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Empirismo

La necesidad humana de conocer todo aquello que le rodea, a hecho que el hombre se
encuentre inmerso en una continua búsqueda de la verdad. Una verdad que en numerosas
ocasiones a tenido la sensación de acariciar, pero esta satisfacción ha durado lo que dura una
pompa de jabón suspendida en el aire, ya que inmediatamente aparecía una nueva teoría que
demostraba que las concepciones que hasta entonces han sido válidas ya no lo son,
imponiendo su reinado esta nueva forma de concebir las cosas, pero el destino de ésta será el
mismo que la anterior. Y así el hombre, como el burro al que le cuelgan la zanahoria ante sus
ojos y corre sin parar creyendo poder alcanzarla en alguna ocasión, se ve atrapado en un
circuito cerrado donde el escepticismo se va alternando con el optimismo.
Lo que es una evidencia, es que todas las filosofías que han ido pasando a lo largo de la
historia del pensamiento han ido dejando su granito de arena, de forma que poco a poco se ha
podido disponer del material suficiente para la construcción del conocimiento científico actual.
Pero en este camino del epistemológico, no sólo se busca la verdad de todo lo que nos rodea,
sino también sobre los medios de los que nos valemos para adquirir ese conocimiento, es
decir, un saber sobre aquello que me proporciona el saber. Podríamos decir que existe un
meta-saber y un saber-objeto. Por tanto, es inevitable que a parezcan preguntas como: ¿son
realmente validos los medios de los que disponemos de forma natural (la razón, los sentidos)
para alcanzar el conocimiento verdadero? ¿podemos estar seguro de que lo que percibimos
con los sentidos o lo que nuestra razón nos hace creer, se corresponde con la realidad? ¿el
mundo en el que creemos vivir (de forma individual, es decir, cada uno en su mundo), es
realmente el mundo en el que viven todos los seres y cosas que percibimos o es fruto de un
juego mental y sensitivo combinado?. Estas y otras preguntas que están aún sin responder
mediante una demostración científica, quedarán atrapadas en las redes de la especulación,
estando sujetas, así, a continuos intentos de dar una respuesta lo más acertada posible, pero
influenciada, cómo no, por las condiciones históricas en las que se encuentre el osado
pensador.
La razón de haber dedicado este trabajo al estudio del empirismo y en especial al
pensamiento de Hume, ha sido debido al interés que suscita en mí la manera tan elocuente en
que esta corriente filosófica da respuestas a las preguntas planteadas en el párrafo anterior.
Preguntas que siempre han rondado en mi cabeza y que gracias a la oportunidad que me da
esta asignatura de historia de a filosofía III, voy a poder enriquecer con argumentos en dos
sentidos contrapuestos: racionalista y empirista, pues, tal como he dicho antes, la filosofía no
es algo que salgan como las setas en la tierra húmeda, esporádicamente, sino que es un
saber que se va depositando uno encima del otro, dando lugar a diferentes teorías pero de las
que es imposible hablar olvidando todas aquellas que la han precedido. Por esto, el
profundizar en Hume, en tanto que es el pensador que culmina el pensamiento empirista y
eslabón de que enlaza con el pensamiento ilustrado, me permitirá tener un conocimiento
amplio no sólo de los grandes filósofos empiristas, Locke y Berkeley, sino también de los
racionalistas, sobre todo de Bacon y Descartes. A la vez que me preparara el terreno para un
próximo trabajo sobre uno de los filósofos cuyo pensamiento es considerado como una de las
columnas más importante del pensamiento occidental, Kant.
EL EMPIRSMO INGLES
a) Situación política y social en la Gran Bretaña del siglo XVII
Desde el punto de vista político, el siglo XVII fue especialmente agitado en Gran Bretaña.
Jacobo I unió bajo su corona toda la isla de Irlanda y, al mismo tiempo, se caracterizó por su
acérrima defensa de la teoría del origen divino del poder, de acuerdo con la cual reinó
despóticamente, persiguiendo a los distintos grupos protestantes, muchos de los cuales se
vieron obligados a emigrar a las colonias de América. Este gobierno absolutista arbitrario fue
continuado por su hijo, Carlos I y terminó originando primeramente la rebelión de Escocia e
Inglaterra y con posterioridad la del propio parlamento ingles, provocando, de este modo, la
Guerra Civil o la Gran Rebelión en el año 1642.
En esta guerra se enfrentaron buena parte de la aristocracia tradicionalista, que apoyaba al
rey, con el partido parlamentario, integrado por sectores enormemente heterogéneos:
puritanos, campesinos, burguesía, etc.; durante varios años se luchó cruelmente en toda la
isla, produciéndose al mismo tiempo problema y rivalidades en el seno del partido rebelde
entre los distintos grupos que se enfrentaban al rey. La paz pareció llegar cuando el monarca
se refugió en Escocia; pero tras un breve periodo de relativa calma, se reanudo la guerra civil
(1648-1649); los puritanos, dirigidos por Oliver Cromwell, aplastaron al ejercito realista, el rey
fue hecho prisionero y juzgado por el parlamento siendo condenado a muerte y ejecutado
(1649). Cromwell se convirtió en el dueño del país e intentó conseguir la paz; pero las
rivalidades y disensiones continuaron entre los distintos partidos y entre los distintos credos y
tendencias religiosas.
Restablecida la monarquía años más tarde, volvieron a surgir los problemas religiosos; el rey
Jacobo II favoreció los a católicos; por lo que provocó la reacción de los anglicanos y los
puritanos, que le expulsaron del país y en su lugar llamaron a Guillermo de Orange, a quien
proclamaron rey con el nombre de Guillermo III poniendo fin, de este modo, a la segunda
revolución inglesa.
Las rivalidades políticas y religiosas que dieron lugar a estas guerras civiles, arruinaron
grandes comarcas de Irlanda, Escocia e Inglaterra, provocaron grandes emigraciones y
desplazamientos de personas, hicieron correr mucha sangre y supusieron un largo periodo
muy amargo para los ingleses; por estas circunstancias dichos sucesos influirían
notablemente en las mentes de los filósofos empiristas ingleses a la hora de formular
concepciones políticas.
b) El empirismo inglés como línea de pensamiento
La raíz griega de “empírico” significa “basado en ensayos o experimentos”. El término suele
asociarse con “conocimiento”. Más concretamente, clasifica el conocimiento de acuerdo con el
método por el cual se justifica. El conocimiento empírico es el conocimiento basado en la
evidencia de la experiencia o la observación. Por empirismo se entiende en la filosofía
occidental, a la doctrina que afirma que los hombres no pueden poseer ningún conocimiento
del mundo sino el que derivan de la experiencia, mientras niega la posibilidad del pensamiento
a priori
Cuando en la historia de la filosofía se habla del “periodo empirista” se alude a una línea de
pensamiento que va desde Francis Bacon, quien opuso a los métodos deductivos
tradicionales su método inductivo basado en la observación, hasta David Hume, en el siglo
XVII. Es usual llamar “inglesa” a esta corriente filosófica ya que el ingles es la lengua en que
esos filósofos se expresaban. Pero comprenden las distintas nacionalidades británicas y,
justamente, los tres grandes maestros de su tramo culminante son: un ingles, John Locke; un
irlandés, George Berkeley, y un escocés, David Hume.
El empirismo como todo pensamiento, no fue algo que apareciera de forma espontánea en la
mente de una determinada persona de manera acabada, sino que tuvo que pasar un proceso
de construcción. Por tanto no todos los filósofos que abarca el periodo empirista encajarían
dentro de los límites de una definición doctrinal de empirismo en un sentido filosóficamente
riguroso. Pues en Hobbes hay también un apriorismo racionalista y afirmaciones metafísicas
que supone una excesiva extrapolación de la experiencia por más que estas afirmaciones
sean materialistas y opuestas a su contemporáneo, Descartes. Y en Hume, por el contrario,
hay una condena completa de la metafísica, así como de toda posible afirmación apriorística
sobre la realidad.
c) El empirismo como oposición al racionalismo
El empirismo, tal como hemos dicho, por una parte supuso una reacción contra los métodos
deductivos tradicionales, pero por otra se opuso a los principios esenciales del racionalismo
cartesiano francés. En este sentido, se niega la existencia de ideas innatas y de toda clase de
contenidos cognoscitivos apriorístico, afirmando, tal como ya hemos dicho, que todos nuestros
conocimientos provienen de la experiencia y no puede superar las condiciones fácticas que
ésta le impone. De este modo se eliminaba los contenidos metafísicos, se ponía en cuestión la
capacidad de la mente humana para captar las cosas en sí, pues nuestros sentidos
únicamente nos muestran hechos, fenómenos; el criterio supremo de verdad viene constituido
por la propia experiencia sensible y, claro está, toda pretensión de ir más allá de esta
experiencia se tornaba problemática. ¿Qué hay más allá de los datos suministrados por los
sentidos? Es decir, ¿qué es la realidad? No lo sabemos (escepticismo); pero dado que cada
persona se halla limitado por su propia experiencia, cada cual poseerá sus propios
conocimientos (relativismo). No hay, pues, verdades universales e intemporales, válidas para
todas las personas, cada persona posee su propia verdad, sin que pueda llegar a descubrir la
verdad objetiva de las cosas.
De acuerdo con lo dicho, con el empirismo se iniciará y cobrará todo su sentido profundo la
filosofía crítica. El racionalismo cartesiano confiaba sin más, confiadamente, en la capacidad
humana para llegar a la verdad; su duda, como punto de partida, parecía más bien un recurso
retórico y, en el fondo, Descartes estaba seguro de que las capacidades cognoscitivas
humanas poseían un alcance prácticamente ilimitado. Sin embargo, para los filósofos
empiristas no es así, con ellos, la dimensión primera y principal y casi única de la filosofía
consiste en estudiar las propias condiciones de validez de nuestras facultades cognoscitivas;
se trataba, pues, de estudiar el alcance, el valor y los límites del conocimiento y los resultados
a este respecto no son muy plausibles. Hume, el principal representante de dicha corriente, se
verá obligado a concluir que no podemos estar seguros de nada.
d) Los aspectos positivos del empirismo
Si el optimismo cognoscitivo tradicional y sobre todo racionalista sufrió un duro mazazo con el
empirismo, desde el punto de vista histórico este movimiento se encuentra muy lejos de
constituir un movimiento negativo o pesimista; sino más bien al contrario, su posición
epistemológica le servirá para oponerse al dogmatismo tan frecuente en su tiempo, y para
ensalzar los valores humanos de tolerancia y convivencia. Venía a afirmar que en este mundo
el más sabio logra saber muy poco, pues todo conocimiento se reduce a ciertos fenómenos y
es relativo a una situación y a unas condiciones particulares, es decir, no podemos estar
absolutamente seguros de nada, por tanto seamos prudentes y desterremos las posiciones
dogmáticas, hagámonos tolerantes, aceptemos las libertades y acostumbrémonos a respetar a
los otros. Nuestros débiles conocimientos nos bastan para vivir; conformémonos con ellos, sin
pretender desentrañar los enigmas metafísicos ni afirmarnos en verdades absolutas.
LOS PENSADORES EMPIRISTAS ANTERIORES A HUME
La gran mayoría de los autores, al hablar de Hume lo califican como el heredero de los
principios de Locke y Berkeley, a partir de los cuales había llegado a la conclusión de que era
necesario darle un nuevo enfoque. La brutal critica a la que sometió Hume la filosofía
empirista que le había llegado, hizo que muchos consideraran que su intención era la de
liquidar los patrimonios de Locke y Berkeley. Pero según nos señala el profesor Norman Kemp
Smith, si esa hubiese sido la intención de Hume no tendría sentido el que afirmara en la
introducción del Tratado, que el sistema creado por los dos filósofos que le precedieron
constituye el único sobre el cual se puede sostener un estudio sobre los principios de la
naturaleza humana. También menciona en esta introducción que Locke es unos de los
filósofos recientes de Inglaterra que ha comenzado a poner la ciencia del hombre sobre un
nuevo basamento.
De cualquiera de las maneras, se hace necesario hacer un breve recorrido por el pensamiento
filosófico de Locke y Berkeley antes de entrar con profundidad en el empirismo de Hume.
John Locke
a) La experiencia como fuente de conocimiento
El empirismo de Locke comienza rechazando la existencia de las ideas innatas, las cuales él
considera que no existen. Por tanto, la teoría cartesiana relativa a nuestros conocimientos es
errónea, pues nuestros contenidos cognoscitivos, es decir, nuestras ideas, vienen dados por la
experiencia, “la mente es como un papel en blanco vacío de caracteres, en la cual el hombre
va grabando todo aquello que experimenta”.
Locke, por ideas entiende todo lo que ocurre en nuestra mente cuando pensamos, es decir,
pensar consiste en pensar ideas, el objeto de nuestro pensamiento son las ideas. Así,
mientras que para los filósofos anteriores el objeto de conocimiento lo constituía la propia
realidad, es decir, con las ideas representábamos de modo directo las cosas externas, en
cambio para Locke nuestro conocimiento se queda de manera inmediata en las propias
ideas,.No tenemos conocimiento inmediato de nada salvo de nuestras propias ideas y estas
nos son suministradas por los sentidos. El problema, por tanto, será el justificar cómo se
corresponde dichas ideas con la realidad, cómo la representa.
b) Sensación y reflexión
Locke distinguió entre idea simple y compleja. Las ideas simples son los datos inmediatos de
nuestro conocimiento y constituyen todo el material del mismo; las ideas complejas, en
cambio, surgen por la combinación de las ideas simples. Estas ideas simples surgen de dos
fuentes, a saber, de la experiencia externa o sensación y la experiencia interna o reflexión
Por sensación Locke entiende el elemento psicológico mínimo, la modificación mínima de la
mente, del alma cuando algo por medio de los sentidos la excita y le produce una modificación
dando lugar a las ideas simples. Estas ideas que provienen de a la sensación son las ideas de
cualidades sensibles. Por reflexión entiende el apercibirse el alma de lo que en ella misma
acontece. De modo que la palabra reflexión no tiene en Locke el sentido habitual, sino el de
experiencia interna. Las ideas que se originan en la reflexión son, pues, las que el
entendimiento descubre por la experiencia de su propia actividad, es decir, son ideas
formadas de amasijos de ideas simples. Existen también otras ideas simples que proceden a
la vez de sensación y reflexión, por ejemplo, el placer, el dolor, la fuerza, etc,……. así pues,
como todo conocimiento comienza por los sentidos, se entiende que la sensación es previa a
la reflexión la cual sólo puede venir después de aquélla.
c) Cualidades primarias y secundarias
Según lo que hemos dicho hasta ahora, mediante las ideas conocemos las diversas
cualidades de los objetos, los cuales recibimos a través de los sentidos: colores, olores, etc..;
el problema aparece cuando nos planteamos si estas ideas simples que poseemos se
corresponden con la realidad o, únicamente, consisten en estados subjetivos nuestros.
Este problema llevó a Locke a examinar la naturaleza de las ideas simples, distinguiendo entre
cualidades primaria y cualidades secundarias. Las cualidades primarias se encuentran en los
objetos y no pueden ser separados de ellos, de tal modo que todas las alteraciones y cambios
que el cuerpo sufra se mantiene. Así pues, estas cualidades son objetivas y nos muestran la
realidad. Las cualidades secundarias, en cambio, no son propiedades de los objetos, es decir,
no puede decirse que se encuentren en ellos, sino que consiste en las afecciones que los
cuerpos producen en nuestros sentidos, es decir, sin los órganos de los sentidos no se darían
estas cualidades. Por tanto las cualidades secundarias son totalmente subjetivas.
d) Las ideas complejas
Todos nuestros conocimientos se fundamentan en las ideas simples. En la percepción de
estas ideas el entendimiento se comporta de una manera pasiva, careciendo de capacidad
para hacer surgir ninguna idea. Sin embargo, es activo en la elaboración de las ideas
complejas manipulando una y otra vez las ideas simples para crear las ideas complejas o a
estas para combinarlas y hacer nuevas y diferentes.
A este respecto, Locke distinguió tres clases de ideas complejas: modos, relaciones y
sustancias. Los modos son ideas que expresan modificaciones de la sustancia. Las
relaciones, se tratan de ideas que expresan referencias de una cosa a otras. La idea compleja
de mayor significado es la idea de sustancia; pues con ella nos referimos a cosas que existen
en sí mismas
e) Critica al concepto metafísico de sustancia
En la filosofía occidental tradicional, la sustancia era concebida como una realidad
fundamental en la que se daba el ser de manera especial. Cada tipo de sustancia poseía una
naturaleza propia de acuerdo con la cual se comportaba, de ahí que desde los efectos
pudiéramos conocer la realidad de cada sustancia.
Para Locke, es imposible tal proceso discursivo y, por lo tanto, aunque podamos deducir la
existencia de sustancia, resulta imposible conocer qué son. Para este filósofo la idea de
sustancia no es mas que una colección de ideas simples y compuestas a la que le damos un
nombre común; pero sin encontrar una naturaleza que exista por debajo de ella. Así la
sustancia no puede ser conocida, sino inferida
f) Clases de conocimientos
Locke distingue tres clases de conocimientos: intuitivo, demostrativo y sensitivo. El
conocimiento intuitivo consiste en una visión inmediata de la evidencia de la relación existente
entre dos ideas, de tal manera que se excluye toda duda, es decir, este conocimiento capta
las verdades directamente, sin intermediarios. El conocimiento demostrativo, en cambio,
consiste en una serie de pasos sucesivos, cada uno de los cuales se apoya en el anterior. El
conocimiento sensitivo, se trata de la correspondencia de nuestras ideas con los objetos
externos materiales.
Pero estas forma de conocer no nos proporciona el mismo grado de seguridad en la
veracidad de los datos conocidos. El conocimiento instintivo resulta evidente e indubitable, ya
que consiste en la percepción del acuerdo entre dos ideas a partir de sí mismas. El
conocimiento demostrativo supone el paso de unas ideas a otras y, por esta razón, no todas
nuestras demostraciones gozan del mismo grado de certeza. El mayor grado de certeza de
este tipo tiene lugar en las demostraciones matemáticas. En cuanto al conocimiento sensible,
tal como ya hemos dicho, es totalmente subjetivo y por consiguiente, no puede superar su
valor de mera probabilidad, ya que siempre subsiste la duda.
Podemos comprobar que Locke se encontraba dubitativo sobre la capacidad humana para
llegar a ciertas verdades relevantes. Parece querer decir, que no nos hagamos ilusiones que
nuestras certezas poseen un corto alcance y que la menaza del error y la duda siempre está al
acecho.
g) La existencia real
De todo lo expuesto hasta ahora podemos decir que parece estar claro la existencia de
nuestras ideas, y que a través de ellas percibimos la realidad, pero, hasta qué punto podemos
tener la certeza sobre la existencia de la realidad más allá de ellas.
En este sentido, Locke parece indicarnos que nuestro conocimiento se mantiene cerrado en
nuestras ideas y que no es posible saltar de éstas a la realidad, ignorando así, todo lo relativo
a la existencia del mundo. Sin embargo, como ya se mostró en las cualidades primarias,
terminaría afirmando la existencia de una realidad exterior. En consecuencia nos dirá que
tenemos un conocimiento intuitivo de la existencia del yo, un conocimiento demostrativo de la
existencia de Dios y un conocimiento sensitivo de las cosas materiales. De este modo Locke
prácticamente termina admitiendo la existencia de las mismas realidades que los filósofos
anteriores. A este respecto, a Locke le resulta evidente la conclusión de Descartes: pienso
luego existo.
George Berkeley
a) la finalidad de su filosofía
Después de Locke el problema cae íntegramente en las manos del gran filósofo ingles
Berkeley el cual se dedicó explícitamente a combatir al escepticismo y el ateísmo. Afirmaba
que el escepticismo surge cuando la experiencia o las sensaciones se encuentran desligadas
de los objetos, no dejando ningún camino posible para saber de ellos excepto a través de las
ideas. Para poner fin a estas disociación, una persona tiene que reconocer que el ser de las
cosas sensibles consiste sólo en ser percibidas Con esa finalidad elaboró una nueva versión
metafísica del teísmo, creacionista, al servicio de la cual puso la epistemología del empirismo
como la mejor para acabar con el materialismo y enaltecer la infinita y gloriosa potencia divina.
Su Tratado sobre los principios del conocimiento humano se subtitula así: Investigaciones de
las causas principales de errores y dificultades en lo concerniente a las ciencias y de los
motivos del escepticismo, del ateísmo y de la irreligiosidad.
b) critica al concepto de sustancia extensa de Locke
El empirismo de Locke, que es todavía relativamente tímido, por que está limitado y contenido
por la metafísica cartesiana que le sirve siempre de base, es empujado por el obispo Berkeley
al extremo de romper por completo los moldes de la metafísica cartesiana. El empirismo de
Locke había respetado la sustancia de Descartes en su forma de sustancia pensante,
sustancia extensa y Dios. En cambio Berkeley ataca directamente a ese concepto de
sustancia extensa, de materia.
La distinción hecha por Locke entre cualidades primarias y cualidades secundarias, lo lleva a
negar la objetividad a las cualidades secundarias, pero a seguir concediendo plena existencia
en sí y por sí a los cuerpos materiales, como sustancia extensa. Sin embargo, Berkeley no
alcanza a comprender como y porque privilegia Locke estas cualidades primarias y al carácter
de puras vivencias del yo les añades además el de ser reproducciones fieles de una realidad
existente en sí y por sí, fuera del yo. Para este filósofo la teoría de Locke no tiene fundamento,
por que si el sabor y el color son percepciones no tiene otra realidad que la de ser eso,
percibido, mis percepciones. Del mismo modo la extensión, la forma, el número, el
movimiento, son también percepciones y por lo tanto, no hay en ellas ninguna nota que nos
permita afirmar la existencia metafísica en sí y por sí de las cualidades que a través de
experiencia percibimos.
c) ser, es ser percibido
Consecuente con el empirismo Berkeley descubre en las todas las llamadas ideas el mismo
carácter experimental, y como todas ellas son percepciones, ninguna de ellas me puede sacar
de mí mismo y trasladarme a una región de existencias de en sí y por sí.
Berkeley, con una audacia extraordinaria plantea el problema ontológico y metafísico, ¿qué es
ser? ¿qué es existir?. Este filósofo da respuesta a este problema haciéndose la siguiente
pregunta: ¿a qué llamo yo ser? Ser se llama a ser blanco, a ser negro, ser redondo, ser tres,
etc… Por consiguiente, ser, es ser percibido, es decir, ser percibido como tal blanco, como tal
negro, etc… La percepción como vivencia es lo único que constituye el ser, no me es dado en
ninguna parte un ser que no sea percibido por mí. Para Berkeley, una realidad de la que no
pueda ser percibida y con la cual no pueda tener ningún tipo de experiencia; no me es posible
tener ningún conocimiento de ella y por lo tanto, no sé ni siquiera si existe, porque si conozco
su existencia significaría que ya he tenido algún tipo de experiencia con ella. De modo que ser
no significa otra cosa que ser percibido. De esta forma Berkeley justifica que el ser de las
cosas es la experiencia que de ellas tenemos
d) la mente y las ideas, única posibilidad de conocimiento y de existencia
Berkeley, llega al idealismo subjetivo más extremo, porque al problema fundamenta de:
¿quién existe? es contestado por éste diciendo: existo yo y mis ideas, pero más allá de mis
ideas no existe nada. Es decir, el objeto de conocimiento son las ideas, las cuales se reducen
a sensaciones; las cosas son combinaciones perdurables de ideas.
Pero a demás de esta infinita variedad de ideas, hay algo que las percibe y ejerce sobre ellas
diversos actos, como el querer, el recordar, el imaginar. Este ser que percibe y actúa es la
mente, el alma, el yo. Para Berkeley, las ideas y las sensaciones no pueden existir sino es en
una mente que las perciba. Da así un paso enorme comparado con la postura de Locke, este
paso ha consistido en hacer evolucionar las concepciones empiristas hasta llegar a deshacer
la noción de sustancia material, quedándose con la de la pura experiencia o pura percepción.
Sin embargo, Berkeley que niega la existencia de sustancia material, afirma la existencia de la
sustancia espiritual. El yo me es conocido por una intuición directa. Por tanto, el “cogito”
cartesiano sigue actuando de perfectamente en la filosofía de Berkeley: Yo soy una cosa que
piensa una “res cogitans”, un espíritu que tiene experiencias. A las experiencias no les
corresponde nada fuera de ellas Berkeley hubiese estado de acuerdo en lo que diría más
adelante Schopenhauer “el mundo es una representación mía”.
e) la evidencia de Dios
En su construcción filosófica, Berkeley, se encuentra con una dificultad importante: si todas las
ideas están en mi mente y si el mundo exterior a la mente no es más que una ilusión, ¿cómo
se distingue las ideas que provienen de la imaginación de aquellas que no depende de la
voluntad del sujeto?. Berkeley, agudizando su ingenio y convierte una dificultad de su proyecto
en un factor de refuerzo, pues según sus propios argumentos, “si las ideas que percibimos con
los sentidos no son creaciones de nuestra voluntad, es por que son producto de otra
voluntad”. “Pero además las ideas de los sentidos son más claras y más vivas que la de la
imaginación, poseyendo estabilidad y coherencia, quedando de manifiesto la sabiduría y
benevolencia de su autor”. Dios será, por lo tanto, la razón que explica esta estabilidad orden
y coherencia de las ideas. Podría pensarse que la filosofía de Berkeley es la que realiza con
plenitud máxima la palabra del evangelio: “nosotros vivimos, nos movemos, y estamos en
Dios”
David Hume
a) la vida y las obras de Hume
Hume lleva el empirismo hasta aquellos límites donde resulta imposible ir más allá. Con Hume
el empirismo se libera de una vez por todas del componente racionalista cartesiano de Locke,
así como de los intereses apologéticos y religiosos que aparecen en Berkeley. En este
sentido, Hume llevó a cabo, con rigor impecable, una crítica demoledora contra las profunda
aportaciones de la metafísica y de la moral tradicionales, hasta el punto de que con él se puso
fuera de juego definitivamente el sistema categorial (las diez categorías aristotélicas) nacido
en Grecia gracias a las aportaciones de Parménides, Platón y Aristóteles y que hasta
entonces, había constituido el lugar común de los análisis filosóficos. Según Hume, estos
contenidos categoriales sólo son fruto de la imaginación de determinadas personas y para lo
único que han servido es para alimentar supersticiones, fanatismos y creencias infundadas y
dogmáticas causantes de crueles guerras y persecuciones en Europa durante los siglos XVI y
XVII. Y, claro está, frente al dogmatismo fanático, la solución había de ser el criticismo, es
decir, el intento de poner cortapisas a las infundadas creaciones de la imaginación. Ya está
bien de conceptos abstractos y de profundidades insondables, nos venía a decir Hume, el
entendimiento humano no da para tanto y, siendo riguroso, el único campo cognoscitivo el que
podemos movernos con alguna certeza y claridad será en el lógico matemático; en los demás
tenemos la obligación de ser escépticos.
Hume, nació en el 1711 en Edimburgo, hijo de una familia perteneciente a la pequeña nobleza
escocesa; estudió lógica, retórica, matemáticas y filosofía natural(física), materia con la que
entró en contacto con las aportaciones de Newton. Debido a los antecedentes del padre, que
era abogado, se le empujó hacia la carrera jurídica, pero él sintió una notable inclinación hacia
la filosofía. Después de haber vivido unos años en Francia, volvió a Londres, donde publicó
sus dos primeros libros de la que luego sería su obra fundamental en 1739: Tratado sobre la
naturaleza humana, que no obtuvo ningún éxito. Posteriormente presentó su candidatura
como profesor de filosofía moral de la universidad de Edimburgo, sin obtener el deseo
apetecido; tras lo cual se dedicará a preceptor privado de un marqués y a secretario del
general San Clair. En 1752 entró como bibliotecario de la Facultad de Derecho de Edimburgo,
puesto que si no era demasiado lucrativo, en cambio le permitía una amplia dedicación a la
lectura y a la investigación. Vuelto a paría años más tarde, entro en contacto con Rousseau
aunque nunca logró establecer con éste unas relaciones duraderas. Tras haber desempeñado
unos cargos políticos de no mucho relieve, volvió a su ciudad natal en donde murió en 1776.
Sus obras más importantes fueron: Tratado sobre la naturaleza humana, Ensayos de moral y
política, Investigación sobre el entendimiento humano, Investigaciones sobre los principios de
la moral y Diálogos sobre la religión natural.
b) el propósito de Hume
Según el propio Hume, su propósito consistía en proporcionar los medios para llevar a cabo
un sistema completo de las ciencias. Ahora bien, resulta evidente que todas las ciencias
guardan una profunda relación con el ser humano, por tanto la construcción de cualquier
ciencia requiere, como condición previa, llevar a cabo un adecuado análisis de la propia
naturaleza humana; es decir, antes de afrontar el estudio de la ciencia social, física, el
derecho, la moral o la economía, por simple cuestión de método, debemos investigar la
naturaleza humana. Y esto es debido a que únicamente a partir del estudio de dicha
naturaleza surgirán el resto de las cuestiones, a saber: un sistema moral que nos diga que
debemos hacer, una ciencia política que nos oriente sobre el gobierno adecuado, una física
que nos muestre el funcionamiento del mundo material, etc. Hume está convencido de que si
lográsemos explicar a fondo el alcance y la fuerza del intelecto humano, así como la
naturaleza de las ideas de las que nos servimos y de las operaciones que llevamos a cabo en
nuestros racionamientos, podríamos realizar progresos incalculables en tondos los demás
ámbitos del saber. La investigación de la naturaleza humana, pues, ha de constituir la ciencia
de las ciencias.
En este sentido, Hume señaló que, puesto que todas las ciencias han de fundamentarse en la
ciencia del ser humano, ésta no podrá partir de hipótesis, ni de principios a priori, sino que
habrá de fundamentarse en la experiencia y en la observación. La experiencia y la
observación constituyen, pues, el fundamento de la ciencia humana. Y el objeto principal de
esta ciencia ha de ser el de acabar con las discusiones absurdas y abstrusa de la metafísica
tradicional, determinando con precisión el alcance y límites del entendimiento humano.
c) punto de partida de nuestros conocimientos
Hume compartía con Locke, que el método experimental del razonar se podía aplicar a la
investigación de la naturaleza humana. Este método era muy simple. Ambos filósofos se
hacían dos preguntas: ¿cuáles son los materiales de los que está provista la mente? Y ¿qué
usos pueden hacer de ellos?. Para Hume los materiales que se encuentran a al alcance del
entendimiento consta de percepciones, clasificadas en dos categorías: ideas e impresiones.
Entre ambas sólo existen dos diferencias, a saber, la fuerza o viveza como se presentan en
nuestra mente; y el orden o sucesión temporal en que aparecen. Llama percepciones a todo lo
que se encuentra presente en la mente, ya sea por el empleo de nuestros sentidos o estemos
movidos por la pasión o ejercitemos nuestro pensamiento y reflexión. Hume, llama
impresiones a aquellas percepciones que se nos presentan con mayor fuerza y violencia. Las
impresiones abarcan todas las sensaciones, emociones y pasiones, cuando su primera
aparición en el alma. Y entendió por ideas las imágenes debilitadas de las impresiones: “Para
expresarme en lenguaje filosófico, todas nuestras “ideas”, o percepciones más débiles, son
copia de nuestras “impresiones” o percepciones más intensas” Esta diferencia de intensidad
con la que percibimos las impresiones y las ideas, tiene como consecuencia la distinción entre
sentir y pensar, que también se diferencia por el grado de intensidad: sentir corresponde a la
impresión, es decir, a tener percepciones fuertes y vivas, mientras que pensar corresponde a
las ideas, en tanto que es tener percepciones más débiles.
En cuanto a la segunda característica diferenciadora entre las impresiones e ideas, esto es, la
sucesión temporal en la que aparecen, es de la máxima importancia, pues según nuestro
filósofo, las impresiones simples siempre preceden a las ideas correspondientes y nunca
sucede lo contrario.
Impresiones e ideas constituyen, pues, el material de nuestros conocimientos. En este sentido,
la imaginación puede llevarnos muy lejos; pero el pensamiento posee unos límites muy
estrechos, pues su actividad no puede consistir más que en el manejo de los materiales
indicados. A este respecto, todos nuestros pensamientos, todas nuestras ideas, debes
encontrarse fundamentados en la experiencia. La experiencia es, repitámoslo, el límite de
nuestro conocimiento. Absolutamente nada puede haber en el entendimiento que no haya
estado antes en la experiencia y, además, la certeza proporcionada por la experiencia siempre
será superior a la proporcionada por el entendimiento.
De este modo podremos decir que un concepto o una idea tiene significado cuando podemos
referirla a la impresión de la que procede. En consecuencia, el primer paso de un proceso
científico adecuado consistirá en averiguar las impresiones de que se derivan nuestras ideas,
de tal modo que si encontramos una idea que no se deriva de impresión alguna, en este caso,
dicha idea no poseerá significado alguno. Hume elimina así, la cuestión de las ideas innatas
que en el pasado provocó tantos debates
d) de las ideas simples a las ideas complejas
Otra distinción importante que hace este pensador es entre impresiones simples (rojo, cálido,
etc.) e impresiones complejas (la impresión de una manzana) Sin embargo, las impresiones
complejas no siempre son lo mismo que las ideas complejas ya que, además de la memoria
que reproduce las ideas, tenemos imaginación que es capaz de realizar combinaciones de
diversas formas de ideas entre sí, dando lugar a las ideas complejas. Esta es la razón de que
Hume distinguiera entre ideas simples y complejas.
Tal como hemos dicho, la combinación de ideas simples da lugar a las ideas complejas. Ahora
bien, ¿cómo se forman estas ideas complejas a partir de las ideas simples? Hume responde
que mediante las leyes de asociación esta leyes son tres: semejanza, contigüidad y causa y
efecto. La semejanza permite pasar de una idea a otra que se la parezca; la contigüidad
sucede cuando paso a otra idea que no es semejante en el tiempo y en el espacio; la
causalidad, es una especie de relación, esto es, el paso de una idea a otra porque pienso que
es la causa. Es decir, cuando hemos observado que varias ideas se suceden entre sí, se
desarrolla en nosotros un hábito o costumbre, que no lleva a creer que existe una relación
entre ellas. Lo que sucede en estos casos es que nuestra imaginación, empujada por dicho
hábito, tiende a ir más allá de la experiencia y a establecer una relación real entre dichas
ideas, y la intensidad de dicha tendencia es proporcional a la frecuencia de repetición.
Por ejemplo, si observamos que un fenómeno (B) sigue regularmente a otro (A), se desarrolla
en nosotros un hábito, en virtud del cual tenemos tendencia a asociar dichos fenómenos (A y
B), de tal modo que siempre que nos aparezca (A) esperamos que suceda (B), pues nos
imaginamos que existe una conexión entre ellos. Pero si nos atenemos a los principios
señalados por Hume, debemos preguntarnos ¿tenemos alguna impresión de la conexión entre
dichos fenómenos? Si la respuesta es negativa, entonces no tenemos derecho a establecer
ninguna conexión entre ellos; desde el punto de vista epistemológico debo atenerme a los
hechos y la conexión entre dichos fenómenos no me aparece como un hecho.
Unos de los ejemplos que nos pone Hume para explicar lo dicho, es el de las bolas de billar: Si
observamos en una mesa de billar que una bola blanca se acerca hacia la bola roja y poco
después vemos que dicha bola roja se pone en movimiento; en virtud de las leyes de
asociación antes enumeradas tenemos tendencia a pensar que la bola blanca es causa del
movimiento de la bola roja. Pero según Hume, con este pensamiento hemos ido más allá de lo
que nuestra experiencia nos muestra, pues nuestras percepciones sólo nos autorizan a
establecer su sucesión y nunca cualquier otra clase de relación. Si somos correctos y
analizamos con exactitud lo que nos muestran las impresiones, veremos que estos hechos se
reducen a: a) una bola blanca en movimiento aproximándose hacia la bola roja; b) a
continuación, dicha bola roja en movimiento; y nada más, no tenemos ninguna impresión de
conexión, sólo de
Sucesión.
Estas leyes funcionan para todos los seres humanos y forman una serie de ideas compuestas.
e) crítica al principio de causalidad
El análisis llevado a cabo en el último párrafo del apartado anterior nos pone en camino de la
crítica que Hume realizó al principio de causalidad: no tenemos ninguna impresión de hecho
causal; en consecuencia el principio de causalidad carece de fundamento y es fruto de la
imaginación. Causa y efecto son dos ideas muy distintas entre sí, en el sentido de que ningún
análisis de la idea de causa nos permite descubrir a priori el efecto que de él se deriva.
Hume era consciente de que el modo de razonar de la ciencia de occidente estaba
fundamentado en el principio de causalidad y hasta se decía que la filosofía era la ciencia que
pretendía conocer todas las cosas `por sus últimas causas. Por otro lado la ciencia física
acababa de poner de manifiesto las leyes de Newton: “toda acción origina una reacción de la
misma intensidad y de sentido contrario” o ” una fuerza constante produce una aceleración
constante”; pero para Hume dichas leyes carecía de fundamento, pues ninguna impresión nos
lo mostraba.
Sin embargo, hay causalidades que se nos presentan tan evidentes que es difícil no
establecer una relación de causa efecto: esta mañana, ayer y anteayer, e innumerables días a
lo largo de mi vida he puesto la leche al fuego y siempre se ha calentado, luego ¿no es
manifiesto que el fuego es la causa de que la leche se caliente?. Hume nos diría que no.
Fuego y leche calientes son dos hechos que se nos muestra uno tras otro, pero como en el
caso del movimiento de las bolas de billar, por más que miremos por ninguna parte
descubrimos la conexión causal entre uno y otro. Pero nosotros estamos convencidos de que
el fuego calienta la leche y de que siempre será así. Objeción de Hume: esa convicción es una
inferencia legítima, una deducción carente de fundamento y fruto de una imaginación que
traspasa los límites de la experiencia
Entonces ¿por qué creo yo en el principio de causalidad?. En el nexo causa-efecto están
presentes dos elementos fundamentales: la contigüidad y la sucesión, los cuales son
experimentales; y la conexión necesaria, que no se experimenta, sino que únicamente se
infiere, “esta idea de conexión necesaria surge del acaecer de varios casos similares […].Esta
idea no puede ser sugerida por uno solo de ellos […]. Pero en una serie de casos no hay nada
distinto de cualquiera de los casos individuales[…] salvo que, tras la repetición de casos
similares, la mente es conducida por hábito a tener la expectativa, al aparecer un suceso, de
su acompañante usual […]. Esta conexión que sentimos en la mente […] es el sentimiento o
impresión a partir del cual formamos la idea de poder o conexión necesaria. Y no hay más […]
Por tanto, cuando decimos que un objeto está [causalmente] conectado con otro, sólo
queremos decir que han adquirido una conexión en nuestro pensamiento y originan la
inferencia por la que cada uno se convierte en prueba del otro, conclusión algo extraordinaria,
pero que parece estar fundada”.
Por tanto, la creencia en el principio de causalidad no es más que un hábito, una costumbre
originado en nosotros por un proceso psicológico derivado de la asociación por contigüidad
espacio temporal. Así, cuando observamos que dos o más fenómenos se suceden en el
espacio o tiempo de manera más o menos regular se desarrolla en nosotros el hábito o la
costumbre de creer que aparecerás los segundos cada vez que vemos aparecer los primeros,
y es esta creencia es la que nos da la impresión de hallarnos ante una conexión necesaria
entre causa y efecto.
Por una parte, nuestro hábito o nuestra costumbre carece de todo fundamento objetivo, es un
producto de nuestra particular psicología y, por otra, como mero producto subjetivo se basa en
ciertos prejuicios, como puede ser el creer que la naturaleza no cambia o que los fenómenos
se suceden siempre en el mismo orden o de que podemos conocer sus mecanismos de
relación
Hume, soluciona el problema poniendo en su punto de mira a la creencia que es un
sentimiento. De esta forma la base de la causalidad deja de ser ontológico-racional para
convertirse en emotivo-arracional. Es decir, sale de la esfera de lo objetivo para pasar a la de
lo subjetivo.
f) el límite de la inferencia causal
La crítica de Hume al principio de causalidad no se limita a su aplicación en los fenómenos
físicos, sino que se lleva acabo también con relación a nuestra propia actividad voluntaria, por
ejemplo, nosotros podemos decir que movemos los brazos cuando queremos, pero
carecemos de todo tipo de evidencia causal, esto es, de toda evidencia de la existencia de
una conexión necesaria entre mi voluntad y mis acto.
No obstante, si nos fijamos un poco en la crítica al principio de causalidad llevada a cabo por
Hume, en ella reaparece continuamente la “causalidad”; por ejemplo: las impresiones originan
las ideas, la imaginación hace surgir en nosotros ideas carentes de sentido, la sucesión o la
contigüidad en el tiempo o en el espacio de dos hechos hace nacer en nosotros la creencia, el
hábito o la costumbre de esperar el segundo fenómeno cuando ha aparecido el primero, es
decir, parece como si en nuestros contenidos mentales el principio de causalidad se
encontrara siempre presente.
Hume, podría admitir cierto nexo causal entre percepciones, pues, en el fondo, en eso
consisten las leyes de la asociación, en el sentido de que una impresión causa el recuerdo de
otra; pero lo que siempre negará será el valor objetivo de dicho principio. De esta manera, si le
preguntamos ¿existe algún tipo de conexión entre cosa y cosa? La respuesta será: “no lo
sabemos”. ¿Existe alguna conexión entre las impresiones o entre las ideas y las cosas? o,
dicho de otra manera, ¿quién origina nuestras impresiones? la respuesta es idéntica: “no lo
sabemos”. Las impresiones y las ideas se encierran en sí mismas y no sabemos a que
corresponden. En los filósofos anteriores nuestras ideas se correspondían con la realidad
porque de un modo u otro, eran causadas por dicha realidad; incluso en Locke, nuestras ideas
de cualidades primarias eran objetivas y, en último término, copias de la realidad; en Hume en
cambio, los puentes con la realidad, con las cosas, se encuentran rotos, el velo de las
percepciones se cierran sobre sí mismo.
g) relaciones de ideas y asuntos de hecho
Entonces, ¿qué podemos conocer? Nuestras ideas nos muestran, por una parte, distintas
relaciones de las ideas entre sí, y por otra, hechos. A este respecto Hume va a distinguir entre
verdades de las matemáticas (relaciones de ideas) y las verdades de hecho. En el Tratado
distingue siete géneros diferentes relaciones filosóficas que divide en dos grupos según pueda
o no ser los objetos del conocimiento y de la certeza. Las cuatro que pueden alcanzar esta
distinción porque depende sólo de las propiedades intrínsecas de las ideas, son: la
semejanza, contrariedad, grados de cualidad y proporciones en la cantidad o en numero. Las
otras tres son: identidad, relaciones de tiempo y lugar y causación. Esta división entre las
relaciones prefigura uno de sus principios fundamentales: “todos los objetos de la razón o la
indagación humana pueden dividirse naturalmente en dos géneros, a saber, Relaciones de
Ideas (verdades matemáticas) y Asuntos de Hecho (verdades de hecho)”
Las verdades de las matemáticas, son simples relaciones de ideas, aquellas proposiciones
que se limita a operar sobre contenidos ideales, sin referirse a lo que existe o puede existir,
son aquellas proposiciones que más tarde llamaría Kant juicios analíticos. Estas verdades
matemáticas, álgebra o geometría por referirse exclusivamente a la relación entre ideas no
guarda ninguna relación con la existencia real. En este aspecto, según las propias palabras de
Hume, “dichas ciencias parecen ser las únicas en que puede efectuarse una argumentación
de cualquier grado de complejidad conservando, sin embargo, una exactitud y certeza
perfectas”. Las verdes matemáticas, pues, pueden ser conocidas a priori de la experiencia,
son evidentes y necesarias y su contraria resulta imposible.
Ahora bien, a Hume le interesa mucho más las cuestiones de hecho, es decir, las verdades a
las que llegamos mediante la experiencia. Esto hace que los datos de hecho no se obtengan
de la misma forma que los de las verdades matemáticas ya que “lo contrario a cualquier dato
de hecho siempre es posible, porque jamás puede implicar una contradicción, y la mente lo
concibe con la misma facilidad y la misma claridad, que si fuese del todo conforme a la
realidad”.
En este sentido los conocimientos son enormemente restringidos; a saber, depende de la
experiencia; mas la experiencia simplemente nos muestra ciertas regularidades entre unos
hechos y otros en el pasado, pero no nos enseña nada más; la experiencia nos pone de
relieve, por ejemplo, que todos los días pasados ha salido el sol, pero con relación a estos
hechos nada más ¿qué sucederá mañana? La repuesta de Hume: no lo podemos saber.
Naturalmente todos esperamos y estamos seguros de que mañana saldrá el sol; pero con esta
seguridad, con esta certeza nos hemos ido más allá del campo de nuestra experiencia, es
decir, más allá de los datos suministrados por nuestras impresiones y, por tanto, es infundada,
subjetiva. Es decir, las proposiciones del tipo “mañana saldrá el sol” no implica una necesidad
lógica, esto es, no implican la contradictoriedad de su contradictorio, a diferencia de las
proposiciones que expresan relaciones entre ideas. Según los principios de Hume, que el sol
salga mañana es meramente probable (en el sentido de que es probable que sí y es probable
que no). A este tipo de juicios Kant los llamaría juicios sintéticos
Ocurre, no obstante, que debido alas leyes de asociación, a mayor número de casos
favorables en el pasado más fuerte será nuestra creencia, nuestro hábito, nuestra costumbre
de que en el futuro sucederá lo mismo; pero siempre será solamente probabilidad. En las
cuestiones de hecho no existen verdades universales y no puede existir la certeza a priori,
pues, tal como hemos dicho anteriormente, los hechos son contingentes y por tanto lo
contrario de cualquier hecho siempre es posible y lo mismo sucede con las regularidades que
establezcamos entre ellos; en este sentido, la propias leyes físicas no pueden superar el nivel
de probabilidad.
Ahora bien, ¿hasta donde alcanza el conocimiento que tenemos de los hechos? ¿qué
podemos saber sobre ellos?. Todo nuestros conocimientos acerca de los hechos se quedan
encerrados en nuestras percepciones, en nuestras impresiones y en nuestras ideas. ¿Qué hay
más allá de nuestras percepciones? No lo sabemos.
h) La ciencia como probabilidad.
Esa manera de entender la conexión causa-efecto como un hábito que nos lleva y nos
autoriza a esperar la repetición uniforme de la experiencia, no podría darnos plena certeza.
Nos conduce al escepticismo. Para Hume, universalidad y necesidad sólo caben en las
ciencias formales (relaciones de ideas). La ciencia real sólo puede aspirar a la probabilidad.
Hume considera que el resultado de su análisis de la causalidad no es el fin de la ciencia, ni
siquiera el fin de la creencia en la ciencia. Por suerte, dice, “cosas tan importantes como creer
y no creer no han sido dejadas por la naturaleza en manos de los filósofos”. Es decir, de
alguna manera todo seguirá igual: la imaginación continuará con sus ficciones, los hombres
seguirán creyendo y, en definitiva, el entendimiento seguirá funcionando así, necesariamente.
Lo que pasa es que esta necesidad, ahora, no reside ya en unos principios o evidencias que
se han mostrado ficciones, sino en la naturaleza humana que pone la necesidad de la ficción y
la creencia. Esa “conclusión algo extraordinaria” está fundada en una evidencia suficiente, que
no dejará de serlo por las dudas escépticas. Y prosigue: “Si hay una relación entre los objetos
que nos importa conocer perfectamente es la de causa-efecto. En ella se fundan todos
nuestros razonamientos sobre las cuestiones de hecho o de existencia. Sólo ella nos permite
alcanzar la certeza sobre los objetos privados de un testimonio directo […]. La única utilidad
de las ciencias es enseñarnos cómo podemos controlar y regular los acontecimientos futuros
por medio de sus causas.”
