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Los viajes de Gulliver 

Lemuel Gulliver es un cirujano casado de Nottinghamshire, Inglaterra, al que le gusta viajar. Embarca 
en un viaje ominoso a los mares del sur cuando cae una tormenta y va a parar a una isla. Esta isla, 
Liliput, está habitada por personas diminutas de unas 6 pulgadas de alto. Capturan a Gulliver 
mientras duerme y lo llevan a la capital de la ciudad, donde lo mantienen encadenado dentro de un 
gran templo abandonado fuera de las murallas de la ciudad. 

Gulliver se vuelve gran amigo del emperador de Liliput, quien le enseña muchas de sus costumbres. 
Por ejemplo, en lugar de contratar a administradores capaces para su gabinete, el emperador escoge 
gente que tiene la mayor destreza en un peligroso tipo de baile de cuerda. El emperador le pide ayuda 
a Gulliver para ganar la guerra contra Blefuscu, un reino también diminuto al otro lado de un canal. 
Gulliver accede y utiliza su gran tamaño para capturar a toda la marina de Blefuscu. 

A pesar del gran servicio que Gulliver ha hecho por los liliputienses, tiene dos enemigos terribles que 
parecen envidiar su fuerza y el trato preferencial por parte del emperador: el almirante Skyresh 
Bolgolam y el tesorero Flimnap. Estos dos hombres conspiran para influenciar al emperador para que 
ejecute a Gulliver. Entregan a Gulliver una serie de artículos para hacerle un juicio, y la sentencia final 
es que Gulliver pierda la vista. (Los ministros también deciden, en secreto, que van a hacer morir de 
hambre a Gulliver para ahorrar dinero en la enorme cantidad de comida que consume). Un amigo de 
la corte liliputiense advierte a Gulliver acerca de la conspiración que hay en su contra. Él logra 
escapar a la isla de Blefuscu. Por suerte, un bote de tamaño humano se arrastra hasta la playa en 
Blefuscu. Gulliver rema hasta llegar a Australia, no muy lejos de ahí, y encuentra un barco que lo lleva 
a Inglaterra. 

Gulliver vuelve a hacerse a la mar luego de una breve estadía en Inglaterra con su familia (que, hay 
que decirlo, no parece caerle tan bien). Una vez más, azota una tormenta y Gulliver termina en la isla 
de Brobdingnag. Los brobdingnagianos son gigantes de 60 pies de altura, quienes tratan a Gulliver 
como una atracción de feria. Gulliver logra captar la atención de la reina de Brobdingnag, quien lo 
tiene como si fuera una mascota. Le entretiene porque siendo tan pequeño puede hablar y actuar 
como una persona real. La reina emplea a una niña pequeña, Glumdalclitch, para cuidar a Gulliver y 
enseñarle su idioma. Glumdalclitch lo hace con mucho afecto. 

Mientras Gulliver vive en el palacio se encuentra en constante peligro: abejas del tamaño de palomas 
casi lo atraviesan, un cachorro casi lo mata de un pisotón, un mono lo confunde con un mono bebé e 
intenta sobrealimentarlo. Como Gulliver se siente en ridículo todo el tiempo, empieza a perder algo 
del orgullo y la prepotencia que no podía evitar sentir en Liliput. 

El rey de los brobdingnagianos refuerza esta sensación de humildad. Luego de que Gulliver le 
describe todo lo que puede acerca de la cultura y la historia inglesas, el rey de Brobdingnag decide 
que los ingleses parecen ser unas pequeñas alimañas. Rechaza tajantemente la pólvora que le regala 
Gulliver porque armas como esa parecen una invitación a la violencia y al abuso. 

Al final, Gulliver se marcha de Brobdingnag gracias a un extraño accidente y regresa a Inglaterra, pero 
solo se queda ahí por unos dos meses y luego vuelve al mar. Esta vez, unos piratas lo abandonan en 
una pequeña isla cerca de Vietnam. Mientras espera sentado en esta isla, ve una sombra que pasa 
por encima de su cabeza: una isla flotante llamada Laputa. Hace señales de ayuda a los laputianos y 
estos lo ayudan a subir con una cuerda. 

Los laputianos se dedican solamente a dos cosas: las matemáticas y la música. Pero su amor por las 
ecuaciones hace que sean muy malos en los asuntos prácticos, así que nadie en el reino es capaz 
confeccionar un buen traje o construir una casa. Y por imitar la ciencia abstracta de los laputianos, 
los habitantes del continente de abajo, Balnibarbi, han ido arruinando sus granjas y sus edificaciones 
con modernas "reformas". 
Gulliver también visita Glubbdubdrib, una isla de hechiceros donde llega a conocer a los fantasmas de 
figuras históricas famosas, y Luggnagg, una isla con un rey absolutista y también algunos seres 
inmortales muy desafortunados. Llega a Japón y luego regresa a Inglaterra una vez más, esta vez por 
un periodo de cinco meses, tras el cual vuelve a marcharse y a dejar a su familia atrás. 

Esta vez, Gulliver sale a navegar convertido en capitán por derecho propio, pero los marineros no 
tardan en rebelarse en su contra y lo abandonan en una isla desierta. En esta isla viven dos clases de 
criaturas: (a) los horribles yahoos, animales violentos, mentirosos y repugnantes; y (b) los 
houyhnhnms, parecidos a los caballos. Los houyhnhnms se autogobiernan por medio de la razón 
absoluta. Ni siquiera tienen palabras para los problemas humanos como enfermedad, engaño o 
guerra. En cuanto a los yahoos, ellos son seres humanos. Son como Gulliver, salvo que él ha 
aprendido a cortarse las uñas, afeitarse la cara y usar ropa. 

En el país de los houyhnhnms, Gulliver por fin logra entender cuan despreciables pueden llegar a ser 
los humanos. Llega a acostumbrarse tanto al estilo de vida de los houyhnhnms, que cuando por fin le 
ordenan que se vaya, él cae desmayado. Gulliver obedece y se marcha del país de los houyhnhnms, 
donde estuvo muy contento, pero está tan asqueado de la compañía humana, que casi salta del barco 
portugués que lo llevaba a casa. 

Una vez que Gulliver regresa con su familia, la idea de haber tenido relaciones sexuales con una 
yahoo (su esposa) y haber tenido tres hijos yahoo le causa repugnancia física. Apenas aguanta estar 
en la misma habitación que ellos. Dejamos a Gulliver reconciliándose con la noción de volver a 
convivir con seres humanos, pero todavía está muy triste por no estar con los houyhnhnms. De hecho, 
pasa por lo menos cuatro horas al día hablando con sus dos caballos en el establo. La lección que se 
aprende de Los viajes de Gulliver es que cuanto más conocemos de los seres humanos, menos 
queremos ser uno de ellos. 

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