Sie sind auf Seite 1von 54

Irma Colanzi

María Luisa Femenías


Viviana Seoane
(compiladoras)

Los ríos subterráneos


VOLUMEN V

Violencia contra
las mujeres
La subversión de los discursos
Irma Colanzi
María Luisa Femenías
Viviana Seoane
(compiladoras)

Los ríos subterráneos


VOLUMEN V

Violencia contra
las mujeres
La subversión de los discursos

Rosario, 2016
A las mujeres y niñas/os en situación de violencia,
por su coraje para construir espacios de respeto,
solidaridad y reconstitución de sí.
Agradecimientos

Q ueremos destacar que todas nuestras investigaciones teóricas


y empíricas se han visto incentivadas tanto por las miembros
de los respectivos equipos cuanto por un conjunto de personas
de las que sólo podremos mencionar algunas, aunque les agradecemos a
todas por su constante apoyo, puesto de manifiesto una vez más en esta
publicación. En primer término, a las autoridades de nuestra Facultad,
en especial a nuestro Decano, el Dr. Aníbal Viguera. Nuestro reconoci-
miento expreso a las Dras. Gloria Chicote y Susana Ortale, también de
la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Un agradeci-
miento especial a la Secretaría de Investigaciones de la UNLP, gracias a
cuyos Proyectos (H.591, H.592 y H.736), esta edición ha sido posible.
Queremos, del mismo modo, agradecer a los colegas de otras Facultades
de nuestra Universidad, que han comprendido, apoyado y contribuido a
mejorar nuestros trabajos. Especialmente mencionamos a la Dra. Virginia
Piccone, ex Directora de DDHH de la UNLP, a la Mg. Verónica Cruz,
su actual Directora, a los Dres. Manuela González y Ernesto Domenech,
del Instituto de Cultura Jurídica, igualmente, al Dr. Fabián Salvioli del
Instituto de DDHH de la Facultad de Ciencias Jurídicas y a la directora
del Centro de Atención a Víctimas de Violencia de Género, Dra. Valeria
Segura, área dependiente de la Secretaría de Extensión de la Facultad de
Ciencias Jurídicas, y a su equipo; con todos ellos muchas de nuestras in-
vestigadoras más jóvenes completan su formación especializada. Una vez
más, dejamos manifiesto que sin la confluencia de todas y cada una de
esas personas, este volumen no hubiera sido posible. Finalmente, un agra-
decimiento muy especial a Darío Barriera y Prohistoria de Rosario, que
se ha comprometido desde hace mucho con esta temática y con nuestros
aportes.
Índice

Los ríos subterráneos


VOLUMEN V
Violencia contra las mujeres:
La subversión de los discursos

Agradecimientos....................................................................................... 9
Presentación............................................................................................... 15

PRIMERA PARTE
Puntualizaciones conceptuales en torno a las violencias, el feminismo y
el enfoque de género

Capítulo 1
Subtexto de género y violencia. Algunas consideraciones mínimas
María Luisa Femenías.............................................................................. 29

Capítulo 2
Avances y retrocesos en el análisis de la violencia contra las mujeres
María Marta Herrera............................................................................... 51

Capítulo 3
El acoso como expresión de las violencias de género en la escuela
Viviana Seoane........................................................................................... 65
SEGUNDA PARTE
Tramas de violencias, interculturalidad y mecanismos de poder

Capítulo 4
La emergencia de la violencia de género como tema originario 
en los procesos de organización política de las mujeres indígenas
(Encuentros Nacionales de Mujeres, 1986-2011)
Silvana Sciortino........................................................................................ 87

Capítulo 5
Tramas en espejo: cuerpos, testimonios y verdades
Irma Colanzi.............................................................................................. 115

Capítulo 6
Las idénticas. Acerca de la construcción jurídica de la categoría
de víctimas del delito de trata con fines de  explotación sexual
Laurana Malacalza.................................................................................. 115

Capítulo 7
Visibilización y análisis de la violencia contra la naturaleza y su
feminización: el problema de la re-apropiación contemporánea
de la Pachamama
Micaela Anzoátegui y Alejandra Barba................................................. 155
TERCERA PARTE
Desafíos conceptuales de las tramas de violencias invisibilizadas

Capítulo 8
La violencia de la desvalorización del trabajo doméstico y
de cuidado. Aportes a su visibilidad
Paula V. Soza Rossi.................................................................................... 181

Capítulo 9
Las violencias de la interpretación en los análisis de mujeres
Adriana B. Rodríguez Durán.................................................................. 203

Capítulo 10
Violencia contra la mujer en la pareja y acceso a la justicia: mitos
románticos como factor de riesgo
Hilda Gabriela Galletti............................................................................ 223

Bibliografía................................................................................................. 245
Noticias de las autoras.............................................................................. 267
Presentación

E
sta compilación nace de un doble interés. Por un lado, dar a cono-
cer nuestras investigaciones teóricas sobre la violencia contra las
mujeres, producto del proyecto de investigación “Contribuciones
para un análisis interdisciplinar de la violencia de sexo-género. Estrategias
para su abordaje” (H.592, período 2011-2014), que dirigió María Luisa
Femenías.1 Por otro, de las experiencias de campo, donde aplicamos buena
parte de nuestros desarrollos conceptuales, contribuyendo con esas herra-
mientas teóricas elaboradas con perspectiva de género a la creación de in-
dicadores sobre la violencia contra las mujeres.2 Dos fueron los proyectos
de extensión universitaria, ambos avalados por la Secretaría de Extensión
universitaria de la UNLP, “Mujeres decidiendo sus cambios: creatividad
contra la violencia” ediciones desarrolladas durante los años 2011 y 2012,
dirigidos por María Luisa Femenías y codirigidos por Paula V. Soza Rossi
y Silvana Sciortino respectivamente, los que nos permitieron contrastar

1 Como se sabe, compete a la Teoría de Género investigar los modos estructurales de


invisibilización, ocultamiento y deslegitimación de las mujeres. Se trata de una dis-
ciplina transversal que muestra cómo se produce y se legitima la discriminación de
sexo-género: no necesariamente en sus manifestaciones más inmediatas, sino en sus
formas estructurales, legales, filosóficas, y hasta científicas. La noción de “género”,
en sentido lato, remite a las formas en que cultural e históricamente se construye
“lo femenino” y “lo masculino” supuestamente vinculado a sexos dimórficos; últi-
mamente, ha cobrado relevancia al romper con los estereotipos binarios y con su
supuesto vínculo necesario con el sexo.
2 En principio, “violencia” significa “forzamiento” o “intimidación”, y su raíz “vir” o
“vis” remite a “virilidad” y “violación.” Originariamente se vincula a la fuerza física,
pero también se debe –con Iris M. Young y Pierre Bourdieu– prestar atención a
la violencia simbólica, ya que es el poder simbólico el que literalmente “construye
mundo” imponiendo un orden a la realidad. La violencia simbólica opera funda-
mentalmente en el ámbito creencial (o sistema de creencias de un individuo) y su
forma más importante es la “ideología”. Cf. Femenías, María Luisa L. “Violencia de
género: fundamentos y modelizaciones” en Femenías, María Luisa Violencias Coti-
dianas, Rosario, Prohistoria, 2013, pp. 15-31.
16 Violencia contra las mujeres

y enmarcar la violencia en un escenario más amplio, que incluyó no sólo


cuestiones de la psicología individual de agresores y agredidas, sino de los
entramados institucionales que reforzaban o invisibilizaban esa misma
violencia, tornándose en algún sentido cómplices de la misma.
Todos los proyectos contaron con el apoyo de nuestra Universidad y
estuvieron radicados en el CINIG-IdIHCS de la Facultad de Humanida-
des y Ciencias de la Educación. Nuestras investigaciones se continúan en
el actual proyecto “Violencia de sexo-género en la interseccionalidad de
clase, etnicidad, generación y discapacidad, en territorios sociales y esco-
lares”, lo que nos permite ampliar nuestra mirada a la institución escuela
como productora y reproductora de conductas, ahora bajo la dirección de
la Dra. Viviana Seoane.
Aunque huelga que fundamentemos la importancia del problema,
brevemente, permítasenos recordar que fue a partir de la década de los se-
tenta, cuando a nivel mundial comenzó a instalarse el tema de la violencia
contra las mujeres como uno de los intereses prioritarios del movimiento
feminista. Poco a poco se fueron acuñando conceptos inexistentes que
daban cuenta de situaciones “sin nombre”; se revisaron teorías a fin de
hacer visible lo que seguía manteniéndose “invisible” y se desarrollaron
perspectivas no-androcéntricas y sobre todo, no sexistas. Aún hoy, tan-
tos años después, la violencia contra las mujeres perpetrada por parejas
o exparejas heterosexuales es la segunda causa de muerte de mujeres en
edades que van de los 15 a los 25 años (Toledo Vázquez, 2014: 80). De
las parejas homosexuales (sobre las que no nos ocuparemos) se carece de
datos suficientes y es difícil hacer inferencias; diversos tabúes invisibilizan
aún esas situaciones, aunque comienzan a hacerse manifiestas tensiones
antes ocultadas.
Ahora bien, las muertes que mencionan diversas estudiosas consti-
tuyen –como ya hemos explicado en otro texto– el extremo de un conti-
nuum de violencia que registra niveles y modalidades de diverso tipo, pero
que ponen en definitiva de manifiesto la inscripción precaria que las muje-
res tienen como sujeto pleno de derechos (Aponte Sánchez & Femenías,
2008). Más aún, la invulnerabilidad de su persona no está aún garantizada
(sea por el Estado, sea por los organismos internacionales, sea por la so-
Presentación 17

ciedad como un todo). Las cifras que informa Naciones Unidas, u otros
organismos avocados a la investigación del problema, muestran además
que la violencia contra las mujeres va in crescendo en la misma medida en
que decrece la violencia de los varones entre sí;3 y que al mismo tiempo
la crueldad de los crímenes que se perpetran en su contra, también au-
menta, llegándose a extremos poco imaginables (Toledo Vázquez, 2014:
83; Monárrez Fragoso, 2006). Muchas son las teorías que buscan explicar
por qué sucede esto, y resulta imposible adentrarnos en todas ellas. Sin
embargo, trabajos teóricos como los aquí propuestos, llevan a cabo una
contrastación crítico-sistemática de los diversos factores intervinientes en
la emergencia de la violencia de sexo-género. Subrayan además la necesi-
dad de tomar en cuenta lo que se denominó (a partir de la década de los
sesenta) el “paradigma patriarcal”, marcando la necesidad de generar con-
ceptos interdisciplinares para el examen de los elementos intervinientes.4
Sin una buena lectura de los diversos aspectos en juego y una com-
prensión teórica más acabada del problema es difícil, si no imposible,
hacer propuestas que favorezcan su reversión. Por eso, es preciso generar
diversas estrategias, diseñar categorías que permitan visibilizar y mediar
los factores excluyentes o inferiorizantes, por lo general soterrados. En ese
sentido, consideramos que los trabajos que incluimos en esta compilación
no son un aporte menor a la comprensión del problema, sino un paso
indispensable para su comprensión en aras de la elaboración de políticas
públicas. Consideramos que es necesario ampliar nuestra comprensión

