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Introducción
Bienaventurados son aquellos que, como Dios, ofrecen la compasión en acción, el perdón, la
sanidad, el socorro y la lealtad de pacto para con los necesitados. – David P. Gushee
La palabra griega traducida al español como misericordiosos es “eleemon” que significa generoso
en hacer obras de liberación.
La misericordia tiene que ver con una acción, específicamente con una acción generosa que libera
a alguien en necesidad o esclavitud. Esto hace eco a lo que dice en:
Proverbios 14:21 “Peca el que menosprecia a su prójimo; Mas el que tiene misericordia de los
pobres es bienaventurado.”
El término «misericordia» hay que entenderlo bien, porque puede connotar cosas verdaderas y
buenas, pero también cosas insuficientes y hasta peligrosas: sentimiento de compasión (con el
peligro de que no vaya acompañado de una praxis), «obras de misericordia» (con el peligro de que
no se analicen las causas del sufrimiento), alivio de necesidades individuales (con el peligro de
abandonar la transformación de las estructuras), actitudes paternales (con el peligro del
paternalismo).
En la LXX “misericordia” denota una actitud que brota de las mutuas relaciones, p. ej. entre
parientes, entre anfitriones y huéspedes, entre amos y siervos, entre quienes están en una
relación de alianza. Es un acto más que una disposición, que tiene como base la confianza y como
actitud apropiada la lealtad.
Dios se ha atado libremente a su pueblo, y por eso los justos pueden depender de su
“misericordia” en cuanto que ellos mismos muestran misericordia.
El “perdón” de Dios es su amor fiel y misericordioso, que está prometido y por lo tanto puede ser
esperado aun cuando no pueda ser reclamado. Pero, puesto que somos infieles, este amor asume
la forma de gracia que perdona, a partir de la cual vendrá en última instancia la salvación
definitiva, de modo que perdón se convierte en un término escatológico.
Misericordia en los Evangelios puede significar perdón que libera de la esclavitud de la culpa o una
acción de liberación en el sentido de sanar o dar.
De modo que puede ser que a lo largo de Mateo “misericordia” y palabras relacionadas impliquen
que la acción misericordiosa es la expresión concreta de una lealtad a Dios y que lo que exige Dios
no es tanta actividad dirigida hacia Dios sino una bondad que beneficie a otras personas.
Mateo 9:13 “Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no
he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento.”
En el contexto del Antiguo Testamento la palabra “misericordia” del hebreo “Hesed” significa
literalmente comportamiento conforme a una solidaridad que se deben recíprocamente los que
han concluido la alianza.
Dado que, tanto en el caso en que la alianza sea concluida entre iguales como sobre todo en el
caso en que una de las partes, superior en fuerza y en poder, imponga la alianza a la otra parte
más débil, puede existir una diferencia de nivel entre el que presta ayuda y el que la necesita, el
contenido de la palabra éleos = hesed abarca desde el sentido general de fidelidad a la alianza
hasta el de bondad, gracia, misericordia.
Es sabido que en el origen del proceso salvífico está presente una acción amorosa de Dios: «He
visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en
sus sufrimientos y he bajado a liberarlos» (Ex 3,7s).
Es hasta cierto punto secundario el establecer con qué término haya que describir esa acción de
Dios, aunque lo más adecuado es denominarla «liberación». Lo que aquí nos interesa recalcar, sin
embargo, es la estructura del movimiento liberador: Dios escucha los clamores de un pueblo
sufriente y, por esa sola razón, se decide a emprender la acción liberadora.
