Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Su Definición y Consolidación
por el Grupo Literario Renovación
Editorial Perseo
2
El cuento en Honduras
Su Definición y Consolidación
por el Grupo Literario Renovación
3
1ra. Edición, 2011
® Nery Alexis Gaitán
Apartado Postal 1834
Tegucigalpa, Honduras
Tel. (504) 9737-9451
Corrreo electrónico: ngaitan@yahoo.com
Impreso en España.
Reservados todos los derechos, ni
la totalidad ni parte de esta
publicación pueden reproducirse,
registrarse o transmitirse por un
sistema de recuperación de
información, de ninguna forma, ni
por ningún medio, sea mecánico,
fotomecánico, electrónico,
magnético, electroóptico, por
fotocopia o cualquier otro, sin el
permiso previo, por escrito, del
autor o la editorial.
Impreso en España
4
Índice
Definición de Objetivos OSHUDWLYRV«««««««««««««««««««..«6
,QWURGXFFLyQ*HQHUDO«««««««««««««««««««««««««...... 6
/RVRUtJHQHVGHOFXHQWRHQ+RQGXUDV««««««««««««««««««.«.... 7
(O*UXSR/LWHUDULR5HQRYDFLyQ«««««««««««««««««««.«.«.« 10
La obra cuentística de los integrantes del Grupo Literario Renovación
a) FeGHULFR3HFN)HUQiQGH]««...«««««««««««««««««...«..«... 12
b) 0DUFRV&DUtDV5H\HV«««««««««««««««««««««««......... 15
c) $UWXUR0HMtD1LHWR«««««««««««««««««««««.«««««. 36
d) Arturo MartíQH]*DOLQGR««««««««««««««««««««««««. 55
&RQFOXVLRQHV«««««««««««««««««««««««««««.««« 65
%LEOLRJUDItD««««««««««««««««««««««««««..«...««.. 67
Anexo 1
D)RWRGH)HGHULFR3HFN)HUQiQGH]««««««««««««««««««««... 68
b) Perfiles de Federico Peck )HUQiQGH]«««««««««««««««««««. 69
Anexo 2
a) ÏOHRVREUHWHODGH0DUFRV&DUtDV5H\HVSRU0DULR&DVWLOOR0DGULG«««.«.. 76
b) Nota Introductoria sobre MarFRV&DUtDV5H\HV««««««««««««.«.«« 77
Anexo 3
D5HWUDWRGH$UWXUR0HMtD1LHWRSRU0DULR&DVWLOOR0DGULG«««««..««« 86
b) El Buen Carteador«««««««««««««««««««««««««« 87
Anexo 4
a) Retrato de Arturo Martínez Galindo, 1938...................................................................... 90
/RVSDSHOHVGH$UWXUR0DUWtQH]*DOLQGR««««««««««««««««««« 91
Anexo 5
Antología cuentística del Grupo Renovación
Federico Peck Fernández:
9DTXHDQGR««««««««««««««««««««««««««.«««« 94
/DKLVWRULDGHXQGRORU«««««««««««««««««««««.««««« 97
Marcos Carías Reyes:
/D=tQJDUD«««««««««««««««««««««««««««..««« 103
/D:DONLULD«««««««««««««««««««««««««««.«««. 106
/DEDQGHUD«««««««««««««««««««««««««,««««« 112
9LGDVURWDV«««««««««««««««««««««««««.««««« 114
Arturo Mejía Nieto
7LHPSRVYLHMRV««««««««««««««««««««««««««««« 118
/DDYDULFLDGHO*HQHUDO«««««««««««««««««««««««««... 124
3LODU««««««««««««««««««««««««««««««««« 129
/DOHFKX]D««««««««««««««««««««««««««««««... 134
(OSDWUyQ«««««««««««««««««««««««««««««««.. 141
Arturo Martínez Galindo
(O3DGUH2UWHJD««««««««««««««««««««««««««....«.. 148
(OLQFHVWR««««««««««««««««««««««««««««««« 154
/DDPHQD]DLQYLVLEOH««««««««««««««««««««««««««.. 157
8QDKLVWRULDFXDOTXLHUD«««««««««««««««««««««.««««...159
5
Definición de Objetivos Operativos:
Introducción General
El cuento es una de las formas narrativas que existen desde la alborada de la vida. El
hombre, en su necesidad de interactuar y de dar una explicación a los fenómenos naturales,
empezó a contar a los demás sus temores, sus ansias, sus deseos, su amor por todo lo que es
y existe; entonces empezó a narrar, a contar el cuento de la vida.
Ahora, el cuento de la vida tenía sentido, un propósito, había una explicación plausible de
todos los procesos y fenómenos naturales, sociales y espirituales. El hombre, con sus
necesidades espirituales satisfechas, siendo él un creador por naturaleza, podía seguir
creando, inventando, contando historias sobre él y sobre otros en el discurrir de la
cotidianeidad.
Así, las formas de contar fueron diversificándose y las historias se esparcieron por doquier,
narrando desde las necesidades de los dioses hasta los deseos insatisfechos, incluyendo las
expectativas del hombre común. El entretenimiento pasó a formar parte de la vida; los
héroes, las heroínas, los villanos, tomaron su lugar en lo cotidiano; el juego del bien y del
mal, narrado con emoción, hizo la vida más interesante y amena.
El cuento es eso, una relación de acontecimientos que hablan sobre la vida, con un
propósito determinado; vencer el mal, obtener el amor, alcanzar el éxito, etc. El relato oral
es la primera manifestación en la cual se construyen universos de fantasía con visos de
6
realidad que edifican mundos y situaciones vitales. Después, el hombre empezará a
reelaborar sus historias intensificándolas a medida que crece la complejidad sobre su visión
del existir; asimismo reelaborará sus historias como divertimento. Posteriormente la
diversidad de contar desembocará en relatos elaborados con intención artística, es decir, el
cuento literario.
³El cuento literario implica la concepción y elaboración estéticas de una historia, es decir,
su ficcionalización. El cuento «literario» o cuento «moderno», como se le ha calificado para
distinguirlo del cuento oral o tradicional, es una representación ficcional donde la función
estética predomina sobre la religiosa, la ritual, la pedagógica, la esotérica o cualquier otra. El
cuento literario es, como dice Raúl Castagnino, un «artefacto», es decir un objeto artístico,
cuyo grado de figuratividad puede variar, al igual que en las artes plásticas, pero que
guarda por lo común ²por el hecho de ser esencialmente la narración de una historia² una
cierta relación de representación o mímesis con alguno o algunos de los ámbitos de lo real.
Esto incluye ²nos apresuramos a decir² desde el esfuerzo realista más depurado (que no
es, por supuesto más que un tipo de representación, una forma entre otras de cartografiar la
multiforme realidad) hasta las fronteras más lejanas de lo imaginario, lo fantástico, lo
maravilloso, lo onírico o lo objetual´ (Pacheco, 1993). Asimismo Mary Rohrberger
SODQWHD TXH ³el cuento (moderno) deriva de la tradición romántica. La visión
metafísica de que el mundo consiste en algo más que aquello que puede ser
percibido a través de los sentidos proporciona una explicación convincente de
la estructura del cuento en tanto vehículo o instrumento del autor en su intento
de acercarse a la naturaleza de lo real. Así como en la visión metafísica, la
realidad subyace al mundo de las apariencias, así en el cuento el significado
subyace a la superficie del relato. El marco de lo narrativo encarna símbolos
cuya función es poner en tela de juicio el mundo de las apariencias y apuntar
hacia una realidad más allá de los hechos del mundo material (Rohrberger,
1966).
En las últimas décadas del siglo XIX, se gestó la Revolución Liberal con la llegada al poder
de Marco Aurelio Soto en 1876, hasta ese momento las guerras intestinas y el caos social
eran las características de la vida diaria, y como es lógico deducir, la cultura no
representaba ningún papel en la vida nacional. Con la llegada de Soto al poder y su preclaro
ministro Ramón Rosa, se da una apertura y renovación en la vida social y cultural del país;
bajo esta influencia bienhechora del positivismo liberal se estimula la cultura. A partir de
ese tiempo podemos empezar a identificar los primeros escritos narrativos en lo que a
cuento se refiere, quizás no propiamente el cuento literario, sino más bien remembranzas de
costumbres y crónicas emparentadas con el periodismo, ya que sus cultores eran
esencialmente periodistas; así podemos encontrar algunos trabajos dispersos de Marco
Aurelio 6RWR5DPyQ5RVDFRQVXPX\FRQRFLGD³0DHVWUD(VFROiVWLFD´/LEHUDWR0RQFDGD
y otros más. En la última década del siglo XIX, Carlos F. Gutiérrez publicó la novela
³$QJHOLQD´ HVFULWD HQ EDMR HO VHXGyQLPR GH 0DULDQR 0HPEUHxR TXH D QXHVWUR
parecer puede ser un relato largo y que fue publicada en 1899. Esto ha creado una polémica
ya que algunos estudiosos sostienen que fue la primer novela escrita en Honduras, y no
³$GULDQD\0DUJDULWD´HVFULWDHQ\SXEOLFDGDHQGH/XFLOD*DPHURGH0HGLQD
Estos fueron, quizás, los primeros intentos formales de creación narrativa en el siglo XIX.
³(Q OD OLWHUDWXUD KRQGXUHxD LQLFLDOPHQWH H[LVWtD FRQIXVLyQ GHELGR D TXH QR KDbía una
preceptiva propia de este género ni se le consideraba como tal. Esto explica que los
escritores hondureños de los últimos veinte años del siglo XIX, que nunca tuvieron la
menor intención de escribir cuentos, no conocieran lo que era este género, y es más, jamás
usaron esta palabra en sus títulos. Pero si no escribieron cuentos en propiedad sí tienen el
mérito de haber intuido un género literario tan importante, difícil y trascendental de la
época contemporánea. Tienen, asimismo, el mérito de haber sido los embriones en los
8
cuales se germinó el cuento hondureño y adquirió cierta originalidad a la vez que
DXWRFWRQLFLGDG
HQVXJpQHVLVOLEUHGHLQIOXHQFLDVIRUiQHDV´(Hernández, 1993: 280).
A finales del siglo XIX hubo una proliferación de periódicos, el primero fue
(O'LDULRGH+RQGXUDVGH$QWHHVWDVLWXDFLyQ³HOHVFULWRU\DQRDSDUHFH
con sus producciones cuidadosamente elaboradas sino descuidadas,
consecuencia de una necesidad de satisfacer a un público lector o llenar de
alguna forma un espacio de un periódico. Para esto los escritores tienen que
idearse situaciones de todo tipo que desarrollan como fondo de tema amoroso,
costumbrista, histórico, político o crítica de la sociedad. A veces introducen
fábulas o infinidad de relatos a los cuales daban una forma. Estamos en el
principio del cuento que aparece por una necesidad del periódico y periodistas
DQWH OD UHVSRQVDELOLGDG FRQWUDtGD FRQ VX S~EOLFR OHFWRU´ +HUQiQGH]
285).
³6H PDQLIHVWDUi SRU HOOR FRPR FRQVWDQWH XQD FHUFDQtD PX\ HYLGHnte a la
crónica periodística. La procedencia de esta tendencia a relatar tomando como
parámetro la crónica, a nuestro entender, se debe a dos factores: el ejercicio
del periodismo, al cual estaban abocados casi todos los intelectuales de la
época, y la influencia (por contacto) del relato oral, en el cual, el narrador
(cuentero) asume, en la mayoría de ocasiones, una posición de cronista.
$FRPSDxDUODQDUUDFLyQFRQFRPHQWDULRVHVDVXQWRIUHFXHQWH´2YLHGR
7).
Aquí es necesario mencionar a Juan Ramón Molina y Froylán Turcios, quienes son los
padres de la narrativa hondureña, desde este tiempo (finales del siglo XIX) cultivaban ya,
aparte de la poesía, la narrativa. Es importante destacar que la novelista Lucila Gamero de
Medina, fue quizás quien primero publicó cuentos (con todas las características formales)
en nuestro país en las últimas décadas del siglo antepasado, lastimosamente nunca publicó
sus variados cuentos en forma de libro, solamente en diarios y revistas (exceptuando Betina
de 1941, que es una colección de 6 cuentos; asimismo incluyó algunos en las novelas: La
Secretaria y Amor Exótico, de 1954). Se debe a Carolina Alduvín el acucioso trabajo de
investigación y la recopilación de la mayoría de sus cuentos, los que fueron publicados en
1997 por la Editorial Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.
Como ya se dijo, A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, Juan Ramón Molina
(1875-1908) cultivó el cuento con gran acierto, en él se encuentra ya un trabajo formal con
DOWDFDOLGDGOLWHUDULDSRGHPRVPHQFLRQDUDOJXQRVGHVXVFXHQWRVFRPR³(O&KHOH´³/D1LxD
GH OD 3DWDWD´ ³/D 5HQXQFLD GHO (VFULELHQWH FDStWXOR ROYLGDGR GH XQD QRYHOD SHUGLGD´
³/ORYLHQGR´ \³0U %ODFN´HQWUHRWURVHQGRQGHUHIOHMD VXSUHRFXSDFLyQ por las injusticias
que se cometen con los pobres. También refleja las características de la convivencia social de
su época y una visión fatalista de la existencia, rescoldo de un romanticismo decadente.
Asimismo, ya Froylán Turcios (1875-1943) cultivaba su obra narrativa.
En los inicios del cultivo del relato, está presente la influencia periodística ya señalada, por
ello los cuentos tienen un sabor a crónica o a narración de sucesos. En Honduras, el año
1906 es muy importante ya que se convoca a un concurso de relatos en los Juegos Florales
9
GH7HJXFLJDOSDHOFXDOHVJDQDGRSRU'RQ5yPXOR('XUyQFRQHOFXHQWR³/D&DPSDQD
GHO5HORM´$SDUWLUGHDTXtVHSRGUtDGHFLUTXHHOFXHQWRHVYLVWRFRPRXQJpQHUROLWHUDULR
independiente.
Con la experiencia narrativa en boga de Molina y, sobre todo, de Turcios, de corte modernista,
será a partir de la década de 1920 que el cuento se consolida y define a nivel formal y
temático. Rompiendo así esquemas romántico-modernistas, con la aparición de los integrantes
del Grupo Literario Renovación, quienes asumirán el oficio narrativo con mucha seriedad y
responsabilidad, imprimiendo en él parte de sus experiencias vitales en el extranjero.
La generación de 1924 que forma el Grupo Literario Renovación en 1926, que en su momento
fue dirigido por Arturo Mejía Nieto, son los primeros que consolidan y modernizan el cuento
en Honduras. ³(OFXHQWRKRQGXUHxRDSDUWLUGHORVDxRVYHLQWHVGHVDUUROODUiGRVYHUWLHQWHVR
corrientes literarias que marcarán en forma definitiva su desarrollo futuro: el criollismo, con
VXVYDULDQWHVFRVWXPEULVPR\UHJLRQDOLVPRODRWUDYHUWLHQWHVHUiHOFRVPRSROLWLVPR´ (Salinas,
1981). El criollismo refleja la estructura social agraria que predomina en el país; así, los
narradores reflejarán la vida del campo y sus particularidades; los personajes serán campesinos
que tienen mucho amor por su tierra, situados frente a injustas condiciones de vida. Manuel
6DOLQDVSODQWHDTXH³(OJXVWRSRUHOFRORULGRGHODWLHUUDSRUHOIRONORUH\ODVWUDGLFLRQHs, por
la descripción de costumbres y formas de vida y por el habla del campesino hondureño, es una
de las constantes que recorren y caracterizan a esta narrativa. Esta vertiente literaria, desde
luego, es el producto de la existencia en nuestro país de una economía eminentemente agraria
\ GH OD VXSHUYLYHQFLD GH HVWUXFWXUDV ODWLIXQGLVWDV HQ YDULDV UHJLRQHV KRQGXUHxDV´ (Salinas,
1991:35). Don Marco Antonio Rosa, en una entrevista que le realiza Salinas en octubre de
GHFtDVREUHVXQRYHOD³/iJULPDV9HUGHV´³<RLQWHQWROODPDUODDWHQFLyQGHOKDELWDQWH
urbano sobre la tragedia campesina. No es que piense que el problema sea desconocido sobre
algo que reclama solución, sino que quise martillar sobre el abandono del citadino hacia los
10
problemas del agro. Y para qué repetirlo: la vida en el campo hondureño para el hombre, para
ODPXMHU\SDUDHOQLxRKDVLGR\VLJXHVLHQGRDPDUJXtVLPD´ (Salinas, 1991: 37).
Arturo Mejía Nieto (1902-1972), en donde se vislumbra que en algún momento arrastra
situaciones propias del criollismo, pero lo trasciende y entra a la corriente cosmopolita,
abordando temas universales del comportamiento humano; renovando así el cuento a nivel
temático.
Arturo Martínez Galindo (1903-1940) que maneja una visión cosmopolita, diríamos casi
universal sobre las inquietudes del alma humana. Asimismo, en sus cuentos también aborda
temas erótico-amorosos, hasta el momento no trabajados en nuestra narrativa. Algunos de sus
relatos asimismo están estructurados bajo la influencia del regionalismo.
Marcos Carías Reyes, también ingresa a la corriente cosmopolita abordando temas citadinos e
inquietudes de carácter universal; además de cultivar el regionalismo.
$XQTXH HO KLVWRULDGRU -RVp *RQ]iOH] DFODUD TXH ³$TXt KD\ TXH FRUUHJir un error histórico.
0DQXHO 6DOLQDV 3DJXDGD FRORFD FRPR LQWHJUDQWHV GHO *UXSR ³5HQRYDFLyQ´ D $UWXUR 0HMtD
Nieto y a Marcos Carías Reyes, los cuales nunca integraron el grupo. El listado completo del
mismo, lo brinda el Dr. Adolfo León Gómez, en un artícuOROODPDGR³/D'HVHVSHUDQ]DHQORV
&XHQWRVGH$UWXUR0DUWtQH]*DOLQGR´DSDUHFLGRHQ/D7ULEXQDGHOViEDGRGHQRYLHPEUHGH
´ &UHHPRV TXH DXQTXH HVWRV GRV HVFULWRUHV QR IRUPDURQ SDUWH GHO *UXSR
³5HQRYDFLyQ´VtORVXQLyHOGHVHRGHVLVWHPDWizar la narrativa hondureña y, sobre todo, sus
visiones del mundo fueron muy similares, lo que dio como fruto el cultivo del cuento tanto
criollista como cosmopolita, por lo que se incluyen en este estudio crítico.
11
La obra cuentística de los integrantes del Grupo Literario Renovación
³)HGHULFR Peck Fernández es quizá uno de los cuentistas hondureños poco conocido y
estudiado en el medio literario nacional. De su vida y actividad literaria es poco lo que
conocemos. Sabemos que al igual que Froylán Turcios, Salatiel Rosales, Alfonso Guillén
Zelaya y Medardo Mejía, nació en las pampas olanchanas (que tan magistralmente describe en
su cuento Vaqueando). Fue uno de esos escritores hondureños que la muerte le impidió
desarrollar plenamente su capacidad creadora. Su obra es una denuncia política, social y
económica al tocar directamente el problema de la presencia del imperialismo bananero en la
FRVWDQRUWHKRQGXUHxD´6DOLQDV-300).
Los pinos levantaban sus cuerpos y extendían sus brazos y entre sus hojas cordales el
viento enhebraba una vaga canción. En la montaña cercana, al pie del cerro, una
quebrada corría en fresco y alegre parloteo. De vez en cuando resonaba el rápido
picotear de un pájaro-carpintero sobre la vieja corteza de un roble.
Y desde aquella altura elocuente yo miré hacia el valle que se extendía a mis pies: el
ganado salpicaba los llanos; el Jalán y el Guayape semejaban dos largas y plateadas
serpientes arrastrándose por entre los verdes y frondosos platanares, en lento zig zag;
y allá, a lo lejos, las casitas de tierra blanquecina de la aldea de San Nicolás,
aparecían como redil de ovejas que pastara en el verdor de una sabana.
Aquella tarde era solemne. El cielo, de plomo, con unos cuantos celajes purpúreos. El
sol, una hostia roja con que estaban comulgando las montañas. Y por el inmenso
espacio de aquel cielo callado, una pareja de guaras volaba hacia el sur (Peck
Fernández, 1982: 27-28).
Se describen asimismo las faenas del campo, las correrías de ganado, y lo rudo de esta clase de
vida. El texto termina con la muerte violenta del Indio, joven del campo, tratando de lazar un
novillo:
12
La fiera despuntó alzando la cabeza armada de largos y puntiagudos cuernos y
corriendo con rapidez asombrosa. La tierra tembló bajo los macizos cascos de los
ágiles rocines. Pero inútil resultaron los esfuerzos de los demás. Sólo el Indio le dio
alcance al salvaje animal, pero en los momentos en que soltaba la soga se estrelló
contra un ocote recibiendo el golpe mortal que lo sacó de la bestia arrojándolo al
suelo.
Aquel cuadro era espantoso. El pobre muchacho tenía la cabeza deshecha y los ojos
brotados. Por la boca chorreaba la sangre tiñendo la grama. Nunca en mi vida había
sentido impresión tan honda. Nunca en mi vida se habían humedecido los ojos tan
repentinamente (Peck Fernández, 1982: 31-32).
Allí al pie del cerro y frente al valle Toribio había alzado su casita de bahareque
que ofreció a María del Carmen el día que salieron de la iglesia en el pueblo.
Motivados por unos viajeros que hablan de la vida en la Costa Norte, la mujer, María del
Carmen, convence a Toribio de dejar su tierra, así ella mira que sus sueños se convertirán en
13
realidad. No pasó mucho tiempo para que Toribio viviera en carne propia la explotación
inmisericorde, hacia todos los trabajadores, por parte de las compañías norteamericanas:
Las 12 horas de trabajo diario, las malas condiciones de vida, la explotación a que los someten
los emporios yanquis, todo eso los sumerge en la angustia, la miseria y el dolor. Primero,
muere el hijo, producto de las picadas de los zancudos:
Al tratar estos temas del campo y de denuncia político-social, Peck Fernández rompe con la
tradición romántica-modernista en la narrativa hondureña; acierto que abre la brecha hacia
temas sociales y de denuncia política.
14
b) Marcos Carías Reyes
Su obra publicada es: CUENTO: Germinal, Tegucigalpa (1936), imprimiéndose una segunda
edición en 1946. Cuentos de Lobos, Tegucigalpa (1941). En 1996, la Editorial Iberoamericana
que dirige Oscar Acosta y la Editorial Guaymuras, publicaron sus cuentos completos.
NOVELA: La Heredad, Tegucigalpa (1934), se imprimió una segunda edición en la misma
FLXGDGHQ(QYLGDSXEOLFyDOJXQRVFDStWXORVGHVXQRYHOD³7UySLFR´ODTXHIXHHGLWDGD
póstumamente en 1971. PROSAS: Prosas Fugaces, Tegucigalpa, Imprenta Calderón (1938),
Crónicas Frívolas, Japón (1939). ENSAYO: Artículos y Discursos, Tegucigalpa (1943),
Hombres de Pensamiento, Tegucigalpa (1947), Juan Ramón Molina (1943), Consideraciones
Sobre Aspectos Históricos y Sociales de Honduras. La Paz Nacional (1945).
La primera parte del libro Germinal, 14 cuentos, se aleja del criollismo y la atmósfera es un
tanto urbana; abarca temas de corte general del quehacer humano y hay cuestionamientos
religiosos y éticos, audaces para su época.
Efraín clavó una y otra vez sus pupilas en la mujer que tenía enfrente. La primera
mirada fue de inocencia, de recato, diríase sorprendida. Las siguientes fueron miradas
insidiosas, casi culpables, con algo de terror divino y de goce sacrílego. Abismó el
joven sus tranquilos ojos soñadores en las cisternas misteriosas, de un azul ambiguo,
que semejaban las pupilas de Clara van Séveren. Palpó con la mirada ávida las líneas
graciosas del cuerpo femenino, la ondulación insinuante de las caderas, el misterio
15
del seno opulento. Una onda de perfume mórbido, enervante, intenso, parecía
apoderarse de él. Un malestar inexplicable asediábale el cuerpo. La sangre bullía
rápidamente; martilleaban en sus sienes las arterias enloquecidas. Sentíase ebrio y,
ante aquella mujer rubia y láctea, que veía junto a sí; ante la obsesión de aquella
mujer desnuda y prometedora, el instinto genésico rugía implacable (pág. 35; todas las
citas corresponden a la edición de Cuentos Completos).
Es tanto su rechazo hacia lo espiritual que empieza a tener celos de María Magdalena en su
amor por Cristo:
Por este amor superhumano y maldito odió al Redentor. Tuvo celos de él. María
Magdalena también había amado a Jesús (pág. 37).
Todo lo hubiese desdeñado por Ella. Por quedarme a la sombra de las ojeras malva,
besando el marfil de sus brazos y sus hombros; los dos prodigios alabastrinos de sus
PDQRV \ VX FDEHOOHUD VHPHMDQWH D RUR GH VRO 4XL]i HVD UHLQD IXHVH %HONLVV«
¿recuerdas los divinos interlunios? ¡Así era la mujer malva de mi sueño! ¡Oh, ajenjo,
a quien debo esta noche maravillosa! (pág. 51).
(Q³(OFDUQDYDOGHORVORFRV´ORVGHPHQWHVUHSUHVHQWDQODFRUGXUDKDFLHQGRXQDSDURGLDGHOR
que es la humanidad. ³6REUHFRJLGRSRUHOiQLPRQRVRWURVFRQWHPSOiEDPRVHOFDUQDYDOGH
los locos amargándonos el coUD]yQDQWHHOLUyQLFRHVSHMRGHODKXPDQLGDG´ (pág. 59).
Mr. Connor era alto, seco, ágil. La palidez invariable de su rostro denotaba al hombre
trasnochador y disoluto; sus ojos eran azules y estriados, magníficos conocedores de
los bajos fondos del alma humana y de las escorias sociales; avezados a descifrar el
16
misterio divino y fatal que duerme en la disuelta pedrería de los licores paradisíacos
(pág. 64).
En ese mundo de veleidad, hace su aparición La Zíngara, mujer fatal, burladora de hombres:
Mujer serpiente, mujer imán, mujer abismo; un gran signo de interrogación, trágico y
rojo, en la vida de los habituales elegantes del cabaret (pág. 65).
0DJGDHUDXQDPXMHUFUXHOGRPLQDGRUDGHODYLGD«3DVDEDVXVQRFKHVHQHO Gato
Flaco envenenando voluntades y extrayendo del placer las más raras sensaciones
(pág. 66).
(Q ³/D GiGLYD´ nos encontramos a un Santa Claus que por vez primera medita sobre su
trabajo, cierto cargo de conciencia lo atormenta, ya que ha servido sólo a los ostentosos; se
hace evidente la crítica social:
Pero había otros niños más miserables, otros niños más tristes, más enfermos, más
dignos de intensa conmiseración que los pobres golfos harapientos de las barriadas.
Eran los hombres niños. El inmenso rebaño azotado por todos los flagelos. El
formidable rebaño aullante de los ignorantes y de los timoratos, de los sórdidos y de
los avaros, de los codiciosos y de los hipócritas, de los farsantes y de los cínicos. El
inmenso rebaño humano padeciendo múltiples orfandades: orfandad de pan
espiritual, de dignidad, de justicia, de sinceridad, de nobleza (pág. 74).
Ante esta lamentable situación, Santa Claus se conduele y desea darle una dádiva a la
humanidad; pero percibe que la oscuridad es tanta en el alma humana, que no encuentra nada
para irradiar el alma de los hombres y cesa en su trabajo.
17
(Q ³/D PLVD GH PHGLDQRFKH´ se narra la historia del niño Marco Ponce, quien, una
medianoche, contempló una inusual misa en donde los participantes eran seres del más allá;
los elementos de corte fantástico pueblan esta historia. /RPLVPRRFXUUHHQ³)DQWDVPDV´, ante
el lecho del moribundo, varios amigos, que amorosamente lo cuidan, contemplan una visión
fantasmal, una amiga de la infancia del enfermo muerta hace tiempo, lo ha visitado. En su
lecho de muerte, Heliodoro ve desfilar innumerables fantasmas; los amigos finalmente no
saben si es producto del delirio o en realidad entró en contacto, por su cercanía al infinito, con
estos seres. La ambivalencia puebla el relato de misterio y estos seres etéreos adquieren carta
de ciudadanía.
(Q ³(O FpOHEUH FDVR GHO DERJDGR 9LFHQWH )HUUHUD´, tema un tanto escabroso, se abordan las
actuaciones de este abogado, quien empieza a castigar a su hija, después que le han contado
que tiene relaciones con su novio, pretexto éste que le servirá para vaciar sus instintos sadistas:
Ella no gritaba ya. Escapábase de su pecho un sordo anhelar y sus grandes ojos
negros se abrían en la soledad de la noche y de su angustia, naufragando en llanto.
Quedó un instante arrodillada en el centro de la azotea. En la tenue claridad reinante
aquella noche, vio aparecer el monstruo la carne impoluta de la mártir, libre de velos.
Vio los muslos blanquísimos y las palpitantes desnudeces. Y todo fue como una
revelación. Por la mente enferma del criminal cruzó con lividez siniestra la idea de
goces nuevos, de sensaciones insólitas, de fuentes desconocidas de placer. Se lanzó
sobre ella aprisionándola con sus brazos poderosos, cuya fuerza centuplicaba el deseo
insano; apretando con sus manos nervudas los muslos y las caderas; mordiendo en los
senos turgentes... (pág. 102).
La hija se revela, y en la azotea donde la está torturando se libera de él. El abogado empieza a
perseguirla, cae al vacío y muere. Es destacable que la condición malsana del abogado se fue
intensificando hasta buscar nuevas formas de placer, nuevas formas de infligir dolor a su hija,
ante la indiferencia de los vecinos que nunca respondieron a los gritos de dolor de ella ante el
suplicio que recibía.
(Q ³'HO GRORU \ GHO SHFDGR´ relato eminentemente urbano se relata la vida de excesos de
supuestos literatos. La caracterización de ellos es la siguiente:
³/DPXxHFDGH7DQDJUD´da lugar al autor para hacer una serie de reflexiones sobre el origen
de lo hermoso; citando obras y autores va desgranado su parecer sobre el impacto que
ocasiona lo bello:
En ese círculo luminoso es donde se fijan las normas supremas, las líneas y los colores
perfectos, los sonidos melodiosos, las profecías y las voces del arcano, que no tienen
sonoridad, que no existen, sino en los individuos predestinados a recibirlas. El mundo
no sabe de dónde sacó Miguel Ángel la inspiración para decorar la Capilla Sixtina; de
dónde extrajo el Dante el fuego tremendo que anima la Divina Comedia; cómo
aprisionó Beethoven el alma musical de la Novena Sinfonía; en qué región de la
gigantomaquia conquistó Wagner las voces estupendas de su tetralogía; o a qué
cónclave divino fue Shakespeare a pedir consejos para animar las figuras magnas de
sus vastos escenarios. El mundo ignora cómo han surgido los Atridas y el Prometeo
Encadenado; los nueve círculos infernales; Macbeth, Hamlet, Timón de Atenas; los
Nibelungos, las Walkyrias y Sigfrido. No sabe tampoco en qué rincón funerario
dormitaba el cuervo agorero de Edgard Allan Poe y los demonios que presidieron en
las creaciones de Lorrain o de Wilde. La visión angélica, el color purísimo, la nota
delicada; el grito sibilino llegan del exterior o vienen desde el arcano; desde lo que
está fuera de la vida universal a esa órbita luminosa que rodea nuestro corazón y ahí
toman cuerpo, ahí crecen hasta que se proyectan, radiantes, sobre el plano oscuro
donde la generalidad de los seres se agita (pág. 120-121).
Aunque ésta sea una muñeca de porcelana que termina hecha trizas, se comulga que lo bello
siempre existe y existirá, porque la visión es fugitiva pero su gracia no muere.
19
²El Padre Celestial. ¡Bah! No te rías, nena. Voy a referirte la historia de ese discreto
testigo de nuestra dicha. Oye: Buda, a quien adoran millones de creyentes, era un
gran señor, un príncipe magnífico, enormemente rico y poderoso. Dueño de inmensos
tesoros, de vastos dominios y de objetos suntuosos. En sus manos estaban el placer, la
opulencia, el poderío, la majestad. Gozó las primicias de la vida y sus labios
acariciaron mil veces los frutos de la tentación. Una noche, el príncipe fastuoso, el
gran señor, abandonó todas sus riquezas y sus vastos dominios y los placeres del
mundo, vistió un sayal tosco, apoyóse en un báculo y se fue a predicar la serenidad, el
bien, por los caminos de su tierra. Sus tesoros y sus inmensas posesiones sirvieron
para aliviar el dolor de los necesitados; y las palabras de aquel mendigo caían sobre
los corazones atormentados como un rocío balsámico. Hoy, el Budismo; la
abstención, el renunciamiento de los goces terrenales a cambio de la paz espiritual, es
la religión de millones de hombres.
²Pues yo prefiero a Jesucristo. Y la religión de mis padres. Creo que no existe otra
más hermosa.
²El Cristianismo... también es sublime, nena. El Maestro quiso implantar entre los
hombres el reinado del amor, de la piedad, mas la concepción primaria se alteró. La
doctrina purísima, en manos de los hombres aviesos y corrompidos, se tornó un
adefesio. Vinieron las simonías, las avaricias, las expoliaciones, las torturas. Los
pontífices desfilan ²a veces magníficos y deslumbradores² hombres de genio y de
garra. La Iglesia dilata sus dominios y el pendón clerical flamea por todos los rumbos,
pero muy lejos, muy lejos de la doctrina suave, generosa, altruista del Maestro (pág.
127-128).
Finalmente, el buda de barro es roto por un gato ²haciendo feliz a la esposa que sentía celos
de él² y el ídolo pierde interés en el corazón de su dueño.
Cuando ambulaba por los muelles de Nueva York venían a su memoria anécdotas de
muchachos hondureños, perdidos en la vorágine, sin un centavo, sin un bocado.
Decíase de uno que estuvo pescando para alimentarse, hasta que un magnate,
compatriota que regresaba a Honduras, lo recogió extenuado, reintegrándolo a su
hogar; otros que vivían explotando la pequeña vanidad humana de lustrar el calzado;
otros que iban a recibir sopapos hasta quedar inválidos en los rings de entrenamiento
GHORVER[HDGRUHVGHVHJXQGRRUGHQ« (pág. 137).
Pero la nostalgia lo hace volver a la patria, sin encontrar al amor de sus amores; queda sólo el
recuerdo, es decir, la vida inconclusa, una gloria no lograda a semejanza de las columnas de
mármol de la gran urbe.
En los seis cuentos restantes bajo el título Aroma del Terruño, Carías Reyes vuelve a los temas
DJUDULRV³(ODXWRUGLYLGLyHVWHOLEURņKRPyQLPRGHODFpOHEUHQRYHODGH(PLOLR=RODņHQGRV
secciones: 'Huerto lírico' y 'Aroma del terruño'. En la primera, deja de lado la preocupación
agraria, que habíamos observado en la novela La heredad y, trascendiendo lo local y
pueblerino, ubica los catorce relatos en espacios urbanos. En los seis cuentos de 'Aroma del
terruño', torna al ámbito campesino pero, a diferencia de los autores criollistas más
representativos, los planteamientos se emparentan con una actitud romántica que advertimos,
también en 'Huerto lírico' DTXt HO DPRU OD PXMHU \ OD PXHUWH VRQ XQD FRQVWDQWH´ 8PDxD
1999:108).
(Q³/XQDURMD´ se narra la historia del Cachorro, personaje salido de una de tantas historias
frente a la fogata. Alicia escucha la historia y sueña que es su mujer. Cuando iba a abandonar
la aldea el Cachorro la rapta y se la lleva a vivir con él a la montaña. Sus hermanos la buscan y
dan muerte al Cachorro para rescatarla, él ha tratado bien a Alicia y ella termina por quererlo,
pero el fin es inevitable:
9DULDVEDODVUDVJDURQHODLUHVLOEDQGR(O³&DFKRUUR´FRQLQDXGLWDUDSLGH]DSHVDU
de estar herido, arrojóse al suelo y en dos saltos prodigiosos llegó hasta Alicia... ¡Me
muero, mujer... sólo así podían cazarme estos bandidos...! ¡A traición! Mira... querías
una piel de tigre... aquí la tienes... fue el que devoró a mi madre... estos bandidos
robarán la mía.
Y luego, mientras la palidez mortal iba cubriendo su fiero y hermoso semblante y
Alicia, arrodillada, sentía fluir el raudal caliente de su llanto: ...¡Me quieres...!
¿verdad que me quieres?... yo lo sé... lo supe desde el primer instante... cuando me
huías... lloras por mí... porque me han herido.., porque voy a morirme y me dejarás
solo, bajo una cruz, en la montaña... ¡Adiós, Alicia... muero feliz porque me quieres!
Y la luna trágica aparecía sobre un lejano picacho, roja como una gran herida de
pasión y de locura, abierta en el vientre prolífico de la naturaleza (pág. 152-153).
(Q ³/D :DONLULD´ la hacienda La Mansión despliega sus actividades cotidianas con
entusiasmo:
Sobre ese escenario campestre se destaca Consuelo, la hija del patrón: noble, generosa,
hermosa cual amazona, ella es la alegría de la hacienda; se diría una walkiria en el esplendor
de su belleza. Esa felicidad idílica llega a su fin ya que desgraciadamente son atacados por una
banda de forajidos. Estos matan a la mayor parte de los peones e incendian la hacienda;
inclusive matan al patrón; Consuelo, la amazona, logra huir en veloz carrera montada en su
potro Lucero y se interna en el Peñón del Diablo para no aparecer nunca más:
(Q ³(O ODJR GRQGH ODV KDGDV FDQWDQ´ encontramos la idealización del ambiente campestre
refiriéndose a la hacienda Santa Rosita:
Y regocíjase en dicha estancia, amén del suculento yantar campesino, cuyos vapores
despiertan furiosamente el apetito, mientras se desanudan y extienden las blancas
servilletas, con la presencia de mozas gallardas, limpias, que arriban de la quebrada
con los cabellos húmedos y los ojos brillantes, con una tímida sonrisa en los labios y
un aire de tentación en todo el cuerpo, que nos hacen reír de los cándidos eremitas
que van a los desiertos inhospitalarios y calcinantes a luchar con las rojas visiones
pecaminosas; y que dejan al pasar una onda fuerte de aromas selváticos, que nos
enerva, nos satura, nos penetra con violencia, trastornando los sentidos y haciendo
latir en las venas una tremenda furia de placer. Las mozas y el yantar son ya un
incentivo más que suficiente para volver loco de contento al viajero que llega fatigado
después de cabalgar sobre riscos y hondonadas, pero que también ha ido extasiando
sus pupilas, hechas a la pobre contemplación de los rojos tejados de la ciudad, en el
22
espectáculo cien mil veces prodigioso de la máter naturaleza. Pero, además de los dos
atractivos mencionados, tienen ciertas estancias hondureñas, aquellas donde no
imperan la miseria y la ignorancia, otros placeres que ofrecer, tales como el aire
fresco y suave que acaricia largamente los cabellos y el rostro; las aguas prístinas de
algún cercano riachuelo; el generoso lomo de una dócil cabalgadura y el blando
lecho de hojas donde reposar durante esas inolvidables noches de la sierra, en las
que, diríase que las estrellas bajan a posarse sobre el inquieto pinar y reina un
silencio melancólico apenas alterado por remotos ladridos o la señal agorera del
perverso estiquirín, cuyos ojos llamean en las tinieblas, hasta que el lucero chilatero
viene anunciando el día y las dianas guerreras de los arrogantes donceles del corral
repercuten en la inmensa distancia (pág. 167-168).
Así como don Salvador Gómez, como don Prudencio González, fueron nuestros
abuelos en los campos. ¡Hombres de recia contextura y de alma de diamante por lo
clara y por lo firme: varones enteros, fuertes, capaces de arrojar a tierra, de un
puñetazo en el testuz, a un novillo enfurecido; capaces de abrir brechas en la selva, a
golpes de hacha; y de amar mucho, con un amor entrañable, la tierra bendecida por
su propio sudor. Para estos hombres, hurtarse una res o faltar deliberadamente a un
compromiso, era imposible. ¡Tiempos de energía moral y de valor físico en que no era
dado contemplar esos cuadros repugnantes de vicio, miseria y pereza que nos ofrecen
hoy nuestros campesinos y que deshonran el esplendor maravilloso del solar nativo!
Cuadros de abulia, de renunciamiento y de hábitos degenerados, que vamos
encontrando a lo largo de las carreteras o de los senderos y que causan tanto dolor
como en las poblaciones donde imperan la desvergüenza y la intriga! (pág. 170).
En este ambiente, el visitante citadino se enamora de Ana María, una muchacha plena de
atributos:
El lago donde cantan las hadas, lugar misterioso y mágico, se describe con propiedad:
La Laguna Encantada estaba allí, a nuestros pies. Cogidos de las manos hicimos el
descenso, pues el depósito líquido está escondido en un profundo seno y para llegar a
la orilla hay que seguir un sendero difícil. La montaña principal allí mismo: soberbia,
23
pujante, con abismos y eminencias repleta de árboles, pletórica de jugos y savias,
enguirnaldada de orquídeas y gallinazos: dueña de la recóndita armonía de los
riachuelos que al llegar al borde de las cortaduras se tornan en magníficos torrentes;
ofreciendo una vegetación lujuriosa, furibunda, llena de los matices más vivos, que
son gloria de la creación; de las flores con pétalos aterciopelados y aroma
embriagante; de los pájaros más raros, hermosísimos ejemplares de belleza. Y la
extraña laguna está allí, a la sombra de los pinares, robledales y bambúes;
desconocida, misteriosa, irrevelada (pág. 182).
