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Padres, siendo que los niños de padres cristianos no pueden ser de peor condición que
los niños del Antiguo Testamento, que eran agregados al pueblo de Dios por la
circuncisión. Sin embargo, para los niños el bautismo no es medio necesario; por eso hay
que bautizarlos, no para salvarlos, sino para dar testimonio de su pertenencia a la Iglesia
cristiana en la que son salvados. Por senderos iguales anda Calvino.
Al margen de los círculos protestantes ortodoxos, aparecen los anabaptistas, estos
profesaron una doctrina bautismal sustentada en una Teoría General de los Sacramentos
muy similar a ellos, con coincidencias escolásticas al definir el sacramento como la razón
de la sacramentalidad, para ellos el signo carecía de contenido real, por ser signo de un
acontecimiento interior que ya ha tenido lugar precedentemente. El sacramento sólo
atestigua la realidad de una vida interior realizada por Dios con independencia de los
sacramentos. Más coherentes con los principios de la Reforma, combatieron
encarnizadamente la práctica del bautismo de niños al no admitir el pecado original, no
veían razón para bautizar a quien no cumplía las disposiciones requeridas de uso de
razón, inteligencia y fe.
Los reformadores compusieron igualmente sus propios rituales de bautismo en
conformidad con sus doctrinas y con clara tendencia a la simplificación. Aun cuando
Lutero en 1523 compuso su Taufbüchlein («para que los padres y los padrinos entiendan
lo que ocurre en el bautismo»). Se mostró conservador y continuista, aunque buscó la
simplificación y la brevedad. Fueron más radicales en la supresión de ritos Zuinglio en su
Ordnung de 1525, que se articula casi exclusivamente en torno a la palabra, y Calvino en
la forme d'administrer le baptesme, de 1543, que se ajusta a la concepción que su autor
tenía del bautismo: un rito de admisión solemne en la comunidad.
justificación; en la sesión XIV (1551), cuando trató del sacramento de la penitencia, y, más
expresamente, en la sesión VIII (1547), que dedicó a la doctrina sobre los sacramentos y,
en particular, sobre el bautismo.
Los pronunciamientos conciliares estuvieron condicionados, de un lado, por las
negaciones de los reformadores, y, del otro, por la doctrina de los escolásticos (y por las
declaraciones del Decretum pro Armenis). Los damos en orden sistemático:
— En términos generales, se vindica como buena la doctrina sobre el bautismo
que propone la Iglesia romana (DS 1616). El bautismo es sacramento en sentido
verdadero y propio (DS 1601), superior al de Juan (DS 1614).
— El sacramento del bautismo y el sacramento de la penitencia son dos
sacramentos distintos; se diferencian en la materia, en la forma, en el ministro y en los
frutos (DS 1671-1672, 1702; cf. también DS 1542-1543).
— El bautismo no es libre, sino necesario para la salvación (DS 1618; cf. DS
1672), como único remedio contra el pecado original (DS 1513-1515) y única causa
(instrumental) de justificación (DS 1524 y 1529), aunque lo puede suplir el votum baptismi
(DS 1524). Por tanto, los niños deben ser bautizados (DS 1514; cf. DS 16251627)21.
— Las disposiciones requeridas en el sujeto para la justificación sacramental son
la fe, el arrepentimiento y detestación de los pecados personales, la esperanza, el deseo
del bautismo y el propósito de iniciar una vida nueva (DS 1526-1527).
— Al ministro se le pide la intención de hacer lo que hace la Iglesia y se afirma la
validez del bautismo conferido por herejes (DS 1617).
— El bautismo ejerce una causalidad instrumental real ex opere operato (DS 1529;
cf. DS 1606, 1608).
— El bautismo borra el pecado original tanto en los adultos como en los niños,
aunque no la concupiscencia (DS 1513-1515); no los hace inmunes al pecado (DS 1619).
Borra los pecados actuales personales (DS 1672; cf. DS 1515 y 1526-1530). Condona
todas las penas temporales debidas al pecado (DS 1543; cf. Decr. pro Armenis: «... de
suerte que, si mueren antes de cometer algún pecado, alcanzan de inmediato el reino de
los cielos y la visión de Dios»: DS 1316).
— Por el bautismo el hombre es renovado interiormente, justificado, revestido de
gracia santificante, positivamente santificado, convertido en hijo adoptivo de Dios,
incorporado a Cristo, hecho amigo de Dios, sin que nada quede en él que pueda odiar
Dios (DS 1515, 1523, 1524, 1528).
— El bautismo confiere las virtudes infusas de fe, esperanza y caridad (DS 1530).
— El bautismo es puerta de entrada en la Iglesia; hace miembros del Cuerpo de
Cristo (DS 1671; cf. Decr. pro Armenis: DS 1314); somete a los bautizados a las leyes de
la Iglesia (DS 16201621).
— Por fin, el bautismo imprime carácter en el alma, es decir, una señal espiritual e
indeleble por cuya razón no puede repetirse el bautismo (DS 1609; cf. DS 1624).
El concilio también abordó el tema de la confirmación en la sesión VII, vinculándolo
estrechamente con la doctrina de los sacramentos en general y del bautismo. Se limitó a
afirmar, contra la unánime negación de los reformadores, que la confirmación no es sólo
una ceremonia superflua ni una especie de catequesis, sino verdadero sacramento, uno
de los siete (DS 1601 y 1628); que es uno de los tres sacramentos que imprimen carácter
(DS 1609) y que el ministro ordinario es únicamente el obispo (DS 1630).
A pesar de la forma de anatematismos que revisten la mayoría de los
pronunciamientos del concilio, en su conjunto representan una exposición bastante
completa y autorizada de la doctrina católica acerca de estos dos sacramentos de la
iniciación, que durante algunos siglos serviría de punto de referencia a los teólogos
católicos. Sin embargo, parece de justicia confesar que la crisis protestante fue, por falta
de diálogo fructífero, una oportunidad fallida para la Iglesia occidental.
La teología católica dejó pasar la ocasión de confrontar, con espíritu de autocrítica,
sus posturas teológicas y pastorales con las críticas de los renovadores, reconociendo en
ellas algunos valores que eventualmente podría haber reintegrado en su síntesis,
profundizando, por ejemplo, en los fundamentos bíblicos de estos sacramentos, en la
relación Palabra de Dios-sacramento, en la importancia de la Palabra en los sacramentos,
en la función de la fe, en la jerarquía existente entre estos dos sacramentos, en la
referencia del bautismo a la comunidad, la importancia de que los fieles que participan en
la celebración entiendan el sentido de los ritos y de los textos, en el carácter escatológico
del bautismo, es decir, su proyección a la vida cristiana después del bautismo. Por no
haberlo hecho entonces, habrá que esperar hasta los tiempos del Vaticano II a que estos
principios y objetivos, correctamente interpretados, empiecen a inspirar nuestra teología y
nuestra praxis.