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Filosofia como sabiduría del amor.

El filósofo como sapiente del amor

Tradicionalmente desde Platón la filosofía es entendida como “amor (filo) a la


sabiduría (sophia)”. Pero, desde la modernidad, esto ha llevado demasiado a
una absolutización de esa sabiduría como conocimiento/razón, más que
como verdadera “sabiduría” (de sapere, “saborear” la vida), cayendo en un
racionalismo que olvida el sentimiento y el amor. Por eso, Raimon Panikkar hace
una reinterpretación de esa clásica comprensión, invirtiendo los términos, para
definir la filosofia como “sabiduría del amor”.
En esta concepción de la filosofía como “sabiduría del amor”, Raimon Panikkar
precisa de qué “amor” se trata: no es simplemente eros, agapé o filia (o sus
equivalentes hindús bhakti o prema); sino la verdadera sophia griega o
la jñana hindú, aunque profundamente empapada de bhakti (amor).
“La filosofía es para mí sabiduría del amor, más que amor a la sabiduría... una
clase especialísima de amor... Es la sophia-jñanacontenida en el amor
primordial… Y la sabiduría emerge cuando el amor del conocimiento y el
conocimiento del amor se unen”. (La filosofía como estilo de vida).
Se trata de un amor que es reflexivo y al mismo tiempo extático/no reflexivo,
en el que entra el espíritu: la filosofía es el arte y la ciencia de la vida, que
emergen cuando el “amor del conocimiento y el conocimiento del amor se unen”
(La filosofía como estilo de vida).
La absolutización y endiosamiento de la razón, desde el racionalismo
cartesiano (“el hombre es una caña pensante”) y hegeliano (“todo lo real es
racional”), es lo que ocasiona la escisión del hombre occidental
contemporáneo, ahogando su vida interior. Es necesario un cambio: hacer entrar
en la filosofía el corazón, el amor, para llegar a una filosofía como sabiduría del
amor.
“La auténtica filosofía no es un pensar algebraico ni un lujo de los especialistas
que intentan llegar a ideas inteligibles, ‘claras y distintas’, sino que trata de las
cuestiones más vitales de la existencia humana, aunque los profesionales las
revistan de expresiones más o menos idiosincrásicas, acaso porque nuestro
lenguaje habitual se ha banalizado” (“Prólogo” a Mónica Cavallé, La sabiduría de
la no-dualidad. Una relexión comparada entre Nisargadatta y Heidegger).
Una conocida figura de la izquierda hegeliana, el filósofo alemán Ludwig
Feuerbach (1804 –1872) –que no cita nunca Panikkar–, propone también como
un nuevo comienzo para la filosofía la incorporación del principio del corazón al
lado del de la razón: “Si la vieja filosofía decía: ‘lo que no es pensado no es’, la
nueva filosofía dice: ‘lo que no es amado ni puede ser amado no es’” (Principios
de la filosofía del futuro).
No es el único caso en esta perspectiva de la filosofía, pero lo señalo
particularmente por lo que ha representado en la “alienación religiosa” que
denuncia el marxismo.
La filosofía contemporánea sabe muy bien que es imprescindible la interacción
entre teoría y praxis. Karl Marx proclamó que no es suficiente que lo filósofos
piensen el mundo; es necesario que lo transformen. Pero para ello no es suficiente
una praxis económica y política; es necesario una filosofía como sabiduría del
amor, o “sabiduría amorosa”: buscar una armonía en la que el amor al
conocimiento y el conocimiento del amor se unan. Y el filósofo debe ser un
“amador”; no sólo un “amante del saber”, sino un “sapiente del amor”, como dice
Panikkar. Por eso, el filósofo debe tener un estilo de vida que busque la armonía
entre conocimiento y amor.
Ciertamente no un amor solipsista, sino que debe estar también unido a una
ética, sobre todo con sensibilidad por los que más sufren, por los últimos.
Para hacer buena filosofía se necesita un “corazón puro”, un espíritu ascético y
una total entrega. El filosofar incluye el aspecto crítico y la lógica, pero los
trasciende para culminar en una experiencia única en comunión con el Espíritu y el
Misterio que todo lo envuelve. Lo contrario de los filósofos mercenarios y
burdamente materialistas.
“El filósofo es amante de la sabiduría porque participa de la sabiduría del amor; y
en cuanto tal es filósofo: no ha escindido el amor del saber ni ha subordinado el
uno al otro. El filósofo no sabe a secas, sino que ama el saber. El filósofo no es
sólo el amante del saber, sino que él mismo es sapiente del amor; esto es, un
saber que, no cesando de amar, sabe (saborea) que el amor no es posesión sino
dádiva, que el amor no termina nunca, ni se queda fijo de una vez para siempre. El
filósofo no encuentra la verdad, sino que la ama, no la descubre sino que la
recubre con su mismo amor…
Pero el filósofo ama también la sabiduría, y con ella se supera la dicotomía entre
amar y saber. Así como no hay epistemología sin ontología, puesto que la
epistêmê lo es del on, así tampoco hay conocimiento sin amor” (R. Panikkar, La
experiencia filosófica de la India).
Sin amor no hay verdadero conocimiento ni comprensión posible: sólo conocemos
realmente a quien y lo que amamos. Sólo el amor abre verdaderamente el
terreno en el que entrar humildemente para comprender. Y, como el amor, la
filosofía no termina nunca; el filosofar, como la actividad amante, nunca acaba, no
es algo estático, sino dinámico, en constante movimiento.
El verdadero filósofo debe empezar una y otra vez cada día; podrá y deberá
aprender de sus mayores, pero deberá enamorarse personalmente de la realidad
que es contantemente nueva y sorprendente.
La unión sagrada (hieros gamos) entre conocimiento, amor y ética es lo que
genera la verdadera filosofía como sabiduría. Por el contrario, la escisión entre los
tres lleva a la esquizofrenia del humano contemporáneo, con su falsa
contraposición entre razón, ciencia y espiritualidad.
Esta filosofía como sabiduría del amor nos ayuda a superar la dicotomía entre
exterior e interior, entre acción y teoría, entre razón y sentimiento; en
definitiva, entre acción y contemplación. Y es el antídoto contra la
superficialidad que todo lo degrada.

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