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Colección Poesía del Mundo


Serie Antologías

Antología de la poesía
norteamericana

Caracas - Venezuela
2007
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Antología de la poesía
norteamericana

Selección y prólogo de
Ernesto Cardenal

Traducción de
José Coronel Urtecho y
Ernesto Cardenal

Ministerio del Poder Popular para la Cultura


Fundación Editorial el perro y la rana
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© Fundación Editorial el perro y la rana, 2007


© Traducción: Ernesto Cardenal
© Traducción: Herederos de José Coronel Urtecho

Av. Panteón, Foro Libertador,


Edif. Archivo General de la Nación, planta baja, Caracas 1010
Telfs.: (58-212) 564 24 69 / 808 44 92 / 808 49 86 / 808 41 65
Fax: (58-212) 564 14 11
Correos electrónicos: elperroylaranaediciones@gmail.com
comunicaciones@elperroylarana.gob.ve
editorial@elperroylarana.gob.ve

Hecho el depósito de Ley

Depósito legal: Nº lf40220063201404


ISBN: 980-376-319-9 (Colección)
ISBN: 980-396-116-0 (Título)

Diseño y diagramación de colección:


Fundación Editorial el perro y la rana, 2007
Diseño de portada:
Clementina Cortés
Rediseño de portada:
Fundación Editorial el perro y la rana
Edición al cuidado de:
Paola Yánez
Diagramación:
Raylú Rangel
Corrección:
Marjori Lacenere
Gema Medina

Impreso en Venezuela
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Presentación

Poesía del Mundo, de todas las naciones, de todas las


lenguas, de todas las épocas: he aquí un proyecto editorial sin
precedentes cuya finalidad es dar a nuestro pueblo las muestras
más preciadas de la poesía universal en ediciones populares a un
precio accesible. Es aspiración del Ministerio del Poder Popular
para la Cultura crear una colección capaz de ofrecer una visión
global del proceso poético de la humanidad a lo largo de su histo-
ria, de modo que nuestros lectores, poetas, escritores, estudiosos,
etc., puedan acceder a un material de primera mano de lo que ha
sido su desarrollo, sus hallazgos, descubrimientos y revela-
ciones y del aporte invalorable que ha significado para la cultura
humana.
Palabra destilada, la poesía nos mejora, nos humaniza y,
por eso mismo, nos hermana, haciéndonos reconocer los unos a
los otros en el milagro que es toda la vida. Por la solidaridad entre
los hombres y mujeres de nuestro planeta, vaya esta contribución
de toda la Poesía del Mundo.
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Prólogo

En 1949 José Coronel Urtecho, mi maestro y maestro


de varias generaciones en Nicaragua, publicó una magnífica
antología de poesía norteamericana acompañada de un
estudio (Panorama y Antología de la poesía norteamericana.
Seminario de Problemas Hispanoamericanos. Madrid, 1949).
Algún tiempo después me propuso que hiciéramos una nueva
antología entre los dos, más grande y más completa.
Trabajamos varios años en ella, y el resultado de esa colabo-
ración fue una antología de quinientas páginas que fue
publicada por la editorial Aguilar de Madrid en 1963, y que
ahora, después de mucho tiempo en que estuvo fuera de cir-
culación, estoy dando a publicar nuevamente en Venezuela,
agregándole nuevos poemas que a través de los años habíamos
seguido traduciendo nosotros dos. Aquí se incluyen las estu-
pendas traducciones que Coronel había hecho en su primera
antología, muchas otras que hizo después, muchas traduccio-
nes mías, y otras que hicimos entre los dos.
El primer criterio que hemos tenido para esta selección
ha sido naturalmente el de la excelencia. Pero no ha sido éste
el único, porque debíamos sujetarnos también a las limita-
ciones propias del oficio de traductor, escogiendo muchas
veces los poemas que más se prestaban a ser traducidos y
excluyendo a los que eran más difíciles o imposibles de tra-
ducir. Así hay poemas que hubiéramos querido incluir y no lo
hicimos por dificultad o imposibilidad de traducirlos. Hemos
tenido que excluir nada menos que los versos de quien fuera
para muchos el príncipe de los poetas norteamericanos, Edgar
Allan Poe, porque los considerábamos intraducibles y que no

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se podían leer sino en su propia lengua. Baudelaire, siendo


Baudelaire y un alma gemela de Poe, tuvo que contentarse
con una traducción en prosa al francés. Nosotros a lo que
recurrimos fue a incluir dos extensos poemas en prosa
suyos, dándoles el corte de versos que le diera en una anto-
logía Philip Van Doren Stern (sosteniendo él que eran dos
verdaderos poemas en verso libre, escritos como prosa por
las convenciones literarias de la época).
También hemos tenido otro criterio más en la selec-
ción de esta antología: y es que hemos querido mostrar en
ella principalmente la más genuina y representativa
corriente de la poesía norteamericana, los poemas más
americanos por así decirlo, y aquellos que a nosotros los
americanos de la otra América más nos pueden interesar. Es
sobre todo por esto que trabajamos unos veinte años
haciendo estas traducciones. Con ellas queríamos contri-
buir a esa común tarea de los americanos, “el descubri-
miento común de un continente” como dijo el poeta
Archibald MacLeish.
Coronel Urtecho que fue el que primero dio a cono-
cer la poesía norteamericana en Nicaragua solía decirnos
que la influencia que nuestros pueblos recibían de los
Estados Unidos casi siempre era de lo más malo de ellos, y
que nos debía influenciar también lo bueno, y una de las
cosas más buenas era su poesía.
Me parece que tiene mucha razón el poeta y crítico
norteamericano Selden Rodman cuando dice que la poesía
norteamericana es la única poesía del mundo dedicada a
cantar la democracia. Y podría haber dicho también que es
una poesía preocupada casi toda ella por la justicia social,

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aunque tal vez las dos cosas puedan ser lo mismo. Una cosa
es cierta: que ningún poeta bueno de los Estados Unidos ha
sido reaccionario. Ni siquiera fue éste el caso de Ezra Pound,
que para mí es un poeta auténticamente revolucionario a
pesar de su adhesión al fascismo. Tal adhesión fue sencilla-
mente un enfoque erróneo de su mente (y un desequilibrio
mental) consistente en creer, como dice James Laughlin,
que los ideales de Adams y Jefferson habían renacido no en
Virginia sino en la Italia de Mussolini.
Si en esta América de nosotros, que Martí llamó
Nuestra América, la mayoría hemos estado en contra de
las políticas de Estados Unidos, de las que hemos sido víc-
timas, debe saberse que los poetas de Estados Unidos,
podemos decir que sin excepción, han estado también en
contra de ellas, y tanto como nosotros, o más.
Desde Henry David Thoreau, que se dejó encar-
celar al no pagar impuestos en protesta por la invasión a
México, hasta nuestros días, los poetas de Estados Unidos
han sido también simpatizantes de las causas de nuestros
pueblos. También se puede decir que los grandes poetas de
ese país, Walt Whitman, Carl Sandburg, Robert Frost,
Vachel Lindsay, etc., se han dedicado a cantar a su pueblo,
y en algún tiempo gozaron de verdadera popularidad. Pero,
paradójicamente, en la actualidad, la mayoría del pueblo al
cual cantaron los ignora, y son conocidos sólo en los círculos
literarios y las universidades.
Se ha dicho, y no sé si ello es históricamente cierto,
que Walt Whitman por un tiempo tuvo un empleo en la
Casa Blanca. Y todas las mañanas cuando Whitman pasaba
frente a la oficina del presidente se quitaba el sombrero y

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decía: Good morning, Mr. Lincoln. Y Lincoln se quitaba el


sombrero y decía: Good Morning, Mr. Whitman. Lo que
sabemos que es cierto es lo que el crítico Guy Davenmport
ha dicho: que desde Lincoln y Whitman la poesía nortea-
mericana y la Casa Blanca no volvieron a juntarse.
La gran poesía norteamericana ha sido la mayor
influencia (después de la anterior influencia de poesía fran-
cesa) que ha habido en Nicaragua. Otro país que ha tenido
también mucha influencia de la poesía yanky es Cuba. Una
ironía histórica, podemos decir, dada la historia reciente de
nuestros dos países.
Coronel Urtecho había descrito así esta poesía de
Estados Unidos: “Un arte viviente que sigue de cerca la
evolución profunda del país y expresa cada vez con mayor
variedad el alma americana individual y colectiva”.
Debiendo entenderse aquí lo americano como extensivo a
toda América, a la realidad del Nuevo Continente distinta
de la europea.
Esta es una poesía muy vinculada a la naturaleza,
tanto la naturaleza salvaje como la domesticada; muy des-
criptiva de la vida rural y de la vida urbana, y también de
la sociedad industrializada. Una poesía realista casi siem-
pre, de la vida diaria y de lo cotidiano frecuentemente, muy
narrativa también y anecdótica, y conversacional y colo-
quial, muy inteligible generalmente, en el lenguaje de
todos, concreta y directa. Esta es la poesía americana que
Pound decía que podía presentar orgullosamente a los
europeos: “Poesía objetiva, sin desviación, directa, nada de
una utilización excesiva de adjetivos, ninguna metáfora que
no permita la profundización, ninguna indagación que no

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resista un examen. Es lenguaje directo, tan directo como el


de los griegos”.
Traduciendo con Coronel Urtecho esta poesía fue
que surgió entre nosotros el término “Exteriorismo”, con el
que queríamos designar la tendencia predominante en ella,
y que era la que más nos gustaba. Debíamos haberle llamado
más bien “concreta”, pues no se contraponía propiamente a
un tipo de poesía “interiorista”, sino a una poesía abstracta
predominante en otras partes; y no lo hicimos porque en
aquella época había en el Brasil una poesía que se llamaba
“concreta”, aunque en verdad no lo era. La poesía de la rea-
lidad exterior, objetiva o concreta, había existido desde
Homero, incluyendo la poesía bíblica, la china y japonesa,
el Romancero y La Divina Comedia. Por cierto no toda
poesía es así, especialmente en nuestro tiempo, y un nom-
bre representativo de la tendencia opuesta sería Octavio
Paz.
Existe en Nuestra América una poesía que no se
puede saber en qué lugar del mundo ha sido escrita, y que
yo he comparado a los hoteles Hilton, que son el mismo en
Caracas, en el Cairo o en Atenas. Me pregunto si existe en
nuestros días el poeta que pudiéramos llamar de las pampas,
o el de los Andes, el cantor del Amazonas o del Orinoco, el
que en México hubiera hecho con las pirámides, los mercados
o las fiestas populares lo que hicieron los muralistas
mexicanos.
En cambio, como ya he señalado, lo característico
de la poesía norteamericana más representativa, es el ser
americana, de esa realidad nueva del Nuevo Mundo, y de
algo distinto a lo europeo. Una originalidad suya ha sido la

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vinculación con la naturaleza y, a veces, la convivencia con


lo salvaje. Tal vez ello se deba en parte a que la historia
norteamericana siempre fue de frontera mientras la nación
crecía. La frontera se fue alejando pero siempre hubo una
población frente a ella, una población pionera.
Vachel Lindsay en su poema “Washington D.C.”
recuerda los tigrillos que allí antes mantenían despierto el
campamento, y el puercoespín y el osito tierno que agitaban
la maleza, y el terror de las noches con hoguera. Y habla del
orgullo pionero americano.
Los dos grandes poetas de Estados Unidos son
Whitman y Poe, y uno representa el Norte, y otro el Sur.
También uno es el poeta de la realidad, y el otro del sueño.
Pero naturalmente el padre de la poesía norteamericana en
la vertiente que he descrito es Walt Whitman. Ya Emerson
se quejaba diciendo: “No nos atrevemos a cantar nuestros
propios tiempos y circunstancias sociales”, y echaba de
menos en la poesía el lenguaje de los marineros y de las
cantinas, aunque no se atrevió a usarlo en la suya propia, y
fue Whitman quien lo hizo.
Whitman fue el cantor de América, y cantor de la
Democracia como comunión de todos los hombres y de los
hombres con la naturaleza y con el cosmos. Poeta de mul-
titudes, recorría el país a pie, y su poesía incluía todo, enu-
merando toda clase de oficios y formas de vida: mecánicos,
carpinteros, albañiles, cazadores, pescadores, tramperos,
balleneros, pilotos del río, leñadores y sus cabañas solita-
rias en el bosque. Cantor de todo y de todos, en su poesía
están los mares y los ríos, lagos y praderas, selvas y mon-
tañas, y la populosa Manhattan su ciudad, y también las

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locomotoras y los ómnibus, las manadas de búfalos, los


esclavos y los indios, el arrullo de la madre con su niño, el
joven esposo y la joven esposa, el canto de los camaradas
abrazados. Amó la vida al aire libre, y su poesía fue vital y
espontánea, sin que hubiera separación entre la poesía y la
vida. Inventó el verso libre, y éste fue hecho en el idioma
del pueblo y no el de los literatos. En fin fue la primera poe-
sía inspirada por esa realidad nueva, el Nuevo Continente.
Con mucha razón Neruda llamó a Whitman “padre de una
poesía continental”.
Si Whitman fue el fundador de la poesía norteame-
ricana, Emily Dickinson, su contemporánea, fue la funda-
dora. No se encontraron nunca, y ella rehusó leerlo. Su poe-
sía se conoció hasta después de su muerte. La escribía en
pequeños papelitos, y nunca pensó publicarla. Desdeñaba
las formas literarias aceptadas. Su espíritu fue indepen-
diente como el de Whitman, y también escribió en el lenguaje
hablado americano, distinto del de Oxford. Al revés de
Whitman, no viajó, y no salió de su aldea Amherst, y ni
siquiera de su casa, y muchas veces ni siquiera de su cuarto.
Su contacto con la naturaleza y con el cosmos fue a través
de su ventana y en su jardín: una tempestad súbita como un
clarín; el zumbido embrujador de una abeja; un mirlo de
corbata roja que llegará a pedir migas cuando ya no esté
ella; un amor que fue desdichado: “uno solo entre una gran
nación ha escogido ella”.
También una de las grandes voces del pueblo ame-
ricano fue Edgar Lee Masters, pero la América de Whitman
él la concentró en una aldea del Medio-Oeste. No tiene el
optimismo de Whitman. Su aldea Spoon River (de Spoon

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River Anthology) es una aldea de muertos, y como en una


nueva Antología Griega cada muerto se va presentando con
una especie de epitafio. Las vidas aparecen como fueron en
realidad, y no como parecieron serlo; y es ésta una poesía
realista, tendiente a lo prosaico, pero en verdad poética, en
verso libre y lenguaje sencillo y corriente. Lucinda Matlock
que vivió noventa y seis años recuerda los bailes de
Chandlerville y Winchester donde conoció a su marido con
el que crió doce hijos, y cuenta cómo hilaba y tejía y mane-
jaba la casa, y en el Spoon River recogía conchas, y mucha
flor y hierba medicinal, y gritaba a las colinas llenas de
bosques. Hare Drummer pregunta desde su tumba si van
todavía los muchachos y muchachas donde Siever a beber
sidra, a la salida de la escuela, o recoger avellanas a la finca
de Aarón Hatfield cuando empiezan las heladas. Hannah
Armstrong cuenta que le escribió a Lincoln unas cartas que
no le contestó. Y fue ella misma a Washington, y pasó más
de una hora buscando la Casa Blanca. Cuando la halló, la
echaron de allí. Pensó: Ya no es el mismo que vivía en mi
casa de huéspedes, y todos le decíamos Abe, allá en
Menard. Pero volvió y dijo a un guardia que le dijera que
era la vieja Tía Hannah, y al punto la hicieron entrar, y él
se echó a reír con ella, y dejó sus asuntos de presidente, y
se puso a hablar de los días de antes y a contar anécdotas.
Uno que recorrió todo el país como Whitman, y
muchas veces a pie, fue Vachel Lindsay. Pero tenía una
aldea ideal, Springfield, donde él nació y que también era
cuna de Lincoln, y fue para él un símbolo de la Nueva
Jerusalén. Lincoln fue una especie de Cristo para él, y que-
ría que hubiera muchos hombres con el corazón de Lincoln.

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“Yo quisiera despertar el Lincoln que hay en todos ustedes”.


Fue como un juglar de la Edad Media. Sus recitales ante
multitudes tenían un aspecto de circo, con música, gritos y
toda clase de ruidos. Más cerca del pueblo que Whitman
fue aún más espontáneo que él y aún más desaliñado. Sin
las pretensiones literarias de otros poetas, cuando tenía difi-
cultad con un poema escribía a sus amigos para que se lo
mejoraran. Se sentía a sí mismo como un mendigo. Y en
realidad lo fue. Llegaba a las aldeas y las casas de las fin-
cas para recitar sus poemas a cambio de alojamiento y
comida, y les repartía su folleto titulado Rimas para vender
por pan. Su pueblo lo comprendió como a ningún otro
poeta. Escribió una Guía para mendigos, en la que decía
que no había que tener nada que ver con el dinero ni llevar
equipaje. Fueron sus días de gloria, y esto lo recuerda en su
“Prólogo de las Rimas para vender por pan” : “Por eso
ahora el cantor / se hace mendigo de nuevo”.
Robert Frost, poeta granjero, fue identificado con
la Nueva Inglaterra rural, y particularmente con New
Hamsphire donde tenía su finca. Su poesía es realista, pero
de una realidad poética, la de la naturaleza que lo rodea. Su
lenguaje es de una transparencia cristalina, y una sencillez
campestre, y es lo local lo que lo hace americano y universal.
Los temas de su poesía son: la preparación de la tierra
para la siembra, la cortada de la leña, la reparación de un
cerco, el detenerse junto al bosque una nevosa tarde cre-
yendo saber de quién son esos bosques, los abedules do-
blados por la helada aunque también pudo haber estado
meciéndolos en sus juegos un niño tan del campo que no
sabe béisbol.

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Carl Sandburg, el poeta de Chicago, fue también el


poeta de los Estados Unidos industrializados. Era del
Medio-Oeste, y de Illinois, como Lindsay y como Lincoln,
y fue de los más americanos. Cantor de la democracia
como Whitman, pero con más justicia social, y más ter-
nura. El socialismo más que la democracia fue para él el
ideal de los nuevos tiempos. Bardo del industrialismo, no
cantó los rascacielos sino a los que hicieron los rascacielos.
Fue el poeta del hombre de la calle, y de las fábricas, y las
aldeas, y el pueblo trabajador en general. Él mismo había
tenido muchos oficios: albañil, peón en los trigales, lava-
platos de un hotel, cargador de carbón, soldado, agente de
seguros, portero de barbería, repartidor de leche. Su poesía
está escrita en el idioma vivo de su gente y de su tiempo.
Una poesía nacida del pueblo y devuelta al pueblo. Con
temas como: el recuerdo de un viaje en tren a lo largo de
New Hampshire, y un muchacho que le dice que su padre
recibe cartas con sólo la dirección “Robert Frost, New
Hampshire”; o simplemente que va caminando por la calle
Clinton al sur de Polk y se detiene a oír con deleite las
voces de los niños italianos disputando; o el recuerdo de un
partido de béisbol entre los peloteros de Chillicothe y los
peloteros de Rock Island en el crepúsculo, y la voz del juez
enronquecida cantando bolas y strikes y outs; o una cajera
pelirroja de restaurante que echa hacia atrás su pelo cuando
se ríe; o Pollita Lorimer en su aldea allá lejos, a la que todos
amaban, y un día empacó sus cosas y se fue, y nadie sabe
adónde se marchó.
Robinson Jeffers en la costa de California fue como
un Whitman al revés, un Whitman pesimista. Estaba contra

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la civilización industrial y mecanizada, y profetizaba su


decadencia. Prefería la naturaleza salvaje, y se instaló a
vivir en la costa del Pacífico en una torre de piedra que se
construyó él mismo. Allí canta celebrando los gritos de los
halcones cazando sobre el cabo, mientras ve que América
en el molde de su vulgaridad “pesadamente espesándose en
imperio” se apresura a decaer, y eso no se lo reprocha, y
más bien lo alegra: “brilla, pereciente república”. Proclamó
lo que él llamó el “inhumanismo”: el amor del hombre a la
naturaleza, en vez del hombre al hombre mismo lo que para
él era una especie de incesto. Quería una poesía fuerte y
vigorosa como las rocas y los halcones. También una poe-
sía que no le tuviera miedo a la prosa. Escribió algunos
poemas narrativos como novelas en verso, y es cosa que
han practicado otros en Estados Unidos.
Un caso singular en la poesía norteamericana fue el
de Wallace Stevens. A diferencia de la vida de Vachel
Lindsay o Sandburg, la suya fue la de un poeta que al
mismo tiempo era vicepresidente de una importante com-
pañía de seguros. “No existo desde las nueve a las seis,
cuando estoy en la oficina”, escribió él. Aunque conside-
raba que ese trabajo de alguna manera le daba un carácter
especial a su poesía. No se presentaba como poeta ante sus
colegas de negocios. Pero tampoco se mezclaba con escri-
tores ni llevaba vida literaria. Se ha inspirado también en la
naturaleza, la realidad cotidiana y la vida urbana contempo-
ránea, pero en un plano de fantasía, de abstracción y de
sueño. Y es un poeta más bien para minorías.
T.S. Eliot ha sido el poeta más famoso de la poesía
inglesa moderna. Nacido en San Luis, Missouri, se hizo

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inglés, declarándose clasicista, monárquico y anglocató-


lico, aunque no perdió el lenguaje llano y coloquial de su
país de origen. Su poesía habla de “hoteluchos de una
noche / y restaurantes de aserrín con conchas de ostras”; de
la hora de tomar el té con tostadas; del atardecer en la calle
y la repartición del Boston Evening Transcript; de la muerte
de su tía soltera Helen; pero es también una poesía culta y
compleja como ninguna. James Joyce dijo de él que había
abolido la idea de una poesía para señoras. Su maestro fue
Ezra Pound, que fue también el maestro de todos los demás
poetas.
Ezra Pound es el más grande poeta norteamericano
del siglo XX, y fue en poesía alguien como fue Picasso en
la pintura: uno que ensayó toda clase de estilos y de formas.
Eliot escribió: “He maldecido muchas veces a Mr. Pound,
porque nunca estoy seguro de que puedo llamar míos a mis
versos”. Y también ha dicho: “No creo que haya nadie en
nuestra generación y en la siguiente cuyos versos (si son
buenos) no hayan sido mejorados por el estudio de Pound”.
Y James Joyce “Nada más cierto que le debemos muchísi-
mo todos. Pero yo más que todos, seguramente”. Su estadía
en Inglaterra hizo que la poesía inglesa fuera distinta de lo
que era antes. Introdujo la poesía china en Occidente;
divulgó a los trovadores provenzales y a los epigramistas
latinos; tradujo del chino a Confucio y quiso incorporarlo a
la cultura occidental como Aristóteles lo fue a la de la Edad
Media, y que la cultura china ocupara el lugar que antes
había tenido la griega. Fue además un experto en economía
que atacó a los economistas con su doctrina del Crédito
Social: el sueño de una economía libre de la usura de los

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bancos. Esta doctrina hizo que él se pusiera de parte de la


Italia fascista durante la Guerra Mundial alegando que lo
hacía en defensa de la Constitución de Estados Unidos. Las
tropas norteamericanas lo capturaron en Italia y lo tuvieron
mucho tiempo en una jaula. Después lo mantuvieron preso
doce años en Washington en un manicomio. Finalmente fue
liberado y se marchó inmediatamente a Italia, diciendo que
Estados Unidos era un país de locos. Su obra magna son los
Cantos, un inmenso poema principalmente contra la usura,
que abarca buena parte de la historia del mundo, con mul-
titud de voces y personajes y una variedad de idiomas, muy
difícil de entender en su cabalidad, y que alguien ha llamado
la Commedia de nuestro tiempo.
Uno de los movimientos literarios fundados por
Pound fue el del Imaginismo (poesía basada en imágenes)
y se adhirió a él, y aun se lo apropió, Amy Lowell, de un
linaje aristocrático de Boston al que ella combatió. Era una
mujer rica y excéntrica, con choferes de librea del mismo
color del automóvil, gorda y enérgica, con vestidos chillan-
tes, y que fumaba largos puros habanos. Pero escribió una
poesía delicada, fresca y muy americana, como cuando
canta a las lilas de Nueva Inglaterra que tocaban a la ven-
tana cuando el predicador predicaba el sermón, y corrían en
el camino junto al muchacho que iba a la escuela.
Marianne Moore fue una que aprendió mucho de
Pound y también muchos aprendieron de ella. Su poesía es
de la vida ordinaria y aun de lo trivial e insignificante.
Imita la prosa pero con cortes bruscos que la hacen lírica y
musical. Su especialidad eran los animales, y también fue
una fanática de los Dodgers. Pasaba mucho tiempo en el

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zoológico, y también en el estadio, como se puede ver en


su poesía. Dice que la poesía a ella también le disgusta,
pero viéndolo bien tiene “jardines imaginarios con verda-
deros sapos en ellos”, y manos que pueden agarrar (como
las de un catcher). Con precisión mayor que la del natura-
lista sus versos nos presentan: monos que parpadean dema-
siado; el papagayo trivial y necio; el gato con la cola floja
del ratón colgada de su boca como un cordón de zapato.
Los animales eran para ella expresión de belleza como tam-
bién los peloteros, y su asiduidad al estadio debe haber con-
tribuido a darle el tono coloquial americano a su poesía,
que según T.S. Eliot fue una gran contribución a la lengua
inglesa.
Quien tal vez aprendió más de Pound, y también
enseñó después más a los demás, fue el médico pediatra
William Carlos Williams. A diferencia de Pound y Eliot no
usó nunca un inglés literario. Como ninguna otra su poesía
está basada en el lenguaje hablado de Estados Unidos. Con
frecuencia sus poemas son trocitos de prosa que por la
forma en que él la corta se vuelve poesía. Nunca se ha
hecho poesía con un recurso más simple. Sus temas son
casi nada. Sencillamente la vida diaria, el acontecimiento
presente, que muchas veces escribía entre paciente y
paciente en su papel de recetas. “Todo es material para la
poesía. Todo”. Decía él. Y sus poemas pueden ser cualquier
prosaico acontecer anotado con la rapidez de una receta
médica: las ciruelas que la esposa guardaba en la refrigera-
dora para el desayuno pero que él se comió; las alas tra-
seras del hospital donde nada crece pero brillan los pedazos
de una botella verde; las niñas que salen de la escuela y van

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por la calle comiendo algodones de azúcar rosada; el gato


metiéndose despacio en una macetera. El poema “Nantucket”
(Pág. 247) es simplemente un cuartito de ese pequeño pue-
blo, posiblemente una pensión, pues en él hay una llave.
“La carretilla roja” (Pág. 251) nos enseña a mostrar un
objeto tal como es, sin ninguna idea. Él decía que hay que
decir con las cosas y no con ideas. También que lo universal
es lo local. Y decía que su inglés era el habla de las madres
polacas. Posteriormente su casa fue un lugar de peregri-
nación de los poetas jóvenes.
Con forma muy rara de escribir, E. E. Cummings,
fue influido por otro aspecto de Ezra Pound que él llevó al
extremo. Romántico y aun convencional en el fondo, en la
forma es subversivo y anárquico. Iconoclasta de la tipogra-
fía suprime puntuación y mayúsculas cuando quiere, junta
o divide las palabras caprichosamente, puede presentar un
soneto con tal desarreglo en la página que no se reconoce
como soneto. Su escritura hizo que en Francia durante la
guerra fuera internado en un campo de concentración por-
que pensaron que podía ser un espía que escribía en clave.
Langston Hughes ha sido el más famoso poeta
negro de Estados Unidos. Antes sólo había habido algunos,
pero después de él han sido muy numerosos. Tuvo una
buena educación, y era culto, pero escribía como si no lo
fuera. Escribió desde su negritud. Fue muy influenciado
por Sandburg, Lee Masters, Lindsay y Amy Lowell. De
joven trabajaba de botones en un hotel, al cual llegó a cenar
Vachel Lindsay. Por timidez no se le acercó, pero puso unos
poemas bajo su plato. Lindsay leyó en público algunos de
ellos esa misma noche, y lo lanzó como poeta. Hughes se

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inspiró en el jazz, los blues y los espirituales de los negros,


y fue famoso no sólo por sus poemas sino también por la
manera de recitarlos.
Archibald MacLeish, poeta muy izquierdista,
aprendió de Eliot y Pound, pero después consideró que eran
inadecuados para un país pronto a entrar en guerra. Durante
la guerra se ocupó en comparecencias públicas contra el
fascismo y también hizo teatro en verso para la radio.
Quien había dicho antes que un poema no debía significar,
escribió después poemas cargados de significado social y
político. Publicó Frescoes for Mr. Rockefeller´s City, y como
murales de Diego Rivera satirizó a los “Constructores de
Imperio” Rockefeller, Vanderbilt, Morgan, Mellon, que
exprimieron a América “hasta dejarla seca y escuálida”;
que volvieron a comprarla “con sus hipotecas a precio de
puta vieja”; y como contraste transcribe a lo Pound una
carta a Jefferson del explorador Lewis que atravesó el con-
tinente hasta el Pacífico: “y nosotros aquí sobre la playa
contemplando el otro mar”. MacLeish canta con pasión a
América y a esa cosa extraña ser americano: “América es
el Oeste y el viento que sopla. / América es una palabra
grande y la nieve”.
San Francisco había estado carente de toda activi-
dad literaria hasta que se dio la eclosión que se ha llamado
el “Renacimiento de San Francisco”, movimiento del que
fue padre y mentor Kenneth Rexroth agrupando a muchos
otros poetas más jóvenes, anarquistas como él. Rexroth
procede del Imaginismo de Pound y del Objetivismo de
Williams, pero es a su vez un maestro cuando describe la
naturaleza salvaje americana (lagos, bosques, montañas)

XXIV
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cada vez más restringida, o escenas de su vida de hogar, o


en calles o carreteras de Italia o Francia detallando minu-
ciosamente albergues y comidas en restaurantes. Fue quien
más ha divulgado la poesía china y japonesa después de
Pound. Y fue también quien hizo a la Beat Generation
nacionalmente famosa.
Beat es una palabra del jazz y del bajo mundo, y
esta generación así llamada deriva su lenguaje también de
Pound y Williams, pero es más desarreglada, informal e
improvisada, y por tanto más desigual. Se les ha llamado
también con el diminutivo despectivo beatnik. No sólo fue-
ron un movimiento literario sino todo un estilo de vida y
una contracultura, escandalizando con su inconformismo:
sus barbas, su desaliño, sus drogas, su sexualidad libre (y
homosexualidad), su rechazo al capitalismo, militarismo,
consumismo, racismo, destrucción ecológica: en fin a todo
el sistema establecido. Hubo también en ellos una dimen-
sión espiritual, aun un misticismo en algunos, y sobre todo
una Nueva Visión: la de una sociedad alternativa. El movi-
miento Beat se extendió después a otras partes de Estados
Unidos, aparecieron otros movimientos literarios afines, se
publicaron cienes de revistas literarias, y había recitales en
cafés en muchos sitios. La Generación Beat no sólo tuvo
esta gran influencia nacional, sino que aun rebasó los
Estados Unidos cuando de ella se generó una nueva gene-
ración que fue la de los hippies, que se regó por el mundo
entero.
Allen Ginsberg es quien más se destacó entre los
poetas beat. Fue muy cercano a William Carlos Williams, y
aprendió de Pound, pero su voluminosa poesía tiene sobre

XXV
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todo un aliento whithmaneano, aunque fue más osado que


Whithman, más espontáneo e improvisado, y también infe-
rior. La poesía con un lenguaje de marineros y cantinas que
había pedido Emerson se cumplió con más cabalidad en
Ginsberg. No hubo tema por escabroso que fuera que no se
atreviera a tratar. Escribió lo que hasta entonces nadie había
escrito en poesía. Decía que no había que hacer distinción
entre lo que uno dice a sus amigos y la poesía. Radical en
política (y en todo lo demás) atacó al Pentágono, la CIA, la
Casa Blanca, al capitalismo, sin dejar de atacar también a
los países socialistas. Fue muy popular y muchas veces su
poesía la cantaba con multitud de estudiantes.
El de más edad de la generación beat es Lawrence
Ferlinghetti, y para algunos es el más beat de todos.
Comenzó siendo el editor de ellos y después se volvió
poeta él mismo. Dirige una colección poética y tiene una
gran librería en San Francisco que es sólo de libros de poe-
sía. La suya es también una poesía libre y espontánea y
satiriza la vida norteamericana contemporánea. Está en
contra de quienes quieren mantener separada poesía y polí-
tica, y tiene poemas cuyo sólo título ya revela el contenido:
“Descripción tentativa de una cena para promover la
impugnación del Presidente Eisenhower”; “Mil palabras
alarmantes para Fidel Castro” (tras su visita a Cuba);
“¿Quién robó América?”.
Otros de la Generación Beat son: Gregory Corso,
que desde la edad de un año estuvo en orfanato, después en
correccional juvenil, después en cárceles y manicomio,
hasta que a los veinte años se encontró con Ginsberg y
empezó a ser poeta. Philip Whalen que mientras estaba

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enrolado en la Fuerza Aérea durante la guerra había sido


imaginista, pero según él el peyote lo liberó de esto y de T.
S. Eliot. Fue ordenado sacerdote Zen. Philip Lamantia
católico combinó la droga con la teología mística. Un
sacerdote piel-roja mediante la comunión con el peyote lo
reconvirtió al catolicismo que había sido su religión ante-
riormente. Un fraile dominico fue también un poeta beat,
William Everson, conocido también como el Hno. Antonio
O.P. Escribió poesía religiosa, y también influenciado por
Robinson Jeffers cantó la naturaleza salvaje. Gary Snyder
es cantor de la tierra, los animales, la soledad, y la natura-
leza salvaje. Rechaza la vida actual norteamericana no sólo
en su poesía sino en su vida. Ha trabajado y vivido en los
bosques de California, y también ha sido monje zen en el
Japón. Ha identificado ecología y budismo; y ha querido
ser un nativo de América y no un invasor.
Frank O’Hara, poeta de Nueva York, en su poesía
era afín a los beat pero no lo podía ser en su vida porque
era curador del Museo de Arte Moderno. Enemigo de la
abstracción en la poesía (no en la pintura de la que era cura-
dor) y también de las intimidades (para las que él decía que
le bastaba el teléfono) la poesía que él quería era la espon-
tánea del momento presente. En su poema “El día que
murió Lady” (Pág. 587) enumera minuciosamente todo lo
que hizo en Nueva York ese viernes de julio de 1959 cuan-
do supo por el periódico de la muerte de la gran cantante de
jazz Lady Day.
John Ashbery suele ser un poeta muy hermético y
aun impenetrable. Una excepción en él es el poema “El
Manual Técnico” (Pág. 594) en el que cuenta que aburrido

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del manual técnico que está escribiendo se pone a soñar en


un viaje imaginario a Guadalajara, y la describe con una
precisión de detalles extraordinaria, aunque era una ciudad
en la que no había estado nunca. Una muestra de cómo
hacer poesía con textos ajenos, por ejemplo las guías de
turismo.
Paul Blackburn, que no distingue entre poesía y
prosa pero siempre con el ritmo del lenguaje hablado, nos
da otro ejemplo: cómo se puede hacer un poema con una
simple hablada por teléfono, en este caso una breve hablada
con William Carlos Williams, muy cortada a lo Williams
pero por su enfermedad, unos meses antes de su muerte
(Pág. 591).
Para Whitman, el fundador de la poesía norteameri-
cana y quien la liberó del viejo continente, la poesía no
debía estar separada de la vida, y a lo largo de esta antolo-
gía encontramos la vida norteamericana en sus más varia-
das manifestaciones. Como cuando Rolfe Humphries nos
hace ver la belleza del béisbol relatando un partido (Pág.394).
O cuando Robert Penn Warren nos da una extensa trans-
cripción del descubrimiento del Oeste que hizo el explora-
dor Lewis (Pág. 431). O cuando Josephine Miles nos hace
presentes en una convención política (Pág.473). O
Elizabeth Bishop nos describe una gasolinera sucia
(Pág.479). O Muriel Rukeyser retrata un puesto de hot-
dogs (Pág.492). O Karl Shapiro hace una valiente protesta
presentando a Ezra Pound preso (Pág.501). O Denise
Levertov nos cuenta una protesta política en una capilla de
colegio (Pág.566). O Howard Nemerov describe sencilla-
mente un aeropuerto (Pág.557).

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Algo especial de esta antología es que no hemos


excluido de ella a los primeros descubridores y civiliza-
dores del país: los indios norteamericanos. Creímos que no
podían faltar, y en esto hemos seguido a Oscar Williams
que creo es el único que en una antología de poesía norte-
americana ha incluido la indígena. Aunque muy estudiada
por antropólogos, ésta no ha sido considerada como poesía
por los poetas norteamericanos ni ha influido en ninguno
de ellos. A pesar de su calidad extraordinaria, a veces tan
buena como la china y la japonesa, que en cambio sí han
tenido gran divulgación e influencia en Estados Unidos. Ni
siquiera Whitman que amaba a los indios la tomó en cuen-
ta, pero es que no la debe haber conocido. Ni William
Carlos Williams, que se declara espiritualmente piel-roja
cuando dice: “Si las almas tienen color éste es el color de
la mía”.
Otras particularidades de esta antología son el
incluir como poemas unos que en realidad no se considera-
ban poemas, escritos por el famoso periodista satírico y
acerbo crítico de la vida norteamericana H.L. Mencken
(Pág. 203) porque consideramos que son verdadera poesía
moderna, calificable también como antipoesía. También al
incluir un texto no literario, que son las últimas palabras de
Bartolomeo Vanzetti ante la corte que lo condenó a muerte
junto con su compañero Nicola Sacco; y que Seldem
Rodman incluyó como auténtico poema, dándole corte de
versos, en su A New Anthology of Modern Poetry (Pág. 357).

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Y el haber incluido también, como poema parte de


la narración de la película The River, (el Mississippi) escri-
ta y filmada por Pare Lorentz, porque él mismo la presenta
como poema dándole corte de versos (Pág. 441).
A esta nueva edición se le han agregado nuevos
poemas que no estaban en la primera, por ser traducciones
que Coronel y yo estuvimos haciendo en los años siguientes.
Sólo me queda añadir que creo que esta nueva edi-
ción venezolana de nuestras traducciones podrá enriquecer
más la poesía latinoamericana. Y también que podrá contri-
buir a estrechar más la unión de los pueblos de las dos
Américas.
Y una cosa más: mi maestro en un monasterio de
Estados Unidos, el místico Thomas Merton, fue también
poeta y como tal está en esta antología, pero su principal
influencia en Estados Unidos fue espiritual; y ésa lo fue
también en América Latina como un precursor de la
Teología de la Liberación. Adverso al sistema de Estados
Unidos, tenía predilección por América Latina, y aun pen-
saba que la poesía latinoamericana era mejor que la de su
país (al revés mío que pensaba lo contrario). Por esa época
en que viví en el monasterio Merton estuvo haciendo una
profecía: que un día se unirían las dos Américas, pero no
con una unión basada en la dominación de la una sobre la
otra, sino una unión fraterna. Hace poco en uno de los pro-
gramas “Aló, Presidente”, le oí decir, como de pasada, al
presidente Chávez que los pueblos de América Latina y
Estados Unidos eran una sola patria; y como posterior-
mente pidiera mi intervención, le contesté que acababa de
decir algo “inaudito” en el sentido de nunca oído, y que tan

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sólo se lo había oído a mi maestro de novicios en los


Estados Unidos. Y el presidente Chávez lo reafirmó de
nuevo diciendo que estaba convencido que América Latina
y Estados Unidos se unirían un día en una sola patria, en
una unidad fraterna hecha por el amor. Las mismas pala-
bras que había dicho Merton sin que él lo supiera.
Y ya toda otra palabra sobra en este prólogo.

Ernesto Cardenal
15 de septiembre de 2005

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CANCIÓN SIOUX

Vete a la guerra;
cuando hayas triunfado
me casaré contigo.

CANCIÓN CHINOOK

Ninguna cosa ahora turbará mi alma.


No me hables. Ojalá estuviera muerta
con mi hermana.

CANCIÓN CHINOOK

No me importa
si tú me dejas.
Muchos muchachos bellos hay en el pueblo.
Pronto tendré a otro.
No es difícil para mí.

CANCIÓN YAQUI

Muchas flores bellas, rojas, azules, y amarillas.


Decimos a las muchachas: “Vamos a pasear entre las
flores.”
El viento viene y mece las flores.
Las muchachas son como ellas cuando danzan.

1
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Unas son flores grandes y abiertas,


otras son florcitas pequeñas.
Los pájaros aman al sol y las estrellas.
El olor de las flores es muy dulce.
Las muchachas son más dulces que las flores.

CANCIÓN YAQUI

En verano vienen las lluvias y nace la hierba.


Es la época en que el ciervo tiene cuernos nuevos.

CANCIÓN DE LOS INDIOS PAPAGO

Mientras corría me encontré un mexicano que me dijo


“¿Cómo está usted?”
Mientras corría me encontré un mexicano barbudo que
me dijo
“¿Cómo está usted?”

CANCIÓN DE LOS INDIOS PAPAGO

Me levanté temprano
en la mañana azul;
mi amor se había levantado antes que yo,
vino corriendo hacia mí desde las puertas del alba.

2
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En la Montaña Papago
la presa moribunda
me miraba con los ojos de mi amor.

CANCIÓN APACHE

En el sur
donde están los arrecifes de conchas blancas,
donde todas las frutas están maduras,
nos encontraremos los dos.

Allá donde están los arrecifes de corales,


nos encontraremos los dos.
Donde las frutas maduras están fragantes,
nos encontraremos los dos.

SORTILEGIO DE LOS INDIOS PAPAGO

¿Cómo empezaré mis cantos


en la noche azul que está llegando?

En la gran noche mi corazón saldrá afuera,


las sombras vienen hacia mí sonando.
En la gran noche mi corazón saldrá afuera.

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SORTILEGIO DE LOS INDIOS YUMA

La lechuza silbó y habló de la estrella de la mañana.


Silbó otra vez y habló de la aurora.

SORTILEGIO DE LOS INDIOS YUMA

El chinche de agua atrae hacia sí las sombras de la tarde


sobre el agua.

CANCIÓN DE LOS INDIOS NAVAJOS

¡La urraca! ¡La urraca! Debajo


en lo blanco de sus alas están los rastros de la mañana.
¡La aurora! ¡La aurora!

CANCIÓN DE LOS INDIOS NAVAJOS

La ardilla con su camisa está allá de pie.


La ardilla con su camisa está allá de pie.
Esbelta, está allá de pie; rayada, está allá de pie.

CANCIÓN DE LOS INDIOS HAIDA

Hermosa es ella, esta mujer,


como flor de montaña;

4
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pero fría, fría, es ella,


como los ventisqueros
donde crece.

CANCIÓN DE LOS INDIOS ZUÑI

La cigarra, la cigarra tocando la flauta,


la cigarra, la cigarra tocando la flauta.
Allá arriba en la rama de pino,
pegada allí,
tocando la flauta,
tocando la flauta.

CANCIÓN DE LOS INDIOS PAWNEES

Mira cómo suben, cómo suben


sobre la línea donde el cielo se junta con la tierra:
¡Las Pléyades!
¡Ah! Ascendiendo, vienen para guiarnos,
para irnos cuidando, que seamos uno;
Pléyades,
Enseñadnos a estar, como vosotras, unidos.

CANCIÓN SIOUX DE LOS ANIMALES

Sobre la tierra
canto por ellos,

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una nación de caballos,


canto por ellos.
Sobre la tierra
canto por ellos,
los animales,
canto por ellos.

DANZA DEL ESPÍRITU DE LOS INDIOS SIOUX

Todo el mundo viene.


Una nación viene, una nación viene,
el Águila trajo el mensaje a la tribu.
El padre lo dijo, el padre lo dijo.
Por toda la tierra vienen.
Los búfalos vienen, los búfalos vienen,
el Cuervo trajo el mensaje a la tribu.
El padre lo dijo, el padre lo dijo.

DANZA DEL ESPÍRITU DE LOS INDIOS ARAPAJOS

Mi padre no me reconoció,
mi padre no me reconoció,
cuando me vio de nuevo,
cuando me vio de nuevo,
me dijo: “Tú eres el hijo de un grajo.”
Me dijo: “Tú eres el hijo de un grajo.”

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CANCIÓN DE LOS INDIOS KIOWA

Los haraganes y los cobardes están ahora en sus casas,


pueden ver a los suyos siempre que quieren.
Oh, los haraganes y los cobardes están ahora en sus casas.
Pero el mancebo que yo amo se fue a la guerra, lejos
de aquí.
Cansado, solitario, está pensando en mí.

CANCIÓN DE LOS INDIOS MENOMINEE

Llegará un día en que pensarás en mí y llorarás,


amor mío.

CANCIÓN CHIPPEWA

En vano deseas que te busque a ti;


vengo a ver a tu hermana menor.

CANCIÓN CHIPPEWA

Voy a entrar en la morada de alguien.


En la morada de alguien voy a entrar.

A tu morada, mi amada,
una noche voy a entrar, voy a entrar.

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Una noche en invierno, mi amada,


a tu morada voy a entrar, voy a entrar.
Esta misma noche, mi amada,
a tu morada voy a entrar, voy a entrar.

CANCIÓN CHIPPEWA

Yo creí que era un pato,


pero era el remo de mi amado en el agua.
Él se ha ido a Sault Ste. Marie,
mi amado se fue delante de mí,
nunca lo volveré a ver.
Yo creí que era un pato,
pero era el remo de mi amado en el agua.

CANCIÓN CHIPPEWA

Aunque él lo dijo
todavía
me enternezco
cuando pienso en él.

CANCIÓN CHIPPEWA

Mientras mis ojos recorren la pradera


siento el verano en la primavera.

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CANCIÓN MIDÉ DE LOS INDIOS CHIPPEWAS

En verdad,
el cielo se aclara
cuando mi tambor Midé
resuena
para mí.
En verdad,
las aguas se calman
cuando mi tambor Midé
resuena
para mí.

CANCIÓN MIDÉ DE LOS INDIOS CHIPPEWAS

El sonido se apaga.
Es de cinco sonidos.
Libertad.
El sonido se apaga.
Es de cinco sonidos.

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CANCIÓN DE LA PAUSA DEL TAMBOR

(EN UNA CEREMONIA DE INICIACIÓN MIDE


DE LOS CHIPPEWAS)

Cuando hago una pausa–


el rumor
de la aldea.

CANCIÓN CHIPPEWA DE LOS TRUENOS

A veces yo,
me compadezco a mí mismo
cuando me va arrastrando el viento
por el cielo.

CANCIÓN CHIPPEWA DE LOS ÁRBOLES

El viento:
De él solamente
tengo miedo.

CANCIÓN CHIPPEWA DE LA TORMENTA

Desde la otra mitad


del cielo

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lo que allí habita


viene haciendo ruido.

CANCIÓN CHIPPEWA

Azúcar de arce
es la única cosa
que yo quiero.

CANCIÓN CHIPPEWA DE LA FLECHA

Roja
es su punta.

CANCIÓN CHIPPEWA

Mi música
sube
hasta el cielo.

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Edgar Allan Poe


(1809-1849)

EL SILENCIO. UNA FÁBULA


[SIOPE]

“Escúchame”, dijo el Demonio,


mientras ponía su mano en mi cabeza.
“La región de que te hablo es una región lóbrega de Libia,
en las riberas del río Zäire.
Y allí no hay quietud ni silencio.

Las aguas del río tienen un color enfermizo y de azafrán;


y no corren al mar,
sino que siempre palpitan y palpitan bajo el ojo rojo del sol
con un tumultuoso y convulso movimiento.
Por muchas millas a ambos lados del lecho lamoso del río
hay un pálido desierto de nenúfares gigantes.
Suspiran unos sobre otros en aquella soledad,
y estiran hacia el cielo sus largos y lívidos cuellos,
y mueven a un lado y al otro sus cabezas eternas.
Y hay un murmullo confuso
que brota de entre ellos
como el correr del agua subterránea.
Y suspiran unos sobre otros.

”Pero hay un límite a su reino–


el límite del oscuro, horrible, altísimo bosque.
Allí, como las olas en las Hébridas,

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la maleza baja está constantemente agitada.


Pero no hay un viento en todo el cielo.
Y los elevados árboles primaverales eternamente se mecen
de aquí para allá
con un estridente y poderoso ruido.
Y de sus altas cimas, uno por uno,
gotea un eterno rocío.
Y a sus pies
extrañas flores ponzoñosas se retuercen en un sueño
intranquilo.
Y arriba, con un susurrante y agudo sonido,
las nubes grises corren eternamente hacia el oeste,
hasta que ruedan, en catarata, por el muro feroz del
horizonte.
Pero no hay un viento en todo el cielo.
Y en las orillas del río Zäire
no hay ni quietud ni silencio.

”Era de noche y la lluvia caía,


y, al caer, era lluvia,
pero, cuando había caído, era sangre.
Y yo ahí estaba en la ciénaga entre los altos lirios,
y la lluvia caía sobre mí–
y los lirios suspiraban unos sobre otros
en la solemnidad de aquella desolación.
Y, de súbito, la luna se levantó tras la delgada lívida bruma,
y era de color carmesí.
Y mis ojos se posaron sobre una enorme roca gris
que había a la orilla del río,
y era alumbrada por la luz de la luna.

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Y la roca era gris, y lívida, y alta,


–y la roca era gris.
Por delante había caracteres labrados en la piedra,
y yo crucé la ciénaga de nenúfares,
hasta llegar ya casi a la orilla,
para poder leer los caracteres de la piedra.
Pero no los podía descifrar.
Yo regresaba entre la ciénaga,
cuando la luna brilló con un rojo más vivo,
y me volví y miré otra vez a la roca,
y a los caracteres;
–y los caracteres eran DESOLACIÓN.

”Y miré hacia arriba,


y había un hombre en la cima de la roca;
y me oculté entre los nenúfares
para descubrir lo que el hombre estaba haciendo.
Y el hombre era alto y de un aspecto imponente,
y estaba envuelto
desde los hombros a los pies en la toga de la Roma antigua.
Y el perfil de su figura era confuso?
pero sus facciones eran las facciones de un dios;
porque el manto de la noche,
y de la bruma, y de la luna, y del rocío,
dejaban al descubierto las facciones de su rostro,
y su semblante era altivo por el pensamiento,
y sus ojos fieros por la preocupación;
y, en los pocos surcos de sus mejillas

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yo leí las fábulas de la tristeza, y el tedio, y el disgusto de


los hombres
y un ansia de soledad.

”Y el hombre se sentó sobre la roca, y apoyó la cabeza


sobre su mano,
y miró la desolación.
Miró abajo los inquietos y bajos arbustos,
y arriba los altos árboles primaverales,
y más arriba aún el cielo susurrante,
y la luna carmesí.
Y yo estaba allí cerca bajo el abrigo de los lirios,
y observaba lo que el hombre estaba haciendo.
Y el hombre temblaba en la soledad;–
pero la noche se desvanecía, y él estaba sentado en la roca.

”Y el hombre apartó los ojos del cielo,


y miró el lóbrego río Zäire,
y las lívidas aguas amarillas,
y las pálidas legiones de nenúfares,
y el hombre escuchó los suspiros de los nenúfares,
y el murmullo que brotaba de entre ellos.
Y yo estaba cerca en mi escondite
y observaba lo que el hombre estaba haciendo.
Y el hombre temblaba en la soledad–
pero la noche se desvanecía, y él estaba sentado en la roca.

”Entonces bajé a lo recóndito de la ciénaga,


y fui lejos en la espesura de los lirios,
y llamé los hipopótamos

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que habitan los pantanos


en lo recóndito de la ciénaga.
Y los hipopótamos oyeron mi llamado,
y vinieron, con el behemoth, al pie de la roca,
y lanzaron rugidos recios y terribles bajo la luna.
Y yo estaba cerca en mi escondite
y observaba lo que el hombre estaba haciendo.
Y el hombre temblaba en la soledad–
pero la noche se desvanecía, y él estaba sentado en la roca.

”Entonces maldije a los elementos con la maldición del


tumulto;
y una espantosa tempestad se congregó en el cielo
donde, antes, no había ningún viento.
Y el cielo se puso lívido con la violencia de la tempestad–
y la lluvia cayó sobre la cabeza del hombre–
y las aguas del río corrieron–
y el río se atormentó entre espumarajos
y los nenúfares dieron alaridos en sus lechos–
y el bosque fue derribado por el viento–
y el trueno rodó–
y el relámpago cayó–
y la roca se estremeció en sus cimientos.
Y yo estaba cerca en mi escondite
y observaba lo que el hombre estaba haciendo.
Y el hombre temblaba en la soledad–
pero la noche se desvanecía, y él estaba sentado en la roca.

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”Entonces me enfurecí y maldije,


con la maldición del silencio, el río, y los lirios, y el
viento, y el bosque,
y el cielo, y el trueno, y los suspiros de los nenúfares.
Y quedaron malditos y se aquietaron.
Y la luna dejó de subir tambaleando su camino del cielo–
y el trueno enmudeció–
y el relámpago no alumbró–
y las nubes quedaron inmóviles colgadas–
y las aguas volvieron a su nivel y permanecieron–
y los árboles dejaron de mecerse–
y los nenúfares no suspiraron más–
y el murmullo ya no volvió a oírse entre ellos,
ni una sombra de sonido en todo el vasto ilimitado
desierto.
Y miré los caracteres de la roca,
y habían cambiado–
y los caracteres eran SILENCIO.

”Y mis ojos se posaron en el semblante del hombre,


y su semblante estaba pálido de terror.
Y, velozmente, levantó la cabeza de su mano,
y se puso de pie sobre la roca y escuchó.
Pero no había ni una voz en todo el vasto ilimitado desierto,
y los caracteres de la roca eran SILENCIO.
Y el hombre se estremeció,
y apartó su rostro,
y huyó lejos, aprisa,
y no volví a verlo jamás.”

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Pues bien hay bellos cuentos en los volúmenes de los


Magos–
en los melancólicos volúmenes de cerradura de hierro de
los Magos.
En los cuales, como digo, hay gloriosas historias del
Cielo,
y de la Tierra, y del Mar poderoso–
y de los Genios
que gobiernan el mar, y la tierra, y el alto cielo.
Había también mucho saber en los dichos que decían las
Sibilas;
y sagradas, sagradas cosas se oyeron hace tiempo junto
a las hojas oscuras que tiemblan en torno a Dodona
pero, como vive Alá,
la fábula que el Demonio me dijo
sentado junto a mí en la sombra de la tumba,
¡yo sostengo que es la más bella de todas!
Y cuando el Demonio puso fin a su historia,
cayó en la cavidad de la tumba
y rió.
Y yo no pude reír con el Demonio,
y él me maldijo porque no pude reír.
Y el lince que habita eternamente en la tumba,
salió de allí,
y cayó a los pies del Demonio,
y lo miró fijamente a los ojos.

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LA SOMBRA. UNA PARÁBOLA

¡Sí! Aunque camino en el valle de la


Sombra.
Salmo de David
Vosotros que leéis aún estáis entre los vivos;
pero yo que escribo
habré hace tiempo hecho mi viaje
a la región de las sombras.
Porque en verdad cosas extrañas sucederán,
y cosas secretas se sabrán,
y muchos siglos pasarán,
antes que estas memorias las vean los hombres.
Y, al verlas,
muchos no creerán, y otros dudarán,
y unos pocos, sin embargo, hallarán mucho qué pensar
en los caracteres aquí grabados con un punzón de hierro.
El año había sido un año de terror,
y de sensaciones más intensas que el terror
para las que no existen nombres en la tierra.
Porque muchos prodigios y señales fueron vistos,
y por todas partes, sobre la tierra y el mar,
las alas negras de la Pestilencia se extendieron.
Para aquellos, sin embargo, duchos en los astros,
no era desconocido que los cielos tenían un mal aspecto;
y para mí, el griego Oinos, entre otros,
era evidente que ya había llegado
la alternación de aquel año setecientos noventa y cuatro
cuando, a la entrada de Aries,

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el planeta Júpiter se conjuga


con el anillo rojo del terrible Saturno.
El espíritu peculiar de los cielos
si mucho no me equivoco, fue manifiesto,
no sólo en el orbe físico de la tierra,
sino en las almas, imaginaciones, y meditaciones de los
hombres.

Ante unas redomas del vino rojo de Khios


entre los muros de un salón nobiliario, en una ciudad
oscura llamada Ptolemais,
nos sentamos, una noche, un grupo de siete.
Y a nuestra sala
no había otra entrada más que una alta puerta de bronce:
y la puerta fue modelada por el artífice Corinnos,
y, siendo de una rara hechura, se cerraba por dentro.
Negras cortinas, igualmente, en el lóbrego cuarto,
ocultaban a nuestra vista
la luna, las estrellas espeluznantes, y las calles sin gente.
–Pero el presagio y la memoria del Mal, eso no sería
excluido.
Había cosas cerca y alrededor de nosotros
de las que no puedo dar descripción exacta–
cosas materiales y espirituales–
opresión en la atmósfera–
una sensación de sofocamiento–
angustia–y, sobre todo, ese terrible estado de existencia
que los nerviosos experimentan cuando los sentidos están
agudizadamente vivos y despiertos,
y mientras tanto las fuerzas del pensamiento yacen dormidas.

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Un peso muerto colgaba sobre nosotros. Colgaba sobre


nuestros miembros–
sobre el mobiliario– sobre las copas en que bebíamos;
y todas las cosas estaban oprimidas y postradas en ese
lugar–
todas las cosas excepto las llamas de las siete lámparas
de hierro
que iluminaban nuestra orgía.
Erguidas en altas esbeltas líneas de luz,
así permanecían quemándose pálidas e inmóviles;
y en el espejo
que su brillo formaba sobre la mesa redonda de ébano
en que estábamos sentados,
cada uno de nosotros allí reunidos
miraba la palidez de su propio semblante,
y el fulgor intranquilo de los ojos bajos de sus compañeros.
Sin embargo, reíamos y estábamos alegres a nuestro
modo–
que era histérico;
y cantábamos los cantos de Anacreonte –que son locura;
y bebíamos copiosamente– aunque el vino purpúreo nos
recordaba la sangre.
Porque aún había otro huésped en la sala
en la persona del joven Zoilus.
Muerto, y tendido a lo largo, yacía amortajado;
–el genio y demonio de la escena.
¡Ay! Él no participaba en nuestro gozo,
excepto que su semblante, deformado por la plaga,
y sus ojos en que la Muerte había medio apagado apenas
el fuego de la pestilencia,

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parecía tener tanto interés en nuestra alegría


como pueden los muertos quizás tenerlo en la alegría de
los que van a morir.
Pero aunque yo, Oinos,
sentía que los ojos del difunto estaban sobre mí,
aún me violentaba para no percibir la amargura de su
expresión,
y, mirando fijamente hacia abajo en las profundidades del
espejo de ébano,
canté con voz fuerte y sonora los cantos del hijo de Teios.
Pero ellos, mis cantos gradualmente cesaron,
y sus ecos, rodando distantes entre las cortinas color sable
de la sala,
se hicieron débiles, e indistinguibles, y desaparecieron.

Y he aquí que entre las cortinas color sable


donde los sonidos del canto se perdieron,
salió una sombra indefinida y oscura–
una sombra como aquella que la luna, cuando baja en el
cielo,
pudiera formar con la figura de un hombre:
pero no era ni la sombra de un hombre,
ni de Dios,
ni de ningún objeto familiar.
Y, temblando un momento entre las cortinas del cuarto,
al fin descansó a la vista de todos sobre la superficie
de la puerta de bronce.
Pero la sombra era vaga, e informe, e indefinida,
y no era ni la sombra de un hombre ni de Dios–

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ni el Dios de Grecia,
ni el Dios de Caldea,
ni ningún Dios egipcio.
Y la sombra descansó sobre la puerta bronceada,
y bajo el arco de la cornisa de la puerta,
y no se movió, ni pronunció palabra,
sino que quedó quieta y permaneció.
Y la puerta sobre la cual la sombra descansaba
estaba, si no me equivoco,
frente a los pies del joven Zoilus amortajado.
Pero nosotros, los siete allí reunidos,
habiendo visto la sombra cuando salía de entre las cortinas,
no osábamos mirarla fijamente, sino que bajamos los ojos,
y mirábamos continuamente las profundidades del espejo
de ébano.
Y al fin, yo, Oinos, profiriendo unas palabras en voz baja,
pregunté a la sombra por su morada y el nombre a que
respondía.
Y la sombra contestó:
“Yo soy SOMBRA,
y mi morada está junto a las Catacumbas de Ptolemais,
contigua a aquellas oscuras planicies de Helusión
que limitan con el fétido canal Caronio.”

Y entonces nosotros, los siete,


nos levantamos de nuestros asientos con horror,
y nos quedamos temblando, y estremeciéndonos, y
despavoridos:
porque los tonos de la voz de la sombra no eran los tonos
de un solo ser,

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sino de una multitud de seres,


y cambiando en sus cadencias de sílaba a sílaba,
cayeron oscuramente en nuestros oídos
con los familiares y bien recordados acentos
de muchos millares de amigos perdidos.

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Walt Whitman
(1819-1892)

HABÍA UN NIÑO QUE SALÍA

Había un niño que salía cada día,


y lo primero que miraba, en eso se convertía,
y eso formaba parte de él por aquel día o parte de aquel día,
o por muchos años o sucesivos ciclos de años.

Las lilas tempranas formaban parte de aquel niño,


y la hierba y las glorias-de-la-mañana blancas y rojas
y los blancos y rojos claveles, y el canto del jilguero,
y los corderos del tercer mes y las crías rosa pálidas de la
puerca y el potrillo de la yegua y el ternero de la vaca.
Y la alborotadora pollada del corral o la que chapuceaba
en la orilla fangosa de la poza,
y los peces suspensos de modo tan curioso allí abajo y el
bello curioso líquido,
y las plantas acuáticas con sus gráciles cabezas chatas,
todo formaba parte de él.
Los retoños del cuarto mes y del quinto mes formaban
parte de él,
los retoños de las mieses invernales y los amarillo-claro
del maíz, y las raíces comestibles del jardín,
y los manzanos cubiertos de flores y de frutas más tarde,
y las moras silvestres y las zarzas más comunes del
camino,
y el viejo borracho que tambaleándose volvía a su casa de
la taberna de la que tarde se levantara,

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y la maestra de escuela que pasaba camino de la escuela,


y los muchachos amigos que pasaban y los muchachos
pendencieros,
y la nítida niña de rosadas mejillas y el negrito descalzo y
la negrita,
y todos los cambios de la ciudad y el campo en
dondequiera que iba,
sus propios padres, el que lo engendró y la que lo conci
bió en su vientre y lo parió,
le daban de ellos mismos a este niño algo más que eso,
le daban en adelante cada día, ellos mismos venían a
formar parte de él.

La madre en casa poniendo tranquilamente los platos en


la mesa de comer,
la madre con dulces palabras, limpios su gorro y su vestido,
sano olor emanando de su persona y ropa al caminar,
el padre, fuerte, pagado de sí, varonil, maligno, iracundo,
injusto,
el golpe, la rápida dura palabra, el mezquino regateo, la
astuta treta,
las costumbres de familia, su lenguaje, las visitas, los
muebles, el corazón que añora y se expande,
el afecto que no se escatima, la sensación de lo real, la
idea de que si después de todo resultara irreal,
las dudas de día y las dudas de noche, el curioso si será y
cómo,
si lo que parece así es así o si por ventura ¿es todo luces y
sombras?

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Los hombres y mujeres que se apiñan aprisa en las calles,


si no son luces y sombras, ¿qué son?
Las mismas calles y las fachadas de las casas, y las
mercancías expuestas en las ventanas,
los vehículos, los caballos de tiro, los muelles de gruesas
tablas, la afluencia de gente a las barcas que cruzan el
río,
la aldea en la falda vista de lejos en el crepúsculo, el río
que la separa de aquí,
sombras, aureola y niebla, la luz cayendo sobre los techos
y los aleros blancos y rojizos dos millas más allá,
la goleta cercana descendiendo asueñada en la marea con
el botecito amarrado por larga cuerda a popa,
los rápidos tumbos, las crestas presto deshechas, azotando,
los estratos de nubes coloradas, la larga franja marrón
solitaria allá lejos, la extensión de blancura en que
inmóvil se tiende,
al borde del horizonte, el vuelo del cuervo marino, la
fragancia de las salinas y del lodo en la costa,
todo venía a formar parte de aquel niño que salía cada día
y que aún sale y saldrá todos los días.

CONOCÍ A UN HOMBRE

Conocí a un hombre, simple hacendado, padre de cinco


hijos,
y estos padres de hijos, y estos también padres de hijos.

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Este hombre era de maravilloso vigor, calma, dignidad


personal.
La forma de su cabeza, el pálido amarillo y blanco de su
pelo y de su barba, la inmensa significación de sus ojos
negros, la riqueza y amplitud de sus maneras.
Para ver estas cosas iba yo a visitarlos; era lleno de
sabiduría, además;
tenía seis pies de altura, tenía más de ochenta años de edad,
sus hijos eran corpulentos, limpios, barbados, quemados
de sol, hermosos;
ellos y sus hijas lo amaban, todos los que lo veían lo
amaban,
no lo amaban por interés, lo amaban con amor personal.
Él bebía sólo agua, la sangre se asomaba como púrpura a
través de la piel morena lavada de su cara,
era asiduo tirador y pescador, navegaba él mismo su
propia piragua velera, tenía una excelente que le fue
regalada por un carpintero de ribera, tenía cebos de
pescar que le obsequiaban hombres que lo querían,
cuando salía con sus hijos y numerosos nietos a cazar o
pescar, podías señalarlo entre todos como el más bello
y vigoroso de la patrulla,
desearías estar con él por mucho rato, desearías sentarte a
su lado en la piragua para estar en contacto con él.

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DE LA CUNA QUE ESTÁ INCESANTEMENTE


MECIÉNDOSE

De la cuna que está incesantemente meciéndose,


de la garganta de zenzontle, musical lanzadera,
de la media noche del noveno mes
sobre las estériles arenas y los campos contiguos, donde el
muchacho dejando su cama, vagaba, solo sin sombrero,
descalzo,
bajo la luz llovida del halo de la luna,
del misterioso juego de sombras enlazándose y retorciéndose
como si fueran vivas,
de los matorrales de zarzas y zarzamoras,
del recuerdo del pájaro que cantaba para mí,
de tus recuerdos, triste hermano, de los caprichosos
altibajos que oía,
bajo la amarilla media luna, tarde salida y abotagada
como llorando,
de aquellas primeras notas de deseo y amor, allí en la
sombra,
de las miles respuestas de mi corazón que nunca cesarían,
de las miríadas de palabras entonces despertadas,
de las que como ahora surgen reviviendo la escena,
como una bandada chirriando, alzando el vuelo, o pasando
por encima,
traídas aquí, antes que se me escapen, aprisa,
un hombre y, sin embargo, por estas lágrimas, niño de
nuevo,
echándome en la arena, frente a las olas,

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yo, cantor de penas y alegrías, unificador del aquí y del


más allá,
cogiendo al vuelo toda sugerencia, pero saltando ágilmente
sobre ellas,
una reminiscencia canto.
Una vez, Paumanock,
cuando estaba el aire lleno de perfume de las lilas y la
hierba del quinto mes creciendo,
en esta costa del mar sobre unas zarzas,
dos alados huéspedes venidos de Alabama, dos juntos,
y su nido y cuatro huevos verdeclaros con pintas rojizas,
y todos los días el macho de aquí para allá, no lejos,
y todos los días la hembra acurrucada en su nido, en
silencio, con ojos brillantes,
y todos los días, yo, niño curioso, nunca muy cerca, nunca
estorbándolos,
cautamente atisbando, absorbiendo, traduciendo.

¡Brilla! ¡Brilla! ¡Brilla!


Vierte calor, gran sol,
mientras nos asoleamos, nosotros dos unidos.

¡Dos unidos!

Sople viento sur, sople viento norte,


venga día claro, venga noche negra,
en nuestro hogar o separados por ríos y montes del hogar,
cantando en todo tiempo, sin hacer caso al tiempo,
mientras estamos los dos unidos.

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Hasta que de repente,


acaso muerta, sin saberlo su pareja,
una mañana la hembra ya no vino a echarse al nido,
ni esa tarde volvió, ni la siguiente,
ni apareció ya más.

Y desde entonces todo el verano al son del mar,


y de noche bajo la luna llena con el tiempo más manso,
sobre la ronca reventazón del mar,
o revoloteando de zarza en zarza durante el día,
yo lo veía, oía interrumpidamente al que quedaba, al
macho,
al solitario huésped venido de Alabama.

¡Soplad! ¡Soplad! ¡Soplad!


Soplad vientos del mar sobre las costas del Paumanock.
Espero, espero, me devolváis mi compañera.

Si, mientras brillaban las estrellas,


toda la santa noche en el extremo de una musgosa rama,
casi al nivel de las pringantes olas,
sentado estaba el solitario cantor maravilloso, causando
llanto.

Llamaba a su pareja,
vertía los secretos que sólo yo conozco.
Sí, hermano mío, yo sé,
los otros tal vez no, pero yo he atesorado cada nota,
porque más de una vez deslizándome en lo oscuro hasta la
costa,

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mudo, evitando los rayos de la luna, confundiéndome con


las sombras,
evocando ahora las oscuras formas, los ecos, los sonidos y
visiones según su especie,
los blancos brazos entre los huecos de los matorrales sin
descanso tanteando,
yo, descalzo, muchacho, el viento agitándome el pelo,
escuchaba, escuchaba sin cesar.

¡Arrulla! ¡Arrulla! ¡Arrulla!


Unida a sus olas arrulla la ola que sigue detrás,
y después la que sigue, abrazando y lamiendo, todas unidas,
pero ya no me arrulla mi amor a mí, no a mí.

Baja cuelga la luna, tarde salió,


se rezaga. ¡Oh, me parece cargada de amor, de amor!
¡Oh furioso el mar embiste a la tierra,
con amor, con amor!

¡Oh, noche! ¡No estoy viendo a mi amor revolotear entre


las ramas!
¿Qué es aquella motita en el blancor lunar?

¡Alto! ¡Alto! ¡Alto!


¡Alto grito llamándote, mi amor!
Alta y clara lanzo mi voz entre las olas,
debes saber seguro quién está aquí, está aquí,
debes saber quién soy, mi amor.

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¡Luna colgada a ras del horizonte!


¿Qué es aquel punto oscuro en tu disco amarillo encarnado?
¡Oh, es el bulto, el bulto de mi amiga!
¡Oh, luna, no me la detengas más!

¡Tierra! ¡Tierra! ¡Oh, Tierra!


Adonde quiera que me vuelvo pienso que ya podrías
devolverme mi amor si tú quisieras,
pues casi estoy seguro de verla turbiamente donde quiera
que miro.
¡Oh, nacientes estrellas!
Quizá la que yo quiero ha de salir, ha de salir entre vosotras.

