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reguntas desde lo humano y lo psicológico

¿Por qué dos hermanos decidieron inmolarse en


Bruselas?
Jorge Iacobsohn

De los últimos atentados en Bruselas me


llamó la atención algo que no encontré en
los diversos análisis que han circulado
estos días sobre el siniestro hecho. Dos de
los suicidas que participaron de la
operación eran hermanos.

En Israel, algo similar viene ocurriendo


entre los adolescentes que deciden poner
fin sus vidas apuñalando a civiles y soldados: hermanos, primos, salen a realizar un acto generalmente
concebido y bendecido como “martirologio”. Sin embargo, las preguntas sobre las causas o los intentos
de caracterización no tienen fin y suelen caer en saco roto. ¿Lo hacen porque les manda la religión? No
necesariamente, algunos de ellos no han sido precisamente religiosos. ¿Lo hacen por desesperación? No
necesariamente, algunos de ellos tenían una posición holgada y una buena familia. ¿Lo hacen por
patriotismo? No necesariamente, algunos se sintieron convocados a honrar a la Gran Nación (religiosa
transnacional) islámica, y así sucesivamente.

En la mayoría de los casos, los apuñaladores encuentran su muerte segura dado que al poner en peligro la
vida de los soldados o civiles se exponen a ser reducidos (cuando no neutralizados y arrestados).

¿Implica una nueva modalidad de terrorismo suicida? No necesariamente, ya que muchos de ellos
intentan escapar una vez que han realizado el acto. Entonces, no se entiende el vínculo entre la intención
y el acto. Si se busca atentar para un objetivo nacionalista, lo lógico sería planear el acto saliendo con
vida (desde un punto de vista laico, lo importante es dañar al otro para afirmar la propia vida). Si se busca
atentar para un objetivo religioso, lo “lógico” es suicidarse (desde el punto de vista religioso, se sacrifica
la propia vida para sacrificar la del otro para la gloria futura de la nación). En el caso de los apuñaladores,
parece haber una intención ambigua, indiscernible entre lo nacional y lo religioso. Depende del azar de
las circunstancias y de la psiquis del individuo. Para los ideólogos e incitadores, poco importa ya que
tienen garantizado que alguien realizará el daño de todos modos.

Nihilismo instrumental

Pero esto remite entonces a la pregunta respecto de las intenciones de los dirigentes ¿qué buscan con
esto? Que buscan aterrorizar, es tan claro desde los hermanos de Bruselas hasta los atacantes palestinos.
¿Pero aterrorizar con qué fin? El fin es tan ambiguo y disputable como el medio: desde la conquista del
mundo por el Islam hasta la “liberación de la opresión del Occidente imperialista y del sionismo”.
Es de notar que el terrorismo logra encontrar en sus oponentes una respuesta acorde a sus necesidades: las
poblaciones de derecha o xenófobas, toman en serio la literalidad de las intenciones de “conquista global
por el Islam” para construir una respuesta reflejo, como por ejemplo “paremos la islamización de
Europa”, y soñar con la criminalización y expulsión de toda la población musulmana europea. En el caso
del terrorismo palestino, logra hacer creer a las poblaciones más laicas y tolerantes que la suya es una
“lucha por la liberación”, de modo que se legitima también, mediante la idea de que “Occidente es el
culpable de sufrir estos atentados por sus intervenciones en Oriente Medio”, los atentados suicidas hechos
por los islamistas (para colmo, no nacidos en Oriente Medio sino en cualquier parte del mundo), dado que
son fruto de la “desesperación” (como sucede en las racionalizaciones frecuentes de hechos inhumanos).

Fobia y racionalización como reacciones al terrorismo

Las reacciones de fobia y racionalización son mecanismos de defensa ante tamaña violencia irracional. Sí,
sólo una pulsión de muerte irracional puede llevar a dos hermanos, a decidir poner fin sus vidas en el
aeropuerto de Bruselas. Dos hermanos… esto me sigue resonando como pregunta desde lo humano. Uno
puede tener un hermano, ser indiferente a él, estar peleado y no hablarle por años o toda la vida. Pero
cuando un hermano es parte integral desde la vida de uno, la relación va desde la cortesía hasta la más
íntima calidez. ¿En qué registro se ubica la decisión de dos

hermanos de poner fin sus vidas? ¿Hay un punto donde lo íntimo puede confundirse con la muerte? El
suicidio de dos hermanos suele registrarse en condiciones de opresión máximas, como en un campo de
concentración nazi o estalinista, por ejemplo. ¿Pero habiendo nacido en suelo belga, en una democracia,
con posibilidades de llevar una vida “normal”, aún desde los confines de un barrio periférico? La
desesperación no es el motivo. El motivo es esa gloria esquiva que clama mártires.

