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DEONTOLOGIA JURIDICA PARA ABOGADOS Y ESTUDIANTES DE DERECHO

Por los Profesores:

DR. PEDRO SAGASTEGUI URTEAGA

DR. MARTIN SAGASTEGUI BARDALES

Deontología Jurídica y el Derecho Comparado en la enseñanza jurídica


actual

Teniendo como base la ponencia del doctor Carlos Fernández Sessarego


a un congreso celebrado en Lima, en el que compartimos importantes
intervenciones como ponentes, incluimos el tema por su importancia, en la
actualidad en que dirigimos el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la
USMP. resulta oportuno y necesario

1. Su sentido y necesidad

La deontología es la disciplina que se ocupa de los deberes de los


profesionales..En el caso de los abogados se trata de una multiplicidad
de deberes como son aquellos consigo mismo, con la sociedad, con la
profesión, con los clientes, con los colegas, con los jueces, con la entidad
gremial.
Anotamos que es un importante deber de las Facultades de Derecho y
de los colegios de abogados preocuparse seriamente y con sentido de
responsabilidad de recordarle a los que ejercen o han de ejercer la
abogacía cuales son sus deberes. No es posible que en ninguna de tales
instancias se deje de impartir instrucción deontológica. No hacerlo es
contribuir a la degradación del menester profesional del abogado, al
deterioro social de su imagen, a la pérdida de la fe en la justicia. Es, en
fin, colaborar a la ddivulgación ética de la sociedad y sus principios.

El abogado que es honesto y probo es consecuente con sus principios y


con el juramento que pronunció al incorporarse a su respectivo colegio
profesional.

2. El Secreto profesional y el deber de informar

Al iniciar este parágrafo nos asaltan, al menos, dos interrogantes


vinculadas con los deberes éticos del abogado mencionados en el
parágrafo precedente. ¿En qué momento de la formación del abogado
durante su etapa universitaria se le informa sobre el significado del
secreto profesional y la necesidad y el deber de mantenerlo?. ¿En qué
instante de esa formación se le instruye al futuro abogado sobre el
deber que asumen de informar a su cliente sobre los alcances de sus
derechos o responsabilidades, según sea el caso?. La respuesta
pareciera ser que dichos temas deberían informarse y debatirse en el
curso universitario de Deontología Jurídica. Pero, ¿en cuántas
Facultades de Derecho de nuestra área se imparte dicho curso formativo
del abogado?. Finalmente una tercera pregunta:
¿Es necesario que el futuro abogado egrese de las aulas universitarias
con una noción sobre, al menos, dichos deberes éticos.?.
La intimidad es el ámbito privado de la persona, que les es propio y
exclusivo, que carece de interés para los demás, que no tiene proyección
social. Es el espacio de reserva que la persona requiere para vivir con
tranquilidad, sin sobresaltos ni perturbaciones que la inquieten y le
impidan disfrutar de su privacidad. Toda persona requiere del respeto a
su intimidad para desarrollar con serenidad y equilibrio emocional
aquellos aspectos de su vida que a ella sólo interesa, por lo que
explicable y celosamente la defiende. La intimidad es un ámbito
intangible es la existencia de una persona. Por todo ello este interés
existencial de la persona es merecedor de la mayor protección jurídica
frente al constante asedio de los demás, de aquellos potenciales
intrusos dispuestos a romper la valla ética y jurídica que tutela su
intimidad.

El abogado tiene como deber ético el guardar reserva de los asuntos


vinculados con la vida privada de sus clientes. Ello, porque se debe
proteger el bien jurídico correspondiente a la intimidad de la vida
privada de las personas, protegidas por la normatividad jurídica y la
jurisprudencia comparada. Frente al derecho la intimidad de la vida
privada del cliente y de su familia se alza el correlativo deber del
abogado de guardar secreto sobe todo lo relacionado con dicha
intimidad ética y jurídicamente comprometido a no violar el derecho a
la intimidad en la vida privada de aquel cliente que le confía
informaciones que pertenecen exclusivamente a dicha esfera jurídica.

El sacerdote, el médico el abogado son aquellas personas que por las


especiales características de su ministerio o profesión se encuentran
muy cerca del ser humano y sus más delicados problemas. Ellos son
depositarios de asuntos y actividades vinculados con el mundo referido
a la intimidad de la persona. La confianza y la lealtad son valores que
signan y presiden dichas relaciones interpersonales. En el lecho de
muerte de una persona se suele imaginar la presencia del sacerdote, a
quien se le confía los pecados, del médico, que posee toda la
información de los problemas relativos a su enfermedad, y la del
abogado que conoce el destino de sus bienes al haber participado en la
redacción de su testamento y de haberlo tal vez asesorado en algún
tramo de su vida.

Los códigos de ética profesional, sobre todo los relacionados con la


actividad de los abogados y de los médicos, contienen dispositivos de
protección de la intimidad de la persona así como aquellos relacionados
con el deber de estos profesionales de guardar el correspondiente
secreto de las confidencias e informaciones que reciben concernientes
a la intimidad de la vida privada de sus clientes. De otro lado, como es
sabido, ciertas constituciones y códigos civiles y penales, actualmente
vigentes, protegen la intimidad de las personas prescribiendo como
ilícitos todas aquellas conductas que conozcan indebidamente y
divulguen secretos o confidencias relativos al ámbito de la privacidad
personal y ordenamientos jurídicos normas protectoras de la intimidad,
este interés existencial es tutelado por la jurisprudencia.- El autor en su
ejercicio profesional ya largo a la fecha ha conocido en carne propia este
derecho y deber principista..- El joven abogado toma debida nota a este
a este deber, derecho y responsabilidad.

3. Abogado, jurista, filosofo del derecho

Según la descripción antes formulada, a un abogado, en sentido estricto,


no tiene porque ser un jurista o científico del derecho ni, ciertamente,
un jusfilósofo. Estas dos últimas calidades responden a específicas
vocaciones o inclinaciones de cada una de las personas que ejercen la
abogacía, por lo que son opcionales. Ellas no definen al abogado, en
cuanto operador del derecho, aunque representan escalones superiores
en su formación profesional. Para ser jurista o filósofo del derecho se
requiere ser abogado, aunque aquellos no profesen o ejerzan
permanentemente la profesión de abogado. Y, decimos permanente,
porque no nos imaginamos la existencia de científicos del derecho o de
jusfilósofos que nunca hubieren ejercido la abogacía.

Según el diccionario de la Lengua, el jurista es quien “estudia o profesa


la ciencia del Derecho”. Es una descripción acertada. El jurista es, en
efecto, el científico del derecho, el creador, comentarista y crítico de la
institucionalidad jurídica, de la normatividad jurídica. Es el que investiga
en el área propia de la disciplina jurídica y, por ello, se encuentra
capacitado para enseñar en las Facultades de Derecho, escribir obras
sobre su especialidad, ser codificador, creador de la doctrina jurídica . el
jurista, es conveniente no perderlo de vista, trabaja a partir de los
supuestos que le ofrece el filósofo del derecho. El jurista sustenta su
labor utilizando complementariamente bagaje que le ofrecen la historia
del Derecho. La Sociología Jurídica, el Derecho Comparado y la Filosofía
del Derecho.

El filósofo del Derecho, por su parte. Es el que esclarece los supuestos


de la disciplina jurídica, precisando su objeto de estudio y analizando, en
profundidad, cada uno de los elementos que le integran, es decir, la vida
humana social (conductas humanas ínter subjetivas), los valores y las
normas jurídicas. Sus áreas de trabajo son la Ontología y la Lógica
jurídicas así como la Epistemología o Teoría del Conocimiento jurídico,
el Jusfilósofo sustenta su labor en la Filosofía General, en su vertiente
práctica. Sus aportes permiten a los juristas un adecuado desarrollo de
la disciplina jurídica.

La tarea del filósofo del derecho es, metafóricamente hablando , la de


iluminar la realidad jurídica para apreciarla mejor, sin las distorsiones
que surgen al estar instalados en zonas de oscuridad o de claroscuros.
Es sólo a, partir de un límpida y correcta aprehensión de la realidad, que
se construye, sobre las bases firmes, la institucionalidad jurídica. El
derecho no se puede reducir a un simple juego conceptual. Sobre los
conceptos no se edifica la institucionalidad jurídica: es imprescindible
partir de la vida social debidamente valorada. El derecho, prima facie,
hay que buscarlo en la vida misma, Es en ella donde surge
primariamente.

Sin el aporte del filósofo de derecho la doctrina jurídica carecería de los


fundamentos que se requieren para transitar con acierto por los campos
de la institucionalidad jurídica. Así, cabría preguntarse ¿como poder
proteger a la persona si no se conoce suficientemente sus estructura
existencial? ¿cómo comprender e interpretar la institucionalidad
jurídica s in tener una idea clara sobre cual es el objeto de estudio de
la disciplina jurídica?, ¿Cómo operar con las normas jurídicas sin saber
cuál es su naturaleza y función?, ¿Cómo interpretar la institucionalidad
sin comprender el rol que cumplen los valores?. Responder a estas
interrogantes, y a otras de similar importancia, es la tarea que cumple
el jusfilósofo

El hombre o mujer de derecho ideal es aquel o aquella que, a la vez, es


operador, jurista y filósofo del derecho. ¿Es posible encontrar en la
realidad abogados que reúnan estas tres cualidades?. Si bien es cierto
que es del todo infrecuente, sin embargo ello no imposible. No es
necesario, ciertamente, que se den simultáneamente dichas tres
situaciones. Puede ocurrir que se llegue a ellas en diversos momentos
de la vida del abogado conforme se van despertando en él estas
específicas vocaciones. Entre otros aislados casos podemos recordar, en
el área Íbero América, al argentino Carlos Cossio como aquel hombre de
derecho que reunió en su persona, con extraordinario brillo y lucidez,
estas tres calidades.
Es, por ello, un claro exponente del pensamiento jurídico
latinoamericano y en el Perú a Mario Alzamora Valdez de tan
permanente recuerdo entre nosotros, y a quien le debe el primero de
los autores su ingreso a la cátedra de Derecho de la USMP.

4. El abogado y los supuestos científicos del derecho

Pero, si bien es cierto que un abogado no tiene porqué ser


necesariamente ni un jurista ni un filosofo del derecho, no se concibe un
abogado sólidamente preparado si no conoce, al menos, los supuestos
científicos y filosóficos básicos de la profesión que ejerce. Cabe ello
reiterar dos de las preguntas anteriormente formuladas. Así, se debe
inquirir, por un lado, ¿Cómo puede el abogado proteger los intereses de
un ser cuya estructura existencial desconoce o no conoce
suficientemente?. Y, por el otro, ¿Cómo puede dedicarse al menester
jurídico aquél que desconoce o tiene una visión inadecuada de que es el
derecho, es decir de la disciplina a la cual dedica sus cotidianos afanes?.

Aparentemente las preguntas antes planteadas parecen innecesarias,


fuera de lugar, pues se supone que todo abogado tiene una visión, lo
más aproximada posible, de lo que es un ser humano cuyos derechos e
intereses debe promover y defender. Lamentablemente, si bien ello
debería ser así, no lo es en la realidad.
Ello obedece no sólo a la complejidad del asunto sino también a que la
secular tradición occidental nos ha brindado una definición del ser
humano que, después de siglos, ha variado en la primera mitad el siglo
XX gracias al aporte de la filosofía de la existencia arraigada en los viejos
principios cristianos sobre el libre albedrío. Esta última versión,
lamentablemente, es aún desconocida por amplios sectores de
abogados, de juristas e incluso de jusfilósofos que permanecen anclados
en aquella tradición sin imaginar el vuelco que se ha producido en la
concepción del ser humano y, por ende, del derecho, a partir de dicho
aporte.
Existe, al menos en la mayoría de los países iberoamericanos o en todos
amplios sectores de abogados que carecen de nociones, lo más precisas
posibles, sobre dichos dos temas capitales para ejercer la defensa de
aquellas personas que acuden a solicitar sus servicios profesionales.

La pregunta que surge después de la comprobación a que se contrae el


párrafo precedente es la de ¿que hacer frente a esta realidad? ¿Es
necesario capacitar a los abogados sobre estos dos pilares básicos sobre
los que se asienta nuestra disciplina?,¿Es ello necesario, es práctico, es
indispensable?. En el curso de este trabajo iremos dando las respuestas
que se nos ocurren frente a estas preguntas. Ello tiene que ver, como se
comprende, con la formación continuada de la abogacía, es decir, con la
e aquellos que ejercen esta profesión.

5. La formación del estudiante de derecho integralmente o


especializadamente

Desde hace un buen tiempo se ha discutido, en diversas sedes tiempos


y escenarios, sobre la conveniencia e especializar al estudiante de
derecho en determinadas áreas del saber jurídico así como si dicha
especialización debe impartirse desde el inicio de los estudios o en los
últimos o implementarla solamente a nivel del postgrado.

En términos generales estimamos que si bien es cierto que el abogado


debe ser eficiente en una determinada área de su disciplina, ello no es
óbice para que sustente debidamente esos conocimientos específicos
en los pilares básicos mencionados en el parágrafo los que
fundamentan e iluminan toda su acción no sólo como abogado sino
también como ser humano.
En otros términos, si bien es plausible que cada vez se cuente con un
mayor número de especialistas, que sabe cada vez más de menos cosas,
ello no debe impedir que el abogado alcance su plenitud, como ser
humano y hombre o mujer de derecho, sustentando su pensamiento y
su acción en valores así como en los nuevos desarrollos de la Teoría de
Derecho. No se debe llegar a un profesionalismo exagerado, mediante
el cual el abogado domine y aplique una fracción de los conocimientos
humanos pero sin que cuente, al mismo tiempo, con una sólida
formación básica del derecho; si no fuese así, se encontraría
desconectado y perdido en su pequeña parcela del saber.
Metafóricamente podríamos decir que no se debe perder de vista el
bosque y quedarse tan sólo contemplando un árbol aislado, solitario, sin
vinculación alguna con el contexto en el cual éste está instalado.

El abogado debe ser preparado y entrenado no sólo para saber hacer


sino también para saber pensar. No basta la práctica, con el riesgo de
caer en un negativo pragmatismo. Es necesario que, a través de
planteamientos teóricos y de un permanente diálogo entre discentes y
docentes, el futuro abogado afine su capacidad reflexiva. Es decir, se le
debe capacitar a saber pensar para poder hacer.

El inicio de la especialización para los estudiantes de Derecho

En cuanto al momento en el cual, en el curso de los estudios de derecho,


debe iniciarse la necesaria especialización, consideramos que ella no
debería impartirse desde el comienzo de dichos estudios, sacrificando
una formación básica e integral. Es decir, no somos del parecer que
existan Facultades de derecho que anuncien, por ejemplo, la
preparación de futuros abogados para defender , dentro de lo que
significa la empresa en su contexto, solo a los empresarios , o de lo que
significa la empresa en su contexto, sólo a los empresarios, o
propietarios del capital, o par asumir la señoría de los gremios de
trabajadores que la integran. Esta preparación, excluyente y exclusiva,
que se imparte bajo el pretexto de lograr la eficiencia en el
comportamiento profesional del abogado, impide que se le dote de una
sólida preparación básica.

El abogado debe estar mentalizado y preparado para defender la


justicia, ya sea que ésta se halle, para seguir con el ejemplo, del lado de
los empresarios o de los trabajadores. Por ello, somos del parecer que
no se deberían formar y preparar a los estudiantes en una determinada
especialización desde el inicio de la enseñanza jurídica. No se les debe
mentalizar para servir sólo a un determinado gremio o sector de la
sociedad, con desconocimiento de los principios medulares del derecho
y el deber del abogado de defender la causa de la justicia ha donde fuese
menester, Los abogados deben estar comprometidos, antes que con un
determinado gremio con la justicia en cualquier situación. La posterior
especialización no debe empañar su recto criterio ni hacerle olvidar que
el primer deber que le atañe es el de esforzarse por desterrar la injusticia
y la prepotencia en las relaciones humanas para que impere la justicia y,
con ella, la paz.

Comprobamos, luego de escudriñar la realidad, que existen dos


posibilidades en cuanto al momento en el cual debe impartirse una
enseñanza especializada. La primera de ellas es la posibilidad que ella
se inicie en el ciclo profesional o de pregrado. Esta tiene a su vez, dos
variantes. La primera de ellas plantea que los recursos se agrupen por
especialidades para su enseñanza en los últimos semestres del pregrado
. Así , el alumno, al llegar a dicho nivel de enseñanza podrá optar por
una u otra especialidad luego de haber recibido una capacitación
integral. Los recursos de especialización podrían impartirse, por
ejemplo, en áreas como las de Derecho Constitucional, Derecho Civil, en
Ciencias Penales, Administrativas, empresariales y comerciales, Derecho
Internacional o en aquella vinculada con los diferentes sectores de la
producción.

La otra variante es que los cursos que signifiquen introducir al


estudiante en el aprendizaje de alguna especialización tengan en el
sílabo el carácter de cursos electivos. En ellos el estudiante podrá
matricularse, a su elección, durante el curso del Pre-grado a partir de un
determinado semestre.

La segunda posibilidad se refiere a que los cursos de especialización se


dicten en el Post-grado .consideramos que esta es la opción más
conveniente pues el egresado del ciclo profesional tendrá la suficiente
madurez y los conocimientos necesarios para decidir por cual
especialidad inclinarse. Tal vez esta decisión, y ello no es infrecuente,
se produce en los primeros años del ejercicio profesional.
En este caso, el abogado podría poseer mayor claridad sobre cuál es la
especialidad que mejor responde a su vocación e interés profesional.

6. El abogado y su medio social

Es conveniente recordar que la formación integral el abogado debe


encontrarse siempre relacionada con la realidad y con el mundo en el
cual vivimos. Hay que formar y preparar abogados para que efectúen
eficientemente en un determinado medio social , el cual deben conocer,
al menos, en sus grandes lineamientos.

Debe renovarse, a donde todavía ello no ha ocurrido, la formación


universitaria del estudiante de Derecho para hacerla cada vez más
pluriparticipativa y práctica. en estos casos, el país que afronta esta
realidad está compuesto de tantas naciones como grupos autónomos
en dicho orden integran el estado.

El abogado y el juez como vivenciadores de valores

El revelar que el ser humano –persona para el derecho –es un ser


libertad nos permite aprehender también que, debido a esta especial
situación odontológica, el ser humano debe proyectar su vida. Para
realizar esta proyección el ser humano tiene que escoger y decidir entre
un abanico de posibilidades u oportunidades que le ofrece la
circunstancia en la cual se haya instalado. Es decir, tiene que preferir su
proyecto de Vida” el ser humano tiene que valorar, sensibilizar que
valores pretende realizar en su vida y otorgarle a esta un sentido.

Por ser libertad, por tener que proyectar su vida, el ser humano es el
único ente que vivencia valores. Este singular privilegio no le es
concedido a los otros seres que no son antológicamente libres. Cada ser
humano posee, por propia decisión, una determinada escala de valores.
La justicia, la seguridad y la solidaridad, por ejemplo, son los valores
supremos que el abogado pretende, por vacación, realizar en su
ejercicio profesional.

No existe conducta humana ínter subjetiva ajena a una valoración


jurídica. De todas ellas e puede, por ello, sensibilizar o vivenciar si son,
por ejemplo, justas, seguras o solidarias. De que no es necesario que
existan normas jurídicas expresas, que nos proporcionan una valoración
ya dada, para predicar justicia o injusticia de una cierta interferencia de
conductas humanas. Si se valora que ellas estarán jurídicamente
permitidas y, por lo tanto, serán lícitas. De lo contrario, por injustas,
estarán prohibidas y serán ilícitas.
1. Capacitación y actualización permanente del abogado

La capacitación del abogado, como la de muchos otros profesionales, no


concluye con la obtención de un titulo universitario que lo habilita para
el ejercicio del derecho. Ello, no sólo porque a menudo tal capacitación
es deficiente en el ámbito de algunos países del área iberoamericana
sino, también, por la propia dinámica del derecho como disciplina que
se sustenta y desarrolla en el devenir mismo de la vida comunitaria .
Bien sabemos que la disciplina jurídica se enriquece de continuo con el
transcurrir del tiempo al regular formas inéditas de comportamiento o
mediante la perfección de las existentes. Esta es una realidad que no se
puede ignorar, que no es posible soslayar si de lo que se trata es contar
con profesionales abogados dotados de loas mejores capacidades para
el ejercicio de la abogacía al servicio a la comunidad .

A la par que los desarrollos de la disciplina jurídica misma, el abogado


debe también capacitarse permanentemente en lo relacionado con los
cambios legislativos, con las reformadas o nuevas codificaciones. La
dinámica legislativa, así como la jurisprudencial, lo obligan a un
permanente estudio de las nuevas disposiciones que rigen valiosamente
la vida de relación social.

Capacitarse no se limita a retomar el estudio de aquellas materias cuyos


contenidos se han ido desdibujando con el tiempo en la memora del
abogado, sino lo que es más importante, a cubrir los vacíos resultantes
de una deficiente formación profesional ya sea por el bajo nivel de
capacitación del propio profesorado universitario-a menudo
improvisado dado la gran demanda y la poca oferta que se presenta en
esta actividad debido a la absurda proliferación de universidades- o por
no haber recibido enseñanzas en ciertas áreas del saber jurídico por
razones que generalmente se deben achacar a la composición de la
deficitaria currícula de ciertas Facultades de Derecho o la falta de
tiempo para cubrir el contenido íntegro de ciertas materias.
Capacitarse significa, por consiguiente- sin que la relación sea
exhaustiva- perfeccionarse en lo conocido, suplir lo ignorado,
actualizarse en cuanto a las novedades que nos brindan los
permanentes desarrollos de la disciplina jurídica de la que se nutre el
accionar del abogado en el ejercicio de la abogacía. Se aboga con
argumentos que nos ofrece la ciencia jurídica y que, generalmente, se
concretan en las constituciones, en las codificaciones y en las leyes en
general.
Un abogado no actualizado no podrá ser un buen servidor de sus clientes
ni de la comunidad en la que vive.

