Literatura Centroamericana Cinthia Laínez 15 de junio de 2016
A finales del siglo XIX Centroamérica al igual que el resto de Latinoamérica se
encontraba bajo el auge capitalista, que se había afianzado por gobiernos conservadores que abrían sus mercados en vista de materia prima, esta era vendida y financiada a norteamericanos e ingleses, quienes para obtener beneficios instauraban gobiernos autoritarios provocando dictaduras y guerras civiles. Esto incita además de la problemática social, la inestabilidad económica, aspectos que no favorecen el cultivo de la cultura, ni mucho menos a una literatura que no fuese determinada con fines de ideológicos, estos aspectos no permiten una sincronización con las tendencias europeas, que se mantenían a la vanguardia internacional. Aunque este ambiente de transiciones e inestabilidad según Mario Escobar “no promovían condiciones propicias para la creación del modernismo, ni mucho menos la cantidad de escritores que se gestaron”, produjo en Chile de 1888 la publicación de Azul por el escritor nicaragüense Rubén Darío. La obra produjo estupor en a nivel mundial, gracias a su carácter inclinado a la universalidad. Marca así en Hispanoamérica por primera vez, la exportación un movimiento hacia Europa, rompiendo así la tradición, algunos autores españoles se opusieron de manera contundente ya que deseaban mantener el poderío cultural, además, porque se veían “infestados” por el predominio de lo francés, el cual sirve de modelo a los modernistas. Darío toma como referencia a los simbolistas y parnasianos, en tanto a métrica, el cultivo del lenguaje, la visión sensorial y defiende como principio de oro “el arte por el arte” que era promovido por los parnasianos, el cual suscita un arte fuera de intenciones didácticas, ideológicas o sociales. Esta corriente busca la belleza a través de la poesía, que es inspirada en: lo clásico, lo sensorial, lo simbólico, el exotismo y la sonoridad. Veiravé señala a los modernistas como artistas despreocupados de la realidad cuyo fin es la evasión, razón de su interés hacia un juego con la fantasía y el exotismo. Esta corriente en Centroamérica llega de manera tardía, para 1892 se producía dos tipos de discurso, Engelbrecht cita a rojas sobre dichas tendencias, señala: “Así pues, dos discursos se gestan en la misma época en Centroamérica: el modernista, de carácter principalmente literario y artístico y, por esto, de innovación permanente y centrífugo, y el discurso nacional, de carácter más ideológico, que se localiza por un lado en algunas literaturas…” (p.p.11). Si bien se observa que, aunque el modernismo fue de origen centroamericano, este fue de reacción paulatina, no solamente por la llegada tardía de los textos, los cuales eran principalmente importados de Europa, sino, por dos razones; la primera, el istmo se encuentra bajo la influencia romántica con tintes costumbristas, que se apegan al furor nacional que avasalla la región. La segunda el movimiento carecía de un manifiesto formal, el cual se produce con la publicación de Prosas profanas (1896), en cuyo prólogo el autor “proclama un no manifiesto” donde expone su visión estética y los aspectos formales (métrica, ritmo, inclinaciones clásicas, etc.) sobre su literatura y la que se suscita en América, Darío escribe: “¿Y la cuestión métrica? ¿Y el ritmo? Como cada palabra tiene un alma, hay en cada verso, además de la armonía verbal, una melodía ideal. La música es sólo de la idea, muchas veces”. Los modernistas toman el mito, los clásicos grecolatinos, el exotismo y el uso de un lenguaje ornamental, como bases de su poética, sin embargo, ya existían antecedentes de un germen modernista en la literatura hispanoamericana con Sor Juana Inés, durante la época colonial, quien cultiva un estilo europeo, y en España se habla de precedentes más antiguos encontrados en el siglo de oro con Quevedo y Garcilaso de la Vega quienes pregonaban una literatura preciosista fuera de cualquier fin que no fuese el arte. Los críticos señalan a Darío como “el padre del modernismo” al ser él quien inaugura esta vertiente, no obstante, se encuentran otros autores que lo acompañan en la creación de esta; tal es el caso de los cubanos José Martí y Julián del Casal quienes se proclaman fieles seguidores del autor. Se encuentra también, el poeta salvadoreño Francisco Gavidia ejerció una gran influencia en Rubén Darío ya que fue él quien introdujo al joven poeta en la métrica francesa, de la cual adaptó y renovó el verso alejandrino, Rolando Monterroso (2015) señala esta influencia: “Es este el único franco reconocimiento dirigido a Gavidia, por haberle iniciado en las cadencias del verso alejandrino francés. Rubén reafirma su dicho al declarar que surgió en él entonces “la idea de la renovación métrica que debía ampliar y realizar más tarde”. (p.p.5). Gavidia se asienta dentro de la corriente modernista, pero se inclina hacia una de las direcciones de esta misma, denominada como mundonovista, la cual se orienta por la exaltación del amor y la belleza, enaltece los valores del pasado hispánico en el arte, la problemática social y económica del momento; estos aspectos son claramente apreciables según Funes, en el relato “la loba” (1905) donde enmarca la visión indígena con el recurso mitológico. Las visitas y viajes de Darío en Centroamérica producen un impacto en los literatos de la región, tal es el caso de el Salvadoreño Arturo Ambrogi, según Herrera se destaca por permanecer en las dos corrientes de dicho movimiento, se puede observar su etapa preciosista con Cuentos y Fantasías (1895) en el se aborda las preocupaciones de su vertiente, se utiliza un lenguaje ornamental y cosmopolita; y su etapa mundonovista con los textos Marginales de la vida (1912) y El libro del trópico (1918). En Guatemala se destaca el cronista Enrique Gómez Carrillo, que desde joven dirige “El correo de la tarde” el cual había sido fundado por el autor de Azul, y es donde emprenden amistad. Se trasladó desde muy joven a España y recurrentemente se mudo a París, ciudad que era la “meca” para los modernistas, en ella vivió durante muchos años, aspecto que influenciaría su estilo como escritor, es alabado por figuras como Paul Verlaine debido a su cultivo preciosista del lenguaje, además por su profundo conocimiento del francés, entre su obra se destaca La Rusia actual (1906) y La Grecia Eterna (1907).
Dentro de las letras guatemaltecas también se encuentra a Rafael Martínez Arévalo,
según Funes, se ubica dentro de la corriente posmodernista, su producción literaria se destaca por su lenguaje modernista que se contrasta con una temática antiimperialista debido a la evidente intervención de los “yanquees” en territorio centroamericano en su narración Paz en Orolandia (1925). También se encuentra la visión psicológica desde la perspectiva de un caballo en su texto “El hombre que parecía caballo” (1914), cuya influencia se respira del escritor checoslovaco Franz Kafka. En Costa Rica, tras la llegada de Darío entabla una intima amistad con Rafael Ángel Troyo y Aquileo J. Echeverría. Rafael T. se proclama del corte modernista, es quien busca la renovación de estética literaria costarricense, que se encontraba sumergida entre el romanticismo y el costumbrismo al igual que el resto del istmo; de su obra se destaca Poemas del alma (1906) y Topacios (1907). Aquileo Echeverría se dedicó al periodismo, en sus textos denota según Alboukrek matices regionalistas que se sincretiza con el lenguaje modernista; en su libro Cocherías (1905) se entretejen los paisajes con el folklore costarricense. En Panamá, se encuentra Darío Herrera, quien como muchos autores de la época se dedicó al periodismo, publicó en el año de 1903 Horas lejanas, este texto señala Veiravé se muestra “el modernista puro” por sus ambientes cosmopolitas, el uso del soneto y el desarrollo versátil de una temática parisiense y los temas nacionales. En el caso de Honduras se destacan, Froylán Turcios y Juan Ramón Molina, ambos autores modernistas que se cultivaron en el extranjero y ejercieron como periodistas. Froylán Turcios se mantiene en una etapa romántico-modernista, su temática que evoca la naturaleza, lo sombrío, el color local que se contrasta con su lenguaje preciosista característico de los modernistas, su obra destacada se encuentra El vampiro (1910) y El fantasma blanco (1911). Juan Ramón Molina es uno de los máximos exponentes del movimiento en el país; el año de 1892 viaja a Brasil donde conoce al precursor nicaragüense, quien llegó a alabarle su obra poética, en su texto Tierras, mares y cielos (1913) obra póstuma que fue recopilada por Froylán Turcios, sobre su obra Viraré afirma: “El chele recogido en varias antologías, revelan al escritor de estilo elegante, que se introduce en los temas sórdidos de la realidad. Esa prosa sencilla y transfigurada en rasgos más bien naturalistas, contrasta con sus poesías que refleja las grandes imágenes del más centrado modernismo ruberiano” (pág. 224).
Si bien Rubén Darío marca un antes y un después en literatura centroamericana, con
la publicación de Azul la cual inaugura dicho movimiento. Este inicialmente se centra en una búsqueda de renovación estética que se separe de lo social e ideológico, no obstante, algunos autores confluyen de manera drástica o parcial como se ha señalado anteriormente, como es el caso de Rafael Martínez Arévalo, Francisco Gavidia, Juan Ramón Molina, entre otros. Esta vertiente además de la influencia literaria exporta por primera vez las tendencias a Europa cosa que no sucedía, promoviendo así las letras del istmo e Hispanoamérica a la vanguardia artística.
Bibliografía - (2013). Género modernista en Centroamérica. Extraído de: http://www.alsurdetodo.com/?p=209
- Villegas, R. (2014). El modernismo en Centroamérica. Extraído de: