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Migración, Exclusión Social y Pobreza de los trabajadores del campo en

México

Dr. Fernando René Rodríguez Santoyo


M.D.R Martha Sandra Hernández Saucedo
M.T.I. Rubén Darío Carrillo Lucero
Alumna Diana López Ramírez.

Resumen

El impacto negativo del proceso de integración del país al modelo de desarrollo


global, ha propiciado la ampliación de la brecha de la pobreza en el campo
mexicano, lo que ha reforzado el desplazamiento de millones de connacionales
provenientes de los sectores rurales e indígenas hacia a otros estados dentro del
territorio nacional (migración interna rural-urbana y rural-rural) en busca de mayor
certidumbre en el empleo y mas oportunidades para mejorar su calidad de vida.

Este es un fenómeno económico y social, causado por las desigualdades


económicas, sociales, étnicas y de género, que se han constituido históricamente
sobre las profundas y estructurales asimetrías que caracterizan a la sociedad
mexicana. Los diferentes tipos de migraciones conllevan no sólo mecanismos de
explotación laboral y exclusión social, sino en general, la violación sistemática de
los derechos humanos fundamentales de la población migrante, colocándola en
condiciones de alta vulnerabilidad. Dentro de los grupos sociales que han sufrido
los efectos más devastadores del modelo económico neoliberal predominante que
ha agudizado la polarización en el campo mexicano, los indígenas son los más
afectados. La extrema pobreza en la que viven los obliga a migrar de sus
territorios originales para vender su fuerza de trabajo como jornaleros estacionales
en las zonas agroexportadoras del país y cuyos desplazamientos están regulados
por la necesidad de fuentes de trabajo, la búsqueda de satisfactores básicos, y por
la mejora en su calidad de vida.

Este artículo tiene como propósito caracterizar las expresiones más significativas
de los flujos migratorios y de la exclusión social de los trabajadores estacionales
que se incorporan al mercado de trabajo agrícola en México.

Abstract

The negative impact of the integration process of the country to global


development models, has led to the widening gap of poverty in rural Mexico, which
has increased the displacement of millions of Mexicans from the rural and
indigenous areas to other states within the country (rural-urban internal migration
and rural-rural) in search of greater certainty in employment and more
opportunities to improve their quality of life. This is a social and economic
phenomenon, caused by economic, social, ethnic and gender inequalities, which
have historically been on the deep structural asymmetries that characterize
Mexican society. Dissimilar kinds of migration mechanisms, involving not only
labour exploitation and social exclusion, but also in general, the systematic
violation of fundamental human rights from migrant population, placing it under
conditions of high vulnerability. Within the social groups that have suffered the
most devastating effects of the dominant neoliberal economic model that has
exacerbated the polarization in the Mexican countryside, the most affected are the
indigenous groups. The extreme poverty which they live, forces them to migrate
from their original territories to sell their labour as seasonal labourers in the
country's agro export zones and whose displacement are regulated by the need for
jobs, the pursuit for basic goods and by and the improvement in their quality of life.

This document has the objective to characterize the most significant expressions of
migration flows and also expressions of social exclusion of seasonal workers that
are incorporated into the export labour-agricultural market in Mexico.

Palabras claves: México, migración, exclusión social, trabajadores del campo


estacionales.

Presentación

En el marco de la mundialización y ante las nuevas formas de coloniaje, se fundan


nuevos patrones de dominación donde la relación de Estado-mercado, capital-
trabajo y Estado-ciudadano adquieren nuevas formas de expresión para mantener
y reproducir la explotación laboral y la exclusión social de los sectores menos
favorecidos de la sociedad. Los grupos sociales más deprimidos permanecen
privados del acceso a los servicios y bienes que les permitan satisfacer sus
necesidades básicas, al margen de los beneficios institucionales para el ejercicio
de sus derechos civiles, políticos y ciudadanos; y sin reconocimiento de sus
múltiples particularidades.

Los principios políticos liberales de igualdad, libertad y justicia social surgidos de la


modernidad han cedido el lugar ante las presiones de las leyes del mercado y los
intereses económicos de las grandes empresas trasnacionales y nacionales. El
Estado ha dejado de ejercer su facultad y obligación de otorgar los servicios y
bienes públicos para garantizar el bienestar de todos los sectores de la sociedad.
Paulatinamente el Estado se ha despojado de la función reguladora y
redistributiva, de tal forma que actualmente tienen una marcada impotencia en
materia económica y social.

