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La puta y el ciu d a d an o
Traducción de Cathy Ginard Féron
La puta y el ciudadano. La prostitución en Amsterdam
en los siglos XVII y XVIII, transcurre en las oscuras
calles de la tercera ciudad más Importante de Europa
en aquel entonces. Es la historia de la precaria super
vivencia de sus protagonistas; de la corrupción policial;
de las protestas del clero calvinista; de inm igrantes per
m anentem ente pobres y m arineros esporádicam ente
ricos; de m ujeres que bregaban por sobrevivir sin los
hombres, que m archaban a ultramar. En aquel mundo,
la prostitución cum plía una Importante función.
'■c o m e te r p u ta ís m o c o n e l p in to r R e m b ra n d t» . R e m b ra n d t la d e fe n d ió y
6HDOLHQWDODUHSURGXFFLyQWRWDORSDUFLDOGHHVWDREUDVLQSHUPLVR
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TWEEDE DEEE
Frontispicio D'Openhertige juffrouw, of d'ontdekte geveinsdheid, vol. 2
(edición de Leiden 1699) [KB La Haya]
LA PUTA Y EL CIUDADANO
La prostitución en Amsterdam
en los siglos XVII y XVIII
por
Lotte van d e P ol
Traducción de
C a t h y G in a r d F é r o n
SIG LO
S IG LO
S ig lo X X I d e E s p a ñ a E d it o r e s , S .A .
S ig lo X X I d e A r g e n tin a E d it o r e s
Esta obra ha sido editada con ayuda de la Foundation for the Production and
Translation of Dutch Literature
D E R E C H O S RESERVADOS C O N F O R M E A LA LEY
M a pa d e A m sterdam viii
P r e f a c io x i
I n t r o d u c c ió n i
La diferencia entre prostitución y putaísmo 4
Las fuentes 7
1. « L a e s c u e l a su p e r io r d e p u t a ís m o e st á e n A m s t e r d a m ».
P r o s t it u t a s , p r o s t íb u l o s y c a sa s d e b a il e 15
Tipos de prostitutas 17
Cortesanas y mantenidas 20
Mujeres y hombres en la organización 22
Los prostíbulos 25
Las casas de baile 28
Saneamiento urbano y alumbrado público 34
La política de las autoridades y la prostitución 36
La violencia en las casas de baile 40
La élite da la espalda a las casas de baile 42
2. « L as p u t a s y l o s r u f ia n e s sie m pr e h a b l a n d e su h o n o r ».
H o n o r , p r o s t it u c ió n y c iu d a d a n ía 45
Criterios de honor 49
El honor femenino y el honor masculino 51
Honor y deshonor en el lenguaje 53
La usurpación del honor 54
El honor en los márgenes de la sociedad 56
Conflictos causados por la prostitución en los barrios 61
¿Aceptación de la prostitución? 67
Las calles Jonkerstraat y Ridderstraat 69
VI Indice
3. « L a o r u c '.a e n l a c o l , e l p u s e n l a p ie r n a ». L a a c t it u d frente a
LA p r o s t it u c :k ')n , l a s p r o s t it u t a s y l a s m u je r e s 73
5. « ¡ D ia n t r e s ! ¡D e a q u í h e d e s a c a r d i n e r o !». El la d o o scuro de
l a p o l ít ic a d e p e r s e c u c ió n j u d i c ia l 131
7. « E x t r a ñ o s a r d id e s para s o b r e v iv ir s in d a r n'i g o l p e ». D in e r o
POR s e x o y s e x o p o r d in e r o 189
F uentes
Archivos 223
Bibliografía 225
Bibliografía secundaria 230
Referencias complementarias por capítulo 235
A n exo
® © (S)©o©
5. Calle Zeedijk
7. Jonkerstraat.
¥
8. Ridderstraat. En ambas calles a m enudo se enfrentaban los desha
rrapados y bregaban por sobrevivir los bórdeles más pobres.
* [N. de la T.]: Debido a las diferentes circunstancias históricas y culturales entre los
piiíscs, las traducciones no siempre coinciden, pues el papel de la mujer en la vida públi
ca en Holanda era diferente que en España. Por ejemplo, mientras en Holanda muchas
lie las «casas de putas» eran regentadas por mujeres, en los textos españoles de la época
encontramos las «casas de mancebía» que eran regentadas por «padres de la mance
bía», mientras que el papel de la mujer en el negocio parece limitarse al de alcahueta.
Lotte van de Pol
LAS FUENTES
De hecho, no existe una línea divisoria clara entre las fuentes litera-
rlus y pictóricas «ficticias» y las fuentes «verídicas» de los archivos,
(luda tipo de fuente contiene prejuicios y estereotipos. Tanto los archi
vos judiciales, la literatura popular, los diarios de viaje como las ilustra
ciones han de tomarse en serio como fuente para la historia de la
prostitución, aunque es esencial verlas en relación entre sí: las fuentes
ho son únicamente de diferentes tipos, sino que también ofrecen infor-
OlHción desde distintas perspectivas. Cada una de ellas ofrece una ima
gen diferente, a veces incluso contradictoria, de la prostitución.
Por último, en sí mismas las fuentes forman parte de la historia. Los
(liiirios de viaje no sólo dan fe de la reputación de la ciudad, sino que
«ilcmás convirtieron la prostitución en su principal atracción. Los textos
literarios, así como las ilustraciones, pertenecen a la realidad material y
por tanto a la historia de la prostitución. Evidentemente, la prostitución
ofrecía un valioso material — aunque fuera adaptado y tergiversado—
pura escribir libros con los cuales se podía ganar dinero.
Sobre todo la novela Het Amsterdamsch Hoerdom ejerció una gran
Influencia sobre la realidad. Este libro impulsó a muchas personas
procedentes de la élite a visitar las casas de baile; y gracias a la edición
francesa, también acudieron extranjeros. A su vez, a través de sus des
cripciones y cartas, estos turistas pusieron de moda la idea de que un
recorrido por Amsterdam no era completo sin una visita a una casa de
baile. Los libros incitaban a los clientes a visitar las casas de baile, por
lo cual estas casas podían mantenerse; los libros crearon expectativas,
que luego los dueños de las casas de baile se encargaron de satisfacer,
l’or consiguiente, una parte de la realidad fue creada por la propia fic
ción.
1. « L a 1-SCUELA SUPF.RIOR DR PUTAÍSMO RSTÁ RN A m STRRDAM».
P r o s t it u t a s , p r o s t îr u i ,o s y c a s a s d r b a ii ,r
Tipos de prostitutas
( '.ortcsunas y mantenidas
En lo que concierne a su negocio, es tan hábil com o si una mujer fuera, y tanta
es su elocuencia a la hora de vender vino a los clientes que da gozo oírlo.
24 L o tte van de Pol
Es más:
Los prostíbulos
tes hablan ele más de veinte o veinticinco casas, y esto se aplica para
todo el periodo desde finales del siglo X V II hasta principios del X IX .
Por ejemplo, en los libros de confesiones, entre 1696 y 1698 aparecen
dieciocho casas de baile identificadas, todas ellas fáciles de encontrar
para quien entrara en la ciudad desde el puerto: Heí H of van Holland
(La Corte de Holanda), De Kijzende Zon (El Sol Naciente), De Bocht
van Guiñee (El Golfo de Guinea), De Posthoorn (La corneta), Het
Bootje o De Boot (El barquito o El barco), Het (Nieuwe) Haagse H of
(La [nueva] corte de La Haya), Het H of van Danzig (La corte de Dan-
zig) y Batavia en Zeedijk; De Zoete Inval (La buena recepción), De
Hollandse Tuin (El jardín holandés) y Het Hamburger Convooi (El
convoy de Hamburgo) en Geldersekade; además aparece la ya men
cionada casa de baile De Meniste Bruiloft, así como Het Pakhuis (El
almacén); De Spaanse Zee (El mar español); De Parnassusherg (La
montaña del Parnaso); De Kroon (La corona). De Porseleinen Kelder
(El sótano de porcelana) y Het H of van Engeland (La corte de Inglate
rra). Los nombres de las casas de baile estaban escritos en un letrero o
en la fachada. Algunos establecimientos desaparecían pronto; otros se
mantenían en la cima durante años. En la casa de baile H of van
Holland, frecuentemente mencionada en las crónicas de viaje, fueron
arrestadas 163 personas entre 1689 y 1722, en De Posthoorn, 171 entre
1686 y 1720; en De PijzendeZMn, 179 entre 1685 y 1723.
Esta lista no es completa. No todo puede encontrarse o identificarse
en los libros de confesiones. Éste es el caso del Long-Cellar, que a partir
de 1687 es mencionado por los viajeros ingleses. Quizás este estableci
miento especial para ingleses («Allí, las mujeres solían ser encantadoras
con los ingleses», escribe un visitante, y a otro inglés le dijeron que a las
mujeres «les gustaban sobre todo sus compatriotas») fuera cosa de
poca monta. William Mountague lo llama una «nasty common bawdy-
hüusc», una asquerosa y vulgar casa de putas. Los establecimientos
cambiaban de nombre, y los dueños plagiaban el nombre de los rivales
que tenían éxito. A veces, en una misma casa se ejercía durante mucho
tiempo la prostitución, aunque cambiaba continuamente de nombre.
Ejemplo de ello son dos edificios del Waterpoortsteeg, un pequeño
callejón situado entre Zeedijk y Geldersekade. Dado que eran casas
que hacían esquina no debía de resultar difícil encontrarlas, aunque no
siempre está claro en qué esquina estaban exactamente. En 1677 ya se
32 L o tte van d e P o l
En las casas de baile famosas, las prostitutas tenían que ir bien ves
tidas. A veces alquilaban sus vestimentas a la dueña de la casa de baile;
a menudo se habían endeudado con la regenta del prostíbulo para
conseguirlas. Esta no les quitaba el ojo de encima, y muchas prostitu
tas sólo acudían a las casas de baile si era en compañía de la regenta o
de su sirvienta. La que no tenía vestidos hermosos, debía limitarse a
los establecimientos más modestos, como el Grote Wijnvat (Gran
Barril de Vino), donde las prostitutas incluso tenían que pagar algu
nos stuivers (monedas de 0,05 florines) para poder entrar.
Ni siquiera las casas de baile más elegantes podían permitirse el
lujo de vestir y alojar permanentemente a muchas prostitutas. Del
mismo modo en que los prostíbulos dependían de las «putas recogi
das», las casas de baile dependían de los prostíbulos y por lo tanto de
las regentas. Así, en los alrededores de las casas de baile abundaban
los prostíbulos: por las noches, las prostitutas salían de los sótanos y
cuartos situados en pequeños callejones para dirigirse hacia las casas
de baile en Zeedijk y Geldersekade. Llevaban puestos los vestidos que
habían alquilado o comprado a las regentas de los prostíbulos. Así se
comprende por qué los dueños de las casas de baile admitían a las
regentas en sus establecimientos, cuando, a primera vista ello les cau
saba muchas molestias y poco provecho.
