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María Josefa Mujia nació en Chuquisaca en 1812 y falleció en 1888. Es considerada una
de las primeras poetisas del romanticismo en Bolivia. Perteneció a la época denominada
romanticismo en el siglo XIX y destacó a lado de Manuel José Cortés, Néstor Galindo,
Adela Zamudio, Ricardo Mujía y Nataniel Aguirre.
Ciega a los catorce años y ajena, por tanto, a todas las sensaciones que procura la vista, su
exquisita sensibilidad le ayudó a crearse un mundo interior de belleza y de bondad que supo
exteriorizar en sus numerosas poesías.
BIOGRAFÍA
María Josefa Mujía (Sucre, 1812-1888), conocida también como la Ciega, escribió versos
de dolor y de tristeza en la intimidad de su hogar. Sus biógrafos dicen que perdió la vista
de tanto llorar la muerte de su padre a los catorce años de edad. Tenía una formación
autodidacta y una inclinación natural a la versificación; único medio que le permitía
transmitir con energía y precisión los sentimientos que le nacían desde lo más hondo de su
ser.
No cabe duda de que estos versos, cargados de la insondable melancolía de un ser sensitivo
y delicado, retratan de cuerpo entero a su autora, revelándonos tanto la naturaleza de un
dolor sin consuelo como la soledad de su espíritu, debido a una insuficiencia que la apartó
de la vida social y la condenó a asimilar los conocimientos literarios sólo de oídos, pero
que, empero, no la impidió componer poemas que despertaron el interés de varios críticos
como Gabriel René Moreno y el español Marcelino Menéndez y Pelayo, los mismos que,
impactados por la calidad de su poesía y su situación de invidente, le dedicaron
comentarios elogiosos en la prensa nacional y extranjera.
A María Josefa Mujía, de corazón tierno y sensitivo, le tocó vivir la época en que los
escritores, oponiéndose a la ilustración, el clasicismo y la revolución industrial, criticaban a
las tiranías encaramadas en el poder, mientras se identificaban con las aspiraciones
libertarias y se convertían en genuinos portavoces del clamor popular. Claro está que los
poetas románicos, cansados de la búsqueda de la verdad y la razón, decidieron abrazar la
belleza y la verdad, pero, sobre todo, se preocuparon por darle mayor sentido a los aspectos
emocionales del ser y abogaron por el retorno del hombre a la naturaleza. Algunos poetas
románticos, que despreciaban abiertamente el materialismo burgués y pregonaban la
sencillez, fueron arrinconados por el avance avasallador del sistema capitalista, que los
condujo a acabar con su vida mediante el suicidio; una medida extrema que simbolizaba de
algún modo el descontento en una época en que los valores materiales parecían sobreponer
a los valores humanos.
La poeta chuquisaqueña, a diferencia de sus colegas varones que eran mitad escritores y
mitad políticos, se encerró en su mundo privado y, a pesar de estar alejada de la vida
pública, expresó abiertamente su admiración por los padres de la patria, quienes crearon la
República por sobre los intereses del colonialismo español. Aquí es donde María Josefa
Mujía cumplió con su misión social y moral; primero, porque creía que la belleza era
verdad y, segundo, porque rescató los valores más nobles del ser humano. No en vano en su
poema “Bolívar”, escrito en circunstancias hasta hoy desconocidas, le dedicó versos de
simpatía y admiración al Libertador de cinco naciones americanas: “Aquí reposa el ínclito
guerrero:/ Bolivia triste y huérfana‚ en el mundo,/ Llora a su padre con dolor
profundo,/Libertador de un hemisferio entero…/ Al resplandor de su invencible acero,/
Cayó el león de Iberia moribundo;/ Nació la libertad, árbol fecundo,/ Al eco de su voz
temible y fiero…/ Honra a la historia y enaltece al hombre/ ¡Bolívar! genio de eternal
memoria,/ Nombre que dice: ¡Libertad y gloria!”.
María Josefa Mujía experimentó también las ataduras sociales y morales de una época en
que la mujer estaba condenada a vivir recluida entre las cuatro paredes del hogar, dedicada
al cuidado de sus atributos femeninos y a los quehaceres domésticos, aparte de estar
sometidas a los caprichos del varón, el mismo que, amparado por la cultura patriarcal y la
doble moral religiosa, tomaba las decisiones sobre los aspectos concernientes a las
superestructuras de la sociedad. Por entonces no era fácil ser mujer y mucho menos una
mujer intelectual que, a tiempo de gozar de los mismos derechos que el hombre, influyera
en el destino de la nación. Quizás por eso, y en despecho de su entorno social, decidió
alejarse de los compromisos convencionales.
Fuente: Bolpress
María Josefa Mujía (Sucre, 1812-1888), conocida también como la Ciega, escribió versos de dolor y
de tristeza en la intimidad de su hogar. Sus biógrafos dicen que perdió la vista de tanto llorar la
muerte de su padre a los catorce años de edad. Tenía una formación autodidacta y una inclinación
natural a la versificación; único medio que le permitía transmitir con energía y precisión los
sentimientos que le nacían desde lo más hondo de su ser.
María Josefa Mujía, considerada la primera poeta boliviana, alimentó su intelecto y su fantasía de
la mano de su hermano Agustín, quien, además de leerle las obras de los clásicos del romanticismo
español y francés, le dedicó su tiempo durante veinte años, prácticamente hasta el día en que él
falleció en 1854. Desde entonces, y por cerca de treinta cuatro años, la poeta chuquisaqueña llevó
una vida en soledad, privada del amor fraternal y sincero que le unía a su hermano, a quien le
dictaba sus versos bajo la recomendación de no revelar jamás este “secreto”. Sin embargo,
conmovido por la temática de los poemas, Agustín faltó a la promesa y se los enseñó
confidencialmente a un amigo. Ello bastó para que se divulgase la condición poética de María
Josefa Mujía, ya que, poco tiempo después, su poema, “La ciega”, apareció publicado en el
periódico “Eco de la Opinión” de su ciudad natal.
El poema, que se supone dictó hacia 1850 y cuando frisaba aproximadamente los treinta y ocho
años de edad, retrata la particular situación existencial de la autora, con un pesimismo que
estrangula el corazón y un negativismo que oscurece la razón: “Todo es noche, noche oscura,/ Ya
no veo la hermosura…/ Ya no es bello el firmamento;/ Ya no tienen lucimiento/ Las estrellas en el
cielo,/ Todo cubre un negro velo,/ Ni el día tiene esplendor,/ No hay matices, no hay colores/ Ya
no hay plantas, ya no hay flores,/ Ni el campo tiene verdor…/ Lo que en el mundo adorna y viste;/
Todo es noche, noche triste/ De confusión y pavor./ Doquier miro, doquier piso./
Nada encuentro y no diviso/ Más que lobreguez y horror…/ Y en medio de esta desdicha,/ Sólo me
queda una dicha/ Y es la dicha de morir”.
No cabe duda de que estos versos, cargados de la insondable melancolía de un ser sensitivo y
delicado, retratan de cuerpo entero a su autora, revelándonos tanto la naturaleza de un dolor sin
consuelo como la soledad de su espíritu, debido a una insuficiencia que la apartó de la vida social y
la condenó a asimilar los conocimientos literarios sólo de oídos, pero que, empero, no la impidió
componer poemas que despertaron el interés de varios críticos como Gabriel René Moreno y el
español Marcelino Menéndez y Pelayo, los mismos que, impactados por la calidad de su poesía y
su situación de invidente, le dedicaron comentarios elogiosos en la prensa nacional y extranjera.
María Josefa Mujía, en el panorama de la literatura boliviana, corresponde al periodo del
romanticismo, que tuvo lugar durante el siglo XIX; una época en la cual destacaron Manuel José
Cortés, Mario Ramallo, Daniel Calvo, Néstor Galindo, Adela Zamudio, Ricardo Mujía, Manuel José
Tovar y Nataniel Aguirre, entre otros. Se trataba de una generación de escritores que no sólo
exaltó un espíritu de individualismo y subjetivismo sentimental, sino que también se movió
inspirado por las ideas libertarias y las luchas anticolonialistas gestadas por los movimientos
sociales y políticos que se desarrollaban tanto en Europa como en Latinoamérica.
A María Josefa Mujía, de corazón tierno y sensitivo, le tocó vivir la época en que los escritores,
oponiéndose a la ilustración, el clasicismo y la revolución industrial, criticaban a las tiranías
encaramadas en el poder, mientras se identificaban con las aspiraciones libertarias y se convertían
en genuinos portavoces del clamor popular. Claro está que los poetas románicos, cansados de la
búsqueda de la verdad y la razón, decidieron abrazar la belleza y la verdad, pero, sobre todo, se
preocuparon por darle mayor sentido a los aspectos emocionales del ser y abogaron por el retorno
del hombre a la naturaleza. Algunos poetas románticos, que despreciaban abiertamente el
materialismo burgués y pregonaban la sencillez, fueron arrinconados por el avance avasallador del
sistema capitalista, que los condujo a acabar con su vida mediante el suicidio; una medida extrema
que simbolizaba de algún modo el descontento en una época en que los valores materiales
parecían sobreponer a los valores humanos.
La poeta chuquisaqueña, a diferencia de sus colegas varones que eran mitad escritores y mitad
políticos, se encerró en su mundo privado y, a pesar de estar alejada de la vida pública, expresó
abiertamente su admiración por los padres de la patria, quienes crearon la República por sobre los
intereses del colonialismo español. Aquí es donde María Josefa Mujía cumplió con su misión social
y moral; primero, porque creía que la belleza era ve
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