¡Oh, mi garganta! ¡Oh, temblorosa garganta!


¡Suena más clara en la atmósfera!
Penetra los bosques, la tierra,
en algún sitio estarás atenta para oír, tú la que quiero,
¡brotad canciones!
¡Solitarias aquí, canciones de la noche!
¡Canciones de ausente amor! ¡Canciones de la muerte!
¡Canciones bajo esa tarda, pálida, menguante luna!
¡Oh bajo aquella luna, allí donde ella se desmaya hasta
hundirse casi en el mar!
¡Oh incontenibles desesperadas canciones!
¡Pero suave! ¡Más bajo!
¡Quedo, que apenas murmure!
Porque por ahí creo que oía a mi amiga responderme a mí,

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¡tan débilmente!, que debo quedarme quieto, quieto para


escucharla,
mas no del todo quieto, porque podría no acudir al punto a
mí.

¡Aquí, amor mío!


¡Estoy aquí, aquí!
Con esta nota sostenida me anuncio a ti;
esta dulce llamada es para ti, amor mío, para ti.

No te dejes engañar en otra parte;


ese es el silbido del viento, no es mi voz,
aquel es el rumor, el rumor de la espuma,
aquellas son las sombras de las hojas.

¡Oh, tinieblas! ¡Oh, en vano!


¡Oh, estoy muy fatigado y adolorido!
¡Oh, resplandor rojizo en el cielo junto a la luna, cayendo
sobre el mar!
¡Oh, ondulante rielar de la luna en el mar!
¡Oh, garganta! ¡Oh, sollozante corazón!
Y yo cantando en vano, ¡toda la noche en vano!
¡Oh, pasado! ¡Oh, feliz vida! ¡Oh cantos de alegría!
En el aire, en los bosques, en los campos.
¡Amado! ¡Amado! ¡Amado! ¡Amado! ¡Amado!
¡Pero mi amada ya no más, no más conmigo!

El aria cediendo,
todo lo demás continuando, las estrellas brillando,

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los vientos soplando, los arpegios del pájaro continuamente


el eco repitiendo,
con airados lamentos la vieja mar maternal incesantemente
gimiendo,
en las costas del Paumanock sobre la arena gris y crujidora,
la pálida media luna crecida, gravitando, la faz del mar casi
tocando,
el niño extático, con sus desnudos pies, en su cabello el
aire jugueteando,
el amor en su corazón por largo tiempo reprimido, ahora
suelto, ahora por fin tumultuosamente estallando,
el sentido del aria, los oídos, el alma rápidamente captando,
extrañas lágrimas por sus mejillas cayendo,
el coloquio ahí, el trío, cada cual respondiendo.

El acompañamiento, la salvaje vieja madre incesantemente


llorando,
el alma del niño acremente con ritmo preguntas
proponiendo, algún ahogado secreto susurrando,
al naciente bardo.
Demonio o pájaro (dijo el alma del niño),
¿es realmente a tu hembra a quien cantas? ¿O realmente
es a mí?
Porque yo, que era un niño, el uso de mi lengua dormido
todavía, ahora ya te he oído,
ahora en un instante ya sé para qué soy, despierto,
y ya un millar de cantores, un millar de canciones más
claras, más altas y más tristes que las tuyas,

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un millar de trinadores ecos han nacido dentro de mí para


nunca morir,
oh, vosotros cantores solitarios, cantando solos,
proyectándome a mí,
oh, solitario yo, escuchando, nunca más cesaré de
perpetuaros,
nunca más escaparé, ya nunca más las reverberaciones,
ya nunca más los gritos de amor insatisfecho se ausentarán
de mí,
no me dejéis volver a ser el apacible niño que era antes
que allá en la noche,
junto al mar, bajo la pálida y gravitante luna,
el mensajero aquel despertara el fuego, el dulce infierno
interior,
el ignorado deseo, el destino mío.
¡Oh, dadme la clave! (se oculta aquí en la noche en algún
punto.)
¡Oh, si he de tener yo tanto, dadme más!
Una palabra, pues (que yo he de dominarla)
la palabra final, a todas superior,
sutil, reveladora –¿cuál es?–. Escucho;
¿estáis, habéis estado murmurándola siempre, olas del
mar?
¿es aquella que viene de tus líquidas olas y mojadas arenas?
A lo que respondiendo el mar,
sin tardanza, sin prisa,
me susurró toda la noche y muy claro antes de amanecer,
me silabeó la queda y deliciosa palabra muerte,
y repitiendo muerte, muerte, muerte, muerte,

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silbando melodiosa, no como el pájaro ni como mi infantil


corazón ya despierto,
sino avanzando hasta acercarse como para decírmela en
secreto, hirviendo a mis plantas,
trepando a rastras sobre mí hasta mis orejas y bañándome
todo suavemente,
muerte, muerte, muerte, muerte, muerte.
Lo que no olvido,
pero confundo el canto de mi oscuro demonio y hermano,
que me cantó a la luz de la luna en la gris playa del
Paumanock,
con los mil cantos que respondían por aquí y por allá,
con mis propios cantos inspirados desde aquella hora,
y con ellos la llave, la palabra surgida de las olas,
la palabra de la más dulce canción de las canciones,
la fuerte y deliciosa palabra que arrastrándose a mis pies,
(o como una vieja nodriza que meciera la cuna, ataviada
con fina vestidura, inclinándose a un lado),
el mar me susurró.

¡OH CAPITÁN! ¡MI CAPITÁN!

¡Oh capitán!, ¡mi capitán!, nuestro viaje terrible ha terminado;


el barco ha sufrido todas las embestidas, el premio que
buscábamos está ganado;
el puerto está cerca, oigo las campanas, el pueblo que te
aclama,
los ojos siguiendo la quilla impertérrita, la nave imponente
y audaz:

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Pero ¡oh corazón!, ¡corazón!, ¡corazón!


Oh las sangrantes gotas rojas,
allí donde en el puente yace mi capitán,
tendido frío y muerto.

¡Oh capitán!, ¡mi capitán!, levántate y escucha las campanas;


levántate –por ti es izada la bandera? por ti trinan los
clarines;
por ti ramos y coronas encintadas –por ti las playas apiñadas;
claman por ti, la ondeante muchedumbre; sus rostros
ansiosos volteándose;

¡Bueno capitán!, ¡padre mío!


Mi brazo bajo tu cabeza;
es un sueño que en el puente,
estés tendido frío y muerto.

Mi capitán no responde; sus labios están pálidos e


inmóviles;
mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad;
el barco ha anclado sano y salvo, su viaje cumplido y
terminado;
del viaje terrible, el barco triunfante regresa con su objeto
ganado.

¡Playas, alegraos, y repicad campanas!


Pero yo, con pasos tristes,
recorro el puente donde yace mi capitán
tendido frío y muerto.

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NOSTALGIAS

¡Oh magnético Sur! ¡Oh luminoso, aromático Sur! ¡Mi


Sur!
¡Vivido brío, sangre fogosa, ímpetu y amor! ¡Lo bueno y
lo malo! ¡Oh todo tan amado por mí!
¡Oh mis cosas natales tan amadas por mí! –Toda cosa que
se mueve, y los árboles de allá donde nací– los cereales,
las plantas, los ríos;
mis amados lentos ríos haraganes, allá lejos, donde pasan,
por planicies de arena plateada o en medio de swampos;
mis amados Roanoke, Savannah, Altamahaw, Pedee,
Tombigbee, Santee, Coosa, y Sabine;
oh, pensativo, allá lejos caminando, regreso con mi alma a
vagar por sus márgenes otra vez;
otra vez en Florida floto en lagos transparentes –floto en
el Okeechobee– cruzo campos de lomas, o por claros
amenos, o espesas selvas;
veo los papagayos en los bosques –veo las papayas y la
flor del Tití;
otra vez, en mi lancha costera, sobre cubierta, costeo
Georgia, costeo las Carolinas,
veo dónde crece la encina perenne –dónde el pino amarillo,
y el laurel oloroso, el limón y la naranja, el ciprés, el
gracioso palmito;
paso rudos cabos y entro en Palmico Sound por un estero,
y disparo mi visión tierra adentro;
¡oh los algodonales, las siembras de arroz, de caña, de
cáñamo!

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El cactus defendido de espinas –los laureles con sus


grandes flores blancas;
los pastos a lo lejos –la abundancia y la aridez– los viejos
bosques cubiertos de muérdago y musgos trepadores,
el olor de los pinares y la sombra –la terrible quietud de la
selva (aquí en estos swampos espesos pasa el
filibustero con su rifle y el esclavo fugitivo
tiene su cabaña escondida);
oh la extraña fascinación de estos semi-explorados,
semi-impasables swampos, infestados de reptiles,
resonando con aullidos de lagartos, con ruidos tristes
de lechuzas nocturnas y tigrillos, y el retintín de las
culebras cascabeles;
el mirlo-burlón, el bufón americano, cantando toda la
mañana –cantando en la noche de luna,
el colibrí, el pavón, el pizote, el marsupial;
un maizal en Tennessee, los altos, graciosos maíces de
hojas largas –esbeltos, meciéndose, verdeclaros con
sus borlas– con las bellas mazorcas envueltas en sus
tuzas;
una pradera de Arkansas –un lago dormido, o un estero
quieto;
¡oh corazón! Oh tiernas y crueles torturas –no las
aguanto– me iré;
¡oh ser de Virginia, donde yo me crié! ¡Oh ser de las
Carolinas!
¡Oh nostalgia incontenible! ¡Oh, regresaré al viejo
Tenessee, y ya no volveré a andar errante

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CUANDO LAS LILAS LA ÚLTIMA VEZ EN EL PATIO


FRENTE A LA CASA FLORECIERON

En la muerte de Lincoln
Cuando las lilas la última vez en el patio frente a la casa
florecieron,
y cuando la gran estrella se hundió temprano en el cielo del
oeste en la noche,
lloré, y volveré a llorar con la constante primavera.

Constante primavera, una segura trinidad me traes,


el florecer perenne de las lilas y la estrella que se hunde en
el oeste.
Y el recuerdo de aquel que yo amo.

¡Oh poderosa estrella caída del oeste!


¡Oh sombras de la noche–oh melancólica, lacrimosa noche!
¡Oh gran estrella desaparecida–oh la negra lobreguez que
oculta a la estrella!
¡Oh crueles manos que me aprisionan –oh indefensa alma
mía!
¡Oh opresora nube que no deja a mi alma en libertad!

En el patio delantero de una vieja casa de finca junto a la


cerca blanqueada,
crece la alta mata de lila con hojas acorazonadas de un vivo
verde.
Con mucha flor puntuda alzándose delicada, con el fuerte
perfume que yo amo,

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con cada hoja un milagro –y de esta mata del patio con


flores de color delicado y hojas acorazonadas de vivo
verde,
un ramito con su flor yo corto.

En el pantano en las cerradas espesuras


un esquivo pájaro escondido está gorjeando una canción.
Solitario el zorzal,
el ermitaño en su retiro, evitando los campamentos,
canta él solo una canción.
Canto de la garganta adolorida,
canto de vida de la muerte (porque yo lo sé bien, hermano
mío,
si no te fuera permitido cantar seguramente morirías).

Sobre el regazo de la primavera, sobre la tierra, entre


ciudades,
entre veredas y por viejos bosques, donde a poco las
violetas atisbaban desde el suelo salpicando los grises
escombros,
entre la hierba de los campos a los dos lados del camino,
cruzando la hierba interminable,
cruzando los trigales de lanzas amarillas, cada grano
saliendo de su mortaja en los campos pardo-oscuros,
cruzando entre manzanares cubiertos de flores rosadas y
blancas en las huertas,
llevando un cadáver a donde va a descansar en la tumba
noche y día pasa un ataúd.

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Ataúd que pasas por veredas y calles,


a través del día y la noche con la gran nube que oscurece la
tierra,
con la pompa de las banderas a media asta con las ciudades
encortinadas de negro,
con el espectáculo de los estados mismos como mujeres
veladas formando valla,
con procesiones largas y serpenteantes y las antorchas de la
noche,
con los incontables hachones encendidos, con el silencioso
mar de rostros, y las cabezas descubiertas,
con la estación esperando, el ataúd que llega, y los
sombríos rostros,
con cantos fúnebres en la noche, con el millar de voces
levantándose fuertes y solemnes,
con todas las voces plañideras de los cantos fúnebres
alrededor del féretro,
las iglesias a media luz y los trémulos órganos– por donde
quiera que pasas,
con las campanas doblando, doblando con perpetuo dindón,
toma, ataúd que lentamente pasas,
te doy mi ramito de lilas.

(No para ti, para ti solo;


flores y ramas verdes a todos los ataúdes yo traigo,
porque fresca como la mañana, así yo cantaría por ti una
canción, oh sabia y sagrada muerte.

Toda de ramos de rosas,


oh muerte, toda de rosas te cubro y de lirios tempranos,

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pero sobre todo y ahora las lilas que son las primeras que
florecen,
corto copiosas, corto los ramitos de las matas,
con los brazos cargados vengo, volcándolos para ti,
para ti y para todos los ataúdes tuyos, oh muerte.)
Oh astro del oeste que vagas en el cielo,
ahora sé lo que quisiste decirme hace un mes cuando yo
caminaba,
cuando yo caminaba silencioso en la transparente noche
sombría,
cuando yo vi que algo tenías que decir, cuando te
inclinabas noche a noche sobre mí,
cuando bajabas del cielo como si fueras a ponerte a mi lado
(mientras todas las otras estrellas miraban),
cuando vagábamos juntos en la noche solemne (porque
algo desconocido me impedía dormir),
cuando la noche avanzaba, y yo veía en el borde del oeste,
antes que te fueras, cuán lleno estabas de dolor,
cuando yo estaba sobre una altura en el sereno en la fresca
noche transparente,
cuando te miraba pasar y te perdías en la profunda
oscuridad de la noche,
cuando mi alma, en su aflicción, desconsolada, se hundía,
cuando tú, estrella triste,
terminabas, te hundías en la noche, y te perdías.

Canta allá en el pantano,


cantor huraño y tierno, yo oigo tus notas, oigo tu reclamo,
yo oigo, acudo, te entiendo,

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pero aguarda un instante, porque la luciente estrella me ha


detenido,
la estrella mi camarada que se va, me guarda y me detiene.
Oh, ¿cómo cantaré por el muerto que yo amaba?
¿Y cómo entonaré mi canto por la gran alma dulce que se
ha ido?
¿Y cuál será mi perfume para la tumba de aquel que yo
amo?
Vientos del mar soplan del Este y del Oeste,
soplan del mar del Este, y soplan del mar del Oeste, hasta
que allá en las praderas encontrándose,
con esos y con estos y con el aliento de mi canto,
perfumaré la tumba del que amo.

Oh ¿qué colgaré en las paredes de la cámara mortuoria?


¿Y qué cuadros colgaré en las paredes,
de la última morada del que amo?
Cuadros de la florida primavera, y de fincas, y de casas,
con la tarde del Cuarto Mes poniéndose el sol, y la
columna de humo gris luminosa y brillante,
con ríos de oro amarillo del maravilloso, indolente sol
poniente, ardiendo, ensanchando el aire;
con la olorosa hierba fresca bajo los pies, y las hojas verdes
tiernas de los árboles prolíficos;
a lo lejos el fluido reflejo, el pecho del río, con manchas de
viento aquí y allá;
con las colinas alineadas en las orillas, con muchas franjas
en el cielo y sombras;
y la ciudad a un paso con profusión de casas, y chimeneas,

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y todas las escenas de la vida, y los talleres, y los obreros


volviendo a sus hogares.

Mirad, cuerpo y alma —esta tierra,


mi propia Manhattan, con sus torres, y las relumbrantes
y rápidas mareas, y los barcos,
y la variada y extensa tierra, el Sur y el Norte en la luz
—las costas del Ohio, y el reverberante Missouri,
y siempre las ilimitadas praderas cubiertas de hierba y de
maizales.

Mirad, el excelentísimo sol tan calmo y orgulloso,


la mañanita violeta y púrpura con brisas que apenas se sienten,
la tierna inmensa luz recién nacida,
el milagro desbordante bañándolo todo, el colmado medio
día,
la venida de la tarde deliciosa, la bienvenida noche y las
estrellas,
sobre mis ciudades brillantes todas, envolviendo al hombre
y a la tierra.

Canta, canta, pájaro pardo,


canta desde los pantanos, las espesuras, vierte tus cantos
desde los matorrales,
interminablemente desde el crepúsculo, desde los cedros y
los pinos.
Canta, hermano mío, trina tu canto de caña,
alto cántico humano, con voz de infinita tristeza.
¡Oh líquido y libre y tierno!

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¡Oh desatado y enardecido para mi alma! —¡Oh asombroso


cantor!
Sólo a ti te oigo..., pero la estrella me detiene (aunque
pronto partirá);
pero las lilas, con el poder de su perfume, me detienen.

Mientras estaba sentado bajo el sol y miraba,


en el ocaso del día con su luz y los campos de primavera, y
los campesinos preparando sus cosechas,
en el vasto inconsciente escenario de mi tierra con sus lagos
y bosques,
en la celeste aérea belleza (tras los perturbados vientos y las
tormentas),
bajo los arqueados cielos del atardecer rápidamente
pasando, y las voces de las mujeres y los niños,
las multi-móviles mareas, y veía los barcos cómo zarpaban,
y el verano acercándose con su riqueza, y los campos
atareados de labor,
y las infinitas casas apartadas, lo que pasaba en todas ellas,
cada una con sus comidas y las minucias de los diarios
quehaceres,
y las calles, cómo sus pálpitos palpitaban, y las ciudades
suspendidas –mirad, aquí y allá,
cayendo sobre todas y entre todas ellas, envolviéndome a
mí con los demás,
aparecía la nube, aparecía la larga cauda negra,

y conocí la muerte, su concepto, y el sagrado


conocimiento de la muerte.

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Entonces con el conocimiento de la muerte caminando a mi


lado.
y el concepto de la muerte caminando muy cerca de mi otro
lado
y yo en medio como entre dos compañeros, y como
cogiendo las manos de mis dos compañeros,
huí hacia la encubridora acogedora noche que no habla,
bajando a las orillas de las aguas, la vereda junto al
pantano en la sombra,
hasta los solemnes cedros sombríos y los pinos espectrales
tan inmóviles.
Y el cantor tan huraño con los demás me recibió,
el pájaro pardo que yo conozco nos recibió a los tres
compañeros,
y cantó la cantiga de la muerte, y un verso para aquel que
yo amo.
Desde las profundas cerradas espesuras,
desde los fragantes cedros y los espectrales pinos tan
inmóviles,
vino el cantar del pájaro.

Y el encanto del cantar me arrobó,


mientras tenía cogidos como de las manos a mis dos
compañeros en la noche,
y la voz de mi espíritu acompañó el canto del pájaro.

Ven bella y arrulladora muerte,


ondula en torno de la tierra, serenamente viniendo,
viviendo,

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en el día, en la noche, para todos, para cada uno,


tarde o temprano, delicada muerte,

alabado el insondable universo,


por la vida y la alegría y por las cosas y los conocimientos
curiosos,
y por el amor, el dulce amor —pero ¡alabanza!, ¡alabanza!,
¡alabanza!
Por los ineludiblemente arrolladores brazos de la muerte
que nos envuelve en su frescura.

Oscura madre deslizándose siempre cerca con suaves


pasos,
¿nadie ha cantado para ti un cántico de plena bienvenida?
Entonces yo te lo canto, yo te glorifico sobre todo,
te traigo un canto para que cuando tengas ciertamente que
venir, vengas imperturbable.
Acércate poderosa libertadora,
cuando lo has hecho, cuando los has tomado, canto alegre
a los muertos,
perdidos en tu océano amoroso,
lavados en la corriente de tu delicia, oh muerte.
De mí para ti alegres serenatas,
bailes para ti propongo saludándote, adornos y fiestas para
ti,
y los amplios panoramas del paisaje y el extendido cielo
arriba son apropiados,
y la vida y los campos y la enorme y pensativa noche,

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la noche en silencio bajo muchas estrellas,


la costa del mar y la ronca ola susurrante cuya voz yo
conozco,
y el alma que se vuelve hacia ti, oh vasta y bien velada
muerte,
y el cuerpo agradecido anidando junto a ti.
Sobre las copas de los árboles elevo un canto para ti,
sobre el vaivén de las olas, sobre los millares de campos y
praderas anchas,
sobre las apretujadas ciudades todas y los hirvientes
muelles y caminos,
yo elevo este canto con júbilo para ti, oh muerte.

A la altura de mi alma,
agudo y fuerte se mantuvo el pájaro pardo-oscuro,
con puras notas deliberadas esparciéndose llenando la
noche.

Sonoro en los pinos y los cedros oscuros,


claro en la frescura de la humedad y el perfume de los
pantanos,
y yo con mis compañeros allí en la noche,
cuando mi vista que estaba encerrada en mis ojos se abrió,
como a una visión de grandes panoramas.
Y entreví lejanamente los ejércitos;
vi, como en sueños sin ruido, centenares de banderas de
batalla;
enarboladas entre el humo de las batallas y traspasadas de
proyectiles las vi,

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y llevadas de aquí para allá en medio del humo, y


desgarradas y ensangrentadas;
y al final unas pocas hilachas en las astas solamente (y todo
en silencio)
y las astas todas desastilladas y rotas.

Vi los cadáveres de las batallas, millares de ellos,


y los blancos esqueletos de los jóvenes, yo los vi;
y vi restos y restos de todos los soldados masacrados en la
guerra;
pero vi que no eran como se pensaba;
ellos mismos en completo descanso, no sufrían;
los vivos quedaban y sufrían, la madre sufría,
y la esposa y el niño y el pensativo amigo sufrían,
y los ejércitos que quedaban sufrían.

Pasando las visiones, pasando la noche,


pasando, soltando las manos de mis compañeros,
pasando el canto del pájaro eremita y el concorde canto de
mi alma,
el victorioso canto, canto de desahogo de la muerte, pero
cambiante, siempre-variante,
bajo y quejumbroso, pero claras las notas, subiendo y
bajando, inundando la noche,

tristemente descendiendo y desfalleciendo, como


advirtiendo y advirtiendo, pero de nuevo estallando de
júbilo,
cubriendo la tierra y llenando la anchura del cielo,

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como aquel poderoso salmo en la noche que oí en las


espesuras,
pasando, yo te dejo, lila de hojas acorazonadas
te dejo allá en el patio frente a la puerta, floreciendo,
regresando con la primavera.
Yo me despido de mi canto para ti,
de mi mirada para ti en el oeste, frente al oeste,
comulgando contigo,
oh luminoso camarada de cara de plata en la noche.
Pero todas y cada una para guardar, prendas sacadas de la
noche,
el canto, el asombroso cántico del pájaro pardo-oscuro,
y el concorde cántico, el eco despertado en mi alma,
con la luciente y descendiente estrella con el semblante
lleno de tristeza,
con la mano cogiendo mi mano, acercándonos al reclamo
del pájaro,
los compañeros míos y yo en medio, y su recuerdo para
guardarlo para siempre, para el muerto que yo amaba
tanto,
para la más dulce, la más sabia criatura de todos mis días y
mis tierras —y esto por amor de él;
lila y estrella y pájaro entretejidos con el canto de mi alma
allá en los fragantes pinos y los cedros oscuros y sombríos.

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UNA CLARA MEDIANOCHE

Esta es tu hora, oh Alma, tu libre vuelo en lo inefable,


lejos del libro, lejos del arte, borrado el día, la lección
concluida,
toda tú afuera, callada, mirando
meditando en los temas que más amas
la noche, el sueño, la muerte y las estrellas.

SUSURROS DE CELESTE MUERTE

Susurros de celeste muerte murmurados escucho,


labial murmuración de la noche, silbantes coros,
pasos que dulcemente ascienden, místicas brisas soplando
suaves y quedas,
ondas de ríos invisibles, mareas de una corriente fluyendo,
para siempre fluyendo,
(¿o es acaso murmullo de lágrimas, inmensas aguas de
lágrimas humanas?)

Miro, miro apenas cielo arriba, grandes masas de nubes,


lúgubremente, lentamente giran, silenciosamente
agrandándose y mezclándose,
y entreveces una semiapagada entristecida lejana estrella
apareciendo y desapareciendo.
(Algún parto más bien, un solemne inmortal nacimiento;
en las fronteras impenetrables a los ojos
va pasando algún alma).

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PENSATIVO Y TEMBLANDO

Pensativo y temblando
las palabras. Los Muertos escribo,
porque los muertos están vivos.
(Tal vez son los únicos vivos, los únicos reales,
y yo la aparición —y yo el espectro.)

MILAGROS

¡Vamos! ¿Quién hace escándalos por un milagro?


Yo por mi parte no conozco más que milagros.
Ya sea que camine por las calles de Manhattan
o levante los ojos más allá de los tejados y mire el cielo
o ande descalzo por la playa a la orilla del mar
o me pare debajo de los árboles en el bosque
o converse en el día con una persona querida
o me siente a la mesa con otro
o mire a los desconocidos que van frente a mí en el tranvía
o bien observe a las abejas volar alrededor de su colmena
un mediodía de verano
o a los animales que pacen en el campo
o la maravilla de la puesta de sol o las estrellas tan
silenciosas y tan brillantes
o la fina, exquisita, delgada curva de la luna nueva en la
primavera
esas cosas y todas las otras, todas y cada una, son para mí,
milagros

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todo relacionado en un solo conjunto y cada cosa, sin


embargo, distinta y en su lugar
para mí cada hora del día y de la noche es un milagro.
Cada pulgada cúbica de espacio es un milagro.
Cada vara cuadrada de superficie hasta que hierve de
milagros
para mí el mar es un incesante milagro,
los peces que nadan en él —las rocas— el movimiento de
las olas —los barcos y los hombres que viajan en ellos,
¿es que hay acaso más extraños milagros?

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Emily Dickinson
(1830-1886)

ESTA ES MI CARTA PARA EL MUNDO

Esta es mi carta para el mundo


que a mí no me escribió jamás,—
simples nuevas que la Naturaleza
dijo con tierna majestad.

Su mensaje es encomendado
en manos que yo no vi;
por amor a ella, dulces compatriotas,
¡juzgadme tiernamente a mí!

EL ALMA ESCOGE

El alma escoge su compañía.


Luego cierra la puerta.
Y sola en su divina mayoría,
para ninguno la deja abierta.

Inconmovible, nota el rumor


del coche que a su puerta se ha parado.
Inconmovible: un emperador
en el umbral está arrodillado.

Pero uno solo entre una gran nación


ha escogido ella;

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luego las valvas de su atención


cerró como peña.

LA TEMPESTAD

Súbito vino un viento como un clarín;


un estremecimiento corrió en la grama,
y un verde escalofrío sobre el calor
pasó tan ominoso
que trancamos las ventanas y las puertas
como ante un fantasma esmeralda;
la eléctrica alpargata de la catástrofe
en aquel instante pasaba.
Extraño tumulto de convulsos árboles
y de cercas volando
y ríos con casas corriendo
vieron los vivos aquel día.
En la torre la campana enloquecida
las volantes nuevas arremolinaba.
¡Cuánto puede venir,
cuánto puede pasar,
pero seguir el mundo!

ORGULLOSA DE MI CORAZÓN DESPEDAZADO

Orgullosa de mi corazón despedazado desde que tú lo


despedazaste,
orgullosa del dolor que antes de ti no sintiera jamás,

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orgullosa de mi noche desde que tú con lunas la apagaste,


no compartir tu pasión es mi humildad.

EL DOLOR TIENE UN ELEMENTO EN BLANCO

El dolor tiene un elemento en blanco;


no puede recordar
cuándo empezó o si hubo una vez un día
en el que no existía.

Él es su propio porvenir,
en su reino se contiene su pasado
iluminado por percibir
nuevos períodos de dolor.

RENDIRME CON LA TIERRA A LA VISTA

Rendirme con la tierra a la vista


más aliviado sería,
que ganar mi península azul
y perecer de alegría.

PARA HACER UNA PRADERA

Para hacer una pradera basta un trébol y una abeja,—


y el sueño.

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El sueño solo será suficiente


si hay pocas abejas.

UN DONDEQUIERA DE PLATA

Un dondequiera de plata
entre cadenas de arena
para impedirle que borre
la senda llamada tierra.

BUEN INVENTO ES LA FE

Buen invento es la fe
para el caballero que ve.
Pero el microscopio es prudencia
en una emergencia.

ESTE POLVO MUDO FUERON DAMAS Y CABALLEROS

Este polvo mudo fueron Damas y Caballeros


y Muchachos y Muchachas;
fue la risa y destreza y suspiro,
y bucles y faldas.

Este sitio pasivo una leve mansión de Estío


donde Flores y Abejas

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completaron su Circuito Oriental,


y también cesaron ellas.

ES MÁS VISIBLE EL PENSAMIENTO

Es más visible el pensamiento


detrás de un velo tan fino:
como encajes delatan el oleaje
o brumas el Apenino.

NUESTRAS VIDAS SON SUIZAS

Nuestras vidas son Suizas,—


tan quietas, tan frías,
hasta que, una tarde extraña,
los Alpes se olvidan de sus cortinas,
y miramos detrás.

Italia está al otro lado,


mientras, en medio como un guardia,
los Alpes solemnes,
los Alpes sirenas,
se interponen para siempre.

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ALMA, ¿HACES OTRO TIRO?

Alma, ¿haces otro tiro?


Por azar, de igual modo,
centenares han perdido, es verdad,
pero decenas han ganado un todo.
La emocionante votación angélica
para inscribirte es aplazada;
diablillos en intenso conciliábulo
rifan mi alma.

LEVE SUBIÓ A OCUPAR UN LUCERO AMARILLO

Leve subió a ocupar un lucero amarillo


su elevado sitial,
y levantó la luna el sombrero de plata
de su cara lustral.

Todo lo del crepúsculo suavemente encendió


como un salón astral—
“padre”, le observé al Cielo,
“has sido puntual”.

NINGÚN SOLEADO TONO

Ningún soleado tono


de una férvida zona,
logra entrar por ahí.

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Mejor fosa de Bálsamo,


hacia el hogar de mi naturaleza,
y mirlos cerca,
que una estupenda tumba
gritando en la penumbra
cuán muertos estamos.

SUSPENSA

El Elíseo está tan cerca


como el cuarto de al lado,
si en él algún amigo espera
ser feliz o condenado.

¡Qué fortaleza el alma encierra


para poder resistir
el acento de un pie que llega
una puerta que se va a abrir!

MISTERIOS

El zumbar de una abeja


embrujada me deja.
Si preguntas por qué,
es más fácil morir
que decir.
El sol que el cerro enciende

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mi voluntad suspende.
Si te burlas de mí,
mira: Dios está aquí.
Nada más.

El quebrar de un albor
mi rango hace mayor.
Dices: ¿Cómo será?
El que así me trazó
te lo dirá.

SI EL RECUERDO FUESE OLVIDO

Si el recuerdo fuese olvido


entonces yo no recuerdo;
y si olvidar, recordar,
cómo olvidé por completo.

Y si perder fuese alegre


y feliz fuese el dolor
¡qué jubilosos los dedos
que esto recogieron hoy!

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INDEBIDA IMPORTANCIA CONFIERE EL MUERTO


DE HAMBRE

Indebida importancia confiere el muerto de hambre


al alimento
que está lejos; suspira, y por lo mismo en vano,
y por lo mismo bueno.
Si nos convidan, sacia es cierto, pero probándonos
que el condimento huyó
de la receta. Era que la distancia
era el sabor.

CONSIDERAN MÁS DULCE EL TRIUNFO

Consideran más dulce el triunfo


los que no han triunfado jamás.
Para captar un néctar
hace falta necesitar.
Ninguno de la roja hueste
que cogió la bandera ahora,
una definición tan clara
podría dar de la victoria,

como él, derrotado, muriendo,


a cuyos oídos vedados
los distantes toques del triunfo
llegan, moribundos y claros.

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MUCHAS VECES CREÍ QUE LA PAZ YA LLEGABA

Muchas veces creí que la paz ya llegaba


y estaba lejos la paz;
como juzgan los náufragos que están viendo la tierra
en el centro del mar,

y el esfuerzo aminoran, sólo para probar,


desesperados como yo,
cuántas ficticias playas
antes del puerto hay.

DE “POTOSÍ” Y LAS MINAS

¡De “Potosí” y las minas


prudente habla a los mendigos!
¡Reverente a los hambrientos
de tus viandas y tus vinos!

¡Cauto insinúa a cautivos


que has visto pies con franquicia!
¡Historias de aire en mazmorras
han matado de alegría!

SE OÍA COMO QUE LAS CALLES CORRÍAN

Se oía como que las calles corrían,


y después como si las calles se pararan.

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Solamente se sentía pavor


y solamente eclipse en la ventana había.
Poco a poco los más osados se asomaron,
para ver si el tiempo allí estaba todavía;
la naturaleza con delantal de berilo
el aire revolvía.

EL LINAJE DE LA MIEL

El linaje de la miel
la abeja nunca lo indaga.
Un trébol siempre es para ella
aristocracia.

UN LIBRO

No hay fragata como un libro


para alejarnos de la tierra,
ni corcel como una página
de poesía que cabriolea.

El más pobre hará este viaje


sin portazgos que pagar.
El carro que transporta a un alma
es tan frugal.

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EL VIENTO TIENE POCO QUE HACER

El viento tiene poco que hacer—


echar los barcos al mar,
marzo establecer,
las Aguas escoltar,
y ser ujier de la Libertad.

ÁNGELES EN LA MAÑANA

Ángeles en la mañana
pueden verse entre rocíos,
doblándose, recogiendo, sonriendo, volando:
¿son suyos los capullos?

Ángeles cuando el sol más calienta


pueden verse en las arenas
doblándose, recogiendo, suspirando, volando:
secas las flores que se llevan.

DIOS DIO UNA HOGAZA

Dios dio una hogaza a cada pajarillo,


a mí una miga nada mas;
no me atrevo a comerla, aunque perezca—
el agridulce lujo que me doy
es tenerla, tocarla, probar la maravilla

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que la hizo mía.


Demasiado feliz de mi suerte de mirlo
para un más amplio codiciar.

Puede haber hambre en los contornos,


a mí ni una espiga me falta,
tanto sonríe la abundancia en mi mesa
y mi granero muestra tanta plenitud.
Quisiera yo saber cómo se siente un rico,
un duque, un marajá,
porque yo nada más que con una migaja
soy la reina de todos los demás.

SIN CARTA DE MAREAR

Yo nunca he visto un páramo,


yo nunca he visto el mar;
pero sé cómo es un brezo,
y cómo una ola será.

Yo nunca hablé con Dios,


ni he visitado el cielo,
mas sé el punto preciso
cual si en la carta de marear lo viera.

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YO SENTÍ UN FUNERAL EN MI CEREBRO

Yo sentí un funeral en mi cerebro,


y dolientes yendo y viniendo
marcharon, marcharon, marcharon hasta
que el sentido se me salía.

Y cuando todos ya estaban sentados,


los oficios como un tambor
sonaron, sonaron, sonaron hasta
que mi mente se oscurecía.

Y los oí levantar una caja


y crujir a través de mi alma
con sus zapatos de plomo de nuevo.
Y el espacio empezó a doblar,
como si fuera el cielo una campana
y el ser solamente un oído,
y yo y el silencio una raza extraña,
náufraga, solitaria, aquí.

MORÍ POR LA BELLEZA

Morí por la belleza, pero apenas


me hube en la tumba acomodado,
al que murió por la verdad pusieron
en una fosa al lado mío.

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Quedo me preguntó por qué morí.


“Por la belleza” —contesté.
“Y yo por la verdad —las dos son una;
somos hermanos” —replicó.

Como amigos que se encuentran de noche,


así hablamos de fosa a fosa,
hasta que el musgo subió a nuestros labios
y fue tapando nuestros nombres.

SI YA NO ESTOY YO VIVA

Si ya no estoy yo viva
cuando vuelvan los mirlos,
al de corbata roja
dale por mí una miga.

Si no te doy las gracias


estando ya dormida,
piensa que estoy tratando
con labios de granito.

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Thomas Bailey Aldrich


(1836-1907)

RECUERDO

Mi mente olvida infinidad de cosas,


muertes de reyes, guerras desastrosas,
pero recuerda la hora precisa,
medio día en la torre de la aldea,
último sol de mayo en medio cielo;
sopló por este lado una ágil brisa
que encrespó la corriente del riachuelo,
y parándose aquí, dejó su carga
de perfumes de pinos, y al descuido
dos pétalos robó al rosal florido.

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Edwin Markham
(1852-1940)

EL HOMBRE DE LA AZADA

(Ante el cuadro de Millet)

Doblado por el peso de los siglos,


apoyado en su azada mira al suelo,
en su faz el vacío de los tiempos
y la carga del mundo sobre el hombro.
¿Quién mató en él la rebeldía, el brío,
y lo dejó sin duelo ni esperanza,
torpe y vencido como el buey, su hermano?
¿Quién aflojó su quijada de bruto?
¿Cuál fue la mano que aplastó su frente?
¿Qué soplo le apagó la luz del alma?

¿Es esta la criatura que Dios hizo


para reinar sobre el mar y la tierra,
otear estrellas y rastrear los cielos,
para sentir la pasión de lo eterno?
¿Es este el sueño del que armó los astros
y les trazó su ruta en el vacío?

Del antro del Infierno a sus abismos


no se encuentra más trágica figura,
más reprochable a la codicia ciega,
más llena de presagios para el alma,
más tensa de peligros para el mundo.

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¡Qué abismo lo separa de los ángeles!


Esclavo del trabajo, ¿qué le importan
Platón y la armonía de las Pléyades,
la larga fila de cimas del canto,
la luz del alba, el rubor de la rosa?
En él se mira el dolor de los siglos,
la tragedia del Tiempo está en su agobio;
la Humanidad, en su amarga figura,
robada, traicionada y desvalida,
protesta ante los Jueces de la Tierra,
y su protesta es también profecía.

¡Oh, señores y dueños de la tierra!


¿Esta es la obra que le dais a Dios,
esta cosa monstruosa de alma ahogada?
¿Cómo podréis erguir esta figura,
darle de nuevo la inmortalidad;
devolverle la luz de su mirada;
reconstruirla en la música y el sueño;
enderezar infamias milenarias,
pérfidos daños, incurables duelos?

¡Oh, señores y dueños de la tierra!


¿Qué cuenta le dará el futuro a este hombre?
¿Qué responder a su torva demanda
cuando la rebelión sacuda al orbe?
¿Qué será de los reinos y los reyes;
de todos los que así lo deformaron,
cuando este mudo miedo juzgue al mundo
tras del largo silencio de los siglos?

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Lizette Woodworth Reese


(1856-1935)

LA VUELTA DEL AMOR

Bajo el rocío de la tarde oscura


volvió el amor con su vieja canción,
mas yo tenía una palabra dura
para despedazar su corazón.

“Aquel que viene a la luz de la vela,


cuando temprano debió de venir,
vaya a ver si la noche lo consuela
porque esta puerta no se le ha de abrir.”

Fue esta palabra de separación


al caer del rocío,
la que despedazó su corazón,
pero también el mío.

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Edwin Arlington Robinson


(1869-1935)

LA CASA ABANDONADA

A todos los vio partir,


ya está la casa cerrada,
no hay nada más que decir.

El viento viene a gemir


en la pared agrietada:
a todos los vio partir.

Ninguno suele venir,


ni nadie les dice nada:
no hay nada más que decir.

¿Por qué entonces acudir


hasta la puerta arruinada?
A todos los vio partir.

Es inútil discurrir
donde no se sabe nada:
no hay nada más que decir.

Solo hay ruina amontonada


en la casa abandonada.
A todos los vio partir,
no hay nada más que decir.

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MINIVER CHEEVY

Miniver Cheevy, del escarnio herido,


flaco ya de escalar las estaciones,
lloraba a veces por haber nacido,
y daba sus razones.

Sólo amaba el pasado en que altanero


corcel piafaba y la espada lucía,
y al evocar un valiente guerrero
bailaba de alegría.

Por todo lo que no era suspiraba,


y descansaba en su sueño indolente,
con Camelot y con Tebas soñaba,
con Príamo y su gente.

Él añoraba el renombre maduro


que a tanto antiguo nombre hace fragante,
lloraba por lo bello, hoy tan oscuro,
y el arte tan distante.

Miniver dio a los Médicis su amor


aunque a ninguno de ellos conociera,
sería empedernido pecador
si él un Médicis fuera.

Él maldecía lo convencional
y daba el traje caqui por basura.

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Añoraba la gracia medieval


de la férrea armadura.

Él despreciaba el oro que buscaba,


aunque sin él se sentía molesto;
pero pensaba, pensaba, pensaba
y pensaba sobre esto.

Miniver Cheevy, tarde al mundo vino,


la cabeza rascábase pensando,
tosía y lamentaba su destino
y seguía tomando.

EL DON DE DIOS

Bendita como un gozo que ella sola


entre todos los vivos sentirá,
lleva un halo de humildad orgullosa
por aquello que quiso que esto fuera.
Porque fuera tan alto el rango de ella,
entre las predilectas del Señor,
que apenas puede sostener el peso
de su desconcertante galardón.

Tal como un ser aparte, inmune, solo,


predestinado a los seres radiantes,
cual ningún otro de los que ella ha visto
de las otras mujeres otros hijos.

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Firme fruición de su materno anhelo


él brilla ungido; y tal deslumbramiento
le causa su visión que le parece
sacrilegio llamarle suyo de ella.

Teme un poco que nunca sea mucho


lo que hay de bueno, y apenas se atreve
a pensar de él como ser vulnerable
a dolores, miserias y cuidados;
ella lo ve más bien como en la meta,
brillando siempre; y su sueño predice
el natural resplandecer de un alma
en que nada ordinario habita nunca.

Quizá un registro a la ciudad, le hallara


lejos de las banderas y los vítores,
y le dejara solamente un nombre
seguido de sonrisas y de dudas;
quizá la lengua cruda y callejera
causara extraño estrago a su valer,
pero ella, en su inocencia inquebrantada,
leerá su nombre en torno de la tierra.

Y otros, que saben cómo este mancebo


brillara si el amor lo hiciera grande,
presos por la verdad y torturados,
sólo se retorcieran y dudaran;
mientras ella, arreglándole a sus días
lo que los siglos no podrán colmarle,

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lo transfigura con su fe y su elogio


y lo pone a brillar donde ella quiere.

Con su agradecimiento lo corona


y otra voz dice que la vida es buena:
y si es el don de Dios menor acaso
en él que en su feliz maternidad,
su fama de él, si vaga, será grande,
mientras ascienda por el sueño de ella,
semivelado en arrojada lluvia
de rojas rosas en marmórea escala.

BOSTON

Estos pinos del norte me dan un buen abrigo,


pero hay una ciudad que no puedo olvidar—
una ciudad que siempre surge como un amigo,
y siempre está en la aurora a la orilla del mar.
Y se cierne sobre ella como un relampaguear,
en luz fulgurante de algo nuevo y extraño,
que quiere disipar, sin poder disipar,
el encanto sombrío de las cosas de antaño.

LAS GAVILLAS

Donde las largas sombras de los vientos han ido


rodando, verdes trigos han venido cambiando
como por vasta magia que nadie ha adivinado;

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y el mundo lentamente se fue haciendo dorado.


Y como algo que nunca fue comprado o vendido
con su cuerpo y su alma estaba allí esperando;
con ese poderoso y escondido sentido
que nos dice más cosas mientras más ha callado.
Y allí donde los días no todos eran bellos
hubo muchos bellos hasta que cierto día
surgieron mil gavillas de dorados reflejos,
luminosas e inmóviles, mas de corta estadía—
cual mil niñas dormidas, de dorados cabellos,
que cuando se despierten van a marcharse lejos.

LA VIDA SALVAJE

¡Ven! ¡Ven! Hay una escarcha en los pantanos,


y un viento helado que roza el bajío estremeciendo las
aguas muertas y negras;
hay un quejido en el llano y un lamento en el bosque,
es un himno que nos llama a los brazos de los seres que
nos aman.
No ha quedado nada sino cenizas donde los fríos de color
escarlata del otoño
apagaron la languidez del verano con un dejo que nos
llenó de alegría
por la gloria que hemos perdido, que se ha ido sin que
podamos seguirla
a los recodos de otros valles y al rumor de otras costas.
¡Ven! ¡Ven! Puedes oírlas llamando, llamando,

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llamándonos que vayamos a ellas y ya no andemos


errantes.
Allá, tras las sierras y las tierras que nos separan,
hay una antigua canción que nos llama.

¡Ven! ¡Ven! —Porque las escenas que dejamos tras de


nosotros
están desprovistas de la luz del hogar y de la llama que es
joven para siempre;
y los árboles solitarios que nos circundan susurran con la
voz del viento nocturno,
que el amor y todos los sueños del amor están lejos tras
las montañas.
Los cantos que nos llaman esta noche han llamado
siempre a los hombres,
y los vientos que traen el mensaje han estado soplando
por diez mil años;
pero con esto acabará nuestro peregrinar, porque sabemos
el gozo que nos espera
en la sorpresa del retorno, y en unos ojos de mujer que
nos están esperando.

¡Ven! ¡Ven! No queda nada ahora que nos regocije—


Nada ahora que nos consuele, sino el amor con su camino
de regreso:—
Allá tras las tinieblas hay una ventana que brilla para
recibirnos,
y un hogar caliente nos está esperando dentro.
¡Ven! ¡Ven! —o el demonio vagabundo nos cogerá,

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y nos hará morar con él hasta que la humanidad acabe:


no hay hombre sin embargo que pueda libertarse de él
cuando sus garras lo han atrapado,
no hay nadie que le guardará enemistad, no hay nadie que
le llamará hermano.
Así que nos pondremos en camino, y mientras menos nos
jactemos, mejor,
por la libertad que Dios nos ha dado y el temor de lo que
no conocemos:—
La escarcha que roza las hojas de los sauces vendrá otra
vez a marchitarlas,
y la ruina de la que no podemos huir es la ruina que no
vemos.

¡Ven! ¡Ven! Hay muertos en torno de nosotros—


Hombres helados que nos hacen muecas con una risa dura
y terrible
que resuena más recio y se apaga y solloza en los
estridentes juncos de noviembre,
y el viento largo del otoño en el lago.

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Edgar Lee Masters


(1869-1950)

LA COLINA DEL CEMENTERIO

¿Dónde están Elmer, Herman, Bert, Tom y Charley,


el débil de voluntad, el brazo fuerte, el clown, el ebrio, el
peleador?
Todos, todos están durmiendo en la colina.

Uno se fue de fiebre,


uno se quemó en una mina,
uno fue muerto en un molote,
uno murió en la cárcel,
uno cayó del puente donde trabajaba para los chicos y la
mujer.
Todos, todos están durmiendo, durmiendo, durmiendo en
la colina.

¿Dónde están Ella, Kate, Mag, Lizzie y Edith,


la tierno corazón, la alma sencilla, la bulliciosa, la altiva,
la feliz?
Todas, todas están durmiendo en la colina.

Una murió de parto vergonzoso,


una de amor desventurado,
una en manos de un bestia en un burdel,
una de orgullo destrozado, persiguiendo el deseo del corazón,
una después de su vida en el lejano Londres y París,

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fue traída a su estrecho lote por Ella y Kate y Mag.


Todas, todas están durmiendo, durmiendo, durmiendo en
la colina.
¿Dónde están el Tío Isaac y la Tía Emily,
y el viejo Towny Kincaid y Sevigne Houghton,
y el Mayor Walker que había hablado
con venerables hombres de la Revolución?
Todos, todos están durmiendo en la colina.

A ellos les trajeron hijos muertos de la guerra,


e hijas destrozadas por la vida,
y sus chiquillos huérfanos, llorando.
Todos, todos están durmiendo, durmiendo, durmiendo en
la colina.

¿Dónde está el viejo violinista Jones,


quien jugó con la vida todos sus noventa años,
desafiando la helada con el pecho desnudo,
bebiendo, alborotando, sin pensar en mujer ni parientes,
ni oro, ni amor, ni cielo?
¡Vedlo! Charlando ahí sobre las fritangas de pescado de
hace tiempo,
sobre las carreras de caballos de hace tiempo en la Huerta
de Clary,
sobre lo que Lincoln decía
una vez en Springfield.

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LUCINDA MATLOCK

Yo iba a los bailes en Chandlerville


y jugaba en Winchester al cambio de parejas.
Una vez que cambiamos parejas,
de vuelta a casa en coche a la luz de la luna de mediados
de junio,
me encontré a Davis.
Nos casamos y vivimos juntos setenta años
gozando, trabajando, criando doce hijos,
de los que ocho murieron
antes que yo cumpliera los sesenta.
Yo hilaba, yo tejía, manejaba mi casa, cuidaba enfermos,
cultivaba el jardín y los días de fiesta
vagaba por los campos en que cantaban las alondras,
y en las orillas del Spoon River recogía mucha concha,
y mucha flor y hierba medicinal,
gritando a las colinas llenas de bosques,
cantando a los verdes valles.
A los noventa y seis ya había vivido suficiente, eso es
todo,
y pasé a un dulce reposo.
¿Qué es lo que oigo decir de tristeza y fastidio,
mal humor, descontento y falta de esperanzas?
Degenerados hijos e hijas.
La vida es demasiado fuerte para vosotros.
Amar la vida quiere vida.

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CONRAD SIEVER

No en ese jardín estéril


donde los cuerpos se convierten en hierba
que no alimenta rebaños, y en siempre-vivas
que no dan fruto—
allí donde a lo largo de los senderos sombríos
vanos suspiros se escuchan,
y más vanos sueños se sueñan
de íntima comunión con almas desaparecidas—
sino aquí debajo del manzano
que yo amaba y cuidaba y podaba
con mis nudosas manos
en los largos largos años;
aquí debajo de las raíces de este manzano silvestre
penetrar en el cambio químico y el ciclo de la vida,
adentro de la tierra y adentro de la carne del árbol,
y adentro de los epitafios vivos
de las manzanas más rojas.

HANNAH ARMSTRONG

Yo le escribí una carta pidiéndole por los tiempos de antes


la licencia de mi chico enfermo en el ejército;
pero tal vez no la pudo leer.
Entonces fui al pueblo donde hice a James Garber,
que escribía lindo, escribirle una carta;
pero tal vez se perdió en el correo.

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Entonces fui yo misma hasta Washington.


Estuve más de una hora buscando la Casa Blanca.
Y cuando la hallé me echaron de allí,
disimulando sus sonrisas. Entonces pensé:
“Ah, bueno, ya no es el mismo que vivía en mi casa de
huéspedes,
y él y mi marido trabajaban juntos
y todos le decíamos Abe, allá en Menard.”
Como un último intento me volví a un guarda y le dije:
“Dígale por favor que es la vieja tía Hannah Armstrong
de Illinois, que viene a verlo por su chico que está enfermo
en el ejército.”
Y bueno, ¡al punto me hicieron entrar!
Y cuando él me vio se echó a reír,
y dejó sus asuntos de presidente,
y escribió de su puño y letra la licencia de Doug,
hablando en el entretanto de los días de antes,
y contando historias.

FRANK DRUMMER

De una celda a este sitio sombrío—


¡El fin a los veinticinco!
Mi lengua no podía expresar lo que dentro de mí bullía,
y el pueblo creyó que estaba loco.
Pero fue una clara visión al principio,
una noble e irresistible determinación
que me hizo querer aprender de memoria
la Enciclopedia Británica.

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JONATHAN HOUGHTON

Hay el grito de un cuervo,


y el canto titubeante de un tordo.
Hay el tintinear de una esquila a lo lejos,
y la voz de un labrador en la loma de Shipley.
El bosque detrás de la huerta está en completa quietud
con la quietud de estío;
y en la carretera rechina un carretón,
cargado de mazorcas, camino de Atterbury.
Y un viejo está sentado durmiendo bajo un árbol,
y una vieja viene desde la huerta
con un balde de moras, cruzando la carretera.
Y un niño está acostado en la hierba
a los pies del viejo,
y mira las nubes viajeras,
y anhela, y anhela, y anhela
qué, él no lo sabe:
¡ser hombre, el mundo desconocido, la vida!
Después pasan treinta años,
y el niño regresa cansado de la vida
y encuentra que ya no existe la huerta
y el bosque ha desaparecido
y la casa ha cambiado de dueño,
y la carretera polvorienta por los automóviles—
¡Y él también ansiando La Colina!

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THOMAS TREVELYAN

Leyendo en Ovidio la triste historia de Itis,


el hijo del amor de Tereo y de Procne, asesinado
por la culpable pasión de Tereo por Filomela,
su carne servida a Tereo por Procne,
y la furia de Tereo a la asesina persiguiendo
hasta que los dioses convirtieron a Filomela en ruiseñor,
laúd de la luna que sale, ¡y a Procne en golondrina!
¡Oh, vivientes y artistas de la Hélade hace siglos!
Que sellabais en minúsculos turibles sabiduría y sueños,
incienso inapreciable para siempre fragante,
cuya sola aspiración esclarece los ojos del alma.
¡Oh! ¡Cómo aspiré yo su dulce aroma en Spoon River!
Abrióse el incensario cuando me hubo enseñado la vida
cómo todos nosotros matamos a los hijos del amor, y que
todos nosotros,
sin saber lo que hacemos, devoramos su carne;
y que todos nosotros nos hacemos cantores, aunque sea
una vez en la vida, o nos cambiamos, ¡ay!, en golondrinas
¡para trinar entre vientos helados al caer de las hojas!

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HARE DRUMMER

¿Van todavía los muchachos y las muchachas donde


Siever
a beber sidra, a la salida de la escuela, a fines de
septiembre?
¿O a recoger avellanas entre los matorrales
en la finca de Aarón Hatfield cuando empiezan las
heladas?
Muchas veces con las muchachas llenas de risa y los
muchachos
yo jugaba en el camino y en las colinas
cuando el sol declinaba y el aire era fresco
parándonos para apalear los nogales
que se alzaban sin hojas contra el oeste en llamas.
Ahora el olor del humo del otoño,
y las bellotas cayendo,
y los ecos en los valles
me traen sueños de vida, revolotean en torno mío,
me preguntan:
¿Dónde están tus camaradas que reían?
¿Cuántos están conmigo, cuántos
en las huertas de antes en el camino de la finca de Siever
y en los bosques a la orilla
del agua mansa?

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James Weldon Johnson


(1871-1937)

LA CREACIÓN
(SERMÓN NEGRO)
Y Dios salió al espacio,
miró a su alrededor y dijo:
“Estoy solo—
Voy a hacer un mundo.”

Y hasta donde el ojo de Dios podía ver


las tinieblas cubrían todas las cosas,
más negras que cien medias noches
allá abajo en un pantano de cipreses.

Entonces Dios sonrió


y la luz brotó
y las tinieblas se enrollaron por un lado,
y la luz quedó brillando por el otro lado,
y Dios dijo: “Está muy bueno.”

Entonces Dios alargó un brazo y cogió la luz con la mano,


y Dios le dio vueltas a la luz con las dos manos
hasta que hizo el sol,
y puso ese sol lanzando rayos en los cielos.
Y la luz que sobró después de hacer el sol
Dios la amasó en una bola brillante
y la arrojó a las tinieblas,
lentejueleando el cielo con la luna y las estrellas.

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Entonces allá abajo


entre las tinieblas y la luz
arrojó el mundo;
y Dios dijo: “Está muy bueno.”

Entonces el propio Dios vino bajando—


Y el sol estaba a su mano derecha,
y la luna estaba a su mano izquierda;
y las estrellas se apiñaban alrededor de su cabeza,
y la tierra estaba debajo de sus pies.
Y Dios caminaba y donde quiera que pisaba
sus pisadas iban hundiendo los valles
y levantando las montañas.

Entonces Él se paró y miró y vio


y la tierra estaba caliente y vacía.
Y Dios caminó hasta el borde de la tierra
y escupió los siete mares;
y parpadeó y relumbró el relámpago;
y palmeó las manos y retumbó el trueno
y las aguas encima de la tierra cayeron,
las refrescantes aguas cayeron.

Entonces la verde hierba brotó,


y las florecitas rojas florecieron,
el pino señaló al cielo con su dedo,
y la ceiba abrió sus brazos,
los lagos se acurrucaron en los huecos de la tierra
y los ríos corrieron hasta el mar;

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y Dios sonrió otra vez


y el arcoíris apareció
y se le enrolló en los hombros.

Entonces Dios levantó el brazo y agitó su mano


sobre el mar y sobre la tierra
y dijo: “¡Producid! ¡Producid!”
y antes que Dios bajara la mano,
peces y aves
y bestias y pájaros
nadaron en los ríos y en los mares,
vagaron en las selvas y en los bosques,
y rompieron el aire con sus alas.
Y Dios dijo: “Está muy bueno.”

Entonces Dios caminó alrededor,


y Dios miró alrededor
sobre todo lo que había hecho.
Miró su sol,
y miró su luna,
y miró sus estrellitas;
miró todo su mundo
con todas sus creaturas vivientes
y Dios dijo: “Todavía estoy solo.”

Entonces Dios se sentó


en la falda de un cerro donde podía pensar;
junto a un río ancho, profundo, se sentó;
con su cabeza entre las manos,

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Dios pensó y pensó,


hasta que pensó: “¡Me voy a hacer un hombre!”

Y del lecho del río


Dios extrajo el barro
y en la orilla del río
Dios se puso de rodillas
y allí el gran Dios Todopoderoso,
el que encendió el sol y lo colgó en el cielo,
el que arrojó las estrellas hasta el último rincón de la
noche,
el que redondeó la tierra en el hueco de sus manos;
este gran Dios,
como una mamá agachada sobre su nene,
se arrodilló en el polvo
sudando sobre una pelota de barro
hasta que la formó a su propia imagen;
entonces le sopló el aliento de la vida,
y el hombre se volvió un alma viviente.
Amén. Amén.

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Stephen Crane
(1871-1900)

UN HOMBRE VIO EN EL CIELO UNA BOLA DE


ORO

Un hombre vio en el cielo una bola de oro


se subió a cogerla
y al fin la logró—
era de barro.

Y ahora viene lo más extraño:


cuando el hombre volvió a la tierra
y miró otra vez,
ay, allí estaba la bola de oro.
Y ahora viene lo más extraño:
era una bola de oro.
Ah, por quién, que era una bola de oro.

YO VI A UN HOMBRE PERSIGUIENDO AL
HORIZONTE

Yo vi a un hombre persiguiendo al horizonte;


corrían y corrían dando vueltas.
Yo me quedé pasmado.
Lo increpé al hombre.
“Es inútil”, le dije,
“nunca podrás—”

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“Mentira”, gritó,
y siguió corriendo.

HABÍA UN HOMBRE CON UNA LENGUA DE PALO

Había un hombre con una lengua de palo


que ensayó cantar,
y en verdad fue lamentable.
Pero hubo uno que oyó
el matraquear de su lengua de palo
y entendió lo que el hombre
quería cantar,
y con ello el cantor se fue contento.

UN SABIO

Un sabio se me acercó una vez.


Dijo: “Yo conozco el camino —ven”.
Y yo me llené de gozo.
Nos apresuramos los dos.
Pronto, muy pronto nos encontramos
donde los ojos no me valían para nada,
y desconocía el rumbo de mis pies.
Me aferré a la mano de mi amigo;
pero al fin él gritó: “Estoy perdido.”

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Anna Hempstead Branch


(1874-1937)

EL MONJE EN LA COCINA

Es una cosa bella el orden;


sobre el desarreglo se posa
y enseña el canto a lo sencillo.
Tiene la gracia humilde y mansa
del rostro quieto de una monja.
¡Cómo quisiera aquí tenerte!
Tranquilo pozo de delicia,
en ti las cosas brillan dulces
cual piedras claras bajo el agua.
Tú, claridad,
que con angélica bondad
revelas todo en su belleza,
como una poza limpia extiéndete
y en ti serán todas las cosas,
más bellas, más espirituales,
reflejos de aires más serenos,
sumergidas formas de estrellas
del alto cielo, tan lejano.

II

¡Oh, cosas,
opacas, visibles, caseras,

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os cubren las alas gloriosas


de vuestras esencias de arriba,
lentas lunas de un cielo oculto!
Tan sólo sois sus semejanzas
gastadas sobre otro elemento,
los turbios rebrillos lejanos
de otras brillantes solideces.

Suaves como sueño


imagen sólo, en la corriente.

III

¿Qué sois?
No sé.
Paila de bronce, olla de hierro,
basa gris, ladrillo amarillo,
hollados siempre por mis pies.
Me parecéis
barcos de fúlgido misterio
que una forma lleváis, y así,
aun hechos por el hombre, sois
obra también del hondo Espíritu,
a cuyo soplo obedecéis.

IV

Forma, el fuerte y tremendo Espíritu,


en ti posó su mano antigua.
Él, dueño del caos vacío,

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puede alterarlo y someterlo.


Él, en verdad, levanta
la materia cual vaso santo.
Tocó la honda sustancia y ¡ved!
ya donde no erais, sois; y así,
salidas de la inútil nada,
gemisteis, reísteis y fuisteis.
Yo os uso, como puedo,
uso admirable, para el hombre,
paila de bronce, olla de hierro.

¿Qué sois?
No sé.
Ni lo que hago, en verdad,
cuando os manejo y cuando os muevo.
No hay, ante Dios, labor mezquina.
A todos nos pide grandeza;
a su menor creatura,
naturaleza angélica,
estatura soberbia,
brillante plenitud.
Ningún deber humilde pone.
Cualquier acción que nos exija
luce un raro halo de belleza.
Gran hazaña, tarea cósmica
al más modesto ser le pide.
Si bruño esta paila de bronce
oigo la risa de alguien, lejos,

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en los jardines de una estrella,


y huir de su ardiente presencia
llameantes ruedas de mis soles.
Quien da más brillo a alguna cosa
es como un ángel, todo luz.
Si limpio este piso de barro,
mi espíritu salta de ver
trajes de luces recorrerlo,
una limpieza hecha por mí.
Oh, Purificador del hombre,
con mi trabajo yo te alabo,
pues mi trabajo es para ti.
Quien da más brillo a alguna cosa
es como un ángel, todo luz.
Dejadme, pues, manifestar
la gran limpieza de mi Dios.

VI

Una vez, al frío del alba,


bajaron ángeles
a trabajar conmigo.
El aire estaba suave de alas.
Reían en mi soledad
y daban luz con sus miradas.
Me demandaron dulcemente
hacer mis comunes tareas.
¡Qué bellos todos! Pero aquel
con vestes blancas como el sol,

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¡qué faz tenía!


De una honda gracia recordada.
Cuando lo vi grité: “Tú eres
el hermano mayor de mi alma.
¿Dónde te he visto?” Y él me dijo:
“Cuando bailamos ante Dios,
¡con qué frecuencia estás tú allí!
Vuelan bellezas de tus manos
cual blancas palomas al cielo.
¿Es que ya tu alma no recuerda?
Sigue en tu trabajo
y limpia tu porra de hierro.”

VII

¿Qué sois? No sé.

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Gertrude Stein
(1874-1946)

ESTANZAS EN MEDITACIÓN

VI

Por qué soy yo si yo soy inciertas razones puede incluir.


Quedar quedar proponer reponer escoger.
Llamo al descuido que la puerta está abierta
que si ellas pueden rehusar abrir
nadie puede correr a cerrar.
Sean pues mías por lo tanto.
Todos saben que escojo.
Por lo tanto si por lo tanto antes que cierre.
Yo por lo tanto ofreceré por lo tanto ofrezco esto.
Lo que si yo rehúso perder puede perderse es mío.
Yo seré bien bienvenida cuando venga.
Porque yo estoy viniendo.
Ciertamente yo vengo habiendo yo venido.

Estas estanzas han concluido.

YO SOY ROSA

Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa.


Yo soy Rosa mis ojos son azules
yo soy Rosa quién eres tú

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yo soy Rosa y cuando canto


yo soy Rosa como toda cosa.

HISTORIAS MALLORQUINAS

Romanones no.
Maura sí.
Napoleón tercero, catedral.
Águila de McKingley.
Preces del Papa por la paz.
Barco de alfileres y agujas.
Historias mallorquinas.

DISCURSO DE APERTURA

Seis.
Veinte.
Atroz
Tarde.
Pobre.
Cuarenta.
Más en cualquier humedad.
Sesenta y tres ciertamente.
Cinco.
Dieciséis.
Siete.
Tres.
Más en su orden. Setenticinco.

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BONNE ANNÉE (PIEZA DE TEATRO)

Nosotros no sabemos por qué no creen que este mercado


es bueno.

Nosotros sabemos nuestro gusto. Nuestro gusto es hacer


cada día el trabajo del día, cortarnos el pelo y no querer ojos
azules y ser razonables y obedientes. Obedecer y no pararnos
en pelillos. Este es nuestro deber y nuestro gusto.

Cada día nos levantamos y decimos hoy estamos despiertos.


Con esto queremos decir que nos hemos levantado temprano
y nos hemos levantado tarde. Tomamos el desayuno y fuma-
mos un puro. Eso no es así porque nosotros lo llamamos con
otro nombre. Nos gusta el campo y somos gente apremiada.
No se incomode por nada. No me incomodo. Querida.

Le hemos dado esto.


Sí.
Le doy esto.
Sí.
Usted deme esto.
Sí.
Sí señor.
Por qué digo sí señor. Porque le agrada.
Cuáles son las letras de mi nombre.
O. y c. y b. y té.
Guiando un museo ni una perla allí.
Lléveme a Sevres no desespero.
Esto no debe ponerse en un libro.

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Por qué no.


Porque no.
Sí señor.
Por favor sea rico.
Soy.
Yo también soy.
Por supuesto tú eres mi amor.
Por supuesto tú lo eres.
No me es necesario decir qué buena nena.
Feliz Año Nuevo.

CHARLA ESPAÑOLA

Lleva usted libros.


Todos los matrimonios están de vuelta.
Palomas.
Las palomas reconocen a la gente. Cree usted. Las vimos.
Ellas revoloteaban alrededor.
Tirar palomas es necesario. Para qué. Para el mar.
Veo pimientos viejos secos. No nos quejamos. Decimos
que los vientos son violentos y yo no los deseo. Deséalos.
Yo no deseo ver las estrellas. Llámalo fuera de aquí.
Quieres decir aquel poste. No ciertamente no digo Inca.
Oh sí muy cierto.

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Amy Lowell
(1874-1925)

MADONA DE LAS FLORES DE LA TARDE

Todo el santo día he estado trabajando,


ya estoy cansado.
Y llamo: “¿Dónde estás?”
Sólo se oye el rumor de la encina en el viento.
La casa está en silencio,
el sol brilla en tus libros,
en tus tijeras y tu dedal que acabas de dejar,
mas tú no estás aquí.
Al punto me siento solo:
¿Dónde estás?
Ando en torno buscando.

Y de pronto, te veo
bajo un toldo azul pálido de veraneras
con una canastilla de rosas bajo el brazo.
Fría como de plata,
y te sonríes.

Pienso que las campanas de Cantorbery están tocando


aires ligeros,
me dices que las peonías ya quieren poda,
que las colombinas se han salido de su marco,
que la pirus japónica debe desenramarse y redondearse.
Me dices estas cosas,

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pero yo te miro, corazón de plata,


blanca llama de corazón de plata pulida
ardiendo bajo el quiosco azul de veraneras,
y ansío en ese instante ponerme de rodillas a tus pies,
mientras en torno nuestro desgranan las campanas de
Cantorbery sus altos y dulces Tedéums.

LILAS

Lilas,
falso azul,
blanco,
morado,
color lila,
vuestros grandes borbotones de flores
están por donde quiera en mi Nueva Inglaterra.
Entre vuestras cordiformes hojas
anaranjadas oropéndolas brincan
como pajaritos de caja de música y cantan
dulces y quedas cancioncillas;
en los ganchos de vuestras ramas
los ojillos brillantes de los gorriones cantarines;
echados sobre huevos pintados,
atisban inquietos a través de la luz y la sombra
de todas las primaveras.
Lilas en los portales
conversando en voz baja con la luna temprana,
lilas cuidando una casa abandonada,
enfilándose a los lados en la grama de un antiguo camino;

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lilas al viento, meciéndose bajo un podado montón florido


arriba del bodegón cavado en la colina.
Estáis donde quiera,
estabais donde quiera.
Tocasteis a la ventana cuando el predicador predicaba el
sermón,
corristeis en el camino junto al muchacho que iba a la
escuela,
os parasteis en las cercas del potrero para darles a las
vacas buena leche,
convencisteis al ama de que su paila era de plata
y su marido era una imagen de puro oro.
Entrasteis luciendo la fragancia de vuestros capullos
por los amplios zaguanes de las Aduanas.
Vosotras y el sándalo y el té,
alborotándoles las narices a los plumíferos amanuenses
cuando un buque llegaba de la China.
Vosotras les gritabais: “Ganzi-plumes escribientes,
ganziplumes escribientes,
mayo es el mes para zarpar.”
Hasta que se encorvaban en sus altas banquetas
y se ponían a escribir poesías en su papel de cartas
tras las pilas de libros de cuentas.
Paradójicos amanuenses de la Nueva Inglaterra,
escribiendo inventarios en los libros mayores
y de noche leyendo el Cantar de los Cantares,
tantos versos antes de acostarse,
sólo porque eran de la Biblia.
Los muertos os nutrieron
entre las piedras inclinadas de los camposantos.

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Fantasmas pálidos que os plantaron


venían por la noche
y dejaban volar sus cabellos sutiles
entre el hacinamiento de vuestros tallos.
Sois del mar verde
y de las pétreas colinas que se alejan.
Sois de los grandes parques donde todos pasean y nadie
se siente en casa.

Cubrís los lados cerrados de los invernaderos


y os asomáis arriba para decir una palabra al vuelo por los
cristales
a vuestras amigas, las uvas, que están dentro.

Lilas,
falso azul,
blanco,
morado,
color lila,
ya olvidasteis vuestro origen del Oriente,
las mujeres veladas con ojos de panteras,
los hinchados, insolentes turbantes de enjoyados Pashás.
Sois ahora una flor muy decente,
una flor reticente,
de curiosa manera recortada, cándida flor,
crecida al lado de las limpias portadas,
amiga de un gato casero y de un par de gafas,
que hacen poesía con un poco de luna
y cien o doscientos capullos agudos.
Maine os conoce,

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os ha conocido por años de años,


New Hampshire os conoce,
y Massachusetts
y Vermont.
Cape Cod os echa a correr por la costa hacia Rhode
Island,
Connecticut os lleva desde un río hasta el mar.
Sois más lustrosas que manzanas,
más olorosas que tulipanes,
sois el desbordamiento de nuestras almas
reventando por encima de las figuras de hojas de nuestros
corazones,
sois el olor de todos los veranos,
el amor de esposas e hijos,
sois Parlamentos y Constituciones
y el familiar ir y venir de nuestros pies en un camino que
conocen.
Mayo es lila aquí en Nueva Inglaterra,
mayo es un tordo que canta ¡Sol arriba! en un fresno
empinado,
mayo es blancas nubes tras los pinos
sopladas para arriba y bogando en cielo azul,
mayo es un color verde cual ningún otro,
mayo es mucho sol a través de hojas pequeñas,
mayo es tierra suave,
y flores de manzano,
y ventanas abiertas a un viento sur.
Mayo es un sostenido, suave soplo de lilas
desde el Canadá a la bahía de Narraganset.
Lilas,

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falso azul,
blanco,
morado,
color lila,
corazones de hojas de lila en toda Nueva Inglaterra,
raíces de lilas bajo el suelo de toda Nueva Inglaterra,
lila en mí porque soy Nueva Inglaterra,
porque mis raíces están en ella,
porque mis hojas son de ella,
porque mis flores son de ella,
porque es mi tierra,
y le hablo a ella sobre ella misma,
y canto de ella con mi propia voz,
pues ciertamente es mía.