Perfeccionarse es, por lo demás, la ley de la vida para aquellos seres de


su dignidad personal y dotados de un normal sentido de
responsabilidad. Ser cada vez integralmente mejor como persona es la
meta a perseguir en el decurso existencial. De esta exigencia no escapa
el abogado que siente la necesidad de realizarse humanamente como
tal. Los profesionales de la abogacía, para el cumplimiento de sus fines,
deben por ello capacitarse permanentemente en los avances científicos,
legislativos y jurisprudenciales para el logro de un desempeño
competente de su trabajo, manteniendo incólumes sus principios éticos
en su relaciones comunitarias. De que los abogados deba
perfeccionarse siempre actualizados, aprehendiendo de continuo l a
formación pertinente, aquella que es útil para el cabal desenvolvimiento
de su propia actividad.

En los siguientes parágrafos trataremos brevemente de alguna de las


carencias que, con frecuencia, se advierten en la preparación
humanística, ética y profesional del abogado en ciertos países del área
iberoamericana. Ello es necesario para poder orientar adecuadamente
la capacitación continuada del abogado, para identificar las áreas del
conocimiento jurídico que merecen una mayor atención.
Simultáneamente, deberá atenderse a los requerimientos sociales en
cuanto al tipo de abogado que exige una determinada comunidad en un
cierto momento histórico.

La deficiente formación del abogado

Los abogados debemos asumir con sentido de responsabilidad nuestra


propia realidad en cuanto a la formación profesional y, por consiguiente,
colaborar gremial e individualmente, dentro de nuestras posibilidades,
a cambiarla ha donde fuera necesario. Debemos desterrar la gélida
indiferencia egoísta, el conformismo derrotista, la pasiva resignación en
las cuales a veces caemos sin habernos esforzado por intentar siquiera
alzar nuestra voz y enderezar nuestra voluntad señalando la vía que
consideramos correcta para superar conocidas deficiencias, desterrar
vicios ancestrales o hincar alguna acción tendiente a perfeccionar dicha
realidad. El rol de los colegios de abogados en esta tarea debería
constituir una de sus prioridades programáticas de su actividad gremial.

La proliferación de Facultades de Derecho y la masificación de la


enseñanza

No es posible ocultar que, en la actualidad, advertimos que en no pocos


lugares de nuestra región de habla castellana el número de abogados
que egresan de las Facultades de Derecho exceden las exigencias de la
sociedad. Para decirlo en palabras en uso, la oferta de los servicios
profesionales que presta el abogado supera la demanda comunitaria.
Ello ha originado entre otras consecuencias la masificación de los
colegios de abogados y, con ello, la pérdida de un sólido vinculo gremial
y la consiguiente ausencia de una definida identificación del agremiado
don su respectivo colegio. Esta realidad, siendo de suyo preocupante,
tiende a magnificarse en el futuro si se observa de los días que corren,
la creciente masificación de las Facultades de Derecho. No es difícil
pronosticar los efectos d este alarmante fenómeno en un futuro no
lejano si no se adoptan, lo antes posibles, políticas razonables
destinadas a paliar o a eliminar esta situación.

Lamentablemente, aunque pretendamos ser indiferentes por


comodidad, no podemos ignorar que existen ciertos países de nuestra
área en la que la preparación profesional del abogado adolece en los
tiempos que corren de reconocidas deficiencias que hemos sido
impotentes de superar hasta el momento. en unos casos se trata de
aquellas derivadas de la absurda y nada planificada proliferación de
Facultades de Derecho y, en otros, se debe a la perniciosa masificación
de la enseñanza universitaria así como a la deficiente infraestructura,
especialmente en cuanto a la dotación de las bibliotecas y de los
sistemas informáticos en la materia a su cargo, ausencia de un fluido
contacto entre docentes y discentes, deficiencias en la elaboración de
los respectivos sílabos, insuficiente dotación bibliográfica o
actualización de las bibliotecas, laboratorios desprovistos del o
indispensable o de lo necesario, escuálidas remuneraciones que no le
permite a la mayoría de los profesores una necesaria mayor dedicación
a la enseñanza, son algunas de las causas más notorias de estas
situación. Ciertamente que esta enumeración no es exhaustiva ni
incluye todos los problemas propios de la capacitación universitaria, ya
que habría que analizar con detenimiento y en profundidad cada una de
las particulares realidades de los países del área iberoamericana.

La irracional creación de Facultades de Derecho, en ciertos países de


nuestra área, establecidas la mayor de las veces sin planificación alguna,
sin tener presente las necesidades sociales y la mejor forma de
atenderlas, sin contar con una adecuada plana docente, en nada o en
poco contribuye tanto a la formación integral del abogado que egresa
de sus aulas como al interés comunitario. La instalación de las
Facultades de Derecho responde, con alguna frecuencia y en algunos
casos, a decisiones de carácter político y, en toros a motivaciones
fundamentalmente cromáticas. Se trata, por consiguiente, de un vicio
que debería desterrarse pues dicha irracional instalación atenta contra
el interés social que demagógicamente se dice atender a la realización
personal de los futuros abogados.

La multiplicación de Facultades de Derecho y su masificación no les


permite contar con un número de profesores debidamente capacitados,
dotados de cierta experiencia en el ejercicio profesional por lo que,
muchas veces deben improvisarse docentes que carecen de los debidos
conocimientos en cuanto a las materias para cuya enseñanza han sido
convocados, casi podríamos decir que, en algunos casos, han sido
improvisadamente “reclutados”, ya que no son especialistas en las
materias cuyas cátedra se les recomienda asumir.

A la improvisación de profesores, que deben atender la demanda de un


creciente e innecesario número de Facultades de Derecho, se suma la
escasez de materiales de enseñanza y, como está dicho, de bibliotecas
suficientemente dotadas para el cumplimiento de sus funciones. En esta
situación no todas las Facultades de Derecho están en capacidad de
ofrecer una formación profesional adecuada, ello no obstante que su
funcionamiento haya sido formalmente autorizado.

Con frecuencia hemos traído a nuestra memoria realidades


universitarias de países de entro o fuera de nuestra área en cuanto al
tema relativo a la multiplicación de Facultades de Derecho. Así, para
poner un solo ejemplo, en Roma, y hasta donde alcanza nuestra
información, existen tan sólo tres o cuatro Facultades de derecho, dos
de las cuales al menos son nacionales. En Lima, si no nos quedamos
cortos, llegan a diez, mientras que en la ciudad de Trujillo (del Perú),
para no referirnos a otras ciudades, contamos hasta con cinco
Facultades de Derecho.
El ente rector de la actividad universitaria en el Perú, que es la Asamblea
de Rectores, poco o nada hace para elevar el nivel del profesorado no
sólo en el campo jurídico sino también en el de otras áreas de
enseñanza. Tampoco se preocupa mayormente en realizar esfuerzos
destinados a detener, dentro de sus posibilidades y cuando ello sea
pertinente, la proliferación de universidades que carecen de calidad y
nivel. Asimismo, aparentemente, no existe un mecanismo
institucionalizado para evaluar las Facultades de Derecho ya instaladas,
sobre todo ls de reciente data, ni para denunciar aquellas en las que se
carece de los elementos mínimos para impartir una enseñanza
adecuada. Y si existiese, el público en general, sobre todo aquellos
interesados en los asuntos universitarios desconocen sus actividades y
los resultados de las mismas en lo que a este tema se refiere.

Pero resulta elocuente que en dicha Asamblea están representadas la


máximas autoridades de aquellas Universidades que o cuentan con
Facultades de Derecho debidamente dotadas para cumplir cabalmente
con la finalidad de formar y capacitar adecuadamente a os futuros
abogados. De este modo, se convierten en juez y en parte. ¿Podrán los
colegios de abogados, al tomar conciencia de esta realidad llevar
adelante una acción concertada y dinámica enderezada a asumir y tratar
de proponer soluciones a este grave problema? .Tal vez la mejor manera
de dar inicio a una cruzada en defensa del gremio y de la comunidad en
general sea revisado dicha problemática en certámenes de estudio que
concluyan formulando propuestas concretas dirigidas a superar la
realidad que asistimos con explicable preocupación.

Mas grave aún de lo anteriormente expresado sobre el problema


tratado es el que, en algunas de aquellas deficitarias Facultades de
Derecho, se imparten cursos de maestría o de especialización a pesar
de que no cuentan con suficiente personal docente aceptablemente
preparado para impartir enseñanza en ese nivel de enseñanza ni
tampoco con bibliotecas debidamente equipadas disponibles para tal
fin.

No podemos ignorar que las universidades que cuentan con Facultades


de Derecho de escaso nivel académico causan un sensible daño tanto en
lo que atañe a la formación integral de los abogados como también
generan un daño en relación con la comunidad desde que ésta no podrá
contar, en algunos casos, con profesionales bien preparados es decir de
calidad. Se hace necesario, a nuestro entender y pese a las dificultades
que ello entraña, racionalizar la existencia y la creación de Facultades de
Derecho atendiendo al nivel académico de sus docentes como al de sus
instalaciones, principalmente en lo tocante a las bibliotecas
especializadas. Ciertamente que en este proceso se deberán tener en
cuenta las necesidades regionales en esta materia

1. Formación integral del abogado

Lo advertido en precedencia se contrae tan sólo a la formación


estrictamente profesional del abogado. Pero, bien lo sabemos, una
formación integral no puede ignorar las vertientes cultural y moral del
abogado. La formación no se agota en la calidad estrictamente
profesional. Es decisivo para el ejercicio de la abogacía que la
comunidad pueda contar con abogados con una sólida formación ética,
que sena honestos probos reales y confiables.

Formación humanista del abogado

Diversos factores, que nonos corresponde examinar en esta ocasión,


contribuyen al hecho que los abogados, en forma cada vez más
acentuada, denotan carencias en cuanto a su cultura general. En algunas
situaciones ellas se refieren a cuestiones elementales, como podrían ser
la correcta expansión lingüística o las faltas de ortografía. Ello se
comprueba a través de los escritos o los informes orales de cierto sector
de letrados.

En un pasado no lejano, advertíamos la existencia de exigencias, que van


paulatinamente desapareciendo, para el ingreso a las Facultades de
derecho. Así por ejemplo había que cursar dos años previos de estudios
humanísticos en las Facultades de Letras- conocidas hoy bajo la
designación de estudios Generales dirigidos a fortalecer la cultura
general del futuro abogado o a salar ciertos importantes vacíos .Nuestra
generación disfrutó de ese privilegio por lo que nos adentramos, con
curiosidad y entusiasmo, en el conocimiento básicos de temas tan
variados como los filósofos , literarios, históricos , psicológicos,
antropológicos, entre otros.

En algunos centros universitarios el estudiante proveniente de la


instrucción secundaria ingresa directamente a las Facultades de
Derecho sin cursar previamente, dos o más semestres en una Facultad
de Humanidades que actualice y profundice sus conocimientos básicos
así como le permita cubrir los más saltantes vacíos de una insuficiente o
mediocre preparación escolar. Esta situación impide que se puedan
suplir, a nivel universitario y aunque fuere parcialmente, las deficiencias
y los imperdonables vacíos en la formación humanista del estudiante
proveniente de una educación secundaria ha donde, a menudo, adolece
de notorias carencias.
Algunos países del área, como es notorio, no cuentan con una
instrucción escolar, primaria y secundaria, de nivel aceptable ya que los
profesores que imparten enseñanza y formación integral no están, por
lo general, debidamente capacitados. Es en este nivel donde surge
inicialmente el problema de una deficiente formación del estudiante y
es aquí, en consecuencia, donde deben atacarse, primariamente y de
raíz, las carencias que se advierten, las que lamentablemente
acompañarán, por lo general, al estudiante durante toda su carrera
profesional si es que no se le ofrece la oportunidad de cursar estudios
previos en una Facultad de Humanidades o, como también se les suele
designar, de Estudios Generales.

En nuestro tiempo histórico, como es notorio, se va perdiendo el gusto


y el hábito por la lectura. Cada vez hay más distracciones tanto para los
niños como para los adolescentes, lo que limita las horas disponibles
para la lectura. Se lee lo indispensable, y a veces ni siquiera lo suficiente.
La adición televisiva o la de navegar sin un definido propósito en el
mundo de la Internet han sustraído un valioso tiempo a los niños y a los
niños y jóvenes, el mismo que debería haberse dedicado parcialmente
al estudio , a la lectura.
Pero, también no se puede perder de vista, el que muchos niños y
adolescentes no cuentan en sus hogares, a veces por razones originadas
en la extrema pobreza de sus progenitores, con los estudios y los medios
necesarios para ampliar su horizonte cultural. Estos niños o
adolescentes no encuentran en sus hogares libros de lectura adecuados
a sus respectivas edades ni juegos instructivos y didácticos que
incentiven y estimulen sus innatas habilidades. Algunos de estos niños,
que legítimamente aspiran a seguir una profesión, no encuentran n el
curso de sus estudios escolares o universitarios, la manera de suplir los
vacíos del hogar. Por lo general, sólo los jóvenes que muestran talento
o calidades innatas, tenacidad, perseverancia y ambiciones, logran
superar esta situación de la que ellos no son culpables.

De ahí que, en algunos casos, el estudiante de derecho muestre


imperdonables vacíos en su formación cultural, con limitaciones en el
conocimiento de la historia de su país o de lo que acontece en el mundo
actual, con ostensibles fallas en cuanto al uso del lenguaje, con
imperdonables errores ortográficos o de sintaxis.
El profesor que se preocupa, no sólo de la formación estrictamente
profesional del abogado debe, por ello, esforzarse hasta donde ello es
posible, por suplir dichas deficiencias en cuanta oportunidad se les
presente.

Todas las carencias brevemente reseñadas en precedencia y otras a las


que nos referimos en esta oportunidad, conspiran contra una adecuada
y hasta contra una mínima formación humanística del abogado. Un
profesional de la jerarquía del abogado requiere de una formación
humanista básica que le proporciones los fundamentos de su accionar.
Un abogado que no posea una sólida base humanista estará en
desventaja frente a sus colegas y tendrá dificultades para insertarse
debidamente en el mundo en el que vivimos.

Formación ética del abogado


Esta es la principal preocupación de este trabajo.

En efecto, otra variante básica en la formación integral del abogado es


la que se contrae al aspecto ético de su actividad y proceder. Si bien es
cierto que ella se adquiere fundamentalmente en el hogar, en los
tiempos que corren donde por lo general ambos progenitores tienen
que trabajar, los niños se encuentran en no pocos casos en un estado de
relativo abandono, con escaso contacto con sus padres, quienes se
hallan medularmente preocupados, en muchos casos , en obtener lo
mínimo indispensable para la decorosa subsistencia familiar, sobre
todo-pero no solo en aquellos países en vías de desarrollo donde no
siempre se encuentra un empleo adecuado o, simplemente , no se le
halla.

El vacío que se presenta en ciertas circunstancias en el campo de la


formación ética del abogado encuentra, como se ha apuntado, su
remota raíz en el hogar, donde la educación de los hijos se produce
desde casi el momento del nacimiento.
Los niños tienden a imitar las conductas, actitudes, lenguaje y hábitos
de sus progenitores, los mismos que están asignados por un
determinado sentido ético.
Es, por ello, que el ejemplo de los padres y, más tarde, el de los maestros
y el de los gobernantes en su caso, tienen un fuerte impacto en la
formación ética de los futuros abogados.

Si bien en muchos casos esta carencia en la formación ética del futuro


abogado no puede suplirse a nivel de la ecuación superior, también es
cierto que poco se hace por incorporar en la currícula de las Facultades
de Derecho cursos de Deontología Jurídica donde se pueda brindar al
estudiante, aunque tardíamente, una orientación en cuanto al
comportamiento que debe asumir, al menos, en el ejercicio de la
profesión de abogado. En el peor de los casos, si el profesor a cargo del
mencionado curso es de calidad, logrará , al menos, que los alumnos
reflexionen sobre el tema y obtengan de ello algún provecho.

Pero, parte de la conveniencia de crear cursos de Deontología Jurídica


en las Facultades de Derecho ha donde no existen, es necesario,
además, que cada profesor, en el dictado de su respectia materia, aluda
frecuentemente a los deberes éticos del abogado. Hay muchas formas
y oportunidades de hacerlo. De ahí que con coraje, debe concentrarse
una silenciosa campaña en este sentido en los casos en que sea
necesario reforzar la formación ética de los estudiantes que han de
egresar como abogados. Ellos se hace indispensable en aquellos países
donde la corrupción, proveniente en la mayoría de los casos de las más
altas esferas de los poderes del Estado. Ha minado las bases morales de
la sociedad provocando unan peligrosa crisis ética muy difícil de revertir
y donde, por ello, se hace muy difícil no caer en fáciles tentaciones o
imitar el mal ejemplo de los personajes que se han instalado en las
cúpulas de las instituciones rectoras de un país.

Pero, más allá de lo que se pueda formar al estudiante de abogacía a


través de un curso regular de Deontología Jurídica consideramos, en la
misma línea de pensamiento antes puesta de manifiesto, que el
silencioso ejemplo de los progenitores o el de los maestros, en su caso,
es siempre el más elocuente medio tratándose de la formación ética del
abogado. ¿Qué decir, por ejemplo, de la enseñanza ética proveniente de
un profesor de Derecho Constitucional, o de cualquier otra materia, que
sirve a un gobierno dictatorial, generalmente corrupto, que viola
sistemáticamente los derechos humanos e incumple los mandatos
constitucionales?. ¿Cómo, es dable preguntarse, tal profesor puede
mostrar un ejemplo digno de seguir, de imitar a sus alumnos? el grave
daño que hacen aquellos profesores a la formación de los estudiantes
es incalculable en el que se refiere a la consolidación de la contextura
ética de los estudiantes de derecho.
Debemos tomar una más fina conciencia tan sólo a impartir
conocimientos científicos a sus alumnos. El ejemplo de una conducta
ajustada a los cánones éticos es, inclusive, de mayor importancia en la
formación integral de la juventud estudiosa.

Ante la aberrante situación de profesores que quebrantan los deberes


éticos de la abogacía sirviendo a gobiernos dictatoriales que violan los
derechos humanos y las normas constitucionales, lo que desdice de la
formación ética del abogado, nos preguntamos ¿Cómo reaccionará el
estudiante de abogacía o el abogado en ejercicio ante el proceder
contrario a la ética no es sólida, raiga, el llamado “hombre de derecho”
se verá posiblemente tentado de imitar a este supuesto maestro y, tal
vez al contemplar su aparente “éxito, podría decidirse a seguir la misma
equivocada ruta que desdice de la condición de ser un abogado que
lucha por la justicia y los derechos humanos.
Pero, al lado de los estudiantes o abogados indiferentes, resignados y
hasta complacientes o solidarios con dichas negativas actitudes éticas,
existen sectores estudiantiles dotados de dignidad y coraje que
reaccionan contra tales profesores manifestándose en diversas formas
contra dichas perniciosas actitudes, contribuyendo así a revertir, en
parte, su negativo proceder.

En algunos de los países del área iberoamericana, en varios y a veces


prolongados momentos históricos, hemos contemplado con perplejidad
y pena, a veces también con legitima indignación como, aparentemente
notables maestros, por razones que no es el caso analizar n esta
oportunidad, han emprendido un camino equivocado, han decidido por
una opción éticamente desechable, impropia de su condición de guías
de la juventud estudiosa. Ellos, lo tenemos dicho, causan un grave daño
en lo que se refiere a la formación ética de las generaciones de
abogados.

No podemos soslayar el hecho que sectores de la juventud estudiosa y


de los propios abogados, que buscan sólo el bienestar y rehuye del
cumplimiento del deber, desprecian, naturalmente, toda formación
ética, se desinteresan de los deberes a que se refiere la deontología
jurídica. En otros casos, como acertadamente señala Andruet, está claro
que las recientes generaciones de profesionales principalmente se
sienten acuciadas por las necesidades técnicas de su propia
capacitación, pero que ella importa”. Por ello, los abogados que aspiran
una capacitación técnica para lograr el éxito profesional, menosprecian
el ser mejores y más plenos abogados. Se advierte, así, una degradación
formativa en aquello que de sustantivo tiene la capacitación del
abogado y, con ella el creciente desprestigio del abogado.
Sobre la erosión que se advierten cuanto al prestigio e la abogacía, el
autor antes referido expresa que, “para decirlo entonces en términos
concretos y sin cortapisas, los abogados son hoy negativamente
conceptuados por gran parte de la sociedad” y, añade, que no escapa a
dicha consideración que el servicio de administración de justicia,
conceptuado por magistrados, jueces y funcionarios, no está mejor
conceptuado que los abogados. Es notorio, en el sentir de un sector
apreciable de la sociedad “el proceso de descomposición ética que en
tales ámbitos se reconoce en el sector diario”..

Las expresiones acentuadamente criticas del autor citado van más allá
de los dicho cuando afirma con dureza, por ejemplo, que nuestra
profesión es una profesión castigada, y a veces, convendría agregar, que
por los propios comportamientos indecorosos con los profesionales
ejecutan en el cumplimiento de su labor, y por lo tanto a veces ella es
justamente sancionada con términos admonitorios”. De otro lado, en la
misma línea de pensamiento, sostiene que lo cierto es que una gran
parte de los abogados contemporáneos transitan la fina cornisa que
separa el límite máximo de lo jurídicamente permitido y lo que, aunque
siendo leve, es verdaderamente sancionable como conducta
deontológico reprochable.

Lo expresado no significa, ciertamente que se postule un descuido o un


abandono en la preparación técnica del abogado que posibilite su
mayor destreza profesional. Lo que se persigues es una armoniosa
capacitación que no deje lado una preparación integral en la cual es
aspecto ético no puede ni debe estar ausente.

No nos debemos de resignar, por consiguiente, con la formación de


buenos técnicos, de abogados prácticos, pero carentes de una
capacidad para comprender y sentir los valores que debe realizar en el
ejercicio de su profesión
No es concebible, en síntesis, un abogado que no luche por la justicia,
que no sea honesto, probo, tanto en su vida pública como privada.
Lamentablemente, para algunos, la moral es unitaria. El ser humano
como bien lo sabemos aunque pretendamos olvidarlo, “no es
dicotómico, moralmente virtuoso en su ejercicio profesional, y
cabalmente vicioso en su vida privada”.