El Estado mexicano y su aparato gubernamental ha perdido autonomía y


legitimidad, erosionado por la presión ejercida por los mercados vinculados al
modelo económico global, lo que limita el cumplimiento de su obligación de otorgar
una mayor igualdad de oportunidades para que los sectores más vulnerados
puedan acceder a los bienes y servicios más elementales, como lo es la
alimentación, la vivienda, la educación, la salud y el trabajo.

Con el proceso de integración del país a la economía global, la apertura


indiscriminada al mercado externo afecta drásticamente a los diferentes sectores
productivos y al mercado interno, crece el desempleo y el subempleo y aumentan
los niveles pobreza entre un número cada vez mayor de mexicanos. Todos estos
factores, mantienen a los trabajadores del campo, particularmente a los migrantes
estacionales, excluidos y al margen de la participación y la distribución de los
bienes materiales y no materiales, que les corresponden como ciudadanos con
derechos y como miembros de la sociedad lo que los ha convertido en los más
pobres de los excluidos rurales. Esta exclusión es resultado de múltiples factores
históricos, sociales, y de las políticas públicas inequitativas, así como por las
lucrativas dinámicas y prácticas de explotación económicas de las empresas
agrícolas, cuyo poder no sólo se ejerce en los centros de trabajo sino que se
extienden a las zonas de origen mediante un complejo sistema de intermediarios,
donde se que ejercen enraizados mecanismos de dominación social y control
económico de la mano de obra jornalera migrante, lo que favorece los
desplazamientos y su incorporación a las redes de explotación del mercado de
trabajo agrícola.

La polarización en el campo mexicano

En México como resultado de los cambios políticos, económicos y sociales


acontecidos durante el siglo XX se ha favorecido la ampliación de la brecha de la
pobreza en el país. El impacto negativo que trajo consigo la transición del país al
modelo de desarrollo global, y ante la falta de políticas públicas de apoyo hacia el
campo, se ha agudizado la crisis en el sector agropecuario (Warman, 2004; Aspe,
2005; Ruiz-Funes, 2005; Ibarra, 2008; Puyana y Romero; 2009). Esto ha
impactando de manera diferenciada en las diversas agriculturas nacionales,
agudizando la polarización de la estructura económica y social en el campo
mexicano.

La polarización creciente, coloca en un extremo a la agricultura flexible impulsada


por una minoría de empresas agrícolas, estimadas en un 0.3 por ciento de las
unidades de producción (de un total de 3,827,587 empresas del total nacional),
relacionadas a la producción agroindustrial (caña de azúcar, café y tabaco),
hortalizas, frutas y flores ubicadas al noroeste del país (Cartón de Grammont y
Lara, 1999, p. 25). Empresas que tienen enormes inversiones y están vinculadas
con las redes económicas financieras internacionales; con dinámicos procesos de
restructuración y diversificación productiva; con una incorporación creciente de
nuevas tecnologías y métodos productivos; y la creación de cadenas de
mercantilización y diferenciación comercial que destina la mayor parte de sus
productos al abastecimiento del mercado nacional e internacional
fundamentalmente estadounidense. Pero que conservan las formas de
organización de la fuerza de trabajo basada en la flexibilidad laboral, donde la
competitividad se sustenta en la explotación y precarización de la mano de obra
(Cartón de Grammont, 1999).

En el otro extremo, la agricultura de auto subsistencia de los campesinos e


indígenas en la cual se sitúan el 45.9 por ciento de las unidades productivas en el
campo (Cartón de Grammont y Lara, 1999, p. 11), que sustentan su reproducción
económica y social en la raquítica producción de sus parcelas (alternativa que sólo
tienen quienes son propietarios de tierras), lo que les permite cuando más
cosechar en cantidades limitadas algunos productos agrícolas básicos llamados
los granos de vida –maíz, frijol, chile y algún tipo de hortalizas y frutales–, y que en
la mayoría de los casos, no son suficientes para alimentar a sus familias. Armando
Bartra (1979, p. 23), reconoce la existencia de dos sectores agrícolas
fundamentales: “[…] un reducido sector privilegiado, capitalista, que produce en
gran medida para la exportación y genera la mayor parte del producto agrícola
lanzado al mercado, y un numeroso sector de campesinos pobres, en gran medida
aún ligados al autoconsumo, que constituyen la mayor parte de la población
campesina”.

