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Conceptos importantes para entender un problema ambiental

Abordar temas ambientales es algo complejo: lo que está mal para algunos,
puede ser rentable para otros, mientras que lo que es placentero para alguien
más, está remitiendo a los miedos más profundos de otros, y es rentable
económicamente, a pesar que esté prohibido. Recordemos que hay algunos
que vamos al cine a ver películas de terror… En buena cuenta pagamos por
encontrarnos con nuestros miedos. En otros casos, hacemos algo a pesar que
sabemos que está mal, y estamos dispuestos a pagar más por ello ya que está
prohibido. Estos son algunos ejemplos de cómo los humanos nos compartamos
en términos ambientales. Así, abordar temas ambientales implica una amplia
perspectiva científica, que considere tanto aspectos concretos como
abstractos, tanto cuantitativamente como cualitativamente, asumiendo que los
fenómenos investigados son localizables espacialmente y que están afectados
por el paso del tiempo, toda vez que están cargados de significaciones
abstractas muy diversas simultáneamente.

1.1 Noción de “medioambiente”


Desde un punto de vista ambiental, los seres humanos formamos parte de un
entorno mayor con el que nos relacionamos. Le llamamos medioambiente.
Somos parte de él, nos afecta y le afectamos. Como base de su dinámica, el
medioambiente depende del sistema soporte de vida que es el planeta Tierra.
A lo natural se suma todo aquello que es de origen humano. De esta
interacción concretada tanto en conductas cotidianas como en tareas propias
de labores técnicas y profesionales, surgen desajustes y reajustes, haciendo
que el medioambiente sea dinámico.

Cuando conceptualizamos “medioambiente”, generalmente lo relacionamos con


química, física y biología. En este concepto, es claro el énfasis se pone a lo
material, especialmente biológico. Sin embargo, si bien medioambiente se
vincula fuertemente con ecología, siendo ésta una ciencia que se desprende de
la biología, este concepto también abarca aspectos más “humanos”, más
abstractos, propiamente culturales: en el medioambiente se incluye el valor
simbólico de las cosas.

Por ejemplo, “agua” implica considerar sus propiedades inorgánicas desde su


calidad químico-física, lo cual permite la existencia de condiciones de vida
favorables a ciertos organismos, lo que la define como sistema base de algún
ecosistema, a lo cual se suma un valor específico en tanto sea considerada
como recurso natural, insumo de alguna actividad humana. Pero también
“agua” implica una valoración que trasciende sus características orgánicas e
inorgánicas: culturalmente “agua” significa algo que materialmente no siempre
tiene un correlato o sustento. Así, como ejemplo, “agua” puede significar
“sangre de los dioses”, y en tanto sea así, su valoración va a ser distinta a la
valoración como insumo de alguna actividad humana desde una mirada
económica.

En conclusión, en un sentido estricto, medioambiente es un concepto centrado


netamente en los humanos. Entonces, lo que tienen los demás seres vivos son
ecosistemas. Es evidente que dentro de un medioambiente hay, además de
humanos, otros seres vivos. Por tanto, dentro del medioambiente se presentan
ecosistemas.

1.2 Normas ambientales, límites permisibles, conflictos ambientales


Para poder superar el aspecto subjetivo acerca de si algo es bueno o malo, lo
que se hace es generar criterios y estándares que sirven de parámetros. A
partir de ellos se establece lo que se conocen como “normas”, que vendrían a
ser las que definen el límite entre lo que es aceptable y aquello que no lo es
para una determinada sociedad. Las normas deberían ser aceptadas y
respetadas por las personas no tanto por coerción o temor, sino por convicción:
es esto lo que garantiza su cumplimiento. En términos ambientales, por
ejemplo, una norma ambiental establece el número máximo de partículas de
CO2 que se pueden emitir al aire como resultado de una acción humana, lo
que está debajo de este “limite permisible” establecido por la norma, es
considerado aceptable – o bueno –, y lo que lo supera es considerado
“contaminación” – o malo –.

Generalmente, las normas se ajustan a aspectos “medibles”, que se pueden


cuantificar. Sin embargo, estos indicadores de base material no expresan
siempre de manera suficiente su valoración no material, y eso también es parte
de la problemática medioambiental: el valor simbólico carece de mediciones
que puedan servir de base para establecer una norma. Por ejemplo, colocar
una torre de alta tensión sobre la ladera de un cerro considerado “sagrado” por
la cultura ancestral de los lugareños, puede generar una situación de violencia.
Así, además de los aspectos más técnicos vinculados a alguna norma que
establece parámetros cuantificables, es importante tomar en cuenta que los
conflictos ambientales también encuentran su origen en el momento en que
dos o más subjetividades que no comparten una misma valoración sobre un
mismo aspecto medioambiental, entran en una dinámica en la que alguna
busca imponerse sobre otra.