«Hoy en día —afirma el escritor de Het Amsterdamsch Hoerdom
refiriéndose a las prostitutas— acuden entre quince y dieciséis por
noche a las casas de baile», es más, «en una ocasión conté veintiuna
en una casa». No obstante, nunca fueron arrestadas tantas: en las
redadas que efectuaba en las casas grandes, la policía se llevaba
como mucho a ocho u once mujeres, entre las cuales también había
sirvientas y regentas (acompañantes). Bien es cierto que en medio
del caos del registro podían escaparse muchas mujeres, pues muchas
casas tenían una salida por la parte trasera o incluso se podía huir
pasando por la casa de los vecinos. A veces, la policía encontraba a
mujeres escondidas en baúles, debajo de camas armario o incluso en
el canalón del tejado. Una vez que la redada había empezado, las
demás casas llevaban ventaja: si una mujer conseguía escapar, avisa
ba rápidamente —y por supuesto a cambio de dinero— a las demás
casas. La fuerza policial no era lo suficientemente grande como para
evitarlo.
34 L o tte van d e P o l
bin el ú ltim o cu a rto d el sig lo XVII se organ izaron redad as. E n sí,
estas casas eran tolerad as, seg ú n al irma el h ict A in ste rd a im c h H ocr-
doM . « p ero d e vez en cita n d o es p rec iso sacu d ir a esta g en te, p u e s d e
lo contrario en p o c o s añ os A m sterdatn estaría tan llen a d e p utas y d e
casas d e putas, q u e casi stipcrarían al n úm ero d e g en te h o n esta » . N o
o b sta n te , estas redad as ap en as p erju d icab an a las casas d e b aile. En
e sto s registros, la p o licía se llevab a so b re to d o a las p ro stitu ta s, q u e
adem ás recibían castig o s leves. E sto aíectab a p o c o a lo s e x p lo ta d o r es
d e las casas d e b aile y dejaba su ficie n tes p o sib ilid a d e s co m ercia les a
lo s esta b lec im ie n to s gran d es y visibles. Eiste fue d e h e c h o un « p e r io d o
d e flo recim ien to » para la p ro stitu ció n d e A m sterd am .
El verdadero golpe llegó a finales del siglo XVII cuando también se
intentó alcanzar a los organizadores en su propia carne —imponién
doles duras penas— y a su bolsillo a través de conliscaciones y multas.
Estas confiscaciones significaron también el fin de los exuberantes
atavíos. Ello, en combinación con una continua serie de registros,
supuso el golpe de gracia para muchas casas de baile.
U n ejem p lo lo co n stitu y e el o c a so d e D e Z o c tc ¡n v a l en el callejón
W a te r p o o r tste e g , u b ic a d o en tr e las c a lles Z e ed ijk y G e ld e r s e k a d e .
Des(.le 1684 d ecen a s d e m ujeres d e esta casa d e b aile habían sid o d e te
nidas, p ero nun ca así el d u e ñ o o d u eñ a, hasta el registro e fe c tu a d o el
2 8 d e febrero d e 1698, cu a n d o tam b ién lú e arrestada, juzgada y d e s te
rrada la propietaria, E ijsbeth P ieters C heverijns. M e d io añ o m ás tarde
s ó lo q u ed a b a n tres m ujeres en esta ca sa , e n tr e e lla s una m ujer q u e
salía a la calle «para anunciar a las p u tas», y la sirvienta, q u e d eclaró
aten d er el n e g o c io « p o rq u e la jefa había sid o d esterrad a [ . . . ] , y p o r
q u e había q u e evitar q ue é ste se arruinara». El 4 d e a g o sto d e 1699, D e
Z o í i c h w a l ap areció p o r últim a v ez en los lib ro s d e co n fe sio n e s. En
aquella ocasión só lo h u b o d o s arrestadas, una d e las cu a les re co n o ció
frecu entar las casas d e b aile « c u a n d o todavía estab an d e m od a».
Las casas d e b a ile renacían una y otra vez. E n tre finales d e m arzo
y m ed ia d o s d e m ayo d e 1701 se e m p r e n d ió una gran cam p añ a con tra
la p ro stitu c ió n , y tam b ién en o c tu b r e se produjt) una nueva serie d e
38 L o tte van de Pol
D ecidí acudir a una casa de baile, pero no tenía guía. Por ello busqué com o
un loco y recorrí una y otra vez las calles de Amsterdam, de las cuales se dice
son harto peligrosas de noche. E m pecé a tener m iedo e incluso creía ver
navajas belgas. Finalmente llegué a una casa de baile en la que entré sin más.
Bailé un minué realmente picaro con una hermosa mujer enfundada en un
traje de montar. Me había puesto la pipa en la boca y me comportaba com o
un vulgar marinero. Estuve a punto de pelearme con uno de los músicos,
pero me dijeron que debía ser cauteloso, lo cual hice por prudencia. Aun
que dominaba bastante bien el neerlandés, no encontré a ninguna chica que
despertara mi deseo. Me asqueaba aquella chusma, me fui a casa y dormí
excelentemente.
A mediados del siglo XVliJ, una v'isita a una casa de baile de Amster
dam volvía a formar parte del programa habitual. Het Ánislerdamsch
Hocrdom, cuya última edición se había publicado en 1700, fue reedi
tado cinco veces a partir de 1756, mientras que en 1754 se publicó una
traducción al alemán. Por supuesto, este libro había dejado por com
pleto de ser útil como guía. Pero se publicaron nuevas descripciones
del m undo de la prostitución, como el ya mencionado Boerevcrhaal.
En Amsteldainsche speelhuizen («Las casas de baile de Amsterdam»,
1793), en una conversación entre el experimentado Willem y su amigo
Jacob, que ha estado fuera de Amsterdam durante años, se evidencia
un nuevo cambio. Willem explica que han desaparecido muchas casas
de baile pequeñas, pero en su lugar han aparecido algunos estableci
mientos hermosos o renovados. Jacob recuerda que las mujeres vivían
fuera de las casas de baile y acudían a ellas por las noches acompaña
das por la regenta del prostíbulo o por una cuidadora, y desde allí se
llevaban a los clientes a casa, pero esto había cambiado. Ahora todas
las chicas eran internas, a veces había veinte o treinta. Y ya no se deja
ba entrar a las regentas.
« L a tísaicla superior de putaísm o está en A m sterdam » 43
En las casas d e baile p úb licas [ ...] la indum entaria y los m odales son tan vu l
gares y d esp recia b les, q u e lo s jóven es a q u ien es aún q u ed a una ch isp a de
orgu llo, n o se sienten se d u cid o s p or ellos, sino antes esp an tad os, y só lo los
lujuriosos q u e han caíd o m uy bajo, p ueden hallar aquí placer.
Criterios de honor
A menudo, y sobre todo entre las mujeres, el honor tenía que ver con
la conducta sexual. Por ejemplo, en 1725, Lijsje Roos que fue arresta
da en una casa de putas, aseguró «haber tenido un amante que la
había deshonrado». En 1685, Pieter Jans Karman confesó ante el tri
bunal «llevar una vida deshonesta» y prometió que «de ahora en ade
lante viviría con su mujer como hombre honesto». El delito que había
cometido este hombre era el adulterio. El honor era un concepto
esencial tan utilizado —tanto si venía a cuento como si no— que no
siempre es posible trazar sus límites exactos. «Llevar una vida desho
nesta» era a menudo sinónimo de «ser prostituta», aunque no siem
pre. Una casa o una posada que fuera considerada una «casa
deshonesta», solía albergar prostitutas, sin embargo, en ocasiones,
también podía tratarse de otras personas indeseables, como ladrones y
personas desterradas de la ciudad.
La prostituta Lijsbeth Walna, que en 1694 fue sorprendida con un
hombre, protestó diciendo que «no había hecho nada deshonesto con
aquel señor»; en 1724, el cliente de Anna Jans, admitió que la mujer
«había estado dispuesta a dejarse utilizar de forma deshonrosa». Caat-
je Harmens (en 1718) fue encontrada en un prostíbulo «semidesnuda
de una forma muy deshonrosa». En 1694, un cargador de turba, a
quien una mujer de avanzada edad debía dinero, le dijo a ésta que
también podía «pagarle de forma deshonrosa»: quería que lo azotara.
La nuera de Anna jans, antigua regenta de un prostíbulo, prometió en
1655 ante el tribunal que «vestiría honrosamente» a Anna. Anna tenía
más de setenta años y por consiguiente no podía tratarse de vestidos
sexualmente provocativos. Sin duda, su atuendo demasiado abigarra
do y acicalado no era el adecuado para su edad y posición; era preciso
a toda costa cambiar drásticamente algo de su aspecto exterior para
convertirla en un miembro «honrado» de la sociedad.
El contraste entre honroso y deshonroso tiene un paralelismo con
los contrastes entre sucio y limpio, y hombre y animal. También
54 Lotte van de Pol
ajustó cuentas con otra mujer «rajándole el pico», se disfrazó para ello
de hombre.
«Rajar el pico» provocaba una llamativa cicatriz (una «cinta roja»),
una deformación del rostro, y por consiguiente, dada la posición de la
cabeza como sede del honor, era deshonroso. Los peinados y los toca
dos eran asimismo puntos sensibles, sobre todo entre las mujeres. En
las riñas, las mujeres se quitaban unas a otras el gorro o la capa, y aca
baban tirándose del pelo. Es curioso que este tipo de peleas casi ritua
les sólo se produjera entre mujeres de la misma posición social, pero
entre las cuales no obstante existía una jerarquía: la que ocupaba un
rango inferior en cuanto al honor intentaba rebajar a la otra a su nivel
levantándose la falda para mostrarle el trasero y quitándole el gorro a
la otra.
Las mujeres solían pelear con mujeres y los hombres con hombres.
Además, las mujeres y los hombres peleaban de formas diferentes: las
mujeres utilizaban las manos y los dientes, y los atributos específica
mente femeninos: sus chinelas de madera, manojos de llaves, cucharo
nes (en su caso, llenos de papilla ardiente), cacerolas y escobas. Se
agarraban sobre todo de la cabeza y de los pelos. Los hombres lleva
ban cuchillos y los utilizaban prim ero como amenaza y después
durante la pelea: hacían jirones la ropa del adversario, le pinchaban en
las nalgas y finalmente le «rajaban el pico».
Cuanto más largo sea el tiempo en que una mujer haya ejercido de puta, más
honrada querrá ser cuando se case, y aunque semejante persona regente el
prostíbulo más infame que jamás pueda existir, su primera palabra será siem
pre que es una mujer honrada, y que nadie puede reprocharle nada; pues
estas criaturas se figuran que el honor consiste únicamente en no dejarse utili
zar por nadie más que sus maridos, y que, por lo demás, sin perjudicar en lo
58 L o tte van d e l \ i l
más m ínim o el honor, pueden hacer todo lo que les place, aunque su única
profesión sea m entir y engañar, que es lo que suelen hacer estas mujerzuelas.
mismas son bien claras. Así, Dorothee Lucas amena^^ó en 1663 con
«prender fuego a todo el barrio y rajarles el pico a sus vecinos».
«Haré que os pongan una cinta roja en la mejilla», gritó en 1740 la
regenta de un prostíbulo a sus vecinos. Trijntje Meynders, que aparte
de regentar un prostíbulo, también tenía una «casa de ladrones», fue
acusada en 1666 por diferentes vecinos de «regentar una casa terrible
y de haber proferido en repetidas ocasiones amenazas contra los veci
nos por si alguien osaba quejarse». Las amenazas constituían un
motivo adicional para que los vecinos actuaran conjuntamente, pues
sin duda no eran siempre palabras gratuitas. Se conocen varios casos
de hombres que se vengaron de los vecinos que habían denunciado a
sus mujeres por regentar un prostíbulo.
