Sie sind auf Seite 1von 163

Página

1
Icy Pretty
Love
L.A Rose

2
Página
Disclaimer
Esta traducción fue realizada sin fines de lucro, hecha por fans para fans, en
ningún momento y bajo ningún concepto recibimos una ganancia monetaria por ese
documento. Los personajes, las situaciones e información encontrada aquí son obra
intelectual del autor. Si tienen la oportunidad no olviden comprar el libro y apoyar el
trabajo del autor, y si les gusto no duden en hacer una reseña o recomendar el libro.

3
Página
Créditos
Moderadora:
Lu Black
Traductoras:
Mae Lovestory
Dayi Cullen Maria_0722
Solange Lu Black
Recopilación y Revisión:
Lu Black
Diseño:
Mae

4
Página
Contenido
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capitulo 11
Capítulo 12
Capitulo 13
Un año después
Sobre el autor

5
Página
Sinopsis
Una bella muñeca de cristal. Una tímida y apropiada sonrisa. Georgette
Montgomery es la perfecta novia de un multimillonario.
O lo sería, si existiera.
Un oscuro pasado. Una sonrisa que oculta todo. Con 19 años, Rae Grove
escapa del desastre que es su vida pretendiendo ser otras personas —específicamente,
lo que le paguen para ser.
Hasta que le ofrecen suficiente dinero para un boleto de ida a una vida mejor.
Todo lo que tiene que hacer es volar a París y fingir ser la novia del joven magnate
Cohen Ashworth durante un mes. Después de reunirse con Cohen por una hora, Rae
conoce tres cosas acerca de él:
1. Odia a todos y todo.
2. Tiene abundante ingenio y una afilada lengua.
3. Usa la 2 para hacer que todos sean conscientes de 1.
En poco tiempo, Rae está decidida a romper su irrompible caparazón. Cohen
está decidido a permanecer intacto.
Pero nadie escapa ileso cuando dos mundos opuestos chocan.

6
Página
Capítulo 1
Cada edificio en París se ve igual.
No, en serio. Hice un poco de investigación. Al parecer, existen restricciones
en lo que se puede y no se puede hacer con la arquitectura, así que cada complejo de
apartamentos y edificio de oficinas conserva un aire antiguo y un romántico toque
europeo. Es hermoso, no me malinterpreten. Simplemente pasa a ser un inconveniente
cuando estás tan perdida como un calcetín que se cuela entre la secadora y la pared.
—¡Oh mira! —Digo en voz alta—. Otro elegante y sofisticado edificio gris.
¿Qué es? ¿Podría ser una hermosa y antigua iglesia de piedra? ¿Es esa una nueva y
hermosa iglesia de piedra o simplemente la misma por la que he pasado ya tres veces?
Esta es la pregunta de oro, gente, y el ganador se lleva... por qué no... El ganador se
lleva una parte de los cientos de miles de dólares que me han prometido. Me siento
generosa hoy.
Recibo un par de miradas extrañas, pero nada de ayuda. Los parisinos son
muy parecidos a los edificios —todo el mundo parece adherirse al mismo y estricto
código de vestimenta. Negro es el nombre del juego. Funeral-chic. Bufandas por todas
partes, y botas con tacón de tres pulgadas como mínimo. Los franceses no pierden el
tiempo. Además no tengo ni idea de si me entienden o no.
Consulto la arrugada dirección. Rue 45 Lalourret. Pensé que estaba en el
camino correcto hasta que me di cuenta de que rue es sólo la palabra para calle en
francés, y que cada señalización que he pasado tiene rue en él. Es difícil ser un genio.
Bajo la dirección hay una impresión igualmente arrugada del último correo
electrónico del Sr. Bolsasdedinero Ashworth.
No debería tener problemas para encontrar el edificio de apartamentos. Confío en que
encuentre su alojamiento hospitalario. Si necesita ayuda, envié un mensaje a este número: 334-
827-3884.
Doy las gracias de nuevo por su ayuda, Srta. Grove. No creo que tenga que recordarle
que el más absoluto secreto es esencial. El mes que va a gastar como Georgette Montgomery debe
pasar por encima de toda sospecha.
¿Pero será el hombre que voy a encontrar tan hospitalario como mi
alojamiento?
No he hablado con Cohen Ashworth todavía. Es su padre quien hizo todos los
arreglos. Su padre, quien me llamó misteriosamente en medio de la noche con una
proposición que iba a cambiar mi vida. Su padre quien suministro el billete de avión,
las malditas instrucciones con la frase el más absoluto secreto, al parecer cumpliendo un
7

infantil deseo para protagonizar una película de espías. Traducción: Soy súper rico y la
Página
cortare por la mitad con una sierra recubierta en diamante si exhala una sola palabra de esto a
nadie.
Pero a pesar de todos sus dramáticos correos electrónicos a lo James Bond, no
hay insinuación de la personalidad del hombre con el cual fingiré estar comprometida
el próximo mes. Y con todas mis habilidades para googlear-menos-cómo-James-Bond-
más-como-estudiante-de-preparatoria-en-una-cita-a-ciegas, lo único que pude encontrar
fue un registro de arresto detallando las relaciones sexuales que tuvo con un koala que
robó del zoo.
Bueno, eso es una mentira, pero cuando estás contractualmente obligada a
pasar un mes con un hombre que nunca has visto, tiendes a imaginar lo peor.
Y cuando has pasado tres años en mi campo de trabajo, la peor tiende a ser desviación
sexual. Con o sin koalas.
Esa chispeante imaginación no me está ayudando a encontrar el edificio de
apartamentos más rápido. Tengo que enviarle un mensaje al número. Pero primero
tengo que decir adiós a alguien.
Me detengo frente a un bote de basura. No es un bote de basura de lujo, solo
una caneca regular en frente de una cafetería, llena de los desperdicios de turistas y
botellas de vino —malditos franceses— pero está a punto de convertirse en el
receptáculo metafórico de algo mucho más importante. Desengancho el collar de mi
garganta. Es el tipo de cosa que las chicas estúpidas se dan en la escuela primaria, un
collar de brillantes. Rae está decorado con falsos cristales oscurecidos, la mayoría de
ellos desaparecidos. Cuando lo conseguí por mis quince años, estaba tan emocionada
“Rae” no es el nombre más fácil de encontrar en el mundo de la joyería personalizada.
Aunque la gente con nombres de los personajes de Juego de Tronos probable lo tienen
peor.
Es un recordatorio de que yo era feliz. Que fui una chica normal. Una vez.
Pero esa chica se ha ido. ¿Y la chica que he sido durante los últimos tres años? Me voy
a deshacer de ella, también. Por el próximo mes voy a ser la hermosa y rica prometida
Georgette Montgomery, y después de eso…
Voy a ser quien yo quiera ser.
—¡Au revoir1, Rae Grove! —Grito y arrojo el collar al bote con tanta fuerza que
rompe una botella de vino, rebota, me pega en la cara, y rueda fuera de la acera en una
alcantarilla. Tanto en cuanto a intensidad.
—¡Mon dieu2!—murmura una mujer de negro cuando me pasa. No sé lo que
eso significa, pero supongo que es algo en el reino de ¡Buena suerte con tu nueva y
mejorada existencia, chica-que-una vez-fue-Rae-Grove!
—Merci3—le digo, y luego bajo la vista al número de nuevo. Gracias a mis
nervios en el avión doble y desdoble el papel, haciéndolo un poco difícil de leer. El
último número es o un cuatro o un siete. Me voy con cuatro. Siempre me gustó el
número cuatro.
8
Página

1
Adiós.
2
¡Mi dios!
3
Gracias
RG: ¡Hola! Lamento molestarle. Esperaba que me pudiera dar algunas
direcciones. Me parece que he perdido mi camino.
“Parece que he perdido mi camino”. Estoy bastante segura de que escuché a
alguien decir eso en Downton Abbey, una vez, el cual vi para la investigación.
Ya tengo el acto de chica rica al dedillo.
334-827-3884: No veo por qué es mi responsabilidad darle direcciones a un extraño.
RG: Oh, lo siento. Debería haberlo dicho. Habla con “Georgette
Montgomery”.
334-827-3884: Ni idea de quién es, y no tengo idea de qué tipo de crisis existencial está
sufriendo para que ponga su propio nombre entre comillas. De cualquier manera, no es mi
problema.
Ouch. Déjenme a mí enviarle accidentalmente un mensaje de texto a un
extraño cascarrabias en París. Ese último digito debe de haber sido un siete después de
todo. Pero cuando envió un mensaje a algunas diferentes posibilidades de lo que
podría ser ese número borroso, nadie contesta. Incluso cuando espero una hora.
Entonces dos.
—Discúlpeme, eh, ¿pardon moi? —Trato, tirando de la manga de un anciano
caballero en negro—. Sabe cómo llegar a-uh, uh…donde estás…lo siento, eso es
español, maldita sea…
Él me sacude y cruza la calle con un murmurado: —Mon dieu.
Tal vez eso no quiere decir lo que creo que significa.
Se hace tarde. El sol se hunde detrás de todos esos gloriosos edificios,
avanzando lentamente a la iglesia en la que permanezco. Se suponía que debía
encontrarme con Cohen Ashworth a las dos en punto. No tengo otra opción.
RG: Oye, lamento interrumpir tu clase de manejo de la ira, pero estoy súper
perdida y hablo exactamente cero francés, así que quien quiera que seas, ¿te
importaría buscar en Google Maps la Iglesia Moreau en dirección a Rue 45
Lalourret?
334-827-3884: ¿Rue 45 Lalourret?
RG: ¡Eso mismo!
334-827-3884: Hm.
RG: ¿Es que un “Voy a ayudarte” hm o un “Esta conversación ha
terminado” hm?
334-827-3884: Deja de sobre-analizar mi hm. No puedes inferir el tono en un mensaje
de texto.
RG: Eres bastante literal, ¿no es así?
Ninguna respuesta. Unos minutos más tarde, sin embargo, me sale una
captura de pantalla de un mapa. ¡Sí! ¡Estoy a sólo dos calles de distancia!
9
Página

RG: Eso es perfecto, ¡muchas gracias! Muy útil. Voy a dejar de molestarte
ahora.
Pulso enviar sin molestarme en corregir mi error tipográfico, corriendo por la
calle, y aprendiendo a través del chirrido de los frenos y (estoy suponiendo)
maldiciones francesas que la gente no cruza en rojo aquí. Pero sacudo la experiencia
cercana a la muerte. Algo mucho más angustiante es inminente. En cuestión de
minutos, me reuniré con el misterioso Cohen Ashworth. Si resulta ser un idiota...
Bueno, he tratado con idiotas, y por muchos dólares menos.
Sigo las indicaciones en la pantalla, y jadeo cuando encuentro el edificio
marcado como Rue 45 Lalourret. Es todo de mármol, con ventanas de alto alcance.
Intrincadas esculturas y estatuas que se incorporan en la arquitectura. Las puertas son
de vidrio y llenan de luz dorada el vestíbulo. Incluso para los estándares de París, es
un edificio de lujo. Tomo una respiración profunda.
Soy Georgette Montgomery.
Soy culta, delicada, y respetable.
Nunca he oído hablar del desastre andante conocido como Rae Grove.
Georgette Montgomery empuja su camino a través de las puertas de cristal y
en el vestíbulo, el cual parece como si un museo de arte hubiese vomitado por todas
partes. Alguien lanzó una gran cantidad de dinero a un suertudo diseñador de
interiores. Una fuente brilla en el centro del piso, un muy europeo bebé desnudo
chorreando agua hacia el techo. Los sofás son de cuero liso, la mesas de centro de
caoba. No soy historiadora de arte, pero estoy bastante segura de que la pintura en la
pared es un Monet.
El calvo portero de cincuenta y tantos me dice algo en francés. Todo su pelo
faltante parece haber emigrado a unas cejas de oruga, una de las cuales está elevada.
Incluso con el pelo teñido de rubio, el sofisticado corte, el inocente vestido pastel que
estoy usando, puede oler las calles de Los Ángeles en mí.
—Lo siento —le digo, haciendo mi voz ligera y elegante—. No hablo francés.
¿Me podría anunciar en el apartamento de arriba?
Antes de que pueda responder, las brillantes puertas del ascensor en el otro
lado del vestíbulo se abren. Apenas me doy cuenta, pero el portero lo hace. Se inclina
bajo en su dirección, doblándose por la cintura. Al parecer, un miembro de la familia
real reside aquí. Me volteo y…
Es impropio de una dama que su boca cuelgue abierta, pero no puedo evitarlo,
porque el hombre que acaba de salir del ascensor no es miembro de cualquier familia
real en la tierra. Él es un rey de otro plano de la realidad por completo. Es como si una
luz estroboscópica estuviera encendida, porque lo proceso en parpadeos.
Cabello oscuro, casi negro cayendo en ondas rebeldes.
Altura. Buen Dios, ese hombre podría alcanzar y palmear un avión del cielo.
Pero no lo necesitaría, porque la mirada en esos estrechos, ojos azul hielo podrían
derribar un avión.
10

—Disculpe, señor —dice Calvito, el portero apresuradamente con acento


Página

inglés, enderezándose—. Esta joven mujer acaba de pedir ser anunciada en su suite en
el ático, y su aprobación, por supuesto, es primordial…
—No aprobada. Nunca la había visto antes —dice el hombre con brusquedad,
apenas dando una mirada en mi dirección. Su voz es miel oscura y roble. Estoy
pasando por encima un hecho muy importante. Su ático.
—¡Eres Cohen Ashworth! —Me ahogo en mi propia saliva. Muy elegante, sí,
muy elegante.
Suspira. La simple exhalación es la mejor expresión de frío desdén que el peor
insulto.
—Ese es mi nombre, sí.
Reúnelo, Rae-Georgette. Sólo dile quien eres. Agracio mi voz.
—Lo siento mucho. Debería haberlo dicho antes, por supuesto. Soy Georgette
Montgomery.
—¿Espera una medalla por eso? —Pregunta con frialdad. Para el portero: —
Renard, voy a salir. Dirija sus preguntas a mi correo de voz.
A juzgar por los últimos encuentros, al parecer todos en París son unos
imbéciles, incluso si Cohen Ashworth nació en américa como yo. ¿Olvidó por qué
estoy aquí?
—Quiero decir, he venido aquí para ser Georgette Montgomery —le digo de
manera significativa. No me gustaría contar todo frente a Calvito el Portero Pantalones
Sofisticados—. Para ti.
Me observa impasible. Aparto mis ojos y bato mis pestañas. Para mantener la
apariencia de una dama, sí, eso es todo. No, en absoluto, porque él me quema con su
mirada.
—Renard, esta mujer está loca. Escóltela fuera de las instalaciones —dice.
¿Qué demonios?
Calvito se dirige a mí. Le esquivo y agarro el brazo de Cohen. A la mierda la
delicadeza. A la mierda el secreto, porque esto es ridículo.
—Quiero decir que soy Rae Grove, la chica que contrató para venir aquí y
pretender ser su prometida durante un mes. Por cien mil dólares. ¿Ya toco la campana?
—Esa es la mentira más loca que he oído nunca —se burla.
No puede hablar en serio. ¿Cierto?
Le presento la única prueba que tengo, la arrugada impresión del correo
electrónico del Sr. Ashworth. Él la escanea rápidamente, y unas nubes de tormenta se
reúnen en esa perfecta frente, cuando su boca se abre ligeramente y sus nudillos se
vuelven blancos en el papel, me doy cuenta de una cosa.
He dejado mi casa, mi país, y he volado a través de medio mundo con nada
más que una maleta y un alias para pretender ser la novia de un hombre que no tenía
idea de que yo iba a venir.
11
Página
Capítulo 2
Nunca he estado en un lugar tan lujoso, tan claramente diseñado para la
perfecta pulcritud, y el hecho de que haya tanto reguero disperso por todas partes
posiblemente podría ser el inicio del fin.
Más que todo en forma de papel. Papeles apilados en lo alto de los cremosos
muebles italianos, papeles esparcidos en los pisos de madera oscura, debajo de la mesa
tallada a mano, incluso en la antigua chimenea. Papeles apiñados en un cuenco de
piedra que claramente es para la fruta, sobre toda la rica alfombra color ocre, atascados
debajo de la puerta de la habitación.
Normalmente estaría saltando por limpiarlo todo. Pero estoy demasiado
ocupada siendo intimidada por esta... presencia en el centro de la habitación.
No parece del todo correcto llamarlo humano.
—Tú te sientas allí —espeta, señalando la única silla que no está recubierta en
una no tan fina capa de papeleo—. No toques nada.
Me siento. Mi corazón martillea. Si solo hubiera sido capaz de averiguar algo
sobre él antes de venir aquí. Cualquier cosa. Cuando tu medio de vida gira en torno a
pasar noches con hombres extraños, te enteras de que la mejor manera de protegerte es
adentrándose en sus cabezas. Averiguar lo que quieren de ti y dárselo antes de que se
frustren lo suficiente para tomarlo.
Pero esto es diferente.
Él no me contrato. Su padre debe de haber orquestado todo esto sin respirar
una palabra a Cohen. No puedo darle lo que quiere, porque él no quiere nada de mí.
Debo irme. Salir por la puerta. Pero...
Cien mil dólares.
Mi única manera de salir de esta vida.
Por no hablar de que si me voy ahora, no tengo a donde ir y no hay suficiente
dinero para un boleto de avión.
Cohen se pasea. Sus ojos son fríos con furia, su cara tallada en mármol. Sería
devastadoramente atractivo si no pareciera tan peligroso.
—Oye... —Empiezo, sin saber si debería mantener la tímida voz de Georgette
o volver a la dura de Rae. Cohen parece que podría comerse a Georgette viva.
—No hables. No puedo pensar si hablas.
12

Genial. Está loco. Levanto mis piernas en la silla, calculando.


Página
Hay dos formas en que los hombres te pueden golpear. Una está destinada a
humillar, castigar, pero no fatalmente. Puedo manejar eso. He manejado eso, y por
mucho menos que cien mil.
El otro tipo es la furia en la forma de un puño. Es todo lo que ha salido mal en
su vida, y en ese momento, se dirige a ti. Si dejas que lo haga más de una vez, te
matará. El truco es aprender la diferencia.
Si me pega, voy a aguantarlo.
Si me golpea duro, voy a volar por las escaleras. Correr hacia el vestíbulo y
esperar a que Calvito tenga un corazón debajo de toda esa deferencia.
Algunas personas ayudan. La mayoría miran hacia otro lado.
¿Y entonces qué? Estaré sin hogar en las calles de un país en el cual no puedo
entender ni una sola palabra.
Buen trabajo, Rae. Este es el más grandioso puto lío en el que te has
metido. Debería de haber sabido que cien mil por un mes de trabajo era demasiado
bueno para ser verdad. Todavía eres esa estúpida chica de quinto grado, después de
todo, creyendo que el mundo te ayudara.
Finalmente, Cohen parece llegar a una decisión, aunque a juzgar por su
expresión, es una que lo lastima. Sin mirarme, enciende una enorme televisión de
plasma montada en la pared. Luego hace algo en su liso Smartphone negro.
Palabras parpadean a la vida en el televisor. Videollamada saliente...
Y mientras permanezco congelada, la llamada va al señor Ashworth, el
hombre que se presentó en mi bar de siempre esa noche con una sonrisa y una
proposición. El hombre que me sumergió de cabeza en este cubo de mierda.
La calidad del vídeo es nítido y limpio, muy lejos de las granulosas llamadas
de Skype que tuve un par de veces con mis amigos de la escuela secundaria, antes de
que ellos se mudaran a un futuro mejor con gente más brillante. Puedo contar todas las
arrugas en el rostro del anciano, notando la ausencia de arrugas en su corbata de seda,
admirando la calidad de su peluquín.
—Cohen —dice él suavemente. Recuerdo bien esa voz, diciendo “Disculpe.
Srta. Grove, ¿no es así? ¿Puedo tener una palabra?”—. Que inesperado placer saber de ti.
—Es totalmente esperado y lo sabes. —Cohen se endereza, erguido. Su
espalda está hacia mí, pero la tensión está escrita en cada músculo. Su voz está
contenida con rabia. Mercurio plata—. No puedes creer que yo no notaria de
inmediato tu hedor en todo este idiota plan.
—Supongo que has conocido a la Srta. Grove. O Srta. Montgomery, como
ella pudo haberse introducido a sí misma. —El señor Ashworth echa un vistazo más
allá de Cohen, sus ojos aterrizando en mí—. Ah. Es bueno ver que no la has echado a
la calle todavía.
13

—No tengo ni el tiempo ni la paciencia para tus juegos. —Cohen flexiona la


mano—. Explícate. Ahora.
Página
—La Srta. Grove está allí, como estoy seguro de que ha explicado por ahora,
para actuar como tu prometida por el próximo mes. —El Sr. Ashworth suaviza su
corbata como si estuviera explicando nada más complicado que la forma de preparar el
café instantáneo. No que él incluso haya tomado eso en su vida.
No puedo entender cómo está tan tranquilo frente a la ira de Cohen. Luego,
por supuesto, lo entiendo. Él está a miles de kilómetros de distancia.
Yo, sin embargo, no lo estoy.
—¿Y por qué necesito una novia durante un mes? —pregunta Cohen con
fuerza.
El señor Ashworth continúa.
—Por la misma razón por la que estás en París. No pretendas ser estúpido. Sé
que no lo eres. Con tu reputación como un misántropo drogadicto, no tienes muchas
posibilidades de que el Sr. LeCrue te venda su empresa.
—Si estoy comprometido, crees que eso va a cambiar su mente. —escupe
burlonamente Cohen.
—LeCrue es un hombre de familia con valores familiares. Si te ve con una
dama en tu brazo, como prueba de que has enderezado tu vida, de que estas
estableciéndote... será suficiente para él. Te lo garantizo. Él quiere pruebas de que tus
manos están estables ahora.
No tengo ni idea de lo que están hablando. Desobedezco mi estricta orden de
permanecer en la silla y camino a las ventanas altas de cristal, presionando mi mano
contra el frío cristal. Esta tiene que ser la mejor vista en París. La ciudad se extiende
ante mí, edificios iluminados con la mortecina luz del día. Allí, en la distancia, la
Torre Eiffel se alza hacia la media luna vaporosa.
—Y ella está bajo contrato —añade el Sr. Ashworth—. Estoy pagándole cien
mil dólares para esto. Si funciona, será una muy buena inversión.
—No lo haré. Esto es una idiotez.
Echo un vistazo por encima de mi hombro. Cohen está rígido.
—Lo harás, y no discutirás. —La voz del Sr. Ashworth es repentinamente
dura como el acero. Al menos algo de la intensidad de Cohen es genético—. Yo podría
haberte enviado a un centro de recuperación. Todavía podría. En vez de eso te envié a
París y te di esta oportunidad, esta única oportunidad, de redimirte. Si fallas, sólo
demostraras que no eres tan estable como afirmas. Y voy a tener que tomar los pasos
necesarias, así sean drásticos.
Cohen tiene el silencio de un cielo antes de una tormenta eléctrica. Sólo
espero que no desahogue su enojo en mí cuando finalice la llamada.
—Ella va a vivir contigo en el apartamento —continúa el Sr. Ashworth—. El
lugar es lo suficientemente grande para los dos. El ardid debe parecer convincente. Vas
14

a ser visto con ella en público. Saldrás a cenar con ella y el señor LeCrae y su esposa.
Puedes citarla como tu inspiración para tu nueva vida. Dirás que estás planeando una
Página

familia. En resumen, vas a hacer todo y lo que sea que necesites.


Silencio sin fin. El señor Ashworth se vuelve hacia mí.
—Espero que haya tenido un vuelo agradable.
No es de extrañar que Cohen imponga el aura general de lobo del ártico. Este
hombre me engañó para volar a través de medio mundo hacia alguien que no había
accedido a ello, y ahora está esperando que intercambiemos cortesías.
—Debería haberle dicho que yo venía —le digo.
Por primera vez desde que llegamos al apartamento, Cohen me mira.
La sonrisa del señor Ashworth se endurece. Se suponía que yo debía estar de
su lado.
—Srta. Grove, ha estado en la presencia de mi hijo durante más de medio
segundo ahora. ¿De verdad cree que él habría aceptado esto de antemano?
Odio cuando la gente de mierda hace buenos puntos.
—Tengo una cena con los Sinclair en veinte minutos. —Su mirada se desliza
más allá de mí otra vez y se posa sobre Cohen, una sonrisa sardónica eleva la comisura
de su boca—. Míralo como un regalo pacificador de tu parte. Diviértete un poco.
Ciertamente le estoy pagando lo suficiente.
Observo mis manos. Siempre he tenido manos pequeñas. Manos de
niña. Cada vez que me siento demasiado adulta, demasiado vieja y enferma, puedo
verlas y sentirme inocente de nuevo. Al menos por un segundo.
La pantalla se apaga, dejando liso negro. La habitación está tarareando.
Cohen tiene una extraña habilidad para proyectar su disgusto, para llenar la habitación
como una sopa turbia. Quiero abrir una ventana y volar como un pájaro.
Levanto la vista y él está de pie con los brazos cruzados con fuerza sobre su
pecho, una terrible expresión distorsiona su hermoso rostro. Se vuelve bruscamente
hacia mí y me encojo. Duro.
Eso le pilla con la guardia baja.
—¿Pensaste que te iba a pegar? —pregunta con el primer destello de
humanidad que he visto en él.
—No —le digo, pero es una obvia mentira.
—Has sido golpeada antes.
—No —miento de nuevo.
Algo se agita en sus ojos azul hielo, algo peor que la rabia o el odio. Lástima.
El malcriado hombre rico baja la vista a la pobre chica de la calle. La lástima me hace
sentir más como algo destrozado que cualquier otra cosa que me han hecho.
Me pongo de pie.
—La simpatía no te conviene. Daña todo tu conjunto estético de imbécil.
15

Sus cejas se contraen en lo que me doy cuenta, para él, es el equivalente a la


boca abierta por la sorpresa.
Página
—¿Por qué te compadezco? Tú vas a salir de esto rica. ¿Cuánto tiempo
tardaste en que él aceptara tu precio?
Mi miedo de él se oscurece rápidamente con disgusto.
—Él vino a mí. Nombró el precio. Se presentó al final de un honesto día de
trabajo.
—Interesante lo que pasa ahora en un honesto día de trabajo.
—Es más honesto que retirarse con una cuenta bancaria que tu papá estableció
—disparo de vuelta. Entonces me muerdo la lengua.
¿Qué estás haciendo, Rae? Deberías asegurar los estribos en la tierra por ahora. Si
hay una lección que deberías de haber aprendido una y mil veces, es que la seguridad
vale más que tu maldito orgullo.
—Así que no es más que su peón. Incluso mejor. —Frota su frente, el
agotamiento tiñendo su semblante—. ¿Cuál fue el trato? ¿Cien mil para ser mi novia,
cien mil para espiarme?
—No soy una espía —espeto.
—No. Sólo una prostituta con un nombre falso.
Eso es todo. No me importa si eso significa hacer una cama en la calle esta
noche, si esto significa encender una cerilla a mi brillante futuro nuevo, no puedo pasar
otro segundo en la presencia de este imbécil. Giró sobre mis talones, pero entonces él
está apoyado en la puerta con una mano, cerrándola.
—Permanecerá en el dormitorio de invitados. Suponiendo que mi padre no
estipulara uno, tendrá una asignación de alimentos y artículos de primera necesidad.
Cuando yo esté aquí, espero verla tan poco como sea posible. Hablará conmigo incluso
menos, y hará apariciones en eventos siempre que yo solicite. ¿Entendido?
Observo su suave y fuerte mano en la madera oscura. Un mes. Un mes es
todo. Si no tengo que hablar con él, podría sobrevivir.
—Sí. Bien.
—Sí, lo entiendo —corrige—. Si alguien va a creer que me digne a pedirle
matrimonio, va a tener que trabajar en su forma de hablar.
Este tipo es un cuchillo diseñado especialmente para meterse debajo de mi
piel.
—¿Debo llamarle señor también? —Pregunto, pintando mi voz con falsa
sinceridad.
—Cohen servirá —dice, pasando el sarcasmo por una milla.
—Está bien, Cohen Servirá. Ahora voy a ir a tomar un baño, si es tan amable
de señalar la dirección hacia el baño. O bien, si eso no es suficiente sofisticado para
usted, el tocador.
16

—Naturalmente encontró a la prostituta más contestona en el país —murmura


entre dientes, sobre todo a sí mismo, y apunta hacia una puerta en el otro extremo de
Página
la sala de estar—. Ese será su dormitorio. El cuarto de baño está adjunto. Espero que
permanezca callada y limpia.
Está actuando como si yo fuera una mascota rebelde que ha sido obligado a
cuidar. A medio camino de la puerta, no puedo evitar parar y dar la vuelta.
—Sabe, ahora me doy cuenta por qué me está pagando tanto. Son los
honorarios por su personalidad.
—Entonces le están estafando —dice, con una sonrisa irónica jugando
alrededor de sus labios—. Si así fuera, sería millonaria por hacerlo.

***

Siempre me han gustado los baños.


No hay nada como un largo baño en un poco de agua caliente para sentirte
como un ser humano de nuevo. Excepto que no he tenido un baño en años. La bañera
en mi apartamento en LA tenía demasiadas manchas sospechosas y demasiadas
cucarachas utilizándola para una fiesta de piscina como para permitir que mi culo
desnudo estuviera en cualquier lugar cerca. Pero la bañera de aquí no es como ninguna
bañera que he visto nunca. Es el Santo Grial de las bañeras. El Shangri-La4 del aseo
personal.
Continúa por millas, brillante cerámica blanca como la nieve. Hay —querida
dulce madre de Dios— chorros, así como un panel LCD a prueba de agua para ajustar
la temperatura, iluminación a color, la presión del chorro y el pulso, y si prefieres tener
ángeles o hadas masajeando tus hombros. No voy a tener ningún problema ignorando
a Cohen por el próximo mes porque voy a pasar todo mi tiempo en el interior de esta
bañera.
Me empapo por años, usando cada uno de los pequeños jabones, botellas de
crema y champús que presumiblemente han estado aquí desde que Cohen se mudó.
Las etiquetas están en francés, así que es posible que utilizara crema para los pies
como acondicionador para el cabello, pero huele tan bien que ni siquiera me importa.
El agua empapa y se lleva toda mi molestia hasta que me quedo con nada más
que suave auto-flagelación. Basta con la insolencia, Rae. Eso podría ser la intención, ponerte
fuera de guardia. Dejar que un cliente vea tu lado sarcástico es una señal implícita de que confías
en que él no se vengara con los puños. Y nunca debes confiar en un cliente. Jamás.
Exhalo, hundiéndome en las burbujas. Todo está en camino. Un mes con un
rico imbécil y soy libre para rehacer mi vida. Cien mil dólares. Tal vez regresare de
nuevo a Virginia. A obtener mi GED5 y luego tomar clases en la universidad
comunitaria.
Finalmente salgo, usando mí cursi vestido de Georgette de nuevo —es el
17

único atuendo de Georgette que tengo, voy a tener que mendigar un poco de dinero
Página

4
Shangri-La: Es un lugar fictico en la novela de 1934 Horizontes Perdidos. Se le aplica a cualquier paraíso terrenal
5
GED: Certificado de constancia de estudios equivalentes de preparatoria.
en algún lugar para ir de compras— y le echo un vistazo a la sala de estar. Esta oscuro.
Cohen se ha ido.
Pero pronto pierdo interés en esto, porque he descubierto mi cama.
Si la bañera era Shangri-La, esta cama es la Meca. Es enorme, la colcha de un
rico color rojo profundo con cojines a juego sin fin, dispuestos de manera tan ingeniosa
que podrían estar exhibidos en un museo. Arruino la disposición al tirarme encima,
hundiéndome unas pulgadas en el exquisito colchón de plumas. De vuelta en LA,
dormía en una cama hinchable.
Desternillándome, entierro mi cara en una almohada perfumada y respiro
antes de rodar alrededor, pateando con las piernas en todas direcciones hasta que la
cama está lo suficiente arrugada para ser acogedora.
Un trozo de papel revolotea fuera de una almohada en el suelo. Arrebato la
nota. Hay una brillante tarjeta de crédito pegada en la parte de atrás.
Llame al servicio de habitación para la cena si lo desea. Utilice la tarjeta.
Cohen.
Tal vez no es tan malo después de todo. De cualquier manera, el hecho de que
estoy hambrienta me golpea como un tren de carga. Alcanzo el teléfono inalámbrico
en la mesita de noche y marco el número en el pequeño anuncio.
—Sí, me gustaría un poco de comida, por favor. No, no he visto el menú.
Uh... solo tráigame la cosa más cara que tenga. Dos de ellas. Y la segunda cosa más
cara que tenga. Y algunas papas fritas. Gracias.
A los veinte minutos, me entregan: dos langostas humeantes, algo amarillento-
marrón que se sirve con pan pita que el botones explica es foie gras6, y algunas
porciones de patatas en gruesas rodajas que no se parecen remotamente en nada a lo
que he comprado en McDonalds. Me provisiono, abriendo las piernas de langosta
mientras cambio canales en el gran televisor montado en mi habitación, la mayoría de
los cuales son trágicamente en francés. Después estoy tan llena con delicias, y
consecuentemente feliz, que sintonizo explosiva música pop francesa y bailo alrededor
del apartamento en nada más que una sábana, lo cual es una mala idea, ya que casi
vomito toda la delicia.
Después de un segundo baño para lavar el sudor del baile, es pasada la
medianoche y Cohen todavía no ha vuelto. Tal vez ha encontrado otro lugar
deshabitado por un “prostituta contestona” y planea dejarme aquí sola por un mes, lo
que estaría muy bien para mí. Si hay un límite en el número de langostas que puedo
comer, es muy alto.
Finalmente el jetlag me alcanza y me meto en la cama. Mi teléfono móvil está
en la mesita de noche. Extiendo la mano por reflejo, con ganas de llamar a mi vieja
compañera de cuarto, Nikki y contarle todo, antes de recordar que juré dejar todo
acerca de mi antigua vida atrás. Incluyendo amigos.
18

Tengo un texto, sin embargo, de mi malhumorado salvador de Google Maps.


Página

6
Foie gras: es un plato hecho del hígado de un pato cebado.
334-827-3884: * es
Respondo:
RG: Estas muy particular acerca de la gramática. un poco gracioso.
Responde a los cinco minutos.
334-827-3884: * eres * es
RG: Definitivamente podría aprender mucho de ti.
334-827-3884: Ya veo lo que estás haciendo.
RG: ¿En serio? Porque ahora mismo estoy haciendo dulce amor con una
almohada de plumas y nadie tiene que ver eso.
334-827-3884: Adiós.
Me quedo mirando la palabra en la pantalla, y de repente mi pecho es
aplastado por la soledad de estar en un nuevo país donde la única persona que sabe mi
nombre me odia. Si no tengo alguien con quien hablar, voy a explotar. Numero
Equivocado y Calvito son mis únicos candidatos, y por lo menos hay una posibilidad
de que Numero Equivocado tenga pelo.
RG: Espera. ¿Eres hombre o mujer?
334-827-3884: ¿Qué, estás haciendo una encuesta?
RG: No, sólo te imagino como un hombre y quería ver si estoy en lo cierto.
334-827-3884: Felicitaciones.
Algo sobre la fuerte acritud, o su tono muerto me hace dudar. Tal vez había
conseguido el número correcto después de todo.
RG: No eres Cohen, ¿verdad?
Unos latidos. Entonces:
334-827-3884: No tanta suerte con tu juego de adivinar al segundo intento. Ahora
déjame en paz.
RG: Por lo menos dime tu nombre.
RG: Si no me dices tu nombre me veré obligada a llamarte Elbert.
334-827-3884: No podría importarme menos como me llame porque voy a estar
haciendo caso omiso de sus mensajes a partir de ahora.
RG: Bueno, Elbert.
RG: Así que dime Elbert, ¿Qué hace la gente para divertirse en París?
RG: Elbert Elbert Elbert Elbert
RG: ELBERT ELBERT ELBERT ELBERT
334-827-3884: Jesús.
19

RG: ¡Así que de tu nombre es Jesús! Supongo que tus padres son religiosos.
Página

¡Hola, Jesús!
334-827-3884: Llámame Sam si sientes la necesidad de llamarme algo.
RG: Claro que sí, Sammy chico.
RG: Así que eres una persona bastante gruñona, ¿verdad?
Sam: Estoy teniendo un día un poco mierda. Hay una extraña que no deja de enviarme
mensajes de texto.
RG: Estoy segura de que esta hermosa y encantadora extraña te dejara en
paz, si le das un consejo, desde la perspectiva de una persona gruñona.
Sam: No entiendo por qué todavía estamos hablando.
RG: Digamos que vives solo y de repente alguien nuevo llega a vivir
contigo durante un mes, y no hay nada que puedas hacer al respecto.
Sam: Me traslado.
RG: Dije no podías trasladarte.
Sam: Me gustaría hacer que se trasladen.
RG: No está en la mesa.
Sam: Llamaría a la policía.
RG: ¡Sólo sigue el juego! ¿Cómo te gustaría que actúe esta nueva persona?
Ya sabes, para facilitar las cosas entre ustedes, ¿cómo una persona malhumorada y,
obviamente, antisocial que no está acostumbrada a este tipo de cosas?
Sam: ¿Más fácil?
RG: Sí, más fácil. Porque digamos que tal vez esta nueva persona se siente
un poco mal por interrumpir y cambiar tu vida inesperadamente. ¿Qué querías que
hiciera?
Sam: Dejarme en paz.
RG: ¿Es eso lo que le dirías a la persona o es lo que quieres que yo haga?
Sam: Ambos.
RG: ¿Sólo dejarte en paz? ¿Eso es todo?
Sam: Suena como que la persona de la que estás hablando está acostumbrada a estar
sola. Tal vez quiere que siga siendo así.
RG: Pero eso suena deprimente.
Sam: Tú, evidentemente, no sabes mucho acerca de ellos si le estás pidiendo consejo a un
desconocido, así que dudo que sea deprimente para ellos y que no.
RG: Así que lo que estás diciendo es que debería tratar de hacerlo salir de su
caparazón un poco, ¿así puedo llegar a conocerlo mejor y averiguar que es
deprimente para él y qué no lo es?
Sam: No.
20

RG: Gracias por el consejo! <3


Página

Sam: Ugh.
Capítulo 3
Hay algo acerca de despertar en una cama que probablemente costaba más de
lo que gastabas en alquiler en el último año que te da una nueva oportunidad de vida.
O, al menos, una nueva oportunidad de Cohen Ashworth.
No importa de qué basural el universo sacó su personalidad, viviré con él
durante un mes. Así que empezamos con mal pie, ¿y qué? Este chico parece empezar
con el pie izquierdo con todos. Y si algo he aprendido en mi trabajo, es que las
primeras impresiones pueden ser engañosas.
Después de todo, este Sam también es un idiota gigante, pero sin él,
probablemente todavía estaría vagando por las calles de París. Tal vez Cohen tiene el
mismo tipo de compasión, toda envuelta en una puntiaguda bola de idiotez.
Así, a las cinco de la mañana, cuando el jetlag abre mis ojos como un
despertador desvaneciéndose, me pongo a trabajar.
Cohen todavía no está en casa, eso significa que puedo poner a todo volumen
más de ese pegajoso Pop francés mientras limpio todo el lugar. Esto implica
principalmente apilar papeles. Les doy un vistazo, pero tienen tanto sentido para mí
como los periódicos franceses esparcidos en el sofá. Cosas de empresas, números y
cuentas. Hago cuatro ordenadas pilas sobre la mesa de café.
Entonces busco la cocina. Sin comida. Nada. La nevera hace un pequeño
sonido desinflado cuando la abro, como si no hubiese sido tocada en el último siglo. O
Cohen ordena servicio a la habitación para cada comida o sobrevive de aire y la sangre
de sus enemigos. Nada sabe tan bueno como mi cocina casera, así que cuando parece
bastante tarde para que las tiendas de comestibles puedan estar abiertas, salgo con el
mismo vestido que llevaba ayer.
—¡Bonsoir7, Calvito! —Llamo al portero en mi salida.
—Eso es buenas tardes, señorita. Quiere decir bonjour —dice secamente. Hay
un montón de juicio en sus pequeños ojos aristócratas. Es el único que además de
Cohen y el señor Assworth quién sabe para lo que me han contratado. Me pregunto si
Cohen le da órdenes de asesinar, como un jefe de la mafia. Podía volver y encontrar
los pisos de mármol salpicados de sangre.
—¡Si vienen por ti, alegaré ignorancia! —grito detrás de mí mientras las
puertas se cierran.
El aire francés es fresco y húmedo, como entrar en una de esas cabinas niebla
que tienen en las ferias. A mi alrededor, la gente en negro trota hacia sus respectivos
21

funerales-quiero decir, trabajos. Hay un número excesivo de pequeños perros. Frescos


Página

7
Buenas tardes.
olores de panadería vienen de una pequeña tienda de la esquina, así que me detengo y
me como entero algo como una hamburguesa gigante con masa suave en vez de bollos,
crema de nube en lugar de una hamburguesa.
Voy a estar tan gorda, y será hermoso.
Armada con mi nueva tarjeta de crédito Assworth, entro al supermercado más
cercano. Huevos, champiñones, ajo, cebolletas, pimientos rojos frescos... cargo con
todo lo que soy capaz de llevar. A mi regreso, entro a la panadería de nuevo y recojo
dos baguettes frescos. Entonces paso a una tienda de queso, compro dos grandes y
caros quesos de cabra y leche de granja fresca. En el momento en que llego de nuevo al
edificio de apartamentos, estoy tambaleante. Calvito comienza a sudar cuando me ve.
—¿Necesita ayuda con eso, señorita?
—Oh, no, estoy bien, esto es sólo cómo hago mi ejercicio —Jadeo, pero luego
una bolsa cae de la parte superior. Calvito se lanza para atraparla.
Juntos logramos cargar mis grandes cantidades de alimentos en el ascensor y
luego en mi puerta. Por suerte, Cohen todavía no está en casa. ¿Lo secuestraron o algo
así? ¿Algún tipo malo planifico un rescate multimillonario? ¿Voy a tener que volverme
la detective intrépida para rescatarlo? Probablemente empezaría desatándolo y él
elevaría su nariz ante mi falta de habilidades con los nudos de Niñas Exploradoras.
Tan pronto como Calvito y yo tenemos toda la comida en la alfombra de la
sala, los dos nos tomamos un descanso jadeando. Es una experiencia de unión.
—Debe saber que no solemos permitir a los de su tipo en este establecimiento
—dice. Ezte eztabesimente . Esto en cuanto a la vinculación.
Me enfado.
—¿Mi tipo?
—Su tipo.
—¿Y qué tipo es ese? —Voy a hacer que lo diga. Forzar esa palabra fea a
través de sus labios fruncidos.
Pero él lo ignora.
—Como suele suceder, los Ashworths son particularmente valiosos clientes
nuestros y estamos dispuestos a permitir sus excentricidades.
Así que ahora soy sólo una de las excentricidades de Cohen, al igual que sus
papeles y su nevera vacía.
—Lo único que espero es que tenga en cuenta que se trata de una excepción.
Si viene aquí para visitar a otra persona, será despedida —termina.
—¿Sí? Bueno, no podrían pagarme para estar en su frívolo edificio de
apartamentos si tuviera una elección al respecto —gruño.
Sus cejas se disparan tan alto que casi espero que se eleven sobre su cuero
22

cabelludo calvo.
—¿Está siendo mantenida aquí por la fuerza?
Página

—No, no exactamente...
—Entonces me atrevería a decir que podrían, de hecho, pagarle para
permanecer aquí.
Nos miramos el uno al otro por minuto.
—Me tengo que ir. Tengo huevos —digo.
—Y uno esperaría que sea muy cuidadosa con ellos.
No es hasta que he cerrado la puerta que me doy cuenta de que me estaba
advirtiendo contra el embarazo. Para el momento en que abro y grito: —Casi tan
cuidadosa como usted debería haber sido con los folículos de su pelo! —Ya se ha ido.
Estúpido tipo calvo.
Cocino mi ira, al igual que siempre he hecho cuando he sido capaz de
permitirme los ingredientes. Corto fruta, frio pan, caliento el tocino, y hago la más
elaborada tortilla de queso y setas del mundo. Todo huele demasiado bueno para
seguir enojada.
Es raro que me molestara mucho. Estoy acostumbrada al juicio. Tal vez
ahora, con mi nueva vida tan cerca puedo olerlo en la brisa, el juicio quema un poco
más profundo.
Reviso el tiempo. Diez de la mañana y aun no llega Cohen. Tal vez realmente
escapó, en cuyo caso tendré que comerme toda esta comida sola. Qué vergüenza.
Aburrida, me lanzo sobre el sofá y envió un mensaje al único nombre que no
he borrado de mi teléfono.
RG: He hecho una cantidad absurda de desayuno y no tengo a nadie para
compartirlo. ¿Cuáles son tus opiniones sobre tortillas de setas?
Sam: Tu otra vez.
RG: Te sorprenderías de lo poco que eso me dice acerca de tus opiniones
sobre tortillas de setas.
Sam: ¿Estás cocinando?
RG: Sí, soy una adulta. Los adultos cocinan. ¿Por qué te sorprendes?
Sam: Supuse que tenías trece años como mucho.
RG: Elijo tomar eso como un cumplido, en el sentido de que la gente
asumirá que tengo treinta cuando tenga cuarenta.
Sam: ¿Realmente me invitas, un total desconocido, a ir y comer una tortilla contigo?
RG: Si me quedo sola, voy a comerme todo y no será bonito.
Sam: Podría ser un asesino desquiciado.
RG: Esta tortilla es la verdadera asesina desquiciada.
RG: Y nah. Estarías fingiendo ser agradable con el fin de atraerme.
Sam: Así que encuentras a la buena gente más sospechosa que a los idiotas.
23

RG: Cuando se trata de hombres, sí. Todos los hombres son idiotas y
Página

prefiero los que son directos al respecto.