1.3 Situación “problema”


Para cualquier especie, reconocer a tiempo aquellas situaciones que la ponen
en riesgo es vital para su subsistencia. Los humanos no somos ajenos a ello. A
pesar de los importantes avances tecnológicos alcanzados, sobre todo en los
últimos siglos, nuestra estructura neurofisiológica y psíquica ha mantenido su
capacidad de detectar lo que nos pone en riesgo. Nos referimos a situaciones
“problema”. Tan vital como reconocerlas, es “saber hacer” con ellas. De hecho,
dentro de las más importantes fuentes de aprendizaje significativo están:
aprender de los errores, manejar la frustración en situaciones adversas,
desarrollar capacidades de prevención de situaciones atípicas en escenarios
emergentes no previstos.

Así, los humanos hemos aprendido a reconocer problemas y eso se lo


debemos a la observación, al “sentido común”, al raciocinio, a la cultura
ancestral, a los adelantos científicos y tecnológicos, entre otros. Los problemas
no tienen por qué ser malos para los humanos: si bien son situaciones
desagradables, desestabilizadoras, si los asumimos como retos y
oportunidades de cambio para mejorar, ellas permiten desarrollar nuestras
capacidades y competencias.

¿Cuándo decimos que estamos frente a una situación


“problema”?

Podríamos decir que cuando nos encontramos frente a alguna


situación que desestabiliza lo que hasta el momento nos generaba
alguna sensación de bienestar o comodidad, que nos generan
inquietudes que demandan un esfuerzo de nuestra parte por ser
resueltas o solucionadas.

Cuando se reflexiona en torno a los problemas, lo primero que empezamos a


inferir es que éstos no tienen carácter absoluto. Es decir que lo que para unos
puede ser algo normal, para otros puede constituir un problema.

1.3 Impacto ambiental

¿Cuándo decimos que estamos ante un Impacto ambiental?

Estamos ante un impacto ambiental cuando se presentan


alteraciones en el equilibrio del medio ambiente por efecto de la
acción humana directa o indirecta, consciente o inconsciente,
voluntaria o involuntaria.

¿Todo Impacto ambiental es negativo?

Los impactos ambientales pueden ser negativos pero también


positivos: ello depende de cómo se esté afectando al medio
ambiente.
1.4 Problema ambiental
¿Cuándo decimos que estamos ante un problema ambiental?

El problema ambiental surgiría cuando el impacto ambiental es


negativo y sus efectos son de tal magnitud que el medio ambiente
necesita de la intervención humana para revertir la situación o
recuperar, en lo posible, su equilibrio dinámico u homeostasis.

2. Algunas consideraciones fácticas relevantes al momento de definir un


ámbito de investigación: el lugar y el tiempo

Asumiendo el punto de vista de las ciencias fácticas, todo fenómeno


observable en la superficie terrestre se “manifiesta dinámicamente” como un
“volumen”. En tanto es “manifestación dinámica” se ve afectado por el tiempo
desde la perspectiva de la teoría general de la relatividad y las leyes de la
Termodinámica. Y en tanto es “volumen”, presenta tres dimensiones
espaciales: verticalidad (hacia arriba o hacia abajo de un plano referente), y
horizontalidad (ancho y largo en un plano referente). Estas características
espaciales permiten su localización sobre la superficie terrestre empleando, por
ejemplo, coordenadas geográficas, permiten su ubicación indicando, por
ejemplo, su proximidad a algún referente importante que sea fácilmente
reconocible en el paisaje. Las características mencionadas hasta el momento
son comprobables y pueden ser medidas, por lo tanto registradas, empleando
algún método cuantitativo. Como están afectadas por el tiempo, ellas también
permiten observar los cambios, generalmente percibidos con los sentidos,
aunque a veces sean latentes y parezcan que no están, pero sí están.

Imaginemos un cruce de avenidas importantes en una gran ciudad como Lima


Metropolitana. Por esas avenidas circulan cantidad de vehículos tanto
particulares como de transporte público y de carga. Como son avenidas
importantes que interconectan varios distritos, algunos residenciales y otros
comerciales e industriales, a determinadas horas en ese lugar se produce una
gran congestión vehicular. El desplazamiento de los vehículos se hace lento,
deteniéndose por momentos durante varios minutos, mientras emiten
permanentemente una gran cantidad de gases que resultan de la combustión
de sus motores. A lo anterior se suma el ruido propio de las máquinas en
funcionamiento, de los silbatos de los agentes de tránsito que buscan ordenar
el flujo vehicular, y también el de las bocinas a las que recurren los choferes.
Este sería el paisaje observable en ciertos momentos del día: las “hora pico”.
Sin embargo, a otras horas el paisaje de ese mismo lugar cambia
drásticamente, por ejemplo, por la noche. Entonces, ¿podría asumirse que esta
situación deja de ser “problemática” en vista que ya no hay congestión? ¿O,
más bien, es algo que entra en latencia, donde la “problemática” subsiste pero
se manifiesta de distintas maneras conforme la hora del día?
Por medio de la situación imaginaria descrita anteriormente, podemos notar
que lo que está sucediendo tiene un lugar específico: el cruce de dos avenidas
en un punto específico localizable claramente; podemos notar la ubicación
relativa: un sector de la ciudad en el que dos avenidas específicas conectan
distintos distritos; y podemos notar cómo “juega” el tiempo de distintas
maneras: el de espera cuando un vehículo está detenido, el de desplazamiento
lento o rápido, el de las “horas pico” en el que se recorre poca distancia en
mucho tiempo o el de las horas “no pico” en el que se recorre más distancia en
menos tiempo.