A esta acción del amor así estructurada la llamamos «misericordia ». Y de ella hay que decir:
a) que es una acción o, más exactamente, una re-acción ante el sufrimiento ajeno interiorizado,
que ha llegado hasta las entrañas y el corazón propios (sufrimiento, en este caso, de todo un
pueblo, infligido injustamente y a los niveles básicos de su existencia)
El sufrimiento ajeno interiorizado es, pues, principio de la reacción de misericordia; pero ésta, a su
vez, se convierte en principio configurador de toda la acción de Dios, porque:
a) no sólo está en el origen, sino que permanece como constante fundamental en todo el Antiguo
Testamento (la parcialidad de Dios hacia las víctimas por el mero hecho de serlo, la activa defensa
que hace de ellas y su designio liberador para con ellas).
b) desde ella cobra lógica interna tanto la historización de la exigencia de la justicia como la
denuncia de los que producen injusto sufrimiento.
c) a través de esa acción —no sólo con ocasión de ella— y de sucesivas acciones de misericordia,
se revela el mismo Dios.
d) la exigencia fundamental para el ser humano y, específicamente, para Su pueblo es que rehagan
esa misericordia de Dios para con los demás y, de ese modo, se hagan afines a Dios.
El contexto del evangelio de Mateo indica dos maneras de practicar esta bienaventuranza, en
conformidad con las que puso de relieve el Antiguo Testamento: (Mateo 18:23-35)
[a] se es misericordioso socorriendo todo tipo de miserias expresadas en obras liberación (don de
salvación)
El Reino como don de Dios puede ilustrarse mejor si se estudia la palabra "salvación". En los
Evangelios, las palabras "salvar" y "salvación" se refieren tanto a una bendición escatológica como
a una bendición actual.
La salvación escatológica significa no sólo la redención del cuerpo, sino también la restauración de
la comunión entre Dios y el hombre que se había perdido por el pecado.
La misión de Jesús de salvar a los perdidos tiene una dimensión tanto actual como futura. Buscó al
pecador no sólo para salvarlo de la condenación futura, sino para conducirlo a la salvación actual.
La presencia de la salvación mesiánica también se ve en los milagros de curación que Jesús hizo,
para los cuales se utiliza el verbo griego que significa "salvar". La presencia del Reino de Dios en
Jesús significaba liberación del flujo de sangre (Mc. 5:34), de la ceguera (Mc. 10:52), de la posesión
diabólica (Lc. 8:36), e incluso de la muerte misma (Mc. 5:23).
Jesús afirmó que estas liberaciones eran prueba de la presencia de la salvación mesiánica (Mt.
11:4-5). El Reino de Dios se preocupa no sólo de las almas de las personas, sino de la salvación de
todo ser humano.
Esta mención del perdón apunta hacia un significado más profundo de la salvación mesiánica.
Según Marcos, el conflicto entre Jesús y los escribas comenzó cuando Jesús se atribuyó el perdón
de pecados. Tal pretensión no era sino una blasfemia, porque sólo Dios tenía el derecho de
perdonar pecados (Mc. 2:7).
El carácter básico del perdón de pecados en el concepto del Reino de Dios se ilustra con la
parábola del perdón (Mt. 18:23-35). Presenta la relación entre el perdón divino y humano en el
Reino de Dios.
Ésta fue su "salvación". Jesús hizo lo que anunció. La presencia del Reino de Dios no fue una
nueva enseñanza acerca de Dios, fue una nueva actividad de Dios en la persona de Jesús: traer a
las personas, como experiencia presente, lo que los profetas habían prometido en el Reino
escatológico.
a) Cuando Jesús quiere hacer ver lo que es un ser humano cabal, cuenta la parábola del buen
samaritano. Es un momento solemne en los evangelios que va más allá de la curiosidad por saber
cuál es el mayor de los mandamientos. Se trata, en dicha parábola, de decirnos en una palabra lo
que es el ser humano.
Pues bien, ese ser humano cabal es aquel que vio a un herido en el camino, re-accionó y le ayudó
todo lo que pudo. No nos dice la parábola que fue lo que razono el samaritano ni con qué finalidad
última actuó. Lo único que se nos dice es que lo hizo «movido a misericordia».