El problema ético antes mencionado, no podemos ignorarlo, ha


adquirido notoria gravedad en algunos países de nuestra área
iberoamericana. Lo grave es que, en ciertos caos, dicha descomposición
se inserta dentro de una sociedad éticamente disminuida. ¿Cuál es el rol
o función de los colegios de abogados frente a esta situación? ¿Qué es
lo que se está haciendo o lo que pede hacerse en el próximo futuro para
detener este fenómeno de descomposición ética?.

Aspectos fundamentales de una formación continuada

La función continuada del abogado, de conformidad con lo


anteriormente expresado en relación con su formación integral, se
debería desarrollar, fundamentalmente, en el área científica, en lo
profesional y en los aspectos vinculados con la deontología Jurídica.

La formación continuada del abogado en el área científica se lleva a


cabo, a nivel universitario, tanto en las maestrías como en los
doctorados . Loas grados académicos obtenidos en ellas capacitan al
abogado para enriquecer su cultura jurídica. Y su hoja de vida y, en
especial, para acceder a la carrera docente. La formación que reimparte
tanto en la maestría como en el doctorado debería tener por
consiguiente, una orientación preponderante científica, sin que ello
signifique el abandono de la vertiente práctica. En dicha enseñanza, por
consiguiente, no deberían estar ausentes cursos básicos formativos
tales como Filosofía del Derecho o Teoría General el Derecho. Es un
espacio importante para suplir carencias en cuanto a una aproximación
al ser humano, en cuanto tal y como sujeto de derecho, y a la nueva
concepción de lo jurídico.

En cambio, la formación continuada en el área profesional se debería


impartir como de hecho ocurre en ciertas universidades a través,
fundamentalmente, de cursos de especialización a dictarse en las
universidades en las diferentes áreas de la actividad propia del abogado
como , por ejemplo, en derecho Civil o Penal, Derecho Tributario o
Laboral, Derecho Comercial o del Comercio Exterior. Estos cursos,
preferentemente, deberían ser intensivos a dictarse por docentes de
reconocida solvencia y experiencia académica y profesional. Los
egresados de dichos cursos universitarios reciben, como de hecho
ocurre en los casos en los cuales tales cursos se dictan en las Facultades
de Derecho, un diploma que acredita su especialización, indicándose en
él los cursos que se han seguido y el tiempo de duración de los mismos.

Somos de la opinión que la Asamblea de Rectores, o mejor aún, algún


organismo ad hoc, debería acreditar cuáles universidades dell país están
capacitadas, en atención a su personal docente, biblioteca e
infraestructura disponible, para ofrecer a los abogados tanto los cursos
de maestría y doctorado como los de especialización profesional. Ese
requisito tiende a obtener la excelencia en la formación continuada del
abogado y a eliminar la informalidad y las peligrosas e indeseables
improvisaciones en el área de la educación superior.

En cuanto a la formación continuada en el aspecto ético resulta difícil,


más no imposible, en este nivel de la enseñanza universitaria suplir las
carencias del abogado, por lo que la mejor forma de acción en este
campo es la de contar con profesores paradigmáticos en cuanto a su
comportamiento humano y profesional.
En todos nuestros países existen recursos humanos disponibles para
cumplir con este prepósito.

Otorgamiento del título profesional del abogado

Estamos convencidos de la conveniencia que los títulos o licencias para


ejercer la profesión de abogado deberían ser otorgados, como
actualmente sucede en algunos países europeos, por ciertos colegios de
abogados seleccionados dentro de un determinado país- Somos del
parecer que es necesario que se distinga la formación académica
otorgada por las universidades, que es la base para obtener la
licenciatura, del examen para lograr el respectivo habilitante título
profesional.

Dicha distinción obedece a la indispensable exigencia de que sólo los


egresados de las Facultades de Derecho, debidamente preparados,
logren superar un examen de conocimientos a cargo de una entidad
distinta a la respectiva universidad. La universidad sería tan solo la
llamada a acreditar que el estudiante, luego de haber concluido un
determinado ciclo de preparación, obtuvo el grado académico de
bachiller. Desde nuestro punto de vista, no consideramos
recomendable, salvo excepciones, que las universidades sean las
mismas que reconozcan, a través del otorgamiento del título de
abogado, que éste ha sido debidamente capacitado por sus propias
Facultades de Derecho. Estimamos que ciertos Colegios de Abogados
sean los que procedan a examinar a los postulantes a obtener la
licenciatura en abogacía y, consecuentemente, a otorgar la licencia para
ejercer la profesión de abogado. Este proceder es aconsejable en
atención al interés social de contar con profesionales adecuadamente
preparados y en un número que no exceda ostensiblemente a la
demanda del mercado de trabajo..
El que los colegios de abogados otorguen el título profesional de
abogado ofrecería, según nuestro criterio, una mayor garantía y
seguridad en cuanto al nivel de capacitación del postulante criterio, una
mayor garantía y seguridad en cuanto al nivel de capacitación del
postulante para el ejercicio de la abogacía. Ello es aún más necesario en
donde existen numerosas Facultades de Derecho en competencia,
algunas de las cuales, motivada por conseguir un número suficiente de
postulantes para el ingreso con la finalidad e poder subsistir, descuidan
someterlos a adecuadas pruebas de suficiencia académica.

Somos de la opinión que debería seleccionarse a un solo Colegio de


Abogados por región o departamento, salvo excepciones, par el efecto
de otorgar el título de abogado a los bachilleres egresados de los centros
superiores de enseñanza jurídica universitaria. Los jurados deberían
estar integrados por miembros del respectivo Colegio que ostenten la
categoría académica de Profesores Principiantes Ordinarios,
seleccionados entre las diversas Facultades de Derecho de la región o
departamento, que sean especialistas en las diferentes áreas del
derecho.

En la ley y el reglamento que se llegasen a dictar en su oportunidad de


ser acogida la iniciativa se establecerían los mecanismos indispensables
para garantizar a la comunidad nacional que los profesionales que
ostenten el título de abogado han sido rigurosamente examinados y
aprobados por un jurado de reconocida solvencia académica y
profesional. Solo con este tipo de exigencias el interés social estará
debidamente garantizado.

La propuesta antes esbozada tiende a obtener que las diversas


Facultades de Derecho se esmeren en conseguir los mejores profesores,
elaborar las más completas currículas y contar con bibliotecas e
infraestructura adecuadas.
El perfil del abogado en relación a la formación continuada de la
abogacía

Es necesario preguntarse por cual debería ser el perfil del abogado que
d bebería proponerse una formación continuada de la abogacía. Es
decir, que tipo de abogado se pretende lograr a través de una formación
continuada en lo académico y en lo estrictamente profesional.

En la formación continuada que ofrece la maestría y el doctorado se


debe tender a la formación de juristas, es decir, de científicos del
derecho. Se trata de un sector de abogados que, por un llamado
vocacional, les interesa la vida académica, la investigación, la docencia,
el asesoramiento del más alto nivel, el dominio, hasta donde ello es
posible, de una determinada área del derecho. Les atrae el trabajo
codificador, el perfeccionamiento de la legislación y otras actividades
con las anteriormente mencionadas.

Ciertamente que, cualquier abogado, aún sin una definida vocación


científica puede acceder a este tipo de formación continuada si es que
está motivado por un afán de perfeccionamiento tendiente a acrecentar
sus conocimientos con la finalidad de aplicarlos para lograr un mejor
desempeño en su actividad profesional o, simplemente, para enriquecer
su hoja de vida.

Consideramos muy importante vigorizar y diversificar en los centros de


superiores que cuentan con una calificada plana docente, la formación
continuada que se imparte a nivel de os cursos de especialización en una
cierta área del saber jurídico. Esta formación está dirigida a profundizar
y actualizar los conocimientos, como está dicho, se dedican principal o
exclusivamente al asesoramiento y a la defensa en cierta especialidad
jurídica. A ellos les conviene por su propio interés, matricularse en estos
cursos de especialización en algún momento de su vida profesional. Se
trata, por consiguiente, de lograr, a través esta enseñanza
especializada, contar con abogados mejor preparados y más diestros en
la actividad profesional que desempeñan. Ello contribuye, además a que
la sociedad se vea favorecida con el aporte de estos profesionales que
han profundizado y actualizado sus conocimientos en una determinada
área del Derecho.

Las facultades de Derecho líderes en cada medio deben no sólo


preocuparse en que la formación profesional culmine con la obtención
del grado de Bachiller en Derecho y con el discernimiento del
correspondiente título profesional de abogado, para que los titulados
puedan acceder a ellos y, como se ha apuntado, profundizar,
perfeccionar y actualizar sus conocimientos.

Los Colegios de abogados, por su parte, deben, cuando ello les sea
posible, brindar a sus agremiados cursillos y conferencias que
complementen su permanente y continua formación profesional.

La labor antes descrita debe coronarse con la organización de


seminarios, forúms, mesas redondas o Congreso, nacionales e
internacionales de juristas o de abogados, donde se debata,
preferentemente, temas jurídicos de actualidad.

La formación continuada y actualizada sobre lo fundamental para el


abogado: el ser humano y el derecho.

Nadie ignora que en nuestros días de prodigiosos avances científicos y


tecnológicos, se presentan inéditas conductas humanas ínter subjetivas
como consecuencia de los cambios que aceleradamente se presentan
en el mundo que vivimos.

Conclusiones

Es algo obvio se diría, pero nos disponemos a abordar auténticos


problemas jurídicos o sólo a difundir una relajante música celestial?

Pretendemos establecer un modelo de jurista o sólo queremos exhortar


a muy diversos profesionales a que se conviertan altruistamente en
juristas modelo?.

Si no ubicamos desde un punto sólo legal, deseamos que se fijen reglas


mínimas para los abogados como tales si nos ubicamos desde el punto
de vista ético estaríamos buscando las perfección moral en el ejercicio
de una profesión jurídica.

En el primer supuesto al jurista solo le quedaría verse sometido a su


expediente sancionador.- En el segundo a un proceso de canonización.
Recordamos pues nosotros al maestro Alzamora Valdez de San Marcos,
a los españoles Recasens Siches y a García Maynes de la Universidad
autónoma de México que pusieron sendos ejemplos al respecto;
asimismo a los Decálogos de Couture y de Angel Osorio y Gallardo.
Tratando a la Deontología la conceptuaremos como la suma de todas las
exigencias éticas planteables a un jurista, con locación del ejercicio de
su profesión o algo como un mapa de sus problemas de conciencia nos
lleva el tema de empezar por vincular a la moral con el Derecho desde
el punto de vista personal, reconociendo la variedad de matices y
vericuetos que debemos explorar, antes de llegar a abordar lo que se
refiere a la Deontologia y los Derechos Humanos ahora tan en boga,
teniendo en cuenta que los Derechos Humanos no sólo concierne a los
juristas, sino también a a otras profesiones y a todos los seres humanos
pasamos a plantear si un juez en los países del Civil Law sólo deben
obedecer a las leyes, más que a sus conciencias personales.

Que hay entonces del art. VIII del Código Civil y sobre todo del art
139-Inc. 8 de la Constitución del estado Peruano en vigencia que no se
aplican y que decir de los tribunales de Ética o de honor de los
Colegios profesionales-
Todos los elementos de la Deontología jurídica en sentido amplio
confluyen en la decantación, tanto de la moral positiva plasmada en los
códigos éticos, como de las claves interpretativas de su eventual revisión
judicial.-
Positivistas,Ius naturalistas confunden a la moral y a los Derechos
Humanos, pero no cabe remitirse a meras claves formales o procedí
mentales, sino queremos limitarnos a la música celestial que advertimos
en estas conclusiones.

La Deontología sin consultar as la Filosofía del derecho, la moral y la


Política, son estériles.
Para finalizar señalamos que según Monroy Cabra son principios
necesarios a tener en cuenta para tratar la Deontología jurídica, son los
sgts:
1. Obra según ciencia y conciencia
2. Principio de probidad profesional
3. Principio de independencia profesional
4. Principio de libertad profesional
5. Principio de equidad y decoro profesional
6. Principio de diligencia
7. Principio de corrección
8. Principio de desinterés
9. Principio de información
10.Principio de reserva
11.Principio de lealtad procesal
12.Principio de colegialidad

Estos principios y lo anteriormente expuesto en este ensayo


indudablemente que nos llevaría en el Perú a no satanizar ni a los
estudiantes de derecho ni a los abogados deontológicamente inmersos en
su conciencia y conducta profesional.

Notas bibliográficas

1. Revista del Foro-año 1971


2. Fuimos sus discípulos como alumnos, colega de su estudio y fue el
quien nos llevó desde la juventud a la cátedra universitaria
3. Esta es nuestra preocupación en el Instituto de Investigaciones
Jurídicas de la Facultad de Derecho de la USMP (2008) con la creación
de un Centro de Estudios de Derecho Consuetudinario Vs. Derecho
mayoritario legalista.
4. El actual Decano del Colegio de abogados de Lima Walter Gutiérrez
C. (2008) propone como política de su gestión suspender la creación
de nuevas Facultades de Derecho en el Perú y suprimir las que
imparten la preparación a distancia y eliminación de Filiales.
5. El actual Presidente de la Asamblea Nacional de Rectores es de
profesión abogado.
La palabra profesión deriva del latín, de la preposición pro y con el verbo fateor, que significa
manifestar, declarar, proclamar. De estos vocablos surgen los sustantivos profesor y
profesión. En este sentido, la profesión tiene como finalidad el bien común o el interés
público; nadie es profesional para sí mismo, pues toda profesión tiene una dimensión social
de servicio a la comunidad, que se anticipa a la dimensión individual de la profesión, la cual
es el beneficio particular que se obtiene de ella. Resulta absurdo buscar el propio beneficio
sin importar el beneficio comunitario, porque lo que pase en cualquier colectividad siempre
afectará para bien o para mal a todos sus integrantes.

¿Qué es la ética? Algunos estudiosos de la conducta humana encuentran pequeñas


diferencias en el uso de las palabras ética y moral. Esto se debe a que ambas prácticamente
tienen el mismo significado y se relacionan entre sí. A saber, la palabra ética proviene del
griego ethos (carácter, temperamento, hábito, modo de ser) y la palabra moral se deriva del
latín mos, moris (costumbre, hábito). Ambas palabras (ethos y mos) se ubican en el terreno
de la ética y hacen hincapié en un modo de conducta que es adquirido por medio del hábito
y no por disposición natural. A diario se enjuicia moralmente un acto y se afirma que es o
no es ético, o sea bueno o malo, si este acto está a favor o en contra de la naturaleza y
dignidad del ser humano. Según Escobar (1992) la ética nos ilustra acerca del porqué de la
conducta moral y los problemas que estudia son aquellos que se suscitan todos los días en
la vida cotidiana, en la labor escolar o en la actividad profesional.1

La ética jurídica se encarga del estudio de los valores del ser humano, lo bueno y lo malo, de
la moral y el derecho, aplicados a los profesionales que trabajan en el ámbito jurídico, siendo
una exigencia suya emitir una opinión más, acerca de lo bueno o lo malo; donde se trata de
emitir juicios sobre la maldad o bondad de algo, pero dando siempre la causa o razón de dicho
juicio. La realización de una conducta desleal por parte de los abogados puede dar lugar a
una sanción disciplinariaimpuesta por la respectiva asociación de éstos profesionales y además
a una sanción penal. En una sociedad fundada en el respeto a la justicia, el abogado tiene un
papel fundamental; su misión no se limita a ejecutar fielmente un mandato en el marco de la ley.
En un Estado de derecho, el abogado es indispensable para la justicia y para los justiciables,
pues tiene la obligación de defender los derechos y las libertades; es tanto el asesor como
el defensor de su cliente.1

 Francisco Javier de la Torre Díaz (2000). Ética y deontología jurídica.


Dykinson. ISBN 9788481556728.
 Eduardo C. B. Bittar (2016). Curso de ética jurídica. Saraiva.

La relación entre ética y derecho constituye un antiguo y animado tema de filósofos y


juristas; pero también de políticos y educadores. Se trata de un asunto constante y
relevante, que contribuye a desentrañar el sentido histórico y actual de un sistema jurídico,
y suele concurrir en su desarrollo. A menudo, la reforma del derecho corresponde a una
modificación en las convicciones éticas y prevalecientes; entonces el proceso legislativo
sirve como cauce —o así se entiende y se dice— a un progreso moral: sea que lo recoja,
sea que lo propicie. En otra oportunidad me he ocupado en el estudio de las fuentes más
notables de la reforma jurídica, esto es, las razones —verdaderas o supuestas, evidentes
o subterráneas— de que haya cambios en el derecho. Primero, la evolución de la vida en
sociedad, que acarrea el desarrollo de las instituciones jurídicas, una forma de vida
codificada. En segundo término, la crisis, esto es, la insuficiencia, impertinencia o
inconsecuencia de la norma en su labor característica: conducción de las relaciones
sociales y solución de los conflictos; administradora, pues, de la paz y de la contienda. Por
último, la innovación técnica, la ilusión reformadora, la imitación lógica o extralógica. El
movimiento en las convicciones éticas puede poner en marcha esas fuentes productoras
de reforma, sobre todo la primera y la segunda; una profunda crisis moral puede exigir una
profunda reforma jurídica. Verdaderamente no parece posible —a estas alturas— confundir
la norma jurídica con el mandamiento moral, pero tampoco lo parece abismar la distancia
entre una y otra, como si no hubiese entre ambas punto alguno de conexión o simpatía, sea
en su raíz, sea en su contenido, sea en su propósito final. ¿No se trata, en todo caso,
deordenar o por lo menos orientar la vida del hombre? ¿No se procura —por ambos
sistemas imperativos: ética y derecho— enfilar la existencia humana hacia un horizonte de
perfección: la perenne utopía que confiere rumbo y razón a la vida? De ahí que se haya
asociado, inclusive, la validez del derecho a la moral que con él se favorece, se pretende o
se hace posible. Recordaré la expresión de Radbruch: La validez del derecho se basa en
la moral, porque el fin del derecho se endereza hacia una mera moral. Distinto de aquélla
por su contenido —dice ese mismo autor— está unido a ella por un doble vínculo: la moral
es el fundamento sobre el que descansa la validez del derecho, porque el hacer posible la
moral constituye una meta del orden jurídico. Idea que se asemeja a la de nuestro José
Vasconcelos, que desde su breve tesis profesional, Una teoría dinámica del derecho,
ensayó la explicación de las conexiones entre éste y la moral; más tarde diría: “el derecho,
expresión social acompañada de sanciones legales, manifiesta la ética que mueve las
acciones en general y a ella se subordina”. No se nos escapa que ética y derecho obedecen
a distinto legislador —que algunos, sin embargo, han querido unificar—; que cada uno tiene
su propia forma, su estilo característico de mandar; que aquélla aguarda la íntima sanción
de la conciencia, mientras éste supone la coerción e incluso convoca el castigo; que el
derecho suele conformarse con el comportamiento exterior del individuo y no indaga
siempre sus razones —aunque lo haga con cierta frecuencia—, al paso que la ética se
entiende mejor con la intimidad, el motivo, la oculta intención; que aquél impone deberes,
pero también asigna derecho, en tanto ésta pone el acento en la obligación —consigo, con
los demás— y no en la facultad; que “la norma moral valora las acciones del individuo —
escribe Recaséns— en vista a su supremo y último fin; en cambio, el derecho las pondera
exclusivamente en relación con las condiciones para la ordenación de la vida social”. Todo
eso es verdad, o bien, constituye el más frecuente y difundido catálogo de distancias entre
la ética y el derecho. Empero, subsiste la impresión o la certeza de que hay un contenido
común, un núcleo de coincidencia, una especie de decálogo fundamental hipotético —si se
permite la expresión— sobre el que luego se construyen, cada uno en su propio espacio, el
orden moral y la regulación jurídica. De ahí la idea de que el derecho es el mínimo ético
exigible, esto es, un acervo de obligaciones irreductibles, si se quiere fomentar el desarrollo
del ser humano —el despliegue de sus potencialidades, el alcance de su destino
particular— y la salud de su contexto social: ésta, condición de aquél. Es indiscutible —
escribe Hart— que el desarrollo del derecho, en todo tiempo y lugar, haya estado de hecho
profundamente influido tanto por la moral convencional y los ideales de grupos sociales
particulares, como por formas de crítica moral esclarecida, formulada por individuos cuyo
horizonte moral ha trascendido las pautas corrientemente aceptadas. O bien, en otras
palabras del mismo autor, es claro que el derecho muestra en mil puntos la influencia tanto
de la moral social aceptada como de ideales morales más amplios. Estas influencias
penetran en el derecho ya abruptamente y en forma ostensible por vía legislativa, ya en
forma silenciosa y de a poco a través del proceso judicial. Empero, de estas evidencias no
se sigue cierta conclusión tajante: que un sistema jurídico tiene que exhibir alguna
concordancia específica con la moral o con la justicia, o tiene que apoyarse en una
convicción ampliamente difundida de que hay una obligación moral de obedecerlo. La
posible coincidencia en contenidos del derecho y la moral —una coincidencia siempre
relativa y contigente—, se recoge por el propio Kelsen, que por lo demás asegura la
existencia de hondas diferencias entre ambos órdenes de regulación. El derecho es la
técnica social específica de un orden coactivo; constituye un medio, un medio social
específico, no un fin. Ahora bien, derecho y moral pueden coincidir en el contenido de un
mandamiento, aunque difieran en la forma de exigir su realización. El ilustre profesor pone
un ejemplo elocuente: derecho y moral prohíben el asesinato. “Pero el derecho lo hace
estableciendo que si un hombre comete el delito de homicidio, entonces otro hombre,
designado por el orden jurídico, deber aplicar en contra del homicida una cierta medida de
coacción prescrita por el mismo orden. La moral se limita por su parte a decirnos: ‘No
matarás’”.
* Estudio introductorio al libro de García Ramírez, Sergio (coord.), Los valores en el
derecho mexicano. Una aproximación, México, Fondo de Cultura Económica-UNAM, 1997,
pp. VII-XVIII.

