con lo cual trasmite un
sentimiento de impunidad en estas mujeres, y otro de culpa a los hombres.

Vinculado a ello se encuentran las limitaciones legales que, al suponer que el


hombre será siempre el agresor, desestimulan la penalización de la violencia
cuando es ejercida hacia ellos por parte de su pareja, sin contar con el hecho de
que muchos victimados no hacen uso de las legislaciones que los "amparan" debido
a su desconocimiento acerca de la existencia de leyes e instituciones exclusivas
para los varones, o bien de medios a través de los cuales pudieran solicitar ayuda.

Otro elemento poco considerado es el sesgo estadístico. Conjuntamente con el


lento desarrollo teórico, las fuentes de información están limitadas a insuficientes
registros existentes y encuestas llevadas a cabo en diferentes países a partir de la
violencia doméstica en la cual la víctima, como ya se ha planteado, puede ser
también el varón y no sólo la mujer. Pero su difusión, como ya ha sido señalado, se
ha visto obstaculizada por visiones extremas de género así como por aspectos
culturales, que extienden la creencia de que ello no puede ser posible dado que "el
hombre, al estar vinculado a una mayor fortaleza física siempre puede defenderse
por sí mismo", o porque "no es posible que la mujer ejerza la violencia" (Carney et
al., 2007:18-115).

Entre los países desarrollados se cuenta con una información mayor y más
sistematizada al respecto, que se remonta a la década de 1970. En 1975, los datos
de la U.S. National Family Violence Survey sugirieron que las mujeres eran tan
violentas como los hombres en sus relaciones de pareja, e incluso "iniciadoras de la
violencia en mayor grado que ellos". Posteriormente, Stets y Straus (1992), Archer
(2000) y Laroche (2005) mostraron que las tasas femeninas de iniciación de
violencia en Estados Unidos eran iguales o superiores a la de los hombres, y que
reportaron similares niveles de severidad y consecuencias tanto en los hombres
como en sus compañeras. De igual forma, Williams y Frieze (2005:781) plantearon
que la tasa de injurias de las mujeres era la más elevada entre ambos sexos, y que
ésta agredía de forma más violenta, incluso con independencia de las acciones
precedentes de su pareja.

Con respecto a la apuntada problemática, llama la atención el señalamiento hecho


por el Instituto Nacional de Justicia de Estados Unidos acerca de que la tasa de
encarcelación de las mujeres se ha incrementado en la década de inicios del siglo
actual, a un ritmo que representa el doble que la de los hombres (Ferraro y Moe,
2003; Mullings et al., 2004).6

Adicionalmente, Henning, Jones y Holdford (2003) hallaron que tanto las mujeres
como los hombres eran demográficamente similares en cuanto a la exposición
infantil a los conflictos interparentales, a la vez que en Canadá,7 Laroche (2005)
trabajó con una muestra a nivel nacional en la que destacó la trascendencia del
maltrato registrado hacia los hombres por parte de sus parejas, con valores
similares entre ambos sexos.

A pesar de que los estudios sobre la violencia en jóvenes son escasos, en los
encontrados se observa la repetición de los patrones apreciados para el resto de la
población adulta, tales como el que los varones reporten en menor grado la
agresión que las mujeres (Watson et al., 2001) y la existencia de una mayor
probabilidad entre las féminas a agredir violentamente a los varones, que éstos a
ellas, en el entorno de sus relaciones íntimas (Douglas y Straus, 2003). De igual
forma, Williams y Frieze (2005:781) encontraron que la tasa de injurias de la mujer
es más elevada que la del hombre, y que éstas los agredían de forma más violenta
que ellos, lo cual era generado con independencia de las acciones precedentes del
novio o esposo, lo que puso en entredicho que era una acción defensiva la que
siempre iniciaba la violencia femenina y, a la vez, siembra un antecedente
importante para futuras investigaciones.

En el caso de México destacan, entre otros, el trabajo de Rafael Montesinos


(2002:37-46), en el que analiza los diferentes aspectos socioculturales que fungen
como marco de reproducción de una masculinidad que se encuentra ante la
posibilidad de redefinir sus referentes genéricos y que "transita hacia nuevas
formas de expresión cultural pero todavía no se libera de los referentes
tradicionales que proyectaban su imagen, a partir de estereotipos que concedía a
los hombres el monopolio sobre el poder, la autoridad, la razón y de un deseo
sexual insaciable".

En el año 2004, Cáceres encontró, al investigar la intensidad y la frecuencia de la


violencia física, psicológica y sexual por parte de ambos sexos, que no existía una
diferencia significativa en la violencia psicológica denunciada por ambos.
Dos años más tarde, esta misma autora realizó un estudio similar, analizando la
violencia de la que 60 sujetos habían sido objeto en el contexto de una relación
íntima, como novios o ya en matrimonio (Cáceres, 2006), sin encontrar tampoco
diferencias por sexo en ninguna de las puntuaciones, sino más bien entre los que
eran novios y los que ya estaban casados. Estos resultados coinciden con lo hallado
por Trujano, Martínez y Camacho (2010:339) cuando, ante el incremento de las
denuncias hechas por los varones en contra de sus parejas en el Distrito Federal,
trataron de identificar en una muestra de cien hombres, qué actitudes y
comportamientos percibían como violentos en su pareja, así como la frecuencia y
modalidades con que se presentaban. En su investigación encontraron que las
mayores quejas provenían de los que estaban casados (la mitad de la muestra), y
que "la sola discriminación de actitudes y comportamientos violentos no era
suficiente para evitarlos".

También Hernández-Montaño (2007:315), partiendo de que "La violencia se


construye entre dos, y en esa interacción la mujer tiene una participación activa al
recurrir a conductas verbales durante los episodios violentos, mismas que fungen
como comportamientos detonantes y retroalimentadores de la agresión física por la
que optan los varones", estudió las maneras a través de las cuales las mujeres
participaron en las interacciones violentas estudiadas, sin encontrar diferencias en
relación con lo encontrado entre los hombres.

Guasch (2012:12-13) ejemplifica específicamente su argumento acerca de la


discriminación por inaccesibilidad de oportunidades que padece el hombre, con
aspectos como el que:

• La maternidad se defina sólo como función biológica y no una función social que
se puede aprender. Considera que este es un ejemplo de discriminación a los
hombres que, además, genera una visión sesgada de sus identidades y capacidades
sociales como personas.

• El estudio de los hombres y de sus posiciones sociales de género se hace desde


una perspectiva en la que prima la estigmatización de los varones por el mero
hecho de serlo. En el imaginario social hegemónico parece que ser hombre sea una
suerte de agravante de no se sabe muy bien qué, y que si se es hombre
heterosexual, peor todavía.

• Estudiar a los hombres desde la masculinidad y no desde la perspectiva de género


elude aplicar al estudio de los hombres los mismos instrumentos de análisis que se
emplean para hacer lo propio con las mujeres, lo cual permite obviar, invisibilizar y
negar las condiciones sociales que posibilitan su propia discriminación.

• En los procesos de divorcio, se otorga la custodia a las mujeres por el hecho de


serlo.

• La sexualidad de los hombres es definida de forma estereotipada, simplista,


sexista, e interesada. "Se ha creado el mito de que la sexualidad de los hombres es
agresiva y compulsiva. En consecuencia, hay actos corporales definidos como
perversos cuando quienes los realizan son varones, pero no cuando quienes sus
actrices son mujeres"

Aclara que aunque "la discriminación de género que padecen los hombres tiene una
calidad distinta de la que padecen las mujeres", no significa que no exista. "Si
acaso, es socialmente invisible. Ésta se basa en las mismas estructuras sexistas
que posibilitan la discriminación de las mujeres. Parte de que el sexismo, como el
poder, está en todas partes. Y destaca que las políticas de igualdad se siguen
pensando como si los hombres y las mujeres fueran grupos homogéneos, y no es
así, pues unos y otras son muy diversos".

Violencia de pareja en los jóvenes de Baja California

En el año 2010, el estado de Baja California presentó una tasa de homicidios de


48.9 por cada 100 000 habitantes. Esta cifra, si bien no fue la más elevada del país,
sobrepasa en un importante grado a la registrada a nivel nacional, según cálculos
propios realizados con base en datos aportados por el Instituto Nacional de
Estadística Geografía (INEGI, 2010), que, además, revela que una parte importante
de los asesinatos de la entidad ocurrieron en el hogar (en una tercera parte de las
mujeres, y casi una cuarta de los hombres victimados). Estas cifras pudieran estar
indicando no sólo el hecho (ya conocido) de que un nivel significativo de la violencia
extrema contra las mujeres se presenta en el marco familiar, sino, además, la
posibilidad de que ello le suceda también a los hombres, aunque la fuente referida
no permite precisar cuántos de estos homicidios son ocasionados por las parejas de
las víctimas y cuántos por otro miembro del hogar, o por otras personas ajenas al
mismo.

En relación con los jóvenes de la entidad, no resultó posible encontrar indicadores


extremos de violencia por sexo, debido a las mismas razones ya señaladas para la
fuente de información aportada por el INEGI. Sin embargo, resultan sorprendentes
los datos revelados por una fuente local (la ENSARABC, 2006) para otros tipos de
maltrato, sin desenlaces fatales.

Con base en esta encuesta, 47.6% de los hombres jóvenes reconoce haber sido
víctima de algún tipo de violencia (excepto la extrema) por parte de su pareja, cifra
sólo seis puntos porcentuales inferior a la revelada por las jóvenes que se
encontraban en igual situación (53.4%).

Entre las causas de los pleitos o peleas que condujeron a la agresión de la pareja se
destacan, según las féminas: los celos, el dinero, la educación de los hijos y, en
menor medida, el que el hombre se emborrache (ver figura 1). Para los hombres
jóvenes, el orden de las causas que provocaron disputas es similar al de las
mujeres, salvo el hecho de que éstos perciben el dinero como el factor más
importante; curiosamente, el que el hombre se emborrache recibe una baja
trascendencia, tanto entre los varones como entre las mujeres, por lo que el alcohol
no parece ser un condicionante tan importante de violencia entre los jóvenes
bajacalifornianos. Si bien éste, al igual que las drogas, puede sumar más violencia
a las riñas en general, éstos en sí mismos, no parecen ser grandes generadores de
violencia dentro de la pareja.
La violencia más declarada por parte de la pareja, según la ENSARABC 2006, fue la
de tipo psicológica, con una incidencia de más de 70%, tanto para las mujeres
como para los jóvenes en condición de pareja, resultando algo superior su
afectación para los varones. Este tipo de violencia es señalada potencialmente
como la más dañina para las víctimas (incluso más que la agresión física), debido a
las huellas que deja en diferentes aspectos de la psiquis. Sin embargo, puede estar
afectando sin que ello sea percibido por la persona agredida ni por su entorno
familiar y social, ya que se le suele considerar como algo natural por el
desconocimiento y los patrones culturales que la hacen no visible. Algunos de los
actos específicos por los cuales se reconoce este tipo de violencia se relacionan con
la afectación en su autoestima (Fernández y Pérez-Abreu, 2007), a través de
constantes insultos, humillaciones, intimidaciones y amenazas8

El abuso físico, que por ser el más visible es el que más censura social y castigo
judicial recibe -aunque los mecanismos para que sea denunciado el hecho son aún
muy deficientes-, se presentó en un grado significativamente menor que el
psicológico, y fue a través de golpes, agresiones con objetos, empujones y otros
ataques a la integralidad corporal. Si bien la violencia física que reciben las mujeres
supera en alrededor de 50% a la que experimentan los hombres, los casos
declarados no llegaron a alcanzar a 6% del total de las jóvenes estudiadas.

En este sentido, vale señalar que, según informaciones provenientes del Instituto
Municipal de la Mujer (IMMUJER), sólo en Tijuana se recibieron cerca de 500
denuncias de mujeres afectadas por violencia doméstica durante el año 2007 (Soto,
2009), y ninguna procedente de los hombres, a pesar de que se reconoce la
existencia de dicha problemática -y las evidencias aquí expuestas apuntan a una
importante incidencia de ella-. Esto parece sugerir, hasta el año referido, una
mejora sustancial para el caso de las mujeres, pero una situación contraria para los
hombres, por lo que también ellos necesitan instituciones donde se tomen en
cuenta sus necesidades al respecto y que la población rompa las barreras
ideológicas y culturales que impiden denunciar todas las agresiones que reciben. 9

En cuanto al perfil sociodemográfico de los jóvenes afectados por violencia de


pareja en el hogar, se debe aclarar primeramente que en el cuadro 1 se incluyen
únicamente a las y los jóvenes que declararon haber tenido pleitos -o discusiones
que consideren como tal- con su pareja, y que en estos sucesos actuaron como
victimarias, para el caso de las mujeres, o como víctimas, en el de los hombres, por
lo que no se incluyen las que siempre fueron víctimas o los que en todas ocasiones
se comportaron como victimarios, y, por supuesto, tampoco están considerados
todos los jóvenes que, independiente del sexo, no manifestaron haber tenido algún
pleito con su pareja.

Por las referidas razones, el análisis de esta tabulación no debe ser comparando lo
presentado para las mujeres con lo mostrado para los hombres, sino de manera
independiente. En igual sentido, no es posible inferir que es mayor el nivel de
mujeres victimarias que de jóvenes víctimas para alguna de las variables
consideradas, como ya fue mencionado, pues de acuerdo con la información
disponible, la situación, en sentido general, parece ser lo contrario.

Al tomar en cuenta las consideraciones antes referidas, se puede plantear que


mientras que para las mujeres el ser victimarias aumenta con la edad, para los
hombres víctimas ocurre lo contrario, lo cual puede sugerir una relación diferente
para cada sexo entre la edad y la violencia a la pareja, tanto para ejercerla (en el
caso de las mujeres) como para recibirla (en el caso de los hombres).

Por su parte, el nivel de escolaridad se observa como un claro reductor de la


violencia, tanto ejercida (por las mujeres) como recibida (por el hombre), lo cual
pudiera deberse a la mayor comunicación que potencialmente se establece entre
ambos con la educación, lo que a su vez podría estar asociado al uso de otras
formas de resolución de conflictos, al hacerse la persona más instruida.

Por último, el estatus migratorio, tan trascendente para esta entidad, se aprecia
como que el inmigrante resulta ser menos victimado por su pareja que el nativo de
Baja California, lo que podría asociarse a la mayor prevalencia del machismo en el
centro y sur del país, de donde proviene la mayor parte de los mismos.

La variable trabajo se presentó como un importante inhibidor de la violencia entre


los jóvenes, tanto en la ejercida por la mujer como la recibida por los varones. Por
lo que el estar incorporado o no a la actividad laboral, conjuntamente con el nivel
de educación, deben recibir la mayor atención como inhibidores de la violencia

En cuanto al estado conyugal, parece tener una mayor trascendencia el vivir en


unión libre para que se comporten las mujeres como victimarias, que para las que
están casadas. El que los hombres resulten víctimas no es significativamente
diferente, de acuerdo con los dos estados conyugales aquí considerados.

Por último, el haber sido víctima de violencia en la infancia ejerce un efecto muy
importante en su reproducción en la pareja y demuestra que ello, como
comportamiento aprendido, proviene en gran parte del ambiente en el que se
formó la persona de niño(a) y que, por ende, lo normaliza, repitiendo con su pareja
dichos patrones de violencia cuando es joven.

Como se aprecia en el perfil sociodemográfico mostrado para las mujeres


victimarias y los hombres víctimas de violencia, el sexo no explica únicamente las
diferencias entre el comportamiento de las personas en cuanto a la problemática
analizada, lo que justifica la inclusión de otras variables explicativas, como las
referidas. No obstante que éstas pueden dar un acercamiento al conocimiento de
condicionantes de esta "nueva" situación, la complementación de ello con
posteriores valoraciones teóricas, derivadas de otros estudios sustentados en un
mayor número de elementos empíricos, y el empleo de técnicas estadísticas más
avanzadas, puede conducir a hallazgos que contribuyan a aportar conocimientos
que al ser tomados en cuenta en las políticas públicas, contribuyan a minimizar la
violencia en esta región.

Factores de riesgo asociados a la violencia femenina contra los jóvenes


varones en Baja California

El objetivo de esta parte del trabajo es evaluar, desde el punto de vista estadístico,
la probabilidad de que los hombres jóvenes de Baja California sean víctimas de
violencia de pareja, en función de algunas covariables que se presuponen
influyentes. Para ello se siguió el método de análisis de regresión logística -un
método de estadísticas avanzadas muy utilizado en diversos tipos de
investigaciones-, a través del cual se buscó evaluar la influencia de cada una de las
variables referidas anteriormente (edad, nivel educacional, el trabajo fuera del
hogar, el estatus migratorio y haber experimentado la violencia en la infancia), en
la manifestación de que el hombre sea víctima de violencia por parte de su pareja.
A tal fin, se corrieron varios modelos de regresión logística, donde se consideraron
diferentes tipos de variables.

Como se aprecia en el cuadro 2 (modelo número 1, en el que sólo se tomaron en


cuenta los aspectos aquí categorizados como individuales), la edad, como
condicionante de violencia hacia el hombre, lo convierte en potencial víctima; así,
tenemos que para el caso de los más jóvenes (18 a 19 años), presentaron un
riesgo casi dos veces mayor de ser víctimas [Exp. (ß) = 1.69] que los más adultos,
como sería el caso de la categoría de referencia (25 a 29 años); mientras para los
de 20 a 24 años, con un [Exp (ß) = 0.813], el riesgo de ser víctima se presenta en
aproximadamente 20% [1- 0.813 = 0.187] más que en los de 25 a 29 años. A
partir de esto, se podría inferir que la mayor edad inhibe el recibir violencia por
parte de los hombres jóvenes.

Adicional a lo anterior, es posible apreciar que un nivel educacional más bajo


parece incrementar la posibilidad de ser víctima, aunque la categoría que
comprende a los que sólo cuentan con un grado primario o inferior, no resultó
significativa estadísticamente, lo que la debe excluir del análisis. De esta forma, es
posible apreciar un riesgo mayor cercano a 60%, tanto para los que poseen nivel
básico o medio básico, en relación con los jóvenes con nivel medio superior o
superior, que, en este caso, sería la categoría de referencia.

Otro aspecto de gran trascendencia vinculado a la problemática que nos ocupa en


este trabajo es la no inserción de los jóvenes en el mercado laboral, lo que además
de incentivar la violencia, como comúnmente se señala, puede ser también un
condicionante de recibirla, para el caso de los hombres jóvenes. Así, el estar
trabajando redujo en 60% el riesgo de los jóvenes de ser víctimas de violencia por
parte de su compañera.

En el segundo modelo (cuadro 3) se aprecia que el estatus migratorio (en este


caso, el ser nacido en esta entidad) supera en más de una vez el haber sido víctima
que los provenientes de otras entidades, en lo que puede estar influyendo los
diferentes formas de interrelación con su pareja, asociado a patrones de género.
En igual sentido, el haber sido víctima de violencia en la infancia se observa como
el más elevado valor que toma el Exp.ß (1.605), lo que sugiere un muy alto riesgo
de los hombres que fueron víctimas de violencia en la infancia, de repetir el patrón
de comportamiento ya de adultos, resultando entonces víctima de su pareja
femenina.

Al controlar los aspectos contextuales a través de las variables de tipo individual


antes referida, como se observa en el modelo 3 (ver cuadro 4), tanto el ser víctima
de violencia en la infancia como el ser inmigrante mantienen su relevancia como
factores de riesgo de recibir violencia; de igual forma, el resto de los factores (los
llamados aquí individuales) tampoco reducen significativamente su valor, lo que
induce a asumir la trascendencia de todos ellos y la necesidad de profundizar en un
futuro el análisis de la problemática analizada, considerando las variables antes
referidas.
Conclusiones

Como se ha apreciado en el presente trabajo, hay evidencias que apuntan hacia la


incidencia de violencia que también existe por parte de la mujer hacia el hombre,
demostrada en este caso empíricamente entre parejas jóvenes de Baja California.

Por tal motivo, se sugiere tener en cuenta sus implicaciones y trabajar sobre ellas,
tanto desde la educación y la prevención, como en su profundización a través de
otros estudios más amplios, actualizados y comparativos que cuenten con una
mayor y más sistematizada información acerca de los aspectos de esta
problemática, poco convencional e incluso controversial, tanto para la generalidad
de los servidores públicos como para la población (en este caso, la de la frontera,
asediada por diferentes formas de violencia).

Al respecto, este artículo pretende desencadenar otros trabajos que respondan en


mayor medida a las diferentes interrogantes que del mismo se desprenden (como
es lo referido a sus principales factores de riesgo, que aquí despuntan ser la
condición migratoria y el haber padecido de violencia en la infancia como los más
significativos, y a la vez tomar en consideración a la edad, a la educación y al hecho
de desarrollar o no una actividad laboral).
Se espera que toda la información aquí ofrecida (tanto de índole nacional como
internacional, no sólo del estado) aliente a una mayor toma de conciencia hacia
este problema social poco revelado, investigado y aceptado, sin que esto demerite
el estudio acerca de la violencia ya reconocida del hombre hacia la mujer, ya que
en realidad se trata de tomar conciencia acerca de la violencia que existe y se
acrecienta entre las parejas jóvenes, futuros cónyuges y educadores de las
generaciones siguientes, en patrones de maltrato que ahora sabemos abarcan
también al sexo masculino.

En el caso específico que nos ocupa (la violencia que reciben también los miembros
masculinos), Barker (2013:s/p), destacado defensor pro equidad, planteó:

Yo soy un activista e investigador en la participación delos hombres en la igualdad


de género y la prevención dela violencia. Estamos tratando de involucrar a los
hombres como aliados para lograr la igualdad de género, la superación de la
injusticia de género y la reducción dela violencia. Se puede decir que las
masculinidades son destructivas en su esencia, o se puede ver la masculinidad
como una construcción social abierta al cambio. Nos conectamos con las voces de
la paz y la resistencia, hombres para encontrar y mujeres que creen en versiones
equitativas y diversas de lo que significa ser hombre y mujer. Dondequiera que
comencemos, en cualquier parte del mundo, el primer proceso es el mapeo delas
voces en la comunidad, [...] que se esfuerzan por construir la paz y, sobre todo, en
nuestro caso, para transformar las versiones violentas y homófobas de la
masculinidad.

Se debe hacer hincapié en lo oportuno que resulta en estos momentos profundizar


en estudios que también abarquen la violencia contra el hombre en las parejas
jóvenes, generando la información necesaria para poder responder a las
interrogantes que surgen en torno a dicha temática, ello aprovechando las nuevas
condiciones que se están presentando que potencian el cambio de masculinidad en
diferentes poblaciones como la de los jóvenes de Baja California, la cual puede
convertirse en un buen escenario prospectivo.

La aplicación parcializada de las regulaciones legales en torno a la violencia hacia el


componente masculino de la pareja también debe ser considerada en el marco
normativo que otorga el fundamento legal para las acciones que las instituciones
han emprendido (por su importancia) para erradicar la violencia familiar contra las
mujeres. Hay que partir del hecho de que todas se basan en los compromisos que
el Estado mexicano ha adquirido en el ámbito internacional, traducidos en acciones
jurídicas, programas y estrategias vinculantes. En este sentido, las leyes de
protección a las víctimas deberían ser lo suficientemente incluyentes para todos, tal
como plantean Trujano y colaboradores (2010:340): "urge generar estudios
formales que contemplen la prevención, detección, evaluación e intervención en lo
individual, pero también la creación de centros e instituciones de apoyo que
sensibilicen y protejan a las víctimas masculinas en un nivel macro, como
afortunadamente ya ocurre con las mujeres".

Este planteamiento obedece al hecho de que, entre las acciones emprendidas (en
este caso concreto, por el Gobierno del Estado de Baja California), si bien se
comprende el énfasis otorgado a la situación de violencia hacia las mujeres, sus
instituciones, en la práctica, carecen de un apoyo real y efectivo para los hombres
victimados.10Y es que tal como planteara Callirgos (2003:39), "cuando les negamos
a las víctimas varones sus derechos, los estamos discriminando por su género.
Ponerle apellido masculino al agresor y rostro femenino a la víctima es perpetuar
los roles tradicionales y negar o justificar la violencia femenina equivale a ser su
cómplice, a legitimarla".
En sentido de minimizar esta problemática, la estudiosa mexicana de la violencia
femenina, María de la Paz Toldos (2013), plantea que es útil analizar todas las
condiciones que se evidencien a través de las denuncias y las investigaciones
realizadas, para poder solucionar adecuadamente las situaciones de violencia entre
las parejas jóvenes de cada entidad. Para ello, propone seguir distintos pasos,
similares a los que debe seguir una mujer maltratada: primero, el hombre víctima
debe percatarse y aceptar que convive en una relación de abuso, y debe buscar
orientación por parte de un personal especializado; segundo, debe denunciar el
hecho y asistir a instituciones de salud si presentan lesiones (lo cual, además de
brindarle la asistencia médica necesaria, servirá como prueba de la agresión
sufrida). Y tercero, debe buscar la ayuda policial, jurídica y de defensa legal.

Pero paralelamente (o incluso de forma prioritaria), los autores del presente trabajo
coinciden con otros investigadores que destacan la importancia de comenzar por
enfocar los esfuerzos en la prevención y la educación, para así evitar cualquier
manifestación de la violencia desde un nivel primario (en la niñez y en la
adolescencia), poniendo a disposición de esta población toda la información posible
de antemano sobre la equidad y el respeto (Trujano y colaboradores, 2010).

En un nivel secundario, se trabajaría con vistas a detectar a las personas


(básicamente en escuelas) que se encuentren ya en situaciones de riesgo,
proveyéndolas de habilidades específicas para el desarrollo de una interacción
social, justa y eficaz.

Y el tercer nivel estaría ya enfocado a quienes han tenido experiencias violentas en


sus relaciones de pareja, alejándolos de convencionalismos sociales e
involucrándolos en proyectos de vida equitativos, basados en que "nos
relacionamos con nosotros mismos y con nuestros roles, según concepciones y
valoraciones culturales" (Callirgos, 2003:59).

En la medida en que las limitaciones se vayan haciendo menores, se logrará una


relación más igualitaria entre ambos miembros de la pareja, y con ello se eliminará
la violencia en sus diferentes manifestaciones, tanto en el marco de las familias
como en el de la sociedad en general, lo que permitirá la toma de conciencia en
relación con un problema social que ha sido ocultado a través de posiciones
ideológicas que han conformado una cultura que obstaculiza el avance entre las
personas acorde a su sexo.

Finalmente, es conveniente destacar lo planteado por Trujano y colaboradores


(2010: 354) acerca de que la perspectiva de género implica que las relaciones de
inequidad, dominación y discriminación entre hombres y mujeres han de cambiar. Y
para lograrlo, hay que partir por aceptar la multiplicidad de formas de ser
masculinas.
HOMBRES VÍCTIMAS Y MUJERES AGRESORAS:LA CARA OCULTA DE LA VIOLENCIA ENTRE
SEXOS

María de la Paz Toldos Romero Alicante: Editorial Cántico, 2013

José Luis Rojas-Solís

Departamento de Psicología y Formación Ética. Tecnológico de Monterrey, Campus Puebla

El más reciente libro de la Dra. María de la Paz Toldos Ro-mero,“Hombres víctimas y mujeres
agresoras.La caraoculta de la violencia entre sexos”, supone una llamada ala recuperación del
sentido común y el humanismo comoguías imprescindibles de cualquier científico o
profesional interesa-do en la comprensión del fenómeno de la violencia de pareja. Se trata de
un texto que es el resultado de más de diez años de ri-gurosa investigación. Su génesis fue la
tesis doctoral “Adolescencia, violencia y género”, sustentada por la autora ante la
UniversidadComplutense de Madrid en 2002.Una obra necesaria, valiente y hasta polémica,
seguramente paraalgunas o algunos, ya que contraviene el espíritu de la época que propone
que las mujeres son las únicas y exclusivas víctimas de la violencia de pareja.