3 APP, Mapa de la Violencia de Genero en Argentina, Documento de trabajo, 2011.


Equipo Latinoamericano de Justicia y Género, Informe sobre Género y Derechos Hu-
manos: vigencia y respeto de los derechos de las mujeres en Argentina, Buenos Aires,
publicación bianual, entre otros.
4 Se denomina “paradigma patriarcal” o “patriarcado” al sistema de dominación
de sexo-género que expresa y reproduce la desigualdad, la invisibilización y la
imposición de modelos o estereotipos socioculturales naturalizados, designando
simbólicamente los espacios jerárquicamente significativos como espacios de
varones, tanto en la esfera pública como en la privada. Se sostiene gracias a una
“ideología patriarcal” que forcluye la desigualdad, la exclusión y la violencia contra
las mujeres, estableciendo los marcos comprensivos (violencia simbólica) que la
invisibilizan o la deslegitiman, tanto históricamente como en la actualidad.
18 Violencia contra las mujeres

de los mecanismos de exclusión, por un lado, y de agenciamiento (empo-


deramiento), resiliencia e internalización conductual, por otro. Por eso,
nuestro interés al desvelar la violencia simbólica tanto como la explícita,
en sus diversos modos y niveles, supone desagregar y examinar más deta-
lladamente los diversos modos y escalas de la violencia contra las mujeres.
Ya previamente en diversos proyectos de investigación (acreditados
por la UNLP desde hace más de diez años), nos habíamos acercado a la
la problemática de la violencia contra las mujeres. Cuando nos centramos
en el problema de la construcción del “otro/a” como sujeto subalterno,
de inmediato surgió casi de manera modélica el sujeto-mujer o el sujeto-
feminizado, como otro inferiorizado. Es decir inscripto, construido y na-
turalizado en la subalternidad o la dependencia. Un rápido relevamiento
bibliográfico confirmó nuestras hipótesis, lo que hizo que inmediatamen-
te el tema-problema se instalara como una línea colateral pero inevitable
de investigación. La interdisciplinariedad del equipo y de sus métodos de
abordaje se abrió ante nosotras como un beneficio no previsto: compren-
dimos que la interdisciplinariedad es una práctica necesaria para abordar
cuestiones vinculadas a la violencia y los aportes de perspectivas, lecturas
y prácticas profesionales disímiles desembocaron en un enriquecimiento
mutuo altamente positivo.
Resultó fundamental, entonces, la integración y compatibilización
de los aportes de las distintas disciplinas y su diseño en categorías com-
prensivas que operaran en paralelo y se integraran en un espacio unifi-
cado de conocimientos. Esta integración, sobre todo de conceptos teóri-
cos provenientes de diversos campos, exigió –como ya hemos dicho– su
conformación en las prácticas y el equipo aceptó el desafío. Nos interesa,
por tanto, mostrar cómo, sin abandonar las competencias y formaciones
disciplinares de origen, construimos un campo conceptual y teórico inte-
grador que a la vez generó un espacio nuevo. Esto nos permitió legitimar
el abordaje de los problemas de la violencia de sexo-género.
Esa experiencia es la que queremos compartir con los y las potenciales
lectores de esta obra, para enriquecer muestras propias miras y tomar clara
conciencia de sus posibilidades y de sus límites. Por eso también, este vo-
Presentación 19

lumen pretende continuar el diálogo disciplinar en curso, pero ampliando


nuestra red de interlocutores. Nos propusimos así asumir otro desafío:
situar y problematizar diferentes entramados de violencias que han sido
tradicionalmente invisibilizados, en función de la eficacia simbólica del
sistema patriarcal, que se legitima y se reproduce continuamente. A partir
de los espacios de discusión e intercambio, en los espacios de investiga-
ción, el análisis de prácticas e instituciones, la revisión de conceptos, entre
otros, planteamos distintos desarrollados teóricos y propuestas tácticas.
Las autoras, en tanto muestran sus diversos recorridos, contribuyen no
sólo con sus experiencias profesionales, sino también con el aporte con-
ceptualizador de las lógicas internas y los trastocamientos de las violen-
cias que padecen las mujeres. Frente a las distintas modalidades y prácticas
violentas, aparece la necesidad de una mirada ética integral y generizada.
En nuestro país, las violencias tienen improntas de la operatoria esta-
tal, tanto por nuestra historia reciente como también por las lógicas que
imponen los servicios de atención a mujeres y niños/as en situación de
violencia. Así, en la Ciudad de Buenos Aires y en la Provincia de Buenos
Aires, por ejemplo, los perfiles judiciales y policiales exigen determinadas
categorías de víctima. Esto quiere decir que muchas veces (directa o indi-
rectamente) los/as profesionales establecen criterios y sanciones morales
o moralizantes sobre la “víctima”. Esto incluye a psicólogos/as, trabaja-
dores/as sociales y otros/as profesionales en sede policial (EI) y en los
equipos técnicos de los Juzgados, u otros organismos involucrados en la
atención de las mujeres, niños y niñas en situación de violencia.
La importancia de la perspectiva de género radica entonces en la visi-
bilización de prácticas sexistas, altamente naturalizadas, que sustentan el
modo de construcción de los casos de violencia. El género aporta no sólo
un punto de mira privilegiado, sino que también constituye una catego-
ría de análisis que involucra la vertiente relacional de las violencias. Esto
suele operar como ruptura normalizadora en la escucha de las voces de las
personas que han sido violentadas. En suma, las diversas modalidades de
la violencia requieren, en la actualidad, miradas y abordajes relacionales.
Porque al hablar de violencias contra las mujeres, nuestra intención no
20 Violencia contra las mujeres

sólo pretende fortalecer la posición de sujeto-agente de las protagonistas,


sino también hacer visibles las relaciones de poder entre varones y mujeres
en la tensión de las tramas macro y micro, donde se producen, reproducen
y se problematizan las diversas modelizaciones de las violencias.
La obra está dividida en tres partes. La primera, lleva por título Pun-
tualizaciones conceptuales en torno a las violencias, el feminismo y el enfo-
que de género, e incluye los trabajos de María Luisa Femenías (Capítulo
1: “Subtexto de género y violencia. Algunas consideraciones mínimas”),
María Marta Herrera (Capítulo 2: “Avances y retrocesos en el análisis de
la violencia contra las mujeres”), Viviana Seoane (Capítulo 3: “El acoso
como expresión de las violencias de género en la escuela”). Los tres artí-
culos son de corte teórico, aunque decantan el problema de la violencia
hacia diferentes segmentos sociales. En primer lugar, el trabajo de Feme-
nías efectúa una revisión de las concepciones que subyacen a las violencias
patriarcales. La autora despliega un recorrido teórico de las grandes pre-
misas del feminismo para redefinir los aspectos que han contribuido a la
racionalización de la diferencia en detrimento de las mujeres y se propone
develar diferentes subtexos que han situado a las mujeres en un lugar de
exclusión o de minoría, pese a constituir más de la mitad de la población
mundial. En los trayectos teóricos que define la autora, acepta el desafío
de construir nuevas definiciones que articulen puntos de inflexión y pro-
muevan nuevas prácticas, impulsadas por investigaciones llevadas a cabo
en el campo de la Filosofía. El recorrido que propone pone en evidencia la
expansión de las violencias, desde sus tramas más visibles, como el grito y
el golpe, a las más profundas, por lo general entremezcladas en subtextos
sexistas naturalizados.
En segundo lugar, María Marta Herrera parte de los cimientos de las
violencias contra las mujeres, para mostrar la naturalización de la inferio-
rización femenina y/o su cosificación, a fin de analizar las dimensiones
actuales del ejercicio descarnado de las violencias. En el contexto actual,
Herrera observa que se ha producido una trivialización del concepto de
violencia, dato que no afecta a un mero concepto teórico, sino a mujeres
y niñas concretas. Por eso, la autora advierte sobre este desdibujamiento
Presentación 21

teórico y analiza el concepto de écran (pantalla) acuñado por G. Fraisse,


poniendo en evidencia la pérdida de potencialidad transformadora del
concepto de “género”, al desplazarlo a un escenario de “realidad-horror”
tal como el que describe Cavarero. Frente a las marchas multitudinarias
del “Ni una menos”, el desafío que propicia la autora se basa en la recon-
ceptualización del concepto de “horror”, tanto en su dimensión social
cuanto productiva de conocimiento, con la intención de impedir que esa
escena paralice la posibilidad de actuar, reconceptualizar y bloquear los
modos de las violencias.
Por último, la primera parte de esta compilación se cierra con un ar-
tículo de Viviana Seoane, quien indaga sobre las violencias de género en
el contexto escolar y sus consecuencias. La autora establece primero un
análisis teórico, aplicando la categoría de género, para redimensionar las
violencias cotidianas en el aula y la incidencia de las mismas de manera
diferencial en el caso de las niña/os y adolescentes. La autora revisa así los
subtextos de la institución escolar que imprimen y normalizan estereo-
tipos sexistas. Pone en evidencia los modos en que la escuela refuerza las
violencias de género dentro y fuera del aula, en tanto lugar privilegiado
de la reproducción normativa o de la crítica de las posiciones y prácticas
patriarcales. El artículo apela a las voces de sus protagonistas, quienes en-
frentan y relatan tales violencias cotidianas.
La segunda parte lleva por título Tramas de violencias, interculturali-
dad y mecanismos de poder y se propone recorrer, a partir de la categoría de
género como un concepto analítico transversal, diferentes mecanismos y
dimensiones del ejercicio del poder teniendo en cuenta aspectos étnicos,
sociales, económicos, ecológicos y culturales. Está integrada por los capí-
tulos de Silvana Sciortino (Capítulo 4: “La emergencia de la violencia de
género como tema originario en los procesos de organización política de
las mujeres indígenas (Encuentros Nacionales de Mujeres, 1986-2011)”,
Irma Colanzi (Capítulo 5: “Tramas en espejo: cuerpos, testimonios y
verdades”), el capítulo siguiente de Laurana Malacalza (Capítulo 6: “Las
idénticas. Acerca de la construcción jurídica de la categoría de víctimas del
delito de trata con fines de  explotación sexual”), y, por último, el artículo
22 Violencia contra las mujeres

de Micaela Anzóategui y de Laura Alejandra Barba (Capítulo 7: “Visibi-


lización y análisis de la violencia contra la naturaleza y su feminización: el
problema de la re-apropiación contemporánea de la Pachamama”).
En primer término, el artículo de Sciortino realiza un recorrido por
la organización del movimiento amplio de mujeres desde el regreso de la
democracia, a través de los Encuentros Nacionales de Mujeres. La autora
hace visible el lugar de lucha del colectivo de mujeres para instalar en la
agenda pública el problema de las violencias en su contra y el impacto que,
en los Encuentros Nacionales de las Mujeres, tuvo esa problemática, en
especial sobre los grupos de mujeres de pueblos originarios. La autora pasa
revista a los hitos de las luchas feministas que permitieron que los Estados
reconocieran su responsabilidad en las violaciones de Derechos Huma-
nos, que supone la violencia contra las mujeres, tanto la física cuanto la
psicológica y su identificación como formas de tortura que deben penali-
zarse. En ese marco, la autora analiza las miradas de las mujeres originarias
frente a la problemática de las violencias, tema que fue configurándose
como prioritario e integrado a la agenda política del movimiento de muje-
res indígenas. En ese marco, Sciortino señala la triple opresión de las origi-
narias: por ser mujeres, pobres y aborígenes, situación que fue visibilizada
de manera paulatina por las originarias en los Encuentros en voz propia.
El artículo de Colanzi examina el continuum de violencias que se
ejercen contra las mujeres en contextos de encierro punitivo, que respon-
de tanto al modo patriarcal en que se configuró el encierro, como a los
aspectos ligados a la tramitación judicial y a la invisibilización de las espe-
cificidades de las mujeres encarceladas. Desde el enfoque de género adop-
tado por la autora, se indaga el impacto del encierro sobre la subjetividad
a través de la noción de testimonio y del lugar de los cuerpos en los meca-
nismos de disciplinamiento patriarcales y punitivos. Así se recorre tanto
la violencia institucional del Servicio Penitenciario Bonaerense, como del
servicio de Justicia, que constituyen un discurso sobre la subjetividad de
las mujeres encarceladas, sobre la base de la producción simbólica del rela-
to.
La contribución de Laurana Malacalza, por su parte, tiene como ob-
jetivo analizar el modo en que los operadores judiciales construyen la ca-
Presentación 23

