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Terapia familiar y de pareja

Terapia familiar
y de pareja

Arturo Roizblatt S.
Médico Psiquiatra
Departamento de Psiquiatría Oriente
Facultad de Medicina
Universidad de Chile
Santiago de Chile

MEDITERRANEO
SANTIAGO · BUENOS AIRES
Inscripción Registro de Propiedad Intelectual N° 000.000
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX

Prohibida la reproducción total o parcial de este libro por


cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo las
fotocopias, sin el permiso escrito de los editores.

Dirección General: Ramón Alvarez Minder


Dirección Editorial: Mª Pilar Marín Villasante

© 2005. Editorial Mediterráneo Ltda.


Avda. Eliodoro Yáñez N° 2541, Santiago, Chile
ISBN: 956-220-000-0
Diseño de portada, composición y diagramación: versión / producciones gráficas ltda.
Impreso en Chile por: Xxxxxxxxxxxxxxxxx
Autores

Francisco Aguayo F. Eduardo Brik


Psicólogo Clínico Médico Psicoterapeuta
Docente en el Centro Nacional de la Familia y en la Supervisor Docente
Universidad del Desarrollo en Terapia de Pareja y Familia
Santiago, Chile Presidente de la Asociación Española
de Psicoterapia Transcultural
Mª de la Luz Álvarez Coordinador y Profesor del Máster Universitario en
Socióloga Terapia Familiar Sistémica para Profesionales de la Salud
Ex Profesora Titular del Instituto Nacional de Nutrición Universidad Complutense de Madrid
y Tecnología de Alimentos Director de ITAD, Instituto de Formación y Tratamiento en
Universidad de Chile Terapia Familiar Sistémica
Santiago, Chile Madrid, España

Tom Andersen Eduardo Carrasco


Médico Psiquiatra Infantil y de Adolescentes
Benito Baranda Docente y Director del Instituto Chileno de Terapia Familiar
Psicólogo Santiago, Chile
Director Social Hogar de Cristo
Director de la Fundación para la Superación de la Pobreza Gary Connell, Ph.D.
Santiago, Chile Department of Professional Studies,
Edinboro University of P.A.
Roni Berger, Ph.D. CSW EE.UU.
Professor
Adelphi University School of Social Work Lic. Jorge Colapinto
Garden City, Long Island, EE.UU. Ackerman Institute for the Family.
New York, EE.UU.
Sergio Bernales M.
Médico Psiquiatra E. Covarrubias
Director del Instituto Chileno de Terapia Familiar.
Director del Diplomado de Parejas del Instituto Chileno de Frank M. Dattilio, Ph.D., ABPP
Terapia Familiar. Docente en Psiquiatría en Harvard Medical School
Director de la Revista de Familias y Terapias University of Pennsylvania School of Medicine
Santiago, Chile EE.UU.

Paolo Bertrando Hernán Davanzo C.


Médico Psiquiatra Médico Psiquiatra, Psicoanalista, Psicoterapeuta de Grupo
Director de la Asociación Episteme Profesor Titular
Milano, Italia Facultad de Medicina, Universidad de Chile
Santiago, Chile
Niels Biederman D.
Médico Psiquiatra Mtro. Ismael F. Díaz O.
Departamento de Psiquiatría, Campus Oriente Psicólogo, Profesor y Consultor
Facultad de Medicina, Universidad de Chile Fundador y Docente del Centro de Atención Múltiple
Santiago, Chile para el Bienestar de los Individuos y las Organizaciones,
CAMBIO, A.C,
Luigi Boscolo México
Médico Psiquiatra
Director del Centro Milanés de Terapia Familiar
Milano, Italia
Rosario Domínguez V. Mª Angélica Kotliarenco, Ph.D.
Psicóloga Psicóloga
Programa de Educación y Apoyo Psicosocial Magíster en Educación
Unidad de Medicina Reproductiva Clínica las Condes Directora Ejecutiva Centro de Estudios y
Santiago, Chile Atención del Niño y la Mujer (CEANIM)
Santiago, Chile
Luz de Lourdes Eguiluz R.
Psicóloga Judith Landau, MD, DPM, CFLE
Profesora Investigadora Titular Presidente de Linking Human Systems, LLC, y
Facultad de Estudios Superiores Iztacala The Linc Foundation, Boulder, CO,
Universidad Autónoma de México EE.UU.
México
Juan Luis Linares
Rodrigo Erazo R. Médico Psiquiatra
Médico Psiquiatra Profesor Titular de Psiquiatría de la
Instituto Chileno de Terapia Familiar Universidad Autónoma de Barcelona
Unidad de Enlace, Clínica las Condes Director de la Unidad de Psicoterapia y de la
Santiago, Chile Escuela de Terapia Familiar Sistémica del
Hospital de la Santa Cruz y San Pablo
Celia Jaes Falicov, Ph.D. Barcelona, España
Clinical Professor
Department of Psychiatry, University of California at San Kart Ludewig, Ph.D.
Diego Psychol. Psychotherapeut
California, EE.UU. Ex Psicólogo Jefe de la Clínica de Psiquiatría
Infanto-Juvenil de la Universidad de Münster
Francisca Friedmann M. Münster, Alemania
Psicóloga
Docente Escuela de Psicología Ana Margarita Maida S.
Universidad Gabriela Mistral Médico Psiquiatra Infantil y Terapeuta Familiar
Santiago, Chile Departamento de Pediatría
Campus Oriente Facultad de Medicina
Ramón Florenzano U. Universidad de Chile
Médico Psiquiatra Santiago, Chile
Jefe de Servicio de Psiquiatría, Hospital del Salvador
Director de Investigación, Universidad del Desarrollo Humberto Maturana R., Ph.D.
Profesor Titular, Universidades de Chile y de los Andes Biólogo
Santiago, Chile Socio Co-fundador Instituto de Formación Matríztica
Santiago, Chile
Mª Rosa Glasserman
Psicóloga y Terapeuta Familiar Paulina Mc Cullough
Miembro Fundador y Directora de la Fundación de Familias MSW Ex Directora Western Pennsylvania Family Center
y Parejas EE.UU.
Instituto Argentino de Terapeutas Relacionales
Directora de la carrera de especialización en Terapia Familiar Mónica McGoldrick, LCSW, Ph.D. (hon.)
Sistémico-Relacional Directora del Multicultural Family Institute, Highland Park, NJ
Facultad de Psicología Profesora en la Universidad de Medicina y Odontología de
Universidad de Buenos Aires New Jersey
Buenos Aires, Argentina EE.UU.

Anthony W. Heath, Ph.D. Tammy Mitten, Ph.D.


Quality Improvement Specialist Department of Professional Studies,
United Behavioral Health Edinboro University of PA
Schaumburg, Illinois, EE.UU. EE.UU.

Florence Kaslow, Ph.D., ABPP William C. Nichols, EdD, ABPP


Profesora Adjunta de Psicología Médica Ex Tenured Full Professor
en Universidad de Duke Florida State University
Directora de Florida Couples & Family Institute Current Adjunct Professor of Child and Family Development,
Palm Beach Gardens, Florida, EE.UU. and Graduate Faculty
University of Georgia
Mónica Kimelman EE.UU.
Médico Psiquiatra de Niños y Adolescentes
Profesora Asociada, Departamento de Psiquiatría Marcelo Pakman, MD
y Salud Mental Director de los Servicios Psiquiátricos
Facultad de Medicina Sur Behavioral Health Network en Massachussets, EE.UU.
Universidad de Chile Profesor Adjunto del Departamento de Ciencias Sociales
Santiago, Chile Aplicadas del Instituto Politécnico de Hong-Kong
Suely S. Petry, Ph.D. Emily Sued M.
Fellow del Multicultural Family Institute, Highland Park, NJ Psicóloga Clínica, Terapeuta Familiar
Psicóloga en la Universidad de Medicina y Odontología, Docente en el Instituto Latinoamericano de Estudios
New Jersey, EE.UU. de la Familia (ILEF)
Director Diplomado en Terapia Narrativa
Cecile Rausch Herscovici, Ph.D. México D.F. , México
Psicóloga
Co-Directora de TESIS (Centro de Terapias Sistémicas) M. Duncan Stanton, Ph.D.
Profesora Titular de la Facultad de Psicología Professor Emeritus of Psychology, Spalding University
y Psicopedagogía Principal Investigator, The Morton Center, Louisville
Universidad del Salvador Kentucky, EE.UU.
Buenos Aires, Argentina
Tom Strong, Ph.D.
Wendel A. Ray, Ph.D. Chartered Psychologist Division of Applied Psychology
Profesor de Marriage and Family Therapy en la University Faculty of Education, University of Calgary
of Louisiana - Monroe; Canadá
Director e Investigador Asociado del Mental Research Institute
(MRI), Palo Alto, EE.UU. Karl Tomm, MD, LMCC, FRCP(C), CRCP (C)
Fundador / Director del Don D. Jackson Archive, Profesor Departamento de Psiquiatría
un programa conjunto del MRI y ULM Director, Family Therapy Program
Marriage and Family Therapy Program University of Calgary
Canadá
Arturo Roizblatt S.
Médico Psiquiatra Terry S. Trepper, Ph.D.
Departamento de Psiquiatría Oriente, Director, Family Studies Center
Facultad de Medicina, Universidad de Chile Professor of Psychology and Marriage & Family Therapy
Santiago, Chile Purdue University Calumet
EE.UU.
Sabine Romero B.
Docente Macarena Valdés C.
Escuela de Psicología Enfermera Universitaria
Universidad Alberto Hurtado y Máster en Salud Pública
Universidad del Desarrollo Directora de la Escuela de Enfermería, Universidad de Chile
Santiago, Chile Santiago, Chile

Paul Watzlawick, Ph.D.


Pablo Salinas T. Senior Research Fellow del Mental Research Institute
Clinical Professor Emeritus, Department of Psychiatry,
Stanford University School of Medicine
Jack Saul, Ph.D. Palo Alto, C.A., EE.UU.
Director de International Trauma Studies Program
New York University,
New York, EE.UU.
Índice

Prólogo

Introducción

Parte I
Capítulo 1 Reflexiones sobre terapia y mis conversaciones con Ximena Dávila
sobre la liberación del dolor cultural ?
H. Maturana

Capítulo 2 Diálogos reflexivos: recibiendo y respondiendo a las expresiones del otro


para así expandir las posibilidades del otro de seguir ?
T. Andersen

Capítulo 3 Terapia sistémica con parejas y familias. Una visión europeo-alemana ?


K. Ludewig

Parte II
Capítulo 4 Taller de la familia de origen del terapeuta ?
M.R. Glasserman

Capítulo 5 Perspectivas de la terapia ?


W.C. Nichols

Capítulo 6 Evaluación y tratamiento de la familia ?


W.C. Nichols

Capítulo 7 Evaluación de funcionalidad familiar: Escalas y cuestionarios ?


M. Valdés, R. Florenzano

Capítulo 8 Genogramas en terapia familiar ?


S.C. Petra, M. McGoldrick

Capítulo 9 El ciclo de vida familiar: un esquema para la psicoterapia de familia ?


C.J. Falicov

Capítulo 10 Paternidades y terapia: Elementos conceptuales y prácticos que permiten abordar


el tema de la paternidad en el trabajo terapéutico ?
F. Aguayo, S. Romero
Capítulo 11 Una visión relacional de los trastornos de personalidad ?
J. Linares

Capítulo 12 Espiritualidad, religiosidad, pareja, familia y terapia ?


A. Roizblatt

Parte III
Capítulo 13 El enfoque interaccional.
Conceptos perdurables del Mental Research Institute (MRI) ?
W.A. Ray, P. Watzlawick

Capítulo 14 Enfoque estructural ?


J. Colapinto

Capítulo 15 La terapia sistémica de Milán ?


L. Boscoso, P. Bertrando

Capítulo 16 Terapia familiar simbólico-experiencial ?


G.M. Connell, T.J. Mitten

Capítulo 17 Terapia familiar constructiva. Terapia familiar social construccionista:


un enfoque integrado para volver a deliverar y seguir ?
T. Strong, K. Tomm

Capítulo 18 Implicancias clínicas de la teoría de Bowen ?


P.G. McCullough

Capítulo 19 Terapia breve de pareja y familia centrada en soluciones ?


T.S. Trepper, Family Studies Center

Capítulo 20 Terapia narrativa


E. Sued

Parte IV
Capítulo 21 Familia y duelo ?
E. Covarrubias

Capítulo 22 Migración y terapia familiar ?


E. Brik

Capítulo 23 Derechos humanos, familia y terapia ?


R. Erazo

Capítulo 24 Terapia familiar y violencia ?


A.M. Maida

Capítulo 25 La pareja infértil: el proceso psicológico de la mujer, el hombre y su relación ?


R. Domínguez

Capítulo 26 Terapia vincular en familias en formación ?


M. Kimelman

Capítulo 27 Terapia familiar orientada a niños y adolescentes ?


E. Carrasco
Capítulo 28 Terapia familiar orientada al desarrollo adolescente ?
E. Carrasco

Capítulo 29 Trastorno de la alimentación Hispanoamérica mujer y familia ?


C. Raush

Capítulo 30 Psicosis y bipolaridad en la psicoterapia contextual-relacional.


Trabajo con individuos y familias ?
N. Bidermann, P. Salinas

Capítulo 31 Psicosis y bipolaridad en la psicoterapia contextual-relacional.


Trabajo con individuos y familia ?
N. Bidermann, P. Salinas

Capítulo 32 Tratamiento de los problemas con drogas y alcohol en familias y parejas ?


M. Duncan Stanto, A.W. Heath

Parte V
Capítulo 33 Pareja funcional ?
L.L. Eguiluz

Capítulo 34 Los fundamentos de la vida en pareja ?


S. Bernales

Capítulo 35 Clínica de la pareja ?


S. Bernales

Capítulo 36 Estructuras psicodinámicas en terapia de pareja ?


H. Davanzo

Capítulo 37 Terapia cognitivo-conductual en parejas ?


F. Dattilo

Capítulo 38 Familias que atraviesan un divorcio: Un fenómeno multicultural e interaccional ?


F. W. Kaslow

Capítulo 39 Mediación familiar en divorcio ?


A. Roizblatt

Capítulo 40 Perspectivas clínicas del tratamiento de las familias ensambladas ?


R. Berger

Capítulo 41 Familia y pobreza ?


M.L. Alvarez, B. Baranda

Capítulo 42 Reducción del riesgo en familias con problemas múltiples:


Las micropolíticas de la justicia social en la asistencia en salud mental ?
M. Pakman

Capítulo 43 Resiliencia ¿una mirada positiva frente a la adversidad? ?


M.A. Kotliarenco

Capítulo 44 Facilitación de la resiliencia de la familia


y de la comunidad en respuesta a los desastres graves ?
J. Landau, J. Saul
Prólogo

Escribir un prólogo es cosa reservada a los precursores, o a los sabios venerables, respetables, honora-
bles, distinguidos, nos dice el diccionario. Dejando de lado el honor personal que me significa el haber
sido invitado a escribir este prólogo, la razón primaria de invitaciones como éstas (estoy hablando en tér-
minos generales, claro) es la alta probabilidad de que los venerables sean vejestorios, es decir, que hayan
vivido más tiempo, lo que les da más visión global (a menos que hablen acerca de sí mismos), y tal vez
menos pasión, lo que les da mayor ecuanimidad (a menos que hablen acerca de sí mismos). Eso vale
para cualquier área de conocimiento, en este caso, en el área de la terapia familiar. De hecho, yo tengo
más de 40 años de vida personal, en la que la terapia familiar ha sido uno de los hitos organizadores –lo
que me da cierta perspectiva histórica–; he vivido tanto en América Latina como en los EE.UU. –lo que
me otorga cierta perspectiva transcultural–; fui editor de Family Process entre 1980 y 1989 –lo que me
da cierta visión global–, y he escrito, viajado, introducido, presentado, discutido, demostrado, y de una u
otra manera... pero heme aquí hablando acerca de mí mismo, tema del que disto de ser ecuánime. En
fin, constituye uno de los placeres de la honorabilidad el ser invitado a prolongar volúmenes de peso y
sustancia como éste, compilado por mi colega y amigo Arturo Roizblatt.
Si nos tomamos el trabajo de hacer un estudio demográfico y cronológico de los autores y artículos
de este volumen, descubriremos que es isomorfo al desarrollo de la terapia familiar, al menos en las
Américas. Dejando de lado la disputa de si la idea original de legitimizar los encuentros con familias
llamándolos “terapia familiar” fue de Nathan Ackerman (probablemente lo fue) o de John Elderkin Bell,
o de Don D. Jackson, o de las varias docenas de autores que en las décadas del ’40 y del ’50 escribían
acerca de encuentros que habían tenido con familias de pacientes –medio a las escondidas, sin llamarlo
“terapia familiar” ni nada semejante–, los primeros pininos y balbuceos de la terapia familiar tuvieron
lugar en EE.UU. El poder económico norteamericano –reflejado en apoyo financiero para proyectos de
investigación y para el sostén de medios académicos que permiten el tiempo para la reflexión y para
escribir– así como la extraordinaria infraestructura y creatividad de la comunidad académica se tradujo
en la gran riqueza de las contribuciones de autores de esa procedencia, especialmente en la primera
década de vida de la especialidad. Desde allí –cambiando metáfora– la semilla de la terapia familiar se
dispersó en terrenos fértiles de Europa y de América Latina. Y, como ocurre con todo proceso biológico,
en cada lugar creció de manera heterodoxa y sui generis, enriquecida con las características propias del
suelo y del entorno de cada lugar. Como resultado, la especie “terapia familiar”, aun cuando universal-
mente reconocible, es cada vez más rica en la diversidad de su expresión, y más difícil de reconstruir en
término de la progenie de las diversas ideas que constituyen su eje central, tal cual puede comprobarse
en una lectura cuidadosa de este volumen.
Europa fue un interlocutor temprano en el campo de la terapia familiar, en particular con los aportes
originales del equipo de Milano (que sacudieron los paradigmas vigentes con su visión Batesoniana im-
pertérrita, especialmente a partir del famoso artículo sobre “Hipotetización, Circularidad, Neutralidad”) y
del equipo de Heidelberg (con sus trabajos en medicina psicosomática y tantos otros aportes), seguidos
después por tantos autores y centros creativos en todo el continente. De hecho, la terapia familiar en

13
terapia familiar y de pareja

América Latina fue enriquecida a través de los años tanto por maestros y productos intelectuales de
EE.UU. comode Europa.
La circulación de ideas en la otra dirección, de América Latina a los EE.UU. y Europa, ha sido menos
visible. Varias razones, creo. Una de ellas es que la producción intelectual profesional de este subconti-
nente se ha visto maltratada por frecuentes gobiernos represivos y dictaduras que se las arreglaron para
cercenar por décadas –cuando no para exulsar– parte del cerebro pensante. Otra tiene que ver con la
falta de apoyo oficial –o de medios presupuestarios reales– a instituciones de altos estudios, que llevan a
los profesionales con intereses académicos a autosubsidiarse con prácticas privadas u otros menesteres,
quitando tiempo para la reflexión y la escritura. Una tercera, es una extraña mezcla de orgullo patriote-
ro, complejo de inferioridad y prácticas de externalización –“somos magníficos, hermano... pero no lo
suficientemente buenos... y además ellos nos excluyen, no nos quieren, no nos entienden”–. Desde mi
sillón de venerable, y por lo que valga, mi comentario es “ni tan magníficos, ni tan insuficientes, ni tan
malentendidos y excluidos”. Y al mismo tiempo, las dificultades son verdaderas. El acceso a publica-
ciones con impacto internacional en cualquier especialidad –tanto para mantenerse actualizado y ser
parte del diálogo intelectual internacional como para publicar– presenta dificultades reales para quienes
habitan en países del Segundo y del Tercer Mundo1. Mientras más diálogos se establezcan, más fácil
será ese acceso.
La transculturalidad de este libro contribuye a aumentar ese acceso. De hecho, una prueba acerca de la
calidad de la producción Latinoamericana puede encontrarse en la riqueza y sabiduría de las contribu-
ciones de ese origen a este volumen, que se entretejen en pie de igualdad con artículos producidos por
miembros de la familia internacional de terapeutas familiares de otras partes del globo. De hecho, esta
colección nos prueba una vez más que el lenguaje de la terapia familar es universal, si bien sus dialec-
tos son tantos como culturas y subculturas hay en este mundo. Para los autores, el volumen excede la
mera cohabitación en sus páginas: invita a un diálogo enriquecido con otros autores. Para los lectores,
mi invitación a que interactúen con aquellos autores que hayan despertado inquietudes o interés espe-
cial, que les escriban y establezcan puentes de enriquecimiento recíproco, que contribuyan a su vez a
replicar con creces lo que les ofrece ya este libro en términos de acceso a ideas, modelos, e inquietudes
conceptuales, culturales y sociales del campo siempre abierto y creciente de la terapia familiar. Y para el
indomable compilador, mi admiración por la riqueza de la cosecha.

CARLOS E. SLUZKI, MD
Research Profesor
College of Health Science and Human
Service George Mason University
Clinical Profesor of Psychiatry
George Washington University Medical School
Washington, DC

1
Véase al respecto la Editorial al respecto y el informe de la Organización Mundial de la Salud sobre el tema –con algunas
medidas para intentar resolver el problema– que fue publicado... en Inglés... en el American Journal of Orthopsychiatry
2003; 71(3), el informe es también accesible en el sitio de la OMS.

14
Introducción

Cuando concebí la idea de editar un libro que reuniera a los autores que lo conforman (a quienes agra-
dezco enormemente su confianza) pensé en el interés de hacer un texto para terapeutas hispanoparlan-
tes y que por lo mismo tuviera un sesgo cultural latinoamericano, lo que se ha logrado parcialmente. A
medida que recibía los capítulos observaba pocas citas bibliográficas de autores latinoamericanos y una
mirada con poca identidad en ese sentido. Causas pueden haber muchas, aunque creo que juega un
rol importante la sensación de disminución en relación a lo norteamericano o europeo, en desmedro de
una identidad propia y las pocas investigaciones nuestras en relación a esos temas, también el difícil
acceso a las publicaciones en español, en comparación con las escritas en inglés. Todo lo cual puede
relacionarse con nuestra identidad globalizada.
Es un hecho que la familia ha ido cambiando en su estructura, organización e imagen social y cuánto
nos preocupamos, en nuestra práctica cotidiana, por los aspectos psicosociales de las familias a las que
atendemos, es algo que debiera hacernos reflexionar. Esto se liga con el tema del poco énfasis en el
modelo teórico de algunas corrientes en la primera fase de la terapia familiar, las que se centraron más
en la riqueza de las intervenciones prácticas que en los conceptos teóricos que invocaban.
Quizá por el mismo hecho, a comienzos de los ’80, algunos terapeutas que se iniciaban en la Terapia
Familiar se aferraban fanáticamente a lo que veían como dogmas.
De observar desde el exterior los “mapas del mundo”, se ha pasado al análisis de las interacciones de
las “construcciones del mundo” y a las narraciones que de esos mundos se tiene. Todo el tema de la
“realidad-real” es un tema por sí mismo... y si al comienzo había demasiadas técnicas para poca teoría,
en algún momento se pasó a demasiada teoría, al punto de dejar de lado la humanidad presente en
una familia o una pareja consultante, dando paso al desarrollo de un sistema conceptual terapeuta-con-
sultante con abundante aporte de ingeniería-filosofía, muchas veces distante de lo que los clínicos en
nuestra práctica diaria tratamos en nuestros consultorios.
Quienes trabajamos con personas, sabemos nuestro deber de intentar distinguir entre los aspectos teóri-
cos y prácticos y por otro lado, saber integrarlos. Sobre todo, al comienzo de la práctica, no resulta fácil
la buena mezcla entre teoría-técnica-arte y hay que tener paciencia hasta obtnerla.
Muchos clínicos con algunos años, recordamos nuestros inicios angustiosos en el ejercicio profesional,
tratando de hacerlo lo mejor posible, con otras personas a veces señalándonos lo “bien hecho” para
distinguirlo de lo “mal hecho”. El tener conciencia de cuánto estamos aprendiendo de nuestros consul-
tantes, el goce de la libertad, el amor y el sentido común nos permite gozar más de nuestra labor. Ojalá
este libro aporte en ese sentido.
En el siglo XXI, el matrimonio y la familia es más difícil y exigente, hay demasiados deberes y exigencias:
debe haber una buena comunicación (quizá demasiada), debe haber mucha honestidad (quizá demasia-
da para algunos secretos individuales o familiares), tolerancia (ojalá la más posible), buen sexo (quizá,
para algunos, demasiado exigente), nivel de excelencia en la paternidad (por parte del papá), nivel de

15
terapia familiar y de pareja

excelencia de la maternidad (y a la vez “ser mujer del siglo XXI”, con todos los otros deberes que eso im-
plica...), ser capaz de tener su “metro cuadrado” (aparte de respetar el metro cuadrado del otro, a veces
demasiado extenso), hay demasiado interés por la apariencia física y el estatus socioeconómico. Todo lo
anterior junto al deber ser buenos trabajadores, buenos amigos, buenos ciudadanos, buenos vecinos, sin
olvidar el respeto por el medio ambiente... Entonces, también demasiadas exigencias para los terapeutas
quienes de tanto escuchar “es que la(lo) dejé de amar” llegamos a la conclusión que buena parte de
nuestra labor también está dedicada, en parte, a ser “restauradores de amor”.
Éste es un libro para aprendices y para personas de experiencia con ganas de aprender y re-revisar lo
aprendido, tiene capítulos relacionados más con aspectos teóricos básicos, otros con aspectos psico-
sociales y algunos con aspectos más “clínicos-clínicos”, aunque todos pensados hacia la clínica. Los
autores han tenido bastante libertad para estructurar sus capítulos lo que ha permitido una riqueza a
través de la heterogeneidad (lo que me costó aceptar).
Que su lectura les haga buen provecho y ojalá ayude a hacer terapias que permitan reencontrar los
afectos llegando a vivir en el amor.
DR. ARTURO ROIZBLATT S.

16
parte UNO
c a p í t u l o

1
Reflexiones sobre terapia
y mis conversaciones con Ximena Dávila
sobre la liberación del dolor cultural
Humberto Maturana R.

HISTORIA
Mi pasado

He pensado mucho ante esta invitación a escribir este capítulo sobre terapia familiar o terapia sistémica,
o simplemente terapia relacional. Yo no trabajo en terapia, y lo que en algún momento he escrito o dicho
en relación al tema de la terapia ha surgido de mis reflexiones biológicas y epistemológicas, y no de una
práctica terapéutica, aunque me he mantenido atento a las consecuencias que mis trabajos y reflexiones
pueden haber tenido en ese campo. Así me he encontrado y colaborado con personas que han adoptado
en su campo profesional algunas de las ideas, nociones o conceptos que yo he desarrollado en mi intento
de comprender y explicar el conocer como un suceder biológico.
Sin embargo, desde mi presente, en el entendimiento de los fundamentos biológicos y culturales de lo
humano connotados por la noción de la matriz biológica de la existencia humana, puedo decir que
conozco un quehacer, que aunque quien lo practica no lo vive como terapia, sí puede mostrar las con-
secuencias terapéuticas de tal quehacer. Y me refiero a la creación de mi colaboradora y cofundadora del
Instituto Matríztico, Ximena Dávila Yáñez, cuyo trabajo será presentado próximamente en un libro que
publicará nuestro instituto y que hemos llamado “El Árbol de la Vida” en el que aparecerá incluido con
el título Conversaciones liberadoras, dando cuenta de un quehacer reflexivo que en mi opinión surge
directamente de un moverse en el entendimiento conceptual y operacional de la biología del conocer y
la biología del amar como aspectos de la realización espontánea de nuestro vivir y convivir en la matriz
biológica de la existencia humana.
Con todo, en mis reflexiones biológicas a lo largo de estos años he mostrado varias dimensiones de la
biología del conocer y de la biología del amar que constituyen algunas de las nociones fundamentales
que creo haber aportado en el campo epistemológico y biológico, y que han resultado valiosas para algu-
nas personas en su quehacer profesional al responder a una petición de ayuda. En numerosas ocasiones
yo he dicho que el camino para recuperar la salud fisiológica y la salud psíquica era lo que entonces
yo distinguía como la biología del amar, y ante la pregunta ¿cómo se hace?, mi respuesta siempre fue
igual: “Amando”. Y ante la pregunta ¿cómo, qué debo hacer?, respondía nuevamente: “Amando”, sin
poder describir un cómo. Naturalmente la crítica era que la biología del amar no proporcionaba una
visión adecuada de la acción oportuna frente a una petición de ayuda, crítica que yo escuchaba pero no
aceptaba como válida pensando que el amar era obvio.
Así estaban las cosas hasta que Ximena Dávila me mostró lo que ella hacía desde su entendimiento de
la naturaleza relacional de la biología del conocer y la biología del amar como aspectos cotidianos del
convivir, cuando recibía una petición de ayuda ante el dolor y sufrimiento relacional que surgía en ese
convivir.

19
terapia familiar y de pareja

Es desde este encuentro con Ximena Dávila, que resultó en la creación de la noción de la matriz biológi-
ca de la existencia humana y del propio Instituto Matríztico para dar formación en torno a ella, que deseo
compartir con el lector o lectora mis reflexiones sobre el quehacer vinculado a la sanación fisiológica y
psíquica.

Antecedentes

A continuación presento algunas de las nociones fundamentales de la epistemología y de la biología


que propongo desde mi presente. No se trata de supuestos a priori, sino que de abstracciones de las
coherencias de nuestro operar como seres humanos que revelan la naturaleza de nuestro vivir cotidiano
en el describir y explicar como observadores lo que hacemos de ese vivir. Es más, mi punto de partida
en mis reflexiones y mi explicar nuestro operar como seres vivos humanos, es el encontrarme haciendo
lo que hago como ser vivo humano, y no desde un supuesto epistemológico u ontológico. Mi punto de
partida soy yo mismo: Yo ser humano haciendo lo que hago en mi vivir humano, he sido y soy el punto
de partida para mis reflexiones, en el intento de explicar nuestro vivir humano como seres que expli-
can su vivir. Y es por esto que estas reflexiones tienen el valor evocador y explicativo que tienen para la
comprensión de nuestro vivir relacional como seres humanos.

Observador y observar. Todo lo dicho es dicho por un observador a otro observador que puede ser
él o ella misma. El observador es un ser humano que distingue lo que distingue como si lo distinguido
existiese con independencia de su acto de distinción. El observador se encuentra ser humano en el
“lenguajear” haciendo distinciones cuando se pregunta por lo que hace. El observador se encuentra al
distinguirse a sí mismo dándose cuenta de que aunque vive todo lo que vive como válido en el momento
de vivirlo, no sabe en el momento de vivirlo si lo que distingue lo tratará más tarde como una ilusión o
una percepción en una comparación posterior con otra experiencia que en ese momento acepta como
válida. Al darse cuenta de que en la experiencia misma no sabe si lo que vive lo tratará más tarde como
una ilusión o una percepción, el observador se da cuenta de que por esto no puede considerarse a sí
mismo como preexistente a su propia distinción, y se da cuenta de que él o ella surge en esa distinción
reflexiva.

Experiencia. De acuerdo a lo anterior lo que llamamos experiencia en la vida cotidiana es la conciencia


o distinción que un observador hace de lo que le sucede en su operar como tal en el “lenguajear”, no
una referencia a algo que ocurriría con independencia de su operar reflexivo.

Conservación. Los seres vivos somos conservadores. De hecho todo sistema es conservador en el sen-
tido de que existe, es, sólo mientras se conserva la organización que define su identidad como parte de
su dinámica estructural. Así, un ser vivo existe, vive, en un continuo fluir de cambio estructural en torno
a la conservación de su autopoyesis o realización de su vivir. De hecho tanto la historia de los seres vivos
como su existir individual transcurren como cambios en torno a la conservación del vivir.

Sistema nervioso cerrado. El sistema nervioso opera como un sistema cerrado sobre sí mismo en su
dinámica generadora de un continuo flujo de cambios de relaciones de actividad entre sus componen-
tes neuronales. Por esto, aunque el sistema nervioso se intersecta con el organismo en sus superficies
sensoras y efectoras, no distingue en su operar cerrado el origen de las perturbaciones sensoriales que
modulan su actividad desde el vivir relacional del organismo. El resultado fundamental de esto, es que
el sistema nervioso no distingue al generar la actividad efectora del organismo la naturaleza del fluir
relacional que éste vive al reaccionar ante una perturbación sensorial. Esto es, el sistema nervioso no
sabe si lo que el organismo vive cuando él participa en la generación de sus respuestas surgirá después
como una ilusión o una percepción. El que esto sucede así es revelado en nuestro vivir cotidiano en
el uso de dos palabras: ilusión y error. Llamamos ilusiones y errores a experiencias que vivimos como
válidas en el momento de vivirlas, pero que luego invalidamos al compararlas con otras experiencias de
cuya validez no dudamos.

20
parte UNO 1

“Emocionear”. Lo que distinguimos al distinguir emociones son dominios o ámbitos relacionales que
vivimos en el fluir relacional como clases de conductas relacionales. Las distintas palabras que usamos
en nuestro vivir cotidiano al distinguir emociones evocan o señalan el espacio relacional en que se da
el fluir de nuestro vivir o convivir en cada instante. Todo lo que hacemos, todo lo que vivimos se da en
un fluir emocional sostenido o episódico que le da su carácter relacional. De hecho las emociones guían
nuestro vivir racional.

“Lenguajear”. El “lenguajear” es un modo de convivir y ocurre como un fluir recursivo de coordinacio-


nes de coordinaciones de haceres consensuales. El lenguaje es el modo de vivir y convivir humano, no
un instrumento relacional aunque ocurre en el fluir relacional de la convivencia. Los distintos mundos
relacionales, tanto externos como internos, conscientes e inconscientes, que los seres humanos vivimos,
surgen en el fluir de nuestro vivir en el “lenguajear” como distintos ámbitos sensoefectores en que se da
la conservación de nuestro vivir.

Conversar. Todo el vivir humano ocurre en un fluir entrelazado del “lenguajear” y el “emocionear”.
Llamo conversar (“dar vueltas juntos” en coordinaciones de coordinaciones de haceres y emociones)
a este entrelazamiento del “emocionear” y el “lenguajear” que constituye lo humano como el vivir y
convivir de la clase de primates bípedos que somos. Los seres humanos vivimos y convivimos en redes
de conversaciones.

Cultura. Lo que connotamos al distinguir una cultura es una red cerrada de conversaciones que se
realiza y conserva como un modo de convivir de las personas que la realizan y conservan al vivirla. Como
ámbito cerrado en coordinaciones de coordinaciones de haceres y emociones una cultura especifica lo
que las personas que la realizan hacen en su operar como miembros de ella. Todo lo que los seres huma-
nos vivimos, lo vivimos en un vivir cultural que adquirimos a lo largo de nuestro convivir en la comunidad
cultural que nos acoge, desde nuestra aceptación como miembros de ella al ser concebidos.

Amar. Yo antes hablaba de amor, biología del amor, pero como me hizo notar Ximena Dávila en el
curso de nuestras conversaciones, al hablar de amor se oscurece el hecho de que lo que en efecto opera
en el convivir es la dinámica del amar, no el amor como un ente abstracto, y hablo ahora de la biología
del amar. Ésta constituye el fundamento del bien-estar en el vivir y convivir como dinámica relacional
en el hecho de que el amar consiste en las conductas relacionales a través de las cuales el otro, la otra,
uno mismo o lo otro, surge como legítimo otro en convivencia con uno, y es el fundamento del mutuo
respeto. Así el amar es la única emoción que amplía la mirada y expande el ver, el oír, el tocar, el sentir,
y lo hace porque es la única mirada que no antepone un prejuicio, una expectativa, una exigencia, o un
deseo, como guía del oír y el mirar en la conducta relacional que se vive.

Realidad y existencia. El tema central de nuestro vivir es el conocer, no la realidad, ésta que aparece
en el intento de explicar tanto nuestro vivir, como nuestros errores, nuestras ilusiones y nuestros aciertos.
Así, desde nuestro operar como seres vivos humanos haciendo distinciones, nos encontramos con que
todo explicar, en tanto es la proposición de un mecanismo generativo, implica por motivos epistemológi-
cos un substrato donde se da el operar del mecanismo generativo, de modo que lo explicado surge como
resultado en otro dominio. Al substrato epistemológico que invocamos como fundamento último de todo
nuestro conocer y que de hecho tratamos como fundamento ontológico para explicar todo nuestro vivir,
en nuestro presente cultural lo llamamos la realidad. El problema surge cuando nos damos cuenta y nos
hacemos cargo de que no sabemos en el momento de vivir lo que vivimos, si lo que vivimos lo trataremos
más tarde como una percepción o como una ilusión al compararlo con otro aspecto de nuestro vivir cuya
validez aceptamos sin objetar, y vemos que lo que llamamos realidad es un supuesto explicativo. Y este
problema se ahonda cuando a ese supuesto explicativo le queremos dar un carácter ontológico al tratarlo
como si fuese de naturaleza trascendente independiente de la operación de distinción con que lo traemos
a la mano en nuestro operar como observadores. El que no distingamos en la experiencia vivida entre lo
que llamaremos después ilusión o percepción no es una dificultad transitoria, es un aspecto de nuestra
condición biológica. Esto se hace evidente si nos damos cuenta de que en el sistema nervioso las neu-
ronas tratan como iguales a todas las configuraciones de actividad que al incidir sobre ellas aparecen

21
terapia familiar y de pareja

como iguales con independencia de su origen. Es por esto que el creer poder hacer referencia como real
a alguna distinción bajo el supuesto de que surge con independencia del operar del observador que la
hace no tiene sentido, y es por lo mismo que la noción de existencia sólo puede hacer referencia a lo
que surge en nuestra distinción como observadores en nuestro operar como seres vivos que distinguen
lo que distinguen como configuraciones operacionales de su vivir. Al darnos cuenta de todo lo dicho, se
hace evidente que la expresión realidad connota una noción o proposición explicativa, una noción que
se inventa con el fin de disponer de un substrato operacional que permita explicar el suceder del vivir y
el hacer humano. Esto es, como dije al comienzo de esta sección, con la noción de realidad se pretende
satisfacer la necesidad epistemológica de un substrato que dé un fundamento generativo último al
explicar, y el problema surge cuando se pretende que ese substrato epistemológico tenga un carácter
ontológico.
El tema central del entendimiento de lo humano no es la realidad o lo real, sino que la explicación de
nuestro vivir y nuestro hacer. Esto no es un asunto trivial. La mayor dificultad que tenemos para com-
prender nuestro vivir está en que no nos hacemos cargo de que el mundo que vivimos no preexiste a
nuestro vivirlo, sino que surge con nosotros en nuestro vivir y convivir aunque lo vivamos como si pre-
existiese a nuestro distinguirlo. La experiencia, lo que distinguimos que nos sucede en nuestro vivir no
está negado, explicamos nuestro vivir con nuestro vivir. Lo real, lo que llamamos realidad, es una noción
explicativa.

Presente. Los seres vivos (y de hecho el cosmos mismo) existimos como un presente continuo que
se encuentra en continuo cambio, y que existen como un presente histórico en el que las nociones de
tiempo y pasado son nociones explicativas que hemos generado en el proceso de explicar las distinciones
de cambio que hacemos en nuestro vivir como observadores haciendo distinciones, o sea, como seres
humanos en el “lenguajear”.

Determinismo estructural. En su explicar, un observador (ser humano) opera en la aceptación


implícita de que existe inmerso y es parte de un ámbito de existencia, en el que todo ocurre según las
coherencias operacionales de los elementos que él o ella trae a la mano en sus distinciones. Llamo de-
terminismo estructural a esta condición del operar humano y de su ámbito de existencia. El concepto de
determinismo estructural no es una noción explicativa propuesta a priori ni un supuesto ontológico, es
un concepto que surge como abstracción que el observador hace de las coherencias de su operar como
ser vivo en su operar como observador que describe y explica su vivir, y su hacer con las coherencias de
su vivir y operar. El concepto de determinismo estructural señala que todo lo que le sucede a un sistema
o ente compuesto que distinguimos en nuestro vivir, opera según las coherencias operacionales de sus
componentes y que nada externo a él puede determinar lo que sucede en él o con él.

Acoplamiento estructural. Todo lo que se dice, ya se trate de una descripción, explicación, evo-
cación, es dicho por un observador a otro observador que puede ser él o ella misma. El observador es
un ser vivo humano que no distingue al vivir lo que vive en un instante particular entre lo que calificará
en otro instante como una ilusión o una percepción, al comparar la validez relacional que le asigna a los
distintos momentos de su vivir: El observador no distingue en el vivir lo que vive, si lo que vive ahora
como válido lo invalidará después como una ilusión o lo confirmará como una percepción. Por esto las
distinciones que un observador hace surgen como abstracciones que él o ella hace de su operar en su
vivir. Y por esto, al hablar de la relación entre el ser vivo y las circunstancias en que éste vive, o al pro-
poner un proceso explicativo de su vivir, lo que el observador hace no es ni puede ser una referencia a
algo independiente de su operar que pudiera llamarse lo real, sino que hace una abstracción de las cohe-
rencias del operar de su vivir en su observar. En este proceso los seres vivos surgen a su vivir individual
ante el observar de un observador que al distinguirlos distingue también su entorno como una biósfera
que los contiene, y surgen en un instante y lugar singular de esa biósfera, con una estructura anatómica
y fisiológica particular dinámicamente congruente con ella. El ser vivo, al surgir en la distinción del ob-
servador, surge en un medio que lo contiene, que lo hace posible, que es coherente con el presente de
su vivir, y en el que vivirá mientras a él le resulte acogedor. Esto es válido también para el observador
como ser vivo humano, que surge al existir en su propia distinción al operar como observador reflexivo.

22
parte UNO 1

Lo dicho hasta aquí muestra que el observador, al distinguir a los seres vivos, los ve en coherencias
operacionales con el medio en que surgen, bajo la forma de una dinámica de interacciones que él o ella
ve como una conducta adecuada al presente que ellos viven. Más aún, en el curso de sus distinciones
y en el proceso de explicarlas con las coherencias de su propio vivir, el observador se da cuenta de que
las coherencias operacionales de los organismos con el medio en que ocurren su vivir y la conservación
de su vivir, son el resultado de una dinámica histórica en la que el ser vivo y el medio que surge con él
cambian juntos de manera congruente, y que ellos viven mientras ese cambio congruente se dé en la
conservación de su vivir. A esta dinámica de cambio estructural congruente del ser vivo y el medio en
que surge y se conserva su vivir, y a la relación de congruencia operacional dinámica en un presente
cambiante que resulta de ella, las he llamado acoplamiento estructural. Dicho de otra manera, he lla-
mado acoplamiento estructural entre el ser vivo y el medio que surge con él, a la relación de congruencia
estructural dinámica que emerge y se conserva momento a momento en el flujo del vivir del organismo
mientras se conserva el vivir de éste.

Mi presente

Como ya dije, la potencia que estas nociones tienen para explicar y comprender la naturaleza del operar
de las relaciones terapéuticas surge del hecho que son abstracciones de nuestro vivir cotidiano como
seres vivos y seres humanos, y no definiciones o supuestos a priori. Sin embargo, no basta entenderlas
como tales desde su descripción; hay que ver y comprender como aspectos del propio vivir las dinámicas
biológicas que ellas implican para que de hecho enriquezcan de manera inconsciente nuestra capacidad
espontánea de acción ante una petición de ayuda, o en el momento de sugerir o proponer un mecanismo
explicativo como respuesta a un dilema en nuestro vivir.
Es en este ámbito donde Ximena Dávila contribuye a la expansión de mi mirada y a la ampliación de
mi entendimiento de la dinámica relacional que entrelaza el operar de la biología del conocer con la
biología del amar, al mostrar como surge el dolor y se conserva bajo la forma de sufrimiento en un vivir
cultural centrado en relaciones de dominación y sometimiento, competencia y exigencia, a la vez que
de desconfianza y control. Sin embargo, ella hace más. Su énfasis en que los seres vivos vivimos en
la conservación del bien-estar como la búsqueda espontánea de la dinámica relacional interna que de
instante a instante conserva la armonía del vivir como la congruencia de lo que se siente con lo que se
hace, lleva a ver que la búsqueda del bien-estar es el vivir que guía cualquier vivir, y en particular el vivir
humano, aunque a veces nos equivoquemos de camino y nos atrapemos en relaciones culturales de
dolor y de sufrimiento. Ella muestra también, que cuando un ser humano está atrapado en el creer que
el dolor y el sufrimiento que vive es constitutivo de su ser, el reconocer que el fundamento biológico de
la conservación del vivir es el vivir en el bien-estar hace posible la reflexión que suelta la certidumbre de
que uno es como uno cree que es, y lo libera a uno de la trampa cultural de autodepreciación y negación
de sí mismo en que se encontraba. En fin, ella muestra además que esa liberación puede de hecho ocu-
rrir en la reflexión porque el operar de la conservación del vivir que surge al soltar la certidumbre de creer
que uno es el ser sufriente, disminuido, no amoroso, o patológico que uno cree que es, ocurre como el
reencuentro con el respeto por sí mismo al ver el propio fundamento amoroso desde la ampliación del ver
de la biología del amar. Esto es, la ampliación del ver que esta reflexión trae consigo, lleva a la persona
que sufre a reencontrar el camino del respeto por sí mismo así como a la recuperación del bien-estar
relacional en un ámbito de su vivir que le resultaba inaccesible desde la trampa cultural de negación
recursiva de sí mismo que vivía, aunque fuese parte de su dominio de acoplamiento estructural.

¿TERAPIA, AYUDA, O LIBERACIÓN?

Yo no he tenido inclinación por responder como un aspecto de mi hacer profesional a las peticiones de
ayuda, y en mis comentarios y reflexiones sólo he dicho que el amor es el fundamento operacional de
todo efecto terapéutico. Como dije al comienzo, con frecuencia he sido criticado frente a esta afirmación
con el argumento de que hablar de amor es del todo insuficiente porque no indica o describe un proce-
dimiento, y que mi respuesta: “Lo que hay que hacer es amar”, era en ese sentido una respuesta vacía.

23
terapia familiar y de pareja

Yo he sostenido y sostengo que los métodos o procedimientos que proponemos como recomendaciones
de acción si no se los vive desde la libertad reflexiva del entendimiento que guía la oportunidad de su
uso, modificación o abandono, engañan y generan cegueras. Así estaban las cosas en lo que se refiere a
mis reflexiones en el campo de la terapia, hasta que Ximena Dávila, Licenciada en Orientación Familiar
y Organizacional, conversando conmigo un día de 1999, me mostró lo que hacía al conversar con las
personas que solicitaban su ayuda, sorprendida al ver cómo ellas se liberaban de un dolor o sufrimiento
agobiante que vivían desde mucho tiempo y que había permanecido inalterado hasta entonces frente
a muchos intentos terapéuticos. Ximena había sido alumna mía en distintas ocasiones durante varios
años. Al escuchar el relato de lo que ella hacía, quedé a la vez sorprendido y encantado por la pro-
fundidad de lo que me revelaba, y le dije: “Ximena, lo que Ud. hace en sus conversaciones es poner
intencionalmente en movimiento en el presente relacional de la persona que la consulta, a la biología
del amar y la biología del conocer como aspectos del vivir de esa persona. Es más, Ud. lo hace desde el
entendimiento reflexivo y vivencial, no discursivo, de esa dinámica como un aspecto de su propio vivir”.
Pero ella ha hecho algo más en relación al entendimiento de nuestro operar como seres vivos humanos.
Así, en algún momento posterior, ella me dijo: “Cuando me encuentro escuchando a la persona que
me pide ayuda, me doy cuenta de que ella me revela una matriz relacional, o mejor aún, me revela la
matriz relacional cultural que ella vive y surge con su vivir”. Esta observación llevó a Ximena a proponer
lo que ella inicialmente llamó matriz relacional de la existencia humana, y que más tarde decidimos en
conjunto llamar matriz biológica de la existencia humana, noción cuya comprensión ha ampliado mi
entendimiento de la biología del conocer y de la dinámica que la entrelaza con la biología del amar. Y
todo esto en un conversar reflexivo que nos ha permitido ver juntos la dinámica que entrelaza de modo
continuo el operar de los procesos biológicos y culturales que realizan nuestro vivir y convivir humanos.
El ser vivo, como sistema autopoyético molecular vive, existe, en la soledad de la continua producción
de sí mismo como ente singular en un curso solitario que se modula desde su vivir relacional. El ser
vivo como tal, humano o no humano está siempre bien, el mal-estar, el dolor de vivir no pertenece a su
fisiología, pertenece a su vivir en el espacio relacional en que existe como organismo y aparece sólo en
la reflexión que surge en el vivir humano en el lenguaje. Sólo el ser vivo que vive en alguna medida en
el lenguaje como nosotros los seres humanos, puede distinguir si vive en el bien-estar o en el mal-estar
relacional, y es sólo ese ser vivo el que puede pedir ayuda si está en el mal-estar, y el que puede salir
de él a través de ella.
Los seres vivos nos atrapamos en el mal-estar como resultado de nuestros hábitos relacionales en el
vivir y convivir. Y estos hábitos tienen distintas formas, como costumbres, adicciones, preferencias en
los seres vivos en general, o como argumentos racionales y sistemas de creencias en el ámbito humano.
En todos los casos la salida es la misma, la ampliación de la mirada, la ampliación del ver que trae la
biología del amar, la ampliación de la mirada que al soltar prejuicios, expectativas, convicciones, sabe-
res, permite ver la matriz relacional que surge en el vivir que se vive y cambiar la orientación del vivir
hacia los fundamentos últimos desde donde se reencuentra el bien-estar en los fundamentos del propio
vivir. Ximena Dávila ve y muestra el operar de esta dimensión relacional en lo que ella hace al aceptar
una petición de ayuda y conversar con quien la solicita desde la dinámica relacional reflexiva que pone
en juego en su vivir el entrelazamiento de la biología del amar y la biología del conocer. En fin, al hacer
esto Ximena Dávila lo hace desde el entendimiento de que el bien-estar psíquico y somático del fluir del
vivir, ocurre y se conserva en el ver y el hacer que espontáneamente surge en la ampliación de la mirada
y el ver que traen consigo el respeto por sí mismo y por los otros que surge desde la biología del amar.
En este proceso lo que Ximena Dávila hace, según su propio decir, no es terapia sino que un conversar
reflexivo que resulta liberador del dolor o sufrimiento cultural que se sufre al abrir el camino para el
reencuentro con el respeto por sí mismo desde el ver que como seres humanos todos somos primaria-
mente seres amorosos.
Estas observaciones y reflexiones de Ximena Dávila nos llevaron a generar entre nosotros muchas con-
versaciones sobre lo cultural y el vivir biológico, y eventualmente a expresar nuestra comprensión de
la trama relacional biológica y cultural que constituye, realiza y conserva la existencia humana con la
noción de matriz biológica de la existencia humana, para luego crear, como ya he dicho, el Instituto de
Formación Matríztica como un centro de estudio de lo humano y formación en el entendimiento de la

24
parte UNO 1

matriz biológica de la existencia humana desde la comprensión de la dinámica de entrelazamiento de


la biología del conocer y la biología del amar.

Reflexiones desde nuestro conversar

Ximena Dávila muestra y señala que: “El dolor y el sufrimiento por los que se pide ayuda, son siempre
de origen cultural y surgen de las negaciones que genera el vivir en una cultura centrada en relaciones
de dominación y sometimiento, competencia y exigencia, desconfianza y control, como la cultura pa-
triarcal-matriarcal que vivimos. Esto es, el dolor y sufrimiento por el que se pide ayuda surge siempre
en una historia de desamor en el vivir cotidiano”. El poder decir esto surge de un mirar reflexivo que ve
la trama relacional o matriz emocional de la persona que pide ayuda. Ximena ve esa trama emocional
desde una mirada sistémica recursiva que le permite ver a la vez la dinámica presente del dolor y el
ámbito relacional cultural de conservación de ese dolor en el vivir de quien la consulta, y que ella llama
mirada sistémica-sistémica. ¿Cómo sucede esto? ¿Cómo sucede el ver la trama relacional de conserva-
ción del dolor cultural? ¿Cómo sucede el ver una matriz relacional que no preexiste a su surgimiento en
el vivir del organismo observado?
A continuación, el contenido de nuestras conversaciones.