Así pues, a lo largo de nueve capítulos la autora argumenta su te-sis principal: los hombres
heterosexuales, gays y lesbianas también pueden ser víctimas de violencia en pareja.
Inicialmente la autora se enfoca en la necesaria delimitación del concepto “violencia” y su
separación de otros conceptos asociados. Asimismo, revaloriza la violencia de pareja como un
fenómeno humano e interpersonal, como una violencia entre sexos que cuenta con diferentes
manifestaciones, que puede afectar tanto a hombres como a mujeres y donde los papeles de
víctima y agresor pueden ser intercambiables .Esta argumentación se complementa con las
distintas definición es que adquiere el término género y, por extensión, el de violencia de
género. No se trata de una discusión meramente semántica, sino una disertación sobre las
consecuencias negativas de la tergiversación del “género” reflejado en planteamientos
simplistas y generalis-tas, infiltrados en gran parte de la comunidad científica y medios
decomunicación. En definitiva, es una llamada al sentido común que obliga al lector a
replantearse un tema dominado por la interpola-ción de ideologías, radicalismos e intereses
varios pintos. Siguiendo ese orden de ideas, Paz Toldos analiza el tema de “lo políticamente
correcto” en una brillante exposición sobre la subestimación de la violencia cometida por las
mujeres hacia sus parejas .Es muy destacable el valor y perspicacia con que la autora, funda-
mentándose en una exhaustiva investigación en fuentes científicas y oficiales, denuncia
abundantes sesgos e intereses de distinta naturaleza que se han impregnado en la formación y
supervivencia de un tema que nunca debió haber sido tabú: la violencia femenina. Con el
ánimo de romper este tabú, la autora se apoya en numerosos ejemplos provenientes de
medios de comunicación, estudios científicos representativos y datos oficiales para
fundamentar otra idea importante: la violencia de pareja es mayoritariamente bidireccional. A
pesar de estas consideraciones, hay que hacer la siguiente salvedad: Paz Toldos en ningún
momento olvida que, en el contexto de la violencia de pareja, las consecuencias con frecuencia
son más graves para la mujer que para el hombre. El libro aborda minuciosamente el problema
de las agresiones femeninas y expone algunas razones por las que no se estudia este fenó-
meno; cita como ejemplos la “rentabilidad” de los malos tratos, la existencia de una doble
moral en medios de comunicación y en la comunidad científica, la presión de colectivos
radicales o el entendimiento simplista de la violencia primordialmente como física. No
obstante, el principal aporte en el estudio de las agresiones femeninas es la meticulosa
exposición del tipo de violencia que suele ser más utilizada por las mujeres: la violencia
indirecta, es decir la “manipulación social atacando al objetivo por caminos tortuosos” (p.
25).En capítulos posteriores el análisis toma un vuelco hacia otras víctimas olvidadas de la
violencia de pareja: homosexuales y lesbianas. A partir de la lectura del texto se infiere cómo
el sistema sexo-género favorece la existencia del patriarcado y otros fenómenos asociados
como el heterocentrismo, sexismo y homofobia. Factores que tal vez han incidido
profundamente en la poca o nula existencia de estudios sobre violencia de parejas del mismo
sexo en los países hispanoparlantes. Es así como a partir de información derivada
primordialmente de contextos anglosajones, la autora analiza la violencia entre parejas del
mismo sexo a través de sus distintas manifestaciones y concluye que las parejas homosexuales
son igual, o más violentas, que las parejas heterosexuales. De lo cual se infiere que las
propuestas reduccionistas que propugnan la dominación del hombre hacia la mujer como
leitmotiv de la violencia, como mínimo, se ponen a discusión. A continuación, el libro
profundiza en los motivos que impulsan tanto a hombres como a mujeres para ejercer la
violencia. Para ello ,se diferencia la violencia emocional u hostil (dirigida a hacer daño por
enfado o frustración) de la violencia instrumental (ejercida para lograr objetivos como
controlar, influenciar, coaccionar o causar buena impresión) y se vuelve a resaltar que estas
pueden ser cometidas por ambos sexos.

De esta manera, cuando el poder deja de ser la piedra angular del análisis, se deriva que la
diferencia en la perpetración de la violencia se encuentra en los métodos utilizados sea por

hombres o mujeres

Seguidamente, la autora diserta sobre el proceso por el cual hombres y mujeres se vuelven
violentos. Superados los planteamientos “mono-sexistas” que sostienen que el dominio y
control es la única motivación de los hombres para cometer violencia contra las mujeres, se
analizan diversos mitos sobre la violencia, incluido aquel muy popular que versa sobre el
hombre como el único agresor. En esta sección del texto es donde Toldos fija su postura
teórica sobre el fenómeno de la violencia de pareja, en vez de aquellas teorías que enfatizan
un solo factor explicativo; la autora expone sus razones para decantarse por una teoría
ecológica que incluya indefectible-mente factores psicológicos que, en concreto, son los
mediadores psicológicos .Finalmente, se desarrollan algunas ideas claves para el
entendimiento, prevención e intervención de la violencia de pareja. Tal vez la contribución más
importante sea el cambio de enfoque de prevención a partir de la “no violencia”. Lo que quiere
decir que en lugar de trabajar en la prevención de factores de riesgo se deben fortalecer los
factores protectores desde las esferas políticas, los medios de comunicación, la familia y los
aspectos psicológicos. Es precisamente en esta última parte donde ofrece algunas propuestas
concretas de trabajo para y los profesionales interesados. Es destacable que la obra de la Dra.
Paz Toldos aborde un tema tan polémico y politizado con argumentos que se fundamentan en
evidencias empíricas, y en vez de experiencias personales o convicciones ideológicas. Sin
perjuicio de lo riguroso y sistemático de la obra, es sobresaliente la claridad expositiva, la
organización lógica del texto y, sobre todo, la transparencia intencional de la
autora. Además, es conveniente enfatizar que nos encontramos ante un revelador análisis de
la violencia de pareja realizado desde cuatro vertientes: interpersonal, psicológica, sociológica
y humana .Interpersonal, porque pese a que el estudio de los fenómenos de pareja implica a
por lo menos dos personas, numerosos estudios parten de la idea de que con un solo miembro
basta para explicar al otro y la relación. Por ello, el planteamiento de la autora se dirige a tratar
este problema como un todo, sin omitir a ninguno de los integrantes ni sus conductas,
mediante un enfoque interpersonal, sistémico e interaccional. Psicológica, que puede
observarse en la importancia de los media-dores psicológicos sin menospreciar otros factores
explicativos. Además, no conceptualiza la violencia como resultado, sino como un proceso. Es
decir ,sin culpabilizar a la víctima masculina o femenina ni justificar al agresor o la agresora,
considera necesarias las conductas de ambos para entender el proceso interaccional violento.
Sociológica, debido a que toma en cuenta la importancia de las transformaciones
socioculturales y su efecto en la sociedad y en la vida de los individuos; así como los
aspectos de género desde un punto de vista neutral e inclusivo .Humana, porque la autora
devuelve el carácter humano al problema de la violencia, un enfoque que sin lugar a dudas
amplía posibilidades de entendimiento, prevención e intervención social y psicológica .Paz
Toldos se incorpora a una lista pequeña pero cada vez creciente de investigadoras que, como
Cantera (2004) o Trujano, Martínez y Camacho (2010), han desafiado la espiral del silencio
sobre la violencia contra los hombres, aquella que quizás fue la misma que en algún momento
condescendió el injusto mutismo hacia la violencia contra las mujeres. En ese tenor, es preciso
subrayar que la autora retoma el entendimiento de la violencia en pareja con tal
rigor académico y científico que la valía de su obra se incrementa por el posible eco en otras
esferas allende el mundo científico y académico. Por ejemplo, el reconocimiento de la
violencia hacia otras víctimas podría impulsar la creación o modificación de políticas públicas
que atiendan la violencia de pareja sin discriminación basada en el sexo u orientación sexual
de los agredidos. Sin menoscabo de ello, es conveniente apuntar que queda pendiente para
futuras líneas de investigación la inclusión del estudio de la violencia en parejas transexuales.
Sin lugar a dudas la labor, cuyos frutos leemos en este texto, no ha sido fácil ya que Paz Toldos
ha tenido que sortear, exitosamente a mi juicio, numerosos peligros. De tal forma que, por
ejemplo, nunca pone en tela de juicio la lucha contra la violencia hacia la mujer .Muy al
contrario, la anima. Aun entendiendo que la violencia de pareja es bidireccional, en ningún
momento insinúa que las consecuencias de las agresiones de pareja son más graves para los
hombres que para las mujeres. Por lo que, cualquier argumento acusando a la autora
de azuzar una “contracultura” vacua, superficial o machista carecería de fundamento .Su
intención es más bien espolear el debate y la reflexión en torno a cuestiones tan elementales
como la conciencia de sesgos en la investigación o la formación de tribunales de opinión
pública. Paz Toldos incluso incide agudamente en otros sesgos que circundan al estudio dela
violencia en la pareja: el género como sustituto de mujeres, la perspectiva de género como
sustituto de perspectivas feministas, el hetero-centrismo que rige a gran parte de la
comunidad científica y que termina por obviar a homosexuales, el sexismo que coloca a los
hombres el marchamo inamovible de maltratadores y a las mujeres como desvalidas, lo que
redunda en la generación y pervivencia de dicoto-mías rígidas que no necesariamente
responden a la realidad .Por último, el estímulo del debate y la reflexión que busca la autora
repercute indirectamente en la prevención del cientificismo, un error bastante común que
olvida el entramado complejo de ideologías, intereses políticos y económicos y hasta
cuestiones personales que circundan a la ciencia. Creo interpretar que la intención de Paz
Toldos en ningún momento es emular el enquistamiento de la añeja separación en el contexto
angloparlante entre los que defienden intereses de mujeres y “los otros”, puesto que los
intereses de hombres y mujeres no debieran ser entendidos –y nunca debieron haberse
entendido-como un juego de suma cero (Brush, 2005). En ese sentido, este tipo de obras son
más que bienvenidas en España porque allanan el camino hacia un verdadero trato igualitario
e inclusivo entre hombres y mujeres y, por ende, al entendimiento de la violencia de pareja sin
basarse en el sexo u orientación de sus miembros, sino en su más importante e innegable
condición, la de seres humanos.
HOMBRES CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO: REPLANTEANDO

LA MASCULINIDAD EN GUATEMALA

Resumen

El objetivo de este artículo es entender cómo los hombres activistas que participan en
campañas contra la violencia de género en Guatemala interpretan las causas de este tipo de
violencia, el papel que desempeña la masculinidad en su perpetuación, así como cuál es la
mejor manera de comunicar estas ideas a otros hombres. La investigación se basó en
entrevistas a ocho hombres involucrados en activismo de equidad de género en Guatemala y
en la observación de talleres enfocados a propagar la igualdad de género dirigidos a
estudiantes de escuela primaria y a estudiantes universitarios. El estudio demostró que la
interpretación de la violencia de género de los activistas era muchas veces compleja y
matizada, y que reconocía no solo cómo la violencia está relacionada con la inequidad entre
hombres y mujeres, sino también cómo esta se ve perpetuada por desigualdades entre
hombres, las cuales crean una cultura masculina de silencio al respecto.

Palabras claves: Masculinidad, Guatemala, violencia de género, feminidad, talleres

de equidad de género.