De esta situación imaginaria también podemos rescatar lo siguiente: los efectos


ambientales de la congestión se manifiestan como un volumen. Si ponemos
esta situación en un “plano cartesiano”, este fenómeno que imaginariamente
estamos observando afecta una determinada área durante un determinado
tiempo: afecta una cantidad determinada de metros a lo largo de las avenidas,
pero también sus efectos se sienten en las calles laterales, por tanto notamos
que lo que está sucediendo tiene “un largo” y “un ancho”, lo cual cambia
conforme pasa el tiempo. Pero, ¿dónde está el volumen? Hasta el momento
nos queda claro que el fenómeno que estamos observando imaginariamente
está claramente afectado por el tiempo, que tiene que ver con un plano de
largo/ancho. ¿Cómo se manifiesta este fenómeno en el eje vertical? Hacia
abajo, hay un “impacto de carga” de la cantidad de vehículos (peso acumulado)
sobre el área de desplazamiento que es por donde transitan. Ese impacto de
carga se manifiesta propiamente por debajo de la superficie de tránsito.
También tiene un efecto “hacia arriba”: los humos y el ruido. Los humos son
atrapados por los movimientos de las masas de aire en desplazamiento. Lo
mismo sucede con los ruidos. Con esto último notamos claramente cómo la
temporalidad se articula con la tridimensionalidad espacial, factores
importantes al momento de estudiar un fenómeno desde una perspectiva
ambiental.

3. Algunas consideraciones abstractas relevantes al momento de definir


un ámbito de investigación

A los atributos espacio-temporales tangibles se le suman aspectos abstractos


“subjetivos” ligados al ámbito de investigación. En todo fenómeno observable
en la superficie terrestre hay una carga simbólica ligada al menos a una cultura.
En algunos casos, esa carga simbólica toma relevancia al momento de un
análisis ambiental, pues en ella encontraremos causas de acciones que llevan
a efectos ambientales concretos. Las estructuras valorativas son ejemplo de
esto: desde una perspectiva moral, hacer uso de un recurso de una manera o
de la otra establece la diferencia de lo que “está bien” o “está mal”. Ese valor
“bueno” o “malo” se vincula a creencias, por tanto a “significaciones”. Esto
mismo podríamos decir en términos de un valor económico: eso que usamos
“vale más” o “vale menos” en función, por ejemplo, de un efecto de
oferta/demanda en un determinado mercado, lo cual ejerce un determinado
comportamiento frente al recurso en cuestión. También importa destacar que
en esa subjetividad entran en juego aspectos puramente psicológicos, por
ejemplo los emotivos, al punto que podemos establecer un vínculo con un
determinado recurso no tanto por lo que es en sí, sino por lo que significa.
Para ejemplificar lo visto hasta el momento, pongamos el caso del agua. Desde
un punto de vista fáctico, el agua es un recurso mineral, compuesto por
elementos químicos, en la cual podemos encontrar partículas orgánicas e
inorgánicas en distintos estados, que influyen en ella al punto de establecer su
“calidad”. Así, hay aguas que contienen mayor concentración de sales – caso
del agua de mar – lo que haría que estas no sean aptas para consumo humano
directo. Desde un punto de vista abstracto, imaginemos una cultura que
considere al agua de mar como la “sangre de los dioses”. Arrojar basura al mar
sería una acción “valorada” como mala, convirtiéndose en una infracción moral
grave. Mientras que desde una perspectiva económica, esa agua de mar
podría ser entendida – entre otras tantas formas – como un recurso a
transformarse siguiendo algún proceso industrial que genere valor agregado y
que atienda alguna intencionalidad de oferta/demanda dentro de un mercado
que se presente “atractivo”, lo que haría que su uso sea o no “rentable”. En
cuanto a lo psicológico, el encuentro con el agua de mar nos podría llevar a
“efectos placenteros” en tanto su presencia directa o indirecta nos recuerde
algún grato momento. Así, una foto del mar – presencia indirecta – nos remitiría
al momento que nos fue grato. Así también, regresar al lugar – presencia
directa del mar – también estaría apelando a esos mismos gratos recuerdos.
Pero esa misma playa en la que para unos se generaron buenos recuerdos,
para otros podría remitir a todo lo contrario en tanto su significación emocional
esté ligada, consciente o inconscientemente, a algún hecho traumático. Es el
caso de la fobia al mar.

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