SOBRE EL VIVIR

El vivir ocurre en la conservación del vivir de un ser vivo como un presente continuo en continuo cambio
estructural, congruente con un medio que surge con él y cambia con él, y que al surgir con él surge
como un presente cambiante que lo contiene y hace posible mientras vive, o que deja de hacerlo posible
y el ser vivo muere. El pasado y el futuro no existen en sí: el pasado es una proposición explicativa que
el observador hace para explicar desde su presente continuo su conciencia de existir, o de ser como ser
humano un presente cambiante, y el futuro es una noción que él o ella crea como extrapolación de las
coherencias de su vivir en el presente a fin de imaginar un curso de transformación creíble para su vivir
en su continuo cambio. El vivir de un organismo se conserva sólo en tanto el medio que surge con su
mismo vivir en el fluir de su vivir, surge congruente con el de manera tal que hace posible su vivir. La
historia de los seres vivos en su vivir como organismos, tanto en el curso de su devenir evolutivo en la
sucesión reproductiva de generaciones como en su vivir individual, es sólo posible si ocurre como un vivir
en un presente que genera continuamente un medio de existencia que los acoge y contiene. En nosotros,
seres humanos, esta dinámica del vivir en un mundo que surge al vivirlo, incluye nuestro vivir cultural
como parte del ámbito relacional que emerge y se da con nuestro existir. Más aún, el vivir cultural es en
nosotros los seres humanos, a la vez la fuente y la conservación de nuestro bien-estar, del dolor cultural
que vivimos, y de la liberación de ese dolor.
Sin duda, estas afirmaciones pueden parecer extrañas o aún locas, sin embargo, la comprensión del
entrelazamiento de la biología del conocer y de la biología del amar que constituye el entendimiento de
la matriz biológica de la existencia humana nos dice que no es así. Vivimos como si el mundo en que
vivimos preexistiese a nuestro vivirlo, pero al intentar mostrar cómo lo conocemos y cómo actuamos de
manera efectiva en él y sobre él, nos encontramos con que no distinguimos en la experiencia misma
entre lo que llamaremos más tarde ilusión o percepción en relación a otra experiencia ante la cual no du-
damos, y descubrimos que de hecho no podemos hablar de un mundo que preexiste a nuestro operar al
distinguirlo. Ésta no es una afirmación filosófica, es una afirmación biológica que describe la naturaleza
de nuestro operar como seres vivos humanos, y el hecho de que nos demos cuenta de su validez no sig-
nifica que debemos dudar de la efectividad de nuestro operar en los mundos que generamos con nuestro
vivir. No construimos o creamos los mundos que vivimos, nos encontramos viviéndolos en el momento
en que nos preguntamos por lo que hacemos y vivimos. El vivir nos sucede, no lo hacemos nosotros,
y no surge caótico. Es más, lo que nos sucede surge en nuestro vivir desde un vacío experiencial que
llenamos explicando nuestro vivir y lo que sucede en nuestro vivir con las coherencias operacionales que
distinguimos en nuestro vivir. Y al hacer esto expandimos nuestro ver la trama relacional implícita en las
coherencias operacionales con que surge y distinguimos nuestro vivir. En estas circunstancias, debemos

25
terapia familiar y de pareja

hacernos cargo de que lo que da validez a nuestro convivir en los distintos mundos que vivimos no es
una pretendida conexión con un substrato trascendente a nuestro operar, sino que el que los distintos
mundos que vivimos surgen como distintos modos de convivir en la recursión operacional de nuestro
“lenguajear”. Da lo mismo lo que vivimos o cómo lo vivimos para nuestro vivir como seres vivos, aunque
no da lo mismo para nuestro vivir humano. Y es en nuestro vivir humano donde el dolor y el sufrimiento
tienen presencia.

SOBRE EL BIEN-ESTAR

Los seres vivos somos entes que existimos en un vivir que es el presente de un presente en continuo
cambio, es más, existimos y operamos en un devenir del vivir en el que tanto nuestro ser como orga-
nismos así como el medio que nos hace posibles, nos sostiene y nos conserva en nuestro existir, surge
continuamente con nosotros como un ámbito operacional primariamente coherente con nuestro vivir,
y que cambia con él. Cuando no sucede así, o deja de suceder así, cuando se pierde el acoplamiento
estructural y deja de conservarse la coherencia emergente entre el organismo y el medio que surge con
él, el observador no puede más distinguir un ser vivo, el organismo muere.
Al observar el vivir de un ser vivo en su circunstancia, un observador opera como externo al ser vivo
observado, lo ve en un ámbito más amplio que aquél en que éste se encuentra en la realización de su
vivir, y lo ve en un medio que surge con su vivir, que lo contiene y que emerge con una dinámica ope-
racional independiente de él. El observador ve que el ser vivo en su vivir trae a su operar un medio que
desde su localidad sólo ve parcialmente, pero que desde su acoplamiento estructural implica como una
matriz relacional y operacional posible que puede surgir de una manera u otra según su dinámica sen-
soefectora. El operar del observador y el operar del ser vivo que contempla, se entrecruzan en la trama
relacional del operar del vivir. En estas circunstancias, lo que el observador ve, lo ve desde una mirada
externa más amplia que la mirada inmediata del ser vivo que contempla, y puede darse cuenta de que
éste conserva su vivir sólo si al operar en el medio que su anatomía y fisiología implican como ámbito
de acoplamiento estructural, puede deslizarse generando la dinámica sensoefectora en que conserva su
bien-estar. Más aún, el observador ve que el bien-estar del ser vivo que contempla ocurre cuando ocurre
como una dinámica interna sensoefectora que da origen en él a una dinámica sensoefectora externa que
conserva su vivir sólo si surge como un operar adecuado al medio que surge con su vivir.
Desde su mirada externa, el observador ve que en el fluir de su vivir un organismo, al moverse en el
presente de su localidad relacional, lo hace generando su dinámica interna espontáneamente en lo que
parece ser una confianza implícita en que esta dinámica dará origen a un fluir sensoefector externo que
resultará anticipatorio para la conservación de su bien-estar, en un medio que surgirá congruente con
él en el fluir de su vivir porque así ha sido antes. Sin duda, lo usual es que el fluir sensoefector externo
de un organismo surja anticipatorio para la conservación de su vivir ante el continuo fluir de cambio
estructural del medio, pues el organismo y medio que surgen con él surgen en lo fundamental dinámi-
camente congruentes como el resultado de su historia de acoplamiento estructural. Ocurre, sin embargo,
que como la dinámica estructural del medio y la dinámica estructural del organismo son independientes
a pesar de la historia de acoplamiento estructural a que pertenecen, tanto el organismo como el medio
pueden cambiar de modo que su congruencia estructural no se conserve. Si así sucede, y el fluir sen-
soefector del organismo no resulta anticipatorio en alguna de las distintas dimensiones operacionales y
relacionales en que éste realiza su vivir, surge el mal-estar. Cuando esto sucede, el observador ve que el
ámbito de bien-estar del organismo se restringe, se acota en algunas dimensiones de su vivir, y en esas
dimensiones éste vive en el mal-estar como un ámbito relacional en el que no se quiere permanecer.
Si esto sucede, el ser vivo, el organismo, cambia su dinámica operacional en la dirección que “parece
adecuada” desde lo que su presente relacional le indica. Cuando su conducta resulta anticipatoria de la
recuperación y conservación del bien-estar, el ser vivo sigue esa dirección, si no es así cambia de nuevo,
a menos que por algún hábito, preferencia, argumento racional en el caso humano, el ser vivo se atrape
en la conservación del bien-estar básico del vivir en una dinámica de mal-estar que el observador ve
como sufrimiento. Si el ser vivo atrapado en la conservación de un vivir en el dolor o sufrimiento se da
cuenta de ello, pide ayuda. En cualquier caso, cuando el bien-estar básico de la conservación del vivir
se pierde, el ser vivo muere.

26
parte UNO 1

El observador es un ser vivo humano, y todo lo que se diga sobre los seres vivos o los seres humanos, o
los organismos en general, se aplica al observador. Por esto el observador o el terapeuta, se encuentran
en las mismas condiciones operacionales que los otros seres vivos que observa, sean éstos humanos
o no. De modo que el observador al actuar, lo hace también en un operar en el presente relacional que
surge con su operar, y no frente a una realidad de la que podríamos decir que es objetiva. Por esto lo
que un observador ve como bien-estar en el operar del vivir de un organismo, no refleja o muestra una
armonía operacional del organismo en relación a un mundo externo independiente de él, sino que mues-
tra su armonía interna al encontrarse con el mundo que surge con él como el sentir interno del fluir en
el bien-estar. Uno puede visualizar el sentir interno del vivir del ser vivo que observa sólo en la medida
en que ese vivir se da en un ámbito de acoplamiento estructural que se intersecta con el suyo, y del cual
sólo se puede decir lo que surge en el operar de uno o del otro, o de ambos. Si el observador entiende en
su propio sentir el fluir del entrelazamiento dinámico de la biología del conocer y la biología del amar,
puede ver en mayor o menor grado, según sea el caso, la matriz emocional en que se desliza el vivir
del ser vivo que observa. Y esto es así porque su vivir y el vivir de cada uno de los seres vivos terrestres
ocurre entrecruzado con el vivir en el presente de otros seres vivos, en la trama del convivir emocional
que el observador ve como matriz relacional global, y que llama la biósfera.
Dicho de otra manera, si no podemos pretender que al hacer una distinción traemos a la mano algo que
ya existía en sí o desde sí antes de nuestro acto de distinguirlo, no tiene sentido en el operar de nuestro
vivir decir que algo es real en sí, y que debe ser visto objetivamente, o que hacemos interpretaciones de
la realidad al hacer distinciones. Desde la conciencia de que esto es así, lo que decimos sobre lo distin-
guido o en torno a lo distinguido, no se refiere a algo que existe con independencia de nuestro operar al
distinguirlo, sino que se refiere a la vez a nuestro operar y a las coherencias de nuestro operar como seres
humanos observadores que surgimos como tales en el acto de distinguirnos reflexivamente en nuestro
operar como observadores, sin preexistir a nuestra propia distinción. De acuerdo a esto, cualquiera sea el
espacio de nuestras distinciones, las vivamos como concretas o abstractas, ocurren en el mismo espacio
fundamental, esto es, en el espacio de las coherencias de nuestro operar en nuestro vivir, y en el cual lo
que hacemos es en general adecuado para la conservación de nuestro bien-estar, aunque a veces no.
Un organismo implica con el operar de su vivir esa trama fundamental. El que pide ayuda quiere ver lo
que no ve, y como no sabe lo que no ve, sólo puede recibir ayuda de quien sabe que es lo que él o ella
no ve, a la vez que sabe que está en él o ella y no fuera de él o ella.

SOBRE LA MATRIZ RELACIONAL DEL AMAR

Vivimos todo lo que vivimos como válido en el momento de vivirlo, y en ese vivir tratamos como válidas
las coherencias operacionales que surgen como constituyendo el espacio relacional que emerge con
nuestro vivir. Esto es, al aceptar que en la experiencia misma no sabemos si lo que vivimos lo tratare-
mos más tarde como una ilusión o como una percepción, podemos darnos cuenta de que en tanto los
mundos en que vivimos surgen como surgen con nuestro operar, los seres vivos surgimos en ellos como
entes que implican desde las coherencias estructurales con que surgen, tanto la trama operacional de
su operar como la trama relacional y operacional de los mundos en que existen y en que pueden existir
con el operar de su vivir.
Todo ser vivo como organismo individual existe desde su operar como una singularidad estructural
histórica que vive y se conserva en un presente cambiante continuo, deslizándose en la realización y
conservación de su vivir en una trama relacional que surge con su vivir. Es más, el ser vivo vive en tanto
la trama relacional que surge con su vivir hace posible su vivir como un ámbito operacional cambiante
de bien-estar. La realización y conservación del vivir de un ser vivo como sistema autopoyético molecular
autónomo en su dinámica de cambio, implica en su operar, un medio molecular también autónomo en
su dinámica de cambio, de modo que el ser vivo vive solamente mientras se encuentra en el medio en
que realiza la trama relacional que le resulta acogedora y conservadora de su vivir. Y si esto pasa, pasa
espontáneamente, pues el devenir histórico de los seres vivos sucede en un proceso en el que los seres
vivos y las circunstancias de su vivir cambian juntos de manera congruente, o se mueren. De modo que
en tanto un ser vivo vive, ese ser vivo es el presente de ese devenir, y su estructura implica la trama
relacional en la que su vivir se conserva en el bien-estar: un ser vivo vive, conserva su vivir, sólo si el

27
terapia familiar y de pareja

medio cambiante que surge en su vivir le es acogedor, es decir, si es un medio amoroso, un medio que
hace posible que surja en su legitimidad operacional cualquiera sea su modo de vivir. La dinámica de
esa relación es la biología del amar, y comprender la biología del amar es entender esa relación en las
singularidades del vivir de cada clase de ser vivo, y de cada ser vivo en particular. Por esto el que mira
desde la biología del amar mira desde un mirar sin prejuicios ni expectativas, y ve la trama relacional
propia del vivir del ser vivo que contempla, y la ve en sus dimensiones de bien-estar y de mal-estar, y
puede escoger desde la ampliación del ver del amar el camino que quiere seguir en la relación. No es
extraño pues, que el camino que lleva al entendimiento profundo de cualquier ámbito del vivir humano
sea el camino del amar en la ampliación de la mirada que el amar desde sí implica.
En todo esto, la recuperación del bien-estar, con o sin ayuda, es un proceso que el ser humano vive des-
de sí en su espacio relacional como un aspecto de la soledad de la continua producción de sí mismo que
es su vivir cuando recupera el vivir en el amar-se a sí mismo que el respeto por sí mismo es. La ayuda
sólo modula el espacio en que cursa el vivir del que la pide, el que, en un sentido estricto, sale solo del
mal-estar relacional que vive cuando recupera el respeto y confianza en sí mismo, aceptando el funda-
mento amoroso de su íntima soledad. Por esto la acción de ayuda puede ayudar solamente si contribuye
a ampliar la aceptación de sí mismo del que la pide, al abrir el espacio relacional que le permite ver
su legitimidad biológica y humana. Y esto ocurrirá solamente si el que responde a la petición de ayuda
puede, desde el amar mirarse a sí mismo y guiar-dejar que se expanda en la persona que pide ayuda el
espacio relacional en que ella puede ver y, por lo tanto, vivir esa legitimidad desde sí misma.

¿CÓMO SUCEDE LO QUE SUCEDE?

En estas circunstancias, podemos preguntarnos: ¿Qué cabría decir desde el entendimiento de la matriz
biológica de la existencia humana que estaría operando en el proceso de recuperación del bien-estar del
vivir y convivir cuando éste se ha perdido? Veamos.
El ser vivo como sistema autopoyético existe en su vivir como organismo en una dinámica molecular
sistémica de continua producción de sí mismo. La continua producción de sí mismo del ser vivo ocurre
en la conservación de la configuración de producciones moleculares que constituyen la arquitectura
dinámica que un organismo es como sistema autopoyético. Todo lo que ocurre en el vivir de un orga-
nismo ocurre como un aspecto de la continua producción de sí mismo. En el vivir de un organismo no
hay enfermedad, nada funciona mal porque en el vivir no hay propósito ni intención, y lo que le ocurre
a un organismo en el fluir de su vivir es sólo un aspecto del fluir de su vivir. Así, cuando frente a lo que
como observadores desde nuestro vivir humano llamamos un daño o una enfermedad en un organismo
y hablamos de curación, cicatrización o regeneración en él, como un proceso biológico especial, nos
equivocamos y ocultamos el hecho de que el organismo sólo se encuentra en la continua producción
de sí mismo.
La enfermedad no existe en el fluir del vivir de un organismo, la enfermedad existe sólo en el vivir hu-
mano como una distinción que hace en su mirar reflexivo un observador en relación a ver un vivir que
él o ella no desea para sí, y que no desea para sí porque ve un mal-estar o un dolor y sufrimiento que
conoce desde su vivir cultural como ser vivo que existe en el “lenguajear”. De hecho, en el ámbito hu-
mano no hay enfermedad a menos que el vivir que en un momento dado se declara como enfermedad
sea distinguido por un observador como algo indeseable que no depende de la voluntad de uno y que se
desea cambiar. La mirada que distingue el vivir indeseable a la vez que la posibilidad de salir de ese vivir,
es la mirada que ve la matriz relacional en la que el mal-estar y el bien-estar ocurren como momentos
del vivir, mirada que es posible sólo desde la ampliación del ver que trae consigo el amar. Cuando se
suelta la certidumbre de que lo que se vive es lo que debe vivirse, cuando se abandonan las expectativas
sobre lo que debe suceder, cuando se dejan de lado las exigencias sobre el deber ser del otro o de sí
mismo, cuando se suspende la discriminación desde la verdad, surge la biología del amar y el bien-estar
aparece como un suceder natural del convivir que se convive. Y cuando aparece la biología del amar
se abre el camino para la recuperación del respeto por sí mismo, y la liberación del dolor. Esto es lo que
según nuestro pensar hacen las conversaciones liberadoras, posibilitan la reflexión en que se recupera
la biología del amar en el propio vivir desde el propio vivir.