Y en ese paraje mágico, la pareja consuma el amor, bajo el abrigo de la frondosa naturaleza:
Caía la tarde. Una música sutil, acariciadora, enervante, me llenaba los oídos, me
llenaba el corazón. ¡Música de mis florestas vírgenes, música de mis florestas
umbrías, que ningún poeta ha recogido e interpretado en el estro sonoro! ¡Música del
viento en el pinar melancólico y oscuro; música de zenzontles y jilgueros; música de
los seres que desfallecen de amor en el lento atardecer; música de flores y pomas
JORULRVDVP~VLFDGHOODJRGHFULVWDOGRQGHODVKDGDVFDQWDQ«\HOODVH rindió en mis
brazos cuando todas las cosas ardían en el fuego milagroso de las estrellas! Música
arrulladora de Ana María (pág. 183).
(Q³(OJUXPHWH´, de motivo marino, se relata el último viaje de La Gaviota, goleta que hace
itinerarios definidos transportando pasajeros y carga; la descripción del ambiente tiene un
sabor a poesía:
Treinta hombres, incluido un grumete de quince años, forman la tripulación, todos al mando
del capitán Brown, ³un moreno, curtido, de mirada dura, con unas manazas de acero y un
genio, a veces, terriblemente agrio´. Haciendo contraste el grumete es de ³rostro expresivo,
blanco, ojos azules y soñadores, espíritu inquieto, de pájaro marino´. En este viaje hace su
aparición Graciela, mujer joven y bella de la cual se ha enamorado el capitán sin poder decirle
nada por temor; asimismo el grumete, inexperto en el amor, que ha entrado en pláticas con ella
durante el viaje. Los sorprende una tormenta y el fin es inevitable, Brown, tosco y salvaje,
antes de morir desea poseer a la mujer que le ha quitado la tranquilidad. Antes de realizar el
acto el grumete lo apuñala por la espalda y salva a la mujer, sólo para encontrar su destino:
Atento, febril, fijo en todos los movimientos del capitán, el grumetillo de los ojos
azules y soñadores quiso salvar a la mujer que, con su palabra cálida, había puesto
24
ante sus ojos alucinantes espejismos, en la alta noche tropical... ¡a la primera y única
mujer que amaría en su vida! Y su mano no tembló al hundir la hoja tajante en la
férrea musculatura del marino.
La úOWLPDKRUDHUDOOHJDGD³/D*DYLRWD´FRQODVYHODVDEDWLGDVFRPRDODVURWDVVH
hundía lentamente. Un coro de gemidos e imprecaciones respondía al grito del mar.
Tranquilo, resignado, el grumete sumergíase con su nave, contemplando a la mujer
rubia que yacía desmayada en sus brazos; y cuando el agua lo envolvió besándole el
cuerpo entero, cerró los ojos VRxDQGR« VRxDQGR« PLHQWUDV OD FDQFLyQ IRUPLGDEOH
arrullaba su agonía, como meció su infancia, bajo los altos cocoteros, frente al mar
soberbio y polifónico. (pág. 191-192).
Es de hacer notar el bien logrado ambiente marino que habla de soledad, amor y muerte
insondable en las aguas misteriosas del mar.
Esteban Martínez y su hijo Juan José, campesinos nobles, son ejemplo de amor filial:
Para Juan José no existía en el mundo hombre más valeroso ni más honrado que su
padre. Lo sabía, trabajador como el que más, escrupuloso en materia de dineros,
amante con su mujer y sus hijos, incansable para las faenas campestres y como
hombre, capaz de pararse donde se paran los mejores (pág. 196).
Juan José, enamorado de María del Carmen, centra su vida en ella y en el futuro que les
espera. Empieza la feria de la aldea y mira a su padre bailando con María del Carmen, y se da
cuenta que su padre, sin saber nada sobre sus amores, también la desea:
Desde afuera, vio Juan José pasar a su padre y a la joven, envueltos en la ola
vertiginosa del vals y, repentinamente, un sentimiento maligno le asaltó el corazón.
Cruzáronse negras ideas ²semejantes a nubes cargadas de electricidad² por su
mente. Sintió estremecerse su cuerpo de manera convulsiva y se le erizaron los
cabellos mientras gruesas gotas de sudor helado le bañaban la frente. Obedeciendo a
25
un mandato instintivo se le crisparon los puños y comprendió que tenía los ojos
inyectados de sangre.
¡Él la quiere también!... Esta sospecha se dibujó fugaz, pero briosamente, en su
conciencia. ¡Sí, él, mi padre, la quiere a ella, a María del Carmen, y la quiere para
hacerla su mujer! No sabía cómo, pero esto lo pensaba ahora con perversa
obstinación. ¿Quién lo dijo? Quién dio la maldita noticia? ¡Nadie! Nadie me lo ha
GLFKR1DGDKHRtGR«SHURVpTXHODTXLHUH£1RPHHQJDxR$OOtYHQtDQRWUDYH]«
lanzaba el acordeón un torrente de notas jubilosas, trinaban las mandolinas, gemía la
JXLWDUUD$OOtYXHOYHQ«\DSDVDQMXQWRDpOIUHQWHDVXVRMRVLQ\HFWDGRVGHVDQJUH
¡sus ojos que lanzan miradas homicidas! (pág. 202-203).
Al espiarlos confirma sus sospechas, María del Carmen nunca lo ha amado a él, por eso le ha
dado largas, pero sí se entiende con su padre. El odio se enrosca cual serpiente malévola en el
pecho del joven y decide matar al padre que lo ha amado toda la vida. Lo espera en el monte y
le dispara; el padre muere entre lamentos llamándolo a él, a su hijo amado. El parricida, con
un profundo remordimiento de conciencia vaga sin rumbo, lleva dentro de sí la tempestad, y
también muere, expiando así su culpa:
ņ-XDQ%ODVFRQRFLyD5RVDULWRHQODILHVWDGHOD&RQFHSFLyQHODxRSDVDGR\GHVGH
entonces quedó perdido por ella. Desde ese momento principió a piropearla, pero sólo
desprecios ha conseguido. La muchacha está chiflada por Alejandro, y Juan Blas las
ve negras cada vez que le habla. Pero dicen que es hombre obstinado y donde mete la
cabeza nadie lo desvía (pág. 211).
26
En la ruta de ese amor lleno de desprecios, Juan Blas, agobiado por la llama que le devora el
corazón, ya que hasta ha llorado al calor de los tragos, en Nochebuena espera a Alejandro, su
rival, y lo mata infiriéndole una puñalada en el corazón, obteniendo el repudio de Rosarito:
ņ£6t« OR DVHVLQp« OH GL HQ HO SHFKR VLQ TXH pO PH YLHUD £/R PDWp SRUTXH OR
TXHUtDV«<\RVLHQWRHVWHIXHJRLQIHUQDO£(VWHDPRUPDOGLWRTXHDFDEDUiFRQWRGRVFRPR
acabó con él! (Pág. 223).
Al huir, tropieza con una hoguera y se quema completamente. La llama que ardía en su
corazón terminó con él; quizás fue el fin de su tormento.
Germinal es un libro que está muy bien estructurado, las historias son precisas y no hay
divagaciones de ningún tipo que detengan la acción. En su primera sección, Huerto Lírico,
aborda temas generales y citadinos en una ambientación cosmopolita. En la segunda sección,
Aroma del Terruño, predominan los problemas del campo, reflejando la exuberante atmósfera
de la patria.
En Prosas Fugaces, publicado en 1938, que son artículos con tendencia poética, se encuentra
HOUHODWR³3ULPHU$PRU´que es la remembranza y declaración de un amor platónico, un amor
irrealizado de la niñez, pero que los años, el tiempo y la vida lo sepultaron para siempre:
En Cuentos de Lobos (1941): ³7UHV VRQ ORV nahuales que vigilan sobre esta colección de
cuentos: el lobo, el perro y el gato, cuyas figuras ilustra Arturo López Rodezno. El lobo es la
violencia de la guerra civil, que la mano dura de Carías, en 1941, al parecer ha domesticado.
27
Carías Reyes no quiere destacar los errores cometidos o analizar 'las causas por las cuales se
han batido los hondureños'. Quiere destacar, a pesar de todo, 'el valor demostrado por los
hondureños' en su secular refriega. 'Hay un almacén de gestos heroicos ±no es fácil exponer la
vida± anónimos, en esa existencia turbulenta'. El perro, en la sección siguiente, es el símbolo
de la miseria. No un cachorro de postín o un aguacatero flácido: 'el hambre tiene cara de
bulldog enfurecido'. Y el gato, un animal aristocrático, es la vida muelle, poltrona, la cara
frívola y como irresponsable de los que viven entre cojines sin encarar 'los terribles problemas
de los pobres perros sin amo y sin hogar'´ (Carías, 1996:19-20).
La sección Cuentos de Lobos está compuesta por cinco cuentos, que son un claro
cuestionamiento, un repudio, de las constantes guerras civiles que han asolado al país. Las
descripciones de las guerras civiles y sus nefastas consecuencias para la familia hondureña son
evidentes en esta sección. Aquí se muestra la crueldad y el salvajismo que enfrentó a los
hondureños en estas montoneras absurdas en pos de la obtención del poder político, por
facciones y caudillos que solamente estaban interesados en su propio bienestar.
En ³(O FRUYR´ encontramos dos generaciones encontradas, don Pantaleón Vargas, el padre,
luchador en las guerras civiles que representa el pasado de dolor y muertes; y sus hijos que
miran hacia el porvenir. En el dolor de la esposa del patriarca, Lupe, está latente el rechazo de
esa vida de incertidumbre, la guerra civil le arrebató dos hijos:
Lupe es la esposa. Frágil, blanca y sumisa, dijérase la hiedra del roble; la flor del
muro. Doña Lupe puede frisar entre los cincuenta y los sesenta años; con más
exactitud los cincuenta, pero en su rostro que indudablemente fue bello; en su rostro
que tiene el color de la cera de Castilla, se marcan cada hora que pasa, dos largas
arrugas y en su boca fina hay una dulce sonrisa de tristeza. Aquellas arrugas son los
dos hijos muertos en la guerra civil y aquella dulce sonrisa de tristeza es la hija
perdida hace años (pág. 236).
Los hijos, al representar el porvenir, rechazan las guerras civiles y la sinrazón de las mismas:
²Y qué obtuvo el país, qué salimos nosotros ganando, qué ventajas le dieron al
pueblo, qué progreso han hecho tus compañeros y tú, con la guerra civil. Ruina,
desastres, crímenes, miseria. Mira, papá, esos campos fértiles abandonados; esas
poblaciones enfermas y tristes; esos niños raquíticos... ¡Esa es tu guerra civil, papá!
increpó Mario, excitándose. Y continuó:
²Tú dices que hoy no quedan hombres... que los muchachos de estas generaciones
somos unos inútiles; que se acabó el valor. Se necesita mucho valor, papá, para
cambiar de ruta, para librarse del contagio, para no imitarlos, como, durante un siglo,
imitaron los hijos a los padres la criminal costumbre de la revuelta; para definir una
nueva actitud y enarbolar otras ideas. Ustedes tienen razón de pensar como piensan y
de sentir lo que sienten; ustedes son el estático muro, cubierto de lama; nosotros
somos el viento que pasa, el agua que corre. Ustedes son el pasado, papá, nosotros
somos el futuro... (pág. 238-239).
Mientras la familia se reunía en esos momentos para oír a Juan, don Pantaleón
penetraba grave, solemne, austero, a su habitación. Tomó el corvo y lo contempló
unos momentos. En seguida, austero, solemne, grave, fuese al patio y en la base de la
piedra de uno de los pilares, con toda su fuerza, lo rompió en dos. Lejos, arrojados
con un impulso hercúleo, fueron a caer los pedazos del corvo, sembrándose en la floja
tierra del solar.
Un mes más tarde, ya convaleciente Juan, don Pantaleón llegó fatigado a darle la
noticia.
²¡Hijo! Te compré el tractor y el arado moderno (pág. 244).
(Q ³(O FRURQHO´ TXH HQ YHUGDG VyOR IXH VDUJHQWR en las guerras civiles, encontramos a un
anciano relator de batallas y de mil hazañas ante un corro habitual de niños; las historias se
desgranan a cual mejor:
²6yORpUDPRVGLH]EUDJDGRV0LJHQHUDO*DUFtDPHGLMR³&RURQHO0RQWHVDJDUUH
DTXHO FHUUR´ 'H GtD QR SRGtDPRV DWDFDU SRUTXH ORV FRQGHQDGRV HUDQ PXFKRV
cuando cayó la noche nos fuimos arrastrando hasta las trincheras y los machetes
hacían después ¡chis, chis, chis!
²Dentro de la iglesia se había metido un grupo de ellos. De las torres nos volaban
bala que era un contento; ya nos estaban despachando a todos los muchachos; al
general se le jalaba la cara por momentos; estábamos tendidos boca abajo, con los
³RQFHV´ OLVWRV SDUD KDFHU IXHJR HQ ODV ERFDFDOOHV GH OD SOD]D SHUR QR SRGtDPRV
asomar ni la nariz; aquellos artilleros tenían una puntería colosal. El cuto Hernández,
que se las traía de muy hombrón y que lo era ²aunque yo lo vi aflojar en
Calabaceras² se fue para el estanco del pueblo y se metió varias cuartas, en
FRPSDxtDGHXQJUXSRGHFRPD\DJHODV'HVSXpVORVLQYLWyDVt³%XHQRPXFKDFKRV
esos carambas nos están reventando la paciencia. ¿Qué dicen ustedes? ¿Nos tiramos
encima, como hombres que somos? Al general se le han bajado los pantalones y está
FRQ FDQLOOHUD´ 7RGRV JULWDURQ ¡Adentro, general Hernández! El Cuto sólo era
mayor. Entonces él montó en un gran caballo que se había robado en una hacienda de
Choluteca y los comayagüelas le siguieron, echando a correr por la calle recta hasta
la iglesia. Los artilleros hicieron fuego sin descanso y muchos muchachos quedaron
allí panza arriba: el Cuto logró llegar casi hasta la puerta y allí lo voltearon con todo
y bestia, pero en el momento de caer lanzó una candela de dinamita y el muro voló.
Nosotros, que estábamos cerca, corrimos y capturamos a los artilleros. Sólo unos
pocos quedaban vivos y fueron fusilados al pie del altar... (pág. 247-248).
$QVLDQGRYROYHUDHVHSDVDGR³KHURLFR´VHHQOLVWDGHQXHYRHQXQDPRQWRQHUDTXHQRWHUPLQD
siendo más que una cuadrilla de delincuentes sin ideales de ningún tipo; muriendo sin gloria
en un enfrentamiento con los soldados. Esta montonera representa lo que fueron esas
revueltas, sólo desolación y muerte para el país:
29
De pronto, sobre el filo de un risco blanco y bravío se recortó una figura. Era un viejo
seco, alto, desgarbado; y junto a él, un hombre rechoncho. El coronel Montes ordenó
al corneta Pedro: ¡Toque al asalto! Vibró el clarín, repercutiendo en llanos y
hondonadas; la tromba revoltosa pasó encima del viejo, derribándolo con su ímpetu;
volvió a ponerse de pie en el momento en que una ráfaga de plomo venía de la loma
de enfrente; cayó para no levantarse jamás (pág. 251).
Los compañeros iban quedando tendidos en montones ridículos por las faldas del
cerro trágico; grandes lamparones de sangre, como monstruosas amapolas; hombres
GHVWUR]DGRV SRU OD LQIDPH EDOD GHO FDOLEUH ³RQFH´ DSDJDGRV TXHMLGRs y gritos
rabiosos. La marca asaltante subía y bajaba sin cesar; nuevos contingentes entraban
al fuego; muchos hombres intrépidos venían armados solamente de machetes,
pretendiendo llegar hasta los reductos de la altura. La capital entera temblaba bajo el
WURQDUGHORVFDxRQHVGHO³3LFDFKR´\GHODVDPHWUDOODGRUDVGH³-XDQD/DtQH]´\GH
³(O*XDQDFDVWH´/DOtQHDGHEDWDOODVH KDEtDH[WHQGLGR\EDMRDTXHOHVSOHQGRURVR
sol de estío, en las campiñas y los setos donde tranquilamente pacían otrora las
vacadas y cantaban los pájaros, desarrollábase un soberbio y macabro espectáculo.
El estridente canto de las chicharras había sido sustituido por el tac-tac-tac
incansable de las ametralladoras; el mugir del pacífico y resignado buey por el acento
tonante del cañón y las pláticas campechanas de los labriegos por los furiosos
alaridos de la pelea (pág. 257).
30
volcán en erupción. En aquellas llamas consumíanse muchas almas valerosas (pág.
259).
La sección Cuentos de Perros está compuesta por seis relatos que evidencian la pérdida de
valores, la ruina moral, los problemas sociales, la pobreza, el abandono. Los personajes,
condenados a la miseria, afrontan la indiferencia y el rechazo de una sociedad deshumanizada.
(Q ³'HVWLQR´ QRV HQFRQWUDPRV FRQ -RVHID \ VXV VHLV KLMRV SURGXFWR GH XQD UHODFLyQ
extramarital con un abogado pudiente; ella, ³SXHVWHUD´ en el mercado, sólo recibe las sobras
que aquél de cuando en vez le ofrece. Los hijos se pierden por los diversos caminos del olvido
y la miseria. Fina, la menor, a sus quince años es una muchacha muy hermosa y apetecida;
Julio es uno de sus pretendientes, pero siendo tímido nunca se le declaró. El tiempo, que todo
lo cambia, hace que Julio ruede por la vida ³HQ ORV WyQLFRV GUiVWLFRV GH ORV OLFRUHV \ ORV
PXVORV WLELRV GH ODV SURVWLWXWDV´, aunque logra graduarse de médico. Un buen día Fina se
presenta en su casa, demacrada, marchita, golpeada por la vida arrastrando una hija, y le
solicita dinero, él se lo brinda. Tiempo después, obsesionado por el deseo juvenil, la manda a
llamar y le hace el amor, pero el desencanto de ese cuerpo golpeado por la vida, sólo le deja un
sabor a repudio; quizás fue un rechazo compartido en la pérdida total de sus valores:
Tendidos en el lecho, Julio apretaba con sus brazos vigorosos un cuerpo flaco; los
senos marchitos, las carnes enjutas. Tuvo la sensación de abrazar un cadáver.
Apestaba aquel cuerpo. Apestaba a semen de todos los hombres que lo habían
poseído. El acto genésico fue breve e incontinente, Julio saltó al suelo y se dirigió al
interior, no sin dejar antes sobre la mesita de noche un manojo de billetes de banco.
Cuando él regresó al dormitorio, Fina no estaba ya. Había huido. Se había ido
definitivamente de su vida.
Tratando de conciliar un sueño reparador de las emociones del día, Julio sentía que
una frase le golpeaba en el cerebro con precisión de reloj...
²El hambre tiene cara de bulldog enfurecido (pág. 275).
31
En ³9LGDVURWDV´, Juan Francisco, campesino de ordinario apacible, mata en un arranque de
celos a Pancho Sosa a la orilla de un río. Va preso, y su esposa Leonor llega a la ciudad y trata
de sacarlo, para ello contrata a un abogado que la estafa y termina robándole el peculio
familiar. Sin dinero, se coloca de sirvienta, pero Juan Francisco es condenado a muerte. Un
día, que ella cree de fiesta, por la agitación de la gente, marca el cumplimiento de la condena;
ella reconoce a su marido en el instante mismo en que es acribillado, muriendo ella también
del corazón:
Rama de veinticinco años, Jacinta había retoñado seis veces. Tenía esa maravillosa
condición de las mujeres pobres: ser fecunda. Dos retoños secáronse
prematuramente. Jacinta no supo de qué murieron sus hijos, ni los vio médico
alguno. Quedábanse fríos en sus brazos, o sobre el jergón hediondo a orines.
Jacinta lloraba sobre el cuerpecito muerto. Era su hijo y... ¿acaso no era ella una
mujer y una madre como cualesquiera otras? (Pág. 287).
Llena de hijos, pobre, sin nadie que le ayudara, vive una vida miserable en un cuartucho de
mala muerte. Los hijos se enferman seguido; en aras de obtener dinero termina vendiendo a
su hija mayor; es el círculo eterno de la miseria de la que no saldrá jamás:
32
penetrase cuerpo y alma. Teresa bajó la vista. Y Jacinta, arrullando a la niña
enferma, agobió la cabeza y recordó a otra muchacha, menuda y morena, que
pasaba sus días felices bajo los aleros de una casona colonial (pág. 289).
Seguía cayendo aquella lluvia tenue y cruel; caía más fuerte, más fuerte, casi
golpeaba ya. Profundamente dormido, Miguel no la sentía. Soñaba... soñaba sin
duda con mañanas azules de su infancia cuando daba vueltas sobre el polvo de las
calles como si fuese un perrillo sin amor y sin hogar; exactamente como esos
millares de perrillos que ambulan rastreando desperdicios; soñaba con su madre;
era buena su madre, ¡cómo lo arrullaba y cómo lloraba, a veces, con él en los
brazos!, otros días enojábase y lo maltrataba, tal vez cuando no había para comer,
pero ¡era tan buena!, la única persona que lo quiso y estaba muerta; soñaba
Miguel Fuentes con los días gloriosos en los que podía comer frijoles y carne
cocida y dormir en el desván de la señora Mercedes... (pág. 296-297).
³-XDQNDGLH´ es el inverosímil diálogo del narrador con un hombre de apariencia pobre que
se recuesta en un poste de luz, en donde éste le hace ver que tiene familia, y sobre todo, que
todo ser tiene una historia que contar.
(Q ³&DULGDG´ se evidencia la hipocresía social. Una pareja de niños va a una mansión a
pedir comida, pero son tratados con desprecio, bajo el beneplácito de la dueña de casa. Un
ladrón ve la escena y se compadece de ellos y los lleva a comer a su casucha ofreciendo
darles comida cuando la necesiten. Entretanto, la dueña de la casa, beata caritativa, va a la
próxima reunión social de ayuda a los pobres.
La sección Cuentos de Gatos está compuesta por seis relatos, en donde se evidencian
situaciones frívolas propias de la pequeña burguesía. Aquí, lo superficial, la veleidad del
proceder de los personajes es evidente.
(Q ³8Q FULPHQ´ se desarrolla el monólogo de un asesino; tiene formación, comulga con la
exquisitez y se ha entregado a una vida de placeres; pero en un rapto de ira ha matado a su
mejor amigo:
Una frase, una sola frase, ¡oh, no la recuerdo, no puedo recordarla! ¿Qué injuria me
hizo? ¿Cuál sarcasmo envenenado con toda su insuperable ironía hizo blanco en mi
amor propio? ¿Qué tremenda palabra me hirió? Fue una puñalada, sin duda. Una
terrible puñalada con sus labios finos y desdeñosos, sus labios de hombre de mundo.
Fue una mortal puñalada aquella, porque al sentir mis carnes y mi orgullo quemados
me lancé sobre el revólver que estaba en la mesa de noche, su propio revólver, y
33
disparé... disparé con saña, con rabia. Oí su grito, un solo grito de espanto, de
asombro, de pavor (pág. 309).
Pero en esa batahola todo ha sido un sueño producto de los excesos de la noche anterior;
busca, apresurado, a su amigo, y éste se encuentra todavía navegando en un profundo letargo
producido por los nepentes(Q³$YHQWXUD´, un encuentro casual, él y ella; bajo un manto de
desencanto, ven correr la rutina de a bordo; al desembarcar en una playa tentadora, se fusionan
deliciosamente, es, al fin, la vida que pasa.
(Q ³'HVLOXVLyQ´ un estudiante pobre es ignorado por una mujer que busca fortuna; años
después la encuentra en una fiesta navideña; es notoria la frivolidad que degrada la vida:
Hacia la media noche el ruido, la alegría producida por los estimulantes, las risas y
las voces iban en crescendo. Los hombres ²y las mujeres² que se odian, se
calumnian o se quieren, celebran o fingen celebrar el advenimiento del Niño Dios. El
champaña derrochaba oro en las copas; los licores llenaban los vasos, el humo
oscurecía la brillante luz de los lampadarios; las flores desmayaban en los jarrones,
los camareros tropezando en las mesas ponían una nota ridícula como los señores a
quienes el duende del alcohol quiso hacer algunas bromas pesadas... (pág. 322).
Lo había despreciado, lo vio como a perro callejero cuando era un pobre diablo,
cuando ella ambicionaba riquezas que podía obtener con su belleza. Estaba hastiada
de la vida opulenta, pero mísera en su hogar sin amor, sin hijos, sin pasión; por eso se
embriagaba en los casinos; por eso iba con el banquero y el advenedizo en locas
orgías; por eso aquellas murmuraciones; por eso aquel frenesí; aquella exaltación
con que lo abrazaba. Y entonces, el hombre sintió que una masculina repulsión, que
una náusea viril, le trastornaban (pág. 325).
(Q ³8Q WRQWR´ DVLVWLPRV D ODV UHPLQLVFHQFLDV D ODV ³YRFHV PXHUWDV´ GH XQ dandy; está
lloviendo y le da abrigo a una muchacha; ésta, de dieciocho años, termina por yacer con él.
Una semana después aparece por el club y sus amigos se ríen del sentimiento de culpa que
aSDUHQWD WHQHU (Q ³-HWWDWXUD´ un diplomático de vacaciones recorre España; al negarle una
limosna a un gitano éste lo maldice, continúa su vida y años después se casa quizás para evitar
ODPDOGLFLyQ(Q³8QHQWLHUUR´, bajo la influencia de elementos metafísicos, se cuenta el azoro
que le sucedió a Antonio Gálvez. En la casa que rentaba se le apareció una mujer fantasmal; él
se muda con su esposa. Tiempo después reparan la casa y el albañil encargado del trabajo
encuentra un entierro, un tesoro, y se retira de su oficio; se dice que su riqueza es producto del
entierro encontrado.
35
c) Arturo Mejía Nieto
Obra publicada: CUENTO: Relatos Nativos, Tegucigalpa (1929), Zapatos Viejos, Buenos
Aires (1930), El Solterón, Buenos Aires (1931), El Chele Amaya y Otros Cuentos, Santiago
de Chile (1936), El Pecador, Buenos Aires (1956). En 1998, Oscar Acosta publicó sus cuentos
completos. NOVELA: El Tunco, Buenos Aires (1933), El Prófugo de Sí Mismo, Buenos
Aires (1934), Liberación, Buenos Aires (1940). ENSAYO: El Perfil Americano (Ensayos
Sociológicos, considerado el mejor libro del mes por el PEN Club de Buenos Aires), Buenos
Aires (1938), Morazán (Biografía), Buenos Aires (1947), Tres Ensayos: Teatro, Novela,
Cuento. Bahía Blanca, Argentina (1959).
Su libro de cuentos Relatos Nativos (1929) ³FRQWLHQH GLHFLRFKR FXHQWRV (Q ODV SDODEUDV
liminares, el autor establece que su objetivo es inspirarse en motivos típicamente americanos y
contribuir humildemente a elaborar la literatura que en nuestro concepto es la única que
deben elaborar los literatos americanos, palabras que transpiran inquietudes emparentadas
con el regionalismo. Pero, si entendemos lo típicamente americano como lo referido a temas y
PRWLYRVYLQFXODGRVGLUHFWDPHQWHDOWHUUXxRDHVHSURSyVLWRņTXHPRWLYDHOWtWXORGHOOLEURņ
VyOR UHVSRQGHQ DOJXQRV FXHQWRV ³7LHPSRV 9LHMRV´ ³3DQFKR´ ³(O 0pGLFR´ \ ³$JXLUUH´«
En Relatos nativos, todavía la prosa, en algunos momentos, se siente con cierta dureza interior,
con poca fluidez en el ritmo. Varios cuentos por exceso de elementos, por la inclusión de
detalles que no abonan en el desarrollo del tema central. Pero el autor ha superado las
digresiones o la intención moralizante´ (Umaña, 1999: 82; 87).
Los nombres de Carlos y don Lupe Rubio saltaban de los labios como si hubieran sido
dos generales, jefes de opuestas fuerzas. Bajo la lluvia, contra las sombras, mientras
36
las mujeres imploraban a sus maridos la prudencia que no existía, el fuego terrible,
con sangre, con lodo, con espanto, con dolor, con olor a pólvora, con chispas de las
EDODVFRPRUHOiPSDJRVFRQHVHKRUURUGHODJXHUUDVHJXtD« (pág. 22; todas las citas
corresponden a la edición de Cuentos Completos, 1998).
En ³(O0pGLFR´VHFRQVXPDXQDVHVLQDWRSRUFHORVDXQTXHLUyQLFDPHQWHODPXMHUQRDPDDO
asesino; además demuestra una libertad de elección propia, reivindicación del feminismo. Y
en ³$JXLUUH´, quizás el mejor cuento del libro, se narra la historia de Aguirre y sus amores con
Carmen, interrumpida por las eternas guerras civiles:
³(VWDOOyXQDV~ELWDUHYROXFLyQSRUILQXQDPDxDQD\HOLGLOLRGH$JXLUUH\&DUPHQ
WXYRTXHGHWHQHUVHSDUDDWHQGHUFRVDVPiVLPSRUWDQWHV«(VFiQGDOR gente corriendo
hacia todas partes con el miedo marcado en los ojos. Soldados armados, corriendo
con sigilo a tomar posesión de los cerros vecinos, de las alturas estratégicas, que tan
buenos servicios prestan en estos casos. Estos son los 'retenes' que dan el grito de
alarma cuando el peligro se aproxima sobre la ciudad, ya sea bajo las sombras de la
noche, o abriéndose caminos tras de la maleza. Escándalo, gente corriendo, se
reclutan los hombres del pueblo para que defiendan la plaza y de esta ley nadie puede
evadirse; ni el llanto de las madres o de las esposas se toma en consideración; el
GHEHUGHFDGDKRPEUHHVH[SRQHUVXYLGD«HQGHIHQVDGHODSOD]D(VFiQGDORJHQWH
corriendo hacia todas partes, familias enteras que se pasan con bultos de ropa de
cama a dormir esa noche o más noches, en la casa de otra familia vecina que puede
dar mejores garantías. Grupos de hombres y mujeres en las casas hablando en
VHFUHWRKDEODQGRFRQWHPRUDVHURtGRV/DUHYROXFLyQODEXOOD« (pág. 95-96).
37
Este cuento es un señalamiento a las continuas hostilidades civiles que bañaron de sangre
durante tanto tiempo a la patria; sus personajes y ambiente están muy bien logrados:
No hay tranquilidad, ¿hasta cuándo podrá haber paz en un país que tanto necesita
para no morir ahogados en sangre de sus hijos? ¡Pobre país tan digno de lástima!
Pero la culpa la tiene la ambición de esos que quieren llenarse las bolsas a costa de
los sufrimientos de los demás. ¡Ingratos$HVRVGHEHUtDQGHDKRUFDUORVYLYRV«£$K
pobre patria la nuestra, en manos de sus hijos desnaturalizados, hijos de la ambición y
GHOµGHVFDUR¶ (pág. 96).
Todo el primer año de su vida conyugal, Luisa trató de hacer entender a su marido, la
intangible hambre o sed, que la había impelido a escribirle el papelito, pero que
estaba arrepentida. Había veces que se arrojaba en los brazos de él y trataba de
hacerlo comprender, pero sin obtener ningún buen resultado. Poseedor él únicamente
de un solo amor entre hombre y mujer, en vez de poner atención a las palabras de
ella, él la besaba en los labios. Esto llegó a confundirla tanto que concluyó por huir de
los besos de él. Ella misma no sabía qué era lo que quería (pág. 72).
En ³'UDPDV'RPpVWLFRV´VHSODQWHDXQWULiQJXORDPRURVRHQSULPHUDLQVWDQFLDXUgido por la
soledad y el deseo que justifican en alguna medida el acto; ella también reivindica el placer
sexual; refiriéndose al amante, exclama:
Una impetuosa y misteriosa fuerza los había colocado juntos. Antes de eso ella había
sufrido terriblemente y ahora ella volvería a sufrir. Y sin embargo ella no era
culpable. Para con Dios su conciencia estaba tranquila. Como simple mujer también
no teníDFXOSD/DSDVLyQODKDEtDTXHPDGRKRUULEOHPHQWHHQWRGRHOFXHUSR«HOODQR
era culpable; sólo era una víctima (pág. 116).
Cuando el esposo descubre el amorío echa a la esposa de la casa. Ella, después de algunos días
GHVXIULU\SRUTXHHVµOHtGD¶ (lo que justifica su posición reivindicativa), regresa y reclama el
lugar que le pertenece en el hogar. El tema del derecho a la mujer a ser feliz, está muy bien
planteado y se percibe un albor feminista en la exposición de los hechos; exclama la esposa:
No se me olvida cuando me abandonaste por tres semanas, cuando Juan estaba recién
QDFLGR<HVDVWUHVVHPDQDVODVSDVDVWHFRQXQDPXMHU«1RVHPHROYLGDHVR9RVPH
rogaste que te perdonara. Y luego muchas otras veces. Yo sufrí mucho, pero sabía que
me amabas y que eras buen padre y trabajador. Y nunca, nunca te dije nada de eso. Y
ahora, ¿has estado bien estos días en que he estado lejos? Yo pensaba en las
dificultades de ustedes solos aquí, con la casa y también pensaba esto: ¿Que si tenías
derecho en arrojarme del hogar que yo he formado? Siendo cierto lo que te he dicho,
¿tienes vos derecho a arrojarme?
38
²(VGLIHUHQWHFRQORVKRPEUHV«/DFyOHUDGHpOKDEtDKXLGRDQWHODPDJQLILFHQFLD
de ella).
²¿Es diferente con los hombres? ¡Jajaja!... No me vuelvas a repetir eso, Ramón. No
es diferente con ciertas mujeres. (Adela desde niña había ido a la escuela y era muy
leída, además, siempre había tenido una altivez y una independencia muy rara en la
gente de nuestra raza, es decir, entre las mujeres. Ramón por el contrario, era débil y
poco leído; además, no sólo amaba sino que admiraba a Adela y Adela lo sabía). ¿Me
entiendes? No es diferente con ciertas mujeres. ¡Vos lo sabés bien Ramón, por Dios!
Yo soy diferente, vos lo sabés. Hay muchas mujeres, muchas, muchas que caen como
ORVKRPEUHV«¿No crees que te he hablado con claridad? ¿No es cierto que siempre te
suplicaba que te quedaras conmigo? No te acuerdas de eso. ¿Por qué no te quedaste
en la casa? Si me conocías bien, ¿por qué no te quedaste? Tú sabías bien cómo me
sentía. Oye, Ramón, lo que ha pasado ha sido el resultado de tus hechos. Yo no soy
una PXMHU FRPR WRGDV \ YRV OR VDEtDV GHVGH TXH QRV FDVDPRV« ¢7H DFXHUGDV
Ramón? Y vos tan ingrato y cruel, quisiera que supieras cómo me sentía cuando te
suplicaba que te quHGDUDVYRVPHFRQWHVWDEDVFRQEXUODµGHEHUtDVWHQHUXQDWDMRGH
PDULGRVPXMHU¶«£$KFUXHO6LVXSLHUDVFyPRPHGROtDHVR<RQRWHQJRFXOSD'LRV
PHKL]RGHHVHPRGR\QRWHQJRFXOSDDOJXQD«<DKRUD\RYHQJRDPLSURSLDFDVD«
donde mis hijos. Quiero que me eches afuera, si puedes. No me eches la culpa a mí,
Ramón. La culpa la tenés vos. Todas las madres de la tierra tienen derecho a vivir con
sus hijos bajo un mismo techo, ¿me comprendes? Todas las madres tienen derecho a
sus propios hijos y yo tengo deUHFKRDORVPtRV«£<QRPHFXOSHV5DPyQ6LYXHOYHV
DFXOSDUPHOHKDEODUpDQXHVWURVKLMRVSDUDTXHHOORVWHMX]JXHQ«(pág. 117-118).
En la edición de Cuentos Completos sólo se incluyen ocho de los doce cuentos del libro;
temática y situaciones son similares al libro anterior. Estos relatos se desarrollan en el pueblo
de Santa Clara, relatando tradiciones y situaciones de este poblado; la nostalgia que el autor
siente por su pueblo está latente. Los ocho textos que se incluyen son: Inés; el mujeriego; la
virgen milagrosa; el asesino; la avaricia del General; la cinta del sombrero; la brújula del
corazón; y el hijo de la criada.
(Q ³,QpV´ un muchacho de diez años relata cómo ella llegó a trabajar a la casa; su
deslumbramiento por ella, con sus cualidades de mujer hacendosa y buena:
Ella ²como he dicho-, a pesar de su edad tomaba parte en nuestros juegos porque
realmente tenía en su inocencia mucho de niño. Así fue cómo aprendí a querer y
admirar el corazón sutilmente generoso de Inés. A veces me decía a mí mismo: Si Inés
no fuera sirvienta y si yo fuera hombre grande, me casaría con ella...
39
5HFXHUGRTXHHQWUHORVMXHJRVTXHMXJiEDPRVHOSUHIHULGRHUD³/DVHVFRQGLGDV´0H
gustaba esconderme y me gustaba que Inés me encontrara porque con su fuerza
natural y su espíritu de muchacha alegre, me tomaba en peso, muerta de risa. A veces
sentía sus frescas mejillas cerca de mis labios y aquello me producía un natural e
inocente encanto (pág. 123).
Tiempo después, Inés abandona la casa para entablar una relación con un médico, tiene dos
hijos de él y nunca regresa. El ambiente hogareño está muy bien concebido en esta narración.
(Q ³(O PXMHULHJR´ asistimos a los recuerdos de infancia de Sergio y su hermano menor
Meme. Son hostigados por Teodosio TXHOODPDD6HUJLRµKLMRQDWXUDO¶SURQWRVHGHVFXEUHque
Teodosio es hermano de ellos. Sergio, que ama la escuela, es expulsado por pelear con
Mariano; lo mismo le sucede a Teodosio. La crueldad del maestro es evidente:
Los dos compañeros se tiraban del cabello, los dos luchando sobre el suelo sin poder
levantarse y con las caras manando sangre porque se hundían las uñas como garras.
De pronto el grito de todos se paralizó y el único ruido que se oía era el de los dos
compañeros que peleaban. Los demás agarraron los libros y se metieron a la escuela
que en ese momento acababan de abrir. El maestro estaba allí, cerca de los que
peleaban. Había llegado sin que lo sintieran. Se acercó despacio, agarró a Sergio que
estaba sobre Mariano en ese momento, y lo tiró a diez pies sobre el frente de la casa
vecina. Como si aquello no fuera suficiente, se dirigió otra vez hacia donde Sergio con
la mano apuñada y le dio otro golpe más fuerte aún.
²De tal palo tal astilla ²le dijo² ¡Qué te compre quien no te conoce, picarito!
Sergio temblaba de pánico, con el cabello sobre los ojos y con el cuerpo sangrando,
buscó a su hermanito por todas partes. El muchachito, a pesar de su corta edad, se
había dado cuenta del peligro en que se encontraba su hermano mayor, le había
recogido la gorra y lo miraba con las lágrimas en los ojos. Sergio lo agarró de la
mano y entró a la escuela, lo mismo que los otros.
El maestro llamó a Mariano que manaba sangre de la herida que Sergio le había
producido con la punta del lápiz. Examinó la herida de Mariano y dijo:
²Hay que echarlos afuera de la escuela. Van a resultar tan pícaros como su madre...
(pág. 132).
La madre tenía siete hijos de padres distintos, ese era su pecado. Sergio, tras la expulsión, se
fue a llorar al parque, ahí el Juez de Letras se compadece de él y ofrece enseñarle a leer a
cambio de proporcionarle ciertos servicios de aseo. Mariano, en venganza, lo ataca con unos
amigos y le quiebran una pierna; la madre busca a Don Nacho, el padre, para buscar venganza,
al inicio éste se encoleriza, pero al saber quien es el responsable cambia de parecer ya que él
también es el padre del agresor. Ser mujeriego y tener hijos por doquier, de mujeres pobres,
había sido posible gracias a su condición de comerciante próspero.
(Q ³/D DYDULFLD GHO *HQHUDO´ nos encontramos con un personaje corrupto hasta las últimas
consecuencias:
Don Casimiro Trejo vino a la ciudad de Santa Clara como Comandante de Armas y
Gobernador Político. Aprovechó las oportunidades de su empleo y cuando su
sustituto por fin llegó, ya don Casimiro era dueño de haciendas y de dinero en
plata. El mayor distintivo moral de don Casimiro era la avaricia. Si algún otro
defecto moral tuvo fue la consecuencia lógica de aquella fama de avaro de que se
había rodeado entre los vecinos del pueblo. Efectivamente, como consecuencia
natural tenía otros defectos: era miserable, imprudente, cruel, corazón de piedra,
egoísta, turbio en sus negocios, indiferente e intransigente, etc. (pág. 151).
Es tanta su avaricia que al haberle prestado cinco pesos a un indio, lo hostiga para que le
pague. Lo encuentra casualmente y le quita un peso que se le cae al indio de un mandado que
iba a hacer, a compraUXQµXQWRVLQVDO¶/OHJDDVXKDFLHQGD\ODPXODTXHDPDWDQWRVHPXHUH
por no poder aplicarle el remedio indicado; el cual fue mandado a traer con el indio a quien él
le quitó el peso que llevaba para comprar la susodicha medicina. El General es el prototipo del
empleado corrupto y vil que sólo llega al puesto a enriquecerse a costa de la gente pobre.
