Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Resumen
El presente trabajo pretende señalar algunos de los aspectos doctrinales de la concepción
que del Folklore tiene Rodolfo Lenz a partir de una de las varias polémicas que el filólogo
alemán enfrenta en Chile, acechado por un entorno intelectual que no se sentía a gusto con
los nuevos referentes que incorpora como objeto de interés y estudio científico,
convirtiéndolo en su momento en un extranjero objetado, que al introducir en el país una
mirada “científica” y “moderna” respecto a las clases subalternas o cultura popular,
generará rechazo por las temáticas y los sujetos a los que asigna relevancia, ganándose un
aire de “populachero”. Finalmente la mirada negativa en contra de Lenz trocará, hasta
convertirlo en el paradigma de la búsqueda de la tradición nacional chilena, pues su
constante labor difusora de la perspectiva del Volkskunde traducida al Folklore,
principalmente desde su rol de formador de profesores secundarios, terminará por clarificar
los fines “científicos” de sus intereses, saneándolos en términos de un contra discurso de las
hegemonías, para instalarlo como referente académico del tratamiento de lo popular, ahora
“normalizado”, gracias a la institucionalización que de los estudios folklóricos realiza en el
país al fundar en 1909 la Sociedad de Folklore Chileno.
Palabras clave: Rodolfo Lenz, Folklore, Sociedad de Folklore Chileno, cultura popular,
identidad nacional.
Abstract
The present work aims to point out some of the doctrinal aspects of the Folklore’s
conception that Rodolfo Lenz based on among the series of polemic situations which the
German philologist had undergone in Chile, lurked by an intellectual environment which
was uncomfortable with the new referents he introduces as a point of interest and scientific
study, which transformed him into an objectionable outlander who will generate rejection
due to the topics and subjects to which he assigns relevance, in this way earning the epithet
of populist.
In due time, the negative view about Lenz will be swapped to the extent of transforming
him into the paradigm of the quest for Chilean national traditions, because his labour of
spreading his volkskunde perspective translated to folklore, mainly from his secondary
teachers mentor role, will end up clarifying the scientific objectives of his interests, setting
them up as an hegemonic counter speech, to install it as an academic beacon for treating
the popular, a now normalized concept because of the folklore studies institutionalization
made in the country when founded the Chilean Folklore Association in 1909.
Keywords: Rodolfo Lenz, Folklore, Chilean Folklore Association, popular culture, national
identity.
Introducción
Lingüística y Folklore1, ambas disciplinas ligadas con la noción de identidad nacional pues
idioma y tradición han sido desde siempre los pilares de todo sentimiento de nacionalidad,
son los ámbitos en que Rodolfo Lenz (1863-1932) destacará y será precursor en Chile y
América. En ambas facetas deberá luchar con un entorno intelectual que no se sentía a
gusto con los nuevos referentes que el filólogo alemán incorpora como objeto de interés y
estudio científico, convirtiéndolo en su momento en un extranjero objetado2, que al
introducir en el país una mirada “científica” y “moderna” respecto a las clases subalternas o
cultura popular, generará polémica por las temáticas y los sujetos a los que asigna
relevancia, ganándose un aire de “populachero” que lo involucrará en una serie de
polémicas que dicen relación con las formas en cómo se ha construido en Chile una imagen
y una búsqueda de lo popular, en consonancia con un sentido de nacionalidad que se irradia
desde el Estado, y que muestra cómo se reproducen e hibridan, en nuestras sociedades de
modernidad periférica, los discursos con que las hegemonías mundiales han disputado la
preeminencia global. Finalmente la mirada negativa en contra de Lenz trocará, hasta
convertirlo en el paradigma de la búsqueda de la tradición nacional chilena, pues su
constante labor difusora de la perspectiva del Volkskunde traducida al Folklore,
principalmente desde su rol de formador de profesores secundarios, terminará por clarificar
los fines “científicos” de los intereses de Lenz, saneándolos en términos de un contra
discurso de las hegemonías, para instalarlo como referente académico del tratamiento de lo
popular, ahora “normalizado”, con el “orden y fijeza” que exigía Eduardo de la Barra
(1894), gracias a la institucionalización que de los estudios folklóricos realiza en el país al
fundar en 1909 la Sociedad de Folklore Chileno.