28
parte UNO 1

Es porque el vivir en el bien-estar es un suceder natural del vivir y convivir humano, que si se pierde se
puede re-vivir y recuperar en un conversar desde la biología del conocer que guía la reflexión, en el ver
que el camino para esa recuperación del amar y amar-se, y ese re-vivir es uno mismo. Si eso sucediera,
nosotros diríamos que el conversar fue liberador. Tal vez otros dirían que hubo un efecto terapéutico.
El bien-estar en la conservación del vivir de un ser vivo está en la biología, y el bien-estar del vivir y con-
vivir del ser humano como ser vivo está en la biología humana. Al mismo tiempo, el bien-estar del vivir y
convivir humano como vivir y convivir humano propiamente tal, se vive distinto en los distintos mundos
culturales que como seres humanos generamos en nuestro vivir humano, y por esto se puede perder y
recuperar con o sin pérdida del vivir biológico de manera distinta en un ámbito cultural o en otro. Según
sea nuestro convivir cultural, según el conversar que guíe nuestro convivir o que guíe nuestro reflexionar,
será el vivir que vivamos. Si perdemos el bien-estar en un convivir cultural particular, entramos en el
dolor en ese convivir, y en ese convivir podemos atraparnos en el sufrimiento en la conservación recur-
siva de ese vivir en el mal-estar. Ocurre, sin embargo, que aunque los distintos dominios de convivencia
son disjuntos, su vivirlos se nos entrecruzan en nuestra corporalidad, y de hecho el dolor o la alegría de
que vivamos en uno de ellos modula en grado menor o mayor todas las dimensiones de todos nuestros
dominios del vivir y convivir.
Según sean las teorías filosóficas, las doctrinas científicas, los propósitos políticos, o las creencias re-
ligiosas que adoptemos para justificar o para guiar nuestro hacer y nuestro pensar, serán la redes de
conversaciones que se den en nuestro vivir y convivir. Y, por lo tanto, según sean las redes de conversa-
ciones que vivamos será el que nuestro vivir y convivir lo vivamos en el bien-estar o que nos atrapemos
en relatos, creencias y argumentos que nos llevan a conservar un convivir en el dolor y el sufrimiento.
Por esto un observador verá que lo que él o ella ve como liberación del dolor ocurre siempre como un
cambio cultural, como un cambio en la red de conversaciones que se vive y conserva con el propio vivir
en el presente cambiante continuo que se vive, cambio que recupera el vivir inconsciente y consciente
en la biología del amar perdidos como el fundamento del vivir y convivir cotidianos que se vive. Por
último, el observador verá que el vivir en el bien-estar como un vivir humano en la armonía inconsciente
y consciente de la biología del amar en todas las dimensiones de la matriz biológica de la existencia
humana, es a la vez el fundamento y el producto de un proceso dinámico de continuo deslizarse en el
convivir en el respeto por sí mismo y el respeto por el otro porque ese es el vivir y convivir que uno quiere
como ser humano Homo sapiens-amans amans.
También el observador puede ver que en nuestro vivir patriarcal-matriarcal hay variaciones del convivir
como las centradas en la arrogancia y la agresión que en nuestro presente competitivo conservan de
manera extrema el dolor y el sufrimiento desde la negación del amar. Estos modos de convivir ya han
surgido en el pasado como identidades culturales del tipo Homo sapiens-amans arrogans y Homo sa-
piens-amans agressans que han persistido en el aprendizaje de los niños por generaciones, y después se
han extinguido. Sin embargo, en el ámbito manipulativo presente de nuestra cultura patriarcal-matriarcal
estas formas de convivir pueden conservarse por muchas generaciones desde una transformación tecno-
lógica de nuestro espacio de existencia, y eventualmente dar origen a linajes biológicos independientes
que desplacen hasta su extinción al linaje fundamental Homo sapiens-amans amans que aún existe.
Hay muchas obras de ciencia ficción que evocan esta posibilidad.
Los seres humanos somos mamíferos amorosos, primates bípedos que pertenecen a una historia evo-
lutiva cultural centrada en la biología del amar, en una convivencia en el compartir y el colaborar, no
en la competencia y la agresión. Y es en ese convivir amoroso donde están ahora tanto nuestro bien-es-
tar biológico fundamental como nuestro bien-estar cultural, y de hecho nos enfermamos y eventualmente
morimos cuando se pierde ese convivir de manera permanente. Pensamos que ese convivir constituyó
el espacio relacional en el que surgió el “lenguajear” como un modo de convivir que al comenzar a ser
conservado de una generación a otra en el aprendizaje de los niños, más de tres millones de años atrás,
dio origen a nuestro linaje y a nuestro presente. Pensamos que las emociones guían el devenir evolutivo
animal en general, y pensamos que en la historia que nos dio origen fue la conservación de una gene-
ración a otra del entrelazamiento del “lenguajear” (sapiens) en el colaborar y el compartir (amans) en
el placer de la convivencia a través de los niños, lo que constituyó el inicio y la definición operacional

29
terapia familiar y de pareja

de nuestro linaje. Es por esto que también pensamos que nuestro linaje comenzó directamente Homo
sapiens-amans amans, y que el desamor es para nosotros tan destructor aún cuando pareciera que la
competencia y la lucha son centrales en nuestro vivir actual. Sin embargo, no lo son. Nuestro origen no
está en la competencia ni en la mutua agresión. Si así fuese, si nuestro fundamento biológico no fuese
amoroso, si el bebé humano no naciese en la confianza implícita de traer consigo al nacer un ámbito
amoroso, la preocupación por el bien estar del otro no sería posible. Las teorías desde donde decimos
que la competencia y la lucha son centrales en nuestra identidad humana, y que la autoridad, la domi-
nación, la obediencia, el éxito, el logro de un bien superior, el control, la jerarquía, etc., son aspectos
centrales de nuestra convivencia social, niegan la colaboración, el respeto por sí mismo y por el otro, la
ética y la responsabilidad y nos atrapan en el dolor y el sufrimiento como formas de vivir y convivir. Es en
tanto somos biológicamente seres que nacemos amorosos cuyo bien-estar ocurre en el ser vistos, en el
ser respetados, en el verse y respetarse a sí mismo desde y en la biología del amar, que sólo la biología
del amar nos devuelve y conserva la salud en nuestra unidad psíquica y corporal pues ésa es la fuente
última de nuestro bien-estar, y es de hecho el fundamento relacional que directa o indirectamente nos
libera del dolor y sufrimiento cultural.

Por último

En fin, todo lo dicho revela mi pensar presente en relación al tema de la terapia según como ha surgido
y se ha transformado desde que Ximena Dávila me mostró cómo opera ella con la dinámica relacional
que entrelaza en el vivir a la biología del conocer y a la biología del amar desde el entendimiento global
de esa dinámica que evocamos al hablar de la matriz biológica de la existencia humana. En el presente
cultural que vivimos no entendemos la matriz relacional de nuestra existencia atrapados en teorías que
pretenden ser realistas, u objetivas, en la búsqueda de justificaciones racionales sobre nuestro vivir
con la esperanza de tener certezas que de alguna manera nos saquen de la culpa que en el fondo no
podemos dejar de sentir con respecto al sufrimiento que generamos en el mundo natural y el mundo
humano. Esta actitud de búsqueda de alguna argumentación racional para generar un bien-estar que nos
tranquilice sobre nuestro hacer, nos ha llevado primero a negar nuestro vivir emocional, luego a querer
encontrar inicialmente en la tecnología material y después en la tecnología biológica y relacional, un ca-
mino redentor que oculte la codicia, ambición y arrogancia que guían nuestro hacer en nuestro presente
cultural. Pero nuestros conflictos del vivir y convivir no son racionales, son de nuestro vivir y convivir
emocional, pertenecen al ámbito de nuestros deseos y de nuestra conciencia o negación de nuestra
conciencia de nuestros deseos. Actuamos como si la razón guiase o pudiese guiar nuestro hacer, y no es
así. Todo argumento racional, todo pensar racional, se funda en premisas, puntos de partida, o nociones
aceptadas a priori desde la emoción, desde las preferencias, desde los deseos. Nuestro vivir y el vivir
de los seres vivos, en general, sigue un curso continuamente definido desde el “emocionear”. A lo largo
de nuestra historia, los seres humanos hemos dicho mucho que somos seres racionales, pero no es así,
como todos los seres vivos, somos seres emocionales cuyo vivir está siempre guiado por el “emocionear”,
desde las bacterias hasta nosotros, los seres humanos. Lo peculiar nuestro, es que como seres que
existimos en el “lenguajear” podemos operar en la reflexión en un acto que suelta nuestra certidumbre
sobre nuestro presente y nos abre la posibilidad de escoger el espacio racional en que queremos realizar
nuestro hacer desde un cambio emocional que nos expone a las implicaciones de nuestros deseos. En
fin, podemos usar nuestro razonar para justificar o negar ante otros o a nosotros mismos las emociones
que nos guían, pero nunca es la razón lo que guía nuestro vivir y convivir sino que siempre es nuestro
“emocionear”. Nuestra reflexión puede llevarnos de modo más o menos intenso a cambiar de espacio
relacional, de modo que surge un nuevo curso racional en nuestro vivir, pero este nuevo curso racional
surgirá, insisto, guiado desde el “emocionear” de ese nuevo ámbito relacional. Sin duda la razón es fun-
damental en el fluir de nuestro vivir y convivir ya que, entrelazada con nuestro “emocionear”, constituye
la dinámica de nuestro hacer que estructura los espacios operacionales en que surgimos en el curso en
nuestro “lenguajear” y “emocionear” en nuestro conversar.
En estas circunstancias, el ver la naturaleza cultural del dolor por el que se pide ayuda, abrió en mí
una mirada que antes no tenía, y que amplió mi entendimiento de la dinámica operacional y relacional
que en el vivir entrelaza a la biología del amar y la biología del conocer en un vivir biológico-cultural. Y

30
parte UNO 1

es esta ampliación del mirar lo que me permitió ver con más profundidad que la naturaleza de nuestro
presente cultural conservador extremo del dolor que ese mismo vivir cultural genera, está en la negación
sistemática que ese mismo vivir genera, tanto de la biología del amar como de la reflexión que permitiría
recuperarla. Por último, la observación de Ximena Dávila de que el dolor por el que se pide ayuda es
siempre de origen cultural, nos muestra también que la salida de esa trampa cultural es posible sólo si el
que la vive llega a ver que él o ella misma es la fuente y realización de la biología del amar cuya negación
cultural lo atrapa en el dolor y sufrimiento.

La poética del vivir

Nuestra vida como seres humanos ocurre en muchas dimensiones que se entrecruzan en su realización
en nuestra corporalidad como el substrato operacional en el que se da todo lo que hacemos. Así, en el
fluir de nuestro vivir podemos simultánea o alternativamente ser poetas, artesanos, médicos, brujos, san-
tos o bandidos, etc., en un juego de múltiples personalidades o maneras de ser y hacer que se afectan
mutuamente aunque a veces queremos vivirlas de maneras independientes. Y en este juego de múltiples
personalidades surgen muchos mundos distintos que se entrelazan en una trama recursiva de símbolos
y evocaciones, en un “emocionear” que le puede dar encanto, luminosidad, melancolía u oscuridad de
tragedia, a un vivir cuyo fundamento último es moverse en una sensorialidad acotada al comer y dormir.
Nuestro vivir en la recursividad del vivir y convivir en el conversar, ocurre como una apertura a un infinito
cambiante de existencias, pero cualquiera sean éstas se realizarán siempre en la dinámica de nuestra
corporalidad como el único fundamento operacional de todo lo que vivimos en un vivir biológico que
hace posible todo lo que hacemos, somos, o podemos ser. A veces nos parece que nuestro ser lo que
somos como seres biológicos nos limita, y añoramos un vivir espiritual distante de la materialidad del
vivir cotidiano, seducidos por los mundos abstractos de la filosofía, de la poesía, o de las religiones, que
parecen más permanentes y puros por su carácter esencial. Sin embargo, esos mundos que nos parecen
abstractos y trascendentes, de hecho no lo son, ya que sólo existen en la realización biológica de nuestro
vivir relacional como distintas redes de conversaciones que constituyen distintos modos de realizar el
vivir relacional fundamental de la conservación del vivir. Y es en esa íntima intersección de lo abstracto
relacional y la concretitud operacional de lo biológico, donde se dan el dolor y el sufrimiento que nos
acongoja en nuestro vivir humano. Es en esa intersección donde vivimos el abandono, la negación, el
rechazo, la traición, el engaño y la mentira, como situaciones que violan nuestra dignidad humana. Y
es también en esa intersección donde nosotros mismos somos el fundamento y la posibilidad de vivir la
reflexión en el amar, como el proceso de ampliación de la mirada que lleva a la recuperación del respeto
por sí mismo, la libertad, la autonomía, la confianza en la propia legitimidad.
Durante los últimos siete u ocho mil años, la mayoría de los seres humanos hemos vivido, en un grado
mayor o menor, inmersos en el dolor y el sufrimiento que genera la cultura patriarcal-matriarcal con el
vivir en relaciones de dominación y sometimiento, desconfianza y control, que la caracteriza. Es más, a lo
largo de esa misma historia han surgido distintos intentos de encontrar un camino de liberación del dolor
y el sufrimiento que se vive, desde distintas orientaciones reflexivas y explicativas. Veámoslas.

ORIENTACIÓN PSICOLÓGICA ORIENTAL

Las cuatro nobles verdades del budismo: hay sufrimiento, el origen del sufrimiento es el apego, el sufri-
miento puede cesar, el camino para que cese el sufrimiento es la meditación que lleva al no-apego.
Esta orientación es estrictamente psicológica desde un trasfondo conceptual que acepta que el propósito
fundamental del vivir humano es la liberación del dolor y el sufrimiento que trae consigo el apego a lo
transitorio y efímero. El pensar budista surge en el seno de la cultura patriarcal-matriarcal India de hace
2.500 años atrás, en un trasfondo relacional de naturaleza jerárquica, en el que lo que se busca es un
logro que de alguna manera a uno lo hace superior, logro que se debería poder obtener mediante un mé-
todo efectivo. Dado el carácter patriarcal-matriarcal de la cultura de la época aunque existe la compasión
el carácter jerárquico de las relaciones niega el amar. Así, cuando Buda se ilumina se da cuenta de que
el entendimiento que ha obtenido no se puede enseñar sino que sólo se puede evocar. Sus seguidores le

31
terapia familiar y de pareja

piden que enseñe por compasión hacia aquéllos que están avanzados en el camino y que sólo necesitan
un poco de ayuda, sin comprender lo que Buda dice porque lo escuchan desde el trasfondo cultural en
que viven, y se atrapan o enajenan en la búsqueda de un procedimiento o método efectivo que asegure
la iluminación. Todo esto hace que la búsqueda del no-apego a través de la meditación sea larga y difícil,
ya que éste ocurre sólo al vivir en el amar, y para que la meditación abra el camino al no-apego, quien
medita tiene que salir de la cultura patriarcal-matriarcal y encontrar el camino del amar, que era aquello
que Buda decía que no se podía enseñar.

ORIENTACIÓN MÍSTICA OCCIDENTAL

Jesús dice: “Yo soy amor... yo soy el fin y el camino”.


Las enseñanzas de Jesús que son de una orientación estrictamente mística, indican que la gracia divina
está en el amar y que el amar es a la vez el camino hacia la presencia de la gracia divina y la gracia
divina misma. Jesús invita al amar, pero no se le entiende. Se la quiere rey, autoridad. Él quiere disolver
la cultura patriarcal-matriarcal en que se encuentra inmerso, pero no lo logra porque se le escucha desde
ella. El amar no existe en la cultura patriarcal-matriarcal, y cuando Jesús habla de amar, quienes le
escuchan entienden compasión o solidaridad. La compasión y la solidaridad que sí existen en la cultura
patriarcal-matriarcal, no evocan amar porque implican como fundamento de su operar la discriminación
jerárquica. Un observador dice que hay amar cuando ve que alguien se conduce de modo que él mismo,
el otro, la otra, o lo otro, surge como legítimo otro en convivencia con él o ella. El amar ocurre sin expec-
tativas, no espera retribución y es unidireccional.

ORIENTACIÓN PSICOLÓGICA OCCIDENTAL

Terapia psicológica. La orientación del intento terapéutico psicológico es hacia la obtención de la re-
cuperación de la salud psíquica con procedimientos que pretenden ser solidarios, con un mirar biológico
científico racional bajo la forma de procedimientos psicológicos y químicos que, aunque se los declara
sistémicos son, como muestra Ximena Dávila, métodos de terapia de aplicación lineal. La orientación
del intento terapéutico, sin duda surge desde el trasfondo amoroso fundamental humano, pero surge
en un propósito de ayudar que busca operar con un método o procedimiento, que en general resulta
enajenador porque quiere ser efectivo como tal, y ésa es su debilidad.

ORIENTACIÓN DESDE LA BIOLOGÍA DEL AMAR

Evoquemos con cuatro aforismos lo que nos muestra Ximena Dávila:


• El dolor y el sufrimiento relacional por el que se pide ayuda son siempre de origen cultural.
• El dolor y el sufrimiento relacional por el que se pide ayuda surgen de la negación cultural recursiva
del respeto y el amor por sí mismo que se vive en una cultura centrada en relaciones de dominación
y sometimiento a la vez que de desconfianza y control.
• En tanto el dolor y el sufrimiento relacional por el que se pide ayuda surgen de la negación cultural
recursiva del respeto y el amor por sí mismo, pueden desaparecer si se recuperan el respeto y el amor
por sí mismo.
• El camino para la recuperación del respeto y el amor por sí mismo es el de la recuperación de la con-
ciencia emocional de que se es biológicamente un ser amoroso que existe en la dinámica entrelazada
de la biología del conocer y la biología del amar.
El quehacer evocado por estos cuatro aforismos ante una petición de ayuda por un dolor relacional,
surge desde el entendimiento de la naturaleza biológica del ser humano fuera de la cultura patriarcal-
matriarcal. Por esto el conversar reflexivo en el entendimiento de la biología del conocer y la biología
del amar con que Ximena Dávila responde ante una petición de ayuda no tiene intención terapéutica,
y su orientación, como ella siempre dice, es crear un conversar relacional acogedor que permita a la
persona que pide ayuda encontrarse con su fundamento humano amoroso en su presente relacional.

