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Historia de una mirada.

El signo de la cruz en los escrituras de Colón – Noé Jitrik

El “corpus” colombino tiene un carácter fragmentario por su diversidad discursiva. Para dar una
idea que sugiere una acción “discursiva” se entretejen numerosos campos de determinaciones o
variados saberes sobre los cuales se erige la escritura. Como saberes, se percibe y se entiende que
hay cierta cultura personal (lecturas bíblicas y clásicas, lecturas de Marco Polo, etc.) cierta cultura
de la época (conocimiento de prácticas cortesanas), ciertas experiencias (náuticas o científicas),
cierta lengua (un castellano apenas consolidado y atravesado por portuguesismos, catalanismos,
italianismos…), ciertas circunstancias externas (la expulsión de los judíos, la victoria sobre los
moros, las políticas reales con otros reinos), ciertas mitologías (el Paraíso Terrenal, los escitas, el
Gran Can, etc.). Todo ello establece una red que le hace no sólo expresar sino también elegir
palabras, organizar sus frases y orientar sus intenciones.

Realiza una “interpretación” porque permite responder o manejarse con particular eficiencia
frente a una realidad que desconoce. Es un “lugar” en el que ciertos “modelos” de acción
escrituraria, entendiendo por tales, aparatos interpretativos preliminares que permitían referir el
mundo, empiezan a fracasar.

Este “escritor” actúa con toda espontaneidad. Actúa como si de hecho estuviera refiriendo tal
desbordante referente, lo cual produce otro interesante efecto: hay una aceptación de la sorpresa
pero, al mismo tiempo, la sorpresa aparece disminuida. Así, si la sorpresa frente a lo nuevo no se
oculta y se manifiesta en lo explícito, la mencionada dificultad para “representar” obliga a buscar
modos de escritura que permitan la convivencia entre ambos registros, la sorpresa y la
representación. Pero, por otro lado, Colón “cree” haber llegado a un sitio acerca del cual tenía
una idea previa que, afirmada enfáticamente, no parecía corresponder a la realidad, aunque, sin
embargo, estaba tan arraigada que lo autorizaba a insistir en ella. Como se sabe, nunca dejó de
creer que había llegado a las Indias.

Desencadenada la escritura con el inicio del viaje, continúa sin cesar aunque deriva hacia otros
referentes que provocan nuevas sorpresas. En virtud de esa continuidad consigue “expresar”,
logra canalizar el orden de la sorpresa dándole una forma que se ajusta a una idea o un ideal de lo
que es inteligible, comprensible y reconocible. Pero la “expresión” se centra en rasgos o
mecanismos que dirigen el efecto hacia una zona diferente a la que tienden “representar” y
“designar”: esa zona está esencialmente en la afectividad o se dirige a ella; la otra se sitúa en el
conocimiento o tiende a producirlo.

Se debe señalar que lo que se conoce como el Diario del Primer Viaje es no sólo una bitácora sino
también una “relación” compendiada en una considerable medida por Fray Bartolomé de las
Casas, quien también hizo un “extracto” de la carta que relata el Tercer Viaje y cuyo original se
perdió. En cuento a la labor que cumplió el fraile frente al documento, lo más evidente es que fue
discriminando entre lo que le parecía importante o que no podía ser resumido y lo que estaba en
sus mano abreviar o formular de manera más rápida, o incluso, más correcta.
La forma en que fueron mirados y vistos los indios americanos, y qué mentalidad actuaba detrás
de esa mirada cuando aparecieron ante los asombrados ojos hispánicos un día del mes de octubre
de 1492, puede ser respondida de la siguiente manera: fueron mirados con la mirada que resultó
del procesa de consolidación, justamente, de una mirada sobre lo “otro”, lo extraño y enemigo.
Desde luego, esa mirada puede ser definida como típica o propia de una mentalidad ocupante y
conquistadora, preburguesa y prerrenacentista. Y así como se los miró se los vio y así se los
escribió, y así se los trató.

La mirada configurada por un proceso histórico en el cual el rasgo predominante es la cosificación


de lo “otro” opera en la configuración de una escritura que se lleva a cabo en un momento
determinado; la escritura transmite aquello que la conforma, además de lo que intenta informar o
enjuiciar. Para el caso particular, la mirada real antiárabe actúa en la mirada de Colón, despoja o
desnuda su escritura pero también la lleva a registrar sobre todo aquello que la mirada real
reprueba. No es de extrañar, por lo tanto, que se registre en el Diario una generalizada sorpresa
frente a la desnudez de los indios. En los escritos toma forma un sistema que rige la vida de los
naturales de las “Indias” y cuyos rasgos son registrados a veces con curiosidad, aunque destacando
siempre que se trata de otro modo o de otra cosa; el sistema en cuestión incluiría un matiz de
ingenuidad y de ignorancia pero estaría recorrido por saberes y afinidades misteriosas que darían
cuenta de ese otro modo de los indios como “filosofía” extraña de la vida; y si de tal suerte se
puede entender ese sistema es porque se lo observa mediante restos que forman parte del
propio: el hermetismo, las asociaciones, la abstracción aparente, la función invocatoria de la
palabra, etc. Oportuno ejercicio de traducción.

Es notable cómo Colón expresa, prematuramente, lo que cree entender y que no podía conocer;
hace una proyección negativa sobre lo otro que le permite afirmar con toda arbitrariedad acerca
de algo que se dijo y que se ignora qué es. Lo insólito es que casi toda la Conquista halla a su paso
esta creencia autodestructiva y se apoya en ella para progresar y completarse; tanto es así que los
indios que opusieron más resistencia al paso español era o bien los más marginales respecto de
ese fatalismo, o bien, los que, por intuición, evitaron todo contacto con el invasor.

Los “valores” no son los que alimentan esa disciplina que se denomina “axiología” sino las
respuestas a los que podían entender los españoles e indios, cada uno en su universo, por
“bienes” materiales concretos: lo que para unos era valioso, el oro, para los otros es sino
deleznable al menos cedible y a la inversa. Desde esta perspectiva lo que resuelve dicho choque y
lo encamina de inmediato es la instauración de un sistema de trueque que se continúa hasta el
cuarto viaje.

El discurso se constituye sobre una base económica, pero no sólo porque hace explícitos los temas
económicos más previsibles; se diría que confiere una unidad de recorrido, por empezar, a los
textos que componen el corpus; así, el Diario promueve un ofrecimiento, una “oferta” ventajosa.

Los gestos iniciales, el trueque, la ganancia inmediata, el registro del asombro por que lo sucede,
van especificándose: se deja de estimar como contraparte del trueque el agua, por ejemplo, y
todo deviene en la búsqueda de oro, lo que tiene consecuencias en la escritura, más acuciosa y
detallista, como si variara la modalidad de la descripción. El oro es la garantía del sistema
económico y si engendra una obsesión tesaurizadora ello no constituye una anomalía sino un
punto de partida para hacer inteligible la acción de un imaginario social/personal. En Colón
empieza a ser constante la imagen del oro, desde el 13 de Octubre.

Por supuesto, el trueque, como la forma de relación, tenía consecuencias para el lenguaje y la
escritura; hay que señalar que el contenido las tuvo para el futuro histórico. Existen otras zonas de
asombro, que establecen paralelismos con el que provoca el trueque; una gran consecuencia se
refiere a la desnudez de los cuerpos. Si el “asombro” inicial es producido por una práctica, éste,
complementario, tiene como desencadenante un rasgo cultural que por su lado, también da lugar
a una práctica, la del vestido. Hubo un tránsito que, al mismo tiempo que se consignaba el
asombro, iba llevando a cabo una operación cultural: ocultar la desnudez con un vestido. “Ropa” y
“sociedad” establecen un sistema, ante todo porque la ropa funciona en ella como un significante
primario, pero, también, en esa sociedad en particular, ese sistema se mueve como una
sinécdoque: no sólo un concepto adquiere su pertinencia a causa del otro sino que el otro, la ropa,
logra definir el todo, la sociedad. La total falta de ropa; el desnudo, como se puede comprender
muy bien, no sólo no clasifica sino que tampoco identifica; la falta de ropa no sólo desiguala
brutalmente, crea un paréntesis o una suspensión en la noción de extranjero y, con ello, la noción
de diferente entra también en suspenso.