(Q ³/D FLQWD GHO VRPEUHUR´ un amor no realizado y lleno de remordimientos persigue al
protagonista. Marta, su amor platónico, nunca le dijo que lo amaba, eso lo lleva a alejarse de
ella. Tiempo después le escribe una carta de despedida a instancias de su actual novia; en
respuesta, una tía le evidencia cuánto lo había amado Marta, y que en su agonía en el hospital
pensaba en él sufriendo por la carta que le KDEtDHQYLDGR(Q³/DEU~MXODGHOFRUD]yQ´ Héctor
se debate entre su conveniencia de entablar relaciones con Virginia para que le financie una
finca, y el recuerdo de su primera novia, Laura, a quien ha querido de verdad; al final
encuentra un cofre con una carta de Laura posiblemente, lo bota para que no cambien sus
sentimientos y seguir con su conveniencia. Pero el amor nunca se concreta.
³'HVGH HO SXQWR GH YLVta técnico y formal, los cuentos de Zapatos Viejos constituyen un
avance cualitativo con relación al libro anterior. Y aunque todavía no ha alcanzado la
depuración de su estilo, el autor dosifica mejor las diversas instancias de la trama las cuales
resultaQYHURVtPLOHV\FRKHUHQWHV´8PDxD
En lo que respecta a la estructura formal, los cuentos, de naturaleza lineal, están bien
concebidos y las historias muestran una mayor cohesión. Los aspectos linguísticos y
gramaticales dan evidencia de un narrador con oficio, en donde las historias están muy bien
41
hilvanadas. La atmósfera narrativa se centra en Santa Clara, evidenciando aspectos propios del
criollismo, pero no desde un punto de vista idealizado, sino más real y concreto.
En El Solterón (1931) ³GRFH VRQ ORV FXHQWRV GH HVWH OLEUR 1XHYH GH DPELHQWH UXUDO VH
ubican en Honduras. Tres empiezan a presentar la visión cosmopolita de Buenos Aires. Con
relación a Zapatos Viejos, libro anterior, aunque no incursiona en técnicas novedosas El
Solterón representa un mayor desarrollo formal. El autor condensa más la anécdota y el cuento
gana en dinamismo. En el aspecto temático, Mejía Nieto continúa dentro de los parámetros del
UHDOLVPR´8PDxD
En HOFXHQWRTXHGDWtWXORDOOLEUR³(O6ROWHUyQ´HOSHUVRQDMHRSWDSRUODVROHGDGSRUFXPSOLU
la promesa a su madre de cuidar a sus hermanas, al final éstas lo abandonan y él queda solo
lamentando su vida desperdiciada. La introspección psicológica del personaje está muy bien
lograda:
La vida con tanta soledad no es posible. Camino y camino en esas calles de Dios con
el único fin de cansar mis piernas para después venir a tirarme en mi cama y esperar
el nuevo día que será lo mismo que el de ayer. Y luego seguir cada día exactamente a
los otros hasta que por fin me vaya a la tumba. Dios mío, necesito alguien con quien
pueda gozar, con quien pueda sufrir; mi vida de soltero es una vida egoístamente
absurda. Necesito tener alguna relación con el mundo. ¡Qué equivocación es querer
vivir solo! Qué equivocados estamos aquellos que no hemos sido padres de familia.
Aquellos que no hemos visto, por egoísmo o por cobardía, renacer nuestras propias
vidas en retoños nuevos. Aquellos que no hemos sentido la suave mano del hijito
juguetear por nuestra frente. ¡Ah, ya estoy viejo y no soy más que un ridículo solterón!
Debí haberme casado; ahora tendría quien me acompañara en esta casa desierta.
Pasar con mi esposa las largas veladas en casa, sin tener que echarme a vagar como
un insano por esas calles de Dios. No hay, Dios mío, peor soledad que la soledad
entre muchos. Si alguna vez he sido egoísta de mi soledad, Dios castiga a los cobardes
que no supieron echarse a cuestas la vida de una noble compañera que nos alegrara
el viaje. Pero ahora ya es tarde; he cumplido muchos años, y desde niño sufro el temor
de ver el ridículo, como una espada de Damocles, sobre mi cabeza. Soy muy sensitivo,
tengo una sensibilidad enfermiza. No quiero que la gente se ría de mí y temo mucho
más que mi propia esposa se ría. Estoy en la tarde de mi vida, y no tengo más remedio
que soportar la soledad que yo mismo me labré. Soy una víctima de mis hábitos y
costumbres de solterón que ya nadie puede cambiarme, debo seguir como hasta ahora
he seguido. Pero en mi corazón se queja la voz del vacío; en mi corazón se queja la
voz de una soledad que cruje como las ramas de los árboles cuando se quiebran, como
la dolorosa voz del viento cuando se oye en las frías heladas de noviembre. Solo,
completamente solo, mi corazón sufre las consecuencias de mi idiosincrasia, de mi
timidez, de mi excéntrica naturaleza que tuvo miedo de las mujeres alegres, de las
risas alegres, de la sociedad de los hombres, de la sal de la vida. Estoy solo, y en mi
42
orfandad se oye la voz de mi corazón que se lamenta como las aves que se mueren de
frío. Estoy solo y no tengo más que mi monólogo por las noches y mi cigarro viejo
metido en mis labios, y este mueble donde paso las noches en vela... (pág. 188-189).
(Q ³(O LQFLGHQWH FRQ ORV &DVWUR´, donde se evidencia la falta de valores éticos y morales,
narrado en primera persona y emulando el habla campesina, asistimos a la perversidad del
viejo Castro y su mujer Ángela en contra de Endalesio Flores. Casado éste con la hermana de
Ángela los Castro se acercan a ellos para aprovecharse de sus bienes:
El viejo Castro era un pelao que no tenía ni cuero en que cáir muerto. No era capás
de amasar fortuna, era un haraganaso. Pues bien, venía siempre y se interesaba por
mis negocios, le contaba yo como iba la cosecha del mais, le contaba los esperimentos
que hasía para sacar buenos muletos y le hablaba de mis proyectos en el ordeño de 60
vacas que mantenía y de lo que preparaba para el año prósimo. El viejo Castro me
oiba con entusiasmo y siempre me elogiaba lo mío. Tan entusiamao me paresió que le
jui criando cariño y hasta me paresió un cordero en ves de un tigre como antes me
había paresío. Yo le informaba de todo lo que tenía en propósito y hasta le pedía sus
consejos, que él nunca me negaba. Una ves me pidió 50 pesos, que no tenía, pero que
yo mandé a pedir a un amigo solo pa prestárselos. Otra ves me compró 20 novillos de
año y cuando se llegó el momento de pagarlos, me resultó que no había juntao todo el
dinero, pero que luego me pagaría. Finalmente llegó al abuso (pág. 192).
Abuso tras abuso, los Castro en todo momento lo injuriaban y ponían al pueblo en su contra;
además siempre buscaban ardides para seguir sacándole dinero. Lo incriminan en el delito de
abigeato y Endalesio va preso cinco años; en ese tiempo el viejo Castro le ha robado todos sus
bienes. Al salir de la cárcel su mujer está enferma; el viejo Castro que se ha ido a vivir lejos es
traído de nuevo al pueblo con su cómplice y va a la cárcel. Endalesio recupera finalmente
parte de sus bienes.
(Q³(OIRUDVWHUR´, escrito también con la fonética del habla campesina, se narra la muerte de
Teófilo a manos de su sobrino Crescencio. Florencio es injustamente acusado del crimen y
huye con su novia; en el desenlace de esta trama, el asesino es apresado por Florencio, quien
se casa con la mujer con la cual ha huido. El fondo de violencia y muerte, en la vida del
pueblo, siempre está latente.
'HVSXpVHODQFLDQRERUUyODSDODEUD³traidor´TXHpOKDEtDHVFULWRHQHOUHWUDWRGH
+XPEHUWR\HVFULELy³Mi hijo, sigo siendo tu padre´« (pág. 219).
En ³Tomás´, relato con elementos fantásticos, se narra la aparición de un alma en pena, en una
casa donde vive el protagonista, Tomás, un ebrio consuetudinario. El supuesto fantasma,
después de que ha muerto un señor misteriosamente, se comunica con dos hermanos
haciéndoles saber que sufre porque dejó escondido un tesoro. Los hermanos, en su avaricia, se
dedican a buscarlo y matan a un sirviente. Al final no hay ningún alma en pena y era Tomás el
44
que le hablaba a la gente haciéndose pasar por el fantasma. Tomás, por consiguiente, es
condenado por los crímenes ocurridos.
³'RQ 5DPyQ´ SHUVRQDMH GH SRFR YDORU PRUDO HV XQ HEULR FRQVXHWXGLQDULR TXH HV OD
vergüenza de su familia. Intolerante, discutidor y holgazán, ha sido un irresponsable desde
siempre, y se ha entregado a los placeres del mundo. Sin importarle nada ni nadie, sólo beber
alcohol, causa indirectamente la muerte a su esposa al darle a comer pollo estando ella en
convalecencia. Su alcoholismo le impide darse cuenta de la gravedad de su mujer, al caer en el
vicio, se ha alejado de toda responsabilidad familiar y social.
Con rasgos de cosmopolitismo se caracterizan tres cuentos, que tratan de inmigrantes europeos
que llegan a residir a Buenos Aires. ³3LODU´, era gallega y lavandera, enamorada
completamente de su novio Marcelino sufre una gran pena cuando éste la abandona por dinero
para casarse con doña Joaquina. Pilar, despechada, se casa con Macedonio y se viene para
América huyendo de ese amor. Ya en Buenos Aires, cierto tiempo después, su esposo muere
dejándole una niña. Entre tanto, Macedonio, hastiado de doña Joaquina con quien ha tenido un
hijo, la envenena y huye a América y busca a Pilar. La convence y viven un tiempo feliz, hasta
que un día es encontrado muerto en el cuarto donde residía. Román, el hijo que tuvo con doña
Joaquina, lo mató a puñaladas vengando a su madre.
Entre los inmigrantes europeos que vienen a Buenos Aires, se producen dramas
curiosos. Dramas que por temor a la sanción social no producen los inmigrantes en
sus ciudades de origen. Los inmigrantes en América se sienten tan libres que dan
rienda suelta a sus íntimos deseos. Desechan costumbres y leyes que rigen la vida
social y se manifiestan tal como son, con audacia (pág. 257).
Sin diques morales que la detengan, en esta ciudad de extraños, hace que su marido traiga de
España a su hermana y al esposo. Sintiendo un amor enfermizo por su cuñado, se fuga con él y
finalmente tienen un hijo. Ruperta, obsesionada en su pasión, no acepta consejos de nadie y
continúa viviendo con su cuñado.
En este libro de cuentos está presente la nostalgia que siente Mejía Nieto por su país, siempre
abordando problemas de los pobres del campo. Asimismo se empieza a vislumbrar el
tratamiento de nuevos temas, en ambientes citadinos y cosmopolitas.
El Chele Amaya y Otros Cuentos (1936) contiene once cuentos. De éstos, sólo tres no se
habían publicado en los libros anteriores, dice Umaña, pero en la edición de Cuentos
45
Completos, que sirve de base para este estudio, se han suprimido en los libros anteriores y se
presentan aquí por primera vez, en este orden: El Chele Amaya; la culebra; la lechuza; el
novio; Sebastiana; en una silla de ruedas; mi madre; el monstruo; el perro; la negra Toribia; y
quinientos pesos.
De corte fantástico es el cuento ³/a culebra´ una mujer se fugará con su amante, pero un gato
negro deja una serpiente en su cama, ella había lastimado una sierpe por la tarde, ésta la
muerde y ella muere.
En ³/DOHFKX]D´VHQDUUDODKLVWRULDGH6LPRQD\+HUPHQHJLOGRpVWHHVDFXVDGRSRUXQFULPHQ
y huye. Simona, creyéndolo muerto, entabla una nueva relación con Doroteo y tiene dos hijos.
El esposo aparece un día y reclama lo suyo; en un juego de dados, con su rival, recupera a su
esposa y el rancho. Doroteo se marcha llevándose a sus hijos, dejando el corazón destrozado
de Simona.
³/DVQHIDVWDVFRQVHFXHQFLDVGHODOFRKROLVPRVHHQIRFDQHQµ6HEDVWLDQD¶\HQµ(OQRYLR¶(QHO
primero, una mujer campesina finge un suicidio para ver si con ello su marido se regenera. En
el segundo, a un hombre, aprovechando una borrachera, lo casan con una mujer ya entrada en
años, situación que lo hace perder a la mujer que ama. Ambos cuentos están ubicados en el
ambiente rural de Santa Clara.
µ/DQHJUD7RULELD¶SRVHHFDUiFWHUKXPRUtVWLFRGXUDQWHXQDJXHUUDFLYLOSRULQVWDQFLDVGHVX
mujer, ansiosa de gozar con el reconocimiento de la sociedad, un jefe militar nombra como
ayudante a su inepto cuñado; cuando estalla la guerra, éste deserta y sólo encuentran su
uniforme; deducen que ha muerto y entierran el traje con honores militares; cuando el
µPXHUWR¶²vestido con la ropa de una negra vendedora de loras que murió alcanzada por las
balas de los combatientes² aparece, la mujer lo obliga a huir al extranjero y, todos los años,
para reafirmar su supuesta muerte, lleva flores a la tumba (Umaña, 1999: 92).
46
²Dios Misericordioso, Señor de los desamparados, ¿será posible que ya todo haya
concluido! Oh, no, Dios mío, no, no, no, no, no, no, no puede ser así. No podría
resignarme de ningún modo. Yo quiero, te lo pido, Señor Misericordioso, que Julio
vuelva a ser el mismo de antes. Yo quiero que mi hogar vuelva a ser un nido de
alegría. Yo quiero tener otra vez aquellos días en que hallaba tanto interés en mi
hogar. Yo quiero que vuelva aquella vida. Dios mío, te lo pido de rodillas. Yo quiero
poder vivir otra vez con Julio y mi muchachita, como vivía antes. Sólo eso te pido,
Dios Santo. Seré buena, buena, buena, buena, buena, haré cualquier sacrificio que me
impongas, haré penitencias, daré limosnas a los pobres, iré de rodillas hasta la iglesia
(pág. 307).
Pero, aunque en un momento deja de beber, el doctor, ahora en una silla de ruedas, nunca
recobra la alegría y decide morir; sumiendo a su familia en un profundo dolor.
(Q³Mi madre´, historia narrada en primera persona por un muchacho adolescente, se cuenta
la historia de amor de una madre que tiene dos hijos. Habiendo enviudado se marcha a vivir
cerca del mar. Tiempo después la visita un antiguo amor; madre e hija aman al recién llegado,
lo que da pie a cierto sufrimiento moral:
²¿Por qué te arreglas tanto y por qué me prohíbes que me arregle yo, mamá? Eso no
hace una madre digna, tú no eres una madre digna, una madre que desea un buen
porvenir para su hija; una madre que debe aprovechar las oportunidades para su
hija. Oye, no le quiVLVWHDOOtWHHVWiYLHQGR«\OHVHxDODEDFRQHOGHGRHOUHWUDWRGH
mi difunto padre). Mi madre llena de cólera, sobrecogida de tremenda rabia, se
dirigió a la cama de mi hermana, donde ésta ya se había desnudado, y la cogió por los
hombros con su energía natural; estuvo a punto de golpearla. Mi hermana, sin miedo
DOJXQROHGLMRµ£/RTXHW~WLHQHVHVFHORVPDPi3HURDPtPHTXLHUHPiV«<DVp
TXHW~WLHQHVXQUROORGHFDUWDVGHpOSHURHUDFXDQGRW~HVWDEDVMRYHQǦ0LPDGUH
no contestó. Yo desde el cuarto vecino no (sic) había recogido en mis oídos, casi todas
las palabras de mi madre y de mi hermana; sin embargo, todavía no podía entender el
VLJQLILFDGRGHHOODV« (pág. 317).
El hijo sirve de intermediario en el triángulo amoroso y todo llega a feliz término; y la madre
entabla de nuevo una relación con su antiguo amor:
Muy pocas veces habré sentido la ternura infinita, la ternura de niño al ver los brazos
de mi pobre hermanita, que llena de lágrimas, avergonzada, me rogó que fuéramos a
donde nuestra madre, quien, emocionada, palpitante, llena de esa pasión amantísima
que sólo una madre puede guardar para su hijo, y luego ese agradecimiento infinito
que temblaba como un pájaro herido en su corazón emocionado; así, temblando, con
las lágrimas en las mejillas, nos dio las gracias, le dio el perdón a mi hermana y los
tres fuimos a ver al señor Ángel María que, a pesar de ser todo un hombre, lloró con
nosotros y todos cuatro nos juramos amor eterno, en un cuadro emocionado,
apretados con los brazos palpitantes y el corazón lleno de gozo (pág. 320).
47
(Q³El monstruo´ se evidencia, una vez más, el repudio a las constantes guerras civiles. El
rechazo a las revoluciones o montoneras se deja sentir, sobre todo, al destruir el lugar donde se
forman las generaciones futuras:
Alberto Cabarga encuentra su YRFDFLyQ GH PDHVWUR HQ OD µ1RUPDO¶ HQ GRQGH VH IRUPDQ
docentes; la vida le da un trago amargo al hacerlo soldado a la fuerza, y encuentra la muerte,
no sin antes lamentar su condición; el encuentro con una antigua compañera lo subraya:
(Q ³(l perro´ se vuelve al tema del alcoholismo, don Alberto, al perder a una hija de diez
años, encuentra refugio en el alcohol, pierde la razón y termina suicidándose.
(Q ³Quinientos pesos´ dos verdugos aceptan matar a Carlos López por esa cantidad. El
mesonero los convence que no lo hagan y termina prestándoles el dinero.
Aunque con influencias del criollismo, y siempre en alusión constante a su pueblo, referido
siempre como Santa Clara, estos relatos evidencian ya nuevos rumbos en la temática abordada
por Mejía Nieto. Aquí se perfilan personajes que enfrentan angustias existenciales, propias del
acontecer humano.
El último libro de cuentos de Mejía Nieto, El Pecador, lo publicó en 1956. En este libro
encontramos ya una temática que ha trascendido el criollismo y que refleja conflictos
emocionales profundos. Los temas tratados son de corte delicado al abordar más
explícitamente lo sexual, ya sea por el homosexualismo, el incesto, etc.; aquí ya se perfila a un
narrador maduro con pleno manejo del oficio narrativo.
³Trece son los cuentos contenidos en El pecador, libro que, en el cuento de este nombre,
muestra uno de los mejores logros de la cuentística hondureña. Cargado de sugerencias y
DPELJHGDGHV³(O3HFDGRU´GHVDUUROODODHVSLQRVDUHODFLyQHQWUHXQH[VDFHUGRWHGHFLQFXHQWD
años y un desorientado mozalbete de dieciocho. Lo sexual reprimido, las fuerzas tremendas de
48
la líbido que no encuentran cauce de realización y el complejo de culpa, conforman el
entretejido profundo de esta historia en la que, con tacto exquisito, Mejía Nieto se asoma a la
complejidad enmascarada de un hombre misógino que, como una especie de serpiente bíblica,
con sutiles trampas emocionales (inclusive la promesa de la relación con una mujer), va
preparando el terreno que lo conducirá a la ansiada, aunque no cumplida, seducción del
muchacho. Mejía Nieto ² a través del narrador protagonista² al evocar el encuentro con el
cura, lo hace desde un plano reticente, lleno de medias palabras y entrelineados, que le
inyHFWDQDOUHODWRXQDJUDQIXHU]D´8PDxD
(Q HO FXHQWR ³(O 3HFDGRU´ OD ORFDFLyQ HV &KLFDJR (Vtados Unidos, y el protagonista un
taxista adolescente. Está narrado en primera persona sumergiéndose con acierto en el mundo
de ansias del adolescente:
³Acababa de descorrerse una cortina ante mi mirada para que apareciera un plato
suculento. Iba a tener una aventura. Retomaba el camino de la naturaleza que había
desertado. Baldado me iba a reconstruir. No sería más espectador sino actor jubiloso.
Esto me decía recordando que por su intermedio la oquedad mía habría de llenarse
FRQXQDPXMHU´ (pág. 348).
El adolescente casi es seducido por un exsacerdote con la promesa de conseguirle una relación
plena con una mujer:
Se incorporó, ridículamente enjugó con su pañuelo de hilo el sudor de mi frente y me
estampó un beso intempestivamente. Reparé por vez primera que sus salientes
pómulos, mejillas sumidas y ojos grises, delataban un alma apasionada. Abatí la
PLUDGD WUpPXOR 1R VDEtD TXp SHQVDU SHUR pO H[WUDMR OD µIRWR¶ GH HOOD \ DQWH HO
alborozo de poder finalmente conocerla, olvidé mi turbación y el infortunado
LQFLGHQWH« (UD FRPR SHQVp HVSOpQGLGD HVWDED HVFRWDGD GH KRPEURV DQFKRV
noblemente moldeados y ardientes, aunque cansados ojos azules. Alta y formada como
una diosa (pág. 349).
Al final se descubre el subterfugio del seductor cuando niega las bondades de lo femenino. El
adolescente, contrariado, lo rechaza:
ņ(QWRQFHV«¢QRH[LVWLyHOOD"ņYRFLIHUpLQWULJDGR
Desvió la expresión. Me percaté de que era un enmascarado misógino.
Quise apreciar su descaro y le levanté la barba como fantoche de trapo.
ņ¢(QWRQFHV«"ņYROYtDSUHJXQWDU
ņ1RQR«ņFRQWHVWy
ņ¢(V TXH HVWXYR QXHVWUD UHODFLyQ EDMR WDQ SRFRV HVFUXSXORVRV DXVSLFLRV" ņOH
pregunté.
Calló, acosado.
ņ(QWRQFHV¢HUHVW~«HOOD"
Y confesó con voz atiplada su añagaza. (pág. 352).
49
DPRU PDVFXOLQR \ OD RVFXUD IXHU]D GH VXV VHQWLPLHQWRV WDQWR WLHPSR UHSULPLGRV GHVSHUWy´
(pág. 357).
(Q³(OLQWUXVR´XQREUHURUHFODPDDVXPXMHU\VXKLMD$xRVDQWHVODPXMHUODKDEtDQFDVDGR
con un rico comerciante. Mediante un ardid, éste hace que el rival firme un documento en
donde se compromete a divorciarse y dejarle el camino libre. Así el obrero obtendrá lo que le
pertenece: su mujer y su hija.
(Q³/DHVFDSDGD´VHYXHOYHDOWHPDGHODJXHUUDHQGRQGHGRVKHUPDQRVņXQRGHHOORVKD
YHQLGR D YLVLWDU OD IDPLOLDņ HPRFLRQDGRV SRU HO UHHQFXHQWUR KDEODQ VREUH OD JXHUUD; los
escucha una mujer, ellos creen que los delatará y el hermano menor denuncia al mayor y éste
escapa para salvar a la familia. Al final se dan cuenta que su fuga fue innecesaria porque la
mujer era sorda. A nivel formal está muy bien trabajado el ambiente y las descripciones:
²Regreso a reunirme con el ejército ²le confió Pancho Cuevas a su hermano menor,
reteniendo el aliento. Pollos, patos, perros y cerdos vagaban buscando entre los
desperdicios de la casa algo que comer. En el fresco de la tarde mortecina, el aire
tenía una limpidez traslúcida. Los lapachos alcanzaban enorme altura y se oía el
arrullo de las golondrinas revoloteando sobre el techo de la vetusta casa. Bandadas
de loros atravesaban arriba con procedencia del Chaco y parecían balas lanzadas a
través del aire límpido y sereno. Iban a despojar los árboles de sus frutas en las
quintas del oriente y de nuevo regresarían a dormir en sus nidos en el Chaco. Pancho,
desde su llegada, sentía una sensación de bienestar. Su imaginación se entregaba
gozosa, aunque sin cansarse, a la tarea de recordar dulces imágenes de su infancia, y
era que flotaba en aquel instante un hábito de sensualidad material. Los rayos del sol
poniente habían logrado filtrarse a través de las ramas de los altos lapachos y
derramábanse sobre el follaje haciendo brillar, como cobre bruñido, su denso y
opulento color verde. (pág. 367-368).
'HYHODQGRUHFRYHFRVGHODOPDKXPDQD³/DDUUHSHQWLGD´FXHQWDODKLVWRULDGHXQDYHQJDQ]D
La esposa despechada incita a un peón para que le robe el nuevo amor a su marido; éste mata a
los amantes y muere a su vez de un síncope. La mujer termina arrepentida, presa de la
angustia.
(Q ³(O SDWUyQ´ se plantea un mensaje antibelicista; en la guerra no hay triunfadores, sólo
perdedores sin importar quien gane. Se resalta la figura de Domingo Faustino Sarmiento, y la
ayuda que brindaba a los pobres. Interactúan en el relato, ambientado en América del Sur
naturalmente, una vendedora de flores y el expresidente argentino, los une el dolor de haber
50
perdido ambos un hijo; en los momentos claves del relato la reflexión humanista está muy
bien lograda:
Odio y duda, luego desesperación la invadió, pero también una devoción religiosa con
el recuerdo de su hijo. Todo esto lo adivinaba el anciano señor del asiento. Y al
tropezar mutuamente con la mirada, ella reconoció que él era el padre de un hijo
muerto en la guerra, por más que fuese soldado enemigo, otro sentimiento la
hipnotizaba, inundándole sus ojos, ordinariamente inexpresivos, con un penoso
complejo de ternura y celos. Ahora sentía respeto por el dolor ajeno, inclusive por el
del enemigo. Este hombre era un argentino y había perdido un hijo en la guerra
grande y en las filas contrarias. El dolor era igual, uno cada uno y los dos eran
padres. Cerró sus ojos. No alcanzaba a comprender que un vencedor tuviese que
sufrir como un vencido. Que una guerra castigara a gentes de ambos bandos y que la
victoria no traía a ninguno la alegría. Miedo y tentación con una especie de excitación
y coraje llenaban y vaciaban sus ojos. Revoloteó la mirada y adivinó lo que unificaba
el alma de los paraguayos, el desamor por la alegría en la cara. Únicamente este
anciano y padre de un hijo fallecido en la guerra atraía su atención, puesto que
siempre estaba en uso de la palabra. Sin duda, pensó, la gente aquí, para olvidar,
callaba; y la de allá, para no recordar, hablaba. Hablaba siempre (pág. 398-399).
(Q ³/D PDGUH´ YXHOYH DO WHPD VH[XDO HQ GRQGH XQD KLMD DGRSWLYD FDVL HV DEXVDGD SRU VX
supuesto padre. La madre adoptiva, al principio cómplice de su esposo, termina por rechazar
la anómala situación y se separa de él; en su lecho de muerte revela la verdad a su hija.
Finalmente la hija regresa con su verdadera madre. 7UDPD VLPLODU VH HQFXHQWUD HQ ³/RV
KHUPDQRV´ donde Ernestina y Rogelio se enamoran, consuman su amor y presa del
remordimiento ella se envenena y él huye para siempre del pueblo. Un primo enamorado de
Ernestina cuenta la trágica historia.
51
(Q³/RVSULQFLSLRVGH%HQíWH]´VHH[SRQHQKHFKRVTXHGDQFXHQWDGHODLQWHJULGDGPRUDOGHO
personaje, en donde siempre busca la salida legal sin tener conflictos de conciencia.
(Q HO ~OWLPR FXHQWR GHO OLEUR ³(O QiXIUDJR´ DVLVWLPRV PiV TXH D XQD KLVWRULD GH DPRU D
contemplar la furia de la naturaleza. Un visitante escucha una historia de amor inacabada
cuando irrumpe una tormenta terrible. El náufrago resulta ser el enamorado ahora no
rechazado por la amada. Las descripciones de la naturaleza desbordada ocupan el primer lugar
en la narración.
El pecador, es el libro de cuentos mejor logrado de Mejía Nieto. Las descripciones, la acción
y la trama son precisas y siempre apuntan hacia el corazón de la historia sin dilaciones de
ningún tipo, ya está en dominio de los aspectos formales del cuento, así como de una
redacción muy bien cuidada.
(Q³8QDPDGUH´ODFRQGLFLyQDIHFWLYDGHXQKRPEUHDOPRULUVXHVSRVDQRHVREVWiFXORSDUD
rehacer su vida; lleva a una nueva esposa a la casa sin consultarlo con su suegra. Al inicio se
presenta un conflicto emocional que es resuelto por la nueva esposa prometiendo ser buena y
cuidar a la anciana. La madre de la esposa muerta se tranquiliza y ansía que un hijo suyo
vuelva, el cual retorna dándole fuerza moral. El conflicto emocional está muy bien tratado y la
trama se presenta sólida y coherente.
En ³&odicia´, de ambiente criollista, Eulogio es obligado por una citadina casquivana a volver
a Santa Clara a reclamar un dinero de la venta de una propiedad. Finalmente la mujer retorna a
la ciudad sin el dinero, ya que él se lo ha quitado, en complicidad con su abuela y se dispone a
casarse con una mujer de la comunidad. El conflicto de intereses se ve establecido por el
desprecio de la mujer citadina hacia los moradores del campo.
(Q³(ODMXVWLFLDGR´en un bus que parte de San Salvador a Guatemala, se crea una atmósfera
de tensión entre los pasajeros; uno sobresale dirigiendo la conversación, va armado. Los
detiene un pelotón de soldados. Un pasajero sale herido y el prófugo escapa, no sin antes
salvar la vida del herido, quien lo ha denunciado a las autoridades ya que iba a solicitar su
captura. El prófugo, en pago, le ha salvado la vida; el herido quema los papeles que lo
comprometen y el ajusticiado logra escapar.
En ³(V OR TXH XQR QR FRPSUHQGH´, abordando un tema universal, un anciano desahuciado
filosofa sobre la vida en un atisbo existencialista. Deseando vivir más porque la vida es muy
corta, quiere ver el fin de los asuntos cotidianos; entre ellos, ver crecer a su nieta, quien es
atropeOODGD \PXHUHORTXHUHDILUPDVXVHQWHQFLDIDYRULWDµHVORTXHXQRQRFRPSUHQGHOD
YLGDHVPX\FRUWD¶
52
(Q³&XHVWLyQGHKRQRU´ Lucho, un joven de catorce años, ante la negativa de sus padres de
darle dinero, se pierde por un día completo de su casa ocasionando un drama familiar.
Finalmente regresa y se descubre que trabajó durante el día para obtener el dinero, por una
cuestión de honor. 'HWUDPDVLPLODUHV³0XFKDFKRWRQWR´XQMRYHQHVFDSDGHVXKRJDUSRU
una desavenencia con su padre, duerme en un galpón, ahí lo encuentra la dueña de la casa y lo
envía de regreso a su hogar. En casa es recibido sin darle importancia a su escapada, pero su
madre ha puesto un anuncio en el periódico solicitándole volver.
²El tiempo no existe. La consulta que de él hacemos nos impide poder vivir. No
existe relación natural entre reloj y tiempo ²añadió, y era su modulación persuasiva
y dulce; atrajo resonancias en la sensibilidad del otro que no la esperaba. Lo miró
estupefacto. Era un ser profundo y no el Mr. Clark que él buscaba.
«²Es difícil concebirlo sin profunda meditación, es engañosa la imagen del tiempo
por culpa nuestra. Puede utilizarse convencionalmente para medir el tiempo; así se
acostumbra en occidente, pero sabemos que allá todo es convencional y falso. Siempre
el valor de lo bello, útil y ético escapan en cada caso a lo convenido en el precio.
Comprendo que pierda el respeto de mis congéneres, pero se hace necesario vivir en
la cordura. Además, en paz con la conciencia. Por eso no espero volver allá (pág.
477).
Por lo que Mr. Clark permanece en su estado de comprensión vital, y su interlocutor retorna a
su rutina en Occidente.
(Q ³/D GXHxD GHO FLHOR´ una perrita es atropellada; la madre decide ir a enterrarla, pero le
roban la caja donde la lleva. Al regresar a su hogar encuentra que han devuelto el cadáver de la
perrita, y que su hija, la dueña del animal, la está velando.
(Q ³$FHLWH GH FDVWRU´ se exponen recuerdos de infancia: el profesor huraño, la clase de
matemática, el amigo que toma aceite de castor por comer guayabas verdes. Pero, en el sin
sentido del tiempo, el protagonista se mira con la lejanía del hombre maduro; y por un instante
se vuelve a ODFODVHGHPDWHPiWLFDVKDFLHQGRYLYLURWUDYH]ODLQIDQFLD(Q³7UHVQLxRV´una
visita a un ermitaño es evocada como pretexto para filosofar sobre la vida ³YLYLPRVGHQLxR
únicamente ²GLMR8QDGXOWRHVXQVHUTXHDJRWyVXYLGD1RYLYHH[LVWH´ (pág. 522).
53
(QHOFXHQWRILQDO³$JiUUHQOHODFRODDOWLHPSR´se trata de la posible facultad del personaje de
estar en tres lugares diferentes al mismo tiempo, sin acordarse de ello; confiesa todo lo anterior
por boca de su esposa ya que él no recuerda nada en el trance involuntario que padece; por lo
demás todo vuelve a la normalidad.
En estos últimos cuentos es notable el dominio de la técnica cuentística. Aunque hay algunos
cuentos ambientados en Santa Clara, la presencia de temas universales y la locación en
Argentina, dejan en evidencia un cosmopolitismo muy bien asimilado. Es de hacer notar que
Mejía Nieto, en carta dirigida al poeta Oscar Acosta, afirma ser el autor de más de 1500
cuentos, lamentablemente no se han encontrado hasta el momento; aun así es relevante su gran
capacidad narrativa. Al respecto, hay que recordar que también publicó tres novelas.
54
d) Arturo Martínez Galindo
La obra cuentística de Martínez Galindo se caracteriza por haber alcanzado un alto nivel de
calidad, tanto a nivel formal utilizando las técnicas del contar, como en el aspecto de fondo,
donde los temas y el mensaje planteados son novedosos y están muy bien logrados. Cultivó el
criollismo en donde dejó relatos de un alto valor estético y temático. Su cosmopolitismo
también está muy bien concebido tanto a nivel de locación en diferentes urbes, como en la
visión universalista abordando temas citadinos y de reflexión existencial. ³$UWXUR 0DUWtQH]
Galindo acierta en la literalidad del cuento escrito. Por literalidad entendemos complejidad en
la estructura del cuento, caracterización de los personajes a partir de su propia evolución
dentro del relato mismo y no a partir de estereotipos; la no reducción de la trama a esquemas
fijos; desenlaces cerrados y anunciados, posición autoral del narrador, etc.; así como en el
lenguaje: plasticidad, fluidez, riqueza expresiva, SUHFLVLyQ\SRGHUGHVXJHUHQFLD´(Oviedo,
2000: 30).
Baltimore: gran puerto, gran ciudad, ciudad histórica, llena de fábricas, humosa,
atareada. Washington es a Baltimore lo que un señorito es a un obrero;
Washington no sería un pobre marco para Jorge Brummell; en Baltimore puede
comprenderse a Lenin y hasta dan deseos en ella de cantar La Internacional.
Ambas ciudades son vecinas; las separan cuarenta millas, pero las unen los
rápidos trenes y una carretera como sólo las saben construir los yanquis. Cosa de
una hora el ir. En Baltimore se venden los mejores mariscos del Atlántico, y tienen
un buen hospital: el mejor de América, dicen allá.
Esta ciudad tenía para mí el sagrado prestigio de conservar los restos de Edgar
Allan Poe. Ahí en el patio de la iglesita de Westminster duerme el inmenso bardo, y
ahí en una de sus calles antiguas, envenenado y delirante, rodó definitivamente
como una piltrafa. Bajo su humilde mausoleo, sus huesos inmóviles encontraron
por fin El Dorado, que él buscó inútilmente sobre la tierra inhóspita e indiferente.
Y a su lado duerme también Virginia. ¿No recordáis acaso la sombra pálida de la
prima tísica que lo amó tanto? ¡Virginia, con quien él tuvo hambre en Filadelfia!
¡Virginia, aterida en Nueva York! A esta pobre niña la mató la vida huraña, la vida
acerba, la mala vida de los pobres cantores, que viven derrumbados bajo el peso
de las fábricas, en los países donde el ruido atronador de los trenes es la sola
canción (pág. 19-20; todas las citas corresponden a la edición de Cuentos
Completos).
Claudio Margal busca una mujer, más que imposible, inaccesible, como la vida misma, como
el amor, como la alegría, que sólo son quimeras, destellos de lo imposible; en su búsqueda él
le diría:
Y luego le diría... le diría que la he estado buscando hace cien años; me nacerían
unas ideas parecidas a las orquídeas; pero perfumadas como las lilas o las rosas;
y entonces yo se las mostraría inmediatamente y le diría que... (pág. 21-22).
Su desazón lo acompaña en todo evento, es, diríamos, el sello que caracteriza su alma;
IXJDFLGDGGHVHQFDQWRLQH[RUDEOHGHVWLQRILQDO«HVORTXHYLVOXPEUD. Sobre sus amigas,
exclama:
Tienen una larga historia, varias largas historias: divorcios, adulterios, viudeces y
qué sé yo. Deben haber llorado mucho y deben haber reído mucho; las emociones
las crucificaron en la vida, las exprimieron, les mostraron su trote y su vaivén,
hasta dejarlas en lo que eran ahora: dos pobres viejas frívolas. Se están bebiendo
las heces de la vida, pero se las están bebiendo a sorbos (pág. 25-26).
Siempre será igual, el adiós es inevitable y la felicidad sin límites es inalcanzable, como
ella; no somos nada, sólo sombras:
(Q ³(O SDGUH 2UWHJD´ se plantea el deseo carnal del sacerdote ²justificado por un celo
fanático² por una adolescente que ha cuidado toda la vida; finalmente el desencanto lo
consume al encontrarla desnuda en la cama con su novio:
57
ironía del relato atenúa la tragedia final, en donde Aurelia San Martín muere a temprana
edad sin poder cumplir su destino, ser cantante.
(Q ³(O UHJDOR GH 1DYLGDG´ la vida frívola de Louis Dugas, en New Orleans, refleja el
hastío y el desencanto por la vida. ³/DYLGDHVXQDEURPDSHQVDED/RXLVXQDDEVXUGD
EURPDFRQXQSRTXLOORGHDPDUJRUFRQXQSRTXLOORGHILORSHURXQDEURPDDO ILQ«´
(pág. 78). Es un bohemio con un leve intento de arrepentimiento; con lo poco que ha
ahorrado desea darle un regalo a su madre, pero sólo es un deseo que se pierde en los
caminos tortuosos del vicio. (Q³%RUUDFKHUD´HVWiSUHVHQWHODYLVLyQWUiJLFDGHODYLGDVX
brevedad: ³9D WDQ GH SULVD OD YLGD PRUGLpQGRQRV OD FDUQH QXHYD TXH QR QRV GDPRV
cuenta hasta cuándo somoV MyYHQHV QL GHVGH FXiQGR GHMDPRV GH VHUOR´ (pág. 86). Tres
amigos visitan una casa de tolerancia, por accidente un borrachín se envenena al tomar un
vaso de ajenjo de uno de ellos. Es notoria la liviandad de los personajes al afrontar el
hecho ocurrido, actitud propia de bohemios empedernidos.
(Q³'HVYDUtR´QDUUDGRHQSULPHUDSHUVRQDDVLVWLPRVDODPRUSURKLELGRGHXQKRPEUHSRU
una adolescente. El relato, cargado de sensualidad, nos ingresa al mundo lúbrico del
protagonista:
Al final se percibe que el personaje oscila entre la desviación sexual y la demencia, ya que
presuntamente otro hombre, llegado al parque (locación del relato) y que en un momento
estrujó libidinosamente a una niña que se había caído, es quien cuenta esta lúbrica
historia; pero en el párrafo final se devela que es él mismo, que no ha habido ningún
interlocutor, él cuenta su propia historia.
¿Quién puede sustraerse al influjo vencedor de una mujer que llora? Y es que
existe un sentimiento del llanto. No es el amor, no es el dolor, no es la alegría ni el
58
miedo los que nos hacen derramar lágrimas; el amor, el dolor, la alegría y el
miedo toman prestadas al llanto sus perlas claras y sus hebras milagrosas para
tejer su aljófar; sobre todos nuestros minutos excelsos, sobre todas nuestras horas
intensas, cuando la vida agita sus antorchas o cuando la muerte desenvuelve sus
crespones, siempre se halla suspendido el temblor de una lágrima. Y no sólo se
llora con la lágrima prendida al columpio de las pestañas, con las mejillas
borrachas de sal o con el torcedor tremendo en los labios epilépticos, también hay
el llanto que se nos queda dentro, el íntimo llanto que no se puede ver, pero que
nos estalla dentro del pecho o nos muerde en la angustiada garganta. La vida
toda es a manera de una góndola fantástica que boga en un gran río de lágrimas
(pág. 119; las negritas son mías).
Finalmente la mujer es infiel con el mejor amigo; situación que se da más por la forma
errónea en que es tratada. El machismo la arroja a los brazos del amante, éste, cínico e
indiferente le promete no amarla nunca; ella perdona al estudiante con que vive y
tácitamente acepta su condición de amante.
...la muchacha que sabía hender el ocote se destacó del corro y al dirigirse hacia
su cuarto, pasó cerca de mí; iba muy pálida y los ojos le brillaban extrañamente;
recordé sus dientes blancos y el amplio escote de su camisa almidonada, dentro de
la cual yo había sorprendido la doble verdad de sus senos: y sentí frío en la
médula y como una bola de fuego rodó por mis venas la Tentación... (pág. 128).
(Q ³/D VRQULVD GH OD IiEULFD´ de eminente critica social, se narran las condiciones
laborales de los obreros en La Ceiba:
ņ/D YLGD HV PDOD PH KD GLFKRņ /D YLGD HV FUXHO FRQ QXHVWUDV JHQWHV 7RGR HO
dolor que hay en el mundo es el que llevamos los obreros en la castigada carne;
toda la sombra que hay sobre la tierra es la que arrojan nuestras espaldas
HQFRUYDGDV« (pág. 130).
«W~VDEHVTXHODVRQULVDGHOREUHURQRSXHGHGXUDUPXFKRWLHPSRODVRQULVDGHO
proletario muy luego se convierte en una mueca de dolor. ¡Claro! El lecho duro,
el pan escaso, la tarea inclemente, nos han quitado el derecho a reír; cuando
59
queremos reír, la argolla de esclavitud que llevamos al cuello, nos tuerce el gesto
como si fuéramos a sollozar (pág. 131).
La sonrisa de la fábrica era una obrera, de mucha aceptación entre sus compañeros, que
despidieron por estar enferma, con la consecuencia que está condenada a morir, más de
hambre que de enfermedad, por no tener ningún tipo de asistencia social.
Esteban es un recio varón que frisa en los cuarenta años. Salió de casa cuando
todavía parpadeaban los últimos luceros; cejijunto, enfebrecido y desolado,
llevaba aun la boca envenenada por el beso que no se debe dar y en sus dedos
hormigueaba la caricia del incesto. No le había servido para nada su vida de
hombre probo y normal; para nada la blanca fortaleza del que se ha forjado sobre
la entraña taumaturga del surco. Bernarda lo había tentado; Bernarda lo había
lanzado al vórtice del pecado imperdonable. Ante los hechizos de su propia hija,
en vano había clamado al Dios escondido de su corazón. Ese Dios de los
desesperados y de los débiles no vio su desesperación ni su flaqueza; ese Dios que
todo lo puede no pudo nada cuando en sus noches interminables de insomnio y de
deseo, pugnó por amordazar la rebeldía ignominiosa de su carne y de su sangre
que le gritaban: ¡tómala, aunque sea tu hija, tómala! ¡Ah, su carne y su sangre
que le hicieron, durante infinitas noches, arrastrarse y babear como un perro
rabioso, ante la puerta que guardaba el pudor y la inocencia prohibidos a su
anhelar! ¡Ah, su carne y su sangre que le vendaron los ojos y le guiaron hasta el
lecho imposible, poniéndole sedas en la planta para cautelar los pasos que no
debían despertar a la Nana!
Bajo su frente oscura corría en una fuga doliente toda su vida. Y en un minuto de
evocación y de locura fue otra vez el chico moreno que sabía reír en el regazo
blando de la Nana; y otra vez el mozo garrido que endilgaba en los oídos de las
doncellas la palabra endomingada y triunfal; y otra vez vibró entre sus brazos la
primera Bernarda, su muerta, su Bernarda legítima, aquella que le fue entregada
toda blanca, delante de todos, en la iglesia del pueblo. Y aunque su ansiedad se
acogía desesperadamente a las viejas imágenes, el torrente ominoso de su sangre
aun no aplacada lo arrastraba implacable hacia la otra, hacia la Bernarda de la
noche anterior, hacia la prohibida, hacia aquella que había hurtado en medio de
las sombras, a espaldas de los hombres y a espaldas de Dios. Recordó cómo la
había visto alzarse y madurar; evocó el primer latigazo del deseo maldito, tres
años atrás, cuando ella, al servirle la mesa, le rozó descuidadamente su hombro
con el seno aun informe; luego, ante sus ojos que no querían ver, cómo fue
surgiendo y redondeándose la hembra atormentadora y cabal; y la mañana en que
la vio surgir desnuda, prieta y húmeda de las aguas del río; y la fuerza invencible
que lo obligó a agazaparse detrás de los arbustos para violarla con los ojos; y el
tormento de los largos meses de tenerla cerca, sin tenerla como su sangre la
quería, hasta que al fin, aquella noche, rotos todos los diques, su desbordamiento
60
en el regazo de la virgen que no supo negarse ni resistir, y se le entregó, muda y
total, en el lecho sombrío (págs. 137-139).
Es de hacer notar lo acertado del tratamiento del tema, sobre todo, en el año que fue
escrito, en 1924.
Doña Leonor tuvo el buen gusto de ³embarazarse´ de Don Gil, el amante perfecto:
anciano y rico. Romina, la hija, mustia y pálida, tiende a deshojarse. La evocación de un
violinista muerto de tisis descompone a doña Leonor, que abrazando a su hija, percibe la
amenaza invisible de la enfermedad heredada.
(Q³/D1DWL´el protagonista, ebrio de añoranzas por la belleza del río, incluso por la vida,
entra a una casa de tolerancia, ahí conoce a la Nati, meretiz al cuidado de un chulo.
Octavio (el protagonista), ebrio, descubre golpes en el cuerpo de la mujer y decide hacer
pagar al culpable; mata al chulo y para colmo de males la meretriz lo increpa porque ella
amaba a su hombre; mortalmente herido él huye. La muerte subyace, como destino
inexorable, en la atmósfera de este relato.
(Q ³(O HVWUHQR´ una quinceañera ve desmoronarse su deseo de lucir un vestido por una
lluvia pertLQD](Q³(OPLODJUR´un demente rechazando el amor, al fin encuentra su mujer
perfecta y cautivante, cuando deseó yacer con ella, ésta se convierte en una flor:
ņ$TXHOOD QRFKH QR GRUPt \ D OD PDGUXJDGD HOOD YLQR D PL FXDUWR 1R SRGtD
acercármele porque una fuerza secreta me mantenía como clavado y luego.... su
talle se fue estrechando y se estrechó todo su cuerpo más y más y sus senos se
trocaron en espinas y sus brazos en dos hojitas verdes. Y cuando quise que sus
ojos se fijaran en mí como antes, intensamente... y cuando quise que su boca me
sonriera, con toda el alma, hasta embriagarme, sólo vi una rosa blanca, igual que
ésta, la más pura de todas las rosas (pág. 162-163).
61
experiencia sexual con una niñera, y la añoración del padre; hay una alusión a las
FRQVWDQWHV³UHYROXFLRQHV´TXHVHGDEDQHQHOSDtV
Transcurrieron cerca de dos años sin que los recuerdos de la hacienda acusasen
alguna variedad digna de contarse; y como ocurre frecuentemente en Honduras
uno de esos sacudimientos armados que ensangrientan la tierra y las familias y a
los que llaman allá revoluciones obligó a su madre a abandonar el campo y a
acogerse a la ciudad. Ya no regresaron más a la hacienda, porque teniendo él ya
cinco años se hacía necesario llevarle a la escuela (pág. 176).
Ayer el Presidente Paz Baraona se empeñó en meternos la paz hasta por los ojos y
nos la metió. Hoy el Presidente Mejía Colindres quiere quitarnos el alcohol ¿Qué
se han propuesto estos hombres? ¿Quieren deshondureñizarnos?
Yo comprendí la fina pero cortante ironía del orador. Desgraciadamente, una
ironía que tiene hondas fibras de verdad, porque en un siglo loco-loco, hemos
teñido nuestra historia con sangre y la hemos perfumado con alcohol. Y es por
esto que las características mejor definidas de hondureñismo han sido las
revoluciones y el aguardiente (pág. 189).
Por su parte, la investigadora literaria Helen Umaña, encontró cuatro cuentos que no
incluye Oscar Acosta en su edición de Cuentos CompletosGLFHHOODDOUHVSHFWR³Cuento
QRLQFOXLGRSRU2VFDU$FRVWDHQODHGLFLyQDTXHQRVKHPRVUHIHULGRHV³/D7UDJHGLDGHOD
0RQWDxD´ (Q pVWH VH WUDEDMD HO HWHUQR WULiQJXOR DPRURVR -XDQ $QGUpV XQ IHOL]
campesino, lleva a su mujer a la ciudad que la deslumbra; al regresar, da a luz a un niño
rubio al que Andrés considera su hijo hasta que la malignidad de otra mujer le hace
comprender la verdad y, aunque él lo ama no le permite que le diga papá; herido de
muerte por un miembro de un pelotón de gente armada, se dirige a donde está el niño y, al
percibir en éste la misma reacción de desesperación que él tuvo cuando su mujer lo
abandonó, se reconcilia con él y acepta que la paternidad no es sólo cuestión de sangre.
³$PRUHVEDOGtRV´HVXQEUHYHWH[WRHQGRQGHHOQDUUDGRUHYRFDVXSDVLyQy desencuentro
con una mujer:
Yo, en cambio, te quería a pleno sol ²el pobre sol que tú tanto temías por
escandaloso, por divulgador y por aldeano. Te quería como quieren los
campesinos: bajo el cielo incendiado de los mediodías y sobre la tierra henchida
de humores y de gérmenes; te quería bañada en la fuente y vestida solamente de
luz solar: desnuda ante mi desnudez pudimos iniciar un amor fuerte y magnífico
como para ser historiado en bronce.
62
(Q ³1R HV HO PLVPR´ DXQTXH VH DERUGD XQ WHPD FULROOLVWD HO habla de los personajes
campesinos está idealizada. Eufrosina ²en la reiterada escena del río a donde la joven
llega en busca de agua² accede a vivir con Demetrio; son felices hasta que él es
reclutado por uno de los ejércitos de las montoneras; cuando regresa, ya está minado por
los vicios y pierde la razón.
Todas las sociedades de los hombres atraviesan edades en las que, como esta que
pinta mi leyenda, viven ciegas al diáfano simbolismo de las auroras, blandas a las
impresiones de arcaicos moldes, en los que han creído encontrar las formas
definitivas. Pero siempre llega el día en que ante ellas aparece el hombre desnudo
que rompe los moldes y no teme la luz porque oculta un sol tras de cada pupila.
Con respecto a la obra cuentística de Martínez Galindo en su conjunto, hace las siguientes
consideraciones generales:
Tal como habíamos visto en Froylán Turcios, en Arturo Martínez Galindo, existe voluntad
de ampliar el alcance de sus cuentos a esferas universales. Su obra busca la inserción en un
ámbito cultural tan amplio como el mundo. De ahí la ubicación de varias de las historias en
ambientes cosmopolitas (Washington, New Orleans, Baltimore) y las referencias a
personajes o entidades culturales como Edgar Allan Poe, Lenín y ³/a InternacionaO´,
Stokowsky y la Orquesta Sinfónica de Filadelfia, Beethoven, Benvenuto Cellini,
Debussy« Pero, en Martínez Galindo, esta preocupación no implica desarraigo de la
realidad inmediata. Únicamente visualiza un panorama más amplio enfocando una realidad
humana no circunscrita a determinadas fronteras. La mirada del autor es incisiva y cada
cuento, sin provincialismos reduccionistas, es cala profunda en aspectos humanos o
sociales de carácter general. De ahí que sus cuentos resulten en bien acabados estudios
sicológicos en donde, para caracterizar al personaje, el autor siempre encuentra el detalle
sorprendente o el giro nuevo en el recurso conocido. Por otro lado, varios de los relatos de
Martínez Galindo se ubican en ambientes rurales, dentro de una geografía tropical que, con
facilidad, se puede referir al ámbito latinoamericano u hondureño. En el autor hondureño
no existe dudas respecto a la naturaleza del cuento: cada historia posee una estructura bien
delineada con el planteamiento específico de un problema concreto y en su desarrollo no se
observa ninguna digresión. Cada elemento es complementario de la situación principal y
63
existe un balance perfecto entre narración, descripción y diálogo. Estos elementos, sumados
DODDFWLWXGIUDQFDDODERUGDUXQDFRPSOHMDWHPiWLFDGHFRUWHVLFROyJLFRņODVHQVHxDQ]DVGHO
VLFRDQiOLVLV DEULHURQ FRPSXHUWDV HQ OD QDUUDWLYD YDQJXDUGLVWDņ KDQ KHFKR GH $UWXUR
Martínez Galindo uno de los autores más importantes de la primera mitad del siglo XX en
Honduras´ (Umaña, 1999: 78-80).
64
CONCLUSIONES
2. Los integrantes del Grupo Literario Renovación son: Federico Peck Fernández,
Arturo Martínez Galindo, Arturo Mejía Nieto y Marcos Carías Reyes (aunque estos
dos últimos fueron más por empatía que por filiación).
3.1 Federico Peck Fernández publicó dos relatos: Vaqueando y La historia de un dolor
(1920).
3.2 Marcos Carías Reyes publicó: Germinal, Tegucigalpa (1936), imprimiéndose una
segunda edición en 1946. Cuentos de Lobos, Tegucigalpa (1941). En 1996, la Editorial
Iberoamericana que dirige Oscar Acosta y la Editorial Guaymuras, publicaron sus
cuentos completos. Asimismo publicó la novela La Heredad, Tegucigalpa (1934), se
imprimió una segunda edición en la misma ciudad en 1945. En vida, publicó algunos
FDStWXORVGHVXQRYHOD³7UySLFR´ODTXHIXHHGLWDGDSyVWXPDPHQWHHQTambién
cultivo prosas: Prosas Fugaces, Tegucigalpa, Imprenta Calderón (1938) y Crónicas
Frívolas, Japón (1939).
3.3 Arturo Mejía Nieto, el más prolífico de todos, publicó: Relatos Nativos,
Tegucigalpa (1929), Zapatos Viejos, Buenos Aires (1930), El Solterón, Buenos Aires
(1931), El Chele Amaya y Otros Cuentos, Santiago de Chile (1936), El Pecador,
Buenos Aires (1956). En 1998, Oscar Acosta publicó sus cuentos completos.
Asimismo publicó las novelas: El Tunco, Buenos Aires (1933), El Prófugo de Sí
Mismo, Buenos Aires (1934) y Liberación, Buenos Aires (1940). También escribió
ensayos: El Perfil Americano (Ensayos Sociológicos, considerado el mejor libro del
mes por el PEN Club de Buenos Aires), Buenos Aires (1938), Morazán (Biografía),
Buenos Aires (1947), Tres Ensayos: Teatro, Novela, Cuento. Bahía Blanca, Argentina
(1959).
4. Con su obra cuentística, los integrantes del Grupo Literario Renovación definieron y
consolidaron el cuento hondureño, cultivando dos vertientes: el regionalismo y el
cosmopolitismo, trascendiendo así los esquemas románticos y modernistas.
5. El regionalismo fue cultivado por Federico Peck Fernández y Marcos Carías Reyes.
Aunque la obra de Carías Reyes ²en una serie de relatos² trasciende lo regional y
desemboca en el cosmopolitismo al abordar también problemas citadinos
existenciales.
65
6. El cosmopolitismo fue cultivado por Arturo Mejía Nieto y Arturo Martínez Galindo.
Ambos escritores también ambientaron varios relatos en el ámbito regionalista,
reflejando una honda preocupación por la situación político social de la patria.
66
Bibliografía
Rohrberger, M. 1966. Hawthorne and the Modem Short Story: a Study in Genre. The
Hague, Mouton and Co.
Salinas, M. 1981. Breve Reseña del Cuento Moderno Hondureño. Touluosse, Francia. In:
Separata de la revista Cahiers du Mundo Hispanique Luso-Bresilien No. 36.
Umaña, H. 1999. Panorama Crítico del Cuento Hondureño (1889-1999). Guatemala. Edit
Letra Negra y Edit. Iberoamericana. 521 p.
67
ANEXO 1
68
b) Perfiles de Federico Peck Fernández
Desde las aulas universitarias, en las clases de Sociología y Derecho Natural, el compañero
fallecido demostró con sus teorías radicales y revolucionarias, su espíritu combativo, su
temperamento altanero, y su maravillosa percepción mental.
Muchas veces nuestro Catedrático de Sociología, que fue la materia en que se distinguió
siempre, se vio en dificultades por las teorías liberales del compañero, que se oponía a las
viejas normas de Eugenio Marie de Hostos, las radicales de José Ingenieros, y en Filosofía
del Derecho, contra los preceptos subjetivos y oscuros de Enrique Arhens, las teorías
modernas de Gumplowics, lo que le valió que por muchos meses le llamáramos
familiarmente con el citado nombre.
Debe suspirar al recordarlo la compañera que triunfó una vez con él, en las conferencias del
Y.M.C.A., en Asilomar, cabe la sonora bahía de Monterrey, en California, bajo la plenitud
GHVXVLHPSUHHYRFDGD³1RFKH,QWHUQDFLRQDO´.
Allá también atacó fuertemente al imperialismo, y IXH OODPDGR HO µRUDGRr niño´ GH OD
Universidad de Los Ángeles.
Fue miembro de aquella entidad evolucionista que se llamó Grupo Renovación, y siempre
su acalorada palabra invitaba a los interminables debates e interesantes discusiones.
Fue por especial recomendación de Froylán Turcios, que escribió la resolución tomada por
el Juez 1ro. de Letras de lo Criminal de San Pedro Sula, quien al final del asunto declaró
sobreseimiento definitivo.
69
Llegado a Honduras el doctor norteamericano, David P. Barrow, eminente jurisconsulto y
hombre de claro talento, el compañero recibió la designación de nuestro curso para que
hablara en la recepción del Dr. Barrow, y fue su palabra esa tarde una brillante página en su
historia de orador. Recuerdo que terminó su discurso con una célebre frase del escritor
QRUWHDPHULFDQR³'DGQRVODOLEHUWDGRGDGQRs la muerte´«
No obstante ser un precursor de las epopeyas ruidosas, para las pasiones bravas, para las
avanzadas fulgurantes, el compañero era a veces tan romántico y soñador como un poeta y
DEDQGRQDED HQ VX HVFULWRULR GH HVWXGLRVR HO ³0HUFXULDO (FOHVLiVWLco´ GH 0RQWDOYR SDUD
WRPDU ³/Rs Crepúsculos del Jardín´ de Lugones, dejaba a un lado en tarde de serena
esperanza los ³Césares de la Decadencia´GH9DUJDV9LODSara leer pOHQRGHXQFLyQ³/DV
Dos Carátulas» de Paul de Sanin Víctor.
De una charla amiga surgió la idea de formar un grupo central de jóvenes intelectuales, que
fuera la expresión de la inquietud juvenil de Honduras, y a este efecto nos reunimos en
compañía de Carías Reyes y otros compañeros, y hubiéramos realizado nuestros propósitos
sino hubieran sobrevenido ulteriores dificultades. El grupo se llamaría ³ClaridaG´ \
hubiéramos fundado una revista de intensa animación espiritual.
¡Cuántas veces soñamos juntos, mientras ascendía, el humo azulado de su pipa, y sonaba su
palabra entusiasta, en las altas horas de las noches silenciosas en nuestros cuartos de
estudiantes! ¡Y cuántas veces nos trazábamos normas de vida honesta y estudiosa,
necesaria para sobresalir en este interminable y sangriento combate, que denominan vida!
² ¡Pusilánime!...
¡Se distanció de nosotros, acaso nos olvidó, pero nosotros no lo olvidamos nunca!...
Fue un amigo sincero y desinteresado. De ello podemos dar cuenta los que durante tres
años fraternizamos con él en las aulas universitarias, y si bien su carácter indomeñable
invitaba a las acaloradas discusiones sobre tópicos de Jurisprudencia, no sufrió mengua
nuestra amistad por ello, y todos sus compañeros fuimos sus amigos desde el primer día de
clases, hasta el triste amanecer en que sobre el blanco lecho del hospital falleció solitario y
triste, con sus ideales de juventud rotos en un temblor de abandono y desesperanza.
Honduras puede contar entre sus más dolorosos sucesos la muerte de este brillante
compañero, que representaba mucho para los futuros destinos del país. Y si es cierto que el
querido compañero tuvo desaciertos políticos, culpa fue del ambiente que ahoga nuestras
facultades y las sumerge en el olvido, pero jamás por su falta de nobleza, que tuvo el
corazón de cristal.
El índice inexorable de los arcanos designios lo señaló desde las sombras enigmáticas, y
fue más que todo, un hombre señalado por el trágico sino.
Ahora, con el triunfo de la causa política que sustentaba, pensó irse al exterior cuando lo
sorprende la muerte, y hace ascender su espíritu luminoso al reino de la Eterna Verdad.
Le debía estas líneas. Una noche en que hablábamos de la muerte, hicimos compromiso
recíproco de escribir algunos párrafos sobre el primero que muriera. Cosas de juventud. Y
hoy, dolorosamente, cumplo con él, para que me recuerde desde las arcanas latitudes.
Dejamos sobre su silente cripta el mustio asfodelo de nuestro pensamiento, la flor triste de
nuestra pasión de amargura, salpicada de rocío primaveral y matinal, para que no se
marchite nunca.
Que sobre su tumba se torne inmarcesible la rosa fragante del recuerdo y aunque su
envoltura terrena yazga bajo la tierra, su recuerdo estará encendido siempre en nuestra
memoria y en nuestro corazón.
José R. Castro
Enero de 1929.
Segundo Perfil
I. Federico Peck Fernández ²recojo este nombre para que no se esfume tan pronto en el
Ayer² tuvo para mí una calidad extraordinaria: que siendo hijo de un norteamericano y
habiendo vivido su adolescencia en tierras anglosajonas, prefirió su nacionalidad
hondureña, aferrándose, con la impulsiva fuerza de su carácter, a los intereses
trascendentales de nuestra tierra, sobre todo a lo que concierne a la defensa de su soberanía,
71
amenazada, tácita o apremiantemente, por el imperialismo yanqui. Al revés de muchos de
mis paisanos, sin una gota de sangre exótica, que se han significado como traidores cuando
los bucaneros aparecieron en nuestras playas.
Entre sus dos patrias, la una con su altanero gesto de conquista, amenazando con la
esclavitud a la otra débil y mísera, se colocó entre los defensores de esta última, en forma
valerosa y definitiva.
De aquí que yo sintiera por él una firme afección y que me impresionaran tan gratamente
sus constantes visitas cordiales. Comenzó su fraternidad haciéndome una gran confidencia.
²Poeta ²me dijo una tarde² me pasa una cosa verdaderamente insólita, que dejo a su
arcana comprensión. Es algo fuera de toda medida normal, de toda lógica, de toda regla y
orden. Verá Ud. Mi padre es Federico Peck, un buen señor de la nación de las barras y las
estrellas. Y siento que no es él mi padre sino Francisco Cálix Barahona, el primer marido
de mi madre. A éste es al que yo amo y admiro, por su vida brillante, en lo recóndito de mi
corazón. Es raro ¿verdad? Sentimiento absurdo e inexplicable, pero no por eso menos
sincero y hondo. Cuénteme, se lo ruego, anécdotas de aquel varón talentoso y dinámico
muerto en la flor de sus veintiocho años.
Me oía entonces con el espíritu ávido, con el oído vigilante, por el temor de perder algún
detalle. Todo cuanto yo sabía de aquel fogoso tribuno y ágil polemista, gloria de nuestras
milicias liberales, desde los meses previos a su matrimonio hasta el día de su tránsito en
Managua, en 1898, fue expuesto por mí en frases claras y vívidas.
²Sí, en verdad, no le amó nunca ²repitió. Anomalías increíbles en los destinos humanos.
²Los grandes hombres pasan con frecuencia por estas duras pruebas ²exclamé². Bien
sabemos que Napoleón no logró hacer vibrar de ternura el alma de María Luisa. Aquí
mismo, en Centro América, nadie ignora que Rufino Barrios, en el esplendor de su
omnipotencia, no se hizo nunca amar de su bellísima mujer; que... sería asunto para
discurrir diez horas sin agotar el tema.
Tenía yo que suspender el discurso, contrariando sus protestas, pues no se saciaba de oír
hablar de su héroe.
72
Una última pregunta, querido poeta. ¿A qué piensa Ud. que se debieron sus fracasos en el
hogar y en la política? Porque no pasó de ser un subsecretario, un diputado y director de un
periódico. Y, aunque muy joven, con el estímulo y ayuda de su maestro, el jefe del
liberalismo, pudo llegar a mayor altura.
²Poeta, vengo a pedirle que sea padrino de mi hijo Roberto. Roberto... ¿le gusta este
nombre? Me atrae como un imán.
²Mucho. Es propio para un hombre vigoroso y audaz. Las erres le dan una vibración de
hierro. Con el mayor placer de mi parte seremos compadres.
²Quizá sea posible que, a pesar de la honra que Ud. me hace, por llevar sangre de un
bisabuelo drástico y ahorcador, este hijo mío llegue con el tiempo a capitán de piratas que
sujetará con una cadena de oro a la República.
Y rió largamente, hablando después con énfasis de sus proyectos para el mañana inmediato,
ya que nuestro partido había triunfado en las elecciones últimas.
Le oí largo rato divagar, comprendiendo que los elíxires infernales quemaban su cerebro.
²Yo soy muy joven, poeta. Apenas cuento la mitad de sus años. Iré ahora a Washington de
Secretario de nuestra Legación. Después seré esto, y esto, y esto...
²Ciertamente ²le contesté. Pero no hay que ufanarse de lo que se tiene pasajeramente por
dádiva del destino. ¿Qué le ha costado a Ud. su juventud? Absolutamente nada. Es Ud.
joven como son jóvenes todos los que cuentan veinticuatro años, que sumarán de seguro
más de trescientos millones en el mundo, y en este sentido, un ternero de diez meses vale
más que Ud. Juventud es eficiencia, dinamismo, potencia creadora, abnegación,
73
generosidad, ímpetu cívico, demostrados con hechos brillantes, y no un corto número de
días vividos. Que alardee de ser joven quien, con apenas cuatro lustros encima, haya
culminado en altas empresas patrióticas o literarias o científicas, ascendiendo por sus
capacidades y virtudes a los más altos planos espirituales, creando, construyendo,
iluminando su nombre entre los millares de nombres anónimos de sus connacionales.
²Yo soy muy joven y no sé hasta dónde puedo llegar. Si nada grande he realizado, el
futuro me dará oportunidad de hacer mucho más de lo que hagan los hondureños de mi
generación.
²No se enorgullezca sino de lo que tenga en su haber: lo demás son palabras. Habla Ud.
de la juventud y de la vida como si dependieran en absoluto de su albedrío. Y todo lo que
dice de noble aspiración y fe en su estrella se vuelve falso y negativo exhalando ese odioso
olor a coñac. No, Federico, los que carecen de voluntad para dominar sus vicios no llegan a
ninguna cumbre.
²Vea, tengo más del doble de su edad y en cierto modo soy más joven que Ud.
²Dejaré a un lado la vital audacia que cuento dentro de mí. Soy más joven que Ud. en el
sentido de las realizaciones prácticas, de los hechos consumados en mi ser a la edad que
Ud. ahora tiene² bases de mis verdades en el porvenir. Por lo demás, Ud. no llegará a la
etapa de mis años.
²En Ud. hay un zahorí que me inquieta. ¿Por qué piensa que no he de vivir mucho?
²Por la forma lamentable en que derrocha su vida. Baco por un lado, y la anormalidad de
sus pasiones por el otro, le han cogido frenéticamente por el cuello. Líbrese, libértese de
esos dos terribles enemigos, y ese primer triunfo transformará a Ud. en héroe de su propio
destino, que con radiosa inteligencia y metálica energía realizará sus grandes sueños.
²Yo romperé todo obstáculo. Si los dioses me aman, que no me supriman sino cuando mis
ambiciones hayan convertido en hechos mis extrañas quimeras. Por ahora he de gritar a los
cuatro vientos que soy muy joven y que puedo precipitar mi caballo desde las alturas del
Picacho con la certeza de mi inmunidad.
²Ponga su estructura física y moral en equilibrio. Serene sus nervios. Hoy mismo está
expuesto a perder, en un minuto, con la vida, su juventud. Ud. se dedica a provocar
diariamente a la muerte, y ésta, cuando menos lo piense le derribará sin compasión.
III. Cinco días después ²oyendo las angustiosas lamentaciones de su madre² miraba a mi
amigo, lívido en su ataúd. Un mechón de pelo, árido y rebelde alzábase de las sienes. Lo
tomé en mis manos, asentándolo sobre su frente con esa intensa piedad fraternal que no
tiene lágrimas, pero que es más amarga cuanto más silenciosa.
Froylán Turcios
San José de Costa Rica.
octubre de 1937.
75
ANEXO 2
a) Óleo sobre tela de Marcos Carías Reyes, por Mario Castillo; Madrid 1973; en la
contraportada de la edición Cuentos completos (1996).
76
b) Nota Introductoria sobre Marcos Carías Reyes
Cronología inarmónica:
Primavera del 38
³&XDQGR QDFt -escribe- sobre el lecho donde mi madre ofrecía un ser, dibujábase el
cuadrado siniestro que permite luz DXQDFHOGD´6XSDGUHUHFLpQDEDQGRQDEDODSULVLyQDOD
que se le había llevado por incendiario, siendo, como era, diputado por el partido de la
RSRVLFLyQ³$TXHOORVEDUURWHVTXHGDURQJUDEDGRVHQODHQtraña de mi madre, en su espíritu
y quizá también en eO PtR´ &on las revueltas de la política, su padre, Marcos Carías
Andino, revolución de por medio, pasó en el siguiente turno a Ministro del gobierno liberal
de don Miguel R. Dávila, y a poco, revolución de por medio, a exiliado político en un país
vecino, HQ FXDQGR 0DQXHO %RQLOOD GHUURFy D 'iYLOD ³6REHUELR HO DFHUR GH VX
temperamento indomable. Austera la lección del hogar. Mi padre fue un revolucionario...
¢+H GLFKR UHEHOGtD" ,QVWLQWR DWDYLVPR HQIHUPHGDG VRFLDO´ DVt OR UHWUDWD HQ VX
Kaleidoscopio. Mientras, Paulino Valladares, en 1907, decía de aquellos varones, del
*HQHUDO&DOL[WR&DUtDVHOYLHMRLQIDWLJDEOH\FDOPRVRTXHFXDQGR³ODSDWULDSHOLJUDGHMD
VXODERUSDFtILFD´SRUORVFDPSRVGHEDWDOODHQORVTXH³QRVyORpOVHH[SRQH\VXIUHVLQR
que va rodeado de sus hijos (Marcos, Tiburcio, Miguel), FRPRXQKpURHGHOH\HQGD´2. La
noche que su padre regresó del exilio, ella, su madre, murió, María Guadalupe Reyes.
³9DULRV DQFHVWURV PH KLFLHURQ XQ OHJDGR DUWtVWLFR´ UHFRQRFH HQ VX .DOHLGRVFRSLR 'Rña
Lupe era maestra y directora del primer Jardín de Niños en Tegucigalpa; colaboradora de
La Juventud Hondureña y otras publicaciones propias de los inquietos intelectuales de fin
de siglo. Afecto de discípula guardaba doña Lupe por su hermano Ramón, a quien Carías
5H\HV LQFOXLUtD HQWUH VXV LOXVWUHV \ WUiJLFRV 5DPRQHV 5DPyQ 5H\HV ³YHLQWLFLQco años:
maestro, orador, escritor y poeta, muriendo acribillado a balazos por una escolta, cerca de
San Antonio del Norte, en medio de una de las trágicas y ridículas zambras que hemos dado
en llDPDUUHYROXFLRQHV´3. Por esta veta, su ascendencia artística se remonta a la familia de
José Trinidad Reyes, fundador de la Universidad y de la literatura hondureña. Las luces del
kaleidoscopio se hunden en el pasado: el amor a ODV OHWUDV \ DO DUWH ³YLQR DO PXQGR
conmigo. La comunión espiritual en que, desde niño, viví con Hugo y Darío ahí tuvo su
arcano origen´. Era, pues, brote de un árbol en cuyas ramas bifurcadas también se
FROXPSLDEDQ5DPyQ5RVD\5DIDHO+HOLRGRUR9DOOH³/a primera vez nos encontramos en
el recuerdo de Angelita y de Lupe, dos rosas unánimemente excelsas en el árbol de la
1
&DUtDV 5H\HV 0DUFRV ³.DOHLGoscopio $XWRELRJUiILFR HQ 3URVD ,QDUPyQLFD´ HQ 3URVDV )XJDFHV
Tegucigalpa, Imprenta Calderón, 1938.
2
9DOODGDUHV3DXOLQR ³*HQHUDO&DOL[WR&DUtDV-´HQ+RQGXUHxRV,OXVWUHVHQ OD3OXPDGH3DXOLQR
Valladares. Tegucigalpa. Tipografla Nacional, 1972. Páginas 63-64.
3
&DUtDV5H\HV0DUFRV³/RV,OXVWUHV\7UiJLFRV5DPRQHV´&XDGHUQRV8QLYHUVLWDULRV8QLYHUVLGDG1DFLRQDO
Autónoma de Honduras, 1986. Páginas 26 y 31-32.
77
VDQJUH´4. Y asumiendo tal herencia, en su KaOHLGRVFRSLRVHGHILQHFRPR³XQVensitivo, un
LPDJLQDWLYR XQ HPRWLYR´ 3ROtWLFRV \ JXHUUHURV, entonces, tiran de la línea de su vida;
poetas, hombres de pensamiento, con los que parece estar más en casa, anidan en su
sensibilidad, a flor de piel.
Germinal (1936) contiene veinte cuentos. Su prologuista es Julián López Pineda. Los
Cuentos habían venido apareciendo en las revistas literarias de la capital. Para Carías Reyes
³*HUPLQDO HV PL OLEUR GH DGROHVFHQFLD 6XHxRV OtULFRV YDJDV DOXFLQDFLRQHV´ (O HVWLOR \
muchos temas dHORVUHODWRV³$PRU6DFUtOHJR´³/D=tQJDUD´KDFHQGHHVWHOLEURHOSXHQWH
de comunicación entre el joven escritor y un maestro como Froylán Turcios. Con motivo de
4
9DOOH5DIDHO+HOLRGRUR³5RVWUR%URQFtQHR´ en Laurel Póstumo, Tegucigalpa. Ariston, 1950. Páginas 5-7.
5
Carías Reyes, Marcos: Trópico. Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Segunda Edición, 1990.
Presentación de Ventura Ramos. Páginas 84, 85, 108.
6
7RSLO]LQ0HGDUGR0HMtD³/D+HUHGDG´en Prosas Fugaces, ibídem. Páginas 242-244.
7
*DOOHJRV*HUDUGR³/D+HUHGDGQRYHODKRQGXUHxDGH0DUFRV&DUtDV5H\HV¶HQHombres de Pensamiento.
Tegucigalpa. Imprenta Calderón, 1947. Páginas 133-135.
78
Germinal 5DIDHO +HOLRGRUR 9DOOH DSXQWDED GHVGH 0p[LFR ³&DUtDV 5H\HV WLHQH FODUD
significación en la nueva generación literaria de Honduras, al lado de Arturo Mejía Nieto,
GH 0HGDUGR 0HMtD GH-RVp 5 &DVWUR´< el citado Mejía Nieto, a su vez, desde Buenos
$LUHV OR FRQVLGHUDED ³XQ EHOOR UHFLSLHQWH ULFDPHQWH SXOLGR TXH HO WDOHQWR GHO DXWRU Ka
llenado con licor de la mejor calidad y que, a medida que se inspira en temas de mayor
UHDOLGDGKXPDQDGHOPRPHQWRJDQDUiHQIRUPD\FRQWHQLGR´8.
Primavera del 47
Carías Reyes publica Hombres de Pensamiento, ensayos literarios sobre José Cecilio del
Valle, Ramón Rosa, Juan Ramón Molina, Luis Andrés Zúñiga, Rafael Heliodoro Valle,
Arturo Martínez Galindo. Desde los albores de la independencia hasta su compañero de
ERKHPLDV\GHFUHDFLyQ³(ODFHURDVHVLQRVHHQFDUJyGHURPSHUGHVWUR]iQGROHHOFUiQHR
los nudos gordianos que Arturo Martínez Galindo llevaba en su luminoVRFHUHEUR´\HVTXH
entre ellos, ya se cuentan los caídos: Federico Peck Fernández, Ramón Padilla Coello,
8
9DOOH5DIDHO+HOLRGRUR³/LEURV´
Mejía Nieto, AUWXUR³*HUPLQDO´HQProsas Fugaces, ibídem. Páginas 240-241; 245-247.
9
&DVWUR$OHMDQGUR³3HUILOHV´HQProsas Fugaces, ibídem. Páginas 5-7.
10
Carías Reyes, Marcos: Crónicas Frívolas The Kobe & Osaka Press, Ltd. Japón, 1939. Dedicatoria.
11
Carias Reyes0DUFRV³6HUHQLGDG\3OHQLWXG3DUD7XOLWD´HQ3URVDV)XJDFHVLEtGHP3iJLQDV-48.
79
Marco Antonio Ponce, más Martínez Galindo, todos prematuramente. Así de efímeras las
glorias de este mundo todavía no consagradas por el laurel de la historia. En un colofón del
libro rememora sus visitas a la librería del maestro Froylán Turcios, también fallecido ya,
DGRQGH VH UHXQtDQ ORV DPLJRV ³/D OLEUHUtD VLWXDGD HQ OD HVTXLQD GH OD &DVD 6WUHEHU
desapareció como todo desaparece. ¿Lecturas? Planificación, economía dirigida,
democracia, fascismo, Lenin, Hitler, Lipmann, Norman Angeil, Plejanov, Sforza, Spengler,
Manheim... y Lo que el viento se llevó, y Las uvas de la ira, y Rebeca y La montaña
mágica. ¿Qué perduró de aquello? ¿Qué perdurará de esto, cuando el viento loco haya
pasado?12
Ocasión propicia para la Secretaría Privada fue la efemérides del centenario de la muerte de
Francisco Morazán, en 1942. Con la colaboración de Céleo Murillo Soto, fueron
seleccionados los textos para la producción del Álbum Morazánico, cuyo voluminoso
Tomo Primero comprendió: las reediciones de la Biografía del General Francisco Morazán
por Eduardo Martínez López y la Vida de Morazán, del salvadoreño Rafael Reyes; las
ediciones conmemorativas de la Revista del Archivo y Biblioteca Nacionales, Foro
Hondureño, el Homenaje de Admiración y Consagración al General Francisco Morazán,
SRUOD6RFLHGDGGH0DHVWURV³7ULQLGDG 9%RQLOOD´GH Juticalpa, así como el Testamento y
Memorias del General Francisco Morazán, discursos y artículos relativos al Héroe, editado
por los Estudiantes Universitarios de Honduras y la solfa del Himno a Morazán, con letra
de Froylán Turcios y música de Francisco R. Díaz Zelaya. Reunir todo este material era
parte del Homenaje del gobierno de Carías Andino al prócer centroamericano que culminó
con un nutrido programa de eventos cívicos los días, 13, 14, 15 y 16 de septiembre de 1942.
Vestido de frac y destacándose de la comitiva formada por el Presidente y sus principales
funcionarios, Carías Reyes caminó al podium encargado del discurso para glorificar al
Héroe. Fueron muchos los discursos pronunciados por Carías Reyes, ora para enaltecer a
Valle, o al Padre Reyes, para reflexionar sobre la Independencia o para inaugurar el Estadio
Nacional. Algunos de ellos, sólo los más tempranos, están recogidos en la sección
12
Carías Reyes, Marcos: Arturo Martínez Galindo´³Sic Transit Gloris Mundi´HQ+RPEUHVGH Pensamiento,
ibídem. Páginas 109-112; 167-170.
13
Durón, -RUJH)LGHOµ0DUFRs Carías Reyes: In MemRULDP´HQLaurel Póstumo, ibídem. Páginas 17-19.
80
Homenajes de Prosas Fugaces. Muy querido proyecto para la Secretaría Privada, que pudo
ver realizado en su Tomo I, fue la primera edición de las obras completas de Ramón Rosa,
que vio la luz como Oro de Honduras, en 1948, con prólogo de Rafael Heliodoro Valle,
aquel antológico que se inicia con la frase de que la historia de Honduras puede escribirse
en una lágrima.
Generoso para estimular a los escritores que surgían ²³PHFHQDV KRQGXUHxR´ OH llama
agradecido Pompilio Ortega, autor de Patrios Lares (1946);² bien se lo amerita Jacobo V.
Cárcamo, de puño y letra cuando se publicó Brasas Azules: ³3DUD HO /LF &DUtDV 5H\HV
talentoso amigo: Va este primer ejemplar para Ud. a decirle ²entre un revoloteo de
gratitudes y reconocimientos² que ante el hormiguero de mis poemas el prólogo suyo es
XQ PXUR GH iJXLODV´ /D OLWHUDWXUD HQ +RQGXUDV HVWDED FDPELDQGR HQ FXDQGR HVWH
libro aparece. En su prólogo, Carías Reyes apuntó: ³Jacobo V. Cárcamo nos da un notorio
ejemplo de la HYROXFLyQ HQ OD SHUVRQDOLGDG DUWtVWLFD GH XQ SRHWD´ (UD HO SDVR GHVGH VX
primer libro, lleno de trémolos líricos, Flores del Alma, a su segundo, Brasas Azules³/RV
poetas jóvenes se desentienden de la romanza sentimental y de la orfebrería deslumbrante,
pero inanimada, para recoger el dolor del Hombre, o la ira del Hombre, o el ansia del
+RPEUHRHOJRFHGHO+RPEUH´14.
14
&DUtDV5H\HV0DUFRV³3UyORJR´DBrasas Azules, por Jacobo V. Cárcamo. Tegucigalpa, 1938.
15
Carías Reyes, Marcos: Cuentos de Lobos. Tegucigalpa. Imprenta Calderón 1941. Con el permiso de ustedes
(prólogo), perfil de lobos y gatos y página 62.
81
político ha visualizado que no existen condiciones internas ni externas para un cuarto
período. Algunos promocionarán un sucesor a imagen y semejanza, impositivo, unilateral y
que mantenga quieta a la oposición. Carías Reyes (nacionalista), Rafael Heliodoro Valle
(liberal) se encontrarán entre los que activamente promocionarán un sucesor que posibilite
el diálogo entre los viejos partidos adversarios y que haga factible la convivencia entre los
hondureños. Carías Reyes se jugó la carta de su ejecutoria como Secretario Privado, como
sobrino tenido en muy alta estima por el gobernante y la de su ascendencia sobre los
elementos jóvenes del partido y así, fue notoria su influencia para que el sucesor de Carías
fuera Juan Manuel Gálvez, cuya administración contribuyó notablemente a superar el rígido
marco político que había prevalecido por 16 años.
Laurel póstumo
Serían, más o menos, las dos de la tarde cuando comenzó a circular la noticia.
Alguien, no podHPRVSUHFLVDUHOQRPEUHQRVODGLMRHQODFDOOH³¡Acaba de morir
0DUFRV ¢&XiO 0DUFRV" £0DUFRV &DUtDV 5H\HV´ 'H PRPHQWR SHQVDPRV TXH VH
trataba de una broma. Pesada y de mal gusto... ¡Pero era cierto! Marcos se había
adelantado a la muerte y había corrido en su búsqueda. (Corresponsal. Diario
Comercial San Pedro Sula).
Con asombro y perplejidad, a la vez que con profunda pena, se ha recibido en los
círculos intelectuales de toda la América Latina la trágica noticia de la muerte del
gran escritor hondureño Doctor Marcos Carías Reyes, quien puso fin a su vida ayer
a las 2 p. m., en el interior de su bella y apacible residencia de Tegucigalpa
disparándose un tiro de revólver en la sien derecha. (Diario La Nación. San
Salvador).
Era el 24 de octubre de 1949. Tenía un poco menos de 44 años. Había estado de visita en la
casa del General Carías, ahora ex-presidente. Había bromeado con los amigos. Después de
comer y en su despacho ³VHacomodó en la silla donde él acostumbraba sentarse a pensar, y
pensó y se aEUD]yDODPXHUWH´16.
Quizás una primera huida para liberarse de aquellos barrotes grabados en su espíritu fue su
viaje, de un mes, por países de Sudamérica, cuando era Ministro de Educación, en el
JRELHUQR GH *iOYH] 6H OH FULWLFy FRPR ³PLQLVWUR YLDMHUR´ pero tal apreciación era poca
cosa comparada con la calumnia que le había sublevado el alma. Y eso que tal vez lo
hicieron por jugar a la política por atacar a un presunto adversario, pero ¿qué calificativo
podrían merecer (sus nombres que se los trague la tierra) aquellos que llevaron a una
radioemisora salvadoreña toda la trama, en capítulos infamemente novelados (¿y cuál peor
apelativo para los que compusieron la monstruosidad?) en la que se responsabilizaba a
Carías Reyes del rapto y desaparición de una niña palestina? Pero también miopía en la
gente política de su entorno, mucho más curtidos que él, que ante lo absurdo de la
16
Corresponsal Diario Comercial ³0DUFRV&DUtDV5H\HVFUX]DORVXPEUDOHVGHODHWHUQLGDG´
Diario La Nación, San Salvador, El Salvador: ³8QDWUDJHGLDHQHonGXUDVD\HU´HQLaurel Póstumo, ibídem.
Páginas 93-96; 90-92.
82
acusación le aconsejaban, simplemente, que no les hiciera caso a semejantes infundios. La
puñalada gratuita ya le había calado la entraña. La especie hasta prendió en la imaginación
popular, adonde quedó ambigua y agazapada. Al final, toda la ciudad, el país y su literatura
se tragaron la vergüenza por la calumnia y a la vergüenza colectiva se reaccionó con el
silencio. (Años después y desde otro circulillo del mismo partido liberal, se acusó a Rafael
Heliodoro Valle de traidor a la patria, para amargarle, sin perdón, lo que le quedaba de
existencia).
A personas cercanas les había dicho que Trópico era su herencia. Esta segunda y última
novela de Carías Reyes se publicó, póstumamente en 1971. En Trópico hay dos
protagonistas: Lorenzo Gallardo, trabajador de la bananera, cesanteado y comandante de un
movimiento revolucionario imposible, y Mario Reyna, él mismo, un intelectual que hace
acopio de recuerdos y reflexiones históricas sobre el destino común y sobre su propia
existencia. Ahí vuelven a surgir las tramas familiares de su Kaleidoscopio, los amores
platónicos y de carne. Vuelve una misiva de los tiempos de sus Prosas Fugaces: ³$Pada
mía: Suenan vagamente las campanas del recuerdo... En la soledad de mi espíritu, huérfano
de grandes afectos y poblado de quimeras dolorosas, crece mi amor hacia ti... Me siento
VROR 6ROR FRQ HO RUJXOOR LQGRPDEOH TXH YLEUD HQ PL VHU´ 9XHOYH RWUD YHz, el hermano
PXHUWRTXHOROODPD³pOLQWURGXMRUHSHWLGDVYHFHVHOGHGRGHQWURGel negro boquete abierto
SRU HO SUR\HFWLO´ 9DPRV 0DULR HQ PDUFKD KDFLD XQ IXWXUR PHMRU R PiV
probablemente hacia la muerte. Sobre Trópico opinó Ventura Ramos que erD³GLIHUHQWHD
ODVGHPiVREUDVGHOPLVPRJpQHURSXEOLFDGDVHQYLGDGHODXWRU´6XVSHUVRQDMHVDFWXDEDQ
GH IRUPD LQGLYLGXDO \ QR ³FRPR GLULJHQWHV REUHURV FRQVFLHQWHV GH VX FDXVD´ 3HUR OD
GHQXQFLDHV³WDQUHDOLVWDTXHSDUHFHGRFXPHQWRKLVWyULFR´17.
17
Carías Reyes, Marcos: Trópico. Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Segunda Edición, 1990.
Presentación de Ventura Ramos. Páginas 84, 85, 108.
18
'HO&LG)ORUHQWLQR³(QORVIXQHUDOHVGHO'RFWRU0DUFRV&DUtDV5H\HV´HQLaurel Póstumo, ibídem.
Páginas 76-81.
9DOOH5DIDHO+HOLRGRUR³5RVWUR%URQFtQHR´HQLaurel Póstumo, Tegucigalpa. Ariston, 1950. Páginas 5-7.
83
GHVFRQVRODGRU ³FXDQGR DSHQDV KDEtD HVFDSDGR GH OD DGROHVFHQFLD´ 19. Pero la Gran
Silenciosa que a él le rondaba para viajar juntos no era de papel. Con la casa prácticamente
desmantelada y los pasaportes en regla, el suyo y el de su esposa conjuntamente con sus
cuatro hijos menores: María Guadalupe, Marcos (el que esto escribe), Mario y Gloria, fue
la muerte la que les puso el sello.
Laurel Póstumo presenta algunas facetas de Carías Reyes como escritor. Y en primer
WpUPLQR HO ³.DOHLGRVFRSLR $XWRELRJUiILFR HQ 3URVD ,QDUPyQLFD´ ,QDUPyQLFR HO
movimiento perpetuamente inacabado de su vida al igual que esta cronología, a la que aún
se le podrían aportar datos: su visita a Juana de Ibarborou, en Montevideo, en 1933; su
firma, como delegado oficial de Honduras, en la Carta de las Naciones Unidas, San
Francisco, 1945; su participación, allá por 1928, en la organización de la Federación de
Estudiantes Universitarios de Honduras; sus aún no coleccionados ni repasados, además de
ser muy numerosos por cierto, artículos políticos y de ocasión, metidos en el tráfago de las
luchas partidarias y que publicaba con seudónimos, entre otros, Rodolfo Villalobos o
Santos Vega. En su primavera del 38, en su kaleidoscopio inarmónico, había hecho ya
recuento armonioso y al mismo tiempo sólido de lo que, para vivir, lo fundamentaba:
19
&DUtDV5H\HV0DUFRV/RV,OXVWUHV\7UiJLFRV5DPRQHV´&XDGHUQRV8QLYHUVLWDrios. Universidad Nacional
Autónoma de Honduras, 1986. Páginas 26 y 31-32.
84
No alimento odios, ni rencores, ni envidias. Pero siento un sereno e íntimo
desprecio por lo sórdido, lo abyecto, lo brutal. Me gusta ser bueno por ser
bueno. La bondad no necesita explicaciones.
Marcos Carías
85
ANEXO 3
86
b) El Buen ³&arteador´
Mejía Nieto hizo sus estudios de primaria en su ciudad natal, su segunda enseñanza la
realizó en la Escuela Normal de Varones de Tegucigalpa en donde obtuvo el título de
maestro de primaria y, muy joven, en 1923, viajó a los Estados Unidos de América
graduándose como profesor en la Universidad de Missouri, después de aprobar todas las
materias de la carrera de Filosofía y Letras en 1929.
Una nota suya sobre la muerte de Paulino Valladares acaecida en Panamá el 2 de diciembre
de 1926, la fechó Mejía Nieto en la Universidad de Missouri en ese mismo año de 1926.
(OHVFULWRUKRQGXUHxRIXHFRODERUDGRUGHORVGLDULRV³/D1DFLyQ´\³/D3UHQVD´GH%XHQRV
$LUHVDVtFRPRGHODUHYLVWD³/HRSOiQ´GXUDQWHPiVGHFXDUHQWDDxRV
SuVREUDVSXEOLFDGDVVRQ³5HODWRV1DWLYRV´HQ³=DSDWRVYLHMRV´FXHQWRVHQ
³(O6ROWHUyQ´FXHQWRVHQ³(O7XQFR´QRYHODHQ³(OSUyIXJRGHVtPLVPR´
QRYHOD HQ ³(O &KHOH $PD\D \ RWURV FXHQWRV´ HQ ³(O 3HUILO $PHULFDQR´
HQVD\RV VRFLROyJLFRVHQ³0RUD]iQ´ELRJUDItDHQ³(O3HFDGRU´FXHQWRVHQ
\³7UHVHQVD\RVWHDWURQRYHODFXHQWR´HQ
Sus libros fueron editados en Tegucigalpa, Buenos Aires, Bahía Blanca y Santiago de
Chile.
Conocí a Arturo Mejía Nieto en la década de 1950 en Buenos Aires y en su hogar, ubicado
en la Avenida Córdoba 1237, me mostró su valiosa biblioteca con cienes de ejemplares
autografiados por célebres autores, decenas de fotografías en la que aparecía al lado de
escritores de relieve, su abundante correspondencia con personajes del mundo de la cultura,
87
su cubertería inglesa de plata, su colección de pipas y un número crecido de obras de arte
de variados orígenes compradas en tiendas de antigüedades.
El escritor me dijo que estaba muy ilusionado con un libro inédito de cuentos para niños
que no había terminado y se refirió a cuatro obras más, cuyos textos son desconocidos, con
ORVWtWXORVGH³/DPDUHDVXEH´³/DFXxDGD´³$ODGHULYD´\³(OHPSXUSXUDGRWUySLFR´
En el extenso diálogo surgieron los nombres de compatriotas como Berta Molina, Julia
Lardizábal, Argentina Medal, Delfina Barrientos, Estela Becerra, Rafael Heliodoro Valle,
Marcos Carías Reyes, Jorge Fidel Durón, Guillermo Bustillo Reina, Julián R. Cáceres,
Víctor Cáceres Lara, Miguel Valeriano, Humberto Díaz Banegas, Jaime Fontana, Raúl
Banegas Montes, Eliseo Pérez Cadalso, Francisco Lagos hijo y otros hondureños.
En una segunda visita a Buenos Aires, años después, afloraron los nombres de Julio López
Pineda, Jesús Castro Blanco, Santiago Flores Ochoa, Filadelfo Suazo, Francisco Salvador y
Joaquín Romero Méndez.
La obra de Arturo Mejía Nieto como novelista, cuentista y ensayista fue comentada
favorablemente, en diferentes épocas, por Ricardo Rojas, Manuel Ugarte, Máximo Soto
Hall, Arturo Capdevilla, Carmen Lyra, Max Henríquez Ureña, Enrique de Gandía, Agenor
Argüello, Santiago Argüello, Luis Andrés Zúniga, Rafael Heliodoro Valle, Julián López
Pineda, Inés Navarro, Salvador Corleto, Visitación Padilla, Antonio Ochoa Alcántara,
Marcos López Ponce, Alejandro Castro Díaz y Saúl Zelaya Jiménez. En sus pláticas Mejía
Nieto hablaba de Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Leopoldo Marechal, Ricardo
Molinari, Eduardo Mallea, Julio Cortázar y de otros escritores que había conocido en
Buenos Aires.
Mejía Nieto me decía, en una carta fechada en Buenos Aires el 30 de mayo de 1964, que
tenía cerca de mil quinientos cuentos escritos, obra importante por la que aspiraba al
Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa de 1972, que no obtuvo.
Conservo en mi archivo veintiuna cartas de Mejía Nieto y un breve artículo inédito fechado
el 8 de agosto de 1968, en el que lamentaba la muerte de Alejandro Rivera Hernández.
A Arturo Mejía Nieto me permití llamarlo, con todo respeto, por su pasión epistolar, el
EXHQ³FDUWHDGRr¶
88
Los restos mortales de Mejía Nieto fueron repatriados a Honduras y en el aeropuerto de
Toncontín de la capital hondureña fueron recibidos por sus familiares y por sus numerosos
amigos.
+LFLHURQJXDUGLDDOODGRGHVXDWD~G\HOGLDULR³(O 'tD´GH7HJXFLJDOSDUHFRJLyHOKHFKR
en una fotografía de Efraín Retana, el embajador argentino Carlos Aldemar Ferro, Jaime
Fontana, Ramón Oquelí y el que esto escribe.
Publicaron artículos laudatorios sobre el extinto, Jorge Fidel Durón, Medardo Mejía, José
María Espinoza, Ramón Oquelí y otros hondureños, así como literatos sudamericanos.
En 1957 los escritores peruanos Manuel Scorza y Gustavo Valcárcel me pidieron textos de
narraciones hondureñas para ser incluidos en una antología del cuento centroamericano,
que aparecería impresa en Lima, dentro de la colección de los Festivales del Libro.
Les proporcioné piezas de Arturo Martínez Galindo, Rafael Paz Paredes, Víctor Cáceres
/DUD $OHMDQGUR &DVWUR KLMR HQWUH RWURV \ ³/D FXOHEUD´ GH $UWXUR 0HMtD 1LHWR TXH
aparecieron en la antología del cuento del itsmo, perteneciente a una colección de diez
volúmenes que vendió la Librería Universitaria José Trinidad Reyes en todo el país, por la
módica suma de seis lempiras.
En 1969 logré que Helga Castellanos incluyera en su antología del cuento centroamericano
publicada en idioma alemán la misma naUUDFLyQ ³/D FXOHEUD´ GH 0HMtD 1LHWR FX\RV
derechos le fueron pagados como corresponde y hecho que me agradeció en forma
afectuosa.
89
ANEXO 4
90
b) Los papeles de Arturo Martínez Galindo
El Grupo Renovación tenía corresponsales en las principales ciudades del país y en las
capitales de la naciones amigas y, según sigue diciendo el doctor León Gómez, se
publicó un órgano de divulgación que era el Semanario Renovación bajo la dirección de
Arturo Martínez Galindo, en el que figuraban como redactores Federico Peck
Fernández y Gregorio Velásquez, siendo este último sustituido por Alfredo León
Gómez, padre del autor del artículo publicado en el diario sampedrano al que hemos
hecho referencia.
En los estatutos del Grupo Renovación se incluyeron varios postulados, entre ellos el
amor a la patria sobre todas las cosas; veneración a sus símbolos como la Bandera,
Himno Nacional y Escudo; defensa de la patria a costa de la vida; estudio de los
problemas más importantes del Estado; organización de actos culturales en la
Universidad Nacional; defensa de los intereses nacionales y ayuda a las escuelas
primarias con libros, pupitres y charlas de los miembros de la institución.
El patriotismo, uno de los postulados del Grupo Renovación, llevó a Arturo Martínez
Galindo a formar parte de la Comisión de Límites de Honduras que tenía sus oficinas en
Washington en 1932 y que defendía los intereses territoriales nacionales frente a las
pretensiones de Guatemala.
91
El 4 abril de 1940 en el pueblo de Sabá, departamento de Colón, murió asesinado a
machetazos Arturo Martínez Galindo, quien residía entonces en Trujillo, víctima según
algunos escritores hondureños de una horrenda venganza política.
Ese mismo año la Editorial y Librería Signos de Ismael Zelaya publicó el libro
³6RPEUD´ GH $UWXUR 0DUWtQH] *DOLQGR FRQ ORV FXHQWRV 6RPEUD El padre Ortega,
Aurelia San Martín, El regalo de navidad, Borrachera, Desvarío, La pareja y uno más,
La tentación, La sonrisa de la fábrica, El incesto, La amenaza invisible y La Nati.
Algunos de esos cuentos habían aparecido en diarios y revistas hondureños como Ariel,
Claridad y la Revista Tegucigalpa, esta última dirigida por Alejandro Castro Díaz.
Fue Arturo Martínez Galindo un hombre cordial y amigable y así lo demuestran las
dedicatorias de sus cuentos a Alejandro Castro hijo, Servando Reina, Pío Suárez,
Edgardo Becerra, José R. Castro, Zoroastro Montes de Oca, José de la Cuadra y el
poeta peruano Enrique Peña Barrenechea.
En esos papeles que nos entregó Benaton Martínez Benatton, quien falleció el año
pasado en San Pedro Sula, encontramos las narraciones El estreno, El milagro, Una
historia cualquiera, Los recuerdos, En el tren y Bajo un árbol de Arturo Martínez
Galindo.
Algunas de esas narraciones no tenían nombre y por ello nos permitimos ponerle título,
como acontece con la narración llamada Los recuerdos.
En los papeles de Martínez Galindo figuran versos, notas escritas a máquina y recortes
de periódicos y revistas en la que colaboraba el infortunado escritor, como un poema
TXHDSDUHFHHQHOGLDULR³/DWDUGH´GH%DUUDQTXLOOD&RORPELDGHOGHQRYiembre de
1939.
92
La temprana muerte de Martínez Galindo enlutó al país y escritores como Marcos
Carías Reyes, uno de sus amigos fraternos, dejaron su testimonio de pesar en cálidas
estrofas.
El poeta Pompeyo del Valle, ahijado de Arturo Martínez Galindo, recogió tres
QDUUDFLRQHV GH QXHVWUR GHVDSDUHFLGR FRPSDWULRWD HQ HO YROXPHQ ³&XHQWRV
PHWURSROLWDQRV´TXHHGLWyOD6HFUHWDUtDGH&XOWXUD\7XULVPRHQHQHURGHHQXQD
FROHFFLyQTXHHQWUHRWURVWtWXORVKDEtDSXEOLFDGR³$QJHOLQD´GH&DUORV ) *XWLpUUH] \
³(l YDPSLUR´GH)UR\OiQ7XUFLRV
El doctor Carlos Antonio Mejía Zelaya, sobrino de Arturo Martínez Galindo, nos ha
proporcionado otros materiales literarios de su ilustre pariente que daremos a conocer
en fechas futuras.
93
ANEXO 5
Antología cuentística del Grupo Renovación
Vaqueando
En la primera planada que forma en su cresta el Cerro Brujo, el grupo de vaqueros había
desmontado para descansar un rato y componer las albardas y demás accesorios de campo.
Los caballos mostrábanse algo rendidos; estaban bañados en sudor, enlodados hasta los
ijares, ligero y ruidoso el acezar; pues las vueltas y revueltas por los distintos sitios,
sabaneando el último novillo que faltaba para la entrega del ganado, habían sido de todo el
día. Los perros jadeaban echados a la sombra de un chaparro. Eran como las cinco de la
tarde.
Y mientras ellos aflojaban las cinchas y enrollaban las sogas de cuero para amarrar de
nuevo A LA COLA, yo me hice a un lado y me puse a contemplar aquella tierra de mis
primeros recuerdos. Hacía tanto tiempo que no la veía que sentirme otra vez bajo la
influencia de sus campos era un verdadero placer.
Los pinos levantaban sus cuerpos y extendían sus brazos y entre sus hojas cordales el
viento enhebraba una vaga canción. En la montaña cercana, al pie del cerro, una quebrada
corría en fresco y alegre parloteo. De vez en cuando resonaba el rápido picotear de un
pájaro-carpintero sobre la vieja corteza de un roble.
Y desde aquella altura elocuente yo miré hacia el valle que se extendía a mis pies: el
ganado salpicaba los llanos; el Jalán y el Guayape semejaban dos largas y plateadas
serpientes arrastrándose por entre los verdes y frondosos platanares, en lento zig zag; y allá,
a lo lejos, las casitas de tierra blanquecina de la aldea de San Nicolás, aparecían como redil
de ovejas que pastara en el verdor de una sabana.
Aquella tarde era solemne. El cielo, de plomo, con unos cuantos celajes purpúreos. El sol,
una hostia roja con que estaban comulgando las montañas. Y por el inmenso espacio de
aquel cielo callado, una pareja de guaras volaba hacia el sur.
Todos los vaqueros volvieron la vista hacia la cuchilla, como reconociendo los imperiosos
bramidos.
94
²Es el padrón borroso que brama en el Portillo del Espino ²exclamó mi compadre
Leandro, antiguo conocedor de nuestro ganado en toda la comarca y fiel mayordomo de la
hacienda.
²Sí ²aseguró otro de los mozos² y puede ser que el novillo barcino se nos haya quedado
metido en el guamil donde hizo milpa Tata Jorge, cerca del Portillo.
²Y tal vez ya salió ²habló otra vez el compadre Leandro. La cosa es que ya es un poco
tarde y vamos a llegar allá a la oración; y además quién sabe si mi compadrito esté ya
cansado.
²Por mi parte no hay inconveniente ²manifesté yo. Podemos ir. No sería esta la primera
vez para mí. Yo estoy acostumbrado a estas cosas. Debe usted recordar, compadre, que
antes de irme para California a estudiar yo vivía aquí de cerro en cerro y de llano en llano
lazando vacas; y corriendo yeguas en aquellos carbonales del Pichiche y La Coyotera, ¿se
acuerda?
²¡Tiempos FUTUROS aquellos compadrito! Era usté muchacho rascado que no temía
ensartarle el mecate a cualquier animal cimarrón. ¿Se acuerda aquella vez en Sabana
Perdida cómo lazó entre dos ocotes el toro josco verijas blancas, hijo de la vaca mora
cachitos cumbos? ¡Tirito aquél más macanudo! Y es que en aquel caballo tordillo que usté
tenía no se le iba animal. ¡Tiempos FUTUROS aquellos, compadrito!
²No tanto, compadre, yo era como todos los muchachos olanchanos que se CRIAN aquí
en estos lugares ²respondí a los elogios del viejo camarada, en tono familiar y con cierta
modestia ante los demás mozos que eran nuevos sirvientes de la casa.
²Debo decir, sin embargo, que los conceptos de mi compadre Leandro en cuanto a mi
persona, tenían algo de cierto (algo) y que casualmente por aquel mi modo de ser cuando
adolescente, di a mi padre grandes dolores de cabeza siempre que salía al campo con los
mozos en tiempo de vaquería. Pero es el caso que en aquellos momentos yo no quería
reconocer mis méritos de antaño, porque si me jactaba de buen campista me podían poner a
prueba excitándome a que lazara el novillo que buscábamos; novillo que, por las pláticas
que les oí a todos ellos cuando hacían rueda por las tardes bajo la sombra del añoso higuero
del corral de la hacienda, era animal BRAGADO y bastante belicoso al sentir el peso de la
soga sobre la testuz; pues en una ocasión había desfondado un caballo y escapado de matar
al jinete. Así que yo tuviera que hablar con tanta modestia.
²¡Uh! Déjese de cosas, compadrito. Vea que sólo el Indio (señalando a uno de los mozos
que tendría unos diez y siete años) se puede comparar con lo que era usté. Este ha hecho
tiros con el mecate que nayde los hubiera creydo. Dos o tres veces se lo ha escapado de
llevar el Diablo.
²Ah, este es bárbaro² dijeron dos de los campistas casi al mismo tiempo.
²Vamos pues, que se hace tarde ²dijo uno que hasta entonces había permanecido callado,
poniendo el pie en el estribo y haciendo sonar las espuelas.
***
Cabalgábamos despacio, uno tras el otro por el estrecho camino. Yo era el único en seguir
la montada. El Indio en medio. El compadre Leandro a la cabeza.
Cabalgábamos callados. También la tarde se deslizaba callada. En los pinos el viento seguía
enhebrando la vaga canción. En la ramazón de un corpulento guapinol, una PICAPIEDRA
entonaba una triste e incesante canturria. Y al pasar cerca del árbol, vi al Indio que se alzó
en los estribos, miró de lado hacia arriba como escrutando en las ramas el tradicional
pajarillo, anunciante de funestos sucesos, dio un pujido, y exclamó en tono de superstición
aldeana:
No sé, pero quizá por una herencia lejana, de legendarias creencias, sentí al momento un
hormigueante escalofrío correrme la espalda, y no pude ausentar de la mente el recuerdo
infantil de igual pajarillo que, durante tres días antes de la muerte de mi hermano había
estado cantando constante y fastidiosamente en las ramas de un matorral en el solar de mi
casa en Juticalpa.
Habíamos llegado. El viejo Leandro detuvo el caballo en la entrada del Portillo y dijo
enseguida en voz baja:
²Allá asoma los cachos el novillo. El tiro no está fácil. Si no logramos alcanzarlo en solo
el arranque ya no hicimos nada. Alistáte, Indio, tu caballo es el más fresco de todos.
Los caballos encabritados, tascaban los frenos y se movían inquietos como alistándose para
la difícil carrera.
²¡Allá va! ¡Ligero! ¡Suelten los perros! ²dijeron sin ponerme atención.
La fiera despuntó alzando la cabeza armada de largos y puntiagudos cuernos y corriendo
con rapidez asombrosa. La tierra tembló bajo los macizos cascos de los ágiles rocines. Pero
inútil resultaron los esfuerzos de los demás. Sólo el Indio le dio alcance al salvaje animal,
pero en los momentos en que soltaba la soga se estrelló contra un ocote recibiendo el golpe
mortal que lo sacó de la bestia arrojándolo al suelo.
96
Ya nadie vio al novillo. Todos acudimos a donde estaba el Indio tendido.
Aquel cuadro era espantoso. El pobre muchacho tenía la cabeza deshecha y los ojos
brotados. Por la boca chorreaba la sangre tiñendo la grama. Nunca en mi vida había sentido
impresión tan honda. Nunca en mi vida se habían humedecido los ojos tan repentinamente.
²¿No oyó usté compadrito, aquella PICAPIEDRA que cantaba en el guapinol, a la orilla
del camino?
²Sí, compadre, y no sé por qué yo presentía esta terrible desgracia ²le respondí
consternado.
Las primeras sombras de la noche empezaron a caer y en los inmediatos pantanos las
COCOLECAS cantaban recordando al aldeano la hora de la santa oración.
La historia de un dolor
I
María del Carmen estiróse pesadamente sobre el lecho y entreabrió los ojos.
Al llamado Toribio bostezó y saltó de la cama. En efecto: la claridad entraba ya por las
hendiduras de la puerta y por las lumbreras del tejado. El canto de los gallos afuera oíase
más repetido. Un ternero, atado a un horcón del corredor, lanzaba balidos desesperados. En
la huerta una tempestad de gritos de pájaros silbaba y trinaba. De la tierra brotaba ya la
agitación de la mañana.
Allí al pie del cerro y frente al valle Toribio había alzado su casita de bahareque que ofreció
a María del Carmen el día que salieron de la iglesia en el pueblo.
La mañana estaba fresca, hermosa y brillante. El sol, todo esplendoroso, venía saliendo de
entre las serranías. La planada extendíase a lo largo: los cañaverales y los platanares de
Toribio contemplábanse allí bañados por las aguas del río que bajaba de la montaña.
Toribio hachaba en el patio. A cada golpe saltaban, las astillas de ocote. En la falda del
cerro repercutía el eco. María del Carmen, desde el corredor, con un barco de maíz en los
brazos, regábales la comida a las gallinas.
Erase una pareja humilde de los campos, recientemente unida. El, mozo de acerado
músculo y labrador incansable. Ella era una de esas flores que fecunda el sol en el vientre
97
de la tierra aldeana. Era alta, de talle ondulante; cuando venía del ojo de agua, con la tinaja
en la cabeza, todas sus formas temblaban. Sus dos trenzas, largas y gruesas, eran negras
cual las mismas noches de invierno. Morena la tez. Los ojos castaños cual los mismos
robles de la hondonada. Los labios rojos cual las mismas guayabas de la sabana. Así eran
ellos. Bajo un techo humilde, pero propio, vivían felices. Se henchían de regocijo cuando a
las primeras aguas del invierno germinaban los granos de maíz y de arroz. Nunca habían
pensado en abandonar su choza. La tierra les daría todo.
Mas, aquel día bajaron la cuesta tres hombres que venían de la costa. Siendo la casa de
Toribio la única a la orilla del camino real, llegaron a ella los pasajeros buscando comida.
Toribio no tardó en pasarlos adelante y dentro de poco todos encontrábanse tomando el
desayuno alrededor de una artesa en la cocina.
²Buena, contestó uno de los hombres. A nosotros nos fue bien, aunque ya las compañías
no pagan como antes. Al hijo del país lo tratan muy mal y hasta están trayendo negros de
otras partes para que vengan a quitarle a uno el trabajo. Pero, en fin, cuando el hombre es
hombre, se halla que hacer. A nosotros nos fue bien. ²Y en realidad parecía que les había
ido bien; pues traían sus buenas mudadas de kaki, sus especiales y unos acordeones.
II
Son las cuatro de la tarde y hay un grupo de hombres y mujeres a un lado de la línea.
Toribio y María del Carmen están entre la gente que espera la llegada del tren. Al fin, ella
lo había convencido: debían venir a la costa. No había que preocuparse por la casa y los
trabajos: el tío Juan los cuidaría como propios. Toribio, a pesar de que sentía curiosidad por
las cosas nuevas, estaba triste y pensativo. Presentía que su vida independiente de pequeño
productor en el interior de su patria se tornaría ahora en máquina de producción. Ya no
trabajaría para él sino para otros. Todos sus esfuerzos serían inútiles. El era un simple
obrero. Su preparación escasa: gracias leer y escribir. ¿Lo harían feliz todas aquellas cosas
nuevas, andar en tren, y ver vapores?
El día se iba muriendo. El sol parecía una hostia roja con que estaban comulgando las
montañas. El tren seguía arrastrándose por las paralelas.
III
El día siguiente ha sorprendido a Toribio y María del Carmen en la propia Costa. Son las
seis de la mañana y el pito ha dado la señal de empezar los trabajos. Ella se ha quedado en
casa de unos amigos mientras él ha vagado por el puerto viendo las cosas.
Ha pasado a la estación y desde allí contempla las aguas de la bahía. Está frente al mar;
frente al mar de la mañana, liso y terso, extendido cual una sábana azul. Las olas, suaves y
continuas, se deshacen con leves chasquidos sobre la playa cobriza. En los restos salientes y
tostados de un vapor hundido en las aguas meditan cuatro pelícanos con las cabezas al
pecho. En el muelle una multitud de hombres sucios, harapientos y descalzos, embarcan la
fruta del banano.
Trabajan despaciosos, callados, y en sus semblantes dibújase la tristeza infinita del dolor
galeote. A Toribio aquel cuadro le trajo la visión de una cadena futura. ¿Trabajaría él así,
por unos cuantos centavos la hora?
Alejóse de allí, y tomó un camino recto y ancho que conducía a la sección donde estaban
las oficinas principales, el comisariato y las viviendas de los empleados norteamericanos.
Ya todos estaban en movimiento. En los talleres, el ruido ensordecedor, por los repetidos
martillazos sobre el yunque. Corrían las locomotoras arrastrando toda clase de carros; unos
con bananos, otros con piedra y tierra para construcciones.
Toribio siguió la calle hasta que llegó el último barrio del país. Los brillantes colores de las
habitaciones, las flores del parquecito con una fuente en el centro trajeron admiración a los
ojos de Toribio y un algo de alegría. Qué cosas tan bonitas! ²pensó². De pronto, sin
embargo, sintió una honda reacción: todo aquello era ajeno, no era de su patria. Era ajena
hasta la tierra sobre la cual sentábanse las casas por más que la geografía que él aprendió en
tercer grado dijese lo contrario.
El sol aproximábase al cenit. Ya del suelo brotaba el calor sofocante de la costa. El mar
agitábase meciendo los barcos de vela anclados en la bahía, y estallando furioso sus olas en
la playa. Toribio volvióse atrás, después de haber visto casi todo lo del puerto y fue a
juntarse con su mujer en el barrio obrero.
IV
La noche es pesada y tibia. La atmósfera está saturada del vaho que exhalan la brea de
durmientes amontonados y el aceite de máquina. Descansa todo el puerto. En la bahía una
99
multitud de lucecitas de barcos anclados. En el cielo una que otra estrella parpadea. La luna
escóndese tras de una nube negra como apartándose de toda contemplación dolorosa en los
escenarios de la tierra. En los corredores del Comisariato hay dos hombres que agitan
pañuelos en tomo suyo: espantan zancudos. Son los watchmen de la compañía. Son los
hombres que velan desde las seis de la tarde hasta las seis de la mañana para que los amos
del Norte duerman tranquilos.
²Hombre, yo estoy arrepentido de haberme venido del interior, exclamó Toribio, que
hasta entonces el único trabajo que había conseguido era el nocturno. Esta compañía le saca
a uno el jugo y después lo tira como cáscara molida, seguía hablándole a su compañero.
²En realidad, dijo el otro. Yo hace tres años que trabajo con estos gringos y cada día me
va más mal. Vine con mi mujer, y en esta costa maldita, en el hospital de la compañía
murió. ²Aquí se detuvo el que hablaba y vióse en él un gesto de profundo dolor.
Ambos se habían quedado en silencio. Indudablemente ellos eran esclavos de los trusts que
explotaban las tierras tropicales. En aquellos momentos oyóse en la bahía una descarga de
rifles. Eran los marinos norteamericanos en sus maniobras militares que demostraban su
poderío a pueblos indefensos. El crucero había venido para proteger, en caso de revolución,
los intereses yanquis. Hacía algún tiempo que estaba allí, y todos los días por la mañana los
marinos desembarcaban, y en un campo especial hacían sus ejercicios militares; después
cruzaban por las calles del puerto arrastrando cañones y tendiendo al aire su pendón de
barras y estrellas. Por las noches tiraban, guiados por una corneta que lanzaba sus señales a
los vientos tropicales. Toribio y su compañero cada noche que los oían, sentían ese dolor
colérico que sólo se siente cuando la cadena de la esclavitud empieza a llagar las carnes de
los hombres. En su propia tierra y ser siervos de extranjeros parecía increíble. Sin embargo,
esto era la verdad.
Las horas pasaron. El aire, antes tibio, tornóse ahora en fresco y agradable. Vino el
crepúsculo y brotó luego el disco rojo del sol. Sonó el pito anunciando el comienzo de un
nuevo día de trabajo. Terminó la tarea nocturna y los watchmen soñolientos y pálidos por la
sangre que les chupaban los zancudos en los ratos de descuido, se dirigieron al caserío
obrero.
Al llegar Toribio aquella mañana al cuartucho viejo de madera por el cual pagaba un
alquiler fabuloso a la compañía, lo primero que hizo fue levantar a su pequeño del suelo,
cundirlo de besos y sentarse con él en un cajón. Estaba el nene, como de costumbre,
desnudo. Sobre sus tiernas carnes se habían posado libremente los zancudos, dejándole un
sinnúmero de ronchas.
100
Terminada la comida él se echó sobre el catre a dormir. Ella sentóse enfrente con el niño en
el regazo.
Así vivían ahora. Hacía dos años que estaban en la Costa y nada habían podido hacer. Todo
había sido un espejismo; todo una ilusión. Su situación, en vez de mejorar, se empeoraba.
El clima aniquilador de las energías humanas estaba destrozándolos. La compañía no
pagaba buenos salarios para poder llevar una vida decente. Las casas que daban a sus
operarios eran estrechas y sucias. Las doce horas de trabajo nocturno todos los días estaban
matando a Toribio. Ya no era él el hombre de acerado músculo como cuando respiraba el
aire de los pinares y los robledales. En María del Carmen los zancudos habían traído la
palidez mortal, y sentíase ya con los síntomas del paludismo.
VI
Y hubo un día en que el dolor entró más de lleno en aquellas dos almas víctimas de un
orden social abominable. Una mañana, al regresar Toribio de su trabajo, encontró a María
del Carmen tirada sobre el catre dando gritos desesperados y con la criatura muerta en los
brazos; el veneno de los zancudos había hecho su efecto. Tembló ante aquel cuadro que le
desgarraba las entrañas. ¡Su hijo! ¡Su única esperanza! Dos gotas gruesas rodaron por sus
mejillas, María del Carmen lanzóse en sus brazos, dejando el cuerpecillo inerte en el catre.
²No es Dios quien te lo ha quitado, exclamó Toribio. Son estos bandidos que acumulan
capitales a costa de sangre humana. Si nos pagaran lo suficiente, tendríamos para comprar
mosquiteros y taparnos de los zancudos; tendríamos para comer algo más que guineos
sancochados. Los hijos de los jefes americanos no se mueren porque están bien comidos y
cuidados.
VII
Han pasado seis meses. La situación sigue peor. Siguen el camino de espinas. Es ahora en
una sala de enfermos en el hospital de la compañía. María del Carmen yace postrada en una
de las camas. Su cabellera alborotada tiñe la almohada de negro. Los ojos húndense
profundos en sus órbitas: de castaño claros se han tornado en amarillentos tristes. En los
labios apenas percíbese el color de rosa desteñido. En todo su rostro se dibuja la muerte
venidera. Ya sus carnes no llevan más que la dureza de los huesos.
Toribio está a su lado. Mírala con impaciencia. Presiente que la mitad de su vida se le va
para ya no volver. ¡Lo dejará solo en el mundo! Los médicos de la compañía no se
preocuparán por salvarla: la vida de un nativo no vale ni una dosis de quinina.
Ella, con los ojos húmedos por las aguas que brotan de la fuentes eternas del dolor, lo mira
y balbuceó así:
101
²Toribio ²y aquí hizo un esfuerzo notable en los labios al echar las palabras² vos debés
irte de aquí de la costa cuando yo muera. Debés irte para la casa a trabajar en la tierra.
Quiso consolarla, y tomóle las manos entre las de él. Debía alentarla por más que su
cerebro fuera teatro de terribles pensamientos.
Pronto entró una enfermera a la sala avisando a los visitantes que ya era hora de salir.
Toribio fue el último en abandonar su enferma.
²Bueno, mañana vengo a ver qué tal seguís, le dijo haciéndose el fuerte y tratando de
desvanecer su pesimismo.
Ella siguióle con la mirada de muerte como dándole el adiós para siempre. El salió
taciturno con los ojos en el suelo y tras él la enfermera que había esperado impaciente.
VIII
En pos del hijo tomó la madre el camino de la muerte. Y Toribio ha vuelto a su trabajo de
watchman. Tres días de sufrimientos indescriptibles. Tres días de amarguras
incomparables. Tres días sin un solo segundo de sueño. Está casi aniquilado. Acércase a la
pared del edificio y cede a la tentación de la carne: se duerme.
Pero alguien lo vio, y al siguiente día quedó destituido de su empleo. Hubo súplicas, pero
no valieron: el señor superintendente manifestó que la compañía no tenía empleados para
que fueran a dormir a sus puestos.
IX
Toribio bajaba la cuesta. Al pie del cerro y frente al valle destacóse el rojizo tejado de la
casa. Pero la casa sola, como cadáver sin alma. A lo largo, la planada; pero faltó el verde
claro de los cañaverales y el verde oscuro de los platanares.
Todo estaba desolado y triste. El tío Juan, muerto hacía un año. Las paredes de la casa
veníanse abajo. De la huerta sólo quedaron unos cuantos naranjos y un ciprés que se
levantaba como testigo silencioso de épocas felices.
¿Para qué trabajar ahora? ¿Para quién, cuando María del Carmen yacía en polvo? Alejóse
un poco de la casa y subió por entre los pinos al peñasco encima del abismo.
Todo estaba callado. Tras la serranía escondíase el sol. Sólo susurraciones de árboles. Sólo
el canto monótono de una picapiedra en el matorral vecino presagiaba el siniestro suceso.
Cayó la noche y con ella Toribio en el abismo. Todo tembló. Estremeciéronse los pinos y se
inclinaron venerables. Y en las faldas de los cerros, aullaron tenebrosos los coyotes...
La Zíngara
La juventud viciosa y elegante se daba cita, noche a noche, en el antro del señor Connor,
donde resonaban hasta el amanecer los múltiples ruidos del jazz-band, con estridencias de
tambores, címbalos y claxons o gemían los violines histéricos de los tziganes,
alternativamente, mientras la atmósfera se saturaba de violento perfume femenino
mezclado a un raro aroma de salvajes orquídeas que abrían sus corolas bajo la iridiscencia
de las arañas multicolores.
Mr. Connor era el más amanerado y culto maitre de la capital, un sabio en cuestiones
culinarias y alcohólicas. Los habituales de su cabaret afirmaban que aquel originalísimo
nombre que fulguraba ora rojo o azul en la fachada del edificio, lo había escogido el dueño
por su semejanza física con un gato flaco. En efecto, Mr. Connor era alto, seco, ágil. La
palidez invariable de su rostro denotaba al hombre trasnochador y disoluto; sus ojos eran
azules y estriados, magníficos conocedores de los bajos fondos del alma humana y de las
escorias sociales; avezados a descifrar el misterio divino y fatal que duerme en la disuelta
pedrería de los licores paradisíacos. Pero Mr. Connor no había pensado en aquella
semejanza que le atribuían sus clientes con el felino, para bautizar así su cabaret. Encontró
el nombre al azar, sin rebuscamiento y lo creía una verdadera originalidad. A ratos,
mientras veía, como en caleidoscopio mágico pasar ante sus ojos, escenas de vicio, de dolor
y de pecado recordaba haber leído ya en alguna parte aquel nombre célebre en toda la
metrópoli...