32
parte UNO 1

Este conversar, que resulta liberador del dolor y del sufrimiento, cuando a través de él se recuperan el
respeto y el amor por sí mismo desde el bien-estar relacional que trae consigo la conciencia emocional
de que se es un ser biológicamente amoroso y se ve el presente del propio vivir desde el entendimiento
poético de la dinámica entrelazada de la biología del conocer y la biología del amar, es lo que ella
llama conversaciones liberadoras. El trasfondo reflexivo de las conversaciones liberadoras es sin duda
de carácter occidental, pues surgen desde el entendimiento biológico, antropológico y poético, de que los
seres humanos somos, en nuestra biología, seres primariamente amorosos que se enferman en cuerpo
y alma si se hallan en un convivir que les niega o restringe su vivir en el amar, pero su intención no es
terapéutica sino que reflexiva.
Es posible que se diga que sabemos todo esto desde hace mucho tiempo. Sí, lo sabemos en la dinámi-
ca emocional de nuestro vivir, pero lo olvidamos o lo negamos al vivir en el sometimiento del desamor
fundamental de la cultura patriarcal-matriarcal que vivimos, y nos atrapamos en la búsqueda de una
efectividad operacional que inevitablemente nos ciega ante nosotros mismos, el otro, la otra o lo otro, en
la tentación inconsciente de la certidumbre del saber. Por esto, para no enajenarnos o liberarnos de esta
enajenación, tenemos que entender la trama relacional en que se da nuestra existencia humana como
seres emocional y racionalmente conscientes de nuestro hacer en los mundos que generamos en nuestro
vivir y convivir. Y para hacer esto es necesario que entendamos la matriz biológica relacional en que se da
nuestra existencia como seres conscientes capaces de comprender su propio existir, entendimiento que
Ximena Dávila y yo connotamos al hablar de la matriz biológica de la existencia humana.
Al hablar de la matriz biológica de la existencia humana evocamos también el carácter poético de
nuestro ser seres humanos, seres que en tanto somos continuos creadores de los mundos que vivimos,
vivimos en un cosmos que surge también en la poética de nuestro vivir y convivir. Los seres humanos
somos seres poéticos: existimos en un espacio molecular pero vivimos en un mundo relacional; somos
sistemas determinados en nuestra estructura, pero existimos en un espacio poético relacional en el que
lo que nos guía en último término es el amar o la negación del amar. Lo que admiro del quehacer y
entendimiento de Ximena Dávila es cómo responde ella a quienes le piden ayuda con una conversación
que resulta liberadora del dolor y el sufrimiento cultural en la poética del amar. Al hacerse cargo de que
el dolor y el sufrimiento por el cual se pide ayuda desde la negación cultural, Ximena Dávila hace algo
que yo intuía y no había podido hacer: muestra la dinámica relacional de la biología del conocer y la
biología del amar en el convivir, amplía mi entendimiento de esta dinámica, revela que el efecto liberador
del dolor y sufrimiento cultural ocurre cuando se recuperan el respeto y amor por sí mismo, desde el
silencio reflexivo íntimo del operar relacional de la biología del conocer y la biología del amar, y muestra
también que este operar se puede guiar de manera emocional consciente si no se usa como un método
para obtener un resultado.

Epílogo

LA GRAN DIFICULTAD

La cultura patriarcal-matriarcal que vivimos ha estado desde sus inicios, unos doce mil años atrás, orien-
tada a la búsqueda de procedimientos efectivos para lograr doblegar el curso de los sucesos del mundo
que se vive, en el supuesto implícito creciente de que éste es externo al ser humano y, por lo tanto,
manipulable. Así, desde esa actitud cultural, cuando uno aplica un procedimiento o un método, lo hace
en la confianza de que éste tiene la capacidad de producir o asegurar el resultado que se desea obtener.
Por lo mismo, la búsqueda de una metodología de acción terapéutica efectiva, trae consigo la creencia
implícita inconsciente de que es posible especificar a través de ella lo que ocurrirá en el pensar y el sentir
de la persona que pide ayuda. Sin embargo, la efectividad de cualquier método o procedimiento requiere
que el espacio operacional donde se aplica, cumpla con ciertas características fijas o constantes, y eso
nunca se puede asegurar en el ámbito del vivir y convivir humano. Y es así porque las personas siempre
pueden cambiar de parecer o sentir sobre lo que está ocurriendo con ellas o lo que están haciendo o
pensando, y cualquier intento de hacer efectiva la aplicación de un método o técnica relacional para
obtener un cambio conductual sin hacerse cargo de esto, genera cegueras que restringen la reflexión. Es

33
terapia familiar y de pareja

por esto que Ximena Dávila y yo pensamos que lo fundamental ante una petición de ayuda relacional
es escuchar y actuar desde el entendimiento de la dinámica que entrelaza la biología del conocer y la
biología del amar de modo que sea este entendimiento lo que guía la conversación reflexiva sin tener la
atención puesta en un resultado terapéutico. Pensamos que es sólo desde la libertad de reflexión que esa
actitud trae, que es posible contribuir a que se abra el espacio relacional que permitirá a la persona que
solicita ayuda, hacerse consciente de que ella misma es el origen de su bien-estar o de su mal-estar, y
así redescubrirse a sí misma encontrando que ella en su presente, y desde su presente como ser biológi-
camente amoroso, es la fuente y realización de su salida de la trampa cultural de sufrimiento psíquico y
fisiológico en que se encuentra. Y es por esto mismo que en el Instituto Matríztico procuramos entregar
autonomía reflexiva a nuestros alumnos con la formación en el entendimiento de la matriz biológica de
la existencia humana a través de la biología del conocer y la biología del amar, enseñando lo que lla-
mamos el pensar ontológico constitutivo desde la conciencia, entendimiento biológico de que el mundo
que vivimos surge con nuestro hacer en nuestro vivir y convivir cotidianos.

34
1

c a p í t u l o

2
Diálogos reflexivos.
Recibiendo y respondiendo a las expresiones del Otro para así
expandir las posibilidades del Otro de continuar

Tom Andersen*

“...Y no debemos proponer ninguna teoría. No debe haber nada hipotético en nuestras
consideraciones. Toda explicación tiene que desaparecer y sólo la descripción ha de
ocupar su lugar. Y esta descripción recibe su luz, esto es, su finalidad, de los problemas
filosóficos. Éstos no son ciertamente empíricos, sino que se resuelven observando el fun-
cionamiento de nuestro lenguaje, y justamente de manera que éste se reconozca, a pesar
de una inclinación a mal entenderlo. Los problemas no se resuelven mediante la entrega
de nueva información sino que ordenando lo que siempre hemos sabido. La filosofía es
una lucha contra el embrujo de nuestro entendimiento por medio de nuestro lenguaje”.
Ludwig Wittgenstein. Investigaciones filosóficas, N° 109.

“Una figura nos tuvo cautivos. Y no podíamos salir, pues reside en nuestro lenguaje y éste
parece repetírnosla inexorablemente”.
Ludwig Wittgenstein. Investigaciones filosóficas, N° 115.

Dos situaciones en el lapso de seis meses


con los mismos actores

LA PRIMERA

Se encuentran tres personas conversando (la esposa Amanda, su marido Peter, y la terapeuta Anna),
además de otras dos, que escuchan sentadas más lejos (en adelante ella y él).
Éstas son transcripciones del encuentro en el que tanto Amanda como Peter se conmovieron al hablar.
Amanda dijo estar enojada casi todo el tiempo, y su enojo la invadía casi totalmente en ese momento.
Estaba particularmente enojada con su marido, que no les prestaba ni a ella ni a sus hijos la atención
que necesitaban: “¡No nos ves! ¡Quiero que me veas!”. Se sentía herida cuando él prefería leer el diario
o mirar la televisión con un vaso de vino en lugar de hablar con ella. Se notaba herida cuando habla-
ba, lo que se manifestó cuando dijo: “Me siento como una extraña en mi propio hogar”. Hablaba con
intensidad y al hablar aumentaba su compromiso: “Cuando era joven sonreía todo el tiempo. Era una
niña muy, muy buena. Pero eso en parte era un juego”, dijo y empezó a hablar más despacio aunque
mantuvo su compromiso, si bien un poco más suavizado. Peter se disculpó y dijo que podía entender

* Tom Andersen dice: “Siento que todos los lugares en que me toca trabajar, es en Sudamérica donde me siento más a
gusto. Creo que se debe al evidente interés, gran compromiso y asistencia significativa de los sudamericanos a mis char-
las. Este genuino compromiso se manifiesta en sus deseos positivos hacia el Otro, lo cual me hace sentir bien partícipe
de una conexión de solidaridad”.

35
terapia familiar y de pareja

fácilmente que ella estuviera disgustada y que comprendía que debía comportarse en forma diferente.
Sin embargo, no era capaz de hacerlo. No podía concentrarse bien y se olvidaba fácilmente de las cosas.
Ni siquiera podía recordar mucho acerca de su infancia. Había muchos agujeros negros en su memoria,
y dijo con una mirada triste: “Siento que he perdido mi historia”. Había ido a ver a un médico que le
había dicho que tenía trastorno de déficit de atención con hiperactividad (ADHD) y que le recetó una
pastilla, y dijo Peter con creciente ansiedad en su voz: “Espero que la pastilla mágica destrabe mi cere-
bro”. Repitió tres veces la palabra “destrabar”, mostrando en su rostro la esperanza que parecía seguir a
la palabra. Amanda trató de escucharlo con atención, pero era obvio que ella también pensaba en otra
cosa, y se preguntó si su enojo sería heredado, ya que su padre también solía estar muy enojado. Anna,
la terapeuta, quería que le contara más acerca de su padre y Amanda dijo: “Tenía un gran frasco lleno
de pepinillos. Le encantaba comer pepinillos cuando llegaba a casa después del trabajo. Pero un día,
cuando tenía trece años, alguien empujó el frasco y éste se cayó y se rompió. Mi madre salió a recorrer
las calles en busca de un nuevo frasco. Y encontró uno, llegó a casa y lo llenó de pepinillos antes de que
él llegara. Pero, cuando vio que el frasco no era el suyo, lo tiró al suelo y lo destrozó”. Se rio al contar
esto, y si bien esto había ocurrido veinte años atrás, todo su cuerpo participaba en los movimientos de la
risa. Peter hizo un comentario acerca de lo que se comentaba del enojo, diciendo que había visto mucho
enojo en su vida, en su padrastro, pero que había aprendido a protegerse de éste. En realidad había
aprendido a protegerse de los sentimientos en general.
Anna, la terapeuta, preguntó si las dos personas que estaban en la habitación y que habían escuchado
querían decir algo.
Ella dijo suavemente, volviéndose a él, la había conmovido mucho escuchar a Amanda diciendo que se
sentía como una extraña en su propio hogar, y agregó: “Cuando Peter habló de no poder recordar mucho
de su infancia, tuve una imagen de Peter viajando por un camino y deteniéndose de vez en cuando
para mirar a su alrededor y diciendo: ¡Esto es mío! Puede ser que lo que he dicho suene extraño, pero
ésa fue mi imagen”. Él le dijo a ella que había escuchado dos palabras importantes, una era “destrabar”,
y la otra era “enojo”. “Cuando Amanda habló del enojo entre ella y Peter, me pregunté si habría más
sentimientos en el enojo que sólo enojo. En realidad, cuando su discurso se fue desarrollando, yo tenía
respuestas para esa pregunta, cuando ella dijo que sonreía todo el tiempo cuando era niña, pero que
en parte era un juego, entonces, pensé que había más sentimientos en sus sonrisas que sólo felicidad.
Y cuando habló de su padre destruyendo el frasco, me pregunté si su padre estaría tan enceguecido por
el enojo que no podía ver el esfuerzo que habían hecho los otros miembros de la familia para reponer el
primer frasco”. Él le habló luego a ella acerca de la palabra de Peter, “destrabar”: “Entendí por la forma
en que hablaba, que destrabar es una palabra importante, sin embargo me pregunté si era adecuada.
¿Con quién podía hablar para averiguarlo? Y si la palabra destrabar resulta ser una buena idea, ¿quién
debería estar allí para prestarle atención cuando ‘destrabe’ la palabra?”.
Amanda, Peter y Anna escuchan con atención, como si estuvieran capturados por las palabras que oye-
ron. Amanda empezó a decir: “Me olvido tan fácilmente de cuán importantes son estas retroalimentacio-
nes”. Luego se puso muy pensativa y miró para otro lado, y las cuatro personas restantes en la habitación
la miraron con discreción. Luego, después de veinte segundos, murmuró: “¡No puedo hablar!”. Anna le
respondió con mucha suavidad: “No es necesario que hables”. Amanda se apartó pensativa, “llorando
a mares”. Luego de más de un minuto de silencio le dijo a Peter: “Tal vez destrabar sea bueno para
otros... pero tal vez te encuentres con más dolor... más silencio... y enojo y ceguera... más silencio...
sí, porque cuando estoy enojada no te veo, Peter... ¡no te veo!”. Peter dijo: “Es un gran privilegio que
alguien escuche lo que digo y que me devuelva algunas ideas. Me escudo de los sentimientos, pero
me impactó mucho que lo que dije hiciera que me devuelvan en forma tan coherente lo que pensaba
y lo que sentía... –volviéndose a Amanda– ¿Qué te ha hecho pensar que no debería destrabar?”. Ella:
“Podrías abrir más puertas, no podemos saber si estás listo para eso...”.
Anna, la terapeuta, se enteró que hubo menos tensión en el matrimonio luego de la reunión, pero esta-
ban esforzándose por abrir puertas y habían retomado su relación íntima, la que había estado “muerta”
por algún tiempo.

36
parte UNO 2

LA SEGUNDA

Seis meses después Amanda, Peter, Anna y él volvieron a reunirse.


Amanda dijo que en su relación había más conciencia, más apertura. Pero que aún seguía insatisfecha:
“Espero y espero... pero... (eleva la voz, sacude las manos y habla con más rapidez) ¡quiero más!,
¡quiero que me digas más!, ¡que me hables más!”. Peter levanta los brazos y se pone las manos detrás
del cuello. Parece sentirse incómodo, y espera a que ella termine antes de decir: “A menudo siento
que muchas cosas me caen encima... y no puedo seguirlas tan rápido... necesito almacenar lo que
escucho por un tiempo antes de poder procesarlo... necesito conservar lo que he escuchado antes de
poder procesar mis pensamientos... y entonces no me siento preparado para recibir más...”. Amanda
interrumpe haciendo referencia al día anterior cuando Peter no le había contestado: “¡Tal vez ni siquiera
me oíste!”. Peter la interrumpe, mientras ella sigue hablando; es obvio que ninguno escucha al otro.
Cada uno quiere que el otro oiga, en vez de escucharse. Anna se vuelve a él y le pregunta lo que piensa,
él responde: “Oí que Amanda afirmó que había más conciencia y más apertura en su relación, lo cual
hizo que me preguntara ¿cuán grande es la apertura y a dónde apunta? ¿es una apertura significativa
o pequeña? Y luego le oí decir a Peter que tenía que retener por un tiempo lo que escuchaba (él hace
un gesto como de retener con las manos las palabras) para procesar sus ideas. Este procesar sus ideas
es lo que yo entiendo que Amanda espera. Espera que Peter pronto esté listo para oír las palabras que
ella quiere que oiga. Después pensé en la apertura, ¿puede ser usada para comunicarse con algo más
que palabras? ¿podría ser utilizada también para que se tomen de las manos? Amanda podría posar su
mano sobre la de Peter y comunicar con esto: ‘Estoy a la espera de lo que quieras decir’, mientras Peter
podría acariciar la mano de Amanda comunicándole: ‘Entiendo que necesitas tiempo para procesar tus
ideas’”.
Mientras él habla, Peter busca la mano de Amanda, y cuando termina de hablar las manos de ambos se
encuentran entrelazadas. Poco después, Peter habló extensamente, mientras Amanda lo escuchaba con
atención. Dijo cuán abrumado se sientía al ver una relación tierna entre un padre y sus hijos, y a medida
que la reunión proseguía, se fue acercando cada vez más a los agujeros negros de su infancia, que no
había podido recordar. Fueron momentos de grandes dificultades entre él y su padre, quien temprana-
mente lo abandonó junto y a su madre. Aunque la vida había sido muy difícil antes de que el padre los
abandonara, la incertidumbre que se creó con su partida aún los perturba.

Reflexionando

Ella y él reflexionaron sólo acerca de lo que oyeron. Las palabras acerca de las cuales ambos reflexiona-
ron eran aquéllas que en opinión de ambos tenían un fuerte sentido personal para la pareja. En el primer
encuentro: “Peter no podía recordar su pasado”, “el enojo de Amanda”, “el enojo del padre de Amanda”,
“destrabar”; y en el segundo encuentro: “apertura”, “conciencia”, “retener”, “almacenar y procesar los
pensamientos”. Ambos empezaron por repetir con cuidado las palabras de Peter y Amanda antes de
ofrecer sus reflexiones. El que se repitieran sus palabras hizo que Amanda y Peter comprendieran que
habían sido escuchados y que había testigos de lo que habían dicho.
Las reflexiones de él y ella ampliaron y agregaron nuevas ideas al significado que las palabras tenían
previamente.

