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Para Gramsci el partido es el organismo intelectual por excelencia, el

que concreta más ampliamente el sentido de la noción de intelectual: el


partido es el intelectual colectivo –en expresión de Togliatti-. Es la fuerza
unificadora de la clase, el ámbito de formación del núcleo dirigente de la misma, y
de desarrollo de espíritu innovador, de ataque práctico a la clase dirigente
tradicional, a través de la elaboración de una conciencia de cuestionamiento activo
a su dominación. El partido tiene la visión política general que no anida en
organizaciones de finalidad económico-corporativa, como los sindicatos.
Para Gramsci la pertenencia a un partido político no está regulada por fenómenos
de carácter pasional. Como bien indicaba Lukàcs en su Historia y conciencia de
clase, el lugar que ocupa una clase social en el seno de una sociedad define una
cierta función histórica de donde se deriva la posibilidad de una determinada
concepción del mundo. El papel del partido es el de actualizar estas posibilidades,
volver real lo que no existe más que en potencia más o menos desarrollada en el
seno de la clase social.
Una clase, por definición, no puede ocupar posiciones diferentes en el seno de una
estructura social. Su función histórica, delimitada por ese lugar, no puede ser
múltiple. Así un solo partido exterioriza de manera completa esta función; la
verdad teórica, dice Gramsci, es que cada clase se expresa por un solo partido.
Siendo éste el principio metodológico (cada partido es la expresión de una clase
social), Gramsci procede a continuación, a dar cuenta de la multiplicidad de
combinaciones existentes entre clases sociales y partidos:
“Puede observarse que en el mundo moderno, en muchos países, los partidos
políticos orgánicos y fundamentales, por necesidades de la lucha o por otra causa,
se han dividido en fracciones, cada una de las cuales toma el nombre de “partido”
e incluso de partido independiente”.[1]
La relación entre partido y grupo social es vista por Gramsci no como una relación
instrumental, de representación directa de intereses, sino como una actividad de
construcción hegemónica, que construye alianzas en base a la búsqueda de
“equilibrios” sociales:
“Cada partido es la expresión de un grupo social y nada más que de un solo grupo
social. Sin embargo, en determinadas condiciones sociales, algunos partidos
representan un solo grupo social en cuanto ejercen una función de equilibrio y de
arbitraje entre los intereses del propio grupo y el de los demás grupos y procuran
que el desarrollo del grupo representado se produzca con el consentimiento y con
la ayuda de los grupos aliados, y en algunos casos con el de los grupos
adversarios más hostiles.”[2]
En la línea permanente de Gramsci, de examinar el vínculo base-superestructuras
en toda su complejidad, la relación partido-clase no es lineal, sino de doble vuelta.
Si bien los partidos políticos no son sino la nomenclatura de las clases sociales,
también es cierto que no son solamente una expresión mecánica y pasiva de las
clases mismas, sino que reaccionan enérgicamente sobre ellas para desarrollarlas,
extenderlas, universalizarlas.
Pero, Gramsci insiste, cualesquiera que sean las divergencias que oponen a los
partidos que representan a las diferentes fracciones de una misma clase, estos
partidos «independientes» están unificados por la defensa de los mismos intereses
fundamentales y por la participación en una misma visión del mundo. También se
hallan unificados por lo que Gramsci llama «el partido ideológico».
Así pues, Gramsci distingue entre el partido político, en sentido estricto, y el
partido ideológico formado por el conjunto de las organizaciones intelectuales
ligadas a algunas de las clases sociales sin estar por esto bajo la directa
dependencia de un partido político particular:
Distinciones del concepto de partido: a) El partido como organización práctica (o
tendencia práctica), es decir, como instrumento para la solución de un problema
o de un grupo de problemas de la vida nacional o internacional (…). b) ) El
partido como ideología general, superior a las diversas agrupaciones más
inmediatas.[3]
Las grandes tareas del partido, las de alcance histórica son las de “la formación de
una voluntad colectiva nacional-popular de la que el Moderno Príncipe es
precisamente la expresión activa y operante y la reforma intelectual y
moral[4], mientras que en las actividades cotidianas, el partido debe ser el
representante y el guía de la clase obrera y, por mediación de éstas en el conjunto
de las masas populares. Debe ser el instigador de la reforma moral e intelectual por
la que las masas populares se aparten de la influencia ideológica de las clases
dominantes para acceder a la forma de cultura superior. Debe ser el iniciador de la
formación de una voluntad colectiva. El partido ejerce una función hegemónica
sobre las masas populares en la medida que les dirige (formación de una voluntad
colectiva), intelectual y moralmente (reforma moral e intelectual).
Su función es política por excelencia, es la dirección espiritual del Estado. En tanto
intelectual orgánico, actúa como productor de consenso y por ende, en el plano de
las conciencias individuales, para transformar su acción en el plano del colectivo,
del grupo y de la clase social. En esta fase, el partido fusiona la dirección de la
reforma intelectual y moral con las transformaciones económicas, con la
eliminación de la plusvalía y de la acumulación capitalista.

A la cabeza de este proceso de universalización de los valores del proletariado como


clase hegemónica se encuentra el “Moderno Príncipe”, es decir, el partido
revolucionario, que en esta nueva era representa el papel del príncipe Maquiavelo
en la lucha contra los intereses corporativos de la burguesía comunal y por la
formación del Estado burgués. Este “Príncipe Moderno” es un partido que busca
crear un nuevo Estado, y que en esta lucha crea los instrumentos culturales e ideo-
lógicos que permiten difundir a la clase revolucionaria en tanto clase hegemónica
con el pueblo-nación. El “Moderno Príncipe”, el partido, es el instrumento de
crítica consciente de la vieja sociedad, de su ideología y su moral, ligada a la
negación de las relaciones económicas de explotación, y constructor de la nueva
sociedad.

El problema consiste en conseguir un partido que integre a la vez al partido


ideológico y al partido como organización práctica (los grandes intelectuales y los
simples militantes), así como las diferentes tendencias de los distintos sectores de
la clase obrera que pudieran cristalizar en fracciones. Para construir un partido de
este tipo,
hay que basarse en un carácter “monolítico” y no sobre cuestiones secundarias;
por consiguiente debe observarse atentamente que exista homogeneidad entre
dirigentes y dirigidos, entre los jefes y la masa[5].
Gramsci distingue tres condiciones que permiten un grado de monolitismo:

A. Debe existir una homogeneidad ideológica que unifique las tres capas del
partido (los dirigentes, los cuadros medios y los simples militantes).
B. El partido comunista es el partido de la clase obrera. Por consiguiente es
necesario, no solamente que exprese las aspiraciones de esta clase, sino
sobre todo que esté constituido por elementos del proletariado.
C. Es preciso, finalmente, que la estructura del partido una dentro de un solo
bloque las diferentes capas que lo constituyen
La estructura del partido
Todo miembro del partido, inclusive el más oscuro militante, ejerce una función
educativa y de organización: todo miembro del partido es un intelectual. Pero no
todos los miembros de un partido trabajan al mismo nivel de
responsabilidades. Gramsci distingue tres grupos fundamentales, en el seno del
partido:
1. Los soldados son

hombres comunes, medios, cuya participación está posibilitada por la disciplina y


la fidelidad, y no por un espíritu creador y muy organizador[6]. Ellos son una
fuerza en la medida en que hay alguien que los centralice, organice y discipline,
pero si falta esta otra fuerza de cohesión, se dispersarán y se anularán en una
pulverización impotente[7]. Sin ellos el partido no existiría[8].
2. Los capitanes constituyen

el elemento principal de cohesión, que centraliza en el ámbito nacional, que da


eficacia y potencia a un conjunto de fuerzas que, abandonadas a sí mismas,
contarían cero o poco más; este elemento está dotado de una fuerza intensamente
cohesiva, centralizadora y disciplinadora, y también, o incluso tal vez por eso,
inventiva (si se entiende “inventiva” en cierta orientación, según ciertas líneas de
fuerza, ciertas perspectivas, y también ciertas premisas)[9].
A estos capitanes Gramsci les denomina en otros lugares el estado mayor del
partido. Elaboran la línea política del partido, apoyándose en la clase obrera,
constituyen el centro dirigente del partido. El Comité central es el único centro
dirigente del partido. Los derechos de la minoría son reconocidos en tanto que
normalmente forman parte del Comité Central
sin embargo, el “reconocimiento” de la minoría no puede inspirar medidas que
llegasen a alcanzar la cohesión del partido o que limitasen el proceso de
formación “orgánica” –y no “parlamentaria”- de su centro dirigente[10]
3. Los mandos intermedios forman

un elemento medio que articule el primero con el segundo, los ponga en contacto
no solamente “físico”, sino también moral e intelectual[11].
Tienen como misión equilibrar estos dos elementos poniéndolos en relación; deben
transmitir a la cima las preocupaciones de la base y educar a ésta, a fin de que
participe activamente en la orientación del partido.

En la concepción gramsciana, en el partido revolucionario hay tres momentos que


lo definen como tal: la unidad ideológica en torno a la filosofía de la práctica; la
composición interna pero dominantemente proletaria en todos los niveles de
organización, y la formación de un bloque que reúna los tres estratos en
permanente movimiento y relación que él distingue en el partido, a saber bases,
cuadros y dirigentes (o lo que es lo mismo, soldados, capitanes y mandos
intermedios).
Gramsci, como decíamos al inicio, se vincula a la idea de Marx de que una clase
social no puede lograr la conciencia de clase sino a través de su organización. Al
respecto, Leninseñala: “ninguna clase en la historia ha conquistado el poder sin
crear sus propios dirigentes políticos, sus propios representantes de vanguardia,
capaces de organizar y dirigir el movimiento”.
Para Gramsci, los dirigentes políticos, los representantes de vanguardia de los que
habla Lenin, son los intelectuales, pero no cualquier tipo de intelectual sino un
intelectual orgánico de la clase obrera, que provisto de una cultura científica realiza
una revolución teórico cultural, da conciencia de clase política al proletariado y le
da a conocer su misión histórica, definiendo y realizando un bloque de alianzas
políticas y sociales cuyo objetivo sea la conquista del Estado.
Así, Gramsci termina con una concepción restringida de los intelectuales,
presente y difundida en Europa Occidental en los primeros diseños del siglo XX,
otorgando al partido como tal y en particular al partido comunista el papel de
intelectual orgánico, que debe conquistar el prestigio y la supremacía en el
conjunto de la sociedad.

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