¡El Gato Flaco!... ¡El Gato Flaco!... ¿Dónde había encontrado esas palabras? El jazz-band
atronaba con su estridencia de sonidos y gritos; escuchábase el tintineo de las copas; risas,
voces confusas, estallido de corchos... ¡Ah, ya recordaba! Ambulando por los escaparates
una vez leyó en el dorso de un pequeño volumen en rústica: France... El Gato Flaco. Por
un capricho británico había bautizado así, cómicamente, el gran centro de placer que
inauguró a los pocos días en una de las más congestionadas arterias de la urbe, y una noche,
con sorpresa y admiración del público elegante, en la avenida láctea apareció un soberbio
felino, ora azul o rojo, excepto los ojos que eran dos chispas verdes, fatídicamente fijas e
inverosímiles.
El Gato Flaco fue el lugar de cita de la sociedad más chic, más fashionable, más refinada
de la capital. Ofrecía Mr. Connor su amplio hall en que podían entregarse cómodamente a
las delicias del baile más de cien parejas; su cantina repleta de exquisitos licores; un
escandaloso derroche de luces que semejaban fantástica decoración de un aduar oriental;
sus reservados, discretos y coquetones; sus nepentes que producían ensueños color de rosa
103
mientras transcurrían lentas y graves las horas de la alta noche y las estrellas se iban
extinguiendo en el cielo.
Algo había en el Gato Flaco que poseía el sortilegio encantador de los paraísos del mal; la
inusitada violencia de los perfumes exóticos que invadían el ambiente y la tentación
diabólica del ajenjo y la cocaína. Era Magda La Zíngara, mujer serpiente, mujer imán,
mujer abismo; un gran signo de interrogación trágico y rojo, en la vida de los habituales
elegantes del cabaret de Mr. Connor.
Magda era un poema de carne morena, alta, flébil, ágil y diabólica. En sus pupilas dormían
los más codiciados nirvanas y su mirada embriagaba como el champaña, daba la
somnolencia de la cocaína, producía un envenenamiento en la voluntad y en la sangre
semejante al de una flor rara y misteriosa. Ante los ojos trasnochadores del que llegaba al
Gato Flaco aparecía de súbito La Zíngara y se gravaba en su imaginación de un modo
cruel, obsesionante, con sus perfiles imborrables de odalisca, de mujer enigmática,
invencible, fatal.
II
Magda era una cruel dominadora de la vida. Sus triunfos constantes la habían hecho cínica
y dura cuando la garra de la fatalidad hería a uno de sus mil admiradores. El destino, perro
servil, se mostraba bien sumiso con ella. Pasaba sus noches en el Gato Flaco envenenando
voluntades y extrayendo del placer las más raras sensaciones. Subyugaba la ruleta con sus
pupilas negras agrandadas por inverosímiles ojeras y su mano fina y diminuta iba
amontonando greenbacks, mientras los croupiers nerviosos ante los golpes sorprendentes
de aquella mujer, cantaban las cifras inagotables. En las mesas se brindaba por ella. Desde
los magistrados de venerable fachada, hasta los fifíes prematuramente enfermos, le rendían
homenaje. Cabezas blancas, cabezas negras y brillantes se inclinaban a su paso y mientras
sus ojos diabólicos dibujaban parábolas luminosas y extrañas en el espacio, rimando con el
rouge violento de sus labios en forma de corazón, en su oído deslizaba su frase caldeada de
deseos un vicioso casi adolescente o refulgía, ofreciéndose, una gran piedra roja, azul,
láctea... rubí, zafiro, ópalo, diamante, en la mano experimentada del potentado judío.
Magda La Zíngara no conocía el amor. No había sabido de sus ansias, de sus desvelos, de
sus fiebres. Era una amazona del destino. Lo retaba con su risa vibradora como un grito de
cristal. Lo tentaba a herirla en la ruleta, en su belleza, en sus caprichos. La mano oculta no
tocaba su cabellera negra como un ala del misterio. La vida y la suerte se le mostraban
esclavas sumisas. Todo lo tenía. Le bastaba expresar su deseo para satisfacerlo. Había
aprisionado palpitantes los tentáculos enormes de su karma.
III
Noche de gran fiesta en el Gato Flaco. En la avenida láctea, el soberbio felino arqueado,
ora rojo vivo, ora azul, con sus verdes pupilas llameantes e inverosímiles, era una
imperativa llamada al placer. Una tromba de automóviles corría hacia el cabaret de Mr.
Connor. El vestíbulo, el hermoso hall, la terraza, los salones, los pasillos, veíanse ocupados
por una muchedumbre heterogénea y bulliciosa. Cuellos níveos de mujer, pecheras albas,
regio porte de damas encopetadas, muñequitas de boudoir, incitantes, provocativas con el
pelo a la bob y un violento rouge en los labios; genuflexiones donjuanescas; bellos
brummeles; potentados judíos, frívolos galanes en bancarrota. La élite social más
perfumada del mundo metropolitano se apretaba desordenadamente bajo las luces
multicolores mientras el jazz-band rugía, gritaba desesperado en rag-time y las orquídeas
desmayábanse en la terraza acariciadas por el claro lunar.
Una exclamación unánime hizo vibrar el cristal de puertas y ventanas... ¡La Zíngara! ... ¡La
Zíngara! En la terraza amplia, iluminada por los rayos de una luna amarilla, acuchillada por
el frío del amanecer, Magda danzaba ante los ojos de mil espectadores envuelta en un traje
fantástico.
Gemía en los violines una música extraña, misteriosa, oriental. El cuerpo magnífico de la
danzarina erguíase soberbio y vibrante o era presa de violentas sacudidas. Sabia, muy
sabiamente, Magda ejecutaba la danza. Era la gran Sacerdotisa de Siva; la bayadera
sagrada, la Hija del Tetrarca, dominadora y cruel. Todo el Oriente revivía en su torso
elegante, en sus piernas, en los pies alados, en el cuello arqueado, en los ojos oscuros,
enigmáticos, en las manos elocuentes que cumplían con el rito misterioso.
105
Las luces del alba empezaban a iluminar las cúpulas de los templos. Soplaba suavemente
un viento heladísimo. La danza se extinguía con melancólica cadencia. En el cordaje tenso
de los violines parecía quejarse un alma agonizante. El alto y esbelto cuerpo languidecía...
sus miembros volvíanse menos elásticos... desaparecieron los movimientos bruscos y
cuando la última nota expiró, la Bayadera dejóse caer desmayada en la rica alfombra de
Damasco.
Era casi de día. El gran público sibarita se retiraba. Las limosinas iniciaban sigilosamente
su marcha sobre el asfalto de la avenida. Hacía un frío intensísimo y los habitúes del Gato
Flaco lo abandonaban con un presentimiento agudo, como un sarcástico signo de muerte.
IV
Una lámpara alumbraba apenas el triste cuadro. En el lecho, una mujer descamada, entre
hipos de agonía, con voz enronquecida, dura y seca y un anhelar fatigoso en el pecho
recibía los sacramentos. Una tuberculosis fulminante la arrastraba hacia la fosa. En el rostro
flacio, en los pómulos salientes, en los labios descoloridos, no había ningún rastro de
juventud. Sólo los ojos brillaban sombríos, con arcano fulgor.
²Magda... la Zíngara...
Y las pupilas llenas de fiebre quedaron fijas, inverosímiles, hasta apagarse en el misterio.
La Walkyria
En el corazón de Honduras, situada en un pintoresco valle de horizonte limitado por las
agudas crestas del ramal andino, encontrábase la grandiosa hacienda La Mansión, cuyo
dueño era el rico terrateniente don Prudencio González, arquetipo de una casta adornada
con las antiguas virtudes masculinas del amor al trabajo, la probidad, el respeto al nombre y
la propiedad ajenos; y la fortaleza de ánimo y de cuerpo. Como en las lejanas épocas de la
pJORJD³HOSDWUyQ´HUDXQKRPEUHPiVYLHMRTXHMRYHQOXHQJDEDUEDGHSODWDDQFKRWyUD[
piernas firmísimas, robusta fibra muscular y voz muy llena. Sabía ser generoso a la usanza
de los varones fuertes y sencillos. Amábanle las gentes de la dehesa, porque jamás usó
malos tratos ni tacañería al pagar sus realeos. Sus vecinos le respetaban y en más de una
ocasión fueron en demanda de sus prudentes consejos. Cuando joven, bien pudo haber sido
uno de los pastores que desfilan cantando villancicos en la literatura del Padre Reyes. Viejo
y lleno de experiencia sana, era el patriarca de la numerosa grey que cobijaba su existencia
bajo los aleros de La Mansión, escudándose del hambre producida por las malas cosechas,
en la magnificencia del terrateniente; y de las asechanzas del Maligno que ronda por los
campos, mediante las pequeñas cruces renegridas por el calor y las lluvias, que remataban
106
el caserón de don Prudencio y las humildes champas de suyate que diseminadas en derredor
de aquél, ofrecían semejanza con una apacible ciudad de nacimiento pascual.
Aún brillaba hacia el Oriente, como enorme diamante, el lucero de la mañana, cuando ya la
hacienda despertaba con el mugir vigoroso de los toros y la confusa algarabía de las aves de
corral. Un pequeño mundo de peones y mujeres se dedicaba a múltiples faenas, hasta que
todo volvía a quedar en silencio y sólo los perros taladraban el espacio con sus voces de
alerta.
Inmediatos a la casa encontrábanse los espaciosos corrales de ordeño; las caballerizas y las
pocilgas. Gran número de árboles frutales que periódicamente exhibían la apetitosa
madurez de sus frutos y algunas enredaderas, daban sombra al patio, convirtiéndolo en
lugar fresco para reposar en las horas de bochorno. La hacienda estaba muy bien situada y
el panorama completo del valle era sencillamente encantador.
En una tarde magnífica de sol, La Mansión ofrecía un aspecto extraordinario. Los peones
daban muestras de actividad febril. Una tropa de mozos se ocupaba de amontonar contra las
paredes los aperos de labranza. Hombres y mujeres se interrogaban acaloradamente. Oíase
a los capataces dar fuertes gritos. Los grandes rebaños de ovejas, las partidas de cerdos y
las recuas, eran encerradas en potreros cercanos a la casa. Las voces y agudos silbidos de
los arrieros se confundían en el eco con el ladrar furioso de la jauría, auxiliar indispensable.
Diseminados en el pintoresco llano, internándose en las húmedas praderas y en los
robledales vestidos de pastes, innumerables jinetes lanzaban sus cabalgaduras tras la
novillada. De cuando en cuando, desde el oscuro apiñamiento de árboles, subía hacia el
cielo ingrávido el prolongado y ronco alarido de un cuerno montañés. Ocupadas en los
quehaceres domésticos, las mujeres trajinaban dentro de las cocinas hospitalarias, cuyas
paredes se veían cubiertas de rústicos cacharros: guacales y cumbos, ollas trigueñas
olorosas a barro mojado, hermosísimos jarros llenos hasta la oreja de agua prístina.
Acercándose a las viejas maritornes y a las mozuelas inquietantes, plenas de savia y duras
de carnes, que se inclinaban sobre los fogones enjalbegados de tierra blanca, se podía oír
que rezaban. Un peligro invisible, pero cierto; una tremenda amenaza dirigida contra la
hacienda, angustiaba los semblantes tostados por el sol.
Una semana antes había llegado a uña de caballo, desde el lindero del valle, uno de los
vaqueros de La Mansión, portador de un alarmante mensaje. Con voz entrecortada por la
HPRFLyQ\ODIDWLJDH[FODPy³¡La cuadrilla que ha venido robando en la Sierra se dirige
hacia acá. Oí decir que llegarán dispuestos a recoger todo el ganado para herrarlo y
venderlo en la feria de Concepción. Debemos alistamos porque son muFKRV´(VWDQRWLFLD
cayó sobre el ruidoso enjambre de la hacienda, como rayo en el ocotal. Se trataba de una
partida de forajidos sin Dios y sin ley, armados hasta los dientes y cuyo lucrativo oficio era
el abigeato. La formaban hombres sanguinarios e inmisericordes; reos prófugos
sentenciados por cuatro o cinco asesinatos; indios semibárbaros oriundos de cualquier
miserable aldea perdida en medio de las cañadas. Al principio eran unos pocos malhechores
los que robaban el ganado en los potreros menos vigilados, conducíanlo a lejanos parajes,
donde lo herraban y después iban a negociarlo en las ciudades más inmediatas. Este trabajo
les produjo pingües resultados con escaso peligro. Entre la gente civilizada no faltó quien
entrase de lleno en la combinación y así, mediante la influencia que dichas personas
107
letradas tenían en los juzgados, los ladrones libráronse del rigor legal. Poco a poco la banda
se fue organizando hasta hacerse temible y el abigeato adquirió serios caracteres. Estas
cuadrillas son frecuentes en nuestras montañas y llanuras; y sucede muchas veces, que por
negligencia o por las distancias, se sustraen a la acción de la autoridad, motivo que obliga a
los pequeños hacendados y a los ricos terratenientes a defenderse de sus acometidas por su
cuenta y riesgo.
II
Había algo que don Prudencio González, el noble y austero Patriarca, quería más
entrañablemente que su gran Mansión, orillada de pinares y robles; más que sus rebaños
aseados y fecundos; más que su misma persona campechana y fuerte; más que sus caros
afectos y sus dulces recuerdos. Aquello que el hacendado adoraba con mayor fidelidad y
constancia que a las niñas de sus ojos, era Consuelo, su hija única, ¡y vaya que le sobraba
razón al Patriarca para querer así el fruto maravilloso de sus desgraciados amores!
Muchos años antes, tantos que los actores de la escena, de jóvenes vigorosos eran ya
hombres encanecidos, La Mansión parecía un enjambre de abejas locas: risas, cantos,
puntear jubilosos de guitarras y bandurrias, música de acordeones, estallido de cohetes y
gritos, se oían por todas partes en la hacienda. Entre nubes de polvo llegó una tropa de
jinetes desde el vecino pueblo. Don Prudencio, con todo el brío de la mocedad, sostuvo el
estribo a la mujer que tomara por esposa, pocos momentos antes, en el humilde templo
provinciano, mientras las campanas echaban al vuelo su algarabía de plata. Y ella penetró
triunfante en la estancia, en medio de un abigarrado cortejo, sobre alfombras de verde pino.
Los mozos y las mujeres de la hacienda se comían con los ojos a la recién llegada.
¡Encantadora la patrona, con sus pupilas claras como pozos de la sierra y aquella su franca
sonrisa!
Después... después llegó la tragedia: en pañales, apenas nacida, una niña lloraba; la noche
vino, llena de misterio; henchida de pavor y la lumbre de las estrellas besó los brazos
misericordiosos de una cruz.
Don Prudencio puso en su hija todo el cariño de que había sido dueña la difunta esposa y
Consuelo creció magnífica de lozanía y fragancia; alimentada con leche caliente que todas
las mañanas se ordeñaba en una jícara blanca especialmente suya; y nutrida con el oxígeno
de las praderas de esmeralda, hasta hacerse mujer. Raras veces iba a la ciudad,
permaneciendo constantemente al lado de su padre. Si éste era el jefe para las gentes de la
dehesa, Consuelo fue siempre la alegría, la imagen viva de la primavera. Los vaqueros, las
mujeres y los labriegos sentían por ella algo más que respeto y cariño. En sus sueños
confusos y en sus plegarias oscuras quizás el rostro de la hija del Patriarca apareciese entre
nimbos celestiales.
¡Y qué mujer la Consuelito! Verla plena de vida, trascendiendo a vergel florido mojado de
rocío, erguir su alta figura en los patios inundados de sol, era vivir un poema. Morena cual
la Sulamita del cantar y vibrante como un estremecimiento de la fronda. Henchida de las
armonías ocultas que se desgranan en el prístino arroyo. Esbelta y musical. Cuando
ordenaba el sabroso yantar, en la intimidad hogareña, ofrecía ardores y languideces de
108
criolla. Era digna de ser una gran princesa inca ante la cual humillara su frente el noble
Atahualpa y la llevase, gloriosa y triunfal, entre la fanfarria de sus atabales y sus chirimías,
con el dorado séquito que iba hacia Cajamarca bajo el abanico del sol. Digna de lucir su
belleza junto a las pirámides aztecas de la serpiente y el nopal y de envolver sus turgencias
morenas en los vistosos zarapes. Toda la noche embrujada de la sierra, con sus plenilunios
mágicos y sus cantares tiernos; con sus gritos, hondos y sus leves suspiros, vivía en sus
pupilas. Y su cuerpo admirable quizá fuera dado compararlo con el ánfora de barro,
trigueño como su piel besada por el sol; aquella ánfora de líneas tan perfectas, de curvas tan
armoniosas, amasada en la arcilla de la montaña por cualquier mano milagrosa de un indio
soñador y triste.
Apasionada por la vida del campo en todos sus detalles, Consuelo amaba mucho sus
blancas ovejas, sus potentes novillos, sus flores policromas; pero sobre todos estos cariños,
sobre todos los cariños de su vida, excepto el de su padre, estaba el que profesó siempre a
³/XFHUR´XQVREHUELRSRWURUHWLQWRTXHUHOLQFKDEDGHJR]RFXDQGRODPDQRILQDGHODKLMD
del Patriarca acariciaba la sedosa crin. Aún no oreada la fresca brisa matinal ceñíase la
joven su vestido de amazona, ensillaba esmeradamente el brioso corcel y salía como visión
furtiva por el sendero que se desperezaba, ondulando entre la grama. Alejábase en medio de
los arbustos excitando a la bestia con sus gritos, con el latiguillo, con las espuelas. Flotando
sobre la espalda la caballera undívaga, luminosos los ojos, libre el rendaje, entreabiertos y
voraces los labios, trotaba incesantemente por la llanura y los bosques. Semejaba una
silueta fantástica. Viéndola así, erguida en el fogoso potro, recordábase a las bellas
amazonas que vuelan en indómitos corceles llevándose a la grupa a los guerreros caídos en
la sangrienta lid. Venían a la memoria los versos del excelso poeta:
³6RPRVODV:DON\ULDVGHEHOODVILJXUDV
que listas tenemos las cabalgaduras
y las nobles armas, para ir por desiertos,
OOHYDQGRDODJUXSDORVJXHUUHURVPXHUWRV´
³$YHFHVVROWDPRVODVVHGRVDVEULGDV
por ver que las caudas vuelen extendidas,
las caudas hirsutas de nuestros corceles
que saltan, nerviosos, como los lebUHOHV´
III
Los forajidos buscaron el refugio más seguro que podrían haber encontrado en toda la
6LHUUD³(O3HxyQGHO'LDEOR´1LORVDOGHDQRVGHWHPHUDULRYDORUVHDFHUFDEDQMDPiVSRUVX
buena voluntad a dicho lugar. Muchos eran hombres capaces de apuntar tranquilamente la
chacha a pocos pasos de un tigre, pero ninguno se llegaba de agrado hasta aquella
escarpadura sobre la cual la fantasía campesina inventó leyendas espeluznantes. El tal
peñón era un antro maldito porque servía de guarida al Demonio. Se contaban de él cosas
terribles. Y se oían extraños ruidos; voces cavernosas, agudos silbidos, estrépito semejante
DO GH XQD OHJLyQ GH EUXMDV HQ DTXHODUUH 6L QR YHQtD HO ³0DOLJQR´ ORV GXHQGHV VH
apoderaban de la roca y de la gran abertura para hacer rondas macabras a la luz de la luna.
Y los perros aullaban siniestramente durante la noche, viendo escalofriantes apariciones.
109
Nadie hablaba del peñón sin antes santiguarse y si algún novillo o algún potro se acercaban
al lugar maldito, no se les volvía a ver.
(QUHDOLGDG³(O3HxyQGHO'LDEOR´QRPHUHFtDWDQIDWtGLFDVXHUWH/DIpUWLOOODQXUDGH/D
Mansión se extendía hasta unas cuatro leguas sobre el horizonte. Rodeábanla hacia el Sur
inmensas praderas a trechos pantanosas, alfombradas de margaritones; allí daban principio
los bosques de pinos y de robles; yendo por el Norte, en línea recta de la casa de don
Prudencio, el valle estaba flanqueado por una especie de montañuela cubierta de vegetación
frondosa, hasta que andando un kilómetro se encontraban grandes peñascos vestidos de
musgos húmedos y caprichosas enredaderas colgando de los ramajes; el sendero se volvía
trabajoso, pues estaba erizado de guijarros puntiagudos. El peñón era una enorme roca
cortada a pico, perpendicularmente, hasta una profundidad espeluznante. La tierra se había
abierto y por el soberbio desgarrón se lanzaba bramando un torrente impetuoso; abajo, las
aguas formaban magníficos encajes de espuma. El angosto cañón se abría sobre larga
distancia y por él seguía su curso el río, haciendo pozas glaucas y profundas. Una
vegetación lujuriosa crecía al pie de la cascada: palmeras silvestres, helechos, musgos y
gran variedad de orquídeas. El sol apenas lograba introducir sus rayos en aquel laberíntico
paraje y la tierra se conservaba siempre húmeda y fresca.
Allí establecieron su cuartel los ladrones de ganado. Pronto se notó que faltaban dos
hermosos novillos y cuatro terneras marcadas con las letras P. G. Unos vaqueros, mientras
VDEDQHDEDQ DOFDQ]DURQ D YHU GRV LQGLYLGXRV ³PDO HQFDUDGRV´ TXe se ocultaron
precipitadamente. Entonces el Patriarca encerró sus rebaños en los potreros inmediatos a la
casa y no en vano preparóse para un combate formal, pues la acometida no se hizo esperar
mucho tiempo.
Una noche, cuando la luna estaba en la mitad de su carrera, quien se hubiese acercado al
³3HxyQGHO'LDEOR´KDEUtDYLVWRXQHVSHFWiFXORVLQJXODU'HODVQHJUDVJULHWDVGLVLPXODGDV
por los helechos surgían los forajidos. Arriba esperaban, atadas, las cabalgaduras. Listos ya
para partir, un chane se puso a la cabeza. Silenciosamente desfiló la pandilla junto a los
troncos retorcidos de los árboles. No se oía una voz. El golpe seco de los cascos sobre los
guijarros tenía repercusiones extrañas. Cortejo de sombras macabras parecían los bandidos,
cruzando el robledal.
El valle dormido y quieto ofrecía un panorama bellísimo para otros hombres que no fueran
aquellos temibles salteadores. Leves estremecimientos agitaban los arbustos; a veces, un
vuelo sofocado turbaba el silencio con vago rumor de alas y por toda la llanura repercutía
estridente y claro el grito de los alcaravanes. Al salir de la arboleda echaron pie a tierra y
como reptiles avanzaron sobre la casa. Aparentemente, los de la hacienda dormían
tranquilos. Los bandidos se acercaron confiados; de pronto, un ladrido poderoso y urgente
taladró la calma nocturna; luego otro y otro hasta formarse un coro ensordecedor...
¡Maldición, estamos descubiertos... hay que acabar con ellos!, rugió el jefe lanzándose
adelante, pistola en mano. Un minuto más y el valle se iluminaba con el lívido relámpago
de los fogonazos.
Pero los salteadores eran más y ganaron terreno. Ya se veían muchos hombres tendidos
junto a las trancas y en el corredor. Gemidos angustiosos y estertores ahogados partían de
todos los rincones. El fuego de los vaqueros se hizo menos nutrido. Casi todos yacían sobre
grandes charcos de sangre, con las vísceras fuera. Los pocos sobrevivientes replegáronse
dentro del edificio y continuaron tirando. Consuelo peleaba como un hombre; su belleza
magnífica y dominadora se engrandecía con el resplandor de la tragedia. Llegaron los
bandidos hasta la puerta y fueron rechazados con penoso esfuerzo. Entonces le prendieron
fuego al valle. Una llamarada inmensa se alzó hacia el cielo impávido y pronto ardió la
maleza; las llamas crepitantes besaron la madera del edificio y la mansión de don Prudencio
principió a quemarse. El Patriarca se abrió paso entre la infernal baraúnda, gritando. ¡Huye,
&RQVXHOR« KX\H SRU 'LRV 7RPD HO ³/XFHUR¶ \ HVFiSDWH HVWDPRV SHUGLGRV £1XQFD
padre, si no vienes conmigo!
Herido en la frente, se abatió la grandiosa silueta del Patriarca. Consuelo había salido bajo
XQ DJXDFHUR GH EDODV \ WRPDQGR SRU OD EULGD DO ³/XFHUR´ OR WUDMR MXQWR DO FDGiYHU GH VX
padre. Cruzó sobre la silla el cuerpo inanimado y sujetando el rendaje con mano firme
lanzó la cabalgadura por el sendero rojo de sangre y de fuego.
²¡A caballo« doscientos pesos a quien la alcance!... gritó el jefe, y la turba siguió,
frenética, las huellas del ligero corcel.
La carrera fue loca, desesperada, fantástica. Abiertas en un esfuerzo máximo las pujantes
extremidades, los ijares sangrientos, tirada hacia adelante la noble cabeza, la crin
GHVPDGHMDGD\EUDYtDHPSDSDGRGHVXGRU\HVSXPDiJLOLPSHWXRVR³/XFHUR´FUX]DEDOD
lívida llanura. Firme en la silla, duros los pies en los estribos, ondeando al viento la
cabellera magnífica, brillantes los ojos y trémulos los labios, iba la amazona. Detrás, la
tromba de hombres y corceles en apretada hueste, fieros, sanguinarios y violentos.
El incendio del bosque era colosal. Consuelo corría hacia el Norte. Oíase el rugido
IRUPLGDEOH GH OD WRUUHQWHUD ³/XFHUR´ VDOWDED HQIXUHFLGR VXV FDVFRV JROSHDEDQ
frenéticamente los guijarros provocando súbito relampagueo. A la claridad lunar brilló de
SURQWR³(O3HxyQGHO'LDEOR´'LRHOSRWURXQHnérgico resoplido en tanto que la crin bravía
se erizaba; un HVWUHPHFLPLHQWR KL]R WHPEODU DO ³/XFHUR´ UHFRJLyVH £\ VDOWy &RQVXHOR
cerró los ojos. Abajo, las aguas mugían iracundas...
Los bandidos oyeron largo rato el trotar desesperado, hasta que lució un alba roja sobre el
valle de la muerte.
&&
111
No se volvió a decir nada de Consuelo. Se hundió en la noche.
¿Qué nimbos contemplarán sus ojos color obsidiana? ¿Cuántos bellos guerreros muertos ha
conducido a la grupa de su potro veloz, bajo el manto de su cabellera bruna?
¡Nadie lo sabe! Cuentan voces medrosas que en las noches claras y apacibles se escucha el
trotar frenético de una cabalgadura. ¡La carrera es loca, desesperada, sangrienta; y una
visión fantástica cruza por los árboles sombríos, bajo el jeroglífico plateado de las
constelaciones!
La bandera
Los revolucionarios, en numerosos y abigarrados grupos estaban llegando a Suyapa.
Habían vencido largas jornadas bajo el ardiente sol de estío; venían de muy lejos salvando
montañas abruptas, ásperos breñales y ríos impetuosos. Cinco veces, las tropas del gobierno
pretendieron detenerlos; derrotas y victorias estaban escritas en las cicatrices de aquellos
hombres morenos, rotos y famélicos. Posiblemente la gran lucha tocase a su fin; pero
faltaban los reductos de la capital; cerros enhiestos y duros, con dureza de piedras
milenarias.
Al aproximarse a los potreros que se extienden al pie de los cerros se detuvieron para tomar
el impulso épico: allí enfrente, negro, empinado, retante y trágico estabD³-XDQD/DtQH]´VX
imperfecto cono dibujábase en la vaga claridad de la aurora y el silencio que en él reinaba
era más impresionante. Reptando sobre las hierbas, hiriéndose en las zarzas, siguiendo el
cauce de las quebradas secas, aproximábanse los revolucionarios al temible baluarte. Ya
habían principiado a escalarlo, ya llevaban un buen trecho; mas, inesperadamente, un
soldado bisoño, contra la orden superior de no hacer uso de las armas para sorprender al
enemigo, dejó ir un disparo. Un minuto más tarde, la altura coronóse de relámpagos y en la
antes quieta madrugada oyóse un estruendo horrísono. Al ser descubiertos, los asaltantes no
112
tenían más recurso que lanzarse resueltamente hacia arriba; con un ímpetu temerario, bajo
las cortinas de muerte de las ametralladoras corrían como energúmenos, disparando sus
fusiles. El fuego de las trincheras gobiernistas era nutrido; y pronto se disiparon las brumas,
apareciendo el sol, indiferente a las matanzas fratricidas. La situación para los atacantes fue
entonces terrible: colocados en medio del cerro que los defensores habían limpiado de
malezas, a plena luz, pretendiendo escalar una pendiente, bajo ráfagas de acero y plomo.
Pero no flaqueó el valor hondureño: ¡eran tegucigalpas, opatoros y guajiquiros,
acostumbrados a jugar con las balas!
Los compañeros iban quedando tendidos en montones ridículos por las faldas del cerro
trágico; grandes lamparones de sangre, como monstruosas amapolas; hombres destrozados
por la infame bala del FDOLEUH ³RQFH´ DSDJDGRV TXHMLGRV \ JULWRV UDELRVRV /D PDUFD
asaltante subía y bajaba sin cesar; nuevos contingentes entraban al fuego; muchos hombres
intrépidos venían armados solamente de machetes, pretendiendo llegar hasta los reductos de
OD DOWXUD /D FDSLWDOHQWHUDWHPEODED EDMR HOWURQDU GHORV FDxRQHV GHO ³3LFDFKR´\ GH ODV
DPHWUDOODGRUDV GH ³-XDQD /DtQH]´ \ GH ³(O *XDQDFDVWH´ /D OtQHD GH EDWDOOD VH KDEtD
extendido y bajo aquel esplendoroso sol de estío, en las campiñas y los setos donde
tranquilamente pacían otrora las vacadas y cantaban los pájaros, desarrollábase un soberbio
y macabro espectáculo. El estridente canto de las chicharras había sido sustituido por el tac-
tac-tac incansable de las ametralladoras; el mugir del pacífico y resignado buey por el
acento tonante del cañón y las pláticas campechanas de los labriegos por los furiosos
alaridos de la pelea.
Días antes, las llamas habían devorado las malezas y arbustos que cubrían las faldas de
³-XDQD /DtQH]´ \ los revolucionarios ofrecían así blancos facilísimos a los defensores,
colocados en el vértice del cono, detrás de altas y gruesas trincheras de piedras. Los
asaltantes fueron diezmados y sus esfuerzos estériles; pero algún ancestro, ¡manes de indio
indomable!, animaba aquellos corazones épicos; un grupo roto, sanguinolento, llegó al
borde mismo de las trincheras; la lucha cuerpo a cuerpo fue insólita; silbaba el machete y
caían las cabezas; el empeño de aquel grupo se disipó en una espantosa confusión de
hombres, armas y relámpagos. Un muchacho, un tegucigalpa, había subido con la bandera
revolucionaria; durante cuatro horas mortales aquella oriflama flotó en medio del humo, fue
desgarrada por la metralla, sin plegarse, invicta, sostenida por los brazos del abanderado,
cuyas fuerzas centuplicaba el coraje. Y llegó a la cima. Jadeante, ensangrentado, el
PXFKDFKRFODYyODEDQGHUDVREUHHOUHGXFWRGH³-XDQD/DtQH]´SDUDFDHULQPHGLDWDPHQWH
después, acribillado a balazos. El estandarte flameó unos minutos sobre el cerro trágico,
porque los refuerzos gobiernistas habían llegado apresuradamente y ya no quedaban
revolucionarios batiéndose en la altura. Estaban muertos, desmayados, o se reunían allá
abajo, en el cauce de las quebradas secas que les ofrecían protección contra las cortinas de
muerte de las ametralladoras y los golpes brutales de las granadas; estaban reuniéndose y
contándose: faltan muchos.
'H QRFKH ³-XDQD /DtQH]´ LOXPLQyVH UHSHQWLQDPHQWH /RV KDELWDQWHV GH OD FDSLWDO \ ORV
revolucionarios que velaban en los campos aledaños, vieron un dantesco espectáculo.
113
Penachos de llamas coronaban el ensangrentado cerro. Parecía un volcán en erupción. En
aquellas llamas consumíanse muchas almas valerosas.
Vidas rotas
A Juan Francisco se le fue la sangre a la cabeza cuando vio a Pancho Sosa dar palmadas en
las ancas de su mujer. Bajaba el mozo por la falda del cerro, hacia la quebrada donde
encontraría a Leonor lavando ropa. Hecha la dura faena del día, nada más grato que
regresar por la quebrada para charlar un rato con la hembra, mientras ella terminaba su
trabajo. Después subían juntos por las empinadas laderas, gozando mucho al deslizarse
sobre los colchones de pino verde que las cubrían, hasta llegar a la pequeña casa blanca de
la aldea, que albergaba el amor y la juventud de ambos.
Dos años atrás habíanse conocido en un rezo. Sin preámbulos ni ceremonias unieron sus
cuerpos y sus futuros. Vino la mujer preñada de gozo a vivir bajo el techo que le ofreció
Juan Francisco. El aldeano había edificado su casita a fuerza de puños y en virtud de
sacrificios. Poseía la vivienda, una pequeña roza, la inevitable huerta, cuatro vacas, un
caballo moro, unas pocas gallinas y varios cerdos. Leonor atendía a los animales caseros y
los menesteres del hogar; lavaba las ropas y confeccionaba los alimentos. Juan Francisco
cuidaba de la milpa y de la huerta; iba a la ciudad a vender las pequeñas cosechas y se
esmeraba con los pocos semovientes. Vivían tranquilos y satisfechos, trabajando durante el
día, amándose por la noche.
Una oleada de sangre inundó velozmente el cerebro de Juan Francisco. De un salto salvó la
corta distancia que lo separaba de la orilla de la quebrada, y rápido, certero, implacable,
hundió toda la lengua de acero, larga y fina, bajo el omóplato del otro hombre. Este no tuvo
tiempo para volverse; arrojando sangre por la boca cayó de bruces sobre la pequeña poza,
hundiendo la cabeza en el agua que se tiñó instantáneamente de rojo. Leonor quedóse
paralizada por el susto y Juan Francisco sentía el odio que le crispaba los músculos. Pero ya
el otro estaba muerto.
Un ruidoso cloqueo se produjo entre las demás mujeres que allí cerca lavaban ropa. Dos o
tres hombres y algunos muchachos encontrábanse con ellas. Reaccionando, Leonor sacudió
vigorosamente a Juan Francisco: ¡Andate, andate pronto! Pero su hombre, pasada la
espantosa tensión que causó el crimen, había caído en un relajamiento completo. Con ojos
de asombro veía la mancha roja, cada vez más grande; la cabeza del abusivo yacía dentro
del agua, aumentando este detalle el horror de los testigos. Minutos después acudieron
varios auxiliares de la aldea y ataron a Juan Francisco de los brazos.
²Ahora, andando y cuidado con querer fugarse ²dijo uno. El criminal no podía conciliar
semejante idea. Algo semejante a un rayo lo había herido; como si el enorme cerro que veía
enfrente se hubiera desplomado sobre su cuerpo, tal si las aguas turbulentas de una catarata
lo hubiesen arrollado como a una mísera hoja seca. Así se sentía.
114
Durante todo el trayecto, hasta la ciudad, el preso no dijo palabra. Los auxiliares, gente de
la misma aldea que lo conocían muy bien, respetaron su silencio y su desconcierto. Mudo,
cabizbajo, taciturno, traspasó el umbral del presidio. A su espalda cerráronse
herméticamente las rejas de hierro.
&
Ya habían transcurrido seis meses desde el día fatal en que Pancho Sosa intentó abusar de
Leonor. Juan Francisco, impaciente hasta la desesperación en los primeros días, fue
serenándose poco a poco. Lo que más le dolía era no ver a su mujer, pues la disciplina del
penal no lo permitía, salvo en pocas ocasiones. Leonor llegaba a la ciudad frecuentemente,
rondaba en torno a los muros de la cárcel, preguntaba a las queridas de otros reos, se
informaba con los soldados de la guardia. Su consuelo era saber que el hombre no había
enfermado, mas el no verlo la atormentaba. Ella estaba dispuesta a cualquier sacrificio para
obtener la libertad de Juan Francisco. No escatimaba gastos ni fatigas; buscó un abogado y
tenía fe; pero todo resultaba tan caro; el dinero se agotaba rápidamente y la causa se hacía
larga. Ella pedía a los santos que la iluminasen para salvar a su hombre.
Poco a poco fueron desapareciendo las aves de corral; los cerdos pasaron a otras manos, lo
mismo el resto del maíz y de los frijoles que Juan Francisco guardaba para los tiempos de
sequía. El abogado pedía más dinero. Leonor no podía negárselo y aquello no terminaba
nunca. Melosamente, díjole un día el defensor de Juan Francisco:
²Si usted no tiene dinero contante, yo seguiré trabajando y me pagarán con la casita y los
animales que le quedan.
²Creo que sí, pero hay que trabajar mucho; después del juzgado iremos a la Corte de
Apelaciones y tal vez a la Suprema. Ya ve... se necesitan fondos.
Su gran amor campesino llevaba a Leonor por diferentes rumbos en demanda de apoyo para
ayudar a Juan Francisco. Su instinto despertaba lentamente; pasajeros fulgores iluminan
esas mentes oscuras, y fue en un momento de lucidez que la mujer acudió donde un viejo
compadre, personaje de pro en la ciudad, a pedir consejo.
115
Las palabras del compadre fueron para la infeliz aldeana toda una monstruosa revelación: el
abogado no necesitaba papel sellado porque esos procesos se ventilan en papel de oficio; tal
vez había hecho algunos gastos, pero no la cantidad que ella aportó con sacrificio de sus
animales y cosas queridas. Explicó el compadre que así existen muchos profesionales
amorales cuya fortuna la amasan explotando inicuamente a la clientela sencilla. ¡Abogados
que deberían estar en presidio, en lugar de los condenados! Todo aquello fue un horrible
deslumbramiento para Leonor; descorrido el velo se encontró en el escenario de su miseria
y de su desamparo, sin que toda aquella abnegación hubiera servido a Juan Francisco.
Solamente para no cargar con más amargura el vaso de su pena, díjole el compadre:
²De todos modos, trataré de ayudarles. El sabía que era inútil. Inútil porque Juan
Francisco, convicto de asesinato, había sido condenado a muerte.
&
La casita de la aldea y los animales restantes pasaron a manos del rábula. Perdida la
propiedad, sin otro camino que seguir, y con el vehemente deseo de estar cerca de Juan
Francisco, Leonor marchó a la ciudad y se colocó como sirvienta. Así cumplióse el año
justo del negro día del crimen. En sus noches de duelo solitario, encogida dentro de
cualquier estrecho cuartucho, lloraba sus secretas penas; ninguna voz la consolaba; ninguna
palabra le daba ánimo; ninguna mano amiga trataba de acariciar su frente enfebrecida.
Leonor evocaba los azules días de la huerta, cuando en alegre camaradería con Juan
Francisco, arrancaban las malas hierbas; las mañanitas blancas en las cuales oía cantar a los
zorzales; las noches estrelladas. Todo estaba perdido. ¿Todo? ¡No! Aún le quedaba el amor
de Juan Francisco y algún día volverían a reunirse, a trabajar juntos, a caminar por los
largos caminos, atravesando los campos borrachos de sol...
Pasaron los minutos. Se hundió más de una hora en el insondable vacío del tiempo. El
momento fijado en la sentencia ²decían a gritos los transeúntes² era a las once exactas de
la mañana. La plaza que circunda el presidio, las calles y los tejados adyacentes estaban
abarrotados de curiosos que formaban una confusa masa. Veíanse los sombreros negros de
los caballeros; las gorras de los obreros y en medio se notaba la alegre coloración de los
elegantes trajes femeninos de muchas señoritas frívolas que al calor de aquella anormal
excitación hacían gala de una valentía que no poseían. Cuando Leonor y su compañera,
bajo la presión de la invencible y legendaria curiosidad femenina, se colocaron de codos en
la alta ventana, que era para ellas un magnífico proscenio, pudieron ver allá abajo un mar
de cabezas del cual surgían exclamaciones y silbidos.
El mar humano se aguó en oleajes repetidos cuando apareció en la puerta del presidio un
grupo de soldados; delante de ellos marchaban el juez del crimen, el secretario y un
sacerdote, con paso solemne y protocolar; y en medio de cuatro bayonetas el preso atado y
cabizbajo. Era un hombre delgado y joven. Los rayos de sol, brillando fulgurosamente,
impedían a Leonor reconocerlo de momento. Aquel hombre iba a morir a la vista de la
enorme muchedumbre impaciente.
Los dueños de la casa ²y los vecinos que se enteraron del suceso², sumaron su
comentario a los innumerables que había provocado el fusilamiento:
117
Arturo Mejía Nieto
Tiempos Viejos
Las tías Paz vivían en una casa de la esquina. Una de ellas, Micaela, pasaba muy enferma, y
cuando Carlos Nufio llegaba le contaba mentiras. Ella le decía que había salido a su padre,
don Pedro, que había muerto asesinado cuando los liberales se tomaron el pueblo. Carlos
llegaba porque ahí, al través de la cerca de la casa vecina, podía ver a María Fuentes. Carlos
estaba enamorado de María y el papá de ella no lo quería por el modo despilfarrado de él.
En aquellos tiempos llamaban despilfarrado a la gente alegre. Es verdad, Carlos no tenía
dinero, pero tenía tan noble fondo y sobre todo era tan bien parecido que todas las mujeres
se enamoraban de él. De Carlos no se podría hablar sin recordar que murió un poco joven.
Pobre, era bueno. Es cierto, yo lo quise mucho y podría suponerse que esto contribuya a
que yo me exprese bien de él, pero cualquiera vería que es cierto lo que estoy diciendo.