La función esencial de los profesionales del Derecho es la aplicación del Derecho a la


convivencia humana conflictiva. Este rasgo resulta común a las profesiones jurídicas
abordadas en este libro, profesiones relevantes y conocidas socialmente como son las de
juez, abogado y ministerio fiscal. No obstante, hay un matiz en esa aplicación del Derecho
que es preciso concretar. En muchos casos la profesión de abogado, como la profesión de
ministerio fiscal, más que aplicar el Derecho solicita una aplicación específica del mismo a
otra profesión investida de poder, como es el juez, quien decide la aplicación real y la
ejecución de esa aplicación, solucionando el conflicto entre partes. No obstante, en otras
ocasiones el propio abogado, sin necesidad de acudir a la vía judicial, aplica Derecho en la
resolución amistosa o en el asesoramiento legal que presta a sus clientes. Tres son los
elementos, relacionados entre ellos, sobre los que tiene que trabajar y operar el profesional
del Derecho:

a. Un conflicto interhumano: esto es un problema (o caso jurídico) que está afectando


a dos o más individuos; en la mayoría de ocasiones esta relación es controvertida,
de modo que cada uno de los sujetos a los que concierne el conflicto está
reivindicando posiciones distintas y enfrentadas. No obstante, en otras situaciones
los individuos afectados no tienen por qué presentar oposición previa, sino que
simplemente quieren otorgar forma jurídica a su relación (más bien amistosa, como
sucede en la configuración de ciertos contratos o testamentos). En este rasgo del
profesional del Derechoresulta esencial la configuración del relato de la vida real; es
el historial del caso que muestra cómo en la convivencia cotidiana un individuo
plantea un conflicto en su relación con otro (u otros individuos). El profesional del
Derecho tendrá que analizar, sistematizar y probar ese conflicto interhumano. Esto
último, la prueba de la realidad del conflicto, es muy relevante en la profesión:
acreditar lo que realmente está sucediendo o ha sucedido en un pasado, y así poder
convencerse de que la historia de tal caso es cierta y que ha acontecido de una
manera determinada y específica. Otro rasgo que ha de destacarse de ese conflicto
es que afecta a la convivencia humana, que en el mismo tiene que manifestarse el
problema o dificultad en la relación entre dos o más sujetos. Ésta es la nota clásica,
desde el Derecho Romano, de que la realidad jurídica es una relación de alteridad,
de interrelación humana. Los derechos y obligaciones que el ordenamiento jurídico
regula y ordena son de un hombre con otro (u otros). Así el profesional del Derecho
no puede solventar problemas que únicamente afectan al sentimiento interior de una
persona, el cual no se manifiesta externamente, y de algún modo no tiene
proyección o afectación respecto a otra persona.

b. El conocimiento de la norma jurídica: el profesional del Derecho tiene que ser capaz
de entender el alcance y sentido técnico que tiene una norma jurídica o ley. El
contenido de la norma jurídica condensa unos términos muy precisos, con un
delimitado alcance científico-jurídico que el profano en la materia no puede
comprender en su plenitud, y por ello solicita de la actuación del profesional del
Derecho para que le descubra y explique qué quiere decir la norma jurídica para su
situación, qué obligaciones le exige y qué derechos le concede. El profesional del
Derecho tiene que ser capaz de descubrir la norma jurídica: esto significa que una
labor fundamental es saber de la multitud de sistemas y normas jurídicas del
Derecho, cuál (o cuáles) son en concreto las que se relacionan con el caso
conflictivo que el particular le ha dado a conocer. Los profesionales del Derecho se
especializarán en diferentes ramas jurídicas en función de los concretos sistemas
de normas, pues, las normas regularán sectores delimitados y distintos de la
realidad como la organización empresarial, las relaciones familiares, las cargas
fiscales de los ciudadanos, las agresiones arbitrarias a las personas o a sus
patrimonios, las regulaciones contractuales, la relación de los ciudadanos con las
administraciones públicas ... Como cada vez la economía y las relaciones humanas
se vuelven más complejas y técnicas, van proliferando más las normas y los
diferentes sistemas normativos, y con ellos la especialización de los profesionales
del Derecho como conocedores de un determinado sector de normas. Por eso, en
nuestro tiempo una primera dificultad para el ciudadano asolado por un problema
jurídico es saber a qué tipo profesional del Derecho tiene que acudir. El profesional
del Derecho no puede conocer la norma que se relaciona con el caso de forma
aislada, sino que como profesional tiene también que exigírsele el conocimiento de
esa primera norma que puede ser central, en relación con todas aquellas con que
se conecta para ampliarla o matizarla; así como también tiene que conocer la
relación de tal norma con los principios generales del Derecho y los derechos
fundamentales que éticojurídicamente la legitiman. Y es que el Derecho en cuanto
ordenamiento jurídico es un todo integrado, operativo y jerarquizado.

c. La aplicación de la norma jurídica al problema interhumano planteado: ésta es una


técnica de carácter lógico-ético muy propia del profesional del Derecho. El caso
conflictivo que se le había propuesto al profesional tiene que ser resuelto y
solucionado por él. Por eso lo había analizado y probado, y por eso también había
hallado la norma o normas y principios jurídicos que con el mismo se conectaban.
Pero ahora, al término de su labor, tiene que integrar ese caso en esa norma: esto
es la aplicación del Derecho. El Derecho alcanza la plenitud de su sentido cuando
el mismo se encauza hacia la realidad para la que ha sido creado: la convivencia
humana. Esa aplicación del Derecho, por el que la norma se conduce a la realidad
obteniendo una consecuencia o efecto preciso (como cuánto debes pagar a la
contraparte o qué tiempo de prisión te corresponde), requiere de interpretación. El
Derecho, la norma, no se puede aplicar a la realidad si no se interpreta. Esto
consiste en comprender, con la equidad presente, cómo esa norma se encauza
hacia ese hecho real; comprender también que el legislador había regulado con esa
norma la realidad para situaciones, precisamente, como esa concreta que al
profesional se le ha planteado. Además el proceso interpretativo implica concretar
el efecto de esa norma para ese concreto caso. La norma fue decretada por el
político con sentido de generalidad, para que en abstracto regulara y solucionara un
conjunto de situaciones similares. El profesional del Derecho tiene ahora que darle
vida a esa norma en una solución muy concreta para el caso; esa concreción a él le
compete y no al legislador. En esta labor de aplicación por interpretación, el
profesional del Derecho tiene que ser también un experto en el manejo de la
jurisprudencia, esto es, las resoluciones judiciales anteriores al caso que está
solventando, que sirvieron en el pasado para solucionar casos semejantes o
análogos al suyo. En los textos también técnicos y científicos de la jurisprudencia,
tiene que saber descubrir el profesional del Derecho no ya la literalidad de la norma,
sino el sentido que el texto de la misma ha alcanzado cuando se ha aplicado a
realidades conflictivas, y argumentar y persuadir que ese mismo sentido está
presente (o no) en ese específico caso que ahora tiene que resolverse.

Miguel Grande Yáñez ÉTICA DE LAS PROFESIONES JURÍDICAS


1. Ética y creatividad.

En realidad, la dimensión ética es constitutiva del ser humano: esta capacidad

de elegir entre el bien y el mal que el Creador otorga al género humano desde

el Paraíso enaltece al hombre y lo diferencia de sus parientes animales. La

posibilidad de opción hace al hombre responsable de su propio destino y, por

consiguiente, le transfiere facultades auténticamente creativas, ya que la

creación está basada siempre en la libertad, que a su vez conlleva una

necesidad de escoger. En esta forma, libertad y responsabilidad, acción libre y

evaluación moral, son elementos que se sustentan y se refuerzan

recíprocamente.

Es así, gracias a esta dimensión moral con lo que ella implica de libertad, que

el hombre no es un ente estable y estático sino que se encuentra en permanente

transformación de sí mismo y de su entorno, en constante movimiento y cambio.

Y esta condición, sublime pero riesgosa, puede llevar al hombre al Cielo como

al Infierno, lo puede elevar hasta las más altas cumbres del espíritu o hundirlo

en las profundidades abisales de la degradación, lo puede impulsar a crear de

manera cada vez más rica su propia humanidad o a destruirse a sí mismo y al

mundo que lo rodea.

En consecuencia, la dimensión ética acompaña al hombre en todos sus actos,

lo envuelve, lo obliga a tomar decisiones constantemente. Nada de lo humano

es ajeno a la ética; y, desde esta perspectiva, el Derecho tampoco puede serlo.

2. Ética y Derecho.
Ahora bien, el Derecho es mal concebido con mucha frecuencia como

simplemente el brazo armado de la Ética, como un sistema de prohibiciones

basado en los imperativos morales a fin de que la sociedad se comporte en

forma correcta.

Por eso, cuando la creatividad del hombre parece orientarse hacia caminos que

pueden ser destructivos, cuando la investigación científica parece salirse de los

límites morales, mucha gente se vuelve hacia el Derecho a fin de que colabore

con su fuerza coercitiva en poner barreras a esas conductas que se consideran

peligrosas e inmorales.

El caso de la oveja clonada es muy ilustrativo en ese sentido. Tanto en el Perú

como en el extranjero, hemos escuchado voces que, lejos de saludar con

entusiasmo este triunfo extraordinario de la ciencia, claman en nombre de la

Ética contra tales experimentos considerando que constituyen una ofensa a la

moral y un atentado contra la dignidad humana. Y, como si se tratara de algo

absolutamente natural que no merece mayor análisis, esas voces de protesta

se dirigen a sus respectivos Gobiernos a fin de que se prohíba mediante una

ley ese tipo de investigaciones. Si la moral está en peligro, parece lógico que el

Derecho intervenga.

Sin embargo, las relaciones entre la moral y el Derecho son algo más

complicadas. Y por eso es conveniente que nos preguntemos sobre la

naturaleza y las funciones del Derecho: ¿es realmente el Derecho algo así como

el Ministerio de Gobierno y Policía de la Ética? ¿El derecho es simplemente un

instrumento imperativo de represión moral de las conductas sociales? Y aun si


no fuera solamente ése su papel, ¿puede imponer el Derecho limitaciones a las

actividades de los hombres en nombre de la Ética?

Todas ellas son preguntas graves que no intentaré responder

concluyentemente. Me voy a limitar a explorar la cuestión y a exponer los puntos

de vista de un abogado respecto de las relaciones entre el Derecho y la Ética.

II. ¿EL DERECHO ES UN FIN O UN MEDIO?

Quizá la primera cuestión que debemos plantearnos es si el Derecho debe ser

tenido como un medio o como un fin en sí mismo. Y la segunda cuestión

consiste en que, si consideramos que el Derecho es un medio, nos hace falta

saber el fin al cual apunta; en otras palabras, ¿el Derecho es un medio para

lograr qué?

Desde mi punto de vista, el Derecho definitivamente es un medio

porque lo que pretende es organizar la vida humana: se trata simplemente de

un instrumento para facilitar y permitir la vida en sociedad; es un procedimiento,

una técnica, que contribuye al logro del fin propuesto.

A veces se plantean las cosas en términos circulares y, mediante ese

artificio, se pretende convertir al Derecho en un fin. Por ejemplo, esto sucede

cuando se dice que el fin del Derecho es lograr un Estado de Derecho; por

consiguiente, el fin del Derecho es el Derecho mismo. Creo que hay error en

este razonamiento porque el propio Estado de Derecho no es sino un medio


para lograr otras cosas, como puede ser una vida humana digna, el ejercicio de

la libertad y otros objetivos similares.

De la misma manera, cuando se dice que el Derecho persigue la

seguridad jurídica, tenemos que entender que la seguridad jurídica a su vez es

la atmósfera o la pre-condición para el desarrollo o el logro de otros valores

involucrados. Por tanto, la seguridad jurídica sigue siendo un medio.

Por último, se puede plantear que el Derecho tiene un valor propio,

un valor intrínseco a su propio campo y que es al mismo tiempo su fin esencial:

la justicia. Pero la justicia tampoco es un fin en sí mismo sino un medio para

conseguir otros fines en circunstancias difíciles. Porque la justicia es la forma

de distribuir proporcionalmente las ventajas y las dificultades existentes que

facilitan o impiden el logro de esos otros valores a los cuales la sociedad aspira.

La justicia quizá no sería necesaria -y ciertamente el Derecho

tampoco- si viviéramos en una sociedad de absoluta abundancia, donde todas

las metas personales pudieran ser realizadas sin referencia al problema de la

escasez. Pero como por definición los medios materiales son limitados -ya que

el límite es una condición inherente a su propia materialidad- no es posible que

todos encontremos -cuando menos con la misma facilidad o al mismo tiempo-

los bienes materiales que nos hacen falta para cumplir o lograr los fines

espirituales que nos proponemos. Ante este problema de escasez, surge la

necesidad del reparto en el espacio o en el tiempo. Si los bienes fueran

absolutamente abundantes, podríamos usarlos sin ninguna referencia al

Derecho. Así sucede con el aire, que es tan importante para la vida humana ya

que su carencia durante dos o tres minutos puede causar la muerte y que, sin
embargo, su utilización (salvo condiciones especiales) no se encuentra

regulada por el Derecho: a nadie se le dice cuándo debe respirar ni en qué

forma va hacerlo. En cambio, cuando no existe tal abundancia o cuando esa

abundancia puede ponerse en peligro, de modo que no es posible permitir un

uso indiscriminado en común de un recurso, no queda más remedio que hacer

divisiones en el tiempo o en el espacio y otorgar asignaciones.

Esto significa que, frente a la escasez, tenemos que establecer

unidades en el espacio y/o en el tiempo y reconocer a ciertas personas derechos

exclusivos sobre esas unidades. Por ejemplo, dado que la tierra es escasa, no

queda más remedio que dividirla en propiedades y reconocer a ciertas personas

la titularidad de ciertas parcelas. En otros casos, la división la hacemos en el

tiempo, es decir, establecemos turnos para usar el mismo bien en diferentes

momentos y asignamos los turnos a determinadas personas.

En cualquiera de estos dos casos, surgen los derechos subjetivos o

individuales. Cuando se trata de bienes fungibles -que desaparecen con su

consumo- esta asignación o división es tanto más importante: si tenemos diez

naranjas y hay diez personas que necesitan comer para no morir, una noción

elemental de justicia nos dice que le corresponde una naranja a cada uno.

De manera que no ingresan al Derecho ciertas cosas porque son

importantes para el hombre; ingresan las cosas porque son escasas y, por

tanto, requieren un orden para su aprovechamiento. Otro criterio para que

ciertas situaciones sean reguladas por el Derecho es porque afectan las

relaciones humanas y ponen en peligro la vida en común; razón por la cual se

prohíbe el homicidio, el robo y otras conductas antisociales. En esta medida


también -es decir, en tanto que se refieren a la vida en común- el Derecho regula

situaciones sociales a fin de asegurar la vigencia de ciertos valores morales en

los que la sociedad cree y cuya inobservancia por unos afecta a otros: éste es

el caso del Derecho de Familia.

Por tanto, no es correcto decir que el Derecho no es sino una suerte

de transcripción imperativa de los valores morales. Ni tampoco puede decirse

que los aspectos morales más importantes son recogidos y respaldados por el

Derecho a fin de que no queden al libre arbitrio de la persona. En realidad,

puede haber aspectos morales de la mayor importancia que no son juridizados;

sólo se incorporan al Derecho aquellos que se refieren a bienes escasos y a

situaciones que afectan la vida en común. No cabe duda de que la obligación

moral de no alimentar el deseo de matar a otra persona es tan grave e

importante como la obligación moral de no matar a otra persona; pero sólo ésta

última es incorporada al Derecho porque sólo ésta última tiene consecuencias

sociales.

III. EL DERECHO: UNA FORMA DE ORGANIZACION DE LAS CONDUCTAS


SOCIALES

1. El Derecho como orden auto-generado.

De acuerdo con lo dicho, el Derecho no puede pretender hacer buenos a los

hombres. Se propone a lo sumo que no sean socialmente malos; y aun este

objetivo moderado no tiene un alcance general que abarque todas las

dimensiones del ser humano sino que se concreta a ciertas circunstancias

especiales que se sitúan dentro del marco de la vida social.


Sin embargo, es preciso tener muy en claro que el Derecho no es simplemente

un sistema de prohibiciones que se limitan a decir en forma imperativa lo que

no se puede hacer. En otras palabras, el Derecho no es el brazo armado de la

Etica. Su estructura no es la de una lista de impedimentos determinada por la

moral. Más bien, el Derecho es ante todo una forma de organización. Por ese

motivo, el Derecho no puede ser visto en negativo como la expresión de un "no"

reiterado que pretende una estabilidad moral, sino que hay que verlo en

positivo, como una compleja red de coordinaciones, prohibiciones y

facilitaciones que se orientan a posibilitar un orden dinámico. Es por ello

también que es un error atribuírle al Derecho una estructura dual basada

simplistamente en lo lícito y lo ilícito, lo permitido y lo prohibido.

En realidad, el Derecho es ante todo y sobre todo una forma de organización

de las conductas sociales. Y ésto no se puede perder de vista cuando

analizamos sus relaciones con la moral.

Una aclaración se impone. Aparentemente, una tal afirmación confirmaría que

el Derecho es en verdad una manera como la moral se hace pública y se impone

coercitivamente. Porque si el Derecho organiza las conductas sociales, requiere

un criterio para hacerlo, una guía que determina cuáles son las conductas

admisibles y cuáles las inadmisibles. En consecuencia, es la Ética la que le

otorga su sustento.

Sin embargo, no es esto lo que quiero decir. Si introduzco la idea de

organización es precisamente para oponer una concepción organizacional del

Derecho a una concepción moralista del Derecho. En realidad, la moral no es


el único criterio para organizar las conductas sociales. Existen otros criterios

que no están vinculados con la moral o que, al menos, no están directamente

relacionados con ella. Por eso, la función organizadora del Derecho no es

sinónimo de una función moralizadora.

En realidad, el Derecho surge ahí donde se necesita un cierto orden. El Derecho

aparece -o debiera aparecer- espontáneamente en una congestión de tránsito:

resulta claro que si todos intentan pasar a la vez por una misma esquina, nadie

va a hacerlo. Por consiguiente, se hace necesario crear una pauta de orden,

establecer ciertas reglas (por ejemplo, los automóviles de cada calle se turnan

cada minuto para tener derecho al paso y estos períodos se marcan con una

luz que es preciso respetar como base de tal orden). Otro ejemplo clásico es el

de la boletería del cine: cuando una cantidad muy grande de gente se acerca a

la ventanilla para comprar su entrada, es evidente que si todos intentan comprar

a la vez cada uno conseguirá la entrada que desea con mas dificultad y más

lentamente; de ahí que lo racional sea formar una cola y establecer turnos.

Como puede verse, esta necesidad de orden no necesariamente está en

función de realizar objetivos morales sino simplemente de una mayor eficiencia

en la obtención de lo que nos hace falta, una mayor eficiencia en la satisfacción

de nuestros deseos o intereses, independientemente de la moralidad de éstos.

Puede ser que la película que queremos ver sea absolutamente inmoral porque

contiene escenas inaceptables. Pero, pese a ello, ese Derecho espontáneo que

organiza la venta instaurando el orden de una cola, contribuye a facilitar la

satisfacción con más eficiencia del inmoral deseo de los compradores.

2. Rechazo a la idea del control social.


La concepción del Derecho que quiero plantear puede evocar de alguna manera

las ideas de Roscoe Pound, cuando éste afirmaba que el Derecho era el

equivalente de una ingeniería social, es decir, una técnica que permite construir

un orden de conductas.

Sin embargo, aun cuando reconozco algún parentesco con la noción de

ingeniería social en cuanto técnica de organización, no puedo coincidir con

Pound en la medida que este autor convierte al Derecho más precisamente en

una técnica de control social.

Personalmente, considero absolutamente inadecuado definir al Derecho como

un medio de control social, ya que ello parece suponer que existe un ente

superior que tiene la “verdad” sobre la forma como deben vivir los hombres y

desde arriba controla las conductas para que se ajusten a las pautas que él

impone. Pienso, por el contrario, que todo en el Derecho es resultado de la

propia actividad de los hombres libres, por lo que no es un control vertical sino

una forma de auto-organización primordialmente horizontal.

Esta diferencia es muy importante desde el punto de vista de la relación

entre Ética y Derecho.

La idea del Derecho como forma de control social presupone que hay ciertos

valores superiores indiscutibles que determinan de antemano y para siempre lo

que debe hacerse con la sociedad y que son impuestos como un molde o una

plantilla sobre las conductas humanas. En cambio, el Derecho entendido como

organización espontáneamente generada no implica necesariamente una


implantación desde arriba sino una auto-coordinación de intereses y

perspectivas. Obviamente, ello no es obstáculo para que esa actividad

generativa espontánea de orden establezca a su vez un segundo nivel, que

surge de ella misma con carácter subsidiario, para dirimir las controversias y

para aplicar la coerción si fuera necesario a fin de conservar el orden auto-

creado. Pero ni la dirimencia ni la coerción se realizan en nombre de valores

superiores y eternos sino de los resultados de esa auto-organización social con

el objeto de asegurar precisamente la horizontalidad y la libertad de las

relaciones.

En otras palabras, el Derecho como auto-organización no supone una suerte

de Código Moral superior e inalterable sino un constante burbujeo de intereses

al nivel de la sociedad civil que nacen, colisionan, concuerdan y desaparecen,

y de esta manera construyen relaciones sociales, las modifican, las destruyen

y las reconstruyen. El orden no es impuesto desde un plano superior y distinto

de la propia sociedad, sino que es auto-generado y está en continuo cambio

porque es el resultado de la actividad de individuos cambiantes; y estos

individuos son cambiantes porque están vivos, y la vida humana es movimiento

y cambio en tanto que es libertad creativa.

Esto no significa que la Ética no tenga relación alguna con el Derecho. Por el

contrario, cada decisión individual, cada conducta que da lugar a ese burbujeo,

no es una toma de posición ciega sino que, dentro de esa efervescencia

creativa, responde a una opción moral. Pero lo importante es que, si bien el

Derecho está informado por la moral en tanto que las actitudes y preferencias

de los individuos que lo construyen tienen una base moral, el Derecho por sí

mismo no es un mero mecanismo de imposición coercitiva de la moral, el


Derecho no convierte en imperativa una moral superior a él. En realidad, el

Derecho es una simple técnica para consolidar los diferentes puntos de vista de

los individuos libres.