UNA DÉCADA

Eras cuando viniste, cual vino tinto y miel,


y tu sabor quemaba mi boca de dulzura.
Eres ya como el pan de la mañana,
simple y sabroso.
Ya casi no te pruebo porque sé tu sabor.
Pero estoy ya del todo nutrida.

NOSTALGIA

“En placeres y palacios”—


en hoteles y carros pullman y vapores...

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Camelias rosadas y blancas


flotando en
el olor picante de la leña de la chimenea,
el crujir y rasguñar de un perro desperezándose
en un piso de madera,
y tu voz, leyendo —leyendo—
con el acompañamiento del lento tic-tac de un viejo
reloj de bronce...

“¡Pasajes, por favor!”


Y yo miro a un hombre delante de mí
registrándose sus catorce bolsas,
mientras el conductor aprieta el perforador de boletos
entre sus dedos.

MÚSICA

Mi vecino se sienta en su ventana y toca la flauta.


Yo lo oigo desde mi cama,
y las notas rotundas revolotean y se rozan y entrechocan
en el cuarto
y se confunden en inesperados acordes.
Es muy hermoso,
estar toda rodeada de notitas de flauta, en la oscuridad.
En el día,
mi vecino come pan y cebolla con una mano
y escribe música con la otra.
Es gordo y calvo,

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y por eso yo no lo miro


sino que aparto los ojos de su ventana.
¡Siempre puedo mirar al cielo,
o al agua del pozo!

Pero cuando llega la noche y él toca la flauta,


yo me lo imagino joven,
con medallas de oro en su leontina,
y una levita azul con botones de plata.
Mientras yo estoy acostada
las notas se posan en mis oídos y mis labios,
y me voy quedando dormida, soñando.

MEDIANOCHE DE JULIO

Las luciérnagas titilan sobre las copas de los árboles.


Titilan entre las ramas bajas,
se deslizan a ras del suelo.
Sobre los lirios de un blancor lunar
hay un encenderse y apagarse de estrellitas de color
verde-limón.
Mientras tú te reclinas en mi hombro,
con un blancor lunar,
todo el aire a tu alrededor
está hendido, y atravesado, y agujereado por las chispas
de color verde-limón
que brotan de ese fondo de árboles azules y vagos.

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DÍA DE SOL

El viento ha metido la punta de tu chal


dentro de la fuente,
donde se ha quedado flotando
entre los nenúfares
como un tisú de zafiros.

Pero a ti no te importa,
tus dedos están arrancando los líquenes
en el borde de piedra de la taza,
y tus ojos siguen las altas nubes
que van pasando sobre las encinas.

LA CANÍCULA

Una escalera recostada contra la ventana abierta,


una vieja escalera de mano,
y todo el verano afuera.

Grandes olas y penachos de vistaria ondulan delante de la


ventana,
y una flor escuálida y rezagada
se bambolea todo el tiempo bajo el sol;
púrpura translúcida contra el azul del cielo.
Y yo digo: “Sujeta esa rama.”
Pero mis manos están pegajosas por las hojas,
y se ensanchan mis narices con el olor de verdura
machacada.

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La escalera no está bien apoyada en la ventana abierta,


y yo le grito al hombre que está abajo,
“Sujeta esa rama.”

Hay una escalera reclinada en mi ventana,


y murmullos de truenos en el aire.

EL TAXI

Cuando me aparto de ti
el mundo queda mudo
como un tambor que se afloja.
Yo te llamo entre las resaltadas estrellas
y grito entre los desfiladeros del viento
para herirme en los filos de la noche.
Las calles que corren rápidas
unas detrás de otras
me van separando de ti,
y las luces de la ciudad me punzan los ojos
de modo que yo ya no puedo ver tu rostro.
¿Por qué dejarte a ti .
para herirme en los filos de la noche?

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BLANCO Y VERDE

¡Ay mi delgadita, mi coronada de narcisos,


sin sandalias!
Como la súbita irrupción del fuego en las tinieblas
así mis pupilas son deslumbradas por ti,
joven de miembros flexibles entre los frutales,
corredora ligera entre los enfestonados huertos,
eres una flor de almendro salida de su vaina
saltando y temblando entre las ramas con retoños.

PLANTAS MARINAS

La luna es fría sobre las dunas,


y las matas de hierbas marinas ondean y fulguran;
el débil repique de mi reloj dice que es un cuarto pasado
la medianoche;
y todavía no oigo nada
sino el ventoso retumbar del mar.

CON UN MENSAJERO

Una noche
en que había luna llena,
yo me senté
a escribirle un poema
a los arces.
Pero el resplandor de la luna

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en la tinta
me ofuscó,
y sólo pude escribir
lo que recordaba.
Por eso en la envoltura de mi poema
he inscrito tu nombre.

UN ARTISTA

El anacoreta, Kisen,
escribió mil poemas
y arrojó novecientos noventa y nueve en el río
considerando solo uno digno de preservarse.

PENUMBRA

Mientras estoy aquí sentada en la quieta noche de verano,


de pronto, en la lejana carretera, se oye
el rechinar y el acelerar de un tranvía eléctrico.
Y, más lejos todavía,
el fuerte resoplar de una máquina,
seguido del desgarrado arrastrar de un tren de carga
cambiando de vía.
Estos son los ruidos que hacen los hombres
en el largo ajetreo de la vida.

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Seguirán haciendo siempre estos ruidos,


aun después que yo me haya muerto y ya no pueda oírlos.
Sentada aquí en la noche de verano,
estoy pensando en mi muerte.
¿Qué pasará contigo?
Verás mi silla
con su brillante cobertor de zaraza
iluminada por el sol del mediodía,
como ahora.
Verás mi mesa angosta
donde he estado escribiendo tantas horas.
Mis perros meterán sus hocicos en tu mano,
preguntando —preguntando—
y pendientes de ti con ojos perplejos.

La vieja casa todavía estará aquí,


la vieja casa que me ha conocido desde el principio.
Las paredes que me han visto jugar:
con soldados, canicas, muñecas de papel,
que me han protegido a mí y a mis libros.

La puerta de entrada estará mirando a los viejos árboles


donde, cuando era niña, jugaba con muertos y con indios;
mirará la ancha vereda de grava
donde yo rodaba mi aro,
y las matas de rododendro
donde cogía mariposas de pintas negras.

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La vieja casa te guardará a ti,


como yo lo he hecho.
Sus paredes y sus cuartos te guardarán,
y yo susurraré mis pensamientos y fantasías
como siempre,
en las páginas de mis libros.

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Robert Frost
(1875-1963)

EL POTRERO

Iré a limpiar la fuente del potrero.


Sólo un momento a rastrillar las hojas.
(Y a ver el agua limpia, quizá espere.)
Muy poco tardaré. Ven tú también.

Iré para traer aquel ternero


que está junto a su madre. Es aún tan tierno
que cuando ella lo lame tiembla todo.
Muy poco tardaré. Ven tú también.

AL DETENERSE JUNTO AL BOSQUE UNA NEVOSA


TARDE

De quién son estos bosques creo saber.


Su casa queda en el pueblo vecino;
no me verá pararme en el camino
a ver la nieve en sus bosques caer.

Creerá mi caballito que es extraño


que pare donde no hay casa ninguna;
aquí entre el bosque y la helada laguna,
en la tarde más lóbrega del año.

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Las campanillas de su arnés las mueve


para indagar si ha habido algún error,
y no hay otro sonido que el rumor
de la brisa que sopla y de la nieve.

Del bello bosque en sombra he de partir


porque tengo promesas que cumplir
y muchas millas antes de dormir,
y muchas millas antes de dormir.

EL TELÉFONO

—“Cuando me hube alejado cuanto podía andar,


hoy, desde aquí,
era una hora
de silencio total,
cuando bajando la cabeza hasta una flor,
yo te oí hablar.
No me digas que no, porque te oí decir—
hablabas desde esa flor en tu ventana—
¿no recuerdas qué fue lo que dijiste?”

—“Dime primero tú lo que pensaste oír.”

—“Al encontrar la flor y espantarle una abeja,


incliné la cabeza,
y cogiendo la flor por el tallo
escuché y parecióme que cogí la palabra—.

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¿Cuál era? ¿Acaso me llamaste por mi nombre?


¿O bien, dijiste?—
Pues alguien dijo: ‘Ven’ —yo lo oí al inclinarme.”

—“Tal vez eso pensé, mas no en voz alta.”

—“Pues bien, por eso vine.”

FUEGO Y HIELO

Dicen que el mundo morirá por fuego,


otros por hielo.
Yo, por lo que he probado del deseo
con los que opinan por el fuego, creo.
Pero si fuera a perecer de nuevo,
por lo que ya del odio visto llevo,
esta vez por el hielo opinaría;
porque también el hielo es bueno,
y bastaría.

LA FAMILIA ROSA

La rosa es una rosa,


y siempre fue una rosa.
Hoy se dice otra cosa:
que la manzana es rosa
y que la pera es rosa

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y la ciruela, rosa.
A saber qué otra cosa
será luego una rosa.
Tú eres, claro, una rosa—
mas siempre fuiste rosa.

LA VACA EN LA ESTACIÓN DE LAS MANZANAS

La vaca en estos días parece que está loca.


Los cercos son para ella como puertas abiertas,
riéndose de los tontos que hacen cercos y puertas,
con la cara manchada de manzanas, la boca
chorreándole sirope. Ha probado manzanas,
y del zacate seco no ha vuelto a tener ganas.
Corre de árbol en árbol, donde están en el suelo
las frutas que han caído picadas y podridas,
y después sale huyendo dejándolas mordidas
y se sube a una loma y brama contra el cielo,
y ya no tienen leche sus ubres encogidas.

REPARANDO EL CERCO

Hay algo que le tiene antipatía al cerco,


le levanta a sus pies la tierra congelada,
y le esparce las piedras de arriba bajo el sol;
y le abre grandes huecos en los que alcanzan dos.
El daño de los cazadores es otra cosa:

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yo me he ido tras ellos reconstruyendo el cerco


en los sitios donde no dejaron piedra sobre piedra,
hasta sacar el conejo, para dar gusto
a sus perros gritones. Hablo de los huecos
que nadie ha visto hacer ni oyó que los hacían,
pero en la primavera aparecieron hechos.
Se lo dije a mi vecino detrás de la loma;
y un día nos juntamos para recorrer el cerco
y reconstruir otra vez el muro divisorio.
Vamos caminando, cada uno en su terreno
recogiendo las piedras que han caído en su lado.
Y unas son aplanadas y otras tan redondas
que solo se sostienen por un arte de magia:
“¡Cuidado se nos mueven, que las estamos viendo!”
Las manos se nos raspan de tanto coger piedras.
Oh, es como una especie de juego al aire libre,
con uno en cada bando. Y casi sólo es eso.
Porque allí donde está no hacía falta el cerco:
él tiene puros pinos, y yo sólo manzanas.
Mis manzanos, le digo, no se van a cruzar
a comer los piñones de sus pinos. Él sólo
contesta: “Buenos cercos hacen buenos vecinos.”
Creo que la primavera me tiene un poco loco
y trato de meterle una idea en la mollera:
¿Por qué es que buenos cercos hacen buenos vecinos?
¿No es eso donde hay vacas? Pero aquí no hay vacas.
Yo antes de hacer un cerco me pregunto primero
qué es lo que estoy cercando, o contra qué lo cerco,
y si hay una persona que yo pueda dañar.

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Hay algo que le tiene antipatía al cerco,


y lo está destruyendo. Yo le diría: “Duendes”,
pero no son los duendes propiamente, y prefiero
que sea él quien lo diga. Lo estoy viendo traer
una piedra en cada mano, agarradas por arriba,
como un salvaje armado de la edad de piedra.
Y me está pareciendo que avanza entre las sombras,
no sólo las del bosque, las sombras de los árboles.
Él seguirá aferrado al dicho de su padre,
y con el aire de uno que lo ha pensado mucho
repite: “Buenos cercos hacen buenos vecinos.”

LA MUERTE DEL PEÓN

Mary contemplaba absorta la lámpara en la mesa


esperando a Warren. Cuando oyó sus pisadas
corrió de puntillas por el pasillo oscuro
para encontrarlo en la puerta y darle la noticia,
y para prevenirlo. “Silas ha vuelto”.

Lo empujó hacia fuera y se salió con él


cerrando la puerta. “Sé bueno”, le dijo.
Quitó a Warren las compras que traía en los brazos
y las puso en la entrada; después lo hizo bajarse
y se sentaron juntos en las gradas de tabla.

—¿Cuándo he dejado yo de ser bueno con él?


Pero yo no recibo otra vez a ese tipo”, dijo.

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“¿No se lo dije ya en la última cosecha?


Si se iba entonces, le dije, terminaba conmigo.
¿Y él para qué sirve? ¿Quién lo va a recibir
a la edad que tiene y con lo poco que hace?
Con la ayuda de él no se puede contar.
Siempre se me corre cuando más lo necesito”.
“Él dice que necesita ganar unos centavos,
lo suficiente al menos para comprar tabaco,
y no tener que andar mendigando por allí”.
“Está bueno” le digo, “yo no puedo pagar
sueldos fijos a nadie, aunque quisiera poder”.
“Otros pueden”. “Si otros pueden que lo hagan”.
Yo no estoy en contra de que él quiera mejorarse
si ese fuera el asunto. Pero puedes estar segura
que cuando sale con esas es que hay uno detrás
tratando de sonsacarlo por unos cuantos reales.
En la cosecha de heno, cuando hacen falta brazos.
En invierno regresa. Yo ya estoy harto de él.’

“¡Eh! No hables tan alto: va a oírte”, dijo Mary.

“Quiero que lo oiga: lo oirá tarde o temprano.”

“Está agotado. Está durmiendo junto a la estufa.


Cuando vine de donde Row lo encontré dormido
Arrecostado contra la puerta del granero.
Me dio lástima verlo, y también miedo—
Pero no te me rías— No lo reconocí—
No lo andaba buscando— y está muy cambiado.
Tú ya lo verás.”

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“¿De dónde dices que vino?”


“No me dijo de dónde. Yo lo metí en la casa,
le di un poco de té y quise hacer que fumara,
y quise hacer que me hablara de sus andanzas.
Pero fue imposible: él sólo cabeceaba.”

“Pero dime qué dijo. ¿No te dijo nada?”

“Muy poco.”

“¿Nada? Mary, di la verdad:


te dijo que venía a desecarme el prado.”

“¡Warren!”

“Lo dijo, ¿no? Sólo quiero saberlo.”

“Pues claro que lo dijo. ¿Qué esperabas que hiciera?


No vas a querer, supongo, quitarle al pobre viejo
esa manera humilde de tener dignidad.
Y también agregó, si te interesa saber,
que además te iba a limpiar el potrero de arriba.
¿Dices que esa propuesta no es nueva para ti?
Warren, hubiera querido que tú lo hubieras visto
cómo mezclaba todo. Fui a mirarlo de cerca
como dos o tres veces, porque lo sentí raro
y daba la impresión de que hablaba dormido.
Salió con Harold Wilson —¿te acuerdas?—
el muchacho que estuvo aquí, hace cuatro años.

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Ya terminó sus estudios y enseña en el colegio.


Silas está insistiendo que lo tengas de nuevo.
Él dice que los dos hacen buena pareja,
que la granja con ellos será una maravilla.
Y cómo revolvía esas cosas con otras.
Dice que Wilson es un buen chico, pero chiflado
con los estudios. ¿Te acuerdas cómo peleaban
durante todo julio bajo el ardor del sol,
Silas sobre el carro acomodando el heno,
y Harold aventándoselo desde abajo?”

“Sí, yo me ponía lejos, donde no los oyera.”


“Bueno, esos días persiguen a Silas como un sueño.
Tú no lo creerías. ¡Cómo hay cosas que se pegan!
Las farsantadas de Harold lo picaban a él.
Después de tantos años aún sigue encontrando
argumentos que ve que pudo haber usado.
Yo lo comprendo bien. Yo sé cómo molesta
lo que uno pudo haber dicho y que no dijo.
Harold está asociado en su mente con el latín.
Me preguntó qué pensaba de la frase de Harold
de que estudiaba latín como estudiar violín,
porque le daba la gana —¡vaya un argumento!—
Él dice que nunca pudo convencer al muchacho
de que encontraba agua con una horquilla de avellano—
Lo que prueba lo mucho que le aprovechó la escuela.
Quiere tocarle ese punto. Pero sobre todo
dice que quiere tener otra oportunidad
de enseñar a Wilson a acomodar el heno—”

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“Sí, en ese arte Silas es un gran maestro.


Coloca cada manojo en su lugar exacto
y les pone señales y cataloga,
para saber dónde están cuando tiene que sacarlos
al descargar. Eso Silas lo hace bien.
Y los quita en montón como grandes nidos.
Tú no lo ves nunca machucando el heno
que quiere levantar y levantarse a él mismo”

“Él dice que si pudiera enseñar eso al chico


habría sido útil una vez para alguien.
Le repugna ver un muchacho embobado con los libros.
Pobre Silas, preocupándose tanto por los otros,
y con nada en el pasado para tener un orgullo,
y con nada en el futuro para tener una esperanza.
Él fue lo que es y lo será siempre.”

Un pedazo de luna descendía en el oeste,


arrastrando con ella el cielo tras los montes.
Su suave luz bañaba el regazo de Mary.

Ella lo notó y la recogió en su falda.


Tocó los alambres de las gloria-de-la-mañana
tensos por el rocío como las cuerdas de un arpa,
como si pulsara en él, sentado junto a ella,
una nota de ternura, en silencio, en la noche.
“Warren”, dijo, “él vino a morir a casa”.

“¿A casa?”, dijo él un poco burlón.


“Sí, a casa

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¿por qué no? Depende de lo que uno entienda por casa.


Es claro que él no es pariente de nosotros
como no lo era tampoco el perro extraño que vino
que se había perdido en el bosque.”

“La casa es el lugar adonde cuando uno llega


tienen que recibirlo a uno.”

“Yo diría más bien


que es algo que uno no tiene que merecer.”

Warren se incorporó y dio uno o dos pasos,


recogió un palito, y se volvió a sentar,
lo quebró entre sus dedos y tiró los pedazos.

“¿Crees que estamos nosotros más obligados a Silas


que lo está su hermano? A solo trece millas,
donde tuerce la carretera, está su casa.
Silas anduvo hoy más distancia que esa.
¿Por qué no se fue allí. Si su hermano es rico,
es persona importante —el director del banco.”

“Él nunca nos lo dijo.”

“Pero nosotros lo sabemos.”


“Yo creo que su hermano debiera ayudarle, es claro.
Yo me encargaré de que lo haga, en caso necesario.
Lo tiene que recibir. Y tal vez quiera hacerlo.

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Tal vez él es mejor de lo que nosotros creemos.


Pero compadécete de Silas. ¿No te parece
que si tuviera un orgullo de familia
o quisiera sacar partido de su hermano
no estaría distanciado, como lo ha estado siempre?”

“Quién sabe qué pasó entre ellos.”

“Yo lo sé.
Tú conoces a Silas —a nosotros no nos estorba—.
Y el ser así es el peor defecto que él tiene.
Él no sabe qué le pasa y por qué no sale adelante
como la demás gente. Y pobre como él es
nunca se humillaría por complacer a su hermano.”

“Yo creo que Silas nunca ha hecho un mal a nadie.”

“Pero a mí sí me hizo mal cuando lo vi en la silla


golpeando su cabeza contra el filo del respaldo.
Y no quiso, sin embargo, ponerse en el sofá.
Tú debieras entrar y ver qué puede hacerse.
Yo ya arreglé una cama para él esta noche.
Te sorprenderás al verlo —cómo está de destruido.
Su edad de trabajar ya pasó, estoy segura.”

“Yo no lo diría tan apresuradamente.”

“Ni yo tampoco. Entra y míralo tú mismo.


Pero, Warren, por favor, no se te olvide:
él te vino a ayudar a desecar el prado.

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Él tiene su proyecto. No te rías de él.


Tal vez no te hable de eso, o tal vez sí te hable.
Yo me quedaré aquí, viendo si aquella nube
chocará con la luna.”

Chocó con la luna.


Y se vieron entonces tres pálidas figuras,
la luna, la nubecita de plata, y la mujer.
Warren regresó (muy pronto, pensó ella).
Se le acercó, cogió su mano, y aguardó.

“¿Warren?” dijo ella.

“Muerto” fue lo único que él dijo.

ABEDULES

Cuando veo abedules con el tronco doblado


entre una fila de árboles más oscuros y rectos,
me gusta creer que un niño los ha estado meciendo.
Mas no quedan doblados por el solo mercerlos.
Los doblan las heladas. Debéis haberlos visto
con su carga de hielo en mañanas de invierno,
tras de la lluvia. Truenan entrechocando entre ellos
al alzarse la brisa; se hacen multicolores
cuando destroza y rompe su esmalte el movimiento.
Pronto al calor del sol derraman sus cristales
desparramando su avalancha sobre la nieve.

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Tanto montón de vidrios rotos hay que barrer


que es como si cayera la cúpula del cielo;
el peso los doblega, hasta el piso de helechos,
y no se quiebran; aunque una vez doblados tanto,
por tanto tiempo, después ya nunca se enderezan.
Podréis mirar sus troncos arqueados en el bosque,
años más tarde, arrastrando en el suelo sus hojas
como niñas a gatas que esparcen sus cabellos
delante de ellas para secarlos en el sol.
Yo iba a decir, cuando la Verdad me interrumpió
con todo su realismo acerca de la helada,
que prefería que algún muchacho los doblara
cuando saliera al campo para traer las vacas.
Muchacho tan del campo que no sepa base-ball,
y cuyos juegos fueran los que él mismo encontrara,
y en invierno y verano pudiera jugar solo.

Venció a los abedules de su padre uno a uno,


montándose sobre ellos una vez y otra vez,
hasta no haber quitado a todos la tiesura,
y ni uno solo quedara erecto, ni uno solo
quedara sin domar. Y aprendió cuanto tenía
que aprender para no dejarse ir tan de pronto
que se llevara el árbol arrancado hasta el suelo.

Siempre supo tenerse en perfecto equilibrio


hasta en las ramas cumbres, subiendo cuidadoso,
con el mismo cuidado con que llenáis la copa
hasta el borde y a veces más arriba del borde.

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Entonces se lanzaba, de pie, con un envión,


pataleando en los aires hasta llegar al suelo.

Eso fui yo también, mecedor de abedules;


y así otra vez ahora sueño en volver a serlo.
Esto, cuando me aburro de consideraciones
y la vida parece como un bosque impasable,
donde en la cara os arden y pican telarañas
que vais rompiendo y os llora un ojo lastimado
porque se le ha metido la punta de una rama.
Quisiera yo escaparme un rato de la tierra
y después regresar para empezar de nuevo.
No le ocurra a los hados mal entender mi dicho
y concediendo a medias lo que pido, llevarme
a no volver. La tierra es el lugar del amor:
yo no conozco ningún lugar mejor donde ir.
Yo me quisiera ir trepando a un abedul
y trepar ramas negras sobre tronco nevado
hasta el cielo, hasta que el árbol no aguantara más,
y doblando su copa me devolviera al suelo.
Buena cosa sería tanto ir como volver.
Existen cosas peores que mecer abedules.

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CONOCIDO DE LA NOCHE

Yo he sido un conocido de la noche.


He andado en la ciudad bajo la lluvia.
Pasé la última luz de la ciudad.

He contemplado el callejón más triste.


He encontrado al sereno haciendo ronda
y he bajado los ojos y he callado.

Me he quedado de pronto detenido


al escuchar un grito interrumpido,
lejano, procedente de otra calle.

Pero no es ni un saludo ni un llamado.


Más lejos, a una altura fantasmal
un reloj luminoso contra el cielo

dice que el tiempo no es falso ni real.


Yo he sido un conocido de la noche.

ÁRBOL DE MI VENTANA

Árbol de mi ventana, árbol en la ventana,


cuando la noche llega se baja el bastidor,
pero no quiero que haya corrida una cortina
entre tú y yo.

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Vago rostro de sueño surgido de la tierra,


y, después de una nube, la cosa más difusa,
no creo que si hablaran todas tus leves lenguas
serían más profundas.

Pero, árbol, yo te he visto cogido y sacudido,


y si me has visto tú cuando yo estoy dormido,
me habrás visto también cogido y arrastrado
pero nunca perdido.

Cuando el hado juntó tu cabeza y la mía,


debe de haberlo hecho con especial intento:
la tuya interesada en el viento de afuera,
la mía en el adentro.

UN PARCHE DE NIEVE VIEJA

Hay por allí un parche de nieve vieja


que me dio la impresión
que era un pedazo roto de papel
que la lluvia llevó.

Está lleno de tierra como si


fueran letras de imprenta.
Las noticias de un día que he olvidado
si acaso las leí.

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UN PÁJARO MENOR

Yo he querido que un pájaro se marchara


y no me estuviera cantando tanto.

Cuando sentí que ya no lo aguantaba


le palmeé desde la puerta para espantarlo.

La falta en parte debe de haber sido mía


porque el pájaro no cantaba desafinado.

Y es claro que algo estaba mal


en querer silenciar cualquier canto.

UN RATO DE CHARLA

Cuando un amigo me llama desde el camino


y hace andar despacio a su caballo,
yo no me estoy parado volteando a ver
las lomas que todavía no he desyerbado
y le grito desde donde estoy: ‘¿Qué pasó?’
No, no cuando hay un tiempito para hablar.
Yo clavo mi azada en la tierra floja,
el filo para arriba, y de cinco pies de alto,
y echo a andar: voy hacia el muro de piedra
para una charla amigable.

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LOS DE LA LÍNEA

Aquí vienen los de la línea abriendo camino.


Rompiendo el bosque más bien que cortándolo.
Plantan palos muertos en vez de vivos, los muertos
amarrándolos con un alambre vivo.
Dejando un instrumento de cuerdas en el cielo
donde las palabras martilladas o habladas
correrán tan calladas como los pensamientos.
Pero ellos no se callan: van gritándose
a lo lejos, para jalar duro el cable,
y tenerlo bien tenso hasta que esté apretado
y lo puedan soltar. Ya está. Con risas,
con palabrotas citadinas que apabullan el bosque
han traído aquí el teléfono y el telégrafo.

EL MONTÓN DE LEÑA

Andando un día gris por el pantano helado


me detuve y me dije: “Me volveré de aquí.
No, iré más allá —y veremos qué hay”.
Pisaba nieve dura, excepto aquí y allá
donde se me iba un pie. Tan sólo se veían
las líneas verticales de los palos altos y flacos
demasiado parecidos para marcar un sitio
y poder decir con certeza que había estado allí
o en otro lugar. Sé que estaba lejos de casa.
Un pajarito volaba adelante, teniendo el cuidado

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de interponer un árbol siempre entre él y yo


y no hablar para que yo no supiera quién era.
—Y yo tan tonto pensaba lo que él estaba pensando—
Pensaba que yo quería arrancarle una pluma:
la blanca de la cola; como uno que imagina
que todo mundo está pensando en uno.
Un cambio de dirección lo hubiera desengañado.
Pero un montón de leña me hizo en ese instante
olvidarlo y dejar que su pequeño miedo
lo apartara del camino que yo estaba siguiendo
y sin hacerle más caso le di las buenas noches.
Él fue tras el montón y se quedó quieto.
Era un rimero de arces, cortados y rajados
y apilados —bien medidos: cuatro por cuatro y por ocho.
Y no había otro por allí que yo viera.
Ningún traspasador había hollado la nieve.
Y era más viejo, es claro, que el corte de este año,
y aun del año pasado, o del antepasado.
La madera era gris y estaba descortezándose,
y se había hundido un poco. Las clemátides
lo habían envuelto con sus zarcillos como cuerdas.
Pero se sostenía con un árbol en un extremo,
todavía creciendo, y una estaca con puntal en el otro
ya cayéndose. Y yo pensé que solamente
alguien que viviera haciendo siempre cosas nuevas
podría olvidar así la obra de sus manos
en la que empleó sus fuerzas, el trabajo de su hacha,
dejándola apartada de una útil chimenea
calentando el pantano lo mejor que podía
con una combustión lenta y sin humo.

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Carl Sandburg
(1878-1967)

DIEZ DEFINICIONES DE POESÍA

1. Poesía es una proyección en el silencio de cadencias


ordenadas a romper ese silencio con definidas intenciones
de ecos, sílabas, longitudes de onda.
2. Poesía es el diario de un animal marino, viviendo en
tierra, deseoso de volar en el aire.
3. Poesía es una serie de explicaciones de la vida, per-
diéndose en horizontes demasiado rápidos para explica-
ciones.
4. Poesía es una búsqueda de sílabas para arrojarlas a las
barreras de lo desconocido y lo inconocible.
5. Poesía es el teorema de un pañuelo de seda amarillo
anudado con acertijos, encerrado en un globo de colores
atado a la cola de una cometa volando en un viento blanco
contra un cielo azul en primavera.
6. Poesía es el silencio y la conversación entre la raíz de
una flor que se debate bajo la tierra y el soleado capullo
abierto de esa flor.
7. Poesía es el aparejo de la paradoja de la tierra acu-
nando la vida y luego sepultándola.
8. Poesía es una inscripción fantasma que dice cómo son
hechos los arcoíris y por qué se van.
9. Poesía es una síntesis de jacintos y bizcochos.
10. Poesía es el abrir y cerrar de una puerta, que deja conje-
turando a los que miran sobre lo que se ve por un instante.

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CHICAGO

Matador de puercos para el mundo,


constructor de herramientas, hacinador de trigo,
jugador con trenes y cargador de la nación,
tempestuoso, recio, gritón,
ciudad de los grandes hombros.
Me dicen que eres perverso y yo les creo, porque he visto
vuestras hembras pintadas, bajo las lámparas de gas,
seduciendo a los chicos del campo.
Y me dicen que eres malvado y yo respondo: Es cierto, por
que yo he visto al pistolero matar y salir libre para
matar de nuevo.
Y me dicen que eres brutal y mi respuesta es esta: En los
rostros de las mujeres y los niños he visto las huellas de
la concupiscencia libertina.
Y habiendo respondido así me vuelvo una vez más a
aquellos que escarnecen a mi ciudad y les retorno su
escarnio diciéndoles:
Venid y mostradme otra ciudad con la cabeza alzada
cantando tan orgullosa de vivir y ser áspera y fuerte y
astuta
lanzando maldiciones magnéticas entre la brega que
amontona faena sobre faena, aquí tenéis un alto y
valiente haragán puesto de bulto frente a las blandas
pequeñas ciudades,
rabioso como un perro que pide acción a lengüetazos,
astuto como un salvaje cacarañado contra la espesura,
la cabeza desnuda,

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paleando,
derribando,
planeando,
edificando, quebrando, reedificando.
Bajo el humo, con el polvo en la boca, riendo con blancos
dientes,
bajo la carga terrible del destino riendo como un mancebo
ríe,
riendo hasta como ríe un ignorante boxeador que nunca
perdió una pelea,
fanfarroneando y riendo de que por dentro de la muñeca
tiene el pulso y por debajo de las costillas el corazón del
pueblo.
¡Riendo!
Riendo la tempestuosa, bronca, alborotada risa de la
juventud, medio desnudo, sudado, orgulloso de ser el
matador de puercos, constructor de herramientas,
hacinador de trigo, jugador de trenes y cargador de la
nación.

YO SOY EL PUEBLO, LA CHUSMA

Yo soy el pueblo, la chusma, la turba, la masa.


¿No sabéis que el trabajo del mundo se hace por medio
mío?
Yo soy el operario, el inventor, yo hago los alimentos y
vestidos del mundo.
Yo soy el público que presencia la historia. Los Napoleones

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salen de mí y los Lincolns. Mueren. Y entonces saco de


mí más Napoleones y más Lincolns.
Yo soy la sementera. Soy la pradera que soporta mucho
arado. Terribles tempestades me pasan por encima.
Olvido. Lo mejor de mí me es chupado y derramado.
Olvido. Todo, menos la muerte, viene hacia mí para
hacerme trabajar y dar todo lo que tengo. Y olvido.
A veces gruño, me agito y esparzo unas cuantas gotas rojas
para recuerdo de la historia. Luego, olvido.
Cuando yo, el Pueblo, aprenda a recordar: cuando yo, el
Pueblo, aproveche las lecciones de ayer y ya no olvide
a los que el año pasado me robaron, a los que me enga-
ñaron como a un tonto, entonces no habrá nadie en el
mundo que miente el nombre “El Pueblo” con cierto
retintín de sarcasmo en la voz o con una lejana sonrisa
de escarnio.
La chusma —la turba—, la masa arribará entonces.

CLINTON AL SUR DE POLK

Ando paseándome en la calle Clinton al sur de Polk


y me detengo a oír las voces de los niños italianos
disputando.
Es una catarata de coloratura
y podría dormirme al arrullo de sus musicales desafíos y
acusaciones.

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GLOBOS DE A CINCO CÉNTIMOS

Pietro lleva veinte globos rojos y azules en una cuerda.


Flotan y bailan tirando del brazo de Pietro.
Un níquel cada uno es por lo que se venden.
Niños que los desean le van pisando a Pietro los talones.

Los vende todos y se va andando por las calles solo.

NEW HAMPSHIRE OTRA VEZ

Recuerdo oscuras aguas de invierno,


recuerdo esbeltos abetos blancos,
recuerdo soñolientas colinas en el crepúsculo,
recuerdo haber cruzado en tren a todo lo largo de New
Hampshire.
Recuerdo una estación llamada “Halción”, y un frenero
gritando a los pasajeros “Halción, Halción”.
Recuerdo haber oído decir a los sacadores de oro que
apenas sacaban suficiente para el anillo de matrimonio.
Recuerdo un apuesto muchacho diciéndome: que su padre
recibe cartas con sólo la dirección “Robert Frost, New
Hampshire”.
Recuerdo un viejo irlandés diciéndome: “Tiene una cara
de violín y todo el que lo ve tiene que amarlo.”
Tengo un recuerdo, dos recuerdos, diez recuerdos; tengo
un pequeño envoltorio de recuerdos en un pañuelo.
Una estrella temprana acunada en la luna

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un río oscuro con un puñado de estrellas aprisionadas.


Las luces de un automóvil subiendo una colina,
un tiro de caballos arrastrando un trineo cargado de leña,
un muchacho en esquís enderezándose tras un sopapo.
Recuerdos de uno en uno y uno en uno, cruzando en tren
a través de New Hampshire: tengo un pequeño envolto-
rio de recuerdos en un pañuelo.

CARRERAS Y HITS

Yo recuerdo a los peloteros de Chillicothe peleando contra


los peloteros de Rock Island en un partido de diecisiete
innings que acabó por la oscuridad
y las espaldas de los peloteros de Chillicothe eran como
un humo rojo contra el crepúsculo y las espaldas de los
peloteros de Rock Island eran como un humo amarillo
contra el crepúsculo.
Y la voz del juez se enronquecía contando bolas y strikes
y outs y la garganta del juez se debatía entre el polvo
por un canto.

PELIRROJA, CAJERA DE RESTAURANTE

Echa hacia atrás tu pelo, muchacha pelirroja.


Deja estallar tu risa y muestra las dos altivas pecas de tu
barbilla.
Hay en alguna parte un hombre que anda buscando una

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muchacha pelirroja que tal vez un día se asomará a tus


ojos en busca de una cajera de restaurante y se hallará
una enamorada pudiera suceder.
Dando vueltas y vueltas andan millares de hombres a caza
de una muchacha pelirroja con dos pecas en su barbilla.
Los he visto buscando, buscando caza; echa hacia atrás tu
pelo, deja estallar tu risa.

SOPA

Vi a un hombre célebre bebiendo sopa.


Digo que se llevaba un caldo espeso
a la boca con una cuchara—
Su nombre salió en los diarios ese día
escrito en grandes titulares negros
y miles de personas hablaban de él—

Cuando lo vi
estaba sentado agachando la cabeza sobre un plato
llevándose la sopa a la boca con una cuchara.

EL VENDEDOR DE PESCADO

Conozco a un judío vendedor de pescado allá abajo en


Maxwell Street con un vocerrón como el viento del
norte soplando sobre los maizales en enero.
Levanta los arenques delante de sus presuntos

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compradores con un júbilo igual al del baile de la


Pavlova.
Su cara es la de un hombre infinitamente feliz de vender
pescado, infinitamente feliz que Dios haya creado pesca-
dos, y compradores a los que poder gritar su mercancía
desde un carrito de mano.

BILBEA

(De una tableta babilonia)

Bilbea, estuve el sábado en la noche en Babilonia.


No te vi ni por asomo en ningún sitio.
Fui al lugar de siempre y estaban las otras, pero no
Bilbea.
¿Te has ido a otra casa? ¿O a otra ciudad?
¿Por qué no escribes?
Lo he sentido. Me volví apesarado.
Dime cómo te va.
Mándame alguna clase de carta.
Y cuídate.

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EXPRESO

Voy en un tren expreso, uno de los trenes más macanudos


de la nación.
Disparados a través de la pradera entre la neblina azul y el
aire oscuro van quince carros de puro acero llevando un
millar de personas.
(Todos los carros serán hierro viejo y sarro y todos los
hombres y las mujeres que ríen en los carros comedores
y dormitorios serán cenizas.)
Le pregunto a un hombre en el salón de fumar para
dónde va y me responde: “Omaha.”

MANEJO

Mary tiene una carambada enganchada en las orejas


y pasa todo el día sacando birotes y metiendo birotes.
Luces y luces —voces y voces
pidiendo orejas en que verter palabras
caras en los extremos de unos alambres llamando a otras
caras en los extremos de otros alambres:
todo el día sacando birotes y metiendo birotes,
Mary tiene una carambada enganchada en las orejas.

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OMAHA

Graneros rojos y vaquillas rojas puntúan los verdes


círculos de grama en torno de Omaha, los finqueros
arrastran tanques de crema y carretadas de quesos.
Chiqueros de pizarra más allá del río en Council Bluffs y
pequeñas cabañas cuelgan de un hilo sobre la falda de
los cerros por detrás de Omaha.
Un empalme de acero ata a los familiares de Iowa y de
Nebraska sobre el amarillento Missouri, de grandes
cascos.
Omaha, la chabacana, sustenta tropas,
come y jura con la cara sucia.
Omaha trabaja en dar al mundo un desayuno.

LUCÍA

La niña de seis meses


al salir de la tina
se culebrea en nuestras manos.
Es nuestro peje-niña.
Ponedle apodo: Lucía.

SOMBREROS

Sombreros, ¿de dónde sois vosotros?


¿Qué hay debajo de vosotros?

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En el borde de la frente de un rascacielos


miré hacia abajo y vi: sombreros: cincuenta mil
sombreros:
hirviendo con un ruido de abejas y ovejas, ganado y
cataratas,
parando con un silencio de hierbas marinas, un silencio de
maizales de la pradera.
Sombreros: contadme vuestras grandes
esperanzas.

GENTE QUE DEBE

Pinté en el techo de un rascacielos.


Pinté un buen rato y di por terminada mi tarea.
La gente hormigueaba en el cruce y el silbato del policía
nunca cesó en toda la tarde.
Eran exactamente como chinches, muchos chinches en
marcha
aquella gente andando y la parada;
y el policía de tráfico una manchita azul, una astilla de
bronce
donde las negras mareas se arremolinaban a su alrededor
y él guardaba la calle. Yo pinté largo rato
y di por terminada mi tarea.

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SOUTHERN PACIFIC

Huntington duerme en una casa de seis pies de largo.


Huntington sueña con ferrocarriles que él construyó y
poseyó.
Huntington sueña con diez mil hombre que dicen: Sí,
señor.

Blithery duerme en una casa de seis pies de largo.


Blithery sueña con rieles y durmientes que él colocó.
Blithery sueña que dice a Huntington: Sí, señor.

Huntington,
Blithery, duermen en casas de seis pies de largo.

BAILARINA

La dama de rojo, la de rojo de chile con carne,


brillante como el brillo de un pimiento morrón en el sol
de verano,
la del antifaz, la muy solicitada bailarina, la más solici-
tada bailarina de todas las que bailan en esta mascarada,
la dama de medias rojas y sombrero rojo, de tobillos de
mimbre, flecha roja entre los estallidos de música
española,

yo sentado en un rincón,
mirándola bailar primero con un hombre,
luego con otro.

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DIÁLOGO

El lago Michigan: Hemos estado aquí bastante tiempo.

La pradera de Illinois: Puede ser.

El lago: hemos visto diez ciudades.

La pradera: Once.

El lago: Once con Chicago.

FELICIDAD

Pregunté a los profesores que enseñan el sentido de la


vida qué es la felicidad.
Y visité a famosos gerentes que dirigen a millares de
trabajadores.
Todos meneaban la cabeza y sonreían como si yo tratara
de burlarme de ellos.
Y después una tarde de domingo me iba paseando por la
orilla del río Desplaines
y vi un gran grupo de húngaros bajo los árboles con sus
mujeres y sus hijos y un sifón de cerveza y acordeón.

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POLVO

Aquí está este polvo, recuerda que fue una rosa una vez y
estuvo en el pelo de una mujer.
Aquí está este polvo, recuerda que fue una mujer una vez
y en su pelo estuvo una rosa.
Oh cosas que fueron polvo una vez, ¿qué otras cosas
ahora soñáis y recordáis de otros tiempos?

TAL VEZ

Tal vez me cree, tal vez no.


Tal vez me case con él, tal vez no.
Tal vez el viento de la pradera,
el viento del mar, tal vez,
alguien en alguna parte, tal vez, podrá decirlo.
Recostaré mi cabeza sobre su hombro
y si él me pregunta le diré que sí,
tal vez.

VENTANILLA

La noche desde la ventanilla de un tren


es una inmensa suave cosa oscura
cortada por rayas de luz.

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CANASTO

Hable, señor, y sea sabio.


Hable escogiendo sus palabras, señor,
como una vieja inclinada sobre un canasto
de manzanas.

BRILLO

Suéltese el pelo, señora.


Cruce las piernas y siéntese ante el espejo
y mire largamente las arrugas bajo sus ojos.
La vida escribe; bailan los hombres.
Y usted sabe cómo los hombres pagan a las mujeres.

DESEADORA

Los deseos dejaron en tus labios


la marca de sus alas.
Las añoranzas elevan cometas en tus ojos.

¿QUIÉN?

¿Quién puede hacer un poema de las profundidades del


cansancio
y hacérselo entender a los que nunca han visto las
profundidades?

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Los que ordenan lo que quieren


cuando lo quieren.
¿Podrán comprender a los miles de abajo
que vuelven a casa donde su esposa y sus hijos, de noche
y noche tras noche, hasta aquí demasiado valientes e indó-
mitos,
para decir: “Todo me duele”?
¿Cómo puede un poema ocuparse del costo de
producción
y dejar fuera definida miseria que paga
un precio permanente en salud destrozada y temprana
vejez?
¿Cuándo se pondrán ingenieros y poetas de acuer-
do en un programa?
¿Será un día frío? ¿Será una hora especial?
¿Habrá algún tonto entonces?
Y si es así, ¿quién?
¿Y qué dice la Biblia Cristiana?
¿Y el Koran mahometano y Confucio y los sintoístas?
¿Y las Encíclicas de los Papas?
¿Habrá algún tonto entonces?
Y si es así, ¿quién?

LA ESPERANZA ES UNA BANDERA HECHA


TRIZAS…

La Esperanza es una bandera hecha trizas y un sueño a


destiempo,

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La Esperanza es una palabra hilada en el corazón, el


arcoíris, la mata de sábalo toda de blanco,
la estrella de la tarde inviolable sobre las minas de carbón,
el temblor de las luces del Norte en una amarga noche de
invierno,
los cerros azules detrás del humo de las fábricas de acero,
los pájaros que siguen cantando a su pareja en paz, guerra,
paz,
las bombillas-cocuyos de a diez centavos floreciendo en
una venta de autos usados,
la herradura en la puerta, el amuleto en el bolsillo,
el beso y la confortante risa y resolución.
La Esperanza es un eco, la Esperanza se anuda más allá,
más allá.
La grama primaveral que aparece donde menos se espera,
la rodante vaporosidad de nubes blancas en un cambiante
cielo,
las radiodifusiones de cuerda del Japón, campanas de
Moscú,
la voz del primer ministro de Suecia transportada
sobre el mar en pro de una familia universal de naciones,
y niños cantando coros al Niño Jesús,
y Bach radiodifundido desde Belén, Pensilvania,
y altos rascacielos prácticamente vacíos de ocupantes
y manos de hombres fuertes buscando apretones de
manos,
y el Ejército de Salvación cantando Dios nos ama...

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GRAMA

Amontonadlos alto en Austerlitz y Waterloo.


Echadles tierra y dejadme trabajar.
Soy la grama; lo cubro todo.

Y amontonadlos alto en Gettisburg,


y amontonadlos alto en Iprés y Verdún.
Echadles tierra y dejadme trabajar.
Dos años, diez años, y los pasajeros preguntan al
conductor:
¿Qué sitio es este?
¿En dónde estamos?

Soy la grama.
Dejadme trabajar.

CORRIENTE ARRIBA

Los hombres fuertes siguen llegando.


Van cayendo a balazos, ahorcados, enfermos, destrozados.
Siguen viviendo, luchando, cantando, buceando en la
suerte.
Las fuertes madres sacándolos fuera...
Las fuertes madres sacándolos de un mar oscuro, una
extensa pradera, una inmensa montaña.
Gritad aleluya, gritad amén, gritad mil gracias.
Los hombres fuertes siguen llegando.

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POLLITA LORIMER

Todos amaban a Pollita Lorimer en nuestra aldea,


allá lejos.
Todos la amaban.
Porque todos amamos una resuelta muchacha que atrapa
un sueño que quiere.
Nadie sabe ahora dónde fue Pollita,
nadie sabe por qué empacó su cofre... unas pocas cosas
viejas,
y se marchó,
con su minúscula barbilla
alzada hacia delante,
y sus suaves cabellos meciéndose al
desgaire
bajo el sombrero aludo,
bailarina, cantora y riente amante apasionada.
¿Eran diez o cien hombres los que a Pollita Lorimer
seguían?
¿Eran cinco o cincuenta corazones heridos?
Todos amaban a Pollita Lorimer
y nadie sabe adónde se marchó...

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Vachel Lindsay
(1879-1931)

PRÓLOGO DE LAS “RIMAS


PARA VENDER POR PAN”

Hasta el mañoso y amargo,


con ruindades de europeo,
viéndolo tan indigente
acogía al forastero.
No pedía otros favores
que un auditorio y un techo,
al apagarse el crepúsculo
juglar cantando y pidiendo.
“Bienvenido”, dijo el rico.
Aun los ricos eran buenos.
¡Qué extraño que en los banquetes
su canto se lo entendieron!
Le abren sus puertas los pobres
que han sido también romeros,
que sin el techo de un árbol
han dormido en el sereno.
Los pobres le abren sus almas,
donde no hay recelos negros.
Aman sus cuentos de mago
y compran con pan sus versos.

Fueron sus días de gloria,


fueron sus mejores tiempos.

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Por eso ahora el cantor


se hace mendigo de nuevo.

LINCOLN PASEA A MEDIANOCHE

Es un portento y es cuestión de estado:


aquí, a la medianoche, en nuestra aldea,
sale un hombre de luto y sin reposo
junto al viejo cabildo se pasea.

O por su casa o en patios sombríos


donde jugaban sus chicos otrora,
o en el mercado, en las piedras gastadas
hasta que apaga los astros la aurora.

Flaco y bronceado. El viejo traje oscuro,


la famosa chistera, el paño usado.
Curiosa gran figura, tan querida,
del buen maestro, el campestre abogado.

Ya no puede dormir en su colina,


vuelve a estar con nosotros, a su casa,
y nosotros, despiertos y agitados,
nos salimos a verlo cuando pasa.

Va pensando en los pueblos y los reyes.


¿Cómo dormir si el mundo en llanto grita?
¡Tanto inocente campesino en guerra!

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¡Tantos hogares que el terror agita!


Ve el crimen de los amos de la guerra.
Ve sus acorazados con horror
y pesan mucho en sus envueltos hombros
la crueldad, la locura y el dolor.

Reposará cuando un alba de espíritu


venga la vieja Europa a libertar
y en liga de hombres sobrios, el trabajo
reine en paz en las Eras, Alpe y Mar.

Porque los reyes todavía matan,


su pena por el hombre aún no termina.
Vuelva la blanca paz para que él pueda
ir a dormir de nuevo en su colina.

LOS BÚFALOS COMEDORES DE FLORES

Los búfalos comedores de flores de la primavera


en los días de antaño,
corrían donde cantan las locomotoras
y las flores de la pradera yacen dormidas;
la ondulante, floreciente hierba perfumada
es expulsada por el trigo,
ruedas y ruedas y ruedas van rodando
en la primavera que es dulce todavía.
Pero los búfalos comedores de flores de la primavera
se fueron desde antaño.

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Ya no cornean más, ya no mugen más,


y las colinas no rondan más:—
con los Piesnegros yacen dormidos
con los Pawnees yacen dormidos.

WASHINGTON D.C.

Aquí, por así decirlo, en el centro de la ruidosa Roma,


aquí, alejados hasta donde es posible del campo,
aquí donde los amos de la política
se ufanan del petróleo,
untados de óleo,
petróleo de sus pozos ladrones,
donde dinero y piedra y oraciones se combinan,
aquí en Washington, D. C.,
aquí donde los pecados se refinan y refinan,
aquí donde se imitan los mismos muros de Roma,
los templos y columnas del Imperio de Roma,
nos acordamos de los días en que los tigrillos mantenían
despierto
el campamento, y nos daban miedo,
cuando el puercoespín y el osito tierno agitaban la maleza,
y el viento más amistoso nos parecía frío y malcriado.
Nos acordamos del terror de las noches con hoguera,
de cómo esperábamos besar bien a la tierra,
a pesar del temor, y no esperábamos del todo en vano,
de cómo esperábamos días salvajes, limpios en el poder,
de cómo buscábamos la hermosa hora de las cabañas,
de cómo pensábamos gobernar,

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llevando a los hombres a la cabaña de una escuela solitaria.


Nos acordamos de nuestro orgullo pionero americano,
de nuestro altivo desafiar que no ha muerto todavía
aquí, por así decirlo, en el centro de la ruidosa Roma,
en Washington D. C.
donde se imitan los mismos muros de Roma.

EN LOOR DE JUANITO EL MANZANERO (JOHNNY


APPLESEED)

I. Sobre la barricada de los apalaches


Para ser leído como
hojas viejas en el
olmo del Tiempo,
por las que se cuelan
blandos vientos
con frases y rimas.

En los días del Presidente Washington,


la gloria de las naciones,
polvo y ceniza,
nieve y cellisca,
y trigo y heno y avena,
soplaban hacia el Oeste,
cruzaban los Apalaches,
hallaban las ciénagas de hojas podridas, los pastos tiernos
de los ciervos,
las fincas del futuro lejano

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en el bosque.
Potrillos saltaban las cercas,
bufando, brincando, chasqueando, olfateando,
con gastronómicos cálculos,
cruzaban los Apalaches,
murallas del oeste de nuestra ciudadela,
a convertirse en unicornios de cuernos de oro,
de fiesta en las brumosas, voluntarias fincas del bosque.
Los más rayados, los más bochincheros gatitos huían
maullando “Yankee Doodle Dandy”.
Renunciaban a sus parientes pobres,
cruzando los Apalaches,
a convertirse en tigrillos
en el bosque humorista.
Los pollitos huían
de las congregaciones de los corrales,
cruzando los Apalaches,
a convertirse en trompetas de ámbar
en las murallas de nuestra ciudadela y nido de
vagabundos,
heraldos mileniales
del brumoso laberíntico bosque.
Los cerdos se soltaban, se dispersaban hacia el Oeste,
despreciaban sus cochinos paraderos,
cruzaban los Apalaches,
a convertirse en errantes, espumeantes jabalíes
del bosque.
Los más chiquitos, los más pipiriciegos perritos gateaban
al Oeste

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mientras se iban abriendo sus ojos,


y, con borrosas percepciones,
cruzando los Apalaches,
ladrando, ladrando, ladrando
a las luciérnagas y las luces de los pantanos y las quiebra
platas,
a convertirse en lobos feroces
del bosque.
Loros locos y canarios volaban hacia el Oeste,
ebrios de las revelaciones de mayo,
cruzaban los Apalaches,
a convertirse en hadas delirantes, vestidas de flores
del perezoso bosque.
Los más pretenciosos cisnes y pavorreales se lanzaban al
Oeste,
y, a pesar de blandas consideraciones,
cruzaban los Apalaches,
y se convertían en fulgurantes almas de guerreros
del bosque,
cantando las vías
del Anciano de Días.
Y los “Viejos Continentales
con harapos regimentales”,
con poéticas imaginaciones,
cruzaban los Apalaches.
Y
un niño
fue al Oeste,
y con oraciones y encantaciones
y con “Yankee Doodle Dandy”,

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cruzó los Apalaches,


y era “el joven John Chapman”,
luego
“Juanito el Manzanero, Juanito el Manzanero”,
capitán de las vastas extensiones,
y en su morral de viajero,
en un saco de cuero de venado,
los bellos huertos del pasado,
los espíritus de la floresta y del sembrado—
En su morral de viajero,
en la bolsita de cuero,
los duraznos de mañana, las peras y las cerezas,
las uvas de mañana y las rojas frambuesas,
las semillas y las almas de árboles, cosas preciosas,
emplumadas con microscópicas alas,
todos los campos que el corazón del niño conoce,
y la manzana, verde, roja, y blanca,
sol de su día y de su noche—
La manzana, aliada de la espina,
hija de la rosa.
Portales nunca hollados de las casas del bosque
todas delante de él, y todo el día,
“Yankee Doodle” su canción de caminante;
y el viento de la tarde
acompañaba las melodías
de sus salmos de alabanza
cuando cantaba las vías
del Anciano de Días.
Dejando atrás la augusta Virginia,

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el orgulloso Massachusetts, y el orgulloso Maine,


plantando los árboles que van a marchar y extenderse
en su nombre hasta el gran Pacífico,
como el bosque de Birnam a Dunsinane,
Juanito el Manzanero caminó,
toda cadena rompió,
amando todo lodoso matorral,
amando toda culebra y marsupial,
amando todo curtido potrero,
Juanito el Manzanero, Juanito el Manzanero,
amo y señor del bosque de saltos de unicornio,
del bosque de maullidos,
del bosque de trompeta de gallo, de espuma de jabalí, de
rapiña de lobo,
del bosque de hadas encantadas y aparecidos,
estupendo y sin fin,
explorando peligrosas vías
en nombre del Anciano de Días.

II. Los indios lo adoraban, pero él seguía adelante

Reyes pintarrajeados en los claros del bosque


lo oyeron pidiéndole a las águilas sus amigas
guardar las semillas plantadas y las tiernas hojas.
Entonces él fue un dios, en el sueño de los indios pieles
rojas.
Entonces los jefes le trajeron tesoros grotescos y bellos,—
mágicos avalorios y pipas y escopetas,
cuentas y pieles de sus tiendas de hechicería,—
le pusieron sagradas plumas en los cabellos.

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Lo aclamaron con austera alegría.


El dios de la siembras pasaba la noche con ellos.

Cuando la última nieve del árido Lago de Erie,


azotando rocas y ríos y cañas venía,
toda la santa noche había gran hechicería
para Jonathan Chapman,
Juanito el Manzanero,
Juanito el Manzanero;
y como si fuera su corazón una gavilla al viento,
como si fuera su corazón un nido recién hecho,
como si su casa del cielo fuera su pecho,
se le posaban los pinzones-de-las-nieves cantando gloria,
y oigo el pájaro de su pecho cantar su historia,
oigo cómo tiembla el espíritu del bosque todavía,
oigo el grito de los huertos grises y viejos, todavía,
sombríos y derruidos, junto a los ríos,
y las tímidas alas de los espíritus de los pájaros golpeando,
y el espíritu de los tam-tam golpeando, golpeando.
Oye, al leer
el galope
de un venado
en la nieve.
Y mira, junto
a su rastro,
huellas ensan-
grentadas
que conocemos.
Pero él dejaba sus tiendas y su amor.
El alba lo encontraba altivo y serio,

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besaba los bebés indios suspirando,


se marchaba a vivir de cortezas y raíces,
a vivir en los árboles, mientras pasaban los años gritando.
Llamando a los gatos monteses por su nombre,
a los toros búfalos que nunca ha domado el hombre.
No matando jamás los animales vivos,
jugando con los pájaros deportivos,
con los pomposos chompipes bromeando,
con las águilas pescuezudas boxeando y gritando;
poniéndose sus plumas en el pelo,
plumas de chompipe,
plumas de águilas reales
cambiando corazones con todos los climas y animales.

Ve pasar, al leer
convenciones
de venados,
los machos
sacuden
sus cuernos.
Los velludos
venaditos
vuelan.

Pasaba, alado, coronado de maravillas,


desarmado, descalzo, con el pecho desnudo.
Los arces, esparciendo sus semillas,
le hablaban a sus semillas de manzana en el suelo.
Vastos castaños, con naciones de mariposas,
le hablaban en silencio a sus semillas.

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Y daban el salto mortal las ardillas,


y las zorras bailaban el fandango de Virginia;
y el espino y la espina-de-cangrejo empapados de lluvia
se doblaban,
y volcaban sus flores sobre su pelo negro noche;
y los venaditos al escuchar sus sermones se paraban;
y sus ojos negros brillaban entre el fulgor de la selva,
y él hundía sus manos de muchacho en la tierra recién
volteada,
y por la virtud de su plegaria nacían dulces retoños en las
ramas,
y corría con el conejo y dormía con el río,
y corría con el conejo y dormía con el río,
y corría con el conejo y dormía con el río.
Y hacía para nosotros muy grande hechicería,
y hacía para nosotros muy grande hechicería,
y hacía para nosotros muy grande hechicería.
En los días del presidente Washington.

III. La vejez de Juanito el Manzanero

Muchos años después, muchos años,


cuando los colonos pusieron vigas y travesaños,
a los pájaros les preguntaban: ¿Quién nos dio esta fruta?
¿Quién guardó este cercado hasta que las semillas
arraigaban?
Para ser leído
como lejano
galope de venados
que hace

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tiempo dejaron
los pastizales
respetables, y
parques y
prados,
y un palpitar
de venados
que vuelven de
nuevo
cuando el
bosque, una vez
más es el
amo del
hombre.
“¿Quién trajo estas ramas?” Al cielo le preguntaban,
y nadie respondía.
Pero el petirrojo pudo haber dicho,
“más allá del Oeste se marchó tras del sol
cuando su vida y su imperio apenas empezaban”.
Macerado como un monje, con un trono por premio,
desnudo, como los sabios de la India de almas de hierro,
togado como una estatua,
en hilachas como un espantapájaros,
su yelmo una vieja palangana de lata,
pero llevado por el amor del corazón humano,
¡más bien puesto que el yelmo de Tamerlán!
Peludo Ainu, salvaje de Borneo, Robinson Crusoe—
¡Juanito el Manzanero!
Y el petirrojo pudo haber dicho,
“se va sembrando hacia el lejano, el nuevo Occidente,

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con la manzana, sol de su pecho ardiente—


La manzana aliada de la espina,
hija de la rosa”.

Washington enterrado en Virginia,


Jackson enterrado en Tennessee,
Lincoln pequeño, criándose en Illinois,
y Juanito el Manzanero, sacerdotal y libre,
sarmentoso y nudoso, mayor de setenta años,
plantando todavía en las montañas solo.
Ohio y la joven Indiana—
fueron sus grandes piedras de ara
donde la carne y la sangre todavía ofrendara.
Veinte días delante de los indios, veinte años delante de
los blancos,
por fin los indios lo alcanzaron, por fin los indios lo
pasaron;
por fin los blancos lo alcanzaron, por fin los blancos lo
pasaron;
por fin sus árboles lo alcanzaron, por fin sus árboles lo
pasaron.
Muchos gatos eran mansos otra vez,
muchos potros mansos otra vez,
muchos cerdos eran mansos otra vez
muchos canarios mansos otra vez;
y la única frontera era su pecho quemado de sol.
Del llameante corazón de esa manzana,
la tierra daba divinos amarantos de manzana.
Los huertos del amor subían hasta los cielos del Oeste.

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Y nevaban el barro de la tierra con sus flores.


Los peones de las fincas en las tierras de los santos
bailaban sobre las nieblas con sus lindas mujeres;
y Juanito el Manzanero se reía en sus sueños,
y nadaba otra vez en los ríos helados.
Y las palomas del espíritu volaban entre las horas,
con cantos de perdición, cantos de amor, cantos de
muerte, cantos de sueño;
y Juanito el Manzanero, todo aquel año,
levantaba sus manos al cielo lleno de fincas,
a los recogedores de manzana trabajando allá arriba;
y así otra vez su juventud volvía,
y hacía para nosotros grande hechicería—
Juanito el Manzanero, el hechicero.
Después
el sol era su vieja cuba rota derramada,
vertiendo sus jugosas manzanas,
sobre terrazas sucesivas,
brincando entre los oros,
un ángel en cada manzana que caía al suelo del bosque,
una urna electoral en cada manzana,
grandes escuelas secundarias, grandes universidades,
toda América en cada manzana,
cada roja, rica, redonda luna rebotante
que tocaba el suelo del bosque.
Como rollos de pergaminos y enrolladas banderas de
seda,
veía desenrollarse las frutas,
y todas nuestras esperanzas escritas en el sueño de una
flor silvestre.

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¡Confusión, y dulzura de muerte, y un matorral de espina


de cangrejo!
Corazón de un centenar de medianoches, corazón de
mañanas compasivas.
Ramos de cielo doblados por el peso de su alquimia,
aires perfumados, y pensamientos de maravilla.
Y el rocío en la hierba y sus lágrimas frías
bajo el mismo misterio cobijadas,
aunque el ruidoso rayo de la muerte cayó sobre él,
aunque el ruidoso rayo de la muerte lo derribó—
los ramos y los altos pensamientos aparecieron tras el
rayo,
hasta que él vio nuestra inmensa nación, cada estado una
flor,
cada pétalo un parque para sagrados pies,
con alegres venados salvajes en las calles,
con alegres venados salvajes en las calles,
la perspectiva de diez mil años, iluminados de flores y
completos.
Oíd las perezosas hierbas murmurando, las bahías y los
ríos susurrando
desde Michigan a Texas, desde California a Maine;
escuchad a las águilas gritando, llamando,
“Juanito el Manzanero, Juanito el Manzanero”,
allá junto a las puertas del viejo Fuerte Wayne.
En la cama de cuatro pilares que construyó Juanito el
Manzanero,
las lluvias del otoño eran las cortinas y las hojas del otoño
eran la colcha.

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Él se acostó dulcemente y durmió toda la noche,


como una piedra lavada, blanca,
allá junto a las puertas del viejo Fuerte Wayne.

EUCLIDES

Trazó una rueda el viejo Euclides


sobre la arena siglos ha
y la cercó por todos lados
con ángulos, así y asá.
Y sus amigos barbicanos
argumentaban por igual
sobre arcos y circunferencias
y diámetros y tal y cual.
Un silencioso niño al lado,
desde la aurora hasta la una,
miraba absorto las redondas,
lindas figuras de la luna.

A UNA MUCHACHA DE PELO DORADO EN UNA


ALDEA DE LOUISIANA

Eres una salida de sol,


si una estrella saliera en vez del sol.
Eres una salida de luna,
si una estrella saliera en vez de luna.
Eres la primavera,

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si una cara brotara en vez de rama de manzano en flor.


Eres mi amor,
si es tan sincero tu corazón
como tus tiernos ojos son.

LA PALOMA DE NIEVE NUEVA

Te doy una casa de nieve,


te doy la bandera del viento sobre ella,
te doy matas de nieve
en larga hilera,
te doy una paloma de nieve
y te pido
la ames.
La paloma de nieve entra volando
en la ventana de la casa de nieve,
es un espíritu
y no echa sombra,
su plañido es el plañido del amor
desde el prado,
el prado de nieve en que ella andaba toda brillo,
el lumínico, angélico prado.

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DOS VIEJAS CORNEJAS

Dos viejas cornejas se sentaron en un cerco.


Dos viejas cornejas se sentaron en un cerco.
Pensando en causa y efecto,
y hierbas y flores,
y leyes naturales.
Una de ellas balbuceó, una de ellas tartamudeó,
una de ellas tartamudeó, una de ellas balbuceó.
Cada una de las dos pensó mucho más de lo que habló.
Una corneja puso a la otra corneja un acertijo.
Una corneja puso a la otra corneja un acertijo:
la corneja que balbuceaba
preguntó a la corneja que tartamudeaba:
“¿Por qué la abeja tiene un dardo en su violín?”
“Porr-que”, dijo la otra corneja,
“Porr-que,
porrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr-que”.
Entonces una abeja voló junto al cerco:—
“Zummmmmmmmm mmmmm mmmmmmmmm
MMMMMMMMMMMMMMM”
Y estas dos negras cornejas
palidecieron,
y lejos, muy lejos se fueron.
¿Por qué?
Porrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr-que.
Porrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr-que.
“Zummmmmmmmmm mmmmmm mmmmmmmmm
MMMMMMMMMMMMMMM”

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LA TORTUGUITA

Había una tortuguita.


Que vivía en una caja.
Que nadaba en una poza.
Que se subía a las rocas.
Quiso morder a un mosquito.
Quiso morder a una mosca.
Quiso morder una pepesca.
Y quiso morderme a mí.
Pudo coger al mosquito.
Pudo coger la mosca.
Pudo coger la pepesca.
Pero no cogerme a mí.

MÍRAME, VOY A REZAR

Mírame, voy a rezar


mi vergüenza está llorando,
mi alma está gris y abatida,
y mi fe está agonizando.
Mírame, voy a rezar—
“Dulce María, hazme limpio,
tú, aguacero del alma,
vino de mundos no vistos.”

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Adelaide Crapsey
(1879-1914)

TRÍADA

Estas sean
tres cosas silenciosas:
la nieve que cae..., la hora
que precede a la aurora..., la boca de uno
que ha muerto.

NOCHE DE NOVIEMBRE

Oye...
con leve seco susurro
como pasos de sombras
las hojas, heladas, se quiebran en los árboles
y caen.

SUSANA Y LOS VIEJOS

“¿Por qué
así maquináis
maldad contra ella?” “Porque
es hermosa, delicada.
Por eso.”

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EL AVISO

Ahora
sobre el extraño
quieto anochecido..., tan extraño..., tan quieto...
Una blanca falena ha volado. ¿Por qué me estoy quedando
tan fría?

ENDECHA

Nunca más al ruiseñor


¡ay, mi amor!,
ni a la alondra nunca más
escucharás;

por más que tarde y mañana


toque, toque a tu ventana,
aunque amor venga a llamar
ya no podrás escuchar,
¡ay, mi amor!, ¡ay, mi amor!

PREGÓN

¡Mis cantos vendo, buen señor!


Venga a comprar.
Este a su dama hará llorar,
este de aquí la hará reír,

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y por este otro le será fiel


para siempre jamás.
¡Mi buen señor, venga a comprar!

¡Ah!, no; ¡no comprará!

¡Mis cantos vendo, linda niña!


Ven a comprar.
Este el hechizo de Liliz te enseña,
este de aquí el saber de Helena,
este conserva tu pelo dorado, dorado;
este tus ojos azules, azules;
¡mi linda niña, ven a comprar!
¡Ah!, no; ¡no comprará!

Si tuviera todo el dinero que quisiera


nunca mis cantos pusiera a vender,
nunca mis cantos pusiera a vender.

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Wallace Stevens
(1879-1955)

SOLILOQUIO FINAL DEL AMANTE INTERIOR

Luz primera luz de la tarde, como en un cuarto


en el que descansamos y, casi por nada, pensamos
que en el mundo imaginado es el último bien.

Este es, por tanto, el más intenso rendez-vous.


En este pensamiento es que nos recogemos,
fuera de todas las indiferencias, en una sola cosa:

Dentro de una sola cosa, un solo chal


bien envueltos en él, pues somos pobres, un calor,
una luz, sin poder, la milagrosa influencia.

Ahora aquí, nos olvidamos el uno al otro y de nosotros.


Sentimos la oscuridad de un orden, un total,
un conocer, lo que arregló la cita,

dentro de su vital circunscripción, en nuestra mente.


Decimos Dios y la imaginación son uno.
Cuan arriba la candela más alta ilumina lo oscuro...

Y fuera de esta luz, de esta mente central,


hacemos nuestra casa en el aire nocturno,
en que estar los dos juntos es suficiente.

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EN LAS CAROLINAS

Las lilas se marchitan en Las Carolinas.


Ya las mariposas aletean sobre las chozas.
Ya los recién nacidos interpretan el amor
en la voz de sus madres.

Madre sin tiempo,


¿cómo es que tus pezones de lavándula
por una vez dan miel?

El pino endulza mi cuerpo


El iris blanco me embellece.

METÁFORAS DE UN AUGUSTO

Veinte hombres cruzando un puente


a una aldea,
son veinte hombres cruzando veinte puentes,
a veinte aldeas,
o un hombre
cruzando un solo puente a una aldea.

Este es un viejo canto


que no se aclara solo...

Veinte hombres cruzando un puente


a una aldea
son

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veinte hombres cruzando un puente


a una aldea.

Que no se aclara solo


pero tiene sentido cierto...

Las botas de los hombres golpetean


en las tablas del puente.
La primera pared blanca de la aldea
surge entre árboles frutales.
¿En qué estaba pensando?
El sentido se me escapa.
La primera pared blanca de la aldea...
los árboles frutales...

EL HOMBRE DE NIEVE

Uno debe tener un ánimo de invierno


para contemplar la escarcha y las ramas
de los pinos encostrados de nieve;

y haber estado helado mucho tiempo


para mirar los juníperos mechudos de hielo,
los pinabetos ásperos en el distante resplandor

del sol de enero; y no pensar


en ninguna miseria con el ruido del viento,
con el ruido de unas pocas hojas,
que es el ruido de la tierra

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llena del mismo viento


que sopla en el mismo sitio vacío

para el oyente, que oye en la nieve,


y, nada él mismo, contempla
nada que no esté allí y la nada que está.

DE LA SUPERFICIE DE LAS COSAS

En mi cuarto, el mundo está más allá de mi comprensión;


pero cuando me levanto veo que consiste en tres o
cuatro colinas y una nube.