Introducción

Uno de los diarios más populares de Guatemala es Nuestro Diario. Su portada generalmente
contiene imágenes de policías y transeúntes curiosos que rodean el cadáver de alguna de las
20 personas asesinadas en promedio por día en el país. Por esta razón, los guatemaltecos
aluden a este periódico como “Muerto Diario”, ironizando así tanto su tendencia
sensacionalista como la cruda realidad de las altas tasas de muertes violentas en el país que,
según muchos, incluso superan las tasas medias anuales durante la Guerra Civil. Las tasas de
mortalidad en este país han llegado a ser tan altas que cada cierto tiempo Nuestro Diario
publica cuántas personas han sido asesinadas en lo que va del año. Por ejemplo, la edición del
23 de agosto de 2010 señalaba que 4.051 personas habían sido asesinadas en Guatemala
durante ese año, la mayoría asesinados por armas de fuego, armas blancas, o asfixia. De esta
cifra, alrededor del 13% de las víctimas eran mujeres, el resto hombres. El hecho de que el
número de muertos haya sido desglosado tomando en cuenta el sexo de la víctima y el tipo de
asesinato es probablemente resultado de la campaña contra el femicidio en Guatemala, así
como de la creciente conciencia en torno al tema. El concepto de “femicidio” describe el
asesinato de mujeres debido a su condición de mujeres (Russell y Harmes, 2001; Trujillo,
2010). Es decir, los asesinatos no fueron simplemente el resultado de crímenes al azar (robo de
autos, robo simple, tiroteos, etc.), sino que fueron cometidos específicamente a causa del sexo
de la víctima y, muchas veces, como es frecuente en el caso de violencia en contra de las
mujeres, por personas que las conocían (Sagot y Carcedo, 2010). Mucha de la evidencia que
demuestra que los asesinatos de mujeres no son solo el resultado de la delincuencia en
general, sino también de motivos de género, es que sus cadáveres a menudo muestran signos
de tortura y violencia sexual. Los hombres, por su parte, suelen ser asesinados por tiros de
gracia, evidencia según algunos de que los motivos no se relacionan con el género, sino más
bien con lo económico (robo, ajuste de cuentas, rivalidad entre pandillas, etc.) (Prieto-Carrón,
et al., 2007; Sanford, 2008). Esta definición de femicidio como asesinato de mujeres forma
parte de un movimiento más grande en Guatemala y otros países centroamericanos para
reconocer, nombrar y hacer visible la violencia contra las mujeres como violencia de género
(Consejo Centroamericano de Procuradores de Derechos Humanos, 2006; Fregoso y Bejarano,
2010). Es decir, lo que se pretende es demostrar que la desigualdad de gé- nero en general, y
la violencia contra mujeres en particular, no es simplemente el resultado de la pobreza, la
delincuencia y la impunidad, sino que siguen patrones específicos que son producto de las
ideologías de género y de las estructuras sociales de desigualdad que tienen ya larga historia
en el país (Carey y Torres, 2010; Forster, 1999; Menjivar, 2011). En Guatemala, como parte de
un movimiento más grande de mujeres surgido a raíz de los procesos de paz en la década de
los noventa, se han creado una serie de organizaciones gubernamentales y no
gubernamentales con el fin de abordar los problemas de desigualdad de género, violencia
doméstica y, actualmente, de Hombres contra la violencia de género femicidio. Estos grupos
trabajan para empoderar a las mujeres tanto económica como políticamente mediante una
reforma a la legislación desde una perspectiva de género feminista, así como a través de
campañas nacionales para generar conciencia sobre temas relacionados con la mujer (Berger,
2006; Godoy-Paiz, 2008; Walsh, 2008). Aunque las publicaciones de estadísticas sobre las
victimas de asesinato registran un creciente número de asesinatos de mujeres en la región,
este tipo de publicaciones no suele brindar estadísticas sobre el sexo del asesino. Es posible
que esto se deba al bajo número de delitos resueltos en Guatemala y a la falta de información
sobre los autores de los delitos. Sin embargo, la suposición más probable es la de que los
asesinos sean en su gran mayoría hombres. De hecho, en los artículos que reportan muertos,
es muy común que se haga alusión a “los desconocidos”, a “dos hombres” e incluso a “el
autor”, aun cuando no existan testigos del asesinato. Tal y como Lancaster (1992) argumenta,
la masculinidad en América Central está íntimamente ligada a las nociones de violencia.
Lancaster respalda esta afirmación con un análisis de la frase “hacerle verga”, donde se utiliza
la jerga del pene para referirse a quien se le lastima o se le da una paliza, y que sugiere que el
pene y el hombre conectado a él son naturalmente violentos. Cuando este tipo de violencia
está dirigida hacia las mujeres es cuando se le considera violencia de género, pues se asume
que la motivación de la violencia proviene de las ideologías sobre masculinidad y feminidad
que justifican la dominación del hombre sobre la mujer. Lo que muchas veces queda sin
examinar, sin embargo, es si la violencia masculina entre hombres también puede ser
considerada como un signo de violencia de género influenciada por las mismas ideologías
machistas que influyen en la violencia contra las mujeres. De hecho, no solamente se supone
que la mayoría de la delincuencia violenta es cometida por hombres, sino que también está
documentado que la mayoría de las víctimas de asesinatos son hombres (un promedio de 90%
al año en Guatemala). Esto sugiere que la violencia entre hombres no puede ser considerada
como un fenómeno neutral con respecto a temas de género (Salas, 2002). Por esta razón,
académicos en el campo emergente de los estudios sobre la masculinidad sostienen que es
importante estudiar la construcción social de la masculinidad para entender cómo esta afecta
las relaciones de poder no solo entre hombres y mujeres, sino también entre los mismos
hombres. De la misma manera en que la investigación feminista ha hecho hincapié en la
separación analítica entre el sexo (nacer macho o hembra) y el género (los comportamientos
asociados con los ideales culturales de masculinidad y feminidad), los estudios sobre la
masculinidad reconocen que haber nacido macho no convierte a un hombre en un ser
violento, sino que este comportamiento es aprendido y promovido por la sociedad (Kimmel y
Messner, 2004; Kimmel, Hearn y Connell, 2005). Sin embargo, el aprendizaje de la
masculinidad no sucede para todos los hombres de la misma manera. Así como existen
múltiples feminidades, también existen múltiples masculinidades, incluyendo hombres que
renuncian a algunos de los privilegios del “dividendo patriarcal”. El ejemplo más obvio de estos
son los travestis y otros hombres exageradamente afeminados. Pero también existen otros
hombres que escogen no seguir todos los dictados de la masculinidad hegemónica, por lo
menos en lo que respecta a la violencia contra las mujeres. Por eso es importante entender
todos los procesos que influyen en la construcción social de la masculinidad y los resultados
diversos que estos procesos culturales producen. En las últimas dos décadas, algunos hombres
han cuestionado los dictados de la masculinidad hegemónica y, con base en ello, han creado
organizaciones internacionales como la Campaña del Listón Blanco y Men Engage que intentan
educar a otros hombres acerca de cómo detener la violencia. Estos programas comenzaron
como esfuerzos para concientizar a los hombres sobre la violencia contra la mujer, pero
también han empezado a preguntarse si las formas de violencia entre hombres también
podrían considerarse ejemplos de violencia de género. Por ejemplo, cuando un actor
masculino (sea hombre o mujer) domina a personas afeminadas o feminizadas (sean hombres
o mujeres), esta dominación puede interpretarse como fundada en el género, puesto que la
motivación de la violencia tiene que ver más con el comportamiento de la víctima que con su
sexo (Ferguson et al., 2005). Al usar esta definición más amplia de violencia de género pueden
incluirse en ella casos en que hombres actúan de forma violenta contra otros hombres que
ellos consideran afeminados, o por lo menos no muy masculinos, lo que hace aún más urgente
un replanteamiento de las ideologías culturales detrás de la noción de masculinidad, no solo
para eliminar la violencia contra mujeres, sino también para detener la violencia entre
hombres (Salas y Campos, s.f.). En Guatemala, este tipo de movimiento por medio del cual los
hombres cuestionan los dictados de la masculinidad se encuentra todavía en sus inicios. En
conversaciones con activistas y otras personas, el tema de “la violencia basada en género”
sigue siendo visto como sinónimo de “violencia contra la mujer.” La mayoría de los esfuerzos
de campañas educativas, de ayuda para las víctimas de la violencia y de reforma legal se han
dirigido a las necesidades específicas de las mujeres. Esto es por supuesto necesario, dado el
hecho de que el Estado históricamente ha considerado la violencia doméstica y el abuso sexual
hacia la mujer como algo “de poca monta” (Red de la no Violencia contra la Mujer, 2006;
England, por publicar). Sin embargo, como Chant y Gutmann (2000) sostienen, los esfuerzos
por lograr la igualdad de género y detener la violencia contra las mujeres deben incluir a los
hombres o corre el riesgo de tener solo la mitad de la población mundial a bordo. Una
organización que está tratando de trabajar con los hombres en la toma de conciencia sobre la
desigualdad de género y la violencia en Guatemala es Mujeres Iniciando en las Américas (MIA),
fundada por la activista guatemalteca Lucía Muñoz en 2005. Su objetivo principal es contribuir
a detener la violencia contra las mujeres mediante la realización de talleres con niños en edad
escolar, estudiantes universitarios, e incluso cadetes de la policía, utilizando el manual
preparado por la Campaña del Listón Blanco.2 Siguiendo la filosofía de esta Campaña, MIA
utiliza específicamente a hombres como facilitadores del taller, basándose en la idea de que
un facilitador hombre está mejor capacitado para llevar el mensaje a otros hombres. Después
de asistir a una delegación en Guatemala con MIA en julio de 2008, se investigó la manera en
que los hombres activistas contra la inequidad de género analizaban y hablaban de la violencia
de genero a los estudiantes que asistieron a Hombres contra la violencia de género estos
talleres. Posteriormente, en 2009 se realizó la investigación en Guatemala, la cual comprendió
dos partes. La primera parte consistió en observar los talleres realizados por MIA con niños de
cuarto a sexto grado (10-14 años de edad) en una escuela ubicada en la Zona 183 de la Ciudad
de Guatemala, así como un taller realizado con estudiantes de la Universidad de San Carlos
(USAC). El taller de Listón Blanco consistía de 10 sesiones en las que los estudiantes
respondieron preguntas por escrito, seguido de una discusión colectiva. Con el permiso de
MIA, se recolectaron los formularios escritos para hacer un análisis cuantitativo de las
respuestas. Asimismo, se tomo nota de la discusión. Luego se analizaron las respuestas escritas
y orales para entender cómo los estudiantes articularon los estereotipos de la masculinidad y
la feminidad hegemónica y qué opinaron de ellos. Finalmente, se observaron las estrategias
usadas por los facilitadores para hacerles pensar de una forma crítica sobre los estereotipos y,
especialmente, sobre cómo estos contribuyen a la violencia de género. La segunda parte de la
investigación consistió en entrevistar a los tres facilitadores masculinos de los talleres y a cinco
hombres más que también trabajaban en activismo de equidad de género. Los entrevistados
oscilaron entre 25-50 años de edad. Todos tenían algún nivel de educación universitario y
vivían en Ciudad de Guatemala. Además eran ladinos heterosexuales, con la excepción de un
hombre indígena y un hombre gay. Los contactos de los tres facilitadores de Listón Blanco se
obtuvieron por medio de Lucia Muñoz, y los demás a través de amigos que trabajaban en
derechos humanos. Todas las entrevistas se llevaron a cabo en Ciudad de Guatemala en agosto
de 2009 y duraron entre 1 y 2 horas. Las preguntas de las entrevistas fueron formuladas con el
fin de analizar 1) su comprensión de los hombres activistas acerca cuál es la base de la
desigualdad de género, 2) la conexión entre violencia contra mujeres y violencia en general, y
3) las estrategias que ellos utilizan en la transmisión de su entendimiento con otros hombres
(Ver Apéndice). En el análisis que sigue, se muestran tres marcos de referencia que los
hombres utilizaron para entender las causas de la violencia de género: la división sexual del
trabajo, la objetivación sexual de las mujeres y las múltiples masculinidades. Al ir de uno a
otro, se muestra cómo esos marcos se vuelven más complejos, rompiendo binarios simplistas y
reconociendo una multiplicidad de factores que ayudan a mantener el silencio masculino
alrededor de la violencia de género. Estos hombres ven la violencia contra las mujeres como
un problema causado en gran parte por el patriarcado y el machismo, pero también reconocen
que la masculinidad puede manifestarse de muchas maneras, muchas veces influenciadas por
otras jerarquías de poder, lo que crea complejas redes de dominación y victimización que
pueden provocar mucha de la violencia entre los hombres. Desde esta visión, algunos analizan
los dictados de la masculinidad hegemónica no simplemente como un conjunto de privilegios
que se adhieren a los hombres que los adoptan, sino también como un conjunto de
restricciones y cargas que a menudo son tan perjudiciales, tanto para los hombres como para
las mujeres. Un análisis que reconozca la manera en que la violencia de género afecta tanto a
mujeres como a hombres en diversas formas contribuirá a la creación de un mensaje que
considere la igualdad de género como un proyecto colectivo en el que los hombres no solo
renuncien a ciertos privilegios, sino que también encuentren beneficios mediante la
construcción de una sociedad mejor para todos. La dualidad de género: Hombres contra
mujeres en la división sexual del trabajo En una revisión de cómo el tema de la masculinidad se
ha tratado en los estudios feministas, Judith Gardiner (2005) sostiene que durante mucho
tiempo los estudios de las estructuras sociales, la psicología, la sexualidad, etc. apuntaban a un
modelo de dominación masculina y de impotencia femenina, o lo que Holter (2005) llama “la
jerarquía de género directa”. Según este modelo, todos los hombres tienen la posibilidad de
ejercer el privilegio masculino simplemente por haber nacido “machos” y por seguir los
comportamientos de los dictados de la masculinidad hegemónica (es decir, el género
masculino). Las mujeres, por su parte, siempre están en una posición de impotencia (en
relación con los hombres en su conjunto) por haber nacido “hembras”, independientemente
de su comportamiento (o sea si escogen comportarse de acuerdo con los dictados de la
feminidad o no). El avance en este modelo está en reconocer que los roles sociales y las
conductas de género se aprenden, en vez de ser inherentes a los cuerpos de hombres y
mujeres, lo que establece una distinción analítica entre el sexo y el género. No obstante, lo que
este modelo no cuestiona es si la masculinidad siempre se manifiesta de forma homogénea, y
si siempre se experimenta como un poder y un privilegio por todos los hombres. En las
entrevistas con los hombres que trabajan para promover la equidad de género, muchos de
ellos articularon este modelo de jerarquía de género directa en sus explicaciones sobre las
causas de la desigualdad de género, culpando mayormente a la división sexual del trabajo que
impide que las mujeres gocen de las mismas oportunidades económicas y educativas que los
hombres. Por ejemplo, Oscar, uno de los entrevistados entre los veinte y treinta años de edad
que trabaja en derechos humanos y estudia ciencias políticas en la USAC se expresó sobre esto
de la siguiente manera: Los hombres tienen las oportunidades. Aquí el que tiene carro es
hombre; el que maneja las finanzas en la casa es hombre; el que lleva muchas veces
supuestamente el sustento es hombre. Entonces eso lo hace sentirse en ese privilegio; sentirse
como él es el que lleva el dinero, como él es el que mantiene a los hijos; sin ver, claro, todo lo
que hace la esposa o la madre. Porque de igual manera la mujer educa, enseña valores, en
otros casos lleva el sustento a su casa, le toca a veces jugar el papel de papá. Entonces eso es
lo que hace que ellos, o que nosotros nos sintamos empoderados para decir “yo tengo ese
privilegio”. Oscar describe lo que las feministas denominan el “pacto patriarcal”, fenómeno
muy común en Centroamérica. Este consiste en que las relaciones desiguales de género en el
hogar se basan en un pacto entre el esposo y la esposa, de tal manera que Hombres contra la
violencia de género mientras el hombre trabaja y apoya a la familia (o sea es un “marido
cumplido” o un “hombre responsable”), la mujer tiene la obligación de permanecer en el
ámbito doméstico, ser sexualmente fiel, y someterse a su autoridad (aunque esta sea
reafirmada violentamente). Si el hombre cumple con sus obligaciones económicas como
cabeza de familia, se considera socialmente aceptable que él tenga amantes, beba con sus
amigos, controle la movilidad de su esposa, reciba los servicios domésticos y sexuales de ella, y
participe en otras conductas que se consideran machistas. Solo cuando estas actividades
comienzan a afectar su papel como un “hombre responsable”, es cuando la mujer gana el
apoyo social para quejarse o dejarlo. Si bien esto describe principalmente las relaciones de
género dentro del hogar, también puede limitar la capacidad de las mujeres para obtener el
“permiso” para trabajar fuera del hogar (para el caso de Guatemala ver Bastos, 2000; para
Costa Rica Chant, 2000; y para Nicaragua Hagene, 2008). De hecho, en uno de los primeros
ejercicios que realizan los alumnos de la Campaña del Listón Blanco en que se les pide una lista
de “los papeles que la sociedad da a hombres y mujeres” mediante la respuesta a las frases
“las mujeres deben...”, “las mujeres no deben...”, “los hombres deben...” y “los hombres no
deben…”, las respuestas más comunes estaban relacionadas con la división sexual del trabajo
(alrededor del 63%). Los estudiantes apuntaron que únicamente los hombres deben tener
trabajo y educación, así como que solo las mujeres deben hacer las tareas domésticas y tener
un papel en las actividades directamente relacionadas con la reproducción. Es importante
señalar que el ejercicio pide a los participantes una lista de lo que la sociedad dice que los
hombres y las mujeres deben o no hacer, no de lo que ellos personalmente creen. De hecho,
aunque las respuestas de los estudiantes reflejan en gran medida los estereotipos dominantes
sobre la división sexual del trabajo en Guatemala, cuando se les pidió discutir las respuestas y
su situación personal, era evidente que había una variación mucho más grande. Según
comentaron durante la discusión en el taller, muchas de las familias de los estudiantes tienen
madres que trabajan, padres que ayudan con las tareas domésticas y niños de ambos sexos
que cocinan, cuidan a sus hermanos menores y barren. Prueba de que esta realidad compleja
existe en Guatemala es el estudio realizado por Bastos (2000) en el que este entrevistó a
parejas casadas que viven en Ciudad de Guatemala y encontró que el modelo hegemónico del
hogar patriarcal, con un padre autoritario y una esposa sumisa, no es el único presente. A
pesar de que todos sus entrevistados estaban conscientes de este modelo y de que se
refirieron a él de alguna manera, las verdaderas relaciones del poder de género eran más
complejas, y eran el resultado de una gran variedad de circunstancias y niveles de negociación
entre los esposos y esposas. La evidencia extraída de los ejemplos personales dados por los
estudiantes en los talleres, así como de los ejemplos de las familias en el estudio de Bastos,
indica que no todas las familias guatemaltecas viven de acuerdo con la división sexual del
trabajo tradicional. Este hallazgo es a menudo visto como una señal de que la igualdad de
género va en aumento. Por ejemplo, varios hombres en Guatemala durante el trabajo de
campo preguntaron sobre el tema de esta investigación. Cuando se les explicó el proyecto,
dijeron que ellos no eran machistas ya que ayudan a sus esposas con las tareas del hogar (lavar
los platos es el ejemplo favorito). Aunque esto puede parecer una medida menor en lo que a
igualdad de género se refiere, para muchos de los entrevistados era realmente una experiencia
que elevaba su conciencia y crítica de la desigualdad de género más allá de la simple división
sexual del trabajo. Por ejemplo, tres de los entrevistados, Bernardo, un director de
documentales de aproximadamente cincuenta años; Jorge, un trabajador de los derechos
humanos entre sus veinte y treinta años; y Oscar, dijeron haber crecido en hogares en los que
era normal para ellos hacer tareas domésticas, y que estas prácticas diarias contribuyeron a su
disposición de aceptar la igualdad de género fuera de la casa. Así lo explicó Bernardo: El hecho
de haber sido formados en un hogar en donde nos ponían a lavar trastos, a lavar nuestra ropa,
hacer el oficio, y habiendo hermanas también, eso nos fue creando la visión de que el hombre
no necesariamente es el ser superior en la sociedad, sino que hay igualdad de condiciones. Y
ya cuando nos involucramos en el movimiento revolucionario [durante el conflicto armado],
pues ya se traía esa mentalidad en cuanto a la visión de la participación de la mujer. No quiere
decir eso que en las organizaciones revolucionarias no se viera la desigualdad de género, pero
habían enseñanzas orientadas hacia buscar la igualdad en general; entonces se iba formando
el pensamiento de que los patrones machistas en los que hemos sido formados no
necesariamente deberían seguirse produciendo, sino se debería buscar cómo equilibrar un
poco las fuerzas entre el hombre y la mujer. Los comentarios de Bernardo coinciden con
muchas de las investigaciones sobre el ascenso de los movimientos de mujeres en
Centroamérica, especialmente de aquellos que surgieron de las experiencias de conflictos
armados y otras formas de activismo político (Babb, 2001; Berger, 2006; Kampwirth, 2004).
Estos acontecimientos se centran generalmente en las experiencias de las mujeres y muestran
cómo su participación en estos movimientos ha contribuido a crear una conciencia de
desigualdad de género y de su capacidad como mujeres, pues les dio experiencia en roles
públicos como organizadoras y activistas. Los hombres a menudo se mencionan como jugando
papeles contradictorios en este proceso: por un lado como los camaradas que les animaron a
involucrarse en los conflictos armados, y por otro como maridos celosos que las enviaron de
vuelta a la cocina una vez que la lucha había terminado. Como Bernardo apuntó, “ser
miembros de organizaciones revolucionarias en algunos aspectos nos ha dado una visión
diferente que nos permite ver la sociedad desde el punto de vista de los demás, abriendo
nuestras mentes a otras formas de desigualdad”. Sin embargo, como muchos estudios de los
movimientos de mujeres en Centroamérica han demostrado, la defensa de los derechos de las
mujeres para obtener educación, tener oportunidades laborales y participar en la política no
siempre ha conducido a transformaciones en el hogar (Montoya, 2003). Oscar se crió en una
situación familiar que refleja esta contradicción. Su padre y su madre provienen de una larga
herencia de revolucionarios importantes y Oscar creció con esta cultura revolucionaria. Sin
embargo, cuando él tenía nueve años, su padre abandonó a su madre y la dejó sola con tres
hijos. A pesar de esta Hombres contra la violencia de género situación, su madre continuó su
trabajo de activismo, dejando parte de la carga del trabajo doméstico a los niños: Yo vivo en
una cultura muy machista que hasta la fecha lucho por no tener actitudes de ese tipo. Aprendí
lo malo, entonces puedo aprender el bien. Mi madre, en ese sentido, desde pequeños nos
tenía involucrados en ese rol. Mi hermana llegaba a veces a las 5 de la tarde del colegio y los
que estábamos desde el medio día éramos mi hermano y yo; entonces quienes le servíamos la
comida a ella éramos nosotros. Es un papel tal vez inverso de roles que tenemos ahí, pero que
no nos permitieron en ningún momento irnos de la realidad, de la realidad de igualdad de
géneros. En el caso de Oscar, la experiencia de hacer los oficios de la casa y de ver a su madre
privilegiar a su hermana con una educación en vez de ponerla a realizar trabajos domésticos
para sus hermanos, aunado al hecho de haber crecido con una madre activista/ feminista,
contribuyó a crearle una conciencia crítica sobre la desigualdad de género. Otro entrevistado,
Eduardo, uno de los maestros de escuela primaria que facilita el taller de la Campaña del Listón
Blanco, se crió en un hogar evangélico tradicional donde la división sexual del trabajo estuvo
tradicionalmente marcada. Él cuenta que no desarrollo una conciencia de desigualdad de
género sino hasta entrados sus veinte años. Al igual que otros, sin embargo, atribuye su
momento de conciencia a tener que hacer lo que normalmente se ve como el trabajo de las
mujeres cuando su madre cayó enferma: Mi conciencia nació de pura casualidad. Fue porque
mi madre se enfermó en ese tiempo y nos pidió ayuda para que nosotros pudiéramos ayudarle
en las tareas de la casa. Y yo, entonces, al empezar a hacer los oficios, a ponerme un tanto en
el papel de la mujer, yo dije: “¡Wow! Esto es un trabajo, trabajo”. Yo pensé: “es muy injusto lo
que yo mucho tiempo había hecho con mi madre”. Por ejemplo, a los diecisiete yo casi jugué
futbol profesionalmente; entonces llegaba con mi ropa sucia y se la tiraba ahí y a ella le tocaba
lavarla a mano. Pero la ropa que es de futbol ahora yo la lavo. Yo soy más consciente de todo
porque yo sé lo que cuesta. Cuando el hombre no está consciente de lo que cuesta ser mujer
en Guatemala, no tiene la consciencia. El poder transformador de “ver las cosas desde el punto
de vista de los demás” fue un tema constante a lo largo de las entrevistas. Para muchos de los
entrevistados esto se ejemplifica sobre todo cuando se ven llamados a hacer las tareas
domésticas, a ver a las mujeres asumiendo el papel de cabeza de familia, o a tener que apoyar
en las tareas sin distinción de sexo. Así, mientras que la agenda de la igualdad de género de las
familias de Oscar y Bernardo fue más directa, en el caso de Eduardo y otros esta se debió a que
las madres tuvieron que poner a sus hijos a hacer las tareas domésticas por necesidad. Sin
embargo, Eduardo también argumentó que su experiencia, tanto en su casa como con sus
alumnos, le había enseñado que a veces las madres son tan firmes en la aplicación de la
división sexual del trabajo dentro y fuera de la casa como los padres. Los entrevistados se
refirieron a esto mediante un dicho guatemalteco: “macho se escribe con `m´ de mamá”. Por
ejemplo, Eduardo explicó cómo él tuvo que cambiar no solamente su propio modo de pensar
sino el de su madre también Por ejemplo, de pequeña mi hermana barría, planchaba para
nosotros; ella era la que cocinaba para todos, y mi madre también. Y nosotros los hermanos no
a la cocina. Era como (…) algo poco varonil. Y en esa forma entonces yo le decía a mi mamá:
“Mire usted me crió tantos años de esa manera, y ahora [que necesitas mi ayuda en la casa]
espéreme, deme chance que yo tenga la oportunidad de asimilarlo. Me acostumbré veintitrés
años [a] dejar los platos en la mesa y no lavarlos”. Y es así como entonces empecé a
concientizarme de que hay necesidad de educar también a las damas en esa área. Porque
muchas veces es la mamá quien dice a sus hijos: “no puedes cocinar, no puedes lavar trastos”,
etc. Basado en este análisis de la desigualdad de género, fundamentada principalmente en la
división sexual del trabajo y en el poder transformador del intercambio de roles, Eduardo y
Gilberto, otro profesor de la escuela primaria en donde se realiza el taller de la Campaña del
Listón Blanco, participan en actividades con los alumnos para enseñarles que estos roles de
género no son más que construcciones sociales. Por ejemplo, los dirigentes del taller usan el
primer ejercicio de la Campaña llamado “La vida en un cajón” para crear debates sobre la
diferencia entre sexo y género, es decir, sobre qué aspectos de las niñas y los niños son
físicamente diferentes (sobre todo en lo que respecta a la biología reproductiva), y sobre
cuáles son simplemente roles y estereotipos establecidos por la sociedad. Los facilitadores
hacen hincapié en que tanto las niñas como los niños están limitados en un patrón de
comportamiento según el “cajón” de género (por ejemplo, el precepto de que los niños no
lloran y las niñas no juegan al fútbol). Después de enumerar lo que los niños y niñas pueden y
no pueden hacer de acuerdo con la sociedad, ellos discuten si pueden cambiar los roles y lo
que sucedería tras el cambio. En cada discusión, la conclusión fue que lo único que les impide
cambiar los roles es la presión social y no las capacidades inherentes a su condición de hombre
o mujer. Para reforzar este mensaje los maestros también animan a los estudiantes a realizar
actividades consideradas por lo general inapropiadas para su sexo, tal como Gilberto explicó
en su entrevista: Acá, en la escuela, los niños lavan los trastos después de la refacción
merienda. Al principio en mi grupo lo que sucedió es que los varones querían que solo las niñas
lavaran trastos. Y yo les tenía que explicar que no necesariamente solo las mujeres hacen eso.
Pero me decían que en sus casas solo sus mamas o sus hermanas hacían estos quehaceres. Y
les explicaba que no, que esto era una actitud machista y ellos tenían que romper ese
esquema de ser machista porque así como las mujeres tienen manos, los hombres también, y
como ellas pueden lavar trastos nosotros también podemos lavar trastos. Parte de ser un buen
ser humano es aprender que hombres y mujeres tenemos las mismas obligaciones y el
derecho a una buena calidad de vida. A raíz de esto, ellos cambiaron su actitud y lavan los
trastos compartidos. Varios de los entrevistados interpretaron esta ruptura de la división
sexual del trabajo como un gran paso adelante en Guatemala, ya que es más común ahora ver
a mujeres que trabajan, asisten a la universidad y hacen trabajos que tradicionalmente han
sido asignados a los hombres (los ejemplos de Eduardo fueron mujeres que trabajaban en
Hombres contra la violencia de género mecánica o conducían camiones). Además, los
beneficios legales como la Ley contra el Femicidio aprobada en 2008 significan que las mujeres
tienen más derechos, los cuales pueden hacer valer a través del sistema de justicia. No
obstante, la mayoría de los entrevistados reconocen que todavía son muchos los hombres que
se resisten a estos cambios. Como mucha de la literatura sobre este tema en América Latina
sugiere, aun cuando las mujeres adquieren independencia económica y derechos, la violencia
contra las mujeres puede aumentar, ya que los hombres tratan de controlar a “sus mujeres”
por medio de la violencia domestica o del control sobre los espacios públicos (Hautzinger,
2007). Esto queda claro en los comentarios de Gilberto: Hay muchos hombres que todavía no
están listos como para decir que “voy a dejar que mi mujer o mi hija trabaje” porque piensan
que le van a robar el espacio del trabajo a los hombres. Por ejemplo, en mi caso cuando yo
estudié mi carrera para maestro, mi familia no me apoyó porque me dijeron que, primero, era
carrera para una mujer y, segundo, que solo contratan a las mujeres. Y se puede dar cuenta en
la prensa cuando salen anuncios que contratan a maestras, solo maestras, solo las mujeres.
Crea un resentimiento en el hombre; muchos dicen “yo no voy a permitir que una mujer me
quite mi trabajo”. Eso como que fomenta la violencia hacia la mujer porque van a bloquear
que las mujeres vayan progresando. Pero yo no creo que sea justo porque tanto hombres
como mujeres tenemos nuestro espacio y podemos laborar bien en determinado trabajo.
Según la opinión de varios de los entrevistados, muchos hombres responden al progreso de las
mujeres en puestos de poder público viéndolas como amenazas de que van a “quitarles el
espacio”. Esta forma de pensar asume la igualdad de género como un juego de suma cero,
donde los logros de las mujeres solo pueden lograrse a costa de los logros de los hombres; es
decir, las mujeres solo pueden tener oportunidades de empleo y educación si se las quitan a
los hombres. Pero, más que eso, las mujeres que trabajan amenazan el pacto patriarcal
tradicional. Por ejemplo, en un estudio realizado con hombres en Costa Rica, Chant (2000)
demuestra que, en Guanacaste, donde las mujeres están obteniendo empleo en el turismo y el
empleo tradicional de los hombres en la agricultura está disminuyendo, los hombres están
experimentando una “crisis de la masculinidad” en cuanto a su papel de proveedor, por lo que
los privilegios masculinos que van de la mano con esa función ya no están garantizados. En
realidad, esto puede conducir a un aumento en el comportamiento machista, incluso cuando
las mujeres están trabajando. Esto significa que los progresos realizados en la ruptura de la
división sexual de trabajo y el aumento de las oportunidades económicas y educativas para las
mujeres no han llevado necesariamente a poner fin a la violencia contra las mujeres. La
conclusión de los entrevistados de que la desigualdad de género se deriva principalmente de la
división sexual del trabajo, y de que la violencia contra las mujeres es una reacción masculina
contra las transgresiones de los roles tradicionales, tiene sus pros y sus contras. Por un lado, en
este modelo se reconoce claramente la división sexual del trabajo y sus roles de género
asociados a una construcción social y a la creación de formas de desigualdad ni naturales ni
normales. También se reconoce que el problema no se basa en ser macho o hembra, sino en la
masculinidad y la feminidad, y el grado en que hombres y mujeres reproducen las ideologías y
los roles. Por otro lado, este modelo de “jerarquía de género directa” no cuestiona la
suposición de que la masculinidad es siempre un conjunto de privilegios de los que los
hombres se benefician y las mujeres se perjudican. El problema con esta suposición es que en
la medida en que la masculinidad se vea solo en términos de privilegios, la única forma de
llegar a la igualdad será pedirles que renuncien a aquellos, ya sea en el hogar o en la esfera
pública. Tal y como argumenta Salas y Campos (s.f.), hay que dejar de creer en la mentira de
“que uno es rey”. El resultado de esto puede ser que muchos hombres no comprendan por
qué deben renunciar a los privilegios de la patriarquía. Otro problema con la idea de que los
principales privilegios a los que los hombres tienen que renunciar están asociados al trabajo y
a la educación es que no se considera que mucha de la violencia que padecen las mujeres no
resulta de que ellas se nieguen a lavar los platos o quieran conducir camiones, sino de que las
ideas sobre sexualidad masculina y femenina se utilizan para justificar la violencia doméstica
por parte de maridos celosos, el acoso sexual en el lugar de trabajo y la limitaciones a la
movilidad femenina. Por tanto, la desigualdad de género va más allá de la división sexual del
trabajo e incluye también muchas ideologías que tienen que ver con la sexualidad y el cuerpo.
De hecho, el reconocimiento por parte de los entrevistados de esta forma específica de
desigualdad de género es el tema de la siguiente sección. La objetivación sexual de las mujeres
como raíz de desigualdad de género En las encuestas del taller de la Campaña del Listón
Blanco, cuando se les preguntó a los estudiantes cuáles era los roles que la sociedad da a los
hombres y a las mujeres, la mayoría mencionó actividades relacionadas con el trabajo, la
educación, las tareas domésticas y la reproducción. Sin embargo, otra categoría de respuestas
incluyó la sexualidad, en cuanto a la apariencia física (las niñas no deben cortarse el pelo, los
hombres no deben usar aretes), y el comportamiento (las niñas no deben coquetear,
prostituirse o tener amantes, pero deben comportarse como esposas y satisfacer a los
hombres, mientras que los niños no deben tener ningún tipo de apariencia femenina y deben
tener amantes). Aunque estos niños solo tengan entre 10 y 14 años de edad, ellos ya
entienden claramente que tanto hombres como mujeres están restringidas en la forma de
presentar su sexualidad. Las mujeres deben presentar una feminidad que consiste en ser
bonitas -pero sin “estar disponibles”-, y los hombres deben evitar cualquier señal de
feminidad. Las respuestas de los estudiantes de la USAC en su taller fueron similares a las
dadas por los estudiantes de primaria, con un énfasis un poco más pesado sobre la sexualidad,
y con respuestas como que las mujeres deben ser decentes, recatadas, fieles, y servir de
objetos sexuales, mientras que los hombres deben ser mujeriegos, dueños de su sexualidad y
sujetos sexuales (30% de las respuestas). Estas respuestas reflejan claramente una
comprensión más sofisticada de la doble moral sexual que tiene sus raíces en las ideologías de
género colonial español de Hombres contra la violencia de género honor y pudor (Socolow,
2000). La idea principal es que la pureza sexual de las mujeres (el pudor) es su boleto principal
a un “buen” matrimonio y es propiedad primero de sus padres y luego de sus maridos. Si es
necesario, el ideal de la pureza se mantiene por medio de la violencia contra la mujer. Al
mismo tiempo, la sexualidad masculina se construye en tanto “depredación”, lo que les da el
derecho y la obligación de tener amantes, visitar prostitutas, etc. Como en la mayoría de las
partes del mundo, esto crea la contradicción de que las mujeres deben proteger su sexualidad
de la “depredación” masculina, a la vez que deben mostrar su sexualidad con el fin de atraer a
sus parejas masculinas (Díaz, 2007). Los comentarios de Oscar muestran su reconocimiento de
esta contradicción: Por ejemplo, es algo que se ha dado mucho últimamente que uno va a un
lugar de música para bailar salsa, y de repente en medio de la pachanga, digamos a las diez y
media de la noche, paran la fiesta y entran tres chavos con tambores y cuatro chavas
guapísimas vestidas en bikinis con el logo de la cerveza Gallo a bailar en medio a llevarse el
show. Entonces, digamos, esto de alguna manera ha generado un empleo; entonces las
oportunidades a quienes se les presta es a la mujer en ese sentido, porque es ella la que va a ir
a exponer su cuerpo para que todos lo vean. Entonces involuntariamente en ese sentido es
utilizada la mujer, o sea, tal vez voluntariamente pero por necesidad, porque obviamente tiene
que comer o tiene que dar de alimento a un niño o a una niña. Pues esto alimenta la cultura
machista. A donde vaya el hombre van a ver rótulos con mujeres en bikini; entonces esto va a
influir en la violencia que pueda tener, porque lo ve, lo visualiza; entonces al salir de su casa es
como que él está pensando “si yo no puedo tener el control de mi mujer va a resultar en una
valla publicando su cuerpo”, ¿no? El caso anterior es uno en que las mujeres (las llamadas
Chicas Gallo) -al parecer por elección- trabajan mostrando sus cuerpos como objetos de deseo
para vender más cerveza. Aun así, Oscar reconoce que esto puede tener un “efecto dominó”
en otras mujeres sin que necesariamente estas muestren sus cuerpos, ya que crea en los
hombres de la audiencia la idea de que, aunque ellos disfrutan viendo a estas mujeres, no
quieren que sus mujeres (esposas, amantes, hijas) muestren sus cuerpos o que otros tengan
acceso a ellas, por lo que utilizan la violencia para mantenerlas bajo control. Sin embargo, no
se trata simplemente de la relación entre un hombre individual y una mujer, sino de un
conjunto sistemático de mensajes enviados a hombres y mujeres sobre la sexualidad y el
control que atraviesan una amplia gama de medidas sociales, contextos del lugar de trabajo y
medios de comunicación (Morales Ruiz, 2007). Como resultado, el “efecto dominó” puede
incluso ir más allá del hogar hasta extenderse hasta las mujeres en lugares tan comunes y
necesarios para la vida cotidiana como el autobús y la calle. Dos de los entrevistados, Noé, un
hombre de unos cuarenta años que hace talleres de igualdad de género como “agente
independiente”, y Sergio, un hombre de unos veinte años que trabaja para MIA, dieron los
siguientes ejemplos de este tipo de violencia sexual que diariamente toma lugar en espacios
públicos:Por ejemplo, yo venía en un bus ahorita, cargado de gente, y el tipo que va en la
puerta dice: “deja esa piernuda que suba porque está buena”. Nadie les reclama que hablen
de esa forma; la muchacha no le va a reclamar que hable de ella misma de esa forma, pero él
lo está haciendo libremente y nadie está evitando que lo haga. Encima, la deja parada en la
puerta agarrada del tubo, como quién dice en el aire.