tegoría de víctimas del delito de trata con fines de explotación sexual. Esas
definiciones no sólo dan cuenta de las formas que asumen las relaciones
de dominación entre los géneros en el ámbito del derecho penal, sino que
traspasan las definiciones de la política criminal y se proyectan a las políti-
cas públicas de protección, asistencia y prevención de las distintas formas
de violencia contra mujeres y niñas. Malacalza muestra cómo la caracteri-
zación jurídica de la categoría de “víctima del delito de trata” se establece
a partir de procesos y mecanismos de exclusión de otros/as individuos, la
que se adecua a otra categoría, socialmente construida, la de “prostituta” o
“trabajadora sexual”. Según la tesis de Malacalza, se definen en oposición
a ciertas representaciones sociales que refieren al ejercicio de una supuesta
autonomía de las mujeres, que participan de la oferta de trabajo sexual,
y de su libertad en la definición de las condiciones en que lleva a cabo su
actividad.
Como cierre de esta segunda parte, Anzoátegui y Barba examinan
de manera general el concepto de Pachamama, entendida o interpretada
luego del colonialismo como “Madre Tierra”. Esa versión de los pueblos
andinos, más adelante fue especialmente re-apropiada y difundida por
diversos movimientos ecologistas de América Latina. Si bien las reapro-
piaciones son heterogéneas y dependen de las condiciones sociocultura-
les, históricas, políticas y económicas de cada país y/o región de América
Latina, podemos sintetizar que se centran en la idea de una naturaleza
femenina proveedora, respecto de la cual el ser humano se encuentra en
relación de complementariedad. Se lo puede enmarcar dentro de los deba-
tes por el Buen Vivir, pero el análisis de este tópico excede los propósitos
del presente trabajo.
La tercera parte de la compilación se titula, Desafíos conceptuales de
las tramas de violencias invisibilizadas, incluye tres artículos que contem-
plan estrategias particulares en la configuración de nociones teóricas y
aspectos tácticos del abordaje de las violencias contra las mujeres, desde
un punto de mira socio-psicológico. Integran esta última parte de la com-
pilación los artículos de Paula V. Soza Rossi (Capítulo 8: “La violencia
de la desvalorización del trabajo doméstico y de cuidado. Aportes a su
24 Violencia contra las mujeres

visibilidad”), Adriana B. Rodríguez Durán (Capítulo 9: “Las violencias


de la interpretación en los análisis de mujeres”) y, en finalmente, Hilda
Gabriela Galletti (Capítulo 10: “Violencia contra la mujer en la pareja
y acceso a la justicia: mitos románticos como factor de riesgo”). Los tres
artículos dan cuenta de aspectos innovadores que han sido invisibilizados
históricamente y que se aprecian tanto en la organización social (el caso
del trabajo no remunerado y el cuidado), como en prácticas específicas,
tales como la violencia en el marco teórico en el psicoanálisis y en las ac-
ciones de los/as operadores/as abocados a dar respuestas a las violencias
contra las mujeres.
En su artículo, Soza Rossi delimita los desafíos teóricos y accio-
nes tácticas cuando analiza la desvalorización del trabajo doméstico y de
cuidado de otros/as en el ámbito privado y en espacios sociales de carác-
ter colectivo. La invisibilización del aporte de las mujeres en las tareas de
cuidado es uno de los aspectos más negados y desvalorizados, pese a su
aporte fundamental para la calidad de vida de las sociedades contempo-
ráneas. Por eso, la autora examina las marcas de la socialización de género
en la subjetividad de las mujeres, quienes se constituyen en “ser para otro”
y cuyo impacto en los estereotipos de feminidad tradicional se asocia al
espacio doméstico y a la subvaloración de quienes lo ocupan, como forma
no evidente de violencia, sobre todo a nivel simbólico. Soza Rossi propo-
ne, en consecuencia, revisar la sociología de género para reconceptualizar
la noción de trabajo y las categorías que permitirían, gracias a una meto-
dología adecuada, estudiar el trabajo no remunerado y sus protagonistas.
En tal sentido, aparecen nociones como carga total de trabajo y empleo
del tiempo, dos aspectos centrales para visibilizar el aporte de las mujeres
a la economía de un país.
Por su parte, Rodríguez Durán presenta aspectos analíticos de la
noción de violencia simbólica y efectúa algunas propuestas puntuales
sobre la violencia de la interpretación en psicoanálisis. Así, examina la
conceptualización de las violencias sexo-género en las teorizaciones más
difundidas y el abuso que la transferencia y las teorías ejercen sobre las
mujeres. Conceptos ligados a la violencia en la interpretación en el aná-
lisis, derivan, a su juicio, de un proceso de sometimiento que perpetúa la
Presentación 25

sujeción patriarcal. Siguiendo a Marie Langer, identifica dos factores que


intervienen en los criterios de salud “mental” de las mujeres: por un lado
la/s meta/s que el analista se propone para la dirección de la cura de la
paciente, y por otro, la idea de salud mental que subyace a las interven-
ciones del analista. Rodríguez Durán refiere al abuso de la transferencia
como dispositivo psicoanalítico en términos de dispositivo de poder, lo
que supone riesgos ligados a las interpretaciones e intervenciones del ana-
lista. Por eso, sistematiza algunas concepciones que rigen el quehacer de
los psicoanalistas desde una perspectiva de género y plantea tres figuras
asociadas a las mujeres en el análisis: la homologación mujer-histérica en
el discurso, la figura de “la masoquista” y, por último, la de “la depresiva”,
poniendo en evidencia el subtexto patriarcal del dispositivo psicoanalíti-
co, de sus conceptos teóricos y de sus prácticas.
El último artículo de esta compilación es una sólida contribución de
Galletti, quién se ocupa del abordaje técnico de las violencias en el marco
de las relaciones de pareja heterosexual y el modo en que debería incorpo-
rarse de manera efectiva la perspectiva de género para analizar los casos y
garantizar el acceso a la justicia de las mujeres en situación de violencia.
La autora analiza también el modo en que los mitos románticos constitu-
yen uno de los aspectos que legitiman las tramas patriarcales, y suponen
uno de los aspectos a tener en consideración al momento de efectuar una
evaluación de riesgo tanto en sede judicial como policial. Galletti analiza
los denominados “factores de riesgo” que contribuyen a exponer a las mu-
jeres a la violencia de sus parejas o exparejas, y que responden a diferentes
dimensiones de carácter social, familiar, vincular y personal. Asimismo
examina la posición de las mujeres víctimas de violencia y la imposibilidad
estructural de subvertir esa inscripción. Por último, analiza los testimo-
nios de mujeres en situación de violencia y pone de manifiesto los modos
en que los mitos románticos operan para perpetuar posiciones subjetivas
de subalternidad, que sostienen la violencia relacional en la pareja.
Sin duda, el camino que han trazado las autoras de esta compilación
contribuye a (re)territorializar las miradas feministas en torno a los en-
tramados complejos de las diferentes modelizaciones de la violencia. Esto
constituye un aporte teórico, práctico y táctico al momento de establecer
26 Violencia contra las mujeres

estrategias integrales para reconceptualizar las violencias contra las mu-


jeres y operar en consecuencia sobre tramas altamente invisibilizadas por
sistema patriarcal.

María Luisa Femenías - Irma Colanzi


Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Primera Parte
Puntualizaciones conceptuales de las violencias,
el feminismo y el enfoque de género
Capítulo 1
Subtexto de género y violencia
Algunas consideraciones mínimas

María Luisa Femenías

C
iertos filósofos, paradigmáticamente los del idealismo alemán,
con Hegel como su representante más encumbrado, consideran
la filosofía como un tipo de reflexión en la que se expresan de-
terminadas formas de autoconciencia de la especie, tal como lo subraya
Amorós en una obra ya clásica (Amorós, 1985: 23). Sin embargo esta afir-
mación hegeliana nos pone ante la curiosa situación de tener que resolver
a qué se refiere con la denominación de “especie”, aunque la pregunta a
primera vista parezca tener un sentido obvio. ¿Se comete también en este
caso, como en tantos otros, la paradoja pars pro toto denunciada por Simo-
ne de Beauvoir en 1949, que cuenta con claros y valientes antecedentes?
Pues bien, sabemos que poco antes de ser guillotinada en 1793, Olym-
pes de Gouges redactó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la
Ciudadana habida cuenta de que a esa altura de los acontecimientos era
una palmaria obviedad que las mujeres no estaban efectivamente contem-
pladas en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y el ciuda-
dano (Puleo, 1986: 155-163). Varias cuestiones conceptuales e históricas
precipitaron su exclusión del lema ilustrado que proclamaba libertad e
igualdad para “todos”. Las mujeres de los Clubs habían entendido “todos”
en el sentido universal que contemplaba varones y mujeres. Sin embargo,
rápidamente se les había hecho manifiesto que el “todos” se refería a un
“universal” meramente masculino, como en nuestra vieja Ley Sáenz Peña.
De este modo, los “derechos del Hombre y del Ciudadano” se reducían a
los derechos de algunos varones y de ninguna mujer. Primera y violenta
exclusión que justificó y racionalizó cualesquiera otras exclusiones bajo
30 Violencia contra las mujeres

la “explicación científica” (y no sólo ella) de la “debilidad o incapacidad


‘natural’” de las mujeres (Fraisse, 1991: 85ss.; Agra, 1994: 143-166).
Ahora bien, el hecho de que la mitad numérica de la especie históri-
camente no haya tenido voz o se encontrara en situación de enajenación y
marginalidad, necesariamente tiene que haber incidido tanto en el discur-
so filosófico en cuanto tal como en todo discurso en general. Es decir que,
lo que Agnes Heller denominó “la genericidad” exhibe consecuencias por
invisibilización hasta nuestros días. Veamos algunas cuestiones clave.
En primer término, se muestra al colectivo de las mujeres como a una
“minoría”. Debemos preguntarnos entonces por la definición de ese térmi-
no, ya que las mujeres constituyen, por lo menos, el cincuenta por cierto
de la población mundial. Si entendemos el universal “humano” dividido
en “varones” y “mujeres” cabe la respuesta que acabo de dar: las mujeres
no son una minoría numérica sino la mitad de la población mundial. Aun-
que consideremos que el universal “humano” no se agota en la división
exclusiva y excluyente de la dicotomía varón/mujer y aceptamos otros
sexos, tampoco las mujeres constituyen una minoría numérica. ¿Cómo
entender “minoría” entonces? Sin duda, sí constituimos una minoría en el
orden del poder; es decir, la cuota de poder real y simbólico que aún hoy
tenemos como mujeres es manifiestamente inferior a la que en su con-
junto detentan los varones: las mujeres y lo femenino se devalúan. Otro
tanto sucede con las diversidades sexuales, hasta hace poco patologizadas
o criminalizadas. Fenómenos tales como la feminización de la pobreza,
la sobrefeminización de las redes de cuidado (sobre todo si son redes de
voluntariado o gratuitas), la menor remuneración per capita que tienen las
profesiones feminizadas, etc. dan cuenta de lo que acabo de señalar.
Por eso, el feminismo filosófico constituye una revolución epistemo-
lógica que exhibe un campo conceptual complejo centrado en compren-
der, explicar, interpretar, deconstruir o desmontar los modos de funda-
mentación filosófica (directa o indirecta) que vienen sustentando un or-
den androcéntrico naturalizado. Si bien es cierto que la situación respecto
de las teorías posfundacionalistas difiere, considero que hay fuertes pun-
tos de contacto. Es decir un orden que se basa en los intereses preeminen-
Subtexto de género y violencia 31

tes y mayoritarios de los varones, pero que se considera único y natural.