II

Desde mi balcón, inspecciono el aire amarillo,


leyendo donde había escrito,
“La Primavera es como una mujer bella desnudándose.”

III

El árbol de oro es azul.


El cantor se ha encajado la capa en su cabeza.
La luna está en los pliegues de la capa.

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ANÉCDOTA DE LOS HOMBRES POR MILLARES

El alma, dijo, se compone


del mundo entero.

Hay hombres del Este, dijo,


que son el Este.
Hay hombres de una provincia
que son esa provincia.
Hay hombres de un valle
que son ese valle.

Hay hombres cuyas palabras


son los sonidos naturales
de sus lugares
como el cacareo de los tucanes
en el lugar de los tucanes.
La mandolina es el instrumento
de un lugar.

¿Hay mandolinas en las montañas del Oeste?


¿Hay mandolinas en las lunas del Norte?

El traje de una mujer de Lhassa,


en su lugar,
es un elemento invisible de ese lugar
hecho visible.

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TEORÍA

Yo soy lo que me rodea.

Las mujeres entienden esto.


No se puede ser duquesa
a cien yardas de un carruaje.

Estos, pues, son retratos:


un vestíbulo negro;
una cama alta recubierta de cortinas.

Estos son sólo ejemplos.

PREDOMINIO DEL NEGRO

De noche, junto al fuego,


los colores de las ramas
y de las hojas caídas,
repitiéndose a ellas mismas,
daban vueltas en el cuarto,
como las hojas mismas
daban vueltas en el viento.
Sí; pero el color de los abetos abatidos
vino a grandes pasos.
Y yo recordé el grito de los pavorreales.

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Los colores de sus colas


eran como las hojas mismas
dando vueltas en el viento,
en el viento del crepúsculo.
Rodaron por el cuarto,
igual que volaron de las ramas de los abetos
cayendo al suelo.
Yo los oí gritar —los pavorreales.
¿Era un grito contra el crepúsculo
o contra las hojas mismas
dando vueltas en el viento,
dando vueltas como las llamas
daban vueltas en el fuego,
dando vueltas como las colas de los pavorreales
daban vueltas en el fuego chillón,
chillón como los abetos
lleno de gritos de pavorreales?
¿O era un grito contra los abetos?

Afuera de la ventana
vi cómo los planetas se juntaban
como las hojas mismas
dando vueltas en el viento.
Vi cómo la noche vino,
vino a grandes pasos como el color de los abetos abatidos
tuve miedo.
Y recordé el grito de los pavorreales.

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AL VIENTO RUGIDOR

¿Qué sílaba estás buscando


vocalíssimus,
en las distancias del sueño?
Dila.

TATUAJE

La luz es una araña.


Se arrastra sobre el agua.
Se arrastra por los bordes de la nieve.
Se mete entre tus párpados
y allí tiende sus telas,
sus dos telas.

Las telas de tus ojos


se amarran
a tu carne y tus huesos
como a vigas o hierbas.

Hay filamentos en tus ojos,


en la superficie del agua,
y en los filos de la nieve.

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OPTIMISMO MECÁNICO

Una señora muriendo de diabetes


escuchaba su radio,
sintonizaba ditirambos menores.
Así el cielo congrega corderos baladores.

Sus pulseras inútiles vibraban dulcemente


remando en la ondulante melodía,
y la idea de Dios ya no nacía
de las raíces de su cabello indiferente.

La idea de los Alpes alzábase imponente,


no tanto para en ellos perder la vida...
Juzgaba más sereno morir sencillamente,
partir bogando en la barca florida.

Acompañada por la exégesis


de cosas familiares en voz alentadora,
como en la Nochebuena y tantos villancicos.
¡Alegría, alegría, moribunda señora!

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PETER QUINCE, EN EL TECLADO

Así como mis dedos en las teclas


hacen música, así un íntimo son
música hace en mi espíritu también.

Música es sentimientos, pues, no son,


de modo, en fin, que lo que siento yo,
en este cuarto, deseándote a ti,

pensando en tu seda sombriazulada,


es música. Es lo mismo que la cuerda
herida en los ancianos por Susana.

En una tarde verde, tibia y clara,


ella se baña en su quieto jardín,
y, espiando, los ancianos de ojos rojos
sienten los bajos de su ser latir
en embrujadas cuerdas, y su sangre
pulsar los pizzicatos de un hosanna.

II

En la agua verde, tibia y clara,


Susana yacía,
buscaba
caricias de fontanas
y encontraba

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secretas fantasías,
suspiraba
de tanta melodía;

en la orilla, se puso de pies


al frescor
de emociones gastadas,
sentía, entre las hojas,
rocío
de antiguas emociones.

Caminaba en la grama,
tiritando todavía,
las brisas como sus doncellas
con pasitos medrosos
presentándole paños bordados,
pero vacilando.

Un aliento en su mano
paralizó la noche.
Volvióse.
Cimbales estallaron,
y estruendosas cornetas.

III

Presto, como batir de tamborinas,


acuden sus doncellas bizantinas,
cavilan porque llama su señora,
que, rodeada de ancianos, gime y llora.

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Y mientras cuchichean, se oye un son


como de lluvia en un sauce llorón.

No tarda mucho en que la antorcha acuda,


y a Susana, en la luz, miren desnuda.

Y, sonriendo, las criadas bizantinas huyen


como un batir de tamborinas.

IV

Lo bello es momentáneo en nuestra mente,


repentino vislumbre de un portal.
Pero en la carne es inmortal.

El cuerpo muere; su belleza vive.


Así mueren las tardes, en su verde partir,
ola, que nunca deja de fluir.
Así muere el jardín; su feble aliento siente
venir al fraile Invierno y se arrepiente.
De Susana la música tocó la cuerda obscena
de los ancianos canos, y luego, al escapar,
dejó a la Muerte sólo su irónico rascar.
Ya sólo toca ahora en su inmortalidad,
en la preclara viola de su memoria,
el constante sacramento de su gloria.

202
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H. L. Mencken
(1880-1956)

LA CAPITAL DE UNA GRAN REPÚBLICA

El Cuarto Secretario de la Legación del Paraguay


El empleado principal de la Comisión de la Cámara de
Representantes para Artes Industriales y Exposiciones
El secretario del secretario del Secretario de Trabajo
El hermano del ex-Diputado del tercer distrito de Idaho
El mensajero del bodeguero de la bodega del Senado
El portero de la oficina de la Comisión de la Cámara para
la disposición de papeles inútiles
El primer corresponsal del BANNER de Toomsboro Ga.,
en la galería de la prensa en el Senado
La estenógrafa del primer asistente entomólogo del
Bureau de Industrias Animales
El tercer asistente del principal computador de la Oficina
del Almanaque Naval
El Vice Fiscal General encargado de la investigación de
fraudes postales en los estados centrales del Sur
La ex-esposa del ex-secretario del ex-miembro de la
Comisión Comercial Interestatal
El hermano de la esposa del Encargado de Negocios de
Checoslovaquia
El agente de prensa del Capellán de la Cámara
El portero suplente, en funciones, de la galería de
visitantes del Senado
El nuevo Senador por Delaware

203
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El asistente del secretario del empleado principal de la


División de Revisión de Cuentas y Erogaciones, Sección
de Sellos y Abastos de la Administración de Correos
El Agregado Comercial de la Legación Americana en
Quito
El chofer del cuarto Sub-Administrador General de
Correos
El ascensorista suplente, en funciones, del Monumento de
Washington
El hermano de la esposa del cuñado del Vice-Presidente
La tía de la hermana de la esposa del encargado de la
Jefatura del Protocolo del Departamento de Estado
El vecino del primo del padrastro de la cuñada del
párroco del Presidente
La superintendente de las carretilleras del Almacén
provisional B 7, de la Oficina de Astilleros y Muelles
de la Marina
El asistente empleado confidencial del empleado principal
del principal registrador de la Oficina de Patentes
El ayuda de cámara del Presidente de la Corte Suprema.

EL SANTUARIO DE LA MEMORIA

El pueblecito de Kirkwall, en las Islas Orkney, envuelto


en una niebla de mediados de invierno, horizontal y
encantador como un grabado japonés.
San Francisco y el Golden Gate desde la cima de Twin
Peaks.

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Gibraltar en un día de primavera, todos tonos al pastel,


como el telón de fondo de una comedia musical.
Mi primera visión del trópico, las palmeras surgidas de
pronto entre la oscuridad de la madrugada, la tremenda
quietud, el olor agridulce, la inconmensurable extrañeza.
El Trentino una mañana gloriosa, subiendo de Verona al
Paso del Brenero.
Alemania Central de Bremen a Munich, todo en un sólo
día, con los manzanos en flor.
Copenhague, una noche de farra, con la Polizei por toda
la ciudad buscando al americano que arruinó el piano.
Cristianía en enero, con la estatua de Ibsen, encapuchada
de nieve apareciendo en la semi-oscuridad como un
fantasma en un sótano.
La playa de la isla Tybe, con el suave, escalofriante ruido
de los cangrejos.
Un niño que jugaba en un descampado de una población
abandonada de Dios en el desierto de Wyoming.
El montoncito de piedras en la costa de la isla de Watling
(San Salvador), que señala el lugar del desembarco de
Colón.
Una aburrida noche en un hotel de Buffalo, leyendo la
Versión Americana Revisada del Nuevo Testamento.
El día que recibí las pruebas de mi primer libro.

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Witter Bynner
(1881-1968)

UN FINQUERO RECUERDA A LINCOLN

“¿Lincoln?”—

Bueno, yo estuve en el antiguo Segundo Regimiento de


Maine,
el primer regimiento del Estado del Pino que llegó a
Washington?
Claro que no llegué a sentir el olor de la pólvora;
solo estuvimos allá para guardar la capital—
todos nosotros éramos novatos.

Nunca he estado en el teatro en mi vida—


No supe, pues, de qué manera conducirme.
Aún puedo ver tan claro como si fuera mi sombrero el
palco en que él estaba
cuando lo tiraron—
¡Créame, amigo, hubo un gran pánico
cuando encontramos que el presidente estaba como
estaba!
Nunca vi un soldado en el mundo que no lo quisiera.

Sí, amigo. No se olvidaba su figura así no más.


Era un hombre enjuto,
era un finquero.
Todo estaba muy bien, ya lo creo,

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aunque no era bien parecido que se diga,


nada de eso.
Cara flaca, pescuezudo,
y el labio grueso como salido.
Y era un tipo divertido— siempre bromista;
y no estaba tan encumbrado que los muchachos no
pudieran hablarle en su manera de ellos.
Cuando yo estaba de servicio en el Hospital,
él solía venir y me decía: “Estás muy bien aquí.”
Animarnos, ve usted.
Y se agachaba y les hablaba a los muchachos—
Y les hablaba con tanta intimidad —tan cariñoso—
Por eso es que le digo que era un hombre del campo.
No le quiero decir que no haya estado bien todo lo de él,
me entiende,
nada más que —bueno, yo era un finquero—
Y él era mi vecino, el vecino de todos,
apuesto que hasta a ustedes los jóvenes de ahora les
hubiera gustado.

COMPAÑEROS DE TREN

Fuera de Shasta, las nevadas cumbres


son una gloria, pero las desdeñas
porque ya has visto picos de montañas,
pero no mi periódico. Así hablamos.
Cigarrillos, sonrisas; buen comienzo
de un cómodo intercambio de distancias.

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Tú, joven ingeniero, de estatura


de cinco pies siete pulgadas, pecho
cuarenta y cinco y fútbol en tu cielo.
Que amas la carretera limpia y nueva,
y que arrancas las flores que le prestan
una belleza ajena a lo geométrico,
y yo, un poeta, adicto a mis maestros,
leyendo aquí las animosas cartas
de Jorge Meredith, y al mismo tiempo
participando en la mezclada charla
de un tamborista, un cura y un cirquero,
todos absortos en sí mismos —Como
tú en ti y yo en mí—, feliz identidad.

Después de un rato en que salieron otros,


nosotros nos quedamos, atraídos
por cierta afinidad que hasta hoy comprendo,
porque tú hablabas de fútbol entonces,
y yo de versos, hasta que supimos
que éramos ambos universitarios,
y fumamos más cómodos, sonriendo;
yo, de Cambridge, te dije, poeta siempre,
“conozco vuestro lindo teatro griego
de Berkeley”. Alzando tu cabeza griega,
“nunca jamás lo vi”, me respondiste—
“Al salir de las clases me iba siempre
a los campos de juego.”
Así pagabas,

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oh, joven ingeniero, tu tributo


a la parte mejor, como yo mismo.
Sin duda la belleza está en los templos,
pero viviente alienta en los atletas,
cuando sacuden rápidos sus rizos,
que son, más adorables porque mueren.
Eres tú tan poeta como yo
aunque haya diferencia en lo que hacemos,
y yo soy tan atleta como tú
porque tú sabes mi cuarto de milla
y tu cuarteta yo; nos entendimos.
¿Quién sabe si otra vez nos encontramos
con que cirquero y tamborista marchen,
no atrás, sino adelante en el Estado—
como hoy el lanzadiscos y el poeta?

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James Oppenheim
(1882-1932)

EL ESCLAVO

Libertaron al esclavo, rompiendo sus cadenas...


Y quedó tan esclavo como siempre.

Estaba todavía encadenado al servilismo,


estaba todavía maniatado a la indolencia y la pereza,
estaba todavía atado por el miedo y la superstición,
la ignorancia, la suspicacia, el salvajismo...
La esclavitud no estaba en las cadenas,
sino en él mismo...

Solo se pueden libertar los hombres libres...,


y esto es innecesario:
los hombres libres se libertan solos.

LA QUE CORRE EN LOS CIELOS

¿Quién es esa que corre en los cielos


con su flotante bufanda de estrellas,
con nuestra tierra y sol rondando como abejas su corazón
en flor?
Sus pies van en los vientos donde el espacio es hondo.
Sus ojos son velados, nebulosos,
vuela en la noche en busca de un amante lejano.

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UN PUÑADO DE POLVO

Me incliné hasta la tierra callada y alcé de ella un puñado


de polvo...
¿Era un puñado de humanidad lo que empuñaba?
¿Era la atomizada y esparcida belleza de una mujer o de
un bebé?
Porque el viento esparce por las colinas de la tierra el
polvo de las marchitas generaciones,
y no hay ni una gota de agua en el mar que no haya sido
gota de sangre o lágrima,
y no hay ni un átomo en la savia de una hoja o de
un capullo que no haya sido savia de amor de un
ser humano,
y no hay terrón que no haya sido rosada curva de un
labio, un pecho, una mejilla...
Puñado de polvo, tú me asombras...
Nunca soñé que el mundo estuviera tan lleno de los
muertos;
ni el aire que respiro tan rico de pasado sorprendente
¿Besos de qué muchachas hay en el viento?
¿Lamentos de qué muerte en las rompientes olas que
arroja el mar?
Me hallo envuelto en un aire de alas en fuga,
me hallo engolfado en nubes de vidas de amor pasadas...
¿Quién se inclina allá lejos? ¿Helena de Grecia?
¿Quién camina a mi lado? ¿Isolda?
Los árboles están brotando flores del pecho de Julieta,
y la abeja chupa miel en los labios de David...

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Ven, muchacha, camarada,


párate junto a mí, tú, la quemada de sol, con tus brillantes
ojos alzados,
mira este polvo...
esto eres tú; esto, de la tierra que pisas, eres tú:
¿Por qué milagro alzada? ¿Por qué magia modelada?
¿Soplada por qué dios?
Y dentro de cien años alguno como yo podrá venir
e inclinarse y alzar un puñado de la suave Tierra,
y no soñar jamás que allí en la palma de su mano
yace la que reía y corría y vivía junto a este mar
en una tarde cien años antes...

Escucha al polvo de esta mano:


¿Quién es el que trata de hablarnos?

HEBREOS

Vengo de una raza potente... Desciendo de una raza muy


potente...
Adán era un hombre potente y Noé un capitán de las
movibles aguas,
Moisés era un austero y espléndido rey, oh, sí, tal fue
Moisés...
Dadme más cantos cual los de David que agiten mi
garganta hasta la boca del abdomen,
y dejadme rodar en el trueno de Isaías...

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¡Eh! El más potente de nuestros jóvenes nació bajo una


estrella en pleno invierno...
Su nombre se halla escrito en el sol y escarchado en la
luna...

La tierra lo respira como una eterna primavera, es un


segundo cielo sobre la tierra...

¡Potente raza! ¡Potente raza! —mi carne, mi carne


es una copa de cantos,
es un pozo en el Asia...
Camino con tenebroso corazón mientras las épocas se
asientan en un divino estruendo...
Mi sangre está batida de cimbales y los aretes de las
bailarinas en ella tintinean...
Arpa y salterio, arpa y salterio me embriagan el espíritu...
Soy del pueblo terrible, soy de los extraños hebreos...
Entre los enjambres fijos como estrellas enraizadas mi
gente es un cometa fugitivo,
errante de la Eternidad, el eterno Judío Errante...
¡Eh! Nos hemos vuelto contra los más potentes jóvenes
nuestros
y en esa negación abarcamos al Cristo
y a los dos ladrones a los lados del Cristo,
y a la Magdalena a los pies del Cristo,
y al Judas que por treinta monedas de plata vende al
Cristo,
y nuestros veinte siglos en Europa tienen la forma de una
Cruz,

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de la que colgamos en oprobio y gloria...


¡Potente raza! ¡Potente raza! —mi carne, mi carne
es una copa de cantos,
es un pozo en el Asia.

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Archibald Macleish
(1892-1982)

ARS POÉTICA

Un poema ha de ser palpable y mudo


como englobado fruto.

Mudo
como un antiguo medallón al golpe del pulgar.

Silente como piedra alisada


de un poyo de ventana que el musgo invade.

Un poema ha de ser, sin palabras,


como vuelos de pájaros.

Un poema ha de ser inmóvil en el tiempo,


como la luna asciende.

Pasando, como la luna suelta,


ramilla por ramilla, la noche de los árboles.

Dejando, como la luna tras las hojas en invierno,


recuerdo por recuerdo nuestra mente.

Un poema ha de ser inmóvil en el tiempo,


como la luna asciende.

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Un poema ha de ser igual a


no verdadero.

Para toda la historia del dolor,


un portal vacío y una hoja de arce.

Para el amor,
las hierbas inclinadas y dos luces sobre el mar.

Un poema no ha de significar,
sino ser.

CARTA AMERICANA

El viento es del este, pero el calor continúa,


azul y sin nubes, el ruido de las hojas delgado,
seco como un crujido de papel, entrecruzado
por el chillido de rechinar de pizarra del grillo.
El mecerse de
pinos es el sonido bajo. En el correr del viento
las zanahorias silvestres huelen a sol ardiente.
¿Por qué iba yo a pensar en los delfines de Capo di Mele?
¿Por qué iba yo a ver en el pensamiento la vela tirante
y la colina sobre St.—Tropez y tu mano en el timón?
¿Por qué se iba a turbar mi corazón por las palmeras quietas?
Yo no soy ni un muchacho vendido ni un empleado chino
enviado a añorar en Pa algún plato de Lo-Yang.

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Esta es mi propia tierra, mi cielo, mi montaña.


Esta —no los susurrantes pinos y la resaca y el rumor
en la Ferme Blanche, ni Port Cros en el crepúsculo y la
bahía
donde flotan el barco inmóvil y la estrella ahogada.
Yo no soy ni Po Chü-i ni ningún otro después de él
lejos de su casa, en una tierra extraña, loco
por el habla de los suyos y el sabor de sus lechugas.
Esta tierra es mi tierra natal. Y sin embargo
siento nostalgia por los techos rojos y los olivos,
y las palabras extranjeras y el olor del otoño del mar.
¿Cómo puede un hombre sensato tener dos patrias?
¿Cómo puede un hombre tener la tierra y el viento y querer
un país distante, extraño, con olor a palmeras
y la aliaga amarilla en las largas calmas al mediodía?
Es una cosa extraña —ser americano.
No es ni una vieja casa con sabor en el aire
a hierbas colgadas y el sol que regresa
año tras año a la misma puerta y la mantequillera
haciendo el mismo sonido en el fresco de la cocina
desde la madre a la esposa del hijo, y el lugar de sentarse
señalado al oscurecer por la piedra gastada, junto al brocal
del pozo
ni eso —ni los ojos como los ojos de los otros y el cráneo
con el mismo defecto y el parecido de las manos.
No es ni un lugar ni un nombre de sangre.
América es el Oeste y el viento que sopla.
América es una palabra grande y la nieve,
un camino, un pájaro blanco, la lluvia cayendo
una cosa que brilla en el espíritu y un grito de gaviotas.

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América no es ni una tierra ni un pueblo,


es la forma de una palabra, un viento que barre?
América es sola: muchos juntos,
muchos con la misma boca, con el mismo aliento,
vestidos lo mismo— y no hay hermanos entre ellos:
solo el habla enseñada y el arremedo de la lengua.
América es sola y las gaviotas gritando.
Es una cosa extraña ser americano.
Es extraño vivir arriba del mundo bajo la vista
del sol desnudo y las estrellas como viven nuestros huesos.
En los viejos países los hombres vivían junto a los ríos.
Construían sus ciudades en los valles cobijados por la tierra.
Nosotros habitamos el mundo por primera vez. Vivimos
en la mitad de la tierra, en la curva abierta de un continente.
El mar está separado del mar por la caída del día. La
aurora
cabalga el bajo este muchas horas con nosotros;
primero son los cabos, después son las costas, ahora
los azules Apalaches esfumados al salir el día;
los sauces tiemblan de luz en el largo Ohio:
los lagos esparcen el sol bajo: las praderas
resbalan de la sombra: en el remolino de aire puro
el humo se levanta de las altas llanuras de Wyoming:
las empinadas sierras se alzan: la espuma batida
fulgura bajo los pies del viento en el lejano Pacífico.
Ya el mediodía se inclina en los acantilados del este:
los olmos ensombrecen la puerta y las lilas pesadas de
polvo.
Es extraño dormir bajo las desnudas estrellas y morir

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en una tierra abierta donde pocos han sido enterrados


antes de nosotros:
(de la tierra nueva los muertos nunca regresan)
Es extraño haber nacido sin raza ni pueblo.
En los viejos países hay muchos juntos. Conservan
el sabio pasado y las palabras dichas en común.
Recuerdan a los muertos con sus manos, sus bocas mudas.
Se dirigen dos palabras unos a otros si se encuentran.
Viven juntos en casitas pequeñas. Comen
el mismo plato, su bebida es la misma y sus proverbios.
Su juventud es igual. Son iguales en el amor.
Son muchos hombres. Siempre hay otros junto a ellos.
Aquí hay un hombre solo y otro y extendido
en las sombrías colinas el humo tenue de las casas.
Aquí hay un hombre solo y el viento en las ramas.

Por eso añoramos las aguas del sur.


El olor de la aliaga nos vuelve a la memoria de noche.
Añoramos los techos rojos y los olivos;
añoramos las pisadas y las voces...

Por eso no nos iremos aunque nos llame el mar.

Esta es nuestra tierra, este es nuestro pueblo.


Esto que no es ni tierra ni raza. Debemos
segar aquí el viento en la hierba para la cosecha del alma:
aquí debemos comer nuestra sal o que mueran de hambre
los huesos.
Aquí debemos vivir o vivir sólo como sombras.

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Esta es nuestra raza, nosotros que no tenemos ninguna,


que no hemos tenido
ni las viejas murallas ni las voces alrededor de nosotros,
esta es nuestra tierra, nuestro antiguo suelo—
La tierra bruta, las sangres mezcladas y los extranjeros,
los ojos distintos, el viento, y los cambios del corazón.
Esto no lo dejaremos aunque lo viejo nos llame.
Esta es nuestra tierra natal, nuestra sangre, los nuestros.
Aquí pasaremos los años hasta que la tierra nos ciegue—
el viento sopla del este. Caen las hojas.
Lejos en los pinos un grajo se levanta.
El viento huele a niebla y a manzanas de monte maduras.

Recuerdo los mástiles en Cette y la dulce llovizna.

RETRATO AL ÓLEO DEL ARTISTA COMO ARTISTA

EL rechoncho M. Plíf está lavándose las manos de


América.
El rechoncho Mr. Plíf pintado en ocre con semejante pelo.

América en azul-verde-gris, color arena.


América es continente muchas tierras.

El rechoncho Mr. Plíf está lavándose las manos de


América.
Retratado en Pau en el propio lugar y le brillan los ojos.
Él se ve a sí mismo como exilado de todo esto,
como emigré de su tiempo a la historia.

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(Siendo la historia una casa vacía sin dueños,


un hombre práctico puede meterse por las secretas lápidas.)

Los muertos son excelentes anfitriones; no ponen objeciones.


Y ya dentro, bien puede condenar el postigo para el próximo,

y vivir una vida de clásico en un aire viciado consigo


mismo para el Pasado y su rostro en el espejo de
la Posteridad.

El Cinquecento no se parece para nada a Nome, o


Natchez, o Wounded Knee, o el
Shenandoach.

Tu vulgaridad, Tennessee; tu violencia, Texas;


las rocas en vuestros campos, Ohio, Connecticut;
tu barro, Missouri, tu barro; vosotros echasteis,
le ensombrecisteis su vida, purpúreos montes Apalaches;

ya es demasiadamente demasiado tu fluir, Mississipi.


Él prefiere una más nítida corriente con terraza para
pase antes y

cipreses mencionados en Horacio o Henry James.


Él prefiere un país donde todas las cosas lleven el nombre
de una

condesa o verdadero rey, o un palacio de verdad, o


alguna cosa en prosa y las cotizaciones en italiano.

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Hay mejor sombra para un artista bajo una higuera


que bajo toda la maldita hilera (piensa) de los Big Horns.

EPÍSTOLA PARA DEJARLA EN LA TIERRA

...Hace más frío ahora,


hay mucha estrella, nos deslizamos
al Norte por la Osa Mayor,
las hojas caen,
el agua es piedra en huecas rocas,
al sur,
rojo sol, aire gris,
los cuervos van
despacio en corvas alas,
los grajos nos dejaron,
hace tiempo pasamos los rayos de Orión,
todo hombre cree en su corazón que morirá,
muchos han escrito últimos pensamientos y últimas cartas,
nadie sabe si nuestras muertes son ahora o para siempre,
nadie sabe si esta errante tierra será hallada.
Yacemos y la nieve cubre nuestros vestidos,
ruego a vosotros,
vosotros (si alguien abre este escrito)
formar en vuestras bocas las palabras que fueron nuestros
nombres,

voy a deciros todo lo que hemos aprendido,


voy a deciros todo,

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la tierra es redonda,
hay ojos de agua bajo los huertos,
la greda corta con cuchillo romo,
cuidado con
los olmos en la tormenta
pensamos que nos ven,
también pensamos
que los árboles no saben ni las hojas de la hierba,
nos oyen,
los pájaros también son ignorantes,
no escuchan,
no se paran de noche en ventanas abiertas,
nosotros antes de vosotros oímos esto,
son voces.
No son palabras, sino el viento levantándose.
Tampoco entre nosotros ninguno ha visto a Dios.
(...Hemos pensado a menudo
que las franjas de sol en el tardío y espoleante tiempo
señalaban un árbol, mas no era así.)
Por lo que hace a las noches, os advierto que las noches
son peligrosas,
el viento cambia de noche y sueños vienen.

Hace mucho frío,


hay extrañas estrellas junto a Arturo,
hay voces en el cielo gritando un nombre ignoto.

225
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CONSTRUCTORES DE IMPERIO

El guía del museo:

Esta es La Construcción de América en Cinco Paneles:


Este es míster Harrimann haciendo a América:
míster-Harriman-está-comprando-el-Union-Pacific-a-los-
Setenta:
el Santa Fe platea en su pelo:

Este es el Comodoro Vanderbilt haciendo a América:


Mister Vanderbilt-está-eliminando-el interés-a-corto-
plazo-en-el-Hudson:
observen el labrado de su butaco:

Este es J. P. Morgan haciendo a América:


(La Tennesse Coal está debajo a la izquierda de la Steel
Company:)
esos en malva son los tirantes que tiene puestos:

Este es míster Mellon haciendo a América:


míster-Mellon-está-representado-como-una-figura-simbó
lica-de-aluminio?
regando-acciones-en-una-escalera-bruñida:
este es el Bruce es el Barton haciendo a América:
míster-Barton-está-vendiéndonos-el-Delicioso-Dentrífico-
Doctor:

226
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este es él en beige con el canario:


Acaban de ver a los constructores construyendo a
América:
esta es La Construcción de América en Cinco Paneles:
América está al suroeste-oeste de la Torre de Señales:
no hay nada que ver de América más que tierra:

El documento original
bajo el panel:

A Thos. Jefferson Esq. su atto. servor.


M. Lewis: capitán: comisionado:
Señor:
teniendo presente sus repetidas órdenes en este asunto:
y cumplida la peor parte y los ríos cartografiados:

y nosotros aquí sobre la playa contemplando el


otro mar pasados dos años y el frío

resolviéndose en lluvia en la tercera primavera desde San


Luis:
los cuervos sobre los esqueletos de pescado en las dunas
heladas:

las primeras grullas volando de Sur a Norte:


y el río bajado una marca de poste desde la mañana:

y ya casi al tiempo de volver, y un barco (español)


anclado enfrente por el salmón: y temiendo que la suerte
o la sequía o los sioux le privasen de estos descubrimientos

227
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Por lo cual mandamos por mar en este escrito:


Más arriba
del Platte había grandes llanuras y una región de
barrizales:
el borde del cielo muy lejos: hierba debajo de él:

y palanqueamos por el Great Bend en los pipantes:


las abejas nos dejaron después del río Osage:

el viento era Oeste al anochecer y sin rocío y


el lucero del alba más grande y más blanco que de
costumbre—

El invierno cascabeleando en las hayas secas:


el segundo año había escobizales y la codorniz gritando:
todo ese valle es buena tierra junto al río:
tres mil millas y los paredones de barro y

ruda y hierba de oso a la orilla del agua


y muchos pájaros y los piches pasando encima y huellas de

oso ciervo lobos martas: los búfalos


tan numerosos que sus nubes de polvo los ocultan:

el antílope vadeando los criques del otoño: y las montañas


y
tierras de pastos y tierras de prados y el terreno

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oloroso y ancho y con buenos desagües:


Aconsejamos a usted
poner tropas en las bifurcaciones y expedir licencias:

muchos hombres tendrán de qué vivir en estas tierras:


hay riqueza en la tierra para todos ellos y los bosques
enteros
y pájaros salvajes en el agua donde duermen:
hay piedra en los montes para las ciudades de un gran
pueblo...
Acaban de ver a los constructores construyendo a
América:

la exprimieron hasta dejarla seca y escuálida con sus


pánicos de siete años:
la volvieron a comprar con sus hipotecas a precio de
puta vieja:
engordaron sus bonos a sus pechos hasta que un hilo de
sangre salía de ellos:

¡los hombres han olvidado qué transparente y hondo


el Yellow Stone corría sobre la grava y la hierba crecía
cuando la tierra yacía esperando a su pueblo que venía
hacia el Oeste!

229
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GEOGRAFÍA DE ESTE TIEMPO

Las penínsulas las ocupa un pueblo antiguo


y razas hábiles para el hierro, fabricantes de amuletos tie-
nen las islas

estos son los que interpretan el vuelo de los pájaros


los que auguran el alba por la luz al oeste en el crepúsculo
estos tienen tiempo en la tierra, conocen las estaciones
conocen por la picadura de los mosquitos cuando vienen
las lluvias
huelen la nieve en un viento seco, son sabios
en los movimientos de las ráfagas cuando hay movimientos
de luna
se dan vueltas dormidos de noche cuando la marea se
cambia

sólo que ellos hablan con la lengua de otra tierra


hay nombres en su lengua de frutas desconocidas en estos
valles
también sus dioses son labrados con hocicos de chacales
y sus proverbios son los proverbios de un sitio seco
sus festivales no corresponden con los días del mar
su palabra mar es una palabra que significa tristeza
sólo que sus cantos son de tierras altas tras de montañas
sus cantos son de caballos pastando en una tierra ancha
de estrellas a través de los techos de tiendas de pelo de
caballo
suyas eran dicen ellos las guerras peleadas por los héroes

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suyas las batallas cuyos clamores llegan hasta nosotros


como un ruido de cellisca en la hierba muerta en los
pantanos
en el tiempo de las crecidas en primavera han visto en los
ríos
ramas con hojas redondas y frenos
hechos de paja y el arzón de madera de una montura
han visto cuerpos de pájaros de un plumaje blanco
han respirado el vaho de los pastos en los charcos
estancados
(el mar huele en primavera a deshielo de agua...)
ellos tiran sus redes en primavera en los ríos pardos

DESCUBRIMIENTO DE ESTE TIEMPO

No fue por los poetas

Nadie pidió prestados una pareja de perros y un revólver y


aliñó y se fue; con la tarde siempre delante:
con el tordo a la izquierda del sol:
siguiendo el curso errante del agua: levantando un techo
sobre
cuatro pies de nieve acuosa en la espesura:
trayendo después las pruebas en un saco —un ave fría— un
pájaro grande: matado en el nido y sin un nombre que
darle.

Ninguno se fue. Nadie buscó el camino para venir aquí


No fue por los filósofos

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Nadie se sentó frente a un mapa del


mundo entero: midió el rumbo de las estrellas: de
los manuscritos en botellas: calculó el vuelo del chorlito:
marcó las direcciones del compás en la carta—
“Aquí ha de haber islas.”

“Aquí han de estar esas costas.”

“Una costa se ha de ver aquí donde están los delfines.”

Nadie se lo imaginó una bella mañana


montado en un tonel de vino junto a una mar picada
con una pipa encendida y un pedazo de plomo y la punta
de una tabla...

(Y se embarcaron y había troncos de árboles en el mar.)

No fue por los conquistadores tampoco

Nadie nos trajo aquí.


Nadie nos puso en fila en un solar de pueblo:
nos embarcaron en lanchones: pelearon en la punta
tempestuosa:
caminaron tres días en el desierto:
hallaron los elefantes: les pegaron; enterraron los muertos
en
un círculo:
Y a la noche siguiente al oeste de nosotros
gaviotas en la arena: las alas innumerables.

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Hay líderes suficientes y dicen lo que se dice con la boca,


pero
¡ninguno nos trajo aquí!
Nadie tocó el tambor...
Trajinó a ese sitio...
Marcó las costas y los puertos...

Vinimos por nosotros mismos

Miramos y hemos venido.


Hubo una vez un día que dejamos nuestras vidas y aquí
nos quedamos
hubo un día que nos fuimos —el vecindario
vendiendo las tierras: dejando el ganado en la dehesa:
dejando la llave en el candado y la torta en la mesa:
sin perder que la puerta dé un portazo: que la pipa gotee...

Hubo un día que miramos y hemos venido aquí.

Nadie lo descubrió. Nadie lo intentó tampoco.


Estábamos todos nosotros —todos juntos— y hemos venido.

PAISAJE COMO DESNUDO

Está acostada sobre el lado izquierdo su flanco dorado:


su pelo es negro quemado por el sol fuerte:
el olor de su pelo es de tierra mojada por la lluvia sobre
sus hombros:
tiene pechos morenos y la boca de ningún otro país:

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Y es bella aquí en el sol donde yace tendida:


no es como las muchachas suaves desnudas en los viñedos
ni las suaves muchachas desnudas de las islas inglesas
donde la lluvia se mete con el oleaje bajo un viento del
Oeste:

Suyos son el viento del Oeste y la luz del sol; el viento


del Oeste es el largo viento limpio de los continentes—
El viento dando la vuelta de la tierra, el viento bajando
constantemente saliendo de la noche y continuando:

El viento aquí donde ella está acostada es el Oeste: los


árboles
roble guayacán algodón de montaña nogal: agrupados
en grandes espesuras se agitan en el viento como el mar
se agitaría:
los gramales de Iowa Illinois Indiana

corren con el envión del viento como los tumbos de la


ola:
bajo sus rodillas no hay verde césped de los florentinos:
bajo sus polvosas rodillas están las cañas del maíz:
ella está acostada sobre el lado izquierdo su flanco dorado:
su pelo es negro quemado por el sol fuerte:
el olor de su pelo es de tierra llovida y de humo sobre sus
hombros:
ella tiene los pechos morenos y la boca de ningún otro
país:

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ENTIDAD CORPORATIVA

La Oklahoma Ligno & Lithograph Co.


de Maine con sus sucursales en Delaware Tennessee
Missouri Montana ldaho y Ohio
con personería jurídica distinta de la del
secretario tesorero presidente directores o
mayor accionista con poder para adquirir
como agente principal encargado autorizado para autorizar
cualquiera o cualesquiera en parte o en partes o en total

aguafuertes impresiones grabados láminas puntasecas


pinturas óleos telas retratos viñetas
tablas cerámicas relieves huecograbados
tesoros artísticos y obras maestras sueltas o en colección—

La Oklahoma Ligno & Lithograph Co.


llora por un desnudo de Miguel Ángel.

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Alfred Kreymborg
(1883-1966)

EL ÁRBOL

Soy cuatro monos.


Uno cuelga de una pata,
como cola,
charlándole a la tierra;
otro está repletando su panza de coco;
el tercero está arriba en las ramas cimeras,
interrogando al cielo.
Y el cuarto,
persiguiendo a otro mono.
¿Cuántos monos eres tú?

IDEALISTAS

Hermano árbol:
¿Por qué subes y subes?
¿Sueñas con que algún día tocarás el cielo?

Hermano arroyo:
¿Por qué corres y corres?
¿ Sueñas con que algún día llenarás el mar?
Hermano pájaro:
¿Por qué cantas y cantas?
Sueñas.

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Joven:
¿Por qué hablas y hablas y hablas?

IMPROVISACIÓN

Viento:
¿Por qué tocas
ese largo, bello adagio,
ese aire arcaico,
esta noche?
¿No tendrá fin?
¿O es el principio,
un preludio el que quieres?

¿Es un cuento el que truenas?


Ayer, ayer.
¿No nos das nada más?

Viento:
sigue tocando.
No hay esperanza
ni rebelión
en ti.

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MENOS SOLITARIO

Cuatro criaturas,
apenas mayores que gnomos,
pero alegres como gnomos—
aunque sus caras eran pálidas,
sus ojos azul pálido,
su pelo de oro pálido—
y sus semblantes serios,
sus ropas
retazos improvisados
de lo que fueron trajes—
chanclas de palo por zapatos,
pana surcida por medias,
cáñamo amarillo por ligas—
y bajo los brazos de saltamontes,
un cerro
y un cerro
y un cerro
y un cerro de libros—
dos adelante y dos detrás
o los cuatro en fondo,
cuatro gnomos chiquitos
camino de la escuela
o de vuelta de la escuela—
los árboles arriba cabeceando,
los caminos debajo trotando,
e Italia por todas partes ondulando,
cabezas perezosas,
venas adormecidas,

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voces soñadoras
cantando al unísono—
dieci per uno dieci
dieci per due venti
dieci per tre trenta—
llevaban un eco,
un eco confuso,
una vocecita,
una voz tímida,
desde lejos
en los montes,
sobre el mar,
tras el horizonte,
detrás de los años—
diez por uno diez,
diez por dos veinte,
diez por tres—
solo yo
nunca pude ir
tan despreocupado,
ni tan musical—
y cada uno
tenía un halo
o un collar,
o un brazalete
de violetas
barba azules—
mientras yo
tenía una gorra,
una gorra aturdida de New York,

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y la ciudad sobre mí,


las casas en mi cabeza,
las calles en mi espalda,
y bajo mis brazos y mis piernas—
caminando sólo solo,
con un barullo dentro,
pensando, cavilando
en lo que iba a venir,
y si mañana,
o pasado mañana,
o el día después de pasado mañana
o seguramente el día después
sería más claro
y más azul
y más fácil—
y menos solitario.

CAMPESINO

Es la mezcolanza del campesinaje


lo que lo hace tan lento.
Menea la cabeza
para hablar
como una vaca
para pacer.
Plégase al hábito
de rascar con los pies
por debajo,
como un gusano medidor:

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antepasados suyos
doblados sobre libros
trazaron cortas rectas
bajo dobles hileras de números
para guardar sus escasos ahorros
de filtrarse al suelo.
Si le lanzáis a quemarropa
una pregunta
parpadeará dos a tres veces
y revolverá la cabeza
como un búho
a los alfilerazos
del alba que no ve.
Hay poquísima carne
sobre sus huesos.
No hay entusiasmo
en sus zancadas:
parece que esperara
el golpe sobre el anca
para avanzar
otro paso adelante;
paso adelante, ¿a qué?
Nunca una tierra,
ni casa,
ni pajar,
ha poseído;
siéntase incómodo
en sillas
en que lo invitáis a hacerlo:
si lo hicierais,

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conservaría el sombrero en la mano


en acecho del momento
en que una pausa de silencio
que atento atisba
con la oreja ladeada
lo convide a seguir su camino;
su camino ¿adónde?
No importa nada.
Ha aprendido
a encogerse de hombros
y así se encogerá de hombros ahora:
los gusanos lo hacen
cuando alguien los detiene con un palo
¿Que hay un cielo encima?
¿Una esperanza que pide vuelo?
Tal vez los pájaros lo sepan,
pero los pájaros
de pájaros descienden.

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VISTA

La nieve;
ah, sí; ah, sí; de veras,
es blanca y bella, blanca y bella,
realmente bella,
desde mi ventana.
El mar;
ah, sí; ah, sí; de veras,
es verde y fascinante, verde y fascinante,
realmente fascinante,
desde la costa.
¿El amor?
Ah, sí; ah, sí; ah, sí; de veras,
realmente sí; ah, sí; de veras.

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Lola Ridge
(1883-1941)

NUEVA ORLEÁNS

¿Recuerdas
el melón dulce de la luna
goteando espesa miel de luz
donde Canal Street va correteando sola entre árboles
dormidos?

Y el leve aroma rancio de patchoulí,


fragancia de Nueva Orleáns...
Nueva Orleáns,
como marchita tuberosa
sostenida en la cálida atmósfera...
maravillosamente intacta.

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William Carlos Williams


(1883-1963)

NANTUCKET

Flores en la ventana
lila y amarillo

alteradas tras cortinas blancas—


en la bandeja de vidrio

un jarro de vidrio, el vaso


volteado para abajo, junto al cual

hay una llave —y el


blanco lecho inmaculado

ENTRE PAREDES

Las alas traseras


del

hospital en donde
nada

crece se hallan
cenizas
en las que brillan
los pedazos

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rotos de una botella


verde

EL ALGARROBO EN FLOR

Entre
la
verde

tiesa
vieja
lucia

rota
rama
blanco

dulce
mayo
vuelve.

LA JOVEN SEÑORA

A las diez a.m. la joven señora


anda en negligée detrás
de las paredes de madera de su casa.
Yo paso solo en mi carro.

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Entonces baja otra vez a la acera


a llamar al del hielo, al del pescado, y se queda
tímida, sin corset, recogiéndose
mechones sueltos de pelo, y la comparo
a una hoja caída.

Las ruedas silenciosas de mi carro


se precipitan crepitando sobre
hojas secas mientras saludo y paso sonriendo.

ESTO ES SÓLO DECIR

Me he comido
las ciruelas
que estaban en
la hielera,

las cuales
probablemente tú
guardabas para
el desayuno.

Perdóname,
estaban ricas,
tan dulces
y tan heladas.

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EL TÉRMINO

Una hoja arrugada


de papel de envolver
del tamaño

y aparente volumen
de un hombre iba
rodando con

el viento despacio y
rodando en
las calles cuando

un auto le pasó
encima y
la aplastó

en el suelo. Al contrario
de un hombre se levantó
otra vez rodando

con el viento y
rodando lo mismo
que antes.

250
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LA CARRETILLA ROJA

Tanto depende
de

una carretilla
roja

reluciente de gotas
de lluvia

junto a las gallinas


blancas.

MAÑANA DE ENERO

Yo he descubierto que la mayor parte de


las bellezas del viaje se deben a
las horas extrañas en que las vemos:

las cúpulas de la iglesia de


los Padres Paulinos en Weehawken
contra un alba humeante —el corazón agitado—
son bellas como las de San Pedro
divisadas después de años de anticipación.

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VI

Todo esto...
fue por ti, vieja.
Quise escribir un poema
que tú pudieras entender.
Porque ¿a mí de qué me sirve
si tú no lo entiendes?
Pero tienes que esforzarte
Pero...
Bueno, ¿tú sabes cómo
las muchachitas retozan riendo
en Park Avenue de noche
cuando debieran estar en casa acostadas?
Bueno,
lo mismo es conmigo en cierta manera.

A UNA POBRE ANCIANA

Mordisqueando una ciruela en


la calle una bolsa de papel
llena de ellas en la mano

le saben bien a ella


le saben bien
a ella. Le saben
bien a ella

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podéis saberlo por


la manera en que se entrega
a la que tiene a medio
chupar en una mano

confortada
una alegría de ciruelas maduras
parecería llenar el aire
Le saben bien a ella.

RETRATO PROLETARIO

Una joven grande sin sombrero


con delantal

su pelo cogido atrás parada


en la calle

un pie en calcetín de puntilla


en la acera

su zapato en la mano. Mirán


dolo atentamente adentro

Le saca la plantilla de papel


para dar con el clavo

que la ha estado lastimando.

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DEDICACIÓN DE UN LOTE DE TERRENO

Este lote de terreno


frente a las aguas de esta ensenada
es dedicado a la viviente presencia de
Emily Dickinson Wellcome
que nació en Inglaterra; se casó;
perdió a su marido y con
su hijo de cinco años
se embarcó para New York en un velero;
fue llevada a las Azores
llegó al garete a los bancos de Fire Island,
se halló a su segundo marido
en una pensión de Brooklyn,
se fue con él a Puerto Rico
tuvo tres hijos más, perdió
a su segundo marido, vivió una vida dura
por ocho años en Santo Tomás,
Puerto Rico, Santo Domingo, siguió
a su hijo mayor a New York,
perdió su hija, perdió al “tierno”,
cogió los dos muchachos del
mayor de su segundo matrimonio
hizo de madre —estando ellos
sin madre— peleó por ellos
contra la otra abuela
y las tías, los trajo aquí
verano tras verano, se defendió
aquí contra los ladrones,

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tormentas, sol, incendios,


contra las moscas, contra las
que venían a husmear, contra
sequías, contra malezas, crecidas del mar,
vecinos, comadrejas que robaban sus pollos,
contra la debilidad de sus propias manos,
contra la creciente fuerza de
los muchachos, contra el viento, contra
las piedras, contra los transgresores,
contra las rentas, contra su propio juicio.

Ella cavó esta tierra con sus manos,


fue mandona en este tramo de hierba,
insolente con el mayor hasta que
lo hizo comprarlo, vivió aquí quince años,
alcanzó una final soledad y...

Si no puedes traer a este lugar


más que tu carroña, vete de aquí.

LA CALLE SOLITARIA

Se acabaron las clases. Hace mucho calor


para caminar a gusto. A gusto
con ralas blusas caminan por las calles
para matar el tiempo.
Se han estirado. Llevan
llamas rosadas en su mano derecha.

255
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De pies a cabeza de blanco,


con miradas ladeadas, perezosas—
de amarillo, con géneros flotantes,
faja y medias negras—
tocando sus ávidas bocas
con azúcar rosada en un palito—
como un clavel cada una llevándola en su mano—
suben por la calle solitaria

LA JUNGLA

No es el peso inmóvil
de los árboles, el
interior sin aliento del bosque,
enmarañado de tentaculares

trepadoras, las moscas, reptiles,


los monos eternamente miedosos
chillando y corriendo
por las ramas...

sino
una muchacha esperando
tímida, trigueña, de ojos suaves...
para llevarlo a usted
Arriba, señor.

256
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LAS CAMPANAS CATÓLICAS

Aunque no soy católico


escucho atento cuando las campanas
en la torre de ladrillos amarillos
en la nueva iglesia de ellos

suenan botando las hojas


suenan sobre la nieve en ellas
y por la muerte de las flores
suenan espantando los zanates

hacia el Sur, el cielo


ennegreciéndose con ellos, suenan
trayendo al nuevo beibi de Mr. y Mrs.
Krantz que no puede
por la gordura de sus cachetes
abrir los ojos bien, y suenan
sacando al loro de su aro
celoso del niñito

suenan trayendo la mañana


del domingo y la vejez que suma
lo que resta. ¡Que suenen
sólo suenen! sobre el cuadro

del joven sacerdote


en la pared de la iglesia anunciando
la Novena de San Antonio de la semana
pasada, suenen para el joven

257
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cojo vestido de negro con


las mejillas hundidas con
un sombrero hongo, que corre
a misa de once (los racimos

de uvas colgando todavía


de las parras del vecino
Concordia Hall como dientes
quebrados en la boca de un

viejo). Suenen suenen


para los ojos suenen para
las manos suenen para
los hijos de mi amigo

que ya no puede oírlas


sonar, pero sonríe
y habla en voz baja de
la decisión tomada por

su hija y las proposiciones


y las traiciones de los
amigos de su marido. ¡Oh campanas
suenen únicamente por sonar!

¡Por comenzar y terminar


de sonar! Suenen suenen
suenen suenen suenen suenen
¡campanas católicas!

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ADAM

Él se crió junto al mar


en una cálida isla
poblada de negros —sobre todo.
Allá se construyó
un bote y un cuarto aparte
a la orilla del agua
para un piano en que practicaba—
por pura terquedad
y firmeza de propósito
empeñándose
como inglés
en emular a su amigo español
e ídolo —el clima.

Allá aprendió
a tocar la flauta —no muy bien?
De allí fue expulsado
—del Paraíso— para probar
la muerte que el deber brinda
tan delicadamente, tan gota a gota,
con un aire tan noble
que lo esclavizó toda su vida
desde entonces.
Y él dejó atrás
todos los recuerdos curiosos que vienen
con conchas y huracanes,
los olores
y los ruidos y las miradas vagas

259
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que los latinos saben pertenecen


al tedio y las largas tórridas horas
y los ingleses
jamás entenderán —a quienes
el deber ha señalado
con mención especial— con
un trópico propio
y con sus propias aves de alas pesadas
y flores que vomitan la belleza
a medianoche.

Pero el latino ha desviado el romance


a un propósito frío como hielo.
Él nunca ve
o poco
lo que derretía las rodillas de Adam
hasta volverlas gelatina y desesperación —y
las exhibía de una manera pontifical.
Por debajo de los susurros
de las noches tropicales
hay un susurro más tenebroso
que la muerte inventa especialmente
para los hombres nórdicos
a los que el trópico
ha llegado a agarrar.
Hubiera sido suficiente
saber que nunca
nunca nunca nunca llegaría
la paz como el sol llega
en las cálidas islas.

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Pero había
un infierno negro especial además
donde mujeres negras esperaban acostadas
a un muchacho.

Desnudo en una balsa


podía ver las barracudas
esperando castrarlo
como decían.
Las circunstancias tardan más.

Pero siendo él inglés


aunque no había vivido en Inglaterra
desde que tenía cinco años
nunca regresó
pero miraba siempre impasible
el fin inevitable
sin parpadear —sin doblegarse—
al Ángel de la Muerte
que iba callado a la boca del infierno
a buscar una tarjeta de identificación,
dándole agua a la posteridad
un pasaporte británico
siempre en su bolsillo,
en mula por Costa Rica
comiendo patés de hormigas negras.

Y las damas latinas lo admiraban


y bajo sus sonrisas
se lanzaban los puñales de la desesperación

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—a pesar
de tan completa prueba,
hallaban su corazón inglés invulnerable
bajo el rosado acero. El Deber
el ángel
que con el látigo en la mano...

—a lo largo de la tapia del paraíso


donde estaban sentadas y sonreían
y le chasqueaban sus abanicos
a él—

Él no tuvo jamás sino el único hogar


clavándole los ojos en el ojo
impasible
y con paciencia—
sin murmurar, silenciosamente
un desesperado invariable silencio
al inapresurado fin.

LA MESERA

No viveza (ni hace falta), sino


el silencio de sus maneras, ojos grises en
una espesura de pestañas negras.
Los ojos miran, la mirada cae.
No hay manera, no hay manera. Por cerca
que se sienta el calor de su mejilla, no hay manera.
Las ventajas de la pobreza son una piel áspera

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en las manos, los gonces


rotos, las muñecas manchadas.
Seria. No como las demás.
Todas las otras son embusteras, todas menos tú.
Ven a atendernos,
atiéndenos con el pelo cogido para atrás de modo práctico
por una redecilla detrás de las orejas, a ambos lados de
la cabeza. Pero los ojos;
pero la boca, apenas (aprisa)
tocada de rouge.
El vestido negro pone el pelo negro, aunque parezca
raro, y el vestido blanco lo pone claro.
Hay un lunar debajo de la quijada, bastante debajo de
la oreja derecha.
¡Y qué brazos!
El anillo con rubí de vidrio
en el cuarto dedo de la mano izquierda.
Y los movimientos
bajo el vestido ralo cuando el peso de la bandeja
empuja las caderas hacia delante levemente al levantar
la pierna y comenzar a caminar—.
El Comité Directivo presenta las siguientes
resoluciones, etc., etc., etc. Todos los que estén
a favor exprésenlo diciendo: “A favor.” Los en contra,
“Contra”.
Aprobado.
Y a favor, a favor, a favor;
y el modo en que la campana salta escalera abajo:
ta tuk a

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ta tuk a
ta tuk a
ta tuk a
ta tuk a
y las gaviotas en la ventana abierta graznando sobre el
lento
reventar de las grandes olas frías.
Oh, no encendida candela con su fina blanca
mecha, Rayo-de-Sol, Fósforos de Seguridad extrafinos
todos en una cajetilla
y la reflexión de ambos en
el espejo y la reflexión de la mano, escribiendo,
escribiendo.
Háblame de ella,
y nadie más y nada más
en toda la ciudad, ni un rótulo eléctrico de cambiantes
colores, cuatripétalas margaritas y frondas de acanto
pasando del
rojo al anaranjado, del verde al azul —cuarenta pies más
lejos.
Ven a atendernos, atiéndenos con tu momentánea belleza
que no será gozada
por ninguno de nosotros. Ni por ti, ciertamente,
ni por mí...

(De la Convención de Atlantic City)

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Sara Teasdale
(1884-1933)

ABRIL

Los techos están limpios tras la lluvia,


trinan las golondrinas abrileñas,
y empujadas por grácil airecillo
pasan unas nubes pequeñas.

Mas todavía el patio está sombrío


con un árbol sin hojas en el centro.
Yo no sabría que esta es primavera
sino porque me canta dentro.

YO ESTARÉ MUDA

Cuando esté muerta y el brillante abril


sus mojados cabellos se sacuda,
aunque tú te me acerques abrumado,
yo estaré muda.

Y estaré en paz, en paz como los árboles


están, cuando la lluvia los desflora;
y estaré tan callada y tan helada
como tú estás ahora.

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QUE SE OLVIDE

Que se olvide como una flor se olvida,


o un fuego que cantó bellos reflejos,
que se olvide por toda nuestra vida.
El tiempo es bueno, y él nos hará viejos.

Di cuando te pregunten los curiosos,


que fue olvidado y no recuerdas nada,
como una flor, o un fuego, o silenciosos
pasos en una nieve ya olvidada.

EN LAS DUNAS DEL SUR

Volaban pájaros sobre las dunas


y el mar brillaba allá en la lejanía.
La campiña de Sussex hacia el norte,
como un reino a mis plantas, se extendía.

Yo estaba más feliz que las alondras


que hacen sus nidos en las dunas grises
y cantan en el cielo. Sí, los pájaros
de las dunas no estaban más felices.

No era por ti aunque estabas a mi lado,


y oírte y verte me agradaba tanto;
ni por la tierra, ni tampoco el cielo;
era que adentro me brotaba un canto.

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EL VUELO

Somos dos águilas


volando juntas,
bajo los cielos,
sobre las cumbres,
alas al viento,
sol nos alienta,
nieve nos ciega,
tras de nosotros,
nubes deshechas.

Somos como águilas.


Pero en la muerte
—seres humildes—,
cuando uno parta
el otro siga.
Que cese el vuelo,
se apague el fuego,
se cierre el libro.

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Elinor Wylie
(1885-1928)

ESCAPE

Cuando los zorros acaben las uvas


y el último ciervo pierda la vida,
yo, dejando la lucha, iré a esconderme
en cierta casita por mí construida.

Pero me haré como un hada minúscula


con un suspiro de verbos arcanos,
haciendo lunas ciegas vuestros ojos
y caminos lodosos vuestras manos.

Y en vano buscaréis en los manglares


tanteando en sus raíces que hacen grutas,
o entre la lluvia olorosa a manzanas,
donde cuelgan panales como frutas.

REGALO DE RUPTURA

No puedo darte la torre del Metropolitano;


no puedo darte el cielo,
ni las nueve coronas visigóticas del Museo de Cluny,
ni dicha, siquiera.
Pero te puedo dar una bolsa muy chica,
hecha de piel de ratón campesino,

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con una pintura de todo el universo


y siete estrellas azules en ella.

No puedo darte la isla de Capri,


ni belleza tampoco,
ni puedo hacerte ricos pasteles de cerezas
con amor y voluntad.
Pero te puedo dar una muy chica faltriquera
hecha de cuero de tigrillo;
ponla en la bolsa izquierda de tu saco,
y nunca veas lo que tiene adentro.

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Ezra Pound
(1885-1972)

ULTERIORES INSTRUCCIONES

Vamos, cantos míos, expresemos nuestras más bajas


pasiones,
expresemos nuestra envidia por el hombre con empleo
permanente y ninguna preocupación sobre el futuro.

Sois muy ociosos, cantos míos,


temo que vais a acabar mal.

Os plantáis por las calles.


Haraganeáis en las esquinas y en las paradas de los
autobuses,
no hacéis nada del todo.
Ni siquiera expresáis nuestras nobles cualidades internas;
acabaréis muy mal.

¿Y yo? Me he vuelto medio loco.


Tanto os he hablado que casi os veo ya alrededor mío,
¡insolentes bestezuelas! ¡Sinvergüenzas! ¡Faltas de atavío!

Pero tú, canto, el más nuevo de todos,


aún no tienes edad para haber hecho mucho daño.
Te conseguiré una casaca verde en China
con dragones bordados en ella.
Te conseguiré los calzones de seda escarlata

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de la estatua del Niño Jesús en Santa María Novella;


no vaya a ser que digan que no tenemos gusto
o que no hay sangre azul en la familia.

Δώρια

Vive en mí como el eterno humor


del frío viento y no
como las cosas transitorias viven,
alegría de las flores
tenme en la fuerte soledad
de los riscos sin sol
y de las aguas grises.
Hablen los dioses dulcemente de nosotros
en venideros días,
las flores umbrosas del Orco
acuérdense de ti.

EN UNA ESTACIÓN DEL METRO

El aparecimiento de estas caras entre el gentío,


pétalos en mohosa, negra, rama.

TÉMPORA

¡lo! ¡lo! ¡Tamuz!


La Dríada está en mi patio

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con lastimeros, quejumbrosos gritos.


(Tamuz. ¡lo! ¡Tamuz!)
Oh, no, no está gritando: “Tamuz.”
Dice: “¿Pueden publicarse mis poemas esta semana?
El dios Pan no se atreve a preguntarte,
¿Pueden publicarse mis poemas esta semana?”

LA BUHARDILLA

Vamos, compadezcamos a los que están mejor que nosotros,


vamos, amigo, recordemos
que los ricos tienen camareros y no amigos
y nosotros tenemos amigos y no camareros.
Vamos, compadezcamos a los casados y a los no casados.
La aurora entra con pasitos menudos
como una dorada Pavlova,
y yo estoy junto a mi deseo.
Y la vida no tiene nada mejor
que esta hora de diáfana frescura,
la hora de despertarnos juntos.

Το κολόγ

Aun en sueños tú te me has negado


y enviado sólo tus doncellas.

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CAUSA

Yo junto estas palabras para cuatro personas,


algunos más pueden oírlas,
oh mundo, lo siento por ti,
tú no conoces a estas cuatro personas.

LA ISLA EN EL LAGO

Oh Dios, oh Venus, oh Mercurio, patrón de los ladrones,


dame a su tiempo, te suplico, una tiendita de tabaco,
con las brillantes cajitas
primorosamente apiladas en los estantes
y el fragante andullo suelto
y la picadura,
y el brillante Virginia
suelto en los vasos de vidrio,
y un par de balanzas no demasiado grasientas,
y las prostitutas entrando de pasada para una palabra o dos,
para una broma, y arreglarse el pelo un poquito.

Oh Dios, oh Venus, oh Mercurio, patrón de los ladrones,


préstame una tiendita de tabaco,
o instálame en alguna profesión
que no sea esta maldita profesión de escribir,
donde uno necesita su cerebro todo el tiempo.

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CÁNTICO DEL SOLE

El pensamiento de lo que América sería


si los clásicos tuvieran una vasta circulación
turba mi sueño,
el pensamiento de lo que América,
el pensamiento de lo que América,
el pensamiento de lo que América sería
si los clásicos tuvieran una vasta circulación
turba mi sueño.
Nunc dimittis, permite ahora a tu siervo,
permite ahora a tu siervo
partir en paz.
El pensamiento de lo que América,
el pensamiento de lo que América,
el pensamiento de lo que América sería
si los clásicos tuvieran una vasta circulación...
iOh bueno!
Esto turba mi sueño.

N. Y.

¡Mi Ciudad, mi amada, mi blanca! ¡Ah, esbelta,


escucha! Escúchame, y yo soplaré dentro de ti un alma.
¡Delicadamente ante la caña, atiéndeme!

Ahora sí sé yo que estoy loco,


porque aquí hay un millón de gentes con la furia del
tráfico;

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esto no es una doncella.


Ni yo podría tocar una caña si la tuviera.

Mi Ciudad, mi amada,
eres una doncella sin pechos,
eres esbelta como una caña de plata.
¡Escúchame, atiéndeme!
y yo soplaré dentro de ti un alma
y vivirás para siempre.

“RITRATTO”

Y ella dijo:
“¿Se acuerda usted de Mr. LowelI,
el que era vuestro embajador aquí?”
Y yo dije: “Eso fue antes que yo viniera.”
Y ella dijo:
“Se me metió en mi cuarto...
(Por aquel tiempo ya había llegado hasta Browning.)
“...se metió en mi cuarto...
“Y dijo: ¿Es que acaso
“le pregunto, ¿es que acaso
“me preocupan demasiado las comidas sociales?
“Y yo no diría que no.
“Shelley vivió en esta casa.”

Era una señora muy vieja,


nunca la volví a ver.

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PROVINCIA DESERTA

En Rochecoart
donde las colinas se separan
en tres partes
y tres valles, llenos de quebrados caminos,
se bifurcan hacia el Norte y el Sur,
hay un sitio de árboles... grises de líquenes.
Yo he caminado allí
pensando en viejos días.
En Chalais
hay una parra tupida;
antiguos pensionistas y viejas protegidas
tienen allí el derecho—
es caridad.

Me he encaramado sobre viejas vigas,


asomándome hacia abajo
sobre el Dronne,
sobre una corriente llena de lirios.
Hacia el Este está la carretera,
Aubeterre está hacia el Este,
con un viejo gárrulo en la fonda.
Conozco los caminos de ese lugar:
Mareuil hacia el Noroeste,
La Tour,
hay tres torreones junto a Mareuil,
y una anciana
feliz de oír a Arnaut,
feliz de prestar un traje seco.

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Yo he caminado
en Perigord,
he visto las llamas de las antorchas, saltando alto,
pintando el frontis de aquella iglesia;
he oído, en la oscuridad, risas arremolinadas.
Me he volteado a mirar sobre el torrente
y visto la elevada construcción,
visto los largos minaretes, las blancas agujas.
He andado en Ribeyrac
y en Sarlat,
he subido temblorosas escaleras, he oído hablar de Croy,
he andado en el viejo escenario de En Bertrans,
he visto Narbonne, y Cahors y Chalus,
he visto Excideuil, esmeradamente elaborado.

Y he dicho:
“Aquí tal caminaba.
“Aquí Corazón-de-León fue asesinado.
“Aquí hubo buen cantar.
“Aquí un hombre aligeró su paso.
“Aquí uno yació jadeante.”
He mirado al Sur desde Hautefort,
pensando en Montaignac, al Sur.
Me he acostado en Rocafixada,
al nivel de la puesta de sol,
he visto al cobre descender
tiñendo las montañas,
he visto los campos, pálidos, claros como una esmeralda,
agudos picos, altos espolones, castillos lejanos.

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Me he dicho: “Los antiguos caminos aquí han sido.


“Los hombres han ido por tales y cuales valles
“adonde las salas señoriales quedaban más cercanas”.
Yo he visto Foix en su roca, visto Toulouse, y
ArIes grandemente cambiada,
he visto la ruinosa “Dorata”.
He dicho:
“¡Riquier! Guido.”
He pensado en la segunda Troya,
un lugarcito de poco precio en Auvergnat:
dos hombres tirando una moneda, uno quedándose con un
castillo,
el otro echándose al camino a cantar.
Cantaba a una mujer.
La Auvergne se irguió con el canto;
el Delfín lo respaldó.
“¡El castillo a Austors!”
Pieire siguió cantando—
“Un hombre honesto y agradable.”
Ganó a la dama
se la robó para él, la conservó contra fuerzas armadas:
así acaba esa historia.
Ese tiempo ha pasado;
Pieire de Maensac ha pasado.
He caminado por estos caminos.
He pensado en ellos vivos.

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SABIDURÍA ANTIGUA, ALGO CÓSMICA

So-Shu soñó,
y habiendo soñado que era un pájaro, una abeja, y una
mariposa,
quedó incierto de por qué debía tratar de sentirse otra
cosa,
de ahí su contento.

TS’AI CHI’H

Los pétalos caen en la fuente,


los anaranjados pétalos de rosa,
su ocre se pega en la piedra.

ALBA

Fresca como los pálidos pétalos húmedos


del lirio del valle
duerme a mi lado en la alborada.

UNA BALADA DEL CAMINO DE LAS MORAS

El sol se alza en la esquina sureste de las cosas


para mirar la casa alta de los Shin
porque tienen una hija llamada Rafú,
(muchacha linda)
ella inventó su nombre: “Velo de Gaza”,

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porque da de comer moras a los gusanos de seda.


Ella las coge junto al muro sur de la ciudad.
Con fibras verdes hace la urdimbre de su cesta,
hace el aro de su cesta de ramas de Katsura,
y se echa todo su pelo al lado izquierdo.
Sus pendientes son de perlas,
su fustán es de seda floreada,
su falda es de la misma seda teñida de púrpura,
y cuando los hombres que pasan ven a Rafú
ponen en el suelo sus cargas,
se quedan parados y retuercen sus bigotes.

LESBIA ILLA

Memnón, Memnón, aquella


que andaba entre nosotros
con tan graciosa incertidumbre,
ha contraído matrimonio
con un casero de la Gran Bretaña.
¡Lugete, Veneres! ¡Lugete, Cupidinesque!

EPIGRAMA

Ah, sí, cantos míos, resucitemos


el excelente vocablo Rusticus
para aplicarlo con todo su oprobio
a quienes se aplica.

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EN PAGANI, EL 8 DE NOVIEMBRE

Súbitamente descubriendo en los ojos de la


bellísima
Cocotte normande
los ojos del instruidísimo asistente del Museo Británico.

LOS TRES POETAS

Cándida tiene un nuevo amante


y tres poetas están de duelo.
El primero le ha escrito una elegía a “Cloris”,
a “Cloris casta y fría”, su “sola Cloris”.
El segundo ha compuesto un soneto
sobre la volubilidad de las mujeres
y el tercero le escribe este epigrama a Cándida.

CANTAR III

Yo me sentaba en las gradas de la Dogana


porque las góndolas costaban mucho, aquel año,
y no estaban “esas niñas”, sólo había una cara,
y el Buccentoro veinte yardas allá; aullando “Stretti”,
y los rayos de la iluminación cruzados, aquel año, en el
Morosini,
y pavos reales en casa de Koré, o pudo haber habido.
Dioses flotan en el aire azur,

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brillantes dioses y toscanos, de vuelta antes que el rocío


se derramara.
Luz: y la primera luz aun antes de que cayera ningún
rocío.

Paniscos, y salidas del roble, dríadas,


y del manzano, melíadas,
por todo el bosque, y las hojas están llenas de voces,
suspirantes, y las nubes se doblan sobre el lago,
y hay dioses sobre ellas,
y en el agua, las bañistas de blancura almendra,
el agua plata vidrea los erectos pezones,
como Poggio lo observara.
Venas verdes en el turquesa,
o, las gradas grises llevan hacia arriba bajo los cedros.

Mi Cid cabalgó a Burgos


hasta la puerta claveteada entre dos torres,
golpeó con el cabo de su lanza, y la niña salió fuera,
una niña de nueve años,
al pequeño pasadizo sobre la puerta, entre las torres,
leyendo el decreto, voce tinnula:
que ningún hombre hable, dé de comer, ayude a Ruy
Díaz,
bajo pena de sacarle el corazón, empalarlo en una pica
y ambos ojos arrancados, y todos sus bienes confiscados,
“y aquí Myo Cid, están los sellos,
el gran sello y el escrito”.
Y él venía desde Bivar, Myo Cid,
donde ni un solo halcón se le quedó en las percas,

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y ni un solo vestido en los armarios,


y dejó su cofre con Raquel y Vidas,
aquella gran caja de arena, con los empeñadores,
para sacar el pago de su mesnada;
abriéndose paso a Valencia.
Ignez da Castro asesinada, y una pared
aquí desmantelada, aquí dejada en pie.
Triste basura, residuos de pintura caídos de la piedra,
o cascajos de mezcla, Mantegna pintó la pared.
Girones de seda, “Nec Spe Nec Metu.”

CANTAR XIII

Kung se paseaba
junto al templo dinástico,
y entre el boscaje de cedros,
y después afuera junto al río más bajo,
y con él Khiéu Tchí
y Tian el de voz baja
y “somos desconocidos”, dijo Kung,
“¿te vas a dedicar al oficio de auriga?
Entonces serás conocido,
“¿o tal vez yo debiera dedicarme al oficio de auriga, o a la
ballestería?
“¿O a la práctica de hablar en público?”
y dijo Tséu-lóu: “Yo pondría las defensas en orden,”
y dijo Khiéu: “Si yo fuera señor de una provincia
yo la tendría más en orden que esta.”

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y dijo Tchí: “Yo preferiría un pequeño templo en las


montañas,
“con orden en las observancias,
con un debido cumplimiento del ritual.”
Y dijó Tian, con su mano en las cuerdas de su laúd
los sonidos bajos continuando
después que su mano soltara las cuerdas,
y el sonido subió como humo, bajo las hojas,
y él miró tras el sonido:
“La vieja poza de nadar,
“y los muchachos arrojándose de las tablas,
“o sentados en la maleza tocando mandolinas.”
Y Kung sonrió a todos ellos por igual.
Y Thseng-sié quiso saber:
“¿Cuál había respondido correctamente?"
Y dijo Kung: “Todos han respondido correctamente,
“esto es, cada cual en su naturaleza.”
Y Kung levantó su caña contra Yuan Jang,
siendo Yuan Jang de más edad,
porque Yuan Jang estaba sentado junto al camino
pretendiendo
estar recibiendo sabiduría.
Y Kung dijo:
“Deja ya, viejo necio,
levántate y haz algo útil.”
Y Kung dijo:
“Respeta las facultades de un niño
“desde el momento en que inhala el aire claro,
“pero un hombre de cincuenta que nada sabe
no es digno de respeto.”