Esta polarización productiva ha propiciado, un creciente desarrollo de la demanda


de mano de obra por parte de la agricultura flexible y de producción intensiva. A la
vez que ha aumentado la fuerza de trabajo que proviene de la agricultura de auto
subsistencia, ante la falta de sustentabilidad y baja rentabilidad comercial de las
unidades productivas. Con la consecuente pauperización de amplios sectores de
la población cuya manutención depende de la explotación de la tierra. Lo que ha
fortalecido los flujos migratorios regulados por la oferta y la demanda de fuentes
de trabajo, hacia las zonas rurales con mayor desarrollo económico dentro del
territorio nacional (Aragonés, 2004).

Para estos grupos sociales, en las últimas décadas se ha acentuado la necesidad


de salir de sus comunidades de origen para ofrecer su fuerza de trabajo como
jornaleros agrícolas en otros países como los Estados Unidos y Canadá, así como
a los complejos agro exportadores donde hay menos patrones de riesgo a los que
enfrentan en sus comunidades, y adonde existe una mayor certidumbre en las
fuentes de empleo (PNUD, 2007).

Hoy la migración interna representa para muchas comunidades y familias rurales e


indígenas la única estrategia de sobrevivencia:

La migración rural-rural en México desde los inicios de la década de los


noventa, no sólo es una actividad que les permite a los campesinos completar
el ingreso familiar, sino que se ha vuelto el sentido de la supervivencia, es
decir no es la migración un complemento para la reproducción de la familia
campesina de las zonas marginadas del país, sino el elemento definitorio de la
supervivencia (Barrón y Hernández, 2000, p. 150).

Fenómeno que ha configurado en México una compleja, dinámica y heterogénea


realidad migratoria vinculada al mercado de trabajo agrícola.1

Migración de los trabajadores temporales del campo


La migración interna rural-rural regulada por la demanda y la oferta de trabajo
agrícola, es una migración forzada donde se inscriben cientos de miles de
campesinos e indígenas empobrecidos, que de manera cíclica salen de sus
territorios de origen para incorporarse a un mercado de trabajo cuyas
características propician la explotación de su fuerza de trabajo en formas y niveles
inaceptables en una flagrante ilegalidad.

Es una migración familiar/comunitaria, predominantemente cíclica y pendular –y


más recientemente de tipo circular-, especializada en la producción de un
determinado producto agrícola, que para la mayoría de los jornaleros ha sido el
único oficio que han realizado en su vida junto con la siembra de las parcelas
familiares. Actividad productiva que han aprendido dentro de la familia y por
generaciones, y que ha significado para ellos no sólo la única fuente de
sobrevivencia sino además el único medio para garantizar su reproducción como
grupos sociales. Lo que paradójicamente, también significa la conservación y
reproducción de la pobreza y de la exclusión social en la que viven.

Los trabajadores del campo estacionales es un sector de la población nacional


que son objeto de la sobreexplotación laboral y de múltiples mecanismos de
diferenciación y exclusión social en México. Es población mestiza e indígena, que
cada temporada agrícola se desplazan hacia las zonas de atracción, donde
realizan el trabajo en negro y las actividades más arduas y menos calificadas de la
producción agrícola, estableciéndose una relación capital-trabajo con los más altos
niveles de desregulación jurídica, social y humana. Y que dada la falta de
protección por parte del Estado y de las instituciones gubernamentales, así como
por la flexibilidad laboral y las asimetrías que predominan en el mercado de trabajo
agrícola, se encuentran atrapados en complejos y arraigados mecanismos de
explotación, dominación y exclusión:

El jornalero es un trabajador que no tiene empleo de planta: anda en pos del


trabajo cada día y migra buscando continuidad en el empleo y mejores
alternativas de vida. Su familia suele ser numerosa y con un bajo nivel de
estudios. Sus pesadas y monótonas tareas no requieren de una alta
calificación y se realizan a la intemperie. Por lo tanto, los jornaleros agrícolas
pueden definirse como los asalariados eventuales más explotados y
desprotegidos del medio rural, sujetos a un proceso de pauperización
paulatina y cuya alta movilidad es un obstáculo para su organización
(Sepúlveda y Miranda, 2006, p. 9).