Esquema de una conversación

La persona a la izquierda habla y la persona a la derecha escucha. Quien oye no sólo escucha cada
palabra, sino que también observa de qué forma el que habla recibe sus propias palabras (Figura 2-1).
Quien escucha observa que algunas de las palabras emitidas por el que habla no sólo son recibidas y
oídas por el mismo hablante, sino que también lo conmueven. Estos movimientos del hablante pueden
verse y hablan por sí mismos. Algunas veces se ensombrece el rostro del hablante, sus manos pueden
estar cerradas o abiertas, puede toser, puede deslizarse alguna lágrima, o bien puede hacer una pausa,

37
terapia familiar y de pareja

etc. Quien escucha comprende que las palabras dichas conllevan un significado que hace que el ha-
blante vuelva a experimentar algo que ha vivenciado antes, sin comprender qué es. No es infrecuente
que el que escucha se conmueva al notar que el que habla se ha emocionado. Aquellos momentos en
los que ambos están conmovidos son buenos para formular una pregunta o un comentario, que a su
vez mantienen en movimiento al hablante y a la situación en general. Un cambio o la expansión de las
expresiones en movimiento pueden causar una comprensión nueva de una situación difícil, o una nueva
idea acerca de cómo se sorteará el paso de este momento, que tal vez es problemático, a otro, esperando
que sea menos difícil.

Figura 2-1
Esquema de una conversación.

Algunas pautas prácticas

La persona que habla con la familia puede beneficiarse con esto; es importante que quienes deseen
hablar puedan hacerlo, pero más importante aún es que aquéllos que no lo deseen tengan también esa
posibilidad. Es importante que aquéllos que deseen hablar, hablen acerca de lo que prefieran, pero es
mucho más importante que no hablen de lo que no quieren hablar.
Nadie habla con cualquier otro, acerca de cualquier tema, en cualquier momento, del modo que sea;
cada uno selecciona cuidadosamente a quien le habla, de qué tema, de qué forma y en qué momento.
Es importante que aquéllos que desean hablar seleccionen un tema, y empleen las palabras y expresio-
nes que prefieran y que se les dé el tiempo necesario para expresarlo. Es importante también que no se
interrumpa al hablante.
Es importante que el hablante diga lo que quiere que sea escuchado, y no necesariamente lo que el
terapeuta o el investigador quieren escuchar.
Aquéllos que sólo escuchan y que van a reflexionar, sólo lo harán acerca de lo que escucharon.

Diez supuestos acerca del lenguaje y sus significados

Dado que se le ha prestado tanta atención a las conversaciones, tanto a lo que se dijo originariamente,
como a las reflexiones al respecto, debo decir algo más acerca de las palabras, su expresión, y otras
manifestaciones.

38
parte UNO 2

Lo que aquí escribo está muy condensado al compararlo con las fuentes a las que hace referencia. Las
fuentes escritas fueron: Ludwig Wittgenstein (Wittgenstein, 1953, 1980; Von Wright, 1990, 1994;
Grayling, 1988; Gergen, 1994; Shottter, 1996); Lev Vygotsky (Vygotsky, 1988; Morson, 1986; Shotter,
1993, 1996); Jacques Derrida (Sampson, 1989); Michael Bakhtin (Bakhtin, 1993; Morson, 1986;
Shotter, 1993, 1996); y Harold Goolishian (Anderson, 1995).
La colaboración que he prestado a otros psicoterapeutas a lo largo de los años, en especial a Aadel
Bülow-Hansen y Gudrun Ovreberg, ha sido una importante influencia en el desarrollo de estas ideas
(Ovreberg, 1986; Ianssen, 1997). Otras fuentes también han sido mis propias experiencias al poner
estos supuestos en práctica. Haber participado en muchos procesos reflexivos en circunstancias muy
diferentes no ha sido menos significativo para poder formular estas ideas. Estos procesos son conver-
saciones abiertas, donde las preguntas y las respuestas provienen de todas las perspectivas presentes
(Andersen, 1995).
• El lenguaje se define aquí como todas las expresiones que se consideran de gran importancia en
la perspectiva común mencionada. Éstas son variadas, por ejemplo: hablar, escribir, pintar, bailar,
cantar, señalar, llorar, reír, gritar, golpear, todas ellas son actividades corporales. Cuando estas ex-
presiones, que son corporales, tienen lugar en presencia de otros, el lenguaje se convierte en una
actividad social. Nuestras expresiones son ofrecimientos sociales para participar en el vínculo con los
otros.
• Necesitamos las expresiones para crear significados. Si un tipo de expresión no es posible, como las
palabras o el hablar, otro tipo de expresión, como el pintar, podría perfectamente hacer posible la
creación de sentido.
• Las expresiones vienen primero, luego siguen los significados. Los significados se crean. Harry
Goolishian solía decir: “No sabemos lo que pensamos antes de haberlo dicho”.
• El significado está en la expresión, ni debajo, ni detrás de ésta. Los significados en las expresiones,
como por ejemplo en las palabras, son muy personales y, el escuchar algunas palabras, nos retro-
traerá y nos hará volver a experimentar algo que ya habíamos experimentado.
• Las expresiones son informativas, es decir, cuentan algo acerca de nosotros a los demás y también
a nosotros mismos. Ahora pienso que, cuando hablo en voz alta, ante todo me hablo a mí mismo,
dado que las palabras que expreso están muy fuertemente conectadas a mi propio entendimiento.
Al escuchar cuidadosamente lo que yo mismo digo, puedo investigar mi propio entendimiento. Las
expresiones también son formativas, nos convertimos en aquello que somos cuando nos expresamos
en la forma en que lo hacemos. Sería más apropiado decir: “El abuelo siempre hacía algo bonda-
doso, y entonces siempre era bueno”, en lugar de decir, “El abuelo era bueno” o “El abuelo tenía
tanta bondad”. Al emplear los verbos ser y tener “sin” incluir el tiempo y el contexto, uno fácilmente
puede quedarse embrujado por las propias palabras, creyendo que lo que describió es algo estático:
“El abuelo es bueno”; tiene ese carácter, o, “El abuelo tiene mucha bondad”; tiene una personalidad
buena. Cuando nos decimos eso a nosotros mismos, fácilmente podemos proveernos de la idea que
un ser humano tiene tanto carácter como personalidad.
• Las expresiones, tanto en las conversaciones internas y personales, como en aquéllas externas y so-
ciales, están acompañadas de movimientos. Aquéllos que siguen a las conversaciones interiores son
ligeros y leves, mientras que los que acompañan a las conversaciones externas son más notorios, por
ejemplo, mover las manos. En ocasiones, tanto los terapeutas como los investigadores se equivocan
cuando dicen que: “La palabra hablada no se corresponde con el lenguaje corporal”, por ejemplo,
cuando una persona dice con una expresión de tristeza en el rostro: “Estoy tan contenta”. Considero
que las palabras “Estoy tan contenta” constituyen el ofrecimiento social al vínculo con el otro, mien-
tras que la expresión de tristeza en el rostro corresponde a un diálogo interior, muy probablemente
triste, que seguramente la persona no quiere contarle al otro. Por lo tanto, siempre que el otro no
desee hablar acerca de su diálogo interior, considero que es una cuestión de cortesía común no ver
cómo se manifiesta el diálogo interior en las expresiones corporales. De acuerdo con esto, sería un
constante desafío para el terapeuta y el investigador evaluar cuáles de las expresiones de la persona

39
terapia familiar y de pareja

son ofrecimientos para participar en lazos sociales y cuáles no. Lawrence Singh, un psicoterapeuta
y participante de un taller que ofrecí en Johannesburgo en marzo de 2001, me ofreció esta frase:
Un ofrecimiento social, para describir aquellas expresiones que contribuyen a formar un lazo social,
diferente de las expresiones que son personales y que no intentan constituir un lazo social.
• Los movimientos que acompañan a las expresiones, sin olvidar los movimientos respiratorios, que
constituyen y manifiestan las voces internas y externas, son personales. Los movimientos respirato-
rios son tan personales como las huellas digitales. Lev Vygotsky dijo: “Somos las voces que nos han
habitado” (Morson, 1986). Tal vez podríamos modificarlo ligeramente a: “Somos los movimientos
que forman y manifiestan las voces que nos han habitado”.
- En su época, Heráclito dijo: “Todo cambia pero el cambio tiene lugar de acuerdo a una ley inmodi-
ficable (logos), y esta ley incluye un interjuego mutuo entre los opuestos, pero en forma tal que el
interjuego entre las diversas fuerzas produce armonía” (Skirbekk, 1980). Tal vez podríamos atre-
vernos a modificarlo ligeramente a: “Una persona está en movimiento (o en sus movimientos) pero
los movimientos ocurren...”. O incluso a: “Una persona es movimientos, pero...”. Cuando estamos
de pie, y estamos en equilibrio, los músculos que flexionan las rodillas y las caderas están activos al
mismo tiempo que aquellos músculos que las extienden.
• Cuando uno habla en voz alta, dice algo tanto para los otros como para sí mismo. En la actualidad
pienso que la persona más importante a la que le hablo soy yo mismo. Como se mencionó, las
expresiones son formadoras y también forman nuestro entendimiento. Ludwig Wittgenstein y George
Henrick von Wright escribieron que nuestro lenguaje embruja nuestro entendimiento. No podemos
no ser embrujados por nuestro lenguaje. Cuando pertenecemos a una comunidad, por ejemplo a
una comunidad profesional, ciertamente tenemos que hablar el lenguaje de esa comunidad. Uno
debe estar dispuesto a permitir ser habitado por ese lenguaje si quiere quedarse allí. Si este lenguaje
emplea los verbos ser y tener sin indicar simultáneamente el contexto y el tiempo, uno puede fá-
cilmente creer que los seres humanos son estáticos, tal como se dijo anteriormente. Los diferentes
tipos de lenguaje, el lenguaje de la competencia, el de la dirección estratégica, el de la patología,
etc., todos tienen consecuencias, tanto para aquéllos que son descritos con ellos como para los que
describen.
• En 1985, Harry (Harold) Goolishian formuló el concepto del sistema del problema creado. Dijo que
una situación problemática rápidamente atrae la atención de varias personas. Las personas en cues-
tión, por lo general construyen el significado al preguntarse: “¿Cómo puedo entender esto?” y “¿Qué
haré?”. Si dos o más personas construyen el mismo significado, el diálogo entre ellos fácilmente los
hará repetir y confirmar sus significados, aportando muy poco o nada a la resolución del problema.
Si dos o más personas construyen significados algo diferentes y son capaces de escucharse unos a
otros, el diálogo entre ellos fácilmente creará sentidos nuevos y útiles. Es más, si dos o más personas
construyen significados muy distintos se podría dificultar al diálogo llenándolo de interrupciones y
correcciones entre sí. Cuando esto sucede, muchas veces se suspende el diálogo y se crea así un
serio problema.

Supuestos básicos acerca del “núcleo” interior


y los vínculos externos

“Los aspectos de las cosas que para nosotros son más importantes se encuentran ocul-
tos debido a su familiaridad y simplicidad (no se ven porque siempre están delante de
nuestros ojos”.
Ludwig Wittgenstein. Investigaciones filosóficas, N° 129.

Cuando comenzamos un encuentro terapéutico, en realidad ya lo hemos empezado hace mucho tiempo.
Es decir, traemos con nosotros algunas ideas respecto de lo que es un encuentro terapéutico y tenemos
algunas nociones básicas acerca de cómo entenderemos los problemas humanos que se trabajan en los
encuentros terapéuticos.

40
parte UNO 2

Me referiré a dos supuestos básicos diferentes. El primero, que es el más común y que por lo general
se cumple en el ámbito de la terapia psicodinámica, puede decirse que pertenece a una perspectiva
individualista. El otro, que en el que anima a pensar este capítulo, y que por lo general se cumple en la
terapia familiar, pertenece al ámbito de la perspectiva en común.
Dentro del primer supuesto, uno cree que lo que una persona dice o hace está “impulsado” desde un
“núcleo interior”. Si bien nadie ha visto ni tocado este “núcleo interior”, existen muchos significados
posibles acerca de su composición. Las formulaciones acerca de lo que puede ser, son por ejemplo,
estructuras yoicas, mecanismos de defensa, conflictos, lo inconsciente, la motivación, el carácter, los ras-
gos de personalidad, etc. El terapeuta o investigador que basa su trabajo en dichos supuestos observará
los signos externos, es decir, lo que la persona dice y hace y, basado en estas observaciones, interpreta
lo que es el “carácter” del “núcleo interior”. Los terapeutas e investigadores fácilmente se convertirán en
expertos y fácilmente crearán diálogos monológicos donde el experto pregunta y la persona observada
responde. La conversación se compone así fácilmente de pequeños diálogos, a una pregunta sigue una
respuesta. Dicho diálogo monológico será llevado a cabo en su totalidad desde la perspectiva del experto.
La otra persona sólo está allí para responder (Seikkula, 1995). El experto a menudo se ha acostumbrado
a pensar que sabe lo que hace falta para resolver el problema humano que se está trabajando, y también
cómo hacerlo.
De acuerdo con el otro supuesto, el ser humano está conectado con los otros con la ayuda de varios
vínculos. Estos últimos, incluyen diferentes tipos de expresiones, por ejemplo, contactos, miradas o
diálogos. Los individuos participan de éstas por medio de sus propias expresiones. Lo que uno dice es
trasmitido por una voz social. Esta voz ansía ser recibida, y es crucial que se reciba, se responda y se
devuelva. Pensamos que tenemos muchas voces sociales para ser empleadas con diferentes personas
en contextos diferentes. Estas voces sociales que se desarrollan tempranamente en la vida, están ínti-
mamente relacionadas con todas las voces internas que poseemos y que participan en nuestros diálogos
personales. Estas voces internas, que se desarrollan desde las voces sociales, externas, “nacen” más
tarde en la vida que las sociales y están constantemente activas en los diálogos internos. Los diálogos
internos en mi opinión constituyen lo mismo que pensar.

Algunos comentarios para reflexionar

¿Qué seleccionaremos para empezar? Por lo general, cuando todos están presentes al comienzo, es útil
preguntarles qué uso quieren darle al encuentro. Todos tienen la oportunidad de responder, y todas las
respuestas se recuerdan de la forma más fiel posible. Cuando todos han respondido, uno por vez, se
vuelve a la persona que respondió por primera vez y se le permite hablar acerca de lo que quiera que sea
escuchado. Luego se habla con la segunda persona que respondió, y así sucesivamente. Es importante
primero averiguar con los presentes cómo deberíamos colaborar antes de empezar la colaboración. Pen-
sar acerca del Otro debe venir antes que pensar en quién es. Ésta es una idea un poco “levinasiana”. Las
ideas de Emmanuel Levinas fueron incluidas en forma fascinante en un ensayo noruego (Kolstad, 1995).
Cuando Levinas le abrió la puerta al Otro, dijo: “Aprez vous!” y después hizo un comentario acerca de
su gesto, diciendo: “Ésta es mi filosofía”. Prefería poner la filosofía de la ética antes que la filosofía de la
ontología. Cuando Amanda y Peter hablaban, era muy importante escuchar cada palabra que decían y
también ver cómo sus expresiones los afectaban y conmovían. Luego buscaron y encontraron esas expre-
siones que los ayudaron a encontrar un paso significativo de un momento al siguiente. Harry Goolishian
nos recordaba constantemente: “Escuchen lo que realmente dicen, y no lo que en realidad quieren
decir”. Desde el momento en que escuchamos lo que en realidad quieren decir, estamos interpretando
lo que dicen desde nuestra propia perspectiva, es decir, que construimos nuestro significado de lo que
dicen. Para el que escucha, sea el terapeuta o investigador, es importante deshacerse de la voz interior
que dice: “¿Qué es lo que quiere decir realmente?” o “¿Qué es lo que trata de decir?”. No hay nada más
que lo que dicen, entonces, tenemos que escuchar atentamente lo que dicen.
Mi deseo en este momento es que dejemos de hablar de la terapia y la investigación como técnicas
humanas, y que mejor hablemos de éstas como de un arte humano: el arte de participar en los vínculos

41
terapia familiar y de pareja

con los otros. Si comenzáramos a usar el término arte humano, ¿cómo podría ello embrujar nuestra
comprensión y nuestras vidas?
Ha sido de la mayor importancia para mí pensar en el trabajo que se esboza en este capítulo, queda cla-
ro, basado en su totalidad en experiencias prácticas (empiri), donde lo más importante ha sido encontrar
una forma de colaboración que proteja a los participantes de la humillación de su integridad e identidad.
Cuando se ha logrado esa clase de colaboración, llega el momento de las “teorías”, que en este capítulo
he preferido mencionar como supuestos.