Este subtexto de género sostiene en un amplio espectro disciplinar sesgos
de distinta índole que confluyen en ignorar, invisibilizar, negar, forcluir
o distorsionar la situación de las mujeres en general, inferiorizándolas o
excluyéndolas.
Para desvelar esa situación sobre la que se construyen un sinnúmero
de inequidades, las intelectuales feministas han modificado sustancial-
mente las formas convencionales de hacer investigación en prácticamente
todas las áreas del conocimiento, incluida la filosofía, y se han desplazado
de los modelos tradicionales que fundamentaron tales inequidades como
“naturales” o “normales”, produciendo argumentos, procedimientos y ex-
plicaciones ad hoc. Ese nivel subterráneo sustentó (y sigue sustentando) de
modo no-visible, en el plano de las creencias y los preconceptos la mayoría
de las violencias explícitas (Femenías, 2013: 33-64). El punto de partida
para plantear problemas e iluminar exclusiones es producto de un proceso
innovador, creativo y metódico que reconfigura las categorías epistemo-
lógicas de la investigación filosófica, tanto como de la científica y de la
teoría política, en general. Desde un punto de mira metodológico, las in-
vestigadoras han logrado ciertos puntos de inflexión, entre los cuales aho-
ra me interesa destacar un conjunto de categorías explicativas que ponen
al descubierto un entramado de preconceptos que oscurecen o debilitan
los discursos filosóficos en términos de filosofía crítica. Es decir, la filoso-
fía debe ser crítica de sus propios supuestos –paradigmáticamente del de
sexo-género– en la medida en que se mantienen constantes que actúan
sistemáticamente sobre diversos modelos filosófico-políticos. Esta es la
razón por la que muchas autoras han identificado conjunta y estructural-
mente un “paradigma patriarcal” que sostiene y refuerza dichos argumen-
tos. Caracterizo el “patriarcado” como un sistema básico de dominación,
sobre el que se asientan los sistemas racistas y de clase; que genera una des-
igualdad fundante en todas las relaciones humanas y que, por lo general,
en su forma tradicional apela a la fórmula encubierta de la “protección”.
En su versión más canónica, el patriarcado, como paradigma estructural,
cambia de aspecto aunque conserva siempre la estrategia transhistórica y
32 Violencia contra las mujeres

transcultural de la dominación. Es decir, se sostiene gracias a un conjunto


de tácticas que le permiten mantener relaciones de dominio y de subor-
dinación, donde el genérico de los varones ejerce siempre la primera fun-
ción y el genérico de las mujeres (o “lo feminizado”), la segunda (Millett,
1993: 20). Esta distorsión genera violencias simbólicas, teóricas y físicas.
A modo de ejemplo, en lo que sigue, trataré de explicar algunos de tales
supuestos.
Ahora bien, mucho podría escribirse sobre la pertinencia de seguir
utilizando este concepto, que remite a una denominación setentista. Las
numerosas críticas que se le formulan favorecen su abandono. Sin embar-
go, como ese debate excede los objetivos de este trabajo, aunque sea pro-
visoriamente mantendré el concepto a sabiendas de que se arropa con di-
versos y muy diferentes estilos. De este paradigma patriarcal me interesa,
primero, señalar las consecuencias políticas que históricamente ha tenido
para la democracia como institución.
Hace algunos años, Susan Moller Okin se preguntó si la inclusión de
las mujeres en los modelos teórico-políticos occidentales que conocemos
¿los democratiza o los hace estallar? (1979: 15). Como se sabe, Moller
Okin publicó una obra fundamental sobre el lugar de las mujeres en las
teorías filosófico-políticas, bajo la hipótesis de que la inclusión de las mu-
jeres en tales sistemas era disfuncional a los sistemas mismos, tal como los
reconocía la filosofía política. En primer término, examinó los modelos
políticos de Platón y Aristóteles, en tanto representantes de lo que deno-
minó “organicismo” (o funcionalismo) clásico. Luego, revisó los escritos
del “paladín del igualitarismo”, Jean Jacques Rousseau, como represen-
tante paradigmático del contractualismo ilustrado. Por último, analizó el
modelo de democracia liberal (en el sentido anglosajón del término) de
John Stuart Mill. Dedicó la última parte de su obra a pensar a las mujeres
en el seno de la familia y en relación a las leyes estadounidenses de aquél
entonces, vinculada a la misma. Moller Okin concluyó que todas las pro-
puestas, que acabo de enumerar, tienen como principal preocupación el
lugar de las mujeres en la familia y su papel como madres, pero no se pre-
ocupan de la misma manera, si es que lo hacen, de reconocerles un lugar
Subtexto de género y violencia 33

en el espacio público-político qua personas o ciudadanas. Y, en todo caso,


no un lugar en paridad sino que las constriñen a su papel vital procreativo,
que siempre fundamentan en la naturaleza, base biológica ineludible, y en
el sentido freudiano de “la anatomía es destino”. En todos los casos, la fun-
ción procreativa se pondera en desmedro de cualquier otra función o ca-
pacidad de las mujeres, paradigmáticamente sus capacidades intelectuales.

Organicismo, función propia e inferiorización


Como ya dijimos, Moller Okin examina el modelo organicista clásico. To-
maremos a modo de ejemplo, el aristotélico, del que no se interesa por las
conocidas afirmaciones de que “unos nacen para dominar y otros para ser
dominados” (Pol. 1254a: 22), en referencia al jefe de familia, por un lado,
y las mujeres, los niños y los esclavos por otro. Por el contrario, subraya un
conjunto de cuestiones de índole metodológica que construyen sesgos de
gran vigencia histórica, sobre los que se yerguen formas sutiles y forcluidas
de violencia.
Veamos. Siguiendo a Margret Eichler consideramos que el patriarca-
do conlleva androcentrismo; es decir, la forma de percibir el mundo desde
la exclusiva óptica del genérico de los varones. No debemos confundirlo
con la misoginia, que es un rasgo extremo del patriarcado, y se manifiesta
ocasionalmente en actitudes individuales o grupales, pero que no es es-
tructural (Eichler, 1988). El patriarcado, sí lo es y sostiene esa “construc-
ción” sesgada de discursos y teorías. En el caso aristotélico, por ejemplo,
nos encontramos ante un modelo típicamente paternalista y protector,
donde el conjunto de presupuestos de su filosofía da lugar, al menos, a
las falacias –detectadas por Eichler– de sobre-generalización y de sobre-
especificidad. La primera consiste en dar por válidos para ambos sexos
los resultados de investigaciones u observaciones basadas sólo en uno, el
masculino. Así, aún suele considerarse la situación socioeconómica de las
mujeres por referencia a la de sus esposos o padres. Aristóteles, por ejem-
plo, las llama “ciudadanas” aún cuando ellas no dispongan de los derechos
y obligaciones propios de ese título. Sin embargo, en tanto las denomina
“ciudadanas”, muchos comentadores clásicos se dejan llevar por el “térmi-
34 Violencia contra las mujeres

no” más que por su definición, y sostienen que no hay en Aristóteles dis-
criminación alguna contra las mujeres en tanto y en cuanto “son también
ciudadanas” (Femenías, 1996). Las sobre-generalizaciones de este tipo,
aún vigentes, niegan reconocimiento propio y derechos efectivos a un con-
junto de “ciudadanas” identificadas qua tales sólo nominalmente. Es decir,
al denominarlas de un modo que no se corresponde efectivamente con
sus derechos y funciones reales reconocidas, se les dificulta tanto la cons-
trucción de su autoestima y el reconocimiento de sus capacidades cuanto
su identidad. Quienes detentan la capacidad de “dar reconocimiento”, los
varones en su conjunto, sólo lo hacen respecto de un único papel: el de
esposa-madre. No les son reconocidas otras capacidades y la intelectual,
por ejemplo, incluso se considera, para el caso aristotélico, anti-natural.
La sobre-especificidad, por su parte, consiste en adjudicar solo a uno
de los sexos –habitualmente el de los varones– características que ambos
poseen por igual simplemente por pertenecer a la misma especie. Así,
Aristóteles, a quien Moller Okin sigue tomando como ejemplo, atribuye
la racionalidad per se sólo a los varones; las mujeres que la exhiben son un
despropósito de la naturaleza y por tanto “a-normales” o “contra-natura”
(Pol. 1259b: 3-5; Femenías, 1996: 53). Por tanto, en la medida en que a
la pólis solo le interesa la fecundidad de las mujeres, toda otra cualidad
carece de reconocimiento, e incluso puede operar como “distractor” de la
función específica que la naturaleza les ha asignado. Curiosamente, aque-
lla cualidad que define esencialmente “lo humano” (el lógos, la razón) les es
negada, definiéndoselas entonces como “accidente necesario”. Esto lleva a
Amorós a afirmar que, en la mujer, lo accidental es esencial, generando un
juego de ecos que aún es posible oír a través del tiempo en nuestros con-
temporáneos, con el efecto de caja de resonancia, comparable al juego de
espejos que analizó Luce Irigaray en Speculum.
Aún detecta Eichler otra falacia que se vincula estrechamente a lo que
acabamos de decir. La denomina “familiarismo” y tiene dos interpreta-
ciones: la primera, implica suponer que la familia tiene una sola persona
plena: el varón, jefe de familia, padre, esposo, amo de sus esclavos o patrón
de sus siervos, que ostenta plenos derechos, y el resto de los miembros son
Subtexto de género y violencia 35

su complemento. La segunda, adjudica a todos los miembros de la familia


supuestos “mismos” deberes, derechos, autoridad e ingresos que el esposo/
padre, jefe del hogar, lo que claramente no fue (ni aún hoy) es así; este
segundo modo se solapa con formas de sobre-especificidad. En Aristóte-
les está claro que el jefe de familia representa a todos sus miembros –“su”
mujer, “sus” hijos, “sus” esclavos y “su buey” (Pol. 1252b: 11)– tanto en los
tribunales cuanto en el espacio público en general. Pero esta falacia no se
limita a Aristóteles. Hasta tiempos muy recientes se consideró innecesario
que las mujeres tuvieran derechos de ciudadanía puesto que sus padres o
sus maridos representaban a todo el núcleo familiar en la esfera pública.
Ese era el argumento de James Mill para negar la necesidad de dar el voto
a las mujeres, quienes de modo similar, tampoco tuvieron derechos civiles
y laborales hasta tiempos históricamente recientes. Sus padres, tutores o
esposos “administraban” sus herencias, salarios, jornales de trabajo e, in-
cluso, salud pudiendo internárselas con sólo “establecer” su insanía. De al-
gunas consecuencias médicas de esta precaria situación de no-ciudadanas
y no-sujet[a]s dan cuenta novelas, libros de historia, expedientes judicia-
les y escritos de psiquiatría (Pita, 2012; López Pardina y Oliva Portolés,
2003; Florez, 1962). Como menores de edad, bajo el supuesto de que no
eran “capaces”, hasta mediados del siglo XX, en la mayoría de los países de
occidente se les denegó la posibilidad de autorrealización, el propio crite-
rio, el derecho jurídico a constituirse en adultas y la identidad. Cuántas
consecuencias psicofísicas haya tenido esa situación no es posible saberlo
ahora, pero es imposible que no las hubiera.
Por último, me interesa señalar, la más habitual y generalizada de las
falacias: el doble-criterio. Consiste en valorar, medir y reconocer caracte-
rísticas, modos de comportamiento u otros rasgos semejantes en varones
y mujeres con distinto juicio valorativo. Vimos un ejemplo de ello en la
“racionalidad” considerada positiva en los varones y negativa en las mu-
jeres. Viceversa, entender la sensibilidad y la delicadeza como propia de
las mujeres y valoradas negativamente en los varones, feminizándoselos y,
por lo tanto, considerándoselos “inferiores” respecto del paradigma de lo
masculino hegemónico.
36 Violencia contra las mujeres

