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No podemos echar campanas al aire, pero si podemos escribir sin temor de ser
tachados de aliados de las “far”, muchos temores asaltan nuestro corazón
sexagenario que ha sentido como propio el dolor de las viudas y huérfanos de
una violencia permanente de más de sesenta y cuatro años. Todavía la metralla
y los cañones del Palacio de Justicia, y de los campos y ciudades de Colombia
no se alejan de los oídos de millones de colombianos, y sabemos de lo que es
capaz el narcotráfico, por mantener su señorío, tanto en los campos de
Colombia, como en las rutas de la droga por todo el mundo.
No se pueden olvidar los falsos positivos, ni las frases de la hija del director
del SENA, en la cresta de la campaña electoral: “Por eso, al verlo mentir y convencer
tan patéticamente en una rueda de prensa, me propuse a mí misma nunca promover que este
tantas cosas no se
país fuera gobernado por gentes tan mezquinas y cínicas cómo él”;
pueden olvidar, como lo recordara Vladdo, y todo aquello que se dijo del
exchucky en tiempos de campaña, pero de las malas pasiones sólo surge la
muerte, y es mejor forjar nuevas ilusiones, sin lanzar sahumerio.