Los datos oficiales estiman que: “[…] existen en el país dos millones 40 mil 414
jornaleros agrícolas, quienes incorporados a los miembros de sus familias
ascienden a más de nueve millones de personas en hogares jornaleros (9,206,429
personas con un promedio de 4.51 personas por hogar jornalero). El 54.6 por
ciento son hombres y el 44.1 son mujeres (no se cuenta con datos del 1.3 por
ciento restante) (SEDESOL-ENJO, 2010). Según esta misma fuente oficial, del
total de la población jornalera:
[…] el 57 por ciento se emplea en los cultivos de chile y tomate. El 90 por
ciento de los jornaleros agrícolas carece de contrato formal; 48.3 de los
jornaleros tiene ingreso de 3 salarios mínimos; 37 ganan dos salarios
mínimos, y el 54. 8 por ciento de los jornaleros están expuestos a productos
agroquímicos de forma cotidiana. Del total de jornaleros agrícolas se estima
que 727 mil 527 son niños, niñas y adolescentes (…).

Es población joven, en su gran mayoría no mayor de los 30 años. Por grupos de


edad, el 36.6 por ciento son menores de edad entre 0 y 15 años, el 32.7 por ciento
tiene entre 16 y 30 años, el 21.1 por ciento de 31 a 50 años, el 8.3 por ciento de
51 a 80 años (el 1.3 por ciento no proporcionaran información.2

Las tendencias identificadas muestran la incorporación creciente de los indígenas


a los diversos flujos migratorios. Según datos oficiales recientes, el porcentaje de
población jornalera migrante indígena es del 40% por ciento (SEDESOL, 2010).
Desplazamientos que se asocian a la pobreza creciente y a falta de oportunidades
laborales en los territorios de origen: “Esto significa que efectivamente, el proceso
migratorio está caracterizado por un mayor porcentaje de población indígena que
se relaciona con otras variables que indican mayores niveles de pobreza, de falta
de alternativas productivas en el ámbito local y un menor nivel de capacidades
básicas relacionadas con la escolaridad” (SEDESOL, 2010, p. 9). Un rasgo
fundamental de la población vernácula es la migración, tanto externa como
interna: “[…] la etnicidad asociada a la pobreza es uno de los determinantes más
importantes de la migración y emigración de la población rural en México”
(SEDESOL, 2010, p. 22).

Este fenómeno migratorio afecta principalmente a los grupos indígenas de los


estados con mayores índices de marginación en el país (Guerrero, Oaxaca,
Veracruz e Hidalgo), así como a las pauperizadas regiones tradicionales donde
habitan los pueblos indios dentro de las entidades federativas.

Hoy ya no es desconocido que algunas zonas mestizas e indígenas


sobreviven fundamentalmente por los recursos generados por la “empresa
migratoria”. Tampoco es nuevo el hecho de que la fisonomía social y cultural
de ciudades y zonas rurales ha cambiado totalmente debido a la reiterada
llegada de grupos humanos que buscan mejorar sus condiciones de vida o
evadir los linderos del hambre y la pobreza.
Contra la desesperación, la desnutrición, la desarticulación familiar, la erosión
y desertificación de los suelos, la ausencia de empleos, el caciquismo, la
expoliación, la violencia política, la guerra, la discriminación, el racismo, los
desastres naturales, la indiferencia institucional y las eternas crisis
económicas nacionales, los indígenas de México han optado, cada vez con
mayor frecuencia y firmeza, por emprender largos o cortos desplazamientos
que les permitan permanecer o subsistir por lo menos “al filo de la vida” (Rubio
et. al., 2000, p.17).
Dado que los pueblos indígenas no constituyen un grupo homogéneo, la
intensidad de la migración, las dinámicas y formas de organización social son
diferentes entre la población autóctona y en las diferentes regiones de origen y
destino. No todos los pueblos indígenas migran con la misma intensidad, para el
año 1995 se estimaba que trece etnias aportaban el 86.67 por ciento del total de
migrantes de todo el país (Rubio et. al., 2000, p. 25). Arturo Warman en su libro
Los indios en México (2001, p. 5) señala:

Para superar o moderar los severos límites de la actividad agraria algunas


comunidades y regiones indígenas recurren a la emigración temporal o
permanente. De las zonas indígenas (…) salen considerables contingentes
que se incorporan cada año a los circuitos de trabajo migratorio que recogen y
empacan los productos hortícolas y otros cultivos comerciales. Hay pocas
condiciones de trabajo más severas que las que padecen esos trabajadores
itinerantes, que tratan de ahorrar sus ingresos laborales para incorporarlos a
los presupuestos familiares en sus lugares de origen.

Dentro de los grupos con mayor movilidad se identifican los mixtecos, los
mazatecos, los zapotecos, los totonacas, los nahuas y los otomíes (Martínez et.
al., 2003, p. 156). La historia migratoria de cada pueblo indígena, ha dado lugar a
la configuración de redes sociales diferenciadas y diversas formas de organización
social en los desplazamientos:3

En efecto, dicha trashumancia se ha consolidado a partir de la inserción y


adaptación de la población indígena en ciertas modalidades tanto del
desarrollo urbano como regional. Así, la migración indígena se ha vuelto
selectiva en términos de espacios sociales y territoriales en los que puede
cristalizar, orientándose de manera prioritaria hacia los complejos
agroindustriales del norte y occidente del país, y a las grandes fincas del
sureste. Hoy, las zonas agrícolas que principalmente atraen mano de obra
indígena en México son campos de riego de la península de Baja California, o
zonas hortícolas y frutícolas de Sonora, Sinaloa, Chihuahua y Tamaulipas. Allí
llegan sobre todo indígenas mixtecos, mixes, huastecos, zapotecos,
tlapanecos, nahuas, purépechas, tarahumaras, triquis, tepehuanes y yaquis.
Se trata, por tanto, de la zona agrícola con mayor número de indígenas de
etnias diferentes, debido a que las redes establecidas entre migrantes están
estructuradas hace ya muchas décadas y el trabajo es más o menos seguro,
por tratarse de importantes áreas de desarrollo financiadas tanto con capitales
nacionales como extranjeros (Rubio, et. al., 2000, p. 25).

Los jornaleros agrícolas migran en su mayoría por grupos integrados por familias y
comunidades completas. Dada la flexibilidad del mercado de trabajo se observa la
incorporación prematura de los hijos de estas familias a las redes del trabajo
asalariado: “El promedio de integrantes de estas familias se estima en 4.76
personas y cuentan con un promedio de 1.75 jornaleros migrantes cada una. De
tal manera que, se calcula un total de 434, 961 familias de jornaleros migrantes a
nivel nacional.” (SEDESOL-ENJO, 2010).
La diversidad de configuraciones familiares que se inscriben en la migración rural-
rural despliegan diversas estrategias de solidaridad y autoprotección para generar
mayores ingresos y minimizar los riesgos migratorios: “Estas configuraciones
funcionan como estructuras cambiantes y flexibles a lo largo de ciclo migratorio, y
permiten potencializar los escasos recursos económicos y culturales de cada
individuo y de cada familia” (Grammont y et. al., 2007, p. 14 y 15). Según estos
mismos autores:

[…] se trata de configuraciones familiares que se establecen ad hoc para


migrar. Familias nucleares y extensas, algunas veces acompañadas de otros
parientes y paisanos, familias con jefatura femenina, grupos de parientes y
paisanos que se unen para migrar, grupos de hombres o de mujeres solas. La
mayoría de las veces, dichas familias comparten un techo y hasta el mismo
fogón, lo que nos ha llevado a reconsiderar la manera de concebir un hogar o
al grupo doméstico, como estructuras flexibles que se adaptan a los procesos
migratorios y se recomponen constantemente en su ir y venir “(Cartón de
Grammont y et. al., 2007, p. 14).

La migración familiar y el trabajo infantil en la agricultura forman parte de una


estrategia de diversificación económica vinculada a las necesidades de
sobrevivencia de las unidades domésticas, al no disponer de los medios de
producción suficientes que les permitan garantizar su reproducción social y cultural
ni con recursos para alcanzar alternativas de desarrollo (Canabal, 2001). Fuentes
oficiales, estiman que actualmente 430, 592 niñas y niños trabajan en actividades
agrícolas, es decir el 59 por ciento de una población de 727, 527 menores de edad
del sector jornalero agrícola migrante (SEDESOL-ENJO, 2010), en detrimento de
sus derechos como menores. No obstante, que en términos constitucionales existe
la prohibición expresa de la incorporación de los niños menores de 14 años a las
actividades asalariadas, más aun cuando está se realizan en condiciones de alto
riesgo (las peores formas de trabajo infantil como es que realizan en la agricultura)
y niega sus oportunidades educativas y de desarrollo. 4 La Organización
Internacional del Trabajo (OIT) en recientes declaraciones reconoce que existen
en México: “[…] 700 mil niños de entre 13 y 14 años que a diario se enfrentan con
prologadas horas de trabajo en México como jornaleros en los campos agrícolas,
expuestos al frió y a la humedad, y mal alimentados, obligados a realizar cargas
pesadas y expuestos a contraer enfermedades por la intoxicación a través de
insecticidas y pesticidas” (diario Vanguardia, 2009).

La heterogeneidad, la flexibilidad, la segmentación laboral, -como los rasgos más


importantes que caracterizan al mercado de trabajo agrícola en el país-, nos
permiten explicar las lógicas (densidad, temporalidad, multipolaridad y
encadenamientos) que subyacen en los diversos flujos migratorios de los
trabajadores del campo estacionales. Asimismo los mecanismos y las formas de
explotación de la mano de obra en los campos agrícolas (condiciones de
hacinamiento en las viviendas, falta de servicios básicos, salarios precarios,
jornadas extenuantes con tiempos por arriba de lo establecido por la ley, y en
general falta de protección e incumplimiento de derechos laborales), revelan la
falta de regulación y aplicación de los estatutos jurídicos por parte del Estado y de
las instituciones gubernamentales. Lo que ha favorecido una marcada
estratificación dentro del mercado de trabajo agrícola, dadas las diferencias según
el origen étnico, estado de procedencia, de género y edad de los jornaleros
migrantes. Lo que hace del mercado de trabajo agrícola, no sólo un lugar de
confluencia de necesidades de la demanda y la oferta de trabajo, sino que es un
espacio donde se expresa una de las formas más extremas de las relaciones de
dominación y de las más lacerantes asimetrías económicas y sociales existentes
en el país.

La exclusión social de los migrantes agrícolas y la acción gubernamental

En la cuadrícula integrada por las múltiples y variadas interrelaciones entre el


Estado, la empresa agrícola, la sociedad civil y las familias de los trabajadores
agrícolas migrantes, identificamos múltiples tramas de poder y mecanismos de
dominación y control asociados a estas instituciones, vistas como agentes de
exclusión social. Entendemos la exclusión social no como un estado sino como un
proceso multicausal y multidimensional, que ha dado como resultado, la carencia
de oportunidades para la satisfacción de sus necesidades básicas (alimentación,
vivienda, educación, salud y trabajo) y para el goce de sus derechos humanos,
civiles y políticos (Arroyo, 2001; Arroyo y Hernández, 2001). Organismos oficiales,
identifican por lo menos diez dimensiones donde se muestra la vulnerabilidad de
los hogares jornaleros migrantes: 1) La pérdida de la identidad, desigualdad,
discriminación y exclusión, 2) La falta de certidumbre jurídica y seguridad social, 3)
La falta de acceso a un estado pleno de salud física, mental y emocional, 4) La
falta de bienes patrimoniales y servicios para satisfacer necesidades básicas
(alimentación, vivienda, educación, transporte, salud), 5) Degradación del medio
físico que permite la reproducción social, 6) La falta de oportunidades laborales
remuneradas o trabajo sin remuneraciones, 7) Empleo mal remunerado y con
malas condiciones laborales, 8) La falta de ingresos, ahorro y capacidades
autogestivas, 9) La falta de capital social: debilidad organizativa, falta de canales
de participación y empoderamiento, y 10) La falta de oportunidades de género
(SEDESOL, 2010). Vulnerabilidad que afecta en mayor medida a la población
indígena, a las mujeres y a los menores de edad.

En el marco del desdibujamiento creciente y la falta de presencia del Estado, tanto


en zonas de origen como de destino de los trabajadores estacionales migrantes,
en las zonas de atracción se identifica la falta de vigilancia y de sanción de las
empresas por parte de las diferentes instancias gubernamentales ante la violación
recurrente de la legislación establecida, particularmente en materia laboral y de
seguridad social, y en general ante el incumplimiento de las obligaciones
patronales. Las prácticas gubernamentales de complacencia y de consentimiento
que han caracterizado históricamente a la relación entre el Estado y las grandes
empresas agrícolas se expresan en la conservación de mecanismos de
complicidad, ocultamiento y dilación que favorecen los intereses empresariales en
detrimento de los derechos de los jornaleros. Por parte de las instituciones y de los
servidores públicos persiste la impotencia y el rejuego de evasión de
responsabilidades ante el poder político de las empresas y sus organizaciones.

El Estado mexicano es un Estado impotente en materia laboral y social que ha


perdido su capacidad reguladora y de protección para los sectores sociales en
mayor desventaja (Ávalos, 2009, Aziz, 2009), particularmente ante los resultados
de una histórica relación de complacencias y prebendas entre el Estado y las
grandes empresas agroexportadoras lo que ha favorecido desarrollo económico y
político alcanzado por estos corporativos y sus organizaciones. Lo que se observa,
en los procesos crecientes de desregulación de las relaciones capital-trabajo y en
la falta de protección laboral y social para los trabajadores estacionales del campo.

El Estado en sustitución de esta función, instrumenta un sin número de programas


asistenciales con escasos o nulos resultados. Estos programas, funcionan de
manera descoordinada, son ineficientes, operan con escasos recursos financieros
y humanos, y adolecen de un observatorio ciudadano que garantice el
cumplimiento de sus fines y la aplicación trasparente de los recursos escasos de
que disponen. En las zonas de origen más deprimidas, la presencia del Estado es
nula y se evidencia en el total abandono y la indolencia que sufren estas regiones
por parte de las políticas e instituciones gubernamentales. Las zonas de origen
están olvidas y sometidas a los designios de la pobreza y a las leyes de los más
fuertes (autoridades regionales y locales, caciques regionales y locales,
representantes de los diversos partidos políticos y agentes de intermediación en el
mercado de trabajo agrícola).

La presencia borrosa del Estado tanto en zonas de origen como de destino, se


expresa mediante la instrumentación de una Política social contradictoria y poco
equitativa, que se caracteriza en la práctica por acciones que representan un
vulgar asistencialismo y que en el mejor de los casos, –cuando se obtienen
algunos resultados–, éstas acciones gubernamentales benefician directamente a
las empresas agrícolas. Lo que contribuye a la conservación y reproducción de la
estructura de dominación y explotación de los jornaleros agrícolas y sus familias.

Por parte del Estado, se identifica la puesta en marcha de gestiones innovadoras


cuyas tendencias se orientan hacia un deforme aglomerado de acciones
informativas orientadas hacia la “capacitación productiva y de promoción social”; la
“certificación de las competencias laborales de los jornaleros agrícolas migrantes”;
y el “otorgamiento de certificados de valoración de diversos atributos de las
empresas agrícolas”. Así la facultad normativa y reguladora del Estado como la
inversión social y productiva para fomentar el desarrollo, da paso a la aplicación
de diversos “esquemas para el convencimiento humanitario de los empresarios” y
de “dispositivos de beneficio indirecto” para los trabajadores del campo
estacionales y sus familias, que en última instancia facilita la capacidad de
respuesta de las empresas agrícolas ante las exigencias impuestas por los
mecanismos de competencia en el mercado internacional.
No existe una política pública integral en beneficio de los jornaleros agrícolas
migrantes, y en su lugar se instrumentan limitados programas asistenciales que
evidencian la incapacidad gubernamental para ejercer su función reguladora y
normativa frente al poder político y económico de las empresas agrícolas y sus
organizaciones. Esto dificulta cada vez más la implementación de acciones
gubernamentales eficaces que puedan contrarrestar la pobreza, la desigualdad y
la exclusión social de los jornaleros agrícolas migrantes. Lo que los convierte en el
sector social más vulnerable dentro de la estructura económica de la sociedad
mexicana.

Estos sectores de la población –en otra hora productores directos–, el quebranto y


deterioro de la agricultura los ha transformado en jornaleros agrícolas migrantes,
la mayoría de ellos estacionales, sometidos a todas las formas de explotación
laboral en los campos agrícolas productores de hortalizas y agroindustriales del
país. Por lo que sobreviven en condiciones inhumanas, a la vez que enfrentan
todo tipo de vejaciones. Los jornaleros agrícolas migrantes están sometidos a la
exclusión social generada como consecuencia de la herencia legada por ser
pobres, por ser indígenas, por ser migrantes, y por ser trabajadores estacionales
del campo. Rasgos que los definen y los sujetan a una condición caracterizada por
la acumulación de estas múltiples desventajas en una sociedad asimétrica,
excluyente y carente de justicia y equidad social.

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Notas
1 Dada la movilidad y la recurrencia de los jornaleros migrantes a un determinado
tipo de zonas agrícolas se identifican cuatro diferentes rutas migratorias. La
primera, es conocida como la ruta del Pacífico e inicia en los estados de Oaxaca y
Guerrero. En este itinerario los trabajadores migrantes se desplazan a los estados
de Sinaloa, Sonora, Baja California, Baja California Sur, Jalisco y Nayarit como
principales zonas de atracción. El segundo recorrido, es la llamada ruta del Golfo
donde la población migrante sale de los estados más pobres como Oaxaca,
Veracruz, Hidalgo y Puebla para trasladarse a los estados de Tabasco,
Tamaulipas y Veracruz. La tercera ruta, es la del centro y presenta movimientos
migratorios interregionales que abarcan a los estados de San Luis Potosí,
Guanajuato, Zacatecas, Durango, Coahuila y Chihuahua. La última ruta,
denominada del Sureste comprende los traslados migratorios de población
indígena que se desplaza de los estados de Oaxaca; Chiapas, Yucatán y
Tabasco. En esta última ruta se inscriben los jornaleros guatemaltecos.
2 Estimaciones propias realizadas con base en datos obtenidos de la Cedula

familiar y Entrevistados de la ENJO, 2009 de la SEDESOL, México. 2010.


3 Según Miguel Ángel Rubio, Saúl Millán y Javier Gutiérrez (2000:26 y 27) existen

cinco tipos de factores que influyen en la migración indígena: 1) Los ecológicos


(baja productividad en la tierra; fenómenos climatológicos: sequías, heladas y
huracanes; tiempos muertos en el ciclo agrícola temporalero del lugar de origen;
cambios en la calidad productiva del suelo ocasionados por monocultivos y otras
causas de degradación ecológica. 2) La tenencia de la tierra (problemas en el
reparto agrario o carencia de propiedad; ganaderización del territorio; venta
forzada de la propiedad ejidal y cambios en el uso de suelo con fines desarrollistas
como construcciones de presas, vías ferroviarias, plantas industriales y
carreteras). 3) Las crisis en los precios de los productos agrícolas (caída o baja en
los precios del café, henequén, azúcar, tabaco, naranja tomate, aguacate y otros;
cancelación de la demanda del henequén, baja en la demanda de productos de
palma ante la irrupción del plástico o fibras sintéticas, baja en la demanda de
artefactos o insumos producidos en micro escala por indígenas. cerámica, palma,
frutas regionales, artefactos de madera, dulces regionales, etcétera). 4) La
expulsión o relocalizaciones (por asignación de terrenos a colonos mestizos; por
explotación del suelo y el subsuelo: minas, bosques, gas, petróleo; por conflictos
interétnicos, violencia armada y ocupación militar, por procesos de urbanización,
por competencia laboral entre nativos e inmigrantes centroamericanos,
reacomodos por construcción de presas). 5) Los factores sociodemográficos (falta
de servicios casi absoluta; incremento demográfico, insostenible presión sobre la
tierra; desestructuración de la organización comunitaria; conflictos religiosos o de
política local).
4 El Artículo 123 en su Fracción III de la Constitución Política de los Estados

Unidos Mexicanos, establece que: “Queda prohibida la utilización del trabajo de


los menores de catorce años. Los mayores de esta edad y menores de dieciséis
tendrán como jornada máxima la de seis horas”. Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos (2005, pp.152). Este mandato que se encuentra
expresado también en la Ley Federal del Trabajo (2006, pp. 112-114) en los
Artículos 173 al 180, donde se norma la participación laboral de los niños mayores
de catorce años y menores de dieciséis años.

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