Entonces todos esos comportamientos construyen una violencia, una trasgresión a la dignidad
de las personas. (Noé) A mí me molesta si están chiflando a una mujer en la calle, la están
tocando o le digan cosas porque están minando esta interacción humana, sin respeto de uno a
otra y a la confianza que pudiera haber entre humanos. Es como decir que no puedes pasar en
la calle tranquilamente, pero es la calle y todos la necesitamos. Y el hecho de que no valoras a
esta persona puede ser en distintas expresiones como el sexismo o hasta el homicidio. (Sergio)
Tanto Noé como Sergio reconocen que incluso los comentarios y los silbidos que los hombres
ven a menudo como inocentes o halagadores puede ser un asalto a la dignidad de la mujer, en
el sentido de que esta se ve reducida meramente a su sexo y a su sexualidad. También, como
sugiere Sergio, se trata de una forma de control del espacio público en el que una mujer,
víctima o no de la violencia, siempre tiene que estar alerta. De allí que las actividades
necesarias como ir a trabajar en el transporte público sean una amenaza permanente. Lo
anterior es a lo que Sheffield (2007) denomina como “terrorismo sexual”; es decir, una serie de
ideologías sobre los derechos de los hombres para acceder a los cuerpos femeninos
promovidos a través de los medios de comunicación y otras formas de propaganda que hacen
a todas las mujeres víctimas potenciales en todo momento. Cada mujer aprende que los
comentarios sexuales en la calle pueden ser precursores de un encuentro más violento
físicamente, y así aprenden a dónde ir y a dónde no, cómo vestirse y cómo hacer caso omiso
de los comentarios de los hombres para que no se vea como que “así lo quieren”. Una vez
más, esto no es necesariamente un hombre en particular controlando a una mujer en
particular, sino más bien un control sistémico social de la movilidad de las mujeres y un
comportamiento del cual algunos hombres toman ventaja a sabiendas de que la mujer es poco
probable que responda en público. Para demostrar qué tan insidioso es esto en Guatemala,
Lemus (2007) realizó un estudio con estudiantes mujeres de la Universidad Rafael Landívar en
el que encontró que todas habían sido en algún momento objeto de alguna forma de acoso
sexual o violencia. Las estudiantes clasificaron estos incidentes en 1) los que ocurren en
público con desconocidos (miradas lascivas, silbidos, ser tocadas o que se les restrieguen en el
cuerpo), y 2) los que ocurren en privado (casa y trabajo) con los hombres que conocen
(manoseo, asalto, violación). Aunque solo algunos de estos comportamientos son ilegales y
solo la violación se considera violenta, las mujeres consideraron que todos son actos que las
hacen sentir incómodas y amenazadas. Como resultado, tal y como Noé y Sergio sugieren, se
forma un continuo de violencia basado en la noción del deseo masculino y de su derecho sobre
los cuerpos femeninos. Hombres contra la violencia de género Curiosamente, según
argumenta Anne Allison (1994) en su análisis de los clubes de anfitrionas japonesas, esta
atención a los cuerpos femeninos no trata solo de crear un cierto tipo de relación entre
hombres y mujeres, sino también de establecer relaciones entre hombres. De este modo, las
mujeres y sus cuerpos se convierten en el medio a través del cual los hombres afirman su
identidad como hombres. Oscar también lo reconoció de la siguiente manera: Mira, se replica
mucho el machismo en Guatemala y me toca vivirlo día a día. A veces me ha tocado la
oportunidad de ir en un bus, por ejemplo, y ver cómo van platicando dos hombres entre ellos,
y se sube una mujer muy exuberante, muy bella. Y, digamos, el desnudar y el desvestir hacia
esa mujer entre esos hombres crea una conexión entre ellos, no digamos tanto de igualdad de
gustos, de compatibilidades, sino como hombres, como machistas. Como cuando un grupo de
hombres está conversando en la universidad y de repente notan a una mujer caminando y
dicen “mira la que va allá”; entonces es como buscar, como encontrar una conexión con otra
persona o un tema de discusión, y se vuelve la mujer en un objeto sexual, en un objeto al que
le toca compartir con el otro hombre. Los comentarios de Oscar, Noé y Sergio demuestran
que, aunque las mujeres pueden ver estas acciones como formas de acoso sexual, y pueden
incluso ser reconocidas como tal legalmente, la mayoría de las personas no dice nada, ni la
mujer a la que se dirigen ni los espectadores en el autobús, lo que permite a los hombres
hacerlo con el permiso de la sociedad. Es decir, se convierte en una parte normal de la vida
cotidiana de hombres y mujeres. De hecho, los entrevistados también señalan que las mujeres
no son meras receptoras pasivas de esta construcción de la sexualidad femenina pasiva y
disponible, sino que muchas también contribuyen a esta construcción al centrar sus esfuerzos
en ser el objeto sexual que incita a la mirada masculina. Noé explica este concepto en cuanto
al rol de la belleza de la siguiente manera: Cuando tú hablas, por ejemplo, que para sentirse
bello, yo hasta cuestiono la belleza, porque yo digo “¿qué es la belleza?” Es una gracia
masculina muchas veces de cómo queremos que la mujer sea, no como es ella, sino como
queremos que sea y así la construimos. Y ellas lo viven, sus subjetividades cambian a lo que
desean los hombres. Y yo les pregunto: “Pero ¿cuál es tu felicidad?” Y ellas dicen: “Ser la más
hermosa, que yo sea la más hermosa para el hombre”. Noé reconoce que las subjetividades
masculinas y femeninas son co-construcciones, no algo totalmente impuesto desde arriba por
la dominación masculina, ya que las mujeres también juegan su papel en la reproducción de
estos modelos. También reconoce que la construcción de las subjetividades femeninas y
masculinas se produce en un contexto de relaciones desiguales de poder, tanto en el hogar
como en público, y que las instituciones tienen el poder para crear algunas imágenes que
predominan, así como que estas tienen ciertas agendas. Dio el ejemplo de Nuestro Diario, el
cual tiene un formato estándar que comienza con informes sobre crímenes violentos,
generalmente con imágenes muy gráficas; seguido de noticias livianas que generalmente
muestran algunas páginas de modelos, estrellas femeninas, y reinas de belleza en bikinis; y
luego las páginas de deportes con fotos de los atletas masculinos viriles. De hecho, estas tres
imágenes (cuerpos violados, mujeres semidesnudas y deportistas viriles) a menudo se
yuxtaponen en la portada. Como Noe argumenta, las imágenes de las mujeres son parte de lo
que normaliza su cosificación sexual, dando la ilusión de que la mirada masculina no es
intrusiva, sino más bien previsible y normal, incluso bienvenida. Lo que pasa es que hay que
pensar en el editor; el editor es el Maquiavelo de los periódicos, nos manda un mensaje. Y esa
es otra cosa importante en las capacitaciones o en los talleres. Preguntamos: “Aquí hay una
imagen, pero ¿qué nos transmite? ¿Por qué está puesta de esta forma? ¿Por qué está de ese
tamaño? ¿Qué es todo lo que está detrás?” Porque si logramos descubrir lo que está detrás,
logramos descubrir la intención que lleva, pero si solo miramos la imagen como tal y nos
aislamos de la imagen y nos vamos a otro escenario la imagen quedó impune. Cabe señalar
que la comprensión de algunos de los entrevistados de la desigualdad de género como algo
más allá de la división sexual del trabajo vino de su participación en actividades de derechos
humanos con enfoque de género, en los que se analizan imágenes provenientes de los medios
de comunicación que contienen mensajes sobre la sexualidad masculina y femenina. Oscar
también reconoce que, incluso dentro de las organizaciones de derechos humanos donde la
igualdad y el respeto a la dignidad humana son los objetivos y principios fundamentales éticos,
gran parte de este “sexismo como de costumbre” se replica hacia la mujeres activistas: Entre
los grupos que yo conozco de derechos humanos, hay gente que quiere ser feminista pero no
lo logra, su cabeza no le permite borrar ciertas formas de aprendizaje que lo llevan a todo esto.
Como te digo, dentro de la misma Procuraduría de Derechos Humanos ves cómo se utiliza la
mujer como un objeto sexual. Como si hay una bonita secretaria, sacan a una, meten a otra, y
así ¿no? Quien no logre llenar el perfil del jefe, adiós, no por las capacidades sino porque ella
no quiso dejar ser acosada por el jefe, por ejemplo. Y eso en derechos humanos, ni siquiera te
estoy hablando del Estado, pero de una institución dentro del Estado que debiera de ser la
garantía, digamos, del derecho de las mujeres, y no, al contrario, es como un violador más.
Entonces fue bien difícil para mí abrir los ojos trabajando en una institución así y viéndolo día a
día. Sin embargo, digamos, la unidad en la que yo pertenecía había una mujer muy feminista
que no nos permitía que nos fuéramos de la realidad de género en estas investigaciones, no se
permitía, digamos, el machismo. De este modo, para Noé, Oscar y Sergio el objetivo clave del
activismo de igualdad de género no es tanto romper la división sexual del trabajo, puesto que
cada vez es más común que las mujeres se incorporen a la fuerza laboral por necesidad
económica, sino más bien analizar la construcción de subjetividades sexuales masculinas y
femeninas que permean la sociedad a nivel institucional, ya que son estas las que realmente
Hombres contra la violencia de género afectan a las mujeres a medida que rompen con el
pacto patriarcal al salir de la casa, trabajar o ir a la escuela. Una forma de hacer esto en los
talleres es a través de ejercicios en que los que se les pida a los participantes mirar imágenes
de hombres y mujeres en la prensa y los medios de comunicación visual para analizar los
mensajes implícitos que, como dijo Noe, de lo contrario quedarían “impunes”. Este es el
enfoque del ejercicio número cuatro, “Estereotipos de Género en los Medios de
Comunicación”, y seis, “Los mensajes positivos y negativos en la música” de la Campaña del
Listón Blanco. De esta manera, tanto hombres como mujeres pueden autoreflexionar sobre
cómo sus subjetividades sexuales y de género se han construido en parte debido a estas
imágenes, promoviendo así relaciones desiguales de poder. Aunque las feministas han estado
utilizando este método de autoreflexión desde hace algún tiempo con el fin de hablar sobre la
manera como las mujeres se representan en los medios de comunicación, la opinión de los
entrevistados es que es importante para los hombres también participar en estos análisis para
ver cómo la masculinidad se construye en los medios de comunicación. Es decir, es necesario
que los hombres que participan en los talleres entiendan que las actitudes sexistas no surgen
simplemente por ser machos, sino que son aprendidos y respaldados con el permiso de la
sociedad. Esto no implica que los hombres no sean responsables por sus acciones, sino que se
constituye en una forma de sugerir que, si se aprende, se puede desaprender. En
consecuencia, la Campaña del Listón Blanco utiliza un método participativo que fomenta la
autoreflexión y los ejercicios de grupo. Aunque esto es a menudo etiquetado como “pedagogía
feminista”, esta metodología se inscribe dentro de lo que se conoce como “educación
popular”, la cual tiene una larga historia en América Latina y una vinculación especial con el
movimiento revolucionario de Guatemala. Noé explica su uso de la autoreflexión como
facilitador: La Educación Popular es una teoría puesta en práctica que se desarrolló más en el
tiempo de la Guerra, y que era como que la forma en que logramos que la gente tome
conciencia de la pobreza, la riqueza y el cambio social. Ahora, se puede aplicar eso mismo a
casos como la violencia de género, que las personas mismas sean las que se den cuenta, que
abran los ojos y decidan si cambiar o no. [Como facilitador] yo quiero ser el que menos hable;
yo provoco que ustedes hablen entre ustedes, porque la medida en la que descubren lo que
está sucediendo, en esa medida se comprometen y se sienten como quien dice descubiertos.
Lo importante creo yo no es pensar en que voy a convencer a las personas. En el caso de los
hombres sobre todo es de hacernos sentir descubiertos, ni siquiera culpables, sino darnos
cuenta que estamos cometiendo un delito con el permiso de la sociedad. No obstante, Noé
señala que los talleres no son suficientes para hacer cambios radicales en el pensamiento de
los hombres debido a que las ideologías de género son muy profundas. En el momento en que
los participantes salen del taller, la sociedad los inunda una vez más con las mismas imágenes,
chistes, refranes y las presiones sociales que procuraron deconstruir. En otras palabras, al salir
del taller vuelven a 76 Sarah England Anuario de Estudios Centroamericanos, Universidad de
Costa Rica, 39: 59-89, 2013 / ISSN: 0377-7316 tener permiso de la sociedad para actuar de
forma sexista, poniendo a la mujer como un objeto de deseo que debe ser accesible al
hombre. De ahí que los talleres no sean suficientes para un cambio personal o institucional. En
resumen, existen varias ventajas de esta forma de mirar las construcciones de la sexualidad
que contribuyen a la desigualdad de género. Al igual que el modelo que enfatiza el papel de la
división sexual del trabajo en la creación de la desigualdad entre hombres y mujeres, este
modelo, que enfatiza el rol del sexismo en la promoción de la desigualdad entre hombres y
mujeres, asume al género y la sexualidad como una construcción social que no es inherente a
los hombres, sino que es aprendida tanto en la familia como en las instituciones. Los
entrevistados sugirieron que el cambio debe venir no solo de la autoreflexión personal sino
también del ámbito institucional. En este sentido hay de lograr que los hombres reconozcan
que su propia masculinidad ha sido moldeada por distintas fuerzas, y que no es una
consecuencia natural de haber nacido macho, sino una especie de permiso dado por la
sociedad para que actúen de una manera sexista si así lo desean. No obstante, hay que hacer
hincapié en que, a pesar de estar actuando como la sociedad quiere, deben reconocer el daño
que hacen, sobre todo a las mujeres. El modelo también sugiere que los hombres y las mujeres
juegan su papel en la construcción y reproducción de género, aunque tal vez con diferentes
niveles de poder (como en la consideración que hace Oscar de que tal vez las chicas Gallo
estaban ahí por necesidad), lo que cuestiona la idea de que solo los hombres participan en la
reproducción del sexismo. Del mismo modo, problematiza la masculinidad más allá de los roles
de género, para considerar también las subjetividades, demostrando que la igualdad de género
no se limita a que las mujeres conduzcan camiones y los hombres laven los platos, sino a que
se modifiquen un conjunto de ideas sobre la sexualidad, el cuerpo, etc. Sin embargo, al
pretender que los hombres se desprendan de esta cultura de ver a las mujeres como objetos
sexuales, también se les está pidiendo que renuncien a algo que la sociedad les ha otorgado
siempre como un privilegio: ser mujeriegos, clientes de la industria del sexo, etc. Los hombres
no solo ven esto como una prueba de virilidad, sino también como un privilegio que se gana
como hombre. Por lo tanto, enfocarse solamente en la objetivación de las mujeres como si
esta fuera la única raíz de la desigualdad de género significa mantener el modelo de
dominación masculina en el que la mirada masculina, el dividendo patriarcal y la doble moral
sexual se asumen como algo que comparten todos los hombres por igual y que siempre trabaja
a su favor, sin considerar cómo estos privilegios se distribuyen de forma desigual entre los
mismo hombres según otros criterios de poder como la raza, la sexualidad y la clase. Este
último modelo de desigualdad de género como producto de múltiples ejes de poder se
considerará en la sección siguiente. Masculinidades múltiples, múltiples desigualdades de
género Como ya se mencionó, los estudios feministas, de género y de masculinidad han
cuestionado los modelos de la jerarquía de género directo que suponen el poder Hombres
contra la violencia de género homogéneo de los hombres sobre las mujeres. Esto no quiere
decir que los investigadores todavía no reconozcan el poder del patriarcado a nivel social, sino
que estos están más interesados en ver cómo los dictados de la masculinidad hegemónica
forman las experiencias de los hombres y cómo el patriarcado y el potencial de la dominación
masculina no son compartidas por todos los hombres por igual. Algunas de las primeras
investigaciones sobre este tema en América Latina son acerca de los hombres homosexuales,
especialmente travestís, quienes claramente no comparten todos los privilegios de la
masculinidad. Estudios como los de Kulick (1998), Prieur (1998) y Lancaster (1992) muestran
que estos hombres no se ven a sí mismos como mujeres sino más bien como parecidos a las
mujeres, tanto en género como deseo sexual, e incluso muchas veces en su posición
estructural en la sociedad, pues se ven sometidos a las mismas formas de violencia que las
mujeres. En este sentido, son hombres que de alguna forma han rechazado los privilegios de la
masculinidad. Aunque estos estudios muestran que los machos pueden demostrar diversidad
de género y sexualidad alternando entre la masculinidad y la feminidad en cuanto a su vestido
y su comportamiento, también muestran que cuando asumen la masculinidad o la feminidad
ellos tienden a hacerlo de manera estereotipada, pues la primera sigue interpretándose como
agresiva y poderosa y la segunda como sumisa e impotente. Así, si bien los travestis pueden
mostrar géneros múltiples (masculinidad y feminidad), ellos no muestran formas múltiples de
la masculinidad. Como consecuencia, la existencia de travestis puede contribuir a un
reconocimiento popular de que el sexo no siempre determina el género. Sin embargo, su
actuación de la feminidad estereotípica y sus relaciones con hombres que ellos clasifican como
verdaderos hombres, quienes desempeñan una masculinidad estereotipada, no pone en duda
la suposición popular de que cuando los hombres deciden asumir su masculinidad esta se
manifiesta de forma hegemónica (agresivo, mujeriego, autoritaria, etc.). Aparte de travestis y
gays, todavía existe una suposición en Guatemala de que las cuestiones de género solo aplican
a las mujeres. En la imaginación popular, los hombres heterosexuales no muestran una
diversidad de género, por lo que no es un tema que debe analizarse con o por ellos. Esta
trayectoria se refleja en la experiencia de César, quien trabaja con MIA y ha realizado talleres
sobre el VIH/SIDA en comunidades de homosexuales y heterosexuales: Actualmente en
Guatemala no conozco una organización, aparte de MIA, que trabaje en un enfoque integrado
de esta visión de género de hombres y mujeres, y privilegiando de alguna manera el trabajo
con hombres. La única organización que yo conozco que trabaja con una visión de género para
hombres es OASIS, en donde siguen enfocando las situaciones de la identidad de género
precisamente porque muchos de sus usuarios pertenecen al grupo travesti, transgénero o
transexual. Dentro de esta organización, el concepto de género si está muy enfatizado, por su
propia situación. Como señala César, las pocas veces que los activistas en Guatemala dialogan
sobre diversidad de género en relación con los hombres se tiende a hacer referencia 78 Sarah
England Anuario de Estudios Centroamericanos, Universidad de Costa Rica, 39: 59-89, 2013 /
ISSN: 0377-7316 únicamente a la diversidad sexual. Pero, ¿qué pasa con los hombres
heterosexuales? ¿Son los de diversidad sexual los únicos que califican como alternativas al
machismo? ¿Muestran también los hombres heterosexuales una diversidad de género? Esta
última pregunta ha sido adoptada recientemente por estudios de la masculinidad inspirados
por feministas como bell hooks y Audrey Lorde, quienes fueron algunas de las primeras en
cuestionar el modelo homogéneo de la masculinidad y de la dominación masculina al
reconocer la raza y la clase como constructoras de diferentes tipos de la masculinidad que no
ejercen el poder de la misma forma, de tal manera que los hombres pueden ser tanto
dominantes (de mujeres) como dominados (por hombres de otras razas/clases) (Gardiner,
2005). En Guatemala, este sistema de raza/clase supone generalmente una herencia de los
españoles que no solo trajeron el complejo de honor/pudor (atravesada por clase), sino
también ideas sobre la raza y la limpieza de sangre que dieron forma a las leyes y prácticas de
inter-mezcla de razas (Stolcke, 1991). Según Carol Smith (1995), la masculinidad de Guatemala
se construye a partir del proceso de mestizaje en el que la élite de hombres blancos tiene
acceso a los cuerpos de las mujeres indígenas. Esta situación llevó a la creación de un sistema
por el cual los hombres mestizos e indígenas se sienten castrados y usan la misma lógica para
controlar la sexualidad de sus propias mujeres. Así, el dominio de las mujeres maya y mestizas
no solo es resultado de la negociación patriarcal entre hombres y mujeres, sino también de la
competencia por el poder y de la necesidad de probar la masculinidad entre hombres que
impregna muchos aspectos de la sociedad. De hecho, Cesar sostuvo que la palabra
“patriarcado” en Guatemala se utiliza para describir todo un sistema de poder que se basa en
la propiedad de la tierra y las relaciones patrón-empleado que se crea a lo largo de las líneas
de clase, raza y género. Varios de los entrevistados argumentaron que esto ha creado una
cultura de violencia que se basa en la falta de respeto a los demás y en el deseo general de
dominar, lo cual conduce a la perpetuación de formas de desigualdad y de violencia. El género
y la sexualidad no son más que uno de los ejes de este sistema global de dominación en el que
las mujeres tienden a estar en la parte inferior (especialmente indígenas y mujeres pobres), y
también son las más vulnerables ante sus efectos. Con respecto a esto, Sergio manifestó lo
siguiente: En Guatemala se ha vuelto un asunto ya bastante exacerbado, en cuanto al valor
humano, el valor hacia otro, en el sentido de que el que puede ejercer más fuerza animal es el
que domina. Hemos llegado a un punto de vista selvático que es quien tiene el arma más
grande, o la cuenta en el banco más grande, o quien tiene más guardaespaldas alrededor, se
ha vuelto a que éste es el que se respeta, el caudillismo. Y prácticamente eso viene en escala
en la sociedad, que hay algunos que someten y otros que son sometidos en distintos grados.
Todos somos sometidos de algún grado porque hay algunos que se someten a sí mismos,
¿verdad? Si no tenemos valor por el otro, por lo que es culturalmente, lo que es
humanamente, lo que es su conciencia intelectual, no queda nada, y tú puedes hacer cualquier
tipo de ofensa a cualquiera. Y eso también sucede hacia las mujeres. Si tú no valoras ni a tu
madre o a tu abuela, ¿por qué te va a importar esta persona quien no es tu madre o tu abuela?
Hay todo un sistema de dominio de raza, de clase, de Hombres contra la violencia de género. Y
las mujeres de clase baja, por el hecho de estar en la base de esta jerarquía de dominio, son las
mujeres más vulnerables. Los entrevistados argumentan que, aunque las mujeres son tal vez
las más afectadas por el patriarcado, esta jerarquía de dominación desde la raza, la clase y la
sexualidad también genera diferencias entre los hombres, las cuales se manifiestan a través de
formas de dominación y violencia física, verbal o económica (DeKeseredy y Schwartz, 2005).
Por ejemplo, Sergio opina que el sexismo también se manifiesta entre hombres: Pero incluso la
cuestión sexista, eso corre también entre los mismos hombres, de manera como se trata uno
con otro, no solamente con las mujeres o solamente que una es lesbiana u homosexual, que es
todavía más ácido. Pero también hay una cuestión de competitividad en el sexismo, una cosa
es la pelea entre los sexos, pero otra cosa la pelea dentro del mismo sexo, entre ellos mismos;
allí es donde también se muestra mucho el racismo y el sexismo. De igual modo, Oscar
también comenta lo siguiente sobre la jerarquía entre hombres: En Guatemala se nos ha
enseñado un machismo cultural; un machismo de que el hombre no hace cosas débiles; el
hombre hace cosas fuertes. Claro, por supuesto, van a existir diversidades en el
comportamiento de hombres y mujeres, pero el machismo lo catalogaría yo como algo radical,
como algo muy cerrado que promueve un rango muy limitado de comportamientos para el
hombre. Por ejemplo, en el ejército se nota mucho que la jerarquía entre hombres depende
mucho de qué tan hombre sos o que tan hombre no sos. Claro que la mayoría que sufre o,
digamos, es víctima del machismo es una mujer por supuesto, en la casa, en la calle, en el
trabajo, a donde va. Pero no solo sucede de un hombre agrediendo a una mujer, sino de un
hombre agrediendo a otro hombre; entonces no definiría el sexismo como exclusión de la
mujer, sino exclusión por jerarquía. Como afirma Connell (2000), las intersecciones entre
género, raza, clase y sexualidad crean diferentes tipos de masculinidad, algunos dominantes y
valorados socialmente (por ejemplo, los profesionales ladino-heterosexuales), otros que tratan
de imitar al grupo dominante, pero que son marginados y a menudo demonizados (como las
de los hombres Mayas y los ladinos pobres), y los que están subordinados (por ejemplo, los
hombres gay y los travestís). Como Sergio y César argumentan, esto crea jerarquías entre
hombres que a su vez generan cierto privilegio de masculinidad sobre los demás, de tal
manera que las alternativas se silencian. Según Cesar, esto sucede entre los homosexuales,
quienes sienten la obligación de esconderse detrás de una masculinidad hegemónica: El
machismo establece jerarquías entre hombres; establece criterios de valor, qué tan hombre
[se] es. No solamente privilegia al hombre como un grupo, crea una escala entre ellos.
Entonces hay desigualdades entre masculinidades. El machismo privilegia al hombre, a quien
se apega más al ideal social del hombre. En este caso sería quien tiene dinero puede tener más
mujeres, es más fuerte, y de alguna manera es menos femenino en su carácter y
comportamiento. Y el hombre que no sigue en esta línea es visto por los otros hombres como
menos hombre, por abajo, y pierde el poder. Cuando estamos dentro de este sistema
patriarcal donde vamos a privilegiar a quien más corresponde [con] la imagen ideal, una
manera de mantener este poder es que [nos] integramos con ellos, y algunos no digan nada, se
integran como uno más. Sergio señala que esto también sucede entre hombres
heterosexuales: En la escuela, algunos niños son más recatados, más tímidos, otros son más
expresivos, más arriesgados. Si, por ejemplo, tu papa primero te llevó donde una prostituta,
entonces te acercaste a la mujer como un objeto. Pero si anduviste con una novia, entonces te
acercaste a la mujer con ternura. Por supuesto, ambos chicos llegan a la misma escuela y se
encuentran con otros chicos. Y allí está la cosa, el chico que ha tenido una experiencia más
arriesgada se pone encima de los que son más tímidos, más respetuosos, o que está
aprendiendo ser más respetuoso con la otra persona como si fuera su mamá o su abuelita. Las
observaciones de Sergio, Oscar y César hacen referencia a la noción de Kaufman (2007) sobre
la tríada de la violencia masculina, la cual puede ser dirigida a las mujeres, otros hombres, y a
sí mismos. En el último caso, se trata de la manera en que los hombres se obligan a cumplir
con el comportamiento masculino incluso cuando este puede ser perjudicial para ellos física
(beber, pelear y mujerear) o psicoló- gicamente, en el sentido de que puede ir en contra de lo
que realmente ellos desean y así destruir relaciones importantes (Salas, 2002). Así, mientras
que los hombres tienen una variedad de ideologías, comportamientos y distintos tipos de
masculinidad, unos más machistas que otros, a la sociedad le queda la impresión de
homogeneidad y la complicidad con que los hombres reaccionan a la presión social por
adaptarse o, incluso en los casos en que no se ajustan al machismo hegemónico con sus
propios socios, no decir nada en público para sugerir que ellos tienen otra manera de pensar.
Esto crea otro grupo de hombres, los que no están de acuerdo con las formas de la
desigualdad de género y el sexismo, pero que permanecen en silencio cómplice. Sergio
sostiene que esto ocurre incluso dentro de la comunidad de activistas: Si yo vengo y digo que
soy feminista, diría que solo soy feminista porque me gustan las mujeres. Sigue siendo una
cosa de burla. Si yo digo que soy feminista porque quiero trabajar en esto de equidad de
derechos y de respeto y no violencia hacia las mujeres, te empiezan a ver raro. Incluso entre
personas que, digamos, de una manera han adquirido una conciencia diferente o han
transformado su manera de ver las cosas de una forma diferente, aun así no se expresan
mucho al respeto a eso, o los comentarios son tímidos, hasta que a veces es como un chiste.
Hay una ironía, un sarcasmo, un cinismo. Hasta entre un grupo de gente progresista; todavía
se escucha que “yo tengo tantas mujeres, que yo tengo más, que yo puedo más”. Entonces tal
vez alguien da un comentario tímido como “no muchá, no hablen así”, pero tampoco te vas a
echar un “speech”. Cabal no hay mucha pronunciación al respeto. Algunos habrán llamado la
atención y pagan las consecuencias. Pero por lo regular no lo toman en serio. Hombres contra
la violencia de género también dijo que en su experiencia hay una cultura de silencio entre los
hombres en torno a cuestiones de machismo. Es decir, si seguir los dictados del machismo
(beber, mujerear) les está causando problemas en sus vidas, prefieren mejor no hablar de ello
con los demás: A veces hablamos del machismo pero no analizando a fondo o viéndonos
reflejados en el tema. Por ejemplo, si yo tengo una amante e hijos por varios lados, son cosas
que no se discuten, aunque yo sé que los amigos que están reunidos aquí conmigo saben que
tengo una amante, saben cuando me miran con ella, saben que ya tuve un hijo con ella.
Entonces son cositas que siento yo que el hombre las quiere guardar para él solo, aunque ya
todos sepan lo que está haciendo. A veces nos tomamos unos tragos y empezamos a hablar de
un montón de cosas pero nunca hemos caído en un tema de ese tipo. Sí analizamos un poco,
pero pensamos que no tiene nada que ver con mi persona. No vas a escuchar a un hombre
decir: “Vos esas cosas no se hacen, y ¿por qué lo hiciste? ¿Y crees que por lo que ella te dijo
era razón para pegarle? Aunque la hubieras visto con otro no es razón para pegarle.” Es un
poco difícil escuchar esto en los grupos de hombres. Por otra parte, Gilberto y Oscar dijeron
que ellos sí le llaman la atención a los hombres sobre sus comportamientos machistas, pero,
como dijo Sergio, pagan las consecuencias. Por ejemplo, Gilberto dijo que a él lo acusan de ser
“hueco” cada vez que defiende a las mujeres: Cuando estoy con mis amigos y uno dice: “Ah
mucha, que me llevé a aquella y la agarré así a pegarle”(…) A mí me molesta mucho cuando
hablan cosas así de una mujer y vengo yo y les digo: “Y bueno te pusiste a pensar en lo que ella
sintió?” “Yo digo que a ella le gustó” “¿Estás seguro que le gustó, y en qué te basas para decir
que le gustó?” “Porque ella me volvió a llamar”. “Pero no es cuestión de que le haya gustado o
no. Tal vez lo que ella quería no era eso, sino compartir un momento, pero la obligaste a hacer
eso.” “No pero es que ella también quería porque(…)” “Si, pero te tomaste el tiempo para
decirle ¿Te pareció? ¿No te pareció? o hacerle cariño o cosas así”. Se quedan pensando, y
empiezan a decir un montón de cosas. A veces cuando hacen unos chistes feministas, vengo yo
y les hago ver lo contrario: “Que pasaría si estuvieras en ese lugar?” Y entonces es como que
“ah vos siempre defendiendo a las mujeres”. Yo no es que defienda a las mujeres, sino
simplemente digo yo que no me gustaría que a mi hermana la anduvieran haciendo así, o que
anduvieran hablando de mi mamá así. Mi mamá fue una mujer que sufrió mucho con mi papá,
entonces esto me enseñó a mí de que yo no debo permitir que eso pase con otra mujer. Yo soy
de las personas que no me gusta que traten mal a una mujer y a veces me consigo problemas
por eso, verdad, es que me dicen: “Ah es que vos sos bien hueco(…)” A mí eso me entra y me
sale porque yo sé que eso no es cierto. Como estos comentarios sugieren, si bien existe un
número de hombres que apoyan el movimiento de mujeres y analizan cómo las ideologías de
género, y la masculinidad en particular, han afectado a la mujer, solo unos pocos parecen
haber pensado acerca de cómo el género y la masculinidad también pueden ser perjudiciales
para los hombres. Parte de esto es debido al silencio cómplice y a la presión social, o por
miedo a ser visto como un hueco (Ver, por ejemplo, la experiencia con talleres en El Salvador
en Bird et al., 2007). Sin embargo, como muestra Bernardo, también se debe al hecho de que
muchos hombres simplemente no ven el género como algo que les concierne, sino únicamente
como un tema de mujeres: [Como directores de documentales] las mujeres aquí nos invitan a
sus reuniones cuando tienen encuentros. Pero nunca tuvimos un movimiento de hombres. De
hecho, formamos el Colectivo Vicente Fernández, ¿nunca lo oíste mencionar? Se estaban
formando los colectivos de mujeres, eso fue pasadito de la firma de la Paz, y se empezó a
hablar del colectivo de Vicente Fernández. Pero no fue que se formara un colectivo real; fue
como una broma que salió un día que nos está- bamos tomando unos tragos y se empezó a
hablar del colectivo de Vicente Fernández. “Mucha, ¿por qué solo las mujeres están formando
sus organizaciones feministas? Organicémonos porque si no nos van a ir quitando los
espacios.” Fue una cuestión de broma; no fue una cuestión de que se tomara en serio, pero
alguien escuchó por ahí y empezó a regar la bola de que se formaba el colectivo de Vicente
Fernández, y hasta en la prensa salió después. Algún periodista tocó el tema que el colectivo
de Vicente Fernández estaba luchando por sus derechos. Pero te digo, fue una cuestión de
bromas. Como esta historia ilustra, cuando los hombres hablan de la aplicación del aná- lisis de
género a sí mismos a menudo esta se asume como una broma. Mediante el nombre “Colectivo
Vicente Fernández” se refleja una forma de criticar la masculinidad en su sentido machista,
pero también de rechazarla como una cuestión seria a su vez. De acuerdo con Bernardo, hay
muchos hombres que están en solidaridad con el movimiento de mujeres, pero que no ven la
necesidad de crear un movimiento de hombres para pensar sobre cómo el género les
compete. Sin embargo, de acuerdo con los entrevistados, los hombres no son los únicos que
siguen asumiendo el género como algo relacionado únicamente con las mujeres y los asuntos
de la mujer. Por ejemplo, cuando la directora del Instituto Universitario de la Mujer de la
Universidad de San Carlos (IUMUSAC) conoció este proyecto, su primera reacción fue
preguntar por qué se consideraba que este era un trabajo importante que hacer. Después de
todo, argumentó, los hombres ya tienen sus espacios y todavía hay mucho trabajo por hacer
con las mujeres. En un país con recursos limitados, ella veía el trabajo con las mujeres como
una especie de triage (práctica que procura otorgar los pocos recursos existentes al grupo que
pueda obtener el mayor beneficio). Cuando se le explicó que no se trataba de privilegiar las
opiniones, las voces, o las experiencias de los hombres, sino más bien de tratar de entender
sus puntos de vista y lo que tendrían que ofrecer en términos de conseguir que más hombres
se replantearan el machismo, ella cuestionó si realmente habría hombres que podrían ser
verdaderamente llamados “feministas”. Ella admitió que existe un número de hombres
“solidarios” que, sin embargo, no pueden ser llamados “feministas”, a menos que se pueda
determinar que de hecho llevan a cabo su filosofía “feminista” con su propia pareja. De este
modo, como argumentan Chant y Gutmann (2000) con relación a las organizaciones de
desarrollo para mujeres, algunas de estas no incluyen la participación Hombres contra la
violencia de género de los hombres, basadas en el temor de que van a “quitarles el espacio”,
tanto en términos de establecimiento de las agendas de las organizaciones como en la toma de
los escasos recursos. Lo que esto demuestra es que tanto hombres como mujeres a veces
colaboran para mantener a los hombres fuera de la discusión sobre la desigualdad de género
por razones diferentes, pero con resultados similares (Salas, 2002). La mitad de los
entrevistados mencionaron esto como otra de las razones por las que los hombres tienden a
no involucrarse en el activismo de género. Por ejemplo, como hombre gay, César quería estar
involucrado en talleres de equidad de género desde una edad temprana, pero le fue difícil por
ser hombre: Yo recibí el primer taller de género en 1996. Fue un poco difícil que me
permitieran entrar en este taller porque uno de los requisitos de poder participar era ser
mujer. Cuando me contaron el contenido del taller, reclamé que cómo pretendían trabajar
equidad de género sin educarnos a los hombres. Dijeron que tenían que trabajar con mujeres
porque habían sido relegadas de todo y que tenían que empoderar las mujeres. Luego,
después de tanto insistir, permitieron entrar tres hombres. Como resultado de una serie de
factores, los hombres realmente no han sido estimulados a participar en el mismo tipo de
autoreflexión sobre la desigualdad de género y la masculinidad como se ha hecho con las
mujeres en lo que respecta a la desigualdad de género y la feminidad. Sin embargo, activistas
como Noé y César ven claramente la necesidad de esto. Ellos argumentaron que, al igual que el
movimiento de mujeres ha hecho mucho trabajo para convencer a las mujeres que las formas
de desigualdad de género y violencia contra las mujeres no es normal ni natural, los hombres
tienen que trabajar con otros hombres para analizar cómo el machismo perpetúa muchos
tipos diferentes de desigualdad y la violencia que afectan tanto a hombres como mujeres. En
lugar de rechazar la masculinidad totalmente, ellos pueden ver que existen algunos aspectos
de la masculinidad que no son violentos y fomentarlos. Por ejemplo, Mirande (2004), quien
trabajó con hombres latinos en los Estados Unidos, sostiene que sus entrevistados hicieron
una distinción entre ser macho (varonil) y de ser machista (abusar de las posiciones de poder y
privilegios). Ellos argumentaron que algunos aspectos de la masculinidad pueden ser positivos
(tales como ser responsable con la familia, defender los derechos de alguien y ser un hombre
de palabra), y por ende deben mantenerse; mientras que otros son destructivos y abusivos
(autoritario, violento, egocéntrico, y la necesidad de demostrar la hombría a través de un
disfraz de rudo y mujeriego). Como apuntó César, a través de talleres y de la autoreflexión es
que “cada uno puede extraer lo que significa para él la masculinidad, qué tipo de masculinidad
se ha construido, y buscar los aspectos positivos y negativos. No debemos rechazar todos los
aspectos de la masculinidad, ya que algunos tienen un valor”. Esta visión de la integración de
los hombres en el proyecto de la igualdad de género a través del análisis de la masculinidad y
sus efectos en mujeres y hombres ha hecho eco globalmente en otros movimientos en
Centroamérica tales como Hombres Contra la Violencia en El Salvador, la Asociación de
Hombres Contra la Violencia en Nicaragua, y el Instituto Costarricense para la Acción,
Educación, y Investigación de la Masculinidad, Pareja, y Sexualidad (El Instituto “WEM”). Hay
que tener en cuenta que estas organizaciones no se hacen llamar “hombres contra la violencia
contra la mujer”, como muchos lo hacen, sino más bien “hombres contra la violencia.” Esto no
se debe a que no vean la violencia contra las mujeres como un problema -de hecho, de
acuerdo con sus sitios web, esta fue su inspiración para formar estas organizaciones-, sino más
bien a que reconocen que muchas formas de violencia, no solamente la violencia hacia las
mujeres, están vinculadas a los dictados de la masculinidad hegemónica. Así lo declararon
Javier Muñoz López y Edgard Amador Mayorga en una entrevista acerca de la fundación de la
Asociación de Hombres Contra la Violencia en Nicaragua: Nacimos en julio de 1993. Surgimos
como un pequeño grupo de hombres que estábamos luchando o pensando en que la violencia
intrafamiliar no era una problemática únicamente para las mujeres, sino que también los
hombres, que somos los principales que ejercemos la violencia, también sufrimos sus
consecuencias. A partir de ese planteamiento, como grupo de hombres, venimos trabajando
en contra de la violencia intrafamiliar y hemos decidido trabajar como hombres, porque aquí
hay un trabajo de movimiento de mujeres fuertísimo en Nicaragua que se ha venido
desarrollando durante muchos años, pero faltaba la otra parte, los principales protagonistas
del acto de violencia, que somos los hombres. Pensamos que como organización podríamos
incidir en la actitud, en la forma de pensar de los hombres, en evitar la violencia, en buscar
otras formas de relaciones más justas y casualmente esos son los objetivos de nuestra
organización: cambiar el comportamiento y nuestros pensamientos, las concepciones que
tenemos de las relaciones entre hombres y mujeres y entre personas adultas y jóvenes o
menores de edad.
Aunque este movimiento fue inspirado por hombres que han decidido trabajar también en
contra de la violencia entre hombres, ellos argumentan que el machismo no es simplemente
un conjunto de privilegios, sino también un conjunto de problemas y restricciones, por lo que
modificarlos mejorará la vida tanto de los hombres como de las mujeres. De este modo, los
hombres ya no se verán forzados a actuar formas de masculinidad que son perjudiciales para
su propia salud física, psicológica y sexual, así como para la de los demás. Conclusiones Aunque
el movimiento de hombres que buscan replantear la masculinidad en Guatemala está todavía
en sus inicios en comparación con otros países centroamericanos, las entrevistas que se
presentan en este trabajo sugieren que ya existen hombres en este país que han llegado a
algunas de las mismas conclusiones que las otras organizaciones centroamericanas
mencionadas. Ellos han llegado a esta conciencia a través de muchos caminos diferentes
(algunos a través de ver el abuso en sus propias familias; otros a través del trabajo con las
mujeres feministas; y otros a través de clases en la universidad), pero lo que todos comparten
es el deseo de cambiar la situación en Guatemala, Hombres contra la violencia de género
cuestionando sus propias ideas sobre masculinidad y consiguiendo que otros hombres hagan
lo mismo. Esto lo han logrado a través de su trabajo con otros hombres mediante el uso de una
metodología participativa que fomenta la autoreflexión acerca de cómo su propia
masculinidad se ha formado a lo largo de su vida, así como mediante el aná- lisis de cómo
ciertos tipos de masculinidad y el machismo se perpetúan a través de instituciones dando la
falsa impresión de que son normales y aceptadas. En lugar de encajonar este mensaje en un
modelo de jerarquía de género directo, algunos de los entrevistados se han dado cuenta de
que cualquier discusión sobre el patriarcado y el sexismo también debe reconocer que el
dividendo patriarcal no es compartido igualmente por todos los hombres, ya que hay
diferencias de raza, clase, sexualidad, etc. Esto es importante porque algunos hombres se
sienten incomprendidos en la sociedad debido a que el racismo o el clasismo no se ven
reflejados en los argumentos feministas sobre la dominación masculina (Connell, 2000).
Asimismo, mientras que los llamados a detener la violencia contra las mujeres a menudo
atraen a los hombres a reflexionar sobre el impacto que tiene sobre las mujeres en sus propias
vidas, también es importante señalar cómo el machismo puede fomentar la violencia entre los
hombres. Por lo tanto, negándose a asumir que la masculinidad tiene que ser probada
dominando a los demás, no solo ayudan a las mujeres que aman, sino también a sí mismos y a
otros hombres. De acuerdo con Polly Wilding (2010: 746), en un artículo reciente sobre género
y violencia en Brasil, “(...) Las experiencias de violencia de los hombres deben ser abordados
desde una perspectiva de género, reconociendo tanto el empoderamiento y el
desempoderamiento, los aspectos de la masculinidad para hombres diferentes, en contextos
de violencia, que a su vez afectan la manera en que las fronteras entre la violencia aceptable y
lo inaceptable se construyen.” Lo anterior está en consonancia con el trabajo de Ferguson et
al. (2005) y de Stern (1995) acerca de cómo la violencia entre los hombres debe ser analizada a
través de las mismas lentes feministas que utilizamos para analizar la violencia contra las
mujeres. En lugar de usar la violencia de género y la violencia contra las mujeres como
sinónimos, la definición puede ampliarse para incluir cualquier forma de violencia que tenga
sus motivaciones en el género. Así, por ejemplo, hombres que disciplinen a otros hombres y
niños a permanecer dentro de los cajones del género y de la sexualidad puede ser vistos como
formas de violencia de género, al igual que los casos en que las mujeres que promulguen la
violencia en otras mujeres y niñas en nombre del patriarcado (por ejemplo, la circuncisión
femenina). Esto no tiene la intención de diluir el poder de la expresión “violencia de género”,
ni pretende justificarla diciendo que las mujeres también lo hacen, sino que intenta condenar
todas las formas de violencia. De hecho, ni siquiera sirve como sustituto de otras explicaciones
de los crecientes niveles de violencia en lugares como Centroamérica (como la pobreza, el
legado de la guerra civil, la delincuencia organizada transnacional, la impunidad), sino que se
suma a ellos (Hume, 2009). Finalmente, la integración de los hombres más plenamente en la
labor de la igualdad de género puede ser positiva si se reconoce que la masculinidad por sí
misma no siempre es opresora, y que no todas las masculinidades son violentas. Más bien,
todas las sociedades contienen dentro de ellas algunos aspectos de la masculinidad que
promueven el respeto por la igualdad y la paz que se puede fomentar de una manera cultural.
Tal y como los entrevistados tratan de transmitir a los participantes de los talleres masculinos,
repensar la masculinidad no se trata de ser débil e impotente, sino de conducir a una
redefinición de lo que entendemos por poder y fuerza para así fomentar la paz y el respeto en
lugar de la violencia y la discriminación.
VIOLENCIA EN LA PAREJA HACIA LOS HOMBRES: SU IMPORTANCIA EN LA CONSTRUCCIÓN DE
IDENTIDADES DE GÉNERO.