En suma, bajo el paradigma del “sexo único” –como lo denomina


Laqueur–, la diferencia sexual convierte por naturaleza a un subconjunto
de individu[a]s en incompletas e imperfectas (Laqueur, 1994). Así marca-
das, las mujeres quedan definidas, como vimos, en términos de “acciden-
tes (funcionalmente) necesarios” a efectos de la preservación de la especie.
Histórica y paradojalmente, los varones, norma y paradigma de “lo Hu-
mano”, han necesitado de este ser imperfecto e inferior para reproducirse.

Condición natural e igualdad


Las conclusiones decepcionantes que extrae Moller Okin de su análisis
del modelo organicista del que tomamos por caso el pensamiento de Aris-
tóteles contrastándolo con la enumeración de falacias de Eichler, no son
más auspiciosas en el caso del contractualismo. Moller Okin se centra en
Jean Jacques Rousseau, reconocido igualitarista, cuyas críticas al uso hobbe-
siano del poder le han valido no poco reconocimiento. Nuevamente con-
frontemos la lectura de nuestra filósofa con las falacias de que da cuenta
Eichler, para ilustrar el subtexto de género de la obra del ginebrino y la
inconsecuencia de su (limitado) concepto de “igualdad”. Una vez más, es
el varón racional, sujeto, ciudadano quien se yergue como modelo, tutor
y guía de la mujer considerada nuevamente un ser incompleto, inferior e
irracional ¿Cómo presenta su argumentación? Si en el modelo de Thomas
Hobbes, la vida en la naturaleza obliga a estar constantemente en guardia
y desemboca en una guerra de todos contra todos, que hace del hombre un
lobo para el hombre (según una conocida frase que el filósofo inglés toma
de Plauto), el caso de Rousseau es más sutil (Pateman, 1996).
En efecto, crítico sensible a las legitimaciones hobbesianas por fuerza,
como hemos dicho, Rousseau propone un modelo de organización políti-
ca cuyo punto de partida es una situación natural donde reina la armonía
familiar, la igualdad económica, basada en la redistribución de bienes y,
desde un punto de vista político, la ausencia de sujeción a instituciones
de poder. Pero, la familia “natural” roussoniana es patriarcal, heterosexual
y contempla la también natural división de los espacios en público y pri-
vado. Ya comenzamos a ver qué falacias eichlerianas entran en juego: la
Subtexto de género y violencia 37

armonía familiar se basa en la natural existencia de un ciudadano, el varón


que domina tanto el espacio público como el privado, propio de “su” mu-
jer y los hijos. La división del espacio es, al mismo tiempo, división sexual
del trabajo, del reconocimiento y de la ciudadanía.
Rousseau se basa en un concepto de libertad que, es sabido, entiende
como autonomía total, que nadie está autorizado a enajenar. Se trata de
un fenómeno colectivo donde sólo se es libre si todos son libres, en aras
del bien común; pero “todos” indica eso “todos”, es decir, los varones. Esta
concepción de libertad implica igualdad, que se basa –como en Hobbes-
en un pacto social legítimo, surgido para Rousseau, no del temor, sino de
la voluntad general. En otras palabras, de la acción racional y la determi-
nación de los firmantes de alcanzar el bien común. El nuevo modelo po-
lítico se rige por leyes que obligan a todos por igual, instituyéndose como
ciudadanos “iguales en el espacio político que ellos mismos crearon a tra-
vés del contrato social” (Herrera, en Aponte Sánchez & Femenías, 2008:
55s.). Ahora bien, este es el nuevo espacio de los fráteres.
Con otros argumentos, como lo muestra Moller Okin, Rousseau de-
fiende el universalismo con una lógica interna que legitima la exclusión
del contrato del colectivo de mujeres. Como advierte nuestra filósofa, la
igualdad de los varones se funda precisamente en la exclusión de las mu-
jeres, que en el estado de naturaleza ya cumplían con su papel de esposas
y madres, y donde cada varón ya era el jefe de “su” familia y reunía las
características propias de un ciudadano. Se cumple así la misma falacia de
familiarismo que veíamos en los modelos organicistas y, al mismo tiempo,
vuelve a cumplirse la falacia pars pro toto. Las mujeres independientemen-
te de sus capacidades particulares, ya están naturalmente excluidas de la
esfera pública-ciudadana y, en consecuencia, del ejercicio de la ciudadanía
y de la libertad.
Ahora bien, ¿no se dijo que la igualdad, el bien común y la ciudada-
nía, suponían un fenómeno colectivo donde cada quién era libre si y sólo si
todos lo eran? En sentido estricto entonces cabe preguntarnos ¿quiénes son
[existen] efectivamente? Es decir, ¿quiénes tienen existencia qua personas,
individuos, sujetos, ciudadanos, etc.? Claramente sólo los varones (y no
38 Violencia contra las mujeres

todos ellos). Es decir, el límite de la igualdad está marcado por el límite de


lo que se define como el varón paradigmático, que Rousseau llama Emilio.
Sofía es sólo la compañera del ciudadano; un ser incompleto de manifiesta
inferioridad natural, lo que le impide ocupar cualquier espacio público y
que sólo está –en palabras de Rousseau– para servir y satisfacer a Emilio.
Una vez más, lo que define a Sofía como mujer es su inferioridad esencial.
La “descripción” es prescripción e impedimento: “Se deben parecer tan
poco un hombre y una mujer perfectos en el entendimiento como en el
rostro. El uno debe ser activo y fuerte, la otra pasiva y débil” leemos en El
Emilio. Nuevamente, como en los organicismos, la función de las muje-
res es la reproducción de futuros ciudadanos, quedando circunscripta al
orden privado y bajo la dependencia y “protección” masculina: “No se
puede ser mujer y ciudadano, lo uno excluye lo otro” (Rousseau, 1762).
“Naturaleza” y “política” se excluyen mutuamente: las mujeres son “natu-
raleza” y los varones son “cultura política”.
Hubo que llegar hasta mediados del siglo XX para deconstruir y mos-
trar cómo los conceptos de “naturaleza” y de “inferioridad” se constru-
yeron políticamente y operaron con fundamento último incuestionable
de sistemas de exclusiones, patologizaciones, inferiorizaciones y crimina-
lizaciones (Merchant, 1983). Para mejor cuenta de ello, basta revisar el
Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM) que hasta
ediciones muy recientes incluyó listas de “enfermedades mentales” que
incluían no sólo algunas “típicamente” femeninas sino también la diver-
sidad sexual, la prostitución y la pedofilia como si de la misma cosa se
tratara.
En efecto, el capítulo once del DSM consigna como sexualidad per-
versa, anormal o desviada, no sólo la homosexualidad sino también la
masturbación, el travestismo, la pedofilia, la drogadicción, el fetichismo,
el sadismo sexual, la prostitución y la bisexualidad, definiendo todas estas
“enfermedades” como “desórdenes mentales” (De Segni, 2013: 76; 89;
174s.). No es necesario señalar la influencia del DSM en todas las acade-
mias de psiquiatría del mundo. Con todo, sólo me interesa resaltar que,
por un lado, define a las mujeres como naturalmente sometidas al varón
Subtexto de género y violencia 39

tachando de desviada o anormal cualquier iniciativa de autonomía, re-


belión, agresividad o resistencia al lugar subordinado que se les prescri-
be como natural. Por otro, refuerza la patologización de las diversidades
sexuales, insistiendo en su carácter de “desorden mental”. En ambos casos
el paradigma WASP es criterio normativo.
Este tipo de argumentaciones, no siempre obvias, justifican diversos
modos de exclusión. En principio, ninguna de esas exclusiones es “injusta”
ya que responde a un orden determinado por la naturaleza (claro está que
con la gentil ayuda de algunos filósofos, y en beneficio del genérico mas-
culino): violencia simbólica y subtexto de género en el discurso “objetivo”
de la filosofía. Discursos y argumentos que por siglos legitimaron todo
otro tipo de violencia, sin siquiera poder nombrarla como tal; sin poder
denunciar “injusticia” alguna, ya que el orden jurídico y consuetudinario
sólo respondía al orden natural, en una clara estrategia de forclusión e in-
visibilización de la estructura inferiorizante.
Volviendo a Rousseau, mientras los varones son partícipes activos de
la vida pública, capaces de pactar y de efectuar contratos, las mujeres son
explícita o implícitamente seres gobernados por la pasión, incapaces de
controlar sus emociones y de lograr la imparcialidad propia que el ámbi-
to público requiere. Rousseau compara su (nuestra) inteligencia con la
inteligencia animal; es decir, como si “lo natural” que las define fuera su
no-racionalidad. Aún cuando hoy día se hayan encontrado muchos do-
cumentos que muestran el trabajo y desarrollo intelectual de las mujeres
desde la antigüedad (sobre todo bajo el supuesto de que el alma no tiene
sexo), la estructura patriarcal tanto del organicismo cuanto del contrac-
tualismo, sistemáticamente expulsó a las mujeres del centro de los asuntos
sociales y las negó una vez más como sujetos de derechos; y sin derechos,
todas las violencias son posibles. Y si no hay parámetros para detectarlas,
identificarlas y nombrarlas, simplemente “no las hay”.
Vale la pena volver a subrayar que del no reconocimiento de las mu-
jeres como seres humanos en paridad de derecho y de hecho se siguen
todas las violencias posibles, incluyendo la negación de la propiedad de
sus propios cuerpos. En suma, las consecuencias violentas son claras: al no
40 Violencia contra las mujeres