Sam: Quieres compartir una tortilla con un idiota.
RG: ¡Por lo menos no eres un idiota aburrido! ;)
RG: Awww vamos, no dejes de responder.
RG: Estoy solaaa y aburridaaaaa y no tengo una sola persona en todo el
país con la que hablar.
Estoy a punto de empezar a llamarlo Elbert de nuevo cuando la puerta se abre.
Me enderezo y termino cayendo de lado del sofá al suelo.
—Tienes zapatos preciosos —digo a los oxfords de cuero negro que tengo
frente a mi cara.
Una apretada voz con ira apenas limitada: —¿Tocaste mis papeles?
—Limpié — corrijo, dando vueltas y poniéndome de pie. Ya está en la sala de
estar, inspeccionando y en consecuencia destruyendo las pilas ordenadas que he
hecho.
—Todos están fuera de orden. Te dije que no tocaras mis cosas.
—¿Orden? —Lloro—. ¿En qué mundo ese tornado de papeleo constituía un
orden?
—En mi mundo. —Se vuelve hacia mí. Todavía lleva la ropa que llevaba ayer,
a pesar de que están arrugadas ahora. Su piel se tiñe de palidez y hay círculos oscuros
bajo sus ojos. Incluso a través de todo eso, sigue siendo devastadoramente apuesto, no
es algo que quiero que se dé cuenta.
—¿Dónde estabas anoche? —Si voy a fingir ser una prometida, también podría
aprovecharlo.
Se frota los ojos y espeta: —No es asunto tuyo. No toques mis cosas,
¿entiendes?
Ha dado un paso hacia mí, y antes de darme cuenta, me estremezco
alejándome de él. Se detiene. Toda la lucha se escapa de él.
—No quiero que hagas una mueca de dolor, cada vez que me acerco a ti —
dice.
—Respuesta condicionada. No voy a pedir disculpas por ello.
Esta vez es el que hace una mueca, aunque sólo por poco. ¿Es posible que mis
palabras le hieran? El efecto ha desaparecido en medio segundo.
—No te voy a golpear. No voy a tocarte. Puedo prometerlo.
—Golpear y tocar no son necesariamente la misma cosa —le digo, sondeando.
¿Quiere decir lo que creo que hace?
—Puedes estar seguro de que no voy a hacer ninguna. A cambio, deja mis
papeles. ¿Trato?
24

Nada de sexo, entonces. Palabras de sueño de un cliente que me paga todo lo


que es, pero mi estómago tiene un espasmo raro. Me toma un segundo darme cuenta
Página

de que es-de todas las malditas cosas-decepción. ¿Qué demonios? No me he sentido


atraída por un cliente en Dios sabe cuánto tiempo. Mi cuerpo debe estar gastándome
una broma.
Espera un minuto. ¿Sin interés en sexo fácil? ¿Tan anti-relacionado con su
padre que tiene que contratar a una novia falsa? ¿Salir toda la noche y ser secretivo al
respecto?
Sólo hay una conclusión.
¡Es gay!
¡Sí! ¡Puntuación! La última vez que tuve un chico gay encerrado como cliente,
fue genial. Sus amigos me contrataron. Me pagaron para comer helado, hablar sobre el
cuidado del cabello, y ver a Will y Grace en el piso del hotel toda la noche.
No es de extrañar que Cohen sea tan malhumorado. Papá Assworth no parece
ser del tipo comprensivo. Lo que este hombre necesita es un amigo en quien puede
confiar. Y soy muy buena en papeles de relleno.
Todavía está esperando mi acuerdo, mano extendida y listo para sacudirla. La
agarro y lo llevo a la mesa en su lugar.
—Espero que te guste la comida. Y mucha.
—Tengo trabajo que hacer —murmura y trata de irse, pero agarro sus
hombros y lo planto en una silla. Sus cejas se arquean más y más arriba mientras saco
la tortilla, los pasteles, la fruta, el jugo.
—Le ha dado el máximo provecho al servicio de habitaciones, ya veo.
—¡No! Hice todo esto —digo sonriente, sirviéndole un vaso imponente de
zumo de naranja natural—.Y me alegro de haberlo hecho, porque pareces necesitar un
energizante.
Él busca palabras.
—No tienes que hacer todo esto.
—Cuando estoy triste o enojada, cocino mis sentimientos. Mientras más triste
o enojada, mejor saben las cosas. ¡Pruébalo!
Él baja el tenedor antes de tomar un bocado.
—¿Alguien te molestó?
—No. Quiero decir, el portero dijo un par de cosas. Pero no es un gran
problema. Probablemente todavía está de luto por su pérdida de cabello.
—Tendré que hablar con él —dice, y luego parece recordar que se supone que
resiente mi presencia aquí, porque su rostro se endurece. Se suaviza casi
inmediatamente después de la primera mordida.
Apoyo mi cara con mis codos sobre la mesa.
—Entonces, ¿tus papilas gustativas bailan un tango o vals?
25

—Ha pasado un largo tiempo desde que alguien me cocinara algo —dice al
fin.
Página

Mi corazón duele. Eh.


—Sé lo que es eso. Mi padre huyó cuando era niña y mi madre trabajaba de
noche y dormía de día, así que yo cocinaba todo en casa. Así es como me volví tan
bien. Tuve un montón de sentimientos de adolescente y si no hubiera cocinado,
probablemente habría saltado de un acantilado. —Me río—. Pero cuando alguien
cocina para ti, es la mejor manera de decir que te ama. Tienes la oportunidad de
probarlo en cada bocado.
Él me mira fijamente. Me retracto.
—¡No es que te amé! Amo un montón de cosas, pero todos ellos son
alimentos. Y no soy caníbal. —Aunque se ve jodidamente sabroso.
¡Cállate, cerebro!
Su boca se contrae nerviosamente, como si una risa tratara de salirse de ahí.
¡Vamos, ríe! ¡Puedes hacerlo! Pero la oculta, como si su cara fuera un club con un
gorila estricto y todas las emociones positivas fueran menores de veintiún años.
Dieciocho en Francia, en realidad.
Se pone de pie, ha recuperado el control de su rostro.
—Haré el trabajo en mi oficina hoy. No me molestes.
Demasiado para mi encanto. Pero eso fue sólo la primera pelea. Cuando se
trata de hacer amigos, nunca he perdido la guerra.
—Vamos a ir a cenar por primera vez esta noche, con alguien que necesito
impresionar —dice, y hace una mueca como si prefiriera que le metan brasas en el
trasero. Curiosamente, esa no sería la cosa más rara que me han requerido empujar en
el culo de un cliente.
—Toma mi tarjeta hoy y compra algo bonito —dice, felizmente ignorante de
mis pensamientos menos-que-deliciosos—. Y modesto. Cualquier precio, no importa.
En realidad, compra varias cosas agradables. Ocúpate de todo.
—Me encanta la juerga de compras tanto como la chica que creció
extremadamente pobre con todos los gastos pagados, ¿pero no sería un problema que
no hable francés?
Él considera esto por un momento. Entonces, finalmente, el fantasma de una
sonrisa se abre camino a través de su rostro.
—Voy a enviar una escolta contigo. Espera en el vestíbulo y te encontrara allí.
Y no puedo dejar de notar que se lleva el resto de la tortilla a su estudio.
Diez minutos más tarde, estoy en el vestíbulo, sentada en un banco de mármol
y moviendo mis pies, llevo el sencillo atuendo que traje de mi antigua vida.
Le envío mensajes a Sam un par de veces, pero no responde. Probablemente
debería dejarlo solo, pero es igual de malhumorado que Cohen. Tal vez será la clave
para descifrar a mi malhumorado falso prometido.
Son tan similares que curioseo el número de teléfono de Cohen, sólo para
26

estar segura, pero es diferente de Sam. Lo que ellos realmente tienen en común es la
Página

forma en que los exaspero. Lo cual no es, para ser justos, una afección rara.
Calvito está sentado detrás del mostrador de recepción, al teléfono con
alguien. Lo que sea que le estén diciendo no lo hace feliz. Su cuero cabelludo esta
fruncido y sus “sí, señor” son más recortados de lo habitual. Finalmente cuelga y seca
su frente con un pañuelo antes de venir hacia mí.
—Oye, no te enojes, no estoy aquí sentada para empañar la perfección del ezte
eztablishimento sin razón —le digo a la defensiva—. Estoy esperando a mi compañero
de compras. Er, chaperón.
Suspira, un suspiro tan profundo que debe haberse originado a más de tres
millas bajo tierra.
—Bueno, señorita, lo ha encontrado.
—¿Dónde? —Me asomo por encima de su hombro—. ¿Se está escondiendo?
¿Es un enano en tu bolsillo?
Esta vez su suspiro se estrella en el suelo.
—No, señorita. Yo voy a ser su escolta de hoy.
De repente entiendo el fantasma de una sonrisa en Cohen. Esta es su manera
de castigar a Calvito por molestarme. El hombre de hielo tiene sentido del humor
después de todo.
—¡Vamos a tener un gran día! —Lanzo mi brazo sobre los hombros de
Calvito, quien se estremece como si lo acaraba de bañar en queroseno—. Somos tú y
yo, Cavito-er, quiero decir Retard.
—Renard —dice entre dientes.
—¡Renard! Por supuesto, Renard. Probablemente crees que fue a propósito,
pero fue un error honesto. Todos mis errores son honestos. ¡Oye, después que hacer las
compras vamos a conseguir nuestro cabello hecho! Vaya, espera.
Él gira la cara hacia el cielo y murmura lo que suena sospechosamente como
una oración.
—Dios no te puede salvar ahora —le digo con alegría—. Vas a conducir,
¿verdad?
Mientras Calvito conduce al centro comercial más lujoso de París, por
petición mía, le ilumino con mi vida. Le cuento todo sobre el loro que tenía a los diez
años, mi fase con las películas de terror, la forma en que aprendí a hacer el ruido
Grudge, como escapé a través de mi ventana, y la vez que hice un nido en el árbol de
mi vecina, haciéndole pensar que estaba siendo perseguida. Le hable de la vez que fui a
la playa como una estudiante de cuarto grado y pensé que había encontrado un cráneo
humano, aunque resultó ser sólo una extraña forma de coral.
—Todas cautivadoras historias —dice con el aire de alguien que tiene un
deseo implacable de ahorcarse—. ¿Sucedió algo en su vida más allá de la pubertad que
debo preguntar?
27

Elevo mis rodillas hasta mi pecho y observo París a través de la ventana.


Página

—Nada que pueda ser una historia divertida.


Roba un vistazo a mí, pero no encuentro sus ojos. Finalmente encuentra una
plaza de aparcamiento secreta, que sólo un nativo Parisino podría, y abre mi puerta.
No importa cuánto desprecio sienta por mí, él todavía tiene caballerosidad.
—Vamos a tener que escoger algo pronto para que pueda cambiar esa... ropa.
—Arruga la nariz, como si no estuviese seguro de que lo que estoy usando califica.
—¡Oye! Este es mi top de malla favorito.
—¿Así es como lo llama? —Pregunta con delicadeza—. Pensé que se había
puesto una malla para pescar que encontró en un mercado de mariscos.
Él me lleva a un edificio con puertas de cristal, detrás de un montón de turistas
chinos de mediana edad en espera de su autobús. Todo lo que se exhibe en la ventana
es de color blanco, una falda blanca geométrica, un vestido blanco de gasa de hadas,
un reluciente par de zapatos blancos de tacón. Alguien no recibió el memo funeral. La
pantalla bombea música etérea mientras la ropa brilla detrás de tiras de giratorio papel
crepé blanco.
—No encuentras esa mierda en un centro comercial en los Estados Unidos —
le digo, señalando con el pulgar.
Él asiente con la cabeza para que lo siga.
—No va a encontrar nada de esta “mierda” en Estados Unidos.
Ezta mierrdaz. Me río, pero es estrangulado en mi garganta a medida que
avanzamos a través de la puerta de cristal y veo el interior del edificio.
—Bienvenida —dice—, a las Galerías Lafayette.
Es como la santa descendencia de una tienda por departamentos y el Louvre.
Estamos en la sección de bolsos, y ordenados cubículos sin fin con bolsos de diseño
llenan el espacio, filas sobre el suelo pulido, donde refinadas personas están
comprando y vendiendo. Los pisos están ubicados como anillos. Me apresuro hasta el
borde y miro hacia arriba. Por encima de mí, anillos de pisos se arquean hacia arriba,
cada uno repleto de compradores. El techo parece que pertenece a una famosa iglesia
europea, no a un centro comercial, con su pistura fresca y la impresionante
arquitectura.
—¿Este es un famoso monumento parisino que algún idiota con demasiado
dinero decidió convertir en un centro comercial? —Pregunto aturdida a Calvito.
Niega con la cabeza.
—Fue construido para Zees a propósito.
Vago por la próxima hora, totalmente callada mientras observo todo. En
realidad es más como una galería de arte que un centro comercial. La ropa es más
hermosa de lo que podría imaginar, cada pieza más complicada que la anterior. Paso
los dedos por una manga de seda cosida como el ala de una mariposa, una falda que
parece estar hecha de aire, una bufanda tan suave y reconfortante como una nube.
28

—Es como un hermoso sueño —digo después de diez sólidos minutos de no


hablar.
Página

Calvito sonríe a su pesar.


—Pensé que traerla aquí podría inspirar algo de silencio. Como resultado, es
más agradable cuando está impresionada.
Estoy demasiado feliz para hacer una broma de cabello.
Es demasiado hermoso, demasiado diferente de la oscuridad y la suciedad a la
que estoy acostumbrada. Me siento tímida por primera vez. Toco la ropa, froto su
suavidad entre mis dedos, pero no me atrevo a probar cualquier cosa o incluso
preguntar el precio. Seguramente algo tan hermoso y delicado se derrumbaría cuando
alguien como yo lo toque.
Después de un rato, Calvito se apiada de mí y saca un intrincado vestido de
encaje de la percha.
—Si se me permite sugerir esto, señorita.
Lo aparto con una risa.
—Eso no me conviene.
—Ya no es usted, si el joven señor Ashworth me ha explicado la situación
correctamente. —Me entrega el vestido—. Ahora es Georgette Montgomery.
Georgette Montgomery. Se me olvida. Su nombre es fresco y limpio, al igual
que las nuevas hojas de primavera. Quiero caer en ella, dejarla borrar todo lo terrible
de Rae. Tomo el vestido.
En el vestuario, tengo que tomar tres respiraciones profundas antes de lograr
mirarme en el espejo. La chica que me devuelve la mirada es delicada y frágil. El
vestido esconde sus cicatrices, la forma pendiente de sus hombros. Ella es la inocencia
de unos ojos grandes. Es Georgette Montgomery.
Así es como destierro a Rae. Voy a cortar pedazos de ella y descartarlos como
miembros rotos hasta que se haya ido para siempre.
Cuando salgo, los vendedores pierden su frialdad francesa por un momento y
prodigan elogios que no puedo entender. La timidez es algo que vencí hace mucho
tiempo, pero no puedo evitar que mis ojos caigan a un lado e incline la barbilla hacia
abajo. Este vestido me hace sentir vulnerable. Y la vulnerabilidad es algo que Rae
Grove nunca podría permitirse.
Pero ya no soy Rae Grove.
Soy Georgette Montgomery.
Cuando Calvito me ve, se detiene y exclama algo en francés.
—No tiene sentido que me insultes a menos que lo hagas en Inglés —digo
débilmente.
—Está empezando a parecerse a alguien digno de la compañía del Maestro
Ashworth —traduce.
Caigo de rodillas, alarmando al personal, y trato de decidir entre presionar una
29

mano a mi corazón o enjugarme una lágrima falsa como un apropiado gesto


dramático. Al final, hago las dos cosas.
Página
—Templa tus efusivos elogios, mi calvo amigo. ¡Mi frágil corazón no puede
soportarlo!
Él murmura algo en francés para el personal, que me observa de reojo con
preocupación.
Compramos el vestido. Y luego otro vestido. Y un pañuelo de seda. Dos
pañuelos de seda. Y faldas y blusas, y zapatos, todos los cuales cuestan más de lo que
probablemente podría conseguir por mis órganos internos en el mercado negro. Incluso
mis riñones, que son una opción, si se me permite decirlo.
Calvito es un compañero de compras inesperadamente útil. Aprendo a
interpretar niveles de sus expresiones faciales. Labios fruncidos: “Me preocupa que
pueda ser confundida con la menos atractiva Kardashian en ese atuendo.”
Tamborileando el pie: “Ese color de pantimedias me está dando ansiedad clínica y
voy a discutirlo con mi terapeuta mañana.” Ninguna expresión: “Es una exquisita y
deslumbrante belleza.” Una ligera inclinación de cabeza indica elogios tan
comprensivos que no se pueden traducir en palabras.
Después de que estamos cargados de compras, y me refiero a que Calvito tiene
ocho bolsas de compras, equilibrándolas sobre diversos apéndices, mientras yo salto
por delante, consiguiendo el almuerzo. Y por almuerzo, me refiero a macarons. Solía
pensar que los macarons eran una condición del ojo. Ahora entiendo que es el cielo en
forma de una pequeña galleta colorida llena de algo que no es bastante crema y
mermelada del todo, pero logra un equilibrio perfecto entre los dos.
—No sé qué demonios es azafrán, pero es un maldito buen sabor para una
galleta —le digo, pulverizando migajas sobre la mesa.
Calvito se aleja de nuevo en disgusto.
—Voy a recordarme comprar un paraguas para la próxima vez que tenga
una... comida con usted.
—¿Por qué tan escéptico con la palabra comida? —Trago—. Tienes razón. La
palabra correcta es almuerzo.
—Sé que la palabra correcta es almuerzo —él frunce el ceño—. Simplemente
estoy inseguro de que ocho macarons califiquen.
—Es cierto. De vuelta en casa por lo general tenía algunas patatas fritas con
mis galletas de almuerzo. Pero no te preocupes, estos macarons son como a 20€, así
que es como la comida más lujosa y más cara que he tenido.
Calvito suspira. Toma un sorbo de un frasco de su bolsillo que sospecho
contiene alcohol. Vino más probable. Malditos franceses.
—Esto es muy divertido. Vas a ser como mi gruñón tío bienintencionado.
Nunca he tenido uno de esos y siempre lo he querido.
Suspira de nuevo.
30

—Uno que suspira mucho.


Un suspiro más. Ahora que lo he untado con mantequilla, puedo conseguir
Página

algo de información de él acerca de mi nuevo y malhumorado novio falso.


—Entonces, ¿Qué tan bien conoces al Maestro Ashworth-er, Cohen?
—Lo suficiente para saber que no es adecuado para el matrimonio, incluso
uno falso.
¡Ajá! ¡Gay como las pelotas! Lo sabía. Me inclino hacia delante con
complicidad.
—Veo que no soy la única que conoce el secreto de Cohen.
Calvito balbucea medio sorbo del frasco, escupiendo algo de color rojo oscuro
sobre la mesa. Vino. Eso, o tiene una copiosa hemorragia interna.
—¿Él se lo dijo?
—No exactamente. Sólo soy muy observadora. —Déjenmelo a mí resolver los
misterios del mundo. Algo punza en mi estómago, sin embargo. Definitivamente no es
decepción por tener confirmadas mis sospechas. Absolutamente no. La mala digestión
de un almuerzo compuesto por galletas, absolutamente sí.
—Supongo que no es demasiado difícil de imaginar que lo averiguara —
murmura—. Viviendo allí por la noche, después de todo...
Me imagino un desfile de hombres sin camisa, bien engrasados en su marcha
nocturna en la habitación de Cohen, armados con látigos de cuero y chaparreras sin
culo. Ayer por la noche debe haber sido el turno de alguien más. Bueno, la próxima
vez que el tren gay haga una parada en la Casa Ashworth, voy a estar segura y
escondida en mi habitación, para darles la privacidad que merecen. Incluso pueden
usar la bañera.
—Asumo que el Maestro Ashworth ya le ha pedido mantener este
conocimiento a sí misma —dice Calvito, reanudando su mirada pétrea.
—Yo no diría eso exactamente. Quiero decir, él no sabe que yo sé.
—Entonces voy a preguntarle por él. —Se frota la frente, y me parece que es
mayor que hace un minuto—. Es una situación delicada. No deseo que continúe este
estilo de vida, pero...
—Oye, ahora —interrumpo—. Es el siglo XXI.
—Estoy seguro de que no es ajena a esas actividades por sí misma —dice con
frialdad. ¡Discúlpate, Calvito!—. Pero eso no viene al caso. Tengo la esperanza de que
entre en razón.
Realmente está agitado ahora. Los Ashworths deben ser este hiper-intolerante,
del-peor-tipo-de-religiosos. Yo no estaba imaginando las vibras de imbécil que recibí
del señor Ashworth. Siempre confío en las vibras de imbéciles.
—No voy a decirle a nadie —prometo—. Es su vida, su privacidad.
—Exactamente mi pensamiento. —Calvito se relaja, tanto como un tenso
portero puede relajarse—. Le debe perdonar sus... excentricidades. Lo conozco desde
que era un niño. Ha tenido un momento difícil por ello.
31

—Oh sí —no puedo dejar de reír—. Único heredero a una bajillion de dólares.
Página

Cualquier cosa que siempre haya deseado, cada vez que ha querido. Tal vez su padre
no aprueba lo que hace en su tiempo libre, pero aun así él tiene una vida mejor que el
noventa y nueve por ciento de todas las personas que he conocido.
Frunce el ceño.
—No tenía la impresión de que lo conocía muy bien.
Me levanto.
—A Cohen le han servido un buffet la mejor parte de la vida desde que nació,
y yo y todos los que conozco, hemos tenido que hacer cosas horribles para los restos de
mierda. Así que no me pidas que sienta pena por Cohen Ashworth. Porque no lo haré.
—Algunos podrían llamar a eso sin corazón.
—Oh, tengo un corazón. Y la única razón por la que todavía tengo uno es
porque soy cuidadosa de no dejar que sangre hasta secarse. —Fuerzo una sonrisa. Este
es un camino por el que odio ir—. Oye, vamos a llamar una tregua, ¿no? No tienes que
gustarme, pero el odio activo no es realmente algo que estoy buscando de una de las
tres personas que conozco aquí. No voy a dejar el secreto de Cohen fuera de la bolsa, y
me dejas contarte como un aliado. ¿Trato?
Observa mi mano y la sacude secamente, aunque me doy cuenta de que se
frota desinfectante de manos después.
—¿Puedo sugerir, sin embargo, que busque al joven maestro como su aliado,
en primer lugar?
—Cohen no es mi aliado. No soy tan estúpida —Recuerdo una de las muchas
reglas que mi compañera de cuarto me enseñó, cuando yo era nueva en el negocio: Los
clientes son el enemigo. Recuerda eso. Estamos luchando una batalla todos los días: aunque
podamos conseguir todo de ellos debemos ceder lo menos posible. De esta manera consigues
mantener un poco de ti misma para ti. Lo que me di cuenta después de un tiempo es que
incluso aunque renuncies a un poco de ti misma con cada cliente, eso suma una gran
cantidad a tu alma.
Calvito guarda silencio por un momento.
—Trate de mirar más allá de lo que está en la superficie. Muy pocas personas
lo hacen. Eso es todo lo que pido.
—Hay una razón por la cual las personas no son demasiado amistosas con los
puercoespines, Calvito. —Limpio las migajas de mi boca—. Vamos. Tengo que
alistarme para una cena de lujo.
Él suspira de nuevo y se levanta, cargando las bolsas en un brazo a la vez.
—Hay una cosa más que debo pedirle.
—¿Qué es?
—Deje de llamarme Calvito.
32
Página
Capítulo 4
—Dime algo sobre ti, Georgette —Pregunto al espejo, girando de modo que el
encaje del vestido destelle ligeramente y muestre mis-recién afeitadas piernas
hidratadas—. ¿De dónde eres?
—San Francisco —contestó, con timidez—. Crecí en una preciosa finca. Mis
padres eran unas personas tan afortunadas.
—¡Apuesto que jodidamente lo eran! —Señalo al espejo—. ¿Cuáles son tus
cosas favoritas, como una caprichosa persona rica?
—Hmm. —Puse mi dedo en mi mentón fingiendo pensar—. Jugos
purificadores, yogur helado, café latte de calabaza de especias en el otoño... oh, la lista
sigue y sigue.
—¡Apuesto a que sí! —Exclamo—. Pareces una culta joven, bien educada.
Definitivamente no la escoria de una tierra ubicada en la axila del mundo.
Definitivamente no el tipo de persona que alguna vez ha hecho algo horrible por
dinero. Eres pura y perfecta, ¿verdad? Intocable.
Esa última palabra se desvanece en un vacío y me quedo mirando mis
estúpidos ojos. Esos ojos que me devuelven la mirada en cada espejo en el que me he
mirado, a pesar de todas las diferentes personas con las que he estado. Esos ojos
siempre han permanecido igual. Excepto, que en los últimos años se han puesto más
cansados.
Una vez que todo esto termine, voy a invertir en algunos lentes de contacto de
color. Ojos color azul cielo me darían un buen aspecto. El tipo de color azul muy claro
que oculte cualquier tiniebla. Un montón de cosas jodidas pueden ocultar unos ojos de
color marrón oscuro.
Respiro profundo, pongo una sonrisa en mi cara, y voy escaleras abajo.
Cohen me está esperando en el vestíbulo, luciendo altivo y elegante con un
traje negro ajustado. La comunidad gay de París debe haber arrojado un desfile el día
en que su padre decidió enviarlo aquí. A la vista de él, mi útero se siente tentado a
lanzar un desfile también. Tal vez sea su homosexualidad lo que me hace estar atraída
por él. Elimina el elemento de miedo.
La mayor parte, por lo menos. Los chicos gay todavía tienen puños.
Pero cuando me ve, parece que la idea de golpearme está a un millón de millas
de distancia de su cerebro. Si no fuera inteligente, yo diría que sus ojos se abrieron
minuciosamente. Pero soy lo suficientemente inteligente como para saber que lo que
33

ves con tus ojos no siempre es la verdad. Una sonrisa no siempre significa bondad.
Página

Una mano extendida no siempre es una oferta de ayuda.


En cualquier caso, es momento de demostrar que puedo jugar este papel.
Alejo mis ojos de los suyos, con timidez, y reverencia.
—Estoy lista para ir —le digo en voz baja.
Cuando lo miro de nuevo, sus ojos están estrechados.
—Entonces sígame.
—Sí, por supuesto, mi amor. —Le doy una pequeña sonrisa y atrapo un
vistazo de Calvito-er, Renard, observándonos a medida que caminamos en la fresca
noche parisina.
La clave para ser una mujer perfecta es la pequeñez. A los hombres les gustan
sus chicas minúsculas. Rompibles. Dulces como el azúcar y con esa misma facilidad de
disolverse. No estás destinada a ocupar tanto espacio como ellos. Las figuritas
decorativas que van en los estantes son pequeñas también.
Un coche negro brillante se encuentra estacionado en el lado de la calle.
Cohen abre la puerta sin decir una palabra, luego se sube en pos de mí. Hay una
brecha sin problemas entre nosotros y el conductor. Estamos solos en una minúscula y
costosa habitación tapizada. Pego mi nariz a la ventana, fascinada por las luces
intermitentes, antes de recordar que no es algo que hacen las damas.
Me aclaro la garganta de una manera tímida.
—Tuve un día maravilloso con Renard hoy. Te agradezco mucho por la
oportunidad…
—Detente —interrumpe.
Me detengo. Su rostro está esculpido por las sombras móviles del mundo
exterior, pero leo la ira en los surcos de su frente.
—No tienes que hacer eso cuando sólo somos nosotros dos —dice, aunque
está mirando por la ventana y no a mí.
—¿Hacer qué?
—Actuar. Ya ha dejado bastante claro que no es realmente usted.
Tiene razón. Ayer fui yo misma alrededor de él. Sin ni siquiera pensarlo. Por
lo general, mantengo una tapa hermética sobre la verdadera Rae Grove, dejándola
solamente con gente que estoy segura no le hará daño.
Tienes que tener cuidado a quién le dejas ver el verdadero tú. Si usas una
máscara y alguien la quiebra, no importa. ¿Pero dejar tu verdadero corazón expuesto?
Esos pedazos no volverán a crecer.
¿Qué tiene él que corta a través de mis defensas como la mantequilla?
—Estaba pensando en salvarte de mi verdadero yo. —Sonrío—. Ella tiene un
temperamento y es sin filtro. Es terca y ocupa demasiado espacio. Las chicas como ella
no consiguen llegar lejos en la vida.
34

Él está en silencio por un rato.


Página

—No parece que te guste mucho —dice, su voz controlada, traicionando


nada.
—¿Quién lo haría? —Bostezo y me estiro—. Georgette es mucho mejor. Ya
verás. Me deslizo en ella más fácilmente si me dejas serlo todo el tiempo.
—No. —Su voz es dura y segura. Milagrosamente, no hace una broma sobre
“deslizarme en ella.”—. Sé tú misma. Consigo suficiente pretensión de las otras
personas en mi vida. —Hace una pausa, y luego dice en voz tan baja que apenas lo
escucho—. Si ocultas quien eres realmente por mucho tiempo, vas a perderla.
—¿Cómo voy a ser yo misma, si se supone que debo hablar tan poco como sea
posible? —Bromeo.
—Cuando me hables, preferiría si fueras la molesta tu —Finalmente me mira.
Me enorgullezco de ser capaz de decir lo que un hombre piensa, pero su cara está
indudable bloqueada y la llave está en el fondo del océano—. Es...
—¿Es qué?
—Nada. —Vuelve su mirada hacia la ventana.
Eh. Cohen Ashworth, el hombre misterioso del siglo. El mayor misterio es el
cálido resplandor que sus palabras encendieron en mi estómago. Me muevo más cerca,
una idea estúpida, porque él se vuelve hacia mí —labios llenos, pómulos angulosos y
ojos de hielo— y la proximidad es suficiente para desencadenar toda una nueva luz
cálida en mi estómago, aunque de un tipo muy diferente. Basta, Rae. Ese calor nunca
será alimentado al fuego y lo sabes.
Quiero decirle que sé quién es realmente, que está bien y que voy a mantener
su secreto, pero antes de que pueda, el coche se detiene. Cohen sale y mantiene la
puerta abierta para mí de nuevo.
—La caballerosidad no es realmente lo que esperaba de ti —comento, alisando
el encaje en mi regazo.
—Eres mi prometida, ¿recuerdas? —Sus labios se curvan en una sonrisa
sardónica. Una sonrisa sardónica muy besable. Ugh.
Extiende su brazo y lo tomó. Nunca he caminado en cualquier lugar como
este con un hombre. Si voy algún sitio con un cliente y partes de nuestro cuerpo se
están tocando, por lo general es su mano en mi culo. Su boca en mis labios. Me
estremezco y me recuerdo estar agradecida de que Cohen esté volando la bandera del
arco iris.
A pesar de que parece no llevar nada más que negro y gris.
Entramos juntos en el restaurante. Es como la guarida de un dragón. Todo es
luz de oro sobre oro, paredes de oro, gente de oro. Los pisos son pulidos como espejos.
Bajo la mirada y puedo ver mi propia cara, pequeña y abrumada. Destierro lo
abrumada, pero sigo pequeña. Este es el terreno de Georgette Montgomery. No
importa si Rae Grove está a la espera de ser expulsada como una rata que se apresuró a
salir del frío.
Yo no sabía que los camareros llevaban esos graciosos trajes de saltamontes en
35

la vida real, o que había personas que podían llevar bandejas de plata cubiertas de
Página

copas de champán con una sola mano. No sabía que había restaurantes con techos tan
altos, o música en vivo tan hermosa. No sabía que la gente podía ser tan feliz. De
repente me dan ganas de llorar.
Basta, Rae. Detente. El hecho de que estés en la guarida del zorro con unas
orejas peludas, no significa que no sigas siendo una presa.
—Por aquí —Cohen guía mi codo suavemente y el resto de mi cuerpo le sigue.
Un camarero nos persigue abajo y dice algo en francés, probablemente, en la
línea de ¿Puedo ayudarle, señor?
—Estoy aquí con un grupo de dos —dice bruscamente, sin detener su paso en
el comedor. Camina como alguien que quiere acabar con esto lo más rápido posible.
El camarero cambia al inglés.
—Entonces me permitirá…
—Nunca puedo soportar la actitud que tienen los camareros, de que soy
demasiado estúpido para manejar mi propio negocio —espeta Cohen—. Sé con quién
me estoy reuniendo aquí y voy a encontrarlos yo mismo.
El camarero palidece. Parpadeo, la boca ligeramente abierta. Es la primera
interacción que he visto a Cohen tener con alguien que no sea yo, Renard, o su padre,
este último quien merecía el tono cortante. Estoy empezando a entender por qué
tuvieron que contratar a alguien como yo, alguien acostumbrado a malos tratos, para
jugar a su prometida.
Estoy a punto de exigirle que se disculpe cuando levanto la vista y veo la
delgada línea en la esquina de su boca. Él está preocupado de que esto no vaya a
funcionar.
—Relájate —le digo en voz baja—. Tengo esto bajo control.
Comienza, como sin estar seguro de cómo respondí correctamente a algo que
no dijo, pero antes de que pueda preguntar, estamos en la mesa.
—Ah, Cohen. —El hombre mayor que se levanta es la definición de abuelo —
cabello espolvoreado de gris cepillado limpiamente de la frente, piel como papel de
seda muy gastada, líneas de risa grabadas alrededor de boca y ojos—. Qué maravilloso
verte de nuevo.
Aunque su acento francés es fuerte, su inglés es impecable. Él agarra la mano
de Cohen como si lo conociera de siempre. Las otras dos personas en la mesa, un
chico de unos veinte años con una mordida que podría atrapar un banco de peces y
una impresionante mujer con unos pendientes de rubí— me observan de arriba abajo.
—Y esta —dice el hombre mayor con reverencia, liberando la mano de Cohen
y cogiendo la mía—, debe ser ella.
Hay un momento de silencio incómodo en el que Cohen falla en presentarme.
—Usted debe ser el señor LeCrue. —Digo parpadeando y ofreciendo una
36

firme pero delicada sacudida—. He oído hablar mucho de usted. Soy Georgette
Montgomery, y, bien —Bajo la mirada, convocando un rubor—. Debe haber oído las
Página

noticias.
—Oír lo hice, pero creer no, hasta ahora. —LeCrue niega con la cabeza y deja
escapar un silbido de aire. Cohen todavía no ha dicho ni una palabra. La impaciencia
y la irritación emanan de él en una nube de picazón. Bien podría estar gritando lo
estúpido que cree que todo esto es. Sólo espero que no explote.
El tipo de la mordida se levanta y palmea a Cohen en la espalda con el aire de
un nerd de secundaria tratando de actuar como uno de los deportistas geniales.
—Una de las buenas, Cohen —Mira lascivamente. Cohen le da una mirada y
él quita la mano de inmediato, dirigiéndose a mí en su lugar—. Eres demasiado
hermosa para tener que aguantar con el señor actitud. ¿Cuál es el problema?
Georgette se sonroja un poco más. Yo decido, con completa finalidad que no
me gusta este tipo.
—Señorita Montgomery, este es mi hijo, Claude —dice LeCrue con
reproche—. Y su esposa, Annabelle. Por favor, tomen asiento.
Con rigidez, Cohen saca una silla para mí junto a Annabelle. Tomo asiento.
Annabelle se inclina, guiñando, y susurrando:
—Una vez que están borrachos, vamos a tener la oportunidad de una pequeña
charla entre chicas.
Todo lo que puedo hacer por un momento es mirarla fijamente. Ella es una
verdadera Georgette Montgomery. Es como si estuviera llena de luz, y esta escapa
siempre que puede —a través de sus ojos, su sonrisa, el esmalte nacarado de sus uñas,
el plateado de su corto vestido. Su rico pelo oscuro está recogido en un nudo en la
parte posterior de su cabeza, sostenido con un alfiler mariposa. Sus ojos hablan de
secretos y promesas. Ella nunca se ha deslizado fuera de la habitación de un extraño a
las tres de la mañana, ocultando sus moretones con maquillaje y el flequillo...
Parpadeo, recordando sonreír tímidamente.
Observa a Cohen y asiente con la cabeza en señal de saludo. No echo de
menos la forma en que sus ojos se deleitan. Interesante.
—Ya he ordenado aperitivos y bebidas. Creo que encontrarán el Domaine
Pinot Noir que tienen aquí, satisfactorio. —LeCrue sonríe. Cohen todavía no ha dicho
nada. Es extraño. ¿Está nervioso? Pero a juzgar por la forma en que le habló al
camarero, supongo, es definitivamente posible que el silencio sea lo más cercano que
puede llegar a ser cortés.
—¿Es de 1984? —pregunto. La gente sofisticada del vino hace más vino cada
año. Saca uno de un sombrero y suenas como un experto.
—¡Has escogido a una joven que conoce su bebida, Cohen! Una chica detrás
de mi propio corazón. —LeCrue ríe como una tienda por departamentos de Santa—.
Es de 1979, de hecho. Pero creo que apreciarás las notas de cereza oscura.
Annabelle sigue sonriendo hacia mí como si estuviéramos compartiendo
nuestros pensamientos más íntimos. ¿Qué tipo de cara haría si ella supiera lo que
37

estaba pasando?
Página

—¿Cómo se conocieron ustedes dos? —Demanda Claude. Una mancha de


saliva vuela desde el labio superior y aterriza sobre el mantel.
—Oh, no quieres oír esa tonta historia —Me río a la ligera.
—Confía en mí cuando digo que lo hago. ¡Debe haber sido una circunstancia
seriamente milagrosa para que no corrieras inmediatamente en dirección contraria! —
Él codea a Cohen, cuyo rostro va de piedra a la edad de hielo. Claude está a un toque
de conseguir que sus luces se apaguen.
LeCrue me está mirando con expectación. Así como Annabelle. Voy a tener
que inventar algo que incluso Nicholas Sparks no pudo imaginar para convencerlos de
que cualquier chica en su sano juicio querría casarse Cohen Ashworth.
Pero si hay algo que se me da bien, es inventar cosas.
—Estaba corriendo tarde la noche que lo conocí —empiezo, rociando mis
palabras con recatadas miradas de reojo a Cohen—. Soy de los Estados Unidos, verán,
y me mudé a París para cuidar de mi madre enferma, que...—suspiro. No hay daño en
añadirle un elemento emocional—. El doctor dijo esa noche podría ser su última.
Annabelle frota mi mano. Sigo: —Estaba en una carrera para llegar al hospital
y decirle adiós a tiempo. Los dos llamamos a la misma cabina. Cohen parecía el tipo
de hombre importante que mantendría un taxi para sí mismo, pero él me miró y, sin
decir una palabra, me dejó tenerlo.
Lo más importante a la hora de contar una historia es tener personajes
consistentes. Si les daba de comer un poco de sopa sobre Cohen haciendo algo
increíble, no lo creerían ni por un segundo. Pequeñas cosas, esa es la clave.
—Yo no lo podía sacar de mi mente después de eso. Era tan guapo.... —Esa
última parte una verdad, por lo menos. En algún lugar en París hay un chico gay
cenando y soñando despierto sobre su sexy novio rico—. Nunca esperé volver a verlo.
Pero lo hice, tres días después de que querida Mamá Montgomery falleció. Estaba
diluviando y no tenía paraguas. De repente, este hombre salió de una tienda a mi lado,
me dio su paraguas sin decir palabra, y se fue otra vez, empapándose.
Los tres están inclinados hacia adelante ahora, fascinados. Cohen está
fingiendo no escuchar, pero puedo decir que está impresionado.
—Quería devolverle su paraguas, así que...
Tejí una historia de investigación y éxito, de pequeñas atenciones, de aprender
a ver al hombre detrás de la máscara. Es todo una mierda, por supuesto. La máscara es
siempre el hombre. Si vas a la caza de humanidad bajo un jardín de maquinillas de
afeitar, te cortaras en pedazos. Pero a ellos les encanta. La gente siempre ama ese tipo
de historia. Al final, pateo a Cohen debajo de la mesa y él de mala gana cubre mi
mano con la suya.
—Increíble. —En realidad, hay lágrimas en los ojos de LeCrue—. Estoy muy
contento por ti, Cohen. En verdad. Siempre supe que encontrarías la felicidad, a pesar
de todo... siempre le dije a tu padre que las decisiones que un hombre hace en su
juventud no le definen.
38

—Así que están realmente comprometidos, entonces. —Claude me mira y


sacude la cabeza—. Cuando escuché el rumor, le seguía preguntando a Annabelle si
Página

era el día de los Inocentes. ¿No?


—Lo hiciste —dice Annabelle con la diversión tolerante de una mujer
acostumbrada a la idiotez de su marido.
—Tengo ganas de pasar más tiempo contigo, Georgette, ¿puedo llamarte así?
Voy a tener que conocerte si voy a venderle mi empresa a tu futuro esposo.
El silencio cae sobre la mesa, tan duro como el tañido de una campana. Justo
cuando lo hace, el camarero vuelve, repartiendo vasos de vino rojo como los aretes de
Annabelle y platos de comida que nunca he visto antes. Pequeñas cosas parecidas a
gomas de un negro marrón nadan en el ajo y mantequilla. Delicados anillos de
calamar en una salsa tan negra como la tinta. Rebanadas de queso mozzarella fresco y
tomate con toques artísticos de vinagre balsámico. Mi boca se llena de saliva suficiente
para mantener a las Cataratas del Niágara corriendo durante una semana.
Nadie toca la comida. La expresión de Cohen es tensa, como si hubiese algo
que no se atreve a creer.
—¿Quiere decir eso? —dice en voz baja.
Otro largo momento en el que nadie toca la comida. Me aclaro la garganta.
—Les importa si yo...
—Padre. —La cara de niño tonto de Claude de repente tiene muchos más
bordes—. Sabes que no me gusta cuando bromeas así.
Extiendo una mano con cautela hacia el calamar antes de atrapar un vistazo
de Annabelle. Su rostro es amargo y retorcido, a millas de la elegante dama y hermana
que era hace un minuto. De pronto, no tengo hambre.
No, eso es una mentira. Todavía tengo hambre.
—Esta no es una oferta —aclara LeCrue. Hay algo en esos ojos claros y
capaces detrás de toda esa inocuidad de hombre viejo—. Voy a tener que estar seguro,
Cohen. Sabes que yo siempre he pensado en ti como uno de los míos. Pero no se puede
negar que has estado por caminos oscuros antes. Esta es una señal prometedora de que
estás llevando tu vida en el camino correcto.
—Ya estoy en el camino correcto. —Hay hambre en los ojos de Cohen, pero
no por la comida—. No hay necesidad de esperar.
—Aunque yo creo que eres más de tus elecciones, no se puede descartar el
hecho de que fuiste tú quien las hizo. Necesito tiempo. Tiempo para asegurarme de
que esta joven mujer te ha cambiado en las formas que espero haga.
La joven en cuestión está actualmente babeando subrepticiamente por el plato
de calamares.
Hay un choque. Cohen ha estrellado de golpe el puño sobre la mesa. Le doy
un tirón a mi mano.
—No juegue conmigo —dice sombríamente—. Soy el mejor hombre para
esto. Sabe que lo soy.
39

—Eso es discutible —murmura Claude.


Página
LeCrue suspira, su vino sin tocar. Por alguna razón, él está tratando de darle
una oportunidad a Cohen... y Cohen lo está decepcionando.
—Estoy deseando llegar a conocerle mejor —le digo con firmeza—. Espero
que nosotros no le defraudemos.
Cohen está en silencio. LeCrue mira entre nosotros dos. Al parecer, él está
dispuesto a fingir que mi respuesta es de Cohen también, porque asiente con la
cabeza, su rostro se relaja.
Es la comida social más torpe que he tenido desde que mi pandilla en la
secundaria decidió dejar de hablarme después de que yo supuestamente coquetee con
el novio de Sally Beckham. La naturaleza bondadosa y amable de Annabelle se ha
evaporado, junto con los decididos intentos de Claude de ser el mejor amigo de Cohen.
Ambos se sientan en silencio, fulminándonos con la mirada como si acabáramos de
atacar su nevera para robar todas sus comidas favoritas. LeCrue, parece ser un hombre
de pocas palabras, por regla general, bebe tranquilamente su vino y me hace preguntas
cordiales sobre mi familia. Lo alimento de mentira tras mentira y me alimento
delicioso bocado después bocado del filete mignon, aprovechando las expresiones
distraídas de todo el mundo para pedir dos entradas y un plato de mejillones.
El rostro de Cohen es oscuro. Algo de esta noche le ha marcado del modo
equivocado. En una mesa más allá, una niña se asoma, observándolo y le pregunta a
su mamá algo en francés. Probablemente a lo largo de las líneas de ¿Mamá, ese hombre
es un asesino en serie?
Por lo menos tengo la oportunidad de hacer amigos con LeCrue. Al final de la
noche me ha felicitado tantas veces que tengo la sensación de que está tratando de
señalarle a Cohen lo afortunado que es. De cualquier manera, no me quejo.
—¿Desean que les traiga cualquier otra cosa? —pregunta el pobre camarero.
—La cuenta estaría bien, gracias —dice LeCrue.
—¿Está seguro? Tenemos una deliciosa crème brule…
—Él dijo que quería la cuenta. ¿Es sordo o simplemente un idiota? —Espeta
Cohen.
La ira sube por la parte trasera de mi cuello. Ya es suficiente.
—No le hables a otras personas así —le regaño—. Discúlpate. Ahora.
El choque alrededor de la mesa es palpable. La gente probablemente no suele
decirle a Cohen que sea amable. Tal vez por eso nunca lo hace. Hay unos pocos
segundos en que mi ira se desvanece, dejando espacio para la parte sana de mí que me
castiga por haber perdido los estribos, una vez más, con este hombre al que estoy a
merced... pero entonces él se vuelve hacia el camarero.
—Mis disculpas —dice en breve.
Podrías aterrizar un avión comercial en la boca abierta de Claude.
40

Parece una nota suficiente buena para poner fin como cualquiera.
Página
—He tenido una noche maravillosa —Anuncio, de pie y dejando caer la
servilleta sobre la mesa—. Muchas gracias. Espero verlos a todos de nuevo tan pronto
como sea posible.
—Comparto ese deseo. —LeCrue besa mi mano—. Los milagros no ocurren
todos los días.
Cohen dice nada, todo el camino al exterior en esa noche helada. El coche ya
está esperando por nosotros en la acera.
Las puertas se cierran después de nosotros y estamos encerrados nuevamente
en nuestra pequeña habitación. Cohen deja escapar un suspiro, cierra los ojos, y se
masajea la frente con la punta de los dedos.
—Estoy bien, ¿verdad? —Reboto en mi asiento, radiante por el vino—. Si me
encuentro con LeCrue después de que este mes haya terminado, probablemente me
propondría matrimonio. Esa sería una interesante historia de cómo-nos-conocimos, ¿no?
—Tiene tres veces tu edad —gruñe Cohen.
—Oh, eso no es nada. Una vez tuve un cliente que era tan viejo, que la
dirección que me dio estaba en un hogar de ancianos.
Eso por lo general sacaba una risa de las chicas en casa, pero Cohen
simplemente cierra sus ojos brevemente de nuevo.
—Claro. Eso probablemente te asco. Lo siento —le digo a la ligera.
—La idea me da asco.
—Soy una chica bastante asquerosa.
—No. —Su tono es agudo—. Tú no eres asquerosa.
Soy yo quien tomó el dinero después, pero no digo eso. En su lugar digo: —
Así que este hombre viejo y su hijo tonto son la razón de que tu padre me contratará,
¿eh? Parece un tipo con unos muy-buenos-valores-de-familia. No me gusta su hijo, sin
embargo. Estaba esperando que lanzara la copa de vino en tu cabeza toda la noche.
—¿Podrías relajar tu habladuría por un momento, por favor? Necesito pensar.
—No —le digo de inmediato—. Dijiste que querías la verdadera yo a tu
alrededor. Bueno, esta soy yo. Hablo más que un agricultor que cultiva ñames. Así que
acostúmbrate a ello.
Apenas visible sorpresa y, no podría ser, ¿diversión? Llamea en sus ojos.
—Muy bien —dice, casi sin veneno—. Claude es un imbécil absoluto. La
compañía se quemaría en sus manos. LeCrue lo sabe. Él quiere vendérmela a mí antes
de morir y dejársela a Claude.
—Y Claude no está demasiado feliz por eso —conjeturo.
—Yo no entiendo por qué LeCrue está perdiendo el tiempo. —La mano de
Cohen se cierra en su regazo—. Yo podría tener a su compañía fuera de tierra en un
41

instante. Soy inteligente. Innovador. Soy…


Página

—Un idiota —termino.


