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Cultura Universitaria
Dossier antológico
2018
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CULTURA UNIVERSITARIA
Orígenes de la Universidad.
En la antigüedad greco latina clásica se contaba con las escuelas superiores: Escuela
de Pitágoras, la Academia Platónica, el Liceo de Aristóteles y la Escuela de Alejandría.
La Iglesia había cultivado el amor por las letras y por las artes a través de las órdenes
monásticas; destacándose los monasterios benedictinos.
La Educación monacal se extendió por la labor de los obispos que fueron educados en
monacatos.
Las primeras universidades propiamente dichas surgieron a finales del siglo XII, de las
libres asociaciones de maestros y discípulos recibiendo privilegios de los príncipes
además de jurisdicción propia y beneficios eclesiásticos.
La Universidad de París núcleo intelectual en el siglo XIII.
Primeras universidades:
Universidad de Bolonia (Italia) en 1089, que recibe el título de Universidad en 1317;
Los estudios tenían cuatro o cinco Facultades de acuerdo al permiso recibido por el
Papa o del rey.
La primera universidad fue la de Santo Domingo, erigida por el Papa Paulo III el 28 de
octubre de 1538 le siguieron la universidad de San Marcos de Lima y la universidad de
México (1551).
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Desde finales del siglo XIII se observa una corriente de pensamiento que considera a
las ciencias de la naturaleza como una etapa en el camino de la verdad.
Actualmente en los EEUU están muchas de las mejores universidades del mundo; y un
gran número de premios Nobel pasaron alguna parte de su periodo formativo en
universidades estadounidenses. Además por su gran poder económico y su alto
desempeño científico las universidades estadounidenses atraen ilustrados profesionales
de cualquier país.
El fenómeno de «fuga de cerebros» (brain drain) hacia Estados Unidos consiste en que
este país integra en su sistema universitario a muchos de los científicos más
destacados de otros países, que por tanto se ven desprovistos de algunos de sus
mejores profesionales.
Las ciencias naturales e informáticas se dan a alto nivel, en institutos como el MIT de
Massachussets, de gran rentabilidad. Se piensa que la investigación en aspectos
sociales, artísticos, literarios, sufre de abandono.
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De este modo, la validación papal de los grados otorga a nuestros intelectuales una
dimensión supraterritorial, y los libera de la tutela de escuelas y poderes eclesiásticos
preexistentes. Al mismo tiempo, estos gremios de estudiosos van a recibir la protección
de emperadores y reyes, interesados en el desarrollo de la burocracia y del derecho.
Poco a poco, van desbordando el ámbito territorial cercano, a partir de privilegios y
franquicias reales, que otorgan independencia y autonomía jurídica respecto a los
poderes civiles locales y los concejos municipales.
Resulta, pues, clarificador, considerar a la universidad como una institución docente con
otorgamiento de grados reconocido por autoridad del Rey y del Pontífice (auctoritate
regia et auctoritate pontificia). Si carecían de alguna de ellas quedaban en una
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Asimismo, según Las Partidas, los reyes eran emperadores en sus reinos y, por ello,
tenían potestad para la creación de las universidades. Otros autores consideran que el
término studium generale se vinculaba al ámbito restrictivo de un Reino, y que el
de universitasfue denotando una mayor apertura internacional y de validez de
graduación.
De cualquier forma, sí queda claro que por estudio particular se entendía el que no
cumplía con una suficiente oferta de saberes, o se restringía localmente, por
procedencia de escolares y maestros, o por la autoridad que lo había constituido
(municipio, orden religiosa, obispo...). Manifiestamente, un estudio particular no poseía
la ratificación de poderes ecuménicos como el pontificio o el de los emperadores (y
reyes).
Hacia el siglo XIII, en los reinos de Castilla y León, por iniciativa y apoyos regios, van a
establecerse las primeras universidades ibéricas. Entre 1208 y 1214 aparece Palencia,
erigida por Alfonso VIII de Castilla, a partir de la escuela catedralicia, y con la
colaboración del obispo Tello Téllez. Hacia 1218, Alfonso IX de León funda Salamanca,
también en estrecha vinculación a una preexistente escuela de la catedral.