IV. LAS NORMAS PROHIBITIVAS

Claro que alguien podría argüir, por la vía del absurdo, que si el Derecho es una

organización espontánea, no deberían existir en rigor normas o, en todo caso,

las normas sólo deberían existir para canalizar los intereses de los individuos

pero de ninguna manera para prohibirlos: sería como el policía de tránsito que

puede hacer esperar a ciertos automóviles en una esquina para dar paso a

otros, pero no puede impedir que un automóvil salga a la calle ni puede

prohibirle que vaya adonde quiera ir ni obligarlo a ir donde no quiere ir.

Esta observación tiene efectivamente una cierta base; y es por ello que partes

muy importantes del orden jurídico funcionan sólo supletoriamente y no

imperativamente, como es el caso del Derecho de los contratos. Pero también

es cierto que si alguien no hace caso al policía, éste tiene que sancionar y

eventualmente prohibir la circulación de un vehículo. En consecuencia, toda

organización no está formada únicamente por prohibiciones pero implica

siempre un cierto grado de prohibiciones.

Por otra parte, no hay duda de que en ese proceso de concordancias y

discrepancias que constituye el juego social, los individuos encuentran, dentro

de cada época y dentro de cada cultura, un cierto número de valores comunes.

No hay duda también que algunos de esos valores comunes -no todos- son
indispensables para la vida social en los términos en que la sociedad quiere

vivir. Y, en consecuencia, esos valores tienen que ser impuestos por el Derecho

a fin de crear el orden que se quiere. Nuestra sociedad reconoce, por ejemplo,

como valores comunes a la vida y a la propiedad; y, por tanto, como decíamos

antes, prohíbe el homicidio y el robo como una consecuencia lógica de ese

reconocimiento.

Esta comprobación de la existencia de una imperatividad implícita en el Derecho

ha dado lugar en ciertos momentos de la Historia a que se haya pretendido darle

al Derecho el carácter de una moral armada; así se han aplicado prohibiciones

jurídicas que excedían el objetivo de lograr un mínimo de organización social y

que buscaban, más bien, lograr coercitivamente un máximo de moralidad. Estas

experiencias han dado siempre lugar a un conflicto entre el Derecho y la Ciencia

o entre el Derecho y la creatividad humana, con resultados catastróficos para la

humanidad.

Los ejemplos sobran. El mundo antiguo conocía que la Tierra es redonda, como

lo demuestra el hecho de que, dos siglos antes de Cristo, Eratóstenes había

incluso calculado con bastante precisión su circunferencia. Y Strabo en el S. I

de nuestra era escribió literalmente que navegando por el Océano Atlántico

hacia el Oeste se podía llegar a la India, y que quizá en el camino se

descubrieran uno o dos continentes habitables. ¿Que pasó con estos

conocimientos científicos tan importantes? Posiblemente, nadie se atrevió a

retomar estos atrevidos planteamientos por el temor de que los prejuicios de la

época se expresaran en sanciones incluso penales; posiblemente, los

manuscritos que contenían estos conocimientos fueron apartados del acceso

por el común de los mortales y enterrados en lo más oculto de las bibliotecas,


considerando que contenían ideas moralmente subversivas que socavaban las

verdades establecidas. El hecho es que ello retrasó el descubrimiento de

América en 20 ó 22 siglos.

Mucho tiempo después, en el S. XVII, Galileo fue prohibido por la Inquisición de

enseñar que la Tierra se movía alrededor del Sol, como sostenía Copérnico en

contra de Ptolomeo. La razón de tal prohibición fue que esta nueva impiedad de

los matemáticos contrariaba las Sagradas Escrituras y le hacía perder dignidad

al ser humano dado que la Tierra ya no sería el centro del universo.

Calvino en Ginebra se propuso modelar al hombre según su propia noción de

bien; y para dar apoyo a sus ideas morales radicales, hizo uso del Derecho. La

necesidad de fidelidad intransigente a lo que consideraba la verdadera doctrina,

lo llevó a condenar a la hoguera a Servet, a considerar delito la blasfemia, a

meter a personas a la cárcel por trabajar en día domingo, a sancionar el baile

por considerar que atentaba contra la moral sexual, a obligar penalmente a la

gente a que trabaje.

En épocas más cercanas a la nuestra, el nazismo inoculó en los niños la

convicción de que había que denunciar a sus padres si expresaban en la

intimidad del hogar ideas contrarias al régimen, a fin de que el Derecho nazi

pudiera caerles encima con todo su rigor. Y en la revolución cultural china de

Mao, se asignaron las tareas de espías a algunos vecinos para que vieran si los

demás residentes del barrio tenían un comportamiento "políticamente correcto"

en el interior de sus casas.


En mi opinión, ninguna de estas medidas jurídicas ni ninguno de estos

regímenes contribuyó ni al progreso ni a la dignidad del hombre. Porque la

dignidad del hombre está basada en su libertad y porque lo que se opone al

progreso se opone también a su dignidad en la medida que ésta es la

actualización libre de las potencias humanas.

La posibilidad de que el Estado intervenga por medio del Derecho prohibiendo

conductas inmorales, dio lugar hace unos años en Inglaterra a un debate muy

intenso con motivo de la política a seguir respecto de la pornografía y del

homosexualismo. Intervinieron de uno y otro lado personalidades eminentes del

Derecho, como Lord Devlin, el Profesor H.L.A. Hart, Ronald Dworkin y otros.

Personalmente, pienso que si bien el Derecho puede imponer ciertas normas

morales, este proceso de convertir la moral en ley debe ser muy prudente y

cauteloso, porque la concordancia entre los individuos en materia de

convicciones morales no es necesariamente evidente; por el contrario, la

vivencia social de esos valores admite tantos matices y sutilezas en términos

de conductas efectivas que es posible establecer una gran cantidad de

distinciones que llevan a que el presunto acuerdo resulte ilusorio.

Es por ello que el Derecho es reticente a incorporar prohibiciones generales

derivadas de valores pretendidamente comunes; sólo incorpora los más

patentes y apremiantes. De ahí que la regla general para el Derecho sea la

tolerancia, la libertad de acción: contrariamente a lo que se cree comúnmente,

la prohibición o la obligación impuesta es una excepción en el Derecho. En

consecuencia, no solamente las prohibiciones legales deben ser pocas y muy

significativas socialmente hablando sino que, además, no pueden ser


establecidas sino con las máximas formalidades y garantías, es decir, mediante

leyes formales. Esta regla principista se expresa usualmente en las

Constituciones de los Estados modernos mediante la fórmula: "Nadie está

prohibido de hacer lo que la ley no prohíbe ni obligado a hacer lo que la ley no

manda".

Mi conclusión en esta materia es que el Derecho puede y debe prohibir ciertas

conductas inmorales. Pero su intervención tiene que ser lo

mínimo indispensable para defender los máximos valores en los que la

sociedad cree. Esto implica que el criterio para tal intervención prohibitiva debe

ser siempre minimalista y que, cuando sea necesario, se produzca de manera

muy específica, deslindando claramente las conductas prohibidas de las

permitidas en todos sus matices: la prohibición no puede ser jurídicamente

enunciada como un principio general que cae sobre toda una serie de

actividades como una sábana que no permite ver los matices y las diferencias.

Por ejemplo, en el caso de la clonación, parecería claro que los valores

cristianos de nuestra sociedad nos llevan a considerar intolerable que tenga

lugar en seres humanos y, consecuentemente, nos inclinamos a dar una norma

legal que la prohíba. Pero esa ley no debe prohibir la clonación animal y otros

experimentos genéticos similares, ni aun en el caso de que tales conocimientos

puedan servir para algún día realizar la clonación humana. Porque crear por

esa vía una raza de ganado vacuno que de una leche o una carne más

abundante y más nutritiva para la alimentación humana, sería más bien una

bendición de Dios que recibimos por intermedio de la Ciencia. Igualmente, si es

posible crear cerdos cuyo corazón es compatible con el del ser humano y que

dan lugar a menos dificultades de trasplantes, no solamente no debemos


prohibir la investigación sino nos corresponde alentarla y premiarla,

precisamente por razones morales.

Es muy importante que el criterio de evaluación moral que inspire al Derecho

no sea un naturalismo simplista y regresivo. En los tiempos actuales, no

solamente no debemos sino que no podemos tenerle miedo a lo artificial. El

hombre ya no es un mero producto de la naturaleza sino que es un ser inventado

por sí mismo. Basta con mirar alrededor nuestro para comprobar que vivimos

en un mundo artificial, en el sentido de que no es la pura naturaleza: nos

vestimos, nos movemos, nos sentamos, trabajamos con cosas que no son

producto de la naturaleza sino del ingenio humano. Y, lo que es más grave, si

regresáramos a un estado puramente natural, no solamente viviríamos peor

sino que probablemente no podríamos subsistir. El hombre y la naturaleza

deben desarrollar una interacción constructiva, en la que ambos resultan

transformados en beneficio recíproco, dando lugar a un enriquecimiento de la

vida humana y a una cada vez mayor complementación mutua entre lo dado y

lo inventado.

V. LA EFICIENCIA COMO CRITERIO DE ORGANIZACIÓN DE


LAS CONDUCTAS SOCIALES

De acuerdo con lo dicho, el Derecho funciona en un gran número de situaciones

al margen de la Ética; y quizá, en ciertos casos, incluso contra la moral, cuando

necesidades de orden exigen el sacrificio de un valor moral. En estas

situaciones, la insistencia en aplicar criterios morales a las soluciones jurídicas


puede resultar un obstáculo epistemológico que no permite comprender la

naturaleza de la situación.

1. La neutralidad moral del orden

Esta relativa independencia del Derecho frente a la Moral conlleva que existan

numerosas situaciones en las que la solución no consiste en la aplicación de

una norma moral sino simplemente en encontrar la forma más eficiente de

organizar las conductas sociales a fin de que cada uno de los miembros de la

sociedad pueda, en la medida de los posible, realizar sus posibilidades e

intereses.

Cuando me referí a la organización de los compradores de boletos frente a la

ventanilla de un cine, hice notar la necesidad de un orden que sólo tiene por

objeto darle fluidez a la venta. Ahora bien, este orden puede ser obtenido de

múltiples maneras. En unos casos se empleará el sistema de la cola, en otros

casos se utilizará una suerte de cola virtual entregando a cada persona que

llegue un papel con su número; y así sucesivamente. Los procedimientos varían

y los criterios en los que se basan también pueden ser distintos. Es posible optar

porque tengan derecho a comprar primero los primeros que llegan. Pero

también puede establecerse que la preferencia la tendrán las familias que

vienen al cine con hijos pequeños. O, por último, se puede vender prioridades

o derechos para comprar primero; así se venderían los boletos en el orden que

resulte según quién esté dispuesto a pagar más por el derecho de comprar

boletos primero, de manera que la venta de entradas al cine se desarrollaría en


una suerte de remate. Nada de esto tiene relación con la moral sino

simplemente con el orden y con los intereses que tienen que ser coordinados.

Si tratamos de la congestión de tránsito y de la necesidad de establecer turnos

para el paso, también encontramos ahí una variedad de opciones. Puede

reglamentarse que pasa por el crucero un automóvil de cada calle por vez, de

manera que se van intercalando. O puede autorizarse el tránsito por el crucero

de todos los automóviles que sean capaces de pasar en un minuto, de manera

que se establezcan turnos con ese lapso. Pero también podría disponerse que

los turnos sean de un minuto y medio o de treinta segundos, sin que la decisión

tenga nada que ver con la moral sino exclusivamente con la eficiencia del

sistema de turnos.

En materia automovilística, un claro caso de determinación moralmente neutra

de las reglas es la decisión del lado de la calzada por el que se maneja. Hay

países que manejan por la derecha, hay países que manejan por la izquierda.

¿Qué lado es mejor? Probablemente, ninguno tiene una superioridad sobre el

otro. En alguna oportunidad, se hicieron estudios orientados a demostrar que lo

debía hacerse era manejar por la derecha porque los hombres somos diestros

“por naturaleza”; de esta manera, un imperativo de Derecho Natural (otro

nombre de la Moral) obligaría a que los reglamentos de tránsito de todos los

países ordenen el manejo por la derecha. Sin embargo, esos estudios

resultaron ridículos y más bien demostraron que daba exactamente lo mismo

manejar por un lado o por otro. Lo único realmente importante es que, sea que

se maneje por la derecha o por la izquierda, debe manejarse por un solo lado.

Vemos así cómo la necesidad del orden por el orden mismo es más importante
que lo ordenado: lo que se exige para que haya orden, es simplemente una

regularidad.

Podríamos señalar un número incontable de ejemplos en este sentido.

Examinemos la adquisición de la mayoría de edad. ¿Por qué se adquiere la

mayoría de edad a los 18 años y no a los 21 como era antes o a los 25 como

es en otros países? ¿Por qué se exige que para ser candidato a la Presidencia

de la República se tenga más de 35 años y no más de 30 o quizá más de 40?

Puede argumentarse que en ambos casos se necesita que la persona haya

llegado a un cierto grado de madurez; y eso es verdad en términos muy

generales. Pero este argumento tiene poco que ver con la Moral y más con la

organización adecuada de la sociedad. Por otro lado, las leyes que determinan

esas edades no han sido establecidas por el mérito de ningún estudio

psicológico o sociológico que las sustente sino solamente sobre la base de una

convicción vaga en tal sentido. Además, cada persona es distinta por lo que

algunos pueden estar maduros para disponer de sus bienes a los 16 años y

otros no lo están ni a los 25 años. Y, por último, si una persona suscribe una

escritura de venta cuando tiene 17 años y 364 días, ese acto es nulo; pero si lo

hace unas horas más tarde, una vez cumplidos los 18 años, el acto es válido.

¿Puede acaso pensarse que estas diferencias obedecen a una razón de justicia

o de valores morales? En realidad, se trata simplemente de una necesidad de

orden: la persona es igualmente capaz un día antes de adquirir la mayoría de

edad; pero para que exista seguridad jurídica, es mejor uniformar la edad y darle

un valor absoluto.

Notemos que, cuando nos encontramos en estos casos frente a una opción que

no nos satisface, puede suceder que el motivo de nuestro desacuerdo se


fundamente en razones axiológicas. Sin embargo, la importancia del orden es

tal que ese desacuerdo no puede invalidar la opción. Como decía Kant, más

vale un Derecho injusto a no tener Derecho; porque el Derecho injusto es

cuando menos una forma de orden.

Esta es, por ejemplo, la situación de la prescripción. Podemos pensar que una

persona que se ha apropiado ilícitamente de un inmueble de otro, no debe

nunca ser considerado propietario; más bien, el dueño debe tener siempre

abierta la posibilidad de recuperarla. Si admitimos que esa persona que actuó

deshonestamente se niegue a devolverla a su legítimo propietario y se quede

con la casa de la que se ha apoderado, estaremos frente a una inmoralidad. Sin

embargo, el Derecho no quiere -por razones de orden- que la discusión de la

legitimidad de la propiedad pueda ser discutida hasta remontarse a illo tempore.

Por eso se establece la prescripción llamada usucapión, que dispone que quien

ocupe una casa como si fuera el dueño sin que su propietario se la reclame

durante un cierto tiempo, adquiere la casa en propiedad. ¿Es inmoral que se

premie al ladrón? Posiblemente, sí; pero es necesario desde el punto de vista

de la lógica del Derecho. Por otra parte, antes se disponía que el plazo para

esa prescripción absoluta era de 30 años; el nuevo Código Civil la ha rebajado

a 10 años. ¿Cuál es la base para establecer esos plazos? Ciertamente no la

moralidad: únicamente la conveniencia social. En la época actual donde las

transacciones son más frecuentes y donde todo funciona más rápidamente, 30

años parece un plazo demasiado largo para dar seguridad a los bienes que

serán objeto de transacciones.

2. La idea moral de culpa como obstáculo para una adecuada organización


social.
La concepción moralista del Derecho tiende a construir el sistema normativo en

torno de la subjetividad, ya que la Moral es eminentemente un problema del

individuo en tanto que tal. Es por ello que el Derecho moralista acentúa la idea

de responsabilidad subjetiva y de culpa como base del sistema. De esta forma,

no hay responsabilidad sin culpa; y a su vez, no hay culpa sin responsabilidad

y sanción. Notemos la afinidad que existe, desde esta perspectiva, entre el

análisis de una situación jurídica y el examen del pecado: no puede haber acto

ilícito sin culpa como no puede haber pecado sin culpa, es decir, sin que medie

una responsabilidad personal del individuo, sea por hecho intencional o

negligente.

Veamos cómo la distinción entre la concepción moralista y la función

organizadora del Derecho afecta la teoría de la responsabilidad

extracontractual.

Como es sabido, la responsabilidad extracontractual es la que se encarga de

crear un balance en las conductas de los individuos cuando no media entre ellos

una relación contractual previa. Si dos personas han firmado un contrato y uno

le causa un daño al otro incumpliendo la obligación convenida, ese otro que ha

sido frustrado tiene derecho a exigirle la prestación pactada en el contrato y

además una indemnización por los daños y perjuicios. Pero, ¿qué sucede

cuando una persona causa un daño a otra sin que hubiera contrato alguno entre

ellas?
Desde una perspectiva moralista, los juristas dirán: si ha habido dolo o culpa del

causante, éste debe pagarle una indemnización a la víctima. Pero, ¿cómo

queda la víctima del daño si no ha habido ni dolo ni culpa en el causante? Ah,

se dice, entonces es un accidente y cada uno soporta el daño que recibe

accidentalmente. No se lo puede pasar a nadie. No le puede cobrar a nadie una

indemnización porque, como dicen los ingleses, se trata de una situación que

no tiene un responsable humano sino que es el resultado de un acto de Dios.

Esto significa que no se puede obligar a una persona que pague por un

accidente si no ha sido responsable por el mismo. No cabe duda de que la idea

que está detrás de este punto de vista es más la de sanción que la de

reparación, ya que la indemnización es sólo un correlato de la culpa: el

responsable de haber causado un daño tiene que ser de alguna manera

castigado y es por eso que paga una reparación a la víctima. Pero, como se

puede apreciar, las ideas de responsabilidad, sanción, perjuicio culpable, etc.

son ideas morales.

Ahora bien, sucede que muchas veces la sociedad tiene la forma de evitar que

el accidente se produzca, pero no la quiere usar. Por ejemplo, los accidentes

de tránsito no se producirían si la sociedad prohibiera ciertas conductas:

salvaríamos muchas vidas humanas si se prohibiera el uso de automóviles; o,

para no ser tan exagerados, si sólo se permitiera que circulen automóviles que

no puedan ser conducidos a más de 10 kms. por hora. Pero sucede que todos

queremos que hayan automóviles porque son muy cómodos; y todos queremos

que vayan bastante más rápido que 10 kms. por hora. Sin embargo, sabemos

también a ciencia cierta que ello originará inevitablemente un cierto número de

accidentes de tránsito al año, incluso un cierto número de muertos. No es que


se pueda aspirar a gozar del automóvil y a la vez reducir los accidentes a cero.

Eso es imposible. Por tanto, si queremos que hayan automóviles es que

indirectamente estamos queriendo también que hayan heridos y muertos, como

un costo que es preciso pagar por las ventajas que nos da la velocidad de

transporte.

Ahora bien, esas personas que son víctimas de la comodidad de todos, deben

recibir una indemnización que repare en parte el daño sufrido. En consecuencia,

como dentro de la teoría moralista de la responsabilidad la indemnización es

siempre vista como un castigo y el castigo está inevitablemente ligado a la idea

de culpa, es preciso encontrar a un culpable de todas maneras en cada

accidente a fin de que la víctima sea reparada. De esta manera, los accidentes

dejan de ser propiamente accidentes para convertirse a la fuerza en actos

negligentes que teóricamente se hubieran podido evitar. Sin embargo, no hay

duda de que existe una dimensión de verdadero accidente en estos casos

puesto que sabemos que estadísticamente esas situaciones se van a presentar

de manera inevitable. Y, de otro lado, muchas veces es preciso crear al

“culpable” a posteriori y forzando las circunstancias, porque el nivel de

previsibilidad y de inevitabilidad era mínimo dentro de la situación que dio lugar

al accidente automovilístico. Pero si no forzamos las circunstancias para

encasillarlas dentro de la noción de negligencia, no habría culpa; y si no hay

culpa, no hay obligación de pagar una indemnización. Esto significaría que si

no violentamos la noción de culpa para convertir a casi todo causante en

culpable, nos encontraríamos que, a pesar de que el automóvil y la velocidad

es algo de lo cual nos beneficiamos todos, los heridos a causa de los verdaderos

accidentes (aquellos donde la culpa es difícilmente discernible) no encontrarían

culpable y, por tanto, tendrían que soportar pacientemente su desgracia como


proveniente de Dios, porque sería inmoral cargarle la responsabilidad a alguien

que no tenga la culpa.

En cambio, si entendemos el Derecho como organización de la conducta

humana, la responsabilidad extracontractual puede ser perfectamente

construida sobre una base objetiva, independiente de la culpa. En efecto, si

tenemos en cuenta que existen mecanismos difusores de los costos sociales a

través del mercado, no hay inconveniente en hacer que pague la reparación una

persona que no ha sido culpable del accidente, siempre que éste a su vez pueda

descargarse de ese costo distribuyéndolo dentro de la sociedad cargándolo al

precio de un producto. En ese sentido, la obligación del pago de la

indemnización correspondería no al culpable, subjetiva o moralmente hablando,

sino a aquél que puede mejor distribuir ese costo dentro del conjunto de la

sociedad a través del mercado.