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Y “cuando el príncipe ha reunido en torno suyo


“todos los sabios y artistas, sus riquezas serán empleadas
plenamente.”
Y Kung dijo, y escribió en hojas de bó:
Si un hombre no tiene orden dentro de él
no puede esparcir orden en torno de él;
y si un hombre no tiene orden dentro de él
su familia no actuará con el orden debido;
y si el príncipe no tiene orden dentro de él
no puede poner orden en sus dominios.
Y Kung dio las palabras “orden”
y “diferencia fraternal”
y no dijo nada de la “vida después de la muerte”.
Y dijo:
“Cualquiera puede darse a excesos,
es fácil pegar fuera del blanco,
es difícil estar firme en el medio.”

Y dijeron: Si un hombre comete un crimen


¿deberá su padre protegerlo y ocultarlo?
Y dijo Kung:
Deberá ocultarlo.
Y King le dio su hija a Kong-Tchang
aunque Kong-Tchang estaba preso.
Y dio su sobrina a Nan-Young
aunque Nan-Young estaba caído.
Y Kung dijo: “Wang gobernó con moderación,
en su tiempo el Estado estuvo bien guardado,
y aun yo puedo recordar
un día en que los historiadores dejaban espacios en blanco

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en sus escritos,
quiero decir por cosas que ellos no sabían,
pero ese tiempo parece que está pasando.”
Un día en que los historiadores dejaban espacios en blanco
en sus escritos,
pero ese tiempo parece que está pasando.”
Y dijo Kung: “Sin carácter no serás
capaz de tocar ese instrumento
o ejecutar la música adecuada a las Odas.
Las flores del albaricoque
soplan del este hacia el oeste,
y yo he tratado de evitar su caída.”

CANTAR XLV

Con usura.

Con usura ningún hombre tiene una casa de buena piedra


cada bloque pulido bien encajado
para que el dibujo pueda cubrir su cara,
con usura
ningún hombre tiene un paraíso pintado en la pared de su
iglesia
harpes et lutes
o donde virgen reciba mensaje
y halo se proyecte de la incisión,
con usura
ningún hombre ve a Gonzaga sus herederos y sus
concubinas

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ninguna pintura es hecha para durar ni para vivir con ella


sino que es hecha para vender y vender pronto
con usura, pecado contra natura,
tu pan es cada vez más de trapos viejos
seco es tu pan como papel,
sin trigo de montaña ni harina fuerte
con usura la línea se hace gruesa
con usura no hay clara demarcación
y ningún hombre puede hallar sitio para su morada.
El tallador de piedra es alejado de su piedra
el tejedor alejado de su telar
CON USURA
no viene lana al mercado
la oveja no da ganancia con la usura
la usura es una morriña, la usura
mella la aguja en la mano de la doncella
y detiene la habilidad de la hilandera. Pietro Lombardo
no vino por usura
Duccio no vino por usura
ni Pier della Francesa; Zuan Bellin no por usura
ni fue “La Calumnia” pintada.
No vino por usura Angelico; no vino Ambrogio Praedis,
no vino ninguna iglesia de piedra pulida firmada: Adamo
me fecit.
No por usura Sthophine
no por usura Saint Hilaire,
la usura ensarra el cincel
ensarra el arte y el artesano
roe el hilo en la rueca
ninguna aprende a bordar oro en su bastidor;

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el azur tiene un chancro por la usura; el cramoisi está sin


bordar
la esmeralda no encuentra su Menling
la usura asesina al niño en el vientre
impide el galantear del muchacho
ha traído parálisis al lecho, yace
entre la novia y el esposo.

Contra Naturam

Han traído putas a Eleusis


cadáveres se han sentado al banquete
invitados por la usura.

CANTAR LII

Para el verano el sol se encuentra en Hyades


el soberano es el Señor del Fuego
este mes son los pájaros.
Con tufo amargo y con olor a quemado
al dios del hogar, los bofes de la víctima
la rana verde levanta el grito
y el blanco látex está en la flor
en rojo carro con joyas encarnadas
para la bienvenida del verano
en este mes ninguna destrucción
ningún árbol se ha de cortar en este tiempo
las fieras son echadas del campo
en este mes se recogen los simples.

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La emperatriz ofrece capullos de seda al Hijo del Cielo.


Luego entra el sol en Gémini
Virgo en medio cielo a la puesta del sol
no ha de cortarse añil
no quemar madera para carbón
todas las puertas de par en par, ningún impuesto
por los kioskos,
ahora salen las yeguas a los pastos,
amarrad los garañones
poned en los postes avisos para los saltos
este es el mes de los días más largos
vida y muerte son ahora iguales
la guerra es entre la luz y las tinieblas
el hombre sabio se queda en casa
el venado bota los cachos
el saltamonte grita
no dejéis fuego abierto al Sur.
Ahora el sol entra en Hydra, es la tercera luna de verano
Antares de Scorpio está en medio cielo a la puesta de sol
Andrómeda es con el alba
el Señor del Fuego es dominante
con este mes es SIETE
con tufo amargo, con olor a quemado
ofreced a los dioses del hogar
los bofes de las víctimas
viento caliente se alza, el grillo mora en la tapia
el gavilán pichón está aprendiendo su trabajo
la hierba seca cría quiebra-platas.
En Ming T’ang El mora
en el ala occidental de aquella casa

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rojo el carro y los caballos retintos


su bandera encarnada.
El guarda de los peces sale ahora a matar cocodrilos
a coger todas las grandes lagartijas, tortugas, para la
adivinación,
carey de mar.
El guardián del lago a cortar juncos
para sacar el grano para los manes,
para sacar el grano para las bestias que sacrificaréis
a los Señores de las Montañas
a los Señores de los grandes ríos
inspector de tintorerías, inspector de colores y bordados
mirad que el blanco, el negro, el verde estén en orden
que no haya aquí ni un solo color falso
el negro, el amarillo, el verde sean de calidad
este mes todos los árboles están en plena savia
la lluvia ha embebido ahora toda la tierra
malezas muertas la enriquecen, como cocidas en
caldo.
Rico sabor, el corazón de la víctima
bandera amarilla sobre el carro del Emperador
piedras amarillas en su cinturón.
Sagitarius en media carrera a la puesta de sol
el viento frío empieza. El rocío blanquea.
Ahora es el tiempo de la chicharra,
el gavilán ofrece pájaros a los espíritus.
El emperador sale en carro de guerra, tiran de él caballos
blancos,
bandera blanca, piedras blancas en su cinturón
come perro y el plato es hondo.

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Este mes es el reino del otoño


el cielo es activo en metales, ahora recoge mijo
y acaba los muros para la llena
Orión al alba.
Los caballos ahora con negros copetes.
Come carne de perro. Este es el mes de los diques.
Frijoles son el tributo. Septiembre es el fin de los truenos
los animales invernantes se meten en sus cuevas.
Recogidos los impuestos, ahora los gorriones,
dicen, se vuelven ostras
el lobo ahora ofrece su sacrificio.
Los hombres cazan con cinco armas,
cortan madera para carbón.
Arroz nuevo con tu carne de perro.
El primer mes del invierno es ahora
el sol en la cola de Scorpio
al alba en Hydra, el hielo empieza
el faisán se zambulle en el Howai (el agua grande)
y se convierte en una ostra
el arcoíris está escondido por algún tiempo.
El Hijo del Cielo se alimenta de cerdo asado y
mijo,
gris acero son los corceles.
Este mes el invierno gobierna.
El sol está en el hombro del arquero
en la cabeza del cuervo al alba
el hielo se engruesa. La tierra se raja. Y los tigres ahora
andan en celo.
Cortad los árboles en el solsticio y varas de flechas de
bambú.

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Tercer mes, patos silvestres van al norte,


la urraca empieza a edificar.
El faisán alza el grito al Espíritu de las Montañas
la temporada de la pesca se abre,
ríos y lagos profundamente helados
poned ahora hielo en vuestras hieleras,
el gran concierto de los vientos
llama a las cosas por sus nombres. El buen soberano por
la distribución
el mal rey es conocido por sus impuestos.

CANTAR LXXXIV

Octubre 8:
Si tuit li dolh el plor
Angold (Τέ θ νηχε )
tuit lo pro, tuit lo bes
Angold (Τέ θ νηχε )
“¿y no cree que tantea y que cambia todo el tiempo
terco como una mula, sah, terco como una MULA?
tiene la idea norteña del dinero”
Así el senador Bankhead
“seguro que no sé lo que un hombre como usted
tendrá que hacer aquí”
dijo el senador Borah
tal los solones, en Washington,
sobre el ejecutivo, y sobre el país, a.d. 1939

Tú ovexa negra

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que es negra e blanca


que es dada a nos para placer del ojo

y luego Richardson, Roy Richardson,


dice que es diferente
¿mencionaré su nombre?

Y Demattia va para fuera.


White, Fazzio, Bedell, benedicti
Sarnone, dos Washingtons (negros) J y M
Bassier, Starcher, H. Crowder y
que no es soldado aunque su nombre es Slaughter

Este día de octubre el no sé cuánto Mr. Coxie


de 91 ha mencionado bonus y sus
intereses
al parecer como base de emisión
y Mr. Sinc Lewis no
y Bartok nos ha dejado
y Mr. Beard en su admirable condensación
(Mr. Chas. Beard) dedica solo una línea al circulante
como en la página 426 “The Republic”
Seremos a lo más tan populares como Mr. John Adams
y menos ampliamente consultados
y aquel leopardo macho boca arriba jugueteando con paja
en completo aburrimiento
(Recuerdos del zoológico de Roma)
en completo aburrimiento
incienso a Apolo
Carrara

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Nieve sobre el mármol


blanco-nieve
contra blanco-piedra
en la montaña
y en cuanto a quién pasó las gargantas entre puros riscos
como si fuera por, ¿sería la Garonne?
donde uno entra a Spagna
que Ho-Kien oyó la música de la Antigua Dinastía
como si fuera en la Fuente de la Flor de
Albaricoque
donde hay lisos gramales con el arroyo claro
en medio, plata, dividiendo.

Y en Ho Ci’u destruyó la ciudad


por esconder a una mujer, Κύθηρα δεινά
y como Carson la rata del desierto decía
“cuando salimos teníamos
el valor de 80 mil dólares”
(“en experiencia”)
eso era de las minas
habiendo gastado su capital en equipo
pero sin calcular el tiempo de los dividendos
y mi vieja tía abuela hizo lo mismo
con aquel hotel tan grande
pero vio al menos toda la condenada Europa
y cabalgó en aquella mula en Tánger
y en general le sacó el unto a su dinero
como Natalie
“tal vez más de lo que podía sacarle”

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Bajo blancas nubes, cielo di Pisa


de toda esta belleza algo debe venir,

oh luna mi pin-up,
cronómetro
Wei, Chi y Pi-Kan
Yin tenía estos tres llenos de humanitas (hombría)
o Jin
Xaire Alessandro
Xaire Fernando, e il Capo,
Pierre, Vidkun,
Henriot
y en cuanto a gradaciones
quién salió de la industria para entrar al Gobierno

el desastre estaba en el horizonte

como contra quién, premeditado, SALIÓ de Imperial


Chemicals
en 1938
para no ser nutrido en el baño de sangre
quand vos venetz al som de l’escalina

gradaciones
estas son distinciones en claridad

ming estas son distinciones

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John Adams, los Hermanos Adam

nuestro he ahí nuestra norma de espíritu

adonde podemos rendir


homenaje.

Dice Miqueas:
cada uno en nombre de...
Así que mirando el borboteante cubo de nicotina y
whiskey rancio
(al salir)
el Kamarada Koba hizo notar:
yo le creeré al americano.
Berlín 1945
la última aparición de Winston P. M. en esa conexión
e poi io dissi alla sorella
della pastorella dei suini:
e questi americani?
si conduscono bene?
ed ella: poco
poco, poco.
ed io: peggio dei tedeschi?
ed ella: uguale, a través del alambre de púa
nada puedes, dijo Stef (Lincoln Steffens)
hacer con los revolucionarios
hasta que estén al cabo del mecate
y que Vandenberg haya leído a Stalin, o Stalin a John
Adams

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está, por lo menos, sin probar.

Y si el canoso frío estrangula tu tienda


darás las gracias cuando pase la noche.

298
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H. D.
(1886-1961)

EL JARDÍN

Clara eres,
oh, rosa, de roca.

Rasparía el calor
de tus pétalos
como pintura seca de una roca.

Si pudiera quebrarte,
quebrar podría un árbol.

Si pudiera moverme
quebrar podría un árbol,
quebrarte podría.

II

Oh, viento; raja el calor,


corta el calor,
hazlo trizas.
Las frutas no pueden desprenderse
por este aire espeso;

299
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las frutas no pueden caer en el calor,


que aprieta para arriba y sume
las puntas de las peras
y redondea las uvas.
Corta el calor;
árale en medio,
aventándolo a ambos lados
de tu paso.

EV ADNE

Yo sentí por primera vez bajo los labios de Apolo


el amor y la dulzura del amor,
yo Evadne;
mi pelo está hecho de violetas crespas
o jacintos que el viento pasa peinando
contra una capa de roca;
yo Evadne
fui compañera del dios de la luz.
Su pelo era fresco en mi boca
como la flor de azafrán,
en mi mejilla,
fresco como el berro de plata
de las riberas del Eroto;
entre mi barbilla y mi cuello
su boca pasaba y repasaba.

Aún entre mi brazo y mi hombro,


siento el frotar de su pelo,

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y mis manos guardan el oro que cogieron


cuando estaba pasando y repasando
aquel gran ramo de flores amarillas.

POEMA XXIX

La hemos visto
en todo el mundo,

Nuestra Señora del Jilguero,


Nuestra Señora de Candelaria.

Nuestra Señora de la Granada,


Nuestra Señora de la Silla;

la hemos visto, una emperadora,


magnífica de pompa y gracia,

y la hemos visto
con solo una flor

o un ramillete de clavellinas
en un vaso junto a ella;

hemos visto su cinta


ciñendo sus cabellos,

o su rostro de perfil
con la capucha azul y las estrellas;

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hemos visto inclinada su cabeza


bajo el peso de una corona en forma de cúpula,

o la hemos visto, una chavalita


encerrada en un halo de oro;

la hemos visto con la flecha, con palomas


y con un corazón como un valentine;

la hemos visto con sedas finas importadas


de todo el Levante,

y cargada de perlas traídas


de la ciudad de Constantino;

hemos visto las mangas de su traje


en todos los tonos imaginables

de damasco y brocado floreado;


es verdad,

los pintores pintaron bien por ella;


es verdad, nunca perdieron una línea

de la suave curva de la cabeza


o la sombra sutil de párpados cerrados

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o párpados entreabiertos; la encontráis


dondequiera (o la encontrabais),

en catedral, museo, claustro,


en el descanso de la escalera del palacio.

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Robinson Jeffers
(1887-1962)

BUQUES EN LA NEBLINA

Deportes y juegos galantes, las tablas, las artes, las


piruetas de las bailarinas,
las voces exuberantes de la música,
tienen encanto para los niños, pero carecen de nobleza;
es el amargo empeño
lo que crea belleza; la mente
lo sabe, ya madura.
Un súbito soplo de niebla embozó al mar,
un palpitar de máquinas lo penetró,
por fin, a tiro de piedra, entre las rocas y la neblina,
una por una movíanse unas sombras
salidas del misterio, sombras, barcos pesqueros, guiándose
entre ellos,
siguiendo el acantilado para orientarse,
afrontando un camino difícil entre el peligro de la niebla
marina
y la reventazón en los riscos costeros.
Uno por uno, siguiendo a su guía, seis se arrastraban a mi
vera,
saliendo del vaho y entrando en él de nuevo,
el palpitar de sus máquinas amortiguado por la
neblina, pacientes y cautos,
costeando todo el contorno de la península,
buscando las boyas de la bahía de Monterrey. Un vuelo de
pelícanos

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no es tan gracioso de observar,


el vuelo de los astros no es tan noble; todas las artes
pierden virtud
frente a la esencial realidad
de unas criaturas que se empeñan en seguir su tarea entre
los igualmente
empeñosos elementos de la naturaleza.

BRILLA, PERECIENTE REPÚBLICA

Mientras esta América se asienta en el molde de su


vulgaridad pesadamente espesándose en imperio,
y la protesta, como burbuja de la masa fundida, popea y
se deshace en un suspiro, y la masa endurécese,

yo tristemente sonrío recordando que la flor se marchita


para dar fruto, y el fruto púdrese para ser tierra,
sálese de la madre, y tras de la primaveral exultación,
maduración y decadencia; y vuelta a la madre.

Tú te apresuras a decaer; no te reprocho; la vida es buena


ya sea obstinadamente larga o repentina,
un mortal esplendor; no son menos necesarios los
meteoros que las montañas: brilla, pereciente república.

Pero para mis hijos, quisiera que se mantengan alejados


del centro espeso; la corrupción
no ha sido nunca obligatoria; cuando yacen las ciudades

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bajo los pies del monstruo, nos quedan las montañas.

Y vosotros, muchachos, no seáis en nada tan moderados,


como en amar al hombre hábil sirviente, insoportable
amo.
Esa es la trampa en que caen las más nobles almas, en que
cayó —nos dicen— Dios cuando andaba en la tierra.

PÁJAROS

Los fieros gritos musicales de un par de halcones


cazando sobre el cabo,
girando y precipitándose, mirando al noroeste,
agujereando, como flechas tiradas contra un telón, el
estruendo del mar
que patea sus rocas, sus rojos dorsos relumbran
bajo mi ventana en torno a las aristas de la peña, nada tan
grácil, nada
tan ágil en el viento. Al oeste, las espigadoras de las
olas,
las antiguas grises marineras gaviotas se juntan, y el viento
noreste les anima
las alas en las frenéticas espirales de la danza del viento.
Frescos como el aire, salados como la espuma, jugad,
pájaros, en el brillante viento, volad halcones
olvidando la encina y el pinar, venid gaviotas

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desde los arenales de Carmel y de los arenales del estero


de Lobos y salidas del infinito poder de la masa del
mar, porque un poema
requiere multitud, multitudes de pensamientos, todos fieros,
todos carnívoros, todos musicalmente clamorosos,
brillantes halcones que giren y se precipiten, y
desgarbadas grises voracidades sacudidas de deseos de
transgresión, picos ribeteados de sal, salidos de las
agudas costas roqueras del mundo y las secretas aguas.

DIVINA SUPERFLUA BELLEZA

Las danzas de tempestad de las gaviotas, los juegos a


ladridos de las focas,
arriba y debajo del mar...
Divina superflua belleza
regula los juegos, preside destinos, hace crecer los árboles
y alzarse las colinas, caer las olas.
La increíble belleza de la alegría,
estrella de fuego los labios unidos, oh, que también
nuestros amores
sean unidos, no hay ninguna doncella
tan ardiente y sedienta de amor
como por ti mi sangre, junto a la costa de focas cuando
las alas
tejen como tela en el aire,
divina superflua belleza.

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MAYO-JUNIO 1940

Previstos por tantos años: estos males, esta monstruosa


violencia, estas pesadas agonías: no son más llevaderos.
Los vimos acercarse con lento paso pétreo, todos los
vimos; cerramos ante ellos nuestros ojos y miramos,
y venían más cerca. Comimos y bebimos y dormimos, ya
venían más cerca. A veces nos reíamos, y ya estaban
más cerca. Ahora
ya están aquí. Y ahora un ciego prevé lo que los sigue:
degradación, hambre, convalecencia y así en adelante,
y las manías epidémicas; mas no suficiente muerte
para valernos, no suficiente muerte. Fuera mejor para
los hombres
ser pocos y vivir apartados, donde no puedan infestarse
los unos a los otros; entonces lentamente la salud de
los campos y la montaña
y del frío mar y las rutilantes estrellas, podría penetrar en
sus mentes.
Otro
sueño, otro sueño.
Tendremos que aceptar ciertas limitaciones
en el futuro, y abandonar ciertos humanos sueños; sólo los
mente-recia, desvelados y realistas, pueden bajar
montados en esta roca desgajada
de la oscura montaña a nuevos campos; y tendremos que
entender que estas demencias son normales;
tendremos que entender que la batalla es una flor
ardiendo o bien como una enorme música y el orgasmo
estridente del bombardero en picada,

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tan bello como otras pasiones; y que muerte y vida no son


serias alternativas. Uno ha visto estas cosas por muchos
años: hay más grandes y negras que ver en los
próximos cientos.
¿Y por qué lloras, querida, por qué lloras?
Todo está en los círculos giratorios del tiempo
si millones nacen deben morir millones,
si Inglaterra va abajo y Alemania arriba,
el perro más fuerte estará siempre encima,
todo en el giro del tiempo,
si la civilización se hundiera, esto
sería un acontecimiento que contemplar.
No será en nuestro tiempo, ay, querida,
no será en nuestro tiempo.

AVE CÉSAR

No hay que amargarse: nuestros antepasados tienen la


culpa.
Eran sólo ignorantes y esperanzados, querían libertad,
pero también riquezas.
Sus hijos aprenderán a poner sus esperanzas en un César.
O más bien —porque nosotros no somos romanos aquilinos,
sino una blanda mezcla de colonos—
un bondadoso tirano siciliano que mantenga
la pobreza y Cartago lejos hasta que vengan los romanos.
Somos fáciles de manejar, pueblo gregario,
lleno de sentimientos, hábil para la mecánica, y amamos
nuestros lujos.

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EL OJO

El Atlántico es un foso turbulento, y el Mediterráneo,


la piscina azul en el viejo jardín.
Más de cinco mil años ha bebido sacrificios
de barcos y sangre y brilla bajo el sol; pero aquí en el
Pacífico:
barcos, aviones, guerras son perfectamente irrelevantes.
Ni nuestra actual contienda sanguinaria con los valientes
enanos
ni ningún futuro pleito mundial de occidentales
y orientales, las sangrientas migraciones, apetito de
poder, halcones de guerra,
son un grano de polvo en la balanza.
Aquí, desde la costa escarpada, promontorios sobre
tempestuosos promontorios, sumergiéndose como
delfines tras la gris humareda del mar
en el pálido mar, miran al Oeste hacia la montaña de
agua: Es la mitad del planeta: esta cúpula, este semi-
globo, este convexo
ojo de agua, curvándose sobre Asia,
Australia y la blanca Antártica: esas son las pestañas que
nunca se cierran; este es el fijo insomne
ojo de la tierra, y lo que ve no son nuestras guerras.

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VALOR DE ÁGUILA, CEREBRO DE POLLO

Desgraciado país, qué alas las que tienes.


Aun aquí,
sin nada importante que proteger, y a un océano de
distancia del enemigo más próximo, qué nube de
bombarderos deja atónita la
montaña costeña, qué avispero de aviones de combate,
y día y noche la artillería practicando.

Desgraciado, alas y pico de águila y cerebro de pollo.


Llora (es frecuente en asuntos humanos), llora por la terrible
magnificencia de los medios,
la ridícula incompetencia de las razones,
y el ruin y sangriento
patetismo del resultado.

TARDE DE OTOÑO

Aunque las nubecillas corrían tranquilas hacia el Sur, el


quieto fresco
otoñal de la tarde de fines de septiembre
parecía prometiendo lluvia, lluvia, el cambio del año, el
ángel
del bosque melancólico. Una garza voló
con aquel remoto ridículo grito: “Cuác”, el grito
que parece hacer más silencioso el silencio. Una docena
de aletazos, un planeo en descenso, después del planeo el
grito, y una docena de aletazos.

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Yo la observé pasar en el cielo color de otoño; tras ella


Júpiter brillaba por estrella de la tarde.
La voz del mar afectó mi ánimo, pensé: “No obstante lo
que pase a los hombres... el mundo está bien hecho,
sin embargo.”

FENÓMENOS

Grande lo suficiente tanto acepta como domina; el gran


marco acoge toda creatura;
de la grandeza de su elemento todas toman belleza.
Gaviotas; y el sucio barco de carga cabeceando hacia el
Sur en el foco de la llovizna;
el aeroplano picando sobre la colina; gavilanes girando
sobre la hierba blanca del cabo; cormoranes asoleándose
en los islotes
blanqueados de guano. Pelícanos al viento; hierbas marinas
relumbrando de noche en el movimiento de la ola como
linternas de ahogados; señales de contrabandistas
para el desembarco de un cargamento; o el viejo faro de
Point Pinos
parpadeando fielmente sobre el agua oscura; el vuelo
crepuscular de las garzas,
alas solitarias y un grito; o con vibraciones de motor
que zumban en las rocas como un nuevo son de tormenta
del mar para volver luego los ojos hacia el Oeste.

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El zepelín recién comprado de la Marina pasando en el


crepúsculo,
muy lejos mar adentro; emparentado sólo con la estrella
de la tarde y el Océano
se mete en una nube sobre Point Lobos.

314
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Marianne Moore
(1887-1972)

LA POESÍA

A mí también me disgusta; hay cosas que son importantes,


más que todo este violineo.
Leyéndola, no obstante, con perfecto desprecio por ella,
se descubre que hay en
ella, después de todo, lugar para lo genuino.
Manos que pueden agarrar, ojos
que pueden dilatarse, pelo que puede erizarse,
si debe; estas cosas son importantes, no porque una

altisonante interpretación pueda encajarse sobre ellas, sino


porque son
útiles; cuando se vuelven tan derivativas hasta volverse
ininteligibles,
la misma cosa puede decirse de todos nosotros que nosotros
no admiramos lo que
no podemos entender; el vampiro,
colgado cabeza abajo o en busca de algo que
comer; los elefantes, empujando; un caballo salvaje;
revolcándose; un incansable lobo, bajo
un árbol; el inconmovible crítico que sacude su
piel como caballo al sentir una pulga; el
baséball-fan, el estadístico;
ni es válido

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hacer una discriminación contra “documentos


comerciales y textos escolares”; todos estos fenómenos
son importantes. Debe hacer una distinción,
sin embargo; cuando son arrastrados a prominencia por
semipoetas, el resultado no es poesía,
ni hasta que los poetas de entre nosotros puedan ser
“literalistas de
la imaginación”, por encima de
insolencia y trivialidad, y puedan presentar

a inspección imaginarios jardines con verdaderos sapos


en ellos, no tendrémos
la. Entretanto, si pedís, por una parte,
la materia prima de la poesía en
toda su crudeza y
la que es, por otra parte,
genuina, entonces estáis interesados en la poesía.

INGLATERRA

Con sus bebé-ríos y villorrios, cada cual con su abadía y


su catedral; con voces —una voz acaso repercutiendo
por la nave—, el
criterio de adaptabilidad y conveniencia; e Italia, con sus
costas iguales —inventando un epicureísmo del que
toda grosería ha sido
sustraída; y Grecia, con sus cabras y sus odres, nido de
modificadas ilusiones;
y Francia, la “crisálida de la mariposa nocturna”, en

316
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cuyos productos el misterio de construcción lo distrae a


uno de lo que originalmente era el objeto

de uno: la sustancia en el cuesco; y el Oriente, con sus


caracoles, su emocional
taquigrafía y sus cucarachas de jade, su cristal de roca y
su imperturbabilidad,
todo de calidad de museo; y América, donde se
encuentra la vieja carraca victoria en el Sur, donde se
fuman puros en la calle en el Norte, donde no hay
correctores de pruebas, ni gusanos de seda,
ni digresiones;
la tierra del salvaje, sin grama, sin céspedes, sin lengua
nativa, donde las cartas se escriben,
no en español, no en griego, no en latín, no en
taquigrafía
sino en puro americano, que hasta los gatos y los perros
pueden leer. La
letra “a” como en psaem y calm cuando
se pronuncia con el sonido de “a” en candle, es muy
perceptible, pero ¿cómo se podrían explicar continentes
enteros de incomprensión por este solo
hecho? ¿Síguese, acaso, de que haya setas venenosas
que parecen hongos, que ambos sean peligrosos? Es el
caso de canina que puede ser
tomada erróneamente por apetito, o calor que puede
parecer azoramiento;
ninguna conclusión
puede sacarse. Haber equivocado la cosa es haber
confesado que no se ha ido lo suficientemente lejos. La

317
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sublimada sabiduría de China, el discernimiento egipcio,


el cataclísmico torrente de emoción comprimida
en los verbos de la lengua hebrea, los libros del hombre
que
es capaz de decir “no envidio a nadie sino a aquel
y sólo aquel que coge más pescados que
yo” —flor y nata de toda aquella superioridad—,
si uno no hubiera tropezado
con ella en América, ¿debe uno imaginarse
que no existe allí? Nunca ha estado confinada a una sola
localidad.

LOS MONOS

Parpadeaban demasiado y les tenían miedo a las culebras.


Las cebras, supremas en
su anormalidad; los elefantes de pies color de niebla
y estrictamente prácticos colguijos
allí se hallaban, los pequeños felinos; y el papagayo
trivial y necio, al ser examinado, destrozando
corteza y porciones de la comida que no se podía
comer.
Recuerdo su magnificencia, ahora no más magnífica
que borrosa. Es difícil recordar el ornamento,
lenguaje y precisa manera de ser de las que pueden
llamarse amistades menores de veinte
años atrás; pero no lo olvidaré a él —aquel
Guiljamés
entre los carnívoros peludos—, aquel felino con las

318
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cuneiformes, grises pizarrosas pintas en sus patas


delanteras y la intrépida cola;
astringentemente diciendo: “se nos han impuesto con sus
pálidas,
medio lanzadas protestas, temblando en torno
nuestro
con inarticulada furia, asegurando
que no es para nosotros el comprender el arte,
encontrándolo
todo tan difícil, examinando la cosa
como si fuera inconcebiblemente arcana, tan simétricamente
frígida como si hubiera sido labrada en crisofraso
o mármol, tirante de tensión, maligna
en su poder sobre nosotros y más honda
que el mar cuando profiere adulaciones a cambio de
cáñamo,
centeno, cebada, caballos, platino, madera y pieles”.

TALISMÁN

En un mástil quebrado,
por el mar arrojado
junto a la nave rota,
un pastor tropezó
y en la arena encontró
una gaviota

de lapislázuli, fino
amuleto marino,

319
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con alones abiertos,


crispadas garras de coral
y pico en alto para saludar
a los marinos muertos.

SILENCIO

Mi padre solía decir:


“La gente superior no hace largas visitas,
hay que enseñarles la tumba de Longfellow
o las flores de vidrio de Harvard.
Seguros de ellos mismos como el gato—
que pone en privado su presa,
la cola floja del ratón colgada
de su boca—
como un cordón de zapato—
Algunas veces gozan de soledad,
y pueden privarse de las palabras
por palabras que los han deleitado.
El sentimiento profundo siempre se muestra en silencio;
no en silencio, sino represión.”
Ni fue insincero al decir: “Hagan de mi casa su posada.”
Posadas no son residencias.

320
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A UN CARACOL

Si ‘compresión es la primera gracia del estilo’,


tú la tienes. La contractilidad es virtud
como la modestia es virtud.
No es la adquisición de cualquier cosa
que es apta para adornar,
o la cualidad incidental que acontece
como concomitante de algo bien dicho,
lo que valoramos en el estilo,
sino el principio que está oculto:
en la ausencia de pies, ‘un método de conclusiones’;
‘un conocimiento de principios’,
en el curioso fenómeno de tu cuerno occipital.

A UNA APLANADORA A VAPOR

La ilustración
no es nada para ti sin la aplicación.
Te falta necedad. Aplastas todas las partículas
en la conformidad más completa, y después pasas sobre
ellas
para atrás y para adelante.

Centelleantes fragmentos de roca


son aplastados al nivel del bloque paterno.
Si no fuera ‘el juicio impersonal en materia de
estética, una imposibilidad metafísica', tú
fácilmente realizarías
En cuanto a mariposas yo difícilmente imagino

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una atendiéndote, pero discutir


la congruencia del complemento sería vano, si es que existe.

EL CHIMINELLERO

Durero hubiera tenido motivos para vivir


en esta aldea, con ocho ballenas varadas
a la vista; con el dulce aire del mar que entra en tu casa
en un hermoso día, desde el agua dibujada
con olas de una regularidad de escamas
de pescado.

De una en una, en parejas, de tres en tres, las gaviotas


van y vienen volando sobre el reloj del pueblo,
o dando vueltas al faro sin mover las
alas—
pausadamente elevándose con un leve
temblor del cuerpo— o se apiñan
chillando donde

un mar color púrpura de cuello de pavo real


se deslíe en verduzco azur como Durero
transformaba
el verde-pino del Tirol en azul de pavo real y gris
de guinea. Pueden verse langostas
de veinticinco libras y redes de pescar puestas
a secar. El

bochinche del chubasco acuesta los salados zacatales

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de la marisma, perturba estrellas en el cielo y la


estrella en la torre; es un privilegio poder ver
tanta confusión.

Un chiminellero vestido de rojo ha dejado


caer una cuerda como una araña hila su hilo;
podría ser parte de una novela pero en la acera un
letrero dice C. J. Poole, Chiminellero,
en blanco y negro; y uno en blanco
y rojo dice

peligro. El pórtico de la iglesia tiene cuatro columnas


estriadas, cada una tallada de una sola piedra,
pero
empobrecidas por el encalado. Este sería un paraíso para
golfillos, niños, animales, prisioneros,
y presidentes que han dado su merecido a los
perversos

senadores no pensando en ellos. Uno


ve aquí una escuela, una oficina de correos en
una tienda, pescaderías, pollerías, una goleta de tres palos
en
el astillero. El héroe, el estudiante,
el chiminellero, cada uno según su modo de ser,
están en su elemento.
No sería ciertamente peligroso estar viviendo
en una aldea como esta, de gente sencilla
que tienen un chiminellero que pone señales de peligro

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junto a la iglesia
cuando está bruñendo la sólida,
puntuda estrella, que en una torre
significa esperanza.

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John Crowe Ransom


(1888-1974)

PIEZA DE PIAZZA

—Soy un gentleman en un guardapolvo, tratando


de haceros escucharme. Vuestras lindas orejas
no escuchan de un anciano las temblorosas quejas.
Sólo oyen a los jóvenes murmurar suspirando.
Pero mirad las rosas muriendo en el rosal
y escuchad de la luna la canción espectral.
Pronto vendrá la linda lady que estoy llamando.
Soy un gentleman en un guardapolvo, tratando.

—Soy una lady joven en belleza, esperando


a mi amor verdadero, que me venga a besar.
¿Quién es este hombre cano que aquí me viene a hablar
con voz débil y seca, como en sueños sonando?
¡Salid de mis rosales, o empezaré a gritar!
Soy una lady joven en belleza, esperando.

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T. S. ELIOT
(1888-1965)

LOS HOMBRES HUECOS

Somos los hombres huecos,


somos los hombres estofados,
apoyándose entre ellos
las cabezas repletas de paja. ¡Ay!
Nuestras voces secas, cuando
murmuramos juntos,
son silenciosas y sin sentido;
como brisa en hierba seca
o patas de ratas en vidrio seco
en nuestro seco sótano.

Figura sin forma, matiz sin color,


paralizada fuerza, gesto sin movimiento.
Los que han cruzado,
con ojos directos, al otro Reino de la Muerte
nos recuerdan —si acaso— no cual perdidas
violentas almas, sino sólo
como los hombres huecos,
los hombres estofados.

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II

Ojos que no me atrevo a sostener en sueños


en el reino de sueño de la muerte,
estos ya no aparecen;
allá, los ojos son
sol en columna rota;
allá, un árbol meciéndose;
y voces hay
en la del viento cantando
más distantes y más solemnes
que una estrella apagándose.

No esté yo más cerca


en el reino de sueño de la muerte;
lleve también yo puestos
tales disfraces deliberados:
cota de rata, piel de cuervo, cruzadas astillas,
en un campo,
conduciéndome como el viento se conduce,
no más cerca;
no aquel final encuentro
en el reino del crepúsculo.

III

Esta es la tierra muerta,


esta es la tierra de cardos;
aquí, las imágenes de piedra

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elévanse; aquí reciben


la súplica de la mano de un muerto,
bajo el parpadeo de una estrella apagándose.

Es como esto,
en aquel otro reino de la muerte,
despertando solos
en la hora en que estamos
temblando de ternura;
labios que besarían
forman preces a rotas piedras.

IV

Aquí no están los ojos;


aquí no hay ojos,
en este valle de estrellas moribundas,
en este hueco valle,
esta rota quijada de nuestros reinos perdidos.

En este último lugar de cita,


a tientas nos juntamos
y evitamos el habla,
agrupados en esta playa del túmido río.

Ciegos, al menos
que reaparezcan los ojos
cual la perpetua estrella
multifolia rosa

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del reino crepuscular de la muerte,


la única esperanza
de los hombres vacíos.

Aquí vamos rondando la espinosa pitahaya.


Espinosa pitahaya, espinosa pitahaya.
Aquí vamos rondando la espinosa pitahaya,
a las cinco en punto de la mañana.

Entre la idea
y la realidad,
entre la moción
y el acto,
cae la Sombra.

Porque Tuyo es el Reino.

Entre la concepción
y la creación,
entre la emoción
y la contestación,
cae la Sombra.

La vida es muy larga.

Entre el deseo
y el espasmo,

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entre la potencia
y la existencia,
entre la esencia
y la descendencia,
cae la Sombra.

Porque Tuyo es el Reino.

Porque Tuyo es,


la Vida es,
porque Tuyo es el...

Este es el modo en que el mundo termina.


Este es el modo en que el mundo termina.
Este es el modo en que el mundo termina.
No de un porrazo, sino de un sollozo.

EL CANTO DE AMOR DE J. ALFRED PRUFROCK

Vámonos, pues, tú y yo,


cuando el atardecer se tiende sobre el cielo
como un paciente anestesiado sobre una mesa;
vámonos por algunas medio desiertas calles,
cuchicheantes retiros
de inquietas noches en hoteluchos de una noche,
y restaurantes de aserrín con conchas de ostras:
calles que se prolongan como disputas fastidiosas
de intención insidiosa

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que te van conduciendo hasta alguna pregunta aplastante...


Oh, no preguntes “¿Cuál?”
Vamos a hacer nuestra visita.
En el cuarto, las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.

La neblina amarilla que se restriega el lomo contra el cristal


de las ventanas,
la neblina amarilla que se frota el hocico contra el cristal
de las ventanas,
pasó la lengua por los rincones de la tarde,
paró en los charcos que quedan en los desagües,
se echó en la espalda el hollín que cae de las chimeneas,
resbaló en la terraza, dio un repentino salto,
y viendo que era una suave noche de octubre,
se enroscó alrededor de la casa y se quedó dormida.

Y, en verdad, ya habrá tiempo


para el humo amarillo que se desliza por la calle
restregándose el lomo contra el cristal de las ventanas.

Ya habrá tiempo, ya habrá tiempo


para alistar una cara que dar a las caras que encuentres;
ya habrá tiempo para asesinar y para crear,
y tiempo para todos los trabajos y los días de las manos
que alzan y botan una pregunta sobre tu plato;
tiempo para ti y tiempo para mí,
y tiempo todavía para cien indecisiones,
y cien visiones y revisiones

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antes de que se tome té y tostada.


En el cuarto, las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.

Y, en verdad, ya habrá tiempo


para pensar “¿Me atrevo?” y “¿Me atrevo?”
Tiempo para volverse y bajar la escalera
con un círculo calvo en medio de mi pelo.
(Dirán: “¡Qué escaso tiene el pelo!”)
Mi saco matinal, mi cuello alzado con firmeza hacia la
barba,
mi corbata rica y modesta, pero sujeta con sencillo alfiler.
(Dirán: “¡Qué flacos tiene los brazos y las piernas!”)
¿Me atrevo
a perturbar el Universo?
En un minuto hay tiempo
para resoluciones y revisiones que otro minuto volteará al
revés.

Porque ya todas las he conocido, todas las he conocido,


he conocido las noches, mañanas, tardes,
he medido mi vida con cucharillas cafeteras;
ya conozco las voces que mueren con un moribundo
descenso
en la música que viene de algún cuarto más lejos.
¿Cómo podría, entonces, presumir?

Y ya he conocido los ojos, todos los he conocido,


los ojos que te fijan en una sola fórmula,

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y cuando estoy ya formulado, aleteando en mi alfiler,


cuando estoy ya clavado y me retuerzo en la pared,
¿cómo, entonces, comenzar
a escupir las colillas de mis días y mis modos?
¿Y cómo, entonces, presumir?

Y ya he conocido los brazos, todos los he conocido,


brazos con brazaletes, y blancos y desnudos.
(¡Pero, a la luz, desmerecidos por leve vello bruno!)
¿ Es el perfume de un vestido
lo que así me hace divagar?
Brazos que yacen sobre una mesa o que se envuelven en
algún chal.
¿Debiera, entonces, presumir?
¿Y cómo, entonces, comenzar?
¿He de decir que he andado, anocheciendo, por angostas
callejuelas,
y visto el humo que se eleva de las pipas
de tipos solitarios que, en mangas de camisa, fuman en
sus ventanas?
Yo debiera haber sido un par de ásperas zarpas
escotillando en pisos de silenciosos mares.

Y la tarde, la noche, ¡duerme tan apacible!


Por largos dedos alisada.
dormida... cansada... o perecea,
tendida sobre el suelo, aquí, junto a ti y yo.
¿Podría yo, después del té, los queques, los helados, tener
la fuerza de forzar el momento hasta su crisis?

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Pero por más que he llorado y ayunado llorado y orado,


por más que he visto mi cabeza (ya un poco calva) traída
sobre una bandeja,
no soy profeta, ni hay asunto mayor;
he visto mi momento de grandeza vacilar consumiéndose,
y he visto el eterno Andarín jalarme el saco y, burlón,
sonreírme,
y, en dos palabras, tuve miedo.

¿Y hubiera valido la pena, después de todo,


después de las copas, la mermelada, el té,
entre la porcelana, entre la charla entre tú y yo,
haber cortado el asunto con los dientes sonriendo,
haber exprimido el Universo hasta hacerlo una bola,
y dejarlo rodar hasta alguna pregunta aplastante,
y decir : “Yo soy Lázaro, resucitado de entre los muertos,
vuelto a decírtelo todo, todo te lo diré”?,
si una, acomodándose una almohada a la cabeza,
dijera: “No era eso, ni mucho menos, lo que
quería. No es eso, ¿no?”
¿Y hubiera valido la pena, después de todo,
hubiera valido realmente la pena,
después de las puestas de sol, y las entradas con jardín, y
calles regadas;
después de las novelas, después de las tazas de té, después
de las faldas que se arrastran por el piso
y de eso y tanto más?
¡Es imposible decir precisamente lo que quiero decir!
Pero como si una linterna mágica proyectara los nervios

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en calco sobre una pantalla:


hubiera valido la pena
si una, acomodándose una almohada o quitándose un
mantón,
y dirigiéndose a la ventana, dijera:
“No es eso, no;
no era eso, ni mucho menos, lo que quería.”
¡No! Yo no soy el príncipe Hamlet, ni nací para serlo.
Soy un lord asistente, uno que sirve
para llenar un paso, iniciar una escena,
aconsejar al príncipe; sin duda, un fácil instrumento,
deferente, contento de servir,
político, cauto y meticuloso;
lleno de mucho seso, pero un poquito obtuso;
a veces, en verdad, casi ridículo;
casi, a veces, el necio.
Envejezco... Envejezco...
Tendré que andar con los fondillos arrugados.

¿Me haré el partido atrás? ¿Me atreveré a comerme algún


durazno?
Usaré pantalones de franela y pasearé sobre la costa.
He oído a las sirenas cantar, la una a la otra.

No creo yo que a mí me cantarán.


Ya las vi cabalgar en las olas mar adentro,
peinando los blancos cabellos de las olas sopladas para
atrás,
cuando el soplo del viento bate el agua blanca y negra.

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Nos hemos retardado en las cámaras marinas,


junto a niñas de mar coronadas de algas rojas y algas pardas,
hasta que voces humanas nos despiertan y nos ahogamos.

EL BOSTON EVENING TRANSCRIPT

Los lectores del Boston Evening Transcript


se mueven en el viento como un maizal maduro.

Cuando el atardecer se apresura en la calle con desmayo,


despertando en unos el apetito de la vida
y a otros dándoles el Boston Evening Transcript,
subo las gradas y toco el timbre, volviéndome
cansado, como uno se volvería a decir adiós a La
Rochefoucauld,
si la calle fuese el tiempo y él al final de la calle,
y digo: “Prima Harriet, aquí está el Boston Evening
Transcript”.

MI TÍA HELEN

Miss Helen Slingsby era mi tía soltera,


y vivía en una casita cerca de una plaza elegante
cuidada por sus sirvientes que eran cuatro.
Y cuando ella murió hubo un silencio en el cielo
y un silencio allá en su calle.
Se abrieron las persianas y el empresario de pompas
fúnebres limpió sus zapatos.

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Se daba cuenta de que cosas como esta ya habían ocurrido.


Los perros habían tenido parte en el testamento,
pero poco después también murió la lora.
Continuó el tictac del reloj de Dresden en la chimenea,
y el lacayo se sentó sobre la mesa de comer,
con la segunda doncella en sus rodillas,
que había sido tan cuidadosa cuando su señora vivía.

LA FIGLIA CHE PIANGE

O quem te memorem virgo...

Párate en la más alta grada de la escalera,


reclínate en la taza de un jardín,
hila, hila el sol de tu cabellera,
abrázate a tus flores con sorpresa apenada,
tírales en el suelo y vete al fin
con un fugaz resentimiento en tu mirada;
pero hila, hila el sol de tu cabellera.

Así quisiera que él se hubiera ido,


así que ella se hubiera quedado y sufrido,
así él la hubiera dejado
cual deja el alma al cuerpo herido y destrozado,
cual la mente abandona al cuerpo que ya ha usado.

Yo encontraría
un modo incomparable de fino y acertado,
un modo que entendiéramos ambos, y tan llano,

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y tan desleal como darse la mano.


Partió; mas en los días de otoño soñadores,
forzó mi mente día a día,
muchos días y horas:
su cabello cayendo en sus brazos y sus brazos cargados de
flores.
Y si estuvieran juntos, pienso, ¿cómo sería?
De una actitud y un gesto yo me hubiera perdido.
Pensamientos como estos sorprenden todavía
la inquieta medianoche y el sueño a mediodía.

EL VIAJE DE LOS MAGOS

‘Fría fue la jornada,


el peor tiempo del año nada menos
para un viaje, y un viaje tan largo:
los caminos en hondonadas y el viento cortante,
en lo más crudo del invierno.’
Y los camellos hostigados, con las patas llagadas,
obstinados,
acostándose en la nieve derretida.
Hubo veces que añorábamos
los palacios veraniegos en las montañas, las terrazas,
y las muchachas de seda, trayendo sorbetes.
Después los hombres de los camellos maldiciendo y
refunfuñando
y fugándose, y pidiendo su licor y sus mujeres,
y las hogueras de noche apagándose, y la falta de
albergues,

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y las ciudades hostiles, y los pueblos inhospitalarios


y las aldeas sucias y con precios altos:
un mal viaje tuvimos.
Al fin preferimos viajar de noche,
durmiendo a ratos,
con las voces cantando en los oídos, diciéndonos
que todo era locura.
Después al alba llegamos a un valle templado,
húmedo, detrás de la línea de la nieve, oloroso a
vegetación;
con un riachuelo y un molino de agua girando en la
sombra,
y tres árboles contra el cielo bajo,
y un viejo caballo blanco galopando en el prado.
Después llegamos a una cantina con pámpanos sobre el
dintel,
seis manos tras una puerta abierta jugando con piezas de
plata,
y unos pies pateando los odres vacíos.
Pero no nos dieron información, y así que seguimos
y llegamos al anochecer; hasta entonces y no antes
encontramos el lugar; fue (se puede decir) satisfactorio.
Todo esto fue hace mucho tiempo, recuerdo,
y yo lo haría de nuevo, pero aclarando
esto aclarando
esto: ¿fuimos llevados hasta allá para
un Nacimiento o una Muerte? Había un Nacimiento, es
claro,
era evidente y sin ninguna duda. Yo había visto nacimientos
y muertes,

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pero creía que eran diferentes. Este Nacimiento fue


cruel y amarga agonía para nosotros, como la Muerte,
nuestra muerte.
Regresamos a nuestros sitios, estos reinos,
pero ya nunca tranquilos aquí, en la antigua alianza,
con un pueblo extraño aferrado a sus dioses.
Yo me alegraría con otra muerte.

EAST COKER

En mi principio está mi fin. En sucesión


casas se alzan y caen, se desmoronan, se extienden,
son removidas, destruidas, restauradas, o en su lugar
hay un campo abierto o una fábrica, o una vereda.

Piedra vieja a casa nueva, madera vieja a fuegos nuevos,


fuegos viejos a cenizas, y cenizas a la tierra
que es ya carne, cuero y heces,
huesos de hombres y animales, tallos y hojas.
Casas viven y mueren: hay tiempo para edificar
y tiempo para vivir y para engendrar
y tiempo para que el viento rompa el vidrio de la ventana
sin postigo
y sacuda la cornisa donde la rata corre
y sacuda la desgarrada tapicería que ostenta un mote
mudo.

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En mi principio está mi fin. Ahora cae la luz


sobre el campo abierto, dejando el hundido sendero
cerrado de ramas, oscurecido en media tarde,
donde te arrimas al paredón mientras para un carromato,
y el profundo sendero insiste en la dirección
hacia el pueblo. En un vapor caliente la bochornosa luz
es absorbida, no refractada, por piedras grises.
Las dalias duermen en el silencio vacío.
Espera el primer búho.
En este campo abierto
si no te acercas demasiado, si no te acercas demasiado,
en una medianoche de verano podrás oír la música
de las débiles gaitas y los tamboriles
y los verás bailando junto al fuego
la asociación del hombre y la mujer
en el baile, que significa matrimonio—
Dignificado y provechoso sacramento.
Dos a dos, necesario ayuntamiento
trabados de las manos a los brazos
que es prenda de concordia, girando en torno del fuego
saltando entre las llamas, o jugando al corro
rústicamente solemnes o con rústica risa
alzando pies pesados en toscos zapatones,
pies de tierra, pies de greda, alzados con campestre jolgorio
el jolgorio de aquellos ha tiempo bajo tierra
nutriendo los trigales. Llevando el tiempo,
llevando el ritmo de su baile
igual que vimos en estaciones vivas
igual que vivos en estaciones y las constelaciones
el tiempo del ordeño y el tiempo de la cosecha

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y el tiempo de la copulación del hombre y la mujer


y la de las bestias. Pies subiendo y bajando.
Comiendo y bebiendo. Estiércol y muerte.

Apunta el alba, y otro día


se prepara para el calor y el silencio. Afuera en el mar el
viento del alba
riza y resbala. Yo estoy aquí
o allá, o en otra parte. En mi principio.

II

¿Qué está haciendo el tardío noviembre


con el desorden de la primavera
y creaturas del calor estival,
y copos arremolinándose bajo los pies
y malvarrosas que apuntan muy alto
enrojecen hasta lo gris y se desgajan
rosas tardías llenas de nieve temprana?
El truco echado a rodar por las estrellas rodantes
simula carros triunfales
en consteladas guerras desplegados
el escorpión pelea contra el sol
hasta que el sol y la luna se hunden
los cometas lloran y las Leónidas vuelan
asolan cielos y llanuras
arrebatadas por un vórtice que llevará
al mundo a aquel fuego destructor
que arde antes que reine la capa de hielo.

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Eso fue una manera de decirlo —no muy satisfactoria:


un estudio perifrástico en una poética pasada de moda,
que nos deja todavía en la lucha intolerable
con las palabras y significados. La poesía no importa.
No era (para empezar otra vez) lo que uno esperaba.
¿Cuál iba a ser el valor de la tan largo tiempo deseada,
tan largo tiempo esperada calma, la serenidad otoñal
y la cordura de la edad? ¿Nos engañaron a nosotros
o se engañaron ellos mismos, los viejos de voz suave,
legándonos meramente una receta de fraude?
La serenidad solamente una chochez deliberada,
la prudencia solamente el conocimiento de secretos muertos
inútiles en la sombra a la que se asomaron
o de la que apartaron los ojos. Existe, nos parece
a lo sumo, tan solo un valor limitado
en el conocimiento derivado de la experiencia.
El conocimiento impone un patrón, y falsifica,
porque el patrón es nuevo en cada momento
y cada momento es una nueva y sorpresiva
valoración de todo cuanto hemos sido. Únicamente nos
desengañamos
de aquello que, engañándonos, ya no nos puede hacer
daño.
En mitad, no solo en mitad del camino
sino en todo el camino, en una selva oscura, en un matorral,
a la entrada de un desierto, donde no hay pisada segura,
y amenazado de monstruos, fuegos fatuos,
con peligro de encantos. Que no se me hable
de la cordura de los viejos, sino más bien de su locura,

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de su miedo al miedo y al frenesí, su miedo a la posesión,


a ser de otro, o de otros, o de Dios.
La única sabiduría que podemos esperar adquirir
es la sabiduría de la humildad: la humildad no tiene fin.

Las casas están todas bajo el mar.

Los danzantes están todos bajo la tierra.

III

Oh negro negro negro. Todos caen en lo negro,


los vacíos espacios interestelares, vacío dentro del vacío,
los capitanes, banqueros mercaderes, eminentes hombres
de letras,
los generosos patronos del arte, los estadistas y gobernantes,
distinguidos empleados públicos, presidentes de muchos
comités,
los amos de la industria y los pequeños contratistas, todos
caen en lo negro,
y negro el sol y la luna, y el almanaque de Gotha
y la Gaceta de la Bolsa, el Directorio de Directores,
y frío el sentido y perdido el motivo de la acción.
Y todos vamos con ellos, en el silencioso entierro,
el entierro de nadie, porque no hay nadie para enterrar.
Yo le dije a mi alma, estate quieta, y deja que lo negro
descienda sobre ti
que será la negrura de Dios. Como, en un teatro,
se apagan las luces, para cambiar el escenario

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con un hueco ruido de alas, con un movimiento de


sombras sobre sombras,
y sabemos que las colinas y los árboles, el distante
panorama
y la atrevida imponente fachada están siendo enrollados y
quitados—
o como, cuando un tren subterráneo, en el túnel, se
detiene demasiado tiempo entre dos estaciones
y la conversación se levanta y lentamente muere en el
silencio
veis tras cada rostro el vacío mental profundizarse
dejando sólo el terror en aumento de no pensar en nada;
o cuando, bajo el éter, la mente está consciente, pero
consciente de nada—
yo le dije a mi alma, quédate quieta, y espera sin esperanza
porque la esperanza sería la esperanza de lo falso. Espera
sin amor
porque el amor sería el amor de lo falso; hay fe sin
embargo
pero la fe y el amor y la esperanza están todos en la espera.
Espera sin pensamiento, porque aún no estás preparado
para el pensamiento.
Así la sombra será la luz y la quietud la danza.
Murmullo de corrientes y relámpagos de invierno.
El tomillo silvestre oculto y la fresa silvestre,
la risa en el jardín, el eco del éxtasis
no perdido, sino requiriendo, apuntando a la agonía
de la muerte y el nacimiento.

Diréis que estoy repitiendo

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algo que ya dije. Y lo diré de nuevo.


¿Debo decirlo de nuevo? Para llegar allí,
llegar a donde estás, salir de donde no estás,
debes ir por un camino en que no hay éxtasis.
Para venir a lo que no sabes
has de ir por donde no sabes
para venir a donde no posees
has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres
has de ir por donde no eres.
Y lo que no sabes es lo único que sabes
y lo que tienes es lo que no tienes
y donde eres es donde no eres.

IV

El cirujano herido aplica el acero


que consulta la parte dañada;
bajo las manos sangrantes sentimos
la filosa piedad del arte del doctor
resolviendo el enigma del cuadro de la fiebre.

Nuestra única salud es la enfermedad


si obedecemos a la enfermedad moribunda
cuyo constante cuidado es no agradarnos
sino recordar la maldición de Adán y nuestra,
y que, para sanarnos, nuestra enfermedad debe empeorar.

Toda la tierra es nuestro hospital


legado por el millonario arruinado,

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donde, si nos va bien, moriremos


del absoluto cuidado paternal
que no nos dejará, pues nos preserva dondequiera.

El frío sube de los pies a las rodillas,


la fiebre canta en los hilos mentales.
Si me he de calentar, debo entonces helarme
y temblar en los frígidos fuegos purgatoriales
en que la llama es rosas, y el humo zarzas.

La sangre goteante nuestra sola bebida,


la carne sangrante nuestra sola comida:
a pesar de lo cual nos agrada pensar
que somos carne y sangre sanas, sustanciales—
Con todo, a pesar de esto, llamamos a este día Viernes
Santo.

Así, pues, aquí estoy, en mitad del camino, habiendo ya


tenido una vez los veinte años—
Veinte años pródigamente despilfarrados, los años de
l’entre deux guerres—
Tratando de aprender a usar las palabras, y cada intento
es un comienzo enteramente nuevo, y un fracaso distinto
porque uno apenas ha aprendido a sacar lo mejor de las
palabras
para lo que uno ya no tiene qué decir, o la manera
en que ya no está dispuesto a decirlo. Y así cada intentona

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es un nuevo comienzo, una incursión en lo inarticulado


con un equipo desgastado siempre deteriorándose
en el desorden general de la imprecisión de sentimiento,
indisciplinadas escuadrillas de emoción. Y lo que hay que
conquistar
por fuerza y sumisión, ya ha sido descubierto
por una vez o dos, o muchas veces, por hombres que uno
no puede esperar
emularlos —pero no hay competencia—
Hay sólo la lucha para recobrar lo que ha sido perdido
y encontrado y perdido otra vez y otra vez; y ahora en
condiciones
que parecen impropicias. Pero quizás nadie gana ni pierde.
Para nosotros, sólo hay el intentar. El resto no es cosa
nuestra.

Hogar es el sitio de donde uno parte. A medida que nos


hacemos viejos
el mundo se hace más extraño, más complicada la trama
de muertos y vivos. No el intenso momento
aislado, sin antes ni después,
sino toda la vida quemándose en cada momento
y no toda la vida de un hombre solamente
sino de las viejas piedras que no pueden descifrarse.
Hay un tiempo para la noche bajo los astros,
y un tiempo para la noche bajo la lámpara
(la noche con el álbum de fotografías).
El amor es más enteramente él mismo
cuando el aquí y el ahora nada nos importan.

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Los viejos debieran ser exploradores


el aquí y el allá nada importan
debemos aún inmóviles movernos
hacia otra intensidad
para una mayor unión, una más honda comunión
entre el frío oscuro y la vacía desolación,
el grito de la ola, el grito del viento, las vastas aguas
del petrel y el bufeo. En mi fin está mi principio.

MARCHA TRIUNFAL

Piedra, bronce, piedra, acero, piedra, hojas de roble, cascos


de caballos sobre el pavimento.
Y las banderas. Y las trompetas. Y tantas águilas.
¿Cuántas? Cuéntalas. Y semejante apretazón de gente
apenas si podíamos conocernos nosotros ese día, o la ciudad.
Esta es la calle que lleva al templo y con tantos como
íbamos era imposible caminar.
Con tantos esperando ¿con cuántos esperando? A nadie le
importaba en ese día.
¿No vienen todavía? No vienen todavía. Puedes ver unas
águilas. Y ya puedes oír las trompetas
Ya vienen. ¿Ya viene él?
La vida natural del Ego nuestro en la vigilia consiste en
percibir.
Podemos esperar con nuestros taburetes y nuestros
salchichones.

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O escondido bajo el ala de la paloma, escondido en el


pecho de la torcaz,
bajo la sombra de la palmera, bajo el agua que corre
en el inmóvil punto del mundo giratorio. Escondido.
Ahora suben las gradas del templo. Ya viene el sacrificio.
Ahora vienen las vírgenes con urnas, urnas que sólo
contienen polvo
polvo
polvo de polvo, y ahora
piedra, bronce, piedra, acero, piedra, hojas de roble,
cascos de caballos sobre el pavimento
eso fue todo lo que pudimos ver. ¡Pero qué haber águilas!
¡Y qué haber trompetas!
(Y el Domingo de Pascua no salimos al campo,
así es que nos llevamos a la iglesia a Cirilito. Y sonaron la
campanilla
y él que grita, en medio del silencio, CHOCOLATE).
No tires, por favor, esa salchicha.
Ya servirá para algo. Él es habilidoso. ¿Quieres
darnos tu luz?
Luz
luz
Et les soldats faisaiaent la haie? Ils la faisaient.

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LA ROCA
(Fragmentos)

El águila se cierne en la cumbre del cielo,


el cazador con sus perros sigue sus vueltas,
¡oh perpetua revolución de estrellas en configuraciones,
oh perpetua recurrencia de estaciones determinadas,
oh mundo de primavera y otoño, nacimiento y agonía!
El eterno ciclo de idea y acción,
eterno invento, eterno experimento,
nos da el conocimiento del movimiento, pero no de la
quietud;
el conocimiento del hablar, pero no del silencio;
el conocimiento de las palabras, y la ignorancia de la
Palabra.
Todo nuestro conocimiento nos acerca más a la ignorancia,
toda nuestra ignorancia nos acerca más a la muerte,
pero cerca de la muerte no es más cerca de Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido viviendo?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en
conocimientos?
¿Dónde están los conocimientos que hemos perdido en
información?
Los ciclos del cielo durante veinte siglos
nos alejan más de Dios y nos acercan al polvo.
Marché a Londres, a la ciudad regida por el tiempo
donde el río corre, con extranjeras flotaciones.

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Allí me dijeron: tenemos demasiadas iglesias,


y pocos restaurantes. Allí me dijeron
que jubilen a los vicarios. Los hombres no necesitan la
Iglesia
en el sitio en que trabajan, sino allí donde pasan el domingo.
En la ciudad, no necesitamos campanas:
que ellas despierten los suburbios.
Marché a los suburbios, y allí me dijeron:
trabajamos seis días, el séptimo es para ir en auto a
Hindhead, o a Maidenhead.
Si hace mal tiempo nos quedamos en casa y leemos los
periódicos,
en los sectores industriales, allí me hablaron
de leyes económicas.
En las pintorescas zonas rurales, allí parecía
que el campo ahora solo sirve para picnics.
Y la iglesia parece que no la quieren
ni en campos ni suburbios; y en la ciudad
solamente para bodas importantes.

Oh, Señor, líbrame del hombre de excelentes intenciones


y corazón impuro: porque el corazón es engañoso
sobre todas las cosas e irremediablemente perverso.
Sanballat el Horonita y Tobías el Amonita y Geshem el
Árabe: eran hombres indudablemente de celo y espíritu
público.
Presérvame del enemigo que tiene algo que ganar: y del
amigo que tiene algo que perder.

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Recordando las palabras de Nehemías el Profeta: “La


llana en la mano, y el revólver más bien suelto en la
funda.”
Aquellos que se sientan en una casa cuyo uso se ha
olvidado: son como culebras sobre escaleras
derrumbadas, contentas en el sol.
Y los otros corren como perros, llenos de actividad,
oliendo y ladrando; dicen: “Esta casa es un nido de
culebras, vamos a destruirla,
y a terminar con estas abominaciones.” Y estos no están
justificados, ni los otros.
Y escriben libros innumerables; siendo demasiado vanos y
aturdidos para el silencio: buscando cada uno cómo
elevarse y escabullendo su vacío.
Si la humildad y la pureza no están en el corazón, no lo
están en la casa; y si no están en la casa no están en la
ciudad.
Y el hombre que ha construido todo el día regresará a su
casa al anochecer: para ser bendecido con el don del
silencio, y cabecear antes de dormir.
Pero estamos rodeados de culebras y perros; por tanto
unos deben trabajar y otros deben sostener las lanzas.

VI

Es difícil para aquellos que nunca han conocido


persecución,
y que nunca han conocido un cristiano,
creer estos cuentos de la persecución cristiana.
Es difícil para aquellos que viven junto a un Banco

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dudar de la seguridad de su dinero.


Es difícil para aquellos que viven junto a un puesto de
Policía
creer en el triunfo de la violencia.
¿Creéis que la Fe ha conquistado el mundo
y que los leones ya no necesitan de guardianes?
¿Necesitáis que se os diga que cualquier cosa que ya
hubo, puede aún volver a haber?
¿Necesitáis que se os diga que aun prendas tan modestas
que os podéis vanagloriar de ellas en la sociedad bien
educada
difícilmente sobrevivirán a la Fe a la que deben su impor-
tancia?
¡Hombres! Pulid vuestros dientes al acostaros y levantaros;
¡mujeres! Pulid vuestras uñas:
vosotros afiláis los dientes del perro y las garras del gato.
¿Por qué van a amar los hombres a la Iglesia? ¿Por qué
van a amar sus leyes?
Ella les habla de Vida y de Muerte, y de todo lo que ellos
olvidarían.
Ella es tierna donde ellos serían duros, y dura donde ellos
quieren ser suaves.
Ella les habla de Mal y Pecado, y otras desagradables
realidades.
Ellos tratan constantemente de escapar
de las sombras de afuera y de adentro

soñando con sistemas tan perfectos que nadie necesitará


de ser bueno.
Pero el hombre que es le hará sombra

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al hombre que pretende ser.


Y el Hijo del Hombre no fue crucificado de una vez por
todas,
ni la sangre de los mártires se derramó de una vez por
todas,
ni la vida de los santos se dio de una vez por todas:
sino que el Hijo del Hombre es crucificado siempre
y habrá siempre mártires y santos.
Y si sangre de mártires va a correr en las gradas
debemos primero construir las gradas;
y si el templo va a ser derribado
debemos primero construir el templo.

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Bartolomeo Vanzetti
(1888-1927)

ÚLTIMO DISCURSO EN LA CORTE1

He estado hablando mucho de mí mismo


y ni siquiera había mencionado a Sacco.
Sacco también es un trabajador,
un competente trabajador desde su niñez, amante del
trabajo,
con un buen empleo y un sueldo,
una cuenta en el Banco, y una esposa encantadora y
buena,
dos niñitos preciosos y una casita bien arreglada
en el lindero de un bosque, junto a un arroyo.

Sacco es todo corazón, todo fe, todo carácter, todo un


hombre;
un hombre, amante de la naturaleza y de la humanidad
un hombre que lo dio todo, sacrificó todo
por la causa de la libertad y su amor a los hombres:
dinero, tranquilidad, ambición mundana,
su esposa, sus hijos, su persona
y su vida.

1 Las últimas palabras de Bartolomeo Vanzetti ante la corte que lo condenó a muerte
fueron incluidas como un auténtico poema en la antología de Seldem Rodman: A new
Anthology of modern Poetry. Ed. by Seldem Rodman. The Modern Library, New
York, 1938 y posteriormente en Poetry of freedom, Ed. William Rose Benet and
Norman Cousins. The Modern Lybrary, New York, 1945.

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Sacco jamás ha pensado en robar, jamás en matar a nadie.


Él y yo jamás nos hemos llevado un bocado
de pan a la boca, desde que somos niños hasta ahora,
que no lo hayamos ganado con el sudor de la frente.
Jamás...
Ah, sí, yo puedo ser más listo, como alguien ha dicho;
yo tengo más labia que él, pero muchas, muchas veces,
oyendo su voz sincera en la que resuena una fe sublime,
considerando su sacrificio supremo, recordando su
heroísmo,
yo me he sentido pequeño en presencia de su grandeza
y me he visto obligado a repeler
las lágrimas de mis ojos,
y apretarme el corazón
que se me atorozonaba, para no llorar delante de él:
este hombre al que han llamado ladrón y asesino y
condenado a muerte.

Pero el nombre de Sacco vivirá en los corazones del


pueblo
y en su gratitud cuando los huesos de Katzmann
y los de todos vosotros hayan sido dispersados por el
tiempo;
cuando vuestro nombre, el suyo, vuestras leyes,
instituciones,
y vuestro falso dios no sean sino un borroso recuerdo
de un pasado maldito en el que el hombre era lobo
para el hombre...

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Si no hubiera sido por esto


yo hubiera podido vivir mi vida
charlando en las esquinas y burlándome de la gente.
Hubiera muerto olvidado, desconocido, fracasado.
Esta ha sido nuestra carrera y nuestro triunfo. Jamás
en toda nuestra vida hubiéramos podido hacer tanto
por la tolerancia, por la justicia, porque el hombre entienda
al hombre, como ahora lo estamos haciendo por accidente.
Nuestras palabras, nuestras vidas, nuestros dolores—
¡nada!
La pérdida de nuestras vidas —la vida de un zapatero
y un pobre vendedor de pescado—
¡todo! Ese momento final es de nosotros,
esa agonía es nuestro triunfo.

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Conrad Aiken
(1889-1973)

EL REY BURBUJA

¿Decís que habéis oído reír al rey Burbuja?


¿Pues cómo fue? ¿Algún cuerpo celeste lo movió?
¿Rió primero la luna? ¿La tierra asomó un dedo
de enredadera en su enlunada ventanilla,
haciéndole cosquillas?

El rey Burbuja rió


solo, paseando solo en un cuarto vacío,
pensando y no pensando, viendo pero no viendo.
Una mano en la barba tentándose los pelos
que no detiene la cuchilla; otra, tanteando,
porque era oscuro y había sillas en lo oscuro;
medianoche o casi medianoche, Aldebarán
colgaba entre el rocío
—Pero ¿es que el rey Burbuja
se rió una vez o dos de nada, cuando la noche
soltaba un vuelo de campanadas?
—No sólo esto
no por las campanadas volando a Aldebarán,

ni por la barba inmitigable, ni el rocío


golpeando fuertemente en el invernadero,
ni sillas en la sombra que sus pies tropezaran;
y sin embargo era todo eso, y más; la brisa

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movía la cortina con una mariposa:


iba una campanada más lenta que las otras
en el silencio tenso de estrellas; se rajaba
el jardín para darle salida a mil semillas;
un colmillo dolíale, y entretanto, el péndulo
sonaba fuertemente en la mecida izquierda.
—¿Tales minucias provocan la risa de un rey?

