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SEMINARIO MARIOLÓGICO:

MARÍA: ¿MADRE DE CRISTO Y NO DE DIOS?

Hno. Alexandre José Rocha de Hollanda Cavalcanti

Texto 01: La maternidad divina

Introducción

La pregunta que da título a este Seminario ha sido formulada hace muchos


años en la suntuosa catedral de Constantinopla, consagrada por Constantino como
«la ciudad de María». Sentado en la sede episcopal, el Patriarca Nestorio asiste
connivente al sacerdote Anastasio que en el púlpito declaraba que María es Madre
de Cristo, pero que no podría nunca ser llamada Madre de Dios, pues ella es
criatura, posterior a Dios, que es eterno. Días después, el mismo Nestorio
pronuncia verbosos sermones condenando el uso de la palabra Theotókos para
referirse a la Madre de Jesús.
La noticia corrió veloz por toda la región, y el día 23 de diciembre, en que
se celebraba una solemnidad de la Virgen María, fue invitado a predicar el obispo
de Cysica, san Proclo, discípulo de san Juan Crisóstomo y célebre por su
elocuencia.
La Basílica de Santa Sofía, estaba rebosante de gente. Proclo sabía bien que
se encontraría delante de un poderoso adversario, pero no tenía miedo. El pueblo
estaba ansioso para escuchar sus palabras. Nestorio, indiferente al murmurar de
la gente, ni imaginaba lo que le esperaba…
San Proclo, con voz suave, pero segura, comienza a decir que esta feliz
ocasión le era concedida por la Providencia para hacer resonar en aquella basílica
algunas verdades muy útiles. Mirando fijamente al patriarca Nestorio, dijo sin
hesitación: «La Iglesia nos enseña que Jesús es Dios y Hombre. Si decimos que
es puro hombre, nos asemejamos a los judíos que lo mataron y si afirmamos que
no tiene naturaleza humana, nos unimos a los maniqueos, excomulgados por la
Iglesia. Por tanto, afirmar que Cristo y el Verbo divino son dos Personas
diferentes es estar separado de Dios».
La gente miraba sin entender dónde quería llegar… Nestorio se mostraba
visiblemente desagradado…
Continúa san Proclo: «La materia versa sobre la justa gloria de aquella mujer
que mereció el inaudito prodigio de ser Virgen-Madre, pero no Madre de un
hombre cualquiera, sino de Jesucristo, que es Dios. La Virgen es, por tanto, la
Santísima Madre de Dios, que nos reúne a todos en un mismo entusiasmo». El
pueblo le aplaudió con fuerza… Nestorio se levantó y fue al púlpito, visiblemente
amargado. Intentó afirmar que no debía decirse que Dios hubiera nacido de María,

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ni que hubiese muerto, sino solamente que estaba unido a Jesús, que fue quien
nació y murió. La bulla de la gente casi le impedía hablar, pero prosiguió diciendo
que Dios, que existe desde la eternidad, existe mucho antes de María y por eso no
puede haber sido engendrado por ella, ni deberle la existencia, ni tampoco ser su
Hijo.
Indignado, un laico llamado Eusebio, que era un renombrado abogado de
Constantinopla, gritó para que todos lo escucharan: «El Verbo eterno por segunda
vez nació en el cuerpo y de la Virgen». Nestorio se calló asustado, y con los ojos
chispeando de odio, intentó hablar pero bulla de la gente era tan grande que no
consiguió pronunciar palabra…
Instigado por Nestorio, Doroteo, obispo de Marianople se puso de pie frente
al altar y gritó: ¡Anatema!... ¡Anatema!
Se hizo silencio en el ambiente.
Doroteo, que tenía una voz potente, gritó: «¡Anatema a aquel que dice que
María es Madre de Dios!»
Nestorio se hincha de alegría, vuelve a sentarse con una sonrisa en la cara,
mas ésta se transforma en amargada tristeza al ver que la gente se para indignada
y comienza a abandonar el recinto escandalizada con la blasfemia de Doroteo. A
partir de ahí, las misas celebradas por Nestorio casi siempre están vacías. El grito
silencioso del pueblo cristiano, tan unánime cuanto espontáneo, daba el anatema
verdadero, haciendo eco al primer grito de alabanza a María, proclamado por
santa Isabel: «¡Madre de Dios!»1.
Lleno de soberbia, Nestorio decreta que todos los sacerdotes bajo su
jurisdicción deben firmar un documento declarando que María es Madre de Cristo
y no Madre de Dios.
1. Concilio de Nicea

Para entender esta acalorada discusión, necesitamos retroceder algunos años


en el tiempo…
Desde los inicios de la Iglesia fue difícil comprender el misterio de la
Encarnación de Jesucristo, que es verdadero hombre, sin dejar de ser verdadero
Dios. Este Misterio necesitó ser defendido por el Magisterio durante los primeros
siglos, frente a las herejías que procuraban falsear su comprensión.
Las primeras herejías negaron más la humanidad verdadera que la divinidad
de Jesucristo (docetismo gnóstico). Decían que Jesús era Dios, pero no era
verdaderamente hombre, que tenía sólo una apariencia humana. Posteriormente,
surgieran posturas que presentaban a Jesús como Hijo por adopción: decían éstos

1
Cf. NICOLÁS, Augusto. La Virgen María viviendo en la Iglesia. Nuevos estudios filosóficos sobre el cristianismo,
II. Lérida: Carruez, 1871, pp. 113-114; POZO, Cándido. María en la Escritura y en la fe de la Iglesia. Madrid:
BAC, 1979, pp. 105-107.

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que Jesús fue creado hombre y adoptado como Hijo de Dios. En el Concilio de
Antioquía, la Iglesia condenó las herejías de Pablo de Samosata, enseñando que
Cristo es Hijo de Dios por naturaleza y no por adopción.
Un discípulo de Pablo de Samosata causó mucha discusión en esta época,
afirmando que Jesús era criatura — aunque la primera y más importante de todas
—, pero era criatura de Dios. Se llamaba Arrio, y era sacerdote en Alejandría. Con
elevada soberbia decía: «El Hijo de Dios salió de la nada y es de una naturaleza
distinta de la del Padre». San Atanasio le planta cara haciendo una demostración
profunda de que Jesús es el Hijo eterno de Dios, como enseña san Juan en su
Evangelio y que se encarnó, haciéndose hombre en el seno virginal de María.
Para zanjar el problema, en el año 325 la Iglesia se reúne en su primer
Concilio Ecuménico, en la ciudad de Nicea, en Bitinia, Asía Menor. Después de
muchas discusiones teológicas, fue definido dogmáticamente que Jesucristo, el
Hijo de Dios es «engendrado, no creado, de la misma substancia (homoousios)
que el Padre». Arrio fue excomulgado y se definió la doctrina de la unión
hipostática.
La unión de dos naturalezas en la única Persona del Verbo de Dios es la clave
del Misterio de Cristo.
La persona, o hypostasis, es una substancia individual completa, que se
posee a sí misma por el conocimiento y la libertad, que se realiza perfectamente
en la relación con los demás.
La naturaleza significa la esencia específica que define lo que una cosa es:
por ejemplo, la naturaleza de «Pedro» es ser hombre.
Así tenemos en Jesucristo una única Persona, la divina, y dos naturalezas: la
divina y la humana.
Esta unión es completamente misteriosa, no tiene semejanza con ninguna
otra, la conocemos únicamente por la fe. La comparación más utilizada por la
Tradición es la unión del alma con el cuerpo (Quicumque, DS 76): la unión de dos
substancias que forman una sola persona. La comparación no es unívoca, puesto
que el alma y el cuerpo separados son dos substancias incompletas, mientras que
la divinidad y la humanidad de Cristo son verdaderas y completas. Así, Cristo es
un hombre total, sobrenaturalmente perfecto.
Cristo tiene las cualidad naturales y sobrenaturales que son convenientes a
nuestra salvación, por eso no ha asumido los defectos y limitaciones que
dificultarían la obra salvífica, como el pecado o la ignorancia, aunque haya
asumido las limitaciones de nuestra naturaleza que sirven a la finalidad
soteriológica de la Encarnación, como la pasibilidad al dolor y a la muerte2.