Los límites de las explicaciones causales

Hay todo tipo de explicaciones, geopolíticas, antropológicas, psicológicas, pero ninguna es suficiente
porque el verdadero fondo de todo esto no es el martirologio, ni el supremacismo islámico, ni la
desesperación de los postergados (miles de millones de seres humanos pobres en el planeta que no son
musulmanes no deciden inmolarse ni conquistar el mundo). El verdadero fondo es una pulsión de muerte
autodestructiva, que en nuestra era eligió vestirse de suicida islamista o de terrorista palestino, pero que
no tiene nada esencial que ver ni con los musulmanes ni con los palestinos. Del mismo modo que el
nazismo fue la pulsión de muerte que eligió al pueblo alemán, de modo que si bien no puede decirse que
los alemanes eran todos nazis, ellos estuvieron cautivos y oprimidos por la maquinaria de autodestrucción
(nota histórica: la autodestructividad del nazismo no era evidente en sus comienzos, dado que se vistió de
un ropaje racional interno que confundió a muchos. La autodestructividad del supremacismo islámico es
evidente por la instrumentalización del suicidio, pero los intentos de racionalizarlo exteriormente
confunden. En ambos casos estamos ante mecanismos defensivos que paralizan ante el horror de un
discurso – acto de odio y muerte).

Quizás el término pulsión de muerte, término tomado prestado de la tradición psicoanalítica, no sea
“científico”, pero tiene la intención de nombrar algo del orden de lo no racional, de la fuerza primaria del
odio, que ninguna política o discurso académico pueden parar. La economía, los estados, las fronteras, los
intereses son impotentes cuando emerge un monstruo del odio porque en algún punto, sus fundamentos
guardan cierta compatibilidad con él: la ambición económica, la competencia, los intereses corporativos,
la partidocracia, reposan en algún punto (aún cuando no sea único ni exclusivo) en la hostilidad. Es cierto
que esa hostilidad tiene su contrapartida “amorosa” que le sirve de soporte (la fidelidad a la empresa, a la
nación, a la clase, etc.), pero cuando se desata la pulsión destructiva en gran escala, sólo una fuerza
amorosa igualmente potente puede arrestarla, y ésta no tiene otro remedio que ser superior a la economía,
a los estados, a las corporaciones, a las naciones: del mismo modo que lo hizo el nazismo que buscaba su
Reich mundial milenario o el supremacismo islámico, para ambos no había fronteras.

Todo lo dicho hasta acá puede dar la impresión de que la autodestructividad que destruye el entorno es
propia de un grupo humano en particular que de pronto enloqueció y que hay que pararlo (de esto último,
no hay dudas que hay que hacerlo pero sin “personalizar” en él).

Sin embargo, esto no es así. Por más extraño y ajeno que nos resulten los dos hermanos que decidieron
inmolarse en Bruselas -impresión legítima para la gran mayoría de nosotros que jamás osaríamos hacer
algo así, hay un punto que nos une y conecta: son tan seres humanos, con las mismas propiedades que las
nuestras. Entre ellas, lógicamente, se cuenta también la pulsión de muerte, de (auto) destrucción, que
anida en cada uno de nosotros: Negros, mujeres, gays, indígenas, judíos, también odiamos o somos
cómplices de un mundo de divisiones y odio, independientemente de las asimetrías del poder y sus
luchas. Por lo tanto, habría que hacer el esfuerzo de ver en qué puntos el espejo deforme del monstruo nos
devuelve la imagen nuestra en el que cada día participamos de la cadena de prácticas que sostienen un
orden de cosas hostil, en el trabajo, en la economía en la sociedad, en la política…

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