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Poder Judicial de la Nación

Año del Bicentenario


Bicentenario

//mero: 28/10-C Rosario, 6 de abril de 2010.-


Visto, en Acuerdo de la Sala “A” el
expediente nro. 467-C de entrada, caratulado: “Strembel
Sourigues, Carlos A. c/ González, Vicente s/ daños y
perjuicios” (nro. 85.912 del Juzgado Federal nro. 1 de esta
ciudad) del que resulta:
El Dr. Fernando Lorenzo Barbará dijo:
1.- Vienen los autos a esta instancia
en virtud de los recursos de apelación interpuestos y fundados
por la demandada (fs. 314 y 334/337) y por la actora (fs.
316/vta. y 327/332), contra la resolución nro. 73 de fecha 29
de agosto de 2008 que hizo lugar parcialmente a la demanda,
condenando a Vicente González al pago del daño emergente y
distribuyendo las costas en un 80% a la demandada y en un 20% a
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la actora (fs. 307/311).


Concedidos los recursos en modo libre
(fs. 315 y 317), se elevaron los presentes a esta Sala “A” (fs.
325), ordenándose el pase de los autos al Acuerdo, por lo que
quedan a estudio (fs. 347).
2.- Se agravia la actora en primer
lugar del encuadre que realiza el a quo de la relación jurídica
sustancial habida entre el actor y el demandado al entender que
la cuestión a dirimir recae en la órbita de la responsabilidad
precontractual, situación que dificulta o limita la procedencia
de la reparación plena derivada de la inejecución contractual.
Destaca que el expreso reconocimiento
de la accionada sobre la existencia de un vínculo negocial
entre las partes, más allá de los nombres que le asigna, no
dejan dudas sobre la existencia del contrato que las unía y
cuyo incumplimiento ha originado la presente reclamación
judicial.
En segundo término se queja de que se
haya hecho lugar solamente al daño emergente como único rubro
comprendido dentro del denominado “interés de confianza”
afectado en este tipo de responsabilidad porque –dice- en los
supuestos de culpa “in contrahendo o precontractual”, el
resarcimiento debe cubrir el daño emergente y la pérdida de
posibilidad o chance de ganancia.
Sostiene que la inconducta adoptada por
el demandado frustró la posibilidad cierta de percibir el
importe de $20.000.- convenido por las partes, dando lugar a la
procedencia del daño reclamado bajo el nombre lucro cesante.
Finalmente destaca que el juzgador
incurre en un error al ordenar descontar de los $40.000.- (“que
equivale a lo que resta para alcanzar el monto determinado por
el actor en concepto de honorarios por la entrega del proyecto
terminado”), los pagos a cuenta realizados por González.
Asimismo, introduce la cuestión
constitucional.
3.- Por su parte la demandada expresa
que la sentencia de baja instancia viola el principio de
congruencia toda vez que el juzgador introduce de oficio un
tema jamás planteado por la actora, la responsabilidad
precontractual. En este sentido, manifiesta que en autos lo
único demostrado es que el extinto Strembel Sourigues le hizo
una oferta a González, pero esa oferta jamás fue aceptada, no
hubo perfección del consentimiento y por ende no hubo contrato.
Expresa que la responsabilidad
precontractual tiene presupuestos distintos a la
responsabilidad contractual, con regímenes de carga de la
prueba y prescripción diferentes y que ahora, frente a la
condena basada en presupuestos ingresados de oficio por el a
quo, su parte quedó en estado de indefensión total.
Finalmente se queja de la distribución
de las costas y mantiene el caso federal.
Y CONSIDERANDO:
1.- Habida cuenta de que ambas partes
han recurrido la sentencia de mérito, aclaro que habré de
abordar sus respectivos agravios comenzando por los de la
perdidosa, dado que como ha postulado el rechazo total de la
demanda, el resultado que arroje la revisión de aquéllos podría
tener incidencia sobre el análisis de los expuestos por su
contraria parcialmente gananciosa en baja sede y hasta llegar a
tornar inoficioso su tratamiento. De tal suerte entiendo que el
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orden de estudio que acabo de anticipar se impone


necesariamente.
2.- Sobre los agravios de la condenada:
Como primera observación creo oportuno destacar que no puede
admitirse la afirmación de la parcialmente perdidosa recurrente
de fojas 335, conforme a la cual entre las partes no habría
habido más que un mero cruce de propuestas y ofertas nunca
aceptadas. Porque obran en autos constancias varias,
adecuadamente reseñadas por el a quo, que revelan algo muy
distinto que, cuanto menos, puede ser tenido como principio de
ejecución o cumplimiento parcial.
2.1.- Cierto es que el CPCCN consagra
lo que llama “principio de congruencia”, tanto en el inciso 4)
de su artículo 34 como en el 6º del artículo 163. En la
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pretendida violación de tal regla procesal ha fundado su


argumento recursivo central la recurrente, afirmando que ha
sido el sentenciante quien introdujera en el pleito la cuestión
relativa a la responsabilidad precontractual. Esto, según la
impugnante habría colocado a su parte en situación de
indefensión total, por no haberle permitido refutar supuestos
argumentos, con lo que se habrían quebrado elementales reglas
del debido proceso (fs. 336vta. in fine).
Sin embargo, a poco que se vuelva sobre
el responde a la demanda (fs. 96 y siguientes), se advierte que
fue -precisamente- la accionada la primera en calificar los
hechos de autos como “pre-contrato” o “contrato preliminar”
(fs. 98vta. párrafo primero), especificando sobre el final de
la misma foja: “… cabría intuir que Strembel Sourigues quisiera
apuntar a responsabilizar al Sr. González dentro de lo que
doctrinariamente se llama responsabilidad precontractual”,
negando enfáticamente que su parte hubiera incurrido en tal
tipo de responsabilidad. Asimismo, tanto en la pieza que acabo
de indicar como en los agravios expuestos por ante esta sala ha
quedado puesto de manifiesto que la recurrente tiene
perfectamente presentes cuales son los factores subjetivos de
atribución de una responsabilidad del tipo de la que resiste y
que ha argumentado en torno a ellos, de suerte tal que su queja
por supuesta indefensión y/o alteración de las reglas del
proceso no puede ser admitida en función de tales razones.
2.2.- De todos modos y ante el concreto
y fundado planteo de la impugnante se impone analizar si el
temperamento del a quo, más allá del análisis precedente,
presenta los visos reprochados de defecto de congruencia.
En el caso, a estar a los términos y
argumentos de la impugnante, se trataría de incongruencia por
haber resuelto, el pronunciamiento en crisis, extra petita,
concediendo una reparación no reclamada, violando de tal modo
la antigua regla ne eat iudex extra petita partium (así
Palacio, Lino E. y Alvarado Velloso, Adolfo en: “Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación explicado …”, Rubinzal-
Culzoni, Santa Fe, 1992, Tº segundo, página 137). Como resumen
jurisprudencial pacífico del concepto que nos ocupa, los
autores que acabo de citar incluyeron en la misma obra el
siguiente sumario: “… el vicio de incongruencia aparece en la
sentencia cuando el juez falla acerca de un punto no sometido a
su decisión” (página 140).
En nuestro caso el actor reclamó una
indemnización del accionado atribuyéndole a éste la
responsabilidad de su pago, mientras el sentenciante concedióle
a aquél -parcialmente- la reparación pretendida, en base a los
hechos y probanzas presentados y expuestos por el reclamante,
cargando sobre el demandado la obligación de pago. De modo
entonces que, cuanto menos en mi parecer, no ha mediado en el
pronunciamiento en crisis el descalificante vicio que la
impugnante le atribuye, sino que el juez de grado sólo ha
modificado la calificación jurídica de la situación fáctica,
para lo cual lo autoriza el inciso 6) del artículo 163 del
CPCCN, haciendo lugar al resarcimiento perseguido por el
accionante y no a otra cosa.
En este sentido ha sostenido la mejor
doctrina procesalista civil, mucho antes de ahora, que “La
sentencia es en sí misma un juicio; una operación de carácter
crítico. El juez elige entre la tesis del actor y la del
demandado (o eventualmente una tercera) la solución que le
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parece ajustada a derecho a la justicia” (Couture, Eduardo J.


en: “Fundamentos del Derecho Procesal Civil”, Depalma, Buenos
Aires, tercera edición – póstuma, reimpresión inalterada, 1987,
página 279, el subrayado es de mi autoría).
También se ha dicho que “La congruencia
supone atenerse a lo pedido por las partes, y se concreta y
refiere a lo que se pide en el `súplico` de los escritos de
alegaciones, y a lo que dispone el `fallo` de las sentencias,
no a los razonamientos que las preceden. La congruencia no
impide la posibilidad de aplicar, el juez o magistrado, normas
distintas de las alegadas por las partes, pudiendo, incluso,
rectificar errores de técnica jurídica en que éstas hubieran
incurrido. Por otra parte, las expresiones pueden ser
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diferentes, con tal de que coincidan sustancialmente con las


pretensiones formuladas, pudiendo agregarse al fallo extremos
accesorios que coadyuven a su efectividad. La doctrina legal ha
tenido múltiples ocasiones para precisar este aspecto de la
sentencia” (Rodríguez Aguilera, Cesáreo en: “La sentencia”,
Bosch, Barcelona, 1974, página 54. El subrayado es de mi
autoría).
2.3.- Asimismo en lo que hace a las
consideraciones de esta recurrente, la parcialmente perdidosa,
conforme a las cuales a su parte se le habría impedido
articular excepción de prescripción, entiendo que tampoco puede
ser acogida. Esto por cuanto del mismo modo que al responder la
demanda, en los pasajes que ya he indicado, merced a lo que
llamó “principio procesal de eventualidad” (fojas 98vta. último
párrafo), refutó la posibilidad de que la reparación pretendida
pudiera ser encuadrada como responsabilidad precontractual,
pudo entonces haber opuesto con idéntico alcance subsidiario,
la excepción o defensa de marras.
Cierto es que, como lo sostiene la
impugnante, nuestra ley sustancial positiva no presume la culpa
en materia precontractual. Mas ello no empece que las
circunstancias del caso, la prueba colectada y la actitud de
las partes autoricen una presunción hominis del juzgador. En
este sentido creo relevante tener en cuenta que el accionado no
dio razón alguna de su postura reticente a partir de un
determinado momento y luego de que las negociaciones se
encontraran harto avanzadas, como no sea el haberse encerrado
en que sólo se habría tratado de meras propuestas que nunca
aceptó, extremo este que los pagos que realizara autorizan a
descartar o cuanto menos a relativizar.
2.4.- Volviendo ahora al factor de
atribución de responsabilidad subjetiva a González, insiste su
representación sobre finales de fojas 336vta. que fue el
sentenciante quien los introdujo de oficio. Sin embargo esto no
fue así. Porque puede verse en el propio escrito inicial,
concretamente en el segundo párrafo de fojas 75, que la
accionante imputó a González haber actuado “maliciosamente”, al
tiempo que a fojas 75vta. y 76 lucen recurrentes alusiones que
remiten, de modo inequívoco, a un concreto reproche por
violación de la buena fe negocial.
Obsérvese al respecto que al absolver
posiciones en extraña jurisdicción González negó hasta el pago
de los $20.000.- (fs. 234, respuestas 6 y 11 del pliego de
fojas 233 y vta.), siendo que la cuestión ya no era tema de
prueba en este proceso porque su representación la había
admitido al responder la demanda (fojas 98), bien que
asignándole otro significado. Y antes aun, si nos atenemos a
las constancias de fojas 63/5, también el propio González había
reconocido los pagos de marras (respuestas a las posiciones 9 y
14 del pliego de fojas 63).
De todas maneras, no se ha exigido
doctrinaria ni jurisprudencialmente la existencia de dolo en la
actitud de quien rompe intempestivamente las negociaciones
avanzadas de un contrato (aun sin principio de ejecución como
lo hubo en el presente caso), para endilgarle responsabilidad
resarcitoria. Por el contrario, desde mucho antes de ahora se
viene afirmando que “No se requiere una omisión dolosa del
deber de diligencia, sino que basta la mera negligencia” (así
Borda, Guillermo A. en: “Tratado de Derecho Civil argentino,
obligaciones II”, Perrot, Buenos Aires, 1971, tercera edición
actualizada y ampliada, página 165, en la que refiere que
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comparten la misma postura otros autores como Spota y Brebbia.


Agregando que Fagella ni siquiera cree necesaria la existencia
de culpa; para él la responsabilidad tiene su fundamento en la
violación del acuerdo concluido expresa o tácitamente entre las
partes).
Por lo demás, volviendo a la cuestión
relativa a la congruencia, siempre cabe tener en cuenta que en
el ejercicio de la función jurisdiccional “No hay neutralidad
en el proceso, sino búsqueda de la justicia del caso, con lo
cual el juez tiene amplias facultades para lograrla, ya que
ello es presupuesto de la efectividad” (Lorenzetti, Ricardo L.
en: “Teoría de la decisión judicial. Fundamentos de derecho”,
Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2008, primera edición, primera
reimpresión, página 159).
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De modo entonces que en mérito a las


sucintas razones que hasta aquí he desbrozado postularé al
acuerdo el rechazo de los agravios de esta parte, excepto el
relativo a las costas, que por razones metodológicas trataré
luego de contemplar las argumentaciones impugnativas de su
contraria.
3.- Acerca de los agravios de la actora
parcialmente gananciosa: Al planteo de incongruencia de esta
apelante le son aplicables las mismas consideraciones
efectuadas precedentemente con relación a idéntico argumento de
su contraria, razón por la cual a ellas me remito.
3.1.- Ahora bien. Todo indica que el a
quo siguió en la materia las enseñanzas de Ihering (en: “De la
faute in contrahendo ou des dommges-interéts dans les
conventions nulles ou restées imparfaites”, en Oeuvers
Choisies, Tº 1, París, 1893, según cita de Bustamante Alsina,
Jorge en: “Teoría general de la responsabilidad civil”,
Abeledo-Perrot, Buenos Aires, novena edición ampliada y
actualizada, 1997, página 102), que no es otra cosa que una
doctrina contractualista (de la culpa in contraendo). De modo
que por este aspecto la impugnación en trato no resultaría
admisible.
Por otra parte, dado que el
sentenciante declaró que sólo haría lugar a la reparación del
“interés negativo”, su decisión fue consecuente con lo que se
entiende por tal, que sería lo que generalmente se
conceptualiza como “daño emergente”, que en realidad fue todo
lo que reclamó la actora fuera del daño moral que también
pretendiera.
3.2.- En cuanto a nuestra doctrina y
jurisprudencia mayoritaria, que adopta la tesis
extracontractualista, no por ello confiere una menor extensión
a la reparación debida en casos como el presente, con base en
el artículo 1.109 del Código Civil y también de los artículos
901 a 904 del mismo digesto sustancial. De tal suerte, sea
desde la óptica contractual como de la extracontractual, la
actora pudo aspirar a la última cuota de $20.000.- que el
frustrado contrato preveía para cuando la planta estuviera en
funcionamiento. Se trataría de una reparación encuadrable, en
materia de daños y perjuicios resarcibles, como “lucro
cesante”, pero su procedencia habría demandado el efectivo
acaecimiento del extremo que lo tornara operativo, es decir, la
puesta en funcionamiento de la mentada planta. Sin embargo, en
autos no sólo no se probó este hipotético y potencial hecho,
sino que ni siquiera resultó afirmado. De modo entonces que
resultaría un exceso imponerle al accionado una reparación
basada en un acontecimiento que se ignora haya ocurrido, se
presume no ha ocurrido y se desconoce por completo si ello
obedeció a alguna negligencia del condenado o bien a las
dificultades de financiamiento que rondaron a las negociaciones
o hasta a cualquiera otra causa diversa que no le fuera
reprochable. A todas luces pareciera insostenible que la actora
pretendiera encontrarse, respecto del monto al que estoy
refiriendo, en mejor situación, dada la frustración del
contrato, que aquella en la que hubiera estado si la convención
no caía, sin perjuicio de lo cual la planta no se terminaba o
no se ponía en funcionamiento.
3.3.- En definitiva es por las razones
precedentes que estimo deben ser rechazados los agravios de la
apelante parcialmente gananciosa, excepto en lo relativo al
quantum del resarcimiento concedido a título de daño emergente.
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Porque considero que en este aspecto esta recurrente ha


interpretado erróneamente el pertinente párrafo de la sentencia
que, debo admitirlo, no está exento de cierta anfibología. En
efecto, al afirmar el sentenciante que los $40.000.- era el
importe que restaba “… para alcanzar el monto determinado por
el actor … por la entrega del proyecto terminado …”, sin duda
quiso decir: “para alcanzar el monto de lo pactado en el
contrato hasta el momento de la entrega del proyecto
terminado”, que eran los $40.000.- de la celebración y los
$20.000.- a la entrega del proyecto. En otros términos: la suma
de $40.000.- no fue pactada “… en concepto de honorarios por la
entrega del proyecto terminado…”, como surgiría de la
literalidad de lo que acabo de transcribir. Sino que como puede
verse en la cláusula 7ª a la que el a quo remite, lo que
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correspondía en tal momento era el 25% de U$s80.000.-, es decir


U$s20.000.-. De modo entonces que para despejar toda duda
resulta conveniente dejar expresamente aclarado que el importe
que la sentencia en crisis mandó indemnizar es el de $40.000.-,
al que no corresponde descontarle monto alguno, a lo que agrego
que tal solución es la que considero justa aun cuando pudiera
entenderse que el juez de grado efectivamente quiso afirmar lo
que la recurrente gananciosa interpretó.
También aclaro que omito toda
consideración relativa al daño moral originariamente pretendido
por la accionante, habida cuenta que ningún agravió específico
por el rubro se sostuvo en la pieza procesal tratada, al punto
que ni siquiera se lo mencionó.
4.- En cuanto a las costas cuestionadas
por la parcialmente condenada, en función de lo que anticipara
al respecto al dar tratamiento a sus agravios, corresponde que
ahora me expida acerca de ellas.
Sabido es que la proporcionalidad a la
que refieren normas como la del artículo 71 del CPCCN, no deben
ser interpretadas desde una óptica estrictamente aritmética,
sino contemplando también los rubros o pretensiones sostenidas
por las partes. En el caso, cuanto menos desde mi punto de
vista, teniendo en cuenta los dos aspectos a considerar a que
acabo de hacer referencia, cabe concederle razón a la
perdidosa, ya que la proporción de costas distribuidas por el a
quo no armoniza plenamente, en ningún sentido, con las pautas
de marras. Por ello, apreciando el quantum del rubro concedido,
cuya confirmación postulo, con la aclaración que he hecho, que
no resultaron admitidos ni el lucro cesante ni el daño moral,
estimo como equitativo imponerle a la demandada el sesenta por
ciento (60%) de las costas de ambas instancias, y el restante
cuarenta por ciento (40%) a su contraria. Así voto.
El Dr. Carlos Carrillo adhiere al voto
que antecede.
Por tanto,
S E R E S U E L V E:
1.- Confirmar la Resolución N° 73 de fecha 29 de agosto de 2008
obrante a fojas 307/311, con las aclaraciones del Considerando
3.- 2.- Imponer las costas de ambas instancias a la demandada
en el sesenta por ciento (60%), y el restante cuarenta por
ciento (40%) a su contraria (artículo 71 del CPCCN). 3.-
Regular los honorarios de los profesionales actuantes en el 25%
de lo que se fije en primera instancia. Insértese, hágase
saber, y devuélvanse los autos al Juzgado de origen. No
participa del Acuerdo que antecede la Dra. Liliana Arribillaga
por encontrarse en uso de licencia.
Gl
Fernando Barbará – Carlos Carrillo (Jueces)
Patricia Calvi (Secretaria)

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