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García, Carmen. 40.623.

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Tomando como base la frase de Martín Cohan, acerca del “sometimiento”


del material histórico a la narración y toda su recursividad, El Entenado de Juan
José Saer es probablemente, entre algunos otros títulos del autor, el mejor
ejemplo a la mano para analizar cómo ésta se aplica de manera práctica.

Como bien dice Cristina Iglesia en su apartado Cautivos en la zona. Sobre


“El Entenado” de Juan José Saer1, el acontecimiento histórico más fácilmente
reco-nocible a primera vista en dicha obra es la expedición de Solís a las
costas de Brasil y posteriormente el Río de la Plata; anecdótico episodio entre
las crónicas de la conquista. Además de su propio capitán, es el narrador prota-
gonista de la novela el segundo personaje más reconocible con base histórica:
Francisco del Puerto, grumete a bordo y sobreviviente de la expedición, tomado
cautivo por los nativos. Es de destacar sin embargo, que dichos datos, pese a
ser fácilmente reconocidos y corroborados como históricos, nunca se especi-
fican ni puntualizan a lo largo de la narrativa en sí. La identificación sólo puede
llevarse a cabo por mera intuición del lector, y éste es el primer rasgo dife-
rencial que mantiene El Entenado con el resto de novelas históricas.

Normalmente, éste género es identificado desde el principio, observando


las muchas alucones a fechas, lugares y nombres datados con precisión en
medio de la narración, los que no pierden oportunidad de ser reiterados y espe-
cificados siempre que se pueda. Se distingue claramente entonces, que en El
Entenado no es la intención dar la más mínima sensación de verosimilitud
como la tendría cualquier otra novela histórica. Y es a partir de esta presunta
intención que comprendemos la frase del propio Saer en El concepto de
ficción2, donde dice:

“Narrar no consiste en copiar lo real sino inventarlo, en construir imágenes


históricamente verosímiles de ese material privado de signo que, gracias a su
trasformación por medio de la construcción narrativa, podrá al fin, incorporado
en una coherencia nueva, coloridamente, significar”.

Lo que esto quiere decir, en líneas generales y nuevamente acorde a la


frase de Cohan, es que la narración literaria, la ficción, no necesita gastarse en
vanos intentos de “lucir” como la realidad, ni muchos menos intentar convencer
a un potencial lector de que lo es o lo fue, sino más bien en conseguir compo-
ner una representación aproximada de la realidad, para lo cual se puede recu-
rrir entre otras cosas al material histórico, el hecho verídico.

Propiamente en El Entenado esta percepción se deja entrever con


numerosas frases entre las que pueden leerse:

1 Cristina Iglesia; 5. Cautivos en la zona. Sobre El Entenado de Juan José Saer; La violencia
del Azar; Ensayos sobre la literatura argentina; Fondo de Cultura Económica; p110.
2 Juan José Saer; El concepto de Ficción; 1997.

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“Ahora que estoy escribiendo (…), me doy cuenta de que, recuerdo de un


acontecimiento verdadero o imagen instantánea, sin pasado ni porvenir, forjada
frescamente por un delirio apacible, esa criatura que llora en un mundo desco-
nocido asiste, sin saberlo, a su propio nacimiento.”, dice refiriendo al momento
del secuestro por parte de los indígenas que los llevaban con ellos tras haber
aniquilado a sus compañeros de viaje.

Pero, volviendo nuevamente a lo citado, la “imagen instantánea forjada por


un delirio apacible” de la que habla, es desde luego su propio recuerdo, ahora
visto en perspectiva lejana cuando lo evoca para plasmarlo en la escritura.
Refiriéndose a él como delirio, le está asignando expresamente ese perfil de
duda y desconfianza que necesita darle a todo el relato, para dejar claro cada
vez con más insistencia que la anécdota retrospectiva de ninguna manera pudo
haber sido un calco de su narración actual.