Resumen:

En esta investigación se aborda la violencia, desde la teoría de género y masculinidades, que


viven dos hombres y dos mujeres ejercida por sus parejas, para mostrar, a partir de su análisis
desde la fenomenología, la manera en que ellos significan su propia condición e indagar con
ello la relación entre la violencia y la identidad de género.Los datos muestran que el desarrollo
de las y los participantes estuvieron marcados por roles y estereotipos claramente definidos,
que se incorporan al habitus de género, donde hay una exaltación de la virilidad de los
hombres y la subordinación de las mujeres a ellos. Pero es en la performatividad, donde
participan en espacios y actividades que no corresponden al imaginario de género,
ocasionando una descentración de roles y con ello una resignifiación del ser hombre o mujer
,teniendo sus repercusiones en la dinámica de poder que se da dentro del hogar.

Palabras Clave:

Teoría de género, masculinidades, hombre violentados en el hogar.

Introducción

Esta investigación se deriva de un trabajo más extenso que indaga en los significados que
hombres y mujeres otorgan a la violencia que han vivido en el hogar. El presente trabajo
centra su interés en la experiencia de dos participantes hombres y dos mujeres, con la
intención de profundizar en el análisis de los significados y representaciones que otorgan a la
violencia que vivieron dentro su hogar y su implicación en la construcción de su identidad de
género. La investigación se fundamenta en la teoría de género y las masculinidades, valiéndose
de la narrativa para la recolección de los datos, que analizados desde la fenomenología,
permiten analizar y entender el discurso de las y los participantes enunciado por ellos mismos.
La interpretación de la información muestra que el modelo hetero-normativo establece roles
y estereotipos claros que los hombres tienen que demostrar de manera constante para lograr
ese status de “hombre”, condicionamientos que incorporados al habitus de género que
establece símbolos y representaciones compartidas que hacen significar la violencia a la que
están expuestos como parte de su cotidianidad y un elemento más que ellos deben saber
controlar y hasta tolerar, como parte de la forma de representar la masculinidad. La
elaboración de estudios centrados en la intervención con hombres agresores debe la que la
violencia en la pareja no obedece a una relación causal por el simple hecho de que los
hombres sean “por naturaleza violentos”, sino que esta violencia tiene un origen en
elentramado socio-cultural, en una sociedad jerárquicamente organizada. Por ello, vale la pena
entrar al debate de la violencia en la pareja cuando son los hombres quienes viven sus
consecuencias, en comparación con lo que sucede con las mujeres que viven violencia.
El caso de Juan nos muestra cómo el poder simbólico (Butler, 1997) que socialmente detenta
el hombre en la relación de pareja, es ejercido por su esposa, al tener mayor aceptación de la
familia de Juan, además de ejercer el poder que le permite su condición materna (Lagar de,
2005). Al respecto él señala que su esposa “utilizaba” a su hijo para lograr mantener el control
y como forma de “chantaje”. Si bien es cierto hay en las relaciones de Manuel y de Juan
episodios violentos, ninguno de ellos considera que su relación así lo hubiera sido y tal como lo
dejan ver sus testimonios:

Juan:

[…]

agredido por ella, no creo, lo que me sentí, como que frustrado, porque hablábamos delo que
teníamos que hacer como pareja de las relaciones que teníamos que llevar como pareja, o sea
no respetaba la decisión que tomábamos, entonces este aspecto pues no sé si sea
agresión pero, no, no, no, no, no nos comunicábamos (JE2).

Manuel:

[…] por parte de ella no, fíjate que no, no porque, nunca me trato de ofender con palabras o
en lo sexual, digo no había mucho dialogo… no intento decirme que era poco hombre, típico
que te dicen no, tú no sirves ni para eso. No fíjate que no. Nada más eran las agresiones físicas,
realmente (ME2). El poder cumplir con las expectativas que se tiene de los participantes como
“hombre”en su las relación de pareja donde viven violencia perpetrada por su esposa, se
convierte en ellos en un carga más que deben de asumir como hombres para demostrar su
masculinidad. Así lo muestran los participantes cuando hablan de su rol como hombres en la
relación de pareja:

Juan: tenía que cumplirles a todos vaya, tenía que cumplir, tanto como soy el hombre como
papá de mi hijo el rol de esposo, y estar con su familia de ella (JE2).Manuel: Te puedo decir, fui
un buen proveedor no te lo voy a negar, no es que me vanaglorie, nique presuma, fui un buen
proveedor para ellos, porque la verdad es que en ese momento el trabajo que yo tenía, era en
el banco, me pagaban muy bien. Todo, todo tenían, pero siempre hacía falta algo. (ME2).

Como ya se ha visto en el proceso de construcción de la masculinidad los hombres deben


ganar y demostrar ésta condición con sus pares, aun cuando exista la incorporación de nuevos
valores a la relación de pareja y su interacción, ya que de no hacerlo son sujetos cuestionados
y receptores de burlas, así lo expone Manuel:

[…]

y llegas a trabajo y ya sabes, los que son casados ya se la saben, ¿no? estuvo buena la
madriza, verdad wey (tono de burla)

[…] tenía un amigo al que le decía que era mi compadre, me dice qué pasó Manuelito, y le digo
¿tú que crees? , y me dice por lo menos le partiste su madre, pues no compadre, como crees
mi mamá me dijo que nunca le pegara a una mujer. Mas porque los amigos decían:
Manuel hace falta que le rompas su madre para que se esté quieta, no, no, no, no,no, cómo
crees está prohibidísimo para mí, para mi religión católica, pegarle a una mujer, no olvídalo,
cómo crees (ME2)

Tanto para hombres como para mujeres la violencia que se viven en la relación conyugal se
convierte en elemento central de la resignificación de su condición de género, que implica el
cuestionar las normas tradicionales de lo que debe tolerar un hombre y una mujer. Pero
singularmente para los participantes el vivir violencia implicaba una pérdida de su

status

como hombres Así lo dejan ver los testimonios de las y los participantes respecto a su
autopercepción respecto a la violencia que vivían.

Manuel: Me sentía poco hombre (ME2)

Juan: como que era un tonto, ¿no? , como que era un débil (JE1)

Angélica: me dan ganas de agarrar un muro y darme de topes, de porque aguante tanto si de
verdad nos traía como perros (AE1)

Susana: pues no era normal pero decía lo tengo que aguantar, yo nunca lo voy a dejar(SE1)

Conclusión

La masculinidad innegablemente confiere Status pero en la actualidad algunos elementos


constitutivos de tales status y tales contextos se han visto socavados Illouz (2012). La
posibilidad de las mujeres de tener acceso a ingresos económicos, la necesidad de la
negociación en las finanzas familiares, la incorporación de nuevos valores entorno a la pareja,
la paternidad o la construcción de relaciones más equitativas han hecho necesaria nuevas
formas de asumir la masculinidad y de ser demostrada, implicando en los hombres que
crecieron con un fuerte apego al modelo tradicional del patriarcado una resignificación del ser
hombre.El posicionamiento teórico desde las masculinidades abre la posibilidad de asumir las
diversas formas de significar y vivir como hombres, pero aún sigue siendo escaso el trabajo
desde los hombres heterosexuales que transgreden el modelo de hegemonía masculina y los
puede ubicar en la posición de lo que Conell (2005) llama “masculinidades subordinadas”,
concepto que habrá que cuestionar y preguntarse si el hablar de esas “masculinidades
subordinadas” no sería el equivalente que escencializa el papel de las mujeres como simples
víctimas de violencia .Al interior de los relatos de vida los participantes han mostrado la
dificultad que tienen para cumplir con todas las expectativas que hay de ellos como hombres,
y poder hacer explicita su condición violentados por su pareja implica para ellos gran costo en
su identidad como hombres. Las narraciones de los participantes muestran significados
compartidos entorno a lo que representa la masculinidad y sus efectos cuando se vive
violencia, pero al igual que hay similitudes entre los discursos de los hombres, también los hay
con lo que las mujeres refieren cuando viven violencia: una desvaloración como persona, el
señalamiento negativo de su familia, impotencia para salir de tal situación, la imposibilidad de
encontrar alternativas para su situación. Mostrando así que aún queda un largo camino por
recorrer el cual permita brindar alternativas concretas en una promoción integral de la vida de
pareja libre de violencia .Definitivamente las relaciones de pareja donde alguno de los
integrantes vive violencia implican un replanteamiento de la condición de género, por un lado
las participantes buscan la forma de reafirmar su feminidad fuera de las normas sociales que
las ubican como objetos de dominación situación un tanto contraria a lo que manifiestan los
participantes quienes al vivir violencia subvierten las normas hetero normativas, ya que se
esperaría de ellos, ser hombres agresivos que controlaran la relación y no quienes padecen los
efectos de ser violentados, lo cual implica la necesidad de replantear su identidad masculina,
más allá del modelo de hegemonía masculina.

Este trabajo más que brindar respuestas definitivas sobre un tema de tal complejidad plantea
cuestionamientos sobre los que se debe trabaja: como indagar en cuáles son los marcos
epistemológicos que permiten dar cuenta de la violencia que vive el hombre, indagaren el
papel de la mujer en el ejercicio del poder dentro de la pareja, identificar las emociones que
influyen en la vida de las personas para llegar a una relación violenta. Los anteriores son
planteamientos que deben de ser de gran relevancia para profesionistas de la salud como los
psicólogos, por ello también valdría la pena indagar ¿cuál es la ética del psicólogo que opera al
momento de develar y explicitar la violencia que reciben? Y ¿cuál es la pertinencia de elaborar
programas de intervención para hombres? Finalmente se debe mencionar las coincidencias del
presente trabajo con los planteamientos de Marta Lamas (2002) cuando menciona que el
género hoy en día se perfila como un obstáculo serio para la comprensión no sólo de los
conflictos entre hombre y mujeres, sino del proceso de construcción del sujeto. Se debe tomar
entonces el género como punto de partida y no de llegada.
Hombres maltratados. Masculinidad y control social

Si se argumenta que dar voz a varones maltratados por una mujer no es razonable debido a
que esta violencia es minoritaria e inocua comparada con la que sufren las mujeres, esta
afirmación tiene, ya en sí misma, relevancia para el estudio sociológico (Folguera, 2014).
Hombres maltratados. Masculinidad y control social es el fruto de un extenso trabajo y
rigurosa investigación cuya génesis se remonta a la tesis doctoral “El varón maltratado.
Representaciones sociales de la masculinidad dañada” sustentada en la Universidad de
Barcelona (UAB) y cuya autoría pertenece a Laia Folguera Cots, profesora del Departamento de
Sociología y Análisis de las organizaciones de la UAB y especialista en masculinidades, estado
del Bienestar y técnicas cualitativas y cuantitativas de investigación. Se trata de un texto que
pretende colaborar con el llenado de un enorme vacío sobre un problema tabú del que se
habla poco, pero se especula mucho: los hombres heterosexuales como víctimas no
normativas de la violencia de pareja. Una aportación realizada desde una perspectiva
sociológica que podría calificarse de novedosa y valiente debido a que ofrece una postura
disidente a la gran influencia de las perspectivas feministas en el estudio de la violencia en la
José Luis Rojas Solís pareja y, a su vez, complementaria a otras investigaciones que ya se han
acercado al estudio del fenómeno de la violencia hacia los varones, como por ejemplo las
obras de Díaz (2006), Fairman (2005) o Toldos (2013). El objetivo central de la autora ha sido
entender el proceso de construcción de la identidad masculina en un contexto de
“excepcionalidad” e inadecuación con las normas sociales establecidas en medio de grandes y
veloces transformaciones socioculturales que complican más el panorama para estos hombres
al obligarlos a convivir con nuevos parámetros de masculinidad y sin discursos a los cuales
adherirse. Todo ello desde una perspectiva de género que analiza el proceso de victimización
del hombre –paradójicamente- “por ser varón” y que “se hace extensible a su capacidad de
expresión pública y a su posicionamiento en el marco de la violencia en el ámbito de la pareja
en el que la mujer es la víctima por defecto y él la víctima no normativa” (Folguera, 2014).

Así, nos encontramos ante un interesante análisis del enfrentamiento entre la realidad de
hombres maltratados y el control social que les orilla a replegarse en sí mismos y optar por el
mutismo o rebelarse ante ello y desarrollar su capacidad de asociacionismo. Un valeroso
intento de aplicación de la teoría de género a la violencia que sufren los hombres, un reto tan
enorme como políticamente incorrecto al pretender expandir al género más allá de su
“natural” frontera: las mujeres; de tal forma que plantea la posibilidad de que la violencia
contra las mujeres sea una de las muchas formas de violencia de género que existen. Para
conseguir tan profundas aspiraciones la autora ha optado por un enfoque cualitativo
acercándonos a la realidad de diez hombres que señalan haber sufrido maltrato por parte de
sus parejas, una elección metodológica afortunada ya que, como ella misma declara, no trata
de cuantificar casos o generalizar resultados sino de entender la realidad y la interpretación
que de ella hacen los participantes. Hombres cuyas edades oscilan entre 37 y 67 años, que han
convivido con su pareja agresora, señalando la existencia de violencia psicológica, física y
económica así como diversos procesos de “judicialización de vida”. Con respecto a la
organización y estructura del libro es preciso mencionar que, sin detrimento de la rigurosidad y
riqueza con que la doctora Folguera aborda su objeto de estudio, encontramos una
organización en cuatro secciones muy concisa en donde en el primer apartado la autora ofrece
un marco teórico y su propia definición de violencia de género, aunque desde una perspectiva
de género incluyente con los varones en la que, entre otras cuestiones, se tenga en cuenta la
evolución de los roles de uno y otro sexo en una sociedad determinada y en un momento
dado.

Asimismo expone la violencia simbólica que pueden sufrir los varones, aquella que abreva en
la creencia de que los varones no pueden ser víctimas debido a patrones asociados a la
masculinidad y que por defecto las mujeres sean vistas como las víctimas exclusivas. En el
capítulo siguiente se revisan aspectos relativos a la masculinidad, las motivaciones de las
mujeres para agredir como parte de patrones culturales de género así como las investigaciones
realizadas fuera del ámbito español sobre el fenómeno y su relevancia como objeto de estudio
sociológico. Es muy llamativo que la autora advierta la posible interpretación de esta segunda
parte como una necesidad de dar legitimidad a un objeto de análisis “impopular” así como las
reacciones burlescas e incrédulas ante la posible existencia de hombres víctimas, sin olvidar las
dudas sobre la viabilidad de su aportación en el ámbito académico. En el tercer epígrafe se
presentan diez relatos de hombres maltratados en los que existen algunos elementos comunes
como por ejemplo el proceso de “sumisión” que se inicia por medio de la agresión psicológica,
el aislamiento gradual de los varones y el capital social -principalmente sus familias y, en
segundo lugar, sus amigos- para salir de la relación de maltrato; sin olvidar el sentimiento de
indefensión que la mayoría de ellos señalan sentir ante las leyes e instituciones así como su
conciencia de la necesidad de elaborar un discurso convincente que justifique el reclamo de
una consideración social y jurídica no limitada por razón de su sexo. No menos llamativas son
las características de la agresora entre las que se puede encontrar, por ejemplo, la diversidad
de edad y formación académica. En la cuarta y última sección la investigadora finaliza su obra
realizando un análisis breve, pero muy atinado, sobre la invisibilización del fenómeno, la
definición de género desde una perspectiva distinta a la habitual así como la espiral del silencio
y algunosaspectos jurídicos que rodean a la problemática de los hombres maltratados.
Valoración general de la obra Considerando que “en el caso del varón, la sociedad española se
resiste a reconocerle el estatus social de maltratado y, en el ámbito judicial, el de víctima
vulnerable” (Folguera, 2014), el valor de este tipo de obras es indudable para las ciencias
sociales, humanas y de la conducta, pues la violencia de pareja - como hecho social- no solo
atañe a la víctima y el victimario o victimaria, sino también quienes rodean al fenómeno en su
entendimiento, valoración, prevención y tratamiento. En ese sentido, si la realidad social
puede entenderse de otras maneras a través del estudio de los colectivos estigmatizados
socialmente, al dar –y escuchar- la voz a “los sin voz” tal vez podamos entendernos de otras
maneras a nosotras o nosotros mismos por medio de los discursos alternativos. Así la autora
nos ofrece un texto alejado de discursos “colectivizados”, de reivindicaciones jurídicas vacuas
o ánimos comparativos entre la violencia hacia la mujer y el hombre, y a cambio se aproxima
con pericia a los patrones de la masculinidad que delimitan y condicionan la expresión pública
y el reconocimiento mismo de la experiencia violenta así como los modelos de género que
influyen en la valoración social del acto violento. Por ello este libro representa un viaje de
conocimiento y autoconocimiento, de crítica y autocrítica por el cual la autora nos dirige con
sobrada sencillez y claridad por en medio de sinuosos caminos teóricos e ideológicos para que,
sin menospreciar en ningún momento a la violencia hacia la mujer, el o la lectora interesada
tenga un acercamiento a las experiencias de hombres maltratados. Sin lugar a dudas su
postura disidente con los discursos ortodoxos dominantes sobre la violencia de pareja requiere
de un proceso de reflexión sobre los propios presupuestos del lector o lectora. Un proceso que
con mucha probabilidad ha vivenciado Folguera por medio de su investigación en la que, por
momentos, añade comentarios de sorpresa e incluso cierta suspicacia ante los relatos de los
hombres maltratados, detalles que lejos de ser máculas en su obra se constituyen en un
dechado de autenticidad al mostrar la confrontación de sus propios presupuestos teóricos e
ideológicos con la realidad de los hombres maltratados y sus relatos que, no está de sobra
decirlo, merecen el beneficio de la duda como el de cualquier otra víctima de violencia
interpersonal sin importar su sexo. Así tenemos entre manos un trabajo novedoso para las
ciencias sociales en la región iberoamericana -en especial para la Sociología- y complementario
en el quehacer de otras ciencias como la Psicología o la Criminología y un llamado a la reflexión
de hasta qué punto y de qué manera no solo la sociedad, sino también algunos sectores de la
comunidad académica pudieran estar contribuyendo al control social sobre los casos “no
normativos” de violencia en la pareja. Sin detrimento del gran valor general de la obra es
oportuno decir que una vez más queda pendiente el estudio de la violencia en parejas
homosexuales. Si bien es cierto que incluir a hombres y mujeres como posibles víctimas o
agresores de pareja constituye un gran avance en un contexto dominado por discursos
simplistas de la violencia interpersonal (Hamby y Grych, 2013; Toldos, 2013), no lo es menos la
necesidad de seguir implementando con mayor profundidad e inclusividad la categoría de
género para alejarse de los presupuestos acríticos en torno a la masculinidad, como forma de
control social y sobre todo del heterocentrismo.

En ese sentido futuras investigaciones podrían ayudar a arrojar más luz acerca de cuestiones
como la emergencia de nuevas masculinidades y su asociación en la vivencia de los hombres
más jóvenes como víctimas de violencia de pareja. En ese sentido, y solo por poner un
ejemplo, hay diversas investigaciones que sugieren la existencia de violencia sexual hacia
hombres la cual brilla por su ausencia en los relatos incluidos en el libro, quizás debido a la
gran influencia de la masculinidad hegemónica -tan presente en otras generaciones- que les
dificultó reconocerse como víctimas, minimizando la violencia física de las que fueron objeto y,
por ende, obviando las agresiones de tipo sexual. De la misma forma sería importante
profundizar en la emergencia de las nuevas feminidades sobre todo en aquellas con
características no deseables como la violencia así como también sería pertinente ahondar en
hasta qué punto puede considerarse al trato institucional y jurídico como una forma de
violencia hacia estos hombres por el solo hecho de ser varones y estar en el lado que no se
considera normativo. Sin menoscabo de lo anterior y sin lugar a vacilación alguna, es preciso
señalar la necesidad de continuar luchando contra la violencia hacia la mujer, en ese sentido
este libro de ninguna manera trata de comparar o equiparar la violencia sufrida por hombres y
por mujeres. Superada esta posible crítica es preciso reconocer la importancia de seguir dando
voz a otras víctimas no oficiales de la violencia de pareja en aras de favorecer un trato
igualitario en beneficio de ambos sexos y la sociedad en general. En ese tenor esta obra se
constituye en una aportación altamente recomendable para todas y todos aquellos
interesados en el estudio y análisis riguroso e incluyente del fenómeno de la violencia de
pareja.
VIOLENCIA EN LA PAREJA¿SOLO LAS MUJERES SON LAS VICTIMAS?

Como violencia en la pareja se entiende a todas las situaciones o formas de abuso de poder o
maltrato (físico o psicológico) de un miembro de la pareja sobre otro que se desarrolla en el
contexto de las relaciones familiares y que ocasionan diversos niveles de daño a las víctimas de
esos abusos. (1) La violencia puede manifestarse a través de golpes, insultos, manejo
económico, amenazas, chantajes, control, abuso sexual, aislamiento de familiares y amigos,
prohibiciones, abandono afectivo, humillaciones o al no respetar las opiniones, son estas las
formas en que se expresa la violencia de pareja, comúnmente en las relaciones de abuso
suelen encontrase combinadas, generándose daño como consecuencia de uno o varios tipos
de maltrato. Algunas acciones de maltrato entre los miembros de la familia son evidentes,
generalmente las que tienen implicancia física, otras pueden pasar desapercibidas, sin
embargo todas dejan profundas secuelas. La violencia de pareja puede adoptar una o varias de
las siguientes formas: violencia física, violencia Psicológica, abandono, abuso sexual y abuso
económico. La causa de la aparición y mantención de la violencia en la pareja es compleja y
multifactorial, se relacionan con ella actitudes socioculturales como la desigualdad de género,
las condiciones sociales, conflictos familiares, conyugales y los aspectos biográficos como la
personalidad e historia de abusos en la familia de origen. La violencia ha sido y es utilizada
como un instrumento de poder y dominio del fuerte frente al débil, del adulto frente al niño,
del hombre frente a la mujer, su meta es ejercer control sobre la conducta del otro, lo cual se
evidencia en los objetivos como “disciplina”, “ educar”, “ hacer entrar en razón”, “poner
límites”, “proteger”, “tranquilizar”, etc., con qué quienes ejercen violencia y también muchas
víctimas intentan justificarla.