Liberado de la presión de la Moral que lo conmina a que no obligue a pagar una

reparación a quien no es culpable, el Derecho se preocupa, entonces, de

organizar de la manera más eficiente la reparación de la víctima sin pretender

sancionar a nadie. En ese sentido, cuando hay un accidente de tránsito en el

que un vehículo atropella a un peatón, se puede atribuir la obligación objetiva

de pagar, por ejemplo, al conductor o al propietario del vehículo no porque éste

sea realmente culpable ni porque se le convierte en un culpable ficto, sino

porque tiene mejores posibilidades de tomar un seguro que el peatón: el

propietario asegura su automóvil contra daños a terceros y, en esta forma,

permite que los mecanismos sociales y económicos reparen a la víctima sin que

a su vez resulte nadie plenamente afectado por la obligación de pagar la

indemnización. Igualmente, cuando el accidente se produce por una interacción


entre una empresa y un particular, puede obligarse a pagar la reparación a la

empresa porque ésta a su vez diluye estos costos en la sociedad por el

mecanismo de los precios (salvo el caso de empresas en campos de productos

de demanda inelástica).

Claro está que lo dicho no se aplica al caso de los daños que realmente se

producen con dolo o negligencia grave, porque entonces el aspecto

sancionador conserva su vigencia. Dicho en otras palabras, en los daños

cotidianos y ordinarios -que no son el resultado de dolo ni culpa grave- el

Derecho se encarga de que la víctima tenga una reparación aprovechando los

mecanismos de mercado, independientemente de la idea moral de culpa. En

cambio, cuando hay dolo o negligencia grave, la culpa sigue teniendo vigencia.

3. Las opciones trágicas

Por otra parte, el Derecho se ve obligado a asumir opciones que sacrifican

valores morales en aras de una mejor organización no solamente del placer y

de la fortuna sino también del dolor y de la desgracia. Como dice Calabresi, no

sabemos por qué existe sufrimiento en el mundo. Pero sí sabemos cómo el

mundo decide que este sufrimiento afecte más a unas personas que a otras.

Hemos planteado que el Derecho aparece siempre que existen condiciones de

escasez, como una forma de repartir los bienes sociales cuando no todos

pueden gozar de todo o cuando no todos pueden gozar de tales bienes a la vez;

es entonces que se hace necesario partir espacialmente o establecer turnos

temporales.
Sin embargo, la escasez obliga a veces a realizar una partición que vulnera

nuestros sentimientos morales, pero que resulta inevitable. Para utilizar la

expresión de Calabresi, el Derecho tiene muchas veces que decidir en medio

de "opciones trágicas" (tragic choices). En ellas, la paradoja resulta inevitable y

la tragedia no descansa. Pero esa tragedia es ante todo una crisis moral: se

presenta un conflicto de valores que no pueden ser respetados

simultáneamente: aunque sentimos que debiéramos cautelar ambos, sólo es

posible que uno prevalezca. En consecuencia, el Derecho tiene que realizar una

opción trágica, en la que ciertos valores morales serán sacrificados.

Para entender este tipo de situaciones críticas, imaginemos el reglamento de

un hospital del Seguro Social que disponga que los enfermos terminales sean

enviados a sus casas. Podríamos pensar que ésta es una norma cruel y amoral:

¿cómo es posible que quien va a morir sea abandonado por los médicos de la

Seguridad Social, intencionalmente desatendido y arrojado a la calle por

mandato de la ley? ¿Acaso el moribundo no se encuentra precisamente en el

tipo de situación que requiere más cuidado, amor y compasión? ¿Es que los

médicos del Seguro Social no tienen corazón ni criterio moral? Sin embargo,

debe tenerse en cuenta que ese hospital tiene un número limitado de camas y

una cantidad enorme de pacientes que esperan su internamiento. En

consecuencia, ante la escasez, el Derecho toma el partido de los pacientes que

pueden ser curados y que necesitan esas camas, abandonando a aquellos otros

que no tienen remedio. ¿Cómo no negar que esto es duro y que hiere nuestros

sentimientos morales? Pero la escasez nos obliga a escoger inexorablemente;

y el Derecho -que es, ante todo, un administrador de la escasez- tiene que

hacerlo aunque la Moral se resienta.


VI. LA ORGANIZACIÓN JURÍDICA DE LO INTOLERABLE MORALMENTE.

Regresemos a las normas imperativas que prohíben aquello infringe lo que

constituye el mínimo insoslayable de moral social.

Conforme a lo que hemos visto anteriormente, el Derecho sólo puede prohibir

lo intolerable, aquello que excede del límite de tolerancia moral de una

determinada sociedad. Y ciertamente no todo lo que es moralmente reprobable

resulta también intolerable. Por consiguiente, hay actividades cuya inmoralidad

es manifiesta pero que no es conveniente que el Derecho las prohíba.

Un ejemplo típico en tal sentido lo constituye la prostitución, que en la mayor

parte de los países modernos no está tipificada como un ilícito penal: la

prostituta no es una delincuente ni puede ser detenida ni perseguida por el sólo

hecho de ejercer el meretricio, ya que ésta es una actividad legalmente

permitida. Aún más; puede ser necesario que a estas actividades inmorales

pero legalmente lícitas se les otorgue un status jurídico, con su propio

reglamento, a fin de proteger ciertos intereses sociales. En el caso de la

prostitución, su ejercicio se encuentra sujeto a normas que exigen, entre otras

cosas, que las prostitutas deban tener un carnet vigente que acredite que están

autorizadas para realizar ese oficio porque se encuentran libres de

enfermedades contagiosas; y para mantener tal autorización deben someterse

a exámenes médicos periódicos. En este caso, el interés general de la salud

pública, lleva a legalizar y reglamentar la actividad inmoral a fin de controlar


mejor sus consecuencias socialmente negativas. Estamos ante una conducta

inmoral pero tolerable.

Sin embargo, existen otras conductas inmorales que resultan simplemente

intolerables porque el mero hecho de que se produzcan hiere de manera muy

profunda la sensibilidad moral de una época o de un pueblo. En ese caso, no

se puede autorizar expresamente (otorgando carnets) y ni aun siquiera tolerar

tácitamente omitiendo toda referencia legal: es preciso prohibir. Pero hay que

tener muy en cuenta que prohibir no significa desconocer la realidad por

decreto, no significa negarse a aceptar que esas conductas se producen y que

tienen múltiples consecuencias dentro del orden social. Y todo lo que es parte

de la realidad y que tiene significación social, tiene que ser organizado

socialmente a través del Derecho. Debido a esa confusión entre Moral y

Derecho que he denunciado antes, a veces se teme que regular jurídicamente

sea de alguna forma legalizar y quizá incluso legitimar moralmente lo

ilegitimable; y por ello se prefiere que el Derecho se limite a prohibir y castigar,

sin siquiera organizar no ya las conductas inmorales sino tampoco los

resultados sociales de ellas. Pero el Derecho tiene que organizar los resultados

de todas las conductas, sean morales o inmorales, porque todos estos efectos

forman parte de la trama social. Por consiguiente, aun en el caso de las

conductas moralmente intolerables, es preciso ordenar jurídicamente sus

consecuencias sociales.

No cabe duda de que uno de los campos más álgidos, en los que esta relación

entre la Moral y el Derecho ha revestido características dramáticas en los

últimos años, es el de la Biología moderna. Aquí nuevamente se presenta el

dilema de saber si el Derecho cumple una función moralizadora simplemente


(es decir, si debe limitarse a impedir las conductas inmorales y lograr la

moralidad) o si cumple, además, una función organizadora independientemente

de los aspectos morales.

Quizá la primera gran discusión en esta materia se planteó primero con motivo

de la inseminación artificial y de la fecundación en probeta. Estas nuevas

posibilidades que abría la ciencia dieron lugar a una gran variedad de

situaciones con relevancia jurídica. El Profesor Marcial Rubio, en su estudio

titulado "Las reglas del amor en probetas de laboratorio", ha encontrado al

respecto 329 posibles situaciones jurídicamente diferentes. Muchas de estas

situaciones no tienen solución legal en el orden jurídico actual; y, sin embargo,

reclaman alguna.

Para dar una idea de la rica problemática jurídica que la inseminación artificial

plantea, revisemos algunos de los casos posibles. Adoptemos como hipótesis

que la ley debe prohibir la inseminación heteróloga -es decir, la que tiene lugar

con elementos genéticos externos al matrimonio- por cuanto se considera

moralmente intolerable. No estoy seguro de que lo sea en todos los casos, pero

utilicemos la hipótesis de la prohibición más radical a fin de comprobar cómo,

aun en tal hipótesis extrema, el Derecho tiene que organizar y regular aspectos

vinculados a dicha inseminación heteróloga prohibida.

Si tal tipo de inseminación está prohibido, quienes la lleven a cabo -tanto los

beneficiarios como los médicos y los llamados donantes- incurrirían en un delito

y podrían recibir diversas sanciones, incluyendo la cárcel. Sin embargo, no hay

que olvidar que es frecuente que el ser humano infrinja las leyes, a pesar de

que las sanciones sean muy drásticas; y, por ello, bien puede suceder que ese
tipo de inseminación se lleve a cabo: una pareja que no puede tener hijos recibe

una donación ya sea de esperma o de óvulo de una persona ajena al matrimonio

(a veces un hermano o hermana, otras un donante anónimo) y así concibe un

niño. Imaginemos que ese niño cuando sea mayor se entera y logra probar que

el esperma no provino del esposo de su madre sino de una persona que luego

adquirió una gran fortuna. Cuando muere el donante, ¿podría ese niño reclamar

parte de la herencia aduciendo que es su hijo? La legislación actual no lo

permite; pero tal prohibición se debe a la necesidad de dar seguridad cuando

menos formal a la familia, teniendo en cuenta el carácter incierto de las pruebas

clásicas de paternidad: ya que no se podía demostrar médicamente a cabalidad

que el hijo era de un tercero, el Derecho optó por considerarlo irremisiblemente

del esposo a fin de evitar una situación de perniciosa incertidumbre. Sin

embargo, ahora que se cuenta con la prueba genética que tiene una seguridad

casi absoluta, tendríamos quizá que reconsiderar el asunto. ¿No podríamos

entender jurídicamente que esa persona resultante de la inseminación artificial

heteróloga es hijo biológico del donante y una suerte de hijo adoptivo del esposo

de su madre que lo crió? Hasta hoy, legalmente no es así; porque el hijo es de

la madre que lo dio a luz y del marido de ésta en tanto no haya impugnado su

paternidad dentro de un plazo relativamente corto. Pero el hecho de que ahora

se pueda demostrar en cualquier momento de la vida del sujeto que el óvulo o

el esperma -y quizá ambos componentes genéticos- provienen

comprobadamente de terceros identificables, ¿no varía la situación respecto de

la herencia?

Avancemos un paso más en el ejercicio. Supongamos que prohibimos también

la fecundación homóloga -es decir, con esperma del propio marido- cuando el

marido ha muerto, como lo pide la Congregación para la Doctrina de la Fe. Sin


embargo, una mujer desesperada por el fallecimiento de su esposo, seis meses

o un año después del deceso, aprovecha que éste ha dejado esperma

congelado en un hospital y pide que la inseminen. El niño que nace, ¿es hijo del

marido?, ¿puede llevar su apellido? Si luego muere el abuelo biológico,

¿podrían sus primos ganar un juicio contra éste niño para dejarlo sin

participación en la herencia? Más allá de la realidad biológica, ¿el solo hecho

de que la madre fuera fecundada con posterioridad al matrimonio hace que el

concebido pierda su nombre y sus parentescos familiares y, consecuentemente,

toda participación en la fortuna familiar? La legislación actual, pensada en

función de la idea de que el padre siempre está perfectamente vivo al momento

de la fecundación, llevaría a desconocer jurídicamente la filiación y los derechos

hereditarios de la persona así concebida si el parto tiene lugar después de los

300 días contados a partir de la muerte del marido. Y nadie ha querido

modificarla porque se piensa que si se otorgan derechos de filiación a esa

persona respecto del marido pre-muerto, se está de alguna manera

reconociendo la validez de la fecundación post mortem, lo que constituye una

inmoralidad. Pero, ¿no es acaso también una inmoralidad que ese niño de

probeta resulte un ente sin padre y sin nombre?

Otra situación originada en la nueva Biología que conmovió a la doctrina jurídica

fue la de los "vientres alquilados".

Cuando se conocieron los primeros casos en que una mujer había alquilado su

vientre a cambio del pago de una cierta suma de dinero a fin de que se le

coloque un óvulo fecundado (un embrión) para que lo geste y lo dé a luz, se

produjo una intensa reacción porque se consideraba que ésto era moralmente

intolerable. Por ello se exigió que el Derecho simplemente prohibiera tales


acuerdos y no los regulara en forma alguna, ya que la regulación era percibida

de alguna manera como una convalidación moral.

Sin embargo, para los abogados las cosas no son tan simples ni tan evidentes.

La situación jurídica es legalmente más clara cuando el contrato de alquiler de

vientre incluye que la mujer gestante aporte también el óvulo, como sucedió en

el famoso caso de la familia Stern contra la familia Whitehead en los Estados

Unidos en el año de 1987[i]. La señora Stern no podía concebir descendencia

y por ello el señor Stern celebró un contrato con la señora Whitehead para que

fuera artificialmente inseminada con el esperma de él, ella gestara al concebido,

le diera a luz y luego lo entregara a la pareja Stern. Todo ello a cambio del pago

de USD $10,000 y de los gastos médicos correspondientes. Es importante

señalar que el esposo de la señora Whitehead aceptó que su mujer fuera

gestante de un hijo de otro, y declinó de antemano su paternidad. Una vez que

la niña nació, la madre quiso retenerla a pesar de las estipulaciones del contrato

de subrogación, y el caso tuvo que ir al Poder Judicial.

El caso fue conocido en primera instancia por la Corte Superior de New Jersey,

en 1987.

Parece normal que Melissa, la niña resultante, fuera considerada por la Corte

como hija de la señora Mary Beth Whitehead y del señor William Stern, sus

padres biológicos. Pero, ¿debía la madre entregar la custodia de la niña al padre

y cumplirse de esta manera cuando menos parcialmente el contrato? La Corte

expresa su total acuerdo con el principio de que producir un niño por dinero o

comerciar con un niño es algo denigrante para la dignidad humana; y recuerda


que la Décimo Tercera Enmienda de la Constitución norteamericana prohíbe

este tipo de tratos. Sin embargo, considera también que el contrato en discusión

no atenta contra la mencionada enmienda porque el señor Stern no está

comprando un hijo de otros ya que, tratándose de su propia esperma, es

propiamente un hijo suyo. Por tanto, sostiene la Corte que el pago realizado no

es por el precio de una niña sino por los servicios prestados por la madre, la

que aceptó ser impregnada y llevar adelante el embarazo. En otras palabras, la

Corte consideró que el contrato no era uno de compraventa de seres humanos

(lo que hubiera implicado una inconstitucional variante de la esclavitud) sino uno

de locación de servicios que no se encuentra prohibido por el ordenamiento

jurídico: el señor Stern no le compraba una hija a la señora Whitehead porque,

de un lado, tenía derecho a ella en tanto que era su propia hija y, de otro lado,

el contrato no podía legalmente entenderse como que la señora Whitehead

dejara de ser madre de la niña. En consecuencia, la niña era hija legalmente del

señor Stern y de la señora Whitehead. Sin embargo, la Corte comprobó que la

madre tenía un hogar complicado, con un marido alcohólico. En consecuencia,

en el interés de la niña, ordenó que la madre (Whitehead) fuera desprovista de

la patria potestad y que la custodia definitiva de la niña fue entregada al padre

(Stern). La sentencia termina con esta frase: "La Corte afirma que Melissa

merece nada menos que estabilidad y paz".

Esa sentencia fue apelada por la señora Whitehead ante la Corte Suprema de

New Jersey. Como puede apreciarse, la sentencia era muy discutible y da una

idea de los términos en que se presentan judicialmente estas cuestiones.

Nótese que no existía ninguna prohibición expresa en el Derecho

norteamericano que hiciera nulo el contrato de subrogación. Sin embargo, la

Corte Suprema de New Jersey interpretó que esa prohibición existía en forma
tácita, sin que tuviera importancia legal el hecho de que no fuera expresa; y por

ello declaró nulo en parte el fallo de la Corte de Primera Instancia en el sentido

de que no se podía privar a Mary Beth Whitehead de la patria potestad porque

ella era realmente la madre[ii]. Pero la solución de la Corte Suprema de New

Jersey no fue radicalmente diferente de la de la Corte Superior porque, sin

perjuicio de establecer un régimen de visitas a su hija para la señora Whithead

en tanto que madre, otorgó siempre la custodia al señor Stern, basándose

exclusivamente en la determinación de cuál de los dos padres era más

responsable y podía cuidar mejor de la hija común.

Ahora bien, el caso resulta mucho más difícil si, aun cuando exista prohibición

legal de celebrar un contrato de subrogación, la madre gestante no ha aportado

tampoco el óvulo sino que tanto el esperma como el óvulo han sido

proporcionados por el matrimonio que contrata el vientre. Supongamos que una

pareja que es fértil pero que la esposa no puede retener un embarazo durante

los nueve meses, decide alquilar el vientre de otra mujer para lograr el hijo de

ambos que anhelan pero que no pueden llevar a término. Celebran un contrato

de subrogación en el que la gestante no es simplemente inseminada con

esperma del marido -como fue el caso Baby M- sino que se le implanta un

embrión constituido por un óvulo de la mujer fecundado por el marido. Esta

gestante acepta realizar este servicio porque necesita el dinero para darle una

mejor educación a los hijos que tiene con su propio esposo.

Imaginemos que, una vez tenido al hijo, la gestante se niega a entregarlo a

quienes le implantaron el embrión. Si existe prohibición legal de celebrar

contratos de subrogación, el acuerdo entre la pareja y esa mujer, no puede ser

tomado en cuenta. En consecuencia, el hijo corresponde legalmente a la mujer


que lo gestó y a su marido. Pero sucede que el hijo corresponde biológicamente

a la pareja que contrató el alquiler de vientre. Y, por otra parte, el marido de la

gestante rechaza la paternidad. ¿Debe ese niño ser considerado simplemente

como un hijo ilegítimo de la gestante de padre desconocido? Y si los padres

biológicos tuvieran una fortuna mayor que la madre gestante, ¿ese niño se

queda sin heredar esa fortuna aunque es el hijo biológico sólo porque no es hijo

legal? Todo ello a fin de no reconocer jurídicamente un contrato que denigra la

dignidad humana; pero, ¿es ésta la manera de proteger la dignidad humana?

El último caso que quiero mencionar es el de la clonación. No cabe duda de que

se puede establecer por muy buenas razones morales que es ilícito clonar a las

personas humanas y, consecuentemente, la ley puede prohibir la clonación

humana y quizá hasta los experimentos científicos conducentes directamente a

ella. Pero el Derecho tiene que hacer algo más: tiene que prever la forma como

se insertará en la vida social un individuo clonado si, a pesar de las

prohibiciones, se lleva a cabo la clonación.

Si alguien clona a una persona, el problema no queda resuelto con enviar a la

cárcel al responsable. La persona clonada está ahí y el Derecho tiene que

establecer también lo que se debe hacer con el clon. Como es una persona

humana, tenemos no solamente que respetarle su vida sino también integrarlo

a la sociedad con derechos plenos.

Esto significa que el Derecho debe tener normas que definan la identidad del

hombre clonado. Recordemos que, mediante el procedimiento de clonación, se

retira el código genético de una célula fértil y se le sustituye por el código de

otra persona. Por consiguiente, en este procedimiento intervienen varios


“padres”. En primer lugar está el padre que aportó el semen y la madre que

aportó el óvulo; pero luego el óvulo fecundado es desprovisto de lo más esencial

de su estructura: su código genético que es lo que precisamente le da la

identidad y hace que el nuevo ser sea efectivamente hijo de quienes pusieron

esperma y óvulo. Y entonces una tercer persona -hombre o mujer- le aporta un

nuevo código genético que es introducido en ese óvulo fecundado que

prácticamente se convierte simplemente en un medio material con el que se

construirá el nuevo ser humano conforme a los patrones del código genético

adquirido posteriormente a la concepción. Todavía ese óvulo radicalmente

transformado puede ser devuelto al vientre de la mujer que suministró el óvulo

original o, si se quiere hacer aún más difícil el problema jurídico, implantado en

otro vientre. En cualquier caso, la madre que dé a luz, sea la original o una

tercera, tendrá muy poco que ver biológicamente con el recién nacido cuyo

código genético lo vincula biológicamente a otra persona. Y lo mismo sucede

con el padre que aportó el esperma.

Por tanto, el niño resultante se parecerá físicamente al donante del código

genético y no a los presuntos “padres” que aportaron el semen y el óvulo. Si se

realizan las pruebas genéticas de paternidad, ese niño aparecerá vinculado a

la familia de quien aportó al código genético y no a las familias de sus padres

“naturales”. Peor aún, probablemente podrá ser considerado genéticamente

como hijo ni siquiera de quien aportó el código sino de los padres de éste. En

otras palabras, mientras que en la filiación normal los que aportan los gametos

son los padres biológicos, aquí nos encontraríamos que más decisivo

biológicamente en la formación de la identidad física del nuevo ser es el tercero

que aportó el código genético posteriormente a su concepción. Pero éste a su

vez no podría ser visto como padre biológico, porque genéticamente es más un
“hermano” que un padre. De modo que, desde un punto de vista puramente

genético, casi podemos decir que no tiene padres.

Todo esto resulta, sin duda, muy complicado desde el punto de vista jurídico.

No cabe duda de que es indispensable determinar legalmente quiénes deben

ser considerados como los padres de este ser que, independientemente de que

sea resultado de una clonación, es una persona humana. El Derecho tiene que

decirnos quién es su familia para efectos, por ejemplo, de los impedimentos

matrimoniales. También el Derecho debe prever cómo se va a llamar, cómo se

va a establecer su partida de nacimiento ya que éste es un documento esencial

para la vida ciudadana. El Derecho debe decidir quiénes están obligados a

mantenerlo y a educarlo hasta que alcance la mayoría de edad y a quien le

corresponde heredar, llegado el caso.

Todavía podemos imaginarnos muchas otras situaciones complejas con

relación a esa realidad insoslayable que sería el hombre clonado ilegalmente.

