Sie sind auf Seite 1von 2

Primeros apuntes tomados de El arte del presente, de

Ariane Mnouchkine
27 de octubre de 2011 a las 18:47
Ariane Mnouchkine

El arte del presente


1

Hacemos un espectáculo que habla del instante: del presente que ya no es presente en el momento en
que pronuncio la palabra presente. Quizá, también, de la belleza de los seres, de lo difícil que resulta
acercarnos a esa belleza y de que cuando a veces nos damos cuenta de que un instante es bello,
entendemos que ya pasó.

En las películas que se realizaron sobre el trabajo del Soleil los momentos que me parecen más
interesantes son aquellos en que se nos ve buscando, durante mucho tiempo, sin encontrar. Eso es lo
hermoso y emocionante. Cuando se nos ve, a los llamados artistas, cuando se nos ve encontrar, como
si se hubiera realizado un milagro, nadie aprende nada. Cuando se nos ve no encontrando,
transpirando, llorando, desesperándonos, se vuelve estimulante, apasionante, pedagógico.

En la vida de un elenco, incluso cuando todo va bien, siempre hay alguien que se siente mal. Y hay
que escucharlo, pero al mismo tiempo hay que evitar que imponga su estado de ánimo. A veces es
una lastimadura sin importancia, pero otras es la peste. Cuando era más joven las confundía, tomaba
una por otra. Sin embargo, una lastimadura se cura con una palabra pero a la peste, a la peste hay
que cortarla de raíz.

Entiendo que tengan ganas de irse. A veces mi predilección por unos, mi pasión por trabajar con
ellos, me impidió darme cuenta de que habían crecido y que tenían ganas de probar otras cosas. Y
cuando por fin me daba cuenta me resentía con ellos, por todas las cosas hermosas que habíamos
logrado juntos. Ni qué decir cuando mi admiración –casi enamoramiento- hacia algunos actores del
elenco, hacía infeliz al resto. Después de Les Atrides pude aprender a aceptar las separaciones sin
arruinar la relación. Cuando un actor termina su tarea y quiere irse, debo aceptarlo. Aunque me
entristezca.

¿Cómo se puede trabajar con actores sin encariñarse? Nos encariñamos con cualquier cosa en
cualquier lado. Una crisis es eso. No se da cuando alguien a quien no queremos demasiado se va,
sino cuando se va aquel o aquella que preferimos.

Las crisis sobrevienen siempre después de grandes éxitos. Los actores de pronto adquieren
notoriedad, todos nuestros egos se sobredimensionan. Sienten ganas de tener un territorio propio. Me
vuelve a preguntar sobre el asunto de las rupturas, cuando hay actores que se quedan diez, quince,
veinte, treinta años. ¡Los nuevos son los que están desde hace ocho años! Además muchos se fueron
para dedicarse a dirigir. Y a algunos les va muy bien. Por otro lado, muchas veces los críticos no
distinguen a un actor del Soleil hasta que se va. Eso me cae muy mal. Nos hace mucho mal. Ustedes,
los críticos, escriben: Los actores son magníficos. ¡Pero nómbrenlos, por amor de dios! ¡Digan quién
es magnífico!
El tesoro de los actores es ese don de credulidad. Y ése es también el tesoro del director. Y si no creo
en los actores, aunque al principio tengan ese aire de… bananas, si todavía no soy capaz de
distinguir la evidencia futura escondida entre la masa informe, entonces no puedo ayudarlos. Pero
por el contrario no puedo creerlos cuando mienten. En principio, si conservan la infancia, la
ingenuidad, los actores no mienten. Digo ingenuidad no estupidez. No confundirlas. Ingenuo es el
que nace a cada instante. Los verdaderos actores viven el instante y no hacen trampas. A la larga, su
actuación se vuelve tan transparente como la vida misma. Después de todo, actuar no es hacer
trampas. Parecería que hay un público para los tramposos, pero yo no formo parte de ese público.

Buscar un personaje con un actor es, en primer lugar, alimentar la esperanza de que el personaje esté
en el actor, o que por lo menos exista en el actor el lugar para ese personaje. Y después dejarlo venir.
Limpiar para que emerja. Un niño le dijo a Brancusi: ¿Cómo sabías que había un caballo adentro de
la piedra?

Das könnte Ihnen auch gefallen