La estructuración de las jerarquías que avalan el uso de la fuerza como forma de ejercicio del
poder es uno de los ejes conceptuales del proceso de naturalización de la violencia el cual
históricamente ha dificultado su comprensión y reconocimiento al instaurar pautas culturales
que permiten una percepción social de la violencia como natural y legítima favoreciendo su
mantención. En 1993 la asamblea de las Naciones Unidas dictó la declaración sobre la
eliminación de la violencia sobre la mujer y en su artículo primero define la violencia: “todo
acto de violencia por razones de sexo que tengan o puedan tener como resultado un daño o
un sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos,
la cohesión o la privación de su libertad en forma arbitraria tanto en el ambiente público,
como privado. La violencia en la pareja puede entenderse como realidad enquistada en
nuestra organización Modulo I: Tendencias en Salud Pública: Salud Familiar y Comunitaria y
Promoción Osorno, marzo - mayo del 2006 2 social, afectando a todo nivel, no respetando
clases sociales, credos y nivel educacional. La diferencia es que va a ser menos silenciosa y
menos oculta en la medida en que las personas afectadas opten por hacerla pública. La
violencia en la pareja es un fenómeno importante en nuestro país. Esto lo verifica un estudio
que realizó el SERNAM: “el 34% de las mujeres actual o anteriormente casadas de nuestro país
han vivido violencia física o sexual por parte de su pareja, y un 50.3% han experimentado
situaciones de violencia de pareja alguna vez en la vida.” (2) Tanto en países desarrollados
como en los en desarrollo se da énfasis en la violencia en la pareja dirigido hacia la mujer, pero
esta es una realidad a medias porque el hombre también suele ser víctima y no solo victimario.
El 24 de enero del año 2000 se crea en el parlamento Europeo el “programa Daphme” que
trata sobre medidas preventivas para combatir la violencia contra niños, adolescentes, y las
mujeres, siendo esto un primer esfuerzo para desenmascarar marañas políticas y estratégicas
que demostraban que Europa era un territorio distinto a los demás en lo que se refiere al tema
violencia.(8)De los estudios de este programa Europeo se quiere demostrar que no tan solo la
mujer es sujeto de violencia en la pareja, lo cual trataremos en detalle en la discusión
posterior, es verdaderamente ¿Solo la mujer víctima de violencia? . La postura del grupo es
demostrar que hay que situar la violencia de la pareja no solo con el prisma de mujer agredida
y el varón solamente como el agresor, si no que la violencia es una realidad que afecta tanto al
hombre como a la mujer, pudiendo también llegar a afectar directa o indirectamente a los
demás miembros de la familia. En Chile nos encontramos con un tabú respecto a la violencia
en contra del varón, por una estrategia política que pretende la victimización de la mujer,
como una forma de mantener el hombre siempre el poder. Desgraciadamente la mayoría de
los estudios a nivel mundial, nacional y local solo se preocupan en la mujer como sujeto sobre
el cual se ejerce violencia y no existen estudios serios que muestren al varón como sujeto
violentado. Modulo I: Tendencias en Salud Pública: Salud Familiar y Comunitaria y Promoción
Osorno, marzo - mayo del 2006 3 DISCUSIÓN Como grupo creemos que cuando se plantea el
tema violencia en la pareja, lo primero que se viene a la mente es la violencia física contra la
mujer, sin embargo la violencia en la pareja no solo involucra a la mujer si no también al
hombre y a los hijos. Además no solo es de tipo física, si no que sus manifestaciones son
múltiples, que van desde violencia psicológica (descalificaciones de todo tipo) y violencia
sexual. La violencia está presente tanto en parejas “legales” (matrimonio), “convivientes” (no
casados legalmente) y en “pololeos”. Ya desde el comienzo de una relación de pareja podrían
estar presentes algunas manifestaciones de violencia y que usualmente no son percibidas o no
valoradas. Los varones, en la mayoría de los casos, son víctimas anónimas y excluidas de la
mayoría de las intervenciones sociales que propenden a dar apoyo tanto psicológico como
legal. Un estudio realizado en Chile el año 2001 por el centro de análisis de Políticas Públicas
de la Universidad de Chile, concluye que el 34% de las mujeres actual o anteriormente habían
vivido violencia física y/o sexual, un 16% violencia Psicológica y un 50.3% había experimentado
violencia de algún otro tipo (2). De esto se evidencia entonces que todas las políticas públicas
en Chile pasan por un concepto de violencia ejercida sobre la mujer, todos los esfuerzos y
estudios muestran la situación de estas, es que existe un problema, todos los programas de
diagnóstico solo preguntan a mujeres y si no fuera así, por un interés político solo se muestra
la información deseada, victimizar a la mujer, siendo esto, una media verdad. También es
importante mencionar que la política a nivel de país es crear y fortalecer instituciones que
protejan a los grupos vulnerables (mujeres, niños y ancianos). Esto no hace otra cosa que
sesgar la realidad y minimizar, bajo el alero de lo mencionado surge la institución SERNAM.
Entonces la victimización de la mujer que antes se menciona es una estrategia de poder, pues
transforma a la mujer en un “pobre grupo muy afectado y vulnerable ante el poder del
hombre” entonces el poder seguirá en manos de ellos. Nos sorprende que en otras realidades,
que creíamos distintas a la nuestra, en cuanto a desarrollo económico y sociocultural, se halla
manipulado la información de ciertos estudios, con el fin de perpetuar la victimización de la
mujer. El 24 de enero del 2000,el Parlamento Europeo y el Consejo de Europa toman la
decisión de aprobar un programa de acción comunitario (Programa Daphne 2000-2003) sobre
medidas preventivas destinadas a combatir la violencia ejercida sobre los niños, adolescentes y
las mujeres. En este programa se encontraron algunas trampas científicas. El Programa
Daphne permite en particular, promover y estimular la difusión de buenas prácticas”
(4)”.Como estudio es llamativo, pero es un estudio manipulado, demostrando que en realidad
no se han realizado esfuerzos serios para estudiar la violencia en la pareja en todo su contexto.
En los estudios referentes a violencia se ven dos tipos de trampas, una que hace relación con el
cambio de definición de violencia y las trampas en donde se oculta información. Modulo I:
Tendencias en Salud Pública: Salud Familiar y Comunitaria y Promoción Osorno, marzo - mayo
del 2006 4 TRAMPAS: 1. Las creadas cambiando la definición de violencia. Usan estudios que
solo miran denuncias, o solo preguntan a mujeres, así sacan una inmensa cantidad de víctimas
solo mujeres, En este lo corrobora el párrafo “en este sitio nos concentramos exclusivamente
en la violencia conyugal ejercida contra las mujeres, porque representa más del 95% de los
casos de violencia conyugal” 2. Las realizadas ocultando, conscientemente, datos de estudios
que representan como “prueba” la violencia contra la mujer, pero que con toda la
información, no les son favorables a la mentira que desean imponer. Las “medias
verdades”.Esto es mucho más grave que lo anterior.” (3) En un estudio en Inglaterra, se
muestran datos de que “……….el 44% de los actos de violencia contra mujeres se producen en
su domicilio, y 9 de cada 10 actos de violencia cometidos contra mujeres en su vivienda, son
perpetrados por hombres (estudio british crime survey,1996) De modo exacto, en el estudio
original: British survey, 1996, tenemos los siguientes datos: Prevalencia de asaltos domésticos
por tramos de edad, en 1995, aparte de la practica igualdad, en las edades de 20 a 34 años
(edades de convivencia en pareja mayoritaria, y de problemas de pareja), la mayoría son
víctimas masculinas. El riesgo de asalto doméstico, por grupo étnico, en 1995, el grupo donde
los hombres tienen más riesgo que las mujeres de ser víctimas, es, el blanco. La proporción de
víctimas que todavía vivía con su agresor en el momento del estudio es mayoritariamente
hombres (mujeres: 25% - hombres 59%)(6) Finalmente, sobre el dato dado por la comisión
Europea (9 de cada 10 actos de violencia cometidos contra la mujer en su vivienda, son
perpetrados por hombres), el párrafo original del British crime survey, dice: 99% de los
agresores a mujeres eran hombres. Pero, un reglón a continuación dice: los hombres eran
víctimas de mujeres en el 95% de los incidentes más recientes(6) Con esta última información
nos queda más que claro que se ocultó información y no fue involuntaria, pues la finalidad es
victimizar solo a la mujer. La realidad de otros países reafirma nuestra postura: En el estudio,
statistics Canada, The violence against women survey, february and june1993, realizado en
Canadá se puede ver el párrafo: el 25% de las mujeres Canadienses Modulo I: Tendencias en
Salud Pública: Salud Familiar y Comunitaria y Promoción Osorno, marzo - mayo del 2006 5 han
experimentado violencia por la pareja actual o pasada desde los 16 años, y el 29% de las
mujeres han estado casadas o han vivido en una relación común legal (5). Al ver la
metodología que se utilizó en este estudio se vio que no se preguntó a hombres, solo a
mujeres. En Holanda, un estudio distinguió entre violencia recibida unilateralmente por las
mujeres y la violencia en las que la mujer también ha sido agresora. Pero, solo preguntaron a
mujeres y nunca la violencia unilateral ejercida por ellas.(9) Todo esto es callado por la
comisión europea, en su información oficial para médicos, jueces, fiscales. Las trampas
realizadas en los datos de Holanda y Canadá, ocultar que hubo trampa metodológica, no
preguntar a los hombres, son de un nivel, pero nunca mucho más grave es la realizada con los
datos de Inglaterra. Allí si se preguntó a los hombres. Salieron iguales tazas mujer – hombre.
En las edades de mayor relación de pareja, hay más víctimas masculinas. Por grupos étnicos,
los blancos fue en el único grupo en donde los hombres eran más víctimas de las mujeres. Se
ven datos sobre más ocultación hacia el exterior, de los hombres a las mismas agresiones, no
diciéndoselo ni a amigos, médicos, policías, y los que se atrevían a decirlo, obtenían menos
ayuda por parte de los médicos y policías. Es uno de los pocos estudios mundiales donde se ve
esto. Se constató mayor porcentaje de hombres aguantando a mujeres agresoras crónicas de
violencia domestica, que mujeres a hombres. Todo esto se ocultó y solo dijo, en el trabajo
oficial de la comisión europea, para jueces, políticos, médicos, de toda Europa. Esto fue
aprovecharse de la ignorancia de jueces y médicos, cualquiera sin ser experto podría darse
cuenta, sin necesidad de estudios sobre violencia y es una de las cosas que pueden hacernos
entender que es la Comisión Europea, que es el Parlamento Europeo, y que es exactamente,
todo lo hecho en la estructura política llamada “Unión europea”, sobre violencia contra la
mujer. En Chile el ejemplo más característico del enfoque político respecto a la violencia hacia
la mujer es la creación del SERNAM. Como grupo creemos que el problema de fondo es que se
quiere hacer ver que el mayor daño para la sociedad es la violencia física y psíquica contra la
mujer, y que los varones son siempre los victimarios.” Cada niño golpeado y cada mujer
golpeada es el alma de chile la que es golpeada”, ha señalado la Ministra Directora del
SERNAM.(7) ¿y qué pasa entonces con cada hombre que es humillado y agredido por su
pareja, el alma de chile se enaltece, se llena de júbilo, o igual se deteriora y empequeñece?.
Modulo I: Tendencias en Salud Pública: Salud Familiar y Comunitaria y Promoción Osorno,
marzo - mayo del 2006 6 Miles de mujeres sufren a diario, es verdad, agresiones físicas y
psicológicas, por parte de sus parejas, que debieran cuidarlas, honrarlas y protegerlas. Los
agresores son unos pobres diablos, fruto de una sociedad machista…….Requieren tratamiento,
antes que condena, si es posible hacer terapias individuales, en circunstancias de que es la
sociedad entera que enferma. Pero un número no despreciable de varones sufren violencia
por parte de sus mujeres. El más débil no es ahora el que puede denunciar, aquel cuyo caso
sale a la luz pública y que recibe el apoyo del Estado. El más débil es aquel que debe sufrir en
silencio pues si reclama o denuncia, lo mirarán con desprecio y nadie lo tomará en cuenta (7)
Esto que se señala anteriormente es el caso de miles de hombres Chilenos, que son víctimas de
sus mujeres y que no se atreven a denunciar por miedo a no ser escuchados, por no tener
apoyo, por elementos socioculturales (machismo), por falta de conocimientos (ley 19.325
sobre violencia hacia el varón) Y porque no hay una institución que apoye a los varones frente
ante la violencia de la mujer. Acerca de la violencia en la pareja, sólo las mujeres son
interrogadas. Se da por supuesto que los varones son siempre los agresores, nunca las
víctimas. Así que a nadie en Chile se le ha ocurrido hacer una investigación al respecto. Pero
hay indicios inquietantes, dos jóvenes asistentes sociales, Andres Gatica y Carol Fontena, de la
Universidad Mayor de Temuco. En su trabajo“En las noches de Navidad y Año Nuevo, muchos
hogares no viven un clima de celebración o recogimiento. Los gritos y los golpes se escuchaban
más fuerte y los reproches son más hirientes que nunca. La violencia intrafamiliar, incluida la
de mujeres a hombres, aumenta en estas fechas” (7) Estos chicos descubrieron en su estudio
que hay una gran cantidad de casos de hombres cesantes que son violentados por sus parejas,
pues no pueden responder a las exigencias económicas de la familia, la violencia de la mujer al
hombre es muy parecida y viceversa y en lo único que es posible diferenciar es el porcentaje
de denuncia. Los hombres reciben maltrato psicológico en la forma de frases del tipo “no
sirves para nada” y “poco hombre” (7) Los entrevistados en el estudio contaron que sus
mujeres además los amenazaban con suicidarse o llevarse a los niños. También hay violencia
física. ”La pareja le tira agua caliente o los ataca con objetos cortopunzantes,(7) Luego de leer
esto nos queda mas que claro que no solo los hombres, por su evidente diferencia fisiológica,
son agresores violentos y peligrosos. El hombre antes de hacer público que esta siendo víctima
de violencia lo piensa ”mil veces”, las medidas de protección están hechas para la mujer y los
hijos. “Carol, recuerda que un seminario internacional sobre el tema se comentó que la
violencia hacia el hombre Modulo I: Tendencias en Salud Pública: Salud Familiar y Comunitaria
y Promoción Osorno, marzo - mayo del 2006 7 puede ser tan grave como lo es en la actualidad
el maltrato hacia la mujer. Cuando ellos se reconocen agredidos, son discriminados igual que si
fueran agresores, dice la joven, porque los consideran “pollerudos” o que “no tienen
pantalones” (7) Esta situación se puede ejemplarizar con un caso visto en la experiencia
laborar de uno de los integrantes de este grupo de discusión: Don Juanito decide ir a la
urgencia de un hospital a las tres de la madrugada para estampar una denuncia por violencia.
Este hombre llegó a su casa pasada las dos de la madrugada, después de haber asistido a una
fiesta de la empresa donde él trabajaba, en ella bebió unas cuantas copas de vino, al llegar a su
casa lo recibe su esposa, quien lo recrimina por el estado y la hora que llega al hogar, le da un
empujón para sacarlo de la casa, el hombre pierde el equilibrio y se cae de espalda dándose un
fuerte golpe en la cabeza que le provoca una herida importante, sin importar lo sucedido la
mujer cierra la puerta de la casa. Es en estas condiciones como don Juanito llega al servicio de
urgencia del hospital. Al iniciar el relato de lo sucedido al paramédico que lo recibe, junto al
medico y al enfermera, se ríen de la situación y le dicen ”Señor son las tres de la mañana y no
estamos para que usted nos venga a mentir” lo atienden, suturan la herida, pero a nadie de los
presentes se le pasó por la mente hacer un informe de VIF y tomar en serio la denuncia del
paciente. Ante la actitud de estos personales de salud no quedó más para don Juanito no dar
más vueltas al asunto y resignarse. No se supo nada más de él. La historia de Don Juanito,
tenemos la seguridad que se repite con la mayor frecuencia que creemos, no solo en el ámbito
asistencial, si no también en todos los componentes de la sociedad (amigos, familiares,
instituciones públicas, etc.) Modulo I: Tendencias en Salud Pública: Salud Familiar y
Comunitaria y Promoción Osorno, marzo - mayo del 2006 8 CONCLUSIONES Como grupo nos
llama la atención que en Europa, siendo una sociedad evolucionada, moderna y con una gran
visión de futuro, los estudios sobre violencia solo se den importancia al ejercido contra la
mujer. Vemos la necesidad de la igualdad de género frente al tema. Es aberrante ver como nos
aferramos a encuestas, porcentajes y realidades numéricas, donde se sigue consultando a
mujeres, esta actitud lo único que conseguirá es seguir victimizando a la mujer y centrando las
políticas y acciones solo en torno a lo que ella pueda aportar, sin crear una institución social
que englobe el problema macro “VIOLENCIA”, mientras esto no se logre continuará siendo la
violencia un importante problema social, sin soluciones concretas. La creación del SERNAM, a
nuestro modo de pensar es la victimización del rol de la mujer en la sociedad Chilena, lo que se
contrapone a la visión actual del gobierno que es la igualdad de género. Soñamos con el día en
que el hombre y la mujer tengan verdaderamente el mismo acceso, la misma acogida, la
misma atención médica y jurídica que se merece. Estimados profesores, desde ya
comprometemos nuestro esfuerzo a nivel local, provincial o regional, para demostrar que lo
planteado por el grupo es cierto y que las políticas están abiertas solo para el género femenino
y sus hijos según la edad.
Las Victimas Olvidadas en el estudio de la vioencia de pareja

Introducción

Hombres víctimas y mujeres agresoras: la cara oculta de la violencia entre sexos es


un texto trasgresor de la moral pública dominante, lo políticamente correcto y el
ambiente fomentado por la focalización de políticas públicas, medios de
comunicación masivos y la consecuente sensibilidad social ante las mujeres en su
papel de únicas víctimas de la violencia de pareja.

Se trata de un libro revelador, provocativo, valiente y hasta polémico, pero, a la


par, meduloso y riguroso. Obras como la de Paz Toldos pueden considerarse fuera
de época o, quizás mejor, contra su época al abonar el debate de esquemas
populares simplistas y reduccionistas acerca de la realidad de la violencia en la
pareja. Sin lugar a dudas, es un trabajo controvertido donde la autora aborda de
frente el grave problema de la violencia de pareja, navegando con pericia entre
Caribdis y Escila, en un mar agitado por la politización, ideologización e intereses
variopintos que circundan a su objeto de estudio.

Toldos afronta estas dificultades con un acertado objetivo y una extensión de


recursos teóricos, metodológicos y argumentales que convierten su obra en un
texto maduro, completo y ampliamente recomendable para el abordaje teórico y
práctico de la violencia de pareja. Sin olvidar otra gran bondad de la obra
encarnada en la intencionalidad transparente de la autora para analizar su objeto
de estudio.

Es así como a lo largo del libro se trasluce la sustantiva aportación del proceso de
desmitificación de la victimización femenina. Implementando una dilatada esfera
explicativa que coloca en el centro de la discusión el fenómeno de la violencia entre
sexos, la autora logra un dechado de reflexión y debate rigurosos apoyada en una
perspectiva de género auténtica e inclusiva que no solo analiza la realidad de los
hombres como víctimas "no oficiales" -el entrecomillado es del autor de esta
reseña- en la investigación sobre la violencia de pareja, sino que va más allá al
incluir gays y lesbianas.

El texto comienza dedicando dos epígrafes a la necesaria delimitación de conceptos


que serán desmenuzados en las restantes siete secciones. Como es sabido, la
polisemia puede constituir una gran riqueza lingüística, pero también una fuente de
numerosos desencuentros cuando convergen varias ciencias sociales ante un
mismo fenómeno. Por tal razón, la autora hace una magistral e imprescindible
demarcación de diversos términos que para las y los científicos sociales y de la
conducta deberían estar más que claros, pero que no siempre es así. Ejemplo de
ello es la frecuente y dañina confusión entre sexo y género o la desacertada
intercambiabilidad entre mujer y género, o violencia hacia la mujer y violencia de
género.

A partir de este primer movimiento, la amplitud y rigurosidad del bagaje teórico de


Paz Toldos se complementan con sus arrestos al evidenciar una serie de injustas
consecuencias derivadas de estas confusiones fermentadas, además, en nuestra
"mente sexista". El principal ejemplo, a efectos del libro, es la discriminación hacia
hombres heterosexuales, gays y lesbianas desde el mundo académico, sistemas
jurídicos, políticos y legales, sin olvidar los medios masivos de comunicación.
Precisamente, a estas alturas del discurso se pueden aquilatar con más nitidez los
estragos producidos por el sistema sexo-género en detrimento de mujeres y
también de hombres, a través de fenómenos como el sexismo, el heterocentrismo,
la misoginia o la homofobia. Poluciones que no están ajenas a las políticas públicas
ni a muchas investigaciones alrededor del mundo. Así, partiendo de un análisis
propio del ámbito de la sociología de la ciencia o la epistemología, la autora
desmenuza varios aspectos teóricos y metodológicos presentes en el estudio de la
violencia femenina.

En esta parte de la obra, Toldos realiza una serie de denuncias que alertan sobre la
subestimación de la violencia femenina y la sobreestimación de la violencia
masculina. Como una sana costumbre a lo largo de su texto, la autora se
fundamenta en numerosos datos fidedignos procedentes de institutos oficiales e
investigaciones rigurosas para realizar un concienzudo análisis sobre el proceso de
adjudicación de la violencia de pareja a un "dominio masculino" y, por ende, cómo
los datos no siempre representan la realidad del problema de la violencia de pareja.

Los capítulos cuarto y quinto se encaminan a delatar aspectos aún más


controvertidos, si cabe, como la tolerancia social, académica, legal y mediática
hacia la violencia cuando es cometida por mujeres, al contrario de la
hipersensibilidad cuando los perpetradores son hombres. Sin vacilación alguna,
aborda sesgos de género que a veces están presentes en los y las investigadoras y
cómo influyen en sus investigaciones, así como la presión de colectivos radicales
para censurar libros o estudios que contravienen a sus intereses. Pero, sobre todo,
hace hincapié en el error de considerar a la violencia, principalmente, en su
manifestación física, adjudicada frecuentemente al sexo masculino, y la omisión de
otras formas de violencia como la indirecta, cuyo ejercicio es más común en las
mujeres.

Quizá es en esta sección del libro donde puede hallarse la gran aportación
sociológica al estudio de la violencia de pareja en sociedades contemporáneas: la
inclusión de la nueva generación de mujeres en el estudio del fenómeno. Entre
otras razones porque, según la autora, la presión social ejercida hacia las mujeres
por la competitividad, el logro y el éxito social hacen más aceptable la violencia en
ellas. Y porque, complementariamente a ello, la violencia hacia la mujer puede ser
producto de la negativa de algunos hombres ante estos cambios. Es decir, la
existencia de conflictos por el poder podría llegar a provocar violencia "cruzada"
entre sexos, donde ellas sufren las consecuencias más negativas.

Toldos amplifica su análisis sociológico en el sexto epígrafe al integrar un tema


tabú: la violencia en parejas del mismo sexo. Entre otras cuestiones neurálgicas
para la investigación social, la autora sustenta que el factor causal de la violencia
trasciende a la dominación del hombre hacia la mujer y, añadido a ello, desmitifica
sagazmente el factor de la masculinidad en el agresor. Concluye apuntando que las
parejas del mismo sexo pueden ser iguales o más violentas que las heterosexuales.

En los subsiguientes tres capítulos la autora se enfoca en disertar cuidadosamente


sobre los motivos que impulsan a mujeres u hombres a ejercer la violencia, así
como el proceso para convertirse en violentos o violentas. Para ello se vale de
argumentaciones provenientes, principalmente, de la psicología, pero sin omitir
factores de otra naturaleza como los biológicos o socioculturales.

En el último epígrafe se exponen aspectos prácticos en aras de la erradicación de la


violencia, proceda de quien proceda, desde diversos ámbitos.
Crítica de la obra y algunas implicaciones para el contexto mexicano

Desde una perspectiva de género neutral, el libro busca, con una mirada aguda y
crítica, analizar la situación de desigualdades entre hombres y mujeres en diversos
campos del estudio de la violencia de pareja y aborda con solidez argumentativa
una problemática excluida, pero lacerante, en la agenda social contemporánea: las
víctimas "no oficiales" de la violencia entre sexos.

La autora no inventa una realidad, la nombra, la desvela, la desmitifica y,


valientemente, la denuncia. Por ello, Paz Toldos rebasa el popular y excesivo
análisis enfocado en la victimización de las mujeres y apunta hacia la comprensión
de la violencia entre sexos desde una perspectiva dinámica y procesual, donde la
principal característica de los comportamientos violentos es la bidireccionalidad. Sin
lugar a dudas, la línea de investigación de la autora arroja luz sobre aspectos no
suficientemente trabajados no solo en México y en gran parte de contextos
hispanoparlantes. No obstante que esta obra da cuenta de una investigación
apoyada en profusa evidencia empírica internacional, y con un claro objetivo de
análisis crítico de la realidad española, sus aportaciones y múltiples implicaciones
para nuestro país no son baladíes.

En ese tenor, si la ciencia es, ante todo, una destructora de mitos, según Norbert
Elias, la autora hace lo propio al diseccionar amplia y magistralmente una serie de
mitos entreverados, por razón del sistema sexo-género, que terminan por ser
perjudiciales no solo para las mujeres, sino también para los hombres. Por tanto,
su esfera de análisis también es aplicable a México donde conviven mitos que
pueden exculpar al hombre por ejercer violencia contra la mujer con aquellos que
señalan que los hombres no pueden -ni deben-ser víctimas de violencia de pareja.
Solo por mencionar algunos graves y perniciosos presupuestos que han logrado
infiltrarse en la sociedad mexicana, medios masivos de comunicación, ámbitos
académicos y sistemas jurídicos y políticos mexicanos.

Complementariamente a ello, si lo que no se nombra no existe -y máxime en


tiempos en los que paradójicamente no ser mujer podría implicar cierta
discapacidad social, política y legal en temas de violencia de pareja -, Toldos
conviene con su obra en la imprescindible generación y fortalecimiento de aparatos
teórico-metodológicos para la inclusión y atención de las víctimas olvidadas o "no
oficiales" en la violencia entre sexos en nuestro país.

Por ello, la autora realiza una denuncia muy políticamente incorrecta, pero
excelentemente fundamentada en datos oficiales y científicos, sobre la falta de
institutos "neutrales" en España que aborden la violencia de pareja sin discriminar a
nadie por su sexo ni orientación sexual. Al respecto, y siempre teniendo en cuenta
que se trata de una realidad social distinta, las implicaciones de este libro pueden
conducir a la necesaria reflexión de hasta qué punto el proceso de importación de
teorías e imitación de soluciones, concretado en institutos y políticas públicas en
nuestro país, pudiera estar generando el efecto discriminador y dañino hacia
hombres heterosexuales, gays y lesbianas en México.

Sin la menor duda, los contenidos de este libro son controvertidos y pueden ser
fácilmente criticados arguyendo que la autora trata de minimizar peligrosamente la
violencia contra las mujeres, de invalidar políticas públicas o recursos en favor de
las mujeres, por equiparar erróneamente las consecuencias de la violencia sufridas
por hombres y mujeres, por propugnar ideas machistas, etc. Empero, es preciso
subrayar la diafanidad y precisión quirúrgica con la Paz Toldos se deslinda de tales
ideas, pues en todo momento, por ejemplo, reconoce y apremia la necesidad de
seguir luchando contra la violencia hacia la mujer, con la matización de no omitir a
las otras víctimas de la violencia de pareja.

Superadas o, mejor aún, fructificadas las características de esta obra, su naturaleza


la transforma en un texto imprescindible; una especie de guía docta ante la
pobreza teórica y metodológica que no pocas veces pueden llegar a empantanar o
enturbiar el estudio de la violencia de pareja en nuestro país.