Con anterioridad

Sabemos con anterioridad cómo pensaremos, hablaremos, caminaremos, etc. Actuamos respecto del
momento siguiente en las formas en que hemos actuado hasta ese momento, que también incluye hacer
descripciones. No nos relacionamos directamente con los pacientes o con las familias, sino con la ayuda
de las descripciones que hacemos de ellos. Lo mismo se aplica para la forma en que los pacientes y las
familias se relacionan con su realidad; también ellos se relacionan con ésta por medio de las descripcio-
nes que hacen de ella. Las descripciones comprenden muchas cosas, por ejemplo, historias, diagnós-
ticos y categorías, conclusiones, planes de tratamiento, tesis, notas, temas, comentarios, significados,
etcétera.
Algunos, también en la academia, han tenido la ambición de hacer descripciones más precisas, descrip-
ciones “representativas”. Sin embargo, muchos han comprendido que toda descripción de otro, ya sea
un paciente o una familia, sólo puede ser una entre muchas descripciones posibles.
Las descripciones se “construyen” en unos pocos pasos. Primero observamos algo del otro, organizamos
ese algo, es decir, hacemos una distinción, le prestamos atención a algo de todo lo que la persona expre-
sa. Desde el momento en que prestamos atención a algo, no prestamos atención a todas las otras cosas
que la persona dice y hace. Si lo que el otro dice o hace es una respuesta a esas distinciones que ha
hecho el terapeuta o el investigador, esa pregunta o ese cuestionario será sólo una de muchas posibles.
Lo que vemos y escuchamos será convertido en un “cuadro”. Pongo cuadro entre comillas para indicar
que éste incluye elementos de todos nuestros sentidos; un “cuadro” posee aromas y sabores, movimien-
tos y sonidos. El “cuadro” gana en significado al contrastarlo con un marco de fondo. Por lo general, este
marco de fondo, que contiene todo lo que hemos experimentado antes, emerge en forma inmediata y sin
censuras. Cuando el “cuadro” se compara con el marco de fondo, será entendido por la semejanza que
guarda con ese fondo. Las diferentes personas, por ejemplo, distintos terapeutas e investigadores, traen
consigo diversos marcos de fondo.
Algunas veces, tal vez no muy a menudo, los terapeutas e investigadores tratan de formar un marco
común, dominante, un marco consensuado. Se considera que éste brindará un conocimiento cierto y
objetivo, basado en los hechos, ya que los terapeutas e investigadores intentan dejar afuera todos los
elementos personales del marco desde el cual comprenden las cosas. El autor de este capítulo no sólo
piensa que esto es imposible y por lo tanto, un equívoco, sino que es un error desafortunado. Esto fá-
cilmente creará tensiones y brechas entre los terapeutas y los académicos, cuando se encuentran para
compartir sus ideas.
El entendimiento o significado que será compartido con otros, puede formularse por escrito o bien, en
forma verbal. Dichas formulaciones pueden hacerse en forma diferente, por ejemplo, con la ayuda de
un lenguaje matemático que no evoca emociones o con la ayuda de un lenguaje metafórico que con-
mueve muchas emociones. Las formulaciones en sí mismas reducen la complejidad de la realidad que
describen.
Tanto los investigadores como los terapeutas, como todos los seres humanos, deben reducir todas las
impresiones que les llegan, si no, sería el caos. Por lo tanto, deben reducirlo todo, centrándose en re-
lativamente pocos elementos, haciendo distinciones y dejando de lado el resto. Sin embargo, para los
terapeutas e investigadores es importante que recuerden que ellos, con la ayuda de sus preguntas, sus
métodos y sus formulaciones, contribuyen a reducir y simplificar la realidad –de una forma o de otra–.

42
parte UNO 2

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43
c a p í t u l o

3
Terapia sistémica con parejas y familias:
Una visión europeo-alemana*

Kurt Ludewig

A fines de los años ’60 denominábamos como terapia familiar sistémica a un determinado método de la
psicoterapia, el así llamado enfoque milanés. Con la noción sistémico(a) se hacía alusión a una imple-
mentación de proposiciones teóricas en el campo de la práctica que provenían de la teoría de sistemas
y de la cibernética. El calificativo sistémico que había sido propuesto por, entre otros, Gregory Bateson,
se usaba para distinguir a este enfoque terapéutico de otras terapias de familia y pareja provenientes
de otros marcos teóricos (psicoanálisis, behaviorismo). Posteriormente, en los años ’80, se amplió el
enfoque sistémico considerablemente, al introducirse en él pautas teóricas que provenían de una epis-
temología neurobiológica y constructivista. Esto condujo finalmente a la ampliación y consolidación de
la terapia sistémica como un enfoque general de la psicoterapia. Poco después empezaron las diferen-
ciaciones en subgrupos por lo que la denominación sistémico(a) ha podido mantener su función deno-
minativa sólo a un nivel de alta abstracción. A este nivel, la denominación sistémico(a) incluye a todas
aquellas concepciones terapéuticas que ven al ser humano como un ente constituido socialmente y que,
por lo tanto, como tal sólo puede existir en el campo de los sistemas sociales. La práctica derivada de
este marco teórico hace uso de distintas recepciones del pensamiento científico sistémico, el que fuera
elaborado en distintas disciplinas de las ciencias naturales, humanísticas y sociales y que encuentra su
aplicación concreta en el trabajo con sistemas psíquicos y sociales.
Como adaptación a la práctica de un pensamiento teórico, la terapia sistémica no se define por determi-
nados settings de su implementación. En cambio, en las terapias tradicionales el setting se define según
el entendimiento de los problemas. Eso podía ser un conflicto, un disturbio (disorder), un déficit o una
disfuncionalidad en algún “sistema natural”, como una pareja o una familia. Según donde se localizara
el problema se elegía el setting en forma correspondiente, es decir, como terapia individual, de parejas o
familiar. Por otra parte, la terapia sistémica apunta pragmáticamente a cualquier sistema, sea psíquico
o social, cuya operacionalidad determina la generación y conservación de un “problema”.
Para tratar la terapia sistémica como un enfoque general de la (psico)terapia, será indispensable intro-
ducir algunos de los aspectos teóricos y prácticos que tienen gran importancia en la elaboración de los
conceptos básicos de este enfoque. Luego de ocuparnos de las nociones básicas volveremos a la terapia
con parejas y familias y las describiremos en forma más precisa. A esto se agregará una viñeta clínica
que servirá de ejemplo para ilustrar el proceso intersistémico de una terapia.

De la terapia familiar a la terapia sistémica

La aparición de la terapia familiar se remonta a los años ’50 y tuvo lugar principalmente en el ámbito
anglosajón. En los EE.UU. a principios de los años ’60, la terapia familiar ya había sobrepasado su fase
de primera experimentación pragmática y se había convertido en un “movimiento” distinguible (Hoff-

* Una versión anterior de este ensayo fue publicada en: Wirsching M, Scheib P. Paar-und familientherapie. Berlín: Springer,
2002; 59-79. Las citas bibliográficas en esta versión castellana han sido reducidas a obras de índole internacional.

44
parte UNO 3

man, 1981). En el ámbito psicoterapéutico germano hubo en los años ’60 una adhesión paulatina a
este desarrollo que recién en los años ’70 hizo un vuelco notable hacia la práctica de la terapia familiar
(Stierlin, 1994). En esos momentos los primeros congresos de cierta magnitud tienen lugar y, al mismo
tiempo, aparecen las primeras asociaciones profesionales. Este desarrollo culmina a fines de los años ’70
con la aparición de la traducción al alemán del primer método psicoterapéutico genuinamente europeo
occidental después de la Segunda Guerra Mundial: el enfoque milanés (Selvini Palazzoli y cols., 1975).
La influencia de esta así llamada terapia familiar sistémica adhirió al ya existente interés por las teorías
de sistemas y de la comunicación, un interés particular por las ideas de la epistemología que en esa
época emergían y de la nueva cibernética de segundo orden (Boscolo y cols., 1987; Jones, 1993).
Poco después se da el próximo paso en este desarrollo. Apoyándose en la epistemología neurobiológica
y en el concepto de autopoyesis de Humberto Maturana (Maturana y Varela, 1984) el terapeuta familiar
tejano Paul Dell gatilló con su ponencia en el Congreso de Zürich del año 1981 una discusión en el
plano teórico que habría de tener una influencia decisiva en el desarrollo posterior de la terapia sistémica
(Ludewig, 1983; Hoffman, 1990). Se había dado el primer paso hacia la elaboración de una nueva
concepción de la psicoterapia enmarcada en un planeamiento teórico propio, tanto desde el punto de
vista metateórico de la teoría básica como también de la teoría clínica. Desde principios de los años ’80
ese marco se fue ampliando con ideas y conceptos provenientes de la cibernética de segundo orden (von
Foerster, 1985), del constructivismo radical (von Glasersfeld, 1987) y de la teoría de sistemas sociales
(Luhmann, 1984). A fines de los años ’80 y a principios de los ’90 se asimilan influencias del así lla-
mado construccionismo social (Gergen, 1999) de las teorías narrativas (White y Epston, 1989). A nivel
científico tienen importancia en Alemania la teoría de sistemas dinámicos y no-lineales y de la teoría de
la autoorganización o sinergética de Hermann Haken (1981; Schiepek y Strunk, 1994). Finalmente,
en los años ’90 se añaden influencias de las nuevas teorías de la emoción (Ciompi, 1997), de la psi-
cología evolutiva (Stern, 1985; Fivaz-Depeursinge y Corboz-Warnery, 1999) y de la lingüística (Lakoff
y Johnson, 1980). La elaboración de teorías clínicas adaptadas a estas nuevas influencias fue llevada
adelante en los años ’80, especialmente por Harry Goolishian (Anderson, Goolishian y Winderman,
1986; Goolishian y Anderson, 1988) y Steve de Shazer (1982, 1986 y 1988). A fines de los años ’80
se puede ya hablar de una nueva terapia sistémica de segundo orden que se caracteriza por distanciarse
de un intervencionismo unilateral, por concebir la psicoterapia como un proceso de cocreación llevado
a cabo conjuntamente por pacientes y terapeutas y por percibir la comunicación de ambos como un
proceso recursivo y reflexivo. Los elementos centrales de este enfoque son: una actitud de cooperación
y de orientación en recursos y en soluciones, transparencia (Andersen, 1990), impavidez frente a los
problemas y curiosidad por lo beneficial (Cecchin, 1987) y un procedimiento variable con narrativas
(White y Epston, 1990).
Como en todos los métodos psicoterapéuticos también en el campo sistémico ha dado lugar a diferencia-
ciones internas. Esto podría verse como una consecuencia “natural” del pensamiento sistémico ya que
éste prescinde de verdades absolutas y por eso no puede exigir o esperar una lealtad indiscutible. A las
distintas corrientes que confluyen en la terapia sistémica se suman, entre otros, los enfoques directivos
e interventivos, los enfoques que acentúan una actitud de cooperación o que, apoyándose en ideas
del construccionismo social, acentúan el lenguage (Anderson, 1997), los enfoques de terapias cortas
y orientadas a soluciones, los enfoques narrativos o que acentúan el encuentro social, los enfoques
integrativos y aquéllos de una orientación que podría denominarse intersistémica. Una apreciación tan
versada como personal sobre este desarrollo lo otorga Lynn Hoffman (2000).
A pesar de estas distinciones, todos estos enfoques tienen en común que se basan en el mismo marco
metateórico del constructivismo (incluyendo el construccionismo social y otras posiciones no-realistas)
y que se apoyan, asimismo, en el programa interdisciplinario de las ciencias sistémicas, es decir, en las
teorías de la autoorganización, de sistemas y de la comunicación.

Pensamiento sistémico: Bases teóricas

La posición epistemológica que sirve aquí de partida puede resumirse en la siguiente aseveración: Todo
aquello que tiene consecuencias reales es, por lo tanto, real. Visto así es necesario aclarar un mal-

45
terapia familiar y de pareja

entendido bastante habitual cuando se trata del pensamiento sistémico como posición epistemológica
constructivista. El pensamiento sistémico no abre camino a “construcciones” arbitrarias sino que sólo se
distancia de una concepción realista del mundo que aprecia lo existente como una realidad independien-
te del observador. Esta posición, sin embargo, no conduce en absoluto a una creencia de que las reali-
dades se configuran a gusto. ¡Todo lo contrario! La renuncia a suponer la existencia del mundo en-sí y a
usar esta creencia como criterio de veracidad se compensa en el pensamiento sistémico por la exigencia
de mantener estrictamente una coherencia argumentativa interna. De ahí la aspiración científica del
pensamiento sistémico. El acceso a una realidad independiente del observar es descartada por ilusoria.
Por lo tanto, el pensamiento sistémico no valida sus argumentos recurriendo a criterios de veracidad ba-
sados en una apreciación objetiva del mundo o en cualquier otra definición de una verdad absoluta. En
cambio, el discurso del pensar sistémico se restringe modestamente a aseveraciones sobre aquello a lo
cual los observadores tienen acceso, es decir, a nuestras construcciones del mundo. Y éstas no provienen
de creaciones arbitrarias sino de la operacionalidad de sistemas nerviosos interrelacionados, es decir, de
seres humanos en comunicación. Las realidades que surgen en estos procesos constituyen por falta de
alternativa, aquella realidad que percibimos como ineludible y comprometedora. Estas realidades son
para todos los efectos reales, especialmente si sirven para subsistir en adaptación al entorno. El pensa-
miento sistémico no hace declaración alguna sobre un supuesto en-sí de un mundo independiente del
observador. Mas aún, el pensamiento sistémico se resiste a la “tentación de certidumbre” y se abstiene
de afirmar o negar la existencia de una realidad que trascienda al ser humano o que postule una realidad
subyacente inaccesible. Apoyándose en Humberto Maturana y otros, el pensar sistémico se conforma
con la aseveración pragmática que nosotros vivimos los mundos que constituimos en el (con)vivir.
En el campo de la psicoterapia se revela la pregunta sobre si existen realidades independientes del obser-
vador fundamentalmente irrelevantes. Por decirlo así: en cuanto al sufrimiento implicado da exactamente
lo mismo si se sufre por un problema real o inventado. De mayor relevancia son aquellas preguntas que
se refieren a cómo nosotros, los seres humanos, llegamos a generar realidades determinadas –ej. “pro-
blemas”– y qué consecuencias nos plantean. Además interesa la pregunta de cómo ciertas realidades
–ej. “problemas”– que una vez que han sido generadas, siguen siendo reproducidas aunque produzcan
dolor y desconsuelo. También interesa la pregunta pragmática de cómo estas realidades una vez gene-
radas puedan ser influenciadas –ej. por una terapia–. Las respuestas a estas preguntas constituyen en
la psicoterapia el dominio de la teoría clínica. Pero antes de entrar a la exposición de la teoría clínica
de la terapia sistémica elaboraré a grandes rasgos el marco metateórico que le sirve a esta teoría como
contexto.
Sistémicamente –en el sentido estricto de la palabra– se piensa en la psicoterapia a partir de Gregory
Bateson y cols., (1969, 1980 y 1982). Sus ideas dieron un impulso immenso al pensamiento psico-
terapéutico trasladando el foco de observación de nociones concretas de índole ontológica (etiologías,
enfermedades, disturbios, diagnosis, etc.) a padrones (patterns) de conexión. Desde entonces han trans-
currido más de dos decenios y, sin embargo, no hay aún una respuesta definitiva a la pregunta: ¿Qué
significa sistémico? El espectro de las respuestas dadas a esta pregunta se extiende desde una referencia
difusa a conceptos poco diferenciados de totalidad y sistema a programas científicos muy sofisticados.
Esta situación ha desconcertado a más de un crítico de los planteamientos sistémicos, conduciendo a
aseveraciones inadecuadas. Para evitar seguir alimentando este desconcierto explicaré a continuación la
posición que adopto en este texto.

El concepto “Sistémico”. Caracteriza aquí a una forma del conocer (observar) que asume el problema
de la complejidad, evitando reduccionismos innecesarios. En este sentido el pensamiento sistémico
designa una forma general de pensamiento que procura tratar la complejidad en forma adecuadamente
compleja. El pensamiento sistémico designa, por lo tanto, una cultura o posición del pensamiento
basada en presuposiciones, derivaciones y conclusiones propias aptas para el uso universal. El ser hu-
mano es visto como una unidad compleja de constitución intersistémica que anuda a distintos tipos de
sistemas: los sistemas biológicos, psíquicos y sociales. La limitación del ser humano a sólo uno de estos
tipos de componentes es considerado como un reduccionismo innecesario (biologismo, psicologismo,
sociologismo) y, por lo tanto, rechazado.

46
parte UNO 3

Desde una perspectiva neurobiológica se puede aseverar que todo conocimiento, es decir, toda afir-
mación de existencia proviene del proceso de observar (o distinguir). El observar humano posee por
naturaleza un sistema cognoscitivo capaz de hacer distinciones y de transformar estas distinciones
lingüísticamente en ser unidades de la comunicación (descripciones, explicaciones). Una vez generadas
y mientras no haya una alternativa más adecuada que las reemplace, las distinciones adoptan, para
todos los fines prácticos, el carácter de realidad. El criterio tradicional de veracidad –la objetividad– como
congruencia entre el conocimiento y el objeto es reemplazado por una ponderación –comunicativa– de
la utilidad de un determinado conocimiento. Un conocimiento (descripción, explicación) se revela como
comunicativamente útil si le sirve a distintos usuarios para llegar a fines comparables. El pensamiento
sistémico considera junto a la constitución biológica del ser humano su “lenguajear” como constitutivo y
evalúa, así, toda aseveración de existencia como algo comunicativo. La contraposición impeditiva entre
individuo y colectivo es abandonada y reemplazada por el postulado de que los seres humanos son
indisolublemente tanto biológicamente individuales como comunicativamente sociales (zoon politikon).
Como seres en lenguaje –más exacto: “lenguajeantes” (Maturana y Varela, 1984)– pueden solamente
existir enmarcados en una comunidad humana. El observar entendido como un distinguir en lenguaje
constituye un proceso social que precisa esencialmente de una comunidad o cultura en la cual se
puedan establecer condiciones duraderas para un entendimiento y una consensualización exitosa que
permita generar los significados, normas, usos, etc., que van constituyendo las tradiciones.
Con respecto al ser humano el pensamiento sistémico tematiza su característica complejidad intersisté-
mica –su identidad biopsicosocial– desde el punto de vista de la teoría de sistemas. Siguiendo el pensa-
miento de Niklas Luhmann (1984 y 1996), un sociólogo alemán que ha creado una teoría sistémica del
fenómeno social y haciendo uso del esquema teórico diferencial (differenztheoretisch) se puede precisar
una definición de lo humano de acuerdo a la relación constitutiva recíproca entre individuo y comunidad,
vale decir, a la relación recursiva de Yo/Tú ⇔ Nosotros. Nosotros denota aquí la unidad de la diferencia
entre Yo y Tú. Yo resulta de la comparación diferