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VIDAS ANTERIORES DE BUDA


J"TAKAS

traducción del inglés


por
Silvia De Alejandro
Vera Waksman
Florencia Carmen Tola

cotejada con el original p2li


por
Fernando Tola y Carmen Dragonetti

Yin-Shun Foundation
Asociación Latinoamericana de Estudios Budistas
2000
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INTRODUCCIÓN

Los J2takas
Los J2takas es un colección de 547 historias narradas por el propio Buda. Esta
colección forma parte de la inmensa literatura budista escrita en lengua p2li. El p2li es
una lengua afín al sánscrito y fue una de las lenguas utilizadas por el Budismo para la
composición de sus obras, canónicas o no canónicas.
Cada J2taka está constituido por las siguientes partes:
1. Introducción, en la cual se indica en que ocasión Buda dio a conocer la
historia, que forma la parte central del J2taka. Generalmente la ocasión para la
historia es una acción realizada por un monje de la Comunidad Budista. Esta parte
recibe el nombre de “historia de la época presente” – es decir contemporánea de
Buda.
2. Narración de una historia que está relacionada con la ocasión que le da
origen. El narrador es el propio Buda. La historia que él narra está constituida por un
hecho ocurrido en una de sus anteriores reencarnaciones y del cual él es el principal
protagonista. La historia tiene un fin moralizador en cuanto señala lo que se debe o no
se debe hacer o la forma como se debe o no se debe actuar. Son pues historias
dotadas de un fin moral. Esta parte recibe el nombre de “historia de la época pasada”.
3. Una o varias estrofas, que o bien forman parte de la narración, siendo
recitadas por alguno de los personajes que en ella intervienen, o bien son agregadas a
la narración, una vez concluida ésta.
4. Comentario de las estrofas destinado a aclarar, palabra por palabra, las
estrofas que acompañan la Narración.
5. Conexión, en la cual Buda identifica a los personajes de la “historia del
pasado” con personas contemporáneas a él, por lo general, personas que han sido
mencionadas en la “historia del presente”.
Las historias son por lo general cortas, aunque se encuentra algunas de cierta
extensión, siendo la más larga de estas el Vessantaraj2taka, la última de la colección.
Los J2takas se presentan bajo diversas formas, como fábulas, cuentos, leyendas
piadosas, anécdotas, etc. Muchos de los J2takas han debido pertenecer primeramente
a la tradición narrativa india y ser luego adoptadas por el Budismo y adaptadas a sus
fines. Se observa por tal razón que la relación entre el J2taka y el Budismo y Buda es a
veces muy débil. Ocurre también que en ciertas ocasiones el vínculo entre las estrofas
y la narración es igualmente bastante flojo.
De las cinco partes, que componen los J2takas, sólo las estrofas son
consideradas provenir del propio Buda y por tal razón están incluidas en el Canon
Budista P2li. Las partes restantes son obra de un comentador, constituyen un
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comentario. De acuerdo con la más generalizada tradición budista, el autor de estas


partes restantes (el comentario) habría sido el gran Buddhaghosa, de Ceylán (Sri
Lanka), que comentó numerosas obras del Canon Budista P2li y vivió en el siglo V d.C.
La obra realizada por Buddhaghosa fue la de un compilador: utilizando materiales
narrativos anteriores a él compuso el comentario de las estrofas que la tradición
budista atribuía a Buda.
De un modo general las narraciones de los J2takas son sencillas y simples, no
pretenden constituir piezas literarias; su intención es dar a conocer el mensaje de
Buda e instruir moralmente. Además, proporcionan valioso material para conocer las
condiciones sociales, las costumbres, las actitudes, las formas de vida, los valores de
la sociedad India por el periodo que va desde el siglo III a.C. hasta el siglo V d.C. Los
J2takas fueron muy conocidos y apreciados en el mundo Budista, como lo prueba el
hecho de que muchos de ellos fueron representados en bajorrelieves en monumentos
budistas. Escritores de época posterior narraron, en estilo más elaborado y con
mayores pretensiones literarias, los temas de muchos J2takas. Señalemos que los
J2takas no agotan la producción narrativa budista, al lado de los J2takas existen otras
colecciones de historias destinadas a difundir la enseñanza budista y a inculcar sus
valores.

Nota sobre la traducción


La traducción española que ahora presentamos ha sido hecha por Silvia De
Alejandro (J2takas: Nº 2, Nº 9, Nº 10, Nº 12, Nº 18, Nº 28, Nº 40, Nº 73, Nº 81 y Nº 89), Vera Waksman
(J2takas: Nº 96, Nº 109, Nº 120, Nº 124, Nº 144, Nº 151, Nº 156, Nº 167, Nº 169, y Nº 181) y Florencia
Carmen Tola (J2takas: Nº 185, Nº 194, Nº 201, Nº 228, Nº 234, Nº 235, Nº 244, Nº 251, Nº 258 y Nº 265)
a partir de la traducción inglesa de los J2takas, realizada por varios especialistas bajo
la dirección de E.B. Cowell. Esta traducción inglesa fue publicada por primera vez en
1895 por la Universidad de Cambridge y luego en 1969 por Luzac and Company,
Londres, para la Pali Text Society, en seis volúmenes reunidos en tres tomos con un
total de más de 1800 páginas, bajo el título de The J2taka or Stories of the Buddha´s
Former Births.
Personalmente hemos cotejado la traducción inglesa de Cowell con el texto
original en p2li de los J2takas, editado por V. Fausbøll y publicado por primera vez en
1879 por Trübner and Co. y luego en 1963 por Luzac and Company para la Pali Text
Society, bajo el título The J2taka together with its commentary being Tales of the
Anterior Births of Gotama Buddha. Hemos introducido algunos ligeros cambios en la
traducción española de nuestras traductoras, que se ciñeron a la traducción inglesa,
para hacer la traducción española más cercana al texto original o más accesible al
lector hispano-hablante.
De cada J2taka damos la traducción sólo de la parte narrativa central que
incluye las estrofas. Le hemos agregado una indicación sobre el valor moral que
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propugna y la mención del personaje de la narración con el cual Buda se identifica. En


un índice hemos indicado el significado de algunos términos que ocurren en el texto.
Uno de estos términos merece una mención especial: el nombre del rey Brahmadatta,
que aparece en el inicio de casi todos los J2takas. Se puede considerar o bien que en
Benares reinaron numerosos reyes de ese nombre o bien que ese nombre era el
nombre dinástico de los reyes de Benares (como Tudor, Borbón, etc.), pues, si se
tratara de un solo rey, las múltiples reencarnaciones de Buda habrían tenido lugar
durante el reinado de un solo rey.

Lecturas recomendadas sobre los J2takas


Maurice Winternitz, A History of Indian Literature, Vol. II, Buddhist Literature
and Jaina Literature, New Delhi: Oriental Books Reprint Corporation, 1972, pp.113-156
(Traducción inglesa del tratado original escrito en alemán).
K.R. Norman, P2li Literature, Wiesbaden: Otto Harrassowitz, 1983, pp.77-84.
Ananda Salgadu Kulasuriya, “J2taka”, en Encyclopaedia of Buddhism, Vol. VI,
Fasc. 1, pp.2-23, editado por G.P. Malalasekera, y publicado por el Gobierno de Sri Lanka,
1996.
O. von Hinüber, A Handbook of Pali Literature, Berlin/New York: W. De Gruyter,
1999 (paperback).
En la Revista de Estudios Budistas REB, publicada por la Asociación
Latinoamericana de Estudios Budistas, México-Buenos Aires, 1991-1998, puede
encontrarse los siguientes artículos relativos a los J2takas:
Vol. 3 (1992): “Tripi6aka, ‘Las Tres Canastas’”, por S. Lévi.
Vol. 5 (1993): “Sasaj2taka. El J2taka de la liebre”, por F. Tola y C. Dragonetti.
Traducción del texto p2li.
Vol. 5 (1993): “Los J2takas: etapas de Buda en la vía de las transmigraciones”,
por S. Lévi.
Vol. 6 (1993): “El Kacchapa-J2taka en bajo relieve en el Ca57i Μ ε ν δ υ τ en
Java Central”, por A. Yuyama.
Vol. 8 (1994): “S2dh1na J2taka: un caso contra la transferencia de mérito”, por
J.P. McDermott.
Para mayor información sobre la Asociación y la Revista dirigirse a Luz Saviñón 513, 3er Piso, Col.
del Valle, México, D.F., 03100 México.

Agradecimiento
Agradecemos al Profesor Richard Gombrich, Presidente de la Pali Text Society
de Londres por habernos autorizado a realizar la traducción al español de la
traducción inglesa de Cowell de los J2takas y a publicarla. La dirección de la Pali Text
Society, editora de numerosos textos budistas en p2li y de traducciones al inglés de
5

los mismos, es: Pali Text Society, 73 Lime Walk, Headington, Oxford OX3 7AD,
Inglaterra.

Fernando Tola y Carmen Dragonetti


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J"TAKA Nº 2

EL DESIERTO

La perseverancia y la energía

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta era rey de Benares, en el reino de


K2si, el Bodhisatta nació en la familia de un mercader. Cuando creció, solía viajar
comerciando con quinientas carretas. En cierta ocasión llegó a un desierto de
sesenta leguas de extensión, cuya arena era tan fina que, al ser tomada con la
mano, se escurría entre los dedos del puño cerrado. Tan pronto salía el sol, se ponía
tan caliente como un lecho de brasas de carbón y nadie podía caminar a través de
él. En consecuencia, los que lo atravesaban solían llevar leña, agua, aceite, arroz y
otras cosas por el estilo en sus carretas, y sólo viajaban de noche. Al amanecer
solían disponer sus carretas en círculo a fin de formar un campamento, con un toldo
tendido por encima, y después de una comida temprano solían sentarse a la
sombra todo el día. Cuando el sol se ponía, tomaban su cena; y, tan pronto el suelo
se enfriaba, uncían sus carretas y avanzaban. Viajar en este desierto era como
viajar por el mar; un “piloto del desierto”, como era llamado, debía guiarlos
valiéndose del conocimiento de las estrellas. Y ésta era la manera en que nuestro
mercader estaba entonces atravesando ese desierto.
Cuando sólo le quedaba una legua más por delante, pensó para sí: “La noche
de hoy nos verá fuera de este desierto de arena”. Así fue que, después de que
hubieran tomado su cena, ordenó que la madera y el agua fueran tiradas, y tras
uncir sus carretas se pusieron en camino. En la carreta delantera se recostó
cómodamente el piloto observando las estrellas en los cielos y dirigiendo el curso
por medio de ellas. Pero tanto tiempo había estado sin dormir que, agotado, se
quedó dormido y no notó que los bueyes habían girado y estaban desandando el
camino. Toda la noche los bueyes mantuvieron ese rumbo, pero al amanecer el
piloto se despertó, y, al observar la disposición de las estrellas sobre su cabeza,
gritó: “¡Hagan girar las carretas! ¡Hagan girar las carretas!” Y mientras estaban
haciendo girar las carretas y las estaban formando en fila, despuntó el día. “¡Pero
éste es el lugar donde acampamos ayer!” – gritó la gente de la caravana. “Toda
nuestra leña y nuestra agua se acabó, ahora estamos perdidos”. Diciendo esto,
desuncieron sus carretas e hicieron un campamento y tendieron por encima el
toldo; luego todos los hombres se echaron desesperanzados debajo de sus carretas.
Pensó el Bodhisatta para sí: “Si me rindo, todos y cada uno de nosotros perecerá.”
Así fue que deambuló de aquí para allá mientras aún era temprano y estaba fresco,
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hasta que vio un matorral de hierba kusa. “Esta hierba”, pensó él, “sólo puede
haber crecido aquí gracias a la presencia de agua debajo”. Así que ordenó que
trajeran una pala y que cavaran un hoyo en ese sitio. Sesenta codos hacia abajo
cavaron, hasta una profundidad en que la pala chocó con una roca, y todos se
descorazonaron. Pero el Bodhisatta, estando seguro de que debía haber agua
debajo de esa roca, descendió dentro del hoyo y se paró encima de la roca.
Agachándose, aplicó su oído a ella y escuchó. Captando el sonido del agua que fluía
debajo, salió y le dijo a su joven servidor: “Muchacho si tú te rindes, todos nosotros
pereceremos. Así que recobra el ánimo y el coraje. Desciende al hoyo con este
pesado martillo, y golpea la roca”.
Obedeciendo a la orden de su amo, el muchacho, mientras todos los otros se
habían descorazonado, lleno de ánimo descendió y golpeó la roca: la roca que había
obstruido el flujo de agua, partiéndose en dos, se desplomó. El chorro de agua se
elevó hasta que fue tan alto como una palmera; y todos bebieron y se bañaron.
Luego rompieron los ejes y los yugos de repuesto y otros aparejos que tenían de
más, cocinaron su arroz y lo comieron, y alimentaron a los bueyes. Y tan pronto
como el sol se puso, enarbolaron una bandera al lado de la fuente y viajaron hacia
su destino. Allí trocaron sus mercancías por dos o cuatro veces su valor. Con las
ganancias volvieron a su hogar, donde vivieron el resto de sus vidas, y al final se
fueron al destino que les correspondía de acuerdo con sus merecimientos. El
Bodhisatta también, después de una vida dedicada a hacer donaciones y otras
buenas obras, se fue asimismo al destino que le correspondía de acuerdo con sus
merecimientos.

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El comentario agrega:
Cuando Buda predicó esta enseñanza del Dharma, Él, el Omnisciente, dijo
estos versos:

Sin cansarse cavaron en el desierto


y en el pozo ahí encontraron agua.
Así el sabio, fuerte en su perseverancia,
sin cansarse ha de encontrar
la paz de su corazón.

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Buda manifestó que en esa ocasión, Él había sido el mercader, jefe de la


caravana.
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J"TAKA Nº 9

EL REY MAKH"DEVA

El renunciamiento

Hace mucho tiempo había en Mithila, en el reino de Videha, un rey llamado


Makh2deva, que era recto y reinaba rectamente. Por períodos sucesivos de ochenta
y cuatro mil años él se había divertido como príncipe, había gobernado como virrey
y había reinado como rey respectivamente. Después de haber vivido todos esos
largos años, un día le dijo a su barbero: “Avísame, amigo barbero, cuando veas
cabellos grises en mi cabeza”. Así fue que un día, muchos años después, el barbero
vio en la negra y brillante cabellera del rey un único cabello gris, y se lo dijo al rey.
“Arráncalo, amigo”, dijo el rey, “y ponlo en la palma de mi mano”. El barbero
entonces arrancando el cabello con su pinza de oro lo puso en la mano del rey. Al
rey le quedaban en ese momento ochenta y cuatro mil años más de vida; pero, sin
embargo, ante la vista de ese único cabello gris estaba embargado de profunda
emoción. Le parecía ver al Rey de la Muerte parado cerca de él, o estar encerrado
dentro de una choza de paja abrasada por el fuego. “¡Ah, necio Makh2deva!” –
exclamó – “te aparecieron cabellos grises antes de que hayas sido capaz de haberte
liberado de tus defectos”. Y mientras pensaba y pensaba acerca de la aparición de
su cabello gris, un fuego interior ardía en él; el sudor corría por su cuerpo; mientras
tanto su vestimenta lo oprimía y se le hacía intolerable. “Hoy mismo”, pensó él,
“renunciaré al mundo para llevar la vida del asceta”.
A su barbero le regaló una aldea, que rendía cien mil piezas de oro. Hizo
venir a su hijo mayor y le dijo: “Hijo mío, un cabello gris me ha aparecido en la
cabeza; he envejecido. He gozado de los placeres humanos y me gustaría probar
los placeres divinos; el momento de mi renunciamiento ha llegado. Tú asume la
soberanía; en cuanto a mí, renunciando a todo, estableceré mi residencia en el
parque llamado El Bosque de Mangos de Makh2deva, y allí llevaré la vida del
asceta.
Al verlo así decidido a llevar la vida del asceta, sus ministros se le acercaron
y le dijeron: “¿Cuál es la razón, majestad, por la que adoptas la vida del asceta?”
Tomando su cabello gris en su mano, el rey recitó esta estrofa a sus
ministros:

Estos cabellos grises aparecidos en mi cabeza


son los mensajeros de la Muerte
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que vinieron a arrebatarme la vida.


Es hora de que me aparte de las cosas mundanas
y en la senda del ermitaño busque la paz salvadora.

Y él, después de estas palabras, renunció a su soberanía ese mismísimo día


y se convirtió en asceta. Habitando en ese mismo Bosque de Mangos de
Makh2deva, durante ochenta y cuatro mil años cultivó en sí las Cuatro Sublimes
Cualidades: la benevolencia, la compasión, la dulzura, la ecuanimidad, y
encontrándose en un estado de ininterrumpida meditación, murió renaciendo en el
Mundo de Brahm2. De ahí pasó de nuevo a este mundo y se convirtió otra vez en
rey de Mithila, bajo el nombre de Nimi, y después de reunir a su dispersada familia,
una vez más vivió como asceta en ese mismo Bosque de Mangos, cultivando las
Cuatro Sublimes Cualidades y pasando de ahí una vez más al Mundo de Brahm2.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el rey Makh2deva.


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J"TAKA Nº 10

LA VIDA FELIZ

La felicidad derivada del renunciamiento

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta reinaba en Benares, el Bodhisatta


nació como un rico brahmán del norte. Dándose cuenta del peligro que hay en los
placeres y de los beneficios que surgen de renunciar al mundo, abjuró de los
placeres y, tras retirarse a los Himalayas, allí se convirtió en un ermitaño y ganó los
Ocho Logros de la meditación. Su comunidad creció llegando a contar con
quinientos ascetas. Una vez, cuando las lluvias llegaron, abandonó los Himalayas y
rodeado por su grupo de ascetas, viviendo de limosnas en aldeas y ciudades, llegó
finalmente a Benares, donde estableció su residencia en el jardín real como
huésped bajo la protección del rey. Después de habitar allí durante los cuatro
meses de lluvias, fue a ver al rey para despedirse. Pero el rey le dijo: “Eres un
hombre anciano, venerable señor. ¿Por qué motivo debes volver a los Himalayas?
Envía de vuelta allí a tus discípulos y quédate aquí”.
El Bodhisatta encomendó a sus quinientos ascetas al cuidado de su discípulo
más viejo, diciéndole: “Ve tú con ellos a los Himalayas; yo me quedaré aquí”.
Ahora bien, ese discípulo más viejo había sido una vez un rey, pero había
abandonado un poderoso reino para convertirse en un asceta; debido al
cumplimiento de las prácticas relacionadas con la concentración del pensamiento
había dominado los Ocho Logros de la meditación. Mientras vivía con los ascetas en
los Himalayas, un día surgió en él el deseo de ver a su Maestro, y les dijo a sus
compañeros: “Seguid viviendo tranquilamente aquí; volveré tan pronto como le
haya presentado mis respetos al Maestro”. Así que fue hasta donde se encontraba
el Maestro, le presentó sus respetos y lo saludó afectuosamente. Luego se acostó al
lado de su Maestro en una estera que allí tendió.
En ese momento apareció el rey, que había venido al jardín a ver al asceta, y
con un saludo tomó asiento a un lado. Pero aunque se había dado cuenta de la
presencia del rey, el discípulo más viejo no se levantó sino siguió acostado allí,
exclamando emocionadamente: “¡Oh, felicidad! ¡Oh, felicidad!”
Disgustado por el hecho de que el asceta, aunque lo había visto, no se
hubiera levantado, el rey le dijo al Bodhisatta: “Venerable señor, este asceta debe
haberse saciado de comida, ya que continúa acostado ahí expresando
emocionadamente su felicidad”.
“Majestad”, - dijo el Bodhisatta – “antiguamente este asceta era un rey como
tú eres. Está pensando cómo en los viejos tiempos cuando era un laico y vivía en la
pompa real con muchos hombres de armas para protegerlo, nunca conoció una
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felicidad tal como ahora tiene. Es la felicidad de la vida del asceta, y la felicidad que
la meditación brinda, las que lo mueven a esta emocionada exclamación”. Y el
Bodhisatta entonces recitó esta estrofa para enseñarle al rey la Verdad:

El hombre que no protege a otros


ni es protegido por otros, oh rey,
vive feliz,
liberado de la esclavitud de los placeres.

Apaciguado por la lección que así le fuera enseñada, el rey saludó y volvió a
su palacio. El discípulo también se despidió de su Maestro y volvió a los Himalayas.
Pero el Bodhisatta continuó viviendo ahí y, tras morir en un estado de
ininterrumpida meditación, renació en el Mundo de Brahm2.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el Maestro de la comunidad


de ascetas.
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J"TAKA Nº 12

EL REY DE LOS CIERVOS

La compasión, la generosidad y el autosacrificio

Hace mucho tiempo, cuando Brahmadatta reinaba en Benares, el Bodhisatta


nació como ciervo. Al nacer era de color dorado; sus ojos eran como piedras
preciosas redondas; el brillo de sus cuernos era como el de la plata; su boca era del
color de una pieza de tela escarlata; sus cuatro cascos eran como si estuvieran
recubiertos de laca; su cola era como la de un buey yak; y era tan grande como un
potrillo. En compañía de quinientos ciervos habitaba en la foresta bajo el nombre de
Rey de los Ciervos del Árbol Nigrodha. Y muy cerca de él habitaba otro ciervo
también en compañía de quinientos ciervos, que era llamado Ciervo del Follaje, y
era de color dorado como el Bodhisatta.
En aquellos días el rey de Benares era apasionadamente aficionado a la caza
y tomaba siempre carne en cada comida. Todos los días congregaba a la totalidad
de sus súbditos, los de la ciudad y los del campo por igual, en detrimento de sus
ocupaciones, e iban a cazar. Pensaba su pueblo: “Este rey nuestro interrumpe todo
nuestro trabajo. ¡Sembremos nosotros alimento para ciervos y suministrémosles
agua a los ciervos en el propio jardín del rey, y, una vez que hayamos conducido
adentro cierto número de ciervos, encerrémoslos y entreguémoslos al rey!” Así fue
que ellos sembraron en el jardín del rey hierba para los ciervos y les suministraron
agua para que bebieran y abrieron bien la puerta. Luego llamaron a los campesinos
y los hicieron entrar en la foresta armados con palos y todo tipo de armas, para
encontrar a los ciervos, rodearlos y capturarlos. Cercaron una legua de foresta a fin
de capturar a los ciervos dentro de su área, y al hacer esto rodearon la guarida de
los dos ciervos, el Rey de los Ciervos del Árbol Nigrodha y el Ciervo del Follaje. Tan
pronto percibieron a la manada de ciervos, procedieron a golpear los árboles, los
arbustos y el suelo con sus palos hasta que los hicieron salir de su guarida; luego
hicieron resonar sus espadas y lanzas y arcos con un alboroto tan grande que
lograron hacer entrar a todos los ciervos dentro del jardín del rey, y cerraron la
puerta. Luego se dirigieron al rey y le dijeron: “Oh rey, interrumpiste nuestro
trabajo al ir siempre de caza; así que hemos traído suficientes ciervos de la foresta
como para llenar tu propio jardín. De aquí en adelante aliméntate de ellos”.
Entonces el rey se dirigió a su jardín, y al examinar la manada vio entre ellos
dos ciervos dorados, y a ellos les perdonó la vida. A veces él mismo iba y mataba a
un ciervo para llevarlo a su palacio; otras veces su cocinero iba y cazaba a otro. Al
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ver el arco, los ciervos escapaban temiendo por sus vidas, pero después de recibir
dos o tres heridas se fatigaban, desfallecían y eran matados. La manada de ciervos
le dijo lo que estaba ocurriendo al Bodhisatta, quien envió por el Ciervo del Follaje y
le dijo: “Amigo, los ciervos están siendo destruidos en grandes cantidades; y,
aunque no pueden escapar a la muerte, al menos que no sean innecesariamente
heridos. Que los ciervos vayan al lugar de la ejecución por turnos, un día uno de mi
manada, y al día siguiente uno de la tuya, - que el ciervo al que le toque en suerte
vaya y se eche colocando su cabeza en el lugar de la ejecución. De esta manera el
ciervo evitará ser aterrorizado y herido”. El otro ciervo estuvo de acuerdo; y desde
entonces el ciervo al que le tocaba el turno, iba y se echaba poniendo su cuello en
el lugar de la ejecución. El cocinero iba y mataba sólo a la víctima que lo
aguardaba.
Ahora bien, un día la suerte recayó en una gacela preñada de la manada del
Ciervo del Follaje, y ella se dirigió a él y le dijo: “Señor, estoy preñada. Cuando haya
dado a luz a mi pequeño, habrá dos de nosotros para tomar nuestro turno. Ordena
que yo no sea considerada en este turno”. “No, no puedo hacer que tu turno sea el
de otro” - dijo él; “debes aceptar tu destino. ¡Vé!” Como el Ciervo del Follaje no le
otorgara el favor solicitado, la gacela acudió al Bodhisatta y le contó su historia. Y
él, al escucharla, respondió: “Muy bien; márchate, y yo haré posponer tu turno”. Y
así él mismo fue y se echó poniendo su cabeza en el lugar de la ejecución. Exclamó
el cocinero al verlo: “¿Por qué está aquí, en el lugar de la ejecución, el Rey de los
Ciervos, al que el rey le perdonó la vida? ¿Qué significa esto?” Y corrió a contarle al
rey. Apenas escuchara esto, el rey subió a su carruaje y fue al lugar de la ejecución
con un gran séquito. “Oh amigo mío, Rey de los Ciervos” - dijo cuando vio al
Bodhisatta - “¿No te perdoné la vida? ¿Cómo es que estás echado aquí?”
“Oh rey, acudió a mí una gacela preñada, que me rogó que su turno
recayera en otro; y, como no puedo hacer pasar la desgracia de la muerte de uno a
otro, yo, sacrificando mi vida por ella y asumiendo su destino en mí mismo, me he
echado aquí. Oh gran rey, no pienses que hay algo más detrás de todo esto”.
“Señor, dorado Rey de los Ciervos” - dijo el rey - “nunca hasta ahora he visto
yo, incluso entre los hombres, a alguien de tanto valor, amor y compasión como tú.
Por eso estoy complacido contigo. ¡Levántate! Perdono tu vida y la de ella”.
“Aunque dos sean perdonados, ¿qué será del resto, oh soberano de
hombres?” “Les perdono sus vidas también, señor”. “Oh gran rey, sólo los ciervos
de tu jardín habrán así conseguido el perdón; ¿qué será de todo el resto?” “Sus
vidas también perdono, señor”. “Oh gran rey, los ciervos estarán de este modo a
salvo; pero ¿qué será del resto de los cuadrúpedos?” “También perdono sus vidas,
señor”. “Oh gran rey, los cuadrúpedos estarán de este modo a salvo; pero ¿qué
será de las bandadas de pájaros?” “También serán perdonadas, señor”. “Oh gran
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rey, los pájaros estarán de este modo a salvo; pero ¿qué será de los peces que
viven en el agua?” “Les perdono sus vidas también, señor”.
Después de interceder de este modo con el rey por las vidas de todas las
creaturas, el Gran Ser, el Bodhisatta, se levantó e instruyó al rey en los Cinco
Principios morales, diciendo: “Oh gran rey, practica la rectitud. Practicando la
rectitud y la justicia para con tus padres, tus hijos e hijas, para con los brahmanes y
los jefes de familia, para con los habitantes de la ciudad y los del campo, cuando tu
cuerpo se disuelva después de la muerte, podrás entrar en la dicha del Cielo”. Así
con la gracia y el encanto que caracteriza a un Buda, enseñó la Verdad al rey. Unos
días permaneció en el jardín para la instrucción del rey y luego con la manada de
ciervos que lo acompañaba volvió a la foresta nuevamente.
Y la gacela preñada dio a luz un cervatillo hermoso como un pimpollo abierto
de loto, el cual acostumbraba juguetear alrededor del Ciervo del Follaje. Viendo esto
su madre le dijo: “Hijo mío, no andes en compañía de él, sólo anda cerca de la
manada del Ciervo del Árbol Nigrodha”. Y a manera de exhortación, ella decía esta
estrofa:

Quédate sólo con el Ciervo del Árbol Nigrodha,


evita al Ciervo del Follaje;
mejor la muerte, hijo mío,
en compañía del ciervo del Árbol Nigrodha,
que la vida en compañía del Ciervo del Follaje.

Entonces, los ciervos, gozando ya de inmunidad, acostumbraban comer los


cultivos de los hombres; los hombres recordando la inmunidad concedida a ellos, no
osaban golpear a los ciervos ni echarlos. Así se reunieron en el patio del palacio real
y expusieron ante el rey el asunto. El rey les dijo: “Cuando el Ciervo del Árbol
Nigrodha ganó mi favor, le prometí una merced. Yo renunciaré a mi reino antes que
a mi promesa. ¡Idos de aquí! Ningún hombre en mi reino puede dañar a los
ciervos”.
Pero cuando esto llegó a los oídos del Ciervo del Árbol Nigrodha, convocó a
su manada y dijo: “De ahora en más no comerán los cultivos de otros”. Y
habiéndoles impartido esta prohibición, envió un mensaje a los hombres, diciendo:
“De hoy en más, que ningún granjero cerque su campo, sino que sólo señale con
hojas atadas a su alrededor”. Y así – escuchamos – se inició la costumbre de atar
hojas a fin de señalar los campos; y nunca se conoció un ciervo que traspasara un
campo marcado de este modo, pues ésa era la instrucción que el Bodhisatta les
había dado.
Así fue como el Bodhisatta exhortó a los ciervos de su manada, y así fue
como actuó a lo largo de su vida, y hacia el fin de su larga vida murió estando en
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compañía de sus ciervos, yendo al destino que le correspondía de acuerdo con sus
merecimientos. El rey también guiado por la enseñanza del Bodhisatta y después
de una vida dedicada a las buenas obras murió, yendo él también al destino que le
correspondía de acuerdo con sus merecimientos.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el Rey de los Ciervos.
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J"TAKA Nº 18

EL BANQUETE EN HONOR DE LOS MUERTOS

No matar. La retribución de los actos

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta era rey de Benares, un brahmán,


que era versado en los Tres Vedas y era mundialmente famoso como Maestro, con
la idea de ofrecer un banquete en honor de los muertos, hizo traer una cabra y dijo
a sus discípulos: “Hijos míos, llevad esta cabra hasta el río y bañadla; luego
colgadle una guirnalda alrededor del cuello, dadle una vasija de grano para comer,
aseadla un poco y traedla de vuelta”.
“Muy bien”, dijeron ellos, y llevaron hasta el río a la cabra donde la bañaron
y la asearon y la pusieron en la orilla del río. La cabra, recordando sus acciones en
vidas anteriores, rebosaba de alegría ante la idea de que ese mismo día sería
liberada de toda su desdicha y se rió tan estruendosamente que parecía que una
vasija de arcilla se rompía. Luego ante la idea de que el brahmán al matarla
cargaría con la desdicha que ella había cargado, la cabra sintió una gran compasión
por el brahmán y lloró dando grandes gritos. “Amiga cabra” - preguntaron los
jóvenes brahmanes - “tú te has reído estruendosamente y has llorado dando
grandes gritos, ¿qué te ha hecho reír y qué te ha hecho llorar?”
“Hacedme esta pregunta ante vuestro Maestro”.
Así fue que con la cabra se dirigieron a su Maestro y le contaron acerca del
asunto. Después de escuchar su historia, el Maestro le preguntó a la cabra por qué
rió y por qué lloró. Entonces la cabra, rememorando sus pasadas acciones gracias a
su poder de recordar sus existencias anteriores, habló al brahmán de este modo:
“En tiempo pasado, oh brahmán, yo, como tú, era un brahmán versado en los
textos sagrados de los Vedas, y yo, para ofrecer un banquete en honor de los
muertos, maté a una cabra para mi ofrenda. Sólo por matar esa única cabra, me
han cortado mi cabeza en quinientas vidas menos una. Éste es mi nacimiento
número quinientos y el último; y, rebosando de alegría, me reí fuertemente cuando
pensé que este mismo día sería liberada de mi desdicha. Pero lloré cuando pensé
cómo, mientras que yo, que por matar una cabra había sido condenado a perder mi
cabeza en quinientas existencias, estaba siendo liberado hoy de mi desdicha, tú,
como castigo por matarme, serías condenado a perder tu cabeza, como yo, en
quinientas existencias. Así fue que por compasión hacia ti yo lloré”. “No temas,
cabra” – dijo el brahmán – “no te mataré”. “¿Qué es lo que dices, brahmán?” – dijo
la cabra – “sea que me mates o no, no puedo escapar a la muerte el día de hoy”.
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“No temas, cabra; te haré compañía para protegerte”. “Débil es tu protección,


brahmán, y poderosa es la fuerza de mi mala acción”.
Poniendo a la cabra en libertad, el brahmán dijo a sus discípulos: “No
permitamos que nadie mate a esta cabra”; y, acompañado por sus jóvenes
discípulos, siguió a la cabra de cerca. En el momento en que la cabra fue puesta en
libertad, estiró su cuello para comer las hojas de un arbusto que crecía cerca de la
parte superior de una roca. Y en ese mismo instante un rayo cayó sobre la roca,
arrancándole un pedazo que golpeó a la cabra en su cuello estirado y le arrancó su
cabeza. Y mucha gente llegó, agolpándose a su alrededor.
En esos días el Bodhisatta había nacido como Divinidad de un árbol en ese
mismísimo lugar. Gracias a su Poderes Sobrenaturales se sentó con las piernas
cruzadas en el aire mientras la multitud contemplaba lo ocurrido. Pensando para sí:
“Si estos seres por lo menos supieran cuál es el fruto de actuar con maldad, quizás
desistirían de matar”, con su dulce voz les enseñó la Verdad, y dijo esta estrofa:
Si los seres supieran al menos
que el castigo será renacer para sufrir,
un ser vivo no mataría a otro ser vivo.
Tremendo es el destino del que mata.

Así fue como el Gran Ser, el Bodhisatta, predicó la Verdad, amedrentando a


sus oyentes con el temor al infierno; y la gente, al escucharlo, estaba tan aterrada
ante el temor al infierno que dejaron de matar. Y el Bodhisatta después de instruir a
la multitud en los Preceptos de la Disciplina moral, predicándoles la Verdad, murió
yendo al destino que le correspondía de acuerdo con sus merecimientos. La gente,
también, permaneció firme en la enseñanza del Bodhisatta y dedicó sus vidas a
hacer donaciones y a otras buenas obras, de modo que con el tiempo llenaron la
Ciudad de los Dioses.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido la Divinidad del árbol.
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J"TAKA Nº 28

EL BUEY GRAN ALEGRIA

No usar palabras rudas

Hace mucho tiempo en Takkasila, en el reino de Gandh2ra, había un rey que


reinaba allí y el Bodhisatta nació como un buey. Cuando era un joven ternero, fue
regalado por sus dueños a un brahmán que llegó a ellos. Era su costumbre hacer
regalos de bueyes a hombres santos. El brahmán lo llamó Nandi-Vis2la (Gran-
Alegría), y lo trató como a su propio hijo, teniéndole gran cariño y alimentándolo
con arroz cocido en leche y otras comidas similares. Cuando el Bodhisatta creció,
pensó para sí: “Yo he sido criado por este brahmán con gran cuidado, y en toda la
India no hay otro buey que pueda arrastrar una carga tan pesada como la que yo
puedo. Pues bien, yo recompensaré al brahmán por el costo de mi alimentación
dando una prueba de mi fuerza”. Entonces un día le dijo al brahmán: “Dirígete,
brahmán, a algún comerciante rico en rebaños, y apuéstale mil piezas de oro a que
tu buey puede tirar de cien carretas cargadas”.
El brahmán se dirigió al mercader y entró en discusión con él sobre el buey
de quién era el más fuerte en esa ciudad. “El de fulano o el de mengano”, dijo el
mercader. “Pero” - agregó - “no hay en toda la ciudad un buey que pueda
compararse con el mío por su real fuerza”. El brahmán dijo: “Yo tengo un buey que
puede tirar de cien carretas cargadas”. “¿En dónde hay semejante buey?”, exclamó
el mercader. “Lo tengo en casa”, dijo el brahmán. “Hagamos una apuesta”.
“Ciertamente”, dijo el brahmán y apostó mil piezas de oro. Luego cargó cien
carretas con arena, grava y piedras, colocándolas en fila una detrás de la otra, y
atándolas a toda con cuerdas que amarraban el eje de la carreta que estaba al
frente con la lanza de la que le seguía. Una vez hecho esto, bañó a Nandi-Vis2la, le
hizo la marca auspiciosa de los cinco dedos con aceite de sándalo, le colgó una
guirnalda alrededor del cuello y lo unció a él solo a la primera carreta. El brahmán
en persona tomó asiento sobre la lanza y blandió su látigo en el aire, gritando:
“¡Vamos, bribón! ¡Arrastra las carretas, bribón!”
“Yo no soy un bribón como él me llama”, pensó el Bodhisatta para sí y así
plantó sus cuatro patas como otros tantos postes, y no se movió ni una pulgada.
Inmediatamente el mercader hizo que el brahmán le pagara las mil piezas de
oro. Una vez perdido su dinero, el brahmán sacó el buey de la carreta y volvió a su
hogar, donde se acostó en su cama vencido por una extrema aflicción. Cuando
Nandi-Vis2la entró y encontró al brahmán presa de tal aflicción, se le acercó e
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inquirió si el brahmán estaba descansando. “¿Cómo podría estar descansando,


después de haber perdido mil piezas de oro?” “Brahmán, en todo el tiempo que yo
he vivido en tu casa, alguna vez he roto una vasija o he empujado a alguien o he
hecho mis necesidades en lugar inapropiado?” “Nunca, hijo mío”. “¿Entonces, por
qué me llamaste bribón? Es a ti a quien tienes que culpar, no a mí. Ve y apuéstale
dos mil esta vez. Sólo recuerda no llamarme inapropiadamente bribón de nuevo”.
Cuando escuchó esto, el brahmán salió a buscar al mercader y le hizo una apuesta
de dos mil monedas de oro. Igual que antes, ató las cien carretas entre sí y unció a
Nandi-Vis2la, muy engalanado y hermoso, a la primera carreta. Si preguntas cómo
lo hizo, bien, lo hizo de este modo: primero, ajustó el yugo a la lanza; luego puso a
Nandi-Vis2la en un lado y aseguró el otro con una pieza de madera que iba desde el
yugo al eje de la carreta de modo que el yugo se mantuviera fijo y no pudiera
torcerse en cualquier dirección. Así un solo buey podía tirar de una carreta hecha
para ser tirada por dos. De esta manera sentado ahora en la lanza, el brahmán
acarició a Nandi-Vis2la en el lomo y le suplicó de este modo: “¡Anda, mi buen
compañero! ¡Tira de las carretas, mi buen compañero!” Con un solo tirón el
Bodhisatta arrastró la hilera entera de cien carretas hasta que la última carreta se
encontró en el lugar de en que la primera había estado. Vencido, el mercader, rico
en rebaños, le pagó al brahmán las dos mil piezas de oro que había perdido. Otra
gente, también, dio grandes sumas al Bodhisatta, y la totalidad paso a manos del
brahmán. Así fue que él ganó mucho gracias al Bodhisatta.

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El Comentario agrega:
El Maestro, estableciendo la norma moral de que a nadie le agrada el
lenguaje rudo, dijo estos versos:

Decid sólo palabras de bondad,


jamás palabras desagradables;
para el brahmán que le dijera
palabras de bondad,
Él arrastró un gran peso
y le consiguió la fortuna
y con ello Él se llenó de alegría.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el buey Nandi-Vis2la.


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J"TAKA Nº 40

LAS BRASAS DE CARBÓN DE LEÑA DEACACIA

La generosidad y el valor

Hace mucho tiempo, cuando Brahmadatta reinaba en Benares, el Bodhisatta


nació en la familia del Tesorero Mayor de Benares y fue criado como un príncipe
real en medio de todos los lujos. Cuando llegó a la edad de la razón, teniendo
apenas dieciséis años, había alcanzado la perfección en todas las actividades. A la
muerte de su padre ocupó el cargo de Tesorero Mayor y estableció seis lugares para
la distribución de limosnas, uno en cada una de las cuatro puertas de la ciudad, uno
en el centro de la ciudad y otro en la puerta de su propia mansión. Era muy
generoso y cumplía las normas de la disciplina moral y observaba los deberes
religiosos.
Ahora bien, un día, en el desayuno, cuando una deliciosa comida de
exquisito sabor y variedad le era servida al Bodhisatta, un Pachchekabuda,
emergiendo de un trance de éxtasis místico de siete días y dándose cuenta de que
era tiempo de salir en busca de limosna, pensó que sería bueno visitar al Tesorero
de Benares esa mañana. Así que se limpió los dientes con un palillo de dientes
hecho de madera, se lavó la boca con agua del Lago Anotatta, se puso la ropa
interior mientras estaba en la meseta de Manosila, ajustó su cinturón, se cubrió con
el manto; y, tomando una escudilla mágicamente creada para este propósito,
trasladándose por el aire llegó a la puerta de la mansión al tiempo que era traído el
desayuno del Bodhisatta.
Tan pronto como el Bodhisatta se percató de su presencia allí, se levantó
inmediatamente de su asiento y miró a su asistente, indicándole que requería su
servicio. “¿Qué debo hacer, señor?” “Trae la escudilla del venerable”, dijo el
Bodhisatta.
En ese instante mismo M2ra el Maligno se levantó en un estado de gran
excitación, diciendo: “Hace siete días que este Pachchekabuda tomó comida; si no
la consigue el día de hoy, perecerá. Lo destruiré e impediré también que el Tesorero
le dé comida”. Y en ese mismo instante fue e hizo mágicamente dentro de la
mansión un pozo para fuego de ochenta codos de profundidad lleno con carbón de
leña de acacia todo encendido y en llamas como el gran infierno Avichi. Después de
hacer el pozo, M2ra en persona se apostó encima en el aire.
Cuando el hombre que estaba yendo a buscar la escudilla de limosnas vio
esto, se aterrorizó y se echó atrás: “¿Qué te hace echarte atrás, buen hombre?”,
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preguntó el Bodhisatta. “Señor” - fue la respuesta - “hay un gran pozo lleno de


brasas al rojo vivo ardiendo y llameando en el medio de la casa”. Y a medida que
otros servidores iban llegando al sitio, todos quedaban sobrecogidos de terror, y
huían tan rápido como sus piernas podían llevarlos.
Pensó el Bodhisatta para sí: “M2ra, con todo su poder, debe estar
esforzándose el día de hoy para evitar que yo dé limosnas. No sabe aún que yo no
me asusto ni con cien, ni con mil M2ras. Veremos hoy quién tiene más fuerza, quién
tiene más poder, yo o M2ra”. Tomando entonces en su propia mano la fuente con el
alimento que ya estaba preparada, salió y parándose en el borde del pozo ardiente,
miró hacia arriba. Viendo a M2ra, dijo: “¿Quién eres tú?” “Soy M2ra” – fue la
respuesta.
“¿Hiciste este pozo de brasas ardientes?” “Sí, lo hice”. “¿Para qué?” “Para
evitar que des limosnas y para destruir la vida de este Pachchekabuda”. “No
permitiré que tú impidas que yo dé limosnas ni que destruyas la vida del
Pachchekabuda. Sabré hoy quién tiene más fuerza, quién tiene más poder, yo o tú”.
Y parado todavía en el borde de ese pozo ardiente, exclamó: “¡Venerable
Pachchekabuda, aunque esté por caer de cabeza dentro de este pozo de brasas
ardientes, no retrocederé! ¡Sólo dígnate tomar el alimento que te traigo!” Y
diciendo así recitó esta estrofa:

¡Prefiero tirarme de cabeza


en el abismo del infierno,
que hacer algo innoble!
¡Dígnate, oh venerable,
tomar esta ofrenda de mi mano!

Con estas palabras el Bodhisatta, tomando la fuente con el alimento, con


intrépida resolución, avanzó directamente hacia la superficie del pozo de fuego.
¡Pero en el momento en que lo hacía, surgió en la superficie, desde los ochenta
codos de profundidad del pozo una enorme e incomparable flor de loto que recibió
los pies del Bodhisatta! ¡Y de ésta salió una cantidad de polen que cayó en la
cabeza del Gran Ser, de modo que su cuerpo entero estaba como si hubiera sido
bañado de pies a cabeza con un polvo de oro! Parado justo en el centro del loto,
vertió la exquisita comida en la escudilla del Pachchekabuda.
Y después de tomar el alimento y de dar las gracias, el Pachchekabuda
arrojó la escudilla hacia arriba a los cielos, y precisamente ante la vista de toda la
gente él mismo se elevó corporalmente en los aires del mismo modo, y se alejó
rumbo a los Himalayas nuevamente, pareciendo hollar la senda formada de nubes
de fantásticas formas.
Y M2ra, también, derrotado y abatido, se fue de vuelta a su morada.
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Y el Bodhisatta, aún de pie en el loto, predicó la Doctrina a aquella gran


multitud, exaltando el dar limosnas y la disciplina moral; después de lo cual,
rodeado por la gran multitud que lo escoltaba, entró en su mansión una vez más. Y
toda su vida hizo obras meritorias de generosidad y otras, hasta que al final murió
yendo al destino que le correspondía de acuerdo con sus merecimientos.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el Tesorero Mayor en


Benares.
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J"TAKA Nº 73

LA VERDAD

La gratitud y la ingratitud

Hace mucho tiempo Brahmadatta reinaba en Benares. Tenía un hijo al que


llamaban el Príncipe Malvado. Él era feroz y cruel, como una serpiente herida; con
nadie hablaba sin maltratarlo o golpearlo. Como un grano de arena en el ojo era
este príncipe para toda la gente, tanto dentro como fuera del palacio, o como un
ogro voraz - tan terrible y maligno era él.
Cierta vez, deseando distraerse en el río, fue con una gran comitiva a la
ribera. Y en ese momento una gran tormenta se desató, y el cielo se oscureció.
“¡Eh, oigan!” - les gritó a sus servidores; “¡Vamos! ¡Llévenme al medio del río,
báñenme allí, y tráiganme de vuelta nuevamente!” Así fue que lo llevaron al medio
del río y allí se consultaron entre sí, diciendo: “¿Qué nos hará el rey a nosotros?
¡Matemos a este malvado canalla aquí ahora mismo! ¡Véte adentro, tú peste!” -
gritaron, al tiempo que lo tiraban al agua. Cuando regresaron a la orilla, les
preguntaron adónde estaba el príncipe, y ellos respondieron: “Nosotros no lo vimos;
al ver levantarse la tormenta, debe haber salido del agua y debe haber regresado al
palacio antes que nosotros”.
Los cortesanos fueron a presencia del rey, y el rey les preguntó adónde
estaba su hijo. “No lo sabemos, majestad” - dijeron ellos; “una tormenta se desató,
y nosotros regresamos en la creencia de que él debió haber regresado antes”.
Inmediatamente el rey hizo abrir las puertas de par en par; fue a la ribera del río y
ordenó que se efectuara una diligente búsqueda río arriba y río abajo para
encontrar al príncipe perdido. Pero ningún rastro de él pudo encontrarse. Él, en la
oscuridad de la tormenta, había sido arrastrado por el río, y, al toparse con un
tronco de árbol, se había subido a él, y así flotó corriente abajo, llorando
desesperadamente, aterrado por el miedo a la muerte.
Ahora bien, había un rico mercader que vivía por aquellos días en Benares,
que había muerto dejando cuatrocientos millones enterrados en las márgenes de
aquel mismo río. Y, a causa de su ansia de riquezas, había renacido como una
serpiente en el sitio debajo del cual yacía su preciado tesoro. Y además en ese
mismísimo lugar otro hombre había escondido trescientos millones y, a causa de su
ansia de riquezas, había renacido como una rata en ese mismo lugar. El agua
penetró dentro de sus moradas; y los dos animales, escapando por el lugar por
donde había penetrado el agua, se abrieron camino en contra de la corriente,
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encontrándose con el tronco de árbol al cual el príncipe estaba asido. La serpiente


se trepó a un extremo y la rata al otro; y así ambas consiguieron un lugar junto al
príncipe en el tronco.
También crecía allí en la orilla del río un Árbol de Algodón, en el cual vivía un
joven loro; y ese árbol, al ser arrancado de raíz por las aguas crecidas, cayó dentro
del río. La densa lluvia derribó al loro cuando intentaba volar y él en su caída se
posó en el mismo tronco de árbol. Y así fue que allí estaban ahora estos cuatro
flotando juntos corriente abajo encima del árbol.
Ahora bien, el Bodhisatta había renacido en ese tiempo en una familia de
brahmanes en la región noroeste, en el reino de K2si. Renunciando al mundo por la
vida de ermitaño siendo ya adulto, se había construido una ermita en un recodo del
río; y allí estaba viviendo entonces. Mientras estaba paseando de aquí para allá, a
medianoche, escuchó el llanto desesperado del príncipe, y pensó de este modo para
sí: “Este hombre no debe perecer de esta manera ante los ojos de un ermitaño tan
benevolente y compasivo como soy yo. Lo rescataré del agua, y salvaré su vida”.
Entonces le gritó dándole ánimos: “¡No tengas miedo! ¡No tengas miedo!” y
zambulléndose en la corriente, asió el árbol por un extremo y, como era tan fuerte
como un elefante, lo arrastró hasta la orilla de un solo empujón, y llevó al príncipe
sano y salvo a la costa. Luego, percatándose de la presencia de la serpiente, de la
rata y el loro, los llevó a su ermita, y allí, encendiendo un fuego, calentó a los
animales primero, puesto que eran los más débiles, y luego al príncipe. Una vez
hecho esto, les trajo frutos de variadas clases y los puso ante sus invitados,
atendiendo a los animales primero y al príncipe después. Esto enfureció al joven
príncipe, quien dijo para sí: “Este vil ermitaño no toma en consideración mi
nacimiento real, y da prioridad a estas bestias antes que a mí”. ¡Y concibió odio
contra el Bodhisatta!
Unos pocos días después, cuando los cuatro habían recuperado su fuerza y
las aguas del río habían descendido, la serpiente se despidió del ermitaño con estas
palabras: “Señor, me has prestado un gran servicio. Yo no soy pobre, ya que tengo
cuatrocientos millones de oro ocultos en cierto lugar. Si alguna vez quieres dinero,
todo mi tesoro será tuyo. Sólo tienes que ir al lugar y llamarme ‘¡Serpiente!’ ”. A
continuación la rata se despidió con una promesa semejante dada al ermitaño con
respecto a su propio tesoro, invitando al ermitaño a ir y llamarla ‘¡Rata!’; y también
se fue. Luego el loro se despidió, diciendo: “Señor, no tengo plata ni oro; pero si
alguna vez tienes necesidad de selecto arroz, ven donde yo habito y llámame
‘¡Loro!’; y yo con la ayuda de mis parientes te daré carretadas de arroz”; y, diciendo
así, se fue. Por último se acercó el príncipe. Su corazón estaba lleno de indigna
ingratitud y con la determinación de dar muerte a su benefactor, si alguna vez el
Bodhisatta iba a visitarlo. Pero, ocultando su intención, dijo: “Ven, señor, a mí
cuando yo sea rey, y te otorgaré los Cuatro Implementos propios del monje: manto,
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alimento, alojamiento y medicinas”. Diciendo así, emprendió su partida, y no mucho


después subió al trono.
Al Bodhisatta le vino el deseo de poner a prueba sus declaraciones; y en
primer lugar fue hacia el lugar de la serpiente y, parándose muy cerca de su
morada, la llamó ‘¡Serpiente!’. Ante esta sola palabra la serpiente salió y con todo
respeto dijo: “Señor, en este lugar hay cuatrocientos millones en oro. Desentiérralos
y toma todo”. “Está bien” - dijo el Bodhisatta; “cuando lo necesite, no lo olvidaré”.
Luego, diciéndole adiós a la serpiente, se dirigió a donde vivía la rata, y la llamó:
‘¡Rata!’. Y la rata hizo lo que la serpiente había hecho. Luego el Bodhisatta,
diciéndole adiós a la rata, fue a continuación al lugar del loro, y lo llamó ‘¡Loro!’.
Éste, inmediatamente, ante su llamado bajó de la copa del árbol y, con todo respeto
le preguntó si era el deseo del Bodhisatta que él con la ayuda de sus parientes
recogiera arroz integral de la región de los Himalayas para el Bodhisatta. El
Bodhisatta se despidió del loro también con la promesa de que, si surgiera la
necesidad, no olvidaría el ofrecimiento del ave. Por último, dispuesto a poner a
prueba al rey a su turno, el Bodhisatta llegó al jardín real y, al día siguiente de su
arribo, se dirigió, cuidadosamente vestido, a la ciudad en busca de limosna. Justo en
ese momento, el ingrato rey, sentado en todo su real esplendor sobre su elefante
de ceremonia, estaba pasando en solemne procesión alrededor de la ciudad
seguido por un vasto séquito. Viendo al Bodhisatta desde lejos, pensó para sí: “Aquí
está aquel vil ermitaño que vino a hospedarse y a comer a mis costa. Debo hacer
que le corten la cabeza antes de que pueda publicar al mundo el servicio que me
prestó”. Con esta intención, hizo una señal a sus servidores y, cuando le
preguntaron qué deseaba, dijo: “Me parece que aquel vil ermitaño está aquí para
importunarme. Vean que esta peste no se acerque a mi persona; aprésenlo y átenle
las manos a la espalda; azótenlo en cada esquina; y luego llévenlo fuera de la
ciudad, córtenle la cabeza en el lugar de ejecución, y empalen su cuerpo en una
estaca”.
Obedientes a la orden del rey, los servidores ataron al inocente Gran Ser y lo
azotaban en cada esquina encaminándose al lugar de ejecución. Pero todos los
azotes no conmovieron al Bodhisatta ni le arrancaron ningún grito de “¡Oh, mi
madre y mi padre!” Todo lo que hizo fue recitar esta estrofa:

Dijeron la verdad
quienes hicieron este proverbio:
‘Mejor retribuye un tronco rescatado del agua
que algunos hombres’.

Estas palabras repetía dondequiera que fuera azotado, hasta que finalmente
algunos hombres sabios entre los espectadores le preguntaron al ermitaño qué
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servicio le había prestado a su rey. Entonces el Bodhisatta les contó toda la historia,
concluyendo con estas palabras: “Así sucedió que por rescatarlo del torrente atraje
sobre mí todo este sufrimiento. Y cuando pienso cómo no tomé en cuenta las
palabras de los sabios de antaño, me expreso como ustedes han oído”.
Llenos de indignación ante el relato, los nobles y los brahmanes y las demás
clases, todos de acuerdo, exclamaron: “Este ingrato rey no reconoce ni siquiera la
bondad de este buen hombre que le salvó la vida. ¿Cómo podemos esperar un
beneficio de este rey? ¡Apresen al tirano!” Y en su cólera de todos lados
arremetieron contra el rey, y le dieron muerte en ese mismo momento y lugar,
mientras montaba su elefante, con flechas y jabalinas y piedras y palos y todo tipo
de armas que tuvieran a mano. Arrastraron el cadáver por los pies hasta un foso y
lo arrojaron en él. Luego ungieron rey al Bodhisatta para que reinara sobre ellos.
Mientras reinaba con justicia, un día le sobrevino el deseo de poner a prueba
a la serpiente y a la rata y al loro; y, seguido por una larga comitiva, fue a donde
vivía la serpiente. A la llamada de ‘¡Serpiente!’, salió la serpiente de su agujero y
con todo respeto dijo: “Aquí, señor, está tu tesoro; tómalo”. Entonces el rey envió
los cuatrocientos millones de oro a sus servidores y, prosiguiendo a donde la rata
vivía, llamó ‘¡Rata!’. Salió la rata y saludó al rey, y le entregó sus trescientos
millones. Poniendo este tesoro también en las manos de sus servidores, el rey
siguió a donde vivía el loro, y llamó ‘¡Loro!’ Y de igual manera el loro salió e
inclinándose a los pies del rey le preguntó si debía recolectar para su majestad. “No
te molestaremos” - dijo el rey - “hasta que necesitemos arroz. Ahora nos vamos”.
Así fue que con setecientos millones en monedas de oro, y con la rata, la serpiente
y el loro también, el rey regresó a la ciudad. Allí, en un magnífico palacio, a una de
cuyas suntuosas plantas subió, hizo que el tesoro fuera depositado y custodiado;
hizo que construyeran un tubo de oro para que la serpiente habitara en él, una
cueva de cristal para albergar a la rata y una jaula de oro para el loro. Todos los
días también por orden del rey se les servía comida a los tres animales en vasijas
de oro: dulce maíz tostado para el loro y la serpiente y perfumado arroz para la
rata. Y el rey hizo donaciones y otras obras meritorias. Así en armonía y
benevolencia uno con otro, estos cuatro vivieron sus vidas; y cuando su fin llegó,
murieron yendo al destino que les correspondía de acuerdo con sus merecimientos.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el ermitaño que se


convirtió en rey. Agreguemos que el Príncipe Malvado era Devadatta, primo de
Buda, que volvería a atentar en el futuro contra la vida de Sh2kyamuni.
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J"TAKA Nº 81

LA BEBIDA

No embriagarse

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta reinaba en Benares, el Bodhisatta


nació en la familia de un brahmán del norte en K2si; y cuando creció, renunció al
mundo por la vida de asceta. Adquirió los Conocimientos Extraordinarios y los
Logros de la Meditación, y vivió, gozando de la felicidad que ésta procura, en los
Himalayas, rodeado por quinientos discípulos. Cierta vez, cuando la estación de
lluvias había llegado, sus discípulos le dijeron: “¿Maestro, podemos ir a las moradas
de los hombres y traer sal y vinagre?” “Yo, señores, permaneceré aquí; pero
ustedes pueden ir por el bien de su salud, y regresar cuando la estación de las
lluvias haya terminado”.
“Muy bien” - dijeron ellos, y despidiéndose respetuosamente de su Maestro,
fueron a Benares, donde se establecieron en el jardín del rey. En la mañana fueron
en busca de limosna a una aldea apenas afuera de las puertas de la ciudad, donde
recibieron abundancia de alimento; y al día siguiente entraron en la ciudad. Los
ciudadanos bondadosos les dieron limosna, y el rey fue pronto informado de que
quinientos ascetas de los Himalayas se habían instalado en el jardín del rey, y de
que eran ascetas de gran austeridad, que habían dominado la carne, y que poseían
gran virtud. Al oír sobre sus cualidades, el rey fue al jardín, los saludó y, al ser bien
recibido, los invitó a residir ahí los cuatro meses de la estación de lluvias. Ellos
prometieron que lo harían, y desde entonces fueron alimentados en el palacio real y
hospedados en el jardín del rey. Pero un día se celebró en la ciudad un festival para
beber, y el rey les dio a los quinientos ascetas una gran provisión de las mejores
bebidas, sabiendo que tales cosas raramente están al alcance de aquellos que
renuncian al mundo y sus vanidades. Los ascetas bebieron y regresaron al jardín del
rey. Allí, en ebria hilaridad, algunos bailaban, otros cantaban, hasta que, cansados
de bailar y de cantar, desparramaron sus pertenencias y se echaron a dormir.
Cuando pasó su borrachera y despertaron, al ver los destrozos que habían hecho,
ellos lloraron y se lamentaron, diciendo: “Nosotros no hemos actuado como
ascetas; por estar lejos de nuestro Maestro, nosotros hemos hecho estas
vergonzosas acciones”. Sin demora, abandonaron el jardín del rey y regresaron a
los Himalayas. Dejando a un lado sus escudillas y sus otras pertenencias, saludaron
a su Maestro y tomaron asiento. “Pues bien, hijos míos” - dijo el Maestro - “¿se
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sintieron bien en las moradas de los hombres, sin molestias al buscar la limosna?
¿Vivieron en armonía entre ustedes?”
“Sí, Maestro, nos sentimos bien; pero bebimos bebidas no permitidas, así
que, perdiendo la razón y no pudiendo controlarnos, bailamos y cantamos”. Y para
informar sobre lo sucedido, compusieron y recitaron esta estrofa:

Bebimos, bailamos, cantamos, lloramos;


bebiendo la bebida
que hace perder la razón,
¡Felizmente no nos convertimos en monos!

“Esto es lo que con seguridad pasa a aquellos que no están viviendo bajo el
cuidado de un Maestro” dijo el Bodhisatta, reprendiendo a esos ascetas; y los
exhortó diciendo: “De aquí en más, nunca hagáis tal cosa nuevamente”. Viviendo
en ininterrumpida meditación, el Bodhisatta alcanzó el destino de renacer después
en el Mundo de Brahm2.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el Maestro.


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J"TAKA Nº 89

EL FALSO ASCETA

No engañar, no robar

Hace mucho tiempo, cuando Brahmadatta reinaba en Benares, vivía muy


cerca de una pequeña aldea un falso asceta, de la clase que usa pelo largo y
enmarañado. El señor del lugar había construido una ermita en el bosque para que
él habitara en ella, y solía proporcionarle una excelente comida en su propia casa.
Teniendo al bribón de cabello enmarañado por un modelo de bondad, y viviendo
como él lo hacía con temor a los ladrones, el señor del lugar llevó cien piezas de oro
a la ermita y allí las enterró, pidiendo al asceta que las vigilara. “No hay necesidad
de decir esto, señor, a un hombre que ha renunciado al mundo; nosotros los
ascetas nunca codiciamos los bienes de otra gente”. “Está bien, venerable”, dijo el
señor del lugar, quien se retiró con plena confianza en las declaraciones del otro.
Entonces el pícaro asceta pensó para sí: “Aquí hay lo suficiente para mantener a un
hombre toda su vida”. Dejando que transcurrieran unos días primero, sacó el oro y
lo enterró a la orilla del camino, volviendo a habitar como antes en su ermita. Al día
siguiente, después de la comida de arroz en la casa del señor del lugar, el asceta
dijo: “Durante mucho tiempo, señor, he vivido cerca de ti, mantenido por ti; y vivir
mucho tiempo juntos en un solo lugar crea vínculos, lo cual está prohibido para un
verdadero asceta. Por ese motivo debe necesariamente partir”. Y aunque el señor
del lugar lo instó reiteradamente a quedarse, nada pudo doblegar esta
determinación.
“Bien, entonces, si debe ser así, sigue tu camino, venerable señor”, dijo el
señor del lugar; y acompañó al asceta hasta las afueras antes de dejarlo. Después
de andar un corto trecho el asceta pensó que sería algo bueno halagar al señor del
lugar. Así que, poniendo una paja en su cabello enmarañando, regresó nuevamente.
“¿Qué te trae de vuelta?” preguntó el señor del lugar. “Una paja de tu techo, señor,
se ha adherido a mi cabello; y como nosotros los ascetas no podemos tomar nada
que no se nos haya otorgado, te la he traído de vuelta”. “Tírala, señor, y prosigue tu
camino”, dijo el señor del lugar, quien pensó para sí: “¡Vaya, es incapaz de tomar
siquiera una paja que no le pertenece! ¡Qué escrupuloso es este venerable!”
Sumamente encantado con el asceta, el señor del lugar se despidió de él.
Ahora bien, entonces casualmente el Bodhisatta, que estaba en camino
hacia la aldea vecina con propósitos comerciales, había hecho alto por la noche en
esa aldea. Al enterarse de lo que el asceta dijo, se despertó la sospecha en su
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mente de que el pícaro asceta debió de haberle robado algo al señor del lugar; y le
preguntó a éste si había depositado algo al cuidado del asceta.
“Sí, cien piezas de oro”.
“Bien, anda inmediatamente y vé si está todo a salvo”.
Se dirigió el señor del lugar a la ermita, y miró, y descubrió que su dinero
había desaparecido. Corriendo de vuelta a donde estaba el Bodhisatta, exclamó:
“¡No está allí!” “El ladrón no es otro que el pícaro asceta de largo cabello” - dijo el
Bodhisatta - “persigámoslo y capturémoslo”. Así fue que apresuradamente se
alejaron en apremiante persecución. Cuando atraparon al pícaro lo golpearon con
los pies y con las manos hasta que les reveló en dónde había escondido el dinero.
Cuando recuperaron el oro, el Bodhisatta, observando el oro, le dijo al asceta: “¡Así
que cien piezas de oro no perturban tu conciencia tanto como esa paja!” Y,
reprendiéndolo, Él recitó esta estrofa:

¡Qué plausibles eran las palabras


que tú suavemente decías!
¡Qué escrupuloso con la paja,
no así con las piezas de oro que tomabas!

Y el Bodhisatta después de reprender al falso asceta de ese modo, agregó:


“Y ahora ten cuidado, tú falso asceta, de no hacer algo semejante de nuevo”.
Cuando su vida terminó, el Bodhisatta murió yendo al destino que le correspondía
de acuerdo con sus merecimientos.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el sabio comerciante.


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J"TAKA Nº 96

LA VASIJA DE ACEITE

El control de los sentidos y la firmeza

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta era rey de Benares, el Bodhisatta era
el menor de los cien hijos del rey y con el transcurso de los años llegó a su juventud.
Ahora bien, en aquella época, habían Pachchekabudas que solían ir a comer al palacio
y el Bodhisatta los atendía.
Un día, pensando en el gran número de hermanos que tenía, el Bodhisatta se
preguntó si había alguna posibilidad de que llegara al trono de sus padres en aquella
ciudad, y decidió preguntarle a los Pachchekabudas qué habría de ocurrir. Al día
siguiente, los Budas llegaron, tomaron la jarra de agua reservada para usos sagrados,
filtraron el agua, se lavaron y secaron los pies y se sentaron a comer. Y cuando se
sentaron, el Bodhisatta vino y, sentándose junto a ellos con un amable saludo, les hizo
esa pregunta. Y ellos contestaron y dijeron: “Príncipe, nunca llegarás a ser rey en esta
ciudad. Pero en Gandh2ra, a dos mil leguas de aquí, está la ciudad de Takkasil2. Si
llegas a esa ciudad, en siete días llegarás a ser rey allí. Pero existe un peligro en el
camino al viajar a través de una gran foresta. La distancia que debes recorrer para
bordear la foresta es el doble de la distancia para atravesarla. Allí habitan ogros, y las
ogresas construyen aldeas y casas a la vera del camino. Debajo de un hermoso dosel,
adornado con bordados de estrellas ellas crean mágicamente un suntuoso lecho
rodeado de finas cortinas de maravilloso tinte. Las ogresas, cubriéndose con adornos
celestiales, se sientan en sus casas, seduciendo a los caminantes con dulces palabras.
“¡Qué cansado parecéis!” - dicen - “venid hacia aquí, sentáos y comed y bebed antes
de seguir adelante en vuestro camino”. A aquellos que responden a su llamado les
ofrecen asientos para descansar excitándolos con el encanto de su perversa belleza.
Pero apenas acaban de tener relaciones con ellos, víctimas de la sensualidad, las
ogresas se los comen cuando aún fluye tibia su sangre, quitándoles la vida. Ellas
cautivan los sentidos de los hombres – el sentido de la belleza con su supremo
encanto, el oído con dulces cantos y música, el olfato con aromas divinos, el gusto con
delicias divinas de exquisito sabor y el tacto con lechos divinos provistos de rojos
almohadones. Pero si puedes dominar tus sentidos, no mirarlas, y poner en juego tu
autoconciencia, entonces, al séptimo día, llegarás a la ciudad de Takkasil2 y ahí te
convertirás en rey”.
“¡Oh, señores! ¿Cómo podría yo mirar a las ogresas después de vuestra
advertencia?” Y con estas palabras el Bodhisatta suplicó a los Pachchekabudas que le
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dieran algo para mantenerse a salvo durante el viaje. Habiendo recibido un hilo
encantado y un poco de arena encantada, primero se despidió de los Pachchekabudas
y de su padre y su madre; luego fue a su propia residencia y se dirigió a sus servidores
de la siguiente manera: - “Me voy a Takkasil2 para hacerme rey allí. Vosotros os
quedaréis acá”. Pero cinco de ellos dijeron: “Permítenos ir también”.
“No podéis venir conmigo” - respondió el Bodhisatta - “pues me dijeron que en
el camino hay ogresas que cautivan los sentidos de los hombres y destruyen a
aquellos que sucumben a sus encantos. Grande es el peligro, pero confío en mí mismo
e iré”.
“Si vamos contigo, príncipe, no miraremos sus maléficos encantos. Nosotros
también iremos a Takkasil2”. “Entonces, mantenéos alertas” - dijo el Bodhisatta y se
llevó a aquellos cinco de viaje con él.
Las ogresas esperaban sentadas por el camino en sus aldeas. Y uno de los
cinco servidores, el amante de la belleza, miró a las ogresas, y al quedar cautivado por
su belleza, se retrasó del resto. “¿Por qué te quedas atrás?” - preguntó el Bodhisatta.
“Me duelen los pies, príncipe. Me sentaré un momento en una de estas viviendas y
luego os alcanzaré”. “Buen hombre, esas son ogresas; no las desees”. “Sea como sea,
príncipe, no puedo seguir adelante”. “Bueno, pronto veremos cómo eres realmente” -
dijo el Bodhisatta al irse con los otros cuatro.
Dominado por sus sentidos, el amante de la belleza se acercó a las ogresas
quienes tuvieron relaciones con él y lo mataron luego en ese mismo lugar. Entonces
ellas partieron y más adelante en el camino levantaron, con mágicas artes, una nueva
vivienda, en la cual se sentaron a cantar acompañándose con la música de diversos
instrumentos. Y entonces, otro de los servidores, el amante de la música, se quedó
atrás y fue devorado. Enseguida las ogresas se adelantaron y se sentaron a esperar
en un bazar de dulces esencias y perfumes. Y entonces, el amante de los perfumes se
quedó atrás también. Y, después de habérselo comido, las ogresas siguieron adelante
y se sentaron en un puesto en el que ofrecían cantidad de celestiales comidas de
exquisito sabor. Y ahora fue el aficionado a la buena comida el que se quedó atrás. Y
después de devorarlo, siguieron adelante y se sentaron en divinos lechos fabricados
por sus artes mágicas. Y entonces fue el amante del confort el que se quedó atrás. Y a
él también lo devoraron.
Sólo quedaba ahora el Bodhisatta. Y una de las ogresas lo siguió
prometiéndose a sí misma que, a pesar de la firme resolución del Bodhisatta, ella lo
devoraría antes de regresar a donde se encontraban sus compañeras. Más adelante
en el bosque, leñadores y otros pobladores, al ver a la ogresa, le preguntaron quién
era el hombre que iba delante de ella.
“Es mi esposo, señores”.
“¡Eh, tú!” - le dijeron al Bodhisatta - “ya que tienes una dulce y joven esposa,
bella como las flores, que podías haber dejado en casa esperándote, ¿por qué no
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caminas junto a ella en lugar de hacerla caminar trabajosamente detrás de ti?” “Ella
no es mi esposa, sino una ogresa. Se ha comido a mis cinco compañeros”. “¡Qué
desgracia, caballeros!” - dijo ella - la ira lleva a los hombres a decir que sus propias
esposas son ogresas y demonias”.
Luego simuló estar embarazada y, más tarde, tomó el aspecto de una mujer
que ha dado a luz un niño; con el niño a cuestas, fue tras el Bodhisatta. Cada uno que
encontraban hacía las mismas preguntas acerca de la pareja y el Bodhisatta daba
siempre la misma respuesta mientras seguía su camino hacia Takkasil2.
Por fin llegó a Takkasil2, donde la ogresa hizo desaparecer al niño y continuó
sola. En las puertas de la ciudad, el Bodhisatta entró en un albergue y se sentó.
Gracias al poder del Bodhisatta ella no pudo entrar; entonces adoptó una forma de
divina belleza y se quedó parada en la puerta del albergue.
El rey de Takkasil2 pasaba por ahí en ese momento, camino a sus jardines y
fue cautivado por su encanto. “Vé y averigua” - le dijo a un servidor - “si tiene un
esposo con ella o no”. Y cuando el mensajero fue y le preguntó si tenía un esposo con
ella, ella respondió: “Sí, señor, mi esposo está en el albergue”.
“Ella no es mi esposa” - dijo el Bodhisatta - “es una ogresa y se ha comido a
mis cinco compañeros”.
Y como antes, ella respondió: “¡Qué desgracia, caballeros! La ira lleva a los
hombres a decir cualquier cosa que les viene a la cabeza”.
Luego el servidor volvió adonde se encontraba el rey y le refirió lo que cada
uno había dicho”. “Un bien sin dueño es propiedad real” - dijo el rey. Y mandó a
buscar a la ogresa y la sentó en el lomo de su elefante. Después de una solemne
procesión alrededor de la ciudad, el rey volvió a su palacio y alojó a la ogresa en los
aposentos reservados para la reina consorte. Una vez que se hubo bañado y
perfumado, el rey tomó su cena y se recostó en su cama real. La ogresa también se
preparó una comida y se adornó espléndidamente. Y al recostarse junto al
deslumbrado rey, dándole la espalda se echó a llorar. Al preguntársele por qué lloraba,
dijo: “Señor, tú me encontraste por el camino y las mujeres del harém son muchas.
Viviendo aquí entre enemigos me sentiré deprimida cuando digan: “¿Quién sabe
quiénes son tu padre y tu madre, o algo acerca de tu familia? Tú fuiste encontrada en
el camino y traída acá”. Pero si vuestra majestad me diera poder y autoridad sobre
todo el reino, nadie se atrevería a molestarme con esas burlas”.
“Querida, yo no tengo poder sobre aquellos que viven a lo largo y a lo ancho de
mi reino; no soy su amo y señor. Sólo tengo jurisdicción sobre aquellos que se rebelan
o cometen iniquidades. Así es que no puedo darte poder y autoridad sobre todo el
reino”.
“Entonces, señor, si no puedes darme autoridad sobre el reino o sobre la
ciudad, dame al menos autoridad dentro del palacio para que yo pueda mandar aquí a
aquellos que habitan en el palacio”.
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Demasiado profundamente afectado por sus encantos como para rechazar su


pedido, el rey le dio autoridad sobre todos dentro del palacio y le permitió mandarlos.
Satisfecha, esperó a que el rey estuviera dormido, se marchó a la ciudad de los ogros
y volvió con todo el grupo de ogros al palacio. Ella misma asesinó al rey y lo devoró
todo - piel, tendones, carne y sangre, dejando sólo los huesos. Y el resto de los ogros,
ingresando en el palacio, devoraron todo lo que encontraron en su camino, sin dejar
gallina o perro con vida. Al día siguiente, cuando llegó la gente y vio la puerta cerrada,
la golpearon con gritos de impaciencia y lograron entrar - sólo para encontrar el
palacio lleno de huesos. Y exclamaron: “Entonces aquel hombre tenía razón al decir
que no era su esposa sino una ogresa. Falto de sabiduría, el rey la trajo a casa para
que sea su esposa y sin duda ella congregó a las otros ogros, devoraron todo y luego
se marcharon”.
Ahora bien, aquel día, el Bodhisatta, con la arena encantada en su cabeza y el
hilo encantado alrededor de su frente, estaba parado en el albergue, espada en mano,
esperando la aurora. Los habitantes de la ciudad, mientras tanto, limpiaron el palacio,
adornaron los pisos, los perfumaron, esparcieron flores, colgaron guirnaldas de flores
en el techo, quemaron incienso y pusieron ramilletes de flores en las paredes. Luego
se reunieron en consejo y resolvieron lo siguiente:
“El hombre que pudo dominar a tal punto sus sentidos, como para no mirar a la
ogresa que lo seguía con su divina belleza, es un hombre noble y firme, lleno de
sabiduría. Con alguien así como rey, todo el reino gozará de felicidad. Hagámoslo
nuestro rey”.
Y todos los cortesanos y todos los ciudadanos del reino estuvieron de acuerdo.
Así el Bodhisatta, después de ser elegido rey, fue escoltado al interior de la ciudad y
allí fue engalanado con joyas y ungido rey de Takkasil2. Evitando los Cuatro Caminos
que conducen al mal y siguiendo los Diez Caminos del Deber Real, gobernó en su
reino con rectitud y, después de una vida dedicada a hacer donaciones y otras buenas
obras, murió yendo al destino que le correspondía de acuerdo con sus merecimientos.

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El comentario agrega:
Después de narrar esta historia el Maestro, el Iluminado, dijo esta estrofa:

Así como alguien lleva con cuidado


una vasija llena de aceite hasta el borde,
de la misma manera
el que viaja a una región desconocida
debe cuidar su propia mente.
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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el Príncipe que fue hecho rey
de Takkasil2.

J"TAKA Nº 109

EL PASTELILLO DE TOSCA HARINA

Ofrendar de acuerdo con las propias posibilidades. La generosidad

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta reinaba en Benares, el Bodhisatta


era una divinidad de árbol que habitaba en una palmera. En aquel entonces los
habitantes de aquella aldea eran muy dados a la veneración de esas divinidades.
Ahora bien, cuando llegó el día de un festival, los habitantes de la aldea hicieron
ofrendas a sus divinidades de los árboles. Al ver a los demás hombres atendiendo a
las divinidades de los árboles, un hombre pobre quiso él también atender a la
divinidad de la palmera. Todos los demás habían venido con toda clase de guirnaldas,
perfumes, ungüentos y alimentos; pero el hombre pobre tenía sólo un pastelillo de
tosca harina y un poco de agua en un trozo de corteza de coco para su árbol. Parado
frente a él, pensó para sí: “Las divinidades de los árboles están habituadas a comidas
celestiales y la divinidad de mi árbol no comerá mi pastelillo de tosca harina. ¿Por qué,
entonces, voy a desperdiciarlo? Me lo comeré yo mismo”. Y se dio vuelta para irse
cuando el Bodhisatta desde una rama de su árbol exclamó: “Buen hombre, si tú fueras
un gran señor me traerías exquisitos manjares; pero como eres un hombre pobre,
¿qué tendré para comer si no como este pastelillo? No te comas mi porción”. Y
entonces recitó esta estrofa:

Como le va al devoto,
así ha de irle a su divinidad;
dame mi pastelillo,
no me despojes de mi parte.
Entonces, el hombre regresando, viendo al Bodhisatta, hizo su ofrenda. El
Bodhisatta se alimentó así con ese alimento y dijo: “Buen hombre, ¿por qué te ocupas
así de mi?” “Soy un hombre pobre, mi señor, y te rindo homenaje para liberarme de
mi pobreza”. “Buen hombre, no te preocupes más por eso. Has rendido homenaje a
quien es agradecido y no se olvida del bien que se le hace. Alrededor de este árbol,
unas junto a otras, están enterradas vasijas con tesoros. Vé y díselo al rey; y llevando
el tesoro en carros, deposítalo en el palacio del rey. El rey estará tán contento que te
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hará Tesorero Real”. Y con estas palabras el Bodhisatta desapareció. El hombre hizo
tal como le ordenara y el rey lo nombró Tesorero Real. Así, el hombre pobre, con la
ayuda del Bodhisatta, llegó a tener una gran fortuna; y cuando murió fue al destino
que le correspondía de acuerdo con sus merecimientos.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido la divinidad de árbol que
habitaba en la palmera.
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J"TAKA Nº 120

LA LIBERACIÓN DE LAS ATADURAS

La veracidad, la justicia y la compasión

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta reinaba en Benares, el Bodhisatta


nació en la familia del capellán real y a la muerte de su padre él mismo fue nombrado
capellán.
El rey prometió conceder cualquier don que su reina le pidiera, y ella le dijo así:
“El don que pido es fácil; de aquí en adelante no debes mirar a ninguna otra mujer con
ojos de amor”. Al principio él se negó, pero cansado de que lo importunara
incesantemente, se vio por fin obligado a ceder. Y desde ese día nunca más dirigió
una mirada de amor a ninguna de sus dieciséis mil bailarinas.
En ese entonces, surgieron algunos disturbios en las fronteras del reino, y
después de dos o tres encuentros violentos con los ladrones, las tropas que allí se
encontraban mandaron un mensaje al rey diciendo que no podían controlar la
situación. El rey estaba ansioso por ir en persona y reunió un poderoso ejército. Y dijo
a su esposa: “Mi querida, voy a la frontera, donde las furiosas batallas terminan en
victoria o derrota. El campo de batalla no es un lugar para una mujer y tú debes
quedarte aquí”.
“No puedo quedarme si tú te vas, mi señor” - dijo ella. Pero al ver que la
decisión del rey era firme, hizo en cambio el siguiente pedido: “A cada legua que
avances en tu marcha, envía un mensajero para saber de mi suerte”. Y el rey
prometió hacerlo. De acuerdo con esto, cuando se marchó con su gran ejército,
dejando al Bodhisatta en la ciudad, el rey enviaba un mensajero al término de cada
legua para hacerle saber a la reina cómo estaba y para averiguar cómo estaba ella. A
cada mensajero que llegaba ella le preguntaba para qué había venido. Y al
responderle cada uno que había venido para saber de su suerte, la reina seducía al
mensajero y pecaba con él. El rey viajó treinta y dos leguas y envió treinta y dos
mensajeros y la reina pecó con todos ellos. Y cuando hubo pacificado la frontera, para
la gran alegría de todos los habitantes, comenzó su viaje de regreso, despachando
una segunda serie de treinta y dos mensajeros. Y la reina se comportó con ellos tan
mal como con los anteriores. Deteniendo a su ejército victorioso cerca de la ciudad, el
rey envió una carta al Bodhisatta para que preparara la ciudad para su entrada. Se
hicieron los preparativos en la ciudad y el Bodhisatta estaba preparando el palacio
para la llegada del rey, cuando entró a las habitaciones de la reina. La gran belleza del
Bodhisatta conmovió tanto a la reina que lo llamó diciéndole: “¡Ven, brahmán, sube a
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mi lecho”. Pero el Bodhisatta se negó a ello aduciendo el honor del rey y afirmando
que él huía de toda mala acción y que no haría lo que ella quería. “Ningún
pensamiento de respeto por el rey ni ninguna idea de pecado asustaron a ninguno de
sus sesenta y cuatro mensajeros” – dijo ella: “mientras que tú por respeto al rey y
miedo al pecado te niegas a hacer mi voluntad”.
El Bodhisatta dijo: “Señora, si esos mensajeros hubieran pensado como yo, no
habrían actuado de esa manera. Yo, que sé qué es lo correcto, no realizaré una acción
tán abominable”.
“No digas tonterías” – dijo ella – “si te niegas, te haré cortar la cabeza”.
“Que así sea. Córtame la cabeza en una o en cien mil existencias; aun así no
haré lo que me pides”.
“De acuerdo; ya veré” - dijo la reina amenazante. Y retirándose a su aposento,
se rasguñó a sí misma, untó su cuerpo con aceite, se vistió con ropas sucias y fingió
estar enferma. Luego, mandó a llamar a los esclavos y pidió que le dijeran al rey,
cuando preguntara por ella, que estaba enferma.
Mientras tanto, el Bodhisatta había ido a buscar al rey, quien, luego de marchar
alrededor de la ciudad en solemne procesión, entró a su palacio. Al no ver a la reina,
preguntó dónde estaba y le dijeron que estaba enferma. Al entrar a la habitación real,
el rey acarició a la reina y le preguntó qué le ocurría. Ella permaneció en silencio; pero
cuando el rey preguntó por tercera vez, ella lo miró y dijo: “Aunque mi señor el rey
todavía vive, las pobres mujeres como yo deberíamos tener un amo que las proteja”.
“¿Qué quieres decir?”
“El capellán que tú dejaste para cuidar la ciudad, vino aquí con el pretexto de
cuidar el palacio; y como no quise ceder a sus deseos me golpeó cuanto quiso y se
marchó”.
Entonces el rey explotó de furia, como la sal o el azúcar que estalla en el fuego
y salió precipitadamente del aposento real. Llamó a sus servidores y les ordenó que
ataran al capellán con las manos en la espalda, como un condenado a muerte, y que
le cortaran la cabeza en la plaza pública. Así ellos se apresuraron en ir a buscar al
Bodhisatta y en atarle las manos a la espalda. Y el tambor sonaba anunciando la
ejecución.
El Bodhisatta pensó: “Sin duda la perversa reina ya ha envenenado la mente
del rey en contra de mí y ahora yo mismo debo salvarme de este peligro”. Y así les
dijo a sus captores: “Llevadme ante la presencia del rey antes de ejecutarme”. “¿Por
qué?” – dijeron ellos. “Porque, como servidor del rey, me he esforzado grandemente
por sus asuntos y sé donde hay importantes tesoros escondidos que yo he
descubierto. Si no me lleváis ante el rey, toda su riqueza se perderá. Llevádme pues a
él y luego cumplid con vuestro deber”.
Entonces ellos lo llevaron ante el rey, quien preguntó por qué el respeto por él
no le había impedido realizar semejante mala acción.
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“Señor” – respondió el Bodhisatta – “he nacido brahmán y nunca le he quitado


la vida ni siquiera a una hormiga. Nunca he tomado lo que no era mío, ni siquiera una
hoja de hierba. Nunca he mirado con ojos lascivos a la mujer de otro hombre. Nunca
he hablado falsamente, ni en broma, y no he bebido nunca ni una gota de alcohol.
Inocente soy, señor; pero esa malvada mujer me tomó lujuriosamente de la mano y, al
verse rechazada, me amenazó y no se retiró a su aposento sin antes revelarme su
perversa conducta anterior. Hubo sesenta y cuatro mensajeros que vinieron con
cartas tuyas hasta la reina. Manda a buscar a esos hombres y pregúntale a cada uno
si hizo o no hizo lo que la reina le ordenó”. Entonces el rey hizo atar a los sesenta y
cuatro hombres y mandó a llamar a la reina. Y ella confesó haber tenido una relación
ilícita con esos hombres. El rey ordenó enseguida que le ataran a la reina los brazos a
la espalda y que se les cortara la cabeza a los sesenta y cuatro mensajeros.
Pero en ese momento el Bodhisatta gritó: “¡No, señor, los hombres no son
culpables, pues ellos fueron obligados por la reina!. Por lo tanto, perdónalos. Y en
cuanto a la reina, ella tampoco es culpable, ya que las pasiones de las mujeres son
insaciables y ellas sólo actúan de acuerdo con su naturaleza innata. Por lo tanto,
perdónala también a ella, oh rey”.
Al oír esta súplica, el rey se compadeció, y así el Bodhisatta salvó las vidas de
la reina y de los sesenta y cuatro hombres y les hizo dar a cada uno un lugar donde
morar. Luego el Bodhisatta fue a ver al rey y le dijo: “Señor, las acusaciones
infundadas de los insensatos ataron injustamente al sabio inocente, pero las palabras
bien fundadas del sabio liberaron a los insensatos. La insensatez injustamente ata y la
sabiduría libera de las ataduras”. Habiendo dicho esto, el Bodhisatta recitó esta
estrofa:

Mientras la palabra del insensato


injustamente ata,
La palabra del sabio
con justicia desata.

Cuando le hubo enseñado al rey la Verdad con estos versos, el Bodhisatta


exclamó: “Todo este trastorno surgió porque yo llevo la vida de un laico. Debo
cambiar entonces mi modo de vida e imploro tu permiso, señor, para retirarme del
mundo”. Y con el permiso del rey se retiró del mundo y, abandonando a sus parientes
que lloraban y a su gran riqueza, se convirtió en asceta. Su morada estaba en los
Himalayas y allí alcanzó el Conocimiento Supremo y los Logros y su destino fue
renacer en el Mundo de Brahm2.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el capellán real.


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J"TAKA Nº 124

EL ÁRBOL DE MANGO

La compasión, la gratitud y el esfuerzo por hacer el bien

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta era rey de Benares, el Bodhisatta


nació en la familia de un brahmán del Norte y, cuando llegó a ser adulto, abandonó el
mundo y vivía como Maestro de un grupo de quinientos ascetas al pie de las
montañas. Por aquella época, hubo una gran sequía en la región del Himalaya y por
todas partes el agua se secó y una dolorosa miseria cayó sobre todos los animales. Al
ver a las pobres creaturas sufrir tanto de sed, uno de los ascetas cortó un árbol, lo
ahuecó como un abrevadero y llenó este abrevadero con toda el agua que pudo
encontrar. De este modo, dio a los animales algo de beber. Y vinieron en manadas y
bebieron y bebieron hasta que el asceta ya no tuvo tiempo para ir a buscar frutos para
sí mismo. Sin preocuparse por su hambre, él se esforzaba por calmar la sed de los
animales. Pensaron ellos en su interior: “Tán dedicado está este asceta en proveer a
nuestras necesidades que no se deja tiempo para ir en busca de frutos. Debe estar
muy hambriento. Acordemos que cada uno de nosotros que venga aquí a beber debe
traer tantos frutos como pueda para el asceta”. Esto fue lo que acordaron hacer.
Desde entonces todo animal que venía a beber traía dulces frutos del mango o del
manzano o del árbol del pan o de otros árboles frutales, hasta que sus ofrendas
pudieron haber llenado doscientos cincuenta carros; y había comida para todos los
quinientos ascetas y aún quedaba para guardar. Al ver esto el Bodhisatta exclamó:
“Así, la bondad de un hombre ha sido el medio para proveer comida a todos estos
ascetas. Verdaderamente, deberíamos ser siempre constantes en nuestra realización
del bien”. Habiendo dicho esto, él recitó esta estrofa:

¡Que el hombre se esfuerce;


que el sabio no ceda!
Mira el fruto del esfuerzo:
lograron más frutos del árbol del mango
que los que pudieran desear.

Esta fue la enseñanza del Gran Ser al grupo de ascetas.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el Maestro de los quinientos
ascetas.
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J"TAKA Nº 144

LA COLA DEL BUEY

La falta de poder del Dios del Fuego. La liberación de las falsas creencias

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta reinaba en Benares, el Bodhisatta


nació en la familia de un brahmán del Norte del país y el día de su nacimiento sus
padres encendieron el fuego que habría de ser mantenido durante toda su vida.
Cuando cumplió diez y seis años le dijeron: “Hijo, en el día de tu nacimiento
encendimos un fuego por ti. Por lo tanto ahora debes elegir. Si quieres llevar una vida
de familia, aprende los Tres Vedas; pero si quieres alcanzar el Mundo de Brahm2,
llévate el fuego al bosque contigo y manténlo encendido, así ganarás el favor de
Mah2-Brahm2 y luego podrás ingresar al Mundo de Brahm2”.
Él dijo a sus padres que la vida de familia no tenía encanto alguno para él y
entonces se internó en el bosque y vivió como un asceta cuidando su fuego. Un día,
en un pueblo vecino, le dieron un buey como honorario y cuando lo hubo llevado a su
morada, tuvo la idea de sacrificar al animal al Señor del Fuego. Pero como no tenía sal
y le pareció que el Señor del Fuego no podría comer la comida ofrecida sin ella,
decidió volver y aprovisionarse en el pueblo. Así ató al buey y se fue a la aldea.
Mientras estuvo fuera, una banda de cazadores apareció y, al ver al buey, lo
mataron, lo cocinaron y se lo comieron. Y lo que no comieron se lo llevaron, dejando
solamente la cola, el cuero y los huesos. Cuando regresó, el brahmán, al no encontrar
más que estos pobres restos, exclamó: “Si el Señor del Fuego no puede siquiera
cuidar lo que le pertenece, ¿cómo habría de cuidarme a mí? Es una pérdida de tiempo
servirlo, no trae ningún bien ni provecho”. Habiendo perdido así todo deseo de adorar
al Fuego, dijo: “Mi Señor del Fuego, si no puedes arreglártelas para protegerte a ti
mismo, ¿cómo habrás de protegerme a mí? Ya no hay carne, así que debes
contentarte ahora con estas sobras”. Y con estas palabras, arrojó al fuego la cola y los
restos que habían dejado los ladrones, y recitó esta estrofa:

¡Es demasiado para ti,


oh infeliz Señor del Fuego,
que yo ahora te ofrezca en sacrificio
esta cola del buey!
Merecías carne,
pero no hay carne para ti;
¡arréglatelas con la cola sola!
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Y con estas palabras, el Gran Ser apagó el fuego con agua y partió para
convertirse en asceta. Y obtuvo los Conocimientos y los Logros y se aseguró renacer
en el Mundo de Brahm2.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el asceta que apagó el fuego.
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J"TAKA Nº 151

LA ENSEÑANZA DEL REY DE BENARES

Las verdaderas virtudes

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta reinaba en Benares, el Bodhisatta


fue concebido por la Reina Consorte; y después de que se hubieran realizado las
ceremonias relativas a la concepción, él nació en perfecto estado. En el día de la
ceremonia en que debía recibir su nombre, fue llamado Príncipe Brahmadatta.
Con el correr del tiempo, creció y a los dieciséis años fue a Takkasil2 para
completar su educación. Ahí dominó todas las ramas del saber; a la muerte de su
padre, ascendió al trono y gobernó con corrección y rectitud, administrando justicia
sin tomar en cuenta ni su propia voluntad ni su deseo. Así, como él gobernaba con
justicia, sus ministros, por su parte, también eran justos; de este modo, mientras
todas las cosas se hacían con justicia no había nadie que llevara a la corte una
denuncia falsa. Por tal razón en el palacio del rey no existía alboroto de demandantes
y así durante todo el día los jueces podían estar sentados en sus estrados y retirarse
sin ver a ningún demandante: las cortes estaban desiertas.
Entonces, el Bodhisatta pensó para sí: “Gracias a mi gobierno justo, ningún
demandante viene a presentar reclamos a la corte; el bullicio de antes ha cesado; las
cortes de justicia están desiertas; ahora debo buscar si hay algún defecto en mí, y si lo
encuentro, lo evitaré y de ahí en adelante viviré una vida correcta”. Desde ese
momento trató constantemente de encontrar a alguien que le señalara algún defecto
suyo, pero entre todos los que se encontraban a su alrededor en la corte no pudo
hallar a ninguno que lo hiciera; todo lo que oía sobre sí mismo era bueno. “Tal vez” -
pensó - “me tienen tanto miedo que sólo me dicen cosas buenas y nunca cosas
malas” – y entonces fue a probar lo mismo con quienes estaban del lado de afuera de
los muros del palacio. Pero con éstos, le ocurría exactamente lo mismo. Luego,
inquirió a los habitantes de la ciudad y, fuera de la ciudad, interrogó a aquellos que
vivían en los suburbios cerca de las cuatro puertas. Allí tampoco encontró ninguno que
le señalara algún defecto suyo; no oía más que alabanzas. Por último, con la intención
de probar lo mismo en el campo, encomendó el gobierno a sus ministros, tomó su
carruaje y llevándose con él sólo al cochero, dejó la ciudad disfrazado. Atravesó todo
el campo y llegó a la frontera, pero no encontró a nadie que le mencionara un defecto
en él, todo lo que pudo oír fueron elogios. Entonces, dio la vuelta y emprendió su
regreso en dirección a la ciudad.
46

Pues bien, en ese entonces Mallika, el rey de Kosala, había hecho lo mismo. Él
también era un rey justo y había estado inquiriendo por sus propios defectos; pero
entre aquellos que lo rodeaban no había ninguno que le encontrara una falla, y al no
oír sino alabanzas, había ido a indagar a través del país entero, llegando al mismo
lugar en que el rey Brahmadatta se encontraba.
Los dos se encontraron frente a frente en un lugar del camino tan estrecho que
no permitía que pasaran los dos carruajes al mismo tiempo.
“¡Saca tu carruaje del camino!” – dijo el cochero del rey Mallika al cochero del
rey del Benares.
“¡No, no, cochero!” – respondió él – “saca tú el tuyo. Ten en cuenta que en este
carruaje viaja el gran monarca Brahmadatta, Señor del Reino de Benares”.
“¡No, cochero!” – replicó el otro – “en este carruaje viaja el gran rey Mallika,
Señor del Reino de Kosala. Eres tú quien debe ceder el paso y dar lugar al carruaje de
nuestro rey”.
“¿Por qué? Aquí también hay un rey” – pensó el cochero del rey de Benares.
“¿Qué hemos de hacer?”. Luego se le ocurrió una idea: averiguaría la edad de los dos
reyes, para que el más joven diera paso al más viejo. Entonces él interrogó al otro
cochero acerca de la edad de su rey. Pero resultó que los dos tenían la misma edad.
Preguntó entonces acerca de la magnitud del poder del rey, de su riqueza, de su
gloria, y de todo aquello concerniente a su clan y a su familia; y descubrió que ambos
hombres poseían un país de trescientas leguas de largo y que tenían igual poder,
riqueza, gloria, y que eran iguales en familia y linaje. Pensó entonces que se podría
dejar pasar primero al mejor hombre; pidió en consecuencia al otro cochero que le
describiera las virtudes de su amo. El cochero del rey de Kosala respondió con esta
primera estrofa, en la cual presentaba los defectos de su monarca como si fueran
virtudes:

El rey Mallika trata con dureza al duro,


con suavidad al suave;
domina al bueno con la bondad,
al malo con la maldad.
Así es el rey, mi señor;
¡apártate, pues, del camino, cochero!.

“¡Oh!” - dijo el cochero del rey de Benares - “¿eso es todo lo que tienes que
decir de las virtudes de tu rey?” “Sí” - respondió el otro. “Si esas son sus virtudes,
¡cómo serán sus defectos!” “Que sean defectos si tu quieres” - dijo - “pero oigamos
cómo son las virtudes de tu rey”. “Escucha, entonces” - dijo a continuación el cochero
del rey de Benares y recitó esta segunda estrofa:
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Domina al colérico con la dulzura;


domina al malo con la bondad;
domina al miserable con la generosidad,
y al mentiroso con la verdad.
Así es el rey, mi señor;
¡apártate, pues, del camino, cochero!.

Al oír estas palabras el rey Mallika y su cochero se bajaron de su carruaje,


soltaron los caballos y lo sacaron del camino para dejar pasar al rey de Benares. Luego
el rey de Benares dio buenos consejos al rey Mallika, diciéndole: “Así, así debes tú
actuar”. Después de lo cual retornó a Benares y allí repartió limosnas e hizo el bien
durante toda su vida hasta que al final fue a engrosar las filas de los habitantes del
cielo. Y el rey Mallika hizo suya la enseñanza. Y después de recorrer su reino a lo largo
y a lo ancho sin encontrar a nadie que le señalara un solo defecto, volvió a su ciudad;
donde repartió limosnas e hizo el bien durante toda su vida hasta que al final fue a
engrosar las filas de los habitantes del cielo.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el rey de Benares.


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J"TAKA Nº 156

EL PRÍNCIPE VALIENTE

La gratitud, la amistad, la fortaleza, la energía

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta reinaba en Benares, había un pueblo


de carpinteros no lejos de la ciudad, donde vivían unos quinientos carpinteros. Ellos
subían por el río en una embarcación y entraban en el bosque, donde daban forma a
vigas y tablones para construir casas y armaban estructuras de uno o dos pisos,
numerando todas las piezas desde el poste principal delantero; luego bajaban todo
hasta la orilla del río y lo ponían a bordo; luego remaban corriente abajo, construían
casas del estilo que se les requería, y después, cuando recibían su paga, volvían
nuevamente en busca de más materiales y así se ganaban la vida.
Un día sucedió que no lejos del lugar donde trabajaban cortando madera, cierto
elefante pisó una astilla de madera de acacia, que penetró en su pie; éste se le hinchó
y comenzó a supurar y el elefante sufría un gran dolor. En su agonía oyó el ruido que
hacían estos carpinteros cortando madera. “Estos carpinteros me curarán” – pensó y
cojeando en tres patas, se presentó ante ellos y se recostó cerca. Los carpinteros, al
ver su pie hinchado, se levantaron y miraron: tenía una astilla clavada. Con una filosa
herramienta hicieron una incisión alrededor de la astilla y atándole una cuerda, tiraron
de ella y se la quitaron. Luego limpiaron el absceso, lo lavaron con agua tibia y lo
curaron convenientemente y al poco tiempo, la herida había cicatrizado.
Agradecido por esta cura, el elefante pensó: “La ayuda de estos carpinteros me
ha salvado la vida, ahora yo mismo debo serles útil”. Desde ese momento, derribaba
los árboles para ellos, o cuando ellos los cortaban, él arrastraba los leños, o les
alcanzaba las azadas o cualquier otra herramienta que pudieran necesitar, llevando
todo con su trompa. Y los carpinteros, cuando era el momento de alimentarlo, le
llevaban cada uno una porción de comida, de tal modo que él tenía quinientas
porciones en total.
Por ese entonces, este elefante tuvo un hijo, un elefante pequeño, todo
blanco, una magnífica creatura. El elefante pensó que ya era viejo y que sería
preferible que llevara a su pequeño a servir a los carpinteros, quedando él libre de irse
donde quisiera. Así, sin decir una palabra a los carpinteros, se internó en el bosque;
les trajo a su hijo y les dijo: “Este joven elefante es un hijo mío. Vosotros habéis
salvado mi vida y yo os lo entrego como paga por haberme curado; de ahora en
adelante trabajará para vosotros”. Explicó entonces al pequeño elefante que era su
deber hacer el trabajo que él acostumbraba hacer antes y luego se perdió en el
49

bosque, dejando al pequeño con los carpinteros. Desde ese momento, el joven
elefante hizo todo su trabajo, fiel y obedientemente; ellos lo alimentaron, como habían
alimentado al otro con quinientas porciones de comida.
Cuando terminaba su trabajo, el elefante iba a jugar al río y luego volvía. Los
hijos de los carpinteros le tiraban de la trompa y él hacía todo tipo de travesuras con
ellos dentro o fuera del agua. Ahora bien, las creaturas nobles, ya sean elefantes,
caballos u hombres, nunca hacen sus necesidades dentro del agua. Así, este elefante
no hizo nada de este tipo cuando estaba en el agua, sino que esperaba hasta estar en
la orilla.
Un día había caído lluvia en el río y el agua de la lluvia arrastró hasta el río
parte del excremento medio seco del elefante. Éste fue flotando hasta el
desembarcadero de Benares y quedó atascado en un arbusto. Justo en ese momento,
los cuidadores de los elefantes del rey habían llevado a quinientos elefantes a darse
un baño. Pero los animales olieron el estiércol de un noble animal y ninguno quiso
entrar al agua; levantaron sus colas y echaron a correr. Los cuidadores contaron esto
a los domadores de elefantes, quienes replicaron: “Entonces, debe haber algo en el
agua”. Así pues, se dieron órdenes para que se limpiara el agua; allí entre los arbustos
se encontró el excremento. “¡De eso se trataba!” - gritaron los hombres. Llevaron
entonces una tinaja, la llenaron con agua y pulverizaron el estiércol allí dentro, a
continuación rociaron con el agua a los elefantes, cuyos cuerpos quedaron
suavemente perfumados. Inmediatamente, fueron hasta el río y se bañaron.
Cuando los domadores hicieron su informe al rey, le aconsejaron que se
consiguiera al elefante para su propio uso y provecho.
El rey, en consecuencia, se embarcó en una balsa y remó río arriba hasta llegar
al lugar donde estaban instalados los carpinteros. Al oír el ruido de los tambores
mientras jugaba en el agua, el elefante salió del agua y se reunió con los carpinteros.
Todos ellos avanzaron para hacer honor a la llegada del rey y le dijeron: “Señor si
necesitáis madera, ¿qué necesidad hay de venir hasta aquí? ¿Por qué no la mandáis a
buscar y os la hacemos llegar?”.
“No, no, buenos amigos” - respondió el rey, “no es madera lo que busco, sino
este elefante que está aquí”.
“¡Es vuestro, señor!” - dijeron, pero el elefante se negó a moverse.
“¿Eh tú, qué quieres que haga, elefante?” - preguntó el rey.
“Ordena que se les pague a los carpinteros lo que han gastado en mí, señor”.
“Con mucho gusto, amigo”. Y el rey ordenó que se dejaran cien mil monedas
de oro en su cola, en su trompa y en cada una de sus cuatro patas. Pero esto no era
suficiente para el elefante. Él no se movería. Entonces, a cada uno de los carpinteros
le dieron dos vestimentas y a cada una de sus esposas vestidos para ponerse y no se
olvidaron de darles lo suficiente para que criaran a los niños compañeros de juego del
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elefante; y así, echando una última mirada a los carpinteros, a sus mujeres y a sus
niños, se marchó el elefante en compañía del rey.
El rey lo llevó a la ciudad capital; la ciudad y el establo fueron arreglados con
total magnificencia. Llevó al elefante alrededor de la ciudad en una solemne procesión
y luego a su establo. Adornándolo con toda clase de adornos, allí mismo
solemnemente consagró al elefante y lo designó elefante real; lo trató como a un
camarada y le dio la mitad de su reino, y cuidó tanto de él como de sí mismo. Con la
llegada de este elefante, el rey ganó la supremacía sobre toda la India.
Con el curso del tiempo, el Bodhisatta fue concebido por la Reina Consorte, y
cuando ella estaba por dar a luz, el rey murió. Si el elefante llegaba a enterarse de la
muerte del rey, su corazón se rompería con toda seguridad, entonces, se le cuidó
como siempre, pero no se le dijo ni una palabra. Pero su vecino, el rey de Kosala,
escuchó que el rey había muerto. “Tendré, sin dudas, el país a mi merced” - pensó, y
marchó a la ciudad de Benares con un poderoso ejército y la sitió por asalto.
Inmediatamente se cerraron las puertas y se envió un mensaje al rey de Kosala:
“Nuestra reina está a punto de dar a luz y los astrólogos han declarado que en siete
días le nacerá un hijo. Si da a luz un varón, nosotros al séptimo día te daremos batalla
pero no el reino. Te rogamos que esperes hasta entonces”. Y el rey estuvo de acuerdo.
En siete días la reina dio a luz un hijo. En el día de la ceremonia en que debía
recibir su nombre, fue llamado Príncipe Valiente, porque - decían - había nacido para
fortalecer la mente temerosa de la gente.
El mismo día de su nacimiento, los habitantes de la ciudad comenzaron a dar
batalla al rey de Kosala. Pero como no tenían un jefe, poco a poco el ejército fue
cediendo terreno, a pesar de ser muy grande. Los miembros de la corte dieron estas
noticias a la reina y agregaron: “Dado que nuestro ejército pierde terreno de este
modo, tememos una derrota. Ahora bien, el elefante real, el gran amigo del rey, no
sabe que el rey ha muerto, que ha nacido un hijo de él y que el rey de Kosala está acá
dándonos batalla. ¿Debemos decírselo?”
“Sí, hacedlo” - dijo la reina. Entonces vistió a su hijo y lo envolvió en una fina
tela de lino, luego de lo cual ella y toda la corte bajaron del palacio y entraron en el
establo del elefante. Allí, la reina recostó al niño - que era el Bodhisatta - a los pies del
elefante diciendo: “Señor, tu camarada ha muerto, pero temíamos decírtelo por miedo
de romper tu corazón. Éste es el hijo de tu amigo; el rey de Kosala tiene rodeada la
ciudad y le está haciendo la guerra a tu hijo; el ejército está perdiendo terreno; ¡mata
a tu hijo tú mismo o recupera el reino para él!”
De inmediato, el elefante acarició al Bodhisatta con su trompa y lo levantó por
encima de su cabeza, luego llorando y lamentándose, lo bajó y lo dejó en brazos de su
madre, y con las palabras: - “Dominaré al rey de Kosala” - salió apresuradamente del
establo.
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Entonces, los cortesanos le pusieron su armadura y su atuendo de combate,


abrieron la puerta de la ciudad y, escoltándolo, salieron. El elefante salió de la ciudad
haciendo terrible estruendo y asustó de tal manera al ejército enemigo que todos
huyeron dispersándose; luego, tomando al rey de Kosala por los cabellos, lo llevó
hasta donde estaba el joven Príncipe a cuyos pies lo dejó caer. Algunos se levantaron
para matarlo, pero el elefante los detuvo y permitió que el rey se marchara con esta
advertencia: “¡Ten cuidado en el futuro y no seas presuntuoso por el hecho de que
nuestro Príncipe es joven!”
Después de esto, el poder sobre toda la India cayó en las manos del Bodhisatta
y ningún enemigo fue capaz de levantarse contra él. El Bodhisatta fue consagrado a la
edad de siete años como el Rey Valiente; su reino fue justo; y cuando su vida llegó a
su fin fue a engrosar las filas de los habitantes del cielo.

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El comentario agrega:
Cuando el Maestro contó este hecho del pasado, Él, el Omnisciente dijo estos
versos:
Gracias al Príncipe Valiente
el gran pueblo de Benares, lleno de ánimo,
capturó vivo al Rey de Kosala
no satisfecho con su poder.
De la misma manera el monje, dotado de fortaleza,
lleno de inquebrantable energía,
haciendo surgir en sí las buenas cualidades,
con la obtención del estado de calma,
gradualmente alcanza la liberación de todas las ataduras.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el joven Príncipe Valiente.
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J"TAKA Nº 167

EL ASCETA SAMIDDHI, “ÉXITO SEGURO”

El tiempo para el perfeccionamiento es escaso y no debe ser desperdiciado

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta reinaba en Benares, el Bodhisatta


nació como hijo de un brahmán en una aldea de K2si. Cuando creció, alcanzó la
perfección en todos sus estudios y abrazó la vida religiosa; vivió en el Himalaya, muy
cerca de un lago natural, cultivando las Facultades y los Logros.
Una vez él, durante toda una noche, había concentrado su esfuerzo en la
meditación; y al amanecer se bañó y con un vestido de corteza de árbol puesto y otro
en la mano, se quedó parado dejando que el agua de su cuerpo se secara. En ese
momento, una hija de los Dioses observó su perfecta belleza y se enamoró de él. Para
tentarlo, ella recitó esta primera estrofa:

Oh monje mendicante,
sin haber gozado tú, eres asceta,
pues no eres asceta después de haber gozado.
¡Sé asceta, oh monje mendicante,
después de haber gozado!
¡Que tu tiempo de gozar no se te acabe!

El Bodhisatta escuchó las palabras de la hija de los Dioses y luego, dando a


conocer su firme resolución, él recitó la segunda estrofa:

Nada sé yo del tiempo;


el tiempo está escondido, nadie puede verlo;
por eso sin haber gozado yo soy asceta.
¡Que mi tiempo de realización del Dharma
no se me acabe!

Cuando la hija de los Dioses oyó las palabras del Bodhisatta, desapareció
instantáneamente.

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53

Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el asceta.


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J"TAKA Nº 169

EL MAESTRO ARAKA

La benevolencia y la compasión

Hace mucho tiempo, en un período anterior, el Bodhisatta nació en una familia


de brahmanes. Cuando creció, abandonó los placeres mundanos, abrazó la vida
religiosa y alcanzó las Cuatro Excelencias de la benevolencia, la compasión, la
satisfacción y la ecuanimidad. Su nombre era Araka y llegó a ser un Maestro que vivió
en el Himalaya con una gran comunidad de discípulos. Instruyendo a ese grupo de
sabios, dijo: “Un monje debe practicar la Benevolencia, debe practicar la Compasión,
la Satisfacción, la Ecuanimidad, pues es este sentimiento de benevolencia, logrado
con firme resolución, el que lo encamina hacia el cielo de Brahm2”. Y para explicar las
bondades de la benevolencia, él recitó estos versos:

Para aquel que siente compasión por el mundo entero


con un sentimiento de benevolencia
que a todas partes se extiende
sin conocer límite alguno -
sentimiento de bondad infinita,
plenamente desarrollado -
para él ya no es posible una acción mezquina.

Así impartió el Bodhisatta a sus discípulos la enseñanza con respecto a la


práctica de la benevolencia.
Y sin interrumpir un solo momento su meditación mística, renació en el Mundo
de Brahm2 y durante siete períodos cósmicos, de creación y destrucción, no retornó a
este mundo.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el Maestro Araka.


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J"TAKA Nº 181

EL PRÍNCIPE SIN PAR

El renunciamiento. La no-violencia. El autocontrol

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta reinaba en Benares, el Bodhisatta


fue concebido como el hijo de la Reina Consorte. Ella dio a luz sin problemas y en el
día de la ceremonia en que debía recibir su nombre lo llamaron Asadisa-Kum2ra,
Príncipe Sin Par. Cuando ya podía caminar, la Reina concibió otro hijo que también
había de ser un ser sabio. Nació sin problemas y en el día de la ceremonia en que
debía recibir su nombre lo llamaron Brahmadatta-Kum2ra, Príncipe Enviado del Cielo.
Cuando el Príncipe Sin Par tenía dieciséis años, fue a educarse a Takkasil2. Allí,
junto a un Maestro mundialmente famoso, aprendió los Tres Vedas y las Dieciocho
Artes; en el arte de la arquería él no tenía par; luego volvió a Benares.
Cuando el rey estaba en su lecho de muerte, dispuso que el Príncipe Sin Par
fuera su sucesor en el trono y que el Príncipe Brahmadatta fuese su heredero. Luego
murió. Entonces cuando se le ofreció el trono al Príncipe Sin Par, éste lo rechazó,
diciendo que el trono no le interesaba. Entonces consagraron rey al Príncipe
Brahmadatta. Al Príncipe Sin Par no le interesaba la gloria y no quería nada.
Mientras gobernaba su hermano menor, el Príncipe Sin Par vivió, como siempre
lo había hecho, con pompa real. Los esclavos fueron y lo calumniaron ante su
hermano: “¡El Príncipe Sin Par quiere ser rey!” – dijeron. Brahmadatta les creyó, se
dejó engañar y ordenó a algunos hombres tomar prisionero al Príncipe Sin Par.
Uno de los servidores del Príncipe Sin Par le dijo lo que se estaba preparando.
Éste se enfureció contra su hermano y se fue a otro país. Cuando llegó allí, envió un
mensaje al rey de ese país diciéndole que había llegado un arquero; y aguardó. “¿Qué
salario pide?” – inquirió el rey. “Cien mil al año”. “Bien” – dijo el rey – “que venga”.
El Príncipe Sin Par se presentó y se quedó parado esperando. “¿Tú eres el
arquero?” – preguntó el rey. “Sí, señor”. “Muy bien, te tomo a mi servicio”. Después
de esto, el Príncipe Sin Par permaneció al servicio de este rey. Pero a los viejos
arqueros les molestaba que se le diera ese salario; “es demasiado”, murmuraban.
Un día ocurrió que el rey salió al parque. Allí, hizo colocar un cerco hecho de
tela frente a una piedra auspiciosa, y se recostó en un magnífico lecho al pie de un
árbol de mango. Entonces mirando hacia arriba vio en la copa del árbol un racimo de
frutos de mango. “Está demasiado alto como para arrancarlo trepando” – pensó;
entonces, llamó a sus arqueros y les preguntó si podían cortar el racimo de frutos con
una flecha y así hacerlo caer. “Oh” – dijeron – “eso no es mucho para nosotros.
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Vuestra majestad ha visto nuestra habilidad ya muchas veces. Pero el recién llegado
recibe una paga mucho mejor que la nuestra, así que, quizás, podría vuestra majestad
ordenarle a él que baje los frutos”.
Entonces, el rey mandó llamar al Príncipe Sin Par y le preguntó si podía
hacerlo. “Oh sí, majestad, si puedo elegir la posición”. “¿Qué posición quieres?” “El
lugar donde está vuestro lecho”. El rey hizo apartar el lecho y le cedió el lugar.
El Príncipe Sin Par no tenía ningún arco en sus manos; solía llevarlo bajo sus
ropas, de modo que necesitaba un biombo. El rey ordenó que trajeran un biombo y lo
desplegaran para él, y nuestro arquero entró; se quitó la vestimenta blanca que
llevaba puesta y se puso una vestimenta roja; enseguida aseguró su cinturón y puso
en su cintura una faja roja. Luego sacó de un bolso una espada desarmada, la armó y
se la ciñó a la izquierda. Después se colocó una coraza de oro, ajustó el carcaj en su
espalda y tomó su gran arco hecho con los cuernos de un carnero y que estaba
desarmado; lo armó, y ajustó la cuerda del arco, roja como el coral, y se puso un
turbante en su cabeza. Y haciendo girar la flecha con las uñas, abrió el biombo y salió,
luciendo como un Príncipe de las Serpientes que emerge de la tierra que se abre ante
él. Fue hasta el lugar desde el cual dispararía y, colocando la flecha en el arco, hizo al
rey la siguiente pregunta: “Majestad” - dijo - “¿he de hacer caer ese racimo de frutos
con un disparo hacia arriba o arrojando la flecha desde arriba sobre él?”
“Hijo” - dijo el rey - “muchas veces he visto caer el blanco con un golpe desde
abajo, pero nunca uno golpeado por la flecha en su caída. Será mejor que hagas que
el dardo caiga sobre él”.
“Majestad” - dijo el arquero - “esta flecha volará muy alto, hasta el cielo de los
Cuatro Grandes Reyes y luego volverá por sí misma. Por favor, debéis ser paciente
hasta que ella regrese”. El rey accedió. Luego, el arquero volvió a decir: “Majestad,
esta flecha al ir hacia arriba perforará la rama que sostiene el racimo de frutos de
mango en el medio y al bajar no se desviará en lo más mínimo hacia ningún lado, sino
que pasará por el mismo agujero y traerá el racimo de frutos con ella. Observa,
Majestad”. Luego lanzó la flecha velozmente. La flecha al subir perforó exactamente el
centro de la rama del árbol de mango. Cuando el arquero supo que su flecha había
llegado hasta el cielo de los Cuatro Grandes Reyes, hizo volar una segunda flecha más
rápida que la primera. Ésta golpeó a la primera flecha en su extremo posterior y la
hizo volver; luego siguió subiendo hasta el cielo de los Treinta y Tres Dioses. Allí, los
Dioses la agarraron y la guardaron.
El sonido de la flecha al caer cortando el aire era como el de un rayo. “¿Qué es
ese ruido?” - preguntó el rey. “Es la flecha que está cayendo” – respondió nuestro
arquero. Los presentes estaban aterrados, temiendo que la flecha les cayera encima;
pero el Príncipe Sin Par los tranquilizó. “No temáis” - dijo - “veré que no caiga en la
tierra”. Cayó la flecha, sin desviarse en lo más mínimo hacia ningún lado, pasó por el
mismo agujero y cortó el tallo del racimo. El arquero atrapó la flecha con una mano y
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el racimo con la otra, de manera que no tocara el suelo. “¡Nunca vimos cosa
semejante antes!” – gritaron los presentes ante esta maravilla. ¡Cuánto alabaron al
gran hombre! ¡Cuánto lo vivaron y lo aplaudieron agitando en el aire cuanto podían!
En su alegría y su deleite, los cortesanos dieron al Príncipe Sin Par regalos que
llegaban a los diez millones de monedas de oro. Y el rey también lo llenó de regalos y
de honores.
Mientras el Príncipe Sin Par - el Bodhisatta - recibía tanta gloria y honor de
manos de aquel rey, siete reyes, que sabían que el Príncipe Sin Par no estaba en
Benares, rodearon la ciudad y conminaron al rey a luchar o entregarse. El rey estaba
asustado a muerte. “¿Dónde está mi hermano?” - preguntó. “Está al servicio de un rey
vecino”, fue la respuesta. “Si mi querido hermano no viene” - dijo - “soy hombre
muerto. Ved y en nombre mío inclináos a sus pies, apaciguadlo y traédlo aquí”. Los
mensajeros fueron e hicieron lo ordenado. El Príncipe Sin Par entonces se despidió de
su amo y regresó a Benares. Tranquilizó a su hermano y le dijo que nada temiera,
luego, grabó un mensaje sobre una flecha: “Yo, el Príncipe Sin Par, estoy de vuelta.
Tengo la intención de mataros a todos con una sola flecha que os arrojaré. Permitid
que aquellos que se preocupan por su vida puedan escapar”. Y lanzó la flecha para
que cayera justo en el medio del plato de oro del que comían juntos los siete reyes.
Cuando leyeron el mensaje, ellos huyeron, muertos de miedo.
Así logró nuestro Príncipe expulsar a siete reyes sin derramar ni la cantidad de
sangre que un mosquito puede tomar; entonces, mirando a su hermano menor, él, el
Príncipe Sin Par, el Bodhisatta, el Gran Ser, renunció a los placeres y abandonó el
mundo, cultivó las Facultades y los Logros y al final de su vida llegó al cielo de
Brahm2.

--------------------
El comentario agrega:
Entonces Él, el Omnisciente, dijo estos versos:

El Príncipe Sin Par, poderoso arquero,


que lanzaba sus flechas a lo lejos,
que podía dar con el dardo en el ojo del buey,
que dispersaba a grandes ejércitos,
enfrentándose a todos sus enemigos,
sin embargo a ninguno mató.
Salvó a su hermano y alcanzó el auto-control.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido Él Príncipe Sin Par que
abandonó todo.
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J"TAKA Nº 185

LA INCAPACIDAD DE VIVIR EN SOLEDAD

La vida de familia es incompatible con la vida religiosa

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta era rey de Benares, el Bodhisatta


nació en la familia de un opulento brahmán. Cuando creció en Takkasil2 aprendió
todas las fórmulas mágicas y se convirtió en un Maestro famoso en todo el mundo.
Después de regresar a Benares, enseñaba esas fórmulas a un gran número de jóvenes
brahmanes y kshatriyas.
Entre ellos había un joven brahmán que había aprendido los Tres Vedas de
memoria; él se convirtió en un Maestro del ritual, y podía repetir la totalidad de los
textos sagrados sin equivocarse ni siquiera en una línea. Luego se casó y constituyó
un hogar. Los quehaceres domésticos obnubilaron su mente, y ya no podía repetir los
versos sagrados.
Un día visitó a su Maestro y éste le preguntó:
“Joven amigo, ¿sabes tú todos tus versos de memoria?” “Desde que he sido
jefe de familia” - fue la respuesta - “mi mente se ha obnubilado, y ya no puedo
repetirlos”.
“Hijo mío” - dijo su Maestro - “cuando la mente está obnubilada, no importa
cuán perfectamente las Escrituras hayan sido aprendidas, ellas no se harán presentes
con claridad en la mente. Pero, cuando la mente está serena no pueden olvidarse”.
Y enseguida el Maestro recitó estos dos versos:

Así como en el agua agitada y turbia


no se ve ni la madreperla
ni un pedruzco ni la arena ni los peces,
de la misma manera con la mente obnubilada
no se ve ni el propio bien ni el ajeno.

Así como en el agua calma y clara


se ve la madreperla y los peces,
de la misma manera con la mente serena
se ve el propio bien y el ajeno.
60

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Buda manifestó que en aquella ocasión Él había sido el Maestro famoso en


todo el mundo.
61

J"TAKA Nº 194

EL LADRÓN DE LA JOYA

No desear a la mujer ajena. No atentar contra la vida de otro

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta reinaba en Benares, el Bodhisatta


nació como el hijo de un jefe de familia que vivía en un pueblo no muy lejos de la
ciudad.
Cuando creció, los padres trajeron desde Benares a una hija de familia para
casarla con él. Ella era una joven hermosa, encantadora, bella, como una ninfa divina,
como una enredadera florida, atractiva como una alegre sílfide. Su nombre era Suj2t2.
Era fiel, virtuosa, y respetuosa. Siempre cumplía debidamente sus deberes con su
marido y sus padres. Esta joven era muy querida y estimada por el Bodhisatta, de
modo que ellos dos vivían juntos felices, unidos y en armonía.
Un día Suj2t2 dijo a su marido:
“Tengo deseos de ver a mi madre y a mi padre”.
“Muy bien, mujer” - respondió él - “prepara suficiente comida para el viaje”.
Él hizo preparar comidas de toda clase, y colocó las provisiones en un carro; y
como él conducía el vehículo, se sentó en la parte delantera, y su esposa detrás. Ellos
fueron a Benares; y allí les quitaron el yugo a los bueyes que tiraban del carro, se
bañaron y comieron. Después el Bodhisatta ató de nuevo los bueyes al carro, y se
sentó adelante; y Suj2t2, que había cambiado su vestido y se había adornado, se
sentó detrás.
Cuando el carro entraba en la ciudad, sucedió que el rey de Benares llegó a
aquel mismo lugar mientras hacía una solemne procesión alrededor de la ciudad,
montado sobre el dorso de un espléndido elefante. Suj2t2 había bajado del carro, y
estaba caminando atrás de él. El rey la vio: semejante belleza atrajo sus ojos a tal
punto que se enamoró de ella. Llamó a uno de su séquito.
“Vé” - le dijo - “y averigua si aquella mujer tiene marido o no”.
El hombre hizo como el rey le ordenó, y regresó para contarle.
“Me han dicho que tiene marido” - dijo él - “¿ves a aquel hombre sentado allí
en el carro? Él es su marido”.
El rey no pudo sofocar su pasión y, enfermo de deseo, pensó: “Encontraré
alguna manera de librarme del esposo y tomaré para mí a su esposa”.
Llamando a uno de sus hombres, le dijo:
“Anda, amigo, toma esta joya, y haz como si estuvieras yendo por la calle, y
entonces arrójala en el carro de aquel hombre”.
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Diciendo esto, le dió la joya, y lo envió. Éste la tomó y se fue. Cuando pasaba
cerca del carro, la arrojó adentro; después regresó y le informó al rey que ya estaba
hecho.
“¡He perdido una joya!” - gritó el rey. El lugar entero se alborotó.
El rey ordenó: “¡Cierren todas las puertas de la ciudad, corten las salidas,
persigan al ladrón!” Los seguidores del rey obedecieron. ¡La ciudad era pura
confusión!
El servidor del rey que había arrojado la joya, llevando a otros con él, se dirigió
hacia el Bodhisatta, gritando:
“¡Eh! ¡tú, detén tu carro! El rey ha perdido una joya; debemos revisar tu
carro!” Lo revisó hasta encontrar la joya que él mismo había puesto allí.
“¡Ladrón!” - gritó agarrando al Bodhisatta.
Lo golpearon y lo patearon; y después, atándole los brazos a la espalda, lo
arrastraron ante el rey gritando:
“¡Éste es el ladrón que robó tu joya!”
La orden del rey fue: “¡Córtenle la cabeza!”
Los hombres del rey lo azotaron con látigos en cada esquina, y lo arrojaron
fuera de la ciudad por la puerta del sur.
Inmediatamente Suj2t2 dejó el carro y, levantando sus brazos, corrió detrás de
él, lamentándose mientras corría:
“¡Oh esposo mío, por culpa mía estás en esta desastrosa condición!”
Los servidores del rey echaron al Bodhisatta de espaldas con la intención de
cortarle su cabeza. Cuando Suj2t2 vió semejante cosa, pensó en su propia virtud y
moralidad, reflexionando de la siguiente manera para sí: “Me parece que no hay aquí
ninguna divinidad lo suficientemente fuerte como para detener la mano de los
hombres crueles y perversos, que obran causando daño a los virtuosos”; y llorando y
lamentándose recitó la primera estrofa:

No hay Dioses aquí, ahora deben estar lejos;


no hay aquí ahora guardianes del mundo:
pues no hay quien detenga ahora
a estos hombres violentos, sin conciencia.

Mientras esta mujer virtuosa así se lamentaba, el trono de Sakka, Rey de los
Dioses, comenzó a arder cuando él se sentó.
“¿Quién quiere despojarme de mi condición divina?” - pensó Sakka.
Después, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y pensó: “El rey de
Benares está llevando a cabo un acto muy cruel. Está haciendo sufrir a la virtuosa
Suj2t2; debo dirigirme ahora mismo hacia aquel lugar!” Entonces, descendiendo del
mundo de los Dioses, con su propio poder desmontó al malvado rey del elefante en
63

cuyo dorso estaba andando, y lo colocó echado de espaldas en el lugar de la


ejecución; levantó al Bodhisatta y lo cubrió con toda clase de adornos, e hizo que la
vestimenta del rey lo cubriera a él; y finalmente lo colocó sobre el dorso del elefante
del rey. Los servidores del rey levantaron el hacha y cortaron una cabeza - pero era la
cabeza del rey y recién cuando ya estaba cortada, se dieron cuenta.
Sakka, el Rey de los Dioses, asumió un cuerpo visible, fue ante el Bodhisatta, y
lo consagró rey; y otorgó el cargo de reina principal a Suj2t2. Cuando los cortesanos,
los brahmanes, los jefes de familia, y el resto, vieron a Sakka, Rey de los Dioses, se
alegraron diciendo:
“¡El injusto rey está muerto! ¡Ahora hemos recibido de las manos de Sakka un
rey justo!”
Y Sakka permaneció en el aire, y declaró:
“Éste, vuestro justo rey, desde ahora reinará con justicia. Si un rey fuera
injusto, lloverá fuera de tiempo, y no cuando corresponde: y el temor al hambre, a la
peste y a la espada caerán sobre los hombres a causa de semejante rey”.
Así los instruyó y recitó la segunda estrofa:

Por él llueve fuera de tiempo,


cuando es el momento no llueve.
El rey injusto,
decayendo del cielo, renace en la tierra;
y también por injusto éste ha sido muerto.

Así Sakka instruyó a una gran multitud de personas, y después se fue derecho
a su morada divina.
El Bodhisatta reinó con justicia, y después se fue a aumentar las filas de los
habitantes del cielo.

------------------

Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el rey consagrado por Sakka.
Agreguemos que el rey malvado era Devadatta, primo de Buda, que volvería a atentar
en el futuro contra la vida de Sh2kyamuni.
64

J"TAKA Nº 201

LA PRISIÓN DE LOS DESEOS

Las ataduras de la vida de familia. El renunciamiento

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta reinaba en Benares, el Bodhisatta


nació en la familia de un hombre pobre. Cuando creció, su padre murió. Él ganaba
dinero trabajando y mantenía a su madre. Ésta, contra la voluntad de su hijo, llevó al
hogar a una mujer para él, y pronto después murió.
Después de eso su esposa quedó embarazada. Y él, no sabiendo que su esposa
había quedado embarazada, le dijo: “Mujer, tú debes obtener tu subsistencia; yo
renunciaré al mundo”. Entonces ella le contestó: “No es posible, porque yo estoy
embarazada. Espera y conoce al niño que nacerá de mí, y después véte y conviértete
en un asceta”. Él estuvo de acuerdo. Entonces cuando ella dio a luz, él le dijo: “Ahora,
mujer, que tu has tenido a tu hijo sin peligro, me convertiré en asceta”. “Espera” - dijo
ella - “hasta el momento en que el niño deje de mamar”. Y después de eso, ella quedó
embarazada otra vez.
“Si yo cedo a su petición” - pensó el Bodhisatta - “nunca lograré irme del todo.
Partiré sin decirle ni una palabra, y me convertiré en ermitaño”. Fue así que nada le
dijo, se levantó por la noche, y huyó.
Los guardias de la ciudad lo apresaron. “Tengo una madre que mantener” - dijo
él - “¡déjenme ir!” Así logró que lo dejaran libre, y después de permanecer cierto
tiempo en la ciudad, saliendo por la puerta principal, se encaminó hacia el Himalaya,
donde vivió como asceta; y alcanzó las Facultades Extraordinarias y los Logros
mientras practicaba la meditación. Mientras él moraba allí, se regocijaba diciendo: “¡El
encadenamiento a mujer e hijo, el encadenamiento a la pasión, tan difícil de romper,
está roto!” Y recitó estos versos:

Los sabios no llaman sólida cadena


a la hecha de cáñamo, de madera o de hierro;
al afecto apasionado y vehemente
por piedras preciosas y joyas, hijos y esposas,

a éste los sabios llaman sólida cadena,


cadena flexible, que arrastra con su peso,
y de la que es difícil liberarse;
rompiéndola, parten para llevar la vida mendicante,
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sin afectos, renunciando a la felicidad


que surge del placer sensual.

Y el Bodhisatta, después de pronunciar estas estrofas, sin interrumpir su


meditación, renació en el Mundo de Brahm2.

-------------------

Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el asceta que abandonó a su
familia y que los miembros de su familia fueron los miembros de la familia de aquel
asceta.
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J"TAKA Nº 228

EL ESCLAVO DE LA CODICIA

El mal de la codicia

El rey de Benares tenía dos hijos. De estos dos hijos el mayor se fue a Benares,
y se convirtió en rey; el más joven fue el virrey. El que fue rey se entregó a la codicia
de riquezas y al deseo del placer sensual.
En ese entonces el Bodhisatta, el Gran Ser, había renacido como Sakka, Rey de
los Dioses. Y, él mirando a la India, observó que su rey estaba entregado a esas dos
pasiones y se dijo: “Corregiré a ese rey, y lo haré avergonzarse”.
Entonces, tomando la apariencia de un joven brahmán, se fue adonde estaba
el rey y se quedó mirándolo.
“¿Por qué razón has venido, muchacho?” – preguntó el rey. Él respondió: “Oh
gran rey, conozco tres ciudades, prósperas, fértiles, con elefantes, caballos, carros de
guerra e infantes en abundancia, llenas de oro y de ornamentos de oro. Ellas pueden
ser tomadas incluso con un ejército pequeño. He venido hasta aquí para tomarlas y
dártelas”.
“¿Cuándo podemos ir, joven?” - preguntó el rey.
“Mañana, señor”.
“Entonces véte ahora; mañana temprano tú irás”.
“¡Bien, mi rey, apresúrate a preparar el ejército!”
Y así diciendo Sakka regresó a su propio palacio.
Al otro día el rey hizo que tocaran el tambor, y que un ejército estuviera listo; y,
habiendo convocado a sus cortesanos, así les dijo: “Ayer un joven brahmán vino y me
dijo que él conquistaría para mí tres ciudades: Uttarapañchala, Indapatta y Kekaka.
Por consiguiente, ahora iremos con él y conquistaremos esas ciudades. ¡Llamémoslo a
toda prisa!”
“¿Qué lugar, mi señor, le asignaste a él para vivir?”
“No le asigné ningún lugar” - dijo el rey.
“¿Pero le diste los medios necesarios con que pagar su alojamiento?”
“No, no le di”.
“¿Entonces, cómo lo encontraremos?”
“Búsquenlo por las calles de la ciudad” - respondió el rey.
Ellos lo buscaron, pero no lo encontraron. Entonces se dirigieron ante el rey, y
le dijeron: “Oh rey, no logramos hallarlo”.
67

Al rey lo invadió por esto un gran pesar.


“¡Qué gloria me ha sido arrebatada!” - suspiraba él; su corazón se inflamó, su
sangre se alteró, la disentería lo atacó, los médicos no pudieron curarlo. Después del
lapso de tres o cuatro días, Sakka, con su solo pensamiento, supo de su enfermedad.
Él se dijo: “Ahora lo curaré”. Y bajo la apariencia de un brahmán fue y se paró ante la
puerta del palacio del rey. Sakka pidió que le dijeran al rey: “Ha venido un médico
brahmán a curarte”. Al escuchar esto, el rey respondió: “Todos los grandes médicos
de la corte no han sido capaces de curarme. Dénle una gratificación y déjenlo ir”.
Sakka escuchó, y respondió: “¡No deseo dinero por mi alojamiento, ni aceptaré
remuneración por mi arte de curar! ¡Yo lo sanaré: dejen que el rey me vea!”
“Entonces háganlo venir” - dijo el rey - recibiendo el mensaje.
Seguidamente Sakka entró, y deseándole victoria al rey, se sentó a un costado.
“¿Me vas a curar?” - preguntó el rey.
Él contestó: “Ciertamente, mi señor”.
“¡Entonces, házlo!” - dijo el rey.
“Muy bien, señor. Dime los síntomas de tu dolencia, y cómo surgió, qué has
comido o bebido para provocarla o qué has escuchado o visto”.
“Querido amigo, la enfermedad cayó sobre mí por algo que escuché”.
Entonces Sakka preguntó: “¿Qué fue lo que escuchaste?”
“Querido señor, vino un joven brahmán que me ofreció conquistar tres
ciudades y darme el poder sobre ellas: y yo no le di ni alojamiento, ni los medios
necesarios para pagarse uno. Él se debe haber enojado conmigo y debe haber ido a
buscar a otro rey. Entonces cuando recapacité acerca de la gran gloria que me había
sido arrebatada, esta enfermedad me sobrevino; cúrame, si puedes, este mal que me
atacó por mi codicia”. Y para aclarar su pensamiento recitó la primera estrofa:

Tres ciudades en lo alto de la montaña


yo deseo para mí:
Pañchala, Indapatta, Kekaka.
Algo más deseo, oh brahmán,
cúrame a mí, el esclavo de la codicia!

Luego Sakka dijo: “Oh rey, tú no puedes ser curado por una medicina hecha
con hierbas y raíces, sino que debes ser curado por la medicina del conocimiento”; y
entonces él recitó la segunda estrofa:

Existen quienes curan la mordedura de una negra serpiente;


los sabios pueden curar las heridas
que causan los malos espíritus.
Al esclavo de la codicia ningún doctor puede curarlo;
68

¿Qué cura puede haber para el que carece de buenas cualidades?

Así habló el Gran Ser para explicar su pensamiento, y además agregó: “Oh rey,
si tú consiguieras esas tres ciudades, mientras reinaras sobre las cuatro ciudades,
¿podrías llevar puestas cuatro túnicas al mismo tiempo, comer de cuatro platos de
oro, descansar sobre cuatro espléndidas camas? Oh rey, uno no debe ser dominado
por la codicia. La codicia es la raíz de todo mal; cuando la codicia aumenta, el que la
fomenta es arrojado a los ocho grandes infiernos, y a los dieciséis infiernos más bajos,
y a todo tipo y modo de sufrimiento”.
Así el Gran Ser habló y asustó al rey con el temor al infierno y al sufrimiento. El
rey, por escuchar su enseñanza, se liberó de su aflicción, la codicia, y en un momento
se sanó de su enfermedad.
Y Sakka, después de impartirle al rey su enseñanza y de establecerlo en las
normas de la Disciplina Moral, se fue al Mundo de los Dioses.
El rey desde entonces hizo donaciones y otras buenas obras, y murió yendo al
destino que le correspondía de acuerdo con sus merecimientos.

-----------------

Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el Dios Sakka.


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J"TAKA Nº 234

LA ASCETA ASIT"BH<

La doctrina de Buda es un refugio.


Daño causado por la búsqueda del placer

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta era el rey de Benares, el Bodhisatta


estaba viviendo como un asceta en la región del Himalaya y él había alcanzado los
Poderes Extraordinarios y los Logros.
En esa misma época el rey de Benares, viendo cuán magnífica era la pompa de
su hijo, el Príncipe llamado también Brahmadatta, se llenó de desconfianza y lo
desterró del reino.
El joven con su esposa llamada Asit2bh9 se encaminó al Himalaya e hizo su
morada en una choza hecha de hojas, alimentándose con pescado y toda clase de
frutos silvestres.
Él vió una vez a una ninfa y se enamoró de ella. “¡La haré mi esposa!” – se dijo
– y, sin importarle para nada Asit2bh9, siguió sus pasos.
Su esposa viendo que él se iba tras la ninfa, se liberó de su amor por él. “Este
hombre no se preocupa por mí; va tras la ninfa” - pensó ella. “¿Qué tengo ahora que
ver con él?” Entonces fue al lugar en donde se encontraba el Bodhisatta y le rindió
homenaje; luego ella aprendió lo que debía saber y hacer para ser iniciada.
Centrándose en un objeto de meditación, ella alcanzó los Poderes Extraordinarios y los
Logros; entonces se despidió del Bodhisatta y, regresando, se paró en la puerta de su
choza hecha de hojas.
Ahora bien, el Príncipe Brahmadatta que había seguido a la ninfa, pero que no
pudo ver qué camino ella había tomado, frustrado en su deseo, se dirigió de regreso a
su choza. Asit2bh9 lo vio regresando y entonces se elevó en el aire; y manteniéndose
en el aire que había adquirido el color de una piedra preciosa, le dijo: – “¡Mi joven
señor! ¡Es gracias a ti que yo he alcanzado la felicidad de la meditación!” Y recitó la
primera estrofa:

Por obra tuya,


mi amor por ti ha desaparecido;
como un colmillo, una vez cortado por la sierra,
no puede ya ser reparado.

Diciendo así mientras él la miraba, ella se elevó en el aire y se marchó hacia


otro lugar. Y cuando ella se marchó, él recitó lamentándose la segunda estrofa:
70

Por la lujuria que no conoce límites,


por la locura de la lujuria,
uno es despojado de su propio bien
- como yo ahora de Asit2bh9.

Y habiéndose lamentado con esta estrofa, él vivió solo en el bosque, y a la


muerte de su padre lo sucedió en el trono.

-------------------

Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el asceta que vivía en el
Himalaya.
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J"TAKA Nº 235

EL ASCETA VACCHANAKHA

Males que agobian al jefe de familia.


Superioridad de la vida del asceta

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta era el rey de Benares, el Bodhisatta


pertenecía a una familia de brahmanes que vivía en un pueblo que poseía un
mercado. Cuando alcanzó la edad conveniente, ingresó en la vida religiosa y habitó
durante mucho tiempo en la región del Himalaya.
Él fue a Benares para comprar sal y condimentos, se hospedó en el jardín del
rey y al día siguiente entró en Benares.
Ahora bien, un hombre rico del lugar, agradado por la manera de conducirse
del Bodhisatta, lo llevó a su casa y le dió de comer. Luego, consiguiendo que le
prometiera que se quedaría a vivir con él, hizo que se estableciera en su jardín y él
mismo atendía a sus necesidades. Nació entre ellos una gran amistad.
Un día, el hombre rico, llevado por su amistad por el Bodhisatta, pensó esto
para sí: “La vida de un asceta es desdichada. Persuadiré a mi amigo Vacchanakha a
que abandone la vida religiosa, dividiré mi riqueza en dos, le daré la mitad a él y los
dos viviremos juntos”. Entonces un día, cuando terminaron de comer, él le habló
suavemente a su amigo y le dijo: “Buen amigo Vacchanakha, desdichada es la vida de
un asceta; es agradable vivir en una casa. ¡Vamos, gocemos de la vida juntos como
queramos!” Habiendo dicho esto, él recitó la primera estrofa:

“Las casas, Vacchanakha, son agradables,


llenas de comida y llenas de cosas valiosas;
allí, comiendo y bebiendo a tu antojo,
puedes vivir feliz sin preocupaciones.

El Bodhisatta, después de escucharlo, le respondió: “Buen señor, debido a la


ignorancia te has llenado de deseos y consideras buena la vida del jefe de familia y
mala la vida del asceta; escucha ahora, te diré cuán mala es la vida del jefe de
familia” - y dijo la segunda estrofa:

Aquel que tiene casa nunca puede conocer la paz,


tiene que mentir y engañar,
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tiene que ser violento con los otros:


nada puede vencer a este mal destino.
Entonces, ¿quién por su propia voluntad
iría a vivir en una casa?

Con esas palabras el Gran Ser señaló los defectos de la vida de un jefe de
familia, y de nuevo se fue a vivir en el jardín del rey.

-------------------

Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el asceta Vacchanakha.


73

J"TAKA Nº 244

LA ELIMINACIÓN DE LOS DESEOS

Elogio de la carencia de deseos

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta era rey de Benares, el Bodhisatta


nació en una familia de brahmanes en el reino de K2si. Él creció, y dominó sus
pasiones; y abrazando la vida religiosa, vivió por mucho tiempo en los Himalayas. Bajó
de la montaña, y estableció su morada cerca de una gran ciudad, en una cabaña de
hojas construida cerca de una curva del río Ganges.
Un peregrino, que no encontraba a nadie en toda la India que pudiera
enfrentarse a él contestando sus preguntas, llegó a esa ciudad. “¿Hay aquí alguien” -
preguntó - “que pueda discutir conmigo?”.
“Sí” - respondieron - y le hablaron acerca del poder del Bodhisatta. Así, seguido
por una gran multitud, se encaminó al lugar en donde el Bodhisatta vivía, y, después
de saludarlo, tomó asiento.
“¿Beberás” - preguntó el Bodhisatta - “agua del Ganges, perfumada con
fragancias de madera salvaje?”
El peregrino trató de enredar al Bodhisatta: “¿Qué es el Ganges? ¡El Ganges
puede ser la arena, el Ganges puede ser el agua, el Ganges puede ser la orilla
cercana, el Ganges puede ser la orilla lejana!”
El Bodhisatta le dijo al peregrino: “Fuera de la arena, del agua, de esta y de
aquella orilla, ¿qué es el Ganges?” El peregrino no supo qué contestar a esa pregunta;
se levantó, y se fue. Cuando él se hubo ido el Bodhisatta recitó estos versos para
impartir el Dharma a la multitud congregada a su alrededor:

No desea lo que ve;


desea lo que no ve.
Por muy lejos que vaya,
no conseguirá lo que desea.

Desprecia lo que obtuvo;


una vez que consiguió algo,
ya no lo quiere.
El deseo no conoce límites.
¡A quien nada desea le rendimos homenaje!
74

--------------------

Buda manifestó que en aquella ocasión Él había sido el asceta que vivía en la
orilla del Ganges.
75

J"TAKA Nº 251

EL EL GRAN REYSUBYUGADO POR LA PASIÓN

La sensualidad debe ser controlada por la mente

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta era rey de Benares, el Bodhisatta


nació en una gran familia de brahmanes, que tenía una riqueza que llegaba a la suma
de ochocientos millones de monedas de oro. Cuando él creció, recibió su educación en
Takkasil2, y después regresó a Benares. Allí se casó, y, cuando sus padres murieron,
realizó sus funerales. Después, cuando examinó sus tesoros, reflexionó: ¡“Las riquezas
aún están aquí, pero quienes las consiguieron ya no están aquí!” Un gran dolor lo
invadió, y el sudor cubrió su cuerpo.
Vivió un largo tiempo en su casa, y repartió mucho en limosnas; dominó sus
pasiones; después dejó a sus amigos que lloraban y se retiró al Himalaya, donde se
construyó una cabaña en un sitio agradable, y vivió de los frutos silvestres y de las
raíces del bosque, que él encontraba en sus idas y venidas. Pronto el Bodhisatta
desarrolló en sí los Poderes Extraordinarios y los Logros, y vivió por mucho tiempo en
la felicidad de la meditación.
De pronto se le ocurrió que debía ir adonde se encontraba la gente para
comprar sal y condimentos, y así su cuerpo se tornaría fuerte, y él podría ir de un lado
al otro sin dificultad. “Todos aquellos que den limosna a un hombre virtuoso como yo”
- pensó - “y me saluden con respeto, llenarán las regiones celestes”. Así bajó del
Himalaya, y poco a poco, caminando, llegó a Benares en el momento de la caída del
sol. Buscó un lugar donde descansar, y vio el parque real. “Aquí” - pensó - “es un lugar
adecuado para el retiro; aquí permaneceré”. Entonces entró al parque, se sentó al pie
de un árbol, y pasó la noche en la felicidad de la meditación.
Al día siguiente, por la mañana, después de haber atendido sus necesidades
corporales, y acomodado su cabello trenzado, la piel que lo cubría y su manto de
corteza de árbol, tomó consigo su escudilla para limosnas; todos sus sentidos estaban
en reposo, su mente en calma; caminaba noblemente, mirando ante sí no más que el
largo de un arado; por la gloria de su apariencia, que era perfecta en todos los
sentidos, atrajo sobre sí las miradas de todo el mundo. De esta forma entró en la
ciudad, mendigó de puerta en puerta, hasta llegar al palacio del rey.
En ese momento el rey estaba en su terraza, paseándose en ella. Observó al
Bodhisatta a través de una ventana. Le agradó su presencia y pensó: “Si existe la
perfecta quietud, ésta debe existir en este hombre”. Así es que envió a uno de sus
76

servidores, pidiéndole que fuera a buscar al asceta. El hombre se le acercó con un


saludo, y tomó su escudilla para limosnas, diciendo: “El rey me envió por ti, señor”.
“Noble amigo” – respondió el Bodhisatta – “¡el rey no me conoce!”
“Entonces, señor, por favor permanece aquí hasta que yo regrese”. Entonces le
contó al rey lo que el mendigo había dicho. El rey dijo: “Nosotros no tenemos
sacerdote consejero: vé, traélo”; y al mismo tiempo él le hizo señas por la ventana,
llamándolo: “¡Aquí, entra, señor!”
El Bodhisatta entregó su escudilla al servidor del rey, y subió hasta la terraza.
Entonces el rey lo saludó, lo acomodó sobre su propio asiento real, y le ofreció todo el
alimento preparado para él. Cuando hubo terminado de comer, le formuló unas
preguntas, y las respuestas que le fueron dadas le agradaron siempre más y más, a
tal punto que, con una palabra de respeto, le preguntó: “Señor, ¿dónde vives? ¿De
dónde has venido hasta aquí?”
“Yo vivo en el Himalaya, poderoso rey, y desde el Himalaya he venido”.
“¿Por qué? - preguntó el rey.
“En la estación de las lluvias, oh rey, nosotros debemos buscar una morada
fija”.
“Entonces” - le dijo el rey - “habita aquí, en mi parque real; a ti no te faltarán
las cuatro cosas necesarias: ropa, comida, habitación y medicinas, y yo adquiriré el
mérito que conduce al cielo”.
El Bodhisatta aceptó; y, después de comer, el rey fue con el Bodhisatta al
jardín e hizo que se construyera ahí una cabaña de hojas. Hizo construir también un
paseo cubierto, y preparó todos los lugares para su permanencia durante el día y la
noche. Hizo traer todo lo necesario para la vida de un asceta, y, rogándole que
estuviera a su gusto, le encargó al cuidador del bosque que lo atendiera.
Durante doce años a partir de entones, el Bodhisatta tuvo su morada en aquel
sitio.
Una vez sucedió que un distrito fronterizo del reino se rebeló. El rey deseaba ir
él mismo a apaciguarlo. Llamando a su reina, le dijo: “Señora, uno de los dos debe
quedarse aquí”.
“¿Por qué dices eso, mi señor?” - preguntó ella.
“A causa del buen asceta”.
“No lo desatenderé” - dijo ella: “Será mi deber atender a este hombre santo;
puedes irte tranquilo”.
Así fue que el rey partió, y entonces la reina atendía cuidadosamente al
Bodhisatta.
Mientras el rey estaba ausente, el Bodhisatta, cuando se le ocurría, iba al
palacio a la hora conveniente, y comía allí.
Un día, él se retrasó por mucho tiempo. La reina había preparado toda la
comida para él; luego ella se bañó y se puso sus adornos, y preparó un lecho bajo;
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cubierta con una fina túnica, puesta descuidadamente sobre ella, ella se acostó
esperando la llegada del Bodhisatta. Ahora bien, el Bodhisatta, dándose cuenta de la
hora del día que era, tomó su escudilla para limosnas, y volando a través del aire,
llegó a la gran ventana del palacio. Ella oyó el ruido de la vestimenta hecha de corteza
de árbol que llevaba y al levantarse apresuradamente su vestido amarillo se deslizó
cayendo. El Bodhisatta miró con placer su cuerpo desnudo, dejando que él dominara
sus sentidos. Entonces la perniciosa pasión que había sido antes calmada por el poder
de la meditación, resurgió en él, como surge una cobra, desplegando su capuchón,
desde la canasta en donde es guardada: él era como un árbol golpeado por el hacha.
Mientras su pasión cobraba fuerzas, la calma ganada por la meditación desaparecía,
sus sentidos perdían su pureza: parecía como un cuervo con una ala rota. No pudo
sentarse como lo hacía antes y tomar su comida; aunque ella le pedía que tomara
asiento, él no pudo hacerlo. Entonces la reina colocó toda la comida en su escudilla
para limosnas. Ese día no pudo hacer como él solía hacer después de la comida: salir
por la ventana a través del aire; tomando la comida, descendió por la gran escalera, y
así llegó al jardín. La reina se dio cuenta de la pasión que en él se había suscitado.
Cuando él llegó al jardín, no pudo comer nada. Colocó la comida a los pies de
su asiento, murmurando: “¡Qué hermosas manos, qué hermosos pies los de esta
reina! ¡Qué cintura, qué muslos!”, y así de lo demás. De esta manera, yació durante
siete días. Toda la comida se pudrió y se cubrió con una nube de negras moscas.
El rey regresó, habiendo restituido el orden en su frontera. La ciudad estaba
toda decorada; y él marchó a su alrededor en solemne procesión, y después se dirigió
al palacio. De inmediato fue al jardín esperando ver al Bodhisatta. Notó la basura y la
suciedad en la vivienda del asceta, y pensando que el Bodhisatta se había ido, empujó
la puerta de la cabaña, y entró. Allí se encontraba yaciendo el asceta. “Debe estar
enfermo” - pensó el rey. Así fue que arrojó la comida podrida afuera, puso la cabaña
en orden, y después preguntó: “¿Qué ocurre, señor?”
“¡Señor, estoy herido!”
Entonces el rey pensó: “Supongo que mis enemigos deben haber hecho esto.
Como no lograron tener éxito contra mí, decidieron hacerle daño a lo que yo amo; de
ahí que él esté herido”. Entonces examinó, dándole vuelta, al asceta, buscando la
herida; pero ninguna herida pudo ver. Entonces el rey preguntó: “¿Cuál es el lugar de
la herida, señor?”
“Nadie me ha hecho daño” - respondió el Bodhisatta - “sólo yo me he herido en
mi propio corazón”. Y se levantó, y se sentó sobre un asiento, y recitó los versos
siguientes:

Yo he sido herido en mi corazón


por una flecha que atormenta todo mi cuerpo -
no ha sido hecha por un hábil artífice,
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no la adornan plumas del pavorreal,


no ha sido lanzada de un arco fuertemente tendido -

es una flecha
envenenada con la pasión que subyuga al pensamiento,
afilada por la imaginación.

No veo herida de la cual la sangre fluya:


es sólo mi mente enloquecida,
yo mismo me he causado este sufrimiento.

Así el Bodhisatta le explicó al rey lo que le sucedía por medio de estas tres
estrofas. Después le pidió al rey que se retirara de la cabaña, y, concentrando su
mente, recobró así su interrumpida meditación. Luego dejó la cabaña, y
manteniéndose en el aire, le dijo al rey que se iría al Himalaya. El rey quería disuadirlo,
pero él le dijo: “¡Oh rey, mira qué humillación ha caído sobre mí mientras yo moraba
aquí! ¡No puedo seguir viviendo aquí!” Y si bien el rey le rogaba que se quedara, él se
elevó en el aire, y partió hacia el Himalaya, donde vivió una larga vida, y después se
fue al mundo de Brahm2.

--------------------

Buda manifestó que en aquella ocasión Él había sido el asceta.


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J"TAKA Nº 258

MANDH"T"

El deseo es insaciable y es fuente de dolor

Hace mucho tiempo, en las primeras épocas del mundo, vivía un rey llamado
Mah2sammata, y él tuvo un hijo llamado Roja, que tuvo un hijo llamado Vararoja, que
tuvo un hijo llamado Kaly2na, que tuvo un hijo llamado Varakaly2na, y Varakaly2na
tuvo un hijo llamado Uposatha, y Uposatha tuvo un hijo llamado Mandh2t2. Mandh2t2
poseía las Siete Joyas y los Cuatro Poderes Sobrenaturales y era un gran monarca.
Cuando cerraba su mano izquierda y después la tocaba con la derecha, caía una lluvia
de siete clases de joyas que llegaba hasta las rodillas, como si una nube divina
hubiera surgido en el cielo. ¡Tán extraordinario era este rey! Él fue príncipe durante
ochenta y cuatro mil años, durante el mismo número de años participó en el gobierno
del reino, y durante igual número de años él reinó como supremo rey; su vida duró
durante innumerables períodos.
Un día, el sintió la sed del deseo que no pudo calmar, entonces mostró signos
de descontento. “¿Por qué estás desalentado, señor?” - le preguntaron los cortesanos.
“Si se considera el poder de mis méritos, ¿qué valor tiene este reino? ¿Qué
lugar sería digno de mi deseo?”
“El cielo, señor”.
Entonces, después de la debida ceremonia de consagración de la Joya que era
su carro imperial, con su séquito, fue al cielo de los Cuatro Grandes Reyes. Los Cuatro
Reyes, con una gran multitud de Dioses, salieron a recibirlo con gran pompa, llevando
en sus manos flores y perfumes celestiales y, habiéndolo escoltado hasta su propio
cielo, le dieron el dominio sobre él. Allí él reinó, rodeado por su séquito con gran
pompa; y mucho tiempo transcurrió. Pero ni allí tampoco logró satisfacer la sed del
deseo; y entonces comenzó a mostrarse enfermo de descontento.
“¿Por qué, poderoso rey” - dijeron los cuatro monarcas celestiales - “no estás
satisfecho?”
Y el rey respondió: “¿Qué lugar es más agradable que este cielo?”
Ellos contestaron: “Señor, nosotros somos como servidores. El cielo de los
Treinta y Tres Dioses es más hermoso que éste!”
Mandh2t2, después de la debida ceremonia de consagración de la Joya que era
su carro imperial, con su séquito a su alrededor, se dirigió al cielo de los Treinta y Tres
Dioses. Y Sakka, Rey de los Dioses, con una gran multitud de Dioses, salió a recibirlo
con gran pompa, llevando en sus manos flores y perfumes celestiales y, tomándolo
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por la mano, le dijo que entrara. Mientras el rey caminaba rodeado por la multitud de
Dioses, su hijo mayor tomando la Joya que era el carro imperial y la Joya que era el
consejero real, descendiendo al mundo de los hombres, llegó a su propia ciudad.
Sakka condujo a Mandh2t2 al interior de la morada de los Treinta y Tres Dioses, y le
dio la mitad de los Dioses y la mitad de su propio reino. Después de esto ambos
reinaron juntos. Pasó el tiempo, hasta el momento en que Sakka ya había vivido
treinta millones de años y además sesenta veces cien mil años; entonces Saka renació
en la tierra; otro Sakka apareció, y él también reinó, y vivió su vida, y renació en la
tierra. De esta manera treinta y seis Sakkas se sucedieron uno tras otro. Y mientras
tanto Mandh2t2 reinaba con su séquito a su alrededor. A medida que el tiempo
pasaba con más fuerza resurgió en él la sed del deseo. “¿Qué valor tiene la mitad del
reino para mí?” - se dijo en su corazón. “¡Mataré a Sakka, y reinaré yo solo!” Pero no
pudo matar a Sakka. El deseo era la raíz de su desdicha. Su fuerza vital comenzó a
decaer; la vejez se apoderó de él; pero un cuerpo humano no se desintegra en el cielo.
Así él bajo del cielo, y descendió en un parque. El jardinero comunicó su llegada a la
familia real; ellos, yendo al jardín, le eligieron un lugar para su descanso en el parque;
ahí el rey yacía cansado y desalentado. Los cortesanos le preguntaron: “¿Señor, qué
mensaje podemos recibir de ti?”
“Reciban de mí” – dijo él – “este mensaje para la gente: Mandh2t2, rey de
reyes, después de haber reinado como supremo soberano sobre las cuatro regiones
de la tierra con todas las dos mil islas a su alrededor, después de haber reinado por
largo tiempo sobre el pueblo de los Cuatro Grandes Reyes, después de haber sido rey
del cielo durante el tiempo de vida de treinta y seis Sakkas, yace ahora muerto”. Con
estas palabras murió yendo al destino que le correspondía de acuerdo con sus
merecimientos.

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El comentario agrega:
Cuando el Maestro narró esta historia, Él, el Omnisciente, recitó estos versos:

Dondequiera que el sol y la luna


siguen su curso,
dondequiera que las regiones del mundo
ven la luz del día,
sobre todos los seres que moran ahí
el rey Mandh2t2 ejerce su poder imperial.

Ni con una lluvia de oro


que cayese del cielo,
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se satisfacen los deseos.


Poco placer dan los deseos,
son fuente de dolor –
sabiendo esto
incluso en los placeres celestiales
no se complace el sabio.
El discípulo del Perfectamente Iluminado
goza con la destrucción del deseo.
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J"TAKA Nº 265

LA FLECHA

El desapego, fuente de valor y energía

Hace mucho tiempo cuando Brahmadatta era rey de Benares, el Bodhisatta


nació en la familia de un guardabosque. Cuando creció, tomó el mando de un grupo
de quinientos guardabosques, y vivió en una aldea a la entrada del bosque. Él solía
ofrecerse para guiar a los hombres a través del bosque.
Ahora bien, un día un hombre de Benares, el hijo de un mercader, llegó a la
aldea con una caravana de quinientas carretas. Enviando por el Bodhisatta, le ofreció
mil monedas de oro para que fuera su guía en el bosque.
Él asintió, y recibió el dinero de mano del hijo del mercader; y, desde que lo
recibió, puso por completo su vida al servicio del hijo del mercader. Después lo guió
dentro del bosque.
En medio del bosque, aparecieron quinientos ladrones. Cuando vieron a
aquellos ladrones, todos los componentes de la caravana se echaron al suelo; el
guardabosque-guía solo, gritando y saltando y repartiendo golpes, hizo huir a todos
los quinientos ladrones, y condujo a salvo al hijo del mercader a través del bosque.
Una vez atravesado el bosque, el hijo del mercader hizo acampar a su caravana; le dio
al guardabosque-guía exquisitas comidas de todo tipo, y él mismo, después de comer,
se sentó gratamente a su lado, y habló con él así: “Dime, amigo” – dijo él – “¿cómo fue
posible que en el momento del ataque de los quinientos crueles ladrones, con armas
en sus manos, tú no hayas sentido siquiera un poco de temor en tu corazón?” Y él
recitó la primera estrofa:

Al ver las flechas lanzadas con ímpetu,


empuñadas las espadas de bien templado acero,
en medio de tan gran terror,
con la Muerte dispuesta a atacar,
¿cómo no fuiste dominado por el miedo?

Al oír esto el guardabosque-guía recitó las dos estrofas siguientes:

Al ver las flechas lanzadas con ímpetu,


empuñadas las espadas de bien templado acero,
en medio de tan gran terror,
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con la Muerte dispuesta a atacar,


sentí una enorme y poderosa alegría.

Y, lleno de esa alegría,


derroté a los enemigos;
yo estaba resuelto a morir:
no teniendo apego por la vida,
el Héroe realiza actos heroicos.

De esta manera él, lanzando estas palabras como una lluvia de flechas, y
explicando que había actuado así heroicamente debido a su abandono del deseo de
vivir, se separó del hijo del mercader y regresó a su propia aldea; donde, después de
dar limosnas y hacer el bien, murió yendo al destino que le correspondía de acuerdo
con sus merecimientos.

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Buda manifestó que en esa ocasión Él había sido el guardabosque-guía.
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ÍNDICE DE TÉRMINOS

Avichi (el gran infierno): uno de los infiernos budistas. El infierno es para el budista,
como el cielo, un estado transitorio en el ciclo de las reencarnaciones.

Bodhisatta, en p2li (= Bodhisattva, en sánscrito): es la forma de referirse a Buda


Sh2kyamuni en los J2takas. En sus vidas anteriores, Sh2kyamuni aún no
había alcanzada la Iluminación, no era pues un Buda (buddha), sino que Él era
un ser destinado a la Iluminación.

Brahm2: es el Dios creador del Hinduismo. Para el Budismo el renacer como Dios es
uno de los destinos que pueden tener los seres en su ciclo de reencarnaciones.
Es un buen destino, pero inferior al renacer como hombre, pues es como
hombre que uno puede llegar a la Liberación y al Nirv2na, metas del Budismo.

Brahmán: miembro perteneciente a la casta de los brahmanes o sacerdotes e


intelectuales del Brahmanismo.

Cinco Principios Morales: abstenerse de matar, de robar, de cometer adulterio


(laico) y/o de llevar una vida no casta (monje), de mentir, de ingerir bebidas
intoxicantes.

Conocimiento Supremo: el conocimiento de la Verdad, es decir, de la verdadera


naturaleza de las cosas.

Conocimientos o Conocimientos Extraordinarios: son los propios de los Budas,


como: conocer el pensamiento de los otros, recordar las existencias anteriores,
conocer las reencarnaciones de los otros, la certeza de haber alcanzado la
Liberación.

Cuatro Caminos que conducen al mal: deseo, malevolencia, error y temor.

Cuatro Excelencias: la benevolencia, la compasión, la satisfacción y la ecuanimidad.


Son importantes cualidades morales preconizadas por la ética budista.

Cuatro Grandes Reyes: los que se encuentran en los cuatro puntos cardinales o en
las cuatro regiones del espacio.
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Cuatro Poderes Sobrenaturales. Los Cuatro “Poderes Sobrenaturales”, que posee


un rey, son: la belleza, la larga vida, la buena salud y la popularidad. En el
contexto religioso budista son: la determinación tomada de concentrarse en la
meta, en la voluntad, en los pensamientos, en la reflexión.

Cuatro Sublimes Cualidades: ver Cuatro Excelencias.

Dharma, en sánscrito = Dhamma, en p2li: la Doctrina de Buda.

Dieciocho Artes: carpintería, arquitectura, joyería, mímica, danza, música, poesía,


arquería, etc.

Diez Caminos del Deber Real: hacer donaciones, moralidad, desapego, rectitud,
suavidad, austeridad, carencia de cólera, no-violencia, paciencia y
búsqueda de la armonía.

Disciplina Moral: ver Cinco Principios Morales y Preceptos de la Disciplina


Moral.

Facultades o Facultades Extraordinarias: son las que se obtienen en una


determinada etapa de la meditación: tornarse invisible, caminar sobre el agua,
ascender al cielo, ubicuidad, etc., que el Budismo no considera como una meta
valiosa a alcanzar.

Gran Ser: epíteto del Bodhisattva (= Bodhisatta en p2li); en los J2takas designa a
Buda Sh2kyamuni (= Sakyamuni en p2li).

Jambudv1pa: India.

Kshatriyas: miembros pertenecientes a la casta de los guerreros o gobernantes en el


Hinduismo.

Logros o Logros de la Meditación: ver Ocho Logros de la Meditación.

Maestro: epíteto de Buda.

Mah2-Brahm2: el gran Brahm2.

M2ra, el Maligno: Señor de la sensualidad y de la muerte. Encarnación del mal.


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Ocho Logros de la Meditación: son las ocho etapas de la meditación budista, que
marcan momentos cada vez más profundos de la concentración de la mente.

Omnisciente: epíteto de Buda.

Pachchekabuda: persona que alcanzó el Conocimiento supremo pero no lo comunica


al mundo.

Perfectamente Iluminado: epíteto de Buda.

Poderes Extraordinarios: corresponden a las Facultades Extraordinarias.

Preceptos de la Disciplina Moral: son los Cinco Principios Morales (ver bajo esta
expresión) y además: abstenerse de calumniar, de palabras rudas, de
conversaciones frívolas, de la codicia, de la malevolencia, de adherir a
doctrinas erróneas.

Sakka, Rey de los Dioses: es Indra, uno de los grandes Dioses del Brahmanismo y
del Hinduismo.

Siete Joyas: son los siete “tesoros” que posee un gran rey: el carro imperial, el
consejero real, el elefante, el caballo, la piedra preciosa, la esposa, el jefe del
ejército, dotados todos ellos de las más excelsas cualidades.

Treinta y Tres Dioses: los Dioses del panteón hinduista.

Tres Vedas: Rig Veda, S2ma Veda, Yajur Veda (textos sagrados del Hinduismo).
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ÍNDICE GENERAL

INTRODUCCIÓN.......................................................................................... 2

J"TAKAS

J"TAKA Nº 2: EL DESIERTO.......................................................... 7
La perseverancia y la energía

J"TAKA Nº 9: EL REY MAKH"DEVA......................................... 10


El renunciamiento

J"TAKA Nº 10: LA VIDA FELIZ.................................................... 13


La felicidad derivada del renunciamiento

J"TAKA Nº 12: EL REY DE LOS CIERVOS................................. 16


La compasión, la generosidad y el autosacrificio

J"TAKA Nº 18: EL BANQUETE EN HONOR DE LOS


MUERTOS..................................................................... 21
No matar. La retribución de los actos

J"TAKA Nº 28: EL BUEY GRAN ALEGRÍA................................. 24


No usar palabras rudas

J"TAKA Nº 40: LAS BRASAS DE CARBÓN DE LEÑA


DE ACACIA.................................................................. 27
La generosidad y el valor

J"TAKA Nº 73: LA VERDAD......................................................... 31


La gratitud y la ingratitud

J"TAKA Nº 81: LA BEBIDA........................................................... 37


No embriagarse
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J"TAKA Nº 89: EL FALSO ASCETA............................................. 40


No engañar, no robar

J"TAKA Nº 96: LA VASIJA DE ACEITE...................................... 43


El control de los sentidos y la firmeza

J"TAKA Nº 109: EL PASTELILLO DE TOSCA HARINA.......... 49


Ofrendar de acuerdo con las propias posibilidades.
La generosidad

J"TAKA Nº 120: LA LIBERACIÓN DE LAS ATADURAS........ 51


La veracidad, la justicia y la compasión

J"TAKA Nº 124: EL ÁRBOL DE MANGO................................... 56


La compasión, la gratitud, y el esfuerzo por hacer el bien

J"TAKA Nº 144: LA COLA DEL BUEY....................................... 58


La falta de poder del Dios del Fuego.
La liberación de las falsas creencias

J"TAKA Nº 151: LA ENSEÑANZA DEL REY DE BENARES.... 60


Las verdaderas virtudes

J"TAKA Nº 156: EL PRÍNCIPE VALIENTE.................................. 64


La gratitud, la amistad, la fortaleza, la energía

J"TAKA Nº 167: EL ASCETA SAMIDDHI, “ÉXITO SEGURO”. 70


El tiempo para el perfeccionamiento es escaso
y no debe ser desperdiciado

J"TAKA Nº 169: EL MAESTRO ARAKA....................................... 72


La benevolencia y la compasión

J"TAKA Nº 181: EL PRÍNCIPE SIN PAR...................................... 74


El renunciamiento. La no-violencia. El autocontrol
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J"TAKA Nº 185: LA INCAPACIDAD DE VIVIR EN SOLEDAD.79


La vida de familia es incompatible con la vida religiosa

J"TAKA Nº 194: EL LADRÓN DE LA JOYA................................. 81


No desear a la mujer ajena.
No atentar contra la vida de otro

J"TAKA Nº 201: LA PRISIÓN DE LOS DESEOS.......................... 86


Las ataduras de la vida de familia. El renunciamiento

J"TAKA Nº 228: EL ESCLAVO DE LA CODICIA........................ 88


El mal de la codicia

J"TAKA Nº 234: LA ASCETA ASIT"BH<.................................... 92


La doctrina de Buda es un refugio.
Daño causado por la búsqueda del placer

J"TAKA Nº 235: EL ASCETA VACCHANAKHA......................... 94


Males que agobian al jefe de familia.
Superioridad de la vida del asceta

J"TAKA Nº 244: LA ELIMINACIÓN DE LOS DESEOS............... 96


Elogio de la carencia de deseos

J"TAKA Nº 251: EL PENSAMIENTO SUBYUGADO


POR LA PASIÓN........................................................... 98
La sensualidad debe ser controlada por la mente

J"TAKA Nº 258: EL GRAN REY MANDH"T".......................... 104


El deseo es insaciable y es fuente de dolor

J"TAKA Nº 265: LA FLECHA........................................................ 108


El desapego, fuente de valor y energía

INDICE DE TÉRMINOS............................................................................. 111


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INDICE GENERAL..................................................................................... 115

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