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Cuando la carne es débil...

Introducción

Dios cuando ama y justamente porque ama, llama. La vocación es expresión de


amor, únicamente motivada de la intención amante de Dios y narra tal amor, lo narra
como la más secreta identidad de Dios, y al mismo tiempo como la naturaleza íntima de
la vocación misma, su origen y su destino.

La vocación, así concebida, es consecuencia inevitable de la naturaleza de Dios y


del Dios amante, el cual no puede hacer a menos de llamar, porque el amor tiende a
comunicarse, a ser compartido y participado a los demás. Y vocación, toda vocación, es
justamente eso: llamada a tomar parte en el amor de Dios, en la fiesta eterna de la
Trinidad santísima, del Padre que ama al Hijo en el Espíritu Santo, en un intercambio
ininterrumpido que tiende a expandirse también fuera de la ininterrumpida danza trinitaria.

En consecuencia, existe una sola vocación, la del amor, a dejarse amar y a amar,
a anunciar el amor y a traducirlo, casi declinándolo, en gestos correspondientes, de
acogida, perdón, gratitud, gratuidad, benevolencia, servicio, sacrificio de sí, pasión, paz,
solidaridad, martirio...

Cualquiera sea la vocación específica de cada uno o el camino que luego será
llamado a recorrer, no cambia el destino final de su existencia: recibir el amor y dar amor.
Poniendo al servicio del amor todo lo que el ser humano ha recibido con la vida (y de
Dios, en última instancia): mente y corazón, sentidos externos e internos, sensibilidad e
inteligencia, cuerpo y alma, sexualidad y emotividad, recursos y proyectos, elecciones y
renuncias...

Tanto la persona célibe/virgen como la casada son llamados, por lo tanto, a


alcanzar el mismo objetivo, si bien por caminos diversos. El mismo objetivo quiere decir la
madurez del amor, la libertad del don de sí, la capacidad de testimoniar el amor como
única razón de existir, con obediencia a aquella norma que el Creador mismo ha puesto
en la naturaleza humana, huella misteriosa y evidente, al mismo tiempo, de la semejanza
con El; que es el Amor.

Y si única es la vocación, existirá también una única infidelidad: la del no amor o


del amor débil, o de la respuesta que no sabe decir y reexpresar el amor del Dios
llamante, lo hace opaco, casi sofocándolo dentro de sí, lo anula y lo aborta, incluso, en el
caso en que la persona no es completamente consciente y responsable. Todas estas
situaciones entendemos concentrarlas en la expresión con la cual se titula nuestro
estudio: «Cuando la carne es débil...» Título que tiene una resonancia bíblica, que alude
a una debilidad -como bien lo sabemos- no sólo de naturaleza afectiva y sexual - sino que
precisamente por esto nos permite ampliar el tema, más aún, y poner la inconsistencia
afectiva al interior del más amplio y complejo mundo de la debilidad humana; como es de
hecho.

Creo que hay mucha sabiduría en aquel dicho popular según el cual «no se
consagra bien quien no se casaría bien, ni se casa bien quien no se consagraría bien».
He aquí por que es importante discernir con finura en el tiempo de la formación
inicial el nivel de consistencia y de libertad afectiva del llamado al presbiterado o a la vida
consagrada, o aquello que permite a la persona percibir la llamada como signo exquisito
de amor que suscita amor. Y, al mismo tiempo, al interior de esta atención, es
dispensable identificar, desde el inicio, los posibles signos de inmadurez y las eventuales
patologías del desarrollo afectivo-sexual. En el marco de un cuadro normativo que fija los
criterios, identificar desde el inicio los posibles signos de inmadurez y las eventuales
patologías del desarrollo afectivo-sexual. En el marco de un cuadro normativo que fija los
criterios del crecimiento de la madurez afectiva general, pero también, atento a las
exigencias propias del camino sacerdotal y religioso en tal sentido.

Y no por una cuestión o una finalidad única y exclusivamente de tipo selectiva (con
la garantía de una inexistente superioridad de la... especie), sino por una exigencia de
verdad y de caridad hacia la persona directamente interesada y su necesidad de ser
ayudada a conocerse, incluso en sus aspectos menos positivos en vistas de una elección
ponderada, sino también, para quien un mañana, en alguna forma, entrará en contacto
con su acción ministerial, y con aquel amor del cual ésta es signo y del cual cada viviente
tiene necesidad.

La reflexión que continúa quiere ofrecer algún elemento de apoyo a este


discernimiento. Y lo hace proponiendo concretamente los criterios, tanto para evaluar la
autenticidad del camino evolutivo en la madurez afectiva, como para diagnosticar su
opuesto en los jóvenes que piden ingresar en nuestras instituciones Normativas, por lo
tanto, para un primer discernimiento. Pero no sólo. En realidad tales criterios pueden
constituir también las indicaciones de fondo sobre los cuales orientar el sucesivo camino
formativo, o las atenciones a tener presentes constantemente en el mismo itinerario, para
llegar, progresivamente a un discernimiento preciso, y no correr el riesgo de encontrarse
al final, en la proximidad de las elecciones definitivas, sin puntos de referencia para la
elección o con las ideas aún confusas al respecto (como muchas veces todavía sucede).

En síntesis, no sólo criterios como ítems, frente a los cuales se pone la alternativa
única en el momento del ingreso (para acoger o rechazar), sino itinerarios de formación, a
lo largo de los cuales se desarrolla, tanto la formación como el discernimiento, o -dicho de
otra forma- tanto la fase de conocimiento del sujeto como aquella de su formación
verdadera y propia. Y no limitada a la fase de la formación inicial, sino también a la de la
formación permanente.

Por el mismo motivo tales indicaciones tienen valor no sólo para los adolescentes y
los jóvenes, sino también para los adultos. Y si es verdad cuanto hemos recordado antes,
acerca de la vocación universal al amor, como expresión de la misma raíz de
proveniencia, entonces cuanto ahora estamos exponiendo podría ser aplicado, por lo me-
nos, en sus líneas generales, no sólo a los aspirantes al sacerdocio y consagrados/as,
sino a quienquiera permanecer fiel a aquella raíz, para que dé frutos buenos y sabrosos,
en cualquier contexto vocacional.

Se recuerda, finalmente al lector, que la presente reflexión ha nacido en el contexto


de un Convenio para animadores y formadores vocacionales italianos, y ha sido
propuesta, con oportunas modificaciones y adaptaciones, en el seminario sobre «El
acompañamiento personal, como mediación formativa vocacional», realizado en Santiago
de Chile del 22 al 28 de Junio del 2003.
El texto que ahora se presenta ha sido nuevamente revisado y enriquecido,
también, a causa de la experiencia hecha en el mismo seminario y gracias al aporte
constructivo de los participantes, y en los límites de lo posible, hecho pertinente a una
situación histórica bien precisa como la chilena.

La intención que ahora se propone la publicación, después del interés mostrado


durante el seminario mismo, es sólo la de ofrecer a los educadores de la Iglesia de Chile
una ayuda en su no fácil trabajo de discernimiento y de formación. Sin ninguna pretensión
de definir algo en modo perentorio, porque no existen inmadurez o patologías afectivo-
sexuales, sino seres humanos con heridas e inconsistencias varias al respecto; con el
máximo respeto y comprensión hacia los límites y los problemas de cada uno, y
recordando, muy bien, que en este campo todos estamos en un camino de crecimiento
fatigoso.

Finalmente, una última clarificación que considero muy importante. Escribiendo


sobre estas cosas, siempre se hace un discurso teórico, se procede con argumentos un
poco técnicos, se habla de «casos», a veces, hasta de casos clínicos, cuando las
perturbaciones son serias o incluso patológicas. Más aún, hasta se puede dar la
impresión de tratar éstos «casos» con certezas absolutas, como si sólo se tratara de
aplicar una teoría. En realidad nada de eso: detrás de éstos análisis hay rostros,
personas, con sufrimientos e incertezas, a menudo, con dramas no siempre
comprendidos exteriormente.

Por lo que a mi se refiere, en todas las fases que me han llevado al desarrollo de
este tema, desde la reflexión hasta la elaboración final, confieso que nunca he podido
prescindir de aquellas personas reales que el trabajo de estos años, tanto de formador
como de psicólogo clínico, me ha llevado a encontrar, y con las cuales, a menudo he
establecido una relación mucho más allá de lo puramente profesional, una relación
humana, en la cual el técnico de la psiquis habitualmente era sobrepasado por el
creyente que busca humildemente comprender y ayudar a entender para hacer una
elección precisa.

Haciendo tal trabajo se tocan con la mano los muchos límites de nuestros
conocimientos y se advierte todo el peso del discernimiento que se refiere a la vida y al
futuro de una persona, pero que también debe ser hecho y no puede ser cargado sobre
las espaldas del otro, especialmente en ciertos casos.

Si hoy puedo realizar esta fatiga y puedo proponer, sin ninguna pretensión, quede
claro, estos criterios para el discernimiento vocacional, lo debo también a ellos, a estas
personas que en diversos modos he seguido, a las cuales he tratado de indicar un posible
camino para recorrer y que he ayudado a elegir tal camino. Con algunas de estas
personas la relación todavía está en curso. Más o menos, de todas estas personas he
tenido y tengo la posibilidad de observar el resultado final de la elección hecha o el
recorrido realizado sucesivamente, alcanzando a verificar, también la bondad, más o
menos de los criterios adoptados, de la metodología seguida, de las indicaciones
ofrecidas.

Justamente esta oportunidad de evaluación enriquece la experiencia y me permite,


al presente, formular las indicaciones contenidas en esta reflexión. La pongo con gusto a
disposición de un público más amplio y a mi particularmente querido como el chileno, de
los educadores y formadores de esta tierra y de esta iglesia, tan rica de vocaciones, pero
también ella marcada por las heridas de discernimientos no suficientemente atentos a la
complejidad del misterio humano, y por lo tanto, consciente de la exigencia de aprender
siempre mejor el arte de discernir.

Mi esperanza es que, en lo pequeño, tal reflexión pueda ayudar a quien está en


camino hacia la elección de la vida y a quien acompaña el camino de la elección. Lo
importante es que el camino y el deseo de crecimiento no terminen nunca, porque El, el
Dios amante, no termina de llamar a aquellos que ama.

El Autor

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