“Para obtener el fundamento en que se levantará la filosofía del porvenir, hay que recoger
todas las manifestaciones de la idea étnica, y hay que recogerlas sin dejar vacíos. Muchas
cosas y nociones ya se habrán perdido. Pero milenios en épocas pasadas no han cambiado
ni aniquilado tanto como puede alterar en nuestros días un corto lapso de tiempo. La época
del vapor y de la electricidad, del comercio mundial que todo lo nivela, aniquila también
los materiales más preciosos que necesita la etnología. “Hay incendio, devastador incendio
en el mundo etnológico”, exclama con razón Bastian. Pues urge salvar y guardar los
preciosos restos. En la hora undécima hay que poner en movimiento todas las manos, hay
que despertar el entusiasmo por la buena causa del folklore nacional. Ni la menor
insignificancia que apuntamos de la vida de los pueblos, que salvamos del incendio carece
de valor. En su debido lugar puede rellenar un vacío en el sublime edificio, puede ser una
piedra útil para la construcción. Por esto ahora se atribuye tanta importancia al folklore,
porque su tarea es acarrear la mayor parte de las piedras de las cuales se ha de componer el
edificio de la filosofía del porvenir” (Lenz, 1909: 11-12).
Se ve claramente el doble razonamiento científico y nacionalista que Lenz pone en juego,
pues la “buena causa del folklore nacional”, nos conducirá, finalmente y después de todo, a
la “filosofía del porvenir”. Lo nacional se vuelve un momento intermedio del análisis
lenziano, pues hacia la época el fin último, tanto de la etnología como de la lingüística, será
reconstruir, valiéndose del método comparativo, el origen, trayectoria y dispersión de la
cultura en la humanidad.
Con Lenz como principal referente teórico, la SFCh tendrá en lo doctrinal un enfoque
bastante ortodoxo. Se trataba de la búsqueda de tradiciones en los sectores menos
contaminados por la civilización. El aislamiento será un indicio de lo popular. Cuando en
las bases de la SFCh se dan algunas indicaciones orientadas al reconocimiento de
especímenes literarios se dirá: “lo esencial es que todos los documentos sean
verdaderamente populares, pueden considerarse como tales todos los que viven en la
memoria de la gente que no sabe leer y escribir, o al menos, no maneja libros” (Lenz, 1909:
13). Se insistía además en la oralidad de las fuentes y en la meticulosidad y respeto para
reproducirlas, incluyendo faltas y errores. Este tópico será recurrente. Así, en sus
Instrucciones para recoger de la tradición oral romances populares, Julio Vicuña
Cifuentes (1865-1936), socio fundador de la SFCh, dirá: “debe copiarse el romance tal
como la persona lo recita, sin enmendar un solo verso, sin corregir una sola palabra, por
más bárbaro que sea el error y por más evidente que aparezca. Quitar, agregar, cambiar o
trasponer una sola sílaba es desnaturalizar completamente el romance y dejarlo inservible
para el objeto que se persigue” (1940: 21). Esta exigencia de literalidad absoluta se
relaciona sin duda con la idea de supervivencia tyloriana. En los sectores populares están
contenidos a modo de fósiles, las costumbres y tradiciones que dieron origen a la particular
cultura. Por ello es que el pueblo resulta interesante objeto de estudio. Pero el pueblo no es
consciente de que guarda este verdadero tesoro, además que no es capaz de apreciarlo. La
tradición está en el informante, en tanto es pueblo, de manera espontánea y de esa manera
debe ser obtenida. Cualquier mediación, cualquier racionalización implicaría que la
cotidianeidad y la contingencia del sujeto se hagan presentes, contaminando el espécimen a
recolectar, pues en Chile, al igual que en Europa, los primeros folkloristas buscaron textos
y no contextos. Vicuña Cifuentes es ejemplar a este respecto cuando afirma: “pretender
conocer a un pueblo por lo que se le ve ejecutar bajo la doble presión de la fuerza y de la
necesidad, es una utopía. Hay que estudiarlo en su vida íntima, en sus momentos de
sinceridad absoluta” (1940: 4). Esa sinceridad absoluta no es otra cosa que la tradición
manifestándose espontáneamente y con naturalidad, sin tropezar con la subjetividad del
informante que nos dificultaría el acceso al preciado tesoro. El mismo sentido tienen la
palabras de Lenz: “Es indispensable observar a los huasos cuando hablan cómodamente
entre sí, sin fijarse en la presencia de una persona superior” (Lenz, 1894b). Pero en Vicuña
en particular, a propósito de su metódico trabajo de recolección de romances, hay una
actitud casi de desdén:
“la mejor colección es aquélla que es hecha por accidente, viviendo junto al pueblo, y
cultivando los decires y las historias que caen de tiempo en tiempo. Pero nadie puede
completar una colección de esta forma y una búsqueda deliberada es necesaria, lo que es
una tarea difícil; ella debe ser siempre un divertimento agradable, calculado para traer una
diversión agradable durante un feriado en el campo”. (Tomado de Ortiz, 1989: 70).