Por ejemplo, si la clonación se produjo en el extranjero pero la célula base fue

tomada de un peruano, el clon resultante ¿es peruano o es extranjero? En el

Perú seguimos tanto el principio del ius soli como el del ius sanguinis, esto es,

consideramos peruano tanto al que nace en el territorio del Perú como al hijo

de padres peruanos. Imaginemos que el ser clonado nace en el extranjero; por

tanto, no le corresponde la nacionalidad por ius soli. Pero, aún cuando quienes

colocaron el semen y el óvulo fueran peruanos, ¿podemos aplicar el ius

sanguinis y considerar peruano al nuevo ser si su código genético -que es el

elemento esencial de su identidad- fue proporcionado por un extranjero? Más

radicalmente, ¿es aplicable el ius sanguinis a quien no tiene propiamente

padres, a pesar de que la Constitución se refiere específicamente a la condición


de “ser hijo de padre o madre peruanos”? Para tomar un tema de moda, ¿podrá

ese clon aspirar un día a la Presidencia de la República?

William Stern v. Mary Beth y Richard Whitehead (Baby M


[i]

case). 217 N.J. Super. 313, 525 A.ed 1128 (1987).


[ii] In Re: Baby Girl, 14 F.L.R. 2008 (1985).

Hace algunos años, un estudiante me pidió orientación sobre cómo puede hacer el
profesor universitario para preparar al estudiante de la carrera de Derecho en el
perfil profesional correspondiente a su profesión. Aquí les comparto mis
comentarios:

En primer orden, es importante resaltar la importancia de estudiar la ética como


cátedra dentro de la carrera de Derecho, en razón de que a través de ella se formará
al estudiante en el perfil que debe asumir en el ejercicio de la profesión que ha
decidido estudiar.

Asimismo, permite al estudiante familiarizarse con las leyes y principios morales que
rigen la profesión del Abogado.

No obstante, más allá de cualquier enseñanza teórica que se pueda impartir al


estudiante, no hay mejor manera de hacerles aprender y aprehender los principios
éticos que a través del ejemplo de los docentes que a lo largo de la carrera tendrá
la oportunidad de conocer; es el aprendizaje a través de la observación, por cuanto
es determinante para que puedan quedar bien arraigados los conocimientos que
imparte cualquier docente, y en especial los relacionados con la ética, la moral, el
buen proceder, que el alumno se sienta identificado con el docente, y más aún que
el docente predique con el ejemplo; definitivamente cuando el docente goza del
respeto, credibilidad y hasta en cierto punto de la admiración de sus alumnos, puede
más fácilmente hacerles llegar cualquier mensaje, información, o contenido, bien
sea relacionado con la cátedra que enseña o con cualquier aspecto de la vida en
general.
En ese sentido, buena parte de la formación ética y profesional que recibirán los
estudiantes de Derecho estará marcada por la calidad profesional y personal de sus
profesores.

Ahora bien, además del ejemplo que pueda dar el docente con su actuar,
ostentando algunas cualidades que sirvan de modelo a seguir para sus alumnos,
como la imagen personal, la expresión corporal y oral, la manera como resuelve los
conflictos que puedan presentarse en el aula, siempre tratando de utilizar en lo
posible mecanismos de mediación, utilizando un lenguaje respetuoso, mostrando
una conducta decorosa tanto en el salón de clase como fuera de él, tanto dentro del
recinto universitario como fuera de él, siendo puntual y responsable, entre otros
aspectos importantes, existen mecanismos muy precisos que puede utilizar para
ayudar al alumno a perfilarse en la ética de un abogado.

Por ejemplo, lo primordial de todo Abogado de conformidad con el Código de Ética


Profesional del Abogado en Venezuela, es que debe tener como norte de sus actos
servir a la justicia, este principio bien puede el docente enseñarlo a los alumnos con
su propio actuar justo dentro del salón de clase, aplicando las normas a todos por
igual, siendo justo en la manera de evaluar y de corregir, dando las mismas
oportunidades a cada uno, siendo igual de estricto o flexible con cada alumno, pero
sobre todo haciendo llamados de atención con la misma vehemencia tanto cuando
el alumno haya obrado mal, como cuando haya obrado bien, y una que otra vez
mostrando con humildad que también puede equivocarse y rectificar de ser preciso.

De igual forma, el mismo Código referido, señala que el Abogado debe fraternizar
con sus colegas, siendo respetuoso y cordial en todo momento, lo cual también se
puede formar en los alumnos, tanto no expresándose mal de los demás docentes,
como fomentando en el salón el respeto mutuo entre todos los estudiantes,
promoviendo la solidaridad y el trabajo en equipo, no permitiendo que se desarrolle
una competencia malsana, que de hacerse críticas sean siempre constructivas.

Por otra parte, el Abogado debe ser puntual tanto en los actos que deba asistir en
un tribunal, como en las reuniones que haya establecido con algún cliente o algún
colega, asimismo el docente puntual y que además refuerce constantemente la
puntualidad en los alumnos estará contribuyendo en la formación ética de los
estudiantes de derecho.

El Abogado debe mantener en todo momento una conducta decorosa, honorable,


digna, es por ello que el abogado-docente debe mantener esa misma conducta en
el aula, evitando incurrir en actitudes que vayan contra esos principios, y orientando
al alumno de tal manera que poco a poco se vaya enmarcando en esos preceptos,
indicándole cuando su actuar no sea el adecuado.

Finalmente, se puede indicar como último ejemplo, el hecho de que la apariencia


personal es muy importante para los abogados, existen ciertas vestimentas con las
cuales no puede ingresar al recinto de un tribunal, en ese sentido el docente puede
ir formando ese hábito, al exigirle al alumno unas normas mínimas en el vestir, y en
ocasiones, cuando se trate de actividades más protocolares como exposiciones o
exámenes orales, requerirles un vestir más formal, sobrio, acorde con el momento.

De todo lo anterior se desprende, que en la medida en que los abogados que ejercen
la docencia en la Escuela de Derecho, muestren una actitud apegada a los
preceptos éticos que caracterizan su profesión, será más efectiva la formación de
los alumnos en esos preceptos, y es por ello que la Universidad a través de sus
autoridades competentes es la responsable de velar porque todos los docentes
cumplan con esas características personales, para que haya unidad de criterios en
ese sentido, y no suceda que mientras algunos docentes se esmeran por cuidar
todos los aspectos descritos, otros no hagan el mínimo esfuerzo o peor aún actúen
en total desapego al deber ser, a los principios morales y éticos.

Abog. Livia Hernández

Editora Temas de Derecho

Don José Campillo Sáinz, entre tantas cosas, era un hombre honesto, culto y
de pulcra escritura. Tenía en un altísimo lugar a la abogacía, pero acompañada
de un ético ejercicio. Para el maestro, el hombre debe considerarse como un fin
en sí mismo y nunca como un medio. El hombre es un ser libre, pero también
un ser que está obligado.Las normas éticas se convierten en jurídicas cuando
adquieren relevancia especial para la convivencia y el grupo social considera
que deben ser obligatorias. El derecho tiende, fundamentalmente, a convertir
en imperativas las reglas que conduzcan a una convivencia justa y aseguren el
bien común de la colectividad.

En 1992, don José Campillo publicó Introducción a la ética profesional del


abogado, libro que a la fecha lleva ocho ediciones, mismo que constituye un
verdadero tratado de deontología jurídica. Para el autor, la ética profesional es
esencial para los abogados. La verdadera vocación del jurista es un espíritu de
servicio a los demás y el deseo de contribuir a realizar la justicia y los demás
valores del derecho. El jurista debe tomar como norma suprema de su
conducta, no solo la ley, sino también la moral y la justicia.

Aunque el maestro no pretendía formular un nuevo decálogo más del abogado,


tal y como lo expresa en su obra, menciona catorce principios generales de ética
profesional, mismos que transcribimos a continuación:
1. EL ABOGADO SERVIDOR DE LA JUSTICIA A TRAVÉS DEL DERECHO.
Utilizar el derecho al servicio de la justicia y luchar por ella utilizando como
medio el derecho. La justicia es, sin duda, el valor dominante entre aquellos que
el derecho aspira a realizar, el abogado tiene obligación de oponerse a la ley
injusta y el deber de luchar porque se modifique. Además, debe luchar por el
bien común.

2. PROBIDAD. El abogado debe ser un hombre bueno, íntegro, honrado y recto


en su conciencia, es decir, tener probidad. Sin ella, el abogado no tendría
autoridad moral para defender y luchar por la justicia ni merecería la confianza
de quienes le encargan su defensa o están sujetos a la resolución que dicte
como juez.

3. NO EMPLEAR NUESTROS CONOCIMIENTOS SINO AL SERVICIO DE LAS


CAUSAS JUSTAS. El abogado tiene libertad para aceptar o rechazar los
asuntos en que se solicite su patrocinio; pero tiene el deber de no aceptar
aquellos en los que deba sostener tesis contrarias a sus convicciones, o cuando
no esté de acuerdo con el cliente en la forma de plantearlo o llevarlo a cabo.

4. LEALTAD. El abogado tiene el deber de ser leal con su cliente; leal con los
jueces y funcionarios ante los cuáles aboga; leal con sus colegas y con su
contrincante.

5. DESINTERÉS. Es lícito que el abogado gane su sustento con el ejercicio de


su actividad profesional; pero ella no debe tener como fin esencial el lucro o el
interés económico.

6. LA VERACIDAD. El abogado debe buscar la verdad y proceder con


veracidad.

7. HACER EXPEDITA LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA. El abogado tiene


como obligación, derivada del deber de luchar por la justicia, abstenerse de
emplear formalidades o recursos puramente dilatorios que entorpezcan o
prolonguen el procedimiento.

8. EL ABOGADO DEBE SER FIRME. La fortaleza debe ser una virtud del
abogado, debe ser firme, debe enfrentarse, muchas veces, a los abusos del
poder, a las amenazas de daños en su persona, en su patrimonio, o en los
miembros de su familia, pero deben resistir con firmeza.

9. EL ABOGADO DEBE SER ESTUDIOSO. El derecho es el instrumento del


abogado. Por ello está obligado a estudiarlo y conocerlo; a mantenerse al tanto
continuamente de los cambios y modificaciones de las leyes; de la
jurisprudencia y de los avances de la doctrina.

10. DILIGENCIA Y TENACIDAD. El abogado debe ser tenaz y diligente en la


defensa de los asuntos que se le confían.

11. SECRETO PROFESIONAL. El abogado está obligado a guardar los


secretos que conozca como consecuencia de su actividad profesional.

12. HONOR Y DIGNIDAD PROFESIONAL. El deber de mantener el honor y la


dignidad profesionales se liga claramente al de servir a la justicia, función
principal del abogado. El abogado debe estar claramente consciente de la
dignidad de la función que realiza y de las responsabilidades que ella implica.

13. EL ABOGADO DEBE TENER UN PROFUNDO SENTIDO HUMANO. El


abogado está obligado a adentrarse en la viva realidad de lo humano; a sopesar
situaciones, antecedentes, motivaciones de una conducta y fines que se
pretenden alcanzar. Debemos tratar de conocer y comprender.

14. TRATO CON AUTORIDADES Y COLEGAS. Derivado de la actividad social


del abogado, debe tener deberes de respeto, lealtad, confraternidad y decoro
en las relaciones con funcionarios, la contraparte y con otros abogados.

Introducción a la ética profesional del abogado


Gustavo Escobar, Ética, McGraw-Hill, México, tercera ed,1992

La Deontología Jurídica comprende las reglas del deber y, como tal, tiene la misión de regular
el proceder correcto y apropiado del abogado en su ejercicio profesional. Esta función la realiza
desde el ámbito de los llamados códigos deontológicos que regulan toda la actividad de la
abogacía, los que, a su vez, se nutren, indiscutiblemente, de la Moral y la Ética.

La deontología no es más que la ética profesional aplicada, donde sus contenidos normativos
son de acatamiento obligatorio para todos los abogados a los cuales se dirigen. Existen muchos
principios rectores de la Deontología Profesional, entre los más importantes encontramos la
justicia, la independencia profesional, la libertad profesional, la ciencia y conciencia, así como
la probidad profesional.

Estos principios brindan contenido y vigencia práctica a la Deontología Jurídica, desde su


eminente carácter preventivo, el cual algunas veces se muestra vulnerado por actuaciones
indebidas de los abogados y surge, irremediablemente, la posibilidad extrema de imponer
sanciones disciplinarias a éstos.

Introducción

Hoy en día en el mundo la atención se dirige al cumplimiento de reglas de ética en el


comportamiento humano en todos los ámbitos. Constantemente podemos apreciar el
surgimiento de leyes y reglamentos acerca del proceder conforme reglas de ética, pues el temor
directo e inmediato a la corrupción intimida y obliga a tomar acciones en este campo.

Sus consecuencias se encuentran en todos los medios, desde la noticia que informa actos de
corrupción en el orden político, hasta aquel acontecimiento contra la ética que tiene vinculación
con el mundo económico, el acontecer social y, sin lugar a dudas, el mismo deporte.

Esta posibilidad de atracción se identifica con actividades públicas y privadas, actos de


trascendencia laboral así como profesional, siempre en atención a acciones contrarias a reglas
éticas y deontológicas.

Cuando se habla de una conducta ética, identificada dentro del ámbito jurídico, resulta no sólo
exigencia de aquellos profesionales en derecho que se conducen dentro de la administración
pública sino también, y en forma racional, a los profesionales que ejercen liberalmente el
derecho.

El efecto es universal y ningún campo del acontecer humano se encuentra exento de la


exigencia de un proceder ético y alejado de la corrupción.

Resulta innegable la corrosiva y vertiginosa corrupción que se ha generado, desde el siglo


pasado y hasta nuestros días, en todas las profesiones liberales, de la cual no se ha librado la
abogacía. Ello nos conduce a replantear los esquemas iniciales, a revitalizar los colegios
profesionales y, en forma inmediata, darle verdadera eficacia a las normas deontológicas
internas que regulan la conducta de los profesionales en derecho, donde se exige el proceder
en cumplimiento de reglas éticas, lo que brindará vigencia al principio de “probidad profesional”,
hoy olvidado por muchos y, lamentablemente, visto con indiferencia por la mayoría.La
Deontología Jurídica no es un proyecto de futuro sino, una necesidad actual e inmediata.

Ello conduce a que los profesionales en derecho, en forma individual y colectiva, a través del
Colegio de Abogados de Costa Rica, atiendan en forma inmediata el cumplimiento y respeto
profesional al Código de deberes jurídicos, morales y éticos del profesional en derecho (1).

Moral y ética

Es importante lograr una primera definición conceptual entre la moral y la ética.

Moral

Inicialmente podríamos decir que la moral es la ciencia del actuar, de las costumbres y lo vivido
por el hombre (2). Se dice que nuestras acciones tienden a encauzarse y repetirse en lo que
corresponde a hábitos y costumbres; por ello, no es posible pensar en personas amorales, pues
no existen personas sin ciertas costumbres y hábito (3).

La moral es “un conjunto de principios, preceptos, mandatos, prohibiciones, permisos, patrones


de conducta, valores e ideales de vida buena que en su conjunto conforman un sistema más o
menos coherente, propio de un colectivo concreto en una determinada época histórica …la
moral es un sistema de contenidos que refleja una determinada forma de vida” (4).

Se puede definir la moral como el conjunto de convicciones y pautas de conducta que guían los
actos de una persona concreta a la largo de su vida. En este sentido, estos modos de vida,
individuales y comunitarios, se concretan en tradiciones, religiones y sistemas filosóficos que
en algunas ocasiones se llaman moral en la medida en que son modos de vida concretos (5).
La moral se compone de dos aspectos o ámbitos; por un lado, es valorativa y, por otro, es
normativa. Se dice que es valorativa en cuanto establece criterios de distinción entre lo bueno
y lo malo; por su parte, es normativa en cuanto ordena hacer el bien y no hacer el mal. No
corresponde a la moral decidir qué es bueno, pues el bien tiene carácter ontológico (6).

En definitiva, podríamos decir que la moral es “un conjunto de principios, preceptos, mandatos,
prohibiciones, permisos, patronos de conducta, valores e ideales de vida buena que en su
conjunto conforman un sistema más o menos coherente, propio de un colectivo concreto en una
determinada época histórica… la moral es un sistema de contenidos que refleja una
determinada forma de vida” (7).

Como agrega Torre Díaz, “…este modo de vida no coincide plenamente con las convicciones
de todos los miembros. Es un modelo ideal de buena conducta socialmente establecido” (8).

Ética

La ética es una ciencia y, como tal, explica las cosas por sus causas (9). En efecto, “…no se
trata aquí de emitir una opinión más acerca de lo bueno o lo malo; se trata de emitir juicios sobre
la bondad o maldad moral de algo, pero dando siempre la causa o razón de dicho juicio” (10).

Según el origen etimológico de la palabra “ética”, la misma proviene del griego ethos (morada)
o éthos (hábitos, costumbres). Tiene o presenta un contenido más neutro que moral (11).

La ética es ciencia por su carácter eminentemente racional. Por lo que se dice que la ética no
es producto de la emoción o del instinto, como tampoco es resultado de la intuición del corazón,
y mucho menos de la pasión. Además, la ética se identifica como una ciencia práctica, porque
está diseñada para realizarse en la vida práctica (12).

Por otra parte, la ética es considerada como una ciencia normativa, pues se dirige a brindar
normas para la vida, orienta la conducta práctica, dirige, encauza las decisiones libres del
hombre. Por ello, es rectora de la conducta humana (13).

La ética se ubica en un nivel reflexivo; se dice que es la moral pensada (14). La ética propone
pensar en cuáles acciones son buenas para el hombre, cuáles son justas. Se dedica a realizar
una reflexión sobre la moral, brinda o permite dar cuenta racionalmente de la dimensión moral
(15).

Para Gutiérrez Sáenz, “la ética es una ciencia que estudia lo normal de derecho, lo que debe
realizarse, la conducta que debería tener la gente, lo que es correcto en determinadas
circunstancias. La ‘mordida’, el ‘chanchullo’, el fanatismo religioso, son normales de hecho en
ciertos ambientes; pero no son lo normal de derecho. La razón estudiará en cada caso y
justificará lo normadle derecho” (16).

La ética tiene un objeto material y formal. En términos generales, el objeto material de una
ciencia es la cosa que se estudia y el objeto formal es el aspecto de la cosa que se estudia. En
la ética, el objeto material está representado por los actos humanos y el objeto formal es la
bondad o maldad de esos mismos actos humanos” (17).

De lo expuesto podemos extraer las características identificadoras de la Ética. a) Es una ciencia,


b) Es racional, c) Es práctica, d) Es normativa, e) Su tema es la bondad y maldad de los actos
humanos.
Desde este panorama se puede definir la ética como “…una ciencia práctica y normativa que
estudia racionalmente la bondad y maldad de los actos humanos” (18).

Diferencias e identidades entre la moral y la ética

Existen una serie de diferencias conceptuales y de contenido entre la moral y la ética; no


obstante, también hay campos de conexión entre ambas.

Tanto la moral como la ética orientan nuestras acciones. No obstante, la moral orienta nuestra
conducta directamente, por su parte, la ética no tiene por qué tener una incidencia inmediata en
nuestra vida cotidiana, puede servir de modo indirecto de orientación pues su objetivo es indicar
qué concepción moral es más razonable (19).

A pesar de mostrar sus diferencias, en la práctica, la ética y la moral comúnmente se utilizan


como sinónimos. Si revisamos la raíz etimológica de ambas palabras, podremos escudriñar que
significan algo semejante; modo de ser, carácter (ethos: morada; moris: costumbre).

Por ejemplo, se habla del comportamiento poco ético cuando queremos decir que no se
conforma a la moral vigente (20). En este sentido, decimos que no podemos separar en forma
absoluta la moral y la ética, lo vivido y lo reflexionado pues reflexionamos en la vida, “nuestras
razones nacen de nuestra concreta moral y los bienes que buscamos son los bienes concretos
de nuestra tradición.

Nuestra racionalidad depende de lo particular, del contexto, de nuestra historia y no podemos


salir de esta finitud e historicidad hacia principios abstractos y universales salvo en la ficción o
el sueño” (21).

Deontología profesional

Desarrollo conceptual de la deontología profesional

La Deontología, desde su origen etimológico, expresa el deber (deon, deber en griego), lo que
debe ser hecho. La forma de comprender y aplicar las normas éticas puede ser de dos tipos; un
tipo teleológico, dirigido al análisis de los fines, de las metas, de las consecuencias, de la
utilidad, de las repercusiones de la acción, o un tipo deontológico –el que ahora nos interesa–,
donde se brinda importancia a la cualidad intrínseca de obligación unida a la norma misma
(v.gr.; ¡la ley es la ley!) (22).

La deontología es “aquella parte de la filosofía que trata del origen, la naturaleza y el fin del
deber, en contraposición a la ontología, que trata de naturaleza, el origen y el fin del ser” (23).

Por ello, los códigos deontológicos reglamentan de manera estricta los deberes de los miembros
de una misma profesión (24). En el caso concreto del ejercicio de la abogacía, existe por parte
de los colegios profesionales de abogados, reglamentación acerca del proceder correcto de
estos profesionales, donde se requiere su estricto cumplimiento de lo preceptuado, de lo
contrario, podría generar responsabilidad disciplinaria, civil y, en algunos casos, penal.

La deontología profesional es el conjunto de las reglas y principios que rigen determinadas


conductas del profesional (v. gr.; abogado, médico, ingeniero, etc.) de carácter no técnico,
ejercidas o vinculadas, de cualquier manera, al ejercicio de la profesión y a la pertenencia al
grupo profesional (25).
Existe una gran cantidad de definiciones de la deontología profesional pero, como dice Carlo
Lega, “…todas tienden a configurarla como un conjunto de reglas de comportamiento basadas
en la costumbre profesional y subrayan u carácter moral. No se preocupan, en cambio, de
afrontar el problema de su naturaleza como complejo normativo, limitándose a considerarla bajo
el aspecto ético”. Agrega el mismo autor, “…no siempre es posible incluir las reglas
deontológicas entre las meramente morales y, por otra, no es siempre fácil o posible clasificarlas
en alguna de las categorías jurídicas tradicionales, puesto que muchas presentan un carácter
intrínseco de extrajuricidad” (26).