Con su escritura, es evidente que Colón tiene la intención de ganar la confianza de los Reyes. Estos
escritos no son obra de un escritor, escribir no era un objetivo de Colón, si bien, como hombre de
su tiempo, puede ser que persiga la “fama”, pero no lo hace a través de la literatura, no viaja para
escribir. Su escritura se origina no en una vocación, sino en una necesidad de comunicar
convocada por una contingencia muy particular que a su vez tiene dos momentos, el de la
aventura y el del “descubrimiento”. Pero a pesar de ello, escribir no surge en Colón de la nada, por
el contrario, su idea de llevar un diario se inscribe en una práctica que tiene ya su arraigo, los
cuadernos de bitácora, las anotaciones de las navegantes y sus observaciones. En suma, no es un
escritor, pero escribe desde otros textos y sí, por cierto, para ciertos lectores. Hay “destinatarios”
de sus escritos; ante todo él mismo, pero el Diario tiene también un destinatario externo, los
Reyes.

Es evidente que los destinatarios “principales” son los Reyes, ello supone discursos en los que el
rasgo predominante es la “explicación”. La “explicación” es un gesto o una actitud que requiere de
medios concretos y observables para llevarse a cabo; habría entonces una estrategia explicativa y
una estructura en la cual puede registrarse lo que llamaremos “matices expresivos”; en el caso de
Colón, se puede advertir, como matices, añadidos de sumisión que parecen obvios, de relleno
ceremonial, y que se sitúan en un primer nivel; en otro plano, los mecanismos son de
“declaración” o de “confidencia”, detrás de los cuales sin duda están los supuestos: lo que se
pretende, lo que se comparte.

Al tener a los Reyes como destinatarios, los textos de Colón aparecen como “directos”, pero ello
no impide que lo que los caracteriza es la metáfora como medio o procedimiento cuyo alcance es
estructurante. Es difícil alegar o tratar de mostrar o tratar de hacer ver si no es por “comparación”,
teniendo en cuenta, sobre todo, para el que escribe como para quienes deben formarse una idea a
partir del escrito que leen. En suma, como escribía determinado por una incorporada mecánica de
intercambio, resulta, como escritor, atravesado por una productividad metafórica y, al mismo
tiempo, dominado por ella, imposibilitado de dirigirla. De ahí quizás, el efecto de impaciencia y de
reiteración que se reconoce en sus escritos posteriores al Diario.

Los lectores reales y verdaderos, un concepto más preciso que el de destinatarios, aquellos que
efectivamente leyeron el corpus colombino cuando correspondía, son reconocibles y discernibles y
aun clasificables. En primer lugar hay que señalar a los Reyes Católicos, que no sólo se hicieron
cargo de las informaciones insólitas que proporcionaban los textos sino también determinaron
una política, un aspecto de ella son los viajes posteriores. En segundo lugar, hay que recordar a
Fray Bartolomé de las Casas, cuya lectura de los papeles del almirante persiguió el objetivo de
combatir uno de los aspectos de la política real en uno de los momentos de definición. Como se
sabe, Las Casas buscó en el Almirante, lo quiso entender, lo glosó, lo sintetizó para fundar su
oposición. En tercer lugar, el hijo de Colón, Fernando, quien los usó para componer una biografía
de su padre; de tal modo es la suya una lectura que su propio texto sigue paso a paso tales
documentos, a tal punto que lo que en realidad hace es una glosa (No había vibración personal, ni
recuerdos, en los escritos de Colón). Hay también un cuarto tipo de lectores, son los que,
admirados por las hazañas del Almirante y a veces compartiéndolos como testigos cercanos,
fueron inducidos por él a escribir a su vez textos que siguieron las matrices originales; el caso más
relevante es el de Pedro Mártir de Anglería, que declara que para “redactar parte de su obra
utiliza los propios originales del Almirante”.

Colón escribe desde una red lingüística, es decir desde un saber integrado por tres experiencias
básicas. La primera de ellas, ser italiano y por añadidura letrado, sin contar con el hecho de que
viajó por la península y ejerció al comercio, lo que implica cierta experiencia de la escritura; la
segunda, haber vivido en Portugal, luego de diversas empresas en África, y haberse casado con la
hija de un navegante, cuyos diarios y cartas de navegación sin duda conoció, así como la lengua
del país. La tercera, haber adoptado el castellano como su lengua propia o como la lengua de su
sujeción política que deviene la de su dimensión histórica.

Colón encarnaría en su escritura uno de los ideales más vigorosos del humanismo europeo, el
retorno a la fuente latina. Lo importante de esa virtual reconstitución de un “deseo” latino es que
anuncia o preanuncia una manera de vivir que trasciende las escritos, pero los determina y los
caracteriza aunque no porque se observen en ellos tópicos humanistas socorridos. Los caracteriza
por lo que podríamos llamar la natural espontaneidad del tránsito interlenguas, y en eso consiste
la principal operación pero, también, se podría decir que la red opera dirigiendo su capacidad de
observar el exterior, en el cual advierte unidades o situaciones de índole lingüística que podían
hacer sido menospreciadas o poco relevadas. Colón empieza por observar las islas a partir del día
de la llegada, comienza una labor descriptiva que se va haciendo cada vez más minuciosa hasta
que de pronto, emite una definición el día 1° de Noviembre. (“Toda la lengua también es una…”)
Las adaptaciones que hizo Fray Bartolomé de las Casas no parecen tener solamente el objetivo de
abreviar; tienden también a subrayar; Las Casas intenta de paso aprovechar para su propia
empresa afirmaciones de Colón. Por consecuencia, las sinopsis lascasianas tienden a “enmarcar”,
hacen de alguna manera los entusiasmos primeros, preparan, en suma, para una lectura
intencionada. Es, de algún modo, un vaivén entre dos escrituras.

En lo que concierne entonces al lenguaje escrito de Colón, podríamos caracterizarlo sin dificultad
como prudente. Pareciera que lo mueve una voluntad de matizar las imágenes que dan salida a lo
que está viendo; “reproducir”, pero con cautela. Eso produce un desplazamiento no muy claro, y a
veces sorpresivo, entre lo general y lo particular que se diluye en lo general. (“Esta isla es bien
grande y muy llana y de árboles muy verdes y muchas aguas y un laguna en medio muy grande, sin
ninguna montaña y toda ella verde…” 13 de Octubre) La acumulación engaña un tanto acerca del
objeto particular, en verdad, si la llamamos descripción podría aplicarse a cualquier isla y aun a
cualquier paisaje.

Colón, con respecto a su actuar frente al lenguaje de los indios, se maneja con una inicial
“gesticulación”. El gesto que Colón realiza le parece que es recibido y devuelto, caso que expresa
de forma de una traducción que es como un resultado fantasmático y seguramente inconsistente.
Su traducción posee espontaneidad; es el primer recurso para entender pero, en la medida en que
es escrita, es para otros, en el caso para la Corona o la Corte, de modo tal que, como todo
traductor, se sitúa entre los dos lenguajes pero, no como todo traductor, si traducción va en el
sentido de lo que supone que la Corona quiere leer; su traducción, por lo tanto, es “adecuada” al
código de recepción.

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