Me mira con frialdad.
—¿Discúlpame?
—Oh, lo siento. Tienes razón. Disculpa. —Asiento con la cabeza—. Quise
decir un, absoluto, completo y grosero idiota sin remordimientos.
—Eres muy tendenciosa para alguien que está siendo pagada con seis cifras.
—Tu papá me está pagando, no tu —Corrijo—. Además, luces como alguien
que podría utilizar una opinión legítima.
He descubierto cuál es el problema de Cohen. La gente está, como es
comprensible, asustada de él. Estoy apostando que la gente ha estado asustada de él
durante mucho tiempo. Y cuando alguien es rico, poderoso y terrible, no tiendes a
decirles que están siendo un gran dolor en el trasero. Y cuando nadie te dice que estás
siendo un gran dolor en el trasero, tiendes a seguir siendo uno hasta que alguien lo
hace.
—Ya he terminado con esta conversación. —Se vuelve hacia la ventana.
—Pero yo no. —Me acerco a él, asomando mi cabeza en su camino, por lo
que es más incómodo ignorarme. Esto también tiene el indeseable efecto secundario de
desencadenar un millón de pequeñas campanas de alarma ante la proximidad de un
hombre-sexy-muy-cerca-de mi cuerpo, pero lo ignoro.
—Dices que no sabes por qué el Sr. LeCrue está esperando. Actúas como si te
estuviera insultando. ¿Pero sabes lo que pienso? Creo que no quiere vender su empresa
a un gran idiota. Él es un buen tipo. Te está dando la oportunidad de cambiar. —La
misma oportunidad que voy a conseguir cuando este mes termine—. Y la estás
desperdiciando.
—Así que quieres que cambie. —Su mandíbula se tensa.
—Necesitas cambiar, o no vas a conseguir lo que quieres. —Él tiene que
oírlo—. Y tú vas a ser infeliz toda tu vida…
—¡No sé cómo cambiar! —dice en voz alta.
Me detengo, medio esperando que el vidrio divisor que nos separa del
conductor baje, pero no es así. Todavía estamos solos en el asiento trasero. Debería
tener miedo, debería estar retrocediendo como lo hago cada vez que un hombre
levanta su voz hacia mí. Pero cuando alcanzo el miedo, no lo encuentro.
Él no me asusta.
—Sé lo que soy. Sé cómo soy —Su voz se agrieta, sólo un poco, pero lo
domina—. Si pudiera ser diferente, lo haría. ¿Entiendes eso? No soy como tú. No
puedo caer en la personalidad de otra persona como cambiar mi ropa.
Una aguja de compasión se teje en mi corazón. Estoy muy familiarizada con
esa sombra en su voz, ya que ha estado en mi corazón desde hace años. Auto-odio. Al
menos puedo escapar de mí misma para ser otras personas. Él ni siquiera tiene ese lujo.
42

Basta, Rae. No te atrevas a sentir lástima por él. Tiene todo lo que siempre has
Página

querido, ¿recuerdas?
—Eso es mentira —le digo sin rodeos—. Puedes cambiar. Cualquier persona
puede cambiar. No importa cuánto tiempo han sido... malos. No importa como sea su
pasado.
Tengo que creer eso.
—Muéstrame.
—¿Qué?
Vuelve su mirada llena directamente sobre mí, y me pierdo por un breve
segundo en esos ojos de hielo.
—Muéstrame cómo ser otra persona. Lo haces con tanta facilidad. Te están
pagando lo suficiente, yo también podría conseguir algo de ti.
—¿Te refieres a... unas lecciones de amabilidad?
Él hace una mueca.
—Prefiero que no le llames así.
—Bueno... —dudó.
—Por favor —dice sin emoción. Y si tuviera que apostar por ello, me gustaría
decir que era la maldita primera vez que la palabra había pasado por esos labios
perfectos.
—Vas a tener que hacer lo que yo digo. Probablemente no es algo a lo que
estás acostumbrado.
—Está bien.
—Y eso no será suficiente. Tienes que odiar realmente a tu antiguo yo y
desear cambiar, más que nada en el mundo…
—Lo quiero —dice. No puedo discutir con el fuego en la forma en que lo dice.
—Bueno. Es un trato. —Extiendo mi mano. Después de un segundo, él la
sacude. Piel caliente. Piel humana. Es una persona real, después de todo. No es un
monstruo. No es un bloque de hielo.
—Cuando termine contigo, la Madre Theresa estará celosa —Anuncio—. Tu
novio me dará las gracias.
Parpadea lentamente.
—¿Mi qué?
Uh-oh.
—No voy a decirle a nadie, te lo prometo. Accidentalmente lo descubrí. Pero
nunca te juzgaría por ello, no soy ese tipo de persona… —le digo en un apuro.
—No tengo novio.
—Ah. Bueno, tus ligues, entonces. Sea cual sea tu estilo.
43

Nunca esperé ver estupefacción en ese rostro.


Página

—Tú... ¿crees que soy gay?


El terror llega.
—¿No lo eres?
Y entonces él se ríe. Rompe totalmente y se ríe, se ríe, se ríe. Viene
directamente de su núcleo, es miel y calidez y dulzura profunda y podría hundirme en
él como si fuera la cama más cómoda del mundo, envolverme como una colcha.
Me encanta el sonido de su risa.
Cuando por fin acaba, hay lágrimas en las comisuras de sus ojos. Atrapa el
aliento suspiro por suspiro.
—No, definitivamente no soy gay... ¿por qué me estás mirando fijamente?
—Me acabo de dar cuenta de que realmente eres humano, eso es todo.
Se limpia los ojos.
—¿Qué pensaste que era? ¿Además de gay?
—Un robot, tal vez. O un vampiro. O un robot vampiro del espacio.
—Soy lamentablemente cien por ciento humano.
—¿Lamentablemente?
Levanta una ceja.
—¿Realmente tengo que responder eso?
No. No, no tenía. Ser humano más o menos apesta. Lo sé mejor que nadie.
Y, mientras el coche se mueve, soy golpeada por una pregunta…
Si no es gay, ¿Qué diablos tenía a Calvito tan nervioso?

44
Página
Capitulo 5
RG: Entonces tengo una pregunta.
Sam: Oda a la alegría.
RG: Si fueras a enseñarle a alguien cómo ser una buena persona, ¿cómo
querrías que siguieran al respecto?
Sam: ¿Se trata de ese tipo de nuevo?
RG: Tal vezzzzzzzzzzzzzz.
Sam: Un mensaje de texto con el número equivocado y de repente soy tu autoridad
personal sobre un tipo que nunca he conocido.
RG: Probablemente lo conoces mejor que nadie.
Sam: Reitero. Nunca lo he conocido.
RG: Exactamente.
Sam: No se le puede enseñar a alguien cómo ser una buena persona como se le puede
enseñar a un perro a atrapar cosas. Una vez que las personas se convierten en algo, no cambian.
Nunca.
RG: Yo no creo eso. : <
Sam: ¿Qué tiene esa puntuación que ver con esto?
RG: Es una cara ceñuda. Estoy ceñuda frente a tu pesimismo.
Sam: Parece un pájaro desquiciado con un pico inverso.
RG: Bien, soy un desquiciado-pájaro-con-un-pico-inverso ante tu
pesimismo.
Sam: No tengo que responder estos textos.
RG: ¡Sí tienes! O te enviare mil pájaros desquiciados hasta que tengas que
cambiar de número. E incluso entonces los pájaros te seguirán. Los pájaros siempre
saben.
Sam: Bien. Voy a darte consejos sobre tu amigo gilipollas. Odio a los pájaros.
Sam: Y gilipollas novio, accidentalmente.
RG: Él no es mi novio.
45

Sam: Pero quieres que lo sea. De lo contrario no te molestarías en tratar de cambiarlo.


RG: :< :< :< :< :< :< :< :< :< :< :< :< :< :< :< :< :< :< :< :< :< :< :< :<
Página
Sam: Quieres mirar eso. Es una bandada de ociosidad. ¿Por qué esto se siente como una
película de Alfred Hitchcock?
RG: ¿Porque voy a aparecer fuera de tu ducha con un cuchillo gigante?
Sam: Cambiando de número ahora.
RG: ¡No, espera! ¿Qué pasa si me presento fuera de la ducha con una
bandeja de cupcakes en su lugar?
Sam: Preferiría si no te presentas fuera de mi ducha en absoluto.
RG: Eso no es divertido.
Sam: Discutible. Encuentro muy divertido tomar duchas sin la amenaza de ser
asesinado.
RG: O pasteleado.
Sam: Eso no es un verbo.
RG: ¡Cualquier cosa es un verbo, si intentas lo suficiente!
Sam: ¿En qué te graduaste de la universidad? ¿Ser molesta?
RG: No fui a la universidad.
Sam: Qué sorpresa. "Cualquier cosa es un verbo si intentas" no suele salir en la sección
de lectura del SAT.
RG: ¡Nunca tome el SAT, de paso! ¡Deje la escuela secundaria! :>
Sam: ¿Por qué eso justifica un pájaro feliz?
RG: Porque la escuela secundaria apesta.
Sam: Mira, no estoy tan interesado en tu vida personal. Sólo quiero darte el idiota
consejo para que dejes de enviarme mensajes y yo pueda seguir adelante con mi vida.
RG: Tu emocionante vida, llena de duchas solitarias.
Sam: ¿Quién dice que son solitarias?
RG: ...
RG: Bueno, no, definitivamente son solitarias. “¿Quién dice que” es una
cosa que la gente usa cuando quieren actuar como si algo no fuera verdad sin tener
que mentir.
Sam: Tal vez lo habrías hecho mejor en la sección de Psicología del SAT.
RG: :>
Sam: No hay ninguna sección de Psicología en el SAT.
RG: :<
Sam: ¿Se te ha ocurrido que tal vez hay una razón de cosas por las que este tipo es un
idiota a todo el mundo?
46

RG: No. No hay ninguna buena razón para ser un imbécil a nadie.
Página

Sam: No dije ninguna buena razón. Dije una razón.


G: ¿Qué razones podría tener este chico? Ha sido una abeja rica toda su
vida. Siempre le han dado todo a él. Si hay una persona que debería estar
agradeciéndole al universo, es él.
Sam: Tal vez no debes juzgar a la gente por las cosas superficiales que conoces acerca de
ellos.
RG: ¡A veces la superficie es suficiente!
Sam: ¿Lo es? ¿Las personas alguna vez te han mirado y te han entendido directamente?
RG: Eso es diferente. Yo hago un punto para ocultar lo que realmente soy.
Sam: Entonces no deberías sorprenderte cuando otras personas hacen lo mismo.

Estoy a punto responderle con algo mordaz y brillante cuando el silencio de la


medianoche es interrumpido por un grito áspero. Me congelo, encogiéndome bajo las
sábanas. ¿Un ladrón? ¿Un hombre lobo? ¿Un ladrón que accidentalmente llego a
nuestro ático, al mismo tiempo que un hombre lobo y empezaron una épica pelea entre
un lobo y un hombre? Ahora tengo ganas de ir a ver.
Un segundo grito estalla, salvaje y desesperado.
Siempre he imaginado que yo sería una intrépida confrontadora ante un robo.
No acobardada en el baño con el 911 al teléfono, llenando la bañera con mis lágrimas.
No, me armo con un sartén o, preferiblemente, una ametralladora, entro en el salón, y
entonces el periódico local correría una historia sobre mí y todos los blogs feministas
me escogerían como su nueva mascota…
Un tercer sonido llega, un grito como si alguien fuera apuñalado, y esta vez
reconozco la voz.
Cohen.
Oh diablos, no. Nadie se mete con mis clientes excepto yo. Agarro el arma del
crimen más cercano, el cual pasa a ser una almohada, y vuelo fuera de mi habitación y
a través de todo el apartamento a la suya.
—¡Apártate de mí idiota cliente rico, bastardo hombre lobo! —Grito, abriendo
la puerta con la almohada en alto—. ¡O voy a ahogar la mierda fuera de ti!
Mis ojos se acostumbran a la oscuridad. La única otra figura humana es
Cohen, una silueta retorcida en mantas. Dejo caer la almohada y corro a su lado. Mi
noble entrada no lo despertó, increíblemente. Pero algo está mal. A pesar de que el
lado idiota en mi se hincha y muere para siempre a la vista de él sin camisa, salpicado
con la luz de la luna y brillante sudor, el lado normal de mí procesa el pecho
palpitante, la expresión torcida en su rostro.
—¿Cohen...?
Él me corta con otro grito. Esta vez se trata de palabras.
47

—No… por favor…


Página

Pesadilla. Mi corazón se hunde. Agarro su hombro y sacudo con fuerza.


—¡Cohen! ¡Despierta! ¡No es real!
Él se despierta con un espasmo, los músculos de su estómago tensos. Sus ojos
encuentran los míos, salvajes y fuera de foco. Va a golpearme. No, no lo hará. La
locura se derrite.
—¿Rae...? —dice con voz débil.
Dejo escapar un largo suspiro.
—Uh, sí. Estabas gritando. Y dando vueltas alrededor.
Aprieta el dorso de la mano en su frente.
—Pensé que te dije que no vinieras aquí.
Sí, está bien.
—De nada por despertarte y salvarte del tigre imaginario que estaba tratando
de comerte. Así es como sonaba, de todos modos.
Gruñe. Sus músculos están tensos. La mano en su frente está temblando un
poco. Todavía está aterrorizado. ¿Qué clase de sueño podría hacer que Cohen
Ashworth grite como si estuviera siendo torturado?
Me siento en el borde de su cama.
—¿Quieres hablar de ello?
—No, no quiero hablar de ello —escupe.
—¿Seguro? Porque hablar puede real…
—Fuera.
—Sólo estoy tratando de…
—Vete —gruñe, quitando la mano de su cara y observándome con ojos
mortales—. Quiero dormir, no ocuparme de tu entrometimiento. No te quiero en esta
habitación.
Eso duele. Me levanto y doy vuelta, a punto de decir algo frío y penetrante,
pero no soy muy capaz de cortar a alguien que parece tan extrañamente vulnerable.
—Está bien, pero estoy aquí si quieres hablar —le digo en voz baja.
Él no responde. Cierro la puerta.
Estas lecciones de amabilidad van a ser más trabajo de lo que pensaba.
***
A la mañana siguiente, estoy sentada en la mesa del desayuno, comiendo un
plato de fresas, cuando Cohen sale de su habitación.
Le brindo una mirada altiva, antes de regresar sin decir nada a mis fresas.
Se mueve en la cocina, creando una cantidad excesiva de ruido,
probablemente para ahogar mi silencio helado. No funciona. Puedo hacer que mi
48

silencio sea muy fuerte cuando quiero. Con el tiempo, él se sienta en la mesa conmigo,
Página

una silla más cerca que ayer.


—Este queso que compraste es decente —dice después de un minuto.
Resoplo. ¿Esa es su idea de una ofrenda de paz?
Lucha unos pocos minutos más de silencio y luego dice: —Hay jugo en la
nevera.
Lo ignoro.
Finalmente explota.
—¿Qué es lo que quieres de mí?
—Primera regla de ser amable: Discúlpate cuando hayas sido un gilipollas con
alguien. —Meto otra fresa en mi boca.
—Tú eres quien irrumpió en mi habitación en medio de la noche.
Silencio.
—No voy a pedir disculpas por hacerte salir. No tenías derecho a estar allí.
Silencio.
—De alguna manera te las arreglas para hacer que cuando no hables sea más
molesto que cuando sí. Es increíble.
Mastico lentamente.
—Bien —sisea—. Lo siento si fui un poco duro contigo anoche.
—¡Ya Está! ¡Primera lección terminada! C menos —digo.
—¿Me estás calificando?
—Sí. Te disculpaste, pero dando rodeos y te las arreglaste para sonar como un
idiota mientras lo estabas haciendo. Por lo tanto, C menos. ¿Fresas?
Suspira. Le echo un vistazo. Realmente se ve terrible. Sus ojos están
inyectados de sangre y rodeados de círculos oscuros. Tengo la sospecha de que él, de
hecho, no fue a la cama después de que lo dejé anoche.
—¡Debería escribir esto! —Cavo un cuaderno de mi bolso, escribo Lecciones de
amabilidad de Cohen en la portada, y embellezco la parte superior de la primera página
con un precioso, C menos rizado—. Siempre pensé que sería una buena profesora.
—O instructora de campamento —murmura Cohen.
—Lección dos de ser amable: nada de comentarios sarcásticos bajo el aliento.
O sobre la respiración. O cualquier lugar cerca de la respiración, en realidad.
Cohen comienza a decir algo, pero se detiene.
Sonrío.
—Buen trabajo.
Quiero preguntarle sobre la pesadilla, pero no soy tan estúpida como para
esperar una respuesta honesta. En lugar de ello, paso otra página en el libro de la
49

amabilidad.
Página

—Hoy vamos a hacer un poco de trabajo de campo.


—¿Trabajo de campo? —La ceja de Cohen se levanta de nuevo. Voy a pegar
con cinta la maldita cosa en su lugar, si no tiene cuidado—. ¿No deberías... decirme
cosas primero? Sé que no fuiste a la universidad, pero las clases en general, empiezan
con una conferencia.
Mi corazón se dispara en la boca.
—¿Cómo sabes que no fui a la universidad?
Se encoge de hombros.
—Las chicas en esa línea de trabajo en general, no están graduadas de la
universidad, creo que es seguro asumirlo.
Mi corazón se asienta en su lugar. Cálmate, Rae.
—Te sorprenderías. Algunas de mis colegas eran estudiantes de arte. Creo que
incluso había una de inglés en alguna parte. De todos modos. —Marco algunos
puntos—. Dime las cosas que más te molestan.
Él sorbe su café.
—Número uno, tener que decirle a alguien que es lo que más me molesta.
Cierro el cuaderno.
—Bien, si no vas a tomar esto en serio…
—¡Lo estoy! Lo estoy. —Deja escapar un suspiro—. Esto es difícil para mí.
—Hay cosas peores que son más difíciles para mucha más gente —le digo—
.Vamos a hacer una especie de terapia de exposición. Mi amiga Gabby pasó por ello.
Tenía una fobia a las arañas, por lo que el terapeuta le mostraba fotos de arañas y otras
cosas y, finalmente, hizo que estuviera cerca de unas arañas vivas en una jaula. Eres
así, pero en lugar de arañas es todo el mundo y en lugar de tener miedo de ellos, eres
un idiota con ellos.
—Así que me vas a exponer a las cosas que me hacen ser un idiota. —Se
inclina hacia atrás—. ¿Por qué tengo la sospecha de que no va a ayudarme con no ser
un idiota?
—Eres el único que te hace un idiota. Ya verás, va a funcionar. Ahora dime
que te molesta.
—La gente —dice.
—Bueno, sí, eso lo supuse. No estamos tratando de arreglar tu actitud hacia
las plantas aquí. ¿Qué tipo de personas? ¿Cuáles son las cosas que hacen que te
molesten mucho?
Piensa en ello, con una expresión indescifrable.
—Las personas que hacen suposiciones sobre los demás sin saber toda la
historia.
50

—Oh, sí, ellos. Lo bueno es que yo nunca haría nada de eso. Nuh uh. —Lo
apunto—. Yo estaba pensando más... situaciones tipo-cosas.
Página
—Las multitudes. Los niños. La gente comportándose como idiotas. Ruidos
fuertes. Turistas. Los feriados…
—¿Los días de fiesta? —Estoy boquiabierta—. ¿Navidad? Nadie odia la
Navidad.
—Odio la Navidad.
—Cambié de opinión. No puedo trabajar con el Grinch. Todo el mundo sabe
que su corazón es tres veces demasiado pequeño y no soy un médico coronario. —Lo
señalo—. ¿Cómo puedes odiar la Navidad? Es todo sobre el amor, y dar cosas a las
personas que te importan, y la familia, y…
—Un día de fiesta, supuestamente sobre la abnegación, conservado en su
totalidad por la codicia. Supongo que puedo apreciar la ironía, si no otra cosa.
—¿Nunca has decorado un árbol de Navidad con tu familia? ¿Has dejado
galletas de jengibre para Santa? ¿Has cantado villancicos y bebido ponche de huevo?
—No —dice brevemente.
Yo nunca hice esas cosas tampoco, pero la idea siempre me ha mantenido
ilusionada y despierta hasta altas horas de la noche de Navidad. Una familia
celebrando un día especial juntos... nadie con eso jamás podría ser infeliz.
—Cambiando de tema, entonces. De la manera en que lo veo, la única cosa
que hacer es ir a algún lugar con un montón de multitudes, ruidos fuertes, turistas y
personas que actúan como idiotas... ¡Lo sé! ¡La Torre Eiffel! Oh, pero ya has estado
allí.
—No, no nunca.
Mi mandíbula cae abierta.
—¿Has estado en París por cuánto tiempo hasta ahora?
—Un año.
—¿Un año, y todavía no has ido a la Torre Eiffel? ¿Eres un monstruo?
—Lo más probable —dice con frialdad.
Me levanto.
—Vamos. Nos vamos.
—¿Y a dónde vamos, exactamente?
—¿Dónde más? —Llamo mientras corro hacia la puerta—. ¡A la Torre Eiffel!
***
Veinte minutos más tarde, estamos siendo dejados delante de la torre antes
mencionada. Al verla en persona es extraño. Cuando ves un famoso punto de
referencia suficientes veces en Internet, tiendes a olvidar que es una cosa real en alguna
parte. Se convierte en uno de esos mitos que todo el mundo conoce, pero que en
51

realidad no existe, como las sirenas o los hombres lobo. Pero ahí está: una estructura
enorme, como una telaraña vertical, sumergida en metal fundido.
Página
—Los franceses en realidad no van a la Torre Eiffel. Por lo general, consideran
que es fea —dice Cohen, de pie en la acera y observando la gran cosa como si fuera un
insecto. Un insecto que pasa a ser aproximadamente un millón de veces más alto que
él.
Lo ignoro. Después de un tiempo, él me mira y palidece.
—Rae, ¿estás llorando...?
—No —resoplo—. Puede ser. Nunca pensé que la vería, ya sabes... —Me
limpio los ojos—. Cuando uno está convencido de que nunca tendrá la oportunidad de
viajar, tiende a pasar mucho tiempo en Google Imágenes.
—No veo por qué estás tan entusiasmada. Son solo feos andamios de metal.
Le pego. Es algo así como golpear un ladrillo. Jesús, entre hacer papeleo y ser
malo con todos, ¿cuándo demonios tiene tiempo para ir al gimnasio?
—Tercera lección de ser amable, no eches a perder el desfile de otra persona
cuando están teniendo un momento.
—Odio los desfiles.
Esta vez me estiro y lo pellizco en la mejilla. Le molesta mucho más que
cuando lo golpee. Se aleja, con una misma expresión -mezcla de conmoción y
asesinato que imagino un tigre tendría si alguien pellizca su mejilla.
—¿Qué demonios estás haciendo?
—Se llama aplicación negativa.
—Refuerzo negativo —corrige.
—Esa es una distinción de todos modos tan estúpida. Cuando hagas algo
malo, voy a pellizcarte la mejilla. Eso significa que comenzarás a asociar ser malo con
que tu mejilla sea pellizcada, ¡y pronto podrás ser amable con todo el mundo!
—¿Por qué sientes la necesidad de explicarme el refuerzo negativo, si fui yo
quien te dijo cuál era el verdadero nombre? Obviamente, sé que es.
Golpeo su pecho.
—Simplemente poniendo miedo en tu corazón.
Da un paso atrás. Obviamente, no está acostumbrado a ser tocado. Le
molesta del modo equivocado.
—Estás loca.
—Prefiero el término certificable —le digo—. Así cuando alguien me llame
certificable, puedo decir “¡certificadamente impresionante!”
Niega con la cabeza. Al parecer, eso justifica una respuesta más allá de las
palabras.
—Tengo una tarea para ti esta noche. —Toco el lado de mi cabeza—. Es una
52

de mis brillantes ideas. Quiero que empieces a llevar un diario cruel. Si anotas los
pensamientos odiosos que tienes acerca de la gente, tal vez entonces estarás menos
Página

inclinado a decirlo en voz alta.


—¿Será calificado también? —Pregunta con sarcasmo.
—No, no voy a leerlo. Simplemente va a ser para ti. Y cuando hayas
terminado con cada entrada, quiero que leas una y contemples que tan gilipollas
suenas, y cuánto mejor sería si las entradas estuvieran llenas de elogios sobre peinados
y esas cosas de otras personas.
Masajea su cien. Palmeo sus manos lejos.
—Para. Ahora vamos a conseguir entradas.
Dato curioso sobre la Torre Eiffel: cualquiera que haya visitado París en la
historia de nunca, antes de que la Torre Eiffel fuera construida, ha visitado la Torre
Eiffel. Eso significa que, en un momento dado, hay aproximadamente un bazimillon
de personas en la Torre Eiffel. Estadísticas cortesía de la Universidad de Harvard. Y
por lo menos doscientas de esas personas son niños gritando, turistas cotorreando, o
personas que actúan como idiotas. Traer a Cohen aquí fue una idea tan genial que casi
tengo que limpiar una lágrima de mi ojo ante mi propia brillantez.
Después de permanecer en la fila durante diez minutos detrás de un hombre
explicando en voz alta las reglas del fútbol a su hijo, cuya respuesta a las reglas del
fútbol es lanzar un grito incesante de aves de presa, Cohen está visiblemente tenso.
—Lo estás haciendo bien. —Le doy unas palmaditas en el hombro.
Diez minutos más tarde, el niño decide iniciar un juego de escondite con su
hermana, eligiendo el mejor escondite —detrás de las piernas de Cohen.
—Es ilegal patear niños pequeños —le recuerdo.
Uno de los niños en realidad envuelve sus brazos alrededor de la pierna de
Cohen, como si fuera un tronco de árbol. Apagado del sistema.
—Me voy —gruñe, sacudiéndose al niño y escapando de la fila.
—¡Oh no, no te vas! —Le grito—. Toma un paso más, y voy a tener que ir en
pos de ti, y sabes que soy capaz de hacerte sentir culpable para que te quedes. Excepto
que entonces vamos a estar fuera de línea y tener que volver desde el principio. Y
vamos a estar detrás de un turista con tres perros calientes en cada mano. Elige una
opción.
Cohen vuelve a unirse, pero a juzgar por la expresión de su cara, pegar sus
dedos de los pies en una trituradora de papel habría sido un preferible curso de acción.
Estamos en la fila por una hora y media completa. En ese tiempo, Cohen sólo
hizo dos comentarios crueles —una vez para gritarle a un hombre que le golpeo con el
codo, y otra para no tan cortésmente informarle a un adolescente que recogía firmas
que él no volvería a apoyar un establecimiento que empleaba el tipo de persona que
molesta a gente inocente esperando en la cola. En ambas ocasiones, pellizque su
mejilla. Para el momento en que llegamos a la entrada de la torre, había una mancha
roja en su mejilla y una mirada atormentada en sus ojos.
53

—¡Oh, no! —Le detengo mientras se mueve para llegar a la rampa que
conduce al ascensor—. Vamos a tomar las escaleras.
Página

Esa ceja sube de nuevo.


—¿Sabes que tan alta es esta torre?
—Necesito un poco de cardio —miento. La verdad es que hay una vieja pareja
discutiendo apasionadamente detrás de nosotros acerca de quién se comió la última
ciruela esta mañana, y no quiero ser responsable de lo que hará Cohen si está
encerrado en un diminuto ascensor con ellos por una mínima cantidad de tiempo. Me
inscribí para lograr que fuera más amable, no para ser responsable por una
disminución en la población de turistas de edad avanzada.
He manejado mucho y puedo manejar unas malditas escaleras.
Media hora más tarde, me doy cuenta de mi error. No puedo soportar las
escaleras. Las escaleras son la peor de todas las cosas malas. Las escaleras son el
diablo.
A pocos pasos por delante de mí, Cohen se detiene. Ni siquiera ha empezado
a sudar. Lo odio con la intensidad del fuego en el infierno (que está lleno de escaleras).
—¿Estás bien? —Pregunta con cautela.
—Por supuesto que estoy bien. ¿No me veo bien? Estoy muy bien —digo. Lo
que en realidad escapa de mi boca es un sonido que sólo puede ser traducido a:
“Hnnnnggggaaaaaahhhaaaargh.”
—¿Qué es eso, alemán? —Una pequeña sonrisa ha brotado en la cara del
bastardo—. Alemán, tal vez, ¿para “Me arrepiento de tomar las escaleras”?
—Estás disfrutando de esto —siseo entre jadeos, como un globo de aire
caliente a la baja.
Se encoge de hombros.
—Me has estado torturando durante todo el día.
—No te atrevas a comparar que seas más amable con las intrincadas
crueldades de las escaleras. Pueden oírte. —Me agacho y acaricio uno de los escalones
de metal—. Está bien, escaleras. Sé que eres el gran maestro de la tortura. No hay
necesidad de pasar tu ira sobre nosotros.
—Eso probablemente está cubierto con saliva —observa Cohen.
Aparto mi mano.
—Sólo otro demonio del Dios de las escaleras.
Suspira. No tengo idea de cómo se las arregla para mantener el tipo de aptitud
física que le da la capacidad de subir estas escaleras sin morir, especialmente teniendo
en cuenta el hecho de que no duerme.
Todavía estoy pensando en esto cuando se da la vuelta y se arrodilla.
—Esos probablemente están cubiertos con saliva —digo ingeniosamente.
—Cállate y sube en mi espalda.
54

—¿Qué? —No podría haberme sorprendido más si hubiese revelado que yo ya


estaba muerta y que subir escaleras para siempre realmente era mi propio infierno
Página

personal.
—Dije, sube en mi espalda. Estás tomando demasiado tiempo y quiero
terminar con esto.
Empiezo a reír.
—Estás bromeando, ¿verdad? No vas a cargarme a la cima de la torre Eiffel.
Vas a desplomarte.
—Hazlo o voy a arrojarte sobre mi hombro —espeta. Me estoy dando cuenta
que a Cohen no le gusta que le digan que no puede hacer algo.
Sopeso mis opciones. Morir de agotamiento por subir escaleras, o matar a
Cohen por el esfuerzo que necesitará para arrastrarme verticalmente durante media
hora y luego pasar por encima de su cadáver enfriándose. Bueno, la supervivencia del
más apto. O, en este caso, la supervivencia del menos ejercitado.
Subo una última escalera y salto tentativamente sobre su espalda. Es una
buena espalda, cálida y fuerte. Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello. Él guía mis
muslos a la curva de sus codos y me pongo rígida.
—¿No eres fan de ser alzada? —Pregunta.
—No, en realidad —miento para cubrir el hecho de que cierta parte de mí es
muy fan de ser recogida.
—Te garantizo que yo soy menos fan de pasar un minuto más de lo necesario
en este infierno infestado de turistas. Agárrate.
Él empieza a subir. Inhalo y su olor me arresta: otoño fresco, madera, la luz
del sol deslizándose a través de los árboles. No sé a qué esperaba que oliera. Dinero,
tal vez. Sacrificios de cabra.
—¿Me estás olisqueando? —Pregunta.
—¡No! ¡Por supuesto que no! Estoy insultada de que supongas tal cosa.
—Acabas de olisquearme de nuevo.
—Tú eres el que gastó el dinero en colonia, amigo.
Después de diez minutos de escaleras, su respiración gradúa de calmada para
ligeramente laboriosa.
—¿Quieres que me baje?
Gruñe su negativa.
Puedo sentir su cuerpo trabajar debajo de mí, los músculos de su espalda y
costados desplazarse y tensarse con cada paso. Me deslizo un poco y él mueve sus
manos a mis muslos para mantenerme quieta, ahuecándolos. Sus dedos hacen ligeras
impresiones en mi piel. Su cuello es cálido y su áspero cabello ondulado cosquillea el
borde de mi oreja...
¡Abortar! ¡Abortar! ¡Piensa en —piensa en— peces muertos! ¡Y salamandras!
¡Odias las salamandras! Sin duda, no pienses como prácticamente puedes sentir la
55

precipitada respiración a través de su cuerpo, y no observes la gota de sudor que


empieza a formarse encima de su clavícula, y definitivamente, definitivamente no te
Página
preguntes acerca de las otras partes de su cuerpo donde el sudor puede estar
formándose, posiblemente bajo la camisa...
Esto es malo. A este paso, va a tener que limpiar a seco esta camisa. Aprieto
mis muslos para sofocar el calor entre ellos.
Aspira un agudo aliento.
—No lo hagas.
—¿Hacer qué? —Pregunto, todavía distraída por el traidor entre mis piernas.
—Apretar tus... simplemente no te muevas y déjame subir!
Estoy lo suficientemente cerca para ver el rubor en la parte posterior de su
cuello. Bueno, hola. Parece que no soy la única afectada por esto. El equipo siempre es
agradable.
Ha pasado tanto tiempo desde que me excite por cualquier persona, que había
empezado a preguntarme si todavía era posible. Y a pesar de que hacer algo al respecto
sería romper todas mis reglas, a pesar del hecho de que el hombre que agitaba mis
partes íntimas de su largo sueño pasa a ser el mayor idiota del mundo, disfruto de la
sensación.
¿Engranajes en su lugar? Comprobado. ¿Cambio de aceite? Comprobado.
¿Todo sintonizado en orden? Comprobado. El equipo está todavía en orden.
Yo no estoy rota después de todo.
Para el momento en que Cohen llega a la primera plataforma de observación,
su espalda está ligeramente húmeda con (espero) sudor. Me deslizo fuera, dejándole
sin aliento. Qué no daría yo por agotarlo así en un contexto diferente.
—¿Cómo estás? —Pregunto con el tono totalmente asexual de un niño de
primer grado.
—Bien. Eso fue una brisa. —Se endereza y trata de pretender que su corazón
no está a dos golpes de distancia de detenerse. Si hay una cosa que los hombres odian,
es admitir que un entrenamiento saco lo mejor de ellos.
—¿Sí? ¡Genial! Estaba pensando que no deberíamos molestarnos en parar
aquí, luego, puedes llevarme todo el camino hasta la cima en su lugar.
Él palidece, de repente muy interesado en la vista.
Sonrío, pero luego me doy cuenta de la vista, también, y acribilla toda la
astucia de mí. París se extiende como una mesa de buffet sin fin, edificios
interminables forjando un horizonte lleno de baches contra el cielo azul. El río Sena se
retuerce en una graciosa curva de serpiente, ampliándose lejos de nosotros. Puedo ver
grandes parches de hierba verde delante de palacios, y una enorme fuente azul y
pequeñas, diminutas personas.
Cohen lo examina por un minuto y finalmente dice bruscamente: —Muy bien,
56

vamos a... ¡estás llorando otra vez!


—¡No es cierto! —Me froto los ojos con fuerza. ¿Por qué soy tan mala en
Página

mantener una tapa sobre mis emociones en torno a este tipo? La respuesta viene a mí:
él mantiene una tapa tan estricta sobre sus propias emociones que hace que las mías
piquen por escapar—. Es que... es que...
—¿Es que? —Su voz es aprensiva, pero pura y simple. Eso es algo.
—Toda la gente allí se ve tan pequeña. Pequeña gente de juguete con
pequeños problemas de juguete. Cuando estoy allí yo soy uno de ellos, y mis
problemas parecen tan grandes, pero cuando pienso en cómo debo mirarme desde aquí
arriba... —Extiendo mis brazos—. Mis problemas son siempre miniaturas desde el
punto de vista de otra persona.
Frunce el ceño.
—La única cosa que importa es que tan grande son tus problemas para ti.
—No, eso está mal. —Niego con la cabeza—. Hay que tratar de poner las
cosas en perspectiva a veces. Podrías pasar todo el tiempo pensando que tan alto es
algo y que nunca serás capaz de pasar por encima de él, en lugar de darte cuenta de
que simplemente puedes caminar alrededor de él.
Resopla.
—¿Qué?
—¿Te das cuenta de que haces eso? —Pregunta—. Simplemente dejas que
todo en tu cerebro escape por tu boca. Sin importar si te hace parecer estúpida o débil
o...
—¡Soy muy buena en mantener cosas para mí misma, como una cuestión de
hecho!
—Toda la evidencia de lo contrario.
Tiene razón, sin embargo. Con él, dejo que todas mis paredes cuidadosamente
construidas se derritan y caigan a mis pies. Y no sé porque. Me aclaro la garganta.
—Es bueno dejar algunas cosas a veces. No dejas los restos de pollo en la
nevera durante un mes, ¿verdad? Es lo mismo con las emociones. Después de un
tiempo empieza a estar mohoso y viscoso y hacer que toda la otra comida huela raro.
—Si ese es el caso, ¿por qué eres tan buena en mantener las cosas para ti
misma? —Replica.
—Es diferente cuando se dice algo en voz alta que podría hacer que alguien te
ataque… —me detengo.
Él se apoya en la malla de alambre que evita que los turistas caigan en picado
a su muerte, claramente fuera de su zona de confort.
—Yo... sé lo que se siente.
—No, no es cierto.
Frunce el ceño.
—Estoy tratando de ser amable.
57

—Y una de las reglas de ser agradable es no mentir y decirle a alguien que


Página

sabes cómo se siente algo cuando no lo haces. —Presiono mi frente contra la malla y
digo sin rodeos: —No sabes lo que se siente cazar por lo correcto que hay que decir,
sabiendo que si tomas un paso en falso vas a ser golpeado en la cara o alguien va a
atraparte en una cama. Evitar que los hombres se enojen es un arte que todas las
mujeres tienen que aprender. Y es uno en el que soy mejor que la mayoría.
—Tienes razón —dice finalmente—. No sé lo que es eso.
—Gracias.
Se prepara.
—Y lo sien…
Levanto una mano.
—No quiero tu compasión.
—Está bien. —Se queda en silencio por un minuto—. Para alguien que se
supone es buena en evitar que los hombres se enojen, no parece importarte si me
enojas.
—Supongo que eso significa que estoy empezando a confiar en ti, ¿no?—Le
digo, sorprendiéndome.
Él ríe. Su risa establece pequeñas burbujas que estallan en mi piel. Podría
escucharlo reír por el resto de mi vida. Lástima que casi nunca lo hace.
—¿Qué? —Pregunto.
—Solo… —inicia y luego se detiene—. De todos los hombres en el mundo,
me escogiste a mí para confiar.
—Empecé a confiar —corrijo.
Se inclina hacia atrás contra la malla de nuevo y me mira de reojo.
—Te das cuenta de que soy un imbécil notoriamente despiadado que odia a
todos y no tiene reparo en ello.
—Para eso son las lecciones de amabilidad, ¿recuerdas? —Me río y luego
niego con la cabeza—. En realidad, no odias a todos, sin embargo. Puedo decirlo.
—Y sabes eso, ¿cómo? —Se cruza de brazos.
—Conozco el odio real. Lo he visto de cerca y en persona. —Reclino mi frente
hacia atrás, probablemente dejando un patrón cruzado—. A quien realmente odias, no
es a la gente.
—¿Te puedo dar un consejo?
Titubeo. Es la primera vez que deja escapar la tristeza en su rostro.
—Claro.
—No confíes en mí —dice—. Cosas malas pasaron a la última persona que lo
hizo.
58
Página
Capitulo 6
Diario de Cohen, Entrada # 1
La idiota ha exigido que escriba un “diario cruel.” Esta es la primera entrada. Lo que
ella no entiende por completo (además de todo lo demás) es que las cosas estúpidas que hacen los
demás, molestas como son en el momento, no se quedan conmigo. No son lo suficientemente
interesante como para hacer eso. Lo que alguien hace para irritarme durante el almuerzo, lo he
olvidado por completo en la cena.
Excepto ella. Las cosas que hace permanecen en mi cabeza como moscas. No puedo
deshacerme de ella. Incluso cuando estoy trabajando en mi escritorio, algo que dijo flotará en mi
cabeza y zumbará en círculos, negándose a salir.
“Supongo que eso significa que estoy empezando a confiar en ti.”
“En realidad, no odias a todos, sin embargo.”
Sólo confirma lo que ya sabía: es una idiota.
Maldito mi padre y maldito su idiota esquema.
Funciono, sin embargo: LeCrue prácticamente ha accedido a vender la empresa,
esperando que yo conserve esta farsa un poco más. Increíble lo que una novia y la perspectiva de
niños le hace a tu imagen. La idiota es buena, tengo que admitirlo. Si la venta se concreta, sus
honorarios habrán sido una fantástica inversión para los estándares de cualquiera.
Sigue siendo una idiota. Sólo una idiota se atrevería a retarme. Sólo una idiota me
hablaría sin ninguna pretensión, sin adulación, ni miedo. No estoy acostumbrado a ello. Me ha
cogido con la guardia baja y tengo que recordar lo que aprendí hace mucho tiempo: que otras
personas son escoria y es mejor conservar la distancia. Preferiblemente una distancia muy grande
que incluya varias capas de alambre de púas.
Sí, es hermosa de un aspecto decente. No, no me importa. Soy más que mis deseos.
Sucumbir a tales impulsos estúpidos está por debajo de mí, por no mencionar que es peligroso. He
visto lo que el amor le hace a la gente y quiero ninguna parte de ello.
Pregunte por sus “lecciones de amabilidad” en un momento de debilidad. Ella es tan
condenadamente ferviente. Escucharla predicar acerca de cómo cualquiera puede cambiar es casi
para creer. Yo sé mejor, por supuesto. No puedo cambiar. Soy una persona cruel, y empujo a la
gente lejos, y eso es lo mejor.
Voy a seguirle la corriente un poco más, sin embargo. Si sintiera cosas como culpa, me
sentiría culpable de que este obligada a pasar un mes conmigo antes de ser advertida sobre mi
59

disposición. Al menos esto parece divertirla. Es muy fácil de divertir, para alguien que ha visto
todos los peores lados de las personas.
Página

Si sintiera cosas como lástima, podría compadecerla.


Pero no lo hago. Y en poco tiempo, ella se dará cuenta de que está perdiendo el tiempo y
seguirá adelante.
Justo como todos los demás han hecho.
***
Cosas malas pasaron a la última persona que lo hizo…
Sus palabras circulan en mi cabeza como la pista de risa de una mala comedia,
excepto que nadie se está riendo. ¿Qué significa eso de cosas malas? Dejo que mi
cabeza caiga contra la almohada, observando el techo envuelto en sombras. ¿Puso en
su punto de mira la última persona que confió en él? ¿Destripo a la persona él mismo?
¿Se la dio de comer a los leones del circo?
Oh, bien. Por lo menos pase un buen momento hoy.
Después de nuestra primera y desgarradora subida, decidimos tomar el
ascensor para la última etapa. Llegamos tan arriba que ya no podía ver a las personas,
y los edificios eran pequeños como las personas lo habían sido. Cuando estás en lo
alto, sientes como que podrías cerrar los ojos y caer para siempre. Caer lejos de quien
solías ser.
Solía pensar así, a veces. Acerca de lo fácil que sería deslizarme por el borde
de mi edificio. Sólo un pasó. Sólo un puñado de píldoras. Sólo deslizar la cuchilla y
nunca, nunca tendría que unir mi brazo al de un hombre extraño alguna vez de nuevo,
un hombre extraño que sólo conocía la máscara y no le importaba conocer más.
Pero soy más inteligente ahora.
Por lo menos, pensaba que lo era. El dolor que florece entre mis muslos cada
vez que pienso en el sudor que se reúne en la ranura de la clavícula de Cohen no es
inteligente. ¿La punzada que siento cuando imagino la tristeza en sus ojos cuando me
dijo que no confiara en él? No es inteligente. Esas dos cosas juntas son un cóctel muy,
muy peligroso para sentir por alguien que, como pasa a suceder, no es gay.
El timbre del teléfono en la mesita de noche me sacude fuera de mis
pensamientos no-inteligentes. Lo agarro, medio-agradecida.
—¿Hola?
—Señorita Montgomery —dice Renard secamente—. Alguien está aquí para
verla. ¿Una señorita LeCrue?
—LeCrue es un tío —le digo—. ¡Oh! Espera, no, esa es Annabelle. La
conozco. Envíala arriba.
Ni siquiera se me ocurrió consultar con Cohen hasta que me envolví en una
bata de seda, cortesía de mi viaje de compras con Renard, y me dirigí a la sala de estar.
Como resulto ser, no importo. La puerta de Cohen estaba colgando entreabierta, su
cama vacía. Me detengo para mirar sus solitarias sábanas arrugadas.
¿Qué está haciendo ahí fuera en la noche parisina, si no tener fiestas de salvaje
60

sexo gay? ¿Qué es tan importante que vale la pena el sueño perdido? ¿Está seguro?
Página

¡Oh, no! ¿Y si tiene una amante?


