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Giovanni Pico Della Mirandola: Pico no puede deducirse una idea sobre
el derecho, salvo que se hagan saltos en el juicio incomprensibles. En
realidad, Pico no era un teórico del derecho, porque no pudo serlo. En su
tiempo, el derecho de Italia era un caos de elementos apenas enumerables.
Destacaban en su interior las normas consuetudinarias de origen
germánico, que se habían fundido con la cultura jurídica de la Italia
renacentista; los residuos del antiguo derecho romano, que ya en el siglo
XV había sido recepcionado en las universidades italianas, francesas y
españolas; las incontables y diversísimas normas particulares de los
príncipes y las repúblicas italianas... Por otra parte, las reflexiones
filosóficas sobre el derecho que se habían hecho en la Edad Media no
destacaban precisamente por su novedad y profundidad. Justamente en
el Renacimiento empezaron a releerse los escritos filosófico-jurídicos de los
escritores griegos y romanos, tales como Séneca y Cicerón. Y aunque Pico
fue aficionado a Platón, y no desconoció a Cicerón ni a otros pensadores
antiguos que se hubieron ocupado del derecho, en realidad era una
cuestión que aparentemente no le importaba mucho. Puede reprochársele
este descuido, pero quizá merezca disculpa, en atención a la brevedad de
su vida y a la multiplicidad de los temas que a pesar de todo estudió.
Este pensamiento dice que detrás de todo derecho, y por ende detrás de
toda filosofía del derecho, hay una visión del hombre y de sus valores,
especialmente de la justicia, sea cual sea dicha visión. En este sentido, es
inevitable identificar la teoría del derecho que tiene por objeto
los sistemas jurídicos de tipo occidental con una visión del hombre
determinada
Muy en la línea neoplatonista, considera que todas las cosas están vivas y
animadas y, de alguna forma, todas ellas poseen una cierta conciencia o
sabiduría innata por la cual se reconocen y muestran su apego a su propia
existencia. A su vez, todas las cosas influyen mutuamente entre sí,
comunicándose y transformándose continuamente en un proceso continuo
e inacabable. El mismo hecho de conocer es simultáneamente una pérdida
y una adquisición. Para Campanella, ser es saber, pero al adquirir
conocimientos adquirimos lo diferente a nosotros, lo que no era nuestro
todavía, y así quedamos modificados. Todo conocimiento implica un
cambio, una forma de transformación, que significa la “muerte” de lo que
éramos para pasar a convertirnos de alguna forma en un nuevo ser, pero
como el conocimiento que busca el filósofo es el de la obra de Dios, la
creación, al adquirirlo nos transformamos en ella misma, impregnándonos e
identificándonos con la propia Naturaleza. El conocer se convierte así en un
acto místico de unión con Dios, que está presente en la Naturaleza, pues al
ser creación suya es parte de Él.
Campanella concede una gran importancia a la magia, diferenciando tres
tipos de ella: la divina, que Dios concede a los profetas y santos; la
demoníaca, que conduce a la perdición al buscar fines egoístas; y la magia
natural. Esta es el “arte práctico que emplea las propiedades activas y
pasivas de las cosas para producir efectos maravillosos e insólitos”. En
realidad, Campanella incluía en el término “magia” todas las ciencias y
artes. Sin embargo, para él estaba muy claro que el conocimiento, incluido
el mágico, debe servir para transformar y mejorar a los hombres y la
sociedad, que no tiene sentido por sí mismo, y que debe cambiar al mundo
hacia mejor, y así señalaba que “la acción mágica más grande del hombre
consiste en dar leyes a los hombres”. En este sentido hay que entender sus
escritos políticos a los monarcas más fuertes de la época, primero al rey de
España y finalmente al de Francia, proponiéndoles las más variadas
reformas para lograr la Monarquía Universal y, con ella, la paz y el buen
orden en el mundo.