La rivalidad no siempre se demostraba con agresiones y palabras,
sino también con gestos e incluso con miradas. La regenta de un
prostíbulo, Mari Moraals, siguió a una muchacha que pasaba delante
de su casa, le quitó la capa y la hizo jirones, y después le dio una buena
paliza. Al preguntársele cuál había sido el motivo afirmó que la chica
«había mirado a algunas putas que estaban en el umbral de la casa».
Un elemento importante era la lucha por el uso de la vía pública. La
prostitución pública constituía una vergüenza para la calle y la forma
en que «se exhibían» las prostitutas irritaba a los vecinos que se queja
ban a menudo de que los hombres decentes no pudieran pasar delante
de un prostíbulo sin ser abordados. Por ejemplo, los habitantes de un
callejón situado entre las calles Zeedijk y Geldersekade declararon
que las putas «soban de manera indecente» a los hombres que pasa
ban por allí. Un día, a las once de la mañana, la prostituta Wijntje
Hendriks llegó incluso a «arrastrar con violencia a un ciudadano
decente metiéndolo en la casa, y cuando éste quiso salir, la mujer .se le
echó encima arrancándole los pelos de la cabeza». Wijntje lo negó
todo, pero «tres personas honradas» fueron testigos del suceso y
declararon en su contra. En el prostíbulo de Marretje Pieters, las chi
cas estaban apostadas delante de la puerta y llamaban a los transeún
tes: si éstos no querían entrar «les escupían sobre el cuerpo».
Por otra parte, resulta llamativo que a mediados del siglo xvni, la
gente apenas se quejara de que semejante exhibición sexual en públi
co pudiera resultar perjudicial para los niños. Incluso, con frecuencia
eran los niños (sobre todo los varones) quienes ponían de manifiesto
64 Lotte van de Pol
con mucho placer en una sola noche que trabajando como lo hacía
ahora durante toda una semana en el taller». Encima lo hizo a escon
didas y utilizando un lenguaje desconocido para los presentes.
El hecho de que hubiera un prostíbulo en la casa vecina se consi
deraba una maldición. En 1749, un cirujano —movido seguramente
por una vieja enemistad— colocó en una casa alquilada por él a Maria
Wiggers, que regentaba un prostíbulo, diciéndole: «Si quieres vivir en
esta casa hasta mayo, te daré gratuitamente medio barril de cerveza y
si necesitas dinero te prestaré además 50 florines, en la casa puedes
hacer lo que te plazca, puedes bailar, saltar, etcétera, y cuanto más
jaleo armes, más me complacerás». La policía puso fin a la situación
tras recibir numerosas quejas de los vecinos.
Sin embargo, no se trataba únicamente de molestias reales. En las
declaraciones de los vecinos resuena a menudo la indignación moral
sobre la gente que se saltaba todas las normas: los hombres y las muje
res llegaban a «horas indecentes», los vecinos oían un «lenguaje inde
cente y libertino» y todo ello provocaba «gran escándalo y molestias, y
ni una sola noche apacible». Las quejas sobre las borracheras, la vio
lencia, las peleas, las riñas, las canciones obscenas, el hecho de que
acudieran judíos, hombres casados o ladrones notorios, o de que allí
se retuviera a «hijos de ciudadanos», todo ello formaba parte del
repertorio usual. En la descripción de los vecinos es como si los
prostíbulos no fueran tanto lugares donde se practicaba el sexo a cam
bio de dinero, sino más bien lugares donde se llevaba «una vida natu
ral» desenfrenada: la vida natural que para las personas del siglo XVII
era el polo opuesto de la vida cristiana deseada. Y las peleas constituí
an una parte importante de esta vida impía: así, en 1707, en un proce
so de divorcio, la declaración de una sirvienta según la cual, a
menudo, su amo regresaba a casa borracho y con las ropas desgarra
das, sirvió también para demostrar que el hombre era un putero. La
palabra «impío» se utilizaba con frecuencia, por ejemplo, en la afir
mación de «que cantan canciones impías» o bien que cada noche «lle
van una vida impía de cantar, bailar y saltar».
Si hemos de fiarnos de las declaraciones de los vecinos, primero
ellos solían intentar mejorar la situación recordándoles a los implica
dos cuáles eran sus errores. En 1743, los vecinos de la regenta de
prostíbulo, Marritje Duikers, «la amonestaron sobre su vida indecen-
66 L o tte van d e Pol
ella y dejaba los demás para sus pupilas». Una mujer le dijo a una veci
na que regentaba un prostíbulo, que no comprendía cómo era capaz
de hacerlo. La otra le replicó: «¿Y a ti qué diablos te importa eso?
Tengo que apañármelas para ganarme el sustento». Otra regenta dio el
siguiente consejo a su vecina, por cierto, sin que ésta se lo pidiera:
«Deberías tener a una buena moza para ganarte el sustento». Ambas
observaciones provocaron una gran pelea entre vecinos.
¿Aceptación de la prostitución?
En prim er lugar, las casas a que m e refiero sólo se perm iten en los lugares má:
d esaseados y vulgares de la ciudad, d on d e se alojan y congregan marineros 5
extranjeros sin reputación. La calle en la cual la mayoría [de estas casas] estar
paradas se considera escandalosa y esta infamia se extien d e a toda la vecindac
q ue la rodea. [La fábula d e las abejas, I, p. 60]
son casi proverbiales en lo que respecta a los barrios donde vivían las
capas más humildes de la población. En 1760, Jan Wagenaar, refirién
dose a la «Rebelión de los notificadores de defunciones» de 1696,
habla del «populacho [...] agolpado en una trulla tlescontrolada
pasando por el Nieuwmarkt, procedente de la Jonkerstraat y la Rid-
derstraat».
En estas calles se ejercía mucho la prostitución, en prostíbulos que
a menudo se reducían a un sótano o un solo cuarto. Los clientes que
buscaban los prostíbulos eran gente sencilla. «Ya no me quedaba
dinero para ir a las casas de baile grandes», escribe el protagonista de
De ongelukkige levensheschryving (1775), «por lo que decidí ir a una
pequeña, como las que hay en la Jonkerstraat y la Ridderstraat». Allí,
la gente bebía ginebra en lugar de vino y las prostitutas eran mujeres
pobres como «las que recogen mejillones y las que hacen girar las rue
das para pulir diamantes». Asimismo había prostitutas públicas,
muchachas que se exhibían delante de las puertas y atraían a los hom
bres. Por ejemplo, Anna Lijsbeth Lodewijks que regentaba un prostí
bulo en la Ridderstraat y sus pupilas conseguían hacer entrar a los
hombres que pasaban por allí quitándoles el sombrero y lanzándolo al
interior de la casa. Bien es cierto que Anna negó tales acusaciones,
pero su observación de que se trataba de una práctica utilizada por
otros prostíbulos de la calle da la impresión de que aquél era un méto
do usual para atraer clientes en aquel barrio. Anna fue condenada por
haberse peleado con un hombre al que había conseguido hacer entrar
en la casa, pero que quería volver a salir. Lo había herido de gravedad
con un palo que, según los vecinos, llevaba siempre escondido bajo las
faldas para defenderse de noche.
Una historia como la anterior ofrece una imagen de la prostitución
pública y de la violencia cotidiana. Sin embargo, los vecinos del barrio
no se resignaban con esta situación; las molestias en un barrio tan den
samente poblado debían de ser enormes. Los conflictos evidencian
que, a menudo, las peleas llegaban a más y la agresividad por ambos
bandos era grande. El 7 de septiembre de 1689 se produjo «un gran
alboroto y afluencia de personas» cuando un marinero borracho
creyó que le habían robado dinero en un prostíbulo. Apenas tres
semanas antes, el regente de un prostíbulo había provocado un distur
bio callejero al amenazar a los vecinos con un cuchillo en plena calle.
72 Lotte van d e Pol
LAS MUJERES
Una puta es una mujer que encarna en sí misma todo el mal. Así lo
explica Jacob Campo Weyerman en «El carácter de una puta» en De
merkwaardigen levensgevallen, 1730:
En verdad una puta es el camino hacia el demonio, y aquél que hable con ella,
iniciará su viaje al infierno; quien la bese con deseo, ya habrá dado un paso
más; y quien disfrute de ella, habrá alcanzado el final de su trayecto...
D ios, que n o quiere que nadie se pierda, sino que desea mantener y salvar a
todas las personas, ha inspirado a m uchos corazones para que funden este
convento de hermanas arrepentidas [ ...] a fin de arrebatar a las pobres ovejas
descarriadas de las garras del lobo, es decir, del enem igo; pues com o dice San
Pablo, allí d on d e los pecados fueron abundantes, rebosará la m isericordia, lo
cual nosotros, alabado sea el Señor, vem os a diario en todas nuestras pobres
hermanas, m uchas de las cuales, procedentes d e una vida pecadora, han vivi
d o santam ente en este hum ilde convento.
van Doorn, inició una relación con una mujer casada que regresaba
con su íamilia a Holanda. El patrón, que ya tenía lama de ser un
«putero», la besaba y acariciaba «incluso a la vista de la gente». Esto
causó gran agitación entre la tripulación. El segundo oficial insultó
públicamente al patrón tildándolo de «granuja y ladrón» y el primer
oficial, «un hombre temeroso de Dios», suspiró en varias ocasiones:
«Es un milagro que el cielo no nos castigue, al buque y a todos los que
están a bordo, por este asunto tan abominable».
La sífilis
cuyo título se promete descubrir «la naturaleza, los rasgos, las pasio
nes desmedidas, el amor impúdico y la vanidad de las mujeres», las
mujeres están poseídas por «tan tremenda lascivia [...] que, una vez
rotas las ataduras de la castidad, galopan como caballos desbocados,
para saciarla a toda costa». Mientras son jóvenes, consiguen que se les
pague para satisfacer sus necesidades sexuales, pero en el libro se
constata con regodeo que este truco ya no funciona cuando envejecen.
La madre del protagonista de D’Openhertige juffrouw empieza como
puta pagada, pero más tarde, para satisfacer su apetito sexual, ha de
sacar dinero del bolsillo y no poco, pues «para tapar un viejo escape,
hay que pagar el doble».
Cuántos no ha habido que, por este motivo han saqueado la caja de sus maes
tros, han ido despojando poco a poco a sus padres de todo lo que caía en sus
manos, y que finalmente, aunque eran hijos de gente honesta, hubieron de
marchar como pordioseros a la guerra o a las Indias Orientales.
Según la mentalidad del siglo XVII, las putas acababan por el mal cami
no debido a la lujuria innata, el afán de lujo, la debilidad por los vesti
dos bonitos y la glotonería, pero su peor defecto era la holgazanería.
Se trataba, según Het Amsterdamsch Hoerdom, «casi siempre de
muchachas de baja cuna [...], que son demasiado holgazanas para tra-
bajaD>, y «personas obcecadas que, debido a su holgazanería, y en la
esperanza de llevar una vida lasciva y despreocupada, se desvían del
camino de la virtud». El inglés Joseph Shaw describía en 1700 a las
putas del correccional de mujeres (la Spinhuis) que en aquel periodo
eran expuestas con sus hermosos vestidos, como «mujeres en quienes
la naturaleza prevalecía por encima de la educación», y que incluso
entre rejas, acicaladas y afeitadas, seguían como siempre «lisonjeando
y coqueteando con los memos que las admiraban y que no tenían ni
idea de las artes de seducción de las mujeres».
