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Molly's game (Aaron Sorkin, 2017)

Por Fabio Villalba


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Se estrenó Molly’s game y las redes sociales de críticos y cinéfilos se llenaron con el lugar
común de “qué gran guionista es Aaron Sorkin”. En algunos de estos casos fueron un
poquito más allá de la mera definición y enumeraron razones: buenos diálogos, manejo de
tramas, golpes de efecto, tratamiento de los personajes, un largo etcétera. Pero nadie habló
sobre la capacidad o no de Sorkin de crear imágenes potentes, ya que una de las tantas
tareas del guionista de cine es generarlas. Imágenes que tengan algún corrimiento, algún
diseño poético que proponga un recorrido (un sentido) sin abandonar la situación diegética.
Como una chica bañada en sangre en su baile de graduación, por poner un ejemplo. Alguno
podrá pensar que esto es tarea del director y ya. Bueno, ¿qué mejor manera de ver el trabajo
de Sorkin con las imágenes que su primera película como director?

A lo largo de sus 140 minutos Molly’s game tiene un trabajo bastante pobre en lo que refiere
a esta cuestión. Hay una búsqueda con cierta rama en la nieve que regresa hacia el final y
con algunas caídas simétricas de la protagonista, pero la construcción visual es débil. Nos
pueden decir que Sorkin no busca eso. Muy bien, entonces ¿para qué el cine?
No obstante hay cosas que nos agradan de su película, como el código moral de su
protagonista y cierto optimismo en la visión de mundo de Sorkin, cuando este modo de ser
de la protagonista se ve recompensado (lo cual la crítica progresista obviamente desprecia
porque lo considera un “final feliz”). Sin embargo, las buenas intenciones de los personajes
y sus autores no bastan en el cine, como podemos ver en una de las escenas fundamentales
de la película, que termina siendo bochornosa: Molly está en una pista de patinaje en el
Central Park. En medio del frenesí que alcanza durante el patinar escucha un consejo de su
padre que la distrae y la hace caer. Lo cual en principio establece una simetría interesante
con la caída que ella tuvo al inicio de la película, ya que en ese momento su voz en off
estaba recordando un consejo de su padre. Ahora bien, al momento de esta escena padre
e hija están distanciados hace mucho tiempo y la puesta en escena de esta situación juega
un poquito con la pregunta “¿Estaba ahí su padre o fue su imaginación?”. El padre estaba
ahí. ¡Vaya casualidad! Luego el padre se va a sentir en la necesidad de explicar cómo es
que justo está ahí luego de tantos años de distanciamiento. En realidad es Sorkin quien
siente la necesidad de explicarlo. Vamos a entrar en código y se lo vamos a creer: lo
importante es el sentido que pueda llegar a desplegar este artificio.

A esto le sigue una conversación en el parque: su padre (un muy buen Kevin Costner) es
psicólogo y le propone “vamos a hacer tres años de terapia en tres minutos”. Despliega una
teoría: “te comportás así porque sentís la necesidad de dominar a los hombres poderosos”.
¡Terror! La película dedica una escena a explicar a su protagonista y cae en uno de los picos
de psicologismo barato más vergonzosos que hayamos visto. Pero no, no temamos… aún.
El bueno del padre nos va a decir que en realidad esa teoría es una artimaña… y acá cuando
podríamos respirar pensando que Sorkin nos va a ofrecer a cambio algo superador el padre
decide contar la verdad: cuando Molly tenía cinco años los vio a él y a su amante juntos y
que como ella era muy chica para saber qué estaba viendo transformó ese recuerdo
traumático en una actitud rebelde hacia su padre. El mejor guionista del mundo que le
dicen… La anagnórisis de la protagonista se da porque viene otro personaje (de manera
arbitraria) a decirle que ella vio una escena fundante pero que no la recuerda. Además dicha
escena los espectadores no la vimos ni proyectamos fuera de campo hasta ese momento.
Y esto ya no es una artimaña del personaje: la protagonista y la película se lo toman en
serio. Incluso esto va a desembocar en el clímax de la siguiente escena...

En definitiva, el juego de Sorkin sigue siendo una prepotencia del diálogo y el corte
vertiginoso. Esperemos que en la próxima recuerde que el cine es mucho más que eso.

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