—Mucho menores que esas, y más. Él caminaba


por el telarañoso mundo, y lo sintió temblar.
Bajo la tierra —un hilo o dos de telaraña—
miró los huesos de su padre, diseminados,
hundida la quijada, comido el espinazo;
entre los huesos de su madre crecía un cactus,
dos topos se arrastraban y un carnaval de hormigas.
Sobre la tumba, obscena, un áloe daba flores.
Fulgía el rocío sobre el mármol. Esto vio,
y en aquel mismo instante oyó a la cocinera
darle cuerda al reloj de su cuarto, bostezar
y hacer crujir su cama. Entonces, sorprendido,
tocó una silla y rió, retorció la cortina,
salió volando la mariposa.
¡Ay! ¡Rey Burbuja!
¡Que haya sido una cosa tan ínfima y tan triste
la que lo hizo reír!
El joven rey Burbuja
vio algo más todavía. Vio al infinito pulpo
con ojos de caos y largos brazos de estrellas,
y vientre de vacío y tinieblas, perfilarse

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en torno suyo, y se sintió luego abrazado


y arrastrado entre un tentáculo, con sillas, dientes,
casas, huesos, jardines, cocineras, relojes;
la campana de medianoche, la roncadora
cocinera y él mismo confundidos como átomos.

—¿Fue, pues, esto lo que hizo reír al rey Burbuja,


verse como corpúsculo en el pulpo infinito?
¿Eso fue todo, viejo loco, pasador de hojas?

—Solo, pensando solo, en un cuarto vacío,


donde la luna y el ratón juntos se hallaban,
y al unísono el pulso y el reloj, y el rocío
hacia un golpeteo contrapuntal, Burbuja
se figuró entre sus propias vísceras el mundo,
y descendió, sondeando como buzo, apretándose
la picuda nariz; y al resurgir, se rió.
Estas y otras cosas miró. Pero al final,
la última o penúltima que vio, fue ya la cosa
que terminó con él por fin.
—¿Qué fue esa cosa?
¿La cosa más grotesca de las cosas grotescas?
¿Carroña, sobras, un cepillo de dientes listo
para carnal colmillo? ¿Cáncer al corazón,
o quizá hongos blancos hinchándose en los sesos?
¿Alguna gárgola mental?
—El rey Burbuja,
torciendo la cortina cuando la campanada
final volaba melodiosa a Aldebarán, miraba
también volar la mariposa. Bajaba leve

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entre pétalos blancos, cayendo. Allí una rosa


se abrió bajo la luna. ¡Se llenó de rocío!
El vampiro de alas de harapos volando al sesgo,
cazó una abeja dormida allí.
—¿Y la mariposa?

—Era la rosa en la luna, encarnada, pero


blanca de luna; la abeja dormida; el vampiro
y la caída mariposa; pero primero
la rosa inocente... ¡Inocente!... El rey Burbuja
tropezó con la silla, vio la rosa inocente
reunirse con él (rey Burbuja), con las otras
cosas también, aquella barba inmitigable;
cuchillas, dientes, huesos de su madre, la tumba:
la bostezante cocinera, el reloj, el rocío,
las campanadas reventando como burbujas,
todo arrastrado dentro del tentáculo del pulpo
con ojos de caos y largos brazos de estrellas,
y vientre de vacío y tinieblas. Y fue entonces
que se rió, como nunca volvería a reírse.
Porque entonces vio todas las cosas, y en el centro
del cambio corrompido, una rosa sin mancha,
y se rió de sorpresa y de pena.
—¡Ah! Pobre hombre,
¡pobre rey Burbuja, tan joven para sabio!

¿Sabio? No. Porque de lo que rió fue sólo de esto,


de que verlo todo, saberlo todo, es morir.
Y así se fue a su cama, y se durmió, y aún duerme,

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si no lo han despertado.
—¿Muerto? ¿Burbuja muerto?
¿Murió de risa acaso? ¿Duerme un sueño sin sueños
hasta que oiga el despertador de la cocinera
y se despierte?
—Duerme como el príncipe Hamlet,
rey del espacio infinito en cáscara de nuez,
pero con malos sueños, temo que malos sueños.

DOS CAFÉS EN EL ESPAÑOL

Dos cafés en El Español, las últimas


brillantes gotas de dorado Barsac en una copa,
pasta de higo y garrapiñados... Hardy está muerto,
y James y Conrad muertos, y Shakespeare muerto,
y el viejo Moor madura para una tumba obscena,
y Yeats para una estéril; y yo, y tú—
¿Qué sudarios para nosotros, qué tablas y ladrillos,
qué farsas, velas, preces y piadosos engaños?
Tú estarás envuelta en escarlata de Siria, mujer,
y te pondrán tus perlas, y brillantes pulseras,
y tu anillo de ágata, y colgará en tu cuello
tu lapislázuli azul con pintas de oro.
Y yo, a tu lado —¡Ah! pero ¿será así?
Porque hay oscuras corrientes en este mundo oscuro,
señora,
corrientes del Golfo y Árticas del alma;
y yo seré quizá, antes que nuestra consumación

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nos acueste juntos, mejilla contra mejilla, bajo la tierra,


barrido a otra costa donde mis blancos huesos
yacerán olvidados o profanados por gaviotas.

¿Qué dignidad podrá la muerte conferir a nosotros,


que nos besamos bajo un farol en la calle, nos cogemos
las manos
medio ocultos en un taxi o repletos
de café, de higos y Barsac nos dirigimos
a una oscura alcoba en una casa carcomida?
La aspidistra guarda la puerta; entramos,
per aspidistra —luego ad astra— ¿no es así?
Y nos enllavamos seguros en nuestras tinieblas
nos soltamos del terror... aquí está mi mano,
la cicatriz blanca en mi pulgar, y aquí está mi boca,
para acallar tu rumor, tendidos sin hablar
pensemos en Hardy, Shakespeare, Yeats y James;
calmemos con mágicos nombres nuestro pánico.
Miremos al techo, donde los focos de los taxis
forman espectros de luz, y veamos, más allá de este lecho,
aquel otro lecho en que no nos moveremos;
y, juntos o separados, no amaremos.

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Maxwell Bodenheim
(1892-1954)

EL POETA, A SU AMOR

Vieja iglesia de plata en una selva


es mi amor por ti.
Los árboles de en torno
son palabras que me he robado de tu corazón.
Y una antigua campana de plata, que es tu última sonrisa,
cuelga en la cumbre de mi iglesia.
Repica sólo cuando tú vas por la selva
y te paras a su lado.
Y ya no necesita dar repiques,
porque tu voz hace sus veces.

UN ÁRBOL EN LA FALDA DE UNA COLINA

Como santo soñoliento, enmohecido de lluvia,


te retobas, y tu voz,
en la que el viento no toma parte,
es como nubes de música fundiéndose entre sí.
Un buhonero ebrio con encajes de olor es el viento
mañanero.
Te trae ciudades con bufandas doradas,
cuyas voces son torbellinos de campanas cargadas de
verano;
y doncellas cuyos corazones son príncipes galopando.

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Y tú elevas tus ramas hasta el cielo,


con un susurro que lleva la sonrisa que tú no puedes dibujar.

LA MUERTE

Caminaré sendero abajo.


Me volveré y sentiré sobre mis pies
los besos de la muerte como aromada lluvia.
Porque la muerte es una esclava negra con pajaritos de
plata
pendientes de una nocturna corona en su cabeza.
Me dirá con su voz como joyas
echadas en una bolsa de satín
cómo me sigue de puntillas camino abajo
su corazón hecho un oscuro remolino de deseos de mí.
Me rozará en seguida con sus manos,
y yo he de ser uno de aquellos pajaritos de plata dormidos
entre las frías ondas de su pelo cuando se aleja de
puntillas.

SOLDADOS

La sonrisa de una cara es como altiva sirena


flotando muerta en una pequeña poza pálido-sucia.
Los labios de uno están torcidos
en un jeroglífico de silencio.
La cara de otro es como un brillante sapo.

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Otra cara confronta una pregunta


que se le clava como súbitas garras.
A su lado está una cara como un espejo
en que un niño tieso cuelga...

Soldados muertos en una agonizante luna nueva,


cuyas caras formulan una frase gravemente burlona.

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Edna Saint Vincent Millay


(1892-1950)

HE OLVIDADO QUÉ LABIOS ME HAN BESADO

He olvidado qué labios me han besado,


dónde y por qué; en qué brazos he dormido
hasta el amanecer; pero en el ruido
de la lluvia esta noche han suspirado.

Y desde mi ventana me han llamado.


Mi corazón dulcemente ha sufrido
por los tiernos muchachos que yo olvido
y que ya no despiertan a mi lado.

El árbol que los pájaros dejaron,


en invierno, sin cantos, queda así,
sabiéndose en silencio y nada más.

Yo ya no sé qué amores me dejaron;


sólo sé que el verano cantó en mí
por un instante, y ya no canta más.

ELEGÍA ANTES DE MORIR

Todavía habrá rosa y rododendro


cuando tú ya estés muerta y enterrada,
y aún sonará en las cándidas siringas
llenas de abejas, música soleada.

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Aún lloverá de los sauces llorones


cuando cese la lluvia, y todavía
se verá el petirrojo en los rastrojos
y chivos pardos en la falda umbría.

No faltarán primavera y otoño;


pero nada sabrá que tú te has ido,
salvo sólo algún campo de labranza
que nadie más que tú lo ha recorrido.

Salvo la avena loca y la hierbilla,


nada sabrá que ya estás enterrada;
esas, tal vez, y un carromato inútil
dejado ante una choza derribada.

¡Oh! Pasará cuando tú hayas pasado


poca belleza de la que no es tuya;
tal vez ya menos gracia haya en la piedra,
tal vez con menos luz el agua fluya.

LAMENTO

Escuchad, niños:
vuestro padre ha muerto.
De sus sacos viejos
os haré chaquetillas,
os haré calzoncitos
de sus calzones viejos;
habrá en sus bolsillos

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cosas que allí ponía:


llaves y centavos
llenos de tabaco;
Dan tendrá los centavos
para su alcancía;
Ana tendrá las llaves
para sonar un son bonito.
Hay que seguir la vida
y olvidar a los muertos.
Ana, toma tu desayuno;
Dan, toma tu medicina.
Hay que seguir la vida.
No recuerdo por qué exactamente.

EPITAFIO

No amontonéis sobre esta fosa


las rosas que tanto quería.
¿Para qué turbarla con rosas
que ver y oler ya no podría?

Felices están sus despojos


con la tierra sobre los ojos.

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LA VELA

Mi vela está prendida en ambos lados;


no durará la noche;
pero oh, amigos, oh, enemigos míos—
¡es tan bello el derroche!

VIAJE

Los rieles están lejos de mi casa,


y el día tiene siempre muchos ruidos,
pero no pasa un tren durante el día
sin que yo no haya oído sus silbidos.

Y de noche no pasa ningún tren


aunque la noche es la hora de soñar
sin que vea en el cielo su humo rojo,
y escuche sus calderas resoplar.

Mi corazón reboza de amistades,


y mejores no creo que las haya;
mas no hay un tren que yo no tomaría
a cualquier dirección que el tren vaya.

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E. E. Cummings
(1894-1962)

MI DULCE VIEJA ETCÉTERA

Mi dulce vieja etcétera,


tía Lucy, durante la reciente

guerra podía y, lo que


es más, solía decir precisamente
por

qué todo el mundo peleaba;


mi hermana

Isabel creaba cientos


(y

cientos) de escarpines para no


mencionar camisas a prueba de pulgas orejeras,

etcétera, puños, etcétera; mi


madre tenía esperanzas de que
yo muriera, etcétera,
valientemente, por supuesto; mi padre solía
enronquecer hablando de cómo era
un privilegio, y, ah, si él
pudiera; entretanto, mi
persona etcétera yacía tranquilamente

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en el hondo lodo et-


cétera,
(soñando,
et-
cétera, con
tu sonrisa,
ojos, rodillas y tu etcétera).

PUESTA DE SOL

Punzante
oro se enjambra
sobre los campanarios;
plata
canta las letanías, las
grandes campanas repican con rosa;
las lascivas obesas campanas
y un alto
viento
va arrastrando
el
mar

con

sueño
—S.

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IMPRESIÓN. IV

Las horas levántanse apagando estrellas, y es


el alba;
en la calle del cielo, la luz camina regando poemas;

en la tierra, una candela se


consume la ciudad
despierta
con un canto en su
boca, teniendo la muerte en sus ojos;

y es el alba;
el mundo
sale a matar sueños...

Miro en la calle, donde fuertes


hombres están cavando pan,
y veo las caras brutales de
gente contenta, horrenda, desesperada, cruel, feliz

Y es de día.
En el espejo
veo un frágil
hombre
soñando
sueños,
sueños en el espejo.

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Y ya
es el ocaso... en la tierra,
una candela enciéndese,
y ya es de noche;
la gente está en sus casas;
el frágil hombre está en su cama;
la ciudad .
duerme con la muerte en la boca, teniendo un canto en sus
ojos.
Las horas descienden,
encendiendo estrellas...

En la calle del cielo, la noche camina regando poemas.

PARÍS; ESTA TARDE DE ABRIL COMPLETAMENTE


PRONUNCIA

París; esta tarde de abril completamente pronuncia,


pronuncia sereno, en silencio, una catedral

ante cuya erguida, oblicua, magnífica cara


las calles rejuvenecen con lluvia.

Espirales acres de borroso rosa,


acumulado entre millas de cielo cobalto,
ceden al e inician

del crepúsculo (que grácil desciende,

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lindamente), llevando en sus ojos las peligrosas primeras


estrellas.
La gente deambula, ama, apresúrase, en una gentilmente
arribante penumbra, y
ved (la luna nueva,
llena bruscamente de hirviente plata
estas rotas bolsas del cojo y mendicante color) mientras
allá y acá la floja indolente prostituta
noche, disputa
con ciertas casas.

EN ALGÚN SITIO ADONDE NO HE IDO NUNCA,


ALEGREMENTE MÁS ALLÁ

en algún sitio adonde no he ido nunca, alegremente más


allá
de toda experiencia, tus ojos tienen su silencio:
en tu gesto más frágil hay cosas que me encierran,
o que no puedo tocar porque están demasiado cerca

tu mirada más leve fácilmente me abre


aunque yo me haya cerrado como dedos,
tú me abres siempre pétalo a pétalo como la primavera
abre
(tocando hábilmente, misteriosamente) su primera rosa

o si tu deseo es cerrarme, yo y
mi vida nos cerraremos muy bellamente, repentinamente,
como cuando el corazón de esta flor se imagina

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la nieve cuidadosamente por todas partes cayendo;

nada que podamos percibir en este mundo se iguala


al poder de tu intensa fragilidad; cuya textura
me compele con el color de sus países,
rindiendo muerte y para siempre en cada aliento

(yo no sé qué hay en ti que se cierra


y se abre; algo en mí entiende solamente
que la voz de tus ojos es más honda que las rosas)
nadie, ni siquiera la lluvia tiene manos tan pequeñas

CANCIÓN

tus dedos hacen flores frescas de


cada cosa.
Tu pelo es preferido de las horas:
una tersura que
canta, diciendo
(aunque amor dure un día)
no temas, niña, al mayo estamos yendo.

Tus pies muy blancos frágiles se están perdiendo.


Siempre
tu mirada mojada está a los besos jugando,
cuya rareza tanto
dice; cantando
(aunque amor dure un día)
¿a qué muchacha flores vas llevando?

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ser tus labios será una cosa dulce


y pequeña.
Muerte, riquísima te veré cuando
de esto sólo seas dueña,
el resto dejando.
(Aunque amor dure un día
y la vida no sea nada, se vivirá besando)

MI AMOR

mi amor
tu cabello es un reino
cuyo rey es la sombra
tu frente es una bandada de flores

tu cabeza es un bosque vivo


lleno de pájaros dormidos
tus senos son enjambres de abejas blancas
en la rama de tu cuerpo
tu cuerpo es abril para mí
en cuyas axilas está el arribo de la primavera
tus muslos son caballos blancos atados a una carroza de
reyes
son el tocar de un buen juglar
hay siempre entre ellos un dulce canto
mi amor
tu cabeza es el estuche
de la joya de tu mente
el cabello de tu cabeza es un guerrero solo

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inocente de la derrota
tu cabello sobre tus hombros es un ejército
con victoria y con trompetas
tus piernas son los árboles del sueño
cuyo fruto es el mismo alimento del olvido

tus labios son sátrapas de púrpura


en cuyo beso están las connivencias de los reyes
tus muñecas
son sagradas
son los guardianes de las llaves de tu sangre
tus pies en tus tobillos son flores en floreros de plata

en tu belleza está el dilema de las flautas

tus ojos son la perfidia


de campanas comprehendidas entre incienso

PRIMAVERA ES COMO UNA MANO DE QUIZÁS

Primavera es como una mano de quizás


(que viene meticulosamente
de Ninguna parte) arreglando
una vitrina, en la que la gente mira (mientras
la gente ve
arreglando y cambiando poniendo
meticulosamente algo extraño allí
algo conocido aquí) y
cambiando todo meticulosamente

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primavera es como una mano de


quizás en una vitrina
(meticulosamente de
aquí para allá moviendo cosas Nuevas y
Viejas, mientras
la gente meticulosamente mira
moviendo una fracción de
quizás de flor aquí poniendo
una pulgada de aire allí) y

sin quebrar nada.

EN LAS SOMBRAS

en las sombras
de la lluvia el crepúsculo
ya en su vaina yo estoy sentado y
pienso en ti

la ciudad
santa que es tu rostro
tus pequeñas mejillas la calle
de las sonrisas
tus ojos mitad
tordos
mitad ángeles y tus soñolientos
labios donde flotan flores de besos

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y
hay la suave pirueta tímida
tu pelo
y después
tu alma canción
de baile. Amada raravez
una estrella íngrima es
pronunciada, y yo
pienso
en ti

AMOR ES UN LUGAR

amor es un lugar
& dentro de este lugar del
amor se mueven
(con luminosidad de espacio)
todos los lugares

sí es un mundo
& en este mundo del
sí existen
(prodigiosamente enrollados)
todos los mundos

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HACE POQUITO

hace poquito
o bien una vida
caminando en la oscuridad
me encontré a Cristo

Jesús (mi corazón


me dio un vuelco
y se me paró
mientras pasaba) tan

cerca como yo estoy de ti


sí más cerca
no hecho de nada
excepto soledad

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Mark Van Doren


(1894-1972)

HOMERO, SIDNEY, PHILO

Homero, Sidney, Philo,


enhebrados a lo largo del Wabash:
perlas sobre la tierra negra.
Crece el maíz, pero no hay cambios
en estos pueblos pequeños.

Después de cuarenta primaveras


no hay nada que mirar.
Siete millas, ocho millas—
Los extraños en el expreso azul
bostezan y los desprecian.

Y yo también lo haría ciertamente,


si no fuera porque recuerdo
el parque de Homero en días calurosos.
Nosotros tomábamos el interurbano.
Nos besábamos en la sombra.
Sidney era nuestra estación;
con seis trenes a la semana.
Íbamos en el polvoso “local”
—Abriendo todas las ventanas—
y después a Detroit.

A Philo lo atravesábamos,
en noches frías, en carruaje.

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Había una vez un débil farol


en un lugar, y mi padre nos paró
para tomar sopa de ostras.

Después de cuarenta otoños,


tan sólo yo soy distinto.
Aquí están como siempre.
Ellos no pueden recordarse
como los recuerdo yo.

EL TÍO POR EL QUE ME PUSIERON EL NOMBRE

El tío por el que me pusieron el nombre


ya no está allí, cuatro millas lodosas
al noroeste de Wapanucka, Oklahoma.
Pero me acuerdo en 1939.
“Pregunta a cualquiera en el pueblo cómo venir aquí.”
Yo llevaba la carta, y pregunté
en la primer gasolinera.
“¿Mark Butz? Lo acabo de ver.”
“¿Adónde?” “Oh, por allí.”
Y seguí adelante, pero pronto me detuvo
un hombre gordo con overoles flojos.
“¿Eres tú el sobrino de Mark Butz?”
Yo no tuve que decírselo. “Está en el pueblo,
y te anda buscando.” “¿Adónde?”
“Pues puede estar en cualquier parte. Tal vez en la farmacia.”
Apenas abrí la puerta de tela metálica: “¿Es
el sobrino de Mark Butz?” “Sí.” “Pues ha estado aquí

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todo el día.” “¿Dónde ha estado?” “Oh, anda por allí.


Lo anda buscando.” “¿De veras?” Levanté las moscas
otra vez, y salí.
Todo el pueblo estaba mirándome,
y esperando —oh, ellos sabían— hasta que me acerqué
al toldo caliente con los cinco hombres,
y uno de ellos estaba de pie,
el alto, aquel por el que mi madre me puso el nombre.
Él ya no está allí ahora, ni en ninguna parte;
ni necesita estar, mientras yo
siga en esta tierra
y pueda recordar.

II

Él se fue adelante con nuestros chicos,


en un viejo auto cerril que brincaba los hoyos
o caía salpicando en ellos, y se reía
del camino peor que yo escogía cuando lo íbamos
siguiendo;
de pronto se desvió y subió una pequeña cuesta,
hacia la casa cuadrada de bloques de cemento, en tierras
nacionales,
con la que había reemplazado su cabaña,
la de troncos, donde vivió cuando era soltero.
Y eso no era hacía mucho; se casó tarde,
a los cincuenta, y dejó en pie la cabaña
para usar la madera, o para leña, junto a una esquina
del nuevo porche donde la tía Cora estaba saludando.
Ni un tronco quedaba ahora

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del viejo cuarto desordenado donde había vivido


eternamente, según nuestra leyenda. Cuando un pariente
llegaba, él descolgaba su escopeta
y tiraba una de sus gallinas salvajes
desde la puerta, y después la cocinaba en la chimenea.
Pero eso era entonces. Tía Cora
estaba saludando, y eso era ahora, y él
se enorgullecía de haber cambiado. “Bueno, salgan.”
Y nosotros salimos, para cenar en una cocina
barnizada, bajo una lámpara colgante.
“A tu tío Mark”, dijo ella, “le costó casarse.
Yo tuve que enviudar primero”. Y los ojos azules de él
estaban contentos. Era el hermano
de mi madre, con mis mismos ojos azules; y hablamos
de ella, y de Illinois; pero no de la vez
que su padre, mi abuelo, un viejito pequeño
y colérico, se peleó con él —lo corrió de la casa,
nunca supe por qué. Él caminó una milla,
pero estaba también la abuela Butz, que atravesó el robledal
por un atajo, lloró y le dio dinero.
Él no sabía que yo sabía.
“¡Bueno pues!”, dijo él, “¿cuánto tiempo se van a quedar?
No lo dices en serio —la noche nada más.
¡Después de treinta años, no va a ser solo una noche!”
Pero así fue. Creo que no durmió nada mientras dormíamos.
Me desperté una vez, y estaba leyendo,
con anteojos de plata, sentado en un catre,
todavía en calzoncillos. Él no estaba cansado,
como nosotros. O estaba excitado. O se habría jurado
presenciar nuestra levantada en la mañana.

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Él mismo nos despertó naturalmente, para los pankakes.


“Yo iré con ustedes para que no se pierdan—
¡Sí, yo iré!”, insistía. Los chicos entonces
subieron otra vez con él. Tía Cora nos despedía
con el delantal, y nos fuimos; y nos paramos
cuando él se paró, como a unas diez millas andadas
despacio,
donde empezaba el concreto. Él se salió afuera
y se quedó mirándonos. “Adiós.”
“Adiós.” y seguía parado allí
todavía mirándonos. Sabía que era la última vez.
Le costó morir, tía Cora nos escribió.

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Rolfe Humphries
(1894-1969)

EL PASEO DE LA REFORMA

Aquí en este otoño extranjero, donde la estación


se vuelve más seca que fría,
y quedan hojas en muchos de los árboles,
aunque muchas caen,

lejos de las siete estrellas frías, más frías cada noche,


aquí en el alto aire rarificado,
uno observa el espléndido reino de la luz,
tan brillante, tan ardiente y pura,

y piensa que cuando esté otra vez en su tierra


en el próximo verano, como espera,
escribiendo a los amigos, aguardando la llegada del correo,
matando el tiempo con un libro,

no siendo ya turista ni extranjero,


donde los arces ensombrecen la piedra,
su imaginación se bañará en la lluvia de luz
de aquel otoño de México.

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ESTADIO DEL “POLO GROUNDS”

Todo es cuestión de tiempo. Este es un misterio bello


y muy difícil. Tres o cuatro segundos solamente
desde que Riggs conecta hasta que llega primero,
y en esos segundos Jurges corre a su derecha,
viene con la bola, se la avienta a Witek a la segunda
para atajar a Reese, Witek a Mize en la primera,
a tiempo para hacerlo out —un doble juego.

(Crescendo del Barbero Rojo. Ruidos del público, obbligato;


Staccatos dispersos de los vendedores de cacahuates,
resaltados por la calma, mientras se cambian los
equipos) ...
Hubbell recibe la seña, asiente con la cabeza, levanta el
brazo, lanza—
un foul a la tribuna. Dunn saca una bola nueva,
se la da a Danning, que se la tira a Werber;
Werber se quita el guante, frota la bola un momento,
se la avienta a Hub, que va a la almohadilla de resina,
recibe la seña de Danning, levanta el brazo, lanza—
baja, abierta, tercera bola. Danning va al montículo,
le dice algo a Hub, Dunn sacude la base,
Adams comienza a tirar frente a la caseta de los Gigantes,
Hub recibe la seña de Danning, levanta el brazo, lanza,
Camilli le da, un largo fly hasta el jardín,
Ott corre para atrás, corre, corre hasta la tapia, se pone
debajo,
golpea su guante, y la coge y es out.

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Han terminado los Dodgers...


Todo es cuestión de tiempo. Los ritmos estallan
más variados y sutiles que cualquier danza;
el movimiento se acelera o se retarda. La bola sale
disparada
en trayectorias recias, angulares, o en largos y despaciosos
arcos,
regresa otra vez controlada y con dirección;
los jugadores giran sobre sí mismos o arrancan, corren, se
agachan, se resbalan, se paran,
se cambian imperceptiblemente a nuevas posiciones,
atentos a las señas, según el bateador,
la cuenta, la entrada. Todo es cuestión de tiempo.

Todo es cuestión de tiempo. ¿Te acuerdas de Terry?


¿Te acuerdas de Stonewall Jackson, Lindstrom, Frisch,
cuando eran buenos? ¿Te acuerdas de George Kelly, el
Largo?
¿Te acuerdas de John McGraw y Benny Kauff?
¿Te acuerdas de BridweIl, Tenney, Merkle, Youngs,
el jefe Myers, Jeff Tesreau el Grande, el Mañoso Phil?
¿Te acuerdas de Matthewson, y Ames, y Donlin,
Buck Ewing, Rusie, Mickey Welch el Risueño?
¿Te acuerdas de un catcher zurdo que se llamaba Jack
Humphries,
que algunas veces jugaba de jardinero, en el 83?

Todo es cuestión de tiempo. La sombra se va moviendo


del plate al box, del box a la segunda base,

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de la segunda al jardín, a las graderías.


Todo es cuestión de tiempo. El público y los jugadores
son siempre de la misma edad, pero el hombre entre el
público
cada temporada es más viejo. Bueno, ¡play ball!

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Stephen Vincent Benet


(1898-1943)

LETANÍA EN CONTRA DE LAS DICTADURAS

Por todos los apaleados, por los cabezas rotas,


los desheredados, los simples, los oprimidos,
los fantasmas de la ciudad en llamas de nuestro tiempo...

Por los llevados en rápidos autos a las permanencias y


apaleados
allí por los muchachos listos, los muchachos de los puños
de caucho,
agarrados y golpeados mientras la mesa les corta los
lomos.

O pateados en la ingle y dejados, con los músculos


brincando
como una gallina descabezada en el piso del matadero.
Mientras traían al siguiente con los ojos mirando
despavoridos.
Por los que todavía decían “¡Frente Popular” o “¡Viva el
rey!”
y por los que no eran valientes,
pero fueron apaleados de todos modos.
Por los que escupen sangrantes pedazos de dientes
en silencio en la sala,
duermen bien sobre piedras o hierro, aguardan el momento
y matan al guardia en el excusado antes de morir a su vez,

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los de los ojos hundidos y la lámpara ardiendo.


Por los que ostentan cicatrices, los que cojean, por aquellos
cuyas tumbas anónimas se cavan en el patio de la cárcel
y se les nivela la tierra antes de amanecer y les echan cal.
Por los asesinados de una sola vez. Por los que viven
meses y años
soportando, alertas, esperando, yendo diario
al trabajo o a la fila del pan o al club secreto,
y viven entretanto, tienen hijos, meten rifles de contrabando
y los descubren y los matan al fin como ratas en una cloaca.
Por los que logran escapar
milagrosamente al destierro y a la vida errante, lejos,
por los que viven en cuartuchos de ciudades extranjeras
y recuerdan todavía la patria, los extensos gramales,
las voces de la infancia, la lengua, el olor del viento
entonces,
la forma de los cuartos, el café bebido en la mesa,
las lápidas con nombre donde ellos no serán enterrados
ni en ninguna en aquella tierra. Sus hijos son ya extranjeros.

Por los que hacían planes y eran líderes, y fueron derrotados,


y por aquellos, humildes y estúpidos, que no tenían plan,
pero fueron denunciados, pero se enfurecieron, pero
contaron un chiste,
pero no pudieron explicar, pero fueron despachados al
campo de concentración,
pero sus cadáveres fueron embarcados de vuelta en
sellados ataúdes,
“Muerto de pulmonía”, “Muerto tratando de escapar.”

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Por los cultivadores de trigo que fueron tirados junto a sus


propios manojos de trigo,
por los cultivadores de pan desterrados a los desiertos
cercados de hielo,
y su carne recuerda sus trigales.
Por los denunciados por sus propios maricas, horrendos
hijos,
a cambio de una estrella de pipermín y la alabanza del
Estado Perfecto,
por todos los estrangulados o los castrados o sólo muertos
de hambre
para formar estados perfectos; por el sacerdote ahorcado
con sotana,
el judío con el pecho aplastado y los ojos agónicos,
el revolucionario linchado por la Policía secreta;
para formar Estados Perfectos, en nombre de los Estados
Perfectos.

Por los traicionados por sus vecinos con quienes


estrechaban las manos,
y por los traidores, sentados en la incómoda silla,
con el sudor a chorros enredándole el pelo y los dedos
nerviosos
mientras dicen la calle y la casa y el nombre del hombre.
Y por aquellos que estaban sentados a la mesa en su casa
con la lámpara encendida y los platos y el olor de la
comida,
hablando tan quedo; cuando oyen ruido de autos
y golpes en la puerta y de prisa se miran los unos a los
otros.

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Y sale la mujer a la puerta con cara rígida,


alisándose el vestido.
“Todos aquí somos buenos ciudadanos.
Creemos en el Estado Perfecto.
Y aquella fue la última vez
que Tony o Karl o el Chato vinieron a la casa
y la familia fue liquidada más tarde.
Fue la última vez.
Oímos los tiros en la noche;
pero al siguiente día nadie sabía lo que había sucedido,
y un hombre tiene que ir a su trabajo. Así que no lo vi,
por tres días, entonces, y yo ya al trastornarme,
y todas las patrullas en las calles con sus cochinos rifles,
y cuando volvió parecía borracho y lleno de sangre.”

Por las mujeres que lloran a sus muertos en la noche


secreta,
por los niños a quienes hay que enseñarles a no hablar,
niños envejecidos,
los niños escupidos en las escuelas.
Por el laboratorio destruido,
la casa saqueada, el retrato cagado, el pozo meado,
el desnudo cadáver de la Ciencia tirado en la plaza
sin que nadie levante la mano, sin que nadie hable.

Por el frío de la cacha del revólver y el fogonazo de la


bala,
por la cuerda que ahorca, las esposas que maniatan,
la ronca voz, metálica, que grita mentiras desde mil radios
y las tartamudas ametralladoras que responden a todo.

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Por el hombre crucificado en las ametralladoras en cruz,


sin nombre, sin resurrección, sin estrellas,
su cabeza ennegrecida bajo el peso de la muerte y su
carne ya salada
con el olor de sus muchas prisiones —Juan Pérez, Juan
Quídam,
Juan Nadie— ¡oh, rómpete la cabeza para dar con su
nombre!
Sin rostro como el agua, desnudo como el polvo,
deshonrado como la tierra que las bombas de gas
envenenan,
y bárbaro entre portentos.
Este es él,
este es el hombre que se comieron en la mesa verde,
poniéndose los guantes para no tocar su carne;
este es el fruto de la guerra, el fruto de la paz,
la madurez de la invención, el Cordero de ahora,
la respuesta que la sabiduría da a los sabios.
Y todavía está colgado y no muere todavía,
y todavía, en la ciudad de acero de nuestros días,
la luz se apaga y la sangre espantosa se desborda.

Creímos ya concluidas estas cosas, pero nos engañamos.


Creímos que, teniendo poder, teníamos también sabiduría.
Creímos que el largo tren llegaría hasta la plenitud de los
tiempos.

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Creímos que la luz aumentaría.


Ahora el largo tren está descarrilado y los bandidos lo
saquean,
ahora el jabalí y el áspid tienen poder en nuestro tiempo.
Ahora la noche retrocede hacia Occidente y la noche es
espesa,
nuestros padres y nosotros sembramos dientes de dragón.
Nuestros hijos conocen y sufren a los hombres armados.

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Horace Gregory
(1898-1982)

EL TIMBRE DEL CARTERO ES ATENDIDO EN


TODAS PARTES

Dios y el diablo en estas cartas,


guardadas en baúles de hojalata, tiradas al canasto,
o catalogadas en archivos:
amor, odio, y negocios, copias mimeográficas, circulares,
conocimientos de embarque, comunicados oficiales,
rendimientos de cuentas. Aun la carta anónima dice,
no te olvides.

Y en la larga lista, el deán Swift a Stella,


Walpole a Hanna More, Carlyle a Jane—
¿y qué fueron las “Gálicas” de César sino cartas
de crédito para el imperio futuro?
No me olvides.
Yo me presentaré ante el mundo con laureles;
recordaréis la cabeza de bronce,
y el perfil en la moneda.
Suena el timbre, y es el periódico de la mañana y nuevas
cartas,
la fecha del correo 10 P.M. “Es para mí un esfuerzo
el escribirte; he envejecido.
Tengo dos hijas y un varón, y el negocio prospera,
pero mi pelo está blanco; ¿por qué no vernos para almorzar?
Hace tanto tiempo que no nos vemos;
dudo que me reconozcas si das un vistazo rápido

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a mi abrigo y mi sombrero, y los ves desaparecer


en una calle llena de gente...”

No te olvides... “Oh, no debes olvidarte


que me tuviste en tus brazos mientras el cuarto pequeño
temblaba en la oscuridad: ¿recuerdas la luz sutil,
violeta, entre los árboles a la mañana siguiente en el
parque?
Puesto que soy una mujer, ¿cómo podría olvidar
las artes del amor en una hora,
cómo podría cerrar los ojos ante un espejo,
creer que no me quieren, que manos, labios, senos
son solamente sombras más profundas tras de la puerta
donde todo es negro?...”

O “Perdona la impertinencia; el sueño que tuve


anoche fue de tu rostro; era un rostro de niña,
coronada con una cabellera de sol, o pálido bajo la luna,
más de una niña que de una mujer, me seguía
dondequiera que mirase, traspasaba todo cuanto yo veía,
como prueba de que tú no puedes dejarme, de que estoy
siempre a tu lado...”

O “Únicamente yo soy responsable de mi muerte”. O


“Soy blanca, cristiana, soltera, de veintiún años”.
O “Acepto

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con gran placer su invitación”. O “¿Recuerdas aquella


noche en el Savoy-Plaza?” O, “Soy yo quien vio la
caída de Francia...”
Mientras las cartas son puestas aparte, otro timbre
suena otro día; no es todavía, quizá, demasiado tarde para
recordar
las palabras que nos dejan desnudo en su presencia,
el aviso,
“No me ha olvidado;
estas líneas fueron escritas por una mano oculta
hace doce horas. No conteste a esta dirección. Estas son
las últimas palabras que le escribo.”

SALVAS POR RANDOLF BOURNE

Oh, amargura nunca dicha, la máscara mortuoria grabada


en plata,
las renegridas piernas empacadas en plomo donde la
estrecha tumba oculta
desesperanza: imagen de una cabeza grande, saliente, que
devora
la clavícula. Sin general de bronce en ella ni
ángel conquistador arrodillado.

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II

Este fue el fin:


No hubo descargas de fusilería,
ni Nathan Hale municipal con su cuerda de bronce en la
garganta
hablando de vidas y su patria en que cien millones de
vidas
surgían, ondulaban, deshacíanse como invisible mar se
enrosca
sobre una roca (que ya no está) ya hundida
entre los litorales de algas y arena.
Sólo un pequeño cuarto y un millón de palabras por
escribir antes de medianoche
contra la pobreza y la estúpida muerte como la cara cana
de Emerson
desvaneciéndose en el crepúsculo invernal de la Nueva
Inglaterra;
la dura cara se deshace
en nieve, las apasionadamente tiernas palabras brotando
de su boca.
¡Oh!, escuchad a la roca, al oráculo que no está ya.

III

Ser el último americano, un embrión enroscado en un


tubo de ensayo;
ser una tiesa y paralítica sonrisa torcida para arriba
apuntando a las nubes;

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ver amigos y enemigos partir (por una esquina),


sus bastones y elegantes chisteras brillantes en el sol;
ser o no ser Hamlet, el Príncipe de Gales
o la New Republic de la última semana;
ser la muerte pisando con finura entre cucuruchos de
chimeneas de la Calle Octava;
posiblemente, es lo mejor ser
o no ser.

LÁPIDA CON QUERUBÍN

Ni noticia en los diarios;


sólo una voz en el teléfono
contando que ella ha muerto, casual,
notoriamente inequívoca.
Alguien murmuró sífilis;
una mentira sentimental.
Alguien habló sobre ella
(rococó) olivo florentino
que debió de injertarse (¡no cabe duda!)
con la persona de un capitán de foot-ball financiero
dormido
sobre los arenales de Miami.
Chillaba ante la idea de pobreza.
Divorciada de sedas, pieles y niqueladas limousinas.
Amaba la reposada seguridad;
dormir con hombres de cuando en cuando,
como si fuera un sueño exótico,
y sabrosas palabras sin sentido

407
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que le arroparan las partes tiernas de su cuerpo.


¡Hola, Marie!
Te debiste apagar como una hilera de bombillas mazda,
hechas añicos con una barra.
Este mismo epitafio,
con ser bastante fiel a una muchacha hermosa
que, con desenvoltura inolvidable, descendía
por el Michigan Boulevard una mañana de abril,
no contiene los hechos.
Los hechos fueron estos:
ella murió en lésbica serenidad,
ni caliente ni fría,
hasta que las castas piernas se le entiesaron.
Desconecta el teléfono;
corta el hilo.

LA PASIÓN DE M’PHAIL

IV

El mesero del restaurante que se parecía a Orson Wells,


a Romeo, a Bruto, y en los ojos a un marciano,
el botones que era Joe Louis en persona,
el griego vendedor de frutas que el domingo en misa
era carajo exacto a J. P. Morgan,
el barbero italiano que era más parecido en el espejo
a John Barrymore que Barrymore mismo,
la chica anunciadora de cold-cream en Woolworth

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que era de pronto la Garbo, solo que más real,


el empleado de la zapatería que en la lluvia a medianoche
en la puerta de Lindy’s
debió haber sido Clark Gable,
el pastor ex-bautista de la Segunda Avenida
que nació para tener una cara como la de Cordell Hull—
¿por qué me miran así
por qué me clavan los ojos,
caminando sonámbulos en mis sueños?
¿Cuál fue el gran error?
Se parecían al poder y la fama,
al amor, a todo lo que uno pudiera desear;
y uno creería que sus rostros los pondrían donde
poder dictar una carta o dirigir un banco
o besar un micrófono o andar en un yate o dormir en
una cama genuina imitación María Antonieta
o llegar a alguna parte antes de morir
en vez de caer en sueños demasiado profundos
para decirse a ellos mismos quiénes o qué son o dónde
están
hasta que un incendio los saca a la calle
o se oye un tiro y la Policía está en la puerta.

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Hart Crane
(1899-1932)

FUGA DEL MOMENTO

La sifilítica vendiendo violetas tranquila


y margaritas
junto al puesto de periódicos del metro sabe
como jacintos
esta mañana de abril ofrece
aprisa
en manojos acabados de cortar—
y confiere
a cada comprador
(del cielo tal vez)
Sus ojos—
como muletas tiradas contra un vidrio
caen mudos y prontos (cambiando menudo
por lirios)
Más allá de las rosas que la carne pueden traspasar.

AL NORTE DE LABRADOR

Una tierra de hielos inclinados


abrazada por los arcos gris-yeso del cielo,
se arroja silenciosamente
en la eternidad.

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“¿Nunca ha venido nadie a conquistarte,


o dejarte con un leve rubor
sobre tus senos deslumbrantes?
¿No tienes tú recuerdos, oh Brillante Sombría?”

Muda de frío, sólo hay el paso de los instantes


que van viajando a la no Primavera—
Ni nacimiento, ni muerte, ni tiempo ni sol
por respuesta.

POSTDATA

¡Agonía de la amistad! Las palabras me llegaron


al fin tímidamente. Mis únicos amigos finales—
El reyezuelo y el tordo eran buen tema para mí
tras el arco roto del alba. No; sí... ¿O serían
la audible redención, enseña de mi fe
hacia algo muy lejos, hoy más lejos que nunca?

Recuerda el lila de aquella alba, lirios,


su franja de millas junto a los durmientes de la línea
férrea
cuando uno se acerca a Nueva Orleáns, dulces trincheras
junto al tren
después del desierto del oeste, y la tierra de ganado;
y otras gratuidades, como porteros, bromas, rosas...

¡El arco roto del alba! ¡El más lujoso cuarto del mediodía!
Pero poco hubo fe en la recta bondad del corazón.

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Hubo tiquetes y despertadores. Hubo mostradores y


horarios;
y una mujer paralítica en una isla de las Indias,
dedos antillanos tomándome el pulso, mi amor para
siempre.

VIAJES

(I)

Sobre los frescos rizos del oleaje


brillantes pilluelos desnudos se arrojan puñados de arena.
Han urdido una conquista de conchas de mariscos,
y sus dedos desmoronan fragmentos de algas tostadas
alegres cavando y desparramando.

Y en respuesta a sus interjecciones atipladas


el sol rompe relámpagos sobre las olas,
las olas ruedan truenos sobre la arena;
y si ellos me pudieran oír yo les diría:

Oh brillantes chavalos, retocen con su perro,


acaricien sus conchas y palitos, blancos
por el tiempo y los elementos; pero existe una línea
que no deben cruzar ni confiar más allá
las ágiles cuerdas de sus cuerpos a caricias
que el liquen fía de tan vasto pecho.
El fondo del mar es cruel.

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ETERNIDAD

Después que acabó, aunque aún funestamente soplando,


la vieja y yo nos proveímos de una ropa más seca
y dejamos la casa, o lo que de ella quedaba;
partes del techo llegaron hasta Yucatán, me figuro.
Ella casi —aun entonces— fue aventada sobre lotes de
terreno
al pie de la montaña. ¡Pero el pueblo, el pueblo!

Alambres en las calles y chinos de arriba a abajo


con brazos entablillados, mezcla revuelta con tejas,
y doctores cubanos, soldados, camiones, gallinas sueltas...
El único edificio no hincado de rodillas,
el Hotel Fernández, convertido en pocilga
de negros en camillas, vendados para llevarlos
en el primer barco a La Habana. Pujaban.

Pero ¿había un barco? Donde había estado el muelle se


veían
dos cubiertas desguapadas, a sesenta pies una de otra
y una chimenea en seco, allá arriba junto al parque
donde un despavorido pavorreal rascaba entre un cerro de
latas.
Nadie parecía poder obtener ninguna noticia
del exterior, pero corría el rumor
de que La Habana, ya no digamos la pobre Batabanó,
se estaba hundiendo en llamas en el agua
desde hacía unas horas —el inalámbrico destruido
por supuesto, allá también.

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De vuelta a la vieja casa


trabajamos con palas y sudamos; mirábamos al ogro sol
ampollar la montaña, ahora arrasada, pelada de palmeras,
todo, y lamer la hierba, negra como el charol,
que el escarchado viento blanco abrillantaba.
Todo desaparecido —o revuelto con enigmática gracia—
Largas raíces tropicales en el aire, como encajes.
Y una mula de un vecino humeaba tambaleándose junto a
la bomba,
¡Dios mío! ¡Como si su hundida carroña fuera
la predestinación de la muerte! Os tapabais ya la nariz
en los caminos, implorando buitres, zopilotes...
La mula tropezaba, se bamboleaba. Yo en cierto modo fui
incapaz
de alzar un palo por lástima a su estupor.

Porque yo
recuerdo todavía aquella extraña exageración de caballos
—Uno nuestro, y otro, un extraño, saliendo de arrastrada
con el alba
del jaral de bambú entre aullidos, luz amortajada
cuando la tormenta moría. Y Sara los vio, también—
sollozando. Sí, ahora —casi ha pasado. Ellos lo sienten;
el tiempo está en sus narices. Ahí está Don —pero de
aquel otro, blanco
—¡no puedo dar cuenta de él! Y en verdad, ahí estaba
como un vasto fantasma con la crin de esa noche
memorable
de lluvia dando alaridos —¡Eternidad!
¡Pero agua, agua!

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Fustigué la mula atontada hacia el camino. Hasta allí


llegó
y cayó muerta o muriendo, pero poco importaba.

El alba siguiente estaba densa de bruma de carroñas


colándose dondequiera. Los cadáveres eran enterrados
aprisa
sin ceremonia, mientras martillos golpeaban en el pueblo.
Los caminos eran limpiados, traídos los heridos
y curados, parecía. A su debido tiempo
el presidente envió un acorazado que hornó
algo así como dos mil bollos de pan en el trayecto.
Doctores lanzados desde cubierta en aeroplanos.
La fiebre fue detenida. Yo me quedé largo tiempo donde
Mack hablando
New York con los marinos, Guantánamo, Norfolk,—
bebiendo bacardí y hablando U.S.A.

PURGATORIO

Mi país. Oh, mi tierra, mis amigos.


Estoy aislado de vosotros aquí, en una tierra
donde todas las luces vuestras de gas, caras, saliva brillan
como algo ya dejado, abandonado— aquí estoy yo—.
Y están estas estrellas, la alta meseta, los perfumes
de Edén y el árbol peligroso, esto es,
paisaje de confesión; y si de confesión,
¿también absolución? Despertad, pinos; pero aquí velan
los pinos.

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Sueño en la demasiado picante cidra, la demasiado suave


nieve.
¿En dónde están las bayonetas para que el escorpión no
crezca?
De tierra aquí temblores casas derriban,
y todos mis paisanos que miro corren al mismo establo;
exilio es, pues, el Purgatorio; no aquel que Dante edificó.

Sino más como colcha que chamarra,


y no estoy decidido; ¿es verde o bruno
lo que prefiero al campo o la ciudad?
Estoy deshilachado, umbilical de nuevo,
mientras repican las campanas aquí, en México.
(Con demasiada obstinación repican para oír mi llamada.)
Y cuáles horas olvidan de sonar yo lo sabré
como uno cuya altura una vez no era así.

EL INDIO TRISTE

Corazón triste, el gimnasta de la inercia, no cuenta


las horas, los días —y apenas el sol y la luna—
La urdimbre está en su trama— y su visión aguda
revela lo que su lengua ha guardado —y sólo eso—
¿Cómo otra cosa? Salvo el azote, la ganancia perdida y la
prisión
que sus padres aceptaron hace siglos— y se proyecta
más lejos que su sombra en el sol —más que las alas
sus mismas sombras —ahora no pueden conducirlo.

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Él no conoce el nuevo zumbido en el cielo


y —para atrás— ¿vuelan así las águilas?

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Laura Reading
(1901)2

MI QUERIDO POSIBLE

Mi querido posible, si te ahogas


nada se pierde, a no ser que mis manos vacías
reclamen el supuesto cadáver
a las aguas vacías —legal venganza
contra mi propia credulidad.

Mi creatura eventual, si mi reloj espero


y es puntual mi reloj y tú no lo eres,
alega en contra mía mi reloj y mi tiempo
y con razón corrígeme
sin razón, con tardanza y mal genio.

Querido sabio del amor


si con tu propia fórmula
te abro yo el cielo
cuando puntual me golpeas la puerta,
entonces allí estás, pero yo dónde estaba.

Quiero decir, la suerte en la balanza


sube, baja, vacila, temblando,
exacta, errada, sin pesar pesando
quiero decir aquella, mi querido posible,
aquella suerte, mi querida suerte.
2 Pese a que ha sido seleccionado por los compiladores, no hemos
encontrado ninguna referencia sobre este autor. ( N. del E.)

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Langston Hughes
(1902-1967)

PORTERO

Tengo que decir


sí, señor,
todos los días.
Sí, señor,
¡sí, señor!,
¡todos los días!
Trepar una gran montaña empinada
de ¡sí, señores!

Rico viejo blanco,


dueño del mundo,
déme sus zapatos
a lustrar.

¡Sí, señor!

HORA DE CIERRE

¡Portero!

Su cara pálida
a la luz de la puerta,
sus labios rojo sangre
y su piel azul blanca.

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¡Taxi!
Estoy cansada.
Hondo... Río...
Oh, Dios mío.

El río y la luna guardan recuerdos.

Cornetas suenan.
Bailarinas giran.
Muerte, sé buena.
¿Cuánto costó la entrada, chica?
A una chiquilla ahogada.

MULATO

Soy hijo tuyo, blanco.

Atardecer en Georgia
y los bosques de trementina.
Uno de los pilares del templo ha caído.

¿Tú hijo mío?


¡Güevo!

Luna en los bosques de trementina.


La noche del Sur
llena de estrellas,
grandes estrellas amarillas.

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Jugosos cuerpos
de las hembras negras
negro morado
contra las cercas negras.
Oh, muchachito bastardo,
¿no es un cuerpo un juguete?

El perfume de los pinos pulsa el aire suave de la noche.

¿Qué vale el cuerpo de tu madre?

Plata de luna en donde quiera.

¿Qué vale el cuerpo de tu madre?

Penetrante perfume de pinos en el aire nocturno.

Una noche negra,


una alegría negra,
un niñito amarillo,
bastardo.

¡Tú no eres mi hermano!


El negro no es mi hermano.
Nunca.
El negro no es mi hermano.
La noche del Sur está llena de estrellas.
Grandes estrellas amarillas

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Oh, dulces como la tierra,


los cuerpos negros como la noche,
dan a luz dulcemente

bastardos niños amarillos.

Vuélvete a la noche,
tú no eres blanco.

Brillan estrellas por donde quiera.


El perfume de los pinos en el aire nocturno.

Una noche negra,


una alegría negra.

¡Soy hijo tuyo, blanco!

Un niñito amarillo bastardo.

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Kenneth Fearing
(1902-1961)

RETRATO II

Los claros ojos castaños bondadosos y alertas, con 12-20


de visión, echan una mirada confiada al mundo que
transcurre a través de los lentes R. K. Lampert &
Compañía enmarcados en oro,
su alma, sin embargo, es toda suya.
La corbata Arndt Brothers y el sombrero (con pluma) le
confieren un toque de juventud.

Con su alma, suya propia, maneja, maneja, charla y


maneja, el primero y el segundo bicúspides, abajo a la
derecha, repuestos con puentes, mientras los dos
incisivos llevan coronas de porcelana;

dadle al César Federal, al del Estado y de la Ciudad,


pero no al tiempo;
dadle nada al tiempo hasta que Muerte Incorporada se
encargue de dar la noticia final, en forma conveniente;
la cripta está preparada;
El testamento ha sido redactado por Clagget, Clagget,
Clagget & Brown;
las pólizas son adecuadas, las mejores de Confidential,
reembolso por incapacidad, parcial o completa, con
doble indemnización (si el fin fuera por puro y simple
accidente)

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nada para el tiempo,


nada para el cambio, nada para el destino,
nada para ti, y nada para mí, o para ninguna otra parte
o partes, conocida o desconocida, viva o difunta;

pero los zapatos Mercury, con soportes especiales para el


arco, aguantan mucho;
en el “golf-course” un “driver” diseñado especialmente
para él corrige una tendencia a dar de refilón;
los estragos del amor han sido reparados (fue un caso de
manual) por los Drs. Schultz, Lightner, Mannheim y
Goode,
y envuelto todo en excelente casimir, con la atención
personal de Mr. Baumer para la cintura y los hombros;

y ahora todo él vagando, charlando amablemente por el


espacio en un Plymouth 6,
con su alma (suya propia) en paz, tranquilizada por Walter
Lippmann, y confortada por Haig & Haig.

RAPSODIA AMERICANA

(4)

Primero te comes las uñas. Y después te peinas otra vez.


Y después esperas. Y esperas.
(Dicen, ¿sabes?, que primero mientes. Y después robas,
dicen. Y después, dicen, matas.)

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Después suena el timbre. Y después entra Peg. Y Bill.


Y Doc.
Y primero platicas, y fumas, y oyes las noticias y te tomas
un trago. Después bajas la escalera.
Y cenas después, y de allí vas al teatro, tal vez, y de allí a
un cabaret, y de allí a casa otra vez, y subes la escalera
otra vez, y otra vez te acuestas.

Pero primero Peg discute, y Doc le contesta. Primero


bailas el mismo baile y bebes la misma bebida que has
bebido siempre.
Y el piano levanta un tejado de notas sobre el mundo.
Y la trompeta extiende una cúpula de música en el
espacio. Y el tambor forma un cielo-raso sobre el
espacio y el tiempo y la noche.
Y después los chistes en la mesa. Y después la cuenta.
Después a casa a acostarte otra vez.
Pero primero, la escalera.
¿Y, sabes, beibi, cuando subes la escalera, te sientes
todavía como te sentías allí?
¿Te sientes otra vez como te sentiste esta mañana? ¿Y
anteanoche? ¿Y la noche antes de anteanoche?
(Dicen, ¿sabes?, que primero oyes voces. Y después tienes
visiones, dicen. Después, dicen, pateas y gritas y te
pones furioso.)

¿O sientes: qué es una noche en una vida de noches?


¿Qué es una muerte más, o amistad, o divorcio, en dos, o
en tres?¿O cuatro? ¿O cinco?

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¿Una cara más entre tantas, tantas caras, una vida más
entre tantos millones de vidas?

Pero primero, beibi, cuando subes y cuentas la escalera (y


el total es el mismo) ¿tuviste tú, algún día, o en algún
sitio, una idea distinta?
¿Naciste tú, beibi, para esto sentir, y hacer, y ser?

ANDY Y JERRY Y JOE

Estábamos viendo las botellas en la vitrina del restaurante,


podíamos oír los autos que pasaban,
mirábamos las mujeres en el boulevard,
hacía frío,
nadie sabía las cosas que nosotros sabíamos.

Observábamos la gente, había un crimen en los diarios,


soplaba un viento fuerte, ya era de noche,
no sabíamos qué hacer,
no había a dónde ir y no teníamos nada de qué hablar,
oíamos las campanas, y las voces, y los silbidos, y los
carros,
seguimos caminando,
no estábamos aburridos, ni chispeantes, ni con miedo,
ni cansados, ni nerviosos, ni felices, ni melancólicos.

Había un millón de estrellas, un millón de millas, un


millón de gentes, un millón de palabras,

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un millón de lugares y un millón de años,


sabíamos un montón de cosas que no entendíamos.
Había barcos en el mar, y las hileras de las casas aquí,
y las nubes que pasaban sobre nosotros allá arriba en
el cielo,
esperamos en la esquina,
había luces en las tiendas, mujeres en las calles, el padre
de Jerry había muerto,
no sabíamos lo que queríamos y no había nada de qué
hablar,
Andy tenía un auto y Joe tenía novia.

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Robert Penn Warren


(1905-1989)

MERIWETHER LEWIS

Tú sabes por qué fui.


Por qué fui con tu carta en el bolsillo,
escrita en el Día de la Libertad,
el 4 de julio de 1803, que decía:
Y para dar una más entera seguridad & confianza
a todos aquellos que estuvieren en disposición de ayudarle,
yo Thomas Jefferson, presidente
de los Estados Unidos de América, escribo
esta carta de recomendación general para usted
de mi propia mano y firmada con mi nombre.
TH: Jefferson.
Pero eso no pudo salvarme.
Salvarme de la mentira. Más tarde. Y entonces fuimos.

Yo y mi querido amigo Clark, y cuarenta y tres


hombres—
Soldados, lancheros franceses, ruda gente de Kentucky,
y mi buen negro York, que dejó su progenie
en todas las tribus del continente—
y fardos de baratijas para halagar a los salvajes,
taparrabos y paños de grana y lentes para hacer fuego,
polainas rojas, mantas, medallas y pendientes.
Y así partimos; era en el mes de mayo; nos hicimos a la
vela
con la brisa del atardecer, acampamos en la primera isla.

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Y así me adentré en mi vida. Y en mi muerte.


Nos adentramos en la tierra donde el cielo vuela hacia el
Oeste, como con alas.
Entramos en la tierra del aire inmenso.
Avanzamos durante un año hacia la tierra de las Montañas
Brillantes.
Así se llaman. Así se llaman todo el día bajo el sol.
Habíamos dejado hacía tiempo la tierra de las abejas de
miel.
Ni una sola después del Osage, aunque sí flores dulces en
su estación.
Y después vino la golondrina abejera. Eso no lo
entendíamos.
Había muchas cosas difíciles de entender, las montañas a
la derecha, al Norte y a la derecha de nosotros, resonaban
como campanas,
una gran campanada solitaria, y después más, y rápidas
como descarga de artillería, cañones de a seis, bien
calculada la batería.
Los Minnetaríes nos lo habían dicho. Nosotros no les
creímos.
Pero hemos oído los ruidos y no presumimos de entender.
Eso les toca a los filósofos. Nosotros éramos soldados,
y sencillos. Pero anotábamos todos los días los
acontecimientos pequeños, y los grandes.
Como cuando matamos un lobo: Hoy fue matado un lobo
amarillo.
El invierno llegó: Los arces están chorreando miel; los
cisnes vienen volando del norte.

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Mayo vino otra vez: Los gansos tienen crías, los alces
comienzan a tener crías,
los antílopes y los ciervos todavía no tienen, las especies
pequeñas
de chotocabras empiezan a chillar. Apenas hay truenos.
Las nubes son generalmente blancas y acompañadas de
viento solamente.

Avanzamos en la tierra. Resistimos mucho.


Y después de resistir, los gruñidos del motín. Yo lo azoté.
Él gritaba con los azotes. El indio que estaba viendo lloró.
Y yo hubiera llorado en mi corazón, porque yo lo conocía,
y sabía que no era más que uno de nosotros, en el largo
viaje.

Y sufrimos el rigor de las estaciones, rocío blanco,


insolación, y el tiempo
en que los hibernantes se retiran a su único refugio
en un mundo férreo. Y la nieve en el picacho distante
tenía reflejos azules
por el exceso de luz, y ninguna huella de animal en la
tersa
blancura de la altiplanicie, ningún brillo de ala en el aire,
y en aquel relumbrante silencio del continente
yo oía claramente el latido de mi corazón, y decía,
¿es esto la dicha? ¿Es este el nombre de la dicha?
Sufríamos las exigencias de la carne.
Tumores en las piernas, y flujo. Diviesos y postemas.
Algunos escupían sangre.

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Y enfermedades vergonzosas por cohabitar con la hembra


del salvaje.
Los salvajes hacían un cocimiento de lobelia y de zumaque,
las raíces.
Lo tomamos para ablandar el lúes. Da algún remedio
aunque no soberano.
Vimos y describimos los animales nuevos. Matamos al
gran oso,
uno horrible, es oso gris y no perdona.
Los hombres ven sus huellas en el banco de arena y les da
miedo.
Nosotros observamos su color y cómo sus testículos son
grandes y les cuelgan extrañamente debajo del vientre.
El corazón es de gran tamaño, y la muerte les llega muy
despacio, y con furia.
Comimos carne de perro, pero nos deleitó. Comimos
carnes raras.

Y así seguimos, y yo me senté en la manta con caciques.


Dibujaron con un bastón en el suelo la disposición de las
tierras del oeste.
En un blanco cuero de alce Cabello Retorcido me dibujó
un mapa,
cómo los ríos convergían hacia el oeste buscando el gran
lago de agua amarga.
Este es el nombre que dan al océano. Pero ninguno lo
conocía.
Esto es lo que Cabello Retorcido nos contó. Nosotros
llegamos.

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Estábamos acostados en nuestras esteras bajo la lluvia y


oíamos el retumbar de un océano,
pero no lo habíamos visto todavía. Al día siguiente lo
vimos.
Y Clark, mi amigo, escribió en sus papeles:
¡Oh, Ociano a la vista! ¡Oh! El gozo.
Era una exclamación de orgullo ante una hazaña realizada.
Nos había costado mucho, y eso no se nos puede negar,
y el orgullo de haber resistido no se le puede prohibir al
hombre.
¡Oh! El gozo, exclamó Clark, pero la intimidad de aquel
gozo
de nuestra larga travesía juntos no fue revelada todavía.
Fue revelada hasta el regreso
cuando yo dejé de ver los rostros de mis compañeros
y tan sólo la imaginación podía decir la verdad de nuestra
experiencia común.
¿La verdad? No: el último engaño. Pero eso fue después.

Ahora era en noviembre. Invernamos junto al mar,


y oíamos el gran retumbo uniforme cuando se abalanzaban
las tormentas.
Fue un largo camino de vuelta, y al regreso recorrimos
todas las estaciones.
Después St. Louis, y yo compartí el pan de los civilizados.
¡Los civilizados! Y ojalá que yo me hubiera quedado
gritando con los salvajes y nunca hubiera vuelto.
El pan de los civilizados— bueno, yo había visto
al salvaje desgarrar las tripas humeantes, y la sangre
untada en los pómulos,

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y ojalá me hubiera hundido allí, y me hubiera quedado


con ellos,
y nunca hubiera vuelto. Pero volví, y descubrí
que en los lugares urbanos del contrato civil
se exhala la vida con el aliento cívico. Tú habías mentido.
Tú me mentiste persuadiendo a mi corazón indigente
y me invocaste razones nobles para mi esfuerzo supremo.
Y por eso fui. Y volví. Y después
por un breve instante, mi experiencia pareció confirmar
todo lo que tú dijiste, y lo que yo había esperado,
porque en mi imaginación resonaba la voz del océano de
noche
y los días del largo viaje juntos, y yo creía que ahora
sabía cómo los hombres pueden viajar juntos mucho
tiempo
y avanzar a través de la tierra y el tiempo, y ser felices,
porque fui seducido por tu gran mentira de que los hombres
son capaces
de la hermandad de la justicia.
Fui hecho gobernador.
Gobernador de todo el Oeste, la sede en St. Louis.
Y las mentiras pulularon. Eran invisibles, pero zumbaban
como mosquitos en los lodazales, en el mes de las fiebres,
y la traición relumbraba como la lama verde en el agua
estancada.
Aquel Bates, con su infernal corazón que es un sumidero
y una cloaca
—aquel Bates, se sonreía. Hedía bajo el sol.
Pero Bates —él no era sino uno de los civilizados.

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Y entonces huí.
No al Oeste, como debía haberlo hecho,
sino al este, y llevé mis papeles como prueba.
A la Ciudad Federal —claro está, en la capital
donde tú te habías sentado a escribir tu carta, enviándome
a la expedición,
allí iba a encontrar justicia. Por eso huí hacia el Este,
sin sospechar quién era el Gran Traidor.

Llegué a Tennessee, a Chicksaw.


Bebí en Fort Pickering, contra mi costumbre.
No comprendía mi embriaguez.
Y después encontré en el bosque el Rastro Natchez,
y huí. Huí de mis compañeros, de sus voces
De mi criollo, mi negrito, el buen Mayor Neeley.
Huí del rostro humano y de la sonrisa, y cabalgué.
Cabalgué hacia la Justicia. Iba a matar la calumnia
de que yo había malversado los fondos y medrado, de que
yo—
que había dormido bajo las grandes estrellas—
había picado a los dólares como el gorrión al estiércol.
Sí, eso dijeron. El propio Gobierno
negó mis libranzas, rehusó a mis fiadores,
me devolvió aquel documento para fastidiarme, y yo
pagué.
Pagué de mi bolsa. Pero las mentiras crecían. Yo huí.
Al atardecer llegué a la posada miserable.
“Grinder's” se llamaba. Una mujer con chiquillos, enferma
de trabajar.
El marido fuera. Dos chozas solitarias en el monte.

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El angustioso maizal lleno de troncos quemados.


Pedí agua y la tomé, pero no mucha.
No comprendía mi agitación.
Me senté en la puerta a contemplar la tarde
mientras retornaba la paz por un breve rato.
“Es una tarde hermosa”, le dije a la mujer,
pensé en la belleza de la tarde, avanzando a través de la
tierra hacia el oeste.
Ahora en mi cabaña la mujer extendía mis ropas,
pieles de oso y de búfalo. Me acosté sobre ellas.
Pero no dormí. Meditaba en la justicia.
Me levanté y hablé en voz alta y dije las verdades.
En medio de la agitada oscuridad dije las verdades.
Porque de pronto comprendí que no había Justicia.
No, no para mí, ni para nadie, porque el corazón humano
odia a la justicia porque es humana.
Oye, si yo hubiera conocido la verdad del corazón.
Si no hubiera soñado que el bien se alcanza, aunque no
fácilmente.
Si no hubiera soñado que el hombre al fin es el amigo del
hombre
y que pueden viajar juntos largo tiempo y gozarse en la
constancia.
Si no hubiera amado y vivido tu mentira, entonces no
hubiera ido desprevenido y desarmado
a encontrar el fin —¡Oh, la vida salvaje era bella!—
pero a encontrar, en el fin, la impenetrabilidad del corazón
humano.

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El descubrimiento llegó tarde, y yo no estaba preparado.


Por ti no estaba preparado. Yo te odié.
Y cogí el arma cebada y cargada, y destrocé
de un tiro el cerebro, y liberté la mentira
para que se fuera volando, y me dejara dormir.
Pero no podía morir. Y grité pidiendo agua.
Me arrastré a la luz de la luna y restregué la calabaza en
el cubo.
Pero el cubo estaba vacío, y nadie venía.
No podía morir. Grité: “No soy un cobarde,
no soy cobarde, sino que soy fuerte, y me cuesta morir.”
Me acordé entonces de cómo había muerto el gran oso,
despacio y con furia, bajo los ciruelos. Yo lo conocía.
Al alba morí.

(Fragmento de Brother to Dragons)

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Pare Lorentz
(1905-1992)

EL RÍO
(Narración de película)

Desde muy lejos, desde Idaho, en el Oeste,


bajando por los glaciares de las Rocosas—
Desde Nueva York, en el Este,
bajando por las serranías de los pavos, de
las Alleghenies—
Bajando toda Minnesota, por dos mil quinientas millas,
el río Mississippi corre hacia el Golfo.
Llevando toda gota de agua que fluye en las dos terceras
partes del continente,
llevando todo arroyo y torrente
riachuelo y crique,
llevando todos los ríos que corren en las dos terceras partes
del continente,
el Mississippi corre hacia el Golfo de México.
Bajando por el Yellowstone, el Milk, el White y el
Cheyenne;
el Cannonball, el Musselshell, el James y el Sioux;
bajando por el Judith, el Grand, el Osage, y el Platte,
el Skunk, el Salt, el Black, y el Minnesota;
bajando por el Rock, el Illinois, y el Kankakee
el Allegheny, el Monongahela, Kanawha, y Muskingum;
bajando por el Miami, el Wabash, el Licking y el Green
el Cumberland, el Kentucky, y el Tennessee—
Bajando por el Ouchita, el Wichita, el Red, y el Yazoo.

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Bajando por el Missouri tres mil millas desde las Rocosas;


bajando por el Ohio mil millas desde las
Alleghenies;
bajando por el Arkansas mil quinientas millas desde el
Great Divide;—
bajando por el Red, mil millas desde
Texas—
Bajando por el Gran Valle, dos mil quinientas millas
desde Minnesota
llevando todo arroyo y arroyuelo, riachuelo
y crique,
llevando todos los ríos que corren en las dos terceras partes
del continente—
El Mississippi corre hacia el Golfo.

De Nueva Orleáns a Baton Rouge,


Baton Rouge a Natchez, .
Natchez a Vicksburg,
Vicksburg a Memphis,
Memphis a Cairo—
Construimos un dique de mil millas de largo.
Hombres y mulas; mulas y lodo;
mulas y lodo por mil millas a lo largo del Mississippi;
un siglo antes de que compráramos el gran río del Oeste,
los españoles y los franceses construyeron diques para
que el Mississippi no inundara Nueva Orleáns.
Por cuarenta años continuamos poniendo diques a lo largo
de todo el gran delta de aluvión,
esa planicie de lodo que se extiende desde el Golfo de
México hasta la desembocadura del Ohio.

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El antiguo valle construido durante siglos por el viejo río


que desparrama sus aguas por todo el corazón del
continente—
Un delta de lodo de cuarenta mil millas cuadradas
hombres y mulas, mulas y lodo—
De Nueva Orleáns a Baton Rouge,
Natchez a Vicksburg,
Memphis a Cairo—
Mil millas a lo largo del río.

Y al algodón lo hicimos rey—


Despachamos un millón de pacas por el río a Liverpool y
Leeds...
1860: despachamos cuatro millones de pacas por el río;
las despachamos de Alabama,
las despachamos del Mississippi,
las despachamos de Louisiana,
¡las despachamos por el río!

Abeto negro y pino de Noruega,


seudotsuga y cedro rojo,
roble escarlata y nuez dura,
abeto y álamo temblón—
Había madera en el Norte.
La guerra empobreció al viejo Sur, el ferrocarril acabó
con los vapores,
pero había madera en el Norte.
¡Atención!
Madera río arriba.
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¡Atención!
Madera suficiente para cubrir toda Europa.
Desde Minnesota y Wisconsin río abajo,
desde St. Paul río abajo;
desde St. Louis y St. Joe río abajo—
Madera para el nuevo continente del Oeste.
Madera para los nuevos aserríos.
Había madera en el Norte y carbón en los cerros.
Hierro y carbón por el Monongahela río abajo.
Hierro y carbón por el Allegheny río abajo.
Hierro y carbón por el Ohio río abajo.
Río abajo hasta Pittsburg,
Río abajo hasta Wheeling,
hierro y carbón para los altos hornos, para los ferrocarriles
que recorren el Oeste y el Sur,
para las nuevas ciudades del gran Valle—
Construimos nuevas maquinarias y despalamos tierras
nuevas en el Oeste.
Diez millones de pacas hacia el Golfo río abajo—
Algodón para los carretes de Inglaterra y Francia.
Quince millones de pacas hacia el golfo río abajo—
Algodón para los carretes de Italia y Alemania—
Construimos cien ciudades y mil pueblos.
St. Paul y Minneapolis,
Devenport y Keokuk,
Moline y Quincy,
Cincinnati y St. Louis,
Omaha y Kansas City...
A través de las Rocosas y a lo largo de toda Minnesota

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en las dos mil quinientas millas hasta Nueva Orleáns,


construimos un continente nuevo.