Pues bien, de acuerdo con la experiencia:”podemos definir una causa como un objeto seguido
de otro y tal que todos los objetos semejantes al primero van seguidos de objetos semejantes
al segundo o, en otros términos, tal que si el primer objeto no hubiera existido no habría
existido el segundo. (o bien, como) un objeto seguido de otro y cuya aparición conduce
siempre el pensamiento a la idea de ese otro. (Estas dos definiciones) están sacadas de
circunstancias “exteriores” a la causa y, sin embargo, no podemos remediar ese inconveniente
y conseguir una definición más perfecta que pueda designar “en” la causa la circunstancia que
la pone en conexión con su efecto.”
¿De qué ha servido la crítica de la causalidad? de mucho a nivel práctico: ya no es posible
justificar el dogmatismo, ya no hay razones para subordinar la vida a las verdades-ficciones. El
hombre, cree Hume, espontáneamente, naturalmente, creerá más en estos o aquellos
principios, en éstas o aquellas ideas, según la fuerza con la que le afecten, según su utilidad
para la vida, según el placer que le proporcionan. Es mayor la legitimación de una idea que
produce felicidad que otra verdadera; aunque, como Espinosa, se inclinaría a pensar que una
idea produce siempre placer, o es mecanismo para huir del dolor
La causa no es una quimera, sino una creencia, sólida y sometible a prueba pero a una
prueba, por supuesto, empírica, que nada tiene de demostración necesaria. La expectativa del
efecto no puede pasar nunca de probable, aunque la acumulación de experiencias probatorias
aumente satisfactoriamente el grado de su probabilidad subjetiva.
Sobre esta base hay que entender lo que Hume piensa de la “regularidad” de la naturaleza” y
de las posibilidades de la inducción. La experiencia sólo da información directa y cierta de los
objetos de conocimiento durante el tiempo a que alcanza su acto de conocimiento; pero,
¿cómo extender ese conocimiento a otros objetos o a un tiempo futuro? ¿Por qué puedo
esperar de un nuevo trozo de pan los efectos que experimenté al comer otro parecido? La
inferencia, que puede ser correcta y que suele hacerse, a saber: he encontrado que a tal
objeto ha correspondido siempre tal efecto y preveo que otros objetos de apariencias similares
serán acompañados de efectos similares, establece una conexión que no es intuitiva.
Tampoco se puede tratar de una inferencia demostrativa, puesto que: “no implica
contradicción alguna el que el curso de la naturaleza llegara a cambiar y que un objeto
aparentemente semejante a otros que hemos experimentado pueda ser acompañado por
efectos contrarios o distintos […]. ¿Hay una proposición más inteligible que la de que todos los
árboles echan sus brotes en diciembre y perderán sus hojas en mayo? Ahora bien, lo que es
inteligible […] no implica contradicción, y jamás podrá probarse su falsedad por argumentos
demostrativos […]. Si, por tanto, se nos convence con argumentos de que nos fiemos de la
experiencia pasada y la convirtamos en pauta para nuestros juicios posteriores, estos
argumentos tendrían que ser tan sólo probables […]. Hemos dicho que todos los argumentos
acerca de la existencia se fundan en la relación causa-efecto, que nuestros conocimientos de
esa relación se derivan totalmente de la experiencia y que todas nuestras conclusiones
experimentales se dan a partir del supuesto de que el futuro será como ha sido el pasado.
Intentar la demostración de este último supuesto […] significa evidentemente moverse en un
círculo y dar por supuesto lo que se pone en duda”.
Así pues, el escepticismo sólo puede ser descalificado provisionalmente y para los fines
prácticos de la ciencia, que autoriza expectativas razonables cuando se fundan en
experiencias bien fundadas, bien hechas. Pero si queremos llegar a los fundamentos teóricos
de la certeza, debemos reconocer que, por lo que hace a las ciencias o a cualquier afirmación
sobre la existencia o los existentes reales, el empirismo, después de la crítica de Hume, no
nos puede librar del escepticismo.
i) El “mundo externo”.
El análisis de Hume va a ser igualmente aplicado a nuestra creencia en la existencia de un
mundo independiente de nuestros sentidos. La opinión de la existencia independiente y
continua del mundo externo está tan profundamente arraigada en la imaginación que es
imposible desarraigarla, “y ninguna convicción metafísica lo conseguirá. La opinión filosófica
de la doble existencia de percepción y objetos satisface a nuestra razón al admitir que
nuestras percepciones dependientes son continuas y diferentes, y al mismo tiempo agrada a
la imaginación al atribuir una existencia continua a otra cosa que llamamos objetos”.
Cada una de las percepciones diferentes es una entidad distinta y no puede, por consiguiente,
ser idéntica a una sustancia cualquiera que tenga una existencia exterior supuesta. Piensa
Hume que estamos naturalmente dispuestos a colmar los intervalos entre cada percepción
con imágenes, de suerte que se mantengan la continuidad y la unidad. Pero esto no es sino
una ficción que nos forjamos con la que pretendemos eludir la contradicción entre la
imaginación, que nos dice que nuestras percepciones semejantes tienen una existencia que
no es aniquilada cuando no se perciben, y la reflexión, que nos dice que nuestras
percepciones semejantes son diferentes entre sí y tienen una existencia discontinua. Puesto
que los elementos del mundo son percepciones y puesto que las percepciones no existen más
que en el momento en que son percibidas, es absurdo suponer que los objetos continúen
existiendo cuando no son percibidos; creerlo es una tendencia natural, fundada en la memoria
y en nuestra necesidad de coherencia. “Tendemos a creer en la existencia continua de todos
los objetos sensibles, y como esta tendencia nace de algunas impresiones muy vivas de la
memoria, confiere a esta ficción la misma vivacidad; en otras palabras, nos hace creer en la
existencia continua de los cuerpos”.
De este modo contrasta Hume su sentido de existencia o existencia empírica (aquella de la
que, recordémoslo, nos informa la experiencia sólo durante el tiempo al que alcanza el acto de
conocimiento), y la existencia de los objetos en el sentido que la opinión común da a esa
expresión: realidad independiente y continuada fuera del acto de percepción y nos dice que se
intenta garantizar la existencia del objeto en este segundo sentido sobre la base de una
relación causa-efecto que no puede autorizarnos a salir del plano de la existencia empírica,
según un uso correcto de los criterios empiristas.
Ambos partidos, el de la creencia y el de la reflexión, son sin embargo, invencibles, ha dicho
Hume. Jamás podremos afirmar con certeza la existencia del mundo exterior, pero tampoco
podremos desarraigar la creencia en la misma.
j) crítica a la idea de sustancia
Recordemos que en Locke la sustancia no era percibida, sino inferida; la sustancia de este
modo consistía en un no sé qué. Pero esta deducción de Locke, a los ojos de Hume, no tiene
sentido, pues nos hemos ido más allá del campo de la experiencia. El proceder de Hume a
este respecto es también muy sencillo, a saber, ¿tenemos alguna impresión de la sustancia?
no. Luego no podemos tener ningún conocimiento de ella. “Me gustaría preguntar a esos
filósofos que basan en tan gran medida sus razonamientos en la distinción de sustancia y
accidente y se imaginan que tenemos ideas claras de cada una de esas cosas, si la idea se
deriva de las impresiones de sensación o de las de reflexión. Si nos es dada por nuestros
sentidos, pregunto: ¿por cuál de ellos, y de qué modo?
En criterio de Hume, lo que captamos en realidad no es más que un grupo de ideas y de
impresiones. Debido a la constancia con que se nos presenta este conjunto de percepciones,
imaginamos que existe un principio que constituye el fundamento de la cohesión entre dichas
percepciones. El conjunto de percepciones que llamamos manzana, por ejemplo, lo
consideramos regido por un principio de cohesión que garantiza la solidez de las impresiones
mismas y su continua permanencia conjunta. Sin embargo, este principio no es una impresión,
sino únicamente un modo que nos sirve para imaginar las cosas, que creemos que existen
fuera de nosotros. Y lo que no puede asimilarse a una impresión, está desprovisto de validez
objetiva.
En el Tratado, Hume crítica la tradicional distinción entre sustancia y accidentes: “no podemos
evitar considerar que el color, el sonido, el sabor, la figura, y las demás propiedades de los
cuerpos son existencias que no pueden subsistir por separado, sino que exige un sujeto en el
que apoyarse, para que éste la sostenga y rija. Puesto que nunca hemos descubierto una de
las cualidades sensibles sin imaginar a la vez la existencia de una sustancia, la misma
costumbre que nos lleva a inferir una conexión entre causa y efecto, nos hace inferir aquí que
todas las cualidades dependen de una sustancia desconocida. La costumbre de imaginar una
dependencia posee el mismo efecto que tendría la de observarla realmente”. En este sentido,
la idea de sustancia no es nada, salvo una colección de cualidades particulares unidas por la
imaginación. Pero según las filosofías anteriores, sustancia era la cosa en sí. Sin embargo,
según el pensamiento de Hume, la cosa en sí no nos es posible saberlo.
k) demostración de la existencia de Dios
Hume niega la posibilidad de la demostración de Dios. Las razones para oponerse a dicha
posibilidad son dobles; por una parte, Dios sería una sustancia, una realidad en sí; pero ya
hemos visto que todos nuestros conocimientos quedan limitados a nuestras impresiones y a
nuestras ideas y que nunca podemos llegar con ellos a la realidad en sí; en consecuencia,
Dios, como cualquier otra sustancia, nunca puede ser objeto de nuestras impresiones; luego
no podemos conocer a Dios. Por otra parte, los argumentos principales mediante los cuales se
intenta demostrar la existencia de la divinidad se fundamentan en el orden de la naturaleza y
mediante el principio de causalidad, se elevan desde dicha naturaleza, considerada como
efecto, hasta Dios considerado como causa (como causa eficiente primera). Pero, en dichos
argumentos descubre Hume dos puntos falaces, a saber: primero, ninguna percepción
tenemos de la naturaleza y mucho menos de su orden y en segundo el principio de causalidad
carece de valor trascendente a nuestras percepciones. Luego no se puede demostrar la
existencia de Dios.
Locke y Berkeley decían que Dios era la causa de mi existencia o de mis impresiones
(respectivamente); pero para Hume no hay causas, luego no hay Dios en ese sentido. En
cuanto a la pregunta sobre de dónde vienen las impresiones que recibo, el escepticismo de
Hume no permite responder.
l) el yo y la identidad personal
En Locke, la existencia del yo se ponía de manifiesto con una evidencia intuitiva: en el propio
acto de pensar, de querer, de amar, se captaba de manera indudable el propio yo: pienso
luego existo. Ahora bien, esto no es así para Hume. Este pensador sigue fiel a sus principios
epistemológicos: todos nuestros contenidos cognoscitivos se reducen a impresiones e ideas;
por tanto, ¿tenemos alguna impresión o alguna idea de nuestra identidad personal, de nuestro
yo? No. Luego el yo resulta incognoscible: “Hay filósofos que imaginan que somos
conscientes íntimamente en todo momento de lo que llamamos nuestro yo, que sentimos su
existencia y su continuación en la existencia; y se hallan persuadidos, aún más que por la
evidencia de una demostración, de su identidad y su perfecta simplicidad […].
Desgraciadamente todas esas afirmaciones son contrarias a la experiencia que se presume
en favor de ellas, y no tenemos una [tal] idea del yo, pues ¿de qué impresión puede derivarse
esa idea? En este sentido, el yo viene a ser como un conjunto de impresiones e ideas en
perpetuo flujo y movimiento que imaginamos unidas entre sí.
El resultado puede parecernos tremendamente paradójico; pues se supone que todo el
análisis crítico llevado a cabo con anterioridad ha sido realizado por un sujeto inteligente, por
una persona, por un yo, y ahora, cuando me pregunto qué soy yo, me encuentro que también
el yo, como las cosas exteriores(sustancias y accidentes), como Dios, se me disuelve en un
haz de impresiones e ideas unidas por la imaginación y la memoria. Y Hume termina
comparando al yo con un teatro en que las distintas percepciones (los distintos actores) se
suceden unos a otros, entran, salen y se mueven de mil maneras diferentes; solo que en el
caso del yo ni siquiera tenemos escenario.
Conclusión sobre el pensamiento de Hume.
Como podemos comprobar en lo hasta aquí expuesto, el empirismo ingles ha llegado con el
pensamiento de Hume a su máxima consecuencia y a éste el criticismo de su filosofía le ha
llevado a un callejón sin salida. El empirismo ha desecho la lógica, y la ontología y esto ha
hecho del mundo hiumniano un mundo sin razón, sin lógica: es así porque así es, porque yo lo
creo en virtud de la costumbre, el hábito, a la asociación de ideas de fenómenos biológicos
que se dan en mi espíritu considerado natural. Sin embargo, unos de los pilares donde apoya
su teoría para llegar a este universo sonde las relaciones lógicas es pura fantasía, es su crítica
al principio de causa-efecto. Pero si observamos detenidamente la crítica hecha por nuestro
filósofo a este principio, podremos comprobar que no es difícil demostrar que, en realidad, en
el momento mismo en que lo excluye, Hume lo vuelve a introducir de forma muy sutil, aunque
sin ser conciente de ello; para poder avanzar en su razonamiento. Las impresiones son
causadas por los objetos, las ideas son causados por las impresiones, la asociación de ideas
tiene una causa, a su vez las costumbres son causadas, y estos ejemplos podría multiplicarse.
Si llegase a eliminar de veras el principio de causalidad, no sólo se derrumbaría la metafísica,
sino también toda la filosofía de Hume. Del mismo modo, en Hume, la ontología también ha
desaparecido. Todos los conceptos ontológicos fundamentales: el de sustancia, el de
existencia, han sido analizados y se han diluido entre las sensaciones
De este modo nuestro filósofo termina cayendo en un fenomenismo: ¿qué podemos conocer?
únicamente fenómenos, y esta posición le lleva a un escepticismo: ¿de qué puedo estar
seguro? absolutamente de nada, o mejor dicho, sólo de mis percepciones, es decir, de mis
impresiones y mis ideas, pero sin saber lo que dichas impresiones representan. Este
escepticismo le conduce a un relativismo: no existe una verdad objetiva y común, cada cual,
encerrado en su subjetivismo, posee su verdad individual y distinta.
Ahora bien, el autentico campo de este escepticismo y relativismo se contrae a la ciencia y en
realidad se trata de poner coto, por una parte, a las desmedidas aspiraciones e ilusiones del
racionalismo y, por otra al dogmatismo metafísico tradicional. Ya que para la tradición
escolástica y el racionalismo la ciencia consistía en un conjunto de verdades universales,
ciertas, rigurosas e indudables y, en ese sentido, Hume dará la vuelta a sus afirmaciones
diciéndoles: miren ustedes, si entienden de esa manera la ciencia, entonces el ser humano no
puede hacer ciencia, su entendimiento no da para tanto. El ser humano es limitado y en
cualquier verdad cabe siempre la duda; por tanto, contra todo los dogmatismos, humildad y
prudencia, es decir, pensar siempre que podemos estar equivocados
Es importante destacar la evolución que sufrió el empirismo desde Locke, pasando por
Berkeley hasta llegar a Hume. Lo lejos que se halla el empirismo de este último con respecto
del primero queda patente a través de las dos afirmaciones siguientes, auténticamente
representativas. Locke sostenía: “la razón tiene que ser nuestro juez último, y nuestra guía en
todas las cosas”. Por lo contrario Hume declara: “la razón es, y únicamente debe ser, esclava
de las pasiones y en ningún caso puede revindicar una función distinta a la de obedecer a
éstas”. Como podemos apreciar, si el empirismo se llevase hasta sus últimas consecuencias,
chocaría con límites infranqueables. A Kant le corresponderá la gran empresa de intentar
avanzar por caminos nuevos, que permitan evitar los extremismos irracionalistas y escépticos
del empirismo, así como los extremismos en los que había incurrido el racionalismo. No
obstante, el pensamiento de Hume jugó un papel importante en la filosofía kantiana. Kant lo
reconoce en un pasaje famoso, donde explica que Hume contribuyó a “despertarlo de su
sueño dogmático”. Este despertar se refiere al significado que Kant otorga a la experiencia.
Pero esto ya es materia para un próximo trabajo

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