El ser humano cabal es, pues, el que interioriza en sus entrañas el sufrimiento ajeno —en el caso
de la parábola, el sufrimiento injustamente infligido— de tal modo que ese sufrimiento
interiorizado se hace parte de él y se convierte en principio interno, primero y último, de su
actuación.
La misericordia —como re-acción— se torna la acción fundamental del hombre cabal. Esta
misericordia no es, pues, una entre otras muchas realidades humanas, sino la que define en
directo al ser humano.
Esa misericordia es también la realidad con la que en los evangelios se define a Jesús, el cual hace
con frecuencia curaciones tras la petición: «ten misericordia», y actúa porque siente compasión de
la gente. Y con esa misericordia se describe también a Dios en otra de las parábolas fundantes: el
Padre sale al encuentro del hijo pródigo y, cuando lo ve —movido a misericordia—, reacciona, lo
abraza y organiza una fiesta.
b) Si con la misericordia se describe al ser humano, a Cristo y a Dios, estamos, sin duda, ante algo
realmente fundamental.
Es el amor, podrá decirse con toda la tradición cristiana, como si fuese lo ya sabido; pero hay que
añadir que es una específica forma del amor: el amor práxico que surge ante el sufrimiento ajeno
injustamente infligido2 para erradicarlo, por ninguna otra razón más que la existencia misma de
ese sufrimiento y sin poder ofrecer ninguna excusa para no hacerlo.
Elevar a principio esta misericordia puede parecer un mínimo; pero, según Jesús, sin ella no hay
humanidad ni divinidad y, como todos los mínimos, es un verdadero máximo. Lo importante es
que ese mínimo-máximo es lo primero y lo último: no existe nada anterior a la misericordia para
motivarla, ni existe nada más allá de ella para relativizarla o rehuirla.
De forma sencilla, puede apreciarse esto en el hecho de que el samaritano sea presentado por
Jesús como ejemplo consumado de quien cumple el mandamiento del amor al prójimo; pero en el
relato de la parábola no aparece para nada que el samaritano socorra al herido para cumplir un
mandamiento, por excelso que sea, sino, simplemente, «movido a misericordia».
Por ser misericordioso —no por ser un «liberal»—, Jesús antepone la curación del hombre de la
mano seca a la observancia del sábado. Su argumentación para ello es obvia e inatacable: «¿Es
lícito hacer en sábado el bien en lugar del mal, salvar una vida en lugar de perderla?» (Mc 3:4). Sin
embargo, sus adversarios —descritos, por cierto, con términos antitéticos a Jesús: «la dureza de su
corazón» (v. 5)— no sólo no quedan convencidos, sino que actúan contra Jesús, y así el relato
concluye de manera espeluznante: «En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los
herodianos contra él, para ver cómo eliminarlo » (v. 6).
d) A pesar de ello, Jesús proclama: «¡Dichosos los misericordiosos! » La razón que da Jesús en el
evangelio de Mateo parece ir en la línea de la recompensa: «alcanzarán misericordia ». Pero la
razón más honda es intrínseca. Quien vive según el «principio-misericordia» realiza lo más hondo
del ser humano, se hace afín a Jesús —el «homo verus» del dogma— y al Padre celestial.
En esto consiste, podríamos decir, la felicidad que ofrece Jesús: «Dichosos, benditos vosotros, los
que ejercitáis la misericordia, los de ojos limpios, los que trabajáis por la paz, los que tenéis
hambre y sed de justicia, los perseguidos por ella, los pobres...» Escandalosas pero iluminadoras
palabras. Jesús quiere que los seres humanos sean felices, y el símbolo de esa felicidad consiste en
llegar a estar unos con otros, en la mesa compartida. Pero mientras no aparezca en la historia la
gran mesa fraternal del reino de Dios, hay que ejercitar la misericordia, y eso —dice Jesús—
produce gozo, alegría, felicidad.