Por todo lo anterior, este libro es de recomendable lectura para el o la interesada


en el estudio de la violencia entre sexos con un enfoque que rebase el popular y
limitado marco explicativo de teorías "mono sexistas" y "mono causalistas" de la
violencia de pareja. Su visión humana, equilibrada, objetiva y real del fenómeno en
aras de una sociedad más justa y equitativa que no discrimine a nadie por razón de
su sexo es un deber ético y humano para los y las científicas sociales y de la
conducta.
“Hombres violentados psicológicamente por sus parejas: Lo que el sexo fuerte se cansó de
ocultar”

Introducción

No cabe duda de que la Violencia Intrafamiliar es una problemática instaurada a nivel mundial,
en diversos países se hacen campañas, leyes y se crean instituciones que difundan y combatan
esta problemática, que acogen a sus víctimas y que entregan el apoyo necesario en el proceso
de denuncia y posterior reparación del daño. El mundo se escandaliza y recrimina, por
ejemplo, que en Medio Oriente a las mujeres se les trate como un ser inferior, se les quiten
todos sus derechos y sean confinadas a una vida de cuasi-esclavitud. Causa total indignación
de que exista maltrato a los niños y existe tal nivel de campañas, que las cifras de denuncias
han aumentado considerablemente. A nivel país, encontramos diversas campañas que
convocan a la población a denunciar estos actos, ya sea por ser las personas agredidas, o bien
por tener conocimiento de estos. Tanto el Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM), como el
Servicio Nacional del Adulto Mayor (SENAMA) y el Servicio Nacional de Menores) (SENAME)
poseen estrategias de intervención y apoyo a las víctimas de violencia expresada en sus
diversas formas. Sin embargo, debemos pensar que en toda esta red de apoyo para las
mujeres, adultos mayores y niños y adolescentes faltan los hombres, y no nos referimos al rol
de los agresores, sino a aquellos que sufren violencia por parte de sus parejas. Específicamente
nos centraremos en el aspecto psicológico de esta agresión. Para esto, es necesario ver, qué se
entiende por Violencia Intrafamiliar en la Ley VIF: “Todo maltrato que afecte la vida o la
integridad física o psíquica de quien tenga o haya tenido la calidad de cónyuge del ofensor o
una relación de convivencia con él; o sea pariente por consanguinidad o por afinidad en toda la
línea recta o en la colateral hasta el tercer grado inclusive, del ofensor o de su cónyuge o de su
actual conviviente. 6 7 que protestan abiertamente frente este tipo de injusticias, se organizan
y se asesoran por profesional que apoyan y repudian estos tipos de maltratos. La vergüenza y
temor al ridículo es cada vez menos para los hombres españoles, porque ya instauraron la
violencia hacia el hombre como una problemática social emergente, no por el hecho de que
recién ahora los hombres estén siendo agredidos por sus parejas, sino porque actualmente se
está dejando de lado lo tabú del tema y se está dando la apertura de los marcos referenciales
que la sociedad en sí posee. Ahora, retornando al caso de nuestro país, podemos establecer
que, la importancia del tema radica en que si pretendemos lograr la anhelada igualdad y
equidad de género, debemos asumir que debe ser para ambos géneros, sin distinción. Por
tanto, se hace necesario comprender qué entendemos realmente por igualdad y equidad. Por
igualdad de género entenderemos: “Condición de equidad que reviste tanto a la mujer como al
hombre para ejercer plenamente sus Derechos Humanos y cumplir sus deberes, desarrollar sus
potencialidades, contribuir al progreso familiar, social, económico, político, ambiental y
cultural, y gozar de las mismas condiciones y posiciones. Está relacionada con la capacidad
legal y social de hombres y mujeres para movilizar recursos domésticos y corresponsabilizarse
del cuidado, la crianza, la educación y la manutención de la familia” (Ibid: 77) Es decir, que no
sólo se trata de que la mujer tenga iguales oportunidades y derechos que los hombres, sino
que también los hombres tengan igual oportunidad que las mujeres en tener dónde acudir
cuando son víctimas de violencia intrafamiliar, así como también que se le otorgue la
relevancia que merece la problemática que sufre una parte de la población masculina. En
definitiva, es tener la misma igualdad de ser atendido como lo requiere una víctima 8 de
maltrato, sin tener que exponerse a los prejuicios y burlas que muchas veces se dan en estos
casos. Y, por equidad de género comprenderemos: “Proceso mediante el cual se disponen
medidas para revisar la estructura de poder y compensar las desventajas históricas, culturales,
políticas y sociales que impiden al hombre y la mujer actuar en igualdad de condiciones. Busca
que la justicia sea recíproca en pro de la organización de la vida cotidiana de ambos géneros y
reconocer las diferencias de género, respetando la diversidad, promoviendo la legitimidad
social, la ecuanimidad y la convivencia pacífica y consensuada entre mujeres y hombres en el
ámbito familiar y social”. (Ibid: 55) Podemos destacar de esta definición cuando hace
referencia al compensar las desventajas culturales y sociales que impiden una igualdad de
condiciones. Y es que en esto se basa esta problemática, en las desventajas que presenta el
hombre al momento de ser víctima de violencia intrafamiliar, puesto que el estereotipo de
hombre no permite visualizar que el omnipotente sea dominado y agredido por una mujer, y
esto pasa porque a pesar de las grandes ventajas que aún tienen los hombres por sobre las
mujeres, presentan esta gran desventaja de no poder pedir ayuda porque simplemente es
inaceptable que presenten algún tipo de vulnerabilidad frente a las mujeres. Por tanto, no
debemos menospreciar el maltrato que sufren cierta parte de la población masculina por parte
de sus parejas, es necesario investigar este tema para que así comience a ser tratado por los
expertos, por los medios de comunicación y la sociedad en general; en resumidas cuentas que
alcance el nivel de problemática social. Es necesario asumir que la visión machista de la
sociedad no sólo perjudica notablemente a la mujer, sino que también existe un porcentaje de
la población 9 masculina que es parte la creencia de que el hombre es “el macho alfa” y que
por tanto, jamás será agredido por una mujer (en el caso de las parejas heterosexuales). Por
tanto, el machismo crea un velo frente a esta realidad, el cual no permite apreciar en
profundidad este tema, contribuyendo a que se mantenga como algo tabú. Ahora bien, como
ya hemos mencionado, no existe gran variedad de investigaciones respecto al tema, los
documentos encontrados no presentan una gran profundidad que permita comprender en
gran parte este fenómeno. Tampoco existen instituciones que trabajen en concreto el tema y,
si a esto le sumamos el desconocimiento que existe respecto a la ley podemos deducir lo
complejo de esta investigación, pero es parte de los obstáculos que surgen al momento de
innovar con situaciones que deben ser reconocidas lo antes posible como problemáticas
sociales. En el fondo, pretendemos realizar un llamado de atención a la sociedad en general,
un llamado a la necesidad de innovar, a la necesidad de posicionar la violencia hacia el hombre
en la realidad social actual. Por una sociedad igualitaria entre hombres y mujeres, porque los
tiempos cambian y la mente se expande en su conocimiento y comprensión del entorno que lo
rodea, debemos ser capaces de mantenernos en esta constante transformación y aportar a
que esto se dé, aportar a que así como todos tenemos los mismos deberes, también
merecemos los mismos derechos. Porque una agresión no es más débil por ser causada por
una mujer, porque un hombre no pierde su dignidad al denunciar, debemos ser capaces de
sustentar teóricamente bases sólidas que permitan estrategias que se enmarquen en
lineamientos firmes y claros. Porque no importa si es mujer, niño, adulto mayor u hombre,
agresión es agresión y en todas sus formas debe ser condenada. Y toda víctima, sin importar su
género, debe ser escuchada y apoyada en su proceso de sanación. 10 2-. Planteamiento del
problema Luego de ya señalar el tema de investigación, es necesario especificar y profundizar
dónde, cuándo y con quienes se trabajó para el desarrollo de éste. Para comprender de mejor
forma el problema, es necesario definir qué entenderemos por violencia psicológica:
“Hostigamiento verbal habitual por medio de insultos, críticas o descréditos, ridiculizaciones.
También aquí se toma en cuenta la indiferencia; rechazo implícito o explícito” (SERNAM. 2011-
2012:16) Como anteriormente se señala, no contamos con los recursos suficientes como para
abarcar todas las aristas de la violencia intrafamiliar, es por eso que nos enfocaremos en este
tipo de maltrato. A su vez, sumaremos la temática de la desigualdad existente con respecto a
la tuición de los hijos, ya que mayoritariamente es otorgado a la madre y sólo en casos críticos
es que el hombre se queda con ellos. También visualizaremos la utilización que en variados
casos las mujeres hacen de sus hijos, constituyéndose así como un aspecto de la violencia
psicológica. Es sabido de que el sentido de machismo cumple un rol fundamental al denominar
a los hombres como el “sexo fuerte”, tienen el deber de proveer el sustento a la casa, de velar
por la seguridad de sus integrantes y ser ante todo la fortaleza y guiador de ésta, pero ¿qué
sucede cuando el hombre no puede cumplir este rol?: "No trabajar para un hombre es ponerse
en el límite; arriesgar su calidad de varón adulto. Puede no hacerlo, pero tendrá que justificar
el por qué no ante terceros; recibir seguramente incomprensión y rechazo de muchos/as… Lo
obliga a ejercer una actividad por la que genere ingresos para su autonomía y pueda responder
a “sus” responsabilidades; debe hacerlo y demostrarlo… Quedar sin trabajo coloca al varón en
situación de vulnerabilidad de su masculinidad, de su hombría." (Olavarría; 2001: 78) 11 El
autor lograr construir de gran forma la sensación que tiene un hombre que está cesante, que
no tiene un trabajo que le permita ser el sostenedor, el jefe del hogar. Es de esta misma
situación que surgen casos de la violencia psicológica que mujeres ejercen en los hombres,
como esta situación rompe con el prototipo y estereotipos de género (hombre trabajador), la
mujer contribuye a que aumente la humillación y vergüenza que pueden sentir estos hombres
al ser “mantenidos” por sus parejas. Es en este contexto en que podemos enfrentar diferentes
tipos de reacciones, las más favorables corresponde a un apoyo mutuo, en donde la pareja
logre visualizar que es labor de ambos trabajar por la relación, por lo que en variados casos las
mujeres comienzan a trabajar para ser un aporte económico al hogar, de forma tal que las
labores domésticas y de crianza son realizado por ambos, esta es la reacción ideal frente a este
tipo de adversidad. Si embargo, en diversos casos, las mujeres no soportan que el hombre no
sea “capaz” de mantener el hogar, por lo que sus reacciones comienzan con un enojo hacia
éste, seguido por diversos insultos que menoscaban anímica y emocionalmente al sujeto. Se
dedican a trabajar y con esto muchas veces enrostran a su pareja su “incapacidad” para
cumplir su labor básica, su hombría se ve atacada hasta el borde de afectar su visión de sí
mismo. Las mujeres crean un ambiente hostil y de violencia que al final de cuentas absorbe a
los niños, quienes también son parte de este maltrato, ya sea directa como indirectamente,
transformando así la dinámica familiar en una agonía que poco a poco consume a cada uno de
sus integrantes. Según estadísticas presentadas por Fiscalía: "El total de casos VIF ingresados al
Ministerio Público, entre enero y junio de 2013, fue de 68.452, lo que representa un 10,5% del
total de casos ingresados al sistema. 12 Las categorías de delitos con mayor presencia, en
casos VIF, fueron lesiones (48,7%) y amenazas (39,7%), y en conjunto representan
aproximadamente el 88% de los ilícitos.” (Ministerio Público de Chile; 2013: 9) Comparado con
cifras del año pasado, se ha presentado una baja en las denuncias por Violencia Intrafamiliar,
siendo el 2012 72.626 los casos denunciados. Sin embargo, en el boletín del Ministerio Público
no se aprecia la diferenciación por género de las victimas. En el boletín anual 2012 se señala
que del total de los 76.626 casos denunciados, 79,5% fueron mujeres y el 20,5% corresponden
a hombres. Es así como podemos ver que detrás de este 20,5% de hombres que sufren
violencia no cuentan con ningún tipo de Institución donde acudir para recibir apoyo,
tratamiento y orientación. Son una cifra no menor, y aunque lo fueran, detrás de cada
porcentaje hay hombres que deben callar su problemática. Actualmente, existen Instituciones
que trabajan con otras problemáticas que afectan directamente a los hombres. Una de las
instituciones es “Amor de Papá”, que posee agrupaciones en diversos países. Ellos abordan
esta problemática de forma multidisciplinaria, ya que cuentan con abogados que llevan las
causas, psicólogos que apoyan a los padres en su sufrimiento, y trabajadores sociales que los
orientan en esta difícil batalla, trabajando con las herramientas, recursos y fortalezas que
poseen para así poder tener el derecho de ver a sus hijos. Ahora bien, es con esta última
Institución con quien se trabajó para el desarrollo de esta investigación, se aplicaron 4 Relatos
de vida a padres pertenecientes a “Amor de Papá” y que además hayan sido víctimas de
violencia psicológica por parte de sus parejas.
HOMBRES MALTRATADOS, UNA REALIDAD SILENCIADA

Hay realidades de las que, al parecer, no interesa hablar, pero esto no significa que no existan.
Los HOMBRES MALTRATADOS EXISTEN.

Antes de hablar de esta realidad, considero necesario hacer algunas puntualizaciones, a mi


juicio, esenciales:

1.ª La violencia de género no existe, y digo que no existe simple y llanamente porque la
violencia no tiene género. Hay personas –independientemente de su sexo– que resuelven sus
conflictos de forma violenta y personas que no, y porque haya algunos hombres violentos no
podemos criminalizar a todo el género masculino.

2.ª Que no exista la violencia de género no quiere decir que no haya mujeres maltratadas,
aunque «No son mujeres maltratadas todas las que denuncian, ni denuncian todas las que
son». A lo largo de mi carrera he defendido a muchas mujeres maltratadas y lo seguiré
haciendo, porque considero que la violencia –venga de donde venga– es una lacra que hay que
erradicar. El maltrato al que se ve sometida la mujer es, principalmente, físico. Hay un dato
objetivo que no podemos obviar, el hombre, en líneas generales, desde un punto de vista
físico, es más fuerte que la mujer, por lo tanto, cuando tiene una reacción violenta puede
hacer más daño que una mujer y, desgraciadamente, lo hace. Asimismo, la mujer puede verse
sometida a otro tipo de violencia, la psicológica, campo en el que el hombre se suele
desenvolver con más torpeza que las mujeres. Por esta razón, la violencia psicológica que el
hombre pueda ejercer sobre la mujer es menor que la física. No obstante, la mujer víctima de
maltrato, una vez que da el paso y decide denunciar –lamentablemente no todas lo hacen,
prueba de ello es que muchas de las mujeres muertas a manos de sus parejas o ex parejas
nunca habían denunciado– tiene el apoyo de todo el sistema.

3.ª A la hora de hablar de violencia entre personas, prefiero términos más ajustados a la
realidad como «violencia intrafamiliar», «violencia doméstica» o «violencia bidireccional». Una
vez sentadas estas bases, ya podemos hablar de lo que hoy nos ocupa, los HOMBRES
MALTRATADOS, una realidad silenciada pero existente, analizando los siguientes puntos: a) El
maltrato al que se ve sometido el hombre es mucho más amplio que el maltrato al que se ve
sometida la mujer. b) El número de hombres maltratados no es inferior al de mujeres
maltratadas, aunque sí es cierto que las mujeres asesinadas superan en cantidad a los
hombres. La primera de las afirmaciones, «El maltrato al que se ve sometido el hombre es
mucho más amplio que el maltrato al que se ve sometida la mujer», la hago basándome en
que el maltrato al que se ve sometido el hombre no sólo es un maltrato físico o psicológico,
sino que es un maltrato a todos los niveles: intrafamiliar o doméstico, institucional, legislativo
y judicial. Veamos cada uno de ellos y entenderán por qué lo digo. En primer lugar me referiré
al «MALTRATO FÍSICO». Es una realidad innegable pero silenciada. En España también mueren
hombres a manos de sus mujeres y también hay hombres con lesiones físicas causadas por sus
parejas. Sin embargo, estas noticias se silencian, no se les da la misma repercusión mediática
como a la muerte de mujeres; es más, hay protocolos de actuación dentro del mundo de los
medios de comunicación para tratar uno y otro tema. Otra de las razones por las que el
maltrato al que se ven sometidos los hombres no trasciende es porque los hombres no suelen
denunciar, quizás por un mal entendido orgullo y, sobre todo, por el tratamiento que recibe el
hombre cuando denuncia. Por estas razones no hay en nuestros juzgados tantas denuncias de
hombres maltratados, cuando realmente fuera de los juzgados son muchos los casos que se
ven de hombres víctimas de maltrato a manos de mujeres. A lo largo de mis años de ejercicio
profesional son muchos los casos de hombres maltratados que he visto, a los que el consejo
que he tenido que dar es «Si te agreden, huye o déjate pegar, pero ni se te ocurra repeler la
agresión porque si no estás perdido» –más adelante hablaremos de Ley Orgánica 1/2004–,
circunstancia esta de la que se aprovechan, sin lugar a dudas, muchas mujeres, que no solo
maltratan, sino que provocan a sus parejas o ex parejas para ver si caen en «la trampa».
Aunque lo trate en segundo lugar, lo cierto es que el «MALTRATO PSICOLÓGICO» es el
maltrato principal al que se ve sometido el hombre por parte de la mujer. En este tipo de
maltrato, la mujer ocupa una posición muy superior a la del hombre, lo cual tiene su lógica, ya
que la mujer es mucho más inteligente que el hombre y, en consecuencia, tiene «más
recursos» a la hora de maltratar psicológicamente al varón. Son muchas las formas de maltrato
psicológico ejercido por la mujer sobre el hombre que he visto como abogado, los ejemplos
son de lo más variado –la lista sería interminable–, por ello sólo citaré algunos:

A) Uno de ellos consiste en ir aislando al hombre de su familia y amigos sutilmente. Y digo


aislando por no decir enfrentando, de forma tal que llega un momento que el hombre pierde
toda relación con amigos y/o familiares.

B) Otro maltrato de lo más frecuente es el relacionado con los hijos, siendo muchos los
hombres que, incluso viviendo en pareja, es como si no «pintaran nada» en relación con sus
hijos, hombres a los que no se les permite que sus familias disfruten de los menores –
conocerán el refrán que dice «Los hijos de las hijas nietos son, los hijos de los hijos serán o
no»–. Conozco casos en los que las familias paternas ven a los niños en contadísimas ocasiones
al año, mientas que las familias maternas los ven a diario –incluso residiendo ambas familias
en la misma localidad–.

C) Maltrato en el ámbito sexual, siendo el caso más extremo que conozco el de una mujer que
a los pocos meses de haberse casado –después de haber sido sexualmente muy activa hasta
contraer matrimonio– le dijo a su marido «Comprendo tus necesidades como hombre, con tal
que seas discreto, puedes irte con quien quieras». D) Otro tipo de maltrato es el de las
amenazas continuadas a las que se ven sometidos muchos hombres. Antes consistían en
amenazar con «Me divorcio y no ves a los niños», ahora, gracias a la Ley Orgánica 1/2004, la
amenaza es más contundente, «Te denuncio por malos tratos o abusos y te arruino la vida».
Ejemplos todos ellos que llegan a minar la autoestima de muchos hombres, quienes, al igual
que en el caso de las mujeres maltratadas, llegan a pensar que son culpables de algo, que
realmente no son; o piensan que se merecen lo que les pasa; otros acaban viéndolo normal; y,
en algunos casos, me he llegado a encontrar hombres que incluso habían llegado a pensar que
eran ellos los maltratadores, cuando, verdaderamente, eran las víctimas. En algunos Servicios
de Atención a la Mujer pasan el siguiente cuestionario para determinar si la mujer ha sido
maltratada o no: – Te hace sentir inferior, tonta o inútil. Te ridiculiza, te critica o se mofa de tus
creencias. – Critica y descalifica a tu familia, a tus amigos y a los vecinos o te impide
relacionarte con ellos, se pone celoso o provoca una pelea. – Te controla el dinero, la forma de
vestir, tus llamadas, tus lecturas, tus relaciones, tu tiempo. – Te ignora, se muestra indiferente
o te castiga con el silencio. – Te grita, te insulta, se enfada, te amenaza a ti o a tus hijos. – Te
humilla y te desautoriza delante de los hijos y conocidos. – Te da órdenes y decide lo que tú
puedes hacer. – Te hace sentir culpable: tú tienes la culpa de todo. – Te da miedo su mirada o
sus gestos en alguna ocasión. – Destruye objetos que son importantes para ti. – No valora tu
trabajo, dice que todo lo haces mal, que eres torpe. – Te fuerza a mantener relaciones sexuales
o a realizar determinadas prácticas. Pues bien, si contesta SÍ a alguna de estas cuestiones, se
considera que la mujer está siendo maltratada. Ahora me pregunto yo, ¿cuántos hombres
podrían responder afirmativamente a algunas de esas preguntas…? Y aquí es donde llega la
gran diferencia: la mujer maltratada, una vez que da el paso y denuncia –como he dicho antes–
tiene el apoyo de todo el sistema; sin embargo, el hombre, cuando decide dar el paso y
denunciar, lo primero de lo que se da cuenta es de que tiene todo el sistema en contra. De
esta forma nos encontramos con lo que yo llamo «MALTRATO INSTITUCIONAL». En Aragón,
Comunidad Autónoma en la que resido, tenemos para apoyar a las mujeres, sean maltratadas
o no:

1.- El Instituto Aragonés de la Mujer (IAM).

2.- Centros de Información y Servicios a la Mujer de Ámbito Comarcal.

3.- Unidad de la Mujer del Ayuntamiento de Zaragoza -Casa de la Mujer-.

4.- El Instituto de la Mujer dependiente del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales.

5.- Servicios de Atención a las Mujeres Víctimas de Violencia.

6.- Servicio de Atención a la Mujer (SAM) de la Policía Nacional.

7.- Los Equipos de Atención a la Mujer y Menores de la Guardia Civil (EMUMES).

8.- Oficinas de Atención a las Víctimas del Delito –dependientes de los Juzgados–.

9.- Casas de Acogida para Mujeres Maltratadas.

10.- Viviendas Tuteladas para Mujeres en Situación de Desarraigo Social.

11.- Centros de Atención a Mujeres con Problemas de Marginación.

12.- Viviendas Tuteladas para Mujeres con Problemas de Inserción (ACISJF).

Cabe destacar que muchos de estos organismos tienen las mismas competencias, se solapan
entre sí, de forma que, con una misma finalidad –«proteger a la mujer»– se están
manteniendo distintos Institutos, Órganos y Servicios que están dilapidando cantidades
ingentes de dinero público; y ya no nos detengamos a señalar lo que ocurre en algunos de
estos sitios…, pero esto será materia de otros artículos. Y ahora, querido lector, seguro que se
estará preguntando, ¿qué hay en Aragón para apoyar al hombre, sea maltratado o no? NADA,
absolutamente nada. Pongo el ejemplo de Aragón porque es el que más conozco, pero la
situación no es muy diferente en el resto de las CCAA. ¿Qué ocurre si un hombre maltratado
decide acudir a uno de estos centros mencionados? Que no lo atienden, porque es hombre. A
los hombres no les diré que vayan organismo por organismo a ver qué pasa, simplemente les
sugiero que llamen al 016 y digan que «soy un hombre maltratado», ya me contarán la
respuesta. Por lo tanto, el maltrato institucional al que se ve sometido el hombre es claro y
palmario, ya que las instituciones no le dan ningún apoyo. Pero es más, para evitar que se
hable de hombres maltratados, ni se molestan en hacer estadísticas ni estudios sobre esta
realidad y, cuando se hacen, se «maquillan». Sirva como ejemplo que uno de los primeros
estudios realizado por el Instituto Nacional de Estadística es del año 2011, y según este casi el
25% de las denuncias por violencia doméstica corresponden a hombres maltratados.
Personalmente abogo por la supresión de todos los Organismos, Instituciones…, mencionados
anteriormente y la creación de un único «Servicio» donde se trate a hombres y mujeres por
igual, ahorrándose de esta forma una gran cantidad de dinero de los contribuyentes y,
además, no se discriminaría a nadie como sucede en la actualidad. Después del maltrato físico,
psicológico e institucional del que es víctima el hombre, nos encontramos con el denominado
«MALTRATO LEGISLATIVO», siendo el ejemplo paradigmático de ello la Ley Orgánica 1/2004,
de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género; ley
aberrante donde las haya –a esta ley le dedicaremos un artículo aparte–. Imaginen por un
momento que en España se aprobara una ley para sancionar únicamente hechos cometidos
por los negros, ¿qué sucedería? Que se nos echaría la comunidad internacional encima y nos
tildarían, cuando poco, de racistas. Pues bien, aquí tenemos una ley para sancionar
únicamente hechos cometidos por los hombres, por los varones, ¿qué ha sucedido? NADA.
Podemos afirmar que se sanciona el mero hecho de ser hombre, y basta la simple denuncia de
una mujer para que a un hombre se le aplique un protocolo de actuación policial que en casos
análogos no se aplicaría. Imaginen por un momento que su vecino acude a la policía y
denuncia que usted le ha dicho que «Cuando te vea te voy a dar un bofetón». ¿Qué ocurriría?
Nada, en unas semanas tendrían un juicio de faltas y ya está. Sin embargo, imaginemos ahora
que la que acude a la policía es su pareja o ex pareja –mujer–, y denuncia exactamente lo
mismo siendo usted varón, ¿qué sucedería? Que usted sería detenido, pasaría la noche en los
calabozos y al día siguiente pasaría a disposición judicial y, lo que es más grave, probablemente
lo condenarían por un delito de amenazas. Pero es más, si su pareja o ex pareja denunciara a
otra mujer por los mismos hechos no la detendrían y, en el peor de los casos, acabaría
condenada por una falta. Cuando la mujer denuncia a su pareja o ex pareja, el hombre debe
demostrar su inocencia, lo cual es algo insólito, además de vulnerar el derecho a la presunción
de inocencia. En los demás casos, es el denunciante quien tiene que demostrar la culpabilidad
del denunciado o denunciada. Un efecto perverso de esta y otras leyes «protectoras de la
mujer» es que son muchas las que, aprovechándose de las mismas, ponen denuncias falsas
que, al fin y al cabo, es otra forma de maltrato psicológico. Yo he visto hombres, inocentes
que, después de una o varias detenciones, han quedado destrozados y necesitando apoyo
psicológico, mientras que ellas se han ido «de rositas». Y para terminar, nos encontramos con
el que yo llamo «MALTRATO JUDICIAL», al que se ven sometidos los hombres por el mero
hecho de ser hombres. Como punto de partida, cuando una mujer denuncia, todos la
consideran una víctima que, además, está haciendo lo que tiene que hacer. Cuando el que
denuncia es un hombre, en muchos casos es considerado un « … » –pongan ustedes el adjetivo
que más les guste–, por denunciar a la madre de sus hijos. Se ve natural que la mujer denuncie
y se defienda, pero no que lo haga el hombre. Desde mi punto de vista se produce uno de los
efectos más perversos que se puede dar en el derecho penal, el que yo denomino, «la
criminalización de la víctima», es decir, si la mujer agrede a su pareja o ex pareja y este la
denuncia, el malo es él por denunciarla, nadie se para a pensar que la mala es ella por
agredirle. Pero este «maltrato judicial» no solo se da en los Juzgados de Instrucción o de lo
Penal, también se da en los Juzgados de Familia en los que el interés de la mujer en muchos
casos parece estar incluso por encima del interés del menor, hasta el punto de que, como
hemos visto en artículos anteriores, se llega a dejar a niños en manos de maltratadoras
condenadas por sentencia firme, lo que no se haría en caso de que el maltratador fuera el
hombre. Por todo ello, considero que avanzaríamos mucho si, cuando entramos en sala a
celebrar un juicio, no nos fijáramos en los genitales de las partes y nos limitáramos a pensar
que tenemos delante dos personas mayores de edad y unos hechos que juzgar, así de simple.
También quiero dejar constancia de que no culpo exclusivamente a los jueces del «maltrato
judicial», ya que estos, en muchos casos, a pesar del enorme poder que tienen, se ven
sometidos a muchas presiones e incluso a informes de peritos mendaces e incompetentes que,
más que ayudar, obstaculizan su labor. Esto es algo más amplio, que no afecta solo a la
administración de justicia, sino a la sociedad en general, de la que, obviamente, también son
parte los jueces. Como he dicho al principio, los hombres maltratados existen, esta es una
realidad silenciada por distintos intereses, pero que sea visible a la sociedad es
RESPONSABILIDAD DE TODOS, empezando en primer lugar por los propios hombres
maltratados, quienes, si me permiten la analogía, tienen que «salir del armario» y denunciar,
ya que mientras no se denuncien, estos hechos quedarán silentes entre cuatro paredes y nada
se podrá hacer al respecto. Quiero concluir diciendo que, en mi opinión, el número de mujeres
maltratadas no es superior al de hombres maltratados, y solo cuando todos los hombres
víctimas de maltrato «salgan del armario» y denuncien, podremos constatar que esta
afirmación es una realidad.
Violencia contra el hombre:
Cuando ellos son los que
sufren
En Chile un número no menor de hombres tiende a callar ciertas
situaciones que ocurren en su relación de pareja. Silencian muchas veces
por temor, por no querer enfrentarse a las burlas de la sociedad o
simplemente porque no se dan cuenta que están siendo violentados por
parte de sus mujeres. ¿Cómo reconocer esto?

Este fue el caso de Fernando Loyola, un hombre de Coronel a quien sin motivo
aparente su pareja lo golpeaba e impedía que cercanos ingresaran al domicilio
para visitarlo. La situación se mantuvo de esa manera durante
aproximadamente 8 años. Tal fue la magnitud de los daños psicológicos y
físicos que la familia decidió recurrir hasta los tribunales para interponer una
querella criminal en contra de su conviviente.

Una situación similar le ocurrió a Francisco, quien tras algunos años de casado
comenzó a notar que la relación que mantenía con su esposa ya no era la
misma. Todo se inició con algunas palabras hirientes que con el tiempo se
fueron transformando en golpes. Ante ello aseguró que tuvo que disimular
frente a los demás por miedo a las burlas. “Es difícil a veces tener que callar
por vergüenza, pero qué le puedo hacer, no tengo un buen trabajo y al final ella
gana más que yo”, aseguró a revista NOS.