Retroactivamente quito el “oh, no.” No podría importarme menos si tiene
una amante, obviamente. Y no sería una amante verdadera, porque yo no soy su
verdadera novia. Sería una novia. Una amiga, posiblemente, quién él puede tolerar a
pesar de que no puede tolerar a nadie más. Una novia que besa y cuya camisa
desabrocha mientras él…
Golpeo la puerta de su habitación, pongo ambas manos sobre ella, y golpeo mi
cabeza contra la madera de cerezo tan duro como puedo.
—¡Ay! ¡Maldita sea!
Nunca golpees tu cabeza contra algo tan fuerte como puedas.
Un segundo golpe se une. Hay alguien llamando. La dulce voz de Annabelle
penetra mi bruma de dolor:
—¿Georgette? ¿Estás en casa?
—¡Voy! —Intento llamar delicadamente. En cambio, la palabra sale en un
agudo chillido de agonía. Con mis ojos llorosos, busco a tientas el interruptor de la luz
y luego a tientas el picaporte.
—Hola, querida, estaba en la zona y pensé que sería... Dios mío, ¿qué te pasó
en la frente?
Resulta que golpearte hasta estar medio-inconsciente no es un buen antídoto
contra la calentura, quiero decir, pero todavía tengo un par de células cerebrales que
no estén abolladas.
—Estaba teniendo dificultades para dormir y traté de hacerme una taza de té
en la oscuridad. Golpeé mi cabeza contra la pared. Por favor, sigue, disculpa la bata de
baño.
Annabelle entra en el apartamento, y cuando lo hace, sus ojos se endurecen.
—No tienes que mentirme.
—Ajaja, ¿Quién está mintiendo? No estoy mintiendo, nadie está mintiendo —
tartamudeo, exactamente igual que alguien que está mintiendo. Huyo a la cocina y
saco un puñado de hielo del congelador. Annabelle me sigue, con el pelo
perfectamente rizado y el maquillaje impecable para las once de la noche, que, ahora
que lo pienso, es un momento raro para “simplemente pasar”. Tal vez esto es normal
para la gente rica.
—Ese hijo de puta. —Espeta entre dientes—. Él le golpeó.
—¿Qué? ¡No! —Lloro, sin pasar por alto la ironía. He hecho esa declaración
muchas veces en mi vida, y es la primera vez que he dicho la verdad—. ¡Golpeé mi
cabeza en la puerta, eso es todo!
—Dijiste pared antes. —avanza ella, acusando.
—Prácticamente tengo una maldita conmoción cerebral y mezclé una palabra,
dame un poco de cuerda —replico, antes de darme cuenta que no es muy Georgette.
61

Envuelvo el hielo que gotea en una toalla, sosteniéndolo en mi hinchada frente y pego
Página

una sonrisa—. Siento mucho preocuparte, Annabelle. Pero esa es la verdad. Soy
terriblemente torpe, como una cuestión de hecho. Mi…er, querido Cohen nunca jamás
pondría una mano en mí.
Ella me observa fijamente un minuto antes de sonreír. Como alguien que pone
regularmente una sonrisa falsa, puedo decir cuando alguien más lo hace. La suya es
tan chirriante como un viejo balancín. Toma mi muñeca y me atrae de nuevo en la sala
de estar.
—Georgette, cariño. Si eres honesta conmigo, voy a ser honesta contigo. No
pase por causalidad esta noche. Mi visita tiene un propósito.
Bueno, pínchenme los ojos y denme una palmada con un atún.
—No estoy mintiendo —le digo con voz débil.
—Estoy muy contenta de haber decido pasar por aquí. Estaba bastante
dividida por ello, querida. Pero parece que mi advertencia viene un minuto demasiado
tarde. —Niega con la cabeza en lo que yo interpreto parece ser, posiblemente una no
muy gentil forma de satisfacción.
—¿Qué advertencia? —Todo lo que quiero hacer es tomar un Advil, o lo que
sea el equivalente francés, y colapsar en la cama.
—Oh, cariño. —Niega con la cabeza de nuevo, esta vez con lástima—.
Entiendo. Realmente lo hago. Todo ese dinero y poder pueden deslumbrar a una
chica, cuando se está sin una guía adecuada. Y él tiene estilo, también, nadie puede
negarlo. Una terrible combinación. Estoy segura de que te arrepientes de la situación
en la que te encuentras, por ahora, y un poco de reflexión sobre lo anterior podría
servir bien, pero ahora que has llegado a las realizaciones correctas, estoy aquí para
ofrecer una mano amiga.
Jesús. Los ricos pueden hablar en círculos por siempre. Trato y fallo durante
un minuto de encontrar sentido a ese perfumado montón de palabras.
—Lo siento, pero... ¿qué?
—Bueno, vas a romper el compromiso, obviamente —dice ella.
Nunca, nunca golpeare mi cabeza contra nada nunca más. Incluso algo
blando.
—Mira, Annabelle... eh, querida. Agradezco mucho tu preocupación, y me
alegro de haber encontrado una amiga aquí. Pero Cohen no me ha lastimado. Fue mi
torpeza sola. Él ha estado fuera durante la última hora, pregúntale al portero si no me
crees, y mira cómo de fresco es mi moretón. Ni siquiera se ha puesto morado. Me lo
hice justo antes de que entraras. ¿Ves?
Le doy un minuto para examinar la evidencia antes de devolver la bolsa de
hielo en mi frente.
El aliento le deja en un silbido.
—Ya veo. —Se sienta de nuevo. ¿Es eso decepción en los pliegues de su
62

frente?
Página

—Así que… —digo con cuidado—. ¿Voy a preparar un poco de té para ti,
entonces...?
Ella agarra mi mano. Y, para mi sorpresa, exprime una lágrima.
—¿Annabelle? —Cubro su mano con la mía, mi preocupación predominando
la sospecha. Sé lo que significa cuando una mujer va a llorar a otra en medio de la
noche.
—Es sólo que… —solloza—. Estoy tan aliviada, ya ves. Cuando te vi, mi
corazón casi se detuvo. Me sentí tan terrible de que él lo había hecho a otra persona,
después de que yo me había convencido de que no lo haría.
—¿Hecho qué? —Mi corazón se desploma como una piedra.
—No iba a decirte a menos de que fuera absolutamente necesario, pero no veo
ninguna manera de evitarlo ahora —olfatea—. La verdad es que... la verdad es que yo
solía estar con Cohen. Por un corto tiempo, antes de encontrar a mi querido Claude.
Estaba deslumbrada de la misma forma que tú, por supuesto. Para alguien que no
conoce su corazón, el resto de él puede ser... muy seductor.
No lo sabía. Pero incluso ese pensamiento es aplastado por la revelación de
Annabelle. Parece una locura pensarlo, sabiendo lo que sé de Cohen y su desprecio
absoluto por todos, que él alguna vez persiguiera a alguien como Annabelle...
—Luché con mi conciencia después de la cena, cuando nos conocimos. A la
pobre querida parece gustarle mucho, me dije, tal vez ha cambiado. Pero con el tiempo
mi blando corazón ganó y tenía que venir y decirte la verdad. Ya ves... Cohen solía
pegarme, también.
Ella cubre su cara con las dos manos.
El apartamento se rompe, dejándome brevemente suspendida en el espacio
negro antes de armarse de nuevo, pieza por pieza. Pero... hay algo que no está bien
aquí. Mis instintos están cantando. Los sollozos de Annabelle son calculados también,
su historia demasiado hueca. Un ser diminuto se desenrosca en mi pecho y susurra: ella
está mintiendo.
Deja caer las manos.
—Me crees, ¿no?
Y estoy de inmediato disgustada conmigo misma.
Sé casi nada acerca de Cohen. ¿Por qué estoy tan dispuesta a creer lo mejor de
él, y tan rápidamente? La única cosa que sé con certeza es que es un idiota, y esa no es
exactamente una gran defensa.
¿Qué razón tendría Annabelle para mentir?
¿Qué hay de malo en mí, que estoy tan dispuesta a tirar toda una vida de
lecciones duramente ganadas simplemente para esperar que Cohen pudiera ser
diferente?
—Por supuesto que te creo. —Froto su espalda, un anillo de acero entrando en
mi voz—. Las chicas necesitan creerse mutuamente. Lo siento mucho, Annabelle.
63

—Gracias cariño. Ya me siento mejor sabiendo que te he salvado de casarte


Página

con ese terrible hombre. —Me echa un vistazo—. Cuando rompas el compromiso, si
no te importa mantener mi pequeña visita y confesión guardada...
—Sí, no voy a decir nada. —Uh-oh. Presiono mi mano en mi pecho, en la
forma en que espero una princesa rica lo haría después de enterarse de que su novio es
una persona terrible—. Esto es sólo... sorprendente. Necesitaré tiempo para procesar...
—¿Pero vas a romper el compromiso? —interrumpe Annabelle. Tiene el ceño
fruncido de alguien tan acostumbrado a conseguir lo que quiere que la mera sugerencia
de que tal vez no lo consiga, sea suficiente para arruinar su día. Y entonces me siento
muy mal por pensar eso, porque ella no está actuando de manera egoísta en absoluto.
Simplemente no quiere que me case con un hombre con ese tipo de maldad en su
corazón.
La clase de maldad que yo había estado tan aliviada de que Cohen no
albergaba.
A pesar de todo, sin embargo, soy una realista de corazón. No voy a tirar todo
ese dinero y mi nueva vida solo para escapar de un mes con el tipo de hombre con el
que voy a pasar toda la vida si tengo que volver a casa.
—Tiempo es todo lo que necesito, Annabelle, la verdad. Necesito tiempo para
pensar. Es sólo que... no puedo creer que estuviera tan equivocada sobre él. —Y
entonces, a pesar de que mi corazón está pesado y actuar es lo último que me apetece
hacer, obligo a salir una lágrima o dos.
Las lágrimas son mentiras, pero las palabras no lo son.
Pensé que tenía instintos en los que podía confiar. Buenos. Perfeccionados.
Y a pesar de su actitud, esos instintos me habían susurrado que Cohen era una
persona amable, en el fondo.
Supongo que no soy tan inteligente como pensaba.
—Pero, ¿no escuchaste lo que te dije? —Annabelle sacude el pelo hacia
atrás—. No puedes soportar ese tipo de cosas. Debes romper con él de inmediato…
—Tiempo —le digo con firmeza, enjugándome una lágrima. Convoco a la
mejor parte de mi corazón—. Gracias, Annabelle. No me puedo imaginar el valor que
debes haber tenido para venir a decirme esto. Y odio enviarte lejos, pero no voy a ser
capaz de pensar realmente acerca de esto hasta que este sola. Lo siento.
Ella me mira fijamente. Por un segundo, se ve casi enojada. Luego se suaviza
a sí misma y se pone de pie.
—Por supuesto cariño. Entiendo perfectamente. Puedes venir a mí con lo que
necesites, quiero que sepas eso.
—Gracias —le digo de nuevo. Esas palabras están empezando a arder en mi
lengua.
Finalmente, ella se va. Me quedo sola. El apartamento parece más grande y
más vacío que nunca antes. La puerta de la habitación de Cohen, todavía cerrada,
ahora parece el párpado cerrado de un monstruo. Un monstruo que no quiero
64

despertar.
Página
No puedo volver a la cama. En lugar de ello, me preparo un baño y me hundo
profundamente en las burbujas, el agua caliente aflojando el concreto que se había
endurecido sobre mis pensamientos. La ira se abre paso.
Ese hijo de puta, prometiendo que no me lastimaría como si la idea misma
fuera aborrecible para él.
Ese hijo de puta, con la mirada de piedad en sus ojos.
Bueno, he aprendido mi lección. No abriré mi corazón a él de nuevo. Fue una
estupidez dejarle ver mi verdadero yo en primer lugar. Voy a ser una capa de hielo
para él, Georgette Montgomery hasta la médula, y el resto de mí lo voy a seguir
encerrando hasta que este maldito mes termine.
No necesito que sea diferente. Él no me importa.
Lloro solamente un poco, agua tibia uniéndose a caliente. Porque a veces una
chica sólo necesita llorar, maldita sea.

65
Página
Capítulo 7
Diario de Cohen, Entrada # 2
Yo mismo he demostrado que tengo razón. Siempre tengo la razón. No sé por qué
esperaba estar equivocado esta vez.
No. No, no me esperaba estar equivocado. Esperaba esto todo el tiempo.
Rae me odia ahora. Ella duró una buena cantidad de tiempo, supongo que debería darle
una medalla. Felicitaciones: Duraste Dos Días Sin Odiar Cohen Ashworth, un Récord
Mundial. No estoy seguro de lo que hice, pero de nuevo, todo lo que hago es por lo general
suficiente.
Llegó a casa, se sentó a desayunar y apenas me habló. Cuando lo hizo, fue con la fresca
voz, educada de su alter ego. Sin charla tonta. Sin bromas desagradables. Sinceramente, me
siento aliviado. No voy a tener que aguantar más sus tonterías molestas.
Ella ha renunciado a las “lecciones de amabilidad.” Al preguntarte al respecto. Dijo:
“No, las tendremos nunca más. Me di cuenta de que tienes razón. La gente como tú no cambia.”
Siempre tengo la razón.
Esto es bueno. Ella me ayudará a conseguir la empresa, y luego se irá. No voy a verla
nunca más. No vamos a hablar y no voy a tener que lidiar con este extraño interés que tengo en
ella.
No más de estas entradas de diario.
Son demasiado deprimentes.
***
Golf.
Cortó para Abominable, Excesiva y Desagradable Diversión para una
persona. Apuesto que el golf ha sido el deporte de ricos de mierda desde el principio
del tiempo. El hombre de las cavernas con la mayoría de pieles de animales,
probablemente pasó sus días tratando de meter piñas en los agujeros de conejo con el
hueso de la pierna de un tigre.
Larga historia corta: el golf es lo peor.
Pero cuando hay cientos de miles de dólares en juego, podría hacer algo
mucho peor que golpear bolitas blancas con un palo. Así que por eso estoy aquí, en un
campo de golf de tres millas fuera de Paris —ni siquiera sabía que jugar golf era algo
66

que hacían en Francia— tratando de golpear una bola en un agujero mientras soy
Página

ayudada por un Claude LeCrue.


—Todo está en la muñeca —dice, aunque mi muñeca es una parte de mi
cuerpo en la que no parece interesado, a juzgar por la forma en que se ha apretado
contra mí como si estuviéramos atrapados en un pequeño ascensor frente a un enorme
campo de golf—. Gestos suaves. Gestos suaves.
Echo un vistazo alrededor. Annabelle está sentada en una silla, en un vestido
blanco y suave, aunque su expresión mientras observa a su marido básicamente
follándome en seco no es para nada bonita. Cuando me pilla mirando, sin embargo,
rápidamente cambia a una de disculpa fraternal.
Su rostro, sin embargo, no puede competir con Cohen.
No le hice caso toda la mañana, rociándolo con el agua helada del silencio. El
único momento en que pensé que podría reaccionar fue cuando me miró después de
que le dije que las lecciones de amabilidad se terminaban. Por un medio segundo, hubo
algo desnudo y crudo en sus ojos. Entonces se fue, quedando el frío Cohen y la
adecuada y callada Georgette por el resto de la mañana.
Era agotador.
Entonces LeCrue nos llamó y nos pidió que jugáramos al golf, y, bueno...
ahora esto.
—No golpees, toca —me informa Claude, meneando sus caderas contra las
mías. Estoy a punto de golpear algunas pequeñas bolas blancas con este palo, pero no
tienen nada que ver con el golf. Excepto que Georgette Montgomery nunca haría algo
tan impropio. Lo único que hace es sonreír incómodamente mientras el señor LeCrue
ordena sus palos de golf en la parte superior de la colina, ajeno.
Estoy a punto de utilizar la excusa del baño cuando Cohen se materializa a mi
lado.
—Voy a mostrarle. —Asiente—. Estás haciendo un trabajo terrible.
Y así es como sé que está muy enojado: recurre a un lenguaje sencillo, en
lugar de las cosas elegantes que normalmente utiliza para hacer que otras personas se
sientan como una mierda.
Sonrío con fuerza. Prefiero tener las huesudas caderas de Claude invadiendo
mi espacio que tener que enfrentar las reacciones no deseadas que tienen lugar en mi
cuerpo cada vez que Cohen me toca.
—Estoy bien, de verdad.
—No has hecho un solo hoyo todavía. A este ritmo, vamos a esperar por el
resto de nuestras vidas, yo no tengo la intención de pasar el resto de mi vida en un
campo de golf. —Él se acerca.
Claude, refunfuñando, se aleja. Y entonces las manos de Cohen estrechan
suavemente las mías, y me muestra. No está empujándose contra mí de la forma en
que Claude hacía, pero su proximidad es suficiente para electrificarme.
67

¿Qué derecho tiene a electrificarme?


Maldición.
Página
—Gracias, querido —digo con los dientes apretados—. Pero creo que puedo
desde aquí.
—¿Es eso un hecho? —Su pulgar reposiciona mis manos en el palo—.
Reitero. Tres horas. Sin hoyos.
—¡Voy a hacer un agujero en ti si no te apartas de mí! —Su cadera se inclina
levemente contra la mía y me mareo.
—Ahí está. Me preguntaba si la vería de nuevo —dice al oído.
—¿Quién?
—Rae.
La ira bulle en mi estómago, pero antes de que pueda desbordarse, Cohen me
quita el palo, diciendo: —Mira —y da un potente, fluido disparo con la pelota de
golf. Se mueve aproximadamente un millón de millas por el cielo azul, desapareciendo
en algún rincón lejano de las verdes colinas.
Me doy la vuelta. El señor LeCrue, Claude, Annabelle, y el caddie están
viendo con sus mandíbulas en el suelo.
—Vamos a ir a buscarla —dice Cohen.
—Hay otras bolas, mi chico…
Haciendo caso omiso de las protestas del señor LeCrue, toma mi mano y tira
de mí con él a través de la hierba.
Una vez que estamos fuera del alcance del oído, le pregunto fríamente: —
¿Qué quieres?
—Iba a olvidarlo. —Deja caer mi mano y camina con los brazos a los lados,
mirando hacia delante. Sus ojos están más cansados que nunca. No llegó a casa hasta
tarde esta mañana—. Pero la curiosidad ganó. ¿Qué pasó?
Uh oh. Froto mis palmas sudorosas en mis vaqueros.
—¿Qué quieres decir?
—Sabes lo que quiero decir —dice—. De pronto, ni siquiera me miras. Ayer,
pensé...
Se calla.
Ahora mi curiosidad se enciende.
—¿Pensaste qué?
—No importa —dice—. No me podría importar menos si te agrado o no.
Que me sacara arrastrando así, sólo para decirme que no se preocupa por mi
opinión sobre él, es más que exasperante.
—Basura. Ibas a decir que ayer pensabas que nos entendíamos bastante
bien. Que me gustabas. ¿Y sabes qué? Tal vez, un poco. Eso fue antes de que me
68

enterara del mentiroso que eres.


Página

No me va a golpear. No cuando los demás verán la marca al segundo que


regresemos. Pero lo digo más por costumbre que por necesidad. Hasta ahora no recibo
las vibraciones de peligro, el cosquilleo familiar en mi piel diciéndome que corra, en
absoluto. Y eso me enoja más.
Porque debo tener miedo de él.
—¿Mentir en qué? No he mentido.
—Te prometo que nunca te golpearé —imito—. Palabras bonitas. Lástima que no
las dijeras en serio ni por un segundo.
—Deja de hablar en círculos. —Sus hombros se endurecen—. No te he
golpeado, así que no tengo idea de lo que podrías estar hablando.
—A mí no. A Annabelle. Antes, cuando estabas con ella. —Quiero añadir que
olvidaste ese conveniente detalle también, pero suena demasiado parecido a algo que una
novia real diría. No me importa si salió con Annabelle antes. Obviamente.
Se detiene y se vuelve hacia mí. Está tan visiblemente aturdido que destruye
mis defensas, pero sólo por un segundo. Cualquier persona puede mostrar una
expresión falsa. Soy una prueba de ello.
—¿Dónde has oído eso? —dice en voz baja.
Excelente. Le prometí a Annabelle que no diría nada, pero es demasiado
tarde.
—Annabelle.
De repente me agarra por los hombros. La conmoción reverbera por mi
espalda. Estoy casi feliz, porque ahora puedo temerle como debería, pero... el miedo
no viene. No me está agarrando para hacerme daño, es...
—No sé por qué te diría eso, pero no es cierto —dice, y si no lo conociera,
diría que hay una nota de desesperación en su voz—. Annabelle... quería estar
conmigo, es cierto. Pero nunca nos involucramos. Ella me persiguió y la rechacé.
—¿Fue un gancho o un golpe directo? —Me burlo de él.
—¡Nunca la toqué! Violentamente o de otra manera. —Su rostro se
oscurece—. No puedo creer que pienses que haría algo así.
Lo aparto.
—Todo hombre que he conocido es capaz de hacer algo así, y lo ha hecho. No
hay absolutamente ninguna razón para que seas diferente. Y absolutamente ninguna
razón para que te crea.
Él me mira fijamente. Entonces su expresión se endurece.
—Bien. Cree lo que quieras. Como he dicho, no me importa.
Se aleja.
—¡Dios! —estalló—. ¡Eres tan molesto!
Él se inclina y recoge la pelota de golf de la hierba. A pesar de todo, una cierta
69

parte de mí disfruta de la vista. Quiero cubrir esa parte en queroseno y tirarla a un


volcán activo.
Página

—No te importa —le digo—. ¿Por qué decirme que no?


—Si me importa o no, ¿haría una diferencia para ti? —pregunta.
—¡Sí! Quiero decir, no. Quiero decir...
—La gente cree lo que quiere. Me enteré de eso hace mucho tiempo. Si has
tomado una decisión acerca de mí, no hay nada que sea capaz de hacer para
cambiarlo. —Él lanza la pelota y la atrapa—. Pero es posible que desees considerar
esto. Si LeCrue no me vende su compañía, Claude y Annabelle la heredarán. Teniendo
en cuenta el hecho de que mi compromiso lo está inclinando a venderla, no es
descabellado imaginar que los dos puedan tener un interés en separarnos.
Estoy sin palabras.
Él desliza la pelota en su bolsillo y sonríe con sarcasmo.
—Pero eso no hace ninguna diferencia, ¿verdad? No vas a tirar cien mil
dólares a la basura, por lo tanto si me odias o no, no afecta tu utilidad. Un jugador de
ajedrez no se preocupa si su pieza clave le gusta o no, siempre y cuando hace lo que se
supone que debe hacer.
Qué. Idiota. Lamento que yo no hubiera sido la que recogió la pelota de golf,
entonces pude haberlo golpeado en el cerebro con ella.
—Tienes razón —escupo—. Todo lo que tengo que hacer es quemar un mes
aquí contigo, y voy a tomar mi dinero y nunca pensar en ti otra vez. Y voy a empezar
mi vida y encontrar a gente que me ame y voy a conseguir mi felicidad, y todavía
tengo corazón, por lo que es posible para mí. ¿Pero tú? Tienes toda la razón para ser
feliz y tiraste tu corazón al fuego de todos modos. Nunca te voy a entender. Nunca lo
haré.
Me doy vuelta y me dirijo hacia los otros, dejándolo solo bajo el amplio cielo.
***
Está teniendo otra pesadilla.
Puedo escucharlo, gritando con voz ronca al otro lado del apartamento. Estoy
en la cama, apretada con las sábanas envueltas a mí alrededor. La primera vez que lo
escucho gritar, decido que lo imaginé. Estoy segura de que incluso los apartamentos
millonarios tienen tuberías que crujen. Pero la segunda vez, indudablemente es él.
No voy a ir a despertarlo, no después de todo.
Tal vez... tal vez se lo merece.
Pero por el sonido del mismo, nadie merece tener sueños tan malos.
Pongo la almohada sobre mi cabeza, pero todavía lo escucho. Es como si
estuviera siendo desgarrado. No importa lo que siento por él, todavía hace que mi
corazón gire salvajemente.
No hay ninguna regla sobre levantarse y hacer una taza de té, ¿no?
Y no hay ninguna regla sobre volcar la tetera así traquetea ruidosamente en el
70

suelo, haciendo un escándalo tal que si hay gente muerta cerca, definitivamente se
revuelven en sus tumbas.
Página
Vuelvo a mi habitación justo a tiempo, porque justo cuando cierro la puerta,
oigo que abre la suya. Apago la luz rápidamente y miro su figura por la grieta. Cruza a
la cocina y coge la tetera. En la luz de la luna de la enorme ventana, lo veo echar un
vistazo a mi puerta, pero sólo durante un momento. Él pone la pava sobre la encimera
de la cocina. Luego se desploma en una silla y pone su cabeza entre las manos.
Me siento como si estuviera viendo algo íntimo, algo doloroso. Quiero volver
a la cama, pero no puedo. Finalmente se levanta y se va a su habitación, encendiendo
la luz. Minutos más tarde, sale completamente vestido y deja el apartamento, cerrando
la puerta suavemente detrás de él.
Cuando duerme, tiene pesadillas.
Así que, en vez de dormir, se va.
Pero, ¿adónde se va?
Bueno, no voy a averiguar eso esta noche. Cierro la puerta y llevo mi té a mi
cama. Mi celular está en la mesita de noche. No le he enviado un mensaje a Sam en un
par de días. Lo agarro para eso.
Ahora que no tengo a Cohen, él es la única persona con la que puedo ser yo
misma alrededor.
RG: HOLLAAAAAAAAA
Sam: Diablos-no.
RG: Guau reí tanto que me vertí el té caliente y morí de quemaduras de
tercer grado, felicidades por matarme.
Sam: Cómo puedo obtener una medalla
Sam: No, no respondas eso. La hazaña es la recompensa en sí misma.
RG: Ha-ha. La policía está viniendo por ti.
Sam: Para agradecerme, asumo.
RG: Estás un poco raro esta noche.
Sam: Lo siento. Día duro.
Sam: Espera, ¿por qué estoy disculpándome? Eres tú la maníaca que nunca he conocido
quien me manda mensajes de texto sin razón.
RG: No, yo tenía una razón muy específica para textearte.
Sam: ¿Para molestarme?
RG: ¡Para molestarte!
RG: Por Dios envié ese texto justo cuando llegó tu texto. Debes de ser
psíquico.
Sam: Mejor que no-muerto.
71

RG: No estoy de acuerdo, obtenemos más películas taquilleras. De todos


modos, ¿por qué tu día fue malo?
Página

Sam: Hay algo acerca de esa realidad... está en la punta de mi lengua...


RG: ¿Te refieres a la punta de los dedos?
Sam: ¡Oh, sí! Es que no es de tu incumbencia.
RG: Quisquilloso, quisquilloso. Tú eres el que lo mencionó.
Sam: Siento decirlo.
RG: Tal vez eres no-muerto, si tienes remordimientos eternos.
RG: De todas formas necesito tu consejo.
Sam: Qué sorpresa.
RG: Se trata de ese tipo de nuevo.
Sam: Qué sorpresa x2.
RG: Tu impertinencia es una parte claramente innecesaria en esta
conversación, señor.
Sam: No estoy de acuerdo. Creo que envía un mensaje importante.
Sam: Es decir, “deja de enviarme mensajes de texto.”
RG: Bien bien, mientras que estás diciendo cosas aburridas, te diré cuál es
mi problema.
RG: Estaba empezando algo con este tipo. Confié en él, incluso.
RG: Solo tengo esta sensación en la tripa y no puedo sacudirla de que hay
más en él de lo que deja ver.
RG: Había algo importante que era lo único que la mezquindad estaba
protegiendo, y yo quería saber lo que era.
RG: Pero entonces esta mujer que conozco me dijo que ella solía estar con
él, y que él la golpeó.
RG: No tengo ninguna razón para no creerle.
RG: Pero este hombre, él dice que no es verdad, y señaló que esa mujer
tiene una buena razón para querer que permanezca lejos de él.
RG: Y mis instintos, en los que siempre he confiado, dicen que él está
diciendo la verdad.
RG: Pero conozco a los hombres. Sé lo que ellos pueden hacer.
RG: Y no quiero ser la clase de persona que automáticamente asumiría que
ella miente.
RG: Es difícil. Esto es nuevo. Si alguna de mis antiguas amigas me hubiera
dicho que un hombre que yo conocía las había golpeado, les creería al instante.
RG: No sé qué hacer.
Sam: Las mujeres no suelen mentir sobre ese tipo de cosas.
72

RG: Créeme, lo sé.


Página

Sam: Y este tipo es un idiota, ¿verdad?


RG: ¡Sí, también sé eso!
RG: Así que me estás diciendo... ¿qué debo creerle a ella?
Sam: Esto es lo que te estoy diciendo.
Sam: Si optas por creer que él está diciendo la verdad, es mejor que lo hagas por buenas
razones.
Sam: Esta es una decisión a la que te tendrás que apoyar. Nada de irse a mitad del
camino.
RG: Bien… ¡uf, me duele la cabeza!
Sam: ¿Puedo preguntar qué es lo que tiene este chico que te hace querer confiar en él?
Sam: Es un idiota que a nadie le gusta. Tengo curiosidad.
RG: Es... esto te va a sonar tonto.
RG: Es su risa.
RG: Casi nunca se ríe, pero cuando lo hace, es como esa hermosa y
completa persona que brilla desde atrás de todas estas nubes oscuras.
RG: Esto se siente más… real para mí que las nubes.
RG: Quiero conocer a esa persona. ¿Tiene sentido?
RG: ¿Sam?
RG: Sammmmmmmm
RG: Boo :( Bien, entonces. Me voy a la cama.
RG: …gracias por hablar conmigo.

73
Página
Capítulo 8
A la siguiente mañana, me despierto con el sol derramándose a través de las
cortinas partidas. Por un segundo, cuando abro mis ojos, todo lo que veo es blanco.
Arde limpiamente. Tomo una decisión.
Voy y me siento a la mesa de la cocina, intentando actuar como alguien que
no está sufriendo un ataque nervioso. Me desplazo a través de mi teléfono. Sam nunca
contestó anoche a mis mensajes. Quizá su teléfono se murió.
Cohen no está en casa todavía, y me conformo con una larga espera, pero
apenas pasan cinco minutos antes de que la puerta se abra.
Me levanto de un salto.
―Cohen, necesito hablarte… ¡Jesús! ¿Qué le pasó a tu cara?
―Nada. ―Chasquea mientras cierra la puerta y se da vuelta, pero ya he visto
su ojo negro. Es como si una de sus ojeras se hubiese extendido, para desarrollarse en
un cardenal en la tierna piel entre su párpado y ceja. Hay una raspadura bajo su frente
también, pálida en la piel purpura.
―Eso necesita hielo. Siéntate, lo conseguiré. ―digo.
―Lo siento, no sabía que ahora estaba tomando órdenes de ti. ―Chispea. El
cardenal lo hace más intimidante al espectador medio, pero miro más allá de eso, al
agotamiento.
―Bien, ahora lo haces. ―digo con fría cortesía―. Siéntate. Voy a buscar tu
hielo, y entonces voy a hacerte una taza de té y algo de desayuno. Pareces estar a
punto de desmayarte encima de mí.
Su intensa mirada no se rebaja, pero finalmente toma asiento. Me apresuro en
la cocina, envuelvo un manojo de hielo en una toalla de papel, y pongo el agua a
calentar antes de regresar al comedor. Su labio se curva cuando alzo su pelo para
conseguir una mejor mirada al cardenal, pero él no me aleja.
―Se ve horrible. ―medito, mientras sostengo el hielo en él. Un pequeño siseo
escapa de entre sus dientes por el dolor, pero lo ignoro―. ¿Así que quién fue lo
bastante valiente y/o tonto para tomar un movimiento de ti después de tus
comentarios?
―Alguien que está casi definitivamente en el hospital esta mañana. ― dice.
Por un segundo, mi renovada fe en él se tambalea, pero entonces recuerdo lo
que Sam dijo. Tengo que mantener mi decisión de creer en él.
74

Suspiro pesadamente y empujo el hielo en sus manos.


Página

―Dios, estás haciendo esto tan difícil.


―¿Qué hice ahora? ―dice indignadamente.
―¿Además de escabullirte fuera en medio de la noche y volver, luciendo
como si hubieses matado a alguien? ―me siento―. Quería decirte algo.
―Estoy jubiloso. ―murmura.
Lo miro ceñuda.
―Me retracto.
―No, ¿Qué ibas a decir? Asumí que era algo idiota y ahora quiero saber si
tenía razón. Normalmente la tengo.
—Sólo voy a decírselo a alguien que no es un total y completo culo. ―Replicó
en respuesta.
―Resulta que el cuarto está vacío de personas que no son completos y totales
culos por el momento, buena suerte.
Las únicas personas aquí son él y… yo. Maldita sea.
―¿Tienes una premonición especial para ver cuándo alguien va a decir algo
bueno de ti, para poder cortarlos siendo más cruel de lo usual?
Se ajusta el hielo.
―Eso explica por qué las personas generalmente no dicen cosas buenas de mí.
―Cuéntame como una de ellos, entonces.
―Ya sabía lo que ibas a decir. ―Sonríe satisfecho. Lo odio.
―¿Es eso verdad? Porque… porque estaba a punto de hablarte acerca de…
medusas. Muchos comentarios acerca de medusas. Sí.
―No, no era eso. ―dice―. Estabas a punto de decirme que has decidido
creerme sobre Annabelle.
―La cubo-medusa puede picar…
―Estás siéndose tú de nuevo. Eso es algo que sólo haces por la gente que te
gusta y en la que confías. ―Su sonrisa se pone más ancha.
―Simplemente porque tienes razón acerca de la cosa sobre Annabelle no
significa que yo…
―Así que tenía razón. Como de costumbre.
En la cocina, la cacerola está hirviendo, como mi temperamento.
Deteniéndome de verter ambas cosas por su cabeza, corro y apago la estufa. Entonces
tuesto una baguette y hago unos huevos revueltos para darme tiempo de enfriarme.
¿Estoy haciendo lo correcto?
Mi estómago responde la pregunta por mí. Por primera vez desde que
Annabelle se presentó, no está dando saltos hacia atrás.
75

Sirvo la comida en dos platos y los llevo al comedor. Cohen ha abandonado


su hielo, y está fundiéndose en un charco en el centro de la mesa. Cuando le paso un
Página

plato, él lo mira sospechosamente.


―De nada. ―digo.
―¿Has envenenado esto?
―Sí, Cohen. Voy a asesinarte porque eso definitivamente no detendría a tu
padre de pagarme. Para nada.
Toma un bocado de los huevos y gruñe. Valioso cumplido, viniendo de él.
―Gracias, esto está delicioso. ―Instruyo―. Eso es lo que tienes que decir.
―Son huevos.
―Son unos malditamente deliciosos huevos y lo sabes. Puse queso en ellos.
¡Agradéceme!
―La gratitud no cuenta bajo coacción.
Alejo el plato. Él lo mira tristemente.
―Agradéceme. ―digo.
―Gracias. Ahora devuélvelos.
―Devuélvelos, por favor.
―¿Esto significa que las lecciones de amabilidad están de regreso?
―Creo que lo que quieres decir es, ¿Vas a seguir dándome lecciones de
amabilidad, por favor?
―Esto es estúpido.
―Tu desayuno está enfriándose.
―Bien. Por favor quieres devolverlo, y por favor quieres continuar
torturándome bajo la guisa de hacerme una mejor persona.
―¡Bien! ―digo brillantemente, mientras le devuelvo la comida. Él escarba en
ella.
―¿Qué te hizo cambiar tu decisión? ―pregunta después de un rato.
―Bueno... ―Dudo―. En cualquier otro momento, cualquier otra persona, le
creería a ella y no a ti. Quiero que sepas eso.
―Suficientemente justo.
―Pero había una voz dentro de mí que sigue insistiendo que estás diciendo la
verdad. Esa voz nunca me ha llevado por mal camino antes.
―Oír voces es la segunda señal de locura. ―dice.
―¿Cuál es la primera señal?
―Confiar en mí.
Es casi como que quisiera que le crea a Annabelle. Así sería más fácil para él,
de algún modo.
76

―Supongo que estoy completamente loca, entonces.


Página

―Aparentemente.
Comemos en silencio durante pocos minutos. Me pregunto si esto es lo que se
sentiría si realmente estuviera comprometida. Tomar el desayuno juntos en un
confortable silencio… nunca lo sabré. La única cosa que uso es el escape matutino.
Si Georgette Montgomery fuese real, ella sería una muchacha afortunada.
Pero no lo es. Y tengo que recordar eso.
Termino de comer y me pongo de pie.
―Bien. Estamos retrasados en las lecciones de amabilidad y tenemos que
ponernos al día. Sólo estaré aquí por un mes y el reloj está corriendo.
―¿Qué planeas para hoy? ¿Alguien me quitara las uñas una por una y se
supone que debo felicitarla por su vestuario?
Pero su tono realmente no es demasiado áspero como de costumbre. Si no
fuera un idiota, diría que estaba escondiendo su alegría.
―Hoy, ―anuncio―, vamos a ir a las catacumbas. Sí, otra interesante cosa del
turismo parisiense que estoy segura que no has hecho todavía.
Se apoya atrás.
―Estoy empezando a sospechar que estas usando estas lecciones de
amabilidad como una excusa para cubrir todos los típicos lugares turísticos.
―Estoy ofendida. Profundamente, extremadamente ofendida. Intento
duramente mejorar tu actitud y me lo pagas siendo un idiota. ―sorbo por mi nariz―.
¿Puedo ayudarte si sucede que te molesta la gente ruidosa y lugares atestados y eso
justo pasa a ser una descripción de todos los lugares divertidos en París?
―¿Segura que quieres ir a las catacumbas, de todos los lugares? Comprendes
que es un túnel oscuro lleno de cráneos humanos.
Pestañeo.
―¿Eso es lo que es?
Resopla.
―¿Qué? Todo lo que se sobre ellas es que es una cosa que muchas personas
vienen a ver en París, por lo que solo supuse que sería divertido.
―Las cosas a las que las grandes muchedumbres de personas les gusta hacer
son raramente divertidas.
―Ahora nosotros definitivamente estamos haciéndolo, si sólo porque eres un
enorme aguafiestas. ―Agarro su plato―. Vístete. Nos vamos ahora.
―¿Ahora? Estaba planeando en lograr algún trabajo hecho.
―Si quisieras conseguir algún trabajo hecho hoy, no deberías de haber estado
fuera toda la noche. Vamos ir a mirar algunos cráneos te guste o no. Llama a tu
misterioso chófer.
77

―Su nombre es Geoff.


Página

―Llama a Geoff. Éstos son valiosos minutos que no estamos gastando en


mirar espeluznantes traseros de calaveras.
***
―¿Sabes que es lo que haces? ―dice más tarde cuando estamos saliendo del
edificio, Renard nos asiente sospechosamente. Él siempre cabecea sospechosamente a
mí, como si estuviera llevando a Cohen fuera para una recolección del mercado negro
de órganos o algo. Para ser justos, sería interesante averiguar si su corazón es normal.
Quizá es negro y arrugado. Quizá se localiza en su dedo del pie. Eso haría a cualquiera
gruñón.
―¿Hacer qué? ―pregunto. Su corazón debe ser del tamaño de un cacahuete si
se localiza en su dedo del pie. O el de una pequeña fresa dependiendo del dedo del pie.
Debo preguntar.
―Agregas trasero a las palabras al azar. Espeluznante trasero. Raro trasero.
Tonto trasero. ¿Estos adjetivos realmente sólo aplican a los traseros del asunto, o...?
―Si hablaras con personas más jóvenes en lugar de con raros-trasero de viejos
hombres de negocios, sabrías que así es cómo los jóvenes modernos hablan.
―¿Querrás decir jóvenes modernos-traseros?
―El trasero generalmente se aplica a las palabras con una connotación
negativa. También, cadera-trasero8 suena raro porque las caderas son una parte del
cuerpo. Como alguien cuya cadera se combinó con su trasero.
―Así que dices que cadera-trasero suena a raro-trasero.
―Cállate. Ahora está pareciéndome raro.
―Quieres decir raro-trasero.
―¡Cállate! ―grito, y golpeo su hombro. La división se baja y consigo mi
primer vistazo de Geoff, un hombre con aspecto de acosador, en sus años treinta con
un bigote probablemente envidiado por capitanes de mar por el mundo. Él me mira
fijamente con asombro. Probablemente no está acostumbrado a que las personas le
digan a su pasajero más gruñón que se calle. O lo toquen voluntariamente.
Cohen está sonriendo satisfecho.
―Solo estás intentando incomodarme. ―Acuso.
―¿Intentar? No es precisamente difícil. Al parecer lo hago sólo respirando.
―Sí, por favor detén eso.
―No eres la primera en querer eso. Y no serás la última.
El automóvil se detiene cerca de la entrada a las catacumbas. El lugar esta
arremetido con turistas, predeciblemente. Cohen echa una mirada, y tengo que sacarlo
de su asiento.
Compramos los boletos y esperamos en la línea. Y esperamos. Y esperamos.
Y esperamos. Esas películas hollywoodenses románticas con dos personas calientes
besándose en la Ciudad de la Luz nunca las muestran estando de pie en la línea,
78

taladrando sus pies y cronometrando cuánto tiempo le toma al niño de la rabieta


Página

8
Cadera-trasero, en realidad debería decir modernos-traseros, como estaba antes. Pero en la traducción se pierde el
chiste, ella se refiere a “hip-ass”, hip puede ser moderno o cadera.
delante de ellos tomar una respiración entre los gritos. Treinta segundos son hasta
ahora su registro. Su capacidad pulmonar es bastante impresionante. Él debe ir por
natación competitiva. Aunque, para ser justos, si yo tuviera siete años y mis padres
estuviesen arrastrándome a un túnel subterráneo lleno de esqueletos humanos, yo
probablemente tiraría también una rabieta.
Eventualmente nos ordenamos en un tour de paseo. El líder de nuestro grupo,
es una joven mujer con frenillos y una mueca entusiasta más de acuerdo con una
orientación para un campamento de verano que vamos-todos-a-caminar-dentro-en-
una-tumba-masiva, y nos guía. Anochece, nuestro camino encendido con lámparas,
mientras la muchacha del campamento-de-verano relata primero en francés y luego en
inglés acentuado la terrible historia del lugar.
―¿Piensas que hay fantasmas aquí? ―susurro a Cohen, quedándome un poco
más cerca de él de lo necesario.
―¿Eres una idiota? Claro que hay fantasmas aquí abajo. ―Levanta una ceja a
mí.
―¿Quieres detener a esa cosa de levantarse en los momentos inadecuados?
―chasqueo.
La mujer delante de nosotros echa una mirada asustada a la entrepierna de
Cohen. Él mira hacia abajo.
―No, ¡no eso! ―ruedo mis ojos―. Que los tipos tengan erecciones es
inevitable. Quise decir tu ceja.
La mujer detrás de nosotros sólo parece más escandalizada. La ceja de Cohen
se dispara arriba.
―Oh, venga, conoces la línea de trabajo en la que estoy. ―cruzo mis
brazos―. No puedes esperar que vaya todo rubor-rubor sobre una pequeña
insinuación.
―Cierto. ―dice―. Aunque no puedo evitar pero preguntarme que podría
hacer para hacerte ruborizar.
Y entonces lo averigua, porque me ruborizo.
Como una desequilibrada colegiala.
¿Qué infiernos?
¿Y qué fue eso? ¿Está viniendo por mí? ¿Yo quiero que él venga por mí? Sí,
grita cada parte debajo de mi cintura. No, grita mi cabeza. Tengo un cliente que no
está exigiendo esa parte de mí finalmente. Quién está interesado, Dios solo sabe por
qué, en mi cerebro. Debo de estar saltando de alegría. Definitivamente,
definitivamente no debería encenderme en un túnel literalmente hecho de cráneos.
―Como ustedes verán, señores, señoras, y señoritas, estamos llegando a la
parte dónde casi cada pared está compuesta de cráneos embutidos...
79
Página
Diez bajilliones9 de cráneos, y todos están juzgándome. Me muevo poco a
poco más cerca de Cohen y tropiezo con su muslo. Sorprendentemente, él no dice
cuidado o el espacio personal es importante, para tu información.
Solo me permite apoyarme en él.
―¿Poniéndote un poco asustada? ―susurra.
―¡No! ―disparo en respuesta―. ¿Yo? Asustada de... ¿qué? ¿Esqueletos? Hay
un esqueleto ahora mismo dentro de mí y no estoy asustada por eso. Quiero decir,
realmente estoy fascinada. Mira eso, ése fabuloso cráneo que justo está allí, ese es.... el
más lindo, emm…, agrietado por encima de su…
Cohen inclina su cabeza, confundido.
―Acaba de moverse para mirarte.
―No lo hizo.
―Lo hizo. No sé por qué piensas que mentiría sobre algo así.
Racionalmente, sé que el cráneo no se volvió a mirarme simplemente. Sé eso.
Y todavía luce como el tipo de cráneo que tiraría esa mierda exactamente. Una
sarcástica inclinación en los agujeros de los ojos, una mandíbula torcida. El fulano
probablemente era un maldito payaso cuando estuvo vivo. O un mal bufón de la corte.
La exactitud histórica es importante.
―¿Oh, viste eso? ―Cohen apunta a un cráneo aleatorio―. Juraría que ese
acaba de sonreír abiertamente a ti.
―¡Los cráneos no pueden sonreír abiertamente! ―gimo―. ¡No tienen labios!
Una señora mayor me calla, pero estoy muy y verdaderamente alterada. Hay
una razón por la que la única película de horror que he llegado a ver hasta el final es
Casper el fantasma amigable, y si me preguntan, no hay nada amistoso cuando se trata
de un no-muerto y luce como una sábana flotante con dos ojos que producen
escalofríos. Así como de niña, odié truco-o-trato debido a todas las telas de arañas de
arbusto en arbusto y las muñecas de brujas que hacían balancear en el aire del porche
del frente de mi vecino.
Cierro mis ojos.
―Vas a tropezar si haces eso. ―Me informa Cohen.
―Eso está bien. Es mejor que tener un concurso de miradas con un millón de
personas muertas. ¡Eww!
Tropiezo y tropiezo. Una mano calurosa agarra la mía y me salva.
―Dime que ésa es tu mano y no la de un zombi. ―digo.
―Sin promesas.
Espío para verificar. Lo es, es su mano.
80
Página

9
Bajillion, un número extremadamente grande (utilizado para dar énfasis).
―Podrías ser un zombi muy rápido que es muy bueno fingiendo, que cambio
a Cohen por un zombi vestido como Cohen mientras yo tenía mis ojos cerrados.
―digo.
―Estupendo. Deducción inteligente. El jefe supremo de los zombis no tiene
nada por ti.
―Deja ir mi mano y ¡regresa a The walking dead-ow!
―Si vas a caminar con tus ojos cerrados, vas a sostener mi mano. A menos
que quieras pasear cara a cara con un cráneo. Lo que casi hiciste.
―Urgh. ―gimo―. Bien, zombi secuaz. Puedes guiarme esta vez. Pero si
decides comer mi cerebro, serás despedido inmediatamente.
Su agarre se aprieta.
―¿Cómo me pagarás?
Es imposible decir por su tono si está coqueteando. Quiero abrir mis ojos y
verificarlo, pero sé que la sobria máscara no me ayudaría mucho. Aunque estoy
empezando a aprender las ligeras excentricidades en su expresión, además de la ceja.
La manera en que la esquina de su boca se vuelve cuando es presumido. La manera en
que su frente se frunce cuando está disgustado.
―Te pagaré continuando agraciándote con mi asombrosa presencia.
―Por lo que ya estoy pagando con frío, dinero en efectivo.
―Correcto.
Seguimos caminando, nuestras manos atadas juntas. Es una experiencia
interesante, estar de la mano con Cohen, aun cuando es por un propósito
completamente práctico. Es como si su mano fuese un cerco eléctrico y de vez en
cuando, una carga silba a través de mí. Cuando su dedo pulgar cepilla la parte de atrás
de mi mano. Cuando su dedo índice anida en mi nudillo.
―¿Por qué sigues saltando así? ―me pregunta―. ¿Esto no está haciéndolo
menos aterrador?
―Estoy de la mano con la cosa más atemorizante aquí.
―Ja ja. Eres tremendamente graciosa.
―Gracias. ―digo, con mis ojos todavía cerrados, poniéndome a punto con la
guía de turismo y enfocada en el tono de metal fundido de la voz de Cohen―. No. Es
solo raro, esto. Nunca lo he hecho antes.
―¿Tomarse de las manos? ―pregunta.
―Sí. Lo sé, probablemente parece raro. Pero no hay mucha llamada para esto
en mi profesión. Las manos generalmente no son lo que mis clientes quieren que esté
tocando.
Se estremece.
81

―¿Aun no te he dado asco? ―digo ligeramente.


Página
―Continuas diciendo cosas como esas. ―dice―. Como si esperaras que te
encuentre desagradable.
―Bien, eso es lo soy, ¿o no lo soy? Una muchacha usada. Sucia prostituta.
Créeme, he oído todo eso antes. ―Mi voz sigue ligera.
Él no deja ir mi mano.
―Quiero que sepas ahora mismo, y quiero que lo creas, que nunca he
pensado así ni una vez sobre ti.
Me río.
―¿Eso un sentimiento bueno, no es así? Excepto que no puedes abrir tu
cabeza y demostrármelo. No estoy intentando ser molesta, realmente no lo soy. Solo
estoy acostumbrada a eso. Cómo las personas como tu miran a las personas como yo.
Lo que piensan de mí. Nadie en la vida ha podido esconderlo. Para ellos, soy una
persona menor.
―No eres una persona menor.
Su voz es un gruñido áspero, su mano agarra la mía tan poderosamente que el
cerco eléctrico se convierte una completa descarga de un rayo. Nos quedamos detrás
del grupo, o estoy segura de que las personas se espantaron por su tono. Estoy un poco
espantada por su tono. Nunca he oído a alguien intentar tan duramente tener sentido.
―Gracias. ―digo en una pequeña voz.
―No importa lo que haces para vivir. ―continúa furiosamente―. Algunas
personas pensarían que yo tengo más valor que tu porque tengo dinero, y nos miraran.
Tú contra mí. Eres una... buena persona, y lo intentas ser, y yo soy...
Se demora.
―No eres una persona menor tampoco. ―digo, mi voz todavía pequeña.
Quiero abrir mis ojos, pero ésta es una conversación frágil, y no quiero hacerla añicos.
―No soy una persona menor. ―dice―. Solo soy menos de una persona.
No tengo ninguna idea de lo que eso significa, y estoy a punto de preguntar,
pero él cambia de tema antes de que pueda hacerlo.
―Nunca lo he hecho tampoco. ―dice―. Ir de la mano, digo.
―¿Sí? ―pregunto. Y por primera vez, me pregunto qué más es lo que ha
hecho y que no. De ninguna manera un tipo tan atractivo como él puede ser virgen.
Y aun así, su padre tuvo que contratar a una chica fácil para pretender ser su
novia... aclaro mi garganta.
―¿Qué tal, te gusta?
―Es... agradable. ―duda―. Aun cuando sé que lo estás haciendo sólo porque
de otra manera caminarás a una pared llena de cráneos.
82

―Hablando de eso. ¿Cuál es el estado de los cráneos? ¿Todavía volviéndose a


mirarme?
Página
―Oh, sí. Excepto que ahora están bailando mambo y están haciendo
malabares. Que mal que te lo estés perdiéndotelo.
―Voy a mantener mis ojos cerrados, gracias. ―espero un minuto―. Espero
que algún día encuentres alguien para sostener su mano, Cohen.
―Eso es alarmantemente sentimental, viniendo de ti.
―Tengo un alarmantemente lado sentimental, de hecho. He visto The
notebook.
―¿Qué notebook?
Abro la boca.
―No has visto The notebook. Nosotros estamos mirando The notebook.
Suspira.
―Eso no me dice lo que es.
―Sólo una película que trata sobre la más pura expresión de amor en el
mundo entero.
―Una película de ficción, entonces.
―Sí...
―No hay ninguna expresión pura de amor. ―dice―. Las personas sólo lo
falsifican cuando quieren algo.
―Estupendo. Parece que no soy la única alarmantemente sentimental.
¿Escribes pequeños sentimientos para las tarjetas del Día de San Valentín como carrera
lateral?
Me gano una risa de Cohen. Con mis ojos cerrados, el sonido es aún más rico
y más dulce. Me resuelvo por cerrar mis ojos la próxima vez que él ría.
―Apropósito, esas son tonterías. ―digo―. Todos son capaces de puro amor.
Y voy a encontrarlo algún día.
―¿Lo harás? ―su voz es profundamente irónica.
―Sí. Cuando tu papá me pague, al final de este mes. Voy volver a empezar mi
vida y encontrarlo todo -felicidad, amor. Nadie va a detenerme.
―Envíame una postal desde la Isla de Felicidad, cuando llegues allí. ―su voz
está cuidadosamente vacía.
―¿Por qué felicidad es una isla?
―Porque sufrir es un continente.
―Eres imposible, ¿lo sabes no? ―digo.
―Lo sé. ―dice él―. Créeme.
83
Página
Capítulo 9
RG: ¿Adivina qué?
Sam: Acabas de conseguir el Premio Internacional Por Ser La Persona Más Molesta
Jamás.
RG: Me gustaría darle las gracias a la Academia.
RG: Pero no. Le dije a Cohen que le creo.
RG: Y se sentía como lo correcto que hacer.
RG: Así que gracias por el consejo. Me alegro de seguirlo.
Sam: Me alegra que funcionara.
Sam: A pesar de que en realidad no me importa.
RG: Voy a asegurarme, sin embargo. Voy a confrontar a esa mujer de la que
te hablé esa noche.
Sam: ... ¿Confrontar?
RG: Sólo voy a hablar con ella. Me parece una mala mentirosa.
RG: Le diré directamente lo que pienso y voy a darle la oportunidad de
explicarse. Una conversación de adultos.
RG: Y quién sabe. Tal vez me equivoque.
Sam: Ten cuidado.
Rae: Pensé que no te importaba.
Sam: No lo hago. Es sólo que no quiero que la policía vea que yo fui el último en
escribirte antes ser asesinada.
RG: ¿Cómo sabes que serás el último al que le escriba? Tal vez tengo un
grupo de amigos a los que escribo todo el tiempo.
Sam: No tienes amigos. De lo contrario, ¿por qué gastarías tanto tiempo enviando
mensajes de texto a alguien que nunca has conocido?
Rae: “No amigos” es un poco exagerado.
Sam: No cuentes conmigo.
RG: ¡No estoy! Eres quizá la mitad de un amigo. Un amigo de bolsillo.
Sam: Wow, gracias. Estoy seguro de que voy a ser un llavero popular en Japón.
84

RG: Pero creo que estoy empezando a hacer un amigo. TAL VEZ.
Página

Sam: ¿Quién?
RG: El chico idiota.
Sam: ¿Lo consideras un amigo?
RG: Un tal vez-amigo.
RG: Solo... siento que puedo hablar con él sobre cosas.
RG: Es extraño.
Sam: Parece serlo.
RG: De todos modos, tengo que ir a hablar con esta mujer ahora. *Respira
profundo*
RG: Y no lo decía en serio cuando dije que eras un medio amigo. Eres todo
un amigo.
RG: Eso es todo. Adiós.

