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Moral a Nicómaco · libro séptimo, capítulo VIII

Comparación de la intemperancia
con el espíritu de incontinencia
La incontinencia, como ya he dicho, no crea remordimientos; el incontinente
permanece fiel a la elección reflexiva que ha hecho. Pero, por lo contrario, no
hay hombre intemperante que no se arrepienta de sus debilidades; y así el
intemperante no es por entero lo que podría creerse en vista de lo dicho más
arriba. El uno{147} es incurable, el otro{148}puede curarse de su vicio. La
perversidad que campea en los incontinentes se parece bastante a la
hidropesía y a la tisis, es decir, a las enfermedades crónicas; la intemperancia
se parece más bien a un ataque de epilepsia. La una es constante; la otra no
es un vicio continuo. En una palabra, la intemperancia y el vicio propiamente
dicho son de un género enteramente diferente. La perversidad, la
incontinencia, se oculta a sí misma y se desconoce; la intemperancia no puede
ignorarse. De semejantes hombres, son menos malos quizá los que salen fuera
de sí a causa de la violencia de las pasiones; valen más que los que conservan
su razón y sin embargo no se someten a ella. Estos últimos se dejan vencer
por una pasión que es menos fuerte y por la que no son sorprendidos sin
haber reflexionado antes, al contrario de lo que sucede a los otros. El
intemperante se parece mucho a los que se embriagan en un instante con
poco vino, con menos de lo que acostumbran a beber los demás hombres.
Por lo tanto, según se ve, la intemperancia no es precisamente la perversidad;
pero en cierto sentido se confunde con [196] ella. En efecto, si la
intemperancia existe contra la voluntad del que se entrega a ella, y si la
perversidad es, por lo contrario, resultado de una voluntad reflexiva, la
intemperancia y la perversidad producen consecuencias, que en la práctica
son completamente semejantes. Es el dicho de Demodoco contra los milesios.
«Los milesios, decía, no son locos; pero obran como tales.» En igual forma los
intemperantes no son precisamente perversos e injustos, y, sin embargo,
cometen actos perversos. El uno está formado de tal manera que persigue los
placeres sensuales excesivos y contrarios a la recta razón, sin estar
convencido de que obra bien, mientras que el otro tiene esta convicción,
porque no está organizado sino para ir en busca de los placeres. El uno puede
volver fácilmente al buen camino, mientras el otro vivirá siempre extraviado;
porque entre la virtud y el vicio hay esta diferencia: que el vicio destruye el
principio moral, mientras que la virtud lo desenvuelve y conserva. Tratándose
de la acción, el principio que hace obrar es el objeto final a que se aspira,
como en las matemáticas los principios son las hipótesis que se dan desde
luego por sentadas. No es el razonamiento el que en este último caso nos
enseña los principios. Tampoco es el razonamiento el que nos los enseña en la
conducta de la vida; sino que la virtud, sea que la naturaleza nos la haya dado,
sea que la hayamos adquirido mediante el hábito, es la que nos enseña a
juzgar bien del principio de nuestros actos. El que sabe discernirlo bien es el
hombre prudente y sobrio; el incontinente es el que hace todo lo contrario.
Hay hombre, que bajo el influjo de una pasión puede traspasar todos los
límites contra las ordenes de la recta razón; dejándose dominar por aquella lo
bastante para no seguir las reglas de la razón perfecta; pero no le domina tan
ciegamente que llegue a persuadirse de que es cosa buena dar rienda suelta a
los placeres que le arrastran. Este es precisamente el intemperante, el cual
aparece menos degradado que el incontinente; y no es absolutamente
perverso; porque el principio, que es lo más precioso en el hombre, subsiste y
sobrevive en él. El otro, de un carácter completamente opuesto, se ha
conservado en su estado natural, si no ha salido de el ni aun en medio del
extravío de la pasión.
En vista de lo que precede se puede concluir evidentemente, que la
disposición moral del intemperante es todavía buena, y que la del incontinente
es completamente mala. [197]
———
{147} El incontinente.
{148} El intemperante.

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