Abeto negro y pino de Noruega;


seudotsuga y cedro rojo;
roble escarlata y nuez dura;
construimos cien ciudades y mil pueblos, pero a qué precio.
Cortamos la cima de las Alleghenies y la enviamos río
abajo.
Cortamos la cima de Minnesota y la enviamos río abajo.
Dejamos las montañas y los cerros pelados y quemados, y
seguimos adelante.
El agua corre cuesta abajo,
en primavera y otoño; por las montañas despaladas —por
las laderas aradas...
Desde muy lejos, desde Idaho en el Oeste, y desde Nueva
York en el Este
bajando por todo arroyo y torrente— riachuelo y crique;
llevando toda gota de agua que fluye en las dos terceras
partes del continente—
Bajando por Pennsylvania y Ohio,
Kentucky y West Virginia,
Illinois y Missouri,
bajando por Carolina del Norte y Tennessee—
Bajando por el Judith, el Grand, el Osage, y el Platte;
el Rock, el Salt, el Black y el Minnesota;
bajando por el Monongahela, el Allegheny, Kanawha y
Muskingum;
el Miami, el Wabash, el Licking y el Green;

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el White, el Wolf, el Cache y el Black;


bajando por el Kaw y el Kaskaskia, el Red y el Yazoo
bajando por el Cumberland, el Kentucky y el Tennessee
de Nueva Orleáns a Baton Rouge—
Baton Rouge a Natchez—
Natchez a Vicksburg—
Vicksburg a Memphis—
Memphis a Cairo—
En las mil millas de dique la larga vigilia comienza.
38 pies en Baton Rouge—
El río subiendo.
Helena: el río subiendo.
Memphis: el río subiendo.
Cairo: el río subiendo.
Mil millas que recorrer
mil millas de dique que detener—
Patrulla guardacosta —¡se necesita en Paducah!
Patrulla guardacosta —¡se necesita en Paducah!
200 lanchas —¡se necesitan en Hickman!
¡200 lanchas se necesitan en Hickman!
Patrulla del dique: ¡hombres para Blytheville!
Patrulla del dique: ¡hombres para Blytheville!
¡2.000 hombres se necesitan en Cairo!
¡2.000 hombres se necesitan en Cairo!
Cien mil hombres para luchar contra el viejo río.
Enviamos a todas las dependencias de las fuerzas armadas
río abajo para ayudar a los ingenieros en una batalla
con un frente de mil millas de largo
el Ejército y la Marina

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los guardacostas y el Cuerpo de Marinos


la CCC y la WPA
la Cruz Roja y Salubridad—
Lucharon noche y día para que el río no cayera sobre el
valle.
Alimentos y agua se necesitan en Louisville: 500 muertos,
5.000 enfermos.
Alimentos y agua se necesitan en Cincinnati;
alimentos y agua y techo y ropa se necesitan para las
750.000 víctimas de la inundación
alimentos y medicinas se necesitan en Lawrenceburg;
alimentos y medicinas se necesitan en Aurora
alimentos y medicinas y techo y ropa para
750.000 allí en el Valle.

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Kenneth Rexroth
(1905-1982)

TARJETA DE NAVIDAD PARA GERALDINE UDELL

Las flores de los prados, las lunas enormes


de otoño, ¿vuelven a su tiempo?
Debs, Berkman, Larkin, Haywood, están muertos ahora.
Todas las muchachas están envejecidas.
Tanto se me ha ido, tanto yace cubierto
en la memoria, y ensordecido
como los truenos retumbando en el sueño, que me
despertaban,
para ver parpadear la ciudad
a la luz violeta bajo la lluvia tupida
las rayerías son raras aquí,
en este clima estadísticamente perfecto.
El eucalipto regaba
ramas, golpeaban puertas, se rompían vidrios; el mar
derrumbaba sus muros.
Yo, en mi cama estrecha,
recordaba otros tiempos —los años de esperanza de la
posguerra—
Exultantes, desaliñadas
fiestas, exultantes ojos, desaliñadas bocas;
ojos velados ahora, y bocas aplastadas,
fiestas muertas que han perdido sus motivos.
Me acuerdo de ti, en Gas,

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la heroína en la víspera de la explosión;


o furiosa, blanca, y petrificada,
discutiendo conmigo sobre el libro trágico de Sasha.
Aquí en la noche vacía,
enciendo la luz y busco papel y lápiz.
Un millón de dormidos se dan vuelta,
soñando en bombardeos aéreos, y la tormenta se va,
retumbando en los montes.
Vira el viento trayendo el frío olor orgánico
del mar llenando.

¿RECUERDAS AQUEL DESAYUNO DE NOVIEMBRE?

¿Recuerdas aquel desayuno de noviembre—


frías uvas negras ligeramente olorosas
al corcho en que estaban empacadas,
bollos duros con miga blanca, caliente,
y espeso chocolate, endulzado con miel?
¿Y las fiestas de noche, la ginebra y los tangos?
¿Las redecillas rotas, las mancuernillas perdidas?
¿Adónde se habrán ido,
las muchachas bonitas, las horas olvidadas?
Decían que estábamos perdidos, que éramos locos e
inmorales,
que interferíamos con los planes del gobierno
y ahora, millones y millones, enterrados vivos,
en los ataúdes de las circunstancias,
golpean en las tapas de los ataúdes,

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se apiñan en los sótanos de las ruinas, y riñen


por su carne fragmentada.

IRRESOLUTO, DETENIÉNDOME EN UN DUDOSO


VIAJE

Irresoluto, deteniéndome en un dudoso viaje;


nuevamente, después de tanto tiempo, el singular esplendor
del otoño en el Hudson septentrional en torno mío;
paseo en el jardín familiar
hace tiempo olvidado. La casa no fue nunca
ocupada otra vez, los vidrios están rotos,
los paseos y emparrados están en ruinas,
los parterres son matorrales,
los setos están destrozados,
el membrillo y el oxiacanto rotos y muriéndose.
Uno a uno los recuerdos de veinte años
se desvanecen y no quedan rastros de ellos.
Yo he andado inquieto en muchos lugares
desde que tuve quietud aquí.
Los matorrales secos están llenos de verde-grises
currucas migratorias. Desde el otoño pasado
han estado en Guatemala y Labrador
y ahora van otra vez hacia el sur.
Sus remotos antepasados hicieron lo mismo
cuando yo estuve aquí. Todas las generaciones
se han detenido una tarde de otoño
aquí, en este lugar, todos los años.

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MIÉRCOLES SANTO DE 1940

En la ventana oriental sobre la naciente luna


florece espasmódicamente una tormenta;
en el Oeste, entre la bruma, los planetas
palpitan como meteoros inmóviles.
Estamos escuchando en la oscuridad el Oficio de Tinieblas,
una música más antigua que la Resurrección,
la voz del Levante en desorden y ruinas:
“¿Por qué se siente solitaria
la ciudad que estaba llena de gente?”
Las voces de los benedictinos son macizas, impersonales;
no temen esta agonía ni se avergüenzan de ella.
Piensa... hace seis horas en Europa,
miles de gentes cantaban estas palabras,
apagando las candelas, salmo tras salmo...
Albi como una fortaleza en la fría oscuridad,
Aechen, las voces revoloteando bajo la vieja bóveda,
la luz de la última candela
en Munich sobre las talladuras retorcidas.
“Jerusalén, Jerusalén,
retorna al Señor tu Dios.”
Miles arrodillados en la oscuridad,
diciendo: “Ten misericordia de mí, oh Dios.”
Nosotros escuchamos con apreciación, fumando, charlando
en voz baja,
las voces que han recorrido tres mil millas.

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Sobre el muro blanco del jardín las sombras


del dátil se mueven violentamente;
la luna llena de primavera ya está alta,
y hay un ventarrón con ella.

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Richmond Lattimore
(1906-1971)

LUZ SECA DE PYLOS

Garrapateados en ladrillitos de barro, se hallan en pedregales


inmemoriales; contienen obvios numerales; signos
de mercancías, cosas, personas; y sílabas
ya descifradas. Nunca pasan de pocas líneas.

El ojo cariñoso puede ver una horquilla, pincel, o rastrillo,


un cesto con su agarradera o un corazón con una cuerda,
una mariposa, un pastel de cumpleaños con cuatro velitas,
o cosas heroicas, carro, trono, hacha, dardo.

Lo que en realidad es el signo de mujer podría parecerle


al imaginativo, una dama de Minos
de cintura apretada y abultados senos.
El signo de hombre es parecido, con piernas cruzadas y
sin falda.

Pero estos son ideogramas. El silabario


tiene para pu un gracioso animal,
mientras que da, ro, pa, y to, son diversas variaciones
de una cruz; y casi todos ahora
pueden leerse, traducidos a una especie de griego.
Su contenido: hechos concretos; inventarios,

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listas, y planillas de trabajo. Uno no encontrará


acciones heroicas, mitos, o poesía.

Leyéndola de izquierda a derecha, la línea comienza


con una palabra de cinco sílabas que parece ser
a-ra-ka-te-ja: hilar, ¿uno que hila?
Le sigue el signo de mujer, marcado

con un numeral, treinta y siete. Después el cesto, después


un trípode cuadrado; que es ko-wa; quiere decir
muchachas. Son veintiséis. Después ko otra vez
con un trípode distinto. Ko-wo. Muchachos. Dieciséis.

Por último hay un signo como una C mal hecha.


Significa una clase de medida usada para el alimento,
grano, bebida, o la dieta completa, pero de algo
muy básico y no especialmente bueno.

Treinta y siete personas proletarias con el signo de mujer


y niñas y niños huérfanos pacientemente en una cola
están allí eternamente esperando su comida,
cualquier cosa que sea lo que les dan de comer.

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W. H. Auden
(1907-1973)

SI EL MÚSCULO PUEDE SENTIR

Si el músculo puede sentir repugnancia, aún existe un


movimiento falso que hacer;
si la mente puede imaginar un mañana, aún existe una
derrota que recordar;
mientras el propio ser pueda decir “Yo”, no rebelarse es
imposible;
mientras exista una virtud accidental, existirá un vicio
necesario:
y el jardín no puede existir, el milagro no puede ocurrir.

Porque el jardín es el único lugar que existe, pero tú no


has de encontrarlo
hasta no haber mirado en todas partes y no encontrado
ninguna que no sea desierto;
el milagro es lo único que sucede, pero para ti no será
aparente,
hasta que hayan sido estudiados todos los hechos y nada
suceda que no puedas explicarlo;
y la vida es el destino que está obligado a rehusar hasta
no haber consentido a morir.

Por tanto, ve sin mirar, oye sin escuchar, respira sin


preguntar:
lo inevitable es aquello que parecerá sucederte puramente
por accidente;

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lo real es aquello que te chocará como realmente absurdo;


a menos de que estés cierto que estás soñando, es con
seguridad un sueño tuyo;
a menos de que exclames —“Ha de haber una
equivocación”— tú estarás equivocado.

(Fragmento de For the Time Being)

ESTOS SON TIEMPOS EXCITANTES

Estos son tiempos excitantes para los directores de perió-


dicos:
la Historia se está haciendo; la humanidad está en marcha.
El acueducto más largo del mundo está ya
en construcción; los Comités de Drenaje de Aguas
y Preservación de Suelos van pronto a publicar
un informe mixto; aun los problemas de los Ciclos de
Comercio
y los Precios en Espiral son considerados por los expertos
como prácticamente resueltos; y las recientes restricciones
a los judíos extranjeros y librepensadores comienzan a
tener
un efecto saludable en la moral pública.
Cierto, los mares occidentales aún están infestados de
piratas,
y el creciente poder de los bárbaros en el Norte
no deja de inquietarnos un poco; pero ya nos hemos puesto
activos ante esos peligros; estamos rápidamente armándo-

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nos; a ambos
trataremos con los métodos convenientes: y unidos después
en razón de la ganancia común y el derecho común,
nuestro gran Imperio estará seguro por mil años.

Si nunca estuviéramos solos o siempre demasiado ocupados


tal vez aun llegaríamos a creer lo que sabemos que no es
cierto:
pero nadie es embaucado, al menos todo el tiempo;
en el baño, en el metro, o a mitad de la noche,
sabemos muy bien que no somos torcidos sino malos,
que el sueño del Estado Perfecto o no Estado del todo
al cual huimos a refugiarnos, es una parte del castigo.
Estemos, por tanto, contritos pero sin angustia,
porque el Poder y el Tiempo no son dioses, sino regalos
mortales de Dios;
reconozcamos nuestras derrotas, pero sin desesperación,
porque todas las sociedades y épocas son detalles transito-
rios,
transmitiendo una oportunidad eterna
para que el Reino de los Cielos pueda venir no en nuestro
presente
y no en nuestro futuro, sino en la Plenitud de los Tiempos.
Oremos.

(Fragmento de For the Time Being)

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BUENO, ESO ES TODO

Bueno, eso es todo. Ahora hay que desmantelar el árbol,


guardando otra vez los decorados en las cajas de cartón—
algunos se han quebrado —y subirlos al desván.
El acebo y el muérdago deben ser bajados y quemados,
y los niños alistarse para la escuela. Han quedado
suficientes
sobras, para recalentarse, por el resto de la semana—
No que aún tengamos mucho apetito, después de haber
bebido en tal cantidad,
de desvelarnos tanto, tratar —completamente sin éxito—
de amar a todos los familiares, y en general
haber torpemente sobrestimado nuestras fuerzas. Una vez
más
como en los años anteriores hemos visto la verdadera
Visión e incapaces
de otra cosa más que de recibirla como a una posibilidad
simpática, una vez más la despachamos fuera,
pidiéndole sin embargo continuar su desobediente siervo,
el niño prometedor que no puede mucho tiempo guardar
su Palabra.
La Fiesta de Pascuas es ya un marchito recuerdo,
y ya el ánimo vagamente experimenta
un desagradable vaho de aprensión al pensamiento
de que Cuaresma y Viernes Santo no pueden ahora, después
de todo,
estar muy lejos. Pero por ahora, aquí estamos,
otra vez en la mesurada ciudad aristotélica

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del zurcido y el Ochocientos Quince, donde la geometría


de Euclides
y la mecánica de Newton dan razón de toda nuestra
experiencia,
y la mesa de la cocina existe porque yo la restriego.
Parece que se hubiera contraído durante la fiesta. Las
calles
son mucho más angostas de lo que habíamos imaginado;
no nos acordábamos
que la oficina fuese tan deprimente. Para aquellos que vieron
al niño, aunque oscuramente, aunque incrédulamente sin
embargo,
el Ahora es, en cierta forma, la más tiránica hora.
Porque los niños inocentes que con tanta excitación
cuchicheaban
detrás de la puerta cerrada donde sabían estar los juguetes
crecieron cuando fue abierta. Ahora, recordando ese
momento
podemos reprimir el gozo, pero la culpa nos permanece
consciente;
recordando el establo donde por una vez en la vida
todas las cosas se hicieron Tú y ningún objeto era Ello.
Y suspirando por la sensación pero ignorando la causa,
buscamos algo, no importa qué, en derredor, donde posar
la propia reflexión, y lo obvio para ello sería
un gran sufrimiento. Así, una vez que vimos al Hijo,
estamos tentados en adelante de rogar al Padre:
“Déjanos en la tentación y el mal por nuestro bien.”
Porque vendrán, descuídate, está muy bueno; probablemente
en una forma

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que no nos esperamos, ciertamente con una fuerza


más terrible de lo que puede imaginarse. Mientras tanto
aún hay cuentas que pagar, máquinas que dar a componer,
verbos irregulares que aprender, el Ahora que redimir
de la insignificancia. La mañana feliz ha terminado,
la noche de la agonía aún está por venir; ahora es mediodía:
cuando el Espíritu debe practicar sus escalas de júbilo
sin una audiencia hostil tan siquiera, y el Alma soportar
un silencio que no es ni a favor ni en contra de su fe
de que se hará la Voluntad de Dios, de que, a pesar de sus
ruegos
Dios no defraudará a ninguno, ni siquiera al mundo a la
hora de su triunfo.

(Fragmento de For the Time Being)

ÉL ES EL CAMINO

Él es el Camino.
Síguelo a través de la Tierra del Disgusto;
verás bestias extrañas, y tendrás aventuras únicas.

Él es la Verdad.
Búscalo en el Reino de la Angustia;
vendrás a una gran ciudad que ha esperado por años y
años tu retorno.

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Él es la Vida.
Ámalo en el Mundo de la Carne:
y todas tus ocasiones en tu boda danzarán de gozo.

(Fragmento de For the Time Being)

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Theodore Roethke
(1908-1963)

EN EL CAMINO DE WOODLAWN

Añoro el bronce bruñido, los potentes caballos negros,


los cocheros haciendo rechinar los asientos de los barrocos
coches fúnebres,
los montones de ofrendas florales con versos sentimentales,
el carruaje oliendo a barniz y a perfume rancio.

Añoro los portaféretros solemnemente ocupando sus puestos


las muecas zalameras del empresario de pompas fúnebres,
los cuellos de cigüeña, las caras anónimas de los asistentes
al entierro,
—y los ojos, todavía, vívidos, abiertos al fondo de una
alcoba hundida.

NIÑO EN EL TECHO DE UN INVERNADERO

El viento inflando las sentaderas de mis calzones,


mis pies rechinando en astillas de vidrio y masilla seca,
los crisantemos creciditos mirándome acusadores desde
abajo
a través del vidrio esmerilado lleno de sol,
unas pocas nubes blancas corriendo hacia el este,

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una hilera de olmos cabeceando y corcoveando como


caballos,
y todo mundo, todo mundo señalando hacia arriba y
gritando.

DOLOR

Conozco la inexorable tristeza de los lápices,


nítidos en sus cajas, el dolor de las libretas y los pisapapeles,
toda la miseria de los folders de manila y la goma,
la desolación en inmaculados lugares públicos,
salones de recibo solitarios, lavabos, conmutadores
eléctricos,
el inalterable pathos de la jofaina y la jarra,
el ritual del multígrafo, los clips, las comas,
interminables duplicados de vidas y de cosas.
Y he visto el polvo de las paredes de las instituciones,
más fino que la harina, vivo, más peligroso que el sílice,
cayendo colado, casi invisible, en las largas tardes de tedio
cubriendo de una fina película las uñas y cejas delicadas,
patinando el pálido pelo, los grises rostros duplicados y
standard.

ÚLTIMAS PALABRAS

Solaz de besos y galletas y repollo,


ese agradable tufo humeante de ciertas ollas,
lágrimas de chuleta caídas en linóleo floreado,

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refrigeradoras roncando el sueño de la abundancia,


la psique retorcida y enroscada dentro de lana gruesa,—
¡Oh gusano del deber! ¡Oh ciencia en espiral!

Bésame, bésame pronto, señora de la sabiduría perdida,


desciende de una nube, ángel de muchas caras,
tráeme mi sombrero, mi paraguas y mis zapatos de hule,
¡coróname de Luz! ¡Oh Torbellino! ¡Oh Amor Terrible!

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James Agee
(1909-1955)

DOMINGO: ALREDEDOR DE KNOXVILLE, TENN.

Allí, en la temprana y frugal primavera, florece el cornejo.

Desenvueltos, en el amistoso aire dominical


entre los rojos zarzales, junto al paredón del río,
empleados y sus elegidas emparejan.

Prosperan por allí, no cerca, lavados por charrales y


juníperos,
el ford V ocho corriendo con el chevrolet.

No pueden perturbarla:

Sus pechos, sacados fuera del provisto encaje,


yacen como en un lago quieto;
y en la boca de él ella revienta su dulzura:

¡Oh, ola los levanta!

No son ellos de los pájaros. Tanta inocencia


únicamente a reventar nos trae.
No son las de ellos palabras felices.
Nosotros los humanos no tenemos esperanza.
Nuestros goces más tiernos más nos obligan.

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Ninguna cadena corta tanto hasta el hueso; y la seda más


dulce sutilmente estrangula.
Cómo termina esto que ahora place el amor acabado,
en cocinas, reyertas en la cama, silencios, páginas
femeninas,
angustias del corazón ante puertas con letras doradas,
carne rancia, cuellos duros, agonía en corredores
antisépticos,
nalgueadas, reproches, viajes de pesca, jugos de naranja,
pólizas, incapacidad, un chevrolet,
escarnio de los hijos, amable desprecio mutuo,
correcciones a gritos de sílabas comidas,
bolsas de agua caliente, piedras en la vesícula,
caídas de la escalera, anticuadas nochebuenas,
sospechas de robo, arreglos con la Funeraria efectuados
por yernos,
cuartuchos bajo los caballetes de bungalós de ladrillo,
el vaso hecho pedazos, la mirada cruzada entre la hija y
su marido,
el cuerpo vacío en la cama solitaria
y, en el vacío pórtico de concreto, cenizas aventadas
nietos paseando el traicionero sol

y ahora, en los gratos desvencijados anaqueles del horror


oh Dios enseña, oh Dios ciega estos niños.

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LÍRICAS

No queda duda. Suficiente engaño.


Ya ahora sé que no me amas.
Ya ahora sabes que no te amo.
Ya ahora sabemos que no nos amamos.
No más duda. No más engaño.

Hay todavía sin embargo piedad entre nosotros


y los tiempos mejores son aún tan frescos como verdaderos.
El perro vuelve. Y tú a mí. Y yo a ti.
Y somos cobardemente tiernos del más cruel modo,
sintiendo el precipicio desmoronarse a nuestros pies
y sabiendo perdido el equilibrio, sonreímos, y nos quedamos
un poco más, moviendo nuestros brazos desesperadamente
como molinos.

Yo vagaba con mi novia llorando por alegría


contra su lado apretado caminando y los dos abrazados
a través de la brillante áspera lluvia que el tiempo cambia
blanca sobre el aire caído que mi caída
la caída muchacha su tumba borra.

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Josephine Miles
(1911-1985)

LA CAMPAÑA

Mi Packard Bell fue colocado en el solar vacío junto al


tronco
del viejo durazno cortado. Cerca, una banca para novios
verde y pardusca nos decía las palabras del confort.
Y muchos miraban sobre nuestros hombros, o sentados en
el suelo, ¿ por qué no?
Ciertamente faltaban ceniceros.

Y empezó allí en el aparato.


Sobre las mostazas del valle corrieron las voces,
sobre las piedras de pizarra soleadas corrieron las caras,
una barda a la izquierda y una barda a la derecha,
porque al fin y al cabo era propiedad privada:

Y esto es lo que dijeron:


el estado soberano de Alabama
os da un líder del pueblo para el pueblo
todos los días de su vida.

Igual oportunidad de educación, oportunidad política,


oportunidad económica,
habilidad, honestidad, integridad, viudas y huérfanos.

La Zona del Canal considera un privilegio


secundar la nominación de ese gran

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todos los días de su vida.


Esto es lo que dijeron. Esto es lo que Cooper Blane
representando el estado soberano de New Jersey dijo.

Ahora todas las manzanas de nuestro manzanar


van hacia el otoño madurándose
y en las estacas los frijoles se van volviendo verdes
las vainas alertas al sol.

Y el rastrojo en el campo sigue todavía creciendo


en frescas matas, blancas bocanadas de matas de margaritas,
el gato tras los topos
y la brisa brusca.

En las orejas del Packard Bell es brusca la brisa


sube el volumen y lo avienta lejos,
bocanadas de volumen se amontonan en las esquinas de la
barda
donde el gato anda activo.

¿Y nosotros qué entendemos?


En primer lugar, sabemos que los oradores están hablando
en inglés.
Lo podemos saber nosotros desde la banca de novios, y
los otros están de acuerdo.
En segundo lugar, ambos hablan fuerte, ambos están
animados, y son dos.
¿Con quién estás tú?

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Ahora entra, arriba a la izquierda, por la cuesta,


un perro. Tras el gato.

Por un rato dejamos la campaña,


pero después el perro se acerca en busca de cariño.
Lo acarician el contribuyente y el contribuido.

Ahora entra, arriba a la derecha, un pescador.


Se reclina en la barda para oír lo que suena en la pantalla
después sin decir nada desaparece
por el lado verde y las gradas del acantilado
hacia la bahía rugiente, sin dejar su voto.

Señoras y señores, cuando yo les hablé por última vez


en Pawtucket, Maine, la ola estaba viniendo
con un rugido largo contra el guijarro del mundo.
Y señoras y señores yo les digo
voten ahora contra la corrupción, la calumnia,
el crimen, el mal, y la corrupción,
porque la ola está viniendo
con un largo rugido extranjero contra el mundo.
Contra Winthrop RockefeIIer, el juego limpio,
dinero al agricultor, los carteles, el bourbon, los cinco
distritos del mundo.

La luna sale lentamente tras la conejera de Lottie,


levantando en el cielo la protesta de sus barrotes de luz,
pero el voto en el medio-oeste se mueve en otro ciclo de
desesperada medianoche.

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South Dackota cinco nos,


Robert J. Martín del quinto distrito, no.
Y después del slogan cuatrocientos ochenta
el sí y el sí que sobrevivirá en la noche.

Una cosa cierta es


que los fuertes tubos de este pequeño y viejo Packard
BeII
saltando y zangoloteándose a la luz de la tarde y de la
luna
excitados como avispas,
no pegarán fuego a los frijoles, y no
quemarán al gato, y no
nos calentarán siquiera aquí donde estamos sentados viendo,
sino que se apagarán
con un brillo de luciérnagas de verano
para recoger el último sí y el último no del verano
y registrarlo en el pálido semblante de la luna.
¿Con quién estás tú?

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Kenneth Patchen
(1911-1972)

PARA ADORNO DE QUIÉN

¿Para adorno de quién se abren las bocas


de las rosas en lánguido discurso;
y por gracia de quién los árboles del cielo
aprenden su blanco empinamiento?

(Tengo que ir a platear las botellas de leche vacías


para poder telefonearle a alguno
por el dinero necesario para nuestra cena.)

SABE QUE ESTÁ LLOVIENDO

Sabe que está lloviendo,


y que mi cuarto está caliente,
pero ella es orgullosa
y bella
y yo no tengo dinero.

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Elizabeth Bishop
(1911-1979)

GASOLINERA

¡Ah, pero es sucia!


—esta pequeña gasolinera,
empapada de aceite, rezumando
aceite, de una negrura
traslúcida, perturbadora.
Cuidado con ese fósforo.

El padre con un overol


sucio empapado de aceite
que lo corta bajo los brazos,
y varios hijos malcriados
y grasientos le ayudan
(es una gasolinera familiar)
todos ellos sucísimos.

¿Vivirán en la gasolinera?
Hay un porche de cemento

detrás de las bombas


y en él un juego de mimbre
roto, impregnado de grasa
en el sofá de mimbre
un perro sucio, muy sabroso.

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Unas tiras cómicas dan


la única nota de color
—de cierto color. Puestas
sobre una carpeta oscura
que cubre un taburete
(parte del juego), junto
a una gran begonia hirsuta.

¿Por qué la extraña planta?


¿Por qué el taburete?
¿Por qué, ah por qué, la carpeta?
(Bordada con puntadas
formando margaritas, creo
y gruesa por el gris crochet.)

Alguien bordó la carpeta.


Alguien riega la planta,
o la engrasa, tal vez. Alguien
arregla las filas de latas
de modo que dicen suavemente:
ESSO-SO-SO-SO
a los estridentes automóviles.
Alguien nos ama a todos.

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William Everson
(1912-1994)

SALMO PENITENCIAL

¡Crimen de mi corrupción! ¿Cuándo acabará?


Porque mira: ¡fui concebido en inquinidad
Salmo 50
y en pecado me concibió mi madre!
Atrevida Eva, enigmática, en la piel del lujo engendrada;
brotada de los mortales lomos, eterna mancha;
sudorosa, embebida en la salinidad del cuerpo.
¡Oh alma áspera! ¡Tosca! ¡Cosa de la basura!
¿Cuándo el Dios que todo abarca, ofendido, la compondrá?
¿La borrará, la arrancará del tiempo,
no dejará sino la pureza de la nada donde antes era yo?
¿Jamás? ¡Quema entonces! ¡Hasta que la descarnada
brutalidad
adquiera brillo! ¡Tú lo prometiste!
¡Oh quema! ¡Ábreme! ¡Oh échame un terrible soplo que
penetre
en todas las grietas de la ruda carne engusanada!
¡Cuece hasta el hueso! ¡Yo sufro
un día de terror por lo que soy! ¡Imploro
la cosa limpia que podría ser!

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CÁNTICO A LAS AVES ACUÁTICAS

Chillen vuestros picos, cormoranes y gaviones,


al norte de los roquedales que entierran sus uñas en la
recia reventazón del Pacífico;
migratorias golondrinas de mar y gallinetas que no
dejáis de vuestra presencia sino las
efímeras huellas de las patas escritas en la arena;
colimbos y pelícanos, negretas picoteadoras de los tumbos
y gaviotas costeras;
todos los que guardáis la costa al norte de aquí hasta las
playas de Mendocino;
todos vosotros más allá sobre los acantilados que atajan la
tumbazón en Hecate Head,
revoloteando sobre la corriente sumergida donde el frío
Columbia pelea con la barra;
más al norte aún hasta el Sound, cuyas islas flotan como
un puñado de astillas en el mar:
abrid vuestros ásperos picos incrustados de sal impropios
para el canto
y alabad al Señor.

Y vosotras garzas de agua dulce en las marismas del este


costeando los ríos bajos,
blancas centinelas de los bajíos paradas en una pata;
martín-pescadores cabezudos cazando pepescas desde los
sauces en los meandros de fango de los valles;
vosotras también garzotas azules de elásticos cuellos,
solemnes, tomando majestuosas el aire en el soleado San
Joaquín,

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descendiendo con las alas rayadas desde las altas luces del
poniente,
apareándoos sobre los apiñados sauces o donde rielan los
arrozales bajo el agua;
frailecillos que allá arriba gritáis en la noche, allá lejos en
el cielo enlunado;
alcaravanes, aves del arenal, todas las costeras, las
empolladoras,
pobladoras de los acantilados de adobe del Sacramento:
abrid vuestros picos que picotean el agua,
y alabad al Señor.

Porque vosotras lleváis el corazón de Su rapidez poderosa,


y dáis forma a la vida de Sus indeterminados dominios.
Estáis dondequiera en las playas solitarias de Su creación
inmensa.
Guardáis reclusión donde ningún hombre entra, alabándolo
a Él;
y donde ninguna mujer puede alzar su clara voz de
contralto como vuestro raudo vuelo
para glorificar la rociada de dones de Su suave abundancia.
Santificáis las ermitas de las rocas donde ningún sacerdote
se arrodilla para adorar ni ninguna santa monja ayuda;
y donde sus fieles comunicantes no pueden entrar.
Y bien podéis cantar Sus alabanzas, aves, porque vuestros
rumbos
están vivificados por el arte secreto de Sus inclinaciones,
y vuestros hábitos plegados y raros por la mansa elaboración
de Su intrincada labor,
vuestros días concentrados en la directa astucia necesaria

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para la realización de Su trabajo,


y vuestras noches animadas con el denso reposo de su
infinito sueño.
Vosotras sois Sus secretas órdenes y servís a Sus fines
secretos,
en Sus estaciones nubladas y envueltas en bruma, en Sus
tinieblas,
oscuras en vuestros entretejidos nidos, emparedadas en
Sus ilimitados ámbitos.
Él os introduce por los intersticios de Sus abruptos reinos,
y os convoca en las profundidades de Su mundo sombrío.

Vuestros modales son rudos pero serios, vuestros gestos


graves,
vuestras costumbres cuidadosamente ajustadas a la nota
de Su semblante austero. Tenéis la condición primaria
de Su puro crear,
y la rápida sumisión con que servís a Sus más ínfimos
fines
expresa la constancia con que lo tenéis asido.
¿Pues qué es vuestro elevado vuelo volviendo siempre a
vuestros primeros principios, sino ese testamento de
devoción?
Tenéis Su mundo extendido bajo las alas, y os remontáis
sobre Sus tormentas,
y mantenéis vuestra penetrante mirada con párpados de
viento fija en las vastas perspectivas de Sus laberínticas
latitudes.

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Pero sobre todo es el modo con que lleváis la existencia


enteramente dentro del contexto de Su absoluta voluntad
y estáis en paz.
Día a día no calculáis, ni escudriñáis el mañana, ni
multiplicáis los anocheceres con una preocupación
imprudente,
sino más bien tomáis a cada instante como una certificación
suficiente de Su sello definitivo.
Saltáis totalmente en la Providencia, y cuando morís
miráis a la muerte con claridad intrépida,
bajáis, manojo de plumas harapientas sobre la maleza;
o caéis al agua donde brevemente vivisteis, encontrasteis
comida, y ahora vosotras hechas comida para Su pez
profundo que sigue la corriente, y no se os ve más:
no queda sino una pluma de ala girando un poquito en la
zambullida donde antes la dorsal cortaba el aire puro.

Dejáis un silencio. Y esto es suficiente para vosotras, que


no pertenecéis al ceremonial humano,
y por eso no os entristece el haberos privado de él.
Vuestro orden pertenece a otro orden de ser, y
completamente os compele.
Pero ojalá, aves, enteramente arrebatadas en la supremacía
de Dios,
viviendo austeramente bajo Su mirada austera—
ojalá enseñarais a un hombre una cosa necesaria de saber,
que tiene que ver con la estricta conformidad que el ser
criatura impone,
y constituye el compromiso primordial que todas las
cosas comparten.

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Pues Dios os ha dado la gracia imponderable de ser


vosotras Su verificación,
por encima de la confusa incertidumbre de nuestras
legalísticas escogencias;
que vosotras, nuestras inferiores en la rica hegemonía del
Ser,
sirváis de testamento de lo que la criatura es,
y lo que la creación implica.

Chorlitos, garcetas y tijeretas, gaviotas playeras;


cazadoras de las olas, centinelas de la costa, dueñas de los
promontorios, todas vosotras,
vigías con esclavinas,
dad gloria a Dios.
Lanzad la estricta articulación de vuestras gargantas,
y decid Su nombre.

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Muriel Rukeyser
(1913-1980)

NIÑO CON EL PELO CORTADO

Cierra el domingo sobre esta tarde del siglo veinte.


El L pasa. Crepúsculo y bombilla contornan
el cuarto pardo, el superestofado sofá ciruela,
el niño y, sobre su cabeza, las flacas manos de la niña.
La radio de un vecino canta cotizaciones, noticias, serenata.

Él, sentado a la mesa, cabizbajo, ofreciendo la tierna nuca


blanca;
mirando el rótulo de la farmacia con el rabillo del ojo;
juegos de luz, neón, hasta que el ojo se le llora, mientras
su solícita hermana, tullidita, en sencillo azul,
doblándose
detrás de él, le corta el pelo con sus viejas tijeras.

El rojo eléctrico de la flecha siempre da en el blanco.


¡Acertado neón! Él tose, impresionado por tanta precisión.
Su frente de muchacho, perennemente protegida por su
gorra,
blanquea con la luz mientras voltea la cabeza y
se endereza para que caigan los pelillos.

Como aliviándole el fracaso de semanas con dedos firmes,


ella le alisa el fino pelo y se lo peina: “¡Qué bien te vas a
ver mañana!

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Encontrarás trabajo. Ya lo creo. No es posible que siempre


te rechacen.
El mejor caballero no va más elegante.” Sonriéndose, él
levanta
su adolescente frente, arrugándose irónica ahora.

Ve su vestido bueno listo, recién planchado;


el níquel del tranvía en el estante. Y al bajar la cabeza
vuelve a hallarse
con la mirada seria y desesperanzada de su hermana, y las
filosas tijeras aún tijereteando;
el cuarto oscurecido, el rótulo impersonal, los movimientos
de ella,
la vena azul, clara en su sien, amargamente palpitando.

CITACIÓN DE HORACE GREGORY

Estos son nuestros bravos, estos con las manos en el trabajo,


sacando a martillazos belleza de la piedra penosa,
volviendo sus graves cabezas apasionadamente,
descubriendo
verdad y solos y a diario sutilmente asesinados
y a diario nacidos.
Gira
un sistema medio, mundo sobre mundo, talludos fuegos
y reguladas galaxias tras la cabeza chata,
tras el cráneo inmortal, fiando eternidad
en la sangre y los símbolos del vivir.

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La voz de bronce habla en la calle:


Huelga, huelga.
Los nerviosos dedos siguen laboriosamente
extrayendo conciencias, examinando, haciendo.
Surgen a un mundo de cartelones de Chesterfields,
de guiños de cadera de Mae West y de proezas de Tarzán,
las diminutas,
picoteadoras y despreciables mentes.
Aquí, señores;
aquí está nuestra galería de poetas:
Jeffers,
un largo y trágico retumbar de tambor batiendo cólera,
asqueado de un catapulteante mundo de pesadilla.
Eliot, quien nos condujo al precipicio
con sutileza y perfección; ya allí, cogió una actitud
rígida y avejentada en el penúltimo paso,
el meditabundo MacLeish, que dobló la cabeza
sintiendo el peso de los vivos; doblóse, pero volteó
la grave importante faz hacia los muertos.

Y a vuestra izquierda, señoras y señores: poetas.

Jóvenes poetas y creadores, resuelven vuestra angustia; ved


al valiente sin medallas que osa moldear su mente
impresa con dignidad a las máquinas del cambio.
Toda una procesión de poetas añade un pie sonante a la
implacable línea métrica; los grandes y no traicionados
después de la luz del sol y del desvanecente amarillo;
después de los labios mordidos con pasión y
suave; después de las muertes; debajo,

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pisos de baile de fiesta; giramos, giramos;


estas bravuras son permanentes. Estos presentes
irradian en nuestras vidas, clarificando, reveladas.
Muy jóvenes estamos para mirar nuestros entierros
en pantomima cada noche ante incómodas camas,
muy cerca de comienzos para esta hesitación
obliterada en muerte o carnaval.
Honda en el tiempo, extiéndese la impersonal escala;
ya establecidas barricadas quedarán;
antes de morir estos valientes han echado mano
a rica belleza particular para sus herederos.

DESTRUCCIÓN DE LA PENA

Hoy le pedí a Aileen


en la Biblioteca Fílmica que me ayudara a encontrar
aquellas gemelitas de un lejano verano.
Aileen, ¿quiénes eran?
Yo tenía siete años, el circo del león
lo habían levantado en aquel arenal con espadañas
cerca del mar, detrás del Garage Tackaposha.
La antigua tierra de los indios Waramaugs.
Ahora allí hay un hotel de verano.
El primer día de aquel circo es un embeleso todavía.
Yo me quedé. Esa noche
me llegó a traer la policía.
Fácil de hallar, detrás
de las pacas de heno, con el domador de César,
los payasos, y las gemelitas.

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Mi padre y mi madre me perdonaron, porque les encantaban


los circos, la ópera, los carnavales, Nueva York, las
canciones populares.
Todo el día, aquel verano, todo julio y agosto,
yo estaba detrás de las tiendas con las gemelas,
con César el león mi amigo,
¿Sabes cómo se llamaban, Aileen?
Las muchachas figuraron en las viejas películas.
A fines de agosto, César despedazó al hombre la mano
derecha.
Yo quisiera recordar los nombres de las gemelas.
Se veía que tarde o temprano él iba a quedar sin mano.
El olor del mar, heno,
tufo del regio animal, pólvora.
“Sí, destruyeron a César.” Se me dijo esa noche.
Esas gemelas después fueron artistas de cine.
Nosotros los que estuvimos juntos aquel verano—
Joe se suicidó, a Tommy lo vi
poco antes de la guerra; ¿Henry qué se hizo?
Helena trabaja en bienes raíces —y las gemelas—
¿me podrías decir cómo se llamaban, Aileen?

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BALADA DE NARANJA Y UVA

Cuando uno acaba su trabajo


y ha hecho su faena
y ha leído su lectura
y ha escrito lo suyo—
uno baja a la calle y va al puesto de hot-dogs,
a una cuadra de aquí en la otra acera.
Una tarde sofocante en el Harlem del Este en el siglo veinte.

Muchas de las ventanas tienen cartones,


salen unas ratas de un saco—
y con la cola de fuera, en un puerco garage,
un largo Cadillac brillante;
junto a la puerta de vidrio de la clínica para drogadictos
un hombre que quisiera quebrarte el espinazo.
Pero también hay una mujer morena con una niña de
vestidito rosado.

Salchichas salchichas crepitan en la plancha


donde se inclina el vendedor de hot-dogs
nada en el mostrador
más que los dos aparatos de siempre,
el de jugo de uvas, vacío, y el de jugo de naranja, vacío,
y entre los dos aparatos yo me enfrento con él.

Se acerca un muchacho negro, mira los hot-dogs, y sigue


su camino.
Yo observo al hombre que está vertiendo

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en la forma acostumbrada
morado encendido donde dice NARANJA
anaranjado donde dice UVA,
el jugo de uva en el aparato que dice NARANJA
el jugo de naranja en el de UVA.
Sólo la palabra grandota y clara, inconfundible, en cada
aparato.

Yo le pregunto: ¿Cómo podemos seguir leyendo


y encontrarle sentido a lo que leemos?
—¿Cómo pueden ellos escribir y creer en lo que escriben,
los jóvenes de la acera de enfrente,
mientras tú echas uva en NARANJA
y naranja donde dice UVA?—
(¿Cómo vamos nosotros a creer lo que leemos y escribimos
y oímos y decimos y hacemos?)

Él mira a los dos aparatos y sonríe


y se encoje de hombros y sonríe y echa más.
Podría ser violencia y no violencia
podría ser blanco y negro hombre y mujer
podría ser guerra y paz o cualquier
sistema binario, amor y odio, amigo, enemigo.
Sí y no, ser y no ser, lo que hacemos y lo que no hacemos.

En una esquina del Harlem del Este


basura, lectura, una amplia sonrisa, estupro,
olvido, una calle caliente de crimen,
miseria, esperanza marchita,

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un hombre sigue echando uva en NARANJA


y naranja donde dice UVA,
echando naranja en UVA y uva en NARANJA para siempre.

CÓMO LO HICIMOS

Todos viajamos hasta ese gran salón,


algunos desde muy lejos
sonreímos a algunos que conocíamos
no estábamos cuando hablamos muy de acuerdo
nuestros corazones latían apresurados pensando en la
mañana
cuando caminaríamos por la ruta.
Hablamos. Muy noche. En desacuerdo.
Sabíamos que subiríamos la escalinata del Senado.
Sabíamos que haríamos nuestro reclamo,
que exigiríamos: sean fuertes ahora: acaben la guerra.
¿Cómo lo haríamos? ¿Qué pediríamos?
“Seremos amonestados,” dijo uno, “Nos amonestarán y nos
llevarán.”
“Podemos hablar y largarnos.”
“Podemos acostarnos en el suelo como en señal de
duelo.”
“Podemos acostarnos en el suelo como una forma de hablar,
hablando de todos los muertos en Asia.”
Entonces Eqbal dijo: “Nosotros no somos en este momento
un grupo revolucionario, somos un grupo
de protesta. Que algunos pues

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puedan largarse, otros se queden quietos hasta que quieran


irse,
otros se acuesten y otros sean arrestados. Algunos de
nosotros.
Cada uno haga lo que prefiera en ese momento
mañana.” El semblante oscuro de Eqbal.
Habló un doctor, de las amistades hechas en la cárcel.
Nos mirábamos a los ojos
y fuimos a nuestros cuartos, a dormir,
esperando la mañana.

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Karl Shapiro
(1913-2000)

ENSAYO SOBRE LA RIMA


(Fragmento)

Forma

Forma es la estructura de todo organismo


vivo o muerto, de un árbol completo o de una hoja,
de un poema completo o de una palabra. En la prosodia,
donde todo es movimiento, forma es la reciprocidad
de todas las partes del ritmo que producen
el efecto sensorial de un solo ritmo. En pasadas
épocas de arte la principal preocupación
no era el arte, no era la mecánica, sino
el producto final, su efecto y su uso.
Un día en la generación de nuestros abuelos
el verso se vio a sí mismo como forma,
radiografió su propia anatomía, discutió
la tendencia del arte hacia la ciencia, hasta que a fuerza
de hipnotismo un medio se convirtió en un fin.

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Lenguaje hablado y poesía

En una de las más ampliamente divulgadas


Antologías de la rima presente, un discurso,
la peroración auténtica de un hombre
condenado a morir, está incluida en el texto
junto a los más ejemplares y abstrusos
de los poemas modernos. El mal inglés de Vanzetti
visto en el contexto de la literatura consciente
en compañía de las obras de talentos privilegiados
con toda naturalidad, arguye una nueva confusión.
Por qué filosofía el antologista
intenta hacer esta cosa trágica de martirio
un huésped de la causa literaria
es, en cierto sentido, nuestro asunto presente.
Porque mucho de la rima moderna denota esta tendencia
de suprimir la distancia y la línea
entre el lenguaje de naturaleza espontánea
y el del artificio formal. Un solecismo
tan fundamental reclama explicación.

Compárese una declaración de inocencia en un drama,


de Bassanio por ejemplo con las palabras
que Vanzetti dijo en la corte de Nueva Inglaterra.
Una vive y muere en la imaginación;
su referencia a la existencia es oblicua
y solo por sugerencia repercute
en la conducta del público.

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La otra es lo que el público tiene como real,


un hecho del mundo estadístico, como
el morir de un actor como verdadera sangre
a una mancha de pintura colorada en un vestido.
Nuestro antologista sigue la regla empírica
practicada también por los poetas que él incluye.

La relación de la rima con el lenguaje

No intento yo aquí la definición


del verso, que es la provincia de la estética,
sino señalar su relación con el lenguaje.
En el sentido matemático, el verso es un poder,
prosa elevada al exponente numérico
de tres o seis o aun n, según
la tendencia de la literatura
en una época determinada y la inclinación
de ese poeta determinado. Es por consiguiente
un elevamiento y una medida de intensidad.
En el sentido físico, el verso es el núcleo
y el elemento vital del lenguaje hablado y la prosa,
el propio protoplasma de la lengua,
o esa sustancia orgánica que sobrevive
a la estructura que crea. Las palabras son como vidas,
muertes y mutaciones, y el poeta aprende
en la búsqueda de la vida, la biología del verso.
En el sentido teológico, el verso es
el espíritu

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y la prosa la carne del lenguaje. Los poetas pueden


jactarse
de haber conocido la rosa mística del bien,
la bendita faz de la verdad, el huésped de la belleza;
ellos exprimen el aceite y elevan el vino,
porque la poesía como la filosofía es divina
y mana de la voluntad increada.

Creencia y poesía

La creencia, tal vez, es fortuita


en poesía; y existen tantos poetas quizá
que se encogen de hombros ante la palabra como
los que se aferran a ella como a un talismán.
Shakespeare, suponemos, creía en Dios y en la patria
y en la nobleza del hombre. ¿Qué más?
El poeta más grande no nos dio razón
de su teología o su metafísica;
esto en nuestros días es casi equivalente
a llamarlo un loco o un bárbaro.
Cierto es que a las creencias las consideramos
como la raíz primaria del arte. Tan varias
y multifoliadas son nuestras familias de fe
que podríamos llenar un herbario
con las especies americanas solamente.

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La poesía de ideas

Uno no necesita sino preguntar ¿dónde está la literatura


de la naturaleza, dónde el poema de amor y la simple
declaración de sentimientos? ¿Cómo y cuándo y por qué
concebimos nuestro horror a la emoción,
nuestro miedo a la belleza? ¿Desde cuándo el aislamiento
y orgulloso retiro del intelectual
en el frío cuarto de mando del cerebro?
¿En qué momento de la historia del arte
ha existido entre el público y el poeta
tal abismo? ¿Cuándo antes de ahora la poesía
recayó tan pesadamente sobre el intérprete,
el analista y el crítico? Finalmente ¿cómo
la poesía visión del alma ha descendido
a la poesía de sensación, y esta
traducida a la de clase perceptiva
se convirtió en la poesía de ideas?

CORO DE “EL PROCESO DE UN POETA”

Grande entre nosotros en agitados días


y prolífico en hojas, con bellezas como hojas
desparramadas desde ventanas de espíritu muy altas
sobre los chatos Estados Unidos, los banales Estados
amarrados de arriba abajo con rieles, era una torre

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de innumerables imágenes y congregaciones de alas


que conversaba y cantaba de viajes extranjeros
con cuánto encantamiento, cuánta confianza
rumorando entre los enladrillados de olvidados jardines
y embajadoriales castillos;
enviándonos postales con epigramas de Catulo
en nuestros propios dialectos. Grande como un igual
se sentaba con los maestros, los divulgaba
con esfuerzos heroicos, infatigablemente buscando
lo que la época pedía
y encontrando las formas que la época necesitaba.

¿Es este ese hombre tan destrozado


sentado ahora en una tosca silla, deprimido
con los ojos bajos y la barba desaliñada
respirando apenas, como un viejo cuya sangre
circula demasiado despacio en un cuerpo cansado
mientras el guarda observa su gabán
por ver si nota un leve movimiento?
¡Acercadle un espejo para ver si respira!
No, no es la muerte, sólo el agotamiento;
toda aquella energía está empozada dentro;
su mente vaga en un sueño crepuscular
distraídamente persiguiendo una palabra perdida o una flor
o algún viejo pensamiento en una lengua antigua
o un desgarrado fragmento de poema. Un peso
baja sus párpados, triste poeta agobiado
pero él ha encontrado dignidad y tragedia
en la frustración del delito. Semejante a un estático

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flota fuera de alcance en otras honduras de percepción


donde ni campana ni grito, ni perdón, ni una pregunta
extrema
podrán ya despertarlo y volverlo. Pienso
sin embargo que no se halla vacío todavía
y volverá a levantarse para hablar, o tal vez sus ideas
han caído de un piso carcomido y yacen lastimadas
allí en la oscuridad sin movimiento.

LA OTRA CAMA

En el nombre de Dios Omnipotente, Amén,


Yo, William Shakespeare, tomo la pluma
Y estando sano, lego
A Cristo mi alma y a los míos mi fortuna
Cuando muera,
Y para Ana, buena dama
Dejo mi nombre
Una mesa, una silla y la otra cama.

Dejo a Judith ciento cincuenta libras


Y otro tanto si sirve más de tres años
Mis calzas, ropa y todo traje mío
Azules tanto como rojos.
Y para Ana, buena dama,
Dejo mi nombre,
Una mesa, una silla y la otra cama.

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Diez libras a mendigos, que coman y beban,


A Mister Thomas Cole, mi espada,
A Richard Burbae, a Cundell, Nash,
Hemminge y Hamlet, libras seis en efectivo.
Y para aquella con que me casé,
Que es Ana, buena dama,
Dejo mi nombre
Una mesa, una silla y la otra cama.

A Juana también dejo mi casa de Stratford,


Que las hermanas no han de quedar sin nada,
Y a sus hijos cinco libras a cada uno
Pagaderas un año después de mi muerte.
Y como digo,
Para Ana, buena dama,
Dejo mi nombre,
Una mesa, una silla y la otra cama,

En fin, a mi hija, Née Susana Hall,


Mis graneros, establos, tierras y todo,
Casas, verjeles, joyas y vajilla
Y esto a perpetuidad, a ella y sus herederos,
Hasta que mueran todos.
Pero, para Ana, buena dama,
Dejo mi nombre,
Una mesa, una silla y la otra cama.

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Buena esposa, la mala suerte tiene la culpa,


De que te deje, cuando me muera,
Mi honor y mi nombre,
Una mesa, una silla y la otra cama.

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Delmore Schwartz
(1913-1966)

CONSIDEREMOS DÓNDE ESTÁN LOS GRANDES


HOMBRES

Consideremos dónde están los grandes hombres


que obsesionarán al niño cuando pueda leer:
Joyce da clase en Trieste en una escuela Berlitz,
aprende a pronunciar los retruécanos en Finnegan's
Wake—
Eliot trabaja en un banco, y allí aprende
las ganancias y las pérdidas,
la muerte de las ciudades—
Pound le grita, encuentra lo que los exilados
encuentran,
la cultura en caos a todo lo largo del tiempo,
como una exposición de Picasso.
Rilke padece
del silencio y de la soledad la inaudible música
de castillos vacíos que grandes caballeros han dejado
(como Beethoven, desmontando en el recuerdo
los bosques inefables de los últimos cuartetos)—

Trotzky en el destierro, también, camina en Londres


con Lenin, le oye decir la verdad a medias del destierro:
“Mira: allí está su Westminster”, como si
los rasgos del padre fueran toda el alma del hijo—

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Yeats también, como Rilke, en viejas propiedades


señoriales,
busca lo permanente entre la pérdida,
diaria y desesperada, del amor, de los amigos,
de cada pensamiento con que empezó su época–
Kafka en Praga trabaja en una oficina, aprende
cómo la vida burocrática,
cómo Dios tan lejos,
una teología, de dependientes—
Perse está en Asia de diplomático,
encontrando la violenta energía con la cual
la civilización se crea a sí misma y se mueve—
Pero con estas imágenes él no ve sin embargo
la apatía moral después del tratado de Munich,
el silencio antinatural en la Línea Maginot,
no prevé sin embargo la caída de Francia—
Mann también, en Davos-Platz, halla en los enfermos
el triunfo del artista y del intelecto—
En toda Europa estos desterrados encuentran en el arte
lo que es el destierro: el arte mismo se vuelve exilio,
un secreto y una clave estudiada en secreto,
expresando la agonía de la vida este niño aprenderá de la
vida moderna; por estos grandes hombres,
participará en su soledad,
y tal vez al fin, una noche
como esta, volverá al punto de partida, su nombre
revelándolo como tal, entre los suyos.

(De Shenandoah.)

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EL CORAZÓN CONSTANTE

(I)

Todos apartándonos siempre para tener solaz

del cuarto solitario donde el yo tiene que ser honesto,


todos apartándonos de estar solos (a lo sumo
aburridos) porque lo que más deseamos es estar
interesados,
jugar billar, jincando una bola
en una mesa, jugar beisbol, bateando una bola
en el diamante, jugar fútbol, pateando una bola
en la cancha,
70.000 aplaudiendo.

Esto divierte, esto es verdaderamente nuestro solaz:


¡Sigue la bola rebotante, síguela hombre!
Mira esto que está claro, una cosa repetida,
brincando, evasiva, cogida y no cogida, soltada de las
manos,
—sigue la bola rebotante; y así vas siguiendo,
tocándote el pecho al lado izquierdo,

la bola rebotante de la que te apartaste para tener solaz.

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Randall Jarrell
(1914-1965)

PÉRDIDAS

No fue el morir: todos mueren.


No fue el morir: ya habíamos muerto antes
en los accidentes rutinarios —y nuestros comandantes
llamaron a la prensa, escribieron a nuestras casas,
y aumentó la estadística, todo por causa de nosotros.
Morimos en una página de almanaque que no era la nuestra.
Desparramados sobre montañas a cincuenta millas una de
otra,
cayendo de cabeza en un pajar, peleando con un amigo,
nos encendimos en las líneas que nunca vimos.
Morimos como tías o perritos o extranjeros.
(Cuando dejamos la escuela sólo estos habían muerto
para nosotros, y comprendimos que estábamos así.)

En nuestros aviones, con nuevas tripulaciones,


bombardeamos
los blancos del desierto o de la costa,
disparamos sobre los objetivos espiados, esperamos a ver
qué tantos
nos apuntamos, y pasamos a la repuesta, y despertamos
una mañana, sobre Inglaterra, en operaciones.
No fue diferente; pero si morimos
no fue por accidente, sino por error
(pero un error muy fácil de cometer).
Leíamos nuestras cartas y contábamos nuestros vuelos

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—En bombarderos con nombres de muchachas,


incendiábamos
las ciudades que aprendimos en la escuela—
Hasta que se nos acabó la vida. Nuestros cuerpos quedaron
con los de un pueblo que matamos sin conocerlo.
Cuando duramos lo suficiente nos dieron medallas;
cuando morimos dijeron: “Nuestras bajas fueron pocas.”
Dijeron: “Aquí están los mapas”; quemamos las ciudades.
No fue el morir— no el tener que morir;
pero la noche que morí soñé que estaba muerto,
y las ciudades me dijeron: “¿Por qué estás muriendo?
Estamos contentas porque lo estás; pero ¿por qué morí yo?”

CUARTEL PROVISIONAL
(1944)

Verano. Atardecer. Alguien toca


la ocarina en la letrina:
Eres mi Rayito de Sol. Un hombre rasurándose
divisa —tras la sala de recreo, tras los K.P. nocturnos
agachados sobre la lata de conservas G. I.
En el patio del rancho —las luces rojas y verdes
de una pista llena de B-24s.

El primer vuelo nocturno se levanta con un rugido


y desaparece, una estrella, entre las montañas.

El radio de la sala de recreo, enchufado en la pieza


contigua,

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dice: “Lo que pasa contigo es, que eres real”.


El hombre ve su rostro, negro con el contraste de la espuma,
en el espejo manchado y empañado: es real,
y los otros —el muchacho en calzoncillos
buscando algo en su bolsa de cuartel
con una faja de dinero en la cintura—
Una voz en la entrada: “¿Dónde está el C.Q?”
“¿Quién lo busca?” “Se fue al cine”.
“Dile que lo busca Red para que le firme su liquidación”—
Estos son. ¿Son qué? Son.
“¡Jesucristo, qué cuartel!”
Un artillero sin pase se mantiene diciendo
a un artillero sin pase. El hombre
deja su máquina de afeitar, se asoma a la ventana,
y mira el campo, un cuadro
de luces y de sombras. Se le aprieta la garganta,
sus labios se le estiran en una sonrisa ciega.
Piensa, Las veces que he soñado que había vuelto…
Los pelos de la nuca se le erizan.

Solamente bosteza, y termina de afeitarse.


Cuando el artillero le pregunta: “¿Cuándo te vas?”
Contesta: “Acabo de llegar. Este es mi cuartel”.
Y piensa: “Ya volví para quedarme. ¡Los Estados, los
Estados!”
Saca su mano para tocarla.
Y lo que pasa es, que es real.

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LA AMETRALLADORA

La sangre destrozada, la llama que persigue,


la máscara perforada y la granada florecida
no son aplacadas— ni la cara que ardió
donde enfocaron los reflectores;

en las manos soldadas está nuestra época


y nuestro destino en la cara de hule—
En el trípode del artillero, negro de aceite,
escupe y abre la boca la pitonisa.

LA MUERTE DEL ARTILLERO EN LA ESFERA DE


PLEXIGLÁS

Salí del sueño de mi madre y caí en el Estado,


y me enrollé en su vientre hasta que el abrigo mojado se
me heló.
Libertado, a seis millas, del sueño de vida de la tierra,
me desperté al negro fuego antiaéreo y la pesadilla de los
cazas.
Cuando morí me lavaron de la esfera con una manguera.

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Thomas Merton
(1915-1968)

LA BIOGRAFÍA

Oh leed los versos de los azotes de plomo,


y lo que está escrito en sus terribles anotaciones:
“La Sangre baja por los muros de Cambridge,
desperdiciada como el agua del riachuelo—
Mientras el callejón y la cantina juegan sus vestiduras.”

Aunque mi vida está escrita en el cuerpo de Cristo como


un mapa,
los clavos han impreso en esas manos abiertas
más que los nombres abstractos de los pecados,
más que los países y las ciudades,
los nombres de las calles, los números de las casas,
el recuento de los días y las noches,
cuando yo Lo asesinaba en todas las plazas y las calles.

La lanza y la espina, el azote y el clavo


han hecho demasiado mi crónica en Su Carne.
Mis viajes demasiado han mordido sus sangrantes pies.
Cristo, desde en mi cuna, yo te había conocido en todas
partes,
y aunque pecaba, caminaba en Ti, y sabía que Tú eras mi
mundo:
Tú eras mi Francia y mi Inglaterra,
y mis mares y mi América:

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Tú eras mi vida y mi aire, y, sin embargo, yo no te poseía.


Oh, cuando yo te amaba, aun mientras te odiaba,
amándote y sin embargo rechazándote en todas las glorias
de Tu universo
era Tu Carne viva la que desgarraba y pisoteaba, no el aire
ni la tierra:
no que Tú nos sintieras en las cosas creadas,
sino que sabiéndote en ellas, hacía cada pecado un
sacrilegio;
y cada acto de codicia era una profanación,
ultrajado y deshonrado Tú igual que en Tu Eucaristía.

Y sin embargo con cada herida Tú me robabas un crimen,


y como cada golpe me pagabas con Sangre,
me pagabas también cada gran pecado con las más grandes
gracias.
Porque aunque yo te mataba,
Tú te hacías un ladrón más grande que todos los otros de
Tu compañía,
hurtando mis pecados con tu vida moribunda,
robándome aun de mi muerte.

Dónde, en qué cruz será mi agonía


yo no te pregunto:
Porque está escrito y realizado aquí,
en cada Crucifijo, en cada altar.
Es mi narración que se ahoga y se olvida
en Tus cinco Jordanes abiertos,
tu voz que grita mi: “Consummatum est.”
Si en Tu Cruz Tu vida y Tu muerte y las mías son una,

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el amor me enseña a leer en Ti el resto de una nueva


historia.
Desandando mis días hacia otra niñez,
cambiando, mientras voy,
Nueva York y Cuba por Tu Galilea,
y Cambridge por Tu Nazareth,
hasta llegar otra vez a mi principio,
y encontrar un pesebre, estrella y paja,
una pareja de animales, unos hombres sencillos,
y así me doy cuenta que nací
ya no en Francia, sino en Belén.

TRAPENSES TRABAJANDO

Ahora todas nuestras sierras cantan sonetos santos en este


mundo forestal
donde los robles retumban como cañonazos y caen como
cataratas,
arrojando su estampido en el pozo verde del bosque.

Ven a nosotros, Jesús, a través de la muralla de árboles,


y encuéntranos, tranquilos adoradores en estas iglesias al
aire libre,
cantando nuestro otro Oficio con nuestras sierras y
hachas.
Sigue enseñando a tus niños en el bullicio del bosque,
y que un poco de sol penetre en nuestra vegetación mental
y umbríos estudios.
Cuando el tiempo haga blanquear el campo con los granos

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y llene nuestras regiones con el sol de la trilla,


ven a nosotros, Jesús, a través de las murallas de trigo
cuando las vengan a derribar nuestros dos tractores:
siembra unas brisas leves en los acres de nuestro espíritu,
y refresca las regiones donde nuestras plegarias maduran,
y apáganos, Cielo, con tus ríos vivos.

ELEGÍA A CINCO ANCIANAS

(Newton, Mass., abril 20. Cinco ancianas


entre los ochenta y los noventa y
cinco años de edad, se ahogaron esta
tarde cuando un automóvil salió caminando
sin conductor en un asilo y se
hundió en el Lago Cristal.—New York
Times.)

Olvidemos que estamos en primavera y celebremos la


voluntad sin conductor de cinco víctimas.

Las ancianas compañeras están sentadas silenciosas en la


casa. Cinco de ellas se fueron repentinamente demasiado
lejos, como pilletes,
como huerfanitos que fueran a bañarse sin permiso. Fue
un viaje con mala suerte. Se alejaron más de la cuenta.

Fue una época en que el agua está demasiado helada para


cualquiera, y especialmente para una persona anciana.

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No debieron fiarse del fogoso Sedán. Las ruedas rodaron


demasiado bien en un viaje corto y directo. Fue el último.
Las puertas no se abrieron.

Oscuramente y ya muy tarde ellas se vieron bajando un


camino malo. ¡Que Dios tenga piedad de su recreo!

Por tanto rindamos homenaje a estas cinco personas ya


legendarias. Las castísimas hijas de un viaje sin suerte.

Que la perversidad de la máquina sea nuestro estudio


común, mientras yo nombro en voz
alta a cinco fieles desposadas de la muerte.

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James Laughlin
(1915-1997)

CRlSTAL PALACE MARKET

Vi una muchacha en un
mercado tan parecida a

ti que me dio un vuelco


el corazón ay mi vida

mi vida mi vida cantaba


una voz en la radio

mi vida por qué nos


separamos tú y yo gran

mercado gigante lleno


de cosas que comer to-

das las cosas de comer


que uno pudiera desear

pero creo que voy a irme


con hambre con hambre

mi vida dice la radio


¿por qué nos separamos?

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¿CUÁNDO EMPIEZA LA FUNCIÓN?

Mamá cuándo empieza


la función cuándo va

haber algo cállate


lindo estate quieto entre

un momento sí pero tú
dijiste eso ya hace mucho

tiempo quiero que suban


el telón cállate lindo es

tate quieto es muy feo


estar hablando cuando

toca la música pero


mamá estoy aburrido

de la música y solo tocan


la misma pieza todo el

tiempo cállate lindo entra


un momento mira toma

cómete este confite


no ya no quiero más

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confite mamá yo quiero


que empiece ya la fun-

ción yo quiero ver prender


las luces y que salga la

gente y que anden andando


y que hablen & rían & canten.

UN POQUITO DISTINTO

Es un poquito distinto en
algunos otros países
hasta en
algunos países de la vieja
pobre Europa quebrada
el año
pasado cuando estaba en Italia es-
perando el tren en el restaurante
de la estación en Bolonia
una
italianita entró con un
niño y se sentó en la mejor
mesa en el centro del co-
medor (de primera clase)
por
su manera de tener a ese
niño uno veía que estaba

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bien orgullosa de él
y
un señor de edad sentado en otra me-
sa se acercó y se puso a jugar con
el niño dejándose jalar la
nariz y las orejas
sí era un
niño hermoso hermoso y
negro como un negrito.

TU AMOR

me recuerda el sentido
del humor de algunos

plomeros bromistas que


trastocan las perillas del

agua caliente y el agua fría


en los lavabos de los hoteles.

LA TRUCHA

Una trucha digamos


una trucha rubia azul

que se desliza en los

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bares como en agua


de boite en boite y de
hombre en hombre pero

sólo uno quiere y


casi nunca es por

dinero y yo amo ella


dice yo amo de-

masiado y su madre
dijo a los vecinos

qu’est-ce que j’ai


fait au ciel pour

avoir une fille qui


est de l’ordure y

volvió de allá de
los palacios del

primo del rey de Siam


donde se come

en platos de oro y
ella mandaba allí

volvió a los bares y


los chicos y a su andar

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nadando lenta en la
media luz sí una

trucha llamémosle
una truchita rubia.

INFORME CONFIDENCIAL

El presidente de la
corporación fue de la

opinión que la mejor


cosa que hacer era pues

dejar al chocho barco


hundirse tranquilo &

bien cómodamente por-


que era claro como la

luz del día que uno no


podía obtener ganancias

mientras ése estuviera


en la casa blanca &
ahora nadie lo saca
allí no le queda a ud

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sino cruzarse de brazos


y ya no friegue ud y

que el bote chocho coja agua


hasta que se hunda.

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Peter Viereck
(1916-2006)

CASTEL SANT 'ANGELO

(Ritmos Del Castillo)

Pesada
inmensa
puerta
amurallada,
densa
como nuestra vieja
tristeza.
¡Tú! ¡Ángel en la altura!,
¿puedes conquistar la pura
pesadez?
Sólo el peso
de la pluma
del amor
es mayor.

II

(Ritmos Del Ángel)

Rápida
leve

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lluvia de ramitas tiernas.


Mechones de viento
en la muralla occidental.
Pigmento
de pecas de sol.
Música
trinal
(oye la campana
desparramarse)

Sólo la levedad
de la voluntad
del amor
es mayor.

CLARO QUE NO

El paisaje más bello que han visto mis ojos—


pinos, una cascada, y un prado majestuoso—
es la Poza del Paraíso, en Smith, Northampton.
Después hay un seto, y más allá un hospital.

Mi chico de tres años me miraba veía este paisaje


y otra vez me di cuenta cómo todo es tan ambiguo.
Él también tiene sus dogmas; él “sabe” que es un hecho
que un dolor se pasa con un beso.

Mis ojos estaban tan llenos de la Poza del Paraíso


que convine con mi hijo por un instante tenue

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como el seto que oculta el “Hospital del Estado de Mass.,”


Lleno de locos y dolientes. ¿Es por falta de un beso que el
Estado de Massachusetts necesita ese edificio?
Claro que no. O, si se piensa mejor, ciertamente sí.

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Robert Lowell
(1917-1977)

EL SOLDADO

En tiempo de guerra uno no salva su piel.


¿Dónde está el gibelino que Dante se encontró
en el dintel del Purgatorio, sin parientes
que erigiesen capillas para su deuda con Dios?
De Campaldino nadie sabe
dónde está enterrado junto al Archiano
cuya fuente es el Camaldoli, entre las nieves,
Fuggendo a piedi e sanguinando il piano,
el rostro del soldado ahogado en su sangre.
Esperó hasta el deshielo, y después la corriente
rugió como un dragón herido entre las peñas
y los barrancos, le arrancó el crucifijo
y su cuerpo arrastró como un tronco a la Estigia;
dos ángeles pelearon con sus picos por el alma.

DUNBARTON

Mi abuelo encontraba
las brumosas soledades de su nieto
más dulces que la sociedad humana.

Cuando murió mi tío Devereux


papá estaba todavía en la Marina, en el Pacífico;

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les parecía propio y natural


a Mr. MacDonald, el de la granja,
a Karl, el chofer, y aun a mi abuela
decirme: “Tu padre.” Querían decirme mi abuelo.

Era mi padre. Yo era su hijo.


En nuestras anuales huidas de Boston, en otoño,
al cementerio familiar de Dunbarton,
él mismo cogía el volante—
como un almirante en el timón.
Liberado de Karl y ufanándose de su economía de gasolina,
apagaba el motor en cada cuesta
y lo dejaba ir como en montaña rusa,
nos parábamos en Nashua, en el Priscilla,
para comprar quequitos de chocolate y cerveza de raíces,
y después “desaguábamos el buque” juntos en el Verano
Indio...
En el cementerio, un delicado Cristo veneciano
dispensaba una paciencia de perro de pastor
a Lottie, la tía de mi abuelo,
su madre, la losa sin los huesos
de su padre, Francis.
Escasos como cuando Francis Winslow podía contarlos
con los dedos, el puñado de pinos vírgenes
todavía alargaban sus pelones cuellos de avestruz
sobre el agua de la presa abandonada olorosamente teñida
de frondas,
un borroso rojo,
como la levita color de vino tinto, más tinto cada día,
de nuestro retrato de Edward Winslow

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que una vez fue oficial de Jorge II,


el señor de los toris en quiebra.

Mi abuelo y yo
rastrillábamos las hojas sobre nuestros antepasados muertos,
combatíamos la humedad
con fogatas de “dragón”.

Nuestro ayudante, Mr. Burroughs,


había peleado con Sherman en Shiloh—
sus termos de café mal batido
eran solo leche con granos;
su clarete ilegal de fabricación casera
era empalagoso como gelatina de uvas
en vasitos tapados con parafina.

Yo cogía el bastón de mi abuelo


donde estaban grabados los nombres y las alturas
de todas las montañas de Noruega que él había escalado—
y más un arma que muleta.
Lo metía en la ciénaga fauvista buscando lagartijas.
Presas en una lata de tabaco las lagartijas grandes,
amarillo-ocre,
perdían sus manchas de leopardo,
se quedaban quietecitas
como rajas de toronja azucarada.
Yo me sentía como una lagartija tierna
neurasténica, escarlata
y salvaje en el agua salvaje de color café.