responder al estatus de “persona humana”, en sentido pleno, la segregación


se hace evidente.
Tomemos ahora en cuenta las tres esferas de reconocimiento que esta-
blece Axel Honneth: i- afectos, amor, amistad; ii- derechos y juridicidad;
iii- solidaridad comunitaria y valores sociales (Honneth, 2007). En todas
ellas las mujeres resultan menospreciadas y excluidas. En primer término,
por ejemplo, respecto de la esfera afectiva, el amor se establece bajo pará-
metros jerárquicos: se debe amar más a quién “vale” más, y ya hemos visto
que (históricamente y en general) los varones valen más que las mujeres.
Por tanto se impone la obediencia, el sacrificio, la abnegación, el desinte-
rés, la admiración y, en la feliz expresión de Graciela Hierro, el constituir-
se en ser-para-otro en términos de “servicio”, tal como lo prescriben tanto
el organicismo cuanto el contractualismo (Hierro, 1985).
No decimos nada nuevo cuando recordamos, en segundo término,
que históricamente el sistema jurídico y de reconocimiento de derechos
ha sostenido la exclusión de las mujeres, consideradas como menores de
edad o simplemente inferiores, lo que muestra que está sexo-genéricamen-
te sesgado a pesar de sus declaraciones de “objetividad” e “imparcialidad”.
Aún hoy perduran leyes que menguan la autonomía de las mujeres y las
mantienen de alguna manera bajo tutela. Incluso, aún habiendo leyes que
las amparan, en muchas oportunidades no se cumplen salvo intervención
judicial (esto sucede repetidamente en casos de embarazos por violación)
e incluso aún hoy hay demasiados fallos judiciales sesgados.
Por último, respecto de la solidaridad comunitaria y los valores socia-
les del cuidado, todos se consideran “propiamente” femeninos. De hecho,
las estadísticas a nivel mundial indican que son las mujeres las que sos-
tienen las redes de cuidado y de supervivencia junto con la feminización
de la pobreza y el aumento estadístico de las violencias cruentas (Sassen,
2010 y 2011: 105ss.). Se trata de un tema irresuelto que irrumpe una y
otra vez; la división sexual del trabajo establece que las personas que co-
tidianamente deben hacerse cargo del cuidado (no remunerado o mal re-
munerado) son las mujeres quienes naturalmente cuentan con una serie
de cualidades a tal efecto: sensibilidad, empatía, paciencia, delicadeza,
Subtexto de género y violencia 41

comprensión, altruismo, desinterés, solidaridad, etc. Es decir, todos los


valores “sociales” y “comunitarios” que obedecen a la división sexual de
los espacios y de los criterios éticos y morales. Las mujeres curiosamente
poseen aquellas cualidades desinteresadas que las convierten en proveedo-
ras indiscutibles del cuidado de viejos, niños, enfermos crónicos y agudos,
etc. a nivel mundial. Pero tan altas cualidades carecen, la mayoría de las
veces, de remuneración y/o de reconocimiento público o, incluso, privado
(Pautassi, Zibecchi, 2013). Sin mayores análisis, esto nos lleva a concluir
que la sociedad como tal sigue dividida fundamentalmente en dos escalas
hegemónicas de valores (por mucho se haya suturado esa brecha en los
últimos cincuenta años).
En suma, si apelamos a la sistematización de Honneth, sobre los nive-
les y formas de reconocimiento, todavía falta mucho para que las violen-
cias implícitas que sustentan, invisibilizan y menguan el peso y el carácter
de las violencias explícitas, carezcan de fundamento y puedan verse como
meras “irracionalidades”. Las violencias cotidianas, no son todavía mero
producto de la enfermedad o desequilibro de este o aquel varón, sino que
sus fundamentos persisten, son profundos y se sostienen directa e indirec-
tamente en la falta de análisis crítico de las formas tradicionales de vida,
que no se hacen cargo del sexismo en que se fundamentan.

Excursus: Violencia, tradición y repetición


Me interesa dedicar un breve apartado al problema de la relación de las
mujeres con las tradiciones. El concepto es amplio y vago. En general, se
entiende que las tradiciones son estructuras plagadas de poder, mediante
las cuales se perpetúan formas multifacéticas de exclusión y de subordina-
ción. Por lo que, al menos provisoriamente, entenderé el concepto en ese
sentido (Marchart, 2009: 17). Respecto de la situación de las mujeres esta
afirmación parece estar cargada de razón. ¿A qué si no, como dijimos más
arriba, han apelado los fallos de diversas Cortes provinciales de nuestro
país cuando han justificado violaciones en aras de identidades culturales
o costumbres ancestrales? ¿O apelado a la pobreza de las muchachas que
las padecieron bajo el supuesto de su experiencia sexual previa? ¿A qué si
42 Violencia contra las mujeres

no remiten las lapidaciones, cuyas imágenes dan vuelta al mundo con la


consecuencia de convertir en espectáculo la violencia que han sufrido? ¿A
qué si no apelan ciertos juristas que niegan autonomía plena a las muje-
res sobre sus cuerpos? Si algunos teóricos denuncian la disolución de los
“marcadores de certeza”, la persistencia de ciertas tradiciones muestra que
no todo se “disuelve” de la misma manera: las tradiciones de mantener a
las mujeres bajo condiciones que deniegan su autorrealización como suje-
tos de derechos y seres humanos plenos parecen mantenerse. Cuadra para
casos así la afirmación de Eric Hobsbawm quien considera que la tradi-
ción es una invención que sirve para dar legitimidad al pasado; y sin du-
das también al presente. La tradición –sostiene– implica un conjunto de
prácticas, normalmente gobernadas por reglas aceptadas abierta o tácita-
mente, de naturaleza simbólica o ritual. Esas prácticas, como los rituales,
buscan inculcar determinados valores o normas de comportamiento por
repetición, lo que implica una continuidad con el pasado (Hobsbwam,
2002: 8).
Podríamos examinar la noción de “repetición” siguiendo a Gilles De-
leuze, pero incluso desde esa óptica cabe sostener que se repite porque se
reprime o, más bien, se reprime porque no se pueden vivir algunas expe-
riencias más que bajo la forma de la repetición” (Deleuze, 2002: 43-45).
¿Qué repiten ritualizadamente las tradiciones? Es posible que el poder
jurídico absoluto de los varones sobre las mujeres, el derecho legítimo de
pernada, las violaciones o raptos rituales de afirmación de la masculinidad
hegemónica, las ablaciones rituales que cercenan el placer de las mujeres;
quizá también repitan como una conjura inconsciente el terror del aban-
dono, de no ser criado (en palabras de Hobbes) o de no haber nacido (en
palabras de Freud). Es decir, los miedos (atávicos) reprimidos repiten el
rito del poder absoluto. Las leyes y las tradiciones legitiman; algunos va-
rones irascibles ejecutan más allá de sus propias posibilidades de explica-
ción y excusa (Silveira y Oliveira Rodrigues, 2010). Como advierte Iris M.
Young, “A veces el motivo puede ser el simple deseo de poder, de victimi-
zar a esas personas (mujeres) marcadas como vulnerables, por el propio
hecho social de estar sujetas a la violencia” (Young, 1983: 129-147).
Subtexto de género y violencia 43

Por eso, hablar, decir, discutir, examinar, poner sobre el tapete, reali-
zar estadísticas y revisar, observar y comprometerse con la revisión racio-
nal de las tradiciones y los miedos es parte de la “solución” del problema;
aunque no todo.

Colectivos violentos - ejecutores individuales - colectivos encubridores


Iris M. Young considera que la opresión contra las mujeres tiene cinco fa-
cetas fundamentales: la explotación, la marginación, la carencia de poder,
el imperialismo cultural y, por último, la violencia (es decir, la violencia
expresa) (Young, 2000: 86-110). Para esta filósofa, la opresión de las mu-
jeres por explotación tiene lugar a través de un proceso de transferencia de
los resultados de su trabajo como grupo a otro grupo social (los varones),
y se relaciona de alguna manera con la injusticia de clase. Dicha opresión
se asienta sobre la base de la injusticia distributiva y la desigualdad social
que genera desventajas materiales. La marginación, por su parte, se define
como la falta de participación deliberativa paritaria de las mujeres en la
sociedad en la que viven, quedando así muchas de ellas privadas de las
posibilidades culturales e institucionales que conlleva el desarrollo y ejer-
cicio de sus capacidades. En otras palabras, no participan en la toma de de-
cisiones y en el diálogo público-político en igual medida que los varones.
Por su parte, la carencia de poder se refiere a la forma en que las mujeres se
relacionan con su falta de autoridad y de estatus. Es decir, dadas las pocas
oportunidades que tienen para desarrollar capacidades público-políticas,
carecen de lo que Amelia Valcárcel denomina “palabra autorizada”; es de-
cir, credibilidad pública per se. En el mismo sentido, su menor cuota de
oportunidades en educación y empleo calificado incide a la hora de tomar
decisiones y de reclamar espacios de poder. Por “imperialismo cultural”,
Young entiende la universalización de la experiencia y la cultura del gru-
po dominante (o hegemónico, los varones) que se impone sobre otro, las
mujeres, y que se ven “medidas” desde un estereotipo que, por definición,
no pueden alcanzar. En palabras de Luce Irigaray, son colonizadas por la
mirada que, en palabras de Amorós, las heterodesigna.
44 Violencia contra las mujeres

Por último, si bien todos los casos previos se entienden como modos
de violencia simbólica, la propia Young define la violencia como una for-
ma de opresión que apela a la fuerza física, el acoso, las humillaciones, las
amenazas, la marginación y llega hasta el asesinato como práctica social
para “corregir” los elementos emergentes que no se “corresponden” a un
orden social naturalmente determinado. Los “elementos emergentes” son,
en este sentido, los derechos de las mujeres que quieren constituirse como
sujetos plenos bajo condiciones de reconocimiento recíproco, simétrico,
estima social y respeto, confianza y comprensión, oportunidades de au-
torrealización e igualdad distributiva de ingresos en relación al trabajo
realizado, paridad participativa, y reconocimiento intersubjetivo de su
dignidad.