Si bien el número de hombres maltratados en nuestro país, ya sea física,


sexual o psicológicamente, es considerablemente menor a las cifras de las
mujeres víctimas, lo cierto es que ello no quita la relevancia del hecho.

Pero ¿qué es la violencia? Se trata de una acción que se ejerce contra una
determinada persona de forma intencional y que no es natural, con el fin
de abusar o manipular.

De acuerdo a los registro de la Subsecretaría de Prevención del Delito y de


Carabineros, en la actualidad es muy bajo el número de varones que logra
darse cuenta que es una víctima. Lo normal es quedarse callado para no ser
flanco de burlas, pese a que lo más preocupante de ello es que es aún menor
el porcentaje que logra denunciar.

Más de 17 mil hombres fueron víctimas de violencia en


Chile en 2014

Si bien los números no han tenido un importante incremento durante el último


tiempo, sólo el año 2014 un total de 17.250 varones fueron víctimas de
violencia intrafamiliar -VIF-. Mientras que si se compara el primer trimestres
del año pasado (4.929) con el 2015 (4.781), podemos verificar que la variación
porcentual ha sido de un -0,3%.

De acuerdo a lo indicado por la general Marcia Raimann Vera, jefa de la zona


de Prevención y Protección de la Familia, Chile era parte de una sociedad
patriarcal donde el hombre estaba encargado de la protección y mantención del
hogar, sin embargo esto ha ido cambiando con los años, transformándose en
matriarcal.

“La mujer también está saliendo y entrega aportes, por lo tanto el hombre se ve
disminuido en su autoestima porque ya tiene como un patrón aprendido de que
el aporte económico y que el proveedor era él”, sostuvo la general. A ello
además agregó que “la mujer comienza a tener poder sobre la familia y lo
comienza a opacar (al hombre) sutilmente, luego psicológicamente y después
empiezan las situaciones más físicas”.

Según las cifras manejadas por Carabineros, el tipo de agresión que


mayormente es denunciada por el género masculino es la violencia intrafamiliar
psicológica con 8.474 casos, la violencia intrafamiliar con lesiones leves
con 8.284 casos y por último la violencia intrafamiliar con lesiones graves o
superiores con 492 casos.

¿Y cuál es el grupo etareo que sufre de más violencia?

Tal como se puede apreciar más abajo en la gráfica, los grupos etarios más
afectados por la violencia intrafamiliar son aquellos entre los 26 y 35 años,
según las cifras de 2014.
¿Cómo me puedo dar cuenta que soy víctima de
violencia?

noticiasggl.com

De acuerdo a lo indicado por la psicóloga del Servicio Nacional de la Mujer,


Paula Espinoza, la persona que vive una situación de violencia puede tardar
varios años en asumirlo.
Según las cifras entregadas por el Sernam una mujer se demora en promedio
unos 6 años en percatarse de la situación. Desde ese momento en adelante es
que comienza un trabajo en profundidad para que ella asuma que su relación
no marcha bien y que es conveniente denunciar, hecho que tarde algún tiempo
más.

En el caso de los hombres, si bien no existe un estudio que apunte a ello, se


estima que son al menos unos 8 años los que tardan en comprender la
situación que viven. Cuando llega el momento de denunciar, muchos desertan
de la idea por diversas razones. Una de las principales sería por “proteger a la
familia” o por sus hijos.

¿Pero cuáles son las conductas que ejerce el victimario y que llevan a la
violencia?

- Abuso psicológico: Esto se expresa a través de la intimidación, aislamiento


de la pareja de sus amigos o familia, intento de control de la conducta de la
pareja e incluso la destrucción de algunas pertenencias.

- Abuso verbal: El uso de palabras hirientes, apodos ofensivos, menos precio


y severas críticas.

- Abuso económico: El abusador comienza a controlar los bienes de su pareja


solicitando recibos, revisando los movimientos bancarios, no otorgándole
dinero, gastando excesivamente o solicitando demasiado.

- Abuso físico: Esto se traduce en golpes, bofetadas, pellizcar, morder,


empujar y el uso de otros objetos para golpear o incluso la utilización de armas.

- Abuso sexual: Cualquier acto sexual en contra de la voluntad de la pareja.

Para la general Marcia Raimann todo inicia con el tema psicológico, cuando “la
mujer empieza a decirle sutilmente a la pareja o lo hace sentir como si
fuera un poco hombre”.

Si esto comienza a ser repetitivo, “normalmente va asociado con un escape en


el alcohol, la droga u otra tipo de situaciones que el hombre hace para evadir
de esta problemática, y la otra situación que pasa es que el sujeto no toma
decisiones y al no tomar decisiones quien las toma es la mujer”, sostuvo la
uniformada quien además agregó que otro indicio donde nos podemos percatar
que la relación no va bien es “cuando no hay acuerdos con la pareja”.

En esa misma línea apunta la trabajadora social del Centro de Atención Integral
a Víctimas de Delitos Violentos, Mariela Fuentealba Retamal, quien indica
que “la violencia intrafamiliar no parte con la agresión física, parte mucho
antes con las agresiones verbales”.

Pero la violencia también tendría ciertas fases que muchas veces ayudan un
tanto a confundir a las víctimas, ya que “cuando se hace la agresión, al poco
tiempo después empieza nuevamente la luna de miel donde se buscan
nuevamente”, explica Fuentealba.

Si bien en teoría no existen características determinadas para reconocer a


simple vista a una persona que ejerce maltrato, de acuerdo a lo indicado por la
trabajadora social “se tiende a pensar que el agresor es una persona que
socialmente es muy bueno, es un personaje que es intachable, pero ese
personaje que para afuera es muy bueno, puede ser un agresor
intrafamiliar”.

Otro punto importante a destacar es que normalmente el victimario posee baja


autoestima, de aquí surge el deseo de tener todo bajo control.

Una de las formas de combatir a un agresor sería frustrándolo. “Si yo lo niego,


es una forma de mantener la sumisión, mantengo el sistema de desigualdad”,
señala Fuentealba. La idea es denunciar las veces que sean necesarias.

¿Cuáles son los pasos y dónde acudir por ayuda?

Uno de los pasos más importantes es asumir que se está siendo víctima de
violencia, pero más relevante aún es poder denunciar efectivamente el hecho.
A partir de ello es que los profesionales del área recomiendan dar los
siguientes pasos para buscar ayuda:

- Informarse acerca de nuestros derechos.

- Concurrir a los centros de salud más cercanos a su domicilio con el objetivo


de dejar constancia (en caso de agresiones físicas) o bien pedir ayuda
psicológica.

- Si la violencia persiste, es de real importancia presentar una denuncia ante


los tribunales de justicia cuantas veces sea necesario.

Parejas Sin Violencia

La ONG Parejas Sin Violencia es una entidad cuyo objetivo es contribuir a la


equidad de género creando espacios de discusión sobre la igualdad y
asesorando ante la violencia contra hombres y mujeres. Es en ese contexto
que busca potenciar las relaciones sanas de pareja, enfocándose
principalmente en el pololeo, etapa donde muchas veces se comienza con las
agresiones.

De acuerdo a lo sostenido por Madariaga, la violencia intrafamiliar ya no es un


problema que sólo incumbe a las mujeres, sino que también a los hombres
como víctimas, por tanto los varones no se pueden dejar solos. “Hay que
tratar de hacer programas integrales para ambos y no sólo para el género
femenino como se ha hecho hasta ahora”, apuntó.
La inexistencia de centros para hombres víctimas de
violencia

En Chile no existen organizaciones ni entidades que intervengan


exclusivamente con hombres que sufran de violencia por parte de sus parejas,
esto a diferencia del caso de las mujeres donde si hay importantes instituciones
que las apoyan y acompañan como lo es el Sernam.

Así también lo sostiene la asistente social Mariela Fuentealba Retamal, quien


colabora otorgando apoyo a víctimas de delitos violentos.

¿A qué se debería que aún no exista una ayuda de tales características? Paula
Espinoza, psicóloga del Servicio Nacional de la Mujer lo explica.

“Los estudios que el Ministerio del Interior a encargado a externos dicen que 1
de cada 3 mujeres entre 15 y 65 años de edad que vive en pareja en nuestro
país, sufre de violencia. Entonces obviamente que la direccionalidad de la
violencia nos manda a que nos hagamos cargo del problema mayor como
Gobierno que es atender, proveer servicios y dar protección a la mujeres
víctimas. No negamos que hay también varones víctimas, sin embargo del
total de denuncias de cerca del 83% corresponde a mujeres que son víctimas
de violencia. Por otro lado, la cantidad de femicidios que hay en nuestro país,
existen cerca de 40 mujeres que cada año mueren en manos de su pareja o ex
pareja y no creo que haya más de 1 ó 2 hombres al año que mueren en manos
de sus parejas”, sostuvo psicóloga.

Pese a que no existen aún entidades especiales o programas que trabajen con
varones, desde hace algún tiempo a esta fecha el maltrato hacia el hombres es
un realidad ya no tan silenciosa. A partir de ello y con el objetivo de seguir
avanzando, es necesario empoderarse de los derechos, además de los
deberes, para que casos como los de Francisco y Fernando no se vuelvan a
repetir.
HOMBRES VICTIMAS DEL ABUSO SEXUAL

En el instante en que usted comienza a leer este artículo van más de 6.700.000 personas
reconocidas oficialmente como víctimas del conflicto armado colombiano desde 1985.
Un 51 por ciento son mujeres. Más de 5.000 (aunque se calcula que la cifra podría
alcanzar las 400.000) han sufrido algún tipo de vejamen sexual. A ellas les robaron los
sueños, les marcaron los cuerpos, les pisotearon la dignidad. Pero no han sido las
únicas.

Por ahí, perdido entre una avalancha de estadísticas sin rostros hay otro capítulo atroz
sobre el que históricamente se ha levantado un muro de silencio. De eso no se habla. Ni
en privado, ni en público. Como si no existiera. Como si no existieran unos hombres de
los que igualmente han abusado los actores armados. A ellos también los violaron. Por
eso su drama es doble: son invisibles.

Hasta agosto, la Unidad de Víctimas, el organismo encargado de la atención y


reparación de quienes han padecido la barbarie de la guerra tenía en su registro 650
casos de violencia sexual contra hombres, lo que supone un 12 por ciento del total. No
se ha establecido un perfil de las víctimas, pero se sabe que la incidencia es alta entre la
población afro y que son mayoría la franja de edad entre los 27 y 60 años, seguida de la
de 18 a 26.

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Los departamentos donde se concentra esta abominable práctica son Antioquia, Valle,
Nariño, Magdalena y Bolívar, y el período, entre 2000 y 2006, cuando más incidentes se
produjeron. Tanto paramilitares como guerrilla e incluso Fuerza Pública han sido
perpetradores. Lo que se desconoce aún es en qué proporción, aunque todo apunta a que
ha sido una forma de terror impuesta en gran medida por las autodefensas.

No es mucho más lo que se sabe de la violencia sexual contra los hombres en Colombia.
Durante años, los estereotipos han estimulado la creencia de que esta clase de delitos
solo se comete en ámbitos homosexuales. De ahí que se haya convertido en un tabú y se
haya invisibilizado.

Y no solo aquí. Una tesis de 2008 de la Universidad de los Andes, firmada por Giselle
Obando Pintor, refleja lo que se ha vivido en otros países: entre 1977 y 1989, tanto en
Estados Unidos como en Gran Bretaña y en Canadá, la violación en tiempos de guerra
se definía como un acto “exclusivamente heterosexual”. Nada ha cambiado
sustancialmente desde entonces. De hecho, la resolución 1325 del Consejo de Seguridad
de la ONU del año 2000 hace referencia a la violencia sexual en conflictos armados
como algo que solo afecta a mujeres y niñas.

“Ignorar a los varones violados no solo los margina, sino que también nos daña a
nosotras porque refuerza un punto de vista que iguala ‘femenino’ con ‘víctima’ ”, le dijo
Lara Stemple, académica del Proyecto de Ley sobre Salud y Derechos Humanos de la
Universidad de California a The Observer en el 2011. Un estudio de Stemple concluye
que al secretismo han contribuido las organizaciones internacionales humanitarias, que
no han hecho esfuerzos por dar a conocer esta realidad. De las más de 4.000 que
trataron el tema, un tímido 3 por ciento lo mencionó en su literatura, pero solo como
“una referencia pasajera”.

A los hombres, no hay duda, solo se les ha atribuido el rol de victimarios. Chris Dolan,
director del programa Refugee Law Project, lo sabe muy bien. Considerado una
autoridad mundial en esta materia, ha llevado a cabo investigaciones en el marco de las
guerras del Congo y Uganda que demuestran las barreras legales y sociales a las que se
tienen que enfrentar las víctimas masculinas.

En Uganda, su organización impulsa una reforma para que estos casos sean asumidos
por la ley, pues ni siquiera se tienen en cuenta. Simplemente no existen. “Hemos
encontrado gente que nunca había hablado de lo que le pasó. Han estado en silencio
durante años. El mensaje es que si te violan, dejas de ser un hombre. Te han convertido
en una mujer”, ha explicado Dolan.

Como en África, también en Colombia la norma es quedarse callado. Un largo silencio.


Cargar durante años con ese pesado fardo. Mirar para otro lado, intentar reconstruir, a
ciegas, los pedazos de vida que se quedaron en el camino. Es la desgracia de sociedades
patriarcales como esta, donde se sobrevalora lo masculino, y donde todavía hay mujeres
que les dicen a sus niños que los hombres no lloran. Eso, y el tortuoso ‘qué dirán’
dificulta, y mucho, que las violaciones salgan a la luz. El subregistro, entonces, puede
ser muy elevado.

“Tanto a mujeres como a hombres les cuesta reconocerse como víctimas de ese hecho
porque el daño que causa al ser humano es tan grande que la elaboración del dolor
implica demasiado tiempo. Además conlleva a la estigmatización. Si en las
comunidades donde ellas han sido víctimas las tildan de fáciles o de que se lo buscaron,
imagínese lo que puede significar culturalmente en el imaginario de los hombres de este
país”, dice María Eugenia Morales, la directora técnica de Reparación de la Unidad de
Víctimas.

A las catastróficas huellas psicológicas (cuadros de estrés postraumático, ataques de ira,


dependencia del alcohol y las drogas, aislamiento, pensamientos suicidas) se suman las
dudas sobre la propia orientación sexual. Algunas víctimas incluso se preguntan si el
haber sufrido semejante ultraje las convierte en homosexuales. Y hasta hay familias que
se rompieron porque la compañera sentimental no resistió la tragedia de su pareja. Las
consecuencias físicas no son menores: riesgo de enfermedades de transmisión sexual y
destrucción de órganos genitales, entre otras.

Cuando violan a un hombre, lo convierten en desechable. En basura. No hay deseo, sino


dominación. “Lo que está en juego es hacerlo sentir inferior y feminizarlo. Después de
eso reconstruir la identidad es una tarea titánica”, sostiene María Emma Wills,
politóloga e investigadora del Centro de Memoria Histórica. Wills reconoce que en
Colombia este fenómeno no se ha explorado lo suficiente. Sus investigaciones de
campo, eso sí, le permiten inferir que estamos ante un escenario aterrador: “Hicimos un
trabajo sobre violencia sexual en los Montes de María, Magdalena y La Guajira. Tan
solo encontramos dos casos de hombres en el Magdalena, pero no hay testimonios
directos porque ambos se suicidaron. No pudimos hablar con sus familiares”.

El poder de las armas


¿Por qué se usa la violencia sexual contra los hombres en el conflicto colombiano?, se
pregunta en voz alta María Eugenia Morales. La respuesta no es fácil. Y menos frente a
un fenómeno tan complejo como desconocido. Una cosa sí está clara: el poder se
fundamenta en las armas. Morales cree que es probable que entre los hombres que han
sido violados hay quienes han ejercido algún tipo de liderazgo comunitario, bien sea
como presidentes de juntas comunales o en organizaciones sociales. Se trata, entonces,
de contrarrestar su autoridad. De anularlos. Cuando se habla de víctimas menores de
edad, la lectura es que el daño que se les causa a los niños va dirigido a las madres.
También es una manera de intimidar y neutralizar el liderazgo de ellas.

Solo en algunos casos las víctimas identifican a sus verdugos. Por miedo a retaliaciones
o porque había presencia de varios grupos en la zona y resulta confuso establecer quién
fue. Los paramilitares, por ejemplo, han asumido muy pocos hechos de violencia sexual
porque insisten en que esa no era una práctica que llevaran a cabo. Lo paradójico, dice
María Eugenia Morales, es que estos ejércitos tan feroces eran capaces de picar cuerpos.
“¿Y no violaban personas? ¿Tenían esas barreras en sus valores? Lo que pasa es que
entienden que es una barbarie. Lo saben. Y de todas las barbaries, esa es la que más
pena les da reconocer”.

‘Tenemos que darnos la mano’


A Claudia Milena Ospina la violaron los paramilitares y la desterraron de una vereda de
Yondó, en Antioquia, porque estudiaba derechos humanos y porque alzaba la voz frente
a los abusos sexuales que se cometían contra niños y niñas en la región. Diez años
después del horrible episodio que vivió la asalta el temor sobre qué fue de aquellos
muchachitos violados que hoy deben de ser adolescentes y hombres que esconden ese
oscuro secreto. Convertida ahora en la representante legal de la organización
Reconstruyendo Sueños de Mujeres, que trabaja con víctimas femeninas, asegura que
los estatutos permiten la presencia de hombres, pero que ninguno ha asistido a sus
reuniones. “Al ser un tema tan tabú, es prácticamente imposible”.

El día que hablamos, Claudia estaba reunida con un grupo de mujeres que forman parte
de diversas agremiaciones de víctimas. A la cita acudió Yolanda Perea, coordinadora de
violencia sexual y representante por Antioquia en la Mesa Nacional de Víctimas. Ella,
violada por un guerrillero de las Farc cuando tenía once años –a su mamá la mataron
porque se atrevió a reclamar–, dice que entre las asociaciones femeninas es creciente la
preocupación por la indolencia de la sociedad frente a los hombres. “Estamos contentas
de que se nos reconozca, pero queremos que el 25 de mayo, que se institucionalizó para
recordar a las mujeres, sea también para recordarlos a ellos. No hay que olvidar que
niños y jóvenes también han padecido esa tragedia. La violencia sexual no distingue de
género o color de piel. Tenemos que abrirles las puertas y darnos la mano en una causa
que nos toca a todos”.
El próximo paso de Yolanda será impulsar una campaña de sensibilización que llegue al
corazón de los varones. Tarea nada sencilla, pues aunque la Unidad de Víctimas está
prestando atención psicosocial a los que se han atrevido a hablar, el silencio persiste y
prácticamente está todo por hacer. “Tendríamos que sentarnos a reflexionar como
sociedad sobre las estrategias para abordar la violencia contra los hombres”, dice María
Eugenia Morales.

En ese sentido las mujeres llevan ventaja. “A pesar de los obstáculos muchas hemos
procesado lo que nos pasó. Ya no sentimos vergüenza. Entendimos que no fue culpa
nuestra y emprendimos una evolución lógica que nos permite dar la cara”, afirma
Yolanda Perea. Los hombres, en cambio, todavía no están preparados.

Ni ellos están dispuestos a contarlo sin máscaras ni probablemente el país esté listo aún
para escuchar su dolor.

‘Tardé doce años en contar lo que me hicieron’


“Tengo 27 años, soy estudiante de psicología y nací en una familia campesina del Valle
del Cauca. Mi infancia fue genial porque crecí en el campo, al aire libre, bañándome en
el río con los amigos después de las clases, jugando entre los frutales, viendo crecer a
los animales.

“Desde esa época ya éramos una especie de república autónoma donde mandaban las
Farc. Para nosotros las ráfagas de ametralladoras y de fusiles así como el ruido de los
helicópteros por la noche y las tomas a los pueblos eran algo tan normal como cepillarse
los dientes. Ellos imponían sus normas pero la dinámica económica se mantenía y la
vida era, entre comillas, normal. Recuerdo que entre el 95 y el 96 se incrementaron las
acciones del frente y yo empecé a perder la inocencia y a dejar ir la magia de la niñez.
Ahí fue cuando comencé a vivir una realidad más consciente y al mismo tiempo muy
triste.

“Todo empeoró en el momento en que las autodefensas avisaron que iban a entrar en el
Valle del Cauca. Lo escuché por la radio y le pregunté a un adulto qué significaba
‘autodefensas’. En el imaginario colectivo de los habitantes de la zona eso suponía que
llegaban las motosierras. Ya para entonces yo había descubierto la lectura y me
mantenía leyendo todo lo que caía en mis manos y oyendo noticias. Debí heredarlo de
mi madre, que nunca fue a la escuela pero que es una gran lectora.

“Tenía 11 años cuando aparecieron en la vereda. Habían anunciado su arribo con


bombos y platillos, pero nadie dijo nada. Lo hicieron delante de todas las instituciones y
todo el mundo guardó silencio.

“En agosto llegaron a mi casa. Al principio tuve miedo, pero después uno se
acostumbra; ¿quién le dice que no a un tipo con un fusil o una metralleta? Se volvieron
amos y señores. Nos pedían agua, utilizaban la casa para cargar los radioteléfonos...

“Una tarde de noviembre de 1999 yo acababa de llegar del colegio y había un tipo de
guardia en la finca. Era bajito, moreno y con acento costeño. Me invitó a acompañarlo
un rato, pero yo me negué. Me imagino que eso lo molestó. Luego me pidió que le
llenara la cantimplora. No había nadie más, solo él y yo. Estaba sentado con su fusil
AK-47 en las manos y cuando me acerqué me apuntó en la frente. No sé por qué
siempre recuerdo –es una imagen recurrente– que la boquilla del arma se veía picada,
como desgastada.

“El hombre me dijo que tenía que hacer lo que él quisiera. Me llevó a un cuarto y pensé
que me iba a matar. Allí abusó sexualmente de mí. Tenía 12 años.

“Lo primero que te queda es una sensación de suciedad, de asco. Uno permanece en
silencio, con miedo a que alguien se entere. Aquello se vuelve una carga terrible. A mi
edad fue una tortura, un trauma tremendo. Me volví rebelde, me deprimí, perdí el interés
en el estudio, me aislé. Mi familia creía que eran los cambios de la edad. Yo seguía
actuando como si no hubiera pasado nada. Cuando me acercaba a los 20 tuve una novia
a la que le inventé todo tipo de excusas para no tocarla porque me daba miedo. No es
que dudara de mi sexualidad, es solo que se mezclaban los recuerdos.

“Todos los días de mi vida pensaba en ese episodio. Luego se hacía más esporádico
pero el recuerdo siempre estaba ahí. Me tocó transitar ese camino solo porque era
incapaz de hablar con nadie. Había un gran dolor en el alma. Una carga que pesaba
toneladas. Vivía enojado, tratando de contestar a la eterna pregunta: ¿por qué me pasó
esto? Supongo que la lectura me ayudó a entender. Uno comienza a indagar en los
orígenes del conflicto y descubre las historias de la guerra y se da cuenta de que no ha
sido el único.

“Leyendo fue como me enteré de la ley de atención y reparación a las víctimas. Dudé
bastante, la verdad. Pero un día me puse a pensar en cuántas personas habían pasado por
cosas similares o peores a las que yo había vivido y que no se iban a saber. Intenté ir a
declarar, pero me daba vergüenza. Hasta que un día me desperté a las seis de la mañana
y me dije, voy a hacerlo. Y lo hice. Al día siguiente me tomaron la declaración. Habían
pasado doce años y era la primera vez que le contaba a alguien que me violaron. Sentí
una tonelada menos en la conciencia.

“Con la atención psicológica que me prestaron en la Unidad de Víctimas fui procesando


el trauma. Uno perdona y se reconcilia consigo mismo y llega a la conclusión de que no
hace falta que la familia lo sepa. Quizás más adelante. Además, la sociedad no está
preparada para que hombres como yo salgamos a dar la cara. Somos muy inmaduros
todavía. Y aquí aún ven a las víctimas como seres que esperan limosnas.

“Lo que cuenta es que recuperé mis sueños y proyectos. Se acabó la oscuridad. A pesar
de todo creo en la reconciliación y en que mis hijos verán un país en paz. Un país en paz
con condiciones de vida dignas”.

‘A veces pienso que hubiera sido mejor que me mataran’


“Mandarinas. Llegaron pidiendo mandarinas. Los vi aparecer y al principio no tuve
miedo. Eran dos guerrilleros: uno joven, como de 20 años, y el otro mayor. A esos no
los conocía, pero estaba acostumbrado a verlos rondar porque en la vereda mandaban
las Farc. La verdad es que no se metían conmigo, quizás porque era el profesor de
primaria y porque yo andaba derechito, como todo el mundo. No tomaba, no fumaba, no
bailaba. Mis clases y ya. Los niños y nada más.

“Llegué a tener como 28 alumnos; me da pesar con esos muchachos, qué habrá sido de
ellos. Vivía en esa escuela en medio del monte, pasaba mucho tiempo solo y apenas iba
a Ibagué a cobrar la mensualidad y enseguida me devolvía. También iba porque estaba
haciendo una especialización. Por eso fue que, un día, un comandante preguntó que cuál
era la salidera mía. Pero no hubo ningún incidente más.

“Creo que era martes como a las seis de la tarde. Yo tenía 46 años. Fue el 2 de febrero
del 2006, eso no se me olvidará. En la escuela había como una granjita, y yo les dije que
sí, que pasaran y cogieran las mandarinas. Se sentaron un rato y ahí fue cuando me puse
nervioso. Cuando empezaba a anochecer les dije que me tenía que ir a dormir, que si
querían se podían quedar un rato y coger más frutas. El más viejo me dijo que cuál era
el afán, que estaba muy temprano, y se miraban entre los dos y se reían. Yo rezaba, le
rogaba a Dios que se fueran; de un momento a otro el grande me dijo que entráramos en
la habitación.

Yo le dije que me respetara, que como así, que era un docente con esposa y con hijos, el
profesor del pueblo. Que merecía respeto. Me asusté y me puse a llorar. Me dijeron
‘nenita, no llore’, y el más grande me empujó. El tipo me bajó los pantalones y me puso
el arma en la cabeza. Grité pero por ahí no hay nada cerca, y ni me salía la voz. Cuando
terminó, entró el otro. Me dijeron que cuidado avisaba a alguien, que no hiciera ningún
comentario. Sangré mucho, lloré toda la noche, tirado ahí en la cama, solo. Al día
siguiente tuve que hacer como si nada y recibir a los niños. A los ocho días me llené de
llagas, no aguantaba el dolor, el ano se me inflamó; desesperado le pedí ayuda a una
vecina, le dije que me acompañara al médico, que me había bañado con agua sucia.

“El médico que me revisó me preguntó si me habían violado. Yo le dije que no; me
daba vergüenza. Le dije que había sido el agua sucia de la vereda. Seguí dos años más
en la escuela, pero a esos hombres no los volví a ver. Quizás los mataron porque
siempre había enfrentamientos con el ejército. A veces también pasaban por ahí tipos
encapuchados. Una vez me puse muy mal y creí que estaba contagiado de sida.

Le conté a una de mis hijas; mi mujer se enteró y ya no me miró igual. Al cabo de un


tiempo nos separamos porque ella me rechazó. Veinte años de casados se acabaron por
culpa de lo que me sucedió. Imagínese que me acusó de haberlo provocado. ¡Cómo se le
ocurre! Aunque sí dudé. ¿Será que ellos creyeron que era homosexual? Yo le dije a mi
mujer que si hubiera sido gay no me habría casado con ella ni habríamos tenido hijos.
Pobrecita, en el fondo la entiendo; ella no tiene estudios, estas cosas no las comprende.
Por eso fue que nunca me apoyó.

“No sé cómo no me he vuelto loco con lo que me pasó. Me la paso tomando pastillas
para dormir y para controlar los episodios de angustia. A veces pienso que hubiera sido
mejor que me mataran, porque vivir con este trauma es muy duro. Esto no se me olvida.
Me sentía chiquitico, con la autoestima destrozada. Vivía aterrado, no podía hablar
delante de otros profesores ni de los padres de familia, pensaba que se me iba a notar,
que se iban a dar cuenta de que dos tipos me violaron. Qué vergüenza que se enteraran.
Ahora estoy mejor, aunque todavía me da miedo que alguien lo sepa, me da miedo que
la gente vaya a pensar que soy homosexual, porque no lo soy.

“Lo que me empujó a denunciar fue que al salir de la vereda y trasladarme a otra
escuela, en otro pueblo, me volví a topar con la guerrilla. Resulta que estaban
construyendo una base militar y los soldados guardaban el material en el colegio. Me
acusaron de ayudar a los ‘patiamarrados’, así llaman a los soldados, y me dijeron que
tenía quince días para irme. No pude más. Pensé: ‘Un día de estos me desaparecen y
qué, nunca se va a saber lo que estos infelices me hicieron’. Cargo una inmensa tristeza
en mi corazón y siento asco de esa gente. Me da rabia la impunidad. Ellos tienen que
recibir su merecido y pagar por esto”.

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