Pongo mi teléfono en mi bolsillo, tomando una verdadera respiración


profunda en lugar de simplemente escribir una, y llamo a la puerta.
Conseguí el número de teléfono de Annabelle de la guía telefónica. La llame y
pregunte si podría venir. Me siento sigilosa-probablemente piensa que estoy viniendo a
pedirle consejo acerca de romper el compromiso, pero no había otra manera. Necesito
hablar con ella cara a cara. Solo para asegurarme. Si me negaba a creer que una mujer
había sido golpeada y que resultaba ser mala, yo nunca podría vivir conmigo misma.
Su portero era tan presumido, el vestíbulo tan elegante, como Cohen había
sido. ¿Son todos estos locos áticos de gente rica modelo de la misma? Tal vez son
orgánicos y se reproducen como amebas, chupando la fuerza de vida de sus habitantes,
y por eso la gente rica es tan aburrida. Nunca se sabe.
Annabelle contesta y me invita al interior.
—¡Querida! Vamos, vamos. He hecho el té.
—¿Está Claude en casa? —Pregunto tímidamente, dando un paso y
hundiéndome al menos un pie en la más suave y cremosa alfombra que he visto nunca.
Parece como la piel de algún animal prehistórico.
—Está fuera en una cena con algunos amigos de negocios. Ya conoces a los
hombres y sus cenas. —Se ríe, luego inyecta seriedad en su voz—. Siéntate en el sofá,
cariño. Es cuero italiano.
Nada como el cuero italiano como una plataforma para hablar de un presunto
abuso doméstico.
—Annabelle, tengo que ser honesta contigo.
Se inclina hacia delante, con los ojos extrañamente en llamas.
—Por supuesto, querida. ¿Ya comenzaste el proceso de separación? Si
85

necesitas un lugar para quedarte, te puedo recomendar algunos hoteles fabulosos.


Página

Y yo que pensaba que iba a ofrecer que me quedara con ella.


—No, no, en realidad. No voy a dejar a Cohen.
Su sonrisa se congela.
—¿No?
—No —confirmo.
—Pero querida... —Reorganiza sus rasgos en una tragedia. No es un aspecto
natural para ella. Es tan forzado que es casi palpable—. Te dije como es…
—Sí, excepto que no creo que eso sea cierto. —Trago saliva—. Normalmente,
te creería, Annabelle. Realmente lo haría. Pero mi corazón me dice que estás
mintiendo. No puedo ignorarlo cuando está siendo tan claro. Pero quiero que sepas
que no estoy enojada contigo, si estabas mintiendo. Me gustaría que seamos amigas.
No tengo muchas. Y entiendo la mentira, sé que necesitas hacerlo, que no hay otra
opción...
Sigo hasta detenerme.
Ella me mira fijamente durante un minuto. Me preparo para lo que venga
después. ¿Lágrimas? ¿Historias tan crudas que no voy a tener más remedio que creerle?
¿Qué debo hacer si eso sucede? Ya le dije a Cohen que estoy del lado de él. Pero si
tengo que retirarlo de nuevo... lo haré.
Finalmente, suspira y se extiende a través del sofá.
—Valió la pena intentarlo, después de todo.
Mi corazón salta y cae en picado al mismo tiempo.
—¿Qué quieres decir?
—Querida, querida. Sabes, pensé que eras una idiota cuando te vi. Una de
esas agradables y ratoniles personas. Pensé incluso que sólo la insinuación de violencia
física sería suficiente para enviarte corriendo por las colinas. Pero o eres más valiente
de lo que pensaba, o eres demasiado cobarde para dejarlo.
Los hechos de la situación se asientan con sonante claridad, y la ira burbujea
en mis entrañas.
—¿Así que estabas mintiendo?
—La actuación nunca fue mi fuerte. —Se cruza de brazos y me mira con
frialdad—. Pensé en tratar de seguir el ritmo del juego, pero simplemente parecía tanto
maldito esfuerzo.
—¿Me mentiste sobre algo tan importante? —Estoy colérica ahora, furiosa,
pero tengo que recordar a Georgette. Canalizo la ira a dolor en su lugar—. ¿Por qué?
¿Por qué hiciste eso?
—Estaba tratando de ayudar —dice ella—. ¿Realmente importa si me golpeó
o no? El punto principal, es una persona horrible y no debieras estar comprometida
con él. Esa parte es cierta.
86

—Creo que voy a decidir eso por mi cuenta, gracias.


Página

—¿Decidir por tu cuenta? —Se ríe—. ¿Qué hay que decidir? Lo conoces desde
hace algún tiempo, ya sabes cómo es. Todo el mundo sabe cómo es. Lo dije en serio
cuando te aconseje no deslumbrarte por el dinero y el aspecto, cariño. Estuve allí una
vez. Y llegué a la misma conclusión que tu deberías. Sólo pensé que un pequeño y
llamativo detalle podría impulsar la acción más rápido.
—¿Un pequeño y llamativo detalle? ¡Me dijiste que abusó de ti!
—Si él no ha llegado a golpear a nadie todavía, estoy segura de que lo hará. Es
una bomba de tiempo de destrucción, una que…
—¡Él no es así! —Grito.
—¿No lo es? ¿Qué tan bien realmente lo conoces? No estás casada todavía,
cariño.
Abro la boca y la cierro. A pesar de que no puede saberlo, ha golpeado un
buen punto. Sé muy poco de él.
—Eres tan leal —dice—, tan rápidamente.
—No soy leal, solo...
—¿Eso no es lealtad? ¿Salir en su defensa de esa manera? Te tiene envuelta
alrededor de su dedo y estoy muy interesada en la forma en que sucedió. Nadie más ha
sido capaz de tolerarlo antes.
Nadie más. Eso debería hacer que me disguste, más, supongo, pero lo único
que hace es que me preocupe. Debe haber estado solo todo ese tiempo.
Pero me sacudo esos pensamientos. Sus motivos son cada vez menos borrosos
por segundo. Recuerdo lo que me dijo Cohen.
—Quieres la empresa del Sr. LeCrue —digo lentamente.
—¡No, en absoluto! Más que nada, quiero tu felicidad y seguridad. Nosotras
las chicas debemos permanecer unidas. —Me guiña el ojo, y ese carisma, esa sensación
de que tenemos un secreto especial que el resto del mundo no conoce, me sobrepasa
por un segundo. Luego se inclina hacia atrás y tira del brazo sobre su cabeza sin
cuidado—. Cohen quemaría esa compañía hasta el suelo en medio segundo. Es una
ruina, cariño. Es sólo cuestión de tiempo hasta que se autodestruya y se lleve consigo
todo, y a todos cercanos a él en su caída. Lo ha hecho antes. Es notoriamente
inestable…
—Ni siquiera lo conoces —gruño.
¿Por qué estoy tan a la defensiva?
—Lo conozco desde hace mucho más tiempo, querida. Además, merezco el
control de la compañía más que él. ¿Qué ha hecho por ella? Me casé con esa pequeña
comadreja de hombre porque pensé que la heredaría en poco tiempo, y ahora el padre
está hablando de venderla. Es una tontería, puras fruslerías.
—¿Te refieres a Claude? —Supongo que eso explica cómo una mujer tan
hermosa terminó con un hombre con serias carencias en el departamento de la barbilla.
87

—Por supuesto que me refiero a Claude. ¿Estoy casada con otra pequeña
comadreja? Si lo estoy, házmelo saber y voy a llamar a un exterminador.
Página

Su risa tintinea de nuevo.


La observo fijamente, desconcertada. ¿Realmente piensa que voy a sentarme y
decirle, “tienes razón, voy a dejarlo”? Y entonces me doy cuenta. Ella piensa que voy a
decirle eso. Está acostumbrada a conseguir todo lo que siempre ha querido con el
mínimo esfuerzo. Me ve como el tipo de chica que fácilmente intimida en la escuela
secundaria, en la universidad...
—No —Me pongo de pie—. Estoy comprometida con Cohen y voy a seguir
de esa manera. Pero gracias por ser honesta conmigo.
Su expresión cordial cae, revelando algo feo.
—No hablas en serio. Tienes que estar harta de él por ahora.
—No lo estoy —le digo—. Mira, me he dado cuenta de algo. Las personas no
siempre son lo que parecen ser en la superficie. La mala actitud de Cohen está por
encima, pero hay algo mejor por debajo, lo puedo sentir. Y tú. Eres un cisne a la vista
y una serpiente debajo.
—¿Y que eres tú? —Su labio se curva—. ¿Un pequeño ratón? ¿Sabes que a las
serpientes les gusta comerlos enteros?
—Si me miras y ves un ratón, tal vez deberías mirar un poco más allá también
—digo fríamente.
—Tal vez debería. —Y entonces me está mirando de una manera que no me
gusta en absoluto—. Georgette Montgomery, aparece de la nada, nadie en mi círculo
ha oído hablar de ella, y de repente ha atrapado al hijo del Sr. Ashworth. Interesante,
eso. Tal vez no debiera estar enfocada en mostrar cómo es realmente Cohen. Tal vez
hay algunas personas por ahí que necesitan llegar a conocer quién eres tú en realidad.
No me esperaba eso, y por un segundo, mi expresión se desliza. Ella lo ve. Su
sonrisa se ensancha y la alegría inunda de nuevo su cara.
—Tienes un secreto o dos que valen la pena esconder, ¿eh?
—Creo que toda mujer casada y desempleada necesita un hobby —le digo a la
ligera. Sin volver a mostrar el pánico. No demuestro el hecho de que si investiga en
absoluto, va a descubrir que Georgette Montgomery no es más que humo y espejos—.
Debería irme ahora. Creo que he sobrepasado mi bienvenida.
—Oh, cariño —dice perezosamente—. Nunca fuiste bienvenida en absoluto.
Sonrío con fuerza, me levanto, y me dirijo a la puerta. Y a pesar de que expuse
su mentira, es obvio para las dos quien ha ganado esta ronda. 88
Página
Capítulo 10
Es extraño, las rutinas a las que uno se acostumbra.
Cómo hacer el desayuno para alguien, por ejemplo. De vuelta en LA, solía
dormir hasta las tres o cuatro antes de levantarme a comer, y luego era generalmente
McDonald’s o macarrones con queso calentados. En ese momento me dije que estaba
durmiendo tan tarde sólo porque me había acostado muy tarde, pero ahora estoy
empezando a ver que esos largos y brumosos días medio-dormida en mi cama con las
sabanas llenas-de-agujeros-y-manchas estaban teñidos de depresión.
Pero ahora no me siento de esa manera. Estoy emocionada de despertar en la
mañana. ¡Estoy en París! ¡Puedo tomar un baño e ir a la cama temprano en la noche!
¡No voy a tener que entrar en autos extraños con algún hombre extraño! Y, como
resultado, me gusta hacer el desayuno. Me gustan las diferentes formas que puede
adoptar el chisporroteo —el chisporroteo de los huevos, el chisporroteo del tocino. Me
gusta juntar diferentes frutas con diferentes quesos caros. Y, oh Dios, no hables del
queso. A finales de este mes habré ganado cinco libras puramente de queso y no podría
estar más feliz al respecto. Queso de cabra, queso blando, queso duro que explota en la
boca con un ping, queso que huele a algo sacado de una tumba, pero que sabe tan
celestial que me podría poner en una temprana...
De todos modos. Es suficiente sobre el queso. Tal vez más tarde voy a hablar
del vino.
No he oído nada de Annabelle en unos pocos días. No se lo mencioné a
Cohen, pero le hice unas líneas al señor Ashworth, haciéndole saber que alguien
podría estar investigando en mi pasado. En lugar de responder, me envió los
documentos.
Un certificado de nacimiento.
Una foto del anuario de una escuela secundaria a la que no fui.
Un título universitario.
Toda una vida que nunca he vivido, escrita con fotos y firmas oficiales. Él
tenía todo esto listo desde el principio, por si acaso. Estaba lista para mostrárselo a
Annabelle si llamaba de nuevo, pero ella aún no lo había hecho. Tal vez estaba
mintiendo.
Mientras tanto, pegue el titulo falso en mi pared. Siempre me he preguntado
cómo se vería si yo misma hubiera ganado un título universitario.
O incluso un diploma de escuela secundaria.
89

Lo más extraño es que me estoy acostumbrando a esto. Los muebles caros, las
Página

ropas caras. Estoy asentándome a esto como a una cama nueva. Pero no debería
acostumbrarme demasiado a ello. Después de todo, en cuestión de semanas, voy a
estar pasando a algo nuevo. Una vida mejor que la antigua de Rae, pero no tan buena
como la de Georgette.
Y eso está bien. Toda una vida como la de Georgette no sería justo para mí.
No debería acostumbrarme a él, tampoco.
Incluso si comenzó a felicitar mi cocina, tímidamente al principio, como si no
estuviera acostumbrado a decir cosas buenas acerca de alguien, y luego con tanto
entusiasmo que me doy cuenta de lo mucho que lo ha disfrutado todo el tiempo. A
pesar de que mi corazón ha empezado a hacer un pequeño salto de felicidad cada vez
que entra en la mañana, tan agotado por sus últimas noches en vela que he decidido no
preguntar. Incluso si ayer cuando entré en la sala de estar lo atrape durmiendo en el
sofá, toda la dureza derretida de sus rasgos, por una vez, dejándolo tranquilo y
hermoso y...
Esto se está poniendo ridículo.
—Esto es ridículo —dice, sorprendiéndome de mí ensueño. Estamos
comiendo un almuerzo de café y salmón curado en sándwiches de baguette.
—¿Qué es? —Pregunto.
—Estas lecciones de amabilidad. —Señala el itinerario que he escrito para él—
. Hoy se supone que debemos ir al paseo que infortuna la tierra.
Busco en mi cerebro lo que tal vez he formulado. Oh sí.
—¿Te refieres a la noria?
Se queja.
—Bueno, mira lo que tú anotaste de cosas que te molestan. —Llego a través
de la mesa y paso la página del cuaderno—. Comercialismo, romance ñoño, clichés...
No puedo pensar en nada que encarne esas cosas más que tomar un paseo en la gran
rueda de la fortuna en el Día de San Valentín.
Parpadea. Es casi lindo.
—¿Hoy es Día de San Valentín?
Me río.
—Estamos en París el Día de San Valentín, ¿y no has notado todos los
corazones y las rosas que adornan cada posible superficie?
—Los hábitos de decoración de la gente por lo general me horrorizan. No
puedo molestarme en prestar atención cuando son un poco más estridentes de lo
normal. —Se encoge de hombros, y luego me observa de reojo. Hay algo aprensivo en
su expresión.
—¿Qué?
—No estás... esperando nada, ¿verdad? —pregunta.
90

Fuerzo otra carcajada.


Página
—No soy tu verdadera novia, ¿recuerdas? La única manera en que tienes que
hacer algo por mí para el Día de San Valentín es si el señor LeCrue está viendo. Y
nuestra próxima fiesta con él no es hasta el sábado.
Exhala un visible suspiro de alivio. Niego con la cabeza.
—Lo siento por tu próxima novia real.
—¿Por qué? —dice—. Si estuviera obligado, tendría a mi asistente enviando
flores y una apropiada tarjeta idiota.
—Mira, ahí está tu problema. —Apuñalo una pieza de salmón escapando con
mi tenedor—. Esa palabra. Obligación. Ninguna novia quiere oír eso.
—Así que debo fingir que estoy interesado en un día de fiesta que los medios
comercializan en masa por supuestas expresiones individuales de amor, ¿es eso?
Ruedo los ojos.
—Una vez amas a alguien, no deberías tener que fingir. Querrás hacerlo todo
por tu cuenta. Y espero que pongas parte de ese capital intelectual en crear algo más
interesante que flores y una estúpida tarjeta.
Termina su jugo de naranja.
—¿Quién dice que estoy interesado en el amor?
Frunzo el ceño.
—Todo el mundo está interesado en el amor.
—Yo no.
Es en momentos como estos, cuando es tan increíblemente frustrante que si
los dos estuviéramos en la parte superior de la rueda de la fortuna, no podría cumplir
mi promesa de no empujarlo.
—¿Has estado enamorado?
—No.
—Entonces, ¿cómo sabes que es tan terrible?
—No he dicho que la palabra sea terrible. Acabo de decir que no me interesa.
—Baja su taza.
—El amor es una gran cosa —le digo con firmeza—. Es lo que hace feliz a la
gente. Y debes estar interesado.
—¿Por qué molestarse en estar interesado en algo que nunca voy a… —Se
detiene.
—¿Nunca voy a qué? —pregunto.
Se pone de pie.
—Olvídalo. Vamos a tomar esta sesión de tortura del Día de San Valentín de
una vez.
91

Sonrío.
Página
—Bien. Porque la rueda de la fortuna no es todo lo que tengo planeado para
hoy. Vamos a un gran espectáculo del Día de San Valentín.
Comienza a gemir, pero no tiene tiempo para terminar, porque ya lo estoy
arrastrando hacia la puerta.
El coche está esperando en la acera. Instruyo a Geoff para ir a la sala de cine
más cercana. Hay una proyección de romance americano, con subtítulos en francés.
Cuando Cohen oye a donde vamos, se inclina hacia delante para interceptar al
conductor.
—Cancela eso. No vamos a ir a ver una estúpida película romántica a cuyos
escritores probablemente se les ocurrió la trama en un generador en línea.
—¡Sí vamos! Cancela su cancelación, Geoff.
Personalmente, estoy muy satisfecha cuando Geoff, de hecho, nos lleva a la
sala de cine.
Esperaba que ir a verla temprano en el día redujera la multitud, pero la
población aproximada de París, y, posiblemente, de Londres y Berlín también, está
lleno en el teatro. Cohen y yo tenemos que cortar nuestro camino a través de un
centenar de parejas besándose para asegurar los asientos en la parte trasera.
—¡Fuera del camino! —grita a dos personas que tienen las rodillas extendidas
en el pasillo. Ellos entienden lo suficiente de inglés para lucir ofendidos.
Me estiro y lo pellizco en la mejilla. Salta lejos. La chica de la pareja se ríe
nerviosamente.
—Incorrecto. Inténtalo de nuevo.
Él frunce el ceño tan intensamente que creo una bombilla sobrecargada acaba
de estallar.
—Por favor, disculpe.
Nos deslizamos e instalamos en nuestros asientos, entre un tipo de unas-
trescientas-libras —no ves muchos de esos en Francia— haciendo dulce amor a un
cubo de palomitas de maíz y una pareja universitaria cerca de dos pulgadas de
distancia de hacer dulce amor real.
—Deja de parecer como si estuvieras a punto de matar a alguien —le susurro a
Cohen—. ¡Esto es romántico!
—Esto es el infierno —corrige. Suspiro y lo ignoro.
La película comienza. En realidad es una muy buena idea. Es un romance de
verano, un Romeo y Julieta modernizado con un príncipe y un giro común, con una
chica quedándose en un lujoso lugar de veraneo y enamorándose del chico que limpia
en el restaurante local. Desde el principio, sabes que nunca va a durar. La chica va a
volver a la escuela preparatoria de lujo y caer por un chico de fraternidad con un fondo
fiduciario, y él va a quedarse donde está para siempre, levantando diferentes bolsas de
92

basura del mismo contenedor todos los días.


Página

Es bastante difícil disfrutar, ya que Cohen está sentado a mi lado en una nube
de descontento, señalando cada agujero en la trama y cada error de los actores.
—Ese idiota es horrible en ocultar su acento inglés. ¿Notas cómo se convierte
en británico cada pocos minutos? Y la trama secundaria con la hermana pequeña es
absolutamente absurda, todo el mundo sabe que ella realmente puede hablar y sólo
está esperando el momento más conmovedor.
La pareja junto a nosotros se separa con un sonido como una sanguijuela al
ser despegada, y uno de ellos nos hace callar.
—Tal vez debería callar a alguien en otra ocasión, cuando no haya estado
intercambiando fluidos corporales a un volumen ensordecedor durante la última hora
—espeta Cohen.
Agarro la parte delantera de su camisa y lo vuelvo hacia mí.
—Si consigues que nos saquen de una película romántica el día de San
Valentín, en realidad voy a matarte.
Justo en ese momento, cuando la heroína está observando melancólicamente
el mar y tratando de convencerse a sí misma a través de un torpe diálogo interno—oh
Dios, Cohen está adhiriéndose a mí— que a ella en realidad no le gusta el héroe casi
nada, y que probablemente está mejor sin él, la adorable y pequeña hermana
interviene, diciendo el nombre del chico como su primera palabra.
Cohen me da una mirada para decir “te lo dije”. Ruedo los ojos tan lejos en
mi cabeza como es posible. Ese idiota.
El final es inesperadamente triste, sin embargo. La chica vuelve a su escuela,
sin ni siquiera darle al chico su número de teléfono, y el chico termina lanzando un
dibujo que hizo de ella en el océano. La última toma es del dibujo hundiéndose en el
agua. Entonces las luces se apagan y las personas que no estaban demasiado ocupadas
besándose para seguir la trama empiezan a refunfuñar. Me uno.
—¡Eso fue ridículo! —Me quejo a la salida del teatro—. Toda la película, te
hacen pensar que algo muy romántico va a pasar al final, así que van a quedar juntos.
Y luego resulta que realmente era sólo una aventura después de todo. ¡Qué estúpida
película de Día de San Valentín!
—Habría sido aún más estúpida si permanecieran juntos —señala Cohen,
enviando mensajes de texto a alguien mientras habla, presumiblemente Geoff—. Así es
como funciona la vida. La gente toma cualquier placer que puede conseguir del otro,
mientras que es conveniente, y tan pronto como deja de serlo, se acabó. A las personas
les gusta parlotear sobre el amor desinteresado, cuando en realidad el amor egoísta es
el único que existe. El amor es sólo gente chupando cosas del otro como vampiros.
No puedo evitarlo.
—Ese no es el único tipo de chupar involucrado.
Hay un momento de silencio. Espero que me lance una expresión de absoluta
repugnancia... no una mirada vagamente interesada. Y ahora mi mente está atrapada
en chupar y no sigue adelante. Me aclaro la garganta.
93

—De todos modos. Es día de San Valentín y no tienes permitido ser


Página

asquerosamente pesimista.
—¿Hay reglas para el día de San Valentín? —pregunta con sarcasmo.
—Sí. Liarse con gente. Y... cada chica recibe una rosa, al parecer. —Miro
alrededor para confirmarlo. He visto a un par de chicas con rosas, pero ahora que toco
el tema, parece que casi todas las chicas están agarrando una brillante flor roja
recortada y libre de espinas—. ¿Todos van a la misma fiesta o algo así?
—Es una cosa de París —explica Cohen a medida que dejamos el teatro y
volvemos a montar nuestro leal corcel… er, subir en el coche esperando por nosotros
en la acera—. Vas a ver un montón de oportunistas vendiendo flores en cada esquina.
Empiezo a reír.
—¿Qué? —pregunta cuando el coche arranca.
—Nada. Me estaba preguntando por qué todas esas chicas llevaban rosas, y
ahora lo sé. Es como una insignia de honor. Las chicas con rosas hoy son las
afortunadas. Todas se ven tan presumidas por ello. Parece bastante tonto.
—Estamos de acuerdo en algo por una vez —dice Cohen, volviéndose hacia la
ventana.
Nos detenemos para tomar el almuerzo en un café. Es febrero y frío, pero los
cafés en París tienen lámparas de calor que sobresalen, proyectando de modo que la
gente puede sentarse afuera incluso cuando es lluvioso y frío. Cohen y yo ordenamos
dos diminutos expresos que vienen equipados con dos pequeños corazones de espuma
en cada uno. Cohen sorbe el suyo de inmediato y lo destruye. Me gusta tanto la
ternura del corazón que, sin querer arruinarlo, espero demasiado tiempo para beberlo.
—¡Está frío! —grito.
—¿Qué suponías cuando esperaste quince minutos para empezar a beberlo? —
dice.
Golpeo su hombro ligeramente, entonces corro adentro y compro dos éclairs10.
Están corriendo un especial de día de San Valentín de dos éclairs-por-el-precio-de-uno.
Llevo la caja de regreso a la mesa y chillo cuando la abro. Cada éclair tiene la mitad de
un corazón.
—Me niego a comer algo tan sentimental —dice Cohen.
—Bebiste el corazón del café —señalo.
—Suficientemente justo.
Estudio los éclairs.
—Vamos a tener que hacer esto bien y comerlos al mismo tiempo. No quiero
que la mitad de un corazón quede solo. Eso es deprimente.
—Ahórratelo —dice Cohen, tratando de alcanzar uno de los éclairs y tomando
un gran bocado. Lloro y agarro el otro, metiéndolo en mi boca para mantener el ritmo
de Cohen, que come mucho más rápido que yo. Al final, él se ve perfectamente normal
y yo tengo mejillas de ardilla.
94

—No te ahogues —aconseja.


Página

10
Éclairs: pastelito individual relleno de crema
—¡Ffffnnkkoo!
—¿Qué fue eso?
—Vete a la mierda —me las arreglo para decir, salpicando migajas sobre la
mesa.
Él ríe. Y luego, como siempre lo hace cuando esto sucede, el sol sale y brilla
un poco más brillante.
Qué idiota.
Pasamos el resto del día deambulando. O más bien, me paso el resto del día
deambulando y arrastrando a Cohen detrás de mí. París el Día de San Valentín es una
cosa muy guay. La mayoría de las tiendas tienen exposiciones especiales en las
ventanas, y tengo que detenerme para admirar cada uno.
—Sabes, si quieres algo de allí, todo lo que tienes que hacer es preguntar —
señala Cohen. Él está de pie detrás de mí con los brazos cruzados mientras yo me
maravillo de una falda de tul blanco con una pretina de encaje.
—¡No! —Disparo de regreso—. No necesito tu caridad.
—Ya técnicamente te compré un montón de ropa cuando te fuiste de compras
con Renard.
—Eso es diferente. Necesitaba eso para el trabajo para el que me contrataste.
Para ser Georgette. No quiero que compres cosas para mí sólo porque yo quiero. Eres
mi cliente, después de todo.
—Cliente —repite, como si hubiera olvidado por un momento lo que
significaba la palabra—. Claro.
Cliente. Cliente cliente cliente cliente cliente. Es una palabra importante, que
debería recordar.
Un mes. Sólo tres semanas quedan ahora. Más palabras importantes.
Después de una sólida cantidad de vagar alrededor, en la que Cohen se queja
verbalmente sobre el romance que viene de todos lados y yo noto que todas las chicas,
excepto yo siguen teniendo una rosa —un hecho que sin duda no me importa para
nada— mí estómago gruñe. Bajo la mirada.
—Mierda. ¿Dónde vamos a ir a cenar? Cada restaurante en París es
probablemente una escena de la mafia.
—No McDonald’s —dice Cohen.
Lo observo boquiabierta. Hay algo fundamentalmente malo en ir a
McDonald’s para cenar el día de San Valentín, incluso si no es una cita real.
—Me sorprende que te dignes a comer en McDonald’s.
—Fue una broma. —Me sonríe—. Hice reservas.
95

—¿Lo hiciste? —Mi nivel de estupefacción sube.


—Por supuesto que lo hice. Mientras estabas en el baño hace unas horas. ¿Qué
Página

clase de idiota no hace reservas en el día de San Valentín?


—La clase de idiota que odia el día de San Valentín y todo lo que representa.
—Equivocada —dice.
—Tú... ¿no odias el día de San Valentín?
—No. Estoy diciendo que estás equivocada acerca de odiar el día de San
Valentín y hacer reservas para la cena el día de San Valentín es ser mutuamente
excluyentes. Te garantizo que es el caso con la mayoría de los maridos en la ciudad.
De todos modos. La suerte quiso que el restaurante esté a la vuelta de la esquina.
Estamos en una de las zonas más elegantes de la ciudad. Una banda muy
elegante de jazz está tocando junto a la entrada de la estación del metro, y son tan
buenos que es difícil decir si están rebuscando o si fueron contratados por la ciudad. El
sol se está poniendo, embadurnando la luz fundida a través de las nubes inferiores
mientras el crepúsculo se reúne y se hunde en sí en una neblina púrpura de la punta del
cielo hacia abajo. París no es realmente la Ciudad de la Luz hasta que oscurece.
Entonces, las farolas de aspecto antiguo se encienden, y cada cafetería brilla con su
propia luz dorada especial, y las cálidas lámparas brillan en la acera, y es como estar
de vuelta en el tiempo. U otro mundo.
El restaurante al que me lleva probablemente nunca ha tenido a nadie como
yo en su interior antes.
Si alguna vez me hubiese molestado en imaginar cómo sería un restaurante
francés de lujo mientras comía ramen11 instantáneo en mi cama infestada de bichos en
LA, esto es lo que habría parecido. Un camarero con un traje blanco y negro nos recibe
en la puerta e intercambia alguna sucesión trepidante de preguntas en francés con
Cohen, al final de los cuales atrapo el nombre Ashworth. Ante eso, el camarero en
realidad se inclina. Haciendo una reverencia. Como si fuera un siervo de algún teatro
medieval y Cohen el rey. Él tiene la expresión para eso, de todos modos.
Somos ubicados en una pequeña mesa de cristal al lado de una lámpara de
araña, cerca de una ventana cubierta de luces. Una banda liderada por un hombre
devastadoramente guapo con un piano vertical toca brillantemente algo lento y
romántico. A nuestro alrededor, las mesas están pobladas por dos. Las mujeres miran
adoradoras a los ojos de sus maridos, que, no importa lo que diga Cohen, están
definitivamente no odiando el día de San Valentín. Hermosas mujeres francesas con
elegantes y suaves vestidos rojos, sacuden su cabello. De repente siento como el centro
de atención se ha desplazado hacia mí.
—No estoy vestida para esto —le digo.
—¿A quién le importa?
—La gente está mirándome…
—¿Y? No estás pensando en hacer tu casa en París, ¿verdad? En tres semanas,
nunca verás ninguna de estas personas de nuevo.
Incluyéndote a ti, me digo.
96
Página

11
Ramen: Es la versión japonesa de la sopa de fideos chinos.
Cohen jala a un camarero a un lado y al parecer ordena vino en francés,
porque unos pocos minutos más tarde, él regresa con dos copas de cristal llenas de
líquido color rojo rubí y una botella.
—Bebe —ordena Cohen cuando el camarero pone una en frente de mí.
Lo levanto a mis labios.
—No, así no. Debes olerlo primero. Agita y observa la forma en que se reduce
en los lados. Toma un pequeño sorbo y deja que llene tu boca antes de tragar.
Hago lo que dice. Huele como moras y grosellas, y cuando tomo mi pequeño
sorbo, los sabores crecen en mi boca y se expanden como un bouquet floreciendo.
Cierro los ojos.
—Bueno, ¿no es así?
Abro los ojos. Cohen me está observando con atención, una pequeña sonrisa
inconsciente en los labios, como si estuviera disfrutando de la vista de mí placer y ni
siquiera se diera cuenta.
—Es delicioso.
—Me alegro. Vale cien euros la botella.
Estuve a punto de escupir mi segundo sorbo de vino por toda la mesa. Es una
buena cosa que no lo hago, ya que esa bocanada llena aparentemente vale un dineral.
—¿Por qué alguien pagaría tanto por una bebida? ¿Cómo alguien puede cobrar
tanto por una bebida?
—No hay razón para tener estúpidamente grandes cantidades de dinero a
menos que tengas cosas igualmente estúpidas para gastarlo. —Él bebe su vino, aunque
el disfrute en su cara parece decir que no cree que todo es tan estúpido—. Hay mundos
que atienden sólo a las personas absurdamente ricas. Negocios enteros. Divierte a
gente como mi padre lanzar cientos de miles de dólares el uno al otro por una
salpicadura de pintura sobre un lienzo o una piedra poco común, o una botella de
vino.
Dejo mi copa a un lado.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Pregunta —dice—. Me encantaría ser distraído de la nauseabunda
atmósfera aquí.
—Dejando de lado el hecho de que eres el-Grinch-del-día-de-San-Valentín...
está bien. Pareces estar muy enfermo de tu padre y bastante crítico de toda la gente-
con-mas-dinero-que-sentido-común. Sin embargo, hacer toneladas de dinero parece ser
tu principal objetivo de vida. ¿Porque es eso? Podrías deshacerte de esto. Olvidarte de
esa compañía de LeCrue. Ser un artista o un poeta o algo así. Escribe poemas sobre lo
mucho que odias a la gente.
Pone los ojos en blanco.
97
Página
—Bien. O pinta sobre lo mucho que odias a la gente. Estos extraños diseños
donde tienes que interpretar todo y una mancha azul simboliza algo sobre la infancia
del artista o lo que sea. Ni siquiera tienes que ser bueno pintando.
—Esa no es la forma en que las mujeres que conozco por lo general hablan del
arte moderno.
Le doy una sonrisa torcida.
—Hay un montón de cosas sobre mí que son diferentes de las otras mujeres
que conoces, me imagino.
—Créeme, me he dado cuenta.
La forma en que lo dice debe ser despectiva, pero de alguna manera no lo es.
Lo dice con un tipo de interés no intencional, como si estuviera fascinado por mí y
apenas ha conseguido ocultarlo tanto tiempo.
—Para responder a tu pregunta —dice—. No me importa el dinero.
—Pensé que todo el mundo se preocupaba por el dinero.
—Me parece una cosa bastante aburrida por la que preocuparse, en mi
opinión.
—Entonces, ¿qué te importa?
Quise decirlo sólo en el contexto de su trabajo, pero sale como si estuviera
pidiendo algo más amplio. Modifico a toda prisa.
—Trabajas mucho, quiero decir. Todos esos papeles. ¿Para qué se supone que
son? Y si dices algo desagradable y cliché como poder o control, voy a lanzar este vino
en tu cara.
—Ese vino es demasiado caro para lanzarlo en la cara de nadie.
—¿No se supone que es grosero hablar de lo caro que es algo que compraste
para alguien?
—Grosero para otras personas —dice—. Las reglas no se aplican a ti.
Me enfado.
—¿Qué, no soy lo suficientemente buena para tus presumidos modales de
persona-rica?
—No —dice—. Eres demasiado inteligente para ellos.
No estoy acostumbrada a ser llamada inteligente. No es una palabra que se
aplique típicamente a un desertor de la escuela secundaria. La palabra se ilumina y
chispea dentro de mí, y me deja momentáneamente sin aliento antes de conseguir un
agarre.
—No cambies el tema.
—¿Quieres saber por qué me molesto? —pregunta.
98

—Sí.
Página

—No lo sé.
—Esa es una excusa.
—Es una respuesta verdadera. —Levanta la vista a la centelleante araña por
encima de nosotros—. Supongo porque es lo que se espera de mí. Hay una razón para
que las personas nacidas en familias adineradas suelan permanecer de esa manera.
—Es curioso. Siempre pensé que eran fideicomisos y herencias.
Sonríe con ironía.
—Eso es una gran parte de ello. Pero una parte igual de grande es la forma en
que estamos entrenados. Aprendemos a esperar extravagancia, a conformarnos con
nada menos, a valorar el dinero por encima de todo. Supongo que eso es por qué la
mayoría de nosotros somos imbéciles.
Me río.
—Eres probablemente el hombre rico más gilipollas y consciente de sí mismo
que jamás he conocido.
—Oh, soy muy auto consciente —dice—. Sé exactamente qué clase de
persona soy.
Esto está alejándose demasiado de lo divertido y acercándose peligrosamente
a deprimente. Pero un tipo como él no puede tener una baja autoestima, ¿verdad?
Probablemente ha tenido gente adulándolo y diciéndole el rico y perfecto mocoso que
era toda su vida.
—Así que haces todo este trabajo con gente que odias para hacer dinero que
no te importa.
—Más o menos —dice.
—Eso suena como una manera de mierda para vivir.
—¿Qué propondrías tú?
—Yo... ugh, no puedo pensar en una manera de decir esto sin sonar como un
libro de auto-ayuda. Oh, bueno. Te propongo que encuentres lo que te apasiona y
hacerlo en su lugar.
—¿Te refieres a seguir mi secreto, el ardiente deseo de salpicar un poco de
pintura en un pedazo de tela y cobrar un millón de dólares por ello? —Sonríe—. Es
cierto que probablemente sería una manera más fácil de hacer dinero que lo que estoy
haciendo ahora.
—¡Lo digo en serio! ¡Y el punto entero de algo que te apasiona es que no se
trata del dinero! ¿Qué es lo que te importa, Cohen, en un sentido que no tiene que ver
con el trabajo? Vamos a empezar por ahí.
Se encoge de hombros.
—Eso no es útil. —Estoy empezando a molestarme. Esto siempre parece
suceder.
99

—Es sólo que no importa mucho —dice.


Página

—Todo el mundo se interesa por algo. ¿Que hace que se eleva tu corazón?
Recoger flores, acariciar cachorros...
—Sí, Rae —dice él, con un tono cargado de sarcasmo—. Acariciar cachorros
hace que mi corazón se eleve.
Afortunadamente, el camarero elige ese momento para volver con platos de
camarones chamuscados y una ensalada de frambuesa. Aperitivos. Pongo un camarón
en mi boca y utilizo el tiempo que se necesita para masticar para aclarar mis
pensamientos.
—Lo formulé mal —le digo—. Vamos. Si no encuentras tu pasión, tu vida
solo será…
Empieza a reír, aunque tengo la sensación de que trató de suprimirlo.
—¿Qué? —Exijo.
—Una chica que se gana la vida en las calles de Los Ángeles me está dando
una conferencia sobre la búsqueda de mi pasión con la boca llena.
—Lo siento, nunca fui a una escuela snob de modales para ricos imbéciles. —
Trago saliva—. No te voy a dejar salir tan fácil. ¿Cuáles son tus aficiones?
—Dudo que mis aficiones se traducirían muy bien en una ocupación basada
en la pasión.
Se está guardando algo. Trato de pensar si lo he visto hacer algo que pueda ser
constituido como recreativo, pero las únicas veces que soy consciente de que no está
trabajando o discutiendo conmigo es cuando se escapa por la noche. Abro la boca para
preguntar y luego lo pienso mejor. Sus paseos nocturnos son algo que ninguno de
nosotros ha mencionado, como un raro agujero negro en nuestra relación. Él debe
saber que yo lo sé, pero he esperado tanto tiempo para tocar el tema que mencionarlo
ahora se siente como romper un código tácito.
—Como estaba diciendo antes de ser tan groseramente interrumpida —digo—
, si no encuentras tu pasión, tu vida va a ser sólo un gran montón de sandeces.
—Mi vida ya era un gran montón de sandeces. —Abre un camarón con el
tenedor.
—¿Era? —El uso del pasado es alentador, si confuso.
—Bien. —Come el camarón y toma una marcada cantidad de tiempo para
masticar y tragar antes de continuar—. Ha sido un poco más interesante desde que
llegaste a ella.
No tengo ni idea de qué decir a eso, así que cómo un poco de ensalada en su
lugar. ¿Desde que llegué a ella? Trato de desterrar el resplandor que siento con sus
palabras. Él sólo quiere decir todas las discusiones, las extrañas lecciones de
amabilidad. El hecho de que evito que se aburra, no significa que tenga algo que ver
con la búsqueda de su pasión. Definitivamente no quiere decir que soy su pasión.
Bueno, eso era tan obvio que no debería siquiera haber sentido la necesidad de
hablar de ello.
100

—Estoy muy feliz de que me encuentres entretenida, pero sólo estoy aquí por
tres semanas más —le recuerdo. ¿Es mi imaginación o eso oscurece su expresión?—.
Página
Me sentiría mejor si supiera que al irme no te hundirás inmediatamente de nuevo en
una gran pila asquerosa de sandeces.
—Esto es lo que siempre pensé de tu tipo —dice, y estoy inmediatamente
irritada cuando me doy cuenta de que quiere decir la gente pobre—. Te enseñaron de
manera diferente a nosotros. Te enseñaron a cuidar más de la vida, a hacer cosas como
“encontrar tu pasión”…
—Detente —interrumpo bruscamente.
Para mi sorpresa, se detiene.
Tomo una respiración profunda.
—No idealices como ha sido mi vida. Ser pobre es una mierda, ¿vale? Y no,
no nos enseñan diferente. Nos han enseñado a creer que el dinero importa, tanto como
tú. La única diferencia es que tú tienes y yo no. Y nos enseñan a creer que podemos
conseguirlo si nos esforzamos lo suficiente, si lo intentamos lo suficiente. Pero es una
gran mentira. Los ricos se quedan ricos y los pobres siguen siendo pobres, tienes razón.
Eso nunca cambia. La gente como nosotros no se mezcla.
—Estamos mezclándonos ahora —dice.
—No por mucho más tiempo.
Tal vez eso fue brusco. En cualquier caso, está en silencio por un momento.
—¿Estás esperando eso? —me pregunta.
—¿Esperando qué?
—Irte. Que te paguen y volar lejos. Partir a tu nueva vida.
La semana pasada le habría dicho que nunca había esperado nada más que
eso. Pero ahora, algo tira de mi corazón.
—Voy a extrañar París —digo finalmente.
—Lo suficientemente justo. —Su eslogan.
—Y he hecho mi misión convertirte en una persona mejor mientras estoy
aquí, así que voy a tener que hacer eso antes de irme —agrego.
—Ah.
—¿Sabes lo que dicen en la escuela primaria? Déjalo mejor de cómo lo
encontraste.
—Así que estoy la versión humana del cajón de artes-y-oficios de tu escuela
primaria.
—No te sientas demasiado mal por ello. Hay unos dulces dedos pintados allí.
—Tal vez tengas razón —dice, casi para sí mismo—. Quién sabe. Tal vez has
sido enviada aquí para hacerme una mejor persona. —se ríe—. No puedo creer que
acabe de decir algo tan estúpido.
101

—Yo tampoco. —Lo apuñalo con un dedo—. Vamos a dejar una cosa clara,
Página

¿sí? Yo no existo con el único propósito de hacerte mejor. Soy mi propia persona con
mi propia mierda pasando. Así que es mejor que pienses en mí como un ser humano y
no una enviada por las hadas para ayudarte. De lo contrario las lecciones de
amabilidad terminan, ¿entendido?
—Lo tengo. Eres un ser humano.
—Dilo otra vez.
—Eres un ser humano. —Levanta -oh, ni siquiera voy a molestarme, ya saben
lo que hace con sus cejas.
—Bueno —digo, satisfecha—. Es sólo que no estoy segura de que estés
acostumbrado a ver a otras personas como seres humanos.
—Voy a esforzarme más en eso, entonces.
Señalo a una mujer riendo un poco demasiado fuerte un par de mesas más
allá. Cohen ha estado fulminándola con la mirada intermitente durante toda la noche.
—¿Qué hay de ella?
—Un ser humano.
Señalo a un hombre mayor que sigue aclarándose la garganta.
—¿Y él?
—Un ser humano —murmura.
Señalo una dama muy vieja que llevaba tantas joyas y tanto maquillaje que
parece un payaso.
—¿Y ella?
—Un alien del espacio exterior.
—Cohen.
—¿Qué? —dice—. Vale la pena ser desconfiado.
No puedo evitarlo. Me echo a reír.
Entonces la comida llega, y pasamos la siguiente media hora perdidos en un
país de las maravillas de la exquisitez francesa.
—Nunca entendí cómo de buena podría ser la comida antes de venir aquí —
comente a mitad de camino a través de un plato de espárragos asados.
—¿Qué es lo que comías normalmente para cenar antes de mí? —dice, sólo un
matiz de suficiencia en su voz.
—El corazón aún latiente de mis enemigos.
—Y yo que pensaba que te había actualizado.
—Lo siento, nada mejor que el corazón todavía latiendo. Van muy bien con
un poco de queso pepperjack12. —Sonrío—. Es broma. De vuelta a casa, supongo que
por lo general tenía... oh, no lo sé. Un tazón de ramen, supongo. Una hamburguesa de
comida rápida. Una bolsa de papas fritas.
102

—Si ese es el caso, ¿cómo...


Página

12
Queso Pepperjack: Es una mezcla de queso cremoso y de chiles jalapeños verdes y rojos.
—¿Cómo sigo tan delgada? —Pregunto por él—. A veces me saltaba la cena.
No podía pagar un gimnasio, no podía comprar comida de lujo, así que la única
manera de perder peso era ir sin comidas de vez en cuando. Los chicos que pagan por
las chicas gordas son los más espeluznantes, sin duda. No tengo nada en contra de las
chicas gordas o los gordos en general, pero los tipos que buscan eso son... horribles.
Supongo que asumen que las chicas gordas dejarían que se salgan con la suya.
—A pesar de toda tu insistencia en que las personas son seres humanos y por
lo tanto dignos de mi bondad, los seres humanos parecen ser generalmente terribles —
dice Cohen.
—No, eso no es verdad. La gente es buena, fundamentalmente.
Baja el tenedor.
—¿Cómo puedes creer eso, después de todo lo que has pasado?
Bajo la mirada a mi plato medio lleno.
—La gente no empieza malvada. En realidad no. En algún momento, alguien
fue malo con ellos. Eso crea tristeza e ira, ¿ves? Y esos sentimientos no pueden
permanecer en el interior de una persona, necesitan una salida. Algunas personas
encuentran buenos puntos de salida, como el arte o perforar bolsas, supongo. Pero eso
es muy difícil de hacer. Es mucho más fácil simplemente dejar que te inunde y al
objetivo más cercano disponible. Así es como se propaga la maldad. A veces sólo
tienes que tratar de romper el ciclo siendo amable con los demás, aunque nadie haya
sido amable contigo.
Él me observa con algo indescifrable en sus ojos.
—¿Cómo puede alguien aprender a ser amable, entonces, si nunca le han
enseñado eso?
—¡Por eso creo que la gente es fundamentalmente buena! Nunca me
enseñaron la bondad, eso es seguro, pero una vez que decidí darle una oportunidad,
llegó con facilidad para mí. Estaba en mi interior todo el tiempo. Cómo un pájaro que
simplemente sabe cómo volar, en su núcleo. Es de la misma forma con la gente y la
bondad. Todo lo que tienes que hacer es tomar ese paso en el aire.
No habla. Por un segundo, creo que he conseguido llegar a él.
—Realmente es imposible decir esas cosas sin sonar como un libro de auto-
ayuda, ¿no es así? —dice.
Suspiro.
Terminamos de comer y salir del restaurante. El sol ha desaparecido
totalmente ahora, propagando la noche como un terciopelo negro lleno de agujeros
asomando estrellas sobre nuestras cabezas. Aplaudo.
—¡Es de noche! ¿Sabes lo que eso significa?
103

—¿Es el momento de ir a casa? —dice esperanzado.