La categoría de “género”
Nos interesa destacar ahora una de las contribuciones teóricas más fruc-
tíferas de las últimas décadas. Nos referimos a la categoría de “género”. Si
bien en las primeras conceptualizaciones (aún antes de Millett, ya Mo-
ney había distinguido, con otros objetivos, entre el sexo y la construcción
socio-cultural, que luego denominará “género”) se definió en un sentido
beauvoiriano al “género” como una construcción cultural sobre el sexo,
que remitía a la sexualidad como una función moldeada por la cultura,
poco a poco fue cambiando su significado. Originariamente se lo pensó
como una categoría formal, central en los análisis feministas, pero su de-
construcción mostró que mantenía aspectos materiales que lo sesgaban
cultural y epocalmente (Nicholson, 1992). Ahora bien, como sabemos,
a finales de los sesenta, Kate Millett se propuso examinar los ámbitos de
la biología y la cultura a fin de mostrar que no hay inevitabilidad, nece-
sidad o causalidad entre la primera y la segunda, sino modos culturales
de relacionarlas. No obstante, el género todavía es para ella una suerte de
profecía de autocumplimiento que se anuncia culturalmente en el sexo del
recién nacido, con lo que mantiene la analogía: el sexo es a la naturaleza
como el género a la cultura, cuyo agotamiento quedó de manifiesto hacía
mediados de la década de los ochenta. “Género” se impuso de modo no-
Subtexto de género y violencia 45

minal, lo que implicó una importante renovación del debate. Como uno
de sus resultados más relevantes, se puso de manifiesto que respecto de
la definición de “lo humano”, la división dicotómica masculino/femeni-
no no agotaba el universal, forcluyéndose de ese modo la exclusión de un
importante número de personas. Sin duda un acto de violencia simbólica
que debía ser meticulosamente examinado.
Ahora bien, se puede entender el “universal” a la manera kantiana; es
decir como un universal formal. En ese caso, el modo declarativamente
inclusivo del universal indica que, en principio, debe regir para varones,
mujeres y trans, blancos, negros y mestizos, pobres, ricos y burgueses, he-
terosexuales, homosexuales y bisexuales, etc. Sin embargo, su aplicación
adolece desde siempre de limitaciones implícitas materialmente signifi-
cativas, denunciadas repetidamente. Sea como fuere, la “solución” se en-
contró más bien del lado del abandono de los parámetros universales y el
avance de las líneas reconstructivas y posestructuralistas, por un lado, y
posfundacionalistas, por otro.
Si las limitaciones materiales del universal formal ya habían sido de-
nunciadas por las mujeres revolucionarias “ilustradas”, los Black Studies,
las minorías étnicas, las diversidades sexuales y las minorías religiosas, las
consecuencias del abandono del modelo universalista formal no están aún
a la vista. Un segundo modo de entender “universal” es como concepto
metafísico material (no sustantivo), cuyo debilitamiento no conduciría
a la ausencia total de parámetros comparativos sino que pondría en evi-
dencia la imposibilidad de su realización acabada y de sus límites, lo cual
es completamente diferente. La creciente conciencia, por un lado, de la
contingencia y, por otro, de lo político como transfondo de la posibilidad
de concreción efectiva del universal, lo mostraría como siempre fallido.
Esto nos obliga a revisar, examinar y poner en evidencia los mecanismos
de exclusión y el conjunto de presupuestos de diverso tipo, que se hacen
presentes normativamente a lo largo, por ejemplo, de la historia de la cien-
cia y de la filosofía, como modos conceptuales de violencia qua discurso o
metarrelato que la legitima. Elaborar teorías sobre “debilidades naturales”
o “incompletitudes” que definen a las mujeres (o a las minorías) indica
46 Violencia contra las mujeres

modos de fundamentación a investigar en tanto delimitan estereotipos,


sesgan resultados y prescriben caracteres y actitudes que metalépticamente
se definen como “naturales” (Femenías, 2006: 39ss.). La expansión de la
noción de igualdad, por un lado, la noción de “género”, por otro, junto
con el giro lingüístico, ponen en cuestión los fundamentos mismos sobre
los que pivota el modelo explicativo tradicional del feminismo. En efecto,
a partir de los escritos de Judith Butler se abrió la posibilidad no sólo de
entender la noción de “género” y de “sexo” como sinónimas, sino tam-
bién de desvincularlas de cualquier correlato metafísico evocando la crítica
nietzscheana a la metafísica de la sustancia.
Butler sostiene que los teórico/as deberían dirigir su atención a aque-
llo que excluye o forcluye e interrogarse por qué, cuál es su estatus, qué
movimiento teórico lo establece. En tanto supone que los fundamentos
constituyen una suerte de límites insalvables, propone un debilitamiento
ontológico del estatus de fundamento, aunque no busca suprimirlo por
completo: de ahí su propuesta de fundamentos contingentes que abre la
posibilidad de resignificación y reasignación performativa de los sexo-gé-
neros (Butler, 1991). En suma, Butler no supone la ausencia de cualquier
fundamento, sino que presupone la ausencia de un fundamento último,
apelando, en cambio, a fundamentos plurales, necesariamente contingen-
tes, cuyo oxímoron desafía las conceptualizaciones tradicionales, apartán-
dola a la vez tanto del discurso habitual como del nihilismo nietzscheano.
No se alinea, sin embargo, con el antifundacionalismo porque no supone
la ausencia de todo fundamento; más bien supone que la ausencia de un
fundamento último abre espacios de libertad, sinsentidos con posibilidad
de resignificación y autonomía total. Uno de los desafíos cruciales es res-
ponder a la pregunta de cuáles fundamentos contingentes son necesarios,
cuál es en definitiva su estatus ontológico y cómo dar cuenta del oxímo-
ron, sin caer en una “superación” dialéctica, a la manera hegeliana. Como
camino de salida, provisorio y precario, Butler se centra en la performati-
vidad, en el acto, en el acontecimiento y en la repetición ritual que alude a
un mundo dislocado (Butler, 1990: 1). Si los fundamentos se derrumban,
Subtexto de género y violencia 47

dislocar el discurso –sugiere– abre paso a un nuevo espacio de derechos,


centrados en la identidad.
Profundizando la propuesta que bajo la denominación de cuerpo
queer formuló Teresa de Lauretis (1996: 6-34), Butler desplazó toda pre-
tensión de “poner” en el cuerpo las marcas de la identidad “mujer”/“varón”,
ya que lo considera un resabio esencialista. Despegarse de la sustancia y
definir los cuerpos materiales como tensiones de poder, (Butler, 1993) le
permite abrir un espacio en el que se inscriben las “diversidades sexuales”.
Si el objetivo de De Lauretis fue aplicar el método foucaultiano para en-
tender cómo la escritura constituía una episteme normativa de identida-
des –sexuales, de género o raciales– al tiempo que se abría un espacio de
resistencia y de subversión a toda identidad normativa, Butler denunció
la ausencia productiva del fundamento, la violencia del espacio normado
de inscripción y por ende del reconocimiento. Inventó, por tanto, nuevos
sujetos políticos en el espacio discursivo hegemónico subvertido, disloca-
do, donde performativamente pudiera realizarse continuamente la con-
tingencia.

Otra vuelta por el problema de la violencia: mitos y desplazamientos


El breve recorrido que hemos realizado muestra cómo la cuestión de la
violencia se va expandiendo, desde el grito y el golpe hasta las cuestiones
identitarias; desde el reconocimiento hasta la exclusión de los derechos
de ciudadanía o de herencia; desde la inscripción binaria al abismo del
fundamento.
Quizá por ello, no haya definiciones unívocas de violencia aunque,
es sabido, que etimológicamente significa “forzamiento” o “intimidación”
y se vincula con la fuerza física. Tanto Young (1983) como Bourdieu
(1993) identificaron la violencia simbólica, que impone categorías [con-
ceptuales] que ordenan el mundo bajo el supuesto de que son naturales,
únicas, legítimas, apropiadas o convenientes, borrando toda alternativa
posible. Esa violencia simbólica se ejerce, fundamentalmente, en el ámbi-
to creencial (o sistema de creencias de un individuo) y su forma más preg-
nante es la “ideología”, ya sea la implícita en el lenguaje o la explícitamente
48 Violencia contra las mujeres

manipulada. Su modo más invisible como perverso es la justificación o


legitimación de la violencia física.
Todo sistema de dominación, y el patriarcado lo es, utiliza alguna
forma de violencia simbólica descalificando, negando, invisibilizando,
fragmentando o utilizando arbitrariamente el poder sobre otro/as; pero
fundamentalmente inculcando conciencia y configurando identidades
subalternas. Esto incluye la creación de estereotipos, la generalización ex-
cesiva que no da lugar a la manifestación de los caracteres individuales, las
fórmulas rígidas que impiden la mostración de los cambios, o la ponde-
ración de algún rasgo o característica funcional al sistema de poder que la
generó como meritoria o magnífica (Femenías, 2013a: 15ss.)
Forma parte de las estrategias que minimizan y/o exculpan de ac-
ciones violentas explícitas la construcción de ciertos “mitos”. Según este
mecanismo, se proyecta en un “otro”, por lo general estigmatizado o in-
feriorizado, la responsabilidad de la carga violenta. En otras palabras, se
difunden ciertos “saberes” acerca de la violencia, que expulsan la responsa-
bilidad del violento fuera del ámbito de su competencia. Damos algunos
ejemplos de estos “mitos”, para aclarar lo que queremos decir:
i- los países pobres son más violentos
ii- los pobres son más violentos
iii- las grandes urbes son más violentas
iv- la ausencia de religiosidad produce mayor violencia
v- las personas incultas son más violentas
vi- los pueblos originarios son más violentos
vii- ahora hay más violencia
viii- los “negros” son más violentos,
o afirmaciones afines.

En nuestro país no tenemos estadísticas suficientes, sistemáticas, confia-


bles y prolongadas en el tiempo que permitan sostener las afirmaciones
que acabo de ejemplificar; es decir, en nuestro caso específico es imposible
hacer alguna de las afirmaciones precedentes (o sus contrarias) de modo
Subtexto de género y violencia 49

fehaciente: simplemente carecemos de los datos necesarios para avalar ta-


les afirmaciones (Fleitas Ortiz de Rozas, 2011). Sin embargo, las oímos.
Los países que sí tienen los datos pertinentes no pueden presentar dife-
rencias estadísticamente relevantes entre ricos y pobres, blancos y negros,
cultos e incultos; más bien pueden mostrar modos diversos de manejar,
encubrir, tramitar, exhibir o negar la violencia física, simbólica, psicoló-
gica o verbal, etc. (De Miguel, 2007: 71ss.; Osborne, 2001 y 2008: 99ss.).
Con todo, nos preocupa particularmente el ítem v. Si las personas educa-
das no son significativamente menos violentas que las demás, ¿es que la
educación sigue reproduciendo una ideología sexista? ¿Qué responsabili-
dad nos cabe en esto?

A modo de conclusión
Suele sostenerse que la transmisión de la justicia, la libertad y la igualdad,
en sentido amplio y no excluyente, depende de la educación pública, y que
de ella depende también la transmisión del conjunto de valores sociales
compartidos que un cierto Estado quiere consolidar, promover, afianzar
y conculcar a sus niños y jóvenes (Miyares, 2003: 86). En ese sentido, De-
mocracia, Filosofía y Educación están estrechamente vinculadas. Porque
nuestras convicciones nos indican que cuando se apunta a la educación, se
debe “educar en y para la libertad y la igualdad”, presuponiendo marcos no
segregacionistas ni discriminatorios, que favorezcan la equidad para varo-
nes, mujeres, trans, bisexuales, independientemente de su etnorraza, reli-
gión, estado civil, etc., ofreciendo a lxs más jóvenes, futurxs ciudadanxs,
opciones para el ejercicio pleno de sus libertades, deberes y derechos. En
ese sentido, todos debemos contribuir a consolidar una sociedad que posi-
bilite la “igualdad de oportunidades” y erradique todos los modos de dis-
criminación y de violencia, incluida la de sexo-género. Para ello, a todos
nos cabe revisar nuestros propios presupuestos sexistas y racistas.
Para cerrar, sin pretensiones de exhaustividad, hemos querido ofrecer
algunas líneas clave que, a nuestro entender, iluminan algunas reflexiones
entorno al problema de la violencia, las discriminaciones y la ceguera de
género. Mucho se viene haciendo al respecto, y mucho queda aún por ha-
cer.
Noticia sobre las autoras

Anzóategui, Micaela
Profesora y licenciada en Filosofía por la FaHCE-UNLP. Se encuentra
realizando la Diplomatura Superior en Ecología Política y Medio Ambiente
(CLACSO). Actualmente es Secretaria  del Centro Interdisciplinario de
Investigaciones en Género (CINIG) y docente en el Departamento de Fi-
losofía de la FaHCE. Sus áreas de investigación son Filosofía del ambien-
te, Ecofeminismo y Estudios animalistas, áreas en las que cuenta con nu-
merosas publicaciones en el país y en el exterior. Es miembro de equipos
de investigación radicados en CINIG-IdIHCS de la UNLP.

Barba, Laura Alejandra


Es profesora de Filosofía por la FaHCE-UNLP. Realizó la Especialización
en Educación en género y sexualidades (FaHCE-UNLP) y actualmente se
encuentra cursando un postítulo sobre Derechos Humanos. Entre su tra-
bajo docente se cuenta la realización de diferentes actividades interdisci-
plinarias y talleres de género. Investiga la sati desde una perspectiva ética
en relación a las cuestiones de género y multiculturalismo. Es miembro
de equipos de investigación radicados en CINIG-IdIHCS de la UNLP.

Colanzi, Irma
Licenciada y Profesora en Psicología. Miembro de la Carrera de Especiali-
zación para el abordaje de las Violencias interpersonales y de género (FCJS)
y de la Especialización en Educación en géneros y sexualidades (FaHCE),
UNLP. Ex Integrante del Observatorio de Violencia de Género. Defenso-
ría del Pueblo de la Provincia de Buenos Aires; Psicóloga del Programa de
Médicos Comunitarios. Ministerio de Salud. Actualmente es JTP en Me-
todología de la Investigación en Facultad de Psicología (UNLP), y becaria
de doctorado de la UNLP. Coordinó Proyectos de extensión universitaria
(2010) y es miembro de proyectos de Investigación sobre Violencia de
Sexo-Género, desde 2009 y continúa. Cuenta con numerosas publicacio-
nes al respecto.
276 Violencia contra las mujeres

Femenías, María Luisa


Doctora en Filosofía (UCM). Docente titular e investigadora del Depar-
tamento de Filosofía de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Edu-
cación (UNLP) y de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Docente de
la Maestría en DDHH de la Facultad de Derecho de la UNLP. Profesora
visitante en numerosas Universidades del país y del exterior. Directora del
Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género y de la Especiali-
zación en Educación, Géneros y Sexualidades (FaHCE, UNLP). Directora
de Proyectos de Investigación, becarios y doctorandos. Cuenta con nu-
merosas publicaciones en el país y en el exterior. Entre las más recientes,
destacamos: Feminist Philosophy in Latin America and Spain, New York
- Amsterdam, Rodopi, Series Philosophy in Latin America, 2007 (en co-
laboración); El género del multiculturalismo (2008; reed. 2013), Los ríos
subterráneos: Las violencias cotidianas. 3 volúmenes (2013-2014); Judith
Butler: Su filosofía a debate (en colaboración, 2012); Judith Butler: las
identidades del sujeto opaco (en colaboración, 2015).

Galletti, Hilda Gabriela


Licenciada y Profesora en Psicología. (UNLP). Diplomada en Género,
Sociedad y Políticas Públicas (FLACSO). Docente titular en Instituto de
Profesorado para la formación de Profesores de sordos y discapacitados
mentales desde 1993. Participa en docencia e investigación, desde 1993
y hasta la actualidad, en la UNLP. Cuenta con numerosas publicaciones,
entre las que se destacan “Allá lejos la seguridad y la justicia. Los barrios
y los problemas de seguridad y justicia” (2015); “Las representaciones so-
ciales sobre el acceso a la justicia con perspectiva de genero” (2015); “In-
tersecciones entre Violencia de Género, Pobreza y Acceso a la Justicia: El
Caso de la Ciudad de La Plata” (2014); “Acceso a la justicia y conflictos
intrafamiliares”; “Marginación y pobreza en al ámbito judicial” (2014).
Participa en proyectos de investigación y de extensión en temáticas sobre
violencia contra la mujer y violencia contra la mujer y acceso a la justicia
(FaHCE-UNLP y FCJS-UNLP). Es integrante del Consejo del Colegio
de Psicólogos distrito XI (2009 y continúa). Es Coordinadora de las Co-
misiones de Nuevos Colegiados y de Psicología Jurídica (2009-2014) en
Colegio de Psicólogos, distrito XI.
Noticias sobre las autoras 277

Herrera, María Marta


Profesora de Filosofía (UBA). Docente en la Facultad de Humanidades
de la UNLP y en  la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Investi-
gadora del CINIG (FaHCE, UNLP) y del  IIEGE (FFyL, UBA). Co-
directora del Proyecto PRI (FFyL, UBA):  “El cuerpo violentado desde
algunas perspectivas feministas actuales”. Ha participado como integran-
te en proyectos dirigidos por María Luisa Femenías. Tienen numerosas
publicaciones en revistas de circulación nacional e internacional. Actual-
mente es miembro del Proyecto de investigación dirigido por la Dra. Vi-
viana Seoane “Violencia de sexo-género en la interseccionalidad de clase,
etnicidad, generación y discapacidad, en territorios sociales y escolares”.

Malacalza, Laurana
Licenciada en Historia y Magister en Género de la Facultad de Huma-
nidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Doctoranda en
Derechos Humanos de la Universidad Nacional de Lanús. Docente del
Seminario “Genero y Derecho penal” de la Especialización de Derecho
Penal de la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad Nacional de
La Plata. Publicó artículos en libros y revistas referidos a la problemática
de las mujeres encarceladas, estudios de género y memoria. Ha elabora-
do informes nacionales e internaciones sobre las políticas públicas sobre
violencia doméstica y trata de personas con fines de explotación sexual.
Actualmente, es coordinadora del Observatorio de Violencia de Género
de la Defensoría del Pueblo de la provincia de Buenos Aires y tutora de la
Especialización en Educación en Géneros y Sexualidades de la Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de
La Plata.

Rodríguez Durán, Adriana B.


Licenciada y Profesora en Psicología. Miembro de la Carrera de Especiali-
zación en Educación en Géneros y Sexualidades, Universidad Nacional La
Plata. Realiza atención clínica de pacientes en consultorio privado. Sus
áreas principales de trabajo son las violencias de sexo-género en la pareja
heterosexual y en la teoría psicoanalítica. Es miembro del Proyecto de In-
278 Violencia contra las mujeres

vestigación H.736. Se desempeña como Coordinadora en un Proyecto de


Extensión Universitaria de la ciudad de La Plata. Asimismo, ha publicado
varios capítulos de libros, entre los que cabe destacar: “Armando el rom-
pecabezas... Factores que intervienen en la violencia de género” (2006);
“Paso a paso con [De] Beauvoir en el debate entre el materialismo histó-
rico, el psicoanálisis y el feminismo” (en colaboración con Paula V. Soza
Rossi; 2010). Además ha presentado numerosas ponencias en Jornadas
y Congresos especializados, entre las que podemos mencionar: “Algunos
aspectos psicológicos de la violencia en la pareja heterosexual” (2013); en
Actas del Seminário Internacional Fazendo Gênero 10: Desafios Atuais dos
Feminismos, Florianópolis.

Sciortino, Silvana
Doctora en Antropología (FFyL-UBA). Licenciada en Antropología
(FCNyM-UNLP). Investigadora UNLP-CONICET. Docente de la
Cátedra de Antropología Sociocultural II - FTS - UNLP. Docente de
posgrado de la Especialización en Educación, Géneros y Sexualidades de la
FaHCE, UNLP Temáticas o áreas en las que se especializa: Procesos de
organización social y política de mujeres: mujeres indígenas, políticas de
identidad, multiculturalismo y movimiento amplio de mujeres. Publica-
ciones: “Procesos de organización política de las mujeres indígenas en el
movimiento amplio de mujeres en Argentina Consideraciones sobre el
feminismo desde la perspectiva indígena” (2015); “Violencias relatadas,
derechos debatidos y mujeres movilizadas: el aborto en la agenda política
de las mujeres indígenas en Argentina” (2014); “Relatos sobre el origen
de los social (y de la desigualdad sexual): fundamentos simbólicos de la
violencia contra las mujeres” (2013). Compiladora de Volver a los setenta:
el feminismo italiano de la diferencia sexual (Edulp, 2013).

Seoane, Viviana
Doctora en Ciencias Sociales (FLACSO/Argentina). Profesora en
Ciencias de la Educación (Universidad Nacional de La Plata); Magíster
en Ciencias Sociales con Orientación en Educación (FLACSO/Argen-
Noticias sobre las autoras 279

tina). Ha trabajado en escuelas primarias, secundarias y en institutos de


formación docente. En la actualidad se desempeña como Profesora Ad-
junta Ordinaria de la Cátedra Política y Legislación de la Educación del
Departamento de Ciencias de la Educación (FaHCE/UNLP).  Desa-
rrolla actividades de docencia en distintas carreras de posgrado en edu-
cación, géneros y sexualidades en Argentina. Es investigadora en el área
de Política y Sociología de la Educación, y en el campo de los Estudios de
Educación y Género, área en la que dirige proyectos de investigación y
de extensión. Cuanta con numerosas publicaciones y presentaciones en
Encuentros y Congresos de su especialidad. Actualmente dirige el pro-
yecto H.736, sobre violencia radicado en el CINIG-IdIHCS-UNLP.

Soza Rossi, Paula V.


Licenciada en Sociología por la Universidad Nacional de La Plata. Di-
plomada Superior en Ciencias Sociales con mención en Género y Políti-
cas Públicas por FLACSO. Diplomada en la Academia de Género, por la
Organización Internacional del Trabajo, Italia. Especialista en Sociología
de Género. Docente de Sociología General en la FaHCE (UNLP). Do-
cente Invitada en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (UNLP) y
en el Instituto de Estudios Judiciales (IEJ) de la Suprema Corte de Jus-
ticia (SCJ), Provincia de Buenos Aires. ExBecaria de Investigación de la
UNLP y miembro de Equipos de trabajo en el Observatorio de Violen-
cia de Género (OVG), integrante del Programa de Investigación sobre la
Sociedad Argentina Contemporánea (PISAC) y Capacitadora-docente
del “Programa Nacional de Educación Sexual Integral” (ESI) de la Di-
rección de Psicología Comunitaria y Pedagogía Social de la Provincia de
Buenos Aires, Ministerio de Educación de la Nación. Miembro fundador
del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género de la FaHCE-
UNLP. Miembro de Equipos de Investigación dirigidos por la Dra. María
Luisa Femenías desde el 2002, y Co-directora de Equipos de Extensión
Universitaria sobre género y violencia. Autora de artículos en revistas es-
pecializadas, capítulos de libros y libros sobre trabajo no remunerado de
las mujeres, pobreza y violencia de sexo-género, derechos humanos y me-
280 Violencia contra las mujeres

moria, entre ellos: “Revirtiendo las limitaciones de un concepto clásico


de pobreza: Algunas reflexiones desde la perspectiva de género en rela-
ción al trabajo no remunerado de las mujeres” (2010), en colaboración
con María Luisa Femenías el libro Saberes situados/Teorías trashumantes
(2011) y el capítulo de libro “La esperanza de Pandora: del tiempo de
los filósofos al tiempo de las mujeres” (2012). Premio-reconocimiento al
libro (2015) Los sindicatos bajo la mirada de la DIPBA. “Nos magullaron
pero no nos quebraron”. Experiencia de Extensión Universitaria con ATE
provincia de autoría colectiva, publicado por la FaHCE-UNLP en el año
2012, otorgado por Instituto de Estudios sobre Estado y Participación de
Buenos Aires (IDEPba) de la Asociación de Trabajadores del Estado de la
Provincia de Buenos Aires.

Das könnte Ihnen auch gefallen