2
Cf. BARRIENDOS, Vicente Ferrer. Jesus Cristo Nosso Salvador. Iniciação à Cristologia. Lisboa: Diel, 2005, pp.
69-73.

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2. Escuelas de Antioquía y Alejandría

Para comprender la discusión que tuvo lugar en Constantinopla es necesario


conocer la diferencia conceptual de la cristología existente en la época, entre las
escuelas: de Antioquía y de Alejandría.
2.1. La Escuela de Antioquía

En la Escuela de Antioquía se utilizaba el esquema de la Cristología


ascendente, que toma como punto de partida el aspecto humano de Jesús,
deteniéndose en la figura del «Siervo de Yaweh», obediente hasta la muerte,
considerando su divinidad como revelada por su humanidad.
Se fundamenta, sobre todo, en la Carta de san Pablo a los Filipenses donde
se afirma que Jesús se hizo obediente hasta la muerte de Cruz. Esta concepción
acentuaba la humanidad de Jesús, deteniéndose en el sentido literal e histórico de
la Escritura.
Los antioquenos comprendían con facilidad la dualidad de naturalezas en
Cristo pero tendrían dificultad en aceptar la unidad personal.
2.2. La Escuela de Alejandría

Esta escuela utilizaba el esquema de la Cristología descendente, cuyo punto


de partida es la divinidad de Jesús.
Basada en Jn 1,1.14, afirmaba la preexistencia del Verbo, que ha asumido la
naturaleza humana en el seno virginal de María. Vivió en todo como hombre
(excepto en el pecado) y retornó al Padre con su humanidad resucitada.
La Escuela de Alejandría consideraba de preferencia la Divinidad y el
aspecto trascendental de Jesús, procurando explorar el sentido teológico de las
Escrituras. Aceptaba con facilidad la unidad personal, pero tenía dificultad en
comprender que Jesús tenía dos naturalezas distintas.
2.3. Visión de conjunto

Las dos escuelas abordan el tema por aspectos diferentes pero verdaderos,
puesto que Cristo es el Verbo preexistente que se encarnó para nuestra salvación,
como afirma el Credo. Al mismo tiempo, es en cuanto Hombre que Él se revela y
revela al Padre, tornándose mediador y plenitud de la Revelación.
Las visiones unilaterales de las dos escuelas, llevaron a desvíos doctrinales
que originaron algunas de las herejías cristológicas corregidas por la Iglesia.
3. La cuestión nestoriana

Como se ha visto, Nestorio era Patriarca de Constantinopla y quiso imponer


la fórmula Christotókos, sustentando que María no podría ser llamada Madre de
Dios. En el fondo pensaba que en Jesucristo se debían considerar dos personas:

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Jesucristo Dios y Jesucristo Hombre. Por eso, concluía que María era madre del
hombre Jesucristo y por eso no podría llamarse Madre de Dios.
En oposición a Nestorio se levantó el Santo Patriarca Cirilo de Alejandría,
que destacaba: «si decimos que el Hijo de Dios nació y sufrió, no queremos decir
con eso que nació o sufrió la divinidad, sino la humanidad de Jesús que está
inseparablemente unida a su divinidad». María es Madre de Dios por haber dado
a luz el Hijo eterno de Dios, según su humanidad. La discusión llegó al Papa
Celestino y, a su pedido, el Emperador Teodosio II convocó el Concilio de Éfeso
donde triunfó la posición defendida por el Santo Patriarca de Alejandría3.
El Concilio de Éfeso tuvo lugar el año 431. Nestorio se presentó con 15
obispos; Cirilo, con más de 40. A causa del mal tiempo, los legados pontificios
llegaron con 14 días de retraso. Sin la presencia de los legados, Cirilo, como
representante del Papa, invitó a Nestorio a una sesión el 22 de junio. Éste se negó.
Pero la sesión tuvo lugar. Durante ella Nestorio fue excomulgado, fue aprobado
solemnemente el título de Theotókos e incluido en el lenguaje eclesiástico-
teológico. El protocolo fue firmado por los 197 asistentes y Cirilo lo firmó en
nombre del Sumo Pontífice, el Papa Celestino4.
Cuando más tarde llegaron los legados pontificios (11 de julio), aprobaron
todo lo realizado.
Este concilio definió dogmáticamente la maternidad divina de María por
haber dado a luz a Jesucristo, que es Dios y Hombre en unidad inseparable,
utilizando el título Theotókos con fundamento en la única Persona divina de Cristo,
caracterizando que María es Madre del Hijo de Dios hecho hombre.
La definición del Concilio de Éfeso es clara y relaciona la Maternidad divina
de María a la unión hipostática de su Hijo:
«La divinidad y la humanidad constituyen un solo Señor […] Porque no nació
primeramente un hombre vulgar, de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo;
sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como
quien hace suyo el nacimiento y la propia carne... De esta manera [los Santos Padres] no
tuvieron inconveniente en llamar Madre de Dios a la santa Virgen». (D. 111)
El Concilio confirmó la segunda carta de San Cirilo a Nestorio, en la cual
señalamos principalmente el canon primero:
«Si alguno no confiesa que Dios es según verdad el Emmanuel, y que por eso la santa
Virgen es madre de Dios (pues dio a luz carnalmente al Verbo de Dios hecho carne), sea
anatema»5.