“Paseaba un día de las fiestas patrias por el Parque Cousiño con el objeto de apuntar algo
del lenguaje popular y de las diversiones con que nuestro roto se regocija en ese lugar “en
los días del dieciocho”” (Flores, 1911: 142).
“Pelo arriba, pelo abajo y en el medio un tajo” (Solución: el ojo); “Pica con el piquito; tira
con el potito” (la aguja); “meto lo duro en lo blando y las dos quedan colgando” (los aros);
“gordo lo tengo, más no quisiera, que entre las piernas no me cupiera” (el caballo).
En cuanto a las adivinanzas sobre los mencionados políticos, Flores las da como ejemplo de
adivinanzas “literarias” originales de Chile, dando la solución de inmediato. Dicen así:
“Ninguna tienen los bueyes y los toros tienen dos, ninguna tienen las papas y una el
Presidente Montt” (la letra O);
“Te prometo bella Elena, regalarte un par de tortas, si me dices cuál conviene, qué pedroño
[deformación de pechoño] es el que tiene, una larga entre dos cortas” (la solución son las
iniciales de Ventura Blanco Viel: VBV).
El público interesado en conocer las soluciones de las adivinanzas jamás pudo verlas
publicadas en los Anales, pues fueron censuradas, debiendo esperar hasta la publicación del
trabajo completo de Flores en el Tomo II de la Revista del Folklore Chileno (ver Flores,
1911). Resulta interesante referir que el propio Flores (1911) señala que en 1894 el diario
El Ferrocarril publicó la siguiente adivinanza para que fuera resuelta por el público lector:
“Aunque la cosa no importa, averiguarlo conviene: ¿qué pechoño es el que tiene una larga
entre dos cortas?”. En esa oportunidad la respuesta considerada como la mejor solución fue:
“Aunque a mí no me importa, averiguarlo conviene, Blanco Viel es el que tiene, una larga
entre dos cortas”, sin que, al parecer, se generara entonces todo el ruido que en esta
oportunidad provocará.
La reacción de la prensa conservadora ante la publicación de las adivinanzas fue de ataque
frontal y el 23 de agosto de 1911, dos diarios, uno de Santiago y otro de Valparaíso,
acometieron contra Flores y todos los responsables de la publicación. Desde el Diario
Ilustrado de Santiago, en la columna “Una vergüenza” firmada por LSO (Pavez, 2015), se
afirmó que el escrito de Flores era un “artículo torpe, grosero, repugnante, nauseabundo, es
un atentado contra la moral, un insulto contra la cultura nacional, una afrenta vergonzosa
para la Universidad” (tomado de Donoso, 2006: 27), siendo urgente, reclamaba el autor,
retirar de circulación el cuestionado número de los Anales e impedir que “algún ejemplar
pueda salir al extranjero” (tomado de Pavez, 2015: 152). Como la afrenta “no puede quedar
sin sanción”, se exigía la destitución de Flores de su cargo en el Instituto Nacional y del
funcionario de los Anales “como medida indispensable, inmediata y fulminante” (ídem).
Por su parte en el diario La Unión de Valparaíso, un anónimo escribirá la columna “La
pornografía en los Anales de la Universidad”, acusando la aparición de una “nueva
manifestación de inmoralidad: la pornografía científica” (ibídem). En esta columna se
caracterizará el escrito de Flores como:
“una abundante colección de indecencias tan inmundas, tan asquerosas, tan repugnantes y
tan burdas, que no es posible insinuar siquiera en qué consisten. So pretexto de las
adivinanzas, se estampan en letras de molde, en el órgano oficial de la Universidad del
Estado, en el medio de comunicación con los centros científicos europeos, todo lo que
constituye la delicia de los bajos fondos sociales, lo más grosero que pueda discurrir la
malicia y la ignorancia populares, esos acertijos de doble sentido cuya miga está en su
estructura brutalmente torpe, ya que las soluciones resultan totalmente imbéciles” (tomado
de Donoso, 2006: 27).
El problema, según esta columna, no es tan sólo que se invoque a la ciencia para recoger
“de la hez de la sociedad los dichos groseros con que se quieren envolver ideas
lamentablemente infelices” sino también la “vergüenza de que se pueda juzgar nuestra
cultura por este ramillete de adivinanzas” (tomado de Pavez, 2015. 152). La queja de esta
prensa conservadora es acogida por el gobierno de Chile y el Ministro del Interior ordena al
día siguiente que el correo suspenda el despacho de los Anales al extranjero (ídem), orden
que al parecer finalmente no se llevó a cabo según lo afirma el propio Lenz5: “tanto se
abultó el asunto que se dio la orden de recoger la entrega correspondiente de los Anales en
el correo, para que no saliera al extranjero a dañar el buen renombre de Chile, orden que sin
embargo no se ejecutó” (tomado de Dannemann, 1960: 207).
La SFCh replicó mediante carta que firmada por el directorio en bloque es enviada al
Mercurio de Santiago, que la publica el 24 de agosto (“Adivinanzas Corrientes en Chile.
Un ataque injusto”) (Donoso, 2006), el día siguiente de iniciada la polémica. Poniendo las
cosas en perspectiva, el texto de Flores incluye un escaso 5% de “adivinanzas picarescas”
(23 de 383), la SFCh se defendió argumentando que la ciencia no podía omitir a antojo, que
era el planteamiento de la adivinanza el que podía llamar a equívocos pero en cambio la
solución era siempre inocente e inofensiva; que ese tipo de humor era propio de todos los
pueblos y que aludía simplemente “a actos no muy santos, aunque enteramente naturales”
(tomado de Donoso, 2006: 28), que como parte de la vida humana deben también ser
considerados: “no sólo los lados risueños de la vida deben estudiarse, sino también los
serios y hasta los repugnantes. A la ciencia no le repugna nada, nada con excepción de la
mentira, la hipocresía, la calumnia” (tomado de Dannemann, 1960: 208). Se afirmaba
además que la publicación no estaba destinada “a la lectura de chiquillos y señoritas, sino
para hombres que se ocupan de asuntos serios, científicos” (tomado de Pavez, 2015: 154).
Se apelará a una visión elitista o restringida del conocimiento, en tanto existen y así debe
ser, saberes, manifiestos en hechos, discursos, imágenes, artefactos, que circulan en
ámbitos específicos y no son de dominio público: “entonces también son atentados contra
la moral los jueces del crimen, los médicos y todas las personas que deben investigar hasta
en sus menores detalles los crímenes y las enfermedades relacionadas con la vida sexual del
hombre” (ídem: 155).
Los dimes y diretes continuarán el día 25 de agosto, pues el Diario Ilustrado no fue
convencido por la defensa de la SFCh y continuó polemizando. A la par el propio autor del
texto cuestionado, Eliodoro Flores, publica un comunicado en la prensa donde insiste en la
no discrecionalidad de la ciencia a la hora de colectar los materiales de estudio: “¿Es lógico
que un coleccionador de material folklórico, por gazmoñería y mal entendida
escrupulosidad presente al sociólogo sólo una faz del alma popular?” (tomado de Pavez,
2015: 155). Añadiendo que la picaresca es parte ineludible de la idiosincrasia nacional:
“¿Se puede ocultar este lado del “alma popular” en un trabajo científico destinado a
estudiar también el “alma popular”? El coleccionador folklórico recoge, no escoge los
materiales” (tomado de Donoso, 2006: 28). El Diario Ilustrado insistirá aún el día
siguiente, siendo Lenz el último que terciará en la prensa, el 29 de agosto de 1911, con una
columna aparecida en el Mercurio de Santiago. Reafirmando el carácter estrictamente
científico de la publicación, el alemán explica que la ciencia “necesita informaciones
completas, así como el médico necesita ver el cuerpo desnudo” (tomado de Pavez, 2015:
156). Finalmente pide que la opinión sobre lo que es científico o no, sea dada por
“folkloristas internacionales”, reviviendo sus críticas al ambiente intelectual provinciano y
prescriptivo de la elite y cierta intelectualidad chilena, y en un giro social hacia un tema
muy sensible de la época como era el consumo de alcohol, reivindicará la práctica
folklorística, con su importancia patriótica, como un paliativo, pues era mejor que un
profesor dedicara su tiempo libre a estas prácticas que a estar “jugando o bebiendo hasta
altas horas de la noche en los clubs u otros locales parecidos” (ídem: 257). Si bien la SFCh
recibirá algunos apoyos, como el que le entrega mediante misiva la Sociedad Nacional de
Profesores (Labarías y Cárdenas, 1998), saldrá bastante mal parada del impasse.