—Error. ¡Es hora de ir a la rueda de la fortuna!
Página

Se queja.
—Tenía la esperanza de que olvidaras eso.
—Tengo la memoria de un elefante, amigo mío. Ahora llama a Geoff y vamos
a poner nuestros traseros en marcha.
El coche negro viene a recogernos sólo dos minutos más tarde. Prosigo con mi
nariz en la ventana mientras revoloteamos por París, las luces, la gente y las rosas son
borrosas. Esta ciudad es tan hermosa. Todavía me parece un sueño. El sueño de otra
persona en la que he tenido la suerte de entrar por un breve periodo de tiempo. Pero sé
que en poco tiempo, va a ser hora de despertar de nuevo. No voy a tener una elección.
Pero está bien, porque no quiero quedarme aquí. París no es mi juego final.
No es donde pertenezco. Él no es a quien yo pertenezco.
No vamos otra vez con esos estúpidos pensamientos saltando en mi cabeza sin
ser invitados. Por supuesto que él no es a quien yo pertenezco. Todo eso es un hecho.
Sólo espero poder ayudarlo a ser amable para que algún día, tenga a alguien a
quien pertenecer.
La rueda de la fortuna está justo cerca de una estructura muy alta que parece
más egipcia que francés. Más allá de ello, puedo ver una piscina larga, clara con una
bola de metal grande en el centro. Pero estoy demasiado distraída por lo hermoso de la
rueda de la fortuna. Geoff parquea y mientras salgo del coche, inclino la cabeza hacia
atrás para abarcar la noria y me tropiezo.
Cohen me atrapa. Su toque enciende mi piel.
—Cuidado.
Es mucho más grande que las ruedas de la fortuna que recuerdo haber visto en
las ferias de LA, cutres y pobladas en su mayoría por adolescentes borrachos y
personas sin hogar. Es brillante, una joya de color blanco situado en la noche. Las
parejas esperan en una larga fila, riendo, bromeando en francés, cada chica
sosteniendo una rosa. Cohen y yo compramos nuestros boletos en la taquilla y luego
nos colocamos al final de la línea, detrás de una pareja tan enamorada que ni siquiera
nos notan allí. La muchacha tiene una rosa de tallo delgado metida en su cola de
caballo.
Un hombre de piel oscura se destaca por el frente de la línea, un enorme
manojo de brillantes flores rojas ubicado en el rincón de su hombro. Las anuncia a
gritos en francés.
—Ajá, ese tipo es muy inteligente —le digo, un poco nerviosa, aunque no sé
por qué—. No es extraño que todas las chicas tengan una rosa.
—Excepto tu —señala Cohen, observándome.
—¿Excepto yo que?
—No tienes una rosa.
104

Me sacudo.
—¿Quién quiere una rosa? Yo no necesito una estúpida rosa. Alguna insignia
Página

de honor que soy amada en el día de San Valentín. Bueno, ¡me amo a mí misma, y no
tengo que comprarme una estúpida rosa para demostrarlo!
Guau, eso sonó increíblemente deprimente.
Me mira por un largo tiempo, sus cejas arrugadas juntas en una expresión que
no puedo leer. Después de un momento, se vuelve bruscamente lejos de mí y empieza
a caminar.
—¡Espera! ¡Cohen! ¡Vuelve aquí, no quiero perder nuestro lugar en la fila!
—Espera por mí, voy a estar de vuelta —Llama por encima de su hombro.
Camina hacia el frente de la línea, donde el hombre rosa está molestando a los que van
a entrar en la rueda de la fortuna a pesar de que las chicas ya están equipadas con
rosas, y golpea al hombre en el hombro.
Observo en aturdido silencio como Cohen Ashworth compra una rosa.
Mis niveles de estupefacción se vuelven asombro puro cuando él regresa y, sin
decir una palabra, mete la rosa suavemente detrás de mí oreja.
—Um… —digo—. Um. Eso fue realmente, um, roman…
—Si dices romántico, voy a esperar hasta que estemos en la parte superior de
la rueda de la fortuna y luego saltar. Y va a ser el peor día de San Valentín nunca. A
pesar de que cada día de San Valentín es el peor día de San Valentín. —Duda—.
Este... no es tan malo, sin embargo.
Sagrada mierda.
¿Era ese sonido de salpicadura que acabo de escuchar el primer goteo del agua
derritiéndose del iceberg?
Trago saliva. Parece que no puedo encontrar las palabras adecuadas.
—No necesitaba una rosa, sabes.
—Lo sé.
—Ni siquiera quiero una. Todo esto es tonto.
—Has estado mirando celosamente a cada chica que ha pasado por delante de
ti con una rosa durante todo el día —señala.
—Sería más romántico si solo dijeras “Lo sé” de nuevo y sonrieras con
complicidad.
—Eso es demasiado saber —dice—. Y no estamos usando la palabra R,
¿recuerdas?
Tomo la rosa de detrás de mí oreja y la miro. Es de un lleno y rico rojo, el
mismo color que nuestro vino. Cada pétalo está perfectamente formado.
—Todavía tiene las espinas.
Hace una mueca.
—No me di cuenta. ¿Te aruñe cuando la puse en el pelo?
105

—No. Sólo hay un par. —Descanso la yema del dedo con cautela contra
una—. Todavía me gusta. Y creo que es bueno que me consiguieras una. Es natural
Página

que Cohen Ashworth compre una rosa en el día de San Valentín para su novia
Georgette Montgomery, de todos modos.
—Yo no compré una rosa para Georgette Montgomery. —Levanta la vista
hacia la rueda de la fortuna—. La compré para Rae Grove.
Me gustaría que dejara de decir cosas que arruinan mi capacidad de hablar.
La línea se mueve a lo largo, y finalmente es nuestro turno. Por encima de
nosotros, la rueda se extiende enorme, como si todas las estrellas en el cielo
contaminado de luz hubiesen caído a la tierra y formaran un círculo para que nosotros
subamos. Nuestro vagón se mueve a un alto en la plataforma, con vagones a ambos
lados poblados por dos parejas, quienes se separan, ya que se dan cuenta que ahora son
visibles a la fila de espera. Reviso el asiento por fluidos antes de seguir al interior.
—¿Con qué frecuencia crees que desinfectan estas cosas? —Pregunto a Cohen.
Se encoge de hombros, se vuelve hacia el empleado y le pregunta algo en francés. El
chico suelta una carcajada.
—Creo que no es a menudo —dice Cohen, deslizándose junto a mí. Los
bancos están convenientemente dimensionados para dos, y él está tan cerca que el
calor de su cuerpo calienta mi cadera. El resto de mi sube un grado o dos también.
Miro por la ventana de plástico rayado y finjo que estoy sentada al lado de un
Telletubby.
—Cualquier persona que tenga relaciones sexuales en esta cosa probablemente
conseguirá como cinco enfermedades de transmisión sexual —digo. Sexo aquí no es
una opción. Sexo con Cohen en cualquier lugar no es una opción.
Asiente con la cabeza.
—Por no hablar de las condiciones de hacinamiento.
—Y los bancos duros.
—Y el potencial mareo y una persona vomitando todo sobre otra.
Un incómodo silencio desciende cuando nuestro carrito se levanta hacia el
cielo. Ahora mi cerebro está lleno de sexo. ¿Está su cerebro lleno de sexo también?
Probablemente no. Su cerebro parece generalmente reservado para los negocios y las
razones de por que odia a la gente. En realidad, no lo he visto expresar atracción hacia
nadie, sin contar los pequeños coqueteos impares que ha hecho conmigo. E incluso
aquello estaba probablemente todo en mi cabeza. Los espacios VIP’s en mi cerebro son
locuras y rarezas. Tienen reservas exclusivas.
Últimamente una abrumadora atracción hacia Cohen ha abierto su propio
espacio en el exclusivo club, creando una tienda en una mesa esquinera y ordenando
sofisticadas bebidas que llaman la atención. Es un invitado completamente
inoportuno.
A medida que nuestro carro sube, veo la Torre Eiffel en la distancia, una lanza
blanca brotando hacia arriba desde el suelo. Es tan hermosa que instintivamente me
subo en el regazo de Cohen para señalarlo.
106

—¡Oye! ¡Es tu enemigo mortal y mi hito favorito!


—Es casi tan feo desde una distancia considerable como lo es de cerca —
Página

observa.
Niego con la cabeza y salgo de su regazo antes de que mi cuerpo se ponga
demasiado consciente de lo que está por debajo de mí.
—Probablemente podrías ver una puesta de sol sobre los Alpes y criticar la
tonalidad del naranja.
—Error —dice—. Criticaría el que sea de color naranja en general. Odio el
naranja.
—Tú...
—Estaba bromeando. Eso fue una broma. —Señala su cara, que es tan
inescrutable como siempre—. ¿Ves? Mira lo divertido que soy.
—El punto de bromear es hacer que otras personas se diviertan, no divertirte
solo. Además, te ves exactamente igual.
—Todo el mundo es un crítico. —Su mano cae.
La rueda nos iza más alto en el cielo. Si me paro y me asomo por el borde del
asiento, apenas puedo ver el carro por debajo de nosotros. Dos atractivos parisinos van
en ello como si la rueda estuviera a un segundo de derrumbarse, y chupar la cara del
otro es la forma en que quieren pasar sus últimos dos segundos.
La rueda da una pequeña sacudida. Ya que estoy de pie, me caigo de lado al
regazo de Cohen por segunda vez en cinco minutos.
Gime.
—Tienes que dejar de hacer eso.
—Lo siento. —Me enderezo—. ¿Estoy aplastando tu delicada pelvis?
—No. Estás aplastando mi control.
¿Qué? Trago saliva.
—Uh, oye, ¿crees que la rueda está a punto de caer? ¿Puesto que se sacudió?
—Eso probablemente fue sólo un tirón en la maquinaria.
Mi ritmo cardíaco aumenta. Supongo que tengo miedo. O algo.
—¿Si estuvieras a punto de morir y tuvieras unos minutos, justo aquí, ¿cómo
querrías gastarlos?
Vaya, Rae. De todas las preguntas para distraer a tu entrepierna, tienes que
preguntar la que suena increíblemente coqueta.
La frente de Cohen se arruga.
—¿Cómo quieres que te responda eso?
—No. Quiero decir, no tienes que responder a eso. Era una pregunta estúpida.
—Bueno —dice—. Porque sólo tengo una respuesta estúpida.
—Ahora quiero saber tu respuesta estúpida —le digo, y quisiera poder meter
107

mi puño en la boca sin ser tan obviamente bizarra.


Página

Suspira.
—Sería una cosa inútil decírtelo.
—Ugh. Ves, Odio cuando la gente hace esto. Dicen que tienen algo que decir
y luego se niegan a decirlo, y empiezan a hacer todos estos pequeños comentarios
misteriosos. Es tan obvio que en realidad sólo quieren que la otra persona les obligue a
decirlo. Así que eso es lo que voy a hacer. Escúpelo.
—Eres muy contundente conmigo. —Aparta la mirada y observa por la
ventana de plástico, los reflejos de la Ciudad de las Luces perfilando su rostro y
destacando sus pómulos, sus ojos—. Para alguien que tiene que ser muy buena en el
tacto y el engaño, normalmente.
—No soy naturalmente buena en… ¿cómo lo pusiste? “tacto y engaño”. —Me
encojo de hombros—. Esas cosas sólo las adopté para sobrevivir. Me gusta pensar que
la chica que habría sido, la chica que se graduó de la escuela secundaria y fue a la
universidad, era una de esas que dice exactamente lo que piensa. Siempre he admirado
eso de la gente.
Cohen está en silencio por un momento.
—Quiero saber más sobre esta chica. Tu yo alternativo.
Sonrío.
—Oh, tengo mucho que decir acerca de ella. Es en quien pienso antes de irme
a la cama. Es muy bonita, y muy exigente con los chicos, por lo que no ha tenido
muchas relaciones, probablemente. Sus amigos se burlan por su falta de experiencia.
Es tan inteligente y valiente, y divertida, y está estudiando para ser maestra, porque
ama los niños. Ella es... genial. Es gracioso, porque yo pretendo ser tanta gente
diferente, pero la única persona que realmente quisiera ser es ella.
Frunce el ceño.
—Parece que te estás describiendo de la forma en que eres ahora.
—¿Sí? —Me río—. ¿Así que tengo tan poca experiencia que me molestan por
ello? Esa soy yo, está bien.
—No es eso. La personalidad. —Todavía no me está mirando—. Inteligente.
Valiente. Divertida. Dice lo que piensa.
—Yo no soy así en absoluto. —De repente, me parece muy importante
obligarlo a entender—. Soy una cobarde. Me escondo, esquivo y cambio mi
personalidad como ropa que sea apropiada para otros. Soy... soy como viscosa, o
resbaladiza, o algo así. Insustancial.
—¿Te sientes así ahora mismo? —Se vuelve a mirarme—. ¿Cómo si estuvieras
cambiando o esquivando?
—Bueno, no. No recientemente. Pero…
Me detengo. Sigue mirándome. Es tan condenadamente difícil concentrarse
108

delante de aquellos ojos. Como tratar de memorizar Ley y Orden mientras estás de pie
en el centro de un huracán.
Página

—Supongo que no me he sentido de esa manera recientemente —reconozco—


. He estado tan distraída por París y nuestras lecciones de amabilidad que no me he
dado cuenta. Es como... —Parpadeo—. Es como cuando estoy contigo, me siento más
como esa chica que podría haber sido. Bueno, no, eso es estúpido. Lo siento por ser
estúpida. Es la altura.
—No estás siendo estúpida —dice en voz baja. No estoy acostumbrado a esta
gentil sinceridad de él, y me arroja fuera de balance. Pero es claro que él tampoco está
acostumbrado. Su espalda está rígida y recta, con la mandíbula apretada, como si su
cuerpo se sublevara contra sus palabras—. Sé lo que quieres decir. Me siento...
diferente, cuando estoy contigo.
—¿Diferente cómo?
—No te odio.
—Vaya. ¡Que halagador! Sólo déjame escribirlo en un pedazo de papel para
poder enmarcarlo y colgarlo en la pared.
—Mierda, no, eso no es lo que quise decir. No soy bueno en esto. —Él deja
caer su cabeza contra el lado de la estructura de metal con un golpe seco auto-
amonestador.
—No lo hagas. —Me extiendo y deslizo mi mano entre su cabeza y el
marco—. Tú harás daño a ti mismo.
Abre los ojos y es casi como si estuviera acunando su rostro. Pero no me
muevo.
—El odio no es la palabra correcta —dice—. Yo no odio a la gente. Sólo
quiero estar lejos de ellos. Todo el tiempo. Sostengo sus propias presencias en contra
de ellos, y ataco. No es justo. Lo sé. Pero... no se siente de esa manera contigo.
—¿Estás diciendo que puedes tolerar mi presencia? Me halaga. —Me estoy
riendo, pero hay un borde en mis palabras. Lo estoy empujando y no sé por qué. ¿Qué
es lo que quiero de él?
—No he respondido a tu pregunta —dice.
Me muerdo el labio. Debo mover mi mano, pero antes de que pueda, se estira
y alcanza mi muñeca.
—¿Si tuviera dos minutos para dejar este mundo? —dice—. Me gustaría
pasarlos besándote.
Y lo hace. Se inclina hacia delante, y luego sus labios están en los míos.
Mis clientes no suelen estar interesados en besar. Besar es tierno. Besar es
romance. Cuando me han besado, me han besado duro, por bocas rancias de whiskey.
Ha sido algo que asquea, una razón para cepillarme los dientes después. Besos que
ojalá pudiera escupir de vuelta, como malos pedazos de carne. Pero cuando Cohen me
besa, algo sucede. Una inyección de lava mezclada con Pop Rocks. El caliente
cosquilleo chisporrotea en mi piel, hundiéndose en mi torrente sanguíneo, viajando
hasta el fondo de mi estómago, donde se mezcla y da vueltas sin fin.
109

Su mano se mueve hacia la parte baja de mi espalda. Estoy medio en su


regazo, mis dedos aun ahuecando su mejilla. Mis ojos están cerrados. Estoy perdida en
Página

esto.
Mil años después, una voz lejana dice algo bruscamente en francés y luego en
inglés.
—Está bien, está bien. Tenemos gente esperando.
Cohen y yo nos separamos. Estamos de vuelta en el punto de partida, en la
plataforma dos sonrientes adolescentes están a la espera de entrar. La muchacha le
echa un vistazo a Cohen, mira a su propio barroso novio y suspira profundamente. Eso
es lo que rompe el hechizo. De repente estoy sonrojada como una estudiante de octavo
grado que acaba de ser tocada por primera vez en el cine. La expresión de Cohen es
igualmente desconcertada, como si lo que pasó en el aire era un sueño y ahora los dos
estamos desorientados y despiertos.
Salgo primero, tambaleándome un poco en la plataforma como la persona
borracha que los operadores de la noria probablemente asumen que soy. A la salida, el
tipo de las entradas le da a Cohen una palmada de felicitación en la espalda, un gesto
que normalmente le ganaría una decapitación verbal, pero Cohen solo mira hacia
delante con los ojos un poco aturdidos.
Geoff está esperando en la acera. El bueno y viejo Geoff.
Nos metemos en el coche en silencio, dejando una amplia franja de tapicería
entre nosotros. Mi corazón late con fuerza ahora.
Cohen me besó.
Eso es de esperar. Es mi cliente. Francamente, es increíble que haya tomado
tanto tiempo. Es a lo que estoy acostumbrada. El mismo viejo juego. Pensé que Cohen
no estaba interesado, pero es un hombre, después de todo. Un hombre heterosexual,
específicamente. Era inevitable que eventualmente preguntara por el servicio que ya
estaba pagando.
Entonces, ¿por qué se siente como si mis costillas hubiesen sido sustituidas por
una cerca eléctrica?
¿Y qué pasa cuando lleguemos a casa?
Ese pensamiento es suficiente para enviar un rayo a un lugar en mi cuerpo al
que casi nunca llegan tormentas. Al mismo tiempo, mi corazón se aprieta. Estaba
empezando a verlo como un amigo. ¿Cambiará esto todo entre nosotros? Después de
esta noche, ¿sólo seré una chica fácil para él?
Y esa es la cosa. Siempre debí sólo haber sido una chica fácil para él. Pero
nunca me trató de la manera en que todos los demás lo hacían, como si yo fuera de
una secta inferior de la humanidad, digna de sólo el peor tipo de atención. Me ha
tratado exactamente igual que todos los demás desde el momento en que lo conocí.
No quiero arruinar eso.
Incluso Geoff parece consciente de la tensión, ya que pone alguna extraña
música en francés todo el camino a casa. Sigo esperando que Cohen baje el divisor y
110

exija que lo apague, pero no lo hace. Está tan silencioso como la muerte todo el
camino. Mi mente produce una serie de pensamientos agudos después de otro, ¿está
Página

enojado conmigo? ¡Pero él fue quien me dio un beso! ¿Se suponía que debía detenerlo?
¿Debería haber aprovechado la ocasión para darle más?
No decimos ni una sola palabra el uno al otro todo el camino de regreso.
Camino detrás de él a través del vestíbulo, haciendo caso omiso de una o dos
preguntas de sondeo de Renard, y sigo a Cohen en el ascensor. Me arriesgo a lanzarle
una mirada. Está extrañamente pálido, sus ojos centrados en nada, como si estuviera
pensando furiosamente -o tratando de evitar que algo en su interior se escape.
Llegamos al apartamento. Él abre la puerta y enciende las luces. Entonces los
dos estamos de pie, incómodos en la sala de estar.
—Bueno, debería ir a la cama —le digo, vacilante.
—Sí yo también. —Pero no apartaba los ojos de mí.
Me aclaro la garganta.
—Estoy bastante cansada. Ha sido un día largo.
—Sí.
—Entonces yo sólo...
No me muevo.
Él lo hace, sin embargo. Se mueve hacia adelante. Y entonces me está besando
con fuerza y mi cuerpo se enciende como un fuego artificial y cada palabra desaparece
de mi cabeza, excepto una:
Si si si.
Está muriendo de hambre por mí. Puedo sentirlo en cada pulgada de él. Me
levanta, sus manos ahuecando mis muslos, y envuelvo mis piernas alrededor de él.
Muerde mi labio inferior y jadeo. El ruido saca un gemido de él y rasga sus labios de
mí. Gimo, pero entonces está besando mi cuello salvajemente, cada mordisco
derritiendo una estrella. No puedo esperar a ver esas marcas mañana.
—Dormitorio —me las arreglo para decir—. Ahora.
No necesito decirle dos veces. Patea abierta su puerta, me lleva a la cama y me
deja caer en su colchón. Un arrebato corre a través de mí cuando se quita su camisa y
se sube encima de mí, sus ojos desorbitados por el deseo. Sé que los míos deben reflejar
los suyos.
Normalmente, soy quien tiene el control. Quien tiene la experiencia, quien ha
sido contratada para tomar las riendas. Pero Cohen... Cohen sabe lo que está
haciendo. Él no necesita que nadie le dirija. No creo que yo sería capaz de hacerlo si lo
intentara.
Me quita mi blusa, luego mi sujetador. Y luego su boca está incendiando mis
pechos, mordiendo y chupando. Arqueo mi espalda y gimo. Toma ventaja de la
oportunidad deslizando su brazo debajo de mi espalda, presionando mi pecho contra el
suyo con más fuerza.
—Jesús, Cohen…
111

Él no pierde el tiempo, besando un rastro de un cometa hacia abajo, abajo...


Estoy jadeando, húmeda y sin la ayuda de lubricante por primera vez en un millón de
Página

años, en el momento en que desliza dos dedos dentro. Parece decidido a complacer,
como si nada pudiera distraerlo de ese objetivo. Su lengua pronto se une para terminar
la obra que sus dedos comenzaron.
Quiero hacerle saber que estoy limpia, que me hago la prueba cada mes y
siempre estoy atenta, pero no se ve interesado en saberlo y luego pierdo la capacidad
de hablar.
He olvidado lo bien que se siente tener a alguien haciéndote venir.
Eso será, entonces. Estará esperando el servicio ahora. Lo alcanzo, lista, pero
él toma mis muñecas y las atrapa por encima de mi cabeza.
—No he terminado contigo todavía —sonríe.
Y eso es todo. Soy oficialmente un sudoroso y excitado despojo.
Él desabrocha sus pantalones y desliza un condón. El movimiento es tan
suave y fluido que mi última pizca de curiosidad en cuanto a si es o no es virgen
desaparece. Luego entra en mí, y la última pizca de cordura desaparece también.
Toma alrededor de medio minuto para que mi segundo orgasmo llegue.
Pero Cohen no descansa hasta que consigue un tercero.
Y un cuarto.

112
Página
Capitulo 11
A la mañana siguiente, me despierto a grados. La luz del sol son dos dedos
calientes presionándose sobre mis párpados. Mi boca se siente hinchada y seca, como
si hubiera besado malditamente demasiado últimamente. Eh. Tuve el sueño más raro y
más sexy, un sueño sobre...
Me doy la vuelta y encuentro mi brazo arrojado sobre un plano vientre duro.
Adjunto a ese el estómago no está otro que un Cohen Ashworth dormido.
Me congelo. A juzgar por la sensación entre mis piernas, ese dolor con el que
estoy muy familiarizada, mi sueño no era un sueño en absoluto.
Esta vez, sin embargo, el dolor no es sólo dolor. Es casi... agradable. Me había
olvidado de cómo los músculos allí se sienten después de un orgasmo. Suaves,
cansados, flexibles. Cuanto más me quedo quieta, más el sentimiento se extiende a
través de todo mi cuerpo hasta que no quiero levantarme nunca más.
Me acosté con Cohen Ashworth.
Y fue jodidamente increíble.
Esto es lo que se siente, al estar con un hombre por elección. Despertar con él
después de todo sin tener que huir. Para solo... estar. Estoy abrumada con las ganas de
hacer algo increíblemente doméstico, como hacer huevos y tocino y permitirle abrir los
ojos con el olor. Trato de alejarme retorciéndome, pero estoy curvada en su lado de
manera tan precisa que cualquier movimiento empuja. Él deja escapar un pequeño
gemido. Aguanto la respiración, pero sus párpados no parpadean. Quiero que duerma
un poco. Siempre se ve como si estuviera en una desesperada necesidad de ello.
En poco tiempo, sin embargo, el problema real sale a la superficie.
Tengo que orinar. Yo realmente, realmente tengo que hacer pis.
¡Soy la dueña de mi propio cuerpo! ¡Me niego a dejar que mi vejiga controle
mi destino! Pero no importa cuántos mantras me grito a mí misma, la vejiga es la que
manda y la vejiga está perfectamente consciente de ese hecho. De cualquier manera
tengo que levantarme e ir al baño, o Cohen va a despertarse con un olor mucho menos
agradable que el de huevos y tocino. Me retuerzo hacia atrás, sin darme cuenta hasta
que es demasiado tarde de que nuestras piernas están enredadas. Moverme significa
que nuestras rodillas se tocan entre sí.
Él abre los ojos.
Por un segundo, nos miramos el uno al otro. Yo los ojos muy abiertos y
113

culpables, él con esa expresión que la gente tiene cuando sus cuerpos están despiertos,
pero sus mentes no están muy allí todavía. Vulnerable, ingenuo, confundido. Es
Página
adorable en él. Hasta que descubro que la confusión se debe a que no tiene idea de por
qué estoy en su cama.
Después de uno o dos segundos, lo recuerda. No sé lo que espero. Un “buenos
días” tal vez. Una sonrisa de complicidad, un comentario acerca de cuan genial fue
anoche. Lo que no me esperaba es que sus ojos se ensombrecieran, para apagarse tan
completamente como lo estaban cuando lo conocí. Él está un millón de millas detrás
de esas puertas cerradas y no tengo ni idea de lo que está sucediendo en su mundo.
—Hola —le digo tentativamente.
—Hola. — Su tono es cortante. Se sienta, arrugando la sabana en su regazo.
Incluso tan nerviosa como estoy, sigo siendo perfectamente capaz de comerme con los
ojos un gran conjunto de hombros.
—Entonces... —empiezo.
—Ayer por la noche no debería haber sucedido.
Es una declaración clara, dura. Frunzo el ceño. Él no me mira, sólo sale de la
cama y empieza a vestirse. Subo las sábanas hasta mi pecho, sintiéndome
repentinamente expuesta.
—No creo que haya sido tan malo —me atrevo a decir.
No dice nada. Mierda. Él piensa que fue muy malo. ¡Él pensó que yo era
terrible en la cama, y se arrepiente! Mi piel se calienta, y luego me detengo. ¿De qué
estoy hablando? Sé que soy jodidamente buena en la cama, y buena en follar en la
cama. Si hay algo sobre lo que este insatisfecho, puedes estar muy seguro de que no fue
mi rendimiento.
—¿Cuál es el problema? —Digo—. El acto de callar es tan de la secundaria.
Suspira y se pasa la mano por el pelo, levantándolo al final.
—Tengo que trabajar hoy. Te agradecería si me dejaras solo.
Estoy sin habla. Y completamente molesta. Me pongo de pie, anudando la
sabana en torno a mí como una toga por el bien de tener algo que hacer con mis
manos.
—Está bien, retrocede. Llámame loca, pero conectamos anoche. Sé que lo
hicimos. ¿Y ahora has vuelto a actuar como si yo solo fuera una abeja en tu cabeza?
¿Qué pasa?
Se detiene a mitad de abotonarse la camisa. El silencio se extiende,
largamente. Por último, dice: —¿No estás enojada conmigo?
—No, definitivamente estoy enojada contigo. Estas siendo un idiota.
—No, no se trata de eso —dice—. ¿No estás... no estás enojada porque me
acosté contigo? ¿Qué te tratara como todos los otros hombres lo hicieron?
¡Oh! La sorpresa me asienta en el suelo. Parpadeo un par de veces.
114

—¿Qué quieres decir?


Página

—No quería tener sexo contigo, Rae. —Sus manos caen, dejando su camisa
medio-desabrochada.
—¿Tú no? —Eso es un poco embarazoso.
—¡No, no así! Quiero decir, quería tener sexo contigo. He querido tener sexo
contigo desde la primera noche que te has alojado aquí, Rae, por supuesto que lo
hacía, eres malditamente hermosa… —Se pasa la mano por el pelo otra vez, sus
palabras se derraman libremente por única vez, y quiero atraparlas a todas en un cubo
y guardarlas para más tarde—. Pero me dije que no te haría eso. Cada otro imbécil
hombre con el que has estado, ha visto tu valor sólo en esos términos. Y yo… yo
aprecio lo que estás haciendo por mí. Cómo me estás ayudando. No quería
aprovecharme de ti.
He estado babeando por él lo suficiente para llenar un océano, ¿y está
preocupado de que podría haberse aprovechado de mí? El único hombre con el que
quise dormir... cubro mi boca para ahogar una risa.
Él continúa, desesperadamente.
—Porque... porque soy tu cliente, Rae. ¿Cómo podría estar seguro de que
realmente lo querías, y que no te sentías obligada? ¿Que no lo estabas haciendo por el
dinero involucrado? Me sentiría como una persona tan desagradable si ese fuera el
caso.
—Cohen —interrumpo.
—Perdí el control ayer por la noche, completamente, y por eso lo siento…
—¡Cohen! —Levanto mi voz—. Yo lo quería.
Se detiene en medio de otra disculpa medio-formada.
—¿Tu ...?
—Por supuesto que yo lo quería —me río—. ¿Estabas sufriendo algún tipo de
alucinación anoche donde estabas imaginando a otra persona? Porque si yo era la
única que viste, debería haber sido obvio lo mucho que lo quería. Cristo, Cohen, era
masilla en tus manos.
—¿Lo eras?
Es tan increíblemente lindo así, todavía con cara de sueño, todo contrito y con
sentimiento de culpa, con su cabello en picos desordenados. Quiero acariciarlo para
ponerlo de nuevo en su lugar para él.
—Sí —le digo con firmeza—. La masilla más cachonda en el mundo.
Esa palabra despierta algo en él. En la mitad inferior de él, específicamente. Y
a la vista de eso, algo se despierta en mí. Allí abajo, mi cuerpo retumba. Sí, por favor.
Voy a tomar una segunda porción.
Él se aleja de mí.
—Sin embargo, eso no puede volver a suceder.
Sofoco mi reacción instintiva, que es un gemido interminable digno-de-un-
115

segundo-grado.
Página

—¿Por qué no?— pregunto profesionalmente.


—Es sólo que... no puedo. No puedo permitir ese tipo de distracción. Ninguno
de nosotros puede. Tenemos cosas en la que centrarnos, cosas importantes, y esto es
una complicación innecesaria.
Una complicación innecesaria. Correcto. El calor creciente en mí se marchita
como una flor en la primera helada de la temporada.
—Y —dice con voz entrecortada—. Yo no te puedo dar... lo que quieres.
—Seguramente puedes —digo antes de que pueda detenerme. Genial, Rae.
Ahora suenas caliente y loca.
—No es eso —dice—. No puedo tener una relación. Amor. Solo no está en
mí. Y yo no quiero tener sexo contigo y no darte nada más, Rae. Esa ha sido tu suerte
en la vida hasta ahora, y no puedo atreverme a contribuir con ello.
Su expresión es agonizante. Nunca lo he visto así, lleno de emoción, forzado a
decir una verdad tras otra sin una sola observación ácida. Sin dudas es muy difícil para
él. Y lo está haciendo por mí.
—Eso está bien —le digo con cuidado—. Entiendo.
—¿No estas...?
—¿Enojada? No. —Sonrío—. Eso... eso significa mucho para mí, Cohen. Que
pensaras en mí de esa manera. Es un regalo, más de lo que ningún hombre me ha dado
en mucho tiempo. Voy a atesorarlo.
Voy a estar tomando un montón de largos baños en solitario a partir de ahora.
Suponiendo que pueda sobrevivir el resto del mes sabiendo que el guardián del mejor
sexo que he tenido está durmiendo en el otro lado del apartamento.
Él termina de abotonarse la camisa, lentamente. Todavía hay algo de súplica
en su expresión, pero al parecer ha perdido la capacidad de ponerlo en palabras. Lo
cual no es sorprendente. La pobre máquina del hombre para convertir-tus-emociones-
en-palabras debe estar jodidamente oxidada, después de todo este tiempo.
Doy un paso hacia la puerta.
—Voy a hacer un poco de desayuno, ¿sí? Tocino y huevos. Me muero de
hambre. Primero voy a tomar un baño, sin embargo. Uno largo y caliente. ¿Está bien?
Puedo casi ver la imagen revolotear por el ojo de su mente. Soy un poco mala.
—Por supuesto que está bien —murmura.
Sin soltar mi toga hecha de sabanas, cruzo el apartamento mañanero vacío y
me dirijo a mi cuarto de baño. Giro el mango hasta que está muy caliente y dejo que el
vapor entierre mi reflejo en el espejo. Puedo hacerlo. Son sólo un par de semanas más.
Solo voy a... pensar en cosas totalmente poco sexys constantemente a partir de ahora.
Monjas. Ese corte de pelo raro que Benedict Cumberbatch tuvo una vez.
Cohen tiene razón, de todos modos. Este acuerdo sería mucho menos
116

complicado sin sexo en la ecuación. Lo único curioso es que él piensa que esperaba
algo más que sexo. ¿Amor? ¿Una relación? Dibujo un corazón torcido en el vapor del
Página

espejo y rió. Como si alguien como él alguna vez podría amar a alguien como yo.
Tiro de mi sabana y estoy entrando en el agua caliente cuando se abre la
puerta del baño.
Cohen está de pie allí. Su mandíbula está apretada y miserable.
—Yo no podía... —Se le escapa.
—Ven aquí —le digo.
Lo hace.
***
Y así como así, Cohen y yo estábamos follando.
Deberíamos haber sabido que todas las tonterías acerca de cómo no hay que
tener sexo para no apegarse. Cosas como esas nunca funcionan.
Después del sexo de bañera, ambos aceptamos nuestro destino. Es sólo lo que
sucede cuando pegas a dos personas que están ridículamente atraídas mutuamente en
un solitario apartamento por un mes. Es pura matemática. Es el reino animal. ¿Qué se
supone que debíamos hacer?
Él tiene una regla: no molestarlo durante las horas de trabajo. Antes de mí, las
horas de trabajo eran aparentemente del amanecer hasta el anochecer. Ahora que lo
había obligado a hacer concesiones para lujos en su vida, como el desayuno y el
almuerzo, sus horas de trabajo son algo más manejables. Diez hasta el sexo.
Totalmente puedo dejarlo solo en su oficina por esa cantidad de tiempo. No hay
problema.
Terminamos teniendo mucho sexo en su escritorio en el horario de diez y seis.
Pues resulta, que no le importa conseguir sus papeles desorganizados si están
siendo empujados al suelo por mi espalda desnuda. Curiosamente, no me molesta
tampoco.
Nuestra tercera semana pasa en un borrón de desnudez. Pero nunca me dice a
dónde va en la noche.
Sucede en un viernes. Nos quedamos dormidos en su cama, y me despierto
con esa tranquila sensación de una persona a tu lado levantándose en la oscuridad. Por
alguna razón, no digo nada. Dejo que se mueva, mirándolo por el rabillo de un ojo
medio cerrado y cerrándolo de inmediato cuando comprueba si todavía estoy
durmiendo.
Por un momento, todo está en silencio y quieto. Puedo oír su respiración en el
pesado aire de la medianoche, y me aseguro de mantener mi propia respiración
incluso, de la forma en que sería si realmente estuviera durmiendo. En poco tiempo,
escucho los ruidos susurrantes de él vistiéndose. Hay un ligero golpe y una maldición
ahogada. Abro un ojo de nuevo. Está frotándose la espinilla y alejándose de la esquina
de la cómoda.
Enciende las luces, Cohen. Di un par de excusas. Mejor aún, dime la verdad.
117

La curiosidad es abrumadora.
Página
Pero lo único que hace es terminar de ponerse su camisa. Sale de la
habitación, cerrando la puerta suavemente detrás de él. Es sólo por escuchar con cada
onza de mí ser que lo puedo oír haciendo lo mismo con la puerta del apartamento.
Es entonces cuando salto a la acción.
A veces sólo tienes que hacer lo que demanda tu corazón y preocuparte de las
consecuencias más tarde. En este momento, mi corazón está insistiendo en términos
inequívocos de averiguar a dónde carajos va Cohen por la noche. Así que me precipito
al otro lado del apartamento, poniéndome ropa y zapatos no coincidentes, y dándome
prisa hasta el vestíbulo, más allá de un dormido Renard en su silla, justo a tiempo para
ver a Cohen girar a la izquierda de la acera de enfrente del edificio y desaparecer.
Agradezco a los dioses de las decisiones de la ropa adecuada que pensé en
elegir una camiseta negra y pantalones. Entonces lo sigo.
Espero a que se meta en el coche de Geoff, y no tengo ni idea de que voy a
hacer si conduce lejos de mí, pero no lo hace. La noche parisina está llena de niebla
fría y sonidos de la ciudad, las figuras de jóvenes borrachos tropezando alrededor con
botellas de vino, pero Cohen no tropieza. Es fácil de identificar porque camina con tal
propósito. Deseando haber agarrado una chaqueta, me abrazo a mí misma y persigo su
silueta lejana. Gracias a los dioses del clima de acecho decente por la niebla.
Continuamos así durante aproximadamente media hora. Veinte y cinco
minutos, me estoy congelando y soy muy consciente de los monstruos que podrían
estar escondidos en cada callejón oscuro. No creo en cuentos de hadas, los únicos
monstruos a los que les tengo miedo son los que tienen forma humana. Estoy lo
suficientemente lejos detrás de Cohen que cualquiera podría pensar que estaba
caminando sola.
Pero estoy en París, no en LA. Presumiblemente, hay menos hombres con
armas aquí. Y si era atacada, Cohen estaría solamente a un grito de ayuda de
distancia. Aunque estoy segura de que entonces estaría inmensamente curioso en
cuanto a por qué lo estaba siguiendo en medio de la noche.
Después de un tiempo, la cantidad de borrachos jóvenes parisinos se espesa.
Estamos en un barrio de fiesta. Comienza con bar después de otro bar, chicos
hablando fuerte salen afuera con muchachas en sus brazos, y de vez en cuando es a la
inversa. Entonces las luces intermitentes se hacen más intensas y las filas se hacen más
largas. Clubes. Raro. Cohen nunca me pareció el tipo de clubes. Los ruidos fuertes,
grandes multitudes, borrachos idiotas, de hecho, estoy sorprendida de que los clubes
no encabecen la lista de las cosas que odia.
Pero eso no le impide desacelerar frente al club más llamativo de todos, con la
fila más larga y el gorila de aspecto menos humilde.
Me escondo detrás de una multitud de personas que rodean una pelea, y miro.
La fila es larguísima, y no estoy buscando esperar aquí con la escoria de la sociedad
hasta que pueda colarme de manera segura. Pero Cohen no pasa por la fila,
118

caminando hacia el frente. Él no le dice una sola cosa al gorila. El hombre le da una
mirada a Cohen y levanta la cuerda de terciopelo, y Cohen desaparece en el lío de
Página

niebla artificial y luces intermitentes.


He resuelto mi misterio, entonces. A Cohen le gusta ir a bailar. Pero algo no se
sienta bien conmigo. Por un lado, es completamente fuera de lugar para él. Por otra
parte, ¿por qué es tan reservado al respecto? La gente de su edad va a bailar todo el
tiempo, especialmente los ricos pronto a ser multimillonarios con el mundo a sus pies.
Me lanzo a cruzar la calle y entro en la fila.
No se necesita tanto tiempo como pensé que lo haría, pero todavía toma
bastante. Alrededor de una hora incómodamente de pie entre dos grandes multitudes
de veinteañeros con el maquillaje más intenso del mundo. Todas las chicas aquí están
completamente equipadas con vestidos de tubo y tacones de aguja. Parecen armas, y
me miran como si yo tomé una caída accidental de la litera de arriba y en mi armario,
que es casi exacto. Deseo fervientemente que mis zapatos coincidan. Si nada más, es
un dolor en el culo caminar con una pierna apoyada media pulgada más arriba que la
otra.
Con el tiempo, la línea se mueve. Cuanto más nos acercamos al gorila, más
aterrador se ve, como si Hagrid hubiese afeitado cada pelo en su cuerpo y adoptado la
personalidad de Hitler. De pronto soy consciente de que no traje mi bolso, y por lo
tanto mi ID.
El hombre mira las ID de las chicas en frente de mí, y les deja seguir al
interior, me detiene. Hago un show de buscar a través de mis bolsillos y plasmo una
expresión horrorizada.
—¿Mi ID…? ¿A dónde se fue? ¡Oh, no, debo haberla dejado caer! —Por favor,
dioses de idiomas convenientes, permitan que este tipo hable inglés—. ¿Cree que
podría dejarme entrar de todos modos? Mis amigos me están esperando.
Este tipo podría darle una carrera por su dinero a la competición de la Más
Inexpresiva Roca. Por lo demás, podría darle a Cohen una carrera por su dinero. Sin
embargo, me deslizo más cerca y bajo mi voz a un timbre “follame”.
—¿Ayudar a una chica? —ronroneo.
—No I.D., no entrada —dice él. El hombre tiene la voz de una sirena de
niebla al amanecer.
—Discúlpame. —El hombre detrás de mí empuja hacia adelante. Es un
veinteañero y lindo, aunque un poco musculoso, con paso borracho y una sonrisa
arrogante—. Ella está conmigo, Edward.
La frente del hombre se surca más profunda que la Fosa de las Marianas.
—Me mete en problemas, pateo tu culo.
—¡Bastante justo! —Dice el tipo, entregando unos pocos euros —por suerte
para mí, parece que las chicas entran gratis— y empujando hacia adelante. Le doy al
gorila una sonrisa y sigo detrás de mí ebrio salvador.
—¡Muchas gracias! —Digo tan pronto como estamos dentro, por encima del
119

auge lejano de la música. A nuestro alrededor, las personas están arrojando sus
chaquetas y guardándolas en el guardarropa—. Realmente me salvaste el culo.
Página
—Un culo como ese vale la pena salvar. —El tipo menea las cejas, y yo ruedo
mis ojos. Pero él se contiene—. Está bien. Nosotros los estadounidenses tenemos que
permanecer unidos. Me di cuenta por tu acento. Y demonios, una chica que abandona
su chaqueta en una noche como esta sólo para evitar ser chequeada no merece ser
rechazada en la puerta.
—Sí, eso es exactamente lo que hice —me río—. Voy a bailar. — Es decir:
encontrar a Cohen—. Gracias de nuevo.
—¡Espera! —Protesta—. Permíteme comprarte una copa.
Quiero mi buen juicio conmigo, sobre todo si no puedo encontrar a Cohen y
tengo que caminar sola de regreso a casa.
—No, gracias. Estoy, uh, ya borracha.
Su rostro decepcionado se desvanece en una mezcla de un centenar de otros
mientras me abro paso sobre la pista de baile.
He estado en los clubes en LA antes, por lo que la mezcla salvaje de luces y
bajo, el calor y los cuerpos, no es desconocido para mí. Es, sin embargo, un dolor en el
culo. Preferiría estar en casa, segura y caliente, en mi cama terriblemente costosa.
Estúpido Cohen y su misterioso hábito de ir a discotecas. Voy a darle un pedazo de mi
mente cuando lo encuentre.
Lo que es una idea estúpida, porque él es un adulto en su derecho a ir a
discotecas por la noche si lo desea. Yo estoy siendo una acosadora espeluznante.
Me detengo, la única que no se mueve en un mar de cabezas sacudiéndose y
cuerpos saltando. ¿Qué estoy haciendo aquí? Si encuentro a Cohen, ¿qué estoy
planeando decirle? No quiero destruir la tenue confianza que ha depositado en mí.
Pero ahora que he puesto tanto esfuerzo en llegar aquí, parece una pena irme.
Tal vez voy a quedarme alrededor por un minuto, a ver si lo veo, ver con
quién está bailando...
Oh. Ahí está. Gran trabajo, cerebro, ocultar mi verdadera intención todo este
tiempo. Le estoy acechando para averiguar si va a encontrarse con una chica aquí. Eso
es un nuevo nivel de estupidez y envidia fuera de lugar. ¿No había dicho que él no era
capaz de una relación?
Tal vez sólo lo dijo porque ya está en una, susurro una malvada voz en mi
oído.
Bueno, ¿y qué si lo está? Él no me debe la verdad. No me debe nada. Me voy
en una semana y luego nunca lo voy a volver a ver.
Me duele el corazón ante eso. Desearía que no lo hiciera.
—¡Ahí estás!
Es El-señor-pantalones-Borracho, de nuevo para la segunda ronda. Parece
120

estar personalmente orgulloso de sí mismo por entrar a una chica sin un ID en un club.
En cualquier caso, parece que espera reembolso.
Página

—Me preguntaba a donde habías ido —dice, deslizando su brazo alrededor de


mí como si yo fuera su novia y como si ya no hubiese declinado su oferta de una
bebida—. Este lugar está lleno de gente. Nosotros los estadounidenses tenemos que
mantenernos juntos, ¿no?
Excelente. Un súper-patriota con un complejo de superioridad. Arranco
suavemente el brazo de mi hombro. Estoy acostumbrada a jugar agradable con los
hombres que me pagan por ello, pero yo cobro mucho más que un poco de ayuda con
un gorila.
—Mira, estoy esperando a mi prometido.... Además, creo que voy a tener que
saltar por una ventana si dices una vez más la frase “Nosotros los estadounidenses.”
—Nosotros los estadounidenses —susurra en mí oído con una amplia sonrisa,
aparentemente bajo la impresión de que estamos coqueteando. Suspiro. Tal vez
debería salir de aquí. Dejar a Cohen con sus misteriosas travesuras de medianoche.
—Ha sido divertido, amigo, pero debería irme a casa —le digo,
preguntándome si puedo convencer a un taxi para un aventón gratis a casa. No sería la
primera vez que he jugado la tarjeta de la chica perdida con grandes ojos.
—¡Pero acabas de llegar aquí!— Su brazo serpentea hacia fuera, y se apodera
de mi muñeca—. Un baile. Vamos. Me encanta tu estilo, el completo tema de me-
importa-una-mierda. Otras chicas llevan demasiado maquillaje.
Cree que soy una especie de inocente. Me dan ganas de reír. Si tan sólo me
hubiese visto en uno de mis atuendos de los Viernes por la noche en LA.
—Voy a pasar.
—Vamos —insiste, jalándome hacia la espesa masa de bailarines, donde
probablemente piensa que va a ser capaz de frotar sus partes encima de mí con
impunidad—. Te tengo aquí.
—¡Suelta! —Espeto, tirando hacia atrás, pero su agarre es firme—. ¡Piérdete,
imbécil!
Su expresión cambia, endureciéndose.
—Oh, lo siento, no me di cuenta que eras una jodida perra.
Los hombres son todos iguales.
Todavía se ha negado a soltarme. Estoy a punto de gritar más fuerte con la
esperanza de que una de las personas alrededor este lo suficientemente sobrio para
ayudar, cuando alguien interviene. No sólo alguien. Cohen, alto e imperioso como
siempre, una isla de firme intensidad en una multitud de personas cuyos miembros
parecen haber enloquecido.
—Quita tus manos de ella —dice en voz baja y peligrosa.
Este chico es aún más estúpido de lo que pensaba, porque sus dedos
permanecen en mi piel sólo un desafiante momento demasiado tiempo. Sucede tan
rápido que apenas tengo tiempo para procesarlo –el puño de Cohen balanceándose y
estrellándose bruscamente, limpiamente, en el rostro del otro chico. Nosotros los
121

estadounidenses volamos hacia atrás y patinamos unas pulgadas en su trasero, sangre


de color rojo brillante haciendo un sendero que serpentea por su cara. Se cubre la nariz
Página

con un brazo y mira fijamente a Cohen, aterrorizado.