La deontología profesional tiene un objetivo muy concreto y limitado, dirigido a establecer unas
normas y pautas de conducta exigibles a los profesionales con la finalidad de garantizar una
actuación honesta a todos los que ejercen la profesión (27). Torre Díaz señala que “la
deontología en la medida que establece unas normas y códigos de actuación se sitúa más cerca
del derecho que de la filosofía o, como opinan otros autores, entre el derecho y la moral pues
prevé tanto consecuencias de carácter sancionador como la especificación de principios
morales de carácter general” (28).

Conforme se ha expuesto, el Colegio de Abogados de Costa Rica cuenta con un Código de


Deberes jurídicos, morales y éticos del profesional en Derecho, donde hace exigible el cabal
cumplimiento de esta normativa en su artículo 1, el cual dice:

“Las normas contenidas en este Código son de aplicación forzosa para todos los abogados y
abogadas que se encuentren autorizados (as) como tales e inscritos (as) en el Colegio de
Abogados, salvo que por su situación particular se encuentren bajo otro régimen disciplinario”.

De igual forma, el artículo 2 del citado cuerpo normativo recoge la idéntica obligatoriedad de
acatamiento de esta reglamentación, al indicar lo siguiente:

“El abogado y la abogada, como ciudadanos y como profesionales, deberán cumplir con los
preceptos institucionales del Colegio de Abogados, debiendo tener la satisfacción jurídica, ética
y moral del servicio prestado”.

Esta tendencia de crear cuerpos normativos deontológicos profesionales se encuentra recogida


en el ámbito de la Unión Europea, la cual promulgó el Código Deontológico de los Abogados de
la Unión Europea (29), en su artículo 1, identificado como el “Preámbulo”, incorpora el apartado
“2”, acerca de “La naturaleza de las reglas deontológicas”, donde señala en el punto “1” lo
siguiente:

“1.2.1. Las reglas deontológicas están destinadas a garantizar, mediante la aceptación


vinculante, libremente consentida por aquellos a quienes se les aplican, la correcta ejecución
por parte del Abogado de si indispensable función, reconocida como esencial en todas las
sociedades civilizadas. La inobservancia de estas normas por el Abogado debe tener como
consecuencia, en última instancia, una sanción disciplinaria”.

Por su parte, el Estatuto General de la Abogacía (30) de España recoge la obligación de


cumplimiento de las normas deontológicas profesionales, señalando en forma específica su
artículo 1.2 que: “En el ejercicio profesional, el Abogado queda sometido a la normativa legal y
estatutaria, al cumplimiento de las normas y usos de la deontología profesional de la Abogacía
y al consiguiente régimen disciplinario colegial”.

En este mismo Estatuto General de la Abogacía en su Título III acerca de los “Derechos y
deberes de los Abogados”, señala en el artículo 31 la citada obligación del abogado en el
cumplimiento de las normas en general, incluidas las deontológicas, veamos: Artículo 31. Son
también deberes generales del Abogado: a) Cumplir las normas legales, estatutarias y
deontológicas, así como los acuerdos de los diferentes órganos corporativos”.

Es evidente que existe una sensible tendencia mundial a consagrar, en forma específica y clara,
las reglas correspondientes al campo de la deontología profesional de la abogacía, así como
regular en forma específica la obligación de los abogados de respetar esta normativa.

Su incumplimiento podrá provocar, sanciones en el ámbito disciplinario interno, sin perjuicio,


según fuera el caso, de tener que hacer frente a una responsabilidad civil, así como penal.

Conforme lo expuesto, el ejercicio de la abogacía reclama, irremediablemente, un proceder ético


con respeto de las reglas deontológicas establecidas por cada Colegio Profesional en los
diferentes países del mundo. El respeto a estos códigos deontológicos brinda un elevado status
de respeto, confianza y credibilidad en el profesional en Derecho, lo que facilita una relación de
mayor confianza y seguridad entre el cliente y su abogado.

Cuando estamos ante reglas deontológicas poco claras, omisas, sin sanciones manifiestas o
eficaces hacia los agremiados que incumplen sus deberes profesionales, la relación cliente-
abogado se desgasta, la profesión entre en crisis y emerge, imparable y destructivamente, una
total desconfianza y descrédito de la profesión del abogado.

Ante este esquema, quienes ganan la batalla son los profesionales corruptos e inescrupulosos
que, dirigen su ambición hacia la obtención de considerables –o, en algunos casos, miserables–
sumas de dinero, corrompiendo el arte de la abogacía y precipitando la profesión a su
desaparición.

Lo que siempre debemos tener presente es ese comportamiento ético, tanto en nuestra vida
privada como ciudadanos, pero con un mayor compromiso, en nuestro proceder público como
abogados. Por ello decimos que …no es posible encontrar un corrupto ciudadano que sea, a su
vez, un ejemplar profesional; como tampoco es posible imaginar un correcto abogado que sea
un deshonesto ciudadano…

Estos conceptos y roles sociales se encuentran contenidos de una fuerte carga valorativa, la
cual hoy día se convierte en el bastión indispensable para la reconstrucción de una nueva
sociedad, la cual ha venido perdiendo una serie de valores de especial atención del ser humano,
uno de ellos, quizá el más relevante, la ética.

Rescatar este valor por parte de los abogados en su conducta profesional constituye medio y
garantía de reconstrucción y vuelta al camino por los cánones de la conducta social ética. Donde
cada ámbito de organización profesional –todas y cada una de las profesiones consideradas
liberales– debe asumir su responsabilidad para hacer realidad el cumplimiento y acatamiento
por convicción –en el mejor de los casos– de sus reglamentos deontológicos.
1. Aprobado en sesión de Junta Directiva del Colegio de Abogados de Costa Rica N° 50-2004
del 25 de noviembre y ratificado el 2 de diciembre del 2004 en sesión N°52-2004 y publicado en
La Gaceta N°242 del 10 de diciembre del 2004.

2. Cfr. Torre Díaz, Francisco Javier de la, Ética y Deontología Jurídica, Madrid, 2000, p. 72.

3. Ver, Torre Díaz, Ética…, cit., p. 72.

4. Cortina, Adela/Martínez, Emilio, Ética, Madrid, 1996, p. 14.

5. Cfr. Torre Díaz, Ética…, cit., p. 72.

6. Ver, Vázquez Guerrero, Francisco Daniel, Ética, Deontología y Abogados. Cuestiones


generales y situaciones concretas, Barcelona, 1997, p. 22.

7. Dostoievsky, Fedor. Crimen y castigo, Barcelona, 1982, pp. 66-72.

8. Ver, Torre Díaz, Ética…, cit. p. 73.

9. Cfr. Gutiérrez Sáenz, Raúl. Introducción a la Ética, en Curso de Ética Profesional Jurídica,
San José, 2005, p. 29.

10. Cfr. Gutiérrez Sáenz, Introducción a la Ética, cit., p. 29.

11. Cfr. Desclos, Jean. Una moral para la vida, en Curso de Ética Profesional Jurídica, San
José, 2005, p. 395.

12. Ver, Gutiérrez Sáenz, Introducción a la Ética, cit., p. 30.

13. Cfr. Gutiérrez Sáenz. Introducción a la Ética, cit., p. 32.

14. Ver, Torre Díaz. Ética…, cit., p. 72.

15. Cfr. Torre Díaz. Ética…, cit., p. 72.

16. Ver, Gutiérrez Sáenz. Introducción a la Ética, cit. p. 33.

17. Cfr. Gutiérrez Sáenz. Introducción a la Ética, cit., p. 33.

18. Cfr. Gutiérrez Sáenz. Introducción a la Ética, cit., p. 35.

19. Ver, Torre Díaz. Ética…, cit., p. 73.

20. Cfr. Torre Díaz. Ética…, cit., p. 73.

21. Torre Díaz. Ética…, cit., p. 74.

22. Cfr. Desclos, Jean. Una moral…, cit. p. 393.

23. Cfr. Battaglia, Salvatore. Grande dizionario della lingua italiana, Torino, Tomo IV, 1966, p.
198.
24. Ver, Desclos, Jean. Una moral…, cit. p. 393.

25. Cfr. Lega, Carlo, Deontología de la profesión de abogado, en Curso de Ética Profesional
Jurídica, San José, 2005, p. 193.

26. Lega. Deontología…, cit. pp. 195-196.

27. Cfr. Torre Díaz. Ética…, cit. p. 105.

28. Torre Díaz, Ética…, cit. p. 105.

En el campo del derecho influyen aspectos que envuelven desde el cliente que solicita
los servicios del Abogado, pasando por los estudios de las pruebaspara conseguir la verdad
hasta la decisión emitida por un Juez. No obstante, no son solo estos aspectos los que se den
tomar en cuenta, también existen aspectos importantes como: la ética, la ética empírica, ética
de bienes, ética cristiana, ética del placer, ética formal, ética de valores, axiología, entre otros.
En este orden de ideas, se tiene que la ética no es más que la parte de la filosofía que trata
de la moral y las obligaciones del hombre y por valores se tiene que son superiores, esto se
debe a que tienen que ver con el uso de nuestra libertad, ese don inapreciable y sublime que
nos permite ser constructores de nuestro propio destino. Si se engloban todos estos conceptos
y lo aplicamos a la actuación del Profesional del Derecho, se puede resumir que un abogado
"debe ser" una persona integra, honesta, apegada a sus principios éticos y profesionales para
de esta manera ganarse la confianza de la población quienes de cierta manera serán
sus clientes en un futuro.
Con la presenta investigación se pretende aportar de manera simbólica, a los que en un futuro
serán Abogados e inclusive a los que ya los son.

ETICA
La Ética es la parte de la filosofía que trata de la moral y las obligaciones del hombre. En otras
palabras, "es la ciencia de la conducta". Entendemos por actitud constante (conjunto
de acciones concientes) dirigidas hacia un fin. La ética viene a ser en código de reglas o
principios morales que rigen la conducta, considerando las acciones de los seres humanos con
referencia a su justicia o injusticia, a su tendencia al bien o a su tendencia al mal. Así decimos
que la ética es normativa, porque busca un ideal o norma, según el cual se pueden formular las
reglas y leyes de la conducta. Así que la conducta ética viene a ser sencillamente una conducta
de acuerdo con ciertas normas.
El termino "ETICA" viene del griego "ta ethica" = los asuntos morales, y se deriva de hechos
= costumbre.
Diversas Corrientes de la Ética

CORRIENTES ÉTICAS

La felicidad consiste en la actividad del alma, y la más Platón


De las virtudes perfecta felicidad se consigue por medio de la actividad más
perfecta, la intelectual. Aristóteles
Bueno es aquello que promueve la mayor felicidad para el Jeremy Bentham
mayor número de personas. Las acciones humanas se
Utilitarista James Mill
valoran no por lo que son sino por las consecuencias que
tienen. John Stuart Mill

Los valores conforman un reino ordenado jerárquicamente.


Son absolutos y se nos dan como objetos intencionales de
la conciencia emocional. La vida ética se enriquece en la
De los valores medida que el sujeto descubre los valores y los vive. El Max Scheler
descubrimiento y la vivencia de un valor lo lleva a descubrir
nuevos valores (quien vive la amistad, por ejemplo, descubre
el valor de la fidelidad).

Obra moralmente quien lo hace conforme al deber que la


razón le impone mediante el imperativo categórico: «Obra
sólo según aquella máxima que puedas querer que se
Del deber convierta en leyuniversal.» El sujeto no recibe las normas del Immanuel Kant
exterior sino de él mismo, pero no por eso las normas están
sujetas a su capricho sino que tienen la misma universalidad
de la razón, de la que proceden.

La moral es una imposición de los débiles sobre la conciencia


Vitalista-relativista de los fuertes. Nada es bueno o malo en sí mismo, es el Friedrich Nietzsche
hombre quien valora y quien construye escalas de valores.

No habiendo ninguna certidumbre meridiana, ningún


"metarrelato" en pie, no hay sino discursosdiversos y
Posmoderna alternativos en un ámbito sumamente pluralista en el que el Gianni Vattimo
sujeto adquiere el protagonismo al tener que elegir entre
opciones igualmente infundadas.

LA ETICA Y LA ABOGACIA
La abogacía es una profesión de medios y no de resultados. Lo cual quiere decir que no puede
asegurar los resultados exitosos, o anunciar que será el vencedor en el litigio, utilizando sus
conocimientos jurídicos y estudios actualizados para el desempeño de su oficio, es decir, se
basara en todos los medios lícitos necesarios y posibles para su logro.
El abogado en ningún caso, podrá asegurar a su patrocinado que su asunto tendrá éxito para
obligarlo a litigar, por el contrario tiene el deber de imponerle las circunstancias imprevisibles
que pueden llegar a afectar las decisiones del asunto ilimitándose a emitir su opinión sobre los
meritos del caso. De igual forma el abogado deberá favorecer siempre un arreglo justo entre las
partes.
Un abogado tiene la notable influencia en su entorno tanto social, judicial y administrativo; puede
un comportamiento negativo (corrupto) contaminar esos ámbitos. Debido a esto, se hace
necesario y de vital importancia que el abogado actúe apegado al Código de Ética.
Lo que atenta contra la Ética del Abogado
 1. Corrupción: actuar intencionalmente contras las normas morales y jurídicas, las buenas
costumbres, es desestimar el orden publico, manipular la buena fe con fines el logro
o interés personal.
 2. Concusión y Soborno: el abogado en ejercicio e su ministerio, directa o indirecta, intente
o ejecute actos de concusión, soborno o cualesquiera otros de corrupción incurre en grave
falta contra el honor y la ética, sin perjuicio de las acciones legales a que hubiere lugar.
 3. Deslealtad: arreglo con la contraparte a espaldas de su patrocinado.
Opiniones Personales
El principio fundamental que debe tener todo abogado es la Ética y la Moral, la cual hoy en día
se ha perdido, debido a las acciones inmorales que se a creado dentro de la abogacía, ya que
el abogado tiene el deber de cumplir los reglamentos que nos indica la Ley de Abogados, donde
uno de sus deberes es; de obligatoriedad para los abogados la defensa gratuita de los que han
sido declarados pobres por los tribunales, otro seria que el abogado tiene el deber de ofrecer
al cliente el concurso de la cultura y de la técnica que posee; aplicándolas con rectitud de
conciencia y esmero en la defensa; ser prudente en el consejo, sereno en la acción, y proceder
con lealtad, colaborando con el juez, en el triunfo de la justicia. (Rodríguez, Y).
El abogado de hoy en día, intenta día a día (sin resultados positivos) cambiar la idea que tiene
la población sobre la actuación de ellos; pero surge una interrogante ¿Nos hemos puesto ha
pensar el porqué de esas ideas?, la respuesta es muy sencilla. Con el transcurrir del tiempo el
Profesional del Derecho se ha valido de su investidura para manejar las posibilidades a su
conveniencia, pensando solo en su desarrollo personal, profesional y sobre todo económico sin
tomarle importancia a las consecuencias de sus actos. Por consiguiente, concluyo que lo antes
expuesto no encaja con la llamada "Ética" que debe tener todo abogado, al contrario la están
deshonrando ante la sociedad. (Rea, M).
En cualquier parte del mundo unos de los profesionales de importancia son los abogados, ya
que son los encargados de la administración de la justicia y creación de leyes, pero para ser
abogado es indispensable una certificación universitaria, pero es de muy suma importancia que
en su interior, en su llamada esencia humana tenga unos valores éticos bien fijados.
Los abogados deben ser personas sociables, carismáticas honestas y justa, actuando siempre
bajo las normas morales y cumplimento todo el orden jurídico; ya que de esta manera se ganara
el respeto, admiración y confianza de sus clientes y demás colegas. Si un abogado respeta a
plenitud las normas jurídicas lo mas seguro es que sea un gran administrador de la justicia.
Actualmente la imagen que da el abogado se torna un poco turbia, esto se debe a sus mismas
acciones ya que hoy en día se a tomado un ser muy individualista ya que solo busca su interés
y estabilidad personal escudándose con su titulo universitario y la necesidad que tenga una
persona en ese momento que necesite de sus servicios en ese momento; olvidándose que la
razón por la que el derecho nació fue por la falta precaria de justicia y que nuestro deber es el
de defender ha aquellos que lo necesiten, que es nuestra obligación darle sentido y vida a la
justicia, cosa que hoy en día es algo sin sentido ya que por no cumplir con nuestro deber somos
nosotros mismos lo que estamos ignorando nuestros verdaderos valores humanos, nuestra
humildad lo cual hace que poco a poco de cierta forma desvaloricemos nuestros estudios e
imagen. (Meza, E)
El profesional del derecho se debe a sí mismo y a su misión de auxiliar a la justicia otorgada por
la ley, una conducta íntegra y ceñida a los parámetros de la moral, de la equidad,
desprendimiento de sus propios intereses con tal de favorecer plenamente aquellas
necesidades del cliente que son siempre el motivo de su labor.
Así como hay abogados íntegros y de ejercicios intachables que aman a su profesión hay miles
de abogados hoy en día graduados únicamente por poseer un titulo están por el dinero mas que
por vocación y amor a lo justo. La justicia no se hizo para beneficio de uno solo, sino porque
llamarla justicia???, todos somos iguales; merecemos y tenemos el mismo valor ante ella...
Hazla Presente en tu vida no dejes que uno solo se apropie de ella...(Goyo, H)
Principios Fundamentales de la Ética Profesional
Esta actividad impone del abogado dedicación al estudio de las disciplinas que impliquen la
defensa del derecho, de la libertad y de la justicia.
De igual forma, el abogado tiene como norte de su actuación el servicio a la justicia, el
aseguramiento de la libertad y el ministerio del Derecho.

Ma. Fernanda Rea


Eucaris Meza
Yendy Rodríguez
Haiskely Goyo
Yenire Rondón
Profesora: Wáleker Luzardo
Cátedra: Filosofía del Derecho
Universidad Fermín Toro
Vice rectorado académico
Facultad de ciencias jurídicas y políticas
Escuela de derecho
Barquisimeto; Junio de 2009.

INTRODUCCIÓN El profesional del derecho se debe a sí mismo y a su misión de auxiliar de la


justicia otorgada por la ley, una conducta íntegra y ceñida a los parámetros de lo moral, de la
equidad, desprendimiento de sus propios intereses con tal de favorecer plenamente aquellos del
cliente que son siempre el motivo de su labor.

3. PRINCIPIOS ÉTICOS Se entiende por principio a la norma o idea fundamental que rige el
pensamiento o la conducta. Los valores se refieren al grado de utilidad o aptitud de las cosas, para
satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar. los principios éticos pueden ser: honestidad,
justicia, equidad, decoro, lealtad, vocación de servicio, disciplina, honradez, cortesía

4. PRINCIPIOS ÉTICOS Código de Comportamiento Ético del Servicio Nacional de la Defensa


Pública establece como valores y principios éticos los preceptos de vocación de servicio,
efectividad, confidencialidad, disciplina, respeto, justicia accesible, compromiso, transparencia,
cortesía, credibilidad, decoro, diligencia, eficacia, eficiencia, honestidad, humildad, parcialidad,
responsabilidad, y tolerancia. Estos principios son los que rigen a los defensores públicos y a los
abogados de oficio.

5. APLICACIÓN E IMPORTANCIA DE LA ÉTICA EN LAABOGACÍA Partiendo de que la abogacía es una


profesión fundada en conocimientos de las ciencias jurídicas, justicia y derecho, la ética viene a
complementar dicha profesión con la exigencia de apego al conjunto de virtudes. El abogado es
quien da consejos jurídicos y pide justicia en los tribunales a favor de sus clientes. La conducta del
abogado debe ser decorosa, virtuosa, y honesta. Es por eso que la ética aplicada a la abogacía hace
del letrado una persona honorable y respetable

6. APLICACIÓN E IMPORTANCIA DE LA ÉTICA EN LAABOGACÍA La ética se aplica en la abogacía


para trazar las normas, principios y valores moralmente aceptados como guías de la conducta del
profesional del derecho.

7. ÉTICA PROFESIONAL DE DERECHO La ética del profesional del derecho se rige por el Código de
Ética del Colegio de Abogados del Perú. Los deberes esenciales del abogado son: la probidad,
independencia, moderación y la confraternidad. Sus alegatos verbales o escritos deberán ser
siempre moderados y precisos, con una energía adecuada, sin exigencias sino peticiones,
solicitudes humildes pero bien fundadas y con base, tanto legal como en los hechos.

8. OBLIGACIONES DEL ABOGADO La ética es sinónimo de deontología, ciencia o tratado de los


deberes. El deber es aquello a que está obligado el hombre por los preceptos éticos o por las leyes
naturales o positivas; mientras que la obligación es aquello que alguien está obligado a hacer,
como una imposición o exigencia moral que debe regir la voluntad libre.

9. EL PROFESIONAL DE DERECHO DEBE SER: El abogado debe cultivar sus virtudes profesionales y
formación integral mediante el estudio y el seguimiento de las normas morales. Nos referimos en
este aspecto al estudio y actualización del abogado como ente impulsador del cambio en la
sociedad. Debe ser disciplinado, firme y sensible en su vida profesional y privada. Debe ser un fiel
intérprete de la ley, un guardián y defensor de los principios jurídicos, de la justicia y la verdad.

10. EL PROFESIONAL DE DERECHO DEBE SER: Debe ser responsable, puntual. Debe actuar con
serenidad y fe en la causa de su cliente. Debe ser honesto, veraz, prudente. Debe ser digno de
fiar y de respeto, incapaz de cometer fraude.

11. El profesional de derecho debe ser: En cuanto al cliente, el abogado tiene un compromiso
especial con el cliente, debe actuar con responsabilidad y diligencia. Debe estar atento de los
plazos legales respecto de los actos del procedimiento. Debe comprometerse a poner todo su
esmero, su saber y habilidad para realizar una defensa útil.
12. “Como ética, la Abogacía es un constante ejerciciode la virtud. La tentación pasa siete veces
cada diapor delante del Abogado. Esta puede hacer de sucometido, se ha dicho, la mas noble de
todas lasprofesiones o el mas vil de los oficios”. Eduardo J. Couture

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