Las consecuencias inmediatas del percance fueron: la suspensión de la segunda parte de la
publicación en los Anales, por lo que “la Sociedad de Folklore Chileno se vio en la
necesidad de continuar la impresión a expensas propias, de modo que los lectores de los
Anales ni siquiera vieron las soluciones de las adivinanzas publicadas” (Lenz, tomado de
Dannemann, 1960: 207); la petición expresa a Lenz de más cautela por parte de Domingo
Amunátegui (Dannemann, 1960), rector de la Universidad de Chile, que censura mediante
misiva la aparición de palabras groseras (Labarías y Cárdenas, 1998). Esta situación sería
una de las causas por las que la SFCh se aleja de la Universidad, pues al año siguiente y por
determinación del rector, los Anales comenzaron a restringir los espacios dedicados al
folklore (Pavez, 2015). Finalmente la relación se distancia, aunque no se rompe (Lenz
publica en 1919 su estudio sobre poesía popular en los Anales), cuando el 24 de junio de
1913 (Dannemann, 1960), la SFCh se funde con la Sociedad Chilena de Historia y
Geografía, fundada en 1911, pasando a convertirse en una Sección más de esta última, la de
Folklore, que se sumó a las de Historia, Geografía, Antropología y Arqueología. A su frente
siguió Lenz hasta el 12 de octubre de 1915, siendo sucedido por Vicuña Cifuentes
(Escudero, 1963). La Sección se mantuvo activa hasta 1921, año en que se realiza “su
última sesión, la octogésima segunda, publicada el 7 de junio, en el tomo XLI, año XII
primer trimestre de 1922, Nº 45, de la Revista Chilena de Historia Geografía, siendo Tomás
Thayer Ojeda, el Presidente y Roberto Rengifo el Secretario de esta Sección” (Dannemann,
2011: 182).
La posición de la Universidad de Chile de evitarse cualquier cuestionamiento por parte de
los sectores conservadores frente al trabajo “científico” de investigar y documentar lo
popular y lo étnico, demuestra la aceptación de una realidad cultural “moralista”, donde el
juicio valorativo se impone a la mirada científica. Visto en perspectiva, este conflicto
mostró cómo la intelectualidad chilena reconoce la existencia de un “pueblo” que es sólo
plebeyez y no dice relación con el pueblo-nación de la tradición. Esa diferencia explica por
qué Eduardo de la Barra (1894) rechaza el interés de Lenz por el habla huasa pero propone
institucionalizar el folklore. El ensanchamiento del registro realizado por el filólogo alemán
desde su perspectiva dialectológica convocó a todos los actores, incluidos, desde la
perspectiva conservadora, a aquellos que aun perteneciendo no representan el espíritu de la
nación. Pero no podríamos decir que en la respuesta de Lenz, y en general de la SFCh, hay
una reivindicación social de los sectores populares. Fue una respuesta de índole científica:
no pueden elegirse caprichosamente los especímenes a estudiar. Como ya lo hemos dicho,
no es la contingencia del pueblo la que interesa a los folkloristas, sino su presencia como
tradición, entendida esta de una manera estática, como inmovilidad, como archivo a
registrar. Se trata de una mirada “desde arriba”, desde el punto de vista de las clases
dominantes, no es una autorepresentación del pueblo. El concepto de Folklore no se
relaciona con la realidad de las clases populares. Cuando Lenz insta al estudio de lo
subalterno y crítica la falta de interés al respecto, colocando al Folklore como una especie
de ciencia de los márgenes y lo periférico, dándole ese aire de populachero del que se le
acusa, su crítica se orienta a abrir el espacio necesario para que el Folklore opere como
disciplina, a definir un dominio. No hay en su conceptuación elementos de superación que
permitan instalar lo periférico más allá del marco de la cultura de Occidente o rebelarse
ideológicamente contra la tendencia historiográfica dominante. El folklorista asumirá una
terminología cientificista – que denotando sistematicidad lo diferencia del anticuario y el
romántico – para un objeto de estudio (lo popular) que será mirado siempre en la
perspectiva de la reafirmación rotunda de la superioridad de los valores dominantes de la
civilización. En la discusión sobre lo popular y su estudio que se origina con la publicación
de las Adivinanzas de Flores, lo popular no tuvo derecho a pronunciarse, limitándose el
debate a la interpretación más o menos favorable que sobre el tema tenían dos concepciones
que comparten, finalmente, el pronóstico de que el progreso terminará absorbiendo lo
popular y lo étnico.
1. La Real Academia permite las grafías: folklore, folklor, folclore y folclor. Hemos elegido
“folklore”, por ser la más extendida. La palabra “folklore” tiene desde su origen como
disciplina una dualidad de significado, pues designa tanto al material de estudio, o sea el
saber o acervo cultural de los sectores “populares”, como a la disciplina que estudia dicho
material. Por mucho tiempo se ha tratado de señalar tal diferencia por medio del uso de
mayúscula: el sustantivo común “folklore” designa el material de estudio; el sustantivo
propio “Folklore” la disciplina. En el ámbito anglosajón se utilizó la expresión “Folklore
Studies” para señalar la disciplina. Pero desde la década de 1970 en los círculos
universitarios estadounidenses comenzó a hacerse frecuente el término “folkloristics” para
referirse a la disciplina, término que, finalmente, se generalizó hacia la década de 1990
(Prat, 2008). En el presente escrito utilizaremos la palabra “folklorística” para referirnos al
conjunto de los estudios sobre el material folklórico, donde el Folklore es sólo una etapa.
Así, usaremos la palabra “folklore” para aludir al material de estudio (el quehacer de lo
“popular tradicional”) y cuando hablemos de Folklore nos referiremos a la que pudiéramos
llamar la etapa “clásica” de la folklorística, aquella que lo concibió como disciplina
científica independiente cuyo objeto de estudio eran los “primitivos interiores”, que tuvo
como paradigma basal la conceptualización de la Folklore Society de Londres y que
pudiéramos delimitar cronológicamente desde la fundación de esta en 1878 hasta mediados
del siglo XX.
2. “Su irrenunciable vocación científica lo envolvió – sin amilanarse jamás ni cejar – en
mayúsculas controversias, ventiladas públicamente con escándalo, que lo pusieron al menos
en tres oportunidades al borde del colapso de su carrera profesional por su vulnerable
condición – por cierto siempre denunciada por sus detractores – de extranjero” (Ferreccio,
1979: 10).
3. El modelo estadial del desarrollo de la cultura planteado por Edward Tylor (1832-1917)
en su obra Primitive Culture de 1871 – con la ya conocida sucesión salvajismo-barbarie-
civilización – y su idea de lo salvaje o primitivo como momento inicial inherente al
surgimiento de la cultura, sirvió para explicar tanto la existencia de elementos comunes en
culturas diferentes, como la persistencia de manifestaciones culturales consideradas
irracionales o extemporáneas dentro de una misma cultura: se trataba de “supervivencias”
(survivals). Por “supervivencia” Tylor entendía ciertas “anomalías culturales” (Prat, 2008),
es decir, costumbres o prácticas que ya no se condecían con los contextos en los que se
presentaban, por ejemplo las supersticiones dentro de las sociedades civilizadas
caracterizadas por su racionalidad, y que se mantienen como verdaderos “fósiles” culturales
que pueden dar luces sobre el pasado del quehacer humano. Se entendió que en las
sociedades avanzadas las supervivencias se encontraban principalmente entre el
campesinado y dentro de la tradición oral, o sea, fuera de la civilización y la modernidad,
cuyo patrón de comunicación es la escritura. La noción de “supervivencia” será acogida
como una verdadera declaración de la legitimidad científica de los estudios folklóricos. De
este modo, a fines de siglo XIX, el Folklore pasó a ser considerado una rama de la
antropología cultural, una especie de etnología interna de los pueblos europeos, pues, en
tanto la etnología se ocupa de las culturas primitivas distintas a la europea, el Folklore se
ocupará de los “salvajes internos”, de aquellos miembros de sociedades civilizadas que
conservan rasgos de estadios culturales anteriores. Así lo delimitará claramente George
Gomme (1853-1916) primer presidente de la Folklore Society de Londres, cuando, hacia
1881, define al Folklore como “la ciencia que trata de las sobrevivencias arcaicas en la edad
moderna” (Tomado de Ortiz, 1989: 68).