Cohen da un paso adelante, y puedo decir por el corte de su mandíbula y los
músculos agrupados a lo largo de su cuello que el otro tipo está a punto de conseguir
un infierno mucho peor que una hemorragia nasal. Agarro su brazo.
—Déjalo. Estoy bien.
Se detiene, pero el movimiento es divertido, como si fuera en cámara lenta.
Gira la cabeza para mirarme. Incluso en la oscuridad y las dentadas luces intermitentes
del club, puedo decir que hay algo fuera de lugar en él. Son sus ojos. Sus pupilas están
dilatadas, sus iris afilados, como si estuviera más despierto de lo que nadie ha estado
nunca.
—¿Qué estás haciendo aquí? —dice después de unos momentos, como si la
pregunta finalmente se le ocurriera.
—Te seguí —le digo. Mentir sólo sería complicar las cosas, y tengo un mal
presentimiento sobre esto—. Quería saber dónde has estado saliendo a escondidas
todas las noches.
Otra larga pausa, eventualmente seguido por un: —No es asunto tuyo.
Pero él no suena enojado. Suena... distraído. Como si su cabeza estuviera en
otra parte, y esto sólo está atrapando su interés.
—Cohen —le digo, mordiéndome el labio—. ¿Qué pasa?
No dice nada, simplemente me mira como si fuera una bella alienígena que ha
aterrizado en su patio trasero.
Suspiro. No soy una idiota. Mis amigos han tomado drogas antes. No soy una
extraña a ese mundo. Pero pensé que Cohen, con todo su fresco perfeccionismo, su
actitud de alto y poderoso, seguramente lo sería.
Ahora entiendo de lo que Renard estaba hablando. Por qué el padre de Cohen
le amenazó con tanta facilidad. Qué quería decir Annabelle cuando hablo de su
estabilidad. Si tuviera que hacer cálculos por la frecuencia con que se escapa por la
noche, Cohen es un usuario habitual. Estoy sorprendida por lo bien que lo oculta
durante el día.
Pongo mi mano en su brazo.
—Nos vamos a casa. Ahora.
—Rae —dice, cubriendo mi mano con la suya. Ni siquiera estoy segura de que
sea consciente de hacerlo—. No deberías estar aquí.
—No mierda, idiota. Ni tú deberías. Vamos a conseguir un taxi. Espero que
tengas dinero en efectivo.
Lo conduzco fuera del lío lleno de niebla y en el aire fresco de la noche. Esto
me despeja un poco la cabeza, y miro a Cohen. Conociéndolo, probablemente sabía la
cantidad exacta para tomar de lo que sea que haya tomado, lo suficiente para drogarse,
122

pero no lo suficiente para empujarlo por el borde. Un extraño podría mirarlo y creer
que está perfectamente en control de sus facultades. Pero yo sé mejor. Parece...
diferente. Ha sido despojado de la máscara que lleva habitualmente, y puedo ver las
Página

emociones en su rostro, como si estuviera mirando a través de una ventana polvorienta


cuyas persianas finalmente han retrocedido. Está empezando a molestarse porque
estoy aquí, por fin, pero hay algo más allí mientras me mira. Algo más crudo.
Arranco mis ojos y pido un taxi.
Nos dirigimos a casa en silencio. Con cada bloque, estoy más enojada. ¿Cómo
podía estar haciendo algo tan estúpido?
En el momento en que volvemos al edificio de apartamentos, estoy más o
menos echando humo. Renard está despierto, un periódico doblado sobre su regazo, y
no dice nada mientras arrastro a Cohen a través del vestíbulo y hacia el ascensor,
aunque sus ojos se abren con sorpresa. No más secretos, Calvito. Sé todo ahora. Y no
estoy aguantando nada de eso.
Llegamos al apartamento. Cierro la puerta detrás de nosotros. Cohen se
encuentra en el centro de su sala de estar, mirando por la ventana, a las estrellas
embotadas y dispersas sobre las formas grises de edificios en la distancia.
Lanzo las llaves al suelo. El ruido le hace mirar hacia arriba.
—¿Qué demonios, Cohen? —Digo tensamente—. ¿Drogas? ¿En serio?
Él me mira, sus ojos oscuros.
—Estás decepcionada de mí.
—¡Por supuesto que estoy decepcionado de ti! ¿Sabes cuantos de mis amigos
he visto consumirse y quemar sus vidas en una pira de esa mierda? Y tienes un infierno
de muchas más cosas que ellos tenían para vivir. ¿Es allí a dónde vas cada noche que te
escapas? Sé acerca de las noches, Cohen, vivo contigo y no soy tonta.
—Trato de ser silencioso —dice.
—Estoy acostumbrada a estar despierta hasta tarde —gruño—. ¿Cuánto
tiempo has estado haciendo esto?
Él se inclina contra la pared, presionando una mano en su frente. De pronto se
ve agotado.
—No lo sé. Años. Este viaje a París se supone que es un nuevo comienzo para
mí. —Se ríe amargamente—. Pero eso fue una mentira. Padre simplemente quería
sacarme del camino, así no sería una vergüenza para él.
Suspiro. Así es como el señor Ashworth era capaz de amenazarle con tanta
facilidad. Probablemente podría haber enviado a Cohen directamente a rehabilitación
si quería. Aunque ahora no estoy tan segura de que sería una mala cosa.
—¿Por qué lo haces? Simplemente no pareces... tú.
—No puedo dormir. —De repente, su voz es ronca—. Si duermo, tengo...
sueños horribles. La única cosa peor que esos sueños es permanecer despierto,
sabiendo que están aguardando en la oscuridad, esperando por mí. Vienen con la
noche. Los recuerdos. Sólo hay una manera que conozco para ahuyentarlos.
123

Me siento en el sofá, con la esperanza de que se siente conmigo, pero no lo


hace. Me gustaría que el apartamento fuera más familiar. Más defectuoso. De pie en
Página
medio de todos esos muebles perfectos, parece que alguien entró en una demostración
de la muestra de una casa por accidente.
—¿Los recuerdos de que, Cohen?
—El accidente —susurra—. Mi madre... murió en un accidente de coche
cuando yo era joven. Yo estaba en el asiento trasero. Nunca he sido capaz de sacarlo
de mi cabeza.
Me tapo la boca. Debe ser por eso que Renard trató de convencerme a tratarlo
con cuidado. Siempre había asumido que era porque tenía dinero, su vida era perfecta.
No existían problemas para él.
—Eso es... eso es horrible. Lo siento mucho.
Niega con la cabeza.
—Fue hace mucho tiempo. No pienso en eso. Estoy bien, soy más fuerte que
esos sentimientos, es sólo por la noche que los sueños vienen y no puedo hacer nada al
respecto. Excepto lo que he hecho esta noche.
Trago saliva.
—Esa no es una forma saludable de lidiar con ello, sin embargo. No importa
lo que pase.
—Lo sé. —Finalmente se sienta—. Lo sé.
No sé qué decir. ¿Qué derecho tengo de avergonzarlo por la única cosa que
parece ayudar? Todos mis amigos en casa se auto-medican. Todo el mundo tiene algo
que es incapaz de olvidar, y si una sustancia le da una vacación de su propia cabeza,
aunque sea breve...
Voy a la cocina y preparo una taza de té. Las simples acciones de llenar la
caldera con agua, girar la perilla de la estufa, ayuda aclarar mi cabeza. No importa la
compasión que siento por él, no puedo dejar que se haga esto a sí mismo nunca más.
Se está hundiendo a sí mismo en la tierra.
Traigo el té a la cocina, pero es demasiado tarde. Cohen está durmiendo en el
sofá. Su cabeza ha caído en el hueco del sofá al lado del reposabrazos, y su respiración
es profunda y suave. Su brazo cuelga sobre el borde, los dedos rozando el piso.
No hay nada más que hacer que colocar una manta sobre él, poner el té en la
mesa de café, y volver a mi habitación a mi propio sueño intranquilo.
124
Página
Capítulo 12
Me levanto temprano, la luz se filtraba a través de las cortinas de gasa. Mi
sueño fue irregular y poco satisfactorio. Sé que tengo que ayudar a Cohen a lidiar con
su problema, pero no sé cómo.
Mi teléfono está en mi mesita de noche, junto a la lámpara. Correcto. Sam. Ha
pasado un tiempo desde que he hablado con él. Casi había decidido dejar ir nuestra
rara relación, después de todo, como de saludable es consultar a alguien que nunca has
conocido por asesoramiento en una base semi-regular-…pero él me ayudó antes. Y
esta vez, tal vez...
RG: Hola.
No hay respuesta durante mucho tiempo. Me quedo en un ovillo en cama.
Tengo que hacer pis, pero no quiero levantarme, no quiero dejar que un posible y
despierto Cohen sepa que estoy consciente y disponible para cualquier incómoda
conversación que seguramente va a tener lugar esta mañana.
Por último, mi teléfono vibra.
Sam: Es temprano.
RG: Sí, lo sé. Lamento molestarte.
Sam: ¿Estás disculpándote por molestarme? Esa es una primera.
RG: Me retracto. Mereces ser molestado.
Sam: Por lo menos reconoces que lo que estás haciendo es molesto.
RG: Creo que los chinches13 son lindos. Así que la palabra “chinchar” debe
ser positiva. He decidido que significa “interactuar gratamente con.”
Sam: Gratamente como una araña cayendo del techo e interactuando con la boca
abierta de alguien durmiendo en la cama.
RG: Esa fue una gran visualización.
Sam: Lo intento.
RG: Podemos tener estas conversaciones tontas para siempre. Pero la
verdad es que esperaba que pudieras ayudarme con algo.
Sam: Sí, me lo imagine. Es la única razón por la que alguna vez me has enviado
mensajes.
RG: Y por nuestra encantadora e ingeniosa conversación.
125

Sam: Eso es parte del curso. ¿Asumiendo que es un problema con ese tipo de nuevo?
Página

13
Juego de palabras (bugged: molestar/fastidiar) y bug (insecto/ chinches)
RG: Sí...
Sam: ¿Alguna vez has pensado que tal vez deberías renunciar a él como una causa
perdida?
Sam: La gente no puede ser arreglada como juguetes rotos.
Sam: Algunos de ellos sólo están intrínsecamente hechos un desastre e incluso
no saben por qué, y están mejor a su suerte para que las personas felices y normales
puedan conducir sus normales vidas felices sin ser arrastradas.
RG: ¡No hay tal cosa como gente normal y feliz!
RG: Eso es lo que he aprendido recientemente.
RG: Incluso él, quien pensé tenía la vida perfecta, tiene una razón para
estar triste.
RG: Todo el mundo lo hace. Es sólo que otras personas no siempre lo ven.
RG: Muchas veces he pretendido ser una chica a la que nada malo le ha
pasado nunca, y era perfectamente convincente.
RG: Todo el mundo hace eso, en cierto modo, creo. Juega a ser alguien que
no está herido.
RG: De todos modos. Estoy divagando.
RG: Básicamente el problema es que este chico ha estado tratando con su
tristeza de una manera que no es saludable, creo, y quiero ayudarle a cambiar.
RG: Pero no sé cómo.
RG: De vuelta a casa cuando mis amigos hacían ese tipo de cosas, los
dejaba ser. Me imaginé que todo el mundo merece un descanso de sí mismo, sin
importar cómo lo consigan.
RG: Pero soy una persona más inteligente ahora, o al menos me gusta
pensar que sí, y puedo decir que este tipo de comportamiento no es bueno para
Cohen.
RG: Vaya, ahora sabes su nombre. Oh bien.
RG: Es sólo, como... ¿qué derecho tengo para decirle qué hacer o qué no
hacer cuando ni siquiera creí que tuviera una razón para estar triste en primer lugar?
RG: Sólo he estado haciendo todas estas suposiciones acerca de él basado
en nada.
Sam: Parece que estás dejando que la culpa te haga dudar de ti misma.
RG: Tal vez.
Sam: También suena como si este tipo no respeta a nadie.
Sam: Pero creo que te respeta.
126

Sam: Tal vez lo que necesita es a alguien a quien respeta que le diga
Página

honestamente lo que piensa.


Sam: Ya sea que lo que está haciendo está mal, o si lo que está haciendo está
bien.
Sam: Si le dices lo que piensas, sinceramente, estoy seguro de que estaría feliz
de escucharlo.
RG: ¿Crees que me respeta?
Sam: ¿Por qué no?
RG: Uh, tal vez porque es un rico multimillonario y yo soy...
Sam: ¿Eres...?
RG: Digamos que mi profesión es considerablemente menos culta que la
suya.
Sam: Él no se preocupa por eso.
RG: ¿Cómo lo sabes?
Sam: Porque hablas de él como alguien digno de tu tiempo. Y eres inteligente.
Sam: Eres lo suficientemente inteligente como para saber que alguien que se
preocupa por algo como eso no es digno de tu tiempo.
RG: En cierto modo pensé que me trataba igual que todo el mundo debido a
que le disgustan todos por igual.
RG: Pero estoy empezando a pensar que tal vez eso no es cierto.
RG: ¿Quién sabe? Quizá tengas razón.
RG: De cualquier manera, por alguna razón, quiero ayudarlo.
RG: Es grosero, tonto y demasiado lleno de sí mismo, pero quiero hacerlo.
No puedo evitarlo.
RG: Así que eso es lo que voy a ir a hacer.
RG: Gracias de nuevo. Seguro tuve suerte en enviarte el mensaje a ti.
Sam: Sí, supongo que lo hiciste.
RG: La modestia es una virtud ;)
Sam: Y la cara guiñando hace su horrible reaparición.
RG: Es como una ETS. En realidad, nunca se va para siempre.
RG: Y con esa nota, ¡ten un buen día! ;)

Lanzo mi teléfono en la mesita de noche y salgo de la cama, envolviendo la


bata de baño a mí alrededor. Tomo una respiración profunda, me lleno de fuerza y
dejo mi dormitorio.
127

Cohen está sentado en posición vertical en el sofá, jugando con su teléfono. Se


levanta de inmediato cuando me ve. Como si estuviera esperando.
Página

—Cohen... —Empiezo.
Levanta una mano.
—Espera. ¿Puedo decir algo?
—Claro. —Mi sermón puede esperar.
—Al principio, estaba bastante irritado de que me siguieras anoche. Pero es
natural que tuvieras curiosidad. —Suspira—. No me deberías haber visto de esa
manera.
—Está bien, he visto un montón de gente en sus puntos más bajos.
Se ríe irónicamente.
—Ese no era mi punto más bajo. Si me hubieras visto en mi punto más bajo,
estoy seguro de que no estarías hablándome en este momento.
Solo espero.
—He estado tratando de parar —dice después de un tiempo.
—Tratar no es lo suficientemente bueno. —He decidido adoptar una línea
dura con esto—. Tienes que detenerte. Ahora.
—No es así de fácil.
—Sé que no lo es. No hay nada fácil. Eso no significa que no valga la pena
intentarlo. —Descruzo los brazos—. Yo te ayudaré.
—¿Cómo?
—Sólo sientes la necesidad de hacer eso por la noche, ¿verdad? —Digo—. Así
que voy a dormir en tu cama todas las noches, a partir de ahora. Me despertaré si te
mueves.
—Rae...
—Y… —interrumpo—. Si tengo que, siempre puedo distraerte con algo que es
igual de divertido y mucho menos ilegal.
El fantasma de una sonrisa aparece en su rostro. Está bien, así que mi oferta
no es del todo caritativa. Pero ayudarlo con su problema es el punto principal, lo juro.
—Para ser honesto, no sé si sólo ocurre en la noche —dice lentamente—. Tal
vez tengo el impulso en este momento.
Ruedo los ojos.
—¿En serio estás utilizando tu problema de drogas para llevarme a la cama?
—Hay cosas peores para utilizarlo.
Es verdad. Da un paso hacia adelante, la sonrisa creciendo ligeramente.
—¿Y quién dice que te quiero en la cama?
—¿No me quieres en la cama? —Pretendo hacer pucheros.
128

—Por supuesto que si —dice en mi oído—. Pero en este momento estaba


pensando en una parte más interesante.
Página

—¿Dónde estabas pensando? —Pregunto.


—Deja que te enseñe.
Y me enseña. Me levanta y me lleva a la cocina, dejándome encima de la
mesa. Empuja mi vestido tan alto como es posible, y comienza a inclinarse.
—¿Vas a comerme aquí? —Me río.
—¿Qué otra cosa se supone que debes hacer en la cocina? —Pregunta con
malicia.
Tiene un punto. Pero me olvido de él tan pronto como su lengua me
encuentra. Dejo que mi cabeza caiga atrás, respirando con dificultad.
—Tienes un sabor delicioso —murmura en mí.
Quiero decir algo, pero encuentra mi clítoris y entonces no puedo decir nada.
No le toma mucho tiempo arrastrar un gemido de mí que se eleva en un grito
cuando exploto. Me hundo más en él, contra su espalda, jadeando.
Se inclina hacia delante, respirando en mi oído.
—Gracias.
—No —me las arreglo para decir, todavía completamente sin aliento—.
Debería ser yo quien diga gracias.
—Quiero decir... —Duda—. Gracias. Por decir lo que necesitaba ser dicho.
Más temprano.
—Ah. Claro.
—Durante mucho tiempo, sentí que no tenía ninguna necesidad de tratar de
detenerme, siempre y cuando todavía pudiera funcionar normalmente en el día.
Dudo que la forma en que Cohen actúa –solía actuar- durante el día pudiera
ser categorizado bajo funcionamiento normal, pero no digo nada.
Su boca todavía cerca de mi oído, dice: —Pero ahora me siento como si
tuviera una razón. Así que gracias.
—Cuidado —digo, para encubrir el hecho de que sus palabras van
directamente a mi corazón—. Esas no son las palabras de alguien que está en esto solo
por el sexo.
—¿No lo son? —dice en voz baja, y luego se da la vuelta, así que todo lo que
puedo ver es su espalda.
***
―¡Renard! ―grito en el vestíbulo a través de la grieta en la puerta―. Necesito
tu consejo de nuevo.
Un calvo, mayordomo cuyo suspiro hace eco fuera del apartamento. ―Sí,
señorita.
129

Empujo la puerta abierta más extensamente.


―¿Qué piensas sobre este vestido? Es rosa.
Página

―Creo que el término para ese tono en particular es melocotón, señorita.


―¿Quiero parecer una fruta? No. Sólo dime si te gusta este o mejor el verde.
Él me estudia por un momento, y me satisface ver un brillo de real
consideración en sus ojos en lugar de la usual exasperación.
―El verde, señorita.
―Oh, maldita sea, me niego a cambiarme por millonésima vez esta noche.
Estoy llevando el rosa. Em, ciruela.
―El melocotón, señorita. ¿Y por qué pregunta por mi consejo si usted no va a
usarlo?
―Renard, cuando una mujer le pregunta que prenda de vestir ella debe llevar,
lo que ella quiere escuchar es que se ve asombrosa en ambos. Así puede escoger por sí
misma y puede sentirse bien de cualquier modo. ―me apoyo en el marco de la puerta,
el tejido del vestido cruje.
―Claro, señorita. ―Renard da golpecitos en su cuero cabelludo con un
pañuelo.
Los LeCrues están teniendo una gigante fiesta de personas ricas esta noche en
su elegante mansión francesa, y estamos todos invitados. Bueno, Renard no,
tristemente. Le traeré una trufa o dos. No, sólo somos Cohen y yo esta noche, a la
ventura en un mar de ropa absurdamente cara y copas llenas de champán hecho de
uvas doradas cultivadas en la raja de cupido. Lo mejor para el escalón superior de la
sociedad.
Cohen ya está allí. Él fue temprano para hablar de negocios con el LeCrue
mayor. Al parecer, ahora que Cohen y yo hemos estado comprometidos durante unas
tres semanas completas sin señal de mí corriendo por las colinas o contratando un
doble de cuerpo para que ocupe mi lugar, él está más cerca de vender. Esta noche
significa hacer buenas migas con su loco hijo y nuera, y si eso logra la meta de la vida
de Cohen, entonces estoy dispuesta.
También significa que conseguiré llenarme con los aperitivos más elegantes
del mundo, pero apenas pienso en eso. Naturalmente.
―El automóvil está esperando, señorita. ―dice Renard, moviéndose poco a
poco más y más allá por el vestíbulo como si esperara escapar de mi general aura de
fabulosidad. Como si eso pudiera suceder alguna vez. El mundo está encerrado en ella.
Tomo mi pequeña y graciosa cartera de mano de la mesa, cierro con llave la
puerta detrás de mí, y planto un beso en la mejilla de Renard, y retrocedo para admirar
la marca dejada.
―Esa es una fabulosa obra de labios rosa.
―Es melocotón, señorita. ―suspira él, mientras limpia mi arte con su
pañuelo.
Los nervios tiemblan en mi estómago todo el camino a la fiesta. Ésta será la
130

primera vez que vea a Annabelle desde nuestra bizarra discusión. No he olvidado que
ella prometió ahondar en mi identidad, ni he dejado de estresarme por eso. Aunque el
Página

Sr. Ashworth juro que él había cubierto sus huellas, hay algo sobre Annabelle que me
hace pensar que puede olfatear un copo de nieve con cinco puntas en una ventisca de
copos de seis puntas. Voy a tener que estar en mi mejor jugada esta noche.
Una más semana y estaré en casa libre.
Aunque ese pensamiento no me da el mismo regocijo de antes. Ahora lo sigue
una pequeña maléfica voz en mi oreja:
Una semana más y nunca verás de nuevo a Cohen.
El pensamiento ata mi estómago en nudos. ¿Quién va a asegurarse de que se
quede en el camino? Tendré que hablar con Renard. Quizá el hombre este deseoso de
empezar a dormir en la cama de Cohen todas las noches, en mi lugar. Puedo imaginar
cuan amenazante ese brillante domo calvo debe verse a la luz de la luna.
Definitivamente un eficaz disuasivo de drogas.
Tengo cerca de media hora para preocuparme por eso antes de que lleguemos
a la mansión. Entiendo inmediatamente cuánto la compañía de LeCrue debe valer, y
por qué Cohen lo quiere tan mal. Sólo alguien que vendió su alma al diablo, o a los
dioses por cantidades absurdas de dinero, podría permitirse el lujo de una mansión así.
Parece seguir por millas, con un césped verde esmeralda sazonado con estatuas
desnudas y estanques de peces perfectamente circulares. En el extenso porche, puedo
ver gente pululando alrededor, hombres de traje y mujeres en vestidos, charlando en lo
que es, sin duda, un elegante francés que no voy a entender.
Cierro mis ojos, y cuando los abro de nuevo, soy Georgette Montgomery.
Envuelvo mi cartera bajo mi brazo y salgo del automóvil.
Si te ves como si pertenecieses, nadie lo discutirá. Yo podría estar colándome
en esta fiesta y nadie lo notaría, gracias a mis tacones de diseñador. Aunque fui
invitada, todavía se sentía como estuviera entrando a la fuerza. Supongo que es porque
Georgette Montgomery fue invitada. Rae Grove no.
Zigzagueo alrededor, intentando lucir compuesta mientras también busco a
Cohen. Sin señales de él todavía.
Un señor mayor de aspecto distinguido, con un bigote que podría poner a
Papá Noel celoso golpea ligeramente mi brazo para llamar mi atención y dice algo en
francés. Pongo mi mano delante de mi boca y finjo vergüenza.
―Lo siento mucho, señor, pero mi comprensión del francés es ciertamente
débil.
―Ningún problema, no es un problema en absoluto. ―dice él, mientras
cambia inmediatamente a inglés con un acento como la crema pesada―. Meramente
pregunté si la joven dama había probado alguna de las aceitunas rellenas esta tarde.
Están para morirse.
―No todavía, pero seguro que lo hare. ―le prometo.
Él me extiende una mano.
131

―Jean.
―Georgette Montgomery. ―digo, mientras agito su mano cautelosamente.
Página

Sus ojos crecen tan anchos que me angustia que puedan estallar fuera.
―¿Ciertamente no eres la misma Georgette Montgomery comprometida con
nuestro Cohen Ashworth?
Intento no reírme. No sabía que Cohen Ashworth era de alguien.
―¡Sí, la misma! ¿Usted conoce a mi prometido?
―¿Él no me ha mencionado? Crecí con su padre. Buenos amigos, buenos
amigos. He conocido al muchacho desde que era pequeño. A la familia entera. A su
madre también. ―Su cara cae―. Un asunto terrible. Terrible...
No estoy segura de cómo navegar estas aguas, así que tomo un predefinido
grave silencio. Después de un momento, él se reúne.
―¡Pero que encantador conocerla finalmente! Debo confesar, estimada, que
me he preguntado y me he preguntado por el tipo de persona que usted debe de ser.
Cohen es, después de todo, no conocido por su cordialidad. ―él revela una
retumbante risa.
Lo reflejo con un tintineo, muevo mis ojos, y miro hacia abajo.
―Él siempre ha sido muy cordial conmigo.
―Como debe ser. Usted parece del tipo que inspira bondad. ¡Ah, allí esta él
ahora! Cohen, yo estaba presentándome a tu querida prometida...
―¿Dónde estabas? ―pregunta secamente Cohen, apareciendo mágicamente a
mi lado. Él gira una copa de champán en una mano y da un manso apretón a mi
muñeca. Una tensión que no había conocido estaba allí sangrando fuera de mí. Su sola
presencia me alivia.
―Hola, querido. ―lo beso en la mejilla. Jean encuentra esto muy encantador.
―¡Despliegues públicos de afecto, nada menos! Cohen, te la has ingeniado
para encontrar a una bonita muchacha y no asustarla. Un milagro que nunca pensé del
que daría testimonio.
Un familiar pliegue de nubes de tormenta aparece en la frente de Cohen, pero
toco su brazo con el codo. Él aclara su garganta. El fantasma de una sonrisa aparece en
su cara.
―Supongo que usted tiene razón. Nunca pensé que pasaría.
Se vuelve a mí, como para integrarme en el chiste. Pero todo lo que siento
vagamente es intranquilidad. Él sabe que está pagándome por este acto. ¿Realmente
cree que ninguna muchacha lo soportaría?
Doblo mi brazo a través del suyo y digo serenamente: ―Cohen es una de las
personas más buenas que conozco.
―¡Usted no debe de conocer a muchas personas entonces! ―Jean se ríe. Pero
él da golpecitos al brazo de Cohen―. Solo estoy bromeando. Sabes que estoy contento
por ti. Dile a tu encantadora novia que vaya a probar los mejillones, están tan frescos
132

como pueden estarlo. ¡Oh! Eres tú, ¿Berdite?


Él bulle fuera para saludar a alguna otra supuesta señora. Miro a Cohen.
Página

―¿Has visto a Claude o a Annabelle?


Sacude su barbilla en respuesta. Sigo la dirección. ¿Annabelle en la esquina
lejana del inmenso... salón? ¿Salón de baile? No sé cómo llamarlo. Ella tiene una copa
de champán en una mano, y la otra la mueve animadamente mientras habla. Parece
feliz. En su elemento. Considerando que me siento hasta ahora como un pez fuera del
agua también podría estar en el espacio.
―Debo ir hablar con ella. ―dice él.
―No. ¿Por qué?
Se encoge de hombros cansadamente.
―Impedirle que siga yendo detrás tuyo más de lo que ya lo ha hecho.
Agito mi cabeza.
―Ésa es una mala idea. Permíteme ocuparme de estas cosas. Dudo que quiera
tener noticias de ti, para ser honestos.
―Pocas personas lo hacen. ―está de acuerdo él.
―¿Dónde está el Sr. LeCrue?
―Cerca de la fuente. Se supone que hará un anuncio al final de la tarde.
Por primera vez, noto que Cohen ha estado abriendo y cerrando una mano.
Hay una inclinación incierta en su expresión.
Frunzo el entrecejo.
―Esto te va a sonar loco, ¿pero tú no estás...?
―¿Qué? ―Él me mira, entonces ríe―. ¿Ahora? No. No soy tan idiota. Solo
estoy nervioso, es todo. Es posible que LeCrue esté anunciando la venta de su
compañía esta noche. Él siempre amó los granes gestos.
―¡Esta noche! ¿Realmente? ―exclamo.
―Controla tu voz. No se supone que lo sé.
―¡Cohen, eso es grande!
―Creo que él ha querido vendérmela desde hace algún tiempo. ―baja la
mirada a sus manos―. Estaría poniendo mucha confianza en mí. Él quería alguna
clase de señal de que yo era capaz de echarme sobre la espalda esa carga. Que yo había
cambiado. Tú eres esa señal.
―Quizá. ―Estoy de acuerdo―. O quizá es simplemente la influencia de mi
fabulosa aura.
Pero Cohen no sonríe.
―Es una mentira, sin embargo. No he cambiado. Estoy engañando al viejo.
―Eh. No. ―Agarro su muñeca―. Has cambiado. Eres completamente
diferente de la persona que conocí hace tres semanas. Eres mejor. Más cálido. Y
133

prometiste detener ese hábito.


―No importa. ―dice él―. Todavía es todo una mentira.
Página
Y entonces comprendo lo que me quiere decir. Soy la mentira. El nosotros que
LeCrue está comprando, es todo una mentira. Estemos teniendo sexo o no.
Fuerzo una sonrisa.
―Esta es una mentira cara, así que asegúrate de aprovecharte de eso, ¿de
acuerdo?
―Una cara mentira.―repite.
―Sip.
―Solo es extraño. ―dice―. La idea de que eres todo lo que se supone ser
para mí.
Pestañeo.
―¿Qué quieres decir?
¿Soy algo más para ti?
Pero agita su cabeza y se aparta.
―Realmente debes ir a tener algunos de los mejillones. Dudo que recordaras
comer antes de salir.
Y entonces desaparece en la muchedumbre.
Me dirijo en la dirección de los mejillones, pero me desvío, lo que es un
milagro en sí mismo. En cambio, paso las mesas de comida hasta que estoy en el borde
del pequeño círculo circundante a Annabelle.
Ella está hablando en broma en francés a gran velocidad, ilustrando su historia
con los detallados gestos de sus manos y sus expresiones faciales. Deja de hablar, la
risa se levanta como si quisiera, y entonces me ve. Su sonrisa se sumerge, y una
expresión extraña cruza su rostro. Si no la conociera, diría que es culpa.
―Hola, Annabelle. ―digo educadamente―. ¿Podríamos hablar un momento?
―Claro, querida, claro. ―y ella me permite tomarla por el brazo y llevarla a
una sección más tranquila del piso.
―Escucha. ―digo finalmente, cuando estamos lo bastante lejos. Pero no
estoy segura de cómo seguir. Ella tampoco, por su mirada. Está inquieta como una
pequeña muchacha, jugando con un mechón perfecto del pelo rubio en bucle por
encima del hombro.
―Fui a por ti. ―dice ella de repente, en una prisa callada.
La piel en la parte de atrás de mi cuello va fría. No puedo decir nada por su
tono. Mantengo el nivel del mío.
―¿Qué averiguaste?
―Que eres una muchacha absolutamente buena con un pasado absolutamente
134

bueno. ―mantiene su culpable mirada apuntada hacia abajo―. Yo... discúlpame si te


dije una mentira, Georgette. Y sé que no tienes ninguna razón para creer que una
disculpa mía sería genuina, pero con mi mejor disposición, lo es. Puedo prometer eso.
Página

El alivio surge tan furiosamente que podría abrazarla. O a cualquiera.


―No te preocupes por eso, Annabelle.
―Solo es... ―suspira ella difícilmente―. Yo realmente estaba... cuidando de
él. A mi propia manera. Pero me aparto, sin embargo lo intenté duramente, y cuando
me enteré de que la chica que había logrado tener su corazón era tan modesta, no
quiero ofender, me enfureció. Me amargue. Claude fue quien me pidió que mintiera, el
idiota, pensó que iba a asustarte y hacer que LeCrue reconsiderara la venta de la
empresa, pero cuando estuve de acuerdo, no estaba pensando en eso. Pura venganza es
lo que era.
Dice todo rápidamente, como si reducir la velocidad de las palabras las haría
pegajosas y las mantendría pegadas dentro de ella para siempre.
―Todos cometemos errores. ―digo―. Sé que lo hice.
―Fue fenomenalmente tonto. ―agrega ella―. De verdad solo idioteces sin
filtro…
―Te disculpaste, ¿de acuerdo? No tienes que continuar pegándote más. ―me
río―. Aunque realmente fue bastante tonto.
―Viste a través de él, sin embargo. Eso es impresionante. Siempre he sido una
persona deshonesta y supongo que ayuda a ver a través de mentiras cuando a menudo
te las dices a ti mismo. ―ella chasquea una pequeña sonrisa.
Hago una mueca de dolor.
―Uh, sí. Esa soy yo. Honesta todo el camino.
Ella extiende una delicada mano, determinada.
―Todo está dicho, espero de verdad que nosotras podamos ser, después de
todo, amigas.
―Claro. ―digo. Por una semana, luego nunca la veré de nuevo. Punzadas de
pesar en mi estómago. Annabelle habría sido ciertamente una interesante persona por
conocer.
―Qué alivio es esto, ¡decirlo todo en voz alta! ―se abanica como si
estuviésemos en el caliente sol―. Las confesiones del corazón hacen que una tenga
hambre. Claude está haciendo comentarios sobre mi cintura...
―¿De verdad? ―digo, insultada. La cintura de Annabelle es prácticamente
tan estrecha como mi cartera de mano.
―... lo qué es una razón excelente para comer tanto como pueda esta noche.
Ella se mueve y se dirige hacia la comida. Quiero seguirla, pero mi estómago
parece estar lleno de nudos. Annabelle piensa que soy honesta. Esto es un chiste. Ella
está equivocada, las personas que son muy buenas en ver a través de las mentiras son
las que las dicen, día tras día.
Un cortes ruido tintineante corta a través de la charla francesa. Es LeCrue,
135

está de pie en un traje de media noche, perforando con una cuchara color plata contra
un vaso de cristal. Él dice algo en francés y entonces repite en inglés: ―Si pudiera
Página

tener la atención todos, por favor...


Las cabezas giran hacia él. Él habla en francés el tiempo suficiente para hacer
vidriarse mis ojos, pero sigue con: ―Estaré repitiendo esta noche, me temo, por el bien
de los que están en la habitación con una comprensión más pobre de la romántica
lengua. En concreto, estoy pensando en la prometida del hombre a quien mi anuncio
esta tarde concierne.
Él inclina su vaso hacia mí. Bien, es bueno ser reconocida como
probablemente la única persona aquí quién no habla dos idiomas.
Él sigue durante algún tiempo en francés, aclara su garganta, y entonces dice
en inglés: ―La mayoría de ustedes han, con toda probabilidad, conocido al joven
Cohen Ashworth, el hijo y protegido de mi amigo de la niñez. La mayoría de ustedes
probablemente se arrepiente de eso.
Hay varias risitas. Echo una mirada alrededor y encuentro a Cohen que sonríe
irónicamente.
―A pesar de que muchos lo han descrito como una lengua afilada, yo le he
conocido siempre como un ser inteligente, atrevido, y creativo en sus propuestas
comerciales. Como un hombre que envejece, no puedo evitar velar por el futuro de mi
compañía, uno nacido en una época diferente y por lo tanto, algunos pueden decir,
mal adaptado a esta. Pero creo que la persona adecuada, con las ideas correctas, podría
llevarlo a la cabeza de nuevo.
Los ojos del hombre mayor están brillando. Miro pasando por Cohen y a
Claude, humeando en la esquina con su corbata desarreglada. Mientras lo observo,
empina un vaso lleno de vino, la primera vez que he visto a un parisino hacer algo por
el estilo. Los franceses beben, pero no se emborrachan.
―Cohen Ashworth. ―dice LeCrue, cambiando totalmente a inglés―. Por
favor camina al frente.
La muchedumbre se abre, y Cohen camina hacia adelante para estar de pie al
lado de LeCrue, su cara no lo traiciona, ninguna señal de ansiedad o excitación. Sólo
está el ángulo orgulloso de sus hombros y el frío calculador en sus ojos. Estoy de
repente abrumada con mi propio sentido de orgullo, y no sé por qué. Él no es mío.
Nunca lo será.
LeCrue se vuelve a enfrentarlo, su voz creciendo más tranquila. Para oír,
tengo que salir sigilosamente adelante y embutirme entre una alta mujer en verde
eléctrico y un corto hombre en fucsia.
―Siempre he pensado en usted como un hijo para mí. ―dice LeCrue―. Yo sé
que has enfrentado desafíos. Me he preocupado a veces, Cohen. Pero has demostrado
que te has vuelto un hombre del que yo puedo estar en verdad orgulloso. Un hombre
que será un marido excelente, y puedo esperar padre, algún día.
Él gesticula de nuevo hacia mí, y yo sonrío débilmente. Intento imaginarme
Cohen en un esmoquin en una iglesia, o en el suelo de la sala, rodeado por juguetes de
136

bebé. Espero que sea imposible, pero estoy nerviosa por la facilidad con la que las
imágenes se acercan a mí.
Página
Las personas están sonriéndome ahora y yo intento convocar el amoroso
apropiado rubor. Pero es duro. Es duro porque todas estas personas están creyendo en
un cuento de hadas que nunca existió.
―Así que ―dice LeCrue, su voz crece más ruidosamente de nuevo―, yo he
decidido ponerte al mando de mi compañía, Cohen Ashworth, como una señal de mi
profunda confianza en ti.
Hay un puñado de aplausos que ahoga un delicado sonido en el fondo de la
sala. Miro por encima de mi hombro. Claude ha roto su vaso en la mano, y un
camarero se queja sobre él, pero está demasiado ocupado mirando a Cohen con puro
odio para prestarle el hombre alguna atención. Cohen camina hacia adelante y agita la
mano de LeCrue.
Hay un momento de silencio. Me encuentro mordiendo mi labio. Por favor no
le permitas decir algo malo o presumido, por favor por favor por favor...
Él levanta su mirada. Sus ojos encuentran los míos brevemente. Le asiento,
sonriendo un poco. Él sonríe en respuesta, tentativamente, antes de volver a LeCrue.
―Gracias. ―dice―. Pero voy a rechazarlo.
¿Rechazarlo? ¿Después de todo por lo que él ha tenido que pasar para ganar el
control de esa compañía? Al parecer no soy la única conocedora del deseo de larga
data de Cohen, porque un jadeo colectivo resuena alrededor del cuarto. Supongo que
todos aquí entienden inglés después de todo.
La sonrisa de LeCrue se marchita.
―¿Rechazarlo? ¿Qué quieres decir?
―Yo aprecio la confianza que usted ha puesto en mí. ―la mirada de Cohen
se zambulle de nuevo hacia la muchedumbre detrás de ellos. Él no es el tipo de
persona al que le gusta hablar cuando hay muchos pares de orejas que puedan
escuchar―. Pero no puedo aceptar su oferta. No debido a algo que usted ha hecho,
pero debido a mis propias acciones. Le he mentido a usted.
No. De ninguna manera. No hay absolutamente ninguna posibilidad en el
infierno de que él arruine esto ahora. Cohen Ashworth nunca podría ser tan... tan
noble.
―Georgette Montgomery no es mi novia. ―dice―. No hay ninguna
Georgette Montgomery de hecho.
Puedo sentirme subir el rosa a mis orejas. Las personas se giran para mirarme
de nuevo, aunque esta vez sus expresiones son considerablemente menos afectuosas.
Meneo mis dedos en un débil saludo.
―Su nombre es Rae. ―dice, despacio pero determinadamente―. Ella es una
mujer de EE.UU. que fue contratada para actuar como mi novia, con la esperanza de
que usted me viera lo bastante estable como para comprar su compañía. Fue una
137

artimaña desde principio. Lo siento.


Libero una diminuta respiración. No creo poder manejar si Cohen adhiriera el
Página

pequeño chisme sobre dónde su padre me encontró en primer lugar. Que piensen que
soy una extravagante timadora. Oye, en realidad, ese no es tan mal pensamiento. Rae
Grove, agente secreto super-cool.
¿Espera, qué estoy pensando? Miro desesperadamente hacia el frente del
cuarto. ¿Cohen, qué estás haciendo?
―Así que, a todos ustedes quienes disfrutaban del pensamiento de que yo era
finalmente el tipo de persona a quien una mujer podría amar, siento defraudarlos. ―
dice. Unos pocos pies más allá, los ojos de Jean están anchos por la impresión―. Su
tiempo fue comprado, no dado. Y dudo que cualquier precio pudiera ser lo bastante
alto para soportar ese tiempo conmigo.
Su sonrisa irónica regresa, pero nadie está uniéndose a él. Mi corazón se hace
tiras, un poco. De acuerdo, sí, me ha pagado para estar aquí, pero es no como... no es
como si no disfrutara nada de él.
―Yo no soy claramente el hombre correcto para dirigir su compañía en una
nueva dirección. ― le dice Cohen a LeCrue―. Su hijo, sin embargo, he oído
recientemente que tiene algunas interesantes ideas. Usted debe hablar con él sobre eso.
Y entonces se vuelve. La multitud se parte delante de él en una ola de
sorprendido silencio. Salvo una persona. Annabelle está de pie en su camino, su pelo
un poco más salvaje de lo normal, una mancha de salsa de gamba sobre su labio
superior.
―Pero eso es imposible. ―dice en una voz tan baja que apenas puedo oírla―.
Todo lo que dijiste es imposible. Yo... yo investigué a Georgette. Ella tiene historia en
papel…
―¿No crees que yo habría emprendido tal mentira sin evidencias de que
nuestras huellas estén cubiertas? ― resopla Cohen, pero entonces él pestañea y agita
su cabeza―. Lo siento. Es decir, yo quiero decir, no es sorprendente que fueras
engañada.
La cabeza de Annabelle gira en mi dirección. Su cara es tan ancha, abierta en
sorpresa que casi quiero reírme. Ella nunca ni en un millón de años habría imaginado
que podría engañarla así.
―Tres hurras, por la honestidad. ―una voz sopla reacia. Es Claude, mientras
sostiene una nueva y no rota copa de champán y luciendo absolutamente encantado―.
Yo, por ejemplo, confío en la franqueza de Cohen. Propongo un brindis
Nadie se une. El Sr. LeCrue todavía está de pie, su cara se vuelve
gradualmente más roja. Cohen camina adelante, me toma por el brazo, y me lleva
hacia la puerta.
―¿Sabes lo que estás haciendo? ―susurro. El silencio es tan abrumador que
tengo que hacerlo muy calladamente.
―Eso espero. ―susurra de regreso.
138

Y entonces estamos fuera en el césped, un lienzo oscuro de esmeralda a la luz


de la luna. Cohen teclea algo en su teléfono, y sé que está llamando a Geoff para que
Página

llegue temprano. Lo que significa que él no planeó esto de antemano.


―Cohen… ―empiezo, pero antes de que pueda terminar mi frase, él está
besándome.
Besándome duro, ferozmente, como si sus últimas reservas se hubiesen
arrancado finalmente. Toda la tensión que debe de haber estado conteniendo, se
derrama fuera de él en un apasionado abrazo. Me olvido de todo lo que iba a decir
inmediatamente. Mi mundo se contrae y zumba por la sensación de sus labios en los
míos, calurosos y deliciosos.
Finalmente se separa. Me tambaleo un poco.
―Lo siento. ―dice―. Necesitaba eso.
Yo también, aunque no lo sabía. Aclaro mi garganta e intento actuar como si
estuviera, por lo menos un poco, a cargo de mis facultades.
―¿Cohen, estás seguro de que quieres hacer esto? Estás tirando todo.
Una pequeña sonrisa curva sus labios.
―Bueno, es un poco demasiado tarde para cambiar de opinión, ¿no crees?
Él tiene un punto.
Inclina su cabeza atrás y mira al cielo.
―Adquirir la compañía de LeCrue siempre fue la idea de mi padre para mí.
Era el paso que él quería que yo tomara, para demostrarle a él... muchas cosas. Nunca
me detuve a considerar por qué quería lo mismo. Y cuando finalmente me detuve a
pensar en ello, me di cuenta... Yo no quería eso después de todo.
―¿Simplemente así?
―Simplemente así. ―dice―. Estoy realmente sorprendido de lo fácil que fue.
Te pasas años planeando tu vida alrededor de una cosa, y cuando no terminas
consiguiéndolo, estás asombrando de lo poco que te importa.
Él se ríe. Ese sonido es fantástico. Quiero hacerlo mi ringtone.
Agito mi cabeza para aclararme.
―Pero les dijiste sobre mí. ¿Ellos no estarán enfadados contigo? Como, ¿muy
enfadados?
―Probablemente. ―dice Cohen―. Pero es mejor que...
Se detiene.
―Mejor que ¿Qué?
Me da una arqueada sonrisa.
―Mejor que todos ellos me admiraran por poder ganar el amor de alguien
como tú, cuando en realidad no soy en absoluto el tipo de persona capaz de eso.
Trago.
139

―De acuerdo, quizás Georgette Montgomery no podría querer andar contigo.


Pero Rae Grove sí.
Página
Él acaricia mi mejilla suavemente con la parte de atrás de su mano, y entonces
se la lleva.
―Rae Grove está siendo pagada por cada minuto que pasa conmigo.
Eso me pone tan triste que la cosa más fácil de hacer es enfadarme.
―¿Qué esperas que haga, Cohen? Que diga, ah, olvídate del dinero, ¿tu
compañía ha sido más que suficiente? Bueno, sí, he amado llegar a conocerte, Cohen,
y he amado estar contigo, mucho más de lo que esperaba, pero todavía necesito el
dinero para empezar mi nueva vida, así que…
―Espera. ―interrumpe―. Di eso de nuevo.
―¿Todavía necesito el dinero para empezar mi nueva vida, así que...?
―No. La otra cosa. ―sus ojos están anchos―. ¿Has amado esto?
Lanzo mis manos.
―¡Claro que lo hice! ¡Ha sido muy divertido! Ir a la torre Eiffel contigo, y
montar la rueda de la fortuna, y asustarme en las catacumbas, y conseguir comer
buena comida francesa... ¡claro que lo amé!
―Pero has estado conmigo.
―Sí, ¡esa era la mejor parte!
Mi exclamación exasperada se marchita en el silencio. De repente me
avergüenzo.
―Bueno, quizá no la mejor parte. Llegar a mirar todo París desde la cima de
la torre Eiffel fue imponente. Y he tenido algunos quesos muy buenos.
―Bastante justo. ―dice, mientras cabecea―. Nunca podría esperar medirme
con alguno de los quesos de aquí.
―Es malditamente delicioso queso.
―Sí.
El automóvil negro gira a la vuelta de la esquina. Entramos, uno después del
otro, y cierra la puerta. El coche se aleja de la acera.
Después de un rato, Cohen aclara su garganta.
―Tu obligación está cumplida, sin embargo. LeCrue ofreció vender. No
tienes nada más que hacer aquí.
―¿Qué estás diciendo? ―frunzo el entrecejo.
―Eres libre de irte, es lo que estoy diciendo. ―sostiene su codo contra la
ventana y no me mira―. Se te pagará la cantidad completa, claro. Pero no lo sostendré
contra ti si decides irte y empezar tu nueva vida una semana antes. Tu trabajo aquí está
hecho, después de todo.
140

―¡No seas un idiota!