Posteriormente, hacia mediados de siglo, los reyes castellanos apoyan el desarrollo de
Valladolid, en cuyo núcleo originario parece existir una escuela municipal o abacial.
Puede observarse con claridad una tendencia a que cada reino poseyera su studium
generale, del mismo modo que ocurría en el resto de la Península.
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En Aragón es Jaime II quien erige Lérida en 1279/1300; y el rey don Dionís funda la
Universidad de Lisboa en 1288/90, posteriormente trasladada a Coimbra en 1308.
Este apoyo regio fue, posteriormente, completado por las bulas papales de
reconocimiento: Alejandro IV para Salamanca (1255) y Clemente VI para Valladolid
(1346). Así como las bulas de 1300 y 1290 para Lérida y Lisboa.
En otro orden de cosas, estas universidades ibéricas creadas en el siglo XIII estuvieron
orientadas preferentemente hacia los estudios jurídicos (cánones y leyes civiles) y las
necesidades burocráticas de la Iglesia, la administración del Estado y los oficios reales.
El modelo más cercano fue, por ello, el de Bolonia, con destacada importancia de la
corporación de alumnos y predominio del derecho. Todo ello en contraste con el modelo
nórdico (París, Cambridge...), en el que predomina la corporación de profesores, el peso
progresivo de las organizaciones colegiales, y el prestigio de las artes liberales y los
estudios teológicos.
La teología únicamente se incorporó, por privilegios papales, a partir de fines del siglo
XIV y principios del XV. Hasta entonces, y dado el monopolio de las graduaciones de la
Universidad de París, se impartían clases en estudios y conventos particulares de
dominicos y franciscanos. Pero, desde el siglo XVI, por las repercusiones de las
reformas religiosas, y tras el Concilio de Trento, la teología aumentó mucho su
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Pero esto ocurrirá más tarde. Las universidades de la Edad Media se polarizaban
hacia el derecho, preferentemente eclesiástico o canónico, y atraían a canónigos,
prebendados, clérigos y aspirantes a la burocracia eclesiástica y la justicia del Rey.
En estas universidades se hacía, por lo tanto, carrera eclesiástica hacia los beneficios y
dignidades, o bien carrera civil hacia los oficios del Rey. La teología y filosofía
constituían un patrimonio muy vinculado a las órdenes religiosas; y a todo ello se
añadían unos cuantos estudiantes de medicina. Frailes, canónigos catedralicios y
algunos juristas constituían el profesorado habitual.
Pero también fue decisivo este auge del saber, por la creciente independencia que
comenzaba a vislumbrarse entre los intelectuales y las dos fuentes de poder: la iglesia y
el estado.
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El Islam también realizó un gran aporte. Fueron los árabes, los que luego de iniciar su
dominación en España, tradujeron al latín al igual que los judíos, los textos filosóficos
griegos y helenísticos. La biblioteca de Córdoba llegó a contar con 400.000 textos.
Irnerio era un monje que vivió en la época de la Querella de las Investiduras, donde el
Papa Gregorio VII, disputaba la lucha por el poder con el emperador.
Además del estudio de las leyes, en Bolonia podía estudiarse medicina, teología,
matemática, astronomía, filosofía y farmacia.
La Universidad es una de las instituciones con más antigüedad y sin duda es la única
que durante siglos ha perdurado a lo largo de la historia. Es en los principios de la Edad
Media cuando el saber y la educación se encontraban relegados a las escuelas
existentes en los monasterios y catedrales (Bolonia, París, Salerno, San Millán,
Córdoba, etc.). Algunas de estas escuelas alcanzan el grado de Studium Generale,
porque recibían alumnos de fuera de sus diócesis y concedían títulos que tenían validez
fuera de ellas; contaban con estatutos y privilegios otorgados, primero por el poder civil
y posteriormente ampliados por el papado. De aquí surgieron las universidades.