4. Desconocemos la fecha de nacimiento de Eliodoro Flores Toledo. Se tituló de bachiller
en Filosofía y Humanidades en 1906 según se consigna en los Anales de la Universidad de
Chile (1907, tomo 121), recibiéndose en la asignatura de castellano en 1911 (Figueroa,
1931). Ejerció como profesor de castellano en el Instituto Nacional (Escudero, 1963) y en
la Escuela Militar de Santiago, para luego estudiar en la Sorbona y en la Universidad
Central de Madrid “donde se doctoró en letras en 1929 apadrinado por Ramón Menéndez
Pidal” (Prat, 2008: 255). En los Anales de 1929 se le dedica una nota a propósito de esta
titulación, reseñando un artículo aparecido en el diario A.B.C. de Madrid. Murió en 1933
luego de viajar por numerosos países europeos (España, Italia, Francia, Inglaterra, Bélgica,
Alemania, Dinamarca y Suecia) (Prat, 2008). De su labor como investigador del folklore
chileno da cuenta, además de su polémico conjunto de adivinanzas, su recopilación de
canciones de cuna, publicada en 1916 en el tomo XVI de la Revista Chilena de Historia y
Geografía: “Nanas o canciones de cuna corrientes en Chile, coleccionadas por Eliodoro
Flores y puestas en música por don Ismael Parraguez”.
5. En el Tomo II (1911-1912) de la Revista de Folklore Chileno, Lenz publicará una
Tercera Comunicación a los Miembros de la Sociedad de Folklore Chileno, donde se dan
detalles de la polémica periodística (Dannemann, 1960).
Bibliografía
Burke, P. (2010). La cultura popular en la Europa moderna. Madrid: Alianza.
Feliú Cruz, G. (2001). Santiago a comienzos del siglo XIX: crónicas de los viajeros.
Santiago: Andrés Bello.
Flores, E. (1911) “Adivinanzas corrientes en Chile”. Revista del folklore chileno, Tomo II.
Lenz, R. (1919). “Sobre la poesía popular impresa de Santiago de Chile”. Separata Anales
de la Universidad de Chile, Tomo 144.
____ (1909). “Etnolojía y folklore”. En: Ídem: “Programa de la Sociedad de Folklore
Chileno”. Santiago: Imprenta y Encuadernación Lourdes.
____ (1894a): “Ensayos filológicos americanos I”. Separata Anales de la Universidad de
Chile, Tomo 87.
____ (1894b): “Ensayos filológicos americanos II”. Separata Anales de la Universidad de
Chile, Tomo 87.
Pardo Bazán, E. (1884). “Discurso leído en la sesión inaugural del folk-lore gallego”.
Biblioteca de las Tradiciones Populares Españolas, Tomo IV.
Poblete, J. (2003). Literatura chilena del siglo XIX: entre públicos lectores y figuras
autoriales. Santiago: Editorial Cuarto Propio.
Prat Ferrer, J. (2008). Bajo el árbol del paraíso: Historia de los estudios sobre el folclore y
sus paradigmas. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
Vicuña Cifuentes, J. (1940). Qué es el folklore y para qué sirve. Santiago: Comisión
Chilena de Cooperación Intelectual.
____ (1912). Romances Populares y Vulgares, recogidos de la tradición oral chilena.
Santiago: Imprenta Barcelona.