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El cerebro no es un órgano rígido.

Puede cambiar, regenerarse y curarse a sí mismo cuando es


convenientemente estimulado. El descubrimiento de esta llamada «neuroplasticidad» constituye
un avance revolucionario en el campo de la neurociencia y sus aplicaciones están en la vanguardia
de la práctica médica. El psiquiatra e investigador Norman Doidge ha estudiado este campo y
entrevistado a los grandes científicos que lo aplican y a sus pacientes. El resultado es una
conmovedora colección de casos médicos reales donde se relatan los asombrosos progresos de
pacientes con daños neurológicos en su momento diagnosticados como irreparables.

El cerebro suele ser descrito como la máquina más compleja y perfecta del Universo. Tras las
investigaciones que se detallan en El cerebro se cambia a sí mismo, la afirmación dejará de parecer
a muchos hiperbólica para convertirse en una realidad evidente.

Pese a la importancia del cerebro, el estudio científico del mismo tiene sus orígenes en los finales
del siglo XIX y principios del XX, a través de la obra de investigadores que, al hilo de pacientes que
habían sufrido diversas malformaciones, atrofias y desarreglos en una gran parte de su cerebro,
comprobaron que existía una relación directa entre la zona del cerebro afectada y funciones
concretas (aparato locomotor, vista, habla, etc).

Los seguidores de estos pioneros forjaron sobre esa base la teoría del localizacionismo que
consiste en atribuir a partes concretas del cerebro, funciones concretas. Así, la capacidad olfativa
se situaba en los lóbulos centrales, de manera que la pérdida o deterioro de aquellos conllevaba la
irremediable pérdida del sentido olfativo, y así sucesivamente con el resto de funciones.

De este modo, los investigadores crearon "mapas cerebrales" en los que se ubicaron todas las
funciones relevantes del ser humano, lo que ha permitido un notable conocimiento de las lesiones
cerebrales, derrames, etc. Sin embargo, el localizacionismo lleva asociado un terrible
inconveniente: sólo es útil para describir situaciones y justifica la imposibilidad de revertir los
hechos. Así, una persona que pierda la movilidad de la mano derecha, nunca podrá recuperarla.

Como suele ocurrir, el localizacionismo se institucionalizó a lo largo del siglo XX en torno a su


propio dogma no admitiéndose la disidencia y descartando como rarezas y casos particulares
aquellos experimentos y pruebas clínicas que ponían de manifiesto una realidad diferente. Sin
embargo, la realidad acaba por imponerse tercamente y, desde el último tercio del pasado siglo, la
acumulación de datos en contra del localizacionismo ha permitido que investigadores
independientes y abiertos hayan desarrollado una nueva forma de entender el cerebro, opuesta a
la de los localizacionistas: la neuroplasticidad.

¿Qué entendemos por plasticidad? Al igual que un plástico, capaz de adaptarse a diversas formas,
de estirarse (hasta cierto punto) y recogerse, el cerebro no es una realidad única e inmutable. El
cerebro está en continuo cambio. Los localizacionistas admitían esta plasticidad pero únicamente
durante un breve periodo de tiempo tras el nacimiento del bebé. En pocos años, el cerebro se
solidificaba y la única modificación que se podía esperar en él era el declive según se avanzaba en
edad. Los partidarios de la nueva teoría defienden que el cerebro es capaz de reorganizarse
durante toda su vida. Las funciones pueden ubicarse en otras áreas del cerebro si es preciso, las
conexiones neuronales se adaptan, en ocasiones, en un breve espacio de tiempo.

¿Y cuáles son las implicaciones de esta nueva teoría? Pongamos un ejemplo: la clínica del Dr. Taub.
Los afectados por derrames cerebrales que han visto limitada la movilidad de la parte izquierda (o
derecha de su cuerpo) reciben terapia durante un periodo de unas dos semanas (se está
estudiando si el aumento de este plazo trae consigo mejoras sustanciales en los resultados) en el
que, de manera intensiva, hacen ejercicios seis horas al día. Estos ejercicios son progresivos y se
centran en el empleo de las partes del cuerpo afectadas. Así, para evitar el uso de la mano sana,
deben llevar puesto continuamente en la misma un guante de béisbol. El sorprendente resultado
es que estas personas, forzadas a utilizar los miembros "lisiados", recuperan gran parte de la
movilidad de los mismos.

Las terapias convencionales en estos casos no son tan intensivas (apenas una hora al día, con
ejercicios repetitivos, no progresivos) y tratan de potenciar la "compensación", esto es, enseñan a
desarrollar estrategias que ayuden a suplir la deficiencia ocasionada por la lesión cerebral.

Esta terapia compensatoria se ha venido empleando en multitud de problemas neurológicos, por


ejemplo en casos de problemas de aprendizaje. Sin embargo, si a raíz de una lesión, el cerebro
percibe que un órgano no responde, en poco tiempo se adaptará (ley de no uso) y dejará de emitir
señales para dicha función.. Al tratar de forzar el uso de la función afectada, el cerebro logra
desarrollar las conexiones precisas para emitir sus señales.

Por simplificar, todos sabemos que si nos rompemos una mano, la terapia que debemos hacer es
la de ejercitarla para que recupere su fuerza y movilidad. Sabemos que si no lo hacemos y
empleamos la mano sana en todas las tareas, difícilmente recuperaremos la mano lesionada. Pues
bien, precisamente en eso consistía la terapia tradicional para lesiones cerebrales, consecuencia
lógica del localizacionismo, según el cuál era imposible recuperar las funciones ubicadas en las
partes dañadas del cerebro.

Por tanto, el cerebro sólo está a la espera de recibir los estímulos precisos para reconstruir
circuitos y recuperar funciones. El autor nos describe experimentos en los que se trata de
“recuperar” la vista a ciegos mediante la aplicación de impulsos eléctricos en la espalda que
reconducen al cerebro las sensaciones que antes se percibían a través de los ojos, o cómo se
ayuda a una mujer a recupera su sentido perdido del equilibrio.

Toda la neuroplasticidad puede resumirse de una manera simplista en dos expresiones: aquéllas
neuronas que emiten al mismo tiempo, acaban por conectarse; las neuronas que se activan por
separado, terminan por desconectarse.
Incluso, según defiende el científico de origen español, Álvaro Pascual-Leone, el propio
pensamiento, la imaginación, pueden llegar a producir cambios en la estructura del cerebro.
Personas que se imaginan tocando un instrumento durante el mismo tiempo en el que otros
efectivamente practican sobre un instrumento real, muestran similares niveles de destreza.
Pascual-Leone también ha conseguido demostrar que es posible, mediante campos magnéticos
intracraneales, mover partes de nuestro cuerpo de manera totalmente involuntaria.

Norman Doidge es psiquiatra y psicoanalista lo que le permite abordar este tema con amenidad
pero desde la seriedad de quien conoce aquello de lo que habla. El libro se organiza en torno a 11
capítulos, cada uno de los cuáles explora alguna faceta distinta de la teoría de la plasticidad, bien
desde un punto de vista teórico o de las aplicaciones de la misma.

El final del libro recoge dos interesantes Apéndices. El primero de ellos, es una reflexión sobre el
concepto de cultura. Tradicionalmente se distingue a los animales de los hombres (y grandes
simios) porque estos últimos, gracias a su cerebro superior, generan cultura y la transmiten. La
neuroplasticidad permite abrir una vía bidireccional: el cerebro crea cultura, pero al tiempo, la
cultura y el entorno, influyen el cerebro y lo transforman. Se reflexiona sobre el tipo de
aproximación a la realidad propio de Oriente (más global, preocupado por la integración de
diversos elementos en el conjunto) y Occidente (analítico, centrado en los detalles). Experimentos
con inmigrantes han permitido verificar que estas estructuras pueden modificarse y adaptarse en
función del entorno. La sublimación de los instintos animales encuentra también su explicación a
través de la neuroplasticidad: es el cerebro el que aprende a reorganizarse superando el estadio
de cazador-recolector. Doidge introduce otros elementos de reflexión como son el papel de los
medios de comunicación y sus técnicas en los crecientes problemas de déficit de atención de los
jóvenes, precisamente debido a la neuroplasticidad.

El segundo apéndice reflexiona sobre la idea de perfectibilidad del ser humano y la consiguiente
traslación a la idea de progreso. La plasticidad permite defender estas ideas, pero a la vez pone de
manifiesto el alto riesgo que supone esta capacidad del cerebro de adaptarse a los estímulos
externos, en manos de dictaduras o sectas que buscan la manipulación y el control de las mentes.

Finalmente, 70 páginas de notas permiten adentrarse con más profundidad en aquello que el
lector desee, así como consultar la bibliografía más moderna en la materia.

Como toda explicación novedosa y rupturista con el pensamiento convencional, la


neuroplasticidad deberá luchar por acreditar sus afirmaciones y obtener el reconocimiento de la
comunidad científica. Sin duda, y de ser generalizables los experimentos y terapias que en este
libro se describen, ciertamente se abre una nueva etapa no sólo en la comprensión de nuestra
propia fisiología sino en las posibilidades de una vida más plena y consciente. Las aplicaciones de
estas nuevas teorías no sólo abarcan el campo de las lesiones cerebrales; el rejuvenecimiento del
cerebro o la superación de los conflictos de la creciente globalización podrán son tierra fértil para
los investigadores que aparecen mencionados en este libro y para los que estén por llegar.

Resumen y sinópsis de El cerebro se cambia a sí mismo


de Norman Doidge
Durante más de cuatro décadas la ciencia y la medicina tradicionales defendieron la
inmutabilidad como característica propia de la anatomía del cerebro. La idea más extendida
era que el entendimiento humano sólo se modificaba en la niñez y tras ésta únicamente
cambiaba para iniciar un proceso de deterioro. Hoy día los avances en el campo de la
neurociencia y la observación de pacientes con lesiones cerebrales irreparables —además
del interés de personas anónimas por mejorar la calidad de sus mentes— evidencian lo
contrario y demuestran que un cerebro dañado puede reorganizarse si alguna de sus partes
deja de funcionar, y cambiar su estructura y función a través de la actividad y el
pensamiento.

El psiquiatra e investigador Norman Doidge nos descubre una vía de estudio científico que
podría pertenecer al territorio de la fantasía y a través de casos clínicos reales, llenos de
ternura y superación, nos acerca a las teorías más innovadoras y revolucionarias de la
neuroplasticidad.

El cerebro se cambia a sí mismo es un esperanzador retrato de la incalculable


permeabilidad del cerebro humano.

QUE ES LA MENTE

1. Sufijo de origen latino que forma adverbios de modo a partir de adjetivos en su


forma femenina.

"buenamente, rápidamente, seguramente"

La mente es el conjunto de facultades cognitivas ( i.e., mentales) que engloban procesos


como la percepción, el pensamiento, la conciencia, la memoria, etc., algunas de las cuales
son características del humano y otras son compartidas con otras formas de vida. Este
conjunto de procesos debe ser diferenciado de los estados mentales, tales como los deseos,
la sensación de dolor o las creencias, que son instancias, tipos o ejemplos de dichos
procesos.1
A lo largo de la historia este concepto de mente ha sido concebido como: ontológicamente
en diferentes categorías (como una sustancia distinta del cuerpo, una parte, un proceso, o
una propiedad).23 Sin embargo, las concepciones dominantes actuales, ambas materialistas,
se engloban en la teoría de la identidad mente-cerebro y el funcionalismo.

La mente es concebida o tratada como tres tipos de procesos: los conscientes, los
inconscientes y los procedimentales. Algunos científicos sugieren la idea de que la mente es
un resultado de la actividad del cerebro, por poder localizar ciertos procesos del individuo
en regiones concretas, tales como el hipocampo, cuyos daños implican un daño en el
proceso de la memoria.4 Sin embargo, la cuestión no ha sido zanjada, en parte debido al
hecho de que la mente como categoría engloba distintos procesos y estados, y corroborar la
naturaleza de uno de ellos no implica a la de todos.

Como objeto de estudio, la mente ha sido tratada por la psicología desde sus inicios, y su
conceptualización está presente en casi todas las teorías psicológicas

La inteligencia emocional es la capacidad para identificar, entender y manejar las


emociones correctamente, de un modo que facilite las relaciones con los demás, la
consecución de metas y objetivos, el manejo del estrés o la superación de obstáculos.

Ante cualquier acontecimiento que suceda en tu vida, las emociones, tanto positivas como
negativas, van a estar ahí, y pueden servirte de ayuda y hacerte feliz o hundirte en el dolor
más absoluto, según cómo sea tu capacidad para manejarlas.

Las personas con una alta inteligencia emocional no necesariamente tienen menos
emociones negativas, sino que, cuando aparecen, saben manejarlas mejor. Tienen también
una mayor capacidad para identificarlas y saber qué es lo que están sintiendo exactamente y
también una alta capacidad para identificar qué sienten los demás. Al identificar y entender
mejor las emociones, son capaces de utilizarlas para relacionarse mejor con los demás
(empatía), tener más éxito en su trabajo y llevar vidas más satisfactorias.

Características de las personas con una inteligencia emocional alta

- Identificar las propias emociones. Son capaces de identificar sus emociones y saber lo que
están sintiendo en cada momento y porqué, y darse cuenta de cómo influyen en su
comportamiento y en su pensamiento.

- Manejo de las emociones. Son capaces de controlar sus impulsos, no se dejan llevar
fácilmente por estallidos emocionales, saben calmarse a sí mismos cuando sus emociones
son especialmente negativas e intensas y saben adaptarse a las circunstancias cambiantes.

- Identificar las emociones de los demás. Tienen una alta capacidad para entender las
emociones, necesidades y preocupaciones de los demás, saben ponerse en el lugar del otro
y entender puntos de vista diferentes a los propios. Tienen una alta capacidad para
reconocer la dinámica de un grupo, para relacionarse con los demás, pues saben cómo se
sienten y pueden actuar en base a ello del mejor modo posible.

Por este motivo, los demás se encuentran a gusto a su lado, pues se sienten comprendidos y
respetados. Tienen también una alta capacidad para mantener buenas relaciones, influir en
los demás, comunicarse con claridad, manejar conflictos y trabajar en equipo. Así pues, es
frecuente que tengan también una alta inteligencia social.

La importancia de la inteligencia emocional

Las personas con más éxito en sus vidas son aquellas con una inteligencia emocional más
alta, no necesariamente las que tienen un CI más alto. Esto es debido a que las emociones,
cuando no se manejan correctamente, pueden acabar destrozando la vida de una persona,
impedirle tener relaciones satisfactorias, limitar su progreso en el trabajo, etc. En general, la
inteligencia emocional:

- Ayuda a triunfar en todas aquellas áreas de la vida que implican relacionarse con los
demás y favorece el mantenimiento de relaciones más satisfactorias.

- Ayuda a mantener una mejor salud al ser capaces de manejar mejor el estrés y las
emociones negativas como ansiedad, sin dejar que les afecten el exceso o durante
demasiado tiempo. El estrés no manejado correctamente puede repercutir negativamente en
la salud mental, haciendo que seas más vulnerable a los trastornos de ansiedad y depresión.

Además, la persona que no maneja bien sus emociones tiene muchos más altibajos
emocionales y cambios de humor que perjudican sus relaciones y su funcionamiento.

- Ayuda a relacionarse mejor con los demás. Las personas con una alta inteligencia
emocional son más capaces de expresar lo que sienten a los demás y entender lo que sienten
los otros. Esto les permite comunicarse de manera más efectiva y crear relaciones más
profundas, tanto en la vida personal como profesional.

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