En su libro. Den opkomst en val van een koffihuys nichtje («La
ascensión y caída de una camarera», 1727), Jacob Campo Weyerman
esboza la historia de una campesina tonta, que inicia su carrera profe
sional en la prostitución primero como una «cortesana» muy solicita
da, para acabar ejerciendo de puta callejera después de contraer una
enfermedad venérea. En realidad, la «ascensión» a la que hace refe
rencia el título no existe, pues su caída empieza ya simbólicamente
cuando la muchacha toma la barcaza que la conduce desde su pueblo
en Holanda del Norte (la inocencia) hacia Amsterdam (la corrup
ción). Durante el camino ya se zampa toda la comida que le han rega
lado. Traiciona al muchacho que no puede casarse con ella,
delatándolo a sus padres, por lo que éstos lo desheredan. Después de
que su tía le haya dado trabajo de camarera, ella le roba dinero. Se
deja seducir por un militar por pura lascivia. Derrocha enseguida el
dinero que éste le entrega para comprarse cintas y lazos. Su holgaza
nería, lujuria, vanidad y glotonería, así como su mal carácter, la con
vierten en una puta nata, y por consiguiente no es una víctima, sino
que es plenamente responsable de su desgraciado destino, que tiene
bien merecido.
En la literatura popular, las chicas que se dedican a la prostitución
suelen acabar mal. Se recalca una y otra vez que una carrera de este
90 L o tte van de Pol
En el siglo XVII, los jueces mostraban poco interés por las razones
que habían empujado a las distintas mujeres a la prostitución, pero en
el siglo XVIII las interrogaban cada vez más a este respecto. La pobreza
no era una excusa válida para la prostitución, y aún en 1752, el manual
jurídico de Carpzovius, Verhandeling der lyfstraffelyke misdaaden
(«Disertación sobre los delitos sancionados con pena corporal»), afir
ma que «ninguna puta puede ser disculpada del castigo de putaísmo
porque se haya visto forzada por la necesidad del hambre». Sin
embargo, poco a poco se va prestando mayor atención a la pobreza
como motivo de la prostitución. Cada vez más mujeres explican ante
el tribunal que han caído en la prostitución empujadas por la pobreza
e incluso el hambre. Bien es cierto que en el siglo XVIII el pueblo llano
pasaba más penurias que en el XVII, pero además refleja que los jueces
eran más sensibles a este argumento: a fin de cuentas, en los relatos
que hacen ante el tribunal, las personas recalcan aquellos elementos
con los que saben despertarán la comprensión de los jueces.
La empatia y la compasión por el prójimo no dependen de una
determinada época. La reacción más comprometida y directa que he
encontrado a la confrontación con las prostitutas es la del menciona
do Lodewijck van der Saan, en 1697,
En Londres he visto a m enudo con gran com pasión cóm o se incluía a mujeres
bellas y de buena figura entre las que no tienen buen nombre; y en qué vida
« L a oruga en la col, el pus en la pierna» 93
habían ¡do a parar a causa de la pobreza; las he visto recorrer las calles en
invierno, durante las fuertes heladas, por falta de fuego, y finalmente acabar
en un café o alehouse en busca de algo de calor y en detrimento de su buena
reputación. Entonces pensaba, oh, Dios, cuán importante es una buena edu
cación, y cuánto tendrán que justificar estos padres que adornan los cuerpos
de tan amables criaturas de Dios, pero no han intentado adornar también sus
almas, para la honra de D ios y el bien de estas criaturas.
Y vosotras criaturas m iserables, ¿cóm o podría contem plaros sin com pasión,
siendo com o sois tan débiles? ¡Cóm o os desprecia d esp ués quien ha gozado
b revem ente d e vuestro am or de putas! ¡Q u é dep lorab le es vuestro estado!
¡Q ué despreciables vuestros actos! ¡Y qué funestos vuestros m edios de su b
sistencia! P ues una fulana decrépita y gris es por lo general tan rica com o vir
tuosa. ¡Es decir, a m enudo desprovista de virtud y de recursos!
La mirada fem en in a
A las 11 volvió el coche, pues teníam os que ir a las casas de baile, donde
nunca había estado, aunque lo había deseado alguna vez, para ver esa vida,
que ahora que la he visto me parece muy desagradable y triste. A las tres de la
noche regresamos a nuestros aposentos, tras haber visitado seis casas de baile.
estos pasajes destilan una gran aversión hacia todo lo que tiene que ver
con la prostitución. En su Historie van den Heer Willem Leevend
(«Historia del Señor Willem Leevend», 1784-1785) ponen en boca de
uno de los personajes que acaba de visitar una casa de baile las siguien
tes palabras; «Mi alma sólo contiene espanto y asco; mi corazón sería
como el hielo, si no palpitara de indignación por la odiosa visión de
esta vergüenza de mujeres» — de hombres, debería decir— . En otra de
las novelas epistolares de Wolff y Deken, Brieven van Ahraham Blan-
kaart («Cartas de Abraham Blankaart», 1787-1789), durante un paseo,
Abraham Blankaart, el protagonista, oye comentar a un grupo de per
sonas indignadas que una m uchacha de dieciséis años, llegada en
barco a Amsterdam en busca de trabajo, había sido llevada a una casa
de baile por una persona que estaba al acecho. «¡Es vergonzoso! ¡El
gobierno debería hacer algo al respecto!; ¡habría que eliminar y que
mar esos tugurios! [...] Sería capaz de desgarrar con mis propios dien
tes a esa bestia; yo también tengo una hija» es la reacción de uno de los
presentes. Sumamente impresionado, Blankaart sale en busca de la
muchacha y llega justo a tiempo: aún está en la oficina con la «Mama»;
«una mujerzuela totalmente corrompida», pero los hombres ya empie
zan a revolotear alrededor de la recién llegada. «En mi fuero interno
estallaba de cólera», dice Blankaart, «viendo que una criatura tan
indefensa y simple estaba a punto de ser sacrificada a la lujuria animal,
y a la máxima corrupción». Blankaart consigue llevarse a la muchacha
después de amenazar con llamar a la policía. La defensa del regente
del prostíbulo de que: «El señor ya sabe que este tipo de casas son
necesarias», le provoca un nuevo ataque de ira. Más tarde se encarga
de buscarle a la chica un empleo de niñera.
Las opiniones de Blankaart son sin duda las mismas que las de sus
creadoras. Wolff y Deken exigían la castidad para las mujeres y para
los hombres y eran contrarias a que se tolerara la prostitución. Sin
embargo, su compasión con las propias prostitutas se limita a que
comprenden las causas: la seducción por parte de fulanas sin concien
cia, su educación y las circunstancias. Betje Wolff, que a los diecisiete
años de edad había sido seducida por un alférez y había huido con él,
sabía sin duda de lo que hablaba. Ambas sienten una profunda aver
sión por las propias prostitutas. P or cierto, no me extrañaría que
ambas escritoras hubieran visitado realmente una casa de baile.
« L a oruga en la col, el pus en la pierna» 97
La legislación
La prisión preventiva
SuSANNA: Co, ¿cóm o es que estás tan triste? Venga hombre, canta algo,
yo lo arriesgaré todo por ti.
Co: N o puedo cantar, estoy demasiado afligido.
SuSANNA: ¿Tienes m iedo de ser interrogado? Pues mira que hoy he teñí
do que cotorrear con catorce putas.
Los castigos
interrogatorios eran más largos y las penas más duras. El esfuerzo total
de la policía y de la justicia en materia de prostitución se mantuvo
constante durante estos 100 años: más del 20% de todos los procesos
tenían que ver con la prostitución. Sólo después de 1750, el número
de persecuciones judiciales disminuyó, no sólo en cifras absolutas,
sino también relativas. Hacia finales del siglo XVIII se hacía la vista
gorda a la prostitución.
Es posible esbozar en líneas generales la persecución judicial de la
prostitución, pero el trasfondo de la política de arresto en la práctica
diaria no siempre es claro. Las quejas de los vecinos o de la familia y
las riñas u otras irregularidades solían provocar arrestos, pero esto
tiene que ver únicamente con una minoría de los procesos. Los años
con muchos procesos se caracterizan por las redadas, las acciones
dirigidas a un determinado blanco, como por ejemplo, las prostitutas
callejeras en torno a la plaza del Dam o las casas de baile en las calles
de Zeedijk y Geldersekade. El motivo de tales acciones sigue siendo
casi siempre un misterio. Es lógico suponer que los años de carestía
(por ejemplo, 1662), peste (1664), cambios de poder político (1672)
u otras crisis influyeron en la persecución judicial, pero las cifras y los
libros de confesiones no aportan claridad sobre la manera en que lo
hicieron. Por ejemplo, podría ser que la fuerte persecución judicial
de la prostitución en los últimos años del siglo XVII fuera una reac
ción a la grave Rebelión de los notificadores de defunciones en febre
ro de 1696, pues los desórdenes y los saqueos se atribuían a «la
chusma formada por mujeres y marineros», y se afirmaba que los
saqueadores eran instigados desde los prostíbulos. Sin embargo, no
es posible demostrar una relación causal de este tipo. Lo que sí está
bien documentado es la influencia de la Iglesia reformada.
N o es mi intención, ni m ucho menos, estim ular el vicio, y creo que sería para
el E stado una indecible necesidad si pudiera desterrar de sí totalm ente este
pecado de im pureza; pero m ucho me tem o que no sea posible. La pasión es,
en algunas gentes, dem asiado violenta para que una ley o p recep to pu ed a
refren arla; y to d o g o b ie rn o to lerará in co n v en ien tes m en o res p ara evitar
o tro s m ayores. Si se persiguiera a las cortesanas y m ozas de p artid o , con
ta n to rigor com o quisieran algunos insensatos, ¿qué cerro jo s o b a rro te s
«El mundo no puede gobernarse con la Biblia en la mano» 127
Pues com batir eficazm ente este mal, prohibiendo po r com pleto los p ro stíb u
los y otros lugares de libertinaje, sea cual fuere su nom bre, sobre todo en las
ciudades grandes y densam ente pobladas, donde reinan el lujo y los excesos,
sería peligroso, e incluso totalm ente im posible. Este mal, al igual que el cán
cer, es incurable y dado que no puede vencerse ni po r la fuerza de las leyes, ni
p o r la autoridad, la política ni la am onestación, ha de ser controlado, y no
perseguido duram ente. U na vigilancia sensata y permisiva, unida a una seve
rid ad suficiente, para evitar o frenar la proliferación de este mal, es todo lo
que pu ede hacer el p o d er legislativo en este sentido.
E l interés económico
tipo empezaron a ser cada vez más excepcionales. Hacia finales del
siglo XVll, el alguacil se hacía representar por sus suplentes con cre
ciente frecuencia y así aumentó la distancia entre él y el pueblo.
El alguacil era nombrado por un periodo de tres años, mientras
que los alguaciles suplentes eran funcionarios, lo cual les garantizaba
un empleo de por vida. Durante décadas aparecen los mismos nom
bres entre los alguaciles suplentes, como por ejemplo Voerknegt,
Engelbregt y Bogaard. Los alguaciles suplentes no sólo permanecían
en el cargo durante largos periodos de tiempo, sino que el cargo impli
caba tam bién a diferentes miembros de una misma familia. Los
suplentes operaban desde su propia casa; sus esbirros estaban en la
cocina con la criada. En el siglo XVIII los suplentes utilizaban algunas
posadas como «comisaría».
En la Edad Media, los esbirros del alguacil habían pertenecido a la
parte deshonrosa de la población. Incluso habían regentado prostí
bulos. Después de la Alteración (1578), el nuevo Gobierno decretó
que los esbirros: «ya no podrán tener putas en sus casas, y allí no se
tolerará el libertinaje, sino que como sirvientes de la justicia habrán de
vivir conforme a la disciplina y el honor». No es probable que los esbi
rros se convirtieran de repente en ciudadanos respetables, y cabría
preguntarse cuánto tiempo pasó hasta que las personas decentes estu
vieran dispuestas a convertirse en esbirro. Su posición social seguía
siendo baja. En los libros de confesiones, suelen aparecer simplemen
te como «Jan el esbirro» o «Klaas el esbirro».
Las autoridades exigían que sus esbirros fueran imparciales e inso
bornables. La corrupción era considerada como vergonzosa entre los
círculos de los magistrados, y los corruptos eran considerados
«sucios». En el aparato policial estaba estrictamente prohibido acep
tar dinero en todos los niveles. En la instrucción oficial del alguacil se
hacía hincapié en que se asegurara de que sus subordinados no pudie
ran aprovecharse en forma alguna de las prostitutas, de los regentes o
regentas de prostíbulos ni de los rufianes. A su vez, cada alguacil
suplente tenía que prometer que vigilaría a sus esbirros para que aca
taran esta regla. Los esbirros tenían expresamente prohibido llegar a
acuerdos financieros con las regentas de prostíbulos y personas de
este tipo, 'lám bién los serenos tenían que prometer, al aceptar el
cargo, que no aceptarían sobornos.
«¡Diantres! ¡De aquí he de sacar dinero!» 137
una madre para que le indicara dónde podía estar su hija. Juntas visi
taron nueve o diez casas, pero en vano. Más tarde, Lijs fue arrestada y
presionada por la policía: le prometieron que le redimirían la pena de
destierro si encontraba a la muchacha en un plazo de tres días, algo
que, por cierto, no logró.
Las regentas de prostíbulos más arraigadas en el entorno eran pre
cisamente las mejores confidentes. La notoria Rijk Banket, que a los
veinte años ya había sido condenada por vender la virginidad de su
hermana de catorce años, fue desde 1672 una corresponsal de la justi
cia: a partir de aquel año, todos sus arrestos y procesos acababan con
su liberación y eran meras advertencias. En 1691, buscó y encontró a
petición del alguacil a Mary van de Put una joven de dieciséis años
procedente de Delft que había acabado en el mundo de la prostitu
ción de Amsterdam. El alguacil le pidió que se quedara con Mary
hasta que su familia la fuera a recoger. Sin embargo, lüjk Banket no
vaciló en utilizar mientras tanto a la muchacha como prostituta. Ésta
fue la gota que colmó el vaso: la policía desmanteló el negocio de pros
titución de Rijk y la condenó a un destierro de dos años de la ciudad.
Las delatoras eran odiadas en su entorno y corrían el riesgo de ser
blanco de venganzas. En una ocasión, la regenta de un prostíbulo,
Clara Walraven, atacó a un hombre, le arañó la cara y le pegó, y a con
tinuación rompió los cristales de su casa «porque su mujer había ren
dido un servicio a la justicia». En 1733, el escritor amsterdamés, Jacob
Bicker Raye escribió en su diario que habían apuñalado a una mujer
«de quien se decía que era una puta y una soplona, que prestaba
muchos servicios a la justicia, y que por ello le había sucedido esto».
Los que más peligro corrían eran los delatores y testigos en casos
de delitos castigados con la pena de muerte. En 1699, Hilletjejoosten,
una hilandera que tenía conexiones con los círculos criminales, se diri
gió en voz alta a dos mujeres, diciendo: «Unas traidoras, sois aquí,
habéis enviado a veinte al patíbulo». De esta forma consiguió congre
gar a una muchedumbre, gritando: «Estrangulad ahora a la puta con
una cuerda alrededor del cuello y colgadla de un árbol». Acto segui
do, «un pelotón de gentuza [...] había corrido hacia las mujeres y
había dado patadas y vapuleado a una de ellas, por lo que su vida
habría corrido peligro, de no haber sido detenida por un agente de
policía».
«¡Diantres! | De aquí he de sacar dinero!» 141
La composición y el adulterio
Así pues, era preferible no tener tratos con la policía. Por consi
guiente no es de extrañar que algunas regentas de prostíbulos prefirie
ran no delatar a sus clientes, sobre todo si pagaban bien. Este era el
caso de Susanna Jans, que cada semana recibía en su prostíbulo a un
judío que quería ser azotado. El sadomasoquismo era una de las «por
querías» que constituían delito y que podían «redimirse». Sin embar
go, la prostituta Maria Wessels, a quien Susanna encomendó la tarea
de azotar al hombre, se negó a hacerlo diciendo «que algo así era tra
bajo de verdugos y que era mejor que el señor alguacil arrestara a esos
tipos». Susanna le respondió «que era preferible sacarle todas las
semanas dinero a un judío, que una sola vez al alguacil».
Las historias anteriores muestran la zona oscura en que se supera
ba con facilidad el límite entre el uso y el abuso de la ley. No obstante,
no hay pruebas de que el alguacil de Amsterdam estuviera personal
mente implicado en ello. Tampoco se puede leer nada negativo con
respecto a los alguaciles suplentes, ni siquiera en la detallada y sensa-
cionalista novela Het Amsterdamsch Hoerdom. Entre los esbirros todo
queda en algunos incidentes. Se enjuició a varias decenas de serenos
porque durante el servicio habían estado bebiendo en un prostíbulo o
habían extorsionado a las putas callejeras. Los serenos no eran agentes
de policía profesionales, y había tantos que los descarriados constitu
yen una pequeña minoría. El enjuiciamiento de estos casos indica por
sí solo que no se toleraban los abusos. Dentro del sistema de composi
ción e informantes, la zona oscura en la que se movía la policía era tan
grande que era inevitable suscitar sospechas de abuso. Sin embargo,
en la primavera de 1739 salieron a la luz varios casos que armaron
gran revuelo y que dañaron la reputación de la policía de Amsterdam,
al tiempo que echan por la borda la cautelosa conclusión de que las
cosas no iban tan mal.
hacer la calle. Seija regentaba junto con su esposo, Gerrit Mossel, una
casa de baile en el barrio bajo que se llamaba Duivelshoek (La esquina
del diablo). También ella tenía «habitaciones de putas» donde alojaba
a las muchachas con las que luego salía a la calle en busca de clientes.
De los interrogatorios de ambas mujeres se desprende cómo
atraían a los hom bres casados y los seducían para que cometieran
adulterio, para luego delatarlos y obligarles a pagar. Habían instruido
a las chicas para que averiguaran si el cliente estaba casado y/o era
judío. En caso afirmativo, se avisaba a la policía. Es lo que se llamaba
un «negocio». Se establecía una diferencia entre «negocio limpio», en
que el hombre entraba por propia iniciativa en el prostíbulo y se acos
taba con una puta, y un «negocio amañado», en que el hombre era lle
vado hasta la casa y seducido precisam ente con el objetivo de
delatarle. Estos «negocios» se ponían en conocimiento de Schraven-
waard, a veces por medio de papelitos que simplemente llevaban su
sello. A continuación, el alguacil suplente enviaba a sus esbirros o en
ocasiones los acompañaba enseguida.
Johanna den Hartog menciona tres negocios en los que estuvo
implicada, Seija cuatro, y el propio Schravenwaard dos, aunque las
cuentas del alguacil evidencian que percibió dinero en más casos. No
era tan sencillo pescar con regularidad «peces gordos», como se les
llamaba en estos ambientes. De hecho, el número de posibles víctimas
era limitado: el hombre había de estar casado o ser judío, y además ser
adinerado, aunque sin una posición de poder en la ciudad, pero tenía
que estar dispuesto a pagar una considerable suma de dinero para evi
tar la vergüenza pública.
Muchas víctimas potenciales estaban muy al corriente de los riesgos
que conllevaba una visita a un prostíbulo. Por ejemplo, sabían que
quien fuera encontrado con una prostituta en la cama tendría que
pagar un importe más elevado. La cama de la puta era un símbolo pal
pable del adulterio, del mismo modo en que el lecho conyugal lo era del
matrimonio. Así pues, el sexo adúltero se practicaba preferiblemente
en el suelo, pero para conseguir un «negocio» lucrativo, era importante
lograr que la víctima se metiera en la cama. A veces, si el hombre se
mantenía en sus trece y se negaba a hacerlo, simplemente lo metían en
la cama mientras dormía o cuando estaba borracho. Entonces, la pros
tituta se acostaba a su lado y otra persona salía en busca de la policía.
«¡ Diantres! ¡Dir aquí he de sacar dinero!» 147
hizo que Annis preguntara: «¿Por qué permiten que esta mujer se
vaya?» La respuesta de Schravenwaard fue: «Para atrapar más dia
blos».
Durante los primeros interrogatorios, Schravenwaard negó todas
las acusaciones, asegurando que creía que se trataba de «negocios lim
pios», y que sus corresponsales vinieron a ofrecerle personalmente sus
servicios. Sin embargo, a medida que progresaban los procesos,
aumentaba el número de declaraciones de testigos y las acusaciones
de corrupción y abuso de poder se acumulaban. Diferentes regentas y
regentes de prostíbulos declararon que Schravenwaard les había que
rido presionar para que le siguieran el juego, amenazándoles con
arruinarles sacando a las putas de los prostíbulos y encerrándolas en el
correccional. Así, en una ocasión Schravenwaard había mandado lla
mar a una prostituta, Johanna de Koning, y a la regenta del prostíbulo
Geertruy Kroonenberg, supuestamente para beber una taza de café,
pero en realidad para hacerles una propuesta: «Eres una mujer dema
siado lista y bonita para vivir en casa de alguien —le dijo a Johanna— .
Vete a vivir sola, así podrías rendirme un mejor servicio y traerme a
algún hombre casado». Encargó a Geertruy que alquilara una casa
que él había encontrado. Si se negaban a cooperar, les esperaba el
correccional. Otra mujer declaró que Schravenwaard la había obliga
do a mantener relaciones sexuales con él recurriendo a la violencia y a
las amenazas. Si accedía a sus deseos, le alquilaría una casa bien situa
da y le llevaría señores de la mejor posición. No debía tener miedo de
quedarse preñada, pues «cuando esté a punto, me reprimiré, [...] siya
está dentro, la sacaré y lo tiraré por la borda», una alusión poco
corriente al coitus interruptm. En resumidas cuentas, Schravenwaard
era un bellaco sin honor, peor que un rufián.