3
Sobre la maternidad divina comenta Santo Tomás: «Una mujer es madre de alguien por haberlo concebido y generado.
Donde se sigue que la Bienaventurada Virgen puede ser llamada con propiedad Madre de Dios. Sólo así se podría negar
que la Bienaventurada Virgen es la madre de Dios: O porque la humanidad habría sido concebida y nacida antes que
aquel hombre fuese Hijo de Dios, como afirmó Fotino, o porque la humanidad no habría sido asumida en la unidad de
la persona o hipóstasis del Verbo de Dios, como afirma Nestorio. Las dos proposiciones son falsas. Por lo tanto, es una
herejía negar que la Bienaventurada Virgen sea madre de Dios». (S. Th. III, q. 35, a. 4)
4
Cf. GARCÍA PAREDES, José Cristo-Rey. Mariología. Madrid: BAC, 1995, p. 247.
5
Cf. DS 252 (ed. 1964) – Concilio de Efeso, can. 1: «Si quis non confitetur, Deum esse secundum veritatem

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Resumiendo: por estar unida en la Persona de Jesucristo la humanidad y la
divinidad en una unidad ontológica, se llama a María, con razón, Madre de Dios,
pues nadie es madre de algo, sino de alguien y por tanto de una persona. La
Persona de quien María es Madre es Dios, por tanto, María es Madre de Dios,
quedando claro que no se trata del origen eterno de la Segunda Persona de la
Santísima Trinidad, sino que de María nació el Hijo de Dios hecho carne.
Durante aquellos días el pueblo de Éfeso había escuchado en todas las
iglesias predicaciones sobre el tema. La historia ha conservado testimonios de la
alegría de los cristianos ante la decisión del Concilio realizado en la ciudad en la
cual, según la tradición, María Santísima habría residido6.
Con los cuatro primeros concilios ecuménicos7 la doctrina mariana quedó
precisada por muchos siglos. La proclamación de la identidad de Cristo en la
unicidad de su persona divina y en la dualidad de las naturalezas afirmaba
claramente que Él es Dios y hombre. Esta verdad de fe condujo a una mejor toma
de conciencia del misterio de María como una garantía de la doctrina verdadera y
el consecuente amor más explícito a la Madre del Señor, la Theotókos8.
4. La Maternidad divina
Se comprende así que la Maternidad Divina no es una cuestión propiamente
mariológica, sino estrictamente cristológica.
El centro neurálgico de este tema es la unión de naturalezas en la unidad de
la Persona del Verbo encarnado.
El entonces Cardenal Joseph Ratzinger explica que la expresión Madre de
Dios suscitó intensas discusiones durante mucho tiempo. En estas discusiones, lo
que en el fondo se debatía era cuán profunda es la unión entre Dios y el hombre
llamado Jesucristo; si es tan grande que permita decir: «Sí, el que ha nacido es
Dios, en consecuencia, Ella es la Madre de Dios». Lógicamente no lo es en el
sentido de que Ella haya producido a Dios, sino que fue madre de aquella Persona
que tiene completa unión con Dios (unión hipostática). De este modo Ella ha
entrado en una unión única con Dios9.
Por determinar la unión única entre María y Jesucristo, la Maternidad divina
es el mayor privilegio de la Virgen María, en virtud del cual le fueron concedidos
todos los otros privilegios, incluso cronológicamente anteriores, como es el de la
Inmaculada Concepción.