Simón Reyes, un gran enemigo de Carlos, habló, pronunció un elogioso discurso en la
muerte de él. Se me vienen tantos recuerdos cuando pienso en Carlos; ahora, aquí, lejos de
aquellos tiempos y del pueblecito tan atrasado, pero tan querido de mi corazón. La vida de
aquel tiempo realmente que era llena de risas y de lágrimas. Era vida, efectivamente porque
así debe ser la vida. Aquí voy a poner, sinceramente y claramente, por qué dije que Carlos
tenía buen corazón y voy a decir también los motivos ridículos con que Carlos hacía reír a
todos.
Una muchacha muy bonita que murió joven fue la novia que duró más con él. Se llamaba
Carlota, era de una familia Pineda. El amor de ellos tenía que ser así, se conocieron en la
escuela mixta y se quisieron muchísimo cuando Carlos era un muchachón. Esta escuela
mixta sólo pudo funcionar aquel año, pues la pobre maestra pronto se dio cuenta de que no
podía tener muchachos y muchachas en la misma escuela. Pero lo interesante es que la
maestra, que era una muchacha Fiallos, muy joven, parecía, por ciertos actos suyos, que
sentía atracción por Carlos, que era el muchacho más grande de la escuela. El no se fijaba
nunca en eso, pero Carlota, la novia, con esa intuición precoz de las mujeres en asuntos de
amor, lo adivinó luego y empezó a sentir odio por la maestra. Los dos, Carlos y Carlota, se
sentaban juntos, estudiaban las lecciones juntos, y cuando Carlos no llevaba los ejercicios
GH DULWPpWLFD OD VHxRULWD )LDOORV OH GHFtD ³8G WDQ WDPDxR PXFKDFKR FRQ WDQ EXHQD
SUHVHQFLDSHURWDQKDUDJiQ&DUORV´(OVRQUHtDFRQVXULVDVLPSiWica, poniéndose de cierto
PRGRUXERUL]DGR3HUR&DUORWDORWRPDEDHQVHULR\FRQWHVWDEDSRU&DUORV³0XFKRVRWURV
WDPSRFRWUDMHURQODOHFFLyQVHxRULWD)LDOORV´
²Cállese, Carlota ²decía la maestra², el asunto no tiene importancia. Pero Carlota, con
la IUDVHGHODPDHVWUD³WDQEXHQDSUHVHQFLD´TXHGDEDOOHQDGHFHORVSHURODSDUWHVHULDGH
esto tomó lugar hasta que un día, la maestra, que sólo tenía 21 años, le dijo a Carlos que
llegara a la casa de ella para explicarle un problema de aritmética que Carlos no podía
entender. Carlos sólo era un muchacho tremendamente desarrollado que no ponía mucha
atención a las mujeres. Ella había visto que Carlos era un muchacho bien parecido, pero
esta vez debió haber notado que antes que todo, era un niño que le gustaba la broma y nada
más que eso. El pueblo era pequeñito, además, y casi no había hombres. La maestra era
joven y bonita. Como se ve claramente, el alumno fue a ver a la maestra y eso, desde luego,
118
en otra parte no hubiese llamado la atención. Pero es el caso que en ese año había entrado a
la escuela un muchacho tan grande como Carlos, pero bastante vulgar y muy enamorado de
las mujeres. Desde que éste llegó a la escuela, la vida de él con la de Carlos corrió a la par
como dos líneas paralelas. Eran iguales en tamaño y opuestos en lo demás.
Este muchacho, cuyo nombre era Agustín, tenía tendencias a enamorarse de todas las
mujeres que encontraba cerca. El, por vengarse, supo que Carlos había ido a ver a la
maestra y se lo contó a Carlota, pues él, Agustín, también estaba enamorado de Carlota y
tenía celos de Carlos. Carlota, en la condición neurótica y enfermiza en que ya se
encontraba por ese tiempo, se indignó muchísimo con Carlos, a quien efectivamente amaba.
Llegó al grado de abandonar muy pronto la escuela y seguramente fue la última vez que lo
vio, pues en ese tiempo se la trajeron a la capital para que la asistiera un médico y aquí
murió. Pero Carlos no supo nunca el cuento que Agustín le había levantado con motivo de
la visita a la casa de la maestra.
Cuando Carlota se hubo ido, Agustín muy luego adivinó las preferencias de la maestra por
Carlos, y entonces se le ocurrió ²advirtiendo que la maestra era más bonita que todas las
alumnas² que él debería enamorarse de ella. Nuevamente sintió celos y odio por Carlos.
Ahí tuvieron principio las vidas opuestas de los dos muchachos más grandes de la escuela,
a quienes los otros alumnos deseaban, con gran deseo, verlos pelearse. Carlos no daba
ninguna importancia a su compañero, pero el otro lo buscaba en clase o en recreo y así el
choque llegó a ser inevitable. La maestra inmediatamente adivinó las intenciones de
Agustín para ella y principió a odiar al alumno. Primero se le ocurrió que él abandonara la
escuela. Hizo algunos esfuerzos para que Agustín dejara la escuela, pero no lo consiguió.
La única esperanza de la señorita Fiallos era Carlos, el muchacho más grande de la escuela.
Ya ella le había dicho a Carlos que se pusiera en guardia cuando Agustín le faltara al
respeto a ella.
Carlos le había ofrecido estrellarlo sobre el piso tarde o temprano. Como se ve, pues, ambos
rivales hacía mucho tiempo que esperaban un pretexto.
Ella, la maestra, había andado con mucho pulso por muchísimo tiempo para no dar motivo
a que los dos muchachos se pelearan. Pero, a pesar de sus buenas intenciones, ella fue la
que dio el motivo. Carlos, como de costumbre, dijo alguna broma que hizo reír a toda la
clase. Naturalmente todos rieron y en cuenta el mismo Agustín, a pesar de su odio para
Carlos, celebró con escándalo. La maestra inmediatamente le ordenó que saliera del aula.
Agustín preguntó que por qué no sacaban del aula a Carlos, el promotor del escándalo, pero
QR WXYR UHVSXHVWD < HQWRQFHV VH GLMR pO $JXVWtQ ³PH KDUp MXVWLFLD \R VROR HVWH HV HO
PRPHQWR TXH \R HVSHUDED´ Era de verdad este motivo lo que él buscaba para poder
vengarse; por otra parte, él tuvo más celos de su rival, pues efectivamente no se había dado
cuenta hasta esta fecha de que la maestra era efectivamente bonita. Esa mañana, al no más
salir Carlos de la escuela y perderse entre los arbustos vecinos en compañía de muchos
compañeros, súbitamente y sin oír palabra alguna, sintió un fuerte golpe en la cabeza que lo
debilitó y lo llevó al suelo. Pero no fue sólo aquello, pues tan pronto como cayó siguió
sintiendo otros y otros fuertes golpes en la cabeza. Carlos pensó en levantarse para poder
defenderse, pero su enemigo, que era Agustín, no le dio ninguna oportunidad y la sangre
119
tuvo que brotar de todas partes del cuerpo. Esa era la cólera vengativa que Agustín había
contenido por mucho tiempo. Ahora por fin era como la fiera libre. Pero cosa rara, no fue
Carlos sino el mismo Agustín quien recibió la peor parte. Mientras Carlos sufría en medio
de las risas de sus compañeros sin que nadie interviniera, logró por fin agarrar el pie
izquierdo de su enemigo y tirar de él. Agustín, naturalmente, cayó, con tan mala suerte que
un ojo suyo dio sobre una piedra. Esto lo llevó a la cama durante un mes. De allí lo llevaron
los compañeros a la cama de enfermo sin conocimiento.
II
Ya era Carlos muy grande para permanecer en la pequeña escuela y en ese año se retiró
para siempre. Y entonces se dedicó como todo un hombre a servir como agente viajero en
ciertos negocios de su padre. Durante ese largo período sucedió una cosa muy extraña.
Carlos se tomó la libertad de escribirle muy repetidas veces a su maestra, pero nunca
recibió contestación. Seguramente ella comprendió entonces que había llegado una
oportunidad para no alimentar ninguna esperanza en él.
En sus andanzas de agente viajero, llegó Carlos a arreglar cierto negocio en el que gastaría
meses en el pueblo natal de su rival Agustín Peña. Esto sucedía tres años después de su vida
de estudiante. Tuvo la suerte de hospedarse en casa de una buena señora de quien se captó
Carlos, muchísimo afecto en el tiempo que él permaneció allí. Aquí precisamente principia
una nueva e interesante faz en la vida de Carlos Nufio. Esto culmina en los sucesos que
moldean definitivamente la vida de un hombre, porque Carlos ya era un hombre por ese
tiempo, y obraba y pensaba como un hombrón completo y no como el muchacho inocente
de escuela que había sido. Como dijimos en un principio, Carlos se caracterizó por el buen
fondo en todos los actos de su vida. En este pueblecito humilde se captó con una facilidad
admirable las simpatías de todos los habitantes. El origen de esa simpatía de la gente para
él, principió de una manera interesante. Había en ese pueblo un cacique, como los hay
siempre en los pueblos. Pero éste no era un cacique que se imponía con su fuerza, sino
cacique que se hacía odiar con su dinero, pero que también se imponía, el dinero siempre se
impone... Rico, el único rico o el más rico del pueblo. Era un viejo de apellido Rubio, con
acciones de judío. La misma señora en donde Carlos permanecía, recibía las injusticias del
señor Rubio. Carlos se dio cuenta de esto hasta en cierta época en que tomaba su desayuno
120
en el comedor. Era una mañana lluviosa de invierno y Carlos notó que el agua se metía por
las goteras en el interior de la casa. Precisamente en el lugar en que él comía, caía el agua
sobre la mesa. Carlos se indignó mucho y llamó a la señora. Ella, avergonzada, le dijo que
la casa no le pertenecía y como era tan pobre solamente podía pagar la renta mensual, así
como muchas gentes hacían. Carlos preguntó que de quién era.
²³1RTXLHUHQRTXLHUHSHURHVRVtFREUDHOPLVPRGtDTXHVHDFDEDHOPHV´²contestó la
señora.
Desde ese momento Carlos se hizo enemigo acérrimo del señor Guadalupe Rubio y por ese
simple motivo se captó todo el cariño del pueblo. Ese mismo día fue a visitar al señor don
Lupe Rubio, pero para mayores males tuvo una inesperada sorpresa: el Secretario o ayuda
de cámara era nada menos que su antiguo rival Agustín Peña Ríos. Tuvo Carlos que
abandonar la casa antes que don Lupe, que andaba en la calle, llegase. Pero el cariño de
todos para Carlos llegó también a tomar raíz en un corazón femenino. La hija de la señora
en donde vivía, una muchacha que se llamaba Rosa, principió a sentir una fuerte pasión por
Carlos. Esto sucedía desde el día que Carlos había llegado a la casa. Carlos Nufio, como
siempre, no era un don Juan que coqueteaba sino que las muchachas lo buscaban por su
buena figura. Tampoco en esta ocasión se dio cuenta hasta que cierta vez, mientras que
arreglaba su valija, vio que la muchacha entraba a su cuarto con los ojos humedecidos,
preguntándole que si ya se iba. El, sorprendido, sonrió al principio y después no le habló.
Le preguntó al fin que por qué le preguntaba eso, y entonces ella, muy confundida ante la
sonrisa de él, bajó los ojos y no pudo hablar más. Rosa era una muchacha de esas muchas
que no es fácil encontrar en estos tiempos. Se había criado en el campo y era ingenua. De
Carlos Nufio estaba enamorada completamente hacía días. Carlos le preguntó:
Ella le contestó:
²³3XHVWRGRVORVHQWLUtDQPXFKRPLPDPi3DQFKD\WRGRV´
Carlos le repuso:
²³1RPHYR\QRPHYR\(VWDEDDUUHJODQGRPLYDOLMD~QLFDPHQWH´
Y sin saber lo que hacía, con la emoción nerviosa tan propia de Carlos, la atrajo contra el
pecho. Ahí tuvo principio todo. Rosa se sintió tan impresionada que se fue a su cuarto a
llorar de emoción. Carlos también se impresionó y se fijó después que la muchacha tenía
unos ojos hermosísimos y empezó a gustarle.
Cuando llegó el plazo de regreso, Carlos se sentía tan a gusto en el pueblo infeliz, rústico,
en medio de aquellas gentes humildes; tan querido por todos, andando en las calles sin
121
cuello, sin corbata y sin saco. Era un Adán en un paraíso. Y había llegado a convencerse de
que sólo en esos pueblos, donde no hay exigencias sociales ni nada, es donde uno puede
encontrar la felicidad. El era feliz viviendo ahí, ordeñando las vacas a veces. Y cuando
llegaba cansado después del ejercicio, se encontraba con los ojos cariñosos de Rosa. Ella le
arreglaba la ropa, le ponía botones a los sacos viejos, le zurcía los escarpines. Carlos, que
era un gran muchacho, simple, sin artificios, bueno como la leche, sincero, muy sincero,
llegó a tener la idea rotunda de que él debería casarse con ella, de ser feliz para el resto de
su vida. Aquí precisamente principia una primordial faz en la vida de Carlos. Se enamoró
de la muchacha humilde porque ella estaba enamorada de él, por las bondades de su
corazón, por la vida rústica y encantadora del pueblo. ¿Era él culpable? Nadie es culpable
por buscar su felicidad. Su padre, don Pedro, que aún vivía, le preguntó que por qué había
decidido casarse y Carlos le contestó que él no era culpable, que se iba a casar con Rosa y
que estaba dispuesto a hacerlo sin ningún remordimiento. Y poco tiempo después se casó
con ella. De nada valieron consejos y reprensiones de la madre y de las hermanas. El dijo
que se casaba y que saldría con su propia voluntad. Las hermanas ²como el padre y la
madre² como los tíos, tomaron una parte activísima para evitar el matrimonio. Amanda, la
menor de las hermanas y la que le seguía a Carlos, vino al pueblo en compañía de don
Pedro, el papá. Pero todos ellos, toda buena observación de ellos de nada sirvió.
122
Pero el hombre que tiene amigos y simpatías en la gente de pueblo, jamás está solo.
Mientras Agustín hablaba así, todos los que presenciaban el matrimonio se habían ido a
armar y hasta muchos de los padrinos e invitados. Y ya se sabe que el pueblo todo
fraternizaba con Carlos, tanto como odiaba a don Lupe Rubio. Súbitamente un disparo se
oyó, y Agustín y los suyos buscaron a Carlos, pero aquél había huido. Y desde ese
momento todos no hicieron más que buscar trincheras, que ellos de algún modo
improvisaban y así, bajo la oscuridad de la noche esperaban el momento no menos oscuro
de vencer o morir ahí. Carlos mismo peleó en ese fuego encarnizado, entre hombres,
arrojando todo el odio, la pasión y profundo resentimiento contenido por muchos años,
peleaban contra los otros hombres del pueblo no menos resentidos y llenos de venganza y
odio. Mientras tanto, eso pasaba bajo la lluvia y la oscura noche. Los hombres peleaban
contra las sombras. Aquel pueblecito jamás había visto un drama igual en su historia de
resentimientos contenidos. Cuerpos llenos de sangre se veían caer. Los nombres de Carlos
y don Lupe Rubio saltaban de los labios como si hubiesen sido dos generales, jefes de
opuestas fuerzas. Bajo la lluvia, contra las sombras, mientras las mujeres imploraban a sus
maridos la prudencia que no existía, el fuego terrible, con sangre, con lodo, con espanto,
con dolor, con olor a pólvora, con chispas de las balas como relámpagos, con ese horror de
la guerra, seguía...
Y las mujeres rezando en los hogares, pidiendo a Dios para que aquel fuego terminara,
suplicándole a los esposos la prudencia, el buen camino. Mas nadie hubiese podido dar por
terminada aquella guerra de pasiones. Había llegado lo que habían esperado por muchos
años. Había llegado la oportunidad de la venganza. Era el momento de la protesta; ya no
serían esclavos de don Lupe Rubio; ya no serían humillados, vejados por el dinero del
FDFLTXH³¡Qué PXHUDGRQ/XSH5XELR´\GHSURQWRDOOiFDVLDODPDQHFHUFXDQGRHOIXHJR
estaba para concluir, dos hombres, con el horrible deseo de la venganza, aparecieron de
pronto con don Lupe Rubio, amarrado de pies y manos. Y luego otros con Agustín Peña
también amarrado de pies y manos.
³$KyUTXHQORV£0pWDQORVHQXQDKRJXHUD£)XVtOHQORV£/DGURQHV£$KRUTXHQDGRQ/XSH
5XELR HQ PHGLR GH OD SOD]D´ 7RGD OD gente, todo el pueblo iba a presenciar aquel acto
inhumano cuando Carlos Nufio se presentó con un revólver en una mano y les dijo:
³/D YHQJDQ]D HV SURSLD GH ORV PHGLRFUHV \ YRVRWURV KLMRV GHO SXHEOR TXH FRQ YXHVWUDV
propias manos habéis conquistado vuestros derechos, no debéis hacer eso. Basta de
humillaciones para don Lupe. El ha de jurar ante todos nosotros que de hoy en adelante ha
GHVHUXQDXQLGDGHQHOSXHEORTXHWUDEDMDUiSRUHOELHQFRP~Q´
Don Lupe Rubio aceptó lo que Carlos decía y después de jurar ante todos que sería bueno y
que de hoy en adelante no robaría ni maltrataría a los vecinos, cobrándoles por rentas de
FDVDV\GHWLHUUDVGLMRFRQOiJULPDVHQORVRMRVGHDJUDGHFLPLHQWR³3URSRQJRDWRGRVTXH
el joven don Carlos Nufio sea nuestro SUy[LPRDOFDOGH´
Meses después de la guerra del pueblo contra don Lupe, cuando resolver el problema de
educación se hacía más necesario y en el tiempo en que Carlos volvía a la ciudad, una de
las mayores preocupaciones de Carlos era conseguir una maestra para la escuela primaria.
Deseaba Carlos con viva ansiedad poder dar una buena educación a las nuevas
generaciones a los hijos de los que lo habían acogido y habían sido sus protectores en el
pueblo. Y entonces pasó un suceso interesante:
A Carlitos Nufio, un sobrinito que tenía allá, lo invitó para que le presentara su maestra.
Carlitos lo llevó a la escuela. Es posible que Carlos no haya tenido conocimiento de la
maestra de Carlitos que, por cierto no era otra más que la antigua maestra de Carlos, la
señorita Fiallos.
²¿Yo?... Yo ya estoy muy viejo para ser su alumno. Pero hoy vengo a buscarla para que
enseñe a otros lo que yo no aprendí.
²¿Y sabe una cosa? ²le dijo ella riendo². Carlitos es más estudioso que usted.
²¿No es extraño, verdad? ²le dijo él y bajó los ojos sin sonreír. Después ella ²todavía
muy joven² lo invitó a entrar y lo presentó a su esposo. Se había casado hacía dos años,
muy bien, con un abogado de apellido Carbajal, y tenían un niñito de seis meses.
124
lógica de aquella fama de avaro de que se había rodeado entre los vecinos del pueblo.
Efectivamente, como consecuencia natural tenía otros defectos: era miserable, imprudente,
cruel, corazón de piedra, egoísta, turbio en sus negocios, indiferente e intransigente, etc.
Físicamente el General ²como él se hizo llamar por haber estado alguna vez en un
combate² presentaba un aspecto de hombre viejo, gordo y feo. Como viejo era difícil
precisar su edad porque era indio. Como gordo, guardaba monopolio de las aceras cuando
salía a pasear con su bastón en las manos. Y como feo, entre otras cosas, metía y sacaba la
cabeza. Sacaba la cabeza de por allá muy adentro cuando se excitaba en una discusión. Pero
comúnmente tenía la cabeza metida como las tortugas...
Tenía pocos amigos, pero muchas enemistades que él se proporcionaba porque era un
hombre intransigente. Bastaba que alguien le diMHUD ³GRQ &DVLPLUR´ HQ YH] GH ³*HQHUDO´
para que las relaciones se enfriaran. Su único amor era una mula negra, de orejas
pequeñitas y de cascos también pequeños, que él OODPDED³6RItD´/DDFDULFLDEDFRQFDULxR
le daba sal y azufre en las manos, era un orgullo visitar su hacienda o pasear en las calles de
Santa Clara montado en su mula. Los cuatro cascos herrados de la mula pasaban
ruidosamente por las calles y toda la gente salía a las puertas y ventanas para verlo pasar.
La mula era efectivamente de bueQDFODVH'HFtDQTXHHUDPX\³EULRVD´\SRUHVRFXDQGR
alguna señora le pedía la mula para montar, él contestaba:
Pero si un amigo se la pedía prestada decía que era una mula de muchas mañas dando a
entender que tampoco era una mula para hombres...
²¡Hombre, no es buen negocio! La mujer y los chicos quitan el tiempo y además siempre
he sido pobre...
Pero una de las causas era porque en la orilla del pueblo tenía una mujercita con quien vivía
clandestinamente. El creía que aquello era un secreto, pero todo el mundo lo sabía.
Tampoco ignoraban las gentes del pueblo que una pobre muchacha, muy humilde, que se
llamaba Carmen y que todos conocían, era hija de él, a pesar de que él jamás le había hecho
el más pequeño obsequio.
El otro motivo porque no se casaba era, naturalmente, su avaricia. Durante los años en que
él tuvo su alto puesto, comprobó su economía de mil maneras. Las mejoras de su hacienda
las hizo con los reos para no pagar dinero de su bolsillo. Mientras esto sucedía, las obras
públicas de la ciudad permanecían en absoluto abandono. Las casas del Gobierno no se
aseaban porque el señor Gobernador Político pasaba muy ocupado atendiendo sus
propiedades personales. El Baño Público, el Parque Central, las calles de la ciudad, todo lo
que estaba a cargo del Gobernador Político carecía de higiene y de limpieza. Cuando
alguien preguntaba:
125
²¿Se puede ver al señor Gobernador?
Con esta lógica gobernó don Casimiro. Por eso, como Comandante de Armas hizo incluir
una infinidad de plazas de soldados, puramente nominales. El sueldo de estos soldados iba
a caer a su bolsillo. En la mayoría de los casos el nombre de estos soldados se inventaba
para incluirlo en los presupuestos, pero había veces que el soldado realmente existía, pero
no devengaba sueldo. Se le pedía su nombre y su domicilio y sólo se le llamaba en caso de
QHFHVLGDGSHURVXQRPEUHVHJXtDDSDUHFLHQGRHQODV³SODQLOODV´FRPRVLHVWXYLHUDKDFLHQGR
³SOD]D´1DWXUDOPHQWHVXVXHOGRVHSDJDba y don Casimiro lo recibía.
²Es la tradición ²decía él² con eso se paga el Comandante, si no, se muere de hambre.
Mis antecesores hicieron lo mismo. Pregunten...
Era cierto. Es más: era cosa corriente pedir una plaza de soldado... nominal.
²³(V TXH HO VXHOGR HV SRFR VHxRU´ (VWD HUD OD IUDVH TXH XVDEDQ ORV GHPiV HPSOHDGRV
FXDQGROHSHGtDQXQD³SOD]DVXSXHVWD´DO&RPDQGDQWH
También abusaba el General de los vecinos del pueblo. En los aprietos económicos que
ellos tenían, recurrían a él para que les prestara dinero. El era quizás el único que prestaba
dinero, pero prestaba siempre que el solicitante fuera dueño de bienes. Todos recurrían a
donde él, pero en la mayoría de los casos, los bienes de éstos pasaban a manos de él. El les
embargaba casi siempre sus propiedades. Como dijimos, tenía un corazón de piedra, según
el decir, y nunca se esperaba ni un minuto más cuando el plazo se vencía. Esa era una de las
maneras como el General Trejo había adquirido tanta propiedad en tan pocos años. La otra
manera era esta: compraba propiedades casi por la tercera parte de lo que realmente
costaban. La urgencia del dinero hacía a los pobres vecinos vender sus casas o sus animales
por una cantidad ridícula. El General tenía un alma de judío y nunca le faltó talento ni
oportunidad para hacer un buen negocio. Hacía algo más: compraba recibos por la tercera
parte y después se los hacía pagar con amigos de influencia que tenía en la capital.
Como dijimos en un principio, ³6RItD´ RFXSDED HQ VX FRUD]yQ XQ OXJDU SUHIHUHQWH Se
levantaba casi siempre más tarde de la noche y visitaba la caballeriza para darse cuenta si
³6RItD´WHQtDVXILFLHQWH]DFDWHTXHFRPHU(VWRORKDFtDpODSHVDUGHWHQHUGRVVROGDGRV
(los soldados eran sus sirvientes) destinados a que le cuidaran la mula. Cuando por
FDVXDOLGDGHQFRQWUyODPXODVLQFRPLGD³PLUDQGRDODVHVWUHOODV´FRPRpOGHFtDHQWRQFHV
iba a despertar a los soldados y los regañaba hasta que le dolía la garganta. Durante el día
bañaba a la mula, muy cuidadosamente, con un cepillo y con jabón. El mismo presenciaba
HOEDxR$FRQVHMDEDFRQEDVWDQWHFRQRFLPLHQWRFyPRGHEtDUHVWUHJDUVHODSLHOGH³6RItD´
126
²Así, así ²decía²², así, con más fuerza para sacarle el ³SLRMLOOR´<UHSHWtD
Luego ordenaba que le dieran maicillo o maíz para que comiera. Sobre eso ordenaba que le
echaran azufre o sal y con todo aquello almorzaba la mula todos los días.
Se vestía muy mal don Casimiro. Tenía una levita negra con que asistía a los actos
públicos, ya estaba desteñida. Luego, quizás para alivio de males, era muy descuidado en su
vestir. Había veces en que salía a la calle sin el botón del cuello de atrás, y mientras
hablaba, subiendo y bajando la cabeza, también el cuello subía y bajaba... Era tal la mala
fama de que gozaba con su indumentaria, que cuando alguien se vestía mal en el pueblo, o
cuando andaba desarreglado, le decían:
Se decía maliciosamente que el General Trejo nunca daba contribución para obsequiar a un
amigo o para el beneficio de alguna institución. Cuando algún grupo de señoritas lo detenía
en la calle y le pedía una contribución para darle un almuerzo a los reos o para los pobres,
él suplicaba que mandaran por su contribución a su casa particular. En ese momento, al
llegar a su casa, se montaba en su mula y se iba a su hacienda a pasarse una temporada.
A los colonos de la hacienda los trataba también muy duramente. Cuando éstos no podían
SDJDUOH³FRUUHWDMH´GHODPLOSa que habían sembrado en terrenos suyos, entonces les ofrecía
meterlos a la cárcel.
El colmo de la avaricia y miseria de don Casimiro se puso a prueba en cierto incidente que
sin embargo resultó la más amarga lección que él había recibido en su vida. Después de
este incidente guardó luto y sufrió moralmente por mucho tiempo.
Había en su hacienda un indio, uno de sus más humildes colonos, a quien el General había
prestado cinco pesos. Se llamaba Pedro Gutiérrez y debido a su mucha pobreza no podía
pagar los cinco pesos. El plazo en que debía pagar se había vencido y el General le exigía
que pagara. El indio repetidas veces le había contestado que deseaba descontarle los cinco
SHVRVHQWUDEDMRVGHOD³tDSL]FD´SRUTXHHVWDEDVLQGLQHURHQHVRVGtDV(O*HQHUDl insistía
en que el que presta dinero en plata tiene derecho a exigir la misma moneda.
3RUHVHWLHPSRODVDOXGGH³6RItD´VHKDEtDDOWHUDGRVHKDEtDSXHVWRPX\IODFD\HO*HQHUDO
que ignoraba la causa, se preocupaba mucho. Un experto le aconsejó que la mula tenía
³KDED´\TXHHVWDEDIODFDSRUTXHOHGROtDQODVHQFtDVDOPDVWLFDU]DFDWH
(O*HQHUDOPDQGyODPXODDODKDFLHQGDSDUDTXH*HUDUGRTXHHQWHQGtDGHH[WUDHU³KDEDV´
se la curara. Quién sabe qué otra complicación tuvo la mula mientras sufría el tratamiento
de Gerardo, lo cierto es que le vinieron a decir que la mula estaba muy mal.
Semejante noticia era para matar a don Casimiro. Inmediatamente se fue a ver
personalmente a la mula.
127
En el camino, al frente de La Guarita, una propiedad de un tal Alberto Ochoa, el General se
encontró con Pedro Gutiérrez. Hacía tiempo que no lo miraba.
²Buenos días, Pedro. (Al sacarse la mano del bolsillo, el indio dejó caer un billete y don
Casimiro lo vio...).
²¿Y ese dinero que se te acaba de caer de la bolsa? (El indio volvió a ver el billete de un
peso que había dejado caer).
²Este pHVLWR HV GH 1RU *HUDUGR TXH PDQGD D PHUFDU XQ SRFR GH ³XQWR VLQ VDO´RQGH HO
Compagre Isidoro.
²Echá ese peso indio tramposo y hay ve cómo te las arreglás con Gerardo. Ya no puedo
esperarme más, bastante he tenido que estarte esperando. Tomo esto a buena cuenta y no te
olvidés de los otros cuatro.
El indio lleno de susto quiso darle una explicación del objeto y absoluta necesidad del
peso... pero el General lo hizo que se callara, le arrebató el peso y siguió su camino. El
indio se quedó temblando de susto.
Cuando el General llegó a su hacienda, Gerardo salió a encontrarlo a la puerta del cerco:
²¿Cómo va la mula?
²0DO PX\ PDO PL *HQHUDO SHUR KD\ HVSHUDQ]DV GH FXUDUOD VLHO³XQWR VLQ VDO´YLHQH D
tiempo.
²¿1RWLHQHV³XQWR´"
²No, mi General; pero mandé a comprar a Pedro Gutiérrez donde el Compadre Isidoro y
no tarda en volver. Pedro es un indio muy activo.
²(VOR~QLFRTXHODSXHGHFXUDU+D\TXHVREDUODFRQ³XQWR´
128
²Mandá otro sirviente, hombre.
²Ya no hay tiempo. Si Pedro no regresa dentro de una hora, la mula se nos muere. De aquí
a donde el compadre hay que volar pata, pero Pedro va a volver pronto.
El General insistió e insistió que mandaran a otro sirviente sin explicar el motivo. Gerardo
finalmente consintió en mandar otro sirviente. El sirviente fue y por fin volvió, pero ya
cuando la mula había muerto...
Pero todavía era mayor su remordimiento. Para poder desahogar su pena, se puso a suspirar
lastimosamente como un niño, sufriendo de pesadumbre y maldiciendo el instante en que
Pedro había dejado caer el billete del bolsillo...
Pilar
Pilar era gallega y lavandera. Se había vuelto últimamente muy cargada de carnes, era
blanca y pecosa, tenía expresión de humildad y resignación, ojos pardos y cabello negro.
Con aspecto de buena salud. Era ante todo gallega, es decir, no tenía distintivos
individuales, sino raciales.
Había nacido Pilar en una aldea, cerca de la ciudad de Pontevedra, capital de una de las
cuatro provincias del antiguo reino de Galicia. En esta humilde aldea tuvo ella su primero y
único amor. Allí vivía tranquilamente cuidando gallinas y cerdos o empleando el día en
quehaceres domésticos, cuando conoció a su novio. Era éste, según relataba, alto, moreno,
apuesto, gracioso. Ella se enamoró con locura. Él le correspondió apasionadamente.
Dispusieron, después de un amor impetuoso y juvenil, casarse. Pasaba esto a principio del
invierno, concertaron el matrimonio para fines del otoño, pero en cuanto llegó el verano el
novio se casó con otra mujer...
Es necesario tener la pureza o ingenuidad de una aldeana para imaginar siquiera el dolor de
Pilar.
Ella tenía una fe ciega en la caballerosidad de su novio, jamás tuvo la menor sospecha de
que él la abandonara. Tanta fe tenía que al principio dudó que él se hubiera casado, pero
cuando estuvo segura, sintió que se le abría el corazón de dolor. Todo su castillo de
ilusiones se vino al suelo. En medio de su dolor llegó a culparse por la fe que había puesto
en él. Marcelino se había casado con la otra sin cariño, se había casado porque la otra era
rica. Sin embargo, no bastó que Marcelino se hubiera casado sin cariño para que Pilar se
conformase. Se sintió robada de un porvenir que ya no sería posible volver a acariciar con
129
tanto entusiasmo. No creyó que volverían a renacer nunca las semillas de sus esperanzas.
Tan grande fue el dolor y la desilusión de la pobre muchacha, humillada y descorazonada,
que deseó casarse con cualquiera que se le presentara y venirse después a América. Esto
que fue un simple deseo, resultó después una realidad. Un amante se le presentó poco
después de la decepción. Se llamaba Macedonio y era gallego como ella. Lo aceptó, se
casaron y después de casados se vinieron a América.
²El dinero sin amor para nada sirve ²le dijo su yo.
²Pero Pilar, sin dinero... tampoco sirve ²le contestó el otro yo.
Luego descubrió en su larga meditación, no sin poco dolor, que en América habría tenido
las dos cosas: dinero y el amor de Pilar. Entonces fue cuando se condenó a sí mismo y se
arrepintió de haberse casado con una mujer rica a quien no amaba. La mujer con quien
Marcelino se había casado era alta, flaca, de mal humor, reticente, dominante, egoísta, pero
trabajadora y económica. De esta manera había conservado ella el capital heredado de su
primer esposo. Doña Joaquina, que así se llamaba, era además diez años mayor que
Marcelino. Es fácil deducir que no se casaron por amor. Él abandonó a Pilar, su verdadero
amor, por el dinero de doña Joaquina. Y ésta ²sacrificando un poco su tranquilidad de
espíritu y poniendo en peligro su fortuna² se casó con Marcelino no por amor sino por el
atractivo que la juventud, el donaire y aspecto varonil le inspiraban.
Pilar no le tenía amor sino gratitud, pero lloró. Lo enterró y mandó a decir una misa por el
alma del muerto. Después, cuando su hija Teresa nació, le enseñó a venerar el nombre de
Macedonio. La niñita era rubia, delgada, un poco pálida y enfermiza, pero Pilar con su
cuidado materno, la hizo crecer hasta convertirla en la alegría del hogar. Pilar, que seguía
dedicándose al oficio de lavandera, siempre andaba en la calle con Teresita. Era un cuadro
familiar ver a Pilar por la calle con una canasta muy grande en la cabeza, sosteniendo la
canasta con la mano derecha y con la izquierda sosteniendo a Teresita.
Marcelino llegó a sentir un odio sordo para su esposa. Comprendió que ella lo aborrecía
cada día más. Doña Joaquina era muy económica y Marcelino no podía, a pesar de su
insistencia, divertirse con el dinero de ella. Fue tan grande el odio que se formó en el
corazón de Marcelino, que un día decidió asesinarla. Creyendo él que nadie se podría dar
cuenta de que él fuese el autor del crimen, compró un veneno y a la hora de comer se lo
derramó en una taza de café. Ella no tenía herederos por parte de su familia y Marcelino
creyó que él, y su hijo, podrían heredar la fortuna de ella y embarcarse después para
América. Marcelino planeaba siempre el viaje a América por el deseo de ver a Pilar.
131
²Dichosos los ojos que te ven, Pilar.
²Sí que me acuerdo, pero ahora no necesito de hombres como usted. Vivo de mi trabajo.
El apartamento en que vivía Pilar con su hijita en ese tiempo, estaba situado en el barrio
Mataderos. Era una de esas casas llamadas conventillos en Buenos Aires. Como es
costumbre en esos lugares, la gente hacía demasiado ruido y escándalo. Peleaban algunos
matrimonios, otras veces unas familias con otras también discutían con mucho ruido.
Algunas mujeres solteras metían hombres en sus cuartos. Pilar tenía fama en el conventillo
por su tranquilidad, por su dedicación al trabajo de lavandera y por su amor a su hijita,
Teresa.
Aquí a este lugar, después de muchos años, vino Marcelino. Con los parientes de Pilar en
Pontevedra, había obtenido la dirección de ésta en Buenos Aires. Llegó Marcelino al
conventillo sin dificultad. Tanto le suplicó, le rogó y le recordó el viejo amor de los dos en
Pontevedra, que Pilar acabó por perdonarlo y arrojarse en los brazos del antiguo amante.
Quedó convencida y satisfecha cuando supo de labios de Marcelino que doña Joaquina
había muerto de muerte natural y que inmediatamente él se había acordado de Pilar y por
eso venía. Su hijito, Román, lo había dejado con un tutor que le administraría la herencia de
la madre. Él, Marcelino, no necesitaba el dinero de la difunta. Venía pobre a trabajar y
hacer fortuna en América. Pero, sobre todo, venía por el deseo de vivir al lado de Pilar. Ella
creyó que todo lo que él le decía, especialmente la causa de la muerte de doña Joaquina, era
verdad. Pilar, después con entusiasmo, le contó que también ella era viuda. Los dos, en
compañía de Teresita, dieron principio a una nueva vida.
Aunque en Pontevedra se realizó la autopsia del cadáver y se verificó que doña Joaquina
había muerto de un envenenamiento de estricnina. Marcelino se consideró en América más
allá de las manos de la justicia. Cuando se buscó al marido, éste venía ya camino de
América. En aquel tiempo no había tratados de extradición entre España y la República
Argentina. De modo que en Buenos Aires pudo vivir tranquilamente en unión de Pilar y
Teresita. Las autoridades de Pontevedra, viéndose impotentes para castigar al criminal, se
conformaron con hacer un inventario de la fortuna de la muerta y designaron un tutor para
que administrara los bienes de Romancito, el único heredero legítimo de doña Joaquina.
Marcelino encontró trabajo desde su llegada y vivió con Pilar y Teresita tranquilamente.
Marcelino era hombre sin vicios, amigo del hogar, siempre volvía a la casa después del
trabajo. Sin embargo, tenía momentos de meditación y silencio que no pasaban
desapercibidos para Pilar. Ya no era el Marcelino alegre que ella había amado con su
132
alegría de muchacha, en Pontevedra. Aquel Marcelino, más que gallego, parecía andaluz,
era tan dicharachero y jocoso.
También Pilar, lo mismo que Marcelino, trabajaba todo el día. Tenía la costumbre de dejar
la casa dos veces por semana, en las mañanas. Se dedicaba ella, en compañía de Teresita, a
entregar la ropa a todas sus patronas. También recogía ropa sucia. Empleaba casi todo el
día, pues tenía que ir a diferentes barrios de la ciudad. Los días en que ella no hacía estas
salidas, los empleaba en lavar ropa. Ya Teresa era una niña de diez y seis años y le prestaba
mucha ayuda a su madre. Las dos mujeres trabajaban mucho, pero economizaban lo
suficiente para vivir holgadamente. Además, Marcelino gastaba su sueldo con ellas, les
hacía muchos obsequios.
Fue en una de estas salidas de Pilar y Teresita ²que como dijimos hacían dos veces por
semana² cuando vinieron al centro de la ciudad dejando en casa a Marcelino. Fue
seguramente en uno de esos días en que Marcelino gozaba de día franco y lo empleaba
leyendo el periódico y durmiendo en la casa todo el día. Después, en la tarde, invitaba a
Pilar y Teresita a un cine que había cerca, en el barrio. Fue en uno de esos días en que
²además² Pilar y Teresita volvieron muy temprano. Habían regresado temprano sin que
ellas mismas supieran la causa. Pilar había sentido una nerviosidad y un deseo extraño de
regresar pronto a la casa, sin que ella ni Teresa tuvieran mayor urgencia. Habían llevado la
ropa a un cliente de la calle Carlos Pellegrini, después habían tomado el tranvía hacia la
calle Viamonte y a igual altura de la dirección de Carlos Pellegrini, habían entregado
muchas camisas, cuellos y camisetas de hombre. En la calle Piedras, cerca de Alsina,
habían recogido ropa sucia de otras abonadas y luego habían tomado el tranvía de regreso
para Mataderos.
Cuando llegaron a la casa, la puerta del apartamento estaba abierta. Supusieron que
Marcelino estaría adentro. Pilar se dirigió al dormitorio y Teresa se dirigió a la cocina a
preparar las bombillas de mate que tomaban en la tarde. Pilar llamó a Marcelino, pero no
tuvo respuesta. La respuesta que tuvo fue de Teresa. Un grito horrible, lastimero y lleno de
terror:
Pilar no pudo ni siquiera contestar. Con el grito de Teresa le flaquearon las piernas y apenas
pudo llegar a la cocina, deteniéndose con la mano el corazón que se le saltaba.
²Soy el autor del crimen ²dijo². Desde que tenía 7 años juré matarlo y he venido a
cumplir mi promesa desde España.
La lechuza
²¡Simona! ¡Simona! ¡Hoooooy Simonaaaaaá!
²¿El patrón?
²¡Claro!
²¿El patrón?
²¡Dejuro... y pues!
Andate por el caminito de la joya, por ay viene Nor Brígido montao en su caballo chalao.
²¿Ande viene?
134
²Andá, Menegildo, te digo. Te va a convidar con la botella. ¡Andate!
²¿Y quiay? ¡Alabao mi madre! ¡Cómo si uno juera perro viejo! ¡Alabao!
Era una espléndida mañanita de primavera, los pájaros cantaban, húmedos con el rocío que
cubría las hojas: el sol se iba levantando perezosamente detrás de una preciosa colina de
pinos. Era una mañanita espléndida; las 7 de la mañana. Todo el monte estaba húmedo de
rocío. Al rancho de Hermenegildo llegaba el rico perfume de unas hermosas flores sin
nombre que nacen en esa región, en medio de la maleza. Pero para Hermenegildo y su
mujer aquella mañana era simplemente una de tantas. Nada significaba para ellos el
perfume de la flor, el canto de los zorzales y el sol que se levantaba perezosamente detrás
de la colina.
²¡Bueno!
Hermenegildo empezó a caminar por el deshecho que su mujer le había recomendado para
que no se encontrara con don Brígido. Don Brígido pasó cerca del rancho sin volver a ver.