Su codo se resbala. Mi arranque lo sorprendió.
Página
―Quiero decir. ―enmiendo apresuradamente―. Todavía no he ido al
Louvre. Sólo un verdadero perdedor dejaría París sin ir al Louvre. Eso simplemente
sería vergonzoso. Y... diría que tus lecciones de amabilidad no han terminado todavía.
Vi la manera en que le respondiste a Annabelle hoy. Claramente necesitas un refresco.
Una sonrisa empieza en su cara.
―Naturalmente.
Me estiro, mientras bostezo.
―Básicamente, no veo que mi trabajo se haya acabado. Así que supongo que
mejor quedarme durante la última semana. No hay otro camino, para ser honesta.
―Ah. ―Cabecea con real burla―. Quizás deba incluir un salario
extraordinario en tu pago por recuperar las lecciones extras. Ellas no están incluidas en
el acuerdo original.
Su mano cae, casi a propósito, para descansar en mi muslo. Una electricidad
familiar empieza a crujir dentro de mí.
―¿Oh? ¿Y qué es, lo que eso sería? ―pregunto en un intento de informalidad
Cuando llegamos a casa, él me muestra.

141
Página
Capitulo 13
Más tarde, cuando nos tumbamos en la cama, menos la ropa, rodé y me
acomodé en el rincón entre su hombro y su brazo.
―¿Sabes que he notado? ―Murmuro contra su piel.
―¿Hmmm? ―El sonido es bajo y reconfortante.
―Tú no has tratado de salir otra vez desde que te atrape haciéndolo. Pensé
que sería despertada constantemente por tu astuto culo tratando de dejar el
apartamento a las cuatro de la mañana, pero mi sueño no fue interrumpido ni una sola
vez. Tú no has sido extremadamente cuidadoso al respecto. ¿Lo has sido?
―Como si pudiera pasar de ti. ―Plantó un beso en la cima de mi cabeza―.
No, no he tratado de irme. No puedo pretender que no he sentido el deseo, ahora y
entonces, pero es más una punzada silenciosa que la rugiente necesidad que solía ser.
De hecho, ha ido desapareciendo con el tiempo. Esa noche que me atrapaste fue más
mi intento de ver si realmente era algo que quería en mi vida después de todo. La
necesidad ha ido desvaneciéndose desde que…
―Desde ¿Qué? ―pregunte.
Besa una línea ardiente desde mi cuello hasta mi clavícula.
―Desde que encontré una nueva manera de volar.
―Entonces, ¿Eres adicto a mí?
―Completamente.
―Lo bueno es que estas practicando la abstinencia, entonces, porque en una
semana estarás… ―Me detuve. Lo que pretendía ser una broma resulto ser un fracaso
absoluto.
El silencio creció y creció hasta que Cohen habló: ―No hablemos acerca de
eso ahora mismo.
Quiero preguntar, ¿cómo puedes ser adicto a mi cuando tú eres quien insistió
en que una relación era algo inadmisible entre nosotros? Pero no lo hago.
―Tienes razón. Hablemos de otra cosa. Como ¿Qué estarás haciendo ahora
que no tienes que trabajar más en lo de la compañía de LeCrue?
―Ah. Correcto ―dice él―. ¿Quién sabe? Tal vez tomare algún descanso.
Clases de pintura. Descubrir mi pasión, como tú dijiste.
142

Espero que se ría sardónicamente, pero no está siendo sarcástico. Mi corazón


se hincha. Estoy tan estúpidamente orgullosa de él.
Página
―Si voy a pasar mi vida construyendo algo, tiene que ser algo que yo mismo
hice, ―dice bajo su aliento―. Algo con mi propia marca impresa en ello. No la
compañía de otro siendo lanzada a mis brazos por mi padre.
―Amen a eso. ―Paso mi mano sobre su pecho, admirando los leves surcos y
elevaciones de su piel―. Podrías iniciar una empresa de osos de peluche.
―Ellos podrían ser ositos de peluche con expresiones realmente aterradoras
que nadie quiera abrazar, ―acepta.
―Y cuando tú hagas presión en sus patitas, te insulten.
―Los padres los comprarán como un castigo para sus hijos cuando hayan
sido malos.
―Eh, ¿Quién sabe? Este podría ser el próximo “Cómprale un Oso”.
Ambos nos reímos.
Me permití adaptarme al ritmo tranquilo de su respiración. Todo está oscuro y
pacífico, aun no quiero dormir. Quiero saborear cada momento que llegue a pasar
aquí. Tan tonto como suena.
Aproximadamente media hora más tarde, susurro: ― ¿Eh, Cohen? ¿Piensas
que tal vez podríamos mantenernos en contacto? ¿Después de que esta semana haya
pasado?
Él no responde. Esta dormido.
Y finalmente me duermo también.
***
Al día siguiente, nosotros vamos al museo de Louvre.
Geoff nos deja afuera. La acera es alta, y Cohen toma mi mano para
ayudarme a no tropezar cuando baje del auto.
―Tan caballero ―bromeo. La puerta se cierra y el auto se aleja―.
Acumulando puntos por amabilidad, según veo.
―Ah, sí. Es lo que es. ― dice él―. Definitivamente.
La entrada al museo resulta ser subterránea. Caminamos a través de un portón
colocado en medio de fantásticos edificios muy altos, adornados con esculturas de
hombres barbudos mirando muy serios, en una especie de patio. Una fuente plana y
larga burbujea en medio de aproximadamente un millón de turistas. Al lado de la
fuente hay un extraño triangulo de cristal, elevándose muy por encima del suelo. Una
larga línea serpentea alrededor y alrededor de la fuente. Por lo que veo el grupo de
gente dentro del triángulo bajan hasta que desaparecen. Un elevador.
―Dulce ―digo―. Es subterráneo. Como la casa de Batman.
Cohen levanta una ceja cuando nos unimos a la línea.
143

―¿La casa de Batman era subterránea?


―Por supuesto que lo era. ¿Dónde más podría ser? La baticueva, obvio.
Página

¿Nunca viste dibujos animados los sábados por la mañana?


―No realmente. Mi padre pensó que la mayoría de formas de entretenimiento
eran un desperdicio de tiempo. Otras que no fueran opera.
Palmeo mi cara.
―¿Tu padre te hizo escuchar opera?
―Con bastante frecuencia, en realidad.
―Oh, pobrecito, ¡Pobrecito de ti! ―Acaricio su brazo―. Eso explica por qué
eres tan gruñón todo el tiempo.
―Era. ― dice él.
― ¿Eras?
―No me siento tan malhumorado ahora. ―Un niño corriendo choca contra
su pierna, y Cohen es todo sonrisas con él―. Me siento… Libre.
―Libreee como el vieeeento que soplaaaaa ―comienzo a cantar.
Cohen se estremece.
―Acabo de decirte que no estoy de mal humor por esta vez. No arruines esto.
―Eh, hay una razón por la que no soy cantante de ópera.
La línea serpentea hacia adelante hasta que finalmente estamos dentro del
triángulo. Este desciende dentro de un enorme vestíbulo con altos techos y escaleras
que suben en diferentes direcciones. Me doy cuenta de que los edificios ornamentados
que rodean el patio deben ser parte del Louvre también.
Primero vamos a la sección de escultura a comprobar las fantásticas estatuas
griegas y romanas, muchas de las cuales están desnudas o tienen solamente hojas de
higuera para cubrir su modestia. Observo críticamente que su paquete debe ser
bastante pequeño para que una hoja de parra pueda cubrir todo, y Cohen oculta su risa
en un ataque de tos, cuando unos viejos patrocinadores nos miran con el ceño
fruncido.
―Mira eso, ―le digo, golpeando su espalda en caso de que en realidad se esté
ahogando con algo, y no riéndose como yo pienso―. Oficialmente nos hemos
convertido en la gente que tanto solía molestarte.
―Es más divertido ser esa gente, al parecer, ―jadea él.
Sonrío abiertamente.
―Siempre es más divertido ser la persona que molesta, que la persona
molestada.
Continuamos con los antiguos egipcios, donde me quedo totalmente aterrada
por toda la gente muerta envuelta en papel higiénico.
―Momias. ―me corrige Cohen.
144

―No me importa cómo se llaman, son asquerosas. Pensé que había


conseguido ver todos los añicos de cadáveres conservados en Paris cuando fuimos a las
catacumbas. Me anoté para pinturas de culos elegantes y hojas de higo de mármol, no
Página

más cadáveres. Este lugar esta probablemente embrujado como el infierno.


Cohen suavemente me lleva lejos a mirar algunas pinturas.
No sé mucho sobre arte. Realmente, no sé nada sobre arte. El máximo
conocimiento de arte que he recibido fue en la Fundación de Arte en mi primer año de
secundaria, donde torcimos alambre para limpiar cañerías dándoles forma de pretzel y
Sam Miller untó pegamento en todos sus lados, esperó hasta que se secó, entonces los
partió y se los comió. Esto es arte de verdad. Esto es…
―Aburrido. ―Anuncio.
Cohen se gira para mirarme.
―¿Qué?
―Esta sección de pintura es aburrida como el infierno. Todas son pinturas del
mismo chico.
―Jesucristo. ―dice él.
―No necesitas ponerte brusco. Estas practicando ser agradable, ¿recuerdas?
―No, ese es el “chico”. Jesucristo.
―Ah. Correcto. Obvio. Yo sabía eso. De todos modos, mi punto es, ¿Por qué
necesitamos todos esos malditos cuadros de él? Uno habría sido suficiente.
―Bien, durante el Renacimiento…
―Oh Dios, no empieces con todas esas cosas históricas. Esto hace que mi
cerebro se derrita. Lo que estoy diciendo es, nada de este material es original. En todo
es el mismo tipo con el extraño queso amarillo detrás de su cabeza…
―Halo.
―Halo, sí. Y el giro de la trama es que a veces él es un bebe con un pequeño
halo de queso amarillo y su madre mira con ojos desorbitados hacia el con su cuello
curveado en esa forma tan extraña. No me gusta esto.
Cohen abre su boca, mira hacia arriba y otra vez a las pinturas, y la cierra.
―¿Sabes qué? ―Dijo―. A mí tampoco.
―¿No te gustan?
―No. No me importa su significado histórico. Todas estas pinturas tienen el
mismo aspecto.
―Al fin, estás diciendo algo sensato. ―Palmeo su espalda―. Vamos a ver la
Mona Lisa.
La Mona Lisa está montada en una pared especial en medio de la gran sala.
Es sorprendentemente pequeña. Yo siempre la imaginaba como gigante, alguna
enorme monstruosidad de doce pies sonriendo sobrecogedoramente hacia debajo de la
pared, pero la pintura no pasa de los tres pies. Nos abrimos camino al frente de la
muchedumbre para conseguir un buen vistazo de ella. Definitivamente la Mona Lisa
145

no es aburrida. Al principio casi me siento mal por ella, atrapada en medio de esta
gran multitud con toda esta gente mirando y tomándose selfies, con ella en el fondo,
Página

pero a ella parece no preocuparle. Su sonrisita parece decir que está por encima de
todo, y que ella está concentrada en sus propias cosas y que le gusta el hecho de que
ninguno de nosotros sabe cuáles son esas cosas.
Me estremezco y retrocedo.
―¿Qué pasa? ―Dice Cohen
―Nada. ―Sacudo mi cabeza―. Solo me da la impresión que… que me está
sonriendo a mí.
―No me digas que terminaste siendo espantada por la Mona Lisa, porque…
―¡No lo estoy! Es solo que…
Una mujer sonriéndole a otra, como si dijera, ¡Eh! Yo sé lo que es tu vida. Soy
una chica y he estado allí. Me pregunto si todos los hombres que están de pie a mi
alrededor incluso saben que es lo que está pasando.
Su manera de sonreír me recuerda a la de Annabelle aunque en realidad, ella
definitivamente no sabe cómo ha sido mi vida.
―¿Quieres una foto? ―Cohen me ofrece su teléfono―. Por ti estoy incluso
dispuesto a ser una de esas personas increíblemente desagradables que toman fotos de
ellos mismos frente a una pieza de arte, como si fueran la única cosa interesante de
mirar.
Levanto una mano.
―Uno, lo que acabas de decir fue una cosa súper molesta. No me importa que
tan asombrosa una pieza de arte es, un ser humano siempre es más importante. Dos…
Le echo un vistazo a la Mona Lisa.
―Dos, diablos, sí quiero una selfie con ella.
Agarro el teléfono de Cohen y lo sostengo, orientándolo por lo que parece que
estoy parada muy cerca de ella. Mona y yo, las mejores para siempre. Incluso capto
una pieza firmada antes de tomar la foto. Entonces envuelvo un brazo alrededor de la
cintura de Cohen y tomo una foto de nosotros dos, la cámara de espalda al pasillo.
―No capturaste a la Mona Lisa en la imagen ―me indica él.
―No la quise a ella en esto. Solamente quise una foto de nosotros dos. Y tú
no sonreías, entonces tenemos que tomarla otra vez.
Le pincho hasta que sonríe, y entonces tomo la foto.
Nos paseamos un rato más hasta que nos perdemos y terminamos de regreso
con las esculturas. Estoy admirando las tetas de una muestra de alabastro en particular
cuando alguien se oculta detrás de una de las estatuas en la distancia. Alguien familiar.
Parece… No. No puede ser.
Miro detrás de mí. Cohen esta absorto en la lectura de uno de los carteles en
la pared. Aprovecho la oportunidad para lanzarme hacia adelante y alrededor de la
146

estatua. Mi mano se cierra alrededor de una manga. La manga de Annabelle.


Ella se gira y algo de color se drena de su rostro.
Página
―Oh, no me imaginé verte aquí, Georgette… supongo sin embargo, que no
puedo llamarte así nunca más. ¿Cómo dijo él que te llamabas? ¿Retta?
―Rea, ―le digo―. Annabelle, no puedes esperar que nos encontremos la una
con la otra aquí por casualidad. Cosas como esas no pasan en la vida real.
―Supongo que no. ―Ella suspira y mira sus pies―. Fui a tu apartamento esta
mañana, justo a tiempo para ver que te marchabas. Yo… Puede haberle pedido a mi
chofer que te siguiera. Aunque nunca me quejo sobre tener que hacer una visita al
museo.
Dejo caer su manga. Esperaba que estuviera furiosa, indignada, seria.
―Er… Okay. ¿Por qué fuiste a mi apartamento?
―¡Quería hablar contigo, obviamente! ―Da un paso al frente. Espero,
preparándome a mí misma para los gritos inevitables, pero lo que destella en sus ojos
no es rabia. Es… ¿Admiración?
―No puedo creer que tú lo hayas conseguido ―dice ella, sacudiendo su
cabeza―. Estoy terriblemente impresionada. Y terriblemente interesada. Todos mis
amigos son tan aburridos, ¿sabes? Mi vida entera ha sido aburrida. Tú eres la cosa más
apasionante que alguna vez me ha pasado.
Comienzo a hablar, atragantándome con mi propia saliva y tosiendo por un
minuto.
―¿Lo soy?
―¡Sí! Tú no tienes idea de lo que significas. He estado encerrada en esta
pequeña burbuja toda mi vida. Es como si siempre he conocido una sola persona
remilgada con un cierto conjunto de ideas, dividida en multitudes. Quiero saber todo
sobre ti, Rae. ¿Cómo entraste en esta línea de trabajo? ¿De qué se trata? ¡Debe ser tan
glamuroso! ¿Vuelas alrededor del mundo, proporcionando farsas a los amigos de ricos
hombres de negocios? ¿Cuánto cobras? Imagino que debe ser bastante. Oh, estoy tan
celosa, la de aventuras que debes haber tenido…
Pongo un dedo en sus labios. Eso le cerró el pico. Como mínimo su voz estaba
empezando a hacer eco en la gran cámara de mármol, y yo preferiría tener esta
conversación sin ninguna participación de Cohen.
―Annabelle, yo no he tenido una vida bonita como tú, ¿Vale? Tú no estás…
No estás imaginando esto de la manera correcta. Esto no ha sido una aventura. Esto
ha sido horrible, estoy dejando todo atrás. Este es mi último trabajo.
―Tu último… ―su voz se va apagando―. ¿Pero qué vas a hacer después de
esto?
―No estoy segura aun. ―Sonrío―. Siempre he querido ser maestra. Me
gustan los niños. He pensado en regresar a la escuela, obtener mi certificado. Desde
luego, tendré que terminar la secundaria primero. Veremos…
147

―Oh, ―dice ella insegura―. ¿Entonces deberás dejar Paris muy pronto?
―Unos pocos días. ―Quiero decirlo con facilidad, pero se siente como si un
Página

trozo de vidrio se atravesara en mi garganta.


Ella frunce el ceño, y mira sobre mi hombro. Detrás de nosotras, Cohen ha
terminado de leer y ha comenzado a mirar alrededor buscándome. Me giro hacia él,
pero Annabelle agarra mi hombro y me arrastra detrás de una inmensa estatua de un
hombre montando un caballo, sobre lo que parece ser un león muerto.
―Pero seguramente no te marcharas. ―sisea ella―. No con Cohen
enamorado de ti.
Me enderezo y golpeo mi cabeza con uno de los cascos del caballo. Gracias a
los dioses de los hombres uniformados que el guardia de seguridad del museo no está
alrededor para ver esto.
―Él… ¿Qué? Él no… Esto es de locos. ¿De qué estás hablando?
Sacude su cabello.
―No juegues al tonto conmigo. Ya sé que eres inteligente, al menos lo
suficientemente inteligente como para lograr ese plan tuyo. Así que no tiene sentido
que finjas. Jamás he conocido a un ser humano que cambie tanto en un mes. Cuando
traté de alejarte de él, al menos yo podía justificarme a mí misma pensando que
realmente él era un idiota. Pero no lo es ahora, no del todo. Lo que hizo en esa fiesta
fue ridículamente valiente y honorable. Tú lo has cambiado.
―Yo…
―La gente solo cambia por la gente ama. ―Sonríe tristemente―. Créeme. Yo
pensé que Claude cambiaría por mí, pero nunca lo hizo. Estoy dejándolo, por cierto.
―¿De verdad?
―Sí. Alrededor de él, me he convertido en una persona que no me gusta en
absoluto. ―Se estremece―. Pero no conseguirás distraerme con eso. Mi punto es que
ustedes dos se cuidan el uno al otro, obviamente, y tú no puedes viajar ahora, no
cuando tienes un cuento fantástico de “Como-conocí-a-tu-padre” para decir a tus hijos
algún día.
―¿Hijos? ―Chilló.
―No deseches esto, maldita idiota. Estoy muy emocionada por ver para
donde va esto. ―Apunta hacia mí―. Todos en mi círculo de amigos están
emocionados. Hay un alboroto sobre algo interesante por primera vez en años. Es
maravilloso.
―Annabelle. ―Me las arreglo para decir―. Tú estás completamente
equivocada. Cohen y yo no… No nos amamos. Él es mi cliente. Nosotros estamos
haciendo negocios. Eso es todo.
―Sí, negocios. Eso explica por qué te quedaste aquí aun cuando fuiste
contratada como Cohen dijo, para persuadir al viejo LeCrue para vender su empresa y
eso fue un fracaso. Y por qué Cohen y tú están vagabundeando por el Louvre sin otro
motivo aparente que no sea divertirse.
148

―No, eso es… son esas lecciones de amabilidad que hemos estado
practicando, donde vamos a todos los lugares turísticos llenos de gente, que
Página

normalmente lo volverían loco y él tiene que ser amable con cada persona que ve...
Pero me detengo. Apenas he mencionado las lecciones de amabilidad hoy, y
en verdad, no estaba pensando en ellas en absoluto cuando propuse venir al Louvre.
Lo que realmente quería era pasar un poco de tiempo con Cohen. Y, aunque casi no lo
había notado, él ha sido agradable con todo el mundo hoy. Le agradeció a la señorita
de la boletería cuando compro nuestras entradas, ayudo a una mujer a encontrar el
estuche de sus lentes cuando por accidente se cayó de su bolso, e incluso me empujo a
un lado para que un hombre viejo muy pequeño pudiera conseguir una mejor vista de
las pinturas que estábamos mirando.
Supongo que he hecho mi trabajo, después de todo.
Lo único que necesitaba era una persona que le dijera como ser amable con
otros. Cosa que obviamente su padre, obsesionado con la avaricia y el éxito, nunca
hizo.
―Debería salir corriendo ―dice Annabelle, enderezándose―. Sería un poco
incómodo si él me ve aquí, ¿no crees? De todos modos, esto era lo que quería decirte.
Y quería darte esto.
Es un número de teléfono en un trozo de papel. Lo presiona en mi mano.
―Es mi línea personal, llámame en cualquier momento, ¿bien, querida? Si
decides dejar Paris, me gustaría mantenerme en contacto contigo y oír todo sobre tus
emocionantes hazañas.
Las emocionantes hazañas al hacer muchas tareas y trabajar de nueve-a-cinco
en Burger King, probablemente. Pero no puedo decirle eso.
―Bien. Gracias, Annabelle.
―Au revoir, querida. ―dice ella antes de volverse por el pasillo más cercano,
el que conduce a las pinturas del Renacimiento.
Meto el papel en mi bolsillo y me paro. Cohen me descubre inmediatamente.
―Allí estás. Me preocupaba que me hubieses abandonado. ―Él sonríe.
Suspiro profundamente. Annabelle es una idiota. El amor no entra en esto.
―Lo siento, me desmaye del hambre un ratito. Volemos a esa heladería y
compremos algo de comer ¿sí?
Dejamos el museo y paramos en una linda cafetería en el área. Él ordena un
filete tártaro y yo muerdo los pastelillos.
―Voy a extrañar los pastelillos. Desde luego que esa es la cosa principal.
―digo con la boca llena de migajas.
―¿De verdad? ¿Qué más extrañaras? ―Pregunta, tan agradable como puede
ser.
Le sigo el juego.
149

―El queso. Y el vino. Nunca he disfrutado vinos tan baratos y que sean tan
buenos. En casa, era más que nada PBR14.
Página

14
PBR: Una marca de cerveza.
―¿Qué es eso?
―Olvídalo.
Él asiente.
―Queso y vino, ¿Algo más?
―La comida en general. Los mercados. Los museos. Y eso es todo.
―Oh. ―Vuelve a su almuerzo, pero no puede ocultar su expresión alicaída.
Me pregunto si ha empeorado en ocultar sus emociones, o si yo simplemente estoy
mejorando en ver a través de la máscara.
Empujo su brazo.
―Y un tipo tonto llamado Cohen Ashworth…
―No sabía que habías conocido a alguien que se llama igual que yo. ―dice
con una cara muy seria. Esta vez, en lugar de empujarlo, golpeo su brazo ligeramente.
―Owww.
―Te lo mereces.
―Probablemente ―acepta él.
Limpio algo de crema de mi plato con un dedo y lo lamo, sin perderme la
forma en que Cohen está observándome.
―Entonces, ―digo, como si la pregunta no fuera tan importante―. ¿Cuánto
tiempo piensas permanecer en Paris?
―No estoy seguro. Hay algunas ventajas y desventajas.
―¿Y esas serian?
―Ventajas: Está muy lejos de mi padre. ―Sorbe su café―. Desventajas: Está
lleno de turistas.
―Estas mejorando mucho con lo de los turistas, sin embargo. De hecho, hoy
yo diría que fuiste francamente amable con ellos.
―No puedo decepcionar a mi maestra de “Amabilidad” ―comenta―. En
todo caso, realmente vine aquí en primer lugar para intentar convencer a LeCrue de
venderme su empresa. Ahora que eso ya no está bajo consideración, no hay nada
atándome a este lugar, ¿Entiendes?
Mi corazón salta, aunque hago un trabajo magistral en ocultarlo.
―Mmm, sí, entiendo.
Me mira en silencio durante un minuto.
―¿Quieres que yo deje Paris?
Tengo un ataque de tos y escupo medio bocado de pastel. Las migajas vuelan
150

sobre los adoquines, el futuro postre gourmet de los ratones.


―No dije eso. Definitivamente no he dicho eso en absoluto.
Página
―Tu cara lo hizo. No eres muy buena ocultando tus reacciones conmigo. No
puedo imaginarme como lo haces con lo demás.
Demasiado para mi impresionante comportamiento.
―Mis otros clientes generalmente no se toman el tiempo para conocerme, en
un sentido no-físico.
―Qué pena ―dice―. Ellos probablemente no pueden imaginar lo que se
están perdiendo.
Mi cara arde.
―Tú me haces ruborizar, ¿Sabías eso? Nunca solía ruborizarme. No desde
que tenía diez años. De pronto te conozco y mi cara podría ser un anuncio para una
granja de cerezas.
Sonríe satisfecho.
―Es agradable saber que consigo ese efecto en ti.
Ese idiota petulante. No puedo creer que la gente normalmente se sienta
intimidada por él. Se ve malditamente lindo allí sentado detrás de su plato vacío, con
el cuello de su abrigo levantado contra el frio, que yo dejo la prudencia de lado.
―Tal vez yo deseo que te vayas de Paris. ¿Entonces qué?
―¿Dónde crees que pudiera ir si dejo Paris? ―Pregunta cuidadosamente.
―Estaba asumiendo que a los Estados Unidos. A no ser que tengas una
ciudadanía en otra parte y yo no sea consciente de ello.
Su rostro se vuelve repentinamente serio. No me gusta eso. Estaba haciendo
un buen trabajo manteniendo mi tono despreocupado.
―Rae ―dice el, inclinándose hacia adelante―. ¿Qué proyectos tienes para tu
nueva vida?
―Oh, no lo sé ―digo ruborizándome otra vez. En serio, esta mierda tiene que
parar―. Yo estaba pensando obtener mi diploma de secundaria. Entonces… podría
tratar de ser maestra. Una maestra de primaria, tal vez. Siempre he pensado que sería
lindo hacer cosas interesantes en el aula. Me gustaría vivir en un lugar donde caiga
nieve en el invierno. Nueva Inglaterra. No una ciudad, quiero un pueblo pequeño. Una
casita pequeña, donde tenga que desenterrar el camino de la entrada durante la
navidad. Y un perro. Un perro realmente tonto al que haya recogido de un refugio, un
perro callejero. Ninguna de esas tonterías pura sangre.
Asiente.
―Pienso que te adaptaras muy bien a esa vida.
―Eso quisiera, en realidad. Yo me vería sensacional en uno de esos gigantes
suéteres de talla grande.
151

Él sonríe ligeramente triste.


―Sé que encontraras una persona fantástica que comparta esa vida contigo.
Página
Frunzo el ceño. Los músculos de mi frente lo hacen por cuenta propia. Las
palabras de Annabelle se repiten en mi mente insistentemente.
―Bien, ese es el asunto, ―digo, tartamudeando un poco―. Estaba pensando,
tal vez, tú sabes. Si terminas yendo a Estados Unidos, no estoy diciendo que tengas
que refugiarte conmigo en Nueva Inglaterra en seguida, o incluso nunca, eso sería
tonto. Pero tal vez… tal vez nosotros podríamos salir juntos.
Su melancólica sonrisa desaparece. Aparentemente está luchando por
mantener el control de su rostro. Algo retorcido y desesperado destella en sus ojos, solo
para ser derribado.
―Rae. Créeme que nada me gustaría más que verte después de que esta
semana haya terminado. Verte cada día.
No tengo por qué dudar de él. Hay un tirón en su voz que habla de honestidad
absoluta. Por un segundo la idea de nosotros destella a través de mi mente… los dos
tumbados en el sofá viendo películas tontas, cocinando la cena juntos. Annabelle tenía
razón. Esta sería una gran historia para contar a nuestros hijos, aunque probablemente
omitiría la parte inicial de mi carrera.
―He pensado en ello, ―dice Cohen―. He pensado en ello con fuerza, y he
tratado de idear una forma para hacerlo funcionar. Un escenario en el que no termino
lastimándote. Decepcionándote. Pero todos terminan igual. Y ninguno de ellos
termina contigo siendo feliz. Y eso es lo que quiero para ti, más que cualquier cosa. En
todo el mundo.
―Eso es un poco arrogante de tu parte, ¿no crees? ―Le digo, y odio que tan
cerradas mis palabras suenan―. Actúas como si conocieras el futuro.
―Desconozco el futuro, pero me conozco a mí mismo. ―Inhala―. Gracias a
ti, he aprendido a actuar de forma diferente alrededor de otros. He aprendido que
simplemente porque yo no merezca un poco de bondad, no significa que las otras
personas no la merecen. Pero no se puede cambiar la esencia de quien uno es, Rae.
Hay una oscuridad en mí. Y sé que si paso demasiado tiempo contigo, esta se
extendería hasta ti, como una enfermedad. Te contaminaría. No puedo permitirlo.
Quiero gritarle. Quiero acusarme de estupidez extrema. Pero una diminuta
voz en mi oído no deja de susurrar. ¿Qué derecho tienes, Rae, de esencialmente exigir que él
intente una relación contigo? Ustedes son de mundos diferentes. ¿Y si todo esto es simplemente su
intento de dejarte amablemente, para esquivar lo único que sabes que los mantiene separados?
Me levanto.
―No necesitas mentir, Cohen. ¿No te dije que soy buena en darme cuenta
cuando otras personas están mintiendo?
―No lo estoy haciendo.
Sonrío amargamente.
152

―He sido tan estúpida. Una niñita tan estúpida. Lo siento.


―Rae ―dice el, su enojo creciendo―. Tú no eres estúpida. No quiero oír que
Página

te llames así nunca más.


―Pero lo soy. Si fuera inteligente no me hubiera permitido albergar
esperanzas… ―Soy cortada por mi propio sollozo estrangulado. Es el ruido más
patético que alguna vez he hecho.
―No. ―dice él, levantándose―. No estés triste, no…
Retrocedo, ambas manos sostenidas en alto.
―Voy a… solo quiero dar un paseo, ¿Bien? Sola. Un ratito. Lo necesito.
Tengo que pensar. Lo siento.
Doy la vuelta y me voy y lo único que hago bien es no correr. Camino hasta
que mis pies están adoloridos y mi nariz completamente congelada. Camino hasta que
la hora de la cena ha pasado y sé que tengo que volver al apartamento y afrontar todas
las cosas estúpidas que dije.
¿Qué pasa si solo desaparezco ahora?
Encontrar algún lugar para permanecer oculta hasta que mi avión se vaya en
unos días. Un hotel barato. Comprar vino barato y refugiarme y no volver a hablar con
Cohen nunca más.
Dios, puedo llegar a ser una imbécil total.
En cambio, le texteo a la única persona que ha sido capaz de ayudarme hasta
el momento.
RG: La cague otra vez.
RG: ¿Qué? ¿Nada?
RG: ¿Ni siquiera un “por supuesto que lo hiciste”?
Sam: Lo…siento.
Sam: ¿Qué paso?
RG: Tú tenías razón, es todo.
RG: Espere cosas que yo no tenía derecho de esperar, cosas que yo creí que
era lo bastante lista para esperar. Pero me temo que no lo era.
RG: Pensé que había aprendido algo mejor que esto. Pero supongo que no
lo hice.
RG: Todo es culpa de la estúpida de Annabelle
RG: Diciendo esas cosas
RG: Cuando en realidad no es ninguna sorpresa.
Sam: ¿De qué hablas?
RG: Lo sé todo ¿sabes?
RG: Quizás soy inteligente después de todo
153

RG: Lo nuestro jamás funcionaria. Él tiene razón.


RG: Pero no es por su causa. Eso es algo que todos los chicos dicen cuando
Página

no quieren herir tus sentimientos, o eso me han dicho.


RG: Puntos para él por ser el primer chico que honestamente trata de no
herir mis sentimientos.
RG: Bueno. Esa es la cuestión.
RG: Él no quiere estar conmigo por la misma razón que nadie nunca querrá.
Sam: ¿Qué razón es esa?
RG: Porque
RG: Estoy
RG: Contaminada. Sucia. Impura.
RG: Por lo que he hecho en mi trabajo.
RG: Soy el tipo de chica que ningún hombre normal alguna vez querrá,
especialmente un tipo rico y cultivado como él.
RG: El único tipo que siempre me querrá es el mismo tipo de chicos de
quien ya he tenido más que suficiente.
Sam: …
Sam: ¿Eso es lo que realmente piensas? ¿Qué él no te quiere porque estas “sucia”?
RG: Prácticamente lo resume.
Sam: Rae.
Sam: No puedo seguir haciendo esto.
RG: Mierda, lo siento. Algunas veces olvido que tú eres una persona real
que probablemente no quiere ser molestada con todos mis problemas de mierda.
RG: Espera…
RG: ¿Cuándo te dije mi nombre?
Sam: Lo siento, he estado mintiéndote.
RG: Espera…
Sam: Soy yo, Rae. Soy Cohen.
Sam: He sido yo siempre.
Sam: El número que mi padre te dio fue el número de mi celular privado. Generalmente
no lo uso.
Sam: Sam es mi segundo nombre, Samuel.
Sam: No me di cuenta de quien eras cuando me escribiste al principio, lo prometo.
Sam: Pero finalmente me di cuenta.
Sam: Y entonces no te dije… porque…
Sam: Tú estabas contándome tus confidencias. Sobre mí.
154

Sam: Quiero decir que eso me ayudo a entenderte, y a mí mismo.


Página

Sam: Pero sería algo cínico de mi parte.


Sam: La verdad es que esto ha sido voyerista y fraudulento, y lo siento tanto, tanto.
Sam: Debería haberte dicho hace mucho tiempo
Sam: Pero al mismo tiempo…
Sam: Yo sabía que tú no tenías a nadie más aquí en quien pudieras desahogarte.
Sam: Quería que tuvieras a alguien a quien abrirte. Alguien quien pudiera tomar tus
quejas validas sobre mí.
Sam: Nunca espere que tú pidieras consejo en mi favor. Para tratar de ayudarme.
Sam: Estaba fascinado. No pude convencerme para decirte la verdad.
Sam: Perdóname. Estoy enterrándote en mensajes. Estoy batallando para encontrar las
palabras.
Sam: Entiendo si me odias ahora.
Sam: ¿Rae?
RG: ¿Has sido tú todo este tiempo?
Sam: Sí
RG: Entonces… al principio, cuando me queje del tipo gruñón que conocí…
Yo estaba quejándome de ti… ¿Contigo?
Sam: Si, pero como he dicho, todas quejas válidas.
RG: Mierda, de todos modos esto es bastante incómodo. Lo siento.
Sam: … ¿Tu estas disculpándote conmigo?
Sam: Deberías estar cabreada.
RG: Sé que debería estarlo
RG: Pero la cosa es…
RG: ¡Me gustó muchísimo Sam! Y me entristecía pensar que dejaría Paris
sin llegar a conocerlo.
RG: Así que en cierto modo, ¡Soy Feliz! Porque resulta que realmente ya lo
conozco. Ja jajá.
Sam: Es verdad, supongo.
Sam: Como sea, Rae.
Sam: Lo que dijiste acerca de que yo no quiero estar contigo a causa de esas razones…
Sam: No soy bueno con las palabras. No soy una de esas personas que pueden
utilizarlas como herramientas para abrir sus corazones y alimentan a otras personas con ellas, de
una manera que tenga sentido.
Sam: Siempre he tenido problemas asumiendo lo que tengo que sacar fuera de mí.
155

Sam: Así que espero que aceptes cuando te digo, sin reservas, que no hay nada más
alejado de le verdad, que lo que tu dijiste.
Página

Sam: Todos hemos cometido errores, Rae. Todos estamos un poco sucios.
Sam: Pero no de la manera que tú crees. Tú estabas haciendo lo que tenías que hacer.
Sam: Quienes realmente están contaminados, son aquellos que han sido crueles, que han
sido fríos, quienes han herido gente.
Sam: Soy el contaminado, Rae. No tú.
Sam: Tú eres pura.
Sam: Y la razón por la que pienso que no podría estar contigo es porque me aterra
arruinar esa pureza.
Sam: Es lo que hemos hecho con nuestros cerebros y corazones lo que importa, Rae. No
lo que hemos hecho con nuestros cuerpos.
Sam: Esta oscureciendo. ¿Regresaras a casa?
Sam: Dime donde estas. Enviare a Geoff a recogerte.

Le mando un mensaje con mi ubicación. Es difícil porque mis dedos están


mojados con las lágrimas.
Pura. Esa palabra tiene un toque tan hermoso.
Pura, pura, pura.
Tengo que recordar el sonido de esa palabra. Tengo que recordar a que se
refería cuando él dijo que es lo que yo era.
Me da la impresión de que es importante.
Geoff me deja en la acera. Cuando camino dentro del vestíbulo, Renard baja
su periódico lo suficiente para hacerme un guiño. Teniendo en cuenta su recepción
hace tres semanas, esto es prácticamente un abrazo y un beso.
En el elevador, oprimo el botón para cada piso, así tengo tiempo para pensar.
Y por pensar, quiero decir tiempo para morder mi labio hasta triturarlo. Finalmente,
los elevadores golpean el último piso y puedo ya sea volver al primer piso y hacerle
frente a la confusión de Renard o aguantarme y salir. Y eso hago.
Cohen esta al teléfono cuando abro la puerta.
Sus ojos se ensanchan de alivio y alegría. Me invita a entrar. Cierro la puerta
suavemente tras de mí, tratando de no hacer mucho ruido, porque puedo reconocer la
voz del otro lado, gritando tan ruidosamente que puedo oírlo a pesar de que él no está
usando el altavoz. El padre de Cohen.
―Has escuchado correctamente, ―dice Cohen tranquilamente, señalando el
teléfono y articulando una disculpa hacia mí―. LeCrue ofreció venderme su empresa
y lo rechacé.
Más gritos sordos. Cohen entra a la cocina y trae una taza de té,
entregándomela a mí. Él debe haberlo preparado con anticipación.
156

―Porque ya he tenido suficientes mentiras ―dice él―. No, tú escúchame.


¿Crees que este es el tipo de cosas que mamá hubiese querido?
Página

Silencio al otro lado. Cohen aclara su garganta


―Voy a hacer lo que crea más conveniente de ahora en adelante. Tu apoyo no
es necesario. Puedes tratar de enviarme de nuevo a rehabilitación si quieres, pero
requerirán un control de drogas para eso, y pienso que lo que encontraras, resultara
limpio. No, me tiene sin cuidado si te niegas a pagarle a Rae. Tengo más que suficiente
en mis cuentas para pagarle yo mismo.
Él sonríe tranquilizadoramente. Decido no decir nada.
―Eso es todo lo que tengo que decirte. ―dice, y cuelga el teléfono.
Por un minuto el silencio cuelga en el aire. Doblo mi mano alrededor de la
taza y bebo.
―Dejaste la bolsita de té mucho tiempo ―digo.
―Todo el mundo es crítico. ―Él se sienta detrás de mí, en el sofá.
―Te creo.
Bajo la mirada, dentro del remolino de agua negra.
―¿De que todo el mundo es crítico?
―No, idiota. Sobre… Lo que dijiste cuando me texteaste. ―Inhalo
profundamente―. Es difícil y mi instinto es no creerte. Pero lo voy a intentar. Porque
si tú puedes cambiar, yo puedo cambiar las cosas que están mal conmigo, también. Y
voy a empezar creyéndote.
―Me alegro. ―dice suavemente. Mis dos manos están en la taza, y las cubre
con las suyas, de modo que una deliciosa sensación de calor comienza en mis dedos y
recorre todo mi cuerpo.
Intento sonreír.
―Tenemos una semana ¿cierto? Tenemos una semana entera, solo tú y yo.
Eso es lo que importa.
―Entonces voy a hacer que esta sea la mejor semana de tu vida.
Se inclina hacia adelante y me besa.
***
Esta es la mejor semana de mi vida.
Paseamos en los alrededores en el parque del Campo de Marte, comprando
helado aunque afuera esta frio, y nos calentamos las manos mutuamente después.
Hacemos un viaje al aire libre en el bote Bateau Mouche por la ribera del río Sena, y
Cohen solo corrige al guía turístico dos veces. Andamos a lo largo del Paseo Plantado
y nos sentamos debajo de un árbol de cerezo que ha florecido anormalmente
temprano, como para asegurarse de que yo consiga verlo antes de irme. Subimos a la
cima del Notre Dame e imitamos las expresiones de las gárgolas. Exploramos los
jardines de Luxemburgo, Versalles, el Museo del Quai d’Orsay.
157

Pasamos horas y horas en la cama, doblados juntos como bastones de origami.


Nos besamos hasta que mis labios están doloridos e hinchados y entonces nos besamos
Página

más. Cocinamos el uno para el otro, nos damos masajes el uno al otro, nos damos
mutuamente todo.
Esta es la clase de semana que pensé que una chica como yo jamás tendría. La
clase de dicha que nunca supe que tendría el derecho de experimentar. Pero lo tomo
descaradamente, sin culpas o reservas. Esta es mi felicidad. Y yo merezco esto.
Al cabo de todo, él me lleva al aeropuerto.
Estoy retrasada. Nos tomamos una hora de más en la ducha juntos y ahora
estamos pagando por ello. Perderé el avión.
Quiero perder el avión.
Estoy parada en la escalera mecánica que conduce hasta el lugar donde solo la
gente que ha sido examinada por el personal de Seguridad puede ir. Esto bien podría
ser como un mundo diferente. El más allá. El guardia de seguridad al otro lado de la
escalera nos mira por el rabillo de su ojo.
―Estás seguro… ―Comienzo, queriendo terminar la frase, pero no puedo.
Su mano acuna mi mejilla. Sus palabras son lentas y decididas.
―Tú me has hecho andar en la senda que conduce a ser una mejor persona,
Rae. Pero tengo que ir el resto del camino por mi cuenta. Lo necesito. Y cuando pueda
confiar más en mí mismo, cuando sepa que soy la clase de hombre que tú mereces, te
buscare. Te lo prometo.
―O podrías olvidar todas esas cursilerías y solo venir ahora ―digo, tratando
de mantener mi tono ligero, pero es vacilante.
Él se inclina hacia adelante y apoya su frente contra la mía. Cierro mis ojos.
Cuando me besa una caliente exquisitez recorre mi cuerpo entero, como chocolate
derretido vertido dentro de una taza.
―Vamos ―dice en mi boca―. Antes de que pierda mi fuerza de voluntad.
Doy dos pasos. Lagrimas corriendo por mi cara.
El guardia de seguridad me detiene.
―Un beso más, para el chico ―insiste él.
Me giro y me arrojo a los brazos de Cohen. Nos besamos por lo que parece
una eternidad. Universos nacen y mueren durante ese beso.
Finalmente me veo forzada a separarme.
―Uno más… ―el guardia de seguridad comienza otra vez, pero yo sonrío y
lloró: ― ¡No puedo! ¡Perderé mi avión!
Y entonces estoy sobre la escalera mecánica, y esta me lleva arriba, arriba,
muy lejos.
Puedo verlo. Sus ojos están húmedos. Y estoy afectada por como de repentino
esto se siente. Como de abrupto. Era como si… esto estaba solamente comenzando,
nuestra historia. Tengo que rezar para que quisiera decirlo cuando dijo que lo nuestro
158

no había terminado todavía.


Sostengo mi mano arriba y lo saludo débilmente. Él me devuelve el saludo.
Página

Entonces la escalera sube un piso y no puedo verlo más…


Un año después
—¡Un latte de avellana con leche! —canto, empujando la bebida especificada
en el mostrador.
Roger lo toma, pero no se va. No hay nadie en la fila detrás de él. Es un nerd
lindo, con sus enormes gafas hipster y su suave cabello castaño, pero habitualmente
tímido. Siempre tengo tiempo para hacer su bebida por adelantado porque vacila frente
a la puerta antes de reunir el valor suficiente para entrar, sin saber que podemos verlo.
—Gracias, Rae —tartamudea—. Er-¿Terminaste la tarea para el profesor Li?
—Todavía no. —Sonrío—. Sin embargo, estoy casi terminado con la lectura.
Voy a terminarla cuando salga. ¡Lo cual es muy pronto, en realidad! Media hora.
—¡Qué casualidad! También salgo a esa hora. —Tira el cuello de su chaqueta,
como si no pudiera obtener suficiente aire. La nieve fresca todavía se derrite sobre sus
hombros.
Inclino mi cabeza hacia un lado.
—Pero tú no estás en el trabajo.
—Eso es…eso no es lo que quise decir.
—Entonces, ¿qué es exactamente lo que quieres decir al decir que sales en
media hora?
Detrás de mí, Tabitha, mi pequeña compañera de trabajo, se ríe como un loco.
Finalmente Roger se da cuenta de lo que quiero decir. Se vuelve rojo brillante.
—Lo siento, no de ese modo, yo era sólo…oh no sé…me preguntaba si tal
vez…es posible que desees pasar el rato. Cuando tú salgas. Y yo salga...de... terminar
mi café. No salir como en… salir. Contigo. Una salida completamente platónica.
—Roger, ya te dije que tengo que hacer mi tarea después del trabajo.
Sus hombros se desploman.
—Oh. Correcto. Deberes. Por supuesto. Duh.
—Estoy libre a las siete —grita Tabitha detrás de mí.
Sus hombros se animan de nuevo.
—Y, ¿tú eres?
Los dejo, ocupándome con la organización de los paquetes de té. No es que
159

Roger sea un mal tipo. Él me dejó copiarme sus notas una vez que yo estaba enferma y
no podía llegar a clase. Y es bastante dulce, también.
Página

Él sólo no es...
Detengo ese pensamiento en sus caminos. Ha pasado un año, Rae. Si él iba a
venir, habría llegado a estas alturas.
Tengo que decirme esto al menos una vez al día. La esperanza es una cosa
divertida. Cuando estás distraído, cuando tu cabeza se voltea, se cuela de nuevo,
incluso si estás seguro de que lo has desterrado. Nada puede mantenerlo fuera por
mucho tiempo.
Finalmente Roger se va, con el número de Tabitha escrito en la parte inferior
de su taza vacía. Tabitha me empuja el codo para llamar mi atención.
—¿Puedo preguntarte algo, Rae? —Su voz es tan minúscula como ella, pero
he visto a la chica guardar cuatro pasteles en una fila sin pestañear.
—No hay problema.
—Ese es el cuarto cliente que he visto que te invita a salir. Lejos del más lindo,
ya sea, pero siempre dices que no. ¿No crees que deberías darle a alguien una
oportunidad, uno de estos días?
Me dirijo a la pileta y enjuago la cafetera.
—Simplemente no estoy buscando una relación en este momento. Eso es todo.
—Haz lo que quieras. —Se encoge de hombros—. Voy a abastecer algunos
filtros de café.
Ella desaparece. Las cosas siempre se calman a esta hora del día. Cuatro y
media. Demasiado temprano para la cena, demasiado tarde para la cafeína. Con
Tabitha en el cuarto de atrás, es como que soy la única persona en la cafetería. Sólo yo
y la nieve que cae suavemente fuera de la ventana.
Hoy, ha pasado un año desde que me fui.
Otra cosa que me prometí fue que no lo pensaría.
La puerta tintinea. Alguien entra. Seco la cafetera y me doy vuelta, diciendo:
—Ya mismo lo…
Mis palabras mueren en mi garganta.
La nieve se apila en lo alto de sus hombros. Su pelo está un poco más largo
que antes. Su rostro, un poco más suave. Pero es él. Sin lugar a dudas es él.
Entonces él sonríe. Esto rompe su cara entera como la luz del sol que rasga un
muro de hormigón.
—Dios, es tan bueno verte —dice en voz baja.
No puedo decir nada. El shock ha paralizado mi sistema. Es él. Vino. Vino
después de todo.
Su sonrisa se tambalea.
—No llegué demasiado tarde, ¿verdad?
160

Tabitha sale de la habitación de nuevo viéndome saltar sobre el mostrador y


en sus brazos. El exterior de la chaqueta es frío, pero la sensación en mi interior es
Página

cálida, tan cálida. Cohen me abraza de nuevo, duro, desesperadamente, hasta que nos
doblamos el uno al otro y nos sentimos como una persona. Hasta que me siento
completa.
—Pues bien —dice Tabitha, y puedo oírla girando y caminar hacia atrás al
cuarto de atrás.
Su aliento está en mi oído y estoy tan absolutamente, completamente feliz.
—No llegaste tarde —le susurro—. Nunca podrías llegar demasiado tarde.

161
Página
Sobre la autora
L.A. Rose recientemente salió viva de la universidad y con un licenciatura en
Inglés. Habitualmente pasea en la playa y es una adicta al romance ―sin salvación.
También se armó de valor para convertirse en autor indie, Adrian Lessons es su primer
libro, sin contar los que escribió antes de lograr algo publicable. (Ella prefiere que no)

162
Página
¡Visítanos!

163
Página

Das könnte Ihnen auch gefallen