Emmanuel, et propter hoc Dei genitricem Sanctam Virginem (genuit enim carnaliter carnem factum qui est ex
Deo Verbum), anathema sit».
6
Cf. MONTOJO MAGRO, Ignacio. La herejía nestoriana y el dogma de la Maternidad Divina, Revista Heraldos del
Evangelio, n. 92. Lima, marzo del 2011, p. 21.
7
Nicea (325); Constantinopla I (381); Éfeso (431) y Calcedonia (451).
8
Cf. KÖEHLER, Th. Historia de la Mariología. En: DE FIORES, Stefano; MEO, Salvatore. Nuevo Diccionario de
Mariología. Madrid: Paulinas, 1988, p. 838.
9
Cf. RATZINGER, Joseph; SEEWALD, Peter. Dios y el Mundo, una conversación con Peter Seewald: Las opiniones de
Benedicto XVI sobre los grandes temas de hoy. Madrid: Galaxia Guttemberg, 2005, pp. 277-276.

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Por este motivo, el título de Madre de Dios (Theotókos) fue proclamado por
primera vez antes del nacimiento del Mesías por Santa Isabel: «Meter ton Kyrion»
(Lc 1,43) «Madre de mi Señor», lo que equivale a decir «Madre de Dios». Pero,
el primer testimonio indiscutible lo encontramos en una carta circular del Obispo
Alejandro de Alejandría (250-†328), en la cual se afirma:
«Después de esto profesamos la resurrección de los muertos cuya primicia fue nuestro
Señor Jesucristo, quien realmente, y no sólo en apariencia, tomó un cuerpo de María, la
Madre de Dios» (Εκ της θεοτόκου Μαριας; 1,12)10.
La invocación de María como Theotókos se encuentra también en la oración
Sub tuum præsidium, encontrada en el papiro Rylands Gk 470, escrito en griego,
descubierto en el desierto de Al Fayum — Egipto —11, donde la Virgen Santísima
es invocada bajo el título de Theotókos, posteriormente traducido al latín como
Dei genitrix.
El uso del término Theotókos, que literalmente debería ser traducido como
deípara, evidencia que la comprensión cristiana de la Maternidad divina de María
es completamente diferente de la concepción pagana que utilizaba el término
meter theon para referirse a una madre de un dios mitológico, pues esta madre
sería a su vez una diosa, como en el caso de Perseo hijo de la supuesta unión entre
Zeus y Danae.
María, — explica san Justino en la polémica con el judío Trifón — siendo
mujer, engendró por obra divina a su Hijo Jesús, Verbo eterno de Dios. De esta
forma, la presencia del título Theotókos en la oración de los inicios de la Iglesia y
anterior a la declaración dogmática de la Maternidad divina, demuestra la clara
concepción cristiana de que María es Madre de Dios en su naturaleza humana,
totalmente diferente de la concepción vigente en la sociedad pagana. Cuando el
paganismo era aún vigente, los cristianos evitaban la palabra corriente para la
designación de madre de dios, prefiriendo el término griego para la expresión
«aquélla que ha dado a luz a Dios», es decir la Theotókos, que el cristianismo
traduce por Madre de Dios.
Como obra de la fe y no un simple proceso biológico, la maternidad divina
pertenece al fundamento mismo de la fe cristiana, constituyéndose en el
acontecimiento central de la historia de la salvación. La acción del Espíritu Santo
para engendrar el Hijo de María sólo acontece después de la aceptación libre de
la Virgen (ayudada por la gracia del mismo Espíritu). Esta disposición voluntaria
de la «esclava del Señor» caracteriza la auténtica cooperación de la humanidad
con Dios, pues convenía – afirma san Agustín – que Cristo «se hiciese hombre
por el hombre»12.

10
QUASTEN, Johannes. Patrología II: La edad de oro de la literatura patrística griega. Madrid: BAC, 1962, p. 13.
El historiador Sócrates refiere una mención de Orígenes a la Virgen María como Theotókos, pero no es un
testimonio indiscutible.
11
Cf. FERNÁNDEZ, Aurelio. Teología Dogmática: Curso fundamental de la fe católica. Madrid: BAC, 2009, p. 405.
12
AGUSTÍN DE HIPONA. Sermón LXXII A 4. En: Obras completas de San Agustín, edición bilingüe, Tomo X,