Iba completamente ebrio. Sobre el endeble y pequeño caballo se balanceaba para uno y otro
lado como si el viento se lo llevara. De vez en cuando pujaba como los cerdos:
Pasaron tres días más, y Hermenegildo no volvió. Un viajero llegó por fin a pedir agua,
sudando bajo el calcinante sol del trópico. Le contó a Simona, mientras se bebía el agua,
que en el camino del pueblo, cerca de Santa Rita, habían encontrado un hombre muerto. Le
refirió que cuando lo hallaron, ya los zopilotes le habían sacado los ojos. Simona se asustó
mucho, le preguntó que cómo era el hombre, pensando que acaso sería su marido. El le
contó que el muerto era un ladino rico. Simona quedó satisfecha porque Hermenegildo no
era ladino ni rico.
Esa noche, inesperadamente, oyó ella cantar la lechuza. Inmediatamente se bajó del tapesco
y se puso a rezar en el suelo. Era la señal de que algo grave iba a suceder. Nuevamente
volvió a pensar en que acaso Hermenegildo estaba muerto. Salió y le tiró piedras a la
lechuza para que se fuera, pero la lechuza parecía inmóvil, parada en la rama más alta del
árbol de pino, bajo cuya sombra estaba construido el pequeño rancho. Entonces, Simona,
llena de terrible pánico, se puso a llorar y pasó llorando hasta que volvió a alumbrar la
aurora. En la larde de ese día llegó una escolta:
²Es que tu marido mató un hombre abajito del potrero de Nor Feliciano. Cerca del pueblo.
²Cómo no, tenemos dos testigos de ojo. Mató a un forastero por robarle. ¿En dónde has
escondido a tu marido?
En la tarde del día siguiente, Simona descubrió que debajo de un pino, más allá de la milpa,
estaba un soldado escondido. El soldado creía que Simona no lo había visto, pero ella le
veía el uniforme y notaba los esfuerzos que él hacía por esconderse detrás de un arbolillo de
guayabo. Y después, en la noche, en la profunda oscuridad de aquellas soledades, Simona
oyó toser a los soldados escondidos. Ella le pidió a todos los santos que Hermenegildo no
volviera. Prefirió que su marido quedara huyendo en el monte como un animal salvaje. Otra
noche, sin embargo, oyó que su marido le silbaba, que volvía al rancho; ella salió nerviosa
a encontrarlo; pero, antes de que abriera la puerta, oyó un disparo de rifle, Luego otro y otro
PiV'HVSXpVR\yODFDUUHUDGHORVVROGDGRVFRQ³FDLWHV´VXELHQGRHOFHUURHQSHUVHFXFLyQ
de su marido. Eran más de 12 los que aparecieron entonces. Los soldados subían corriendo
por el cerro, y algún tiempo después, bastante lejos, se oyeron dos disparos más. Simona,
llena de miedo, se pasó rezando, sentía todavía en sus oídos el modo de silbar de
Hermenegildo y le pedía a todos los santos que no lo fueran a fusilar. En la mañana
siguiente los soldados estaban en el mismo sitio, escondidos, y Simona se puso muy
contenta, creyó que en la oscuridad de la noche, Hermenegildo se habría ocultado en la
selva y no lo habían encontrado. Pasó una semana, y por fin, los soldados desaparecieron
del lugar. Entonces, Simona tuvo la seguridad de que alguna noche, sigilosamente,
Hermenegildo iba a volver al rancho. Pasaron dos, tres semanas, luego más de un mes, y
Hermenegildo no apareció.
Simona se introdujo en la selva, anduvo mucho para ver si lo encontraba en lugares donde
sólo viven las fieras. Esperaba verlo subido en un árbol, o descansando en el fondo de un
abismo o acaso metido en una cueva. Detrás del cerro de Quiala, bastante lejos, había
guayabales silvestres, y Simona fue hasta allá, creyó que su marido estaría allí,
alimentándose de frutas para poder vivir. Mientras caminaba por el corazón de la selva,
miraba hacia arriba, creía poder verlo de pronto en una rama, como un gorila. Cuando oía
algún ruido, en la soledad infinita de la espesa selva, volvía la vista y gritaba: ¡Soy Simona!
¡Menegildooooooo!
Pero siempre el que hacía ruido era un zorrillo que huía al oír las pisadas de Simona. En
otras ocasiones, después de andar todo el día, se sentaba a descansar aguzando el oído para
escuchar algún ruido. Otras veces, cuando encontraba un puñado de huesos, se ponía a
observarlos y examinaba si eran huesos humanos. Sospechaba que las fieras se lo habían
comido. Muchas veces encontró huesos que le parecieron humanos; entonces se dedicó a
buscar allí cerca el viejo sombrero de llama con que se cubría la cabeza Hermenegildo.
136
Tarde del día, en la paz infinita de aquellas soledades, Simona se volvía hacia el rancho.
Regresaba siempre desconsolada y triste. Otras veces, a media noche, se levantaba y
llegaba hasta la orilla del cerro para ver si en la oscuridad observaba la sombra de
Hermenegildo, andando por allí. Creía Simona que si Hermenegildo vivía en la selva,
probablemente trataría de bajar al rancho, de noche, para que no lo agarraran. Alguna vez,
ella vio una sombra huir debajo de un árbol y entonces gritó:
Un día fue Simona a Santa Clara con el fin de averiguar la verdad sobre Hermenegildo. En
el cuartel le refirieron con muchos detalles que a Hermenegildo lo habían fusilado. Simona
volvió muy triste y desconsolada, pero segura de la verdad. Le dijeron que Hermenegildo
había huido cuando lo iban a capturar y que, entonces, se vieron en la necesidad de disparar
sus rifles. Aquélla fue la primera noche en que Simona ya no volvió a esperar a su marido.
Lo único que hizo fue rezar lo poco que sabía por el alma de Hermenegildo. Luego se
acostó, y como es costumbre entre los campesinos que no usan fósforos, dejó en el fogón
algunas brasas encendidas para tener lumbre en la mañana. Cuando despertó, hizo lo que
tenía que hacer sin esperar ayuda de nadie. Ahora el rancho era sólo de ella: las gallinas, el
paisaje, todo le pertenecía a ella sola. Pero ella prefería su marido a toda la riqueza del
mundo. Cada vez que se acordaba de Hermenegildo, especialmente cuando contemplaba la
camisa de manta del muerto, no podía contener las lágrimas. Algunos días después,
mientras dormía, oyó un silbido. Ella se despertó inmediatamente. El silbido se repitió
tristemente en la oscuridad de la noche. Era un silbido agudo y largo, largo. Simona trató de
oír mejor. Tanto miedo sintió, que se envolvió toda la cabeza y el cuerpo en la sábana con
que dormía. El silbido había principiado muy lejos, demasiado lejos, y poco a poco se iba
acercando. Simona trató de no oír más, le daba miedo y se tapaba los oídos, pero el silbido
se oía cada vez más cerca. Por fin parecía que el hombre había llegado a la quebrada, luego
que venía por el roble del camino, después que atravesaba la milpa.
Y por fin ²Simona no pudo contener un grito de miedo² el silbido se acercó a la puerta
del rancho. Por la hendidura de la puerta se oyó el silbido penetrar suavemente. Luego
sintió los pasos de un hombre parado allí. Por fin oyó que el hombre empezaba a correr y
correr por la milpa y luego subiendo el cerro. Después oyó un tiro de rifle y por último un
profundo silencio hasta el otro día.
Tanto miedo sintió Simona, que aquélla fue la última noche que durmió en su rancho. Lo
que hizo fue irse allá abajo, a la hacienda. Por las mañanas y por las tardes volvía a darle de
comer a sus gallinas y palos, pero nunca se quedaba a dormir. En la hacienda les contó a
137
todos en rueda que el finado Hermenegildo andaba apareciendo en el rancho. Les propuso a
los peones que si querían dormir en su rancho.
²Pué la verdá, patrón, les maté una mula chúcara que me tiró en un pedregal corcobiando
como un diablo. Me calenté y le zampé un tiro. La mula se murió.
El forastero insistió e insistió, pero el patrón, después de haber oído cómo le había matado
la mula a don Manuel Felipe, no lo quiso emplear.
²Tampoco regalo dinero. Andá a la cocina y dile a la criada que digo yo que te dé de
comer.
²Pué si no tié ande dormir ²le dijo Simona² váyase a mi rancho; yo tengo un rancho
allá arriba en el cerro. Yo no vivo allá porque el finao, mi marido, anda saliendo en la
noche.
²¿Sí? Pues sepa, señora, que esos son los que a mí me gustan, esos que se mueren y
quedan saliendo. Si su marido me sale, yo voy a conversar con él. Tal vez es que él sabe
onde hay un entierro e plata.
Esa tarde Simona llevó al nuevo inquilino a su rancho. Le preparó el tapesco, y después de
recomendarle que no se asustara si oía silbar a su marido, se volvió a la hacienda.
Dos meses estuvo el forastero viviendo solo en el rancho, y el muerto no lo visitó ni una
sola noche. Durante esos dos meses, Doroteo, que así se llamaba el hombre, se mantuvo
con los pollos de Simona, pero también trabajó mucho, había doblado y tapiscado la milpa
138
de Simona, hizo un nuevo techo para el rancho y le dio de comer a las gallinas. Mientras
tanto, se vestía con la camisa de Hermenegildo porque la suya se había roto. También en
esos dos meses tuvo relaciones amorosas con Simona. Un día ella, sin miedo de que su
marido volviera a silbar, se vino al rancho a vivir públicamente con su nuevo compañero.
Ella comprobó entonces que ya no se oían ruidos en la noche ni siquiera aparecía la
lechuza.
²Ese bicho es malo ²dijo el hombre² cuando chilla la lechuza es que hay desgracia.
Doroteo, que según decía él con orgullo, había usado zapatos en otro tiempo, era indio puro
como Hermenegildo y Simona. Lo mismo que éstos, era raquítico de carnes, nervioso, un
poquito parlanchín, si se toma en cuenta que los indios son reticentes y taciturnos. Bajo,
cetrino y silencioso para andar, como todos los indios. Los pómulos saltados del chino y los
ojos oblicuos, también del oriental. Era, sin embargo, trabajador. Esperaba él que se
quedaría a vivir con Simona para siempre y por eso cuidaba el rancho como si fuera suyo.
Tenía una cualidad que Hermenegildo no la tuvo nunca: tenía iniciativa, o como Simona
decía, entelegencia. Vivieron juntos cinco largos años. En ese tiempo le nacieron a Simona
dos niños. Un varón que ahora tenía cuatro años y una niña de tres. Ella que nunca tuvo
hijos con Hermenegildo, logró tenerlos con Doroteo. Todo marchaba bien hasta que un día,
a media noche, se volvió a oír el canto de la lechuza en la rama más alta del árbol. El
hombre, como todos los indios, era supersticioso. A pesar de no tenerle miedo a los
muertos, le tenía miedo a las lechuzas. Se levantó con Simona, se hincaron en el suelo los
dos y se pusieron a rezar.
²Esa es la lechuza que vino cuando mi marido se murió ²le dijo Simona.
²¡Claro! Una gran desgracia va a pasar. En cuanto amanezca nos vamos al pueblo. Pué ser
que el médico nos salve la vida. Uno de los niños se va a morir o alguno de nosotros.
Efectivamente, en la mañana, los dos se pusieron a arreglar las cosas para el viaje.
Mientras arreglaban, uno de los niños vino a decir que un hombre estaba escondido detrás
del guayabo; los padres no le hicieron caso, pero el niño volvió a repetir que allí había un
hombre. Era probablemente uno de esos que transitan por allí, y a veces se sientan a
descansar en las propiedades ajenas. Más tarde, mientras Doroteo hizo una salida, el niño
volvió a decir que allí estaba un hombre escondido detrás del guayabo. Simona salió y vio
que efectivamente, detrás del arbusto, había un hombre sentado. Creyó que estaría
descansando, y no le hizo mayor caso. Un momento más tarde, vio que había caminado
139
cerca de la casa. Que en vez de estar debajo del guayabo, estaba metido y acostado en la
milpa. Tampoco la madre se preocupó. Un rato más tarde, el niño, que no le quitaba la
vista, vino a decir que el hombre estaba cortando las mazorcas de maíz. Simona creyó que
abusaba demasiado y fue a llamar a Doroteo.
Doroteo se puso muy enojado y entró al rancho, agarró la escopeta, la cargó y salió. El
hombre seguía robándole el maíz, y entonces, Doroteo le hizo un disparo. Le descerrajó el
balazo en un pie y el hombre cayó al suelo.
²Una gran desgracia ²dijo Doroteo², eso es lo que nos trajo la lechuza...
Fueron a ver al hombre y lo encontraron sin conocimiento. Era muy pálido, parecía
enfermo, la cara la tenía cubierta con una cabellera de ermitaño, muy flaco el hombre, y era
indio como ellos, descalzo. Lo trajeron y empezaron a curarle la herida. Después que lo
acostaron en el tapesco, el herido volvió en sí. Simona se puso a lavarle la sangre que le
manaba de la herida. El hombre, súbitamente le agarró una mano a Simona. Esta le sonrió,
pero el forastero le apretó con más fuerza. Simona hizo un esfuerzo por evadirse, pero no
pudo. Entonces, asustada, se le quedó viendo al hombre que la miraba fijamente.
Doroteo vino corriendo al oír los gritos de Simona. Todos se quedaron petrificados.
²Traigo dos dados que compré en el presidio ²le dijo a Doroteo²; si quiere, amigo,
juguemos a ver quién se queda con el rancho, porque éste no es el rancho que yo hice...
²¿Y la Simona?
²Pe los cachorros son míos ²dijo Doroteo, señalando a los niños.
140
²¿Quiere jugar a los dados, amigo? Veya que no tengo rencor por el balazo.
Jugaron a los dados, los dos sentados en el suelo. Los muchachitos corrieron a hacer rueda.
Simona miraba correr los dados con la cara llena de angustia y desesperación. Por fin, los
dados se detuvieron mostrando los puntitos negros. Hermenegildo sonrió feliz:
Ese día, por la tarde, la pobre Simona, con el corazón traspasado de dolor, se preparó para
despedir a sus hijitos que se irían con Doroteo al salir la aurora. Aquel día, el paisaje se
volvió oscuro para los ojos de Simona. Toda la gracia y poesía de aquel bello lugar le
pareció un campo árido, triste y desierto...
Cuando llegó el momento de partir, Simona se subió a una piedra muy grande que había
allí, y desde ese lugar observó por mucho tiempo a Doroteo que se iba llevándole los hijos
de sus entrañas...
Sobre la piedra lloró la mujer hasta que el sol, rojo como la sangre, se perdió detrás del
verde y radioso paisaje...
El patrón
Subió también él al estribo del tranvía tirado por una yegua y una mula; el armatoste,
sacudiéndose, se dirigía lentamente hacia la Av. Colón. Descendía él con los pasajeros y
RFXSDEDVXOXJDUHQWUHODV³SXHVWHUDV´GLYHUWLGDVDQWHVXDLUHHQYHMHFLGRHQIXQGDGRHQXQ
jaquet, con el belfo caído y el rostro regordete.
²Voy en busca de un callo de desagüe ²confesó esa vez al primer pasajero². Me olvido
así de mi hijo con la construcción de la casita. Es una distracción para tener la mente
ocupada y hacerme la ilusión de que la habitará conmigo. Mandé a Cosme, el peón, a
comprarlo al centro. Para estimularlo le regalé ayer dos billetes de diez pesos arrolladitos,
por cierto manchados con tinta de escribir, pero los signos perceptibles conservaban su
valor circulante...
141
El pasajero escuchó, reparando en los 18 años transcurridos desde la muerte del hijo, pues
esto ocurría en 1888 y la guerra había terminado en el 70.
²Vive esta humilde gente en la miseria ²dijo². La guerra nos ha empobrecido y hay que
ayudarlos ²añadió.
Era durante el verano. Poco trabajo, poco dinero, casi ninguna diversión. Se mantenía todo
el mundo a la espera de algo; la imaginación se excitaba escuchando anécdotas, episodios y
escenas de la guerra grande. Generalmente quien refería aseguraba haber sido actor de lo
que contaba. A la gente le parecía contemplar la figura ecuestre de tal general, la osadía y
temeridad de tal soldado anónimo introduciéndose de noche entre las fuerzas del enemigo o
entre los camalotes del agua para escalar algún barco. En el relato aparecían estrellas,
ciénagas, lagartos, disparos de armas de fuego y el sueño interrumpido para ir en busca del
enemigo y sorprenderlo. Todo, todo ello se oía en los relatos de la guerra desde hacía 18
años.
Pero la realidad inmediata era otra, invitaba al derrotismo; nadie se hacía ilusiones y sólo se
atendía meras necesidades materiales. Poco interesaba el lujo, la ambición, placeres y
figuración en sociedad o los negocios. La vida de la ciudad terminaba con las últimas luces
del día. En suma, después de 18 años, las cicatrices de la guerra no se restañaban.
²¿Qué sucede? ²preguntó el señor del jaquet, creyéndose facultado para decidir,
interrogar, aconsejar o intervenir entre la gente. Ninguno contestó; traían en peso el cuerpo
de una pobre mujer del pueblo, recogida por desvanecimiento de entre las patas de los
animales. La sentaron en el primer asiento; su rostro de palidez de cera recobró la sangre y
HOOD PLVPD VRQULy DO YHUVH DO ODGR GH RWUD ³SXHVWHUD´ TXH VH OODPDED )HOLSD (O WUDQYtD
anunciado por la corneta, reanudó la marcha.
²¿Qué te pasó? ²le preguntó la amiga, que tenía la piel también olivácea.
²Nada, un susto...
142
Pero mientras Felipa conversaba, la convaleciente descubrió con gran susto que había
extraviado las monedas para su pasaje. Recordó que en otra parte ocultaba dinero de su
marido para determinada compra, pero su espíritu de respeto, mantenido tradicionalmente
hacia el esposo, no le permitía gastarlo, como tampoco pedir prestado. Conservaba orgullo,
soberbia y reticencia de la raza, acentuado últimamente con la reserva del muerto, fijo en la
memoria la guiaba; llevaba a cuestas su pesar; había sido su última razón de amor en la
vida, y por eso caminaba en la ciudad como una sonámbula.
²¿Qué? ¿Qué?
²Que también tiene un hijo muerto en la guerra ²replicó Felipa en idioma guaraní.
²¡Qué importa! ¿Acaso es paraguayo? Ese habrá muerto peleando en contra de mi hijo...
(Los músculos de sus mejillas se movían por la presión convulsa de sus mandíbulas).
²¡Qué importa! ²Y al darse cuenta que también podría haber sido quien disparó la bala
mortal, una lágrima como una gota de plomo derretido sobre su corazón rodó. Empezó a
gimotear cubriéndose la cara mientras la amiga, respetuosamente, apartaba la mirada.
Se sentía cansada por los magullones recibidos con los cascos de las bestias que tiraban el
tranvía, pero más con el conflicto de emociones producidas por el recuerdo de su hijo
muerto en la guerra. Permaneció con la mirada tensa, pero con los ojos hablaba. Algo le
preguntó Felipa, pero no contestó. Sin que ninguna de ellas advirtiera, el anciano del jaquet
la venía observando en secreto; contemplaba ella hacia una especie de vacío espiritual sólo
divisado por ella en el horizonte. Los demás proyectaban sus ojos hacia igual dirección,
pero en vano... Era la suya una mirada desprovista de emoción, de apetencia, placer,
aburrimiento, desesperación. El anciano del jaquet conversaba para no atraer sobre sí sus
ojos. En puridad, lo que hacía era vigilarla, como si la viese con un arma peligrosa en la
mano. Entre Felipa y el alma de su amiga mediaba una incompatibilidad. La amiga de
Felipa parecía pesar las consecuencias de una secreta decisión. Otras veces, lo que allí
asomaba era ansiedad estúpida.
²¿Qué haré para pagar el pasaje? ²se preguntó. Esta duda no se la confió a Felipa, quien
le confió que él podía ayudarla.
²Sí.
143
²Es nuestro enemigo. Enemigo de los paraguayos.
²Pero ayuda con dinero a la gente del pueblo ²terminó Felipa, y acto seguido,
inconsciente ante la dificultad de su amiga, se incorporó para luego descender del tranvía.
La otra permaneció tiesa como un alambre. Se separaron, y al abandonar Felipa el asiento,
la amartelada decidió pagar el pasaje con el dinero del esposo y resolver así su dificultad.
De nuevo, anunciado por la corneta, reanudó la marcha el tranvía.
El viejo, no obstante, observó que al despedirse de Felipa, ésta hízole caer algo y era un
billete que él se había inclinado para recogerlo y devolverlo a su dueña. Pero al examinarlo
resolvió sustituirlo por otro de mayor suma, haciéndole creer que era el mismo.
No consiguió hacerlo, infortunadamente, pues la mujer recibió al señor con una mirada
agresiva y desafiante. Arrogante en su provocación y confiada en su rencor contenido,
surgió, empero, una segunda dificultad. Esta se debió a que cuando para afirmarse en su
propósito de abonar su pasaje, buscó el billete de su esposo, no lo encontró tampoco. Lo
había perdido. Este nuevo conflicto de emociones acabó por debilitarla. No tenía dinero
para viajar ni cómo regresar hasta lD³FXUYDGH6DQ0LJXHO´HQFX\RVDOHGDxRVYLYtDFRQ
Cosme, su marido, dedicada a prender una vela al Santo encargado de cuidar el alma del
muerto en la guerra.
Odio y duda, luego desesperación la invadió, pero también una devoción religiosa con el
recuerdo de su hijo. Todo esto lo adivinaba el anciano señor del asiento. Y al tropezar
mutuamente con la mirada, ella reconoció que él era el padre de un hijo muerto en la
guerra, por más que fuese soldado enemigo, otro sentimiento la hipnotizaba, inundándole
sus ojos, ordinariamente inexpresivos, con un penoso complejo de ternura y celos. Ahora
sentía respeto por el dolor ajeno, inclusive por el del enemigo. Este hombre era un
argentino y había perdido un hijo en la guerra grande y en las filas contrarias. El dolor era
igual, uno cada uno y los dos eran padres. Cerró sus ojos. No alcanzaba a comprender que
un vencedor tuviese que sufrir como un vencido. Que una guerra castigara a gentes de
ambos bandos y que la victoria no traía a ninguno la alegría. Miedo y tentación con una
especie de excitación y coraje llenaban y vaciaban sus ojos. Revoloteó la mirada y adivinó
lo que unificaba el alma de los paraguayos, el desamor por la alegría en la cara. Únicamente
este anciano y padre de un hijo fallecido en la guerra atraía su atención, puesto que siempre
estaba en uso de la palabra. Sin duda, pensó, la gente aquí, para olvidar, callaba; y la de
allá, para no recordar, hablaba. Hablaba siempre.
²Oiga ²le dijo una vecina que en ese instante se incorporaba para descender del tranvía.
Giró la mirada y sin tiempo para pedir nuevas explicaciones, descubrió un dedo que le
señalaba un billete arrollado y arrojado al suelo. Recogió el papel, recobrando el ánimo
entero, suspiró llena de alivio, pero cuando minutos más tarde lo revisó para comprobar que
era suyo, descubrió una tercera decepción: no era ni la suma ni el billete que había
extraviado. Posiblemente alguien lo había dejado caer y ella debería devolverlo.
De nuevo, tras el anuncio de la corneta, reanudó su marcha el tranvía. El calor era húmedo,
tormentoso. En lucha consigo misma, se pasó la mano por la cara con ansiedad. Una
angustia le quemaba por dentro y por fuera, la temperatura le abrasaba la piel. Tendría 60
144
años y representaba más; era delgada, fina de caderas, desprovista de músculos y el color
ceniciento.
²Hace calor ²comentó la nueva vecina, ubicándose a su lado. Pero ella no la escuchó
porque pensaba en la incompatibilidad de la dignidad y el dinero. Para ser decente se
requiere dinero, pensó. Ahora mismo podría planear un robo, pero con tal pecado su hijo no
se salvaría del purgatorio y ella prefería el sufrimiento terrestre antes que vivir abrasado por
las llamas. Su sonrisa era expresiva, mas no comunicativa. De su cuerpo lo movible eran
sus manos. Se desplazaban continuamente, y a quien la observaba como lo hacía el anciano
del belfo caído, atraían porque dejaba caer las cosas como un niño. Naturalmente que en
ello la voluntad estaba ajena, era la tensión constante recibida del ambiente creado por la
guerra. Y, sin embargo, sus ojos miraban adentro de los demás con una ansiedad propia de
aquellos que por naturaleza viven decepcionados. Comía poco, dormía menos, suspiraba
mucho y estaba sometida hasta el servilismo a su marido. De noche pedía la salvación del
hijo muerto por la patria. Abajo, en el silencio de su corazón, se alzaba como un altar su
DPRUSDUDHOKLMR'HHVWHIXHJRYLYtDVXDOPD/RPiVVLJQLILFDWLYRHUDTXHODV³SXHVWHUDV´
la respetaban, envidiaban que un hijo muerto en la guerra produjera tanto dolor. Ninguno
les parecía más santificado y ninguna entre ellas, por eso mismo, inspiraba tanta
consideración. El propio esposo la admiraba, se entendían con signos y miradas. Le
HPRFLRQDED TXH RWUDV ³SXHVWHUDV´ FXFKLFKHDUDQ FRQ DODEDQ]DV \ VL XQ SDUURTXLDQR
GHPDQGDED ³FKLSi´ HOODV SHUPLWtDQ TXH HOOD YHQGLHVH VX DUWtFXOR SULPHUR TXH QLQJXQD
Entretanto, permanecía sumisa y erecta como una persona muda: vivía en un silencio de
muerte y gustaba dar rienda suelta a oscuros pensamientos.
²¡Qué vida, qué vida! ²comentaba una pasajera². Es como para desesperar a cualquiera.
Trabaja, pasa las noches sin dormir, se preocupa y luego no encuentra cómo vender, porque
la gente o no tiene dinero o no le interesa comprar. Si nada se compra, entonces nada se
produce y todo anda mal. Pero, ¿podremos salir así de apuros? No me parece; no pienso eso
porque soy emprendedora... ²Y retó a la concurrencia con una mirada.
Era el final y empezó a expulsar todo género de pasajeros: mujeres del pueblo con su
³FKLSi´ OLPRQHV QDUDQMDV YHUGXUDV IUXWDV WURSLFDOHV WDPELpQ QLxRV KRPEUHV \ DOJXQDV
gentes de buena clase social, y en medio de todo el viejo del jaquet dirigiéndose a la
³SXHVWHUD´pVWDKDEODEDGLFLpQGROH al mayoral:
²(VWRQRHVPtRORHQFRQWUpDOOt<YR\DSDJDUOHPLSDVDMHFRQ³FKLSi´SRUTXHQRWHQJR
otra cosa...
²Este billete es suyo ²dijo devolviéndole los dos billetes arrollados de diez pesos cada
uno.
²Hija mía ²le dijo². Los descubrí caídos, y en vez de devolvérselos los sustituí por otro
de cien pesos para colocar velas a la Virgen que protege a tu hijo. Yo también esperaba el
mío, sucio y desarrapado, pero con el pecho cubierto de condecoraciones« Así le suelo
decir a Cosme, tu marido, y así lo soñaba en mis delirios.
/DPXMHUWHPEODEDQRVDEtDTXpGHFLU\HO³PD\RUDO´DMHQRDODVRPEURSURWHVWy
²Vamos ²volvió a agregar². Voy a explicarle. Este billete se lo regalé a Cosme, que es
peón mío y marido tuyo. Reconocí los dos billetes enrollados por las manchas de tinta.
Además, porque Cosme me hablaba de su mujer y el hijo que murió en la guerra. Cuando oí
hablar adiviné que debería ser ella; luego lo confirmó los dos billetes arrugados, que eran
los mismos.
²Así es, hija. Así es... Estaba en las filas del enemigo, pero eso no importa; muerto está el
tuyo como el mío... óyeme bien... los dos; tú como madre y yo como padre, condenemos la
guerra... Ella es la sola culpable. Ella mata a los hijos de sus padres... El tuyo no murió por
culpa de los aliados, ni el mío por culpa de los paraguayos... A los dos los mató la guerra.
¿Comprendes?... ¡Los mató la guerra!
La vendedora tenía los ojos humedecidos y la piel encendida; se le echó en brazos como
una hija. Las mandíbulas, convulsas, castañeaban.
146
²Dame ese billete que me hizo descubrirte, hija.
Ella se lo devolvió.
²Toma es para que le compren flores ²dijo él, y calló. Lloraban. Una corriente eléctrica
de comprensión les atravesó.
Y ella ya no reparó en enemigos; los tenía de sobra y entre ellos la vida y el destino.
Bastábale, como paraguaya, su obediencia al marido y, de consiguiente, al amo del marido.
147
Arturo Martínez Galindo
El Padre Ortega
A Alejandro Castro h.
² Marta ! ¡ Marta!
La voz del Padre Ortega era una de esas voces veladas que parecen ocultar
algún secreto. Las palabras de Marta alternaban en el rezo con sus notas
agudas y exultantes. Al terminar los padrenuestros, las avemarías y las
jaculatorias del Angelus, tornaron a persignarse. La moza fue a traer el
sillón de cuero para que se sentase el padre, y atendiendo a que las sombras
habían caído, encendió una vela, fue a revolver en la repisa hasta encontrar
un libro con envoltura de cuero negro, y lo puso en manos del sacerdote; en
seguida se quedó muy quieta, al lado de la silla, teniendo en su mano la
vela para alumbrar la lectura. Se trataba de las Meditaciones y el Manual de
San Agustín. El Padre Ortega hojeó un momento el volumen, vaciló
algunos momentos entre una página y otra, y al fin empezó con aquello de
³/DV DODEDQ]DV TXH GD HO iQLPD D 'LRV FRQWHPSODQGR VX VREHUDQD
PDMHVWDG´(O3DGUH2UWHJDOHtD mal; su voz uniforme daba al texto místico
una somnolienta monotonía; él procuraba acentuar algunos pasajes, mas
sabiendo que no lo conseguía, intercalaba su lectura con exclamaciones
FRPRHVWDV³¿+DVRtGR0DUWD"¢&RPSUHQGHV0DUWD"´(VWDQRFKHFRPRVL
tuviese un interés especialísimo, leyó y releyó el pasaje que dice:
³3HUR QXHVWUR iQLPR VXED GH HVWDV FRVDV EDMDV \ WUDVSDVH WRGR OR FULDGR
corta, suba y vuele, y dejando todas las otras cosas, fije los ojos de la fe
cuanto pudiere en Aquél que las crió todas. Yo, pues, haré una escalera en
mi corazón y unas gradas para subir a lo más alto de mi ánima; y por ella
subiré a mi Señor que está sobre mi cabeza. Despediré con una mano
148
fuerte, y apartaré, lejos de la vida de mi corazón, todo lo que se ve en este
PXQGRYLVLEOH´
²...y dejando todas las otras cosas... ¿comprendes, Marta?... y apartaré con
una mano fuerte, lejos de la vida de mi corazón, todo lo que se ve en este
mundo visible... ¿has oído, Marta, lo has oído bien?
Así la comida no tiene sabor a metal, ²se disculpaba, cuando había alguna
persona extraña observándole.
El Padre Ortega tenía muchos años, más de ochenta, pero se movía con
cierta energía, a pesar de su reumatismo que lo hacía sufrir tanto en los
inviernos y que le había derrengado una pierna y lo había dejado cojo.
Cojeaba con un movimiento giratorio de todo el cuerpo que daba la
sensación de que quería regresar a cada paso. Había vivido su vida entera
sofocado y dominado por una hermana mayor, la Sebastiana Ortega,
solterona, iglesiera y fanática. Ella lo crió desde que perdieron a su madre;
ella lo enfundó en la sotana; ella lo hizo a su manera: terco, tonto y bueno.
149
Cierto día, hacía diecisiete años, Bastiana, que acostumbraba desempeñar el
papel de enfermera visitadora entre la pobrería, llegó a la casa cural muy
sofocada, llevando bajo el brazo una gran cesta, y luego llamó a gritos a su
hermano:
Aquella vez los gritos eran más imperiosos que de ordinario. El Padre
Ortega se acercó a ella, arrastrando la pierna enferma. Bastiana levantó la
tapa de la cesta, lo obligó a mirar su contenido y le ordenó:
Bastiana se acortó; tal vez la única vez en su vida que se acortó; le arrebató
el bulto de las manos al sacristán, lo registró con decisión, mientras se
veían surgir de los trapos unas patitas flacas como de rana, y luego
sentenció:
²Se llamará Marta y yo seré la madrina. Así vino Marta a la casa cural.
&&
150
Bastiana reventó un día, hacía cinco años, con la misma decisión que había
demostrado en todos sus actos. Un mediodía, poco después de almorzar,
mientras remendaba una sotana deslustrada del Padre Ortega, le subió una
sombra roja a la cara y rodó al suelo sin sentido. Ya para morir, el color
rojo del rostro se le tornó violáceo, cárdeno. Sólo duró dos horas.
&&
²Mi cariño para ti, Marta, es el cariño de una buena madre. Yo soy tu
madre.
²No se ablande, mi Padre, que usted me tiene a mí..., yo velaré por usted.
Pero el Padre Ortega tenía sus dudas. Marta acababa de cumplir los
dieciocho años y estaba hecha una mujer. Luego, ahí estaba Bartolito; se le
veía en los ojos a Bartolito, y a Marta también se le veía en los ojos. Un día
el Padre Ortega llamó al mozo, y en presencia de Marta le dijo sus
verdades:
152
²Nada somos, Marta, somos nada, nada..., porque somos hechos de carne
miserable y la carne es una porquería, ¿me oyes bien, Marta?, la carne es
una porquería...
&&
Iba arrastrando las chancletas sin hacer ruido, para no despertar a la moza ,
pero al penetrar en la estancia el Padre Ortega se detuvo pasmado. Sobre el
lecho revuelto Marta estaba desnuda, totalmente desnuda, y a su lado
dormía Bartolito, como un Eros cansado, los cuerpos juveniles muy juntos,
en un grato abandono. Cuando pudo reponerse de su asombro, el Padre
Ortega se quitó la sábana que llevaba sobre los hombros, y cubrió a los
amantes.
²¡Qué voy a hacer yo ahora... Dios mío... qué voy a hacer! ¿Por qué lo
permitiste, Señor?... ¡Marta... hija mía... mi Marta!... ¡Grandísimos
cochinos...!
1930.
153
El incesto
Serían las diez de la noche. A Bernarda le pareció, así como en sueños, que
alguien empujaba la puerta de su cuarto, y después, unos pasos cautelosos
que se arrastraban por el pavimento, cada vez más cerca de su cama, cada
vez más cerca. Luego, unas manos álgidas la desnudaron.
Bernarda nada veía porque el cuarto estaba a oscuras, pero adivinó que
ocurriría algo extraordinario, pues su padre temblaba extrañamente. Hasta
creyó que, sobre sus ojos abiertos a las tinieblas, fulguraban otros ojos
febriles y desorbitados, y, sobre su boca, un aliento trémulo y rojo la
encendía como una llama. Pero guardó silencio para no despertar a la Nana.
154
¡Bah, se acabó! La Nana era la Nana, menuda, arrugadita y santa; así la
había conocido y así la quería. La madre de Bernarda murió dejándola de
brazos, y los de la abuela se le habían abierto desde entonces ampliamente;
en ellos se habían redondeado sus quince años empapados de vida.
&&
Esteban es un recio varón que frisa en los cuarenta años. Salió de casa
cuando todavía parpadeaban los últimos luceros; cejijunto, enfebrecido y
desolado, llevaba aun la boca envenenada por el beso que no se debe dar y
en sus dedos hormigueaba la caricia del incesto. No le había servido para
nada su vida de hombre probo y normal; para nada la blanca fortaleza del
que se ha forjado sobre la entraña taumaturga del surco. Bernarda lo había
tentado; Bernarda lo había lanzado al vórtice del pecado imperdonable.
Ante los hechizos de su propia hija, en vano había clamado al Dios
escondido de su corazón. Ese Dios de los desesperados y de los débiles no
vio su desesperación ni su flaqueza; ese Dios que todo lo puede no pudo
nada cuando en sus noches interminables de insomnio y de deseo, pugnó
por amordazar la rebeldía ignominiosa de su carne y de su sangre que le
gritaban: ¡tómala, aunque sea tu hija, tómala! ¡Ah, su carne y su sangre que
155
le hicieron, durante infinitas noches, arrastrarse y babear como un perro
rabioso, ante la puerta que guardaba el pudor y la inocencia prohibidos a su
anhelar! ¡Ah, su carne y su sangre que le vendaron los ojos y le guiaron
hasta el lecho imposible, poniéndole sedas en la planta para cautelar los
pasos que no debían despertar a la Nana!
&&
Saltó sobre la cerca de piedras y se quedó parada enmedio del sendero; sus
finos remos parecían vibrar; su piel rojiza lucía como de raso a los rayos
oblicuos del sol madrugador; venteó un instante y dejó escapar un relincho
triunfal, elevando hacia el cielo la cabeza insolente.
Esteban se detuvo de golpe; luego, con cautela, sin quitarle los ojos de
encima, empezó a acercársele. El animal lo observaba con insistencia y con
recelo; sacudía la bella testa como diciendo a veces sí, como diciendo a
veces no; mas cuando el hombre estuvo ya a corta distancia, lanzó un nuevo
relincho, escarbó la grama con la pata, dio un corcovo y echó a correr. A lo
lejos, otro relincho sacudió la mañana.
Sus ojos encontraron los de su hija. ¡Todo se había olvidado! ¡No había
pasado nada! En los rostros de los tres campesinos sólo había una
inquietud: ¡la yegua!
²¡Así es la primavera!
1924.
La amenaza invisible
A José de la Cuadra
157
Romana era una poquita cosa; una de esas virginidades inofensivas que no
son apropiadas para encender la sangre de los hombres. Tenía los cabellos
rubios, de un rubio desteñido y simplón; los ojos claros y fríos como los de
ciertas muñecas que se aburren en los bazares, y la voz, un hilo tenue en
que se adelgazaba el sonido.
Vivía en una pequeña quinta suburbana, que se recataba tras las frondas de
un huerto. Hija única, era ella sola para cosechar las blanduras maternales
de doña Leonor. Esta mujer había tenido una historia galante de placer y de
pecado. Corrió mucho mundo. Fue amada por magnates porque ella sabía
mantener siempre rebosante la copa de las tentaciones, y más de alguno
perdió su cordura en el abismo de los ojos verdes de doña Leonor. Había
sido una de esas hembras envenenadoras que parecen llevar el sexo
difundido en todo su ser: sexuales la risa y la sonrisa, el andar perez oso y la
voz, la mirada de incendio y el gesto sabio, la curva de escándalo y la
leyenda equívoca.
Cierto es que don Gil era gordo, que usaba mostachos anticuados, que se
reía a carcajadas y que tenía los dientes postizos, pero... doña Leonor no era
ya la cortesana elástica, la varona encendida de juventud y de pecado. Todo
su antiguo encanto, primaveral y perverso, se había mustiado; el soplo del
tiempo la había desnudado, así como el soplo del huracán desnuda al árbol;
al igual que las hojas viajeras, sus galas volaron una a una en el ala del
tiempo.
Aquella noche...
Si don Gil no hubiese sido corto de vista, habría podido advertir en los ojos
verdes y en las pestañas largas de doña Leonor, unas gotitas claras que se
parecían mucho a las lágrimas,
1924.
Nos Conocíamos desde niños. Yo la había amado allá por los albores de mi
adolescencia, cuando todavía jugábamos al escondite o correteábamos tras
las mariposas. Me enloquecían sus grandes ojos y sus rizos castaños.
Recuerdo una mañanita azul en que ella me regaló un magnífico botón de
rosa, apretado y rojo, y desde entonces me gustaron las rosas tanto como
los bombones. Por muchos años durmieron los pétalos marchitos de aquella
159
flor entre las páginas de un mi libro de leyendas de cuando las hadas salían
de aventuras por los caminos.
Julia nunca supo de mi amor, porque a los diez años estas cosas no pueden
decirse. Pero evoco una tarde lejana en que me pareció que comprendía.
Julia fue muy precoz y esta precocidad me la robó. Ya a los quince años
usaba tacones altos, poníase brillantina en los párpados, bailaba el tango y
el fox-trot y se dejaba decir. Yo apenas era por esos tiempos un ávido
estudiante del Instituto. El recuerdo de Julia me traía, de vez en vez, cierta
tristeza, una cruel sensación de algo perdido, un vago perfume como el de
los pétalos marchitos que conservé por muchos años en mi viejo libro de
leyendas. Pero hasta esto fue apagándoseme día tras día, porque nada hay
como el tiempo para dejarnos vacío el corazón.
II
160
desprecio por las glorias humanas. Pensé muchas veces: lo quiero todo;
pero me interrogué en seguida: ¿para qué?
Aunque Julia estaba cansada del flirt ligero de los salones, debió sentirse
irritada ante mi sequedad. Yo, a mi vez, protesté en mi interior de esta
figulina, interesante para una aventura, pero en la que no podría encontra r a
la nena, gárrula y traviesa, que perdí al disiparse la nubecilla de mi primera
ilusión.
Era ya muy tarde. La música, las flores y el champagne ponían en las almas
una nota de artificiosa alegría. Como languidecía la charla, metí los ojos en
las parejas que danzaban. Julia de espaldas al regocijo, parecía rencorosa en
su silencio. Pronto me olvidé de ella porque el torbellino de fox-trot que se
arremolinaba en el local distraía mi atención, y no hube de atender a su
presencia hasta que ella se puso de pie y mientras se arrebujaba en sus
pieles, me dijo con la mayor indiferencia:
febrero de 1925.
162
Autor: Nery-AlexisGaitan
http://www.bubok.com/libros/202438/Origen-del-Cuento-en-Honduras