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Nosotros somos
capaces de hacer una fiesta cuando el vecino tiene en su casa un velorio. Somos
capaces de hacer una parranda cuando la familia del frente tiene la abuela agonizando
de cáncer. Somos capaces de festejar goles cuando las tragedias en diferentes pueblos y
aldeas traen a nuestro suelo ríos de llantos. Somos capaces de bailar con el corazón
roto. De contar chistes a carcajadas con el alma en mil pedazos. Tenemos la
desgraciada capacidad de reírnos de la tragedia o la afrenta ajena.
por esta y otras razones más se nos da la categoría de “pueblo alegre”.
La mayoría de las alegrías colombianas debería darnos vergüenza, porque todas ellas -
la mayoría- ofenden a nuestro Dios.
La Iglesia colombiana tiene que convertirse en propuesta de alegría genuina y
agradable a Dios para nuestro país. Mostrar al mundo la sonrisa escondida de Dios,
digo escondida porque como Iglesia la guardamos en las 4 paredes de las capillas y el
mundo con todo el anhelo de verla, de experimentarla.
El Israel del AT fue el pueblo que Dios escogió de entre todos los pueblos para que
fuese sal y luz al mundo; pero Israel prefirió poner su luz bajo la mesa, dejar que la sal
de su vida se desalinara. Sus fracasos como nación ante el proyecto divino les condujo
a un juicio severo: que naciones paganas los esclavizaran por un poco más de medio
siglo. Pasado este tiempo, Dios tuvo de ellos misericordia y quiso restaurarlos con el
mismo fin: que sean la sal y la luz al mundo.