El término universitas aludía a cualquier comunidad organizada con cualquier fin. Pero
es a partir del siglo XII cuando los profesores empiezan a agruparse en defensa de la
disciplina escolar, preocupados por la calidad de la enseñanza; del mismo modo, los
alumnos comienzan a crear comunidades para protegerse del profesorado. Al ir
evolucionando acaban naciendo las Universidades.
Ya en 1292 el rey Sancho IV otorga al Estudio de Valladolid las tercias de Valladolid con
sus aldeas viejas y nuevas. Fue precisamente Sancho IV quien además crea, mediante
Carta Real, el Estudio de Escuelas Generales de Alcalá, que daría lugar dos siglos
después a la Universidad Complutense de Cisneros.
En 1346, Clemente VI, a petición de Alfonso XI, convierte en Generales los Estudios
existentes en Valladolid. Sin embargo, la Universidad pinciana carece todavía de la
ciencia teológica, privilegio exclusivo de París, los papas de principios del siglo XV,
Benedicto XIII y Martín V consolidan el Estudio: Benedicto XIII (el Papa Luna) fija las
rentas de la Universidad y dota 24 cátedras.
La Universidad Complutense recibió este nombre por haber sido fundada en Alcalá de
Henares, la antigua «Complutum», por el Cardenal Cisneros, mediante Bula Pontificia
concedida por el Papa Alejandro VI en 1499.
Fue el Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros quien con renovados bríos recogió los
antecedentes, aportando una nueva forma de concebir la enseñanza universitaria. La
fundación de la universidad de Alcalá coincide con los albores de una nueva época en
la historia de la humanidad, el final de la edad media y el surgimiento de la edad
moderna con su primera gran manifestación cultural, el Renacimiento.
Los años que van desde 1499 a 1517, año de la muerte del Cardenal, son claves para
entender la historia de la Universidad de Alcalá y calibrar acertadamente todo lo que de
novedoso se introdujo en este nuevo concepto de universidad.
Los pilares sobre los que se sustenta tan magna obra son: la generosidad del fundador,
la buena organización, la acertada elección de los primeros profesores, la construcción
de espléndidos edificios universitarios, la protección que dispensaron papas y reyes a la
universidad, lo acertado de los planes de estudios de las facultades y el continuo
crecimiento en el número de colegios fundados; estos aspectos son las líneas maestras
que marcan la época de esplendor.
Cisneros con la bula Inter Caetera (13 de abril de 1499) y las sucesivas bulas expedidas
por los papas Alejandro VI, León X y Julio II consiguieron dar forma legal a la
Universidad y dotarla de rentas; años después la reina Juana y el emperador Carlos V
ratificaron con su protección la nueva fundación.
QUÉ ES LA UNIVERSIDAD
Estas comunidades eran gremios medievales que recibieron sus derechos colectivos
legales por las cartas emitidas por los príncipes, prelados, o las ciudades en los que se
encontraban. Otras ideas centrales para la definición de la institución de la universidad
era la noción de libertad académica y el otorgamiento de grados académicos. Muchas
universidades se desarrollaron de las escuelas catedralicias y escuelas monásticas que
se formaron desde el siglo VI D.C.
LA UNIVERSIDAD Y EL PAÍS
Aún más importante es la serie de preguntas que desde un punto de vista nacional
puede hacer el Estado a través de sus más altos personeros tanto en el poder Ejecutivo
como en el Legislativo y también la opinión pública, la ciudadanía entera. ¿Qué
dividendo anual de servicio, de utilidad, de progreso, le da la universidad al país, en
relación con ese dinero invertido en ella; y en relación con el trabajo y el tiempo de
quienes allí laboran? ¿Qué problemas nacionales estudia o ha estudiado, ayuda o ha
ayudado a resolver? ¿En qué sentido colabora o ha colaborado con el quehacer de
quienes viven hoy o van a vivir mañana, aunque sea desde el punto de vista de
ayudarles a tener conciencia acerca de tales o cuales cuestiones vitales?
LA UNIVERSIDAD Y EL ESTADO
Por otra parte, de una manera u otra, los profesores en sus distintas jerarquías más
y más tienden a quedar asimilados a los funcionarios públicos para los efectos de sus
goces y para otros efectos.
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Ocurre, por todo ello, que a veces las leyes postulan una autonomía absoluta y que
la realidad presenta, de un modo u otro, una tendencia de la universidad a amoldarse a
los vientos que imperan en el Estado, produciéndose una penetración clandestina y
vergonzante de éste en algunos asuntos, cuando preferible sería que con valentías,
decisión y limpieza asumiera el importantísimo papel que le corresponde en relación con
la universidad contemporánea...
Necesitamos reafirmar, una vez más, la misión de servicio que compete a las
universidades de nuestro tiempo. Servicio de hombre y, por lo tanto, ahondamiento en
el estudio de los materiales que el hombre emplea, servicio del propio país y su medio
ambiente geográfico y social, servicio de la ciencia. No es lo contrario: el Estado o la
colectividad al servicio de las universidades. Los cuatro conceptos más importantes en
una formulación de su tarea común serían: hombre, elementos que son útiles al hombre,
enseñanza, investigación.
El joven que decide dedicar cuatro o siete o nueve años a la vida universitaria se
propone, por lo general, adquirir un número de conocimientos que le permitan luego
obtener un grado o un título, encontrar medios y ocasiones para desarrollar su
capacidad y sus aptitudes, prepararse para desempeñar su propio papel en la vida de
acuerdo con su valer, como profesional, como miembro de la institución universitaria y
de la colectividad y como ciudadano.
Adquiere así ese joven el derecho a que se le den los conocimientos, los medios y las
ocasiones para el razonable cumplimiento de dichos objetivos. La universidad, por su
parte, con tal motivo, reconoce o debe reconocer deberes y, a la vez, se ve premunida
de ciertos derechos. Adquiere, por ejemplo, el derecho de exigir del estudiante una
cuota de trabajo y de pedirle una cooperación voluntaria pero sistemática dentro de la
vida institucional. Ello implica, de un lado, profesores capaces (si es posible y sobre
todo en ciertas facultades, de tiempo completo), bibliotecas, museos y laboratorios bien
provistos; aulas decorosas; residencias; y, cuando la naturaleza de los estudios lo
requiera, campos o centros de experimentación. De otro lado, ello quiere decir estudios,
prácticas, pruebas de aptitud y de conocimientos, vale decir, autenticidad y eficiencia
académicas.
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En lo que atañe al área que le es propia, la universidad de nuestro tiempo tiene que
desbordar los límites impuestos por sus Facultades tradicionales. Las ciencias naturales
y tecnológicas han transformado, directa o indirectamente, la vida de la humanidad.
Todo lo que constituya materia científica, o sea todo lo que sea susceptible de la
búsqueda o de la exposición metódica, minuciosa, crítica y objetiva de la verdad, puede
entrar dentro del ámbito de la universidad contemporánea.
Con mayor ahínco deberá ella reclamar esa función tratándose de los conocimientos y
de las habilidades que puedan redundar en aumento del índice de producción nacional,
desarrollo de riquezas potenciales, lucha contra los factores que colaboran para que
existan y se mantengan como tales los países subdesarrollados.
Al cabo de sesenta años medito en la reforma de 1919, que abre un nuevo capítulo en
la historia de nuestras universidades, tan limpia, tan espontánea y, en aquella época,
tan audaz, si bien ante los ojos de quienes hoy son catedráticos y alumnos, parece
obsoleta...