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Es, por tanto, en función de esta cooperación activa en la salvación,
caracterizada por la Maternidad divina, que María fue redimida preservativamente
de la culpa original y fue llena de gracia para cumplir en la perfección este mandato.
La Maternidad divina hace que María pertenezca a un orden singular y único
con su Hijo: El orden de la unión hipostática13. Ella es la Perfecta Discípula de
Jesús, como lo testimonia el propio Cristo: «El que cumple la voluntad de mi
Padre, ¡ese – esa – es mi madre!»14.
Cyril Vollert, S.J., en su estudio, «Principio Fundamental de la Mariología»,
afirma, después de larga y profunda investigación, que la Maternidad divina es el
principio básico de toda la mariología, que informa, cohesiona y da unidad a toda
su concreción científica como una rama de la ciencia. Se basa en que ella reúne al
menos las tres condiciones siguientes:
1. Que es una verdad de fe: Por lo menos a partir del Concilio de Éfeso
(431), se puede afirmar con toda certeza que la Maternidad divina de María es
doctrina revelada, perteneciente al Depósito de la Fe y no apenas una opinión
teológica especulativa.
2. Que es uno solo, no dos o más: Todos los dones concedidos a la Virgen
Santísima lo son en virtud de su vocación para ser Madre de Dios.
3. Que constituye el último fundamento y la base de las demás verdades
mariológicas: Esto se comprueba del estudio de las demás verdades de la
mariología científica: Todos los privilegios de María le fueron concedidos porque
había de ser la Madre del Verbo Encarnado15.
En la Homilía en la Solemnidad de la Madre de Dios, del primer día del año
2008, el Papa Benedicto XVI puntualizó:
«El título de Madre de Dios — juntamente con el de Virgen santa — es el más antiguo;
constituye el fundamento de todos los demás títulos con los que María ha sido venerada
y sigue siendo invocada de generación en generación»16.
No se entiende que la Madre de Dios haya podido ser en algún momento
«hija de la ira» (Cf. Ef 2,3), la preservación de la mancha original tiene un sentido
de preparación para la Maternidad divina: Es como la preparación del templo17 en
que Dios había de habitar18.

Sermones (2°) 51-116. Sobre los Evangelios Sinópticos. Madrid: BAC, 2007, p. 359.
13
«La maternité divine est done le principe de la mariologie comme l’union hypostatique l’est de la christologie.
Mieux encore, elle n’est ce principe que dans la mesute où elle associe Marie à la grâce de l’union hypostatique»
(NICOLAS, Marie-Joseph. Theotókos le Mystere de Marie. Paris: Desclée, 1965, p. 49).
14
Cf. Mc 3, 35; Mt 12, 50; Lc 12, 21.
15
Cf. ROYO MARÍN, Antonio. La Virgen María: Teología y espiritualidad marianas. Madrid: BAC, 1996, pp. 40-
44.
16
Cf. BENEDICTO XVI. Homilía en la Solemnidad de la Madre de Dios. 01 de enero del 2008. En: Insegnamenti di
Benedetto XVI, Vol. 1, 2008. Città del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 2009, pp. 1-5.
17
«Deus qui per immaculatam Virginis Conceptionem dignum Filio tuo habitaculum præparasti» (Oración en la
fiesta de la Inmaculada Concepción). En: PEZZINI Domenico. Preghiamo: Meditazioni sulle Collette delle
domeniche e delle feste. Bologna: Paoline, 1995, p. 164.
18
Cf. POZO, Cándido. María en la obra de la Salvación. Madrid: BAC, 1984, p. 24-25.

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San Gregorio Nacianceno explica la unión de la Maternidad divina de María
con la unión hipostática del Verbo encarnado, en su famosa carta a Cledonio:
«Si alguno no acepta a santa María como Theotókos, está entonces separado de la
divinidad. [...] Si alguien afirma que antes fue formado el hombre y después sustituido el
Dios [...] si alguien dice que hay dos hijos, uno de Dios Padre y otro segundo de la madre,
y no solo uno y el mismo, ese tal debe ser excluido de la filiación que ha sido prometida
a los que tienen fe. Hay ciertamente dos naturalezas, pero no dos hijos [...] lo que no ha
sido asumido no ha sido redimido»19.

En la Carta a los Obispos de Iberia, San Gregorio Magno afirma:


«No fue primero concebida la carne en el seno de la Virgen y luego vino la divinidad a la
carne; apenas vino el Verbo a su seno, inmediatamente, [...] se hizo carne. [...] El mismo
ser concebido por obra del Espíritu Santo de la carne de la Virgen, fue ser ungido por el
Espíritu Santo»20.

4.1. Posturas divergentes

En general el Concilio de Éfeso es reconocido por todas las iglesias


orientales.
Los protestantes, en el Consensus quinque secularis, (el consenso de las
confesiones protestantes sobre las decisiones de los cinco primeros siglos)
confirman las declaraciones de los Concilios ecuménicos anteriores a la ruptura
con Roma, aceptando el título de Theotókos porque expresa el dogma cristológico
de la unión hipostática.
Martín Lutero destacaba: “De la Maternidad divina deviene toda honra, toda
beatitud y que Ella es, en todo el género humano, una persona única, por encima
de todas, a la cual nadie es igual, por que tiene un Hijo y tal Hijo, juntamente con
el Padre celestial”. 21

Con el pasar del tiempo, los protestantes fueron desvalorizando la función


maternal de María, por rechazar la participación humana en la salvación obrada
por Cristo, afirmando que no se debe dar a María ningún mérito o dignidad,
considerando que la gracia de Dios obra todo sola. Esta crítica luterana colisiona
con la afirmación del Génesis de que la victoria definitiva se dará con la
participación de la misma humanidad: «Ella te aplastará la cabeza» (Gn 3, 15)22
y rechaza el designio divino de que la gracia no excluye la colaboración humana,
sino que la incluye en el acontecimiento salvífico.

19
Cf. GREGORIO NACIANCENO. Carta 101: PG 36,181. En: GARCÍA PAREDES, José Cristo-Rey. Mariología.
Madrid: BAC, 1995, p. 246.
20
DS 250.
21
MARTÍN LUTERO. Auslegung des Magnificat, 1522: LW 7, 57. En: GARCÍA PAREDES, José Cristo-Rey. Op. cit., p. 249.
22
Traducción de la Vulgata, que da el sentido teológico del texto, puesto que Dios instituye la enemestad entre el
linaje de la mujer y el linaje de la serpiente, anunciando que la victoria definitiva será alcanzada por el linaje de la
mujer, que aplastará la cabeza de la serpiente.

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Como Nestorio, la teología protestante tiene una inclinación a separar la
divinidad y la humanidad en Cristo, puesto que consideran totalmente corrompido
el ser humano y por tanto incapaz de colaborar en el acontecimiento salvífico,
llegando a afirmar que la participación de la naturaleza humana de Cristo en la
salvación fue totalmente pasiva.
4.2. Maternidad voluntaria y total

Los Padres de la Iglesia enseñan que en María ocurre una doble concepción:
en su corazón, al aceptar el mensaje del ángel (la palabra de Dios), y en su cuerpo,
como consecuencia, al recibir al Verbo maternalmente (la Palabra de Dios). Su fe
lo acoge en el corazón; su actividad maternal lo acoge en su seno. Por esta segunda
acción es verdaderamente su Madre; por la primera, siguiendo un pensamiento
agustiniano23, debería más bien llamarse su hija.
María ha dado su sí consciente al Mesías y a la humanidad y no a un hijo
para sí misma, lo que caracteriza su aceptación como una participación voluntaria
en la salvación de toda la humanidad. Ella dice sí, por tanto, a toda la misión de
Jesucristo, debiendo, por eso ser llamada, con más precisión: Madre de Dios-
Redentor.
San Luis María Grignion de Montfort destaca la importancia del
consentimiento de Nuestra Señora al designio de Dios, afirmando que gracias al
«sí» de María se realiza la Encarnación redentora. Encuentra en ese «fiat» cinco
características principales:
• Un consentimiento necesario con necesidad hipotética.
• Dado libremente.
• En nombre de toda la humanidad.
• Eterno porque forma parte de la historia de la salvación.
• Salvífico, dado que la Encarnación es salvífica y el consentimiento a ella,
fue un elemento necesario a ese misterio.

23
«Et mater est et virgo. Et mater quidem spiritu, non Capitis nostri quod est ipse Salvator, ex quo illa spiritualiter
nata est; quia omnes qui in eum crediderint, in quibus et ipsa est, recte filii Sponsi appellantur». (De sancta
virginitatis 6: PL 40, 399).

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