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Por las mañanas me acurrucaba como una amante


en la cama de mi abuelo,
mientras él exploraba la susurrante estufa de palos verdes.

DÍAS FINALES EN BEVERLY FARMS

En Beverly Farms una piedra imponente e incómoda


sobresalía en el centro del jardín—
irregular toque japonés.
Después de su “antiguo” de bourbon, mi padre
bronceado, vivaracho, coloradote,
se bamboleaba como estando de turno sobre cubierta
bajo su farolito estrellado de seis picos—
regalo de cumpleaños del julio pasado.
Sonreía con su oval sonrisa de Lowell,
usaba un smoking de gabardina crema,
con kamarbanda de color índigo.
Su cabeza era eficiente y calva,
su figura recientemente a dieta, en buenas condiciones
náuticas.

Papá y mamá se instalaron en Beverly Farms


para estar a dos minutos a pie de la estación,
y a media hora, en tren, de los doctores de Boston.
No tenían vista al mar,
pero los rieles azul celeste del tren suburbano relucían
como una escopeta de dos cañones
sobre la sumaca escarlata de finales de agosto,
que se multiplicaba como cáncer

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en los bordes del jardín.


Mi padre había tenido dos coronarias.
Todavía conservaba economías secretas,
pero su mejor amigo era su pequeño Chevie negro,
guardado en el garaje como un novillo para el sacrificio
con cascos dorados,
pero sensacionalmente sobrio,
y con menos flanco que una vieja zapatilla de baile.
El agente local, un “bucanero”,
había sido sobornado con un “rescate de rey”
para entregar inmediatamente un coche sin cromo.

Todas las mañanas a las ocho y media,


distraído y radiante,
cargado con sus cálculos y sus trigonometrías,
sus estadísticas de buques,
y su regla calculadora de marfil,
mi padre salía en su Chevie
a haraganear al Museo Marítimo de Salem.
Llamaba al director del Museo
“el comandante de la Marina Suiza”.

La muerte de mi padre fue abrupta y sumisa.


Su vista era todavía veinte-veinte.
Tras una mañana de sonreír ansioso y continuo,
sus últimas palabras a mi madre fueron:
“Me siento terriblemente mal.”

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LA ALCOBA DE MI PADRE

En la alcoba de mi padre:
hilos azules tan finos
como letras de tinta en la sobrecama,
puntos azules en las cortinas,
un kimono azul,
sandalias chinas con correas azules de felpa.
El piso de anchas tablas
tenía una lijada nitidez.
La lámpara de claro cristal
con pantalla de mantelito blanco
estaba todavía levantada
unas pulgadas, sobre el segundo tomo
de Vislumbres del Japón Desconocido
de Lafcadio Hearn.
Su enconchada cubierta de color olivo
tan castigada como un cuero de rinoceronte.
En la primera hoja:
“Robbie, regalo de mamá.”
Años después, con la misma letra:
“Este libro fue muy maltratado
en el río Yangtzé, China.
Fue dejado en una portilla
abierta durante una tormenta.”

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DE VENTA

Pobre juguetito tímido,


organizado con pródiga agresividad,
vivido tan solo un año—
el chalet de mi padre en Beverly Farms
estaba a la venta el mismo mes que él murió.
Vacío, abierto, íntimo,
su mobiliario citadino
estaba como en puntillas esperando
al empleado de mudanzas que vendría
tras el empleado de la funeraria.
Ya lista, temerosa
de vivir sola hasta los ochenta,
mamá se quedaba ida en la ventana,
como alguien que ha seguido en un tren
a una estación más después de la suya.

REGRESO DE RAPALLO
(Febrero de 1954)

Tu enfermera sólo hablaba italiano,


pero a los veinte minutos yo me imaginé tu semana final,
y las lágrimas rodaron por mis mejillas...

Cuando yo me embarqué en Italia con el cadáver de mi


madre,
toda la costa del Golfo di Genova
reventaba en una fogosa flor.

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Los alegres trineos acuáticos pintados de amarillo y azul


penetrando como martillos neumáticos
en la estela de burbujeante spumante de nuestro barco,
me recordaban los colores chillones de mi Ford.
Mi madre viajaba en primera en la bodega;
su ataúd Risorgimento, negro y oro,
era como el de Napoleón en los Invalides...

Mientras los pasajeros se asoleaban


sobre el Mediterráneo, en sus sillas de lona,
nuestro cementerio familiar de Dunbarton
yacía al pie de las Montañas Blancas
con un frío bajo-cero.
La tierra del panteón se estaba volviendo piedra—
tantas de sus muertes habían sido en pleno invierno.
Sombríos y torvos entre las cegadoras ventiscas,
su arroyo y sus pinos negros estaban pelados como
mástiles.
Una verja de lanzas
bordeaba de negro sus lápidas de pizarra, la mayor parte
coloniales.
El único ser “anti-histórico” que allí había
era mi padre, ahora enterrado bajo su reciente
mármol de vetas rosa todavía sin pátina.
Aun el latín de su lema de Lowell:
Occasionem cognosce,
parecía demasiado comercial y práctico aquí,
donde el quemante frío iluminaba
las inscripciones labradas de los parientes de mi madre:
veinte o treinta Winsolows y Starks.

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La escarcha les había puesto a sus nombres bordes de


diamante...

En el grandilocuente rótulo en el ataúd de mi madre


Lowell había sido malescrito LOVEL.
El cadáver estaba envuelto como panettone en papel de
estaño italiano.

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Robert Lax
(1915-2000)

EL CIRCO
(Fragmentos)

¿Has visto mi circo,


lo conoces tú?

¿Te has levantado de madrugada para ver la llegada de los


vehículos?
¿Los viste ocupar el campo?
¿Estabas tú allí cuando levantaron el circo?

¿Viste la levantada de la cocina ambulante en la oscuridad


a la luz de las linternas?
¿Los viste encender el fuego y sentarse en derredor
fumando y platicando en voz baja? ¿Los viste al
despuntar la aurora extender sus colchas y dormirse?
Un corto sueño hasta que ya fue tiempo
de desenrollar la lona, alzar la tienda,
sacar y acarrear el agua para los hombres y los animales;
¿estabas tú allí cuando salieron los animales,
los enormes elefantes para arrastrar los postes
y desenrollar la lona?

¿Estabas tú allí cuando la mañana acariciaba el césped?


¿Estabas tú allí cuando el sol atisbaba tras los barrotes de
nubes

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a los hombres dormidos junto al fuego de la cocina


ambulante?
¿Viste al viento frío de la mañana pellizcar sus colchas?

¿Viste la estrella de la mañana titilar en el cielo?

¿Has oído el susurro de las voces suaves de los hombres?,


¿has oído sus risas junto al fuego de la cocina ambulante?
Cuando las estrellas de la mañana deponían sus lanzas y
regaban el cielo de lágrimas...

¿Has visto planetas de rocío en las puntas de las lanzas


del césped?

¿Has contemplado la luz de una estrella tras un mundo de


rocío?
¿Has mirado la mañana acariciando el césped?
Y en cada hojita está presente la mañana.

¿Estabas tú allí cuando tendimos los cables,


cuando desenrollamos el cielo,
cuando colgamos el firmamento?
¿Estabas tú allí cuando las estrellas de la mañana
cantaban en coro
y todos los hijos de Dios daban gritos de júbilo?

Ortans está de pie en la punta de un sube-y-baja:


Mogador y Belmonte,

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desde la altura de dos mesas


saltan
y
caen
en la otra punta.

Ortans sale por los aires,


da dos vueltas y media
y cae nítidamente sentada en una silla alta.
En relax como una muñeca de trapo,
bella como una reina,
con el aspecto de
quien ha estado allí toda la tarde.
Se queda un momento recostada en la silla,
dirige una mirada al público
con una dulce sonrisa.
Después se apea delicadamente
en los brazos de su hermano;
levanta la mano derecha,
hace una reverencia de puntillas
y se va.

Este es el eterno acróbata


hay levedad en su salto
y control en sus vueltas,
fuego en sus movimientos,
libertad y disciplina;

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seguridad al agarrarse
en lo inseguro.

Sólo el salto de los muchachos


sobre los cuernos de los toros de Creta
tiene la gracia de sus movimientos.

Hay un gozo en su salto;


solemnidad
en su gesto flexible,
haciendo por un momento,
al movimiento:
eterno.

Y después la historia de Rastelli es una que están siempre


contando
allí en el circo;
él es un héroe,
no porque su trabajo fuera peligroso,
sino porque era excelente en él;
y era excelente amigo.

Era bueno para la prestidigitación


y para charlar
y para tomar café;
amigo de toda la gente
murió haciendo pruebas

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para toda la gente;


murió,
decía Oscar con voz baja y misteriosa,
a los treinta y tres años,
la edad de Nuestro Señor.

Amaban a Rastelli
y él los amaba a ellos;
el amor de todos ellos juntos
era como las llamas de una hoguera:

Rastelli es una hoguera

ascendiendo hacia el sol del ser

Rastelli era un prestidigitador y una especie de sol


sus bastones y sus llamas y sus aros
giraban a su alrededor como planetas,
obedecían y aguardaban sus órdenes;
él movía a cada cosa según su naturaleza:
ellas ya estaban dispuestas cuando él las hallaba,
pero él movía las cosas según el amor de cada una.

Como bailarines que armonizan, los planetas nacientes y


ponientes
reflejaban sus movimientos,
naciendo, poniéndose, rodando y girando
sobre el eje de sus deseos.
Los bastones estaban inmóviles, y él los despertaba y los
hacía girar;

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ellos buscaban otra vez el reposo y caían en sus manos


que los esperaban;
y de allí salían otra vez volando, hasta que volando y
cayendo,
girando y quedándose inmóviles un momento en el aire,
parecían encantados de obedecer sus órdenes,
y aun danzar con el prestidigitador.

Viendo que el mundo estaba deseoso de danzar;


Rastelli se enamoró de la creación,
y por la creación se enamoró del Creador;
y por el Creador otra vez de la creación;
y por la creación otra vez el Señor.

Él amaba el mundo y las cosas con las que hacía pruebas;


amaba a la gente a la que hacía las pruebas.
Los bastones y los aros podían corresponder a su amor.
Y la gente podía mejor.

Amador y prestidigitador,
portador de la luz,
él vivió y murió en el ruedo,
danzando con garbo,
moviendo a cada cosa según su naturaleza.

Y allá, delante del Señor, está danzando todavía


está con nosotros en el doble salto mortal;
en el triple de los hombros;
está con nosotros en la prueba árabe y en el número
principal a caballo.

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Y en las largas noches,


viajando en camión de ciudad en ciudad, Rastelli está con
nosotros.
Compañero, Ejemplo, Héroe en la noche del recuerdo.

¿Has visto mi circo?


¿Lo conoces tú?
¿Has visto que hombres y animales,
la luz y el aire,
elegantes acróbatas,
y músicos
puedan estar juntos
en un mismo lugar,
ocupar un campo de noche
levantar las tiendas
en la mañanita
realizar prodigios
al atardecer
partir a la luz de las lámparas
otra vez en la noche?
¿Has visto la ida del circo?
¿Dejando el lugar de los prodigios oscurecido,
dejando el aire vacío donde estuvo la tienda,
oscuridad y silencio donde hubo la luz y la música;
que han quedado tan sólo en el recuerdo?

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¿Lo conoces tú?


¿Has visto las banderas bajo el sol
de estas bodas?

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Lawrence Ferlinghetti
(1919)

UN CONEY ISLAND DEL ESPÍRITU

(1)

En las más grandes escenas de Goya nos parece que


vemos
los pueblos del mundo
exactamente en el momento en que
por primera vez alcanzaron el título de
“humanidad sufriente”
Se retuercen en la página
con una verdadera furia
de adversidad
amontonados
gimiendo con bebés y bayonetas
bajo cielos de cemento
en un paisaje abstracto de palos secos
estatuas dobladas alas de murciélagos y picos
horcas resbalosas
cadáveres y gallos carnívoros
y todos los rugientes monstruos finales
de la
‘imaginación del desastre’
son tan sangrientamente reales
es como si todavía existieran realmente
y existen
sólo el paisaje ha cambiado

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todavía están alineados en las carreteras


plagadas de legionarios
falsos molinos de viento y gallos dementes
son la misma gente
sólo que más lejos del hogar
en autopistas de cincuenta carriles
en un continente de concreto
intercalado de blandos anuncios
representando imbéciles ilusiones de felicidad
la escena tiene menos cureñas
pero más ciudadanos inválidos
en automóviles pintados
y llevan placas extrañas
y motores
que devoran Norteamérica

RETRATOS DEL MUNDO IDO


(12)

Cuando leo a Yeats yo no pienso


en Irlanda
sino en Nueva York en verano
y yo entonces allí
leyendo aquel ejemplar que encontré
en el El de la Tercera Avenida
el El
con sus abanicos con moscas
y sus letreros que dicen
SE PROHÍBE ESCUPIR

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el El
zangoloteando en su mundo de tercer piso
con las gentes de tercer piso
en sus puertas de tercer piso
con cara de no haber oído hablar nunca
del suelo
una anciana dama
regando su planta
un pisaverde con sombrerito
clavando un alfiler en su corbata de pepermín
y con cara de no tener ningún lugar adonde ir
más que a coneyisland
o un tipo sin camisa
meciéndose en su mecedora
mirando pasar el El
como si fuera a pasar distinto
cada vez
cuando leo a Yeats yo no pienso
en la Arcadia
y sus bosques que Yeats creía muertos
sino más bien
en todos los rostros idos
bajando en el centro de la ciudad
con sus sombreros y sus empleos
y en aquel libro perdido que yo encontré
con su pasta azul y por dentro blanca
donde habían escrito con lápiz
¡JINETE, PASA DE LARGO!

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CRISTO SE BAJÓ

Cristo se bajó
de Su Árbol desnudo
este año
y huyó a donde
no hubiera árboles de Navidad arrancados
con caramelos y estrellas frágiles

Cristo se bajó
de Su Árbol desnudo
y huyó a donde
no hubiera árboles de Navidad dorados
ni árboles de Navidad plateados
ni árboles de Navidad de papel de estaño
ni árboles de Navidad de plástico rosado
ni árboles de Navidad de oro
ni árboles de Navidad negros
ni árboles de Navidad celestes
adornados con velitas eléctricas
y rodeados de trencitos eléctricos de lata
y tíos pesados y creídos

Cristo se bajó
de Su Árbol desnudo
este año
y huyó a donde
ningún intrépido vendedor ambulante de Biblias
recorriera el país

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en un Cadillac de dos tonos


y donde ningún nacimiento de Sears Roebuck
completo con niño plástico y pesebre
llegara por correo certificado
el niño por entrega inmediata
y donde los Magos de televisión
no cantaran alabanzas al Whiskey Lord Calvert

Cristo se bajó
de Su Árbol desnudo
este año
y huyó a donde
ningún gordo desconocido y bonachón
vestido de franela roja
con barba blanca de mentira
caminara haciéndose pasar
por una especie de santo del Polo Norte
a través del desierto hacia Belén Pennsylvania
en un trineo Volkswagen
arrastrado por renos retozones de Adirondack
con nombres alemanes
y cargado con sacos de Humildes Regalos
de Sacks de la Quinta Avenida
para el Niño Dios que cada uno se imagina
Cristo se bajó
de Su Árbol desnudo
este año
y huyó a donde
los cantadores de villancicos de Bing Crosby
no lloriquearan que la Nochebuena es fría

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y los ángeles del Radio City


no patinaran sin alas
en un país de las maravillas todo nevado
entrando a un cielo de alegres cascabeles
diariamente a los 8:30
con matinés de la Misa del Gallo

Cristo se bajó
de Su Árbol desnudo
este año
y se fue a refugiar silenciosamente en
el vientre de una anónima María otra vez
donde en la noche oscura
del alma anónima de cada uno
Él espera otra vez
una inimaginable
e imposible
Inmaculada Reconcepción
la más loca
de las Segundas Venidas

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Howard Nemerov
(1920-1991)

EN EL AEROPUERTO

Por la puerta que se abre a la nada y la noche


entran de pronto unos cien y se dispersan
en el salón de espera atestado y caliente.
Otros cien más van hacia la puerta
y esperan pacientes que los dejen pasar
a la nada y la noche, mientras una voz recita
la intermitente letanía de números
y los nombres sagrados de distantes destinaciones.

Ninguno de los que sale está seguro de llegar.


Ninguno de los que llega está seguro de ser amado
lo bastante. Pero son metidos en el tubo plateado
y levantados, para ser arriba mimados y servidos
mientras su celda acolchonada de calor y de luz
desgarra la tiniebla aunque ni aquí ni allá.

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Richard Wilbur
(1921)

EXCUSA

Una palabra se traba en la garganta del viento;


una barca de viento navega en las olas del centeno;
a veces, en el ancho silencio,
las manzanas colgadas destilan su sombra.

Tú, vestida de verde, llamando, y el cabello castaño,


venida por el sendero que cruza el campo, y cuyo nombre
digo
rezadamente, perdona amor porque también te llame
palabra del viento, corazón de manzana, puerto en la hierba.

DESPUÉS DE LOS ÚLTIMOS BOLETINES

Después de los últimos boletines se oscurecen las ventanas


y toda la ciudad se sumerge pronto y muy hondo,
deslizándose en todas las almohadas
hacia la populosa Atlántida del sueño personal,

y el viento se levanta. El viento se levanta y avienta


el desperdicio de las noticias del día en los callejones.
La basura se destroza contra las verjas,
se alza y cae despacio,
rueda y se alza otra vez. En lotes vacíos
se arremolinan nuestros diarios en furiosas noyades

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de todo lo que pensamos pensar,


o chocando en las esquinas arrugan y estrujan

y tuercen nuestras palabras. Y algunos desde las cunetas


arrojan sus andrajos a los cansados pies del policía
como aquellos puñados de nieve
que gritaban en la larga retirada

¡Maldito! ¡Maldito!, tras los cascos de los caballos


imperiales.
Oh afortunadamente pronto en el aire blanco y seco
la clara voz del locutor
revoloteará como una paloma, y tú y yo

saldremos de la ciudad del corazón anarca y responsable


por la boca del subway otra vez a la vida,
llevando los diarios de la mañana,
y cruzaremos el parque donde unos hombres que parecen
santos,

blancos y absortos, con palo y costal recogen


la basura de la noche, y las pisadas espantan
con un optimista ruido mañanero
los pajarillos en las ramas públicas.

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DISCURSO PIDIENDO LA REVOCACIÓN DE LA


LEY McCARRAN

Como dijo Wulfstan en otra ocasión,


la red fuerte se infla en el viento y
no perece la araña;
pero la historia, la gran absurda,
destruye la desmañada tela, aunque esté muy plateada.

No me refiero a los rosetones


destrozados por las bombas, el emplomado retorcido;
los granos de vidrio dispersados;
si la rosa está viva
los alegres guijarros serán polen de iglesias.

Ni me refiero a las redes ferroviarias.


Los rieles arrancados no son un gran problema.
Como Wulfstan dijo,
es juramento falso, fe falsa, amor falso
lo que trae los invasores a los estuarios.

¿Va un hombre solo a llevar diez delante de él


sin grilletes de mar a mar? Que el pensamiento sea libre.
Me refiero
a la tela del espíritu, la red
neural, la mente fidedigna, el reflejo fiel.

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Denise Levertov
(1923-1997)

LA SUPERCARRETERA MERRITT

Como si fuera
para siempre que se movieran, que siguiéramos
moviéndonos—

Bajo un cielo pálido donde


mientras se encendían las luces una estrella
perforaba la niebla y ahora
mantiene con regularidad
una constante
sobre nuestros seis carriles
un continuo de ensueño...
Y la gente —¡nosotros!
los seres humanos metidos dentro de
los autos, aparentes
sólo en las paradas de las gasolineras
inseguros,
cambiando miradas
bebiendo el café aprisa en
vendedores automáticos y volviendo
rápidos a los autos
desapareciendo
dentro de ellos para siempre, para
seguir corriendo—

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Casas aquí y allá detrás de la


carretera sellada, los árboles / árboles, matorrales
van pasando, y pasan
los autos que
siguen corriendo delante de
nosotros, que nos pasaron, nos empujan detrás
y
a la izquierda, los que vienen
hacia nosotros demasiado brillantes
constantemente corriendo

en seis carriles, relumbrando


al norte y al sur, corriendo veloces
con un sordo rumor—

POR TIERRA HACIA LAS ISLAS

Vámonos —del modo que ese perro va,


atentamente al azar. La
luz mexicana en un día que
“huele como otoño en Connectticut”
tiene irisados reflejos en su
pelo negro brillante— y eso también
es como uno deseara— una luminosidad
que concierta con la danza.

Bajo sus patas


piedras y lodo, su imaginación, olfateando,

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entregada a sus percepciones —bailando


ladeado, no hay nada
que el perro desdeña en su camino,
sin embargo va
siempre moviéndose, cambiando
de paso y la manera de acercarse, mas no
la dirección— “cada paso es un arribo”.

DOMINGO EN LA TARDE
(México)

Después de la Primera Comunión


y el banquete de mangos y
pastel de bodas, las hijitas
de los comerciantes de café se acuestan
a dormir una larga siesta, y sus vestidos blancos
están acostados junto a ellas con quietud
y los blancos velos flotaban
en sus sueños mientras zumbaban las moscas.
Pero cuando la tarde
terminaba de quemarse se levantaron
y corrieron por el vecindario
entre las quintas a medio construir
animadas, animadas, pateando una bola de basket,
con otros vestidos nuevos, de terciopelo rojo.

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LOS TIBURONES

Pues bien, el último día aparecieron los tiburones.


Aparecen unas aletas negras, inocentes
como para precavernos. El mar se vuelve
siniestro, ¿están en todas partes?
Créeme, dejan una estela de seis pies.
¿No es este el mismo mar, y ya no jugaremos
en él como antes?
Me gustaba claro y no
demasiado tranquilo, con suficientes olas
para levantarme. Por primera vez
me había atrevido a nadar en lo hondo.
Vinieron al atardecer, la hora
del mar calmo con un brillo de cobre,
aún no muy oscuro para que hubiera luna, aún
bastante claro para verlos fácilmente. Negra
la afilada punta de las aletas.

EL DÍA QUE EL PÚBLICO SE ME LEVANTÓ Y POR


QUÉ
(8 de mayo de 1970, Coucher College, Maryland)

Así fue que sucedió:


después de la lectura de las antífonas de los salmos
y de la danza de lamentación delante del altar,
y de los dos poemas, “La vida en la guerra” y “¿Cómo
eran ellos?”

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comencé mi diatriba
y dije:

Sí, está bien que nos hayamos reunido


en esta capilla para recordar
los estudiantes baleados en Kent State,

pero estemos bien ciertos que sabemos


nuestra reunión es una burla a menos que
recordemos también
a los estudiantes negros baleados en Orangeburg hace dos
años,
y a Fred Hampton asesinado en su cama
por la policía hace sólo unos meses.

Y mientras hablaba, la gente


—muchachas, señoras, unos pocos hombres—
comenzaron a levantarse y a dar
la espalda al altar y a salir.

Y yo continué y dije:
Sí, está bien que recordemos
a todos estos, pero estemos bien ciertos
que sabemos que es hipocresía
pensar en ellos a menos
que hagamos nuestras acciones la honra a su memoria,
acciones de resistencia militante.

Para entonces las bancas estaban casi vacías


y yo me volví a mi puesto y un hombre se puso de pie

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al fondo de la quieta capilla


(junto a las puertas abiertas de par en par,
donde se nos presentaba el verde de mayo, y las sombras
largas
del comienzo de la tarde)
y dijo que mis palabras
habían profanado un lugar sagrado.

Y unos pocos días después


cuando otros estudiantes más (negros) fueron tirados
en Jackson, Mississippi,
nadie profanó la capilla de los blancos
porque para ellos nadie celebró ningún acto.

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Philip Whalen
(1923-2002)

EL CORRE-CAMINOS

Pájaro largo y delgado


aficionado a los ojos de culebra
cola raída, garras de tigrillo
su ala es garrote.

Poco cerebro, y sobre él


una corona—
y rapidez para la lucha libre—
trata de quitársela.

HOMENAJE A ROBERT CREELEY

Lo que yo creí
que era una mosca en la ventana era
un nudo en la rama afuera

Junto a él una mosca de verdad


tomaba tranquilamente el sol

El viento mecía todas las ramas la mosca


no se movía

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Michael Mclure
(1932-2002)

LO GATUNO

Me enriquece la música que el gato hace de noche—


el delicado, fino maullido
mientras recorre el cuarto en busca de amor,
caminando despacio, maullando dulce,
gato gris y grande. No en busca de sexo
sino en busca de amor. Asustado
por ruidos que yo no percibo. Sudando, perdido
de amor mientras ronda el librero.

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Philip Murray
(1924)

PEQUEÑA LETANÍA A SAN FRANCISCO

San Francisco de la cueva en la montaña y la choza de


paja,
de los cobertizos de sauce y las esteras de
caña,
de la roca y la fuente,
de los campos de trigo y la montaña
ardiendo,
de las encrucijadas y la isla solitaria,
del gusano de tierra y los petirrojos
hambrientos,
del halcón domesticado que te despertaba
para Maitines,
de las golondrinas de Alviano,
de los gorriones de Bevagna,
de los viñedos de Rieti,
enséñanos la humildad.
San Francisco del faisán y de la tórtola,
de la cigarra en el olivar,
del conejo arisco de Creccio,
del feroz lobo de Gubbio,
de las luciérnagas junto al río,
de los peces en el lago,
del álamo y el pino,
del ciprés y la encina,

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de la zarza y la zarzamora,
de la abeja mielera,
enséñanos la simplicidad.

San Francisco, poeta y cantor callejero,


de nuestro hermano Sol y nuestra hermana
Luna,
de nuestra hermana Agua y nuestro hermano
Fuego,
de nuestro hermano Viento y toda mudanza
de tiempo,
de nuestra hermana Tierra, sus frutas y flores,
de nuestra hermana Muerte y las alondras en
la
Porciúncula cantando a la hora de tu
muerte,
ruega por nosotros,
Amén.

LOS PINZONES

(Parque zoológico de la República Dominicana)

Estaban alineados en sus largas perchas como los colores


de un espectro viviente;
y estaban siempre moviéndose, brillantes, ágiles, mármo-
les fantásticamente veteados,
sacudiéndose con fornidos y agudos picos cónicos diseña-
dos para quebrar las semillas,

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arreglándose, alisándose y acicalándose sus suaves y abi-


garradas plumas infinitamente matizadas.

Allí estaba el verdecillo ataviado de verde y oro,


el jilguero, de oro y negro,
el pinzón, el pinzón rojo, y el pinzón real, la maravilla
musical,
el pardillo veraniego macho de pecho y penacho carmesí,
el piñonero cabeza negra y pecho rosado y
hasta el amadavat de La India, el pinzón fresa
cuyo plumaje es rojo y negro punteado de blanco, cuyo
pico cruel es rojo.

Danzaban deslumbrantes delante de mí, arco-iris de pájaros,


y yo los estudiaba largamente bajo el caliente sol domini-
cano;
oh, yo me quemaba los ojos y mi cabeza se llenó como
una jaula.

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Allen Ginsberg
(1926-1997)

A LINDSAY

Vachel, salieron las estrellas


ha atardecido en la carretera del Colorado
un auto se arrastra despacio por la pradera
en la luz mortecina resuena el radio con un jazz
el vendedor destrozado enciendo otro cigarrillo
en otra ciudad hace veintisiete años
veo tu sombra en la pared
estás sentado con tus tirantes sobre la cama
la sombra de la mano levanta una pistola sobre tu cabeza
tu sombra cae sobre el piso

CONTINUACIÓN DE UN LARGO POEMA DE ESTOS


ESTADOS

De San Francisco hacia el Sur

Calles como escenarios iluminados


El Centro de Frisco pasa borroso, edificios
en fila junto a los balcones de la autopista
brillante anuncio de neón de Johnny Walker
árboles de Navidad
y la Navidad y sus vísperas
en mitad del mismo bosque profundo

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como todas las Navidades tristes anteriores, rodeadas


de selvas de estrellas—
Columnas de metal, humo volcándose hacia las nubes,
el horizonte una lámpara amarilla
fábricas de guerra moviéndose, diminutos
aviones en campos aviónicos—
Mientras las muchachas trabajadoras clasificaban el
correo y lo echan en la ranura roja
Ríos de impresos al Vietnam de los soldados,
Diario de Infantería, Kanackee
Registro Social, Wichita Star
Y la Central de Correos en Navidad el mismo edificio café
dedos negros escogiendo la correspondencia
polvosos sacos de correos llenándose
1948 N.Y. Octava Avenida fue
o cuando Peter conducía el camión
de correos 1955
desde el Anexo Rincón
Resplandor de luces brillantes en el parabrisas,
temblor de adrenalina en los hombros
Por la curva
un largo camión arrastrándose
3 brillantes señales verdes en la frente
La Bahía enjoyada al pasar la Cordillera de la Costa
luz de la casa de un arquitecto en la cresta de una colina
……………………………... voces de negros alegres en la
radio
tallitos de té de la luz de la luna
planta de energía de Moss Landing

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disparando su humo de cañón


a través de autopista, rojas luces traseras
corriendo por la blanca línea y una milla más lejos
el cañón de Orión
alzado
hacia el centro del cielo.

EN LA BODEGA DE EQUIPAJES DE LA GREY-


HOUND

En las profundidades de la Estación de Buses Greyhound


sentado en silencio en un camión de equipaje mirando al
cielo esperando la salida del Expreso de Los Ángeles
preocupándome por la eternidad sobre el techo de la
Oficina de Correos en el cielo rojo
nocturno del centro de la ciudad,
contemplando a través de mis anteojos me di cuenta
estremecido de que estos pensamientos no eran la eter-
nidad, ni la pobreza de nuestras vidas, irritables
empleados de equipajes,
ni los millones de pobres desplazándose rápidos de una
ciudad a otra para ver a los seres queridos,
ni un indio muerto de terror hablando con un policía
enorme junto a la máquina vendedora de Coca Cola,
ni esta anciana temblorosa con un bastón haciendo el último
viaje de su vida,

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ni el cínico portero gorra roja recogiendo sus propinas y


sonriendo sobre el equipaje aplastado,
ni yo mirando el horrible sueño,
ni el negro bigotudo Empleado de Operaciones llamado
Spade disponiendo con sus maravillosa larga mano el
destino de miles de paquetes expresos,
ni el marica Sam en el sótano cojeando entre baúles de
lata,
ni Joe en el mostrador con su crisis nerviosa sonriendo
cobardemente a los clientes,
ni el interior desván verde-gris vientre de ballena donde
guardamos el equipaje en horribles estantes.
Cienes de maletas repletas de tragedia meciéndose
esperando ser abiertas,
ni el equipaje que se pierde, ni las agarraderas arruinadas,
las etiquetas de identificación
perdidas, alambres cortados & cuerdas rotas, baúles
enteros reventando en el piso de concreto,
ni los sacos de marineros vaciados de noche en la bodega
final.

II

Sin embargo Spade me recordaba a Ángel, descargando


un autobús,
vestido con overol azul rostro negro la gorra oficial de
trabajador de Ángel, empujando con su estómago un
inmenso caballo de hojalata sobrecargado de equipaje
negro,

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mirando hacia arriba al pasar bajo la bujía amarilla de la


bodega, alzando con su brazo un báculo de pastor de hierro.

III

Eran los estantes, me di cuenta sentado sobre ellos como


es mi costumbre a la hora del
lunch para descansar mi pie cansado,
eran los estantes, grandes entrepaños y soportes y travesaños
construidos desde el suelo
hasta el techo repletos de equipaje,
el baúl japonés de postguerra de metal blanco floreado
chillonamente y dirigido a Fort Bragg,
un paquete mexicano de papel verde con cuerda morada
adornado con nombres dirigido a Nogales,
cienes de radiadores todos a la vez para Eureka,
cajones de calzoncillos hawaianos,
rollos de postres regados por toda la Península, nueces
para Sacramento,
un ojo humano para Napa,
una caja de aluminio con sangre humana para Stockton
y un paquetito rojo con dientes para Calistoga—
eran los estantes y esto en los estantes lo que vi desnudado
en la luz eléctrica la noche
antes de renunciar,
los estantes fueron creados para poner nuestras posesiones,
para mantenernos juntos, un cambio temporal en el
espacio,
el único modo que tenía Dios de construir la tambaleante

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estructura del Tiempo,


para guardar las maletas que irán por las carreteras, para
llevar nuestro equipaje de un
lugar a otro
buscando un bus que nos retorne a casa a la Eternidad
donde el corazón quedó y las lágrimas del adiós
empezaron.

IV

Un enjambre de maletas posadas junto al mostrador mientras


entra el autobús trascontinental.
El reloj marca 12:15 A. M., mayo 9, 1956, el segundero
avanzando, rojo.
Alistándome a cargar mi último bus. —Adiós, Walnut
Creek Richmond Vallejo Pórtland
Autopista del Pacífico
Mercurio de pies ligeros, dios de la transitoriedad.
Un último paquete ha quedado solitario sobresaliendo del
entrepaño de la Costa alto como la polvorienta luz
fluorescente.
El sueldo que nos pagan es demasiado poco para vivir.
Tragedia reducida a números.
Esto para los pobres pastores. Yo soy comunista.
Adiós oh Greyhound donde yo sufrí tanto, me dañé la
rodilla y me pelé la mano y a mis
músculos pectorales los hice grandes como vagina.

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LETANÍA DE LAS GANANCIAS DE GUERRA

A Ezra Pound

Estos son los nombres de las compañías que han hecho


dinero con esta guerra
Milnovecientosesentayocho Annodomini cuatromil ochenta
Hebraico
Estas son las Corporaciones que se han beneficiado con la
comercialización del fósforo
que quema la piel o bombas fragmentadas en miles de
agujas que atraviesan la carne
y aquí la lista del dinero millones ganados por cada
mancomunidad de manufactura
y aquí están las ganancias numeradas, catalogadas en una
hinchada década, puestas en orden,
aquí los nombres de los Padres en el gobierno de estas
industrias, teléfonos que dirigen las finanzas,
nombres de directores, hacedores de destinos, y los nombres
de los accionistas de estos Agregados predestinados,
y aquí están los nombres de sus embajadores en la
Capital, representantes ante la legislatura, los que se
sientan bebiendo en el loby de los hoteles para
convencer,
y en la lista separada, los que comparten anfetaminas con
los militares, cuentan chismes, discuten, y convencen
sugiriendo políticas nombrando lenguajes proponiendo
estrategias, esto hecho por un sueldo como embajadores
ante el Pentágono, consultores de los militares, pagados
por su industria:

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y estos son los nombres de los generales & capitanes que


en lo militar ahora así trabajan para los fabricantes de
bienes de guerra;
y encima de estos, apuntados, los nombres de los bancos,
combinados, trusts de inversión que controlan estas
industrias:
y estos son los nombres de los periódicos propiedad de
estos bancos y estos son los nombres de las estaciones
de radio propiedad de estos combinados;
y estos son los números de miles de ciudadanos empleados
por las citadas empresas;
y el comienzo de este informe presentado es 1958 y el
final 1968, que esta estadística se guarde en una mente
ordenada, coherente & definida,
y la primera forma de esta letanía comenzada el primer
día de diciembre de 1967 lleva más allá este poema de
estos Estados.

MI PADRE SERÁ ENTERRADO

Mi padre será enterrado cerca del Cementerio de Autos


Cerca del Aeropuerto de Newark mi padre estará
bajo un anuncio de cigarrillos Winston enterrado
en la Salida 14 Autopista NJ Sur
tras el Puesto de Peaje de la Carretera 1 mi padre enterrado
después de Refrigeración Mercantil concreto en los pantanos
de espadañas
después de la Cervecería Budweiser Anheuser-Bush de
ladrillo

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en el Cementerio B’Nai Israel detrás de una verja verde


de hierro
donde antes estuvieron una fábrica de pinturas y granjas
donde Pennik produce ahora sustancias químicas
bajo los transformadores y cables de la Central Eléctrica
de Penn
en la línea divisoria entre Elizabeth y Newark, junto a la
tía Rosa
Gaidemack, junto al tío Harry Meltzer
una tumba después de la de Ana, la esposa de Abe, mi
padre será enterrado.

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Frank O’Hara
(1926-1966)

EL DÍA QUE MURIÓ LADY DAY

Son las 12:20 en Nueva York un viernes


tres días después del Día de la Bastilla, sí
es 1959 y yo voy a lustrarme los zapatos
porque voy a bajarme del tren de las 4:19 en Easthampton
a las 7:45 y después voy directamente a una comida
y no conozco a los que van a darme de comer

Camino por la calle sofocante que empieza a asolearse


y pido una hamburguesa y una leche malteada y compro
un horrible NEW WORLD WRITING para ver lo que los
poetas
están haciendo en Ghana actualmente
sigo al banco
y a miss Stillwagon (oí una vez que se llamaba Linda)
no se le ocurre jamás mirar mi cuenta
y en el GOLDEN GRIFFIN compro un pequeño Verlaine
para Patsy con dibujos de Bonnard aunque también
pienso en el Hesíodo, trad. por Richmond Lattimore o
el nuevo drama de Brendan Behan o Le Balcon o Les
Nègres
de Genet, pero no, me quedo con Verlaine
durmiéndome prácticamente sin decidirme

y para Mike no más entro a la Licorería


PARK LANE y pido una botella de Strega y

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después me voy adonde vine a la 6a. Avenida


y a la cigarrería del Teatro Ziegfeld y
pido sencillamente un cartón de Gauloises y un cartón
de Picayunes, y un NEW YORK POST con el rostro de ella

y ya estoy sudando mucho para entonces y me acuerdo


de mi reclinada en la puerta del excusado en el FIVE SPOT
mientras ella susurraba una canción en el piano
a Mal Waldron y todo mundo y yo conteniendo el aliento

POEMA

¡Khrushchev llega en el día mejor!


la fresca luz engalanada
es expulsada de los enormes muelles de cristal por un
ventarrón
y todo se menea, todo corre
este país
tiene todo menos politesse dice un taxista portorriqueño
y cinco muchachas diferentes que veo
se parecen a Piedie Gimbel
con su pelo rubio meneándose también,
como estaba cuando yo empujaba
a su hijita en el trapecio en el parque también había viento
anoche fuimos al cine y salimos de él,
Ionesco es más grande
que Beckett, dijo Vincent, eso creo, unos blintzes de
arándanos

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y a Khrushchev le daban probablemente una buena tratada


en
Washington, no hay politesse
Vincent habla del viaje de su mamá a Suecia
Hans nos habla
de la vida de su papá en Suecia, es como el cuadro Suecia
de Grace Hartigan
y yo me voy a la cama y los nombres dan vueltas
en mi cabeza
Purgatorio Merchado, Gerhard Schwartz y Gaspar
González
todos
figuras desconocidas del amanecer cuando
voy al trabajo
a dónde el mal del año irá
cuando septiembre asalta Nueva York
y lo convierte en estalagmitas de ozono
depósitos de luz
entonces vuelvo
me hago un café, y leo a François Villon, su vida, tan
negra
Nueva York lo ciega a uno y mi corbata vuela en la calle
yo quisiera que de verdad volara
aunque hace frío y me calienta un poco el pescuezo
mientras el tren trae a Khrushchev a la Estación Pensylvania
y la luz parece eterna
y la alegría parece inexorable
yo siempre soy tan tonto que la encuentro en el
viento

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Paul Blackburn
(1926-1971)

INVITACIÓN QUE SE MANTIENE

Tráeme una hoja


solamente una hoja solamente
una hoja de primavera, una
hoja de abril
solamente
ven

Cielo azul
no importa
lluvia de primavera
no importa
levántate y
coje una hoja y
ven
solamente ven

HABLADA POR TELÉFONO CON WILLIAM


CARLOS WILLIAMS

“Me harías una—


caridad si
no vinieras a verme...
Tengo di-fi/cultad
en hablar, yo

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ya no cuento con eso, yo


me temo que sería muy a-
... pe-
... nan-te
para mí
—Bill ¿usted todavía
contesta cartas?

“No, mis manos


están mudas. Tú has... grabado
un disco en mi corazón
Adiós”.

(Octubre 1962)

PÁGINA LUCTUOSA

Oh dios.
Forst el más grande bateador derecho en la historia
Rogers Honsby (424 hits en 1924) con un average
de 358 en su vida—
y ahora William Carlos Williams

(Enero 5

Marzo 4

1963)

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John Ashbery
(1927)

ANIMALES DE TODAS PARTES

EL tigre regresa a su casa, y el castor;


los otros regresan a sus casas.
La esposa regresa a su casa, las ayas regresan a las suyas.

Y yo, en esta noche azul de estrellas amarillas


¿adónde volveré?

“Regresa a los autos que pasan,


los oscuros y misteriosos autos que pasan veloces.”

HEIDI

Enfrente de la casa hay un jardincito.


Hay seis flores en él.
Enfrente del jardín hay un auto.
¿Hay un ramo de flores en el asiento del auto?
Eso no te lo puedo decir.

¿Qué canciones nos cantas a nosotros, Heidi?


¿Qué otras flores nos traes a nosotros?

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EL MANUAL TÉCNICO

Estoy aquí sentado mirando a la ventana


y desearía no tener que escribir el manual técnico sobre los
usos de un nuevo metal.
Miro a la calle y veo a la gente, todos caminando con una
paz interior,
y los envidio —¡están tan lejos de mí!
Ninguno de ellos tiene la preocupación de terminar este
manual en cierta fecha.
Y, como me pasa siempre, empiezo a soñar, con los codos
sobre el escritorio y asomado un poco a la ventana,
en la borrosa Guadalajara ¡Ciudad de flores rosadas!
¡La ciudad que yo más quería ver y la que menos vi en
México!
¡Pero me parece que estoy viendo, bajo la presión de tener
que escribir este manual técnico,
tu plaza, Guadalajara, con su kiosquito florido!
La banda está tocando Scherezada de Rimsky-Korsakov.
Alrededor están las vendedoras de flores, ofreciendo flores
rosadas y de color de limón,
todas ellas atractivas con sus vestidos de franjas rosadas
y azules (¡Oh! Qué matices de rosado y azul),
y cerca de allí está el puestecito donde unas mujeres vestidas
de verde venden frutas verdes y amarillas.
Pasean las parejas: todo mundo con aire dominguero.
Encabezando el paseo está aquel tipo elegante
de azul oscuro. Lleva un sombrero blanco
y tiene bigotes, que ahora acaba de recortar.

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Su compañera, su esposa, es joven y bonita. Su chal es rojo,


rosado y blanco.
Sus zapatillas son de charol, al estilo americano,
y lleva un abanico, porque es modesta y no quiere que la
gente le mire la cara demasiado.
Pero todo mundo está tan ocupado con su esposa o su
amiga
que no creo que nadie se fije en la esposa del señor de
bigotes.
¡Ahora vienen los muchachos! Saltan y arrojan cosas
menudas en la acera
que es de ladrillos grises. Uno de ellos, el mayor, tiene un
palillo entre los dientes.
Está más callado que los otros, y aparenta no fijarse en las
niñas bonitas vestidas de blanco.
Pero sus amigos se fijan, y silban a las niñas que van riendo.
Aunque pronto todo esto acabará, cuando se hagan más
serios con los años,
y el amor los traiga al paseo por otra razón.
Pero ya no veo al muchacho del palillo.
¡No, mira! —allí está— detrás del kiosco,
escondido de sus amigos, en plática animada con una niña
de catorce o de quince. Trato de oír lo que hablan
pero parece que sólo balbucean —tímidas palabras de
amor, probablemente.
Ella es un poquito más alta que él, y mira tranquilamente a
sus ojos sinceros.
Ella está de blanco. La brisa avienta su largo y bello pelo
negro contra su mejilla de color aceituna.
Es claro que está enamorada. El muchacho, el muchachito

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del palillo, él está también enamorado;


sus ojos lo demuestran. Dejando a esta pareja,
veo que hay un intermedio en el concierto.
Las parejas están descansando y tomando refrescos con
pajillas
(una señora vestida de azul vende el refresco en una gran
garrafa de vidrio),
y los músicos se mezclan entre la gente, con sus uniformes,
blancos, casi crema, y platican
acerca del tiempo, tal vez, o cómo van sus niños en la
escuela.
Aprovechemos esta oportunidad para curiosear en una de
las callejuelas.
Aquí está una de esas casas blancas con moldura verde
que son tan populares aquí. Mira —¡Te lo dije!
Adentro está fresco y oscuro, pero el patio está soleado.
Una anciana vestida de gris está sentada allí, abanicándose
con un abanico de petate.
Nos hace pasar al patio y nos ofrece un refresco.
“Mi hijo está en la ciudad de México”, nos dice.
“Él también los recibiría bien si estuviera aquí. Pero
trabaja allá en un banco.
Miren, aquí está su retrato.”
Y un muchacho moreno con dientes blanquísimos nos sonríe
dentro del marco de cuero gastado.
Le agradecemos a ella su hospitalidad, porque es tarde
y queremos tener una vista de la ciudad, antes de irnos,
desde algún sitio alto.

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La torre de la iglesia será bueno —esa de color rosa


desteñido, contra un cielo azul intenso. Entramos
despacio.
El sacristán, un viejo vestido de gris y café, nos pregunta
desde hace cuánto estamos en la ciudad y si nos ha
gustado.
Su hija está fregando las gradas. Nos hace un saludo
cuando subimos la escalera.
Pronto llegamos arriba, y la vasta red de la ciudad se
extiende a nuestros pies.
Allá está el barrio rico, con sus casas rosadas y blancas, y
sus viejas azoteas llenas de plantas.
Allá está el barrio más pobre, con sus casas azul oscuro.
Allá está el mercado, donde los hombres están vendiendo
sombreros y matando moscas
y allá está la biblioteca, pintada con varios tonos de verde
y beige.
¡Mira! Allí está la plaza donde estábamos, con la gente
paseándose.
Hay menos ahora, porque hace más calor,
pero el niño con la niña todavía están escondidos en la
sombra del kiosco.
Y esa es la casa de la viejita—
Todavía está sentada en el patio, abanicándose.
¡Qué limitada y qué completa, sin embargo, ha sido
nuestra experiencia de Guadalajara!
Hemos visto el primer amor, el amor de esposos y el amor
de una anciana por su hijo.

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Hemos oído la música, hemos bebido los refrescos y hemos


visto las casas de colores.
¿Qué otra cosa nos hace falta, sino quedamos? Y eso no
podemos.
Y mientras una última brisa refresca la cima de la vieja
torre gastada por el tiempo, vuelvo la vista
al manual técnico que me hizo soñar con Guadalajara.

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Philip Lamantia
(1927-2000)

POEMA ESTÁTICO NÚMERO 9

Está esta distancia entre lo que yo veo y yo


dondequiera la inmanencia de la presencia de Dios
no hay más éxtasis
una mente clara
vigila vigila vigila
Yo estoy aquí
Él está allá... Es un Océano...
a veces no puedo pensar en ello, fracaso, caigo
Está este mirar de amor
está la torre de David
está el trono de la Sabiduría
está el silencioso mirar de amor
Constante vuelo en el aire del Espíritu Santo
Anhelo las luminosas tinieblas de Dios
anhelo la superesencial luz de estas tinieblas
otras tinieblas anhelo el fin del anhelar
anhelo el
Es sin Nombre lo que anhelo
una palabra pronunciada encerrada en carne sin decir nada
esta nada me arroba más allá del arrobo
está este mirar de amor Trono Silencioso mirar de amor

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LAS PARADOJAS POBRES

Porque todo es bendecido por Dios


agua, tierra, estrellas, almas
lo que quiere decir, todo es bendecido EN Dios
y lo que no lo es, no es
porque Dios es lo QUE ES

Yo, en Dios, te bendigo para que estés en Dios


Dios bendecido en nosotros como nosotros bendecidos en
Dios
y todo es bendito en la Santidad de Dios
y lo que no lo es en Dios NO es
y este NO termina en el comienzo de lo que ES
que eres en Dios que es santidad en la nada
DE TODO LO QUE ES
y es nada comparado con DIOS
que es santidad en Su ser
COMPLETO, sin necesidad de nada

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Gregory Corso
(1930-2001)

EL VIAJE DE LA SEMILLA

Ahí se van
y donde paran
árboles crecerán.

Las nueces de ardillas amnésicas


serán más nueces
motas viajan en pieles de marmotas
y polen el viento arrastra.

Para algunas semillas


la comida es el fin del viaje.

UNA REALIZACIÓN SOÑADA

La nobleza del comedor de carroña clama desde Dios.


Nunca un comedor de carroña fue primero comedor de
carroña—
Allá en Dios las criaturas estaban sentadas como piedras
—sin luz en sus diferentes ojos.
La Vida. Fue la Vida la que les metió una cuchara en la
boca.
Cuervo chacal hiena buitre sintieron la necesidad
—hundiéndose en la Muerte como en una sopa.

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SUEÑO CON UNA ESTRELLA DE BASEBALL

Soñé con Ted Williams


reclinado de noche
contra la Torre Eiffel, sollozando.

Estaba con uniforme


y el bate a sus pies
—lleno de nudos y ramitas.

“¡Randall Jarrell dice que eres un poeta!” grité


“¡También yo! ¡Yo digo que eres un poeta!”

Cogió el bate con manos callosas;


se puso en la postura de batear como si estuviera en el
home,
¡y se rió! dirigiendo su ira de colegial
hacia un invisible montículo de lanzador
—esperando el lanzamiento que llegaría desde los cielos.

¡Llegó, llegaron por cienes! ¡todos ardiendo!


Bateó y bateó y no pudo acertar ninguno
curva baja serpentina o recta por en medio
¡cien strikes!
El umpire vestido extrañamente
tronó su fallo: ¡OUT!
Y la horrenda silbada de la multitud fantasma
espantó las gárgolas de Notre Dame.

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Y yo grité en mi sueño:
¡Dios! ¡haz tu caritativo lanzamiento!
¡Da la noticia del golpe del bate!
¡Hurra el sharp liner a la izquierda!
¡Sí un doble, un triple!
¡Hosannah el jonrón!

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Gary Snyder
(1930)

ALBA EN NORTH BEACH

Despertar medio borracho en el apartamento de otro


salir afuera a la fría gris
madrugada de san francisco—
gaviotas blancas sobre las blancas casas,
niebla en la bahía,
tamalpáis un fresco cerro verde bajo el nuevo sol,
cruzar el puente en una cacharpa beatmik
a trabajar.

ENTRÉ AL MAVERICK BAR

Entré al Maverick Bar


en Farmington, Nuevo México.
Y bebí tragos dobles de bourbon
acompañados con cerveza.
Mi pelo largo metido debajo de una gorra.
Había dejado el arete en el auto.

Dos cowboys alborotaban


junto a las mesas de billar.

Una mesera nos preguntó


“¿De dónde son ustedes?”

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una banda rural del Oeste empezó a tocar


“No fumamos marihuana en Muskokie”.
Y a la siguiente canción,
una pareja empezó a bailar.

Se abrazaban como en los bailes de colegio


de los cincuenta;
me acordé de cuando trabajaba en el bosque
y los bares de Madras, Oregon.
Aquella rudeza y alegría de pelo corto—
América— tu estupidez.
Casi te amaba de nuevo.

Nos fuimos —al borde de la autopista—


bajo las duras viejas estrellas—
a la sombra de farallones
Volví a mí mismo,
al trabajo verdadero, a
“Lo que tiene que hacerse.”

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Howard Frankl
(1934)

ME ESTOY VOLVIENDO LOCO

Me estoy volviendo loco, okey, pero


antes que me muera o me
encierren, quiero contarle a
alguien mi
visión. Yo no
soy religioso —créanme— me
gustan las muchachas y el café
y un día en el
parque. Yo
iba caminando y
vi
a la Virgen
eso es todo,
pero me
he arruinado.

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Índice

Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .VII
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .IX
Canción sioux . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .1
Canción chinook . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .1
Canción chinook . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .1
Canción yaqui . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .1
Canción yaqui . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .2
Canción de los indios papago . . . . . . . . . . . . . . . . . .2
Canción de los indios papago . . . . . . . . . . . . . . . . . .2
Canción apache . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .3
Sortilegio de los indios papago . . . . . . . . . . . . . . . .3
Sortilegio de los indios yuma . . . . . . . . . . . . . . . . . .4
Sortilegio de los indios yuma . . . . . . . . . . . . . . . . . .4
Canción de los indios navajos . . . . . . . . . . . . . . . . .4
Canción de los indios navajos . . . . . . . . . . . . . . . . .4
Canción de los indios haida . . . . . . . . . . . . . . . . . . .4
Canción de los indios zuñi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .5
Canción de los indios pawnees . . . . . . . . . . . . . . . .5
Canción sioux de los animales . . . . . . . . . . . . . . . . .5
Danza del espíritu de los indios sioux . . . . . . . . . . .6
Danza del espíritu de los indios arapajos . . . . . . . . .6
Canción de los indios kiowa . . . . . . . . . . . . . . . . . .7
Canción de los indios menominee . . . . . . . . . . . . . .7
Canción chippewa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .7
Canción chippewa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .7
Canción chippewa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .8
Canción chippewa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .8
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Canción chippewa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .8
Canción Midé de los indios chippewas . . . . . . . . . .9
Canción Midé de los indios chippewas . . . . . . . . . .9
Canción de la pausa del tambor . . . . . . . . . . . . . . . .10
Canción chippewa de los truenos . . . . . . . . . . . . . . .10
Canción chippewa de los árboles . . . . . . . . . . . . . . .10
Canción chippewa de la tormenta . . . . . . . . . . . . . .10
Canción chippewa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .11
Canción chippewa de la flecha . . . . . . . . . . . . . . . . .11
Canción chippewa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .11

Edgar Allan Poe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .13


El silencio. Una fábula . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .13
La sombra. Una parábola . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .20
Walt Whitman . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .27
Había un niño que salía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .27
Conocí a un hombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .29
De la cuna que está incesantemente meciéndose . . .31
¡Oh capitán! ¡Mi capitán! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .39
Nostalgias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .41
Cuando las lilas la última vez en el patio
frente a la casa florecieron . . . . . . . . . . . . . . . . .43
Una clara medianoche . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .55
Susurros de celeste muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .55
Pensativo y temblando . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .56
Milagros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .56
Emily Dickinson . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .59
Esta es mi carta para el mundo . . . . . . . . . . . . . . . .59
El alma escoge . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .59
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La tempestad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .60
Orgullosa de mi corazón despedazado . . . . . . . . . . .60
El dolor tiene un elemento en blanco . . . . . . . . . . . .61
Rendirme con la tierra a la vista . . . . . . . . . . . . . . .61
Para hacer una pradera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .61
Un dondequiera de plata . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .62
Buen invento es la fe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .62
Este polvo mudo fueron damas y caballeros . . . . . .62
Es más visible el pensamiento . . . . . . . . . . . . . . . . .63
Nuestras vidas son suizas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .63
Alma, ¿haces otro tiro? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .64
Leve subió a ocupar un lucero amarillo . . . . . . . . . .64
Ningún soleado tono . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .64
Suspensa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .65
Misterios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .65
Si el recuerdo fuese olvido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .66
Indebida importancia confiere
el muerto de hambre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .67
Consideran más dulce el triunfo . . . . . . . . . . . . . . . .67
Muchas veces creí que la paz ya llegaba . . . . . . . . .68
De “Potosí” y las minas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .68
Se oía como que las calles corrían . . . . . . . . . . . . . .68
El linaje de la miel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .69
Un libro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .69
El viento tiene poco que hacer . . . . . . . . . . . . . . . . .70
Ángeles en la mañana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .70
Dios dio una hogaza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .70
Sin carta de marear . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .71
Yo sentí un funeral en mi cerebro . . . . . . . . . . . . . .72
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Morí por la belleza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .72


Si ya no estoy yo viva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .73
Thomas Bailey Aldrich . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .75
Recuerdo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .75
Edwin Markham . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .77
El hombre de la azada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .77
Lizette Woodworth Reese . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .79
La vuelta del amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .79
Edwin Arlington Robinson . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .81
La casa abandonada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .81
Miniver Cheevy . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .82
El don de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .83
Boston . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .85
Las gavillas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .85
La vida salvaje . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .86
Edgar Lee Masters . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .89
La colina del cementerio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .89
Lucinda Matlock . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .91
Conrad Siever . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .92
Hannah Armstrong . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .92
Frank Drummer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .93
Jonathan Houghton . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .94
Thomas Trevelyan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .95
Hare Drummer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .96
James Weldon Johnson . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .97
La creación (Sermón negro) . . . . . . . . . . . . . . . . . . .97
Stephen Crane . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .101
Un hombre vio en el cielo una bola de oro . . . . . . .101
Yo vi a un hombre persiguiendo al horizonte . . . . .101
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Había un hombre con una lengua de palo . . . . . . . .102


Un sabio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .102
Anna Hempstead Branch . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .103
El monje en la cocina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .103
Gertrude Stein . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .109
Estanzas en meditación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .109
Yo soy rosa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .109
Historias mallorquinas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .110
Discurso de apertura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .110
Bonne Année (Pieza de teatro) . . . . . . . . . . . . . . . . .111
Charla española . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .112
Amy Lowell . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .113
Madona de las flores de la tarde . . . . . . . . . . . . . . .113
Lilas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .114
Una década . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .118
Nostalgia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .118
Música . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .119
Medianoche de julio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .120
Día de sol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .121
La canícula . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .121
El taxi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .122
Blanco y verde . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .123
Plantas marinas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .123
Con un mensajero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .123
Un artista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .124
Penumbra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .124
Robert Frost . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .127
El potrero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .127
Al detenerse junto al bosque una nevosa tarde . . . .127
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El teléfono . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .128
Fuego y hielo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .129
La familia rosa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .129
La vaca en la estación de las manzanas . . . . . . . . . .130
Reparando el cerco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .130
La muerte del peón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .132
Abedules . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .139
Conocido de la noche . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .142
Árbol de mi ventana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .142
Un parche de nieve vieja . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .143
Un pájaro menor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .144
Un rato de charla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .144
Los de la línea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .145
El montón de leña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .145
Carl Sandburg . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .147
Diez definiciones de poesía . . . . . . . . . . . . . . . . . . .147
Chicago . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .148
Yo soy el pueblo, la chusma . . . . . . . . . . . . . . . . . . .149
Clinton, al sur de Polk . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .150
Globos de a cinco céntimos . . . . . . . . . . . . . . . . . . .151
New Hampshire otra vez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .151
Carreras y hits . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .152
Pelirroja, cajera de restaurante . . . . . . . . . . . . . . . . .152
Sopa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .153
El vendedor de pescado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .153
Bilbea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .154
Expreso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .155
Manejo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .155
Omaha . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .156
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Lucía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .156
Sombreros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .156
Gente que debe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .157
Southern Pacific . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .158
Bailarina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .158
Diálogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .159
Felicidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .159
Polvo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .160
Tal vez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .160
Ventanilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .160
Canasto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .161
Brillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .161
Deseadora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .161
¿Quién? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .161
La esperanza es una bandera hecha trizas . . . . . . . .162
Grama . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .164
Corriente arriba . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .164
Pollita Lorimer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .165
Vachel Lindsay . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .167
Prólogo de las “Rimas para vender por pan” . . . . . .167
Lincoln pasea a medianoche . . . . . . . . . . . . . . . . . .168
Los búfalos comedores de flores . . . . . . . . . . . . . . .169
Washington D.C. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .170
En loor de Juanito el Manzanero
(Johnny Applessed) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .171
I. Sobre la barricada de los apalaches . . . . . .171
II. Los indios lo adoraban,
pero él seguía adelante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .175
III. La vejez de Juanito el Manzanero . . . . . . .178
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Euclides . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .183
A una muchacha de pelo dorado en una
aldea de Louisiana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .183
La paloma de nieve nueva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .184
Dos viejas cornejas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .185
La tortuguita . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .186
Mírame, voy a rezar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .186
Adelaide Crapsey . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .187
Tríada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .187
Noche de noviembre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .187
Susana y los viejos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .187
El aviso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .188
Endecha . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .188
Pregón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .188
Wallace Stevens . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .191
Soliloquio final del amante interior . . . . . . . . . . . . .191
En las Carolinas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .192
Metáforas de un augusto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .192
El hombre de nieve . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .193
De la superficie de las cosas . . . . . . . . . . . . . . . . . .194
Anécdota de los hombres por millares . . . . . . . . . . .195
Teoría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .196
Predominio del negro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .196
Al viento rugidor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .198
Tatuaje . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .198
Optimismo mecánico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .199
Peter Quince, en el teclado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .200
H. L. Mencken . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .203
La capital de una gran república . . . . . . . . . . . . . . .203
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El santuario de la memoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .204


Witter Bynner . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .207
Un finquero recuerda a Lincoln . . . . . . . . . . . . . . . .207
Compañeros de tren . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .208
James Oppenheim . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .211
El esclavo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .211
La que corre en los cielos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .211
Un puñado de polvo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .212
Hebreos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .213
Archibald Macleish . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .217
Ars poética . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .217
Carta americana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .218
Retrato al óleo del artista como artista . . . . . . . . . . .222
Epístola para dejarla en la tierra . . . . . . . . . . . . . . . .224
Constructores de imperio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .226
Geografía de este tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .230
Descubrimiento de este tiempo . . . . . . . . . . . . . . . .231
Paisaje como desnudo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .233
Entidad corporativa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .235
Alfred Kreymborg . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .237
El árbol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .237
Idealistas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .237
Improvisación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .238
Menos solitario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .239
Campesino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .241
Vista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .244
Lola Ridge . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .245
Nueva Orleáns . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .245
William Carlos Williams . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .247
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Nantucket . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .247
Entre paredes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .247
El algarrobo en flor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .248
La joven señora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .248
Esto es sólo decir . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .249
El término . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .250
La carretilla roja . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .251
Mañana de enero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .251
A una pobre anciana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .252
Retrato proletario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .253
Dedicación de un lote de terreno . . . . . . . . . . . . . . .254
La calle solitaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .255
La jungla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .256
Las campanas católicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .257
Adam . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .259
La mesera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .262
Sara Teasdale . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .265
Abril . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .265
Yo estaré muda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .265
Que se olvide . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .266
En las dunas del sur . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .266
El vuelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .267
Elinor Wylie . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .269
Escape . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .269
Regalo de ruptura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .269
Ezra Pound . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .271
Ulteriores instrucciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .271
Δώρια. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .272
En una estación del metro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .272
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Témpora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .272
La buhardilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .273
Το κολόγ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .273
Causa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .274
La isla en el lago . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .274
Cántico del sole . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .275
N.Y. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .275
“Ritratto” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .276
Provincia deserta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .277
Sabiduría antigua, algo cósmica . . . . . . . . . . . . . . . .280
Ts’ai chi’h . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .280
Alba . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .280
Una balada del camino de las moras . . . . . . . . . . . .280
Lesbia illa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .281
Epigrama . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .281
En Pagani, el 8 de noviembre . . . . . . . . . . . . . . . . . .282
Los tres poetas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .282
Cantar III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .282
XIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .284
XLV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .287
Cantar LII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .289
LXXXIV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .293
H. D. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .299
El jardín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .299
Ev adne . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .300
Poema XXIX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .301
Robinson Jeffers . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .305
Buques en la neblina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .305
Brilla, pereciente república . . . . . . . . . . . . . . . . . . .306
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Pájaros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .307
Divina superflua belleza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .308
Mayo-junio 1940 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .309
Ave César . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .310
El ojo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .311
Valor de águila, cerebro de pollo . . . . . . . . . . . . . . .312
Tarde de otoño . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .312
Fenómenos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .313
Marianne Moore . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .315
La poesía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .315
Inglaterra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .316
Los monos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .318
Talismán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .319
Silencio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .320
A un caracol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .321
A una aplanadora a vapor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .321
El chiminellero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .322
John Crowe Ransom . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .325
Pieza de piazza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .325
T. S. Eliot . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .327
Los hombres huecos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .327
El canto de amor de J. Alfred Prufrock . . . . . . . . . .331
El Boston evening transcript . . . . . . . . . . . . . . . . . .337
Mi tía Helen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .337
La figlia che piange . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .338
El viaje de los magos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .339
East Coker . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .341
Marcha triunfal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .350
La roca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .352
Bartolomeo Vanzetti . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .357
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Último discurso en la corte . . . . . . . . . . . . . . . . . . .357


Conrad Aiken . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .361
El rey burbuja . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .361
Dos cafés en El Español . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .365
Maxwell Bodenheim . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .367
El poeta, a su amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .367
Un árbol en la falda de una colina . . . . . . . . . . . . . .367
La muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .368
Soldados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .368
Edna Saint Vincent Millay . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .371
He olvidado qué labios me han besado . . . . . . . . . .371
Elegía antes de morir . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .371
Lamento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .372
Epitafio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .373
La vela . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .374
Viaje . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .374
E. E. Cummings . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .375
Mi dulce vieja etcétera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .375
Puesta de sol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .376
Impresión. IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .377
París; esta tarde de abril
completamente pronuncia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .378
En algún sitio adonde no he ido nunca,
alegremente más allá . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .379
Canción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .380
Mi amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .381
Primavera es como una mano de quizás . . . . . . . . .382
En las sombras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .383
Amor es un lugar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .384
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Hace poquito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .385


Mark Van Doren . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .387
Homero, Sidney, philo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .387
El tío por el que me pusieron el nombre . . . . . . . . .388
Rolfe Humphries . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .393
El paseo de la Reforma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .393
Estadio del “Polo Grounds” . . . . . . . . . . . . . . . . . . .394
Stephen Vincent Benet . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .397
Letanía en contra de las dictaduras . . . . . . . . . . . . .397
Horace Gregory . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .403
El timbre del cartero es atendido en todas partes. . .403
Salvas por Randolf Bourne . . . . . . . . . . . . . . . . . . .405
Lápida con querubín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .407
La pasión de M’Phail . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .408
Hart Crane . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .411
Fuga del momento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .411
Al norte de Labrador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .411
Postdata . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .412
Viajes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .413
Eternidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .414
Purgatorio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .416
El indio triste . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .417
Laura Reading . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .419
Mi querido posible . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .419
Langston Hughes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .421
Portero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .421
Hora de cierre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .421
Mulato . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .422
Kenneth Fearing . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .425
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Retrato II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .425
Rapsodia americana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .426
Andy y Jerry y Joe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .428
Robert Penn Warren . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .431
Meriwether Lewis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .431
Pare Lorentz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .441
El río . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .441
Kenneth Rexroth . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .449
Tarjeta de navidad para Geraldine Udell . . . . . . . . .449
¿Recuerdas aquel desayuno de noviembre? . . . . . . .450
Irresoluto, deteniéndome en un dudoso viaje . . . . . .451
Miércoles Santo de 1940 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .452
Richmond Lattimore . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .455
Luz seca de Pylos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .455
W. H. Auden . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .457
Si el músculo puede sentir . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .457
Estos son tiempos excitantes . . . . . . . . . . . . . . . . . .458
Bueno, eso es todo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .460
Él es el camino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .462
Theodore Roethke . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .465
En el camino de Woodlawn . . . . . . . . . . . . . . . . . . .465
Niño en el techo de un invernadero . . . . . . . . . . . . .465
Dolor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .466
Últimas palabras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .466
James Agee . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .469
Domingo: alrededor de Knoxville, Tenn . . . . . . . . .469
Líricas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .471
Josephine Miles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .473
La campaña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .473
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Kenneth Patchen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .477


Para adorno de quién . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .477
Sabe que está lloviendo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .477
Elizabeth Bishop . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .479
Gasolinera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .479
William Everson . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .481
Salmo penintencial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .481
Cántico a las aves acuáticas . . . . . . . . . . . . . . . . . . .482
Muriel Rukeyser . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .487
Niño con el pelo cortado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .487
Citación de Horace Gregory . . . . . . . . . . . . . . . . . . .488
Destrucción de la pena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .490
Balada de naranja y uva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .492
Cómo lo hicimos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .494
Karl Shapiro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .497
Ensayo sobre la rima . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .497
Coro de “El proceso de un poeta” . . . . . . . . . . . . . .501
La otra cama . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .503
Delmore Schwartz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .507
Consideremos dónde están los grandes hombres . . .507
El corazón constante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .509
Randall Jarrell . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .511
Pérdidas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .511
Cuartel provisional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .512
La ametralladora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .514
La muerte del artillero en la esfera de plexiglás . . .514
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Thomas Merton . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .515


La biografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .515
Trapenses trabajando . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .517
Elegía a cinco ancianas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .518
James Laughlin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .521
Cristal Palace Market . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .521
¿Cuándo empieza la función? . . . . . . . . . . . . . . . . .522
Un poquito distinto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .523
Tu amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .524
La trucha . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .524
Informe confidencial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .526
Peter Viereck . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .529
Castel Sant’Angelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .529
Claro que no . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .530
Robert Lowell . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .533
El soldado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .533
Dunbarton . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .533
Días finales en Beverly Farms . . . . . . . . . . . . . . . . .536
La alcoba de mi padre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .538
De venta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .539
Regreso de Rapallo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .539
Robert Lax . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .543
El circo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .543
Lawrence Ferlinghetti . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .551
Un Coney Island del espíritu . . . . . . . . . . . . . . . . . .551
Retratos del mundo ido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .552
Cristo se bajó . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .554
Howard Nemerov . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .557
En el aeropuerto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .557
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Richard Wilbur . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .559


Excusa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .559
Después de los últimos boletines . . . . . . . . . . . . . . .559
Discurso pidiendo la revocación
de la ley McCarran . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .561
Denise Levertov . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .563
La supercarretera Merritt . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .563
Por tierra hacia las islas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .564
Domingo en la tarde . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .565
Los tiburones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .566
El día que el público se me levantó
y por qué . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .566
Philip Whalen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .569
El corre-caminos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .569
Homenaje a Robert Creeley . . . . . . . . . . . . . . . . . . .569
Michael McClure . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .571
Lo gatuno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .571
Philip Murray . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .573
Pequeña letanía a San Francisco . . . . . . . . . . . . . . .573
Los Pinzones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .574
Allen Ginsberg . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .577
A Lindsay . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .577
Continuación de un largo poema
de estos estados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .577
En la bodega de equipajes de la Grey-Hound . . . . .579
Letanía de las ganancias de guerra . . . . . . . . . . . . . .583
Mi padre será enterrado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .584
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Frank O’Hara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .587


El día que murió Lady Day . . . . . . . . . . . . . . . . . . .587
Poema . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .588
Paul Blackburn . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .591
Invitación que se mantiene . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .591
Hablada por teléfono con
William Carlos Williams . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .591
Página luctuosa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .592
John Ashbery . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .593
Animales de todas partes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .593
Heidi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .593
El manual técnico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .594
Philip Lamantia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .599
Poema estático número 9 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .599
Las paradojas pobres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .600
Gregory Corso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .601
El viaje de la semilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .601
Una realización soñada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .601
Sueño con una estrella de Baseball . . . . . . . . . . . . .602
Gary Snyder . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .605
Alba en North Beach . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .605
Entré al Maverick Bar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .605
Howard Frankl . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .607
Me estoy volviendo loco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .607
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