La necesidad básica, ignorada por los reformistas de 1919 y por muchos profesionales
en el análisis de la crisis universitaria, era de carácter material. La universidad
necesitaba rentas adecuadas y permanentes no para malversarlas en actos suntuarios
o en dispendios burocráticos, sino para invertirlas austeramente, con toda clase de
garantías, en aulas, bibliotecas, salas de investigación, instrumental, laboratorios,
museos, auditórium; para emplear también en bolsa de viaje y pensiones para alumnos
o graduados sobresalientes y pobres y en contratos o nombramientos atrayentes
aunque no abusivos para especialistas diversos; para establecer, por último,
residencias y comedores estudiantiles y servicios asistenciales eficaces para alumnos,
empleados y obreros; y para proyectarse dinámicamente sobre la vida social y cultural
del pueblo . . .
Con el paso del tiempo, la bandera de la reforma apareció más y más teñida con los
anhelos del llamado cogobierno en la universidad. Inclusive, para muchos, la reforma,
más que una necesidad de dotar de mayor solvencia científica, cultural y social a esa
institución, es un problema cuya clave está en la búsqueda de los máximos derechos a
los estudiantes, en el acercamiento al pueblo, en la politización y en la agitación
constante, síntomas de la grave crisis estructural que conmueve no sólo a América
Latina sino al mundo entero . . . La solución, ahora de hecho imposible ante un estado
de cosas anárquico, se encuentra teóricamente en un planteamiento funcional de la
universidad que supere los esquemas partidistas . . . Bajo el manto de la reforma
universitaria ha quedado deshecha, a menudo, la continuidad de la vida institucional, se
ha cultivado el dogmatismo y la omnisapiencia prematura de los jóvenes y se ha
llegado a crear, más de una vez, climas de intimidación y de intransigencia . . .
Para obtener una adecuada calidad y para ofrecer efectivos servicios y comodidades,
ésta deberá, en principio, afrontar sus grandes problemas internos. Ellos pertenecen,
sobre todo, a cuatro niveles.
A MODO DE CONCLUSIÓN
¿QUÉ ES LA UNIVERSIDAD?
Y desde el punto de vista nacional, aparece como el lugar por excelencia para el
estudio objetivo, sereno, desinteresado de los problemas del país, con el fin de
contribuir a su auténtico desarrollo y para el fomento de las actividades, tanto de orden
desinteresado como práctico, de extensión, asistencia e investigación de aspectos
fundamentales de la realidad, así como para el nexo permanente con el mundo del
trabajo industrial, artesanal y agrícola. Estos últimos son los bienes que la colectividad
debe recibir de la cultura y de la ciencia, sobre todo cuando, como la nuestra, ellas
esconden tantas necesidades incumplidas.
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Tiene, pues, la universidad una misión de servicio. Servicio de los hombres, servicio
del país, servicio de la ciencia. No es lo contrario: el Estado o la colectividad al servicio
de la universidad. Debe ella enseñar y estudiar la verdad y debe investigar la verdad.
Las tres palabras más importantes en una formulación de su tarea serían, así: hombre,
enseñanza, investigación.
Pero hay además, al lado de esa gran corriente de las promociones que aparecen,
avanzan y salen, el grupo muy selecto de los investigadores, de los nuevos hombres de
ciencia, de los futuros maestros en la misma universidad. Preciso es seleccionarlos,
descubrirlos, alentarlos, ayudarlos, protegerlos, utilizarlos. Una universidad que no
investiga o investiga poco (y para investigar se necesita la cooperación constante y
siempre renovada de estudiantes maduros y preparados) evade una función esencial.
Por último, desde el punto de vista nacional, aparece como el lugar por excelencia
para el estudio objetivo, sereno, desinteresado de los problemas del país y de la época
presente, colaborando así en el progreso común; para el fomento de servicios tanto de
orden desinteresado como práctico de extensión y asistencia y para el examen de
aspectos fundamentales de interés público (sobre todo en países como los
hispanoamericanos, donde hay tantas necesidades incumplidas y donde tantos
beneficios debe la colectividad recibir de la cultura y de la ciencia).