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El enfoque del ciclo vital lo hace en varios sentidos:

-En primer lugar, el desarrollo se entiende como un proceso en el que están presentes tanto la
pérdida como la ganancia. Esta co-ocurrencia de pérdidas y ganancias caracteriza todo el ciclo
vital, y se pone de manifiesto tanto en las etapas que tradicionalmente han sido consideradas sólo
de pérdidas (la vejez) como en aquellas que únicamente han sido concebidas en función de las
ganancias (la infancia). Así, en el caso de las primeras décadas de la vida, podemos encontrar que
ciertos avances implican consecuencias secundarias negativas. Por ejemplo, al aprender a vocalizar
se mejora en la producción de ciertos sonidos de la lengua del contexto, pero se pierde la
capacidad para captar y producir sonidos de otras lenguas. De manera similar, al especializarnos y
seleccionar ciertas trayectorias evolutivas (escogiendo determinados estudios o cierta oferta
laboral, por ejemplo), estamos de alguna manera también ‘perdiendo’ las posibilidades que
hubieran estado a nuestro alcance si la decisión hubiese sido otra. Del mismo modo, la vejez no
puede ser entendida sólo como un periodo de pérdidas, sino también como una fase en el que
también pueden conseguirse ciertas ganancias. Además de ciertos aspectos de mantenimiento o
ganancia que se dan en las últimas fases de la vida, incluso las pérdidas, desde este punto de vista,
pueden tener cierto valor como ocasional desencadenante de ganancias posteriores, como
catalizadoras de procesos compensatorios para mitigar sus consecuencias y volver a un nivel de
funcionamiento equivalente y a veces incluso superior al que se tenía antes de la pérdida.

-Considerar pérdidas y ganancias a lo largo de toda la vida no contradice el hecho de que se


evidencien aumentos o decrementos globales. Así, parece difícil negar (y, obviamente, desde el
enfoque del ciclo vital no se hace) la preeminencia de pérdidas y declives en las últimas décadas
de la vida. Sin embargo, sería un error desde este punto de vista concebir la vejez como sólo
pérdida. Lo que se produce es un cambio en el balance entre pérdida y ganancia hacia un mayor
peso y frecuencia de la pérdida, más que la eliminación de un polo en favor de la presencia
exclusiva del otro (Baltes, 1987).

De esta manera, Baltes y sus colaboradores abogan por ampliar el concepto tradicional de
desarrollo, centrado en el crecimiento entendido como comportamientos destinados a alcanzar
niveles más elevados de funcionamiento o de capacidad adaptativa, para incluir también dos
aspectos adicionales (Baltes, Lindenberg y Staudinger, 1998):

a. El mantenimiento, entendido bien como comportamientos destinados a sostener el nivel de


funcionamiento actual en situaciones de riesgo o bien como el retorno a niveles previos de
funcionamiento tras haber experimentado una pérdida.

b. La regulación de la pérdida, entendida como la reorganización del funcionamiento en niveles


inferiores tras una pérdida de recursos externos o internos que hace imposible el mantenimiento
de niveles de funcionamiento habituales.

Esta importancia de los contextos culturales durante todo el ciclo vital y su estrecha relación con
los procesos biológicos de maduración y declive hace que los autores del ciclo vital opten por
superar la dicotomía tradicional entre biología-cultura para entender las influencias que
experimenta el curso de nuestras vidas desde un nuevo punto de vista. En concreto, consideran un

modelo multicausal en el que se pueden diferenciar tres conjuntos de factores antecedentes que
influyen en la producción de procesos de cambio evolutivo (Baltes, 1979):

a. Influencias normativas relacionadas con la edad (Normative age-graded influences): hacen


referencia a factores biológicos o sociales que muestran una alta relación con la edad de los
individuos. Es decir, aparecen generalmente a una edad determinada. Dentro de este grupo caben
tanto las tradicionales influencias biológico-madurativas, como otros factores sociales (p. ej., la
escolarización en la infancia o la jubilación en la vejez) que muestran una gran homogeneidad
interindividual en la forma y momento de aparición. Son responsables de los grandes rasgos en los
que se parece el desarrollo de todas las personas.

b. Influencias normativas relacionadas con la historia (Normative historygradedinfluences): hacen


referencia a factores también de tipo biológico o social,pero que son específicos de cierto
momento histórico y afectan a personas de diferentes edades (generaciones) de manera
diferenciada. Pueden incluir tanto influencias lentas o a largo plazo (como p. ej. el proceso de
cambio tecnológico, el cambio de valores respecto a la vida en pareja, etc.) como otras más
puntuales y específicas (por ejemplo, una guerra, una epidemia o la invención de un
electrodoméstico). Se suele hacer referencia a este tipo de determinantes como factores
generacionales o de cohorte. Son los responsables de que los miembros de una determinada
generación, por el hecho de haber vivido las mismas experiencias históricas, muestren cierto
parecido.

c. Influencias no-normativas (Nonnormative influences): se refieren a factores biológicos o sociales


que afectan a individuos o grupos sociales muy concretos en un momento dado de sus vidas, sin
seguir patrones ni secuencias fijas. Por ejemplo, este tipo de eventos pueden afectar a la esfera
laboral (cierre de la empresa en la que se trabaja), familiar (divorcio, orfandad) o de la salud
(accidente grave). Como representantes de las experiencias vitales únicas, estos factores son
responsables de gran parte de las diferencias interindividuales, sobre todo en personas de la
misma generación.

La importancia de cada uno de estos tipos de influencias, sin embargo, no es la misma en todos los
puntos del ciclo vital. En concreto, Baltes argumenta que durante la infancia los factores más
relevantes son aquellos normativos relacionados con la edad, precisamente aquellos que enfatizan
la regularidad y homogeneidad de los cambios. Estos factores son relativamente poco importantes
durante la vida adulta, y únicamente en la vejez (y debido al declive biológico o la pérdida de
ciertos roles sociales) vuelve a aumentar su influencia. En cuanto a los factores normativos
relacionados con la historia, son especialmente importantes para la persona en la adolescencia y
juventud, momentos en los que ciertos hechos históricos pueden marcarnos para toda la vida. Las
influencias no normativas, por su parte, incrementan su importancia a medida que pasan los años.
En el caso de la vejez, se relacionan por ejemplo con el riesgo de enfermedades o de pérdida
inesperada de personas queridas, aspectos que pueden determinar el modo en el que se vive esta
etapa. De hecho, si bien los tres tipos de factores pueden actuar como facilitadores de ganancias o
como provocadores de pérdidas, a medida que envejecemos la probabilidad de esto último crece.

En suma, podemos decir que el enfoque del ciclo vital no únicamente aspira al estudio de un
individuo que cambia a lo largo de la vida, sino a entender este cambio como un fenómeno
intrínsecamente vinculado a un entorno biosocial también en transformación.

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