Miguel Dalmaroni y Margarita Merbilhaá3 dicen que la cuestión más recu-


rrente en la narrativa de Saer es la idea de percepción de la realidad, por medio
de los sentidos corporales, y la posterior competencia necesaria de un sujeto
para representarla literariamente. El procedimiento, según ellos, llevado a cabo
por este autor, es el de condensación de las imágenes, sumado también a una
incansable y minuciosa descripción de detalles a primera vista fútiles e intra-
scendentes; y el fin, es alcanzar esa deseada representación “realista” de los
hechos, no precisamente “real”.

Entre otros textos de Saer, El Entenado busca ser crítico con esa “ilusa”
creencia de que el hecho histórico puede ser novelado y documentado el
mismo tiempo, pero esto sería para él imposible, dado que no sólo la represen-
tación escrita, sino la aprehensión misma de la realidad nunca serían del todo
acertadas. Nada nos puede garantizar, como humanos con limitaciones, que
todo lo que percibimos es puro y despojado de subjetividades, completo y sin
faltantes.

Cuando más claro se hace esta intención en la obra, es durante los


acontecimientos años después del regreso del protagonista a Europa, cuando
al unirse a un circo ambulante, consigue teatralizar de forma cómica su expe-
riencia para ser llevada al escenario y expuesta al público más diverso. Se
puede leer por ejemplo:

“De mis versos, toda verdad estaba excluida y si, por descuido, alguna
parcela se filtraba en ellos, el viejo, menos interesado por la exactitud de mi
experiencia que por el gusto del público, que él conocía de antemano, me la
hacía tachar.” (el resaltado en cursiva es propio).

3 Miguel Dalmaroni y Margarita Merbilhaá; Un azar convertido en don. Juan José Saer y el
relato de la percepción; Noé Jitrik; Historia crítica de la literatura argentina, Tomo 11; p322

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Si aludiendo a la cita anterior, la experiencia del protagonista convertida en


ficción teatral fuera la novela El Entenado, el lector de esta novela sería el
público que contempla la puesta en escena, dentro de la misma. El narrador
una y otra vez vuelve a replantearse esa misma cuestión: luego de tanta
deformación del hecho, ¿puede hablarse aún de una anécdota representada
por su propio protagonista? ¿o sólo de una ficción original, creada para entre-
tener, y con una leve base histórica? El punto de buscar entretener al público a
costa de todo sacrificio del hecho fáctico, no es muy distinto de lo que hace el
escritor de novela histórica, en definitiva

Y por último, es pertinente mencionar la particularidad saeriana de su nove-


la histórica que cuestiona el modo de ser construido ese género normalmente.

Es bastante notable, hasta incluso llamativo, la objetividad, lejanía, e


incluso “cinismo” con el que un narrador protagonista en primera persona nos
cuenta sus recuerdos. Una y otra vez no dejan de contarse hechos muy pun-
tuales a lujo de detalle, como el desmembramiento de los cuerpos de los
exploradores españoles a manos de los indígenas, la orgía sexual con
participantes de todas las edades, el rio atestado de cadáveres flotantes entre
los cuales el barco que lleva al protagonista de regreso a Europa navega, e
incluso la muerte del padre Quesada, figura sobra le cual el protagonista se
rehace como español de regreso en su tierra natal.

Aunque se denoten comentarios como las náuseas, el mareo o la sensa-


ción de desconcierto, el narrador siempre se encarga de dejar plasmado el
hecho sin filtros personales, ni juicios de valor moral personales. Un hecho
siempre aparece mucho “más descripto que contado”. Hay distancia entre el
hecho y el narrador que debe enunciarlo. La mirada arbitraria o partidaria no
tiene cabida para Saer en su novela histórica. Sea cual sea el hecho histórico
al que sus novelas estén haciendo alusión, o sin son más o menos claras, o
más o menos recurrentes, el partidismo que se reconoce en otros referentes
argentinos como Amalia de José Marmol4 no está presente.

En conclusión, volviendo a la frase de Martín Cohan, la representación es


una constante que Saer permanentemente busca en El Entenado, y con dicha
finalidad apelará a múltiples artificios que, no sólo demostrarán que una ficción
histórica siempre debe ser encarada con el beneficio de la duda en la mano,
sino que lo hará dialogando con varias, si no son todas, las obras de novelística
histórica que le preceden.

4 José Mármol; Amalia; 1851.

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