Comentario al Prólogo acerca de lo leve y lo líquido.
Hay un síntoma cultural en el sistema capitalista que desencadena sociológica y
políticamente un ejercicio de análisis sobre la estructura y superestructura de la modernidad en el escenario de lo leve y lo líquido, una producción de vida que desborda las categorías establecidas para tomar lectura del Zeitgeis hegeliano, quedando así un horizonte cargado de flexibilidad en la forma, pero subjetivizado sobre su contenido, entendido éste como la facultad de la psique humana.
Ernesto Laclau, teórico argentino, describía la vaciedad de significados como una
crisis ideológica, una ruptura con aquello que daba significancia a las categorías sociales que permitían una lectura del presente performativo, de ahí que los avatares de la cotidianidad carezcan del plus necesario para realizar lo sólido, es decir, esa carga sustantivizada que permita una configuración procesual del sujeto más allá de las dinámicas del espacio temporal que pulsan la muerte de la identidad.
La gramática cultural de la política moderna sostiene una narrativa en el imaginario
social como producto ideológico de los medios de comunicación que ya no son crípticos, de manera que no necesiten hermeneutas que desentrañen el lenguaje, han abandonado la sofisticación de los estratagemas lingüísticos, de ahí que el poder del adversario sea disoluble en el entramado de la maquinaria hegemónica que impera sobre la sociedad dificultando la confrontación en términos partisanos. La apertura social, el tomar el cielo por asalto perdió su impugnación frontal en la composición del ideario capitalista, quedó subsumido, devorado como en aquel cuadro que pintara Goya sobre Saturno.
No obstante, el ejercicio de descomposición, de la falta de cohesión y desunión por
abajo, sustentada sobre el viejo decreto romano, hoy capitalista: ‘gladiador, no hagas amistad con otro gladiador’, adolece de arrogante, porque aquí como con Galileo, la narración contestaría se mueve.