Sin embargo, los puntos débiles y las contradicciones en la política
de persecución judicial se ponen claramente de manifiesto en los inte
rrogatorios. El alguacil Ferdinand van Collen repite una y otra vez que
en febrero de 1737 había dado órdenes estrictas de cerrar todos los
prostíbulos; por consiguiente, Schravenwaard tendría que haber apre
sado a Johanna y Seíja con todas sus putas. El alguacil suplente se
defiende primero negándolo —no sabía que se tratara de mujeres que
regentaban prostíbulos—, y luego suavizándolo —le habían prometi
do enmendarse— , pero finalmente acaba con una defensa que surte
150 Lotte van de Poi
Beneficios y castigos
Por supuesto, todos los interesados lo hacían por dinero. De los 1.500
florines que le incautaron a Paulus Annis, los corresponsales recibie
ron 375 florines. Dirk el jardinero había exigido recibir de antemano
la mitad; de la otra mitad, Johanna recibió 100 florines y Willemijn
Biesheuvel 40. Los restantes 37,50 florines fueron a parar sin duda al
resto de los implicados, por ejemplo los esbirros. O tros importes
mencionados iban desde decenas hasta cientos de florines. Asimismo,
estos negocios exigían muchos preparativos y naturalmente había que
com partir las ganancias con otros, aunque para estos ambientes
humildes se tratara de mucho dinero.
El 15 de mayo se pronunciaron las penas para los principales sos
pechosos. Johanna den Hartog y Seija Hendrina de Koning fueron
condenadas a ser expuestas a la vergüenza pública llevando un letrero
sobre el pecho, a pasar doce años en el correccional de mujeres y a un
destierro de veinticinco años. Sus maridos no fueron arrestados. Las
prostitutas implicadas recibieron las penas habituales en casos de
prostitución. Willemijn Biesheuvel sólo fue interrogada como testigo.
Dirk el jardinero había puesto pies en polvorosa, y pese a los encona
dos esfuerzos, la policía no consiguió dar con él. Los esbirros de Sch-
ravenwaard recibieron una reprimenda, los dos esbirros del alguacil
que le habían dejado escapar, y de quienes el tribunal sospechaba que
habían sido sobornados, fueron suspendidos durante seis meses. Por
último, el propio Jan Schravenwaard fue despedido de su cargo y des
terrado de la ciudad durante doce años, siendo declarado además
«deshonroso y quedando inhabilitado para el cargo». Tuvo que devol
ver los 1.500 florines que había extorsionado a Paulus Annis, y se le
condenó a pagar todas las costas procesales.
«¡ Diantres! ¡De aquí he de sacar dinero!» 151
alguacil, por «un viejo afecto», puesto que había ido a la escuela con
Timmerman.
A pesar de las protestas de De Haan, el alguacil suplente siguió
insistiendo en que el dinero debía llegar de inmediato. Le sugirió que
el tabernero de H et W itte Wambuys quizás pudiera adelantárselo,
«pues este hombre está acostumbrado a hacerlo en casos como éste»,
a cambio de «una ventaja conveniente». Pero el tabernero no tenía
tanto dinero en la caja. Por consiguiente, no quedó más remedio que
hacer lo que Timmerman había querido evitar hasta el final: mandar
a alguien en busca de dinero a su casa. De Haan se apresuró a ir a la
casa de Timmerman, explicó a sus asustadas hermanas lo que pasaba
y éstas le entregaron el dinero. Lo hizo todo apresuradamente y De
Haan consiguió estar de vuelta a las doce y media. Los gastos totales
ascendían a 272, 85 florines, de los cuales 67, 70 florines eran en con
cepto de permanencia forzosa en la taberna. Timmerman pudo regre
sar a casa, pero el alguacil suplente le aconsejó con insistencia que a
la mañana siguiente acudiera personalmente a ver al alguacil para
darle las gracias por el «trato misericordioso» que le había dispensa
do. Y así lo prometió. A la una de la noche, Timmerman estaba en su
casa.
No resulta difícil imaginarse la «extrema consternación y confu
sión de toda la familia». Hendrik Timmerman estaba tan descompues
to que al día siguiente envió a su amigo a casa de Spermondt con el
mensaje de que no era capaz de ir a ver al alguacil. Durante aquella
visita a Spermondt, De Haan le dijo que creía que este tipo de multas
sólo se aplicaba a los hombres casados y no a los viudos. Spermondt le
respondió que «conforme a la legislación nacional, nadie estaba libre
de los castigos por impudencia», algo en lo que, por cierto, tenía
razón. De Haan preguntó asimismo por qué se había dejado en liber
tad a la mujer con la que yacía Timmerman, «pues en este caso uno no
peca más que la otra». Aquella mujer vivía del «negocio abominable y
libertino» y por consiguiente merecía que la encerraran en un correc
cional. El alguacil suplente le contestó «que en tal caso se podía con
vertir toda la ciudad en un correccional».
En la declaración que Timmerman prestó más tarde leemos lo que
precedió a todo este asunto. En la calle le había abordado una joven,
«Chrissie la costurera», que no era una prostituta pública y que aún
«¡Diantres! ¡De aquí he de sacar dinero!» 153
vivía con sus padres. Se dieron cita en una casa en la Singel, pero poco
después de meterse en la cama, un hombre apareció en una esquina,
salió por la puerta y regresó con el suplente Spermondt. Las protestas
de Timmerman de que era viudo y no estaba casado no sirvieron de
nada; se rechazó su petición de hablar personalmente con el alguacil,
así como la de recurrir a la ayuda de un abogado y cualquier otro tipo
de contacto con el exterior. No había clemencia; tenía que pagar 200
florines y podía dar las gracias, no sólo por no ocupar un cargo públi
co, pues esto le habría costado el doble, sino también por no estar
casado, pues entonces habría tenido que abonar 6.000 florines. Si no
estaba dispuesto a pagar, Spermondt recibiría a la mañana siguiente la
orden tajante de llevárselo a los calabozos, y en tal caso sería declara
do deshonroso en un proceso y sería desterrado de Holanda y Frisia
Occidental.
Aquella fatídica noche, Timmerman prometió pagar los 200 flori
nes. Además, Spermondt le exigió que escribiera personalmente una
carta al alguacil y que lo hiciera rápido, pues éste se acostaba a las
diez. Pero, Timmerman se resistía a poner su delito por escrito, pues
era consciente que con ello dañaría para siempre su honor. El alguacil
suplente le juró que después de mostrársela al alguacil, le devolvería la
carta. Por cierto, dos días más tarde, Timmerman pidió que le devol
vieran la carta, pero Spermondt aseguró que la había quemado. Era
mentira, pues la carta se halla en el expediente, y lo que Timmerman
se temía, se hizo realidad:
Spermondt aseguró que había acudido a casa del alguacil con esta
carta. Según el relato del suplente, después de leer la carta el alguacil
respondió que renunciaba a quedarse con el dinero y que dejaba que
154 I.otte van de Pol
En la segunda mitad del siglo XVII, la edad media de todas las mujeres
arrestadas bajo la acusación de prostitución era de veintitrés años, y
de veinticinco años en la primera mitad del siglo XVlll. Las de más
edad eran sobre todo las prostitutas que hacían la calle: tenían por tér
mino medio veintitrés años, pero eso era en la década de 1670-1679;
cincuenta años más tarde, en 1720-1729, tenían, por término medio,
treinta años. La mayoría de las chicas que trabajaban en las casas de
baile y en los prostíbulos tenían edades comprendidas entre los dieci
nueve y los veinticuatro años, y esto no cambió. La edad media a la
que empezaban a ejercer la prostitución era de veintiún años. En las
casas de baile grandes que había en Zeedijk, como ha montaña del
Parnaso, El mar español, La fuente o ha corte de Holanda, las mujeres
eran bastante más jóvenes que la media. Cuanto más ricos eran los
clientes, más jóvenes las prostitutas.
Las prostitutas jóvenes tenían un mayor «valor comercial» que las
viejas. Sin embargo, menos del 10% de las arrestadas era menor de
diecinueve años y sólo algunas de ellas tenían menos de dieciséis. La
mayoría de estas muchachas vivían en el prostíbulo de algún familiar.
Por ejemplo, Lijsbeth van Dijck, de catorce años, fue sacada del
prostíbulo de su madre, junto con sus dos hermanas mayores que
también ejercían la prostitución en la casa. Entre las prostitutas muy
jóvenes también había algunas chicas que habían huido de casa, y
que, al parecer, eran presa fácil de las alcahuetas. Catharina Davits de
quince años había caído en manos de una mujer que había seducido
ya a otras jóvenes. Catharina era huérfana y se había escapado de la
casa de sus tíos porque la m altrataban. Sabemos además, que ella
también hacía de las suyas, pues usando a la criada como cómplice,
entraba a menudo en la casa (en una ocasión a través de la claraboya)
para robar.
«Dios los cría y ellos se juntan» 163
supremacía de las mujeres». Ello sucedía, según él, sobre todo en los
barrios populares, donde, como atestigua una queja de un informador
de Van Effen; «El señor no sabe lo que pasa en rincones como éste; en
esta calle, todos los hombres yacen debajo y no tienen nada que
decir», y añade que todas esas «m ujerzuelas confabuladoras»
deberían estar encerradas en la Spinhuis. Las mujeres del pueblo esta
ban en primera fila en las revueltas y las rebeliones, y entre el «popula
cho» al que las crónicas siempre echan la culpa, se menciona en
especial a «las mujerzuelas y los marineros».
Los clientes
Los clientes de las prostitutas eran tan punibles como las putas; sin
embargo, esto era más la teoría que la práctica. Sólo se detenía a los
hombres casados y a los judíos, pero dado que éstos preferían «compo
ner» su delito, sus casos solían permanecer al margen de los libros de
confesiones. Por regla general, se dejaba en paz a los clientes solteros y
no judíos. Alguna que otra vez, el alguacil sacaba de un prostíbulo o de
la casa de una mujer pública al hijo de una familia amsterdamesa esta
blecida a petición de los padres, pero por lo demás, los puteros que
aparecen en los libros de confesiones se mencionan de pasada como
meros figurantes, y en ocasiones porque fueron arrestados por otra
causa, como por ejemplo la violencia.
Sólo en La Llaya, y únicamente en el último cuarto del siglo XVlll y
dentro de la zona de La Haya que entraba en la jurisdicción de la Corte
de Apelación de Holanda, fueron arrestados y condenados todo tipo
de clientes, a partir de 1790 incluso de forma habitual. Se trata en este
caso de decenas de hombres, tanto casados como solteros, en un abiga
rrado cortejo de todo tipo de profesiones, edades y nacionalidades,
entre quienes encontramos a diversos criados de señores, judíos y
extranjeros. Las excusas que daban eran a menudo que habían estado
ebrios o que una mujer les había seducido, una seducción que por cier
to a veces consistía en que mujeres pobres se ofrecían por muy poco
dinero, o incluso acompañaban a los hombres en la esperanza de reci
bir algo después. Un tabernero contó que, tras una pelea con su mujer,
se había emborrachado y a continuación, por primera vez en su vida.
«D io s los cría y ellos se juntan» 173
que muchos de los más distinguidos señores de Amsterdam, acudían por las
noches al prostíbulo donde ella vivía hace dos años, y que tenían una contra
seña especial para que les dejaran entrar después de llamar a la puerta, que a
la sazón era «se acabó el invierno»; y que su amo, el regente del prostíbulo,
acudía a diario a la Bolsa para buscar galanes y que pocas veces regresaba a
casa sin traer consigo a uno u otro hom b re...
N o hay gente más necia en el m undo que estos b ebedores de arac, y que
m enosprecian el dinero, a pesar de que, a buen seguro, no hay nadie que
tenga que trabajar más para ganarlo que los soldados y marineros de las
Indias. H ace apenas cuatro semanas que han vuelto, pero de los 500 florines
que reciben com o media de paga, a ninguno de ellos le queda más de 125;
tanto es lo que han bebido, tanto lo que les han desplumado las putas.
lo poco que a m enudo aún les queda, y que reciben en la Casa de las Indias
Orientales, sede central de la Compañía de las Indias Orientales, lo llevan a
los sótanos de putas o a las casas de putas, donde se dejan agasajar, con cerve
za o vino, de forma que a menudo no ven ni sol ni luna, antes de haberlo ago
tado todo [ ... ] y luego las putas y los regentes de los prostíbulos los echan a la
178 L o tte van d e Pol
todos los navegantes, especialmente los holandeses, son, com o el elem ento a
que pertenecen, muy dados a la sonoridad y al bramido, y el ruido que meten
media docena de ellos, cuando se consideran alegres, es suficiente para aho
gar doble número de flautas y violines; por lo tanto, los propietarios, con un
par de organillos, pueden hacer retumbar toda la casa, sin otro gasto que el
alquiler de un miserable musiquillo que apenas les cuesta nada. [La fábula de
las abeja!;, I, p, 61].
La navegación
Sin duda, para las mujeres de los marineros que a menudo queda
ban solas durante años tuvo que ser difícil serles fieles a sus maridos.
El adulterio de estas mujeres era de esperar y era preferible juzgarlo
sin demasiada dureza, consideraba, entre otros, Jacob Cats. Incluso la
Iglesia reformada prefería recurrir, en tales casos, a la mediación en
lugar de al castigo. Las autoridades hubiesen querido aplicar la pena
de muerte en caso de adulterio, según afirma Eduard van Zurek en su
Codex Batavus, «Pero ello no se consideró practicable, en un país que
tiene tantos marineros, y tantas mujeres que, ante la larga ausencia de
sus esposos, utilizan a otros». Incluso el hecho de que, debido a la
larga ausencia de sus maridos «muchas mujeres que permanecen en
casa, a menudo acaban teniendo grandes problemas, y cometen
muchos actos de lujuria» se utilizó en aquella época como argumento
para no ampliar el comercio en ultramar.
El marinero que regresaba a casa se encontraba a veces con niños
que no podían ser hijos suyos. «Pero esto es usual en un viaje a las
Indias Orientales, en ninguna iglesia sermonearán al respecto», dice un
184 L o tte van de Pol
El salario normal para una mujer, por ejemplo, como costurera o fre
gona, era de 8 stuivers, aunque, en algunos casos, podían llegar hasta
12 stuivers. Si además, la mujer comía en su lugar de trabajo, solía reci
bir tan sólo 3 ó 4 stuivers. Los salarios anuales del servicio doméstico
interno variaban entre 20 y 100 florines, aunque el sueldo normal solía
encontrarse entre los 30 y 50 florines. Además se les daba comida y
alojamiento y propinas, dinero de bolsillo —el llamado «huurpen-
ning» en el momento de entrar en servicio y el «kermisgeld» dinero
para gastarse en la feria—, regalos de año nuevo y a veces tela para
190 -otte van de Pol
Las deudas
zende Zon (El sol naciente), donde la había conocido; después la alojó
en casa de un maestro francés por 5 florines a la semana. También los
padres que querían sacar a su hija de un prostíbulo, tenían que satisfa
cer primero la deuda contraída. En 1739, la regenta de un prostíbulo,
jacoba van Dort, se negó a devolver una hija a su madre porque ésta
no quería pagar. Jacoba había tenido que pagar mucho dinero al ante
rior regente por los vestidos de la muchacha. Por cierto que en aquel
mismo prostíbulo otra muchacha acababa de ser redimida por 20 flo
rines por un hombre dispuesta a mantenerla.
En principio, obligar a una mujer a fornicar era delito, pero no
había nada ilegal en obligarla a pagar sus deudas. Parece ser que la
justicia ayudó en algunos acasos a que las prostitutas liquidaran sus
deudas. Por ejemplo, en 1694, Sophia Laurens manifestó durante su
estancia en la Spinhuis que una vez cumplida su condena quería vivir
honestamente. Sin embargo, tenía pendiente una deuda de 50 flori-
nes con la regenta Rebecca Stam. La justicia la ayudó, arrestó a
Rebecca en 1694 y pidió a Sophia que testificara contra ella. Sophia
rogó entonces a Rebecca que le perdonara su deuda «para poder lle
var una vida mejor al salir del correccional». Dadas las circunstan
cias, Rebecca no podía hacer otra cosa más que declarar que le
perdonaba la deuda y que se contentaba con las cinco semanas en
que Sophia había vivido en su casa como puta. Considerando la
cuantía del importe, sin duda lo hizo a regañadientes.
En 1733, el tribunal preguntó a jan Vijand, regente de un prostí
bulo, «si era cierto que en noviembre del año pasado pidió a Stijn
Jans que le enviara a una buena moza, que pudiera tratar con caballe
ros, y que pagaría, a quien trajera hasta su casa a esa buena moza,
todas las deudas que ella hubiera contraído». Stijn, una alcahueta de
Gouda, le trajo personalmente una «buena moza» a cambio de un
importe de 20 florines. Entre las pruebas presentadas ante el tribunal
se encuentra la carta quejan Vijand envió a Gouda.
Anna Brassart, una muchacha de diecinueve años que había vivido
como mantenida en La Haya, había pedido en 1731 a una alcahueta
que le encontrara un lugar en un prostíbulo, a fin de poder saldar sus
deudas. La alcahueta escribió para Anna una carta de recomendación
a una regenta de Amsterdam; acto seguido, la regenta mandó buscar a
Anna y asumió su deuda.
200 L o tte van d e Pol
La captación de clientes
Quien quiera hacer negocios tendrá que atraer clientes y hacer publi
cidad; esta regla también es válida para el negocio de la prostitución.
Sin embargo, en aquella época el negocio de la prostitución exigía
además secreto y discreción. Este dilema se solucionaba de diferentes
formas. Las «casas discretas», es decir los prostíbulos que no eran
reconocibles como tales desde el exterior, dependían de la publicidad
del boca a boca, aunque seguramente también recurrieran a interme
diarios como los recaderos y posiblemente a listas escritas como la
Lijst van Camernymphies (Lista de ninfas de habitación) que contenía
los nombres y las direcciones de 18 casas de baile, 67 regentes y 64
putas. Una vez dentro del prostíbulo, a veces era posible elegir una
mujer a partir de retratos. Al menos esto es lo que muestra el frontispi
cio de Spigel der alderschoonste cortisanen («Espejo de las más bellas
cortesanas») (véase ilustración 5) de Crispijn de Passe de 1630. En el
sainete de J. Noozeman Lichte Klaertje («Clara la ligera», 1650), apa
rece una mujer que no tiene putas, sino sólo «letreros» con los retratos
de putas de encargo «y entonces has de pagar por la que hayas elegi
do». Hay algunos ejemplos de mujeres que en las riñas con los vecinos
eran acusadas de haber sido «putas de letrero» en Amsterdam duran
te su juventud. Jean-Francois Regnard, un viajero francés, describe en
1791 un prostíbulo donde se entraba «en una habitación conectada
con diferentes cuartos en cuyas puertas cuelga el retrato de la persona
que se halla dentro». El hombre elegía y pagaba. «Y si el retrato era
favorecedor; ¡mala suerte!». Teniendo en cuenta los gastos que impli
caba realizar los retratos, sin duda sólo podían perm itírselo unos
pocos prostíbulos.
En los prostíbulos públicos, las mujeres atraían a sus clientes desde
la puerta o la acera, y si vivían en los pisos superiores lo hacían asomán
dose a la ventana. A veces, una de las pupilas hacía las veces de reclamo
y se exhibía sentada delante de la puerta o en la sala delantera. Asimis
mo se hacía publicidad en la calle. Las casas de baile enviaban a las
criadas a las calles cercanas al puerto, «para anunciar a las putas», y
abordar a los transeúntes «para persuadirles de que visitaran los prostí
bulos». Catharina Roelofs abordaba a los hombres en la calle pidién
doles «1 stuiver para café»; si uno picaba, entonces le preguntaba «si
«E xtrañ os ardides para sobrevivir sin dar ni golpe» 201
Las negociaciones
ver allí que varias parejas están a punto de cerrar el trato: y las que ya
han llegado a un acuerdo, prosiguen juntas su camino». Es una
«escuela de putas y m ercado de ganado». Un agente de policía
declaró que Lena Jans, a quien él había sorprendido yaciendo con un
hombre en plena calle, había negociado previamente con el hombre
en cuestión durante más de un cuarto de hora. Anna Jans abordó
junto con una compañera a dos hombres en la calle: «¿No puedo
ganarme 22 stuivers contigo?» Acosaron a los hombres hasta que uno
de ellos, un grumete, mostró interés. Le ofreció 3 stuivers en lugar de
los 22 que Anna le había pedido; finalmente ésta aceptó.
A un caballero se le pedía más dinero que a un mozo, lo cual, por
otra parte, era usual para todos kts servicios. Esta fluctuación de la
tarifa según la «posición» se menciona, por ejemplo, en un diario sen-
sacionalista de La Haya a principios del siglo XIX: las putas callejeras
pedían 5 stuivers a un hombre que llevara sombrero, 3 stuivers a un
hombre con gorra y zuecos y 2 stuivers si el hombre llevaba chamarra.
Un militar pagaba aún menos. La consecuencia era que los importes
variaban mucho, incluso tratándose de la misma mujer. La falta de
una tarifa fija, el tiempo que se dedicaba a las negociaciones y las tari
fas adaptadas a la posición social del cliente son buenos ejemplos de la
manera en que se hacían negocios en la sociedad preindustrial.
En la calle, las mujeres solían intentar obtener el dinero de ante
mano, como se desprende de una conversación escuchada en 1740 en
las escaleras en la parte posterior del ayuntamiento de Amsterdam,
en la que la mujer decía: «Vivo demasiado lejos de aquí, podemos
hacerlo aquí detrás, pero antes tienes que darme el dinero». En aque
lla época, pagar por adelantado era poco corriente y constituía una
señal de falta de confianza y de la resistencia a dar a crédito: era típi
co de los tratos deshonestos. Una vez más, la puta pasa a formar parte
de una metáfora negativa, como demuestra la expresión holandesa:
«No soy una puta, no hay por qué pagarme por adelantado». En un
sainete del siglo XVII se comparaba a los profesores con las prostitu
tas debido a su costumbre de cobrar por anticipado cuando daban
clases particulares.
La que no recibiera el dinero por adelantado, corría el riesgo de no
recibir nada, o de recibir menos de lo acordado: al fin y al cabo las
promesas hechas a las putas sin honor valían bien poco. Con regulari
«E xtrañ os ardides para sobrevivir sin d ar ni golpe» 205
sino que intentó convencerla con muchos argumentos para que le «expulsa
ra» el semen; que al principio ella se había opuesto a hacerlo, porque le pare
cía innatural, pero que se dejó convencer por la persuasión del caballero, para
llevar su mano hasta su «hombría»; y que aunque otros le habían hecho repe-
titlas veces la misma propuesta, de expulsarles el semen, nunca había acepta
do, por considerar que era contrario a la naturaleza...
una vieja tradición (literaria) existen métodos para perder más de una
vez la virginidad y por consiguiente venderla caro.
En los pocos casos en que aparecieron ante los tribunales casi
siempre estaban implicadas muchachas traídas de otras ciudades, o
procedentes de Amsterdam, pero llevadas a otras partes. Ello pone de
manifiesto las grandes precauciones que se tomaban y el miedo a ser
descubiertos. Las víctimas eran a menudo muchachas que se habían
escapado de casa o muchachas como Dorothe Jans, que pertenecían a
familias de prostitutas. Las regentas de los prostíbulos que traficaban
con vírgenes eran mujeres de mala fama como Rijk Banket, «moeder
Colijn», y Susanna Jans.
Susanna Jans fue acusada por prestar otro servicio sexual prohibi
do: cada semana acudía a su prostíbulo un judío rico, que se hacía azo
tar. Aunque la legislación no decía claramente que las prácticas
sadomasoquistas constituyeran delito, ello se desprende de la tenaci
dad con que la regenta de un prostíbulo sostenía que los azotes encon
trados debajo de su cama sólo servían para limpiar la chimenea.
Susanna Jans fue arrestada en 1722, y en 1725 hubo un caso espec
tacular de flagelación en los tribunales. Se trata del mismo periodo en
que —como se explicó más tarde en un proceso ante el tribunal de
Leiden— , en una barcaza que hacía el trayecto entre Amsterdam y
Leiden, los pasajeros hablaban abiertamente sobre «la casa de la flage
lación» de Dirk Prêt y Ariaantje Loots en el callejón Jan Vriessensteeg,
donde los hombres en cueros vivos y las manos atadas con lazos rojos,
dejaban «que las putas les flagelaban las nalgas con azotes». Dirk Prêt
y Ariaantje Loots regentaron primero un elegante prostíbulo en Lei
den, pero, después de las acciones judiciales emprendidas contra la
prostitución en 1720 y 1721, huyeron a Amsterdam. No aparecen en
los libros de confesiones de Amsterdam.
En julio de 1725 fue arrestado Guilliam Sweers en el momento en
que, atado con ligas a la pared, estaba siendo flagelado por dos prosti
tutas. La casa donde fue arrestado se encontraba en el ya mencionado
callejón Jan Vriessensteeg. Los preparativos de esta sesión de flagela
ción habían durado meses. Según la alcahueta Geertruij Jussan, una
vieja que también fabricaba velas, Guilliam iba a verla cada día, y en
ocasiones varias veces al día, para preguntarle si ya había encontrado a
mujeres dispuestas a atender sus deseos. Año y medio antes, Geertruij
214 Lotte van de Pol
Las ganancias
El dinero que se pagaba por el sexo constituía tan sólo una parte de
los importes que circulaban en el mundo de la prostitución. La pre
sencia de mujeres atractivas cuyos servicios podían alquilarse consti
tuía un medio para atraer el dinero hacia lugares que, de lo contrario,
los hombres evitarían. A continuación se les afanaba todo el dinero
posible instándoles o incluso obligándoles a comprar comida y bebi
das caras, que también compartían las pupilas y la regenta, exigiendo
propinas y extras, estafándoles en la factura y a veces robándoles des
caradamente.
Sobre todo en las casas de baile, las ganancias se debían a los eleva
dos precios de la bebidas, y las prostitutas eran ante todo animadoras.
Según Het Anisterdamsch Hoerdom, una buena puta, que aportaba
mucho dinero, era capaz de beber como un cosaco. Las crónicas de
viaje de la segunda mitad del siglo XVIII mencionan que, al entrar en una
casa de baile, se servía a los visitantes una botella de vino de 1 florín, se
la bebieran o no. También en los prostíbulos, la factura por la bebida
era a menudo más elevada que el pago por los servicios de la muchacha;
así (en 1699) un hombre pagó a una mujer 8 chelines (2,40 florines) en
su habitación por la bebida y 1 daalder{l,^ florines) por el sexo. «¿Para
qué debería yo mantener a mis pupilas si no sacara beneficios del
vino?» dice la regenta de un prostíbulo en Het Amsterdamsch
Hoerdom. Esto coincide con lo que se decía en 1667 de una regenta, a
saber: «Que tiene putas para poder vender su cerveza y su aguardien
te». En 1728, un regente le dice enfadado a una puta que rechaza una
tercera copa de vino: «No estás defendiendo mis intereses».
Het Amsterdamsch Hoerdom describe cómo las muchachas derra
man vino «por accidente» y vacían la copa debajo de la mesa, y cómo
en la cuenta se suele incluir más de lo que se ha bebido realmente. La
expresión «escribir con tiza de putas» significaba cargar la cuenta. El
cliente que protestara contra la cuenta, se arriesgaba a descubrir en
sus propias carnes que la regenta del prostíbulo tenía rufianes a su dis
posición que, recurriendo a la violencia, obligaban al cliente a pagar o
a dejar prendas en el establecimiento.
Cada año aparecían ante el tribunal casos relacionados con alterca
dos, cuyo motivo había sido una riña acerca del pago en un prostíbulo
216 Lotte van de Fol
Conclusión
algún dinero con él: las criadas y las fregonas, las alcahuetas, los mato
nes, los vigilantes y los músicos. Se trata de todo un circuito de perso
nas que no tenían cabida en la sociedad honrada, pero que a través del
señuelo del sexo conseguían apropiarse de una parte del dinero de los
ciudadanos respetables.
En su Fábula de las abejas, Bernard de Mandeville postulaba que si
le robaran el dinero a un avaro de mala índole y que apenas lo gastaba
«no cabe duda de que tan pronto como este dinero empezara a circu
lar, la nación saldría ganando con el robo» aunque después caiga en
manos de prostitutas [La Fábula de las abejas, I p. 53]. La prostitución
hacía circular el dinero, y también otras personas —aparte de los impli
cados directos— se aprovecharon de ello, como los caseros y los prove
edores de bebidas, las costureras, los vendedores de telas y las
ropavejeras, las mujeres que cocinaban para las prostitutas o para sus
clientes, las personas que vigilaban por si llegaba la policía, los recade
ros y los curanderos que trataban las enfermedades venéreas. Según De
gaven van de milde St. Marten («Los dones del generoso San Martín»,
1654), el putaísmo provocaba tanta sífilis que los barberos, los «maes
tros de viruelas» y los medicuchos ganaban fortunas a costa de ello.
Los escritores, impresores y libreros hacían buenos negocios con la
reputación que tenía Amsterdam de ser la ciudad de la prostitución. La
fama de las casas de baile atraía a turistas, y la expectativa de ver a
putas hermosas en la Spinhuis constituía una lucrativa fuente de ingre
sos para este correccional. Las multas y las «composiciones» que paga
ban los hombres adúlteros a la policía para librarse de la justicia
contribuyeron a costear los gastos del aparato policial.
Y, por último, la prostitución generó una continua corriente de
candidatos tanto para la Compañía de las Indias Orientales como para
la Compañía de las Indias Occidentales. La navegación necesitaba
constantem ente hom bres dispuestos a enrolarse y a navegar hasta
lugares lejanos. El comercio holandés dependía de los marineros, y
según las palabras de Diderot: mientras los pobres no puedan encon
trar trabajo, seguirán arriesgando su vida en el mar. Y si hemos de dar
crédito a la mitad de los reproches de los contemporáneos, la prostitu
ción era una razón importante de que los hombres jóvenes cayeran en
la pobreza; y una vez convertidos en marineros, las putas y las regentas
de los prostíbulos les ayudaban a desembarazarse tan rápido del diñe-
«Extraños ardides para sobrevivir sin dar ni golpe» 221
ro que habían ganado, que no tenían más remedio que volver a embar
carse:
ARCHIVOS
í)iblioteca
M anuscrito B 54, Jacob Bicker Raye, N oticia de los casos más curiosos que
conozco.
1547-99, Facturas del cirujano G ilíes Schoutcn a H elena Havelaar
Los D ocu m en tos crim inales de la Corte d e H olanda han sid o exam inados
desde el año 1650 hasta 1795. H asta 1745 se trata únicam ente de algunos ca
sos; entre 1745 y 1795 la Corte tramitó 180 procesos en materia de prostitu
ción. En el texto se citan fragmentos procedentes de los siguientes docu m en
tos:
A rchivo judicial 109, P rocesos ante el tribunal de prim era instancia 1758-
1775 (62 procesos de prostitución).
Fuentes 225
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R efer en c ia s c o m pl em en t a r ia s po r c a pí tulo
Introducción
Capítulo 1
El título del capítulo procede del libro Den desolaten hoedel der medicijne de
ses tijdts (l(sll).
Francés anónim o (1770) en Van Strien-Chardonneau (1992), p. 76.
La «Lista de ninfas y casas de baile que se encuentran en Am sterdam », ha
sido publicada en Van de Pol (1996), pp. 360-366.
El cálculo del núm ero de prostitutas en Van de Pol (1996), pp. 100-101.
El periodo inicial de las casas de baile en Wijnman (1928).
Lista d e casas de baile en Van de P ol (1996), A nexo III.
A lum brado urbano en M ulthauf (1985).
D os viajeros alem anes en 1683 en Bientjes (1967), p. 176.
Cam bios en el siglo X V III en Van d e P ol (1985) y (1996).
Capítulo 2
Capítulo 3
Relación entre las mujeres y el demonio en Norris (1998), Hufton (1995) capí
tulo 1.
La «camarera» en Weyerman (1727 y 1994) y Van de Pol ( 1999b).
La sexualidad en Van de Pol (1988), Hekma y Roodenburg (red) (1988) en la
edición dedicada a la sexualidad de Documentatiehlad Werkgroep Acht-
tiende Eeuw 17 (1985).
Sobre Lodewijck van der Saan: Haks (1998).
La imagen de las putas y los clientes en las artes plásticas en Van de P ol
(1988a).
La viajera alemana anónima en «Aus dem Reisetagebuche» (1884).
El grabado de Urbano e Isabel está reproducido en Leuker (1992), ilustra
ción 43.
Capítulo 4
Capítulo 5
en Van den Bergh (1857) cifras de com p osición hasta 1750 Van de Po!
(1996), p. 383 y después de 1750 Verhaar y Van den Brink (1989), p. 78.
La élite gob ern an te y su relación con el p ueblo en Elias T. 1 (1903) y T. II
(1905).
La persecución judicial de los sodom itas en 1730 en Van der Meer (1995).
Capítulo 6
Capítulo 7
M o n e d a s y d in e r o
La unidad de cálculo era el florín (100 céntim os), pero el florín no existía
co m o m oneda. Las m on ed as corrientes eran el stuiver (5 cén tim o s), el
chelín (6 stuivers ó 30 céntim os), y el d ucado, que tenía un valor de 3 flo
rines y 3 stuivers.
El valor del dinero: 1 florín era el salario de un obrero, el salario sem a
nal norm al ascendía a 6 florines, aunque en A m sterdam , d o n d e los su el
dos eran más elevados, ascendía a 7 florines.
G losario
rijksdaalder m o n ed a d e 2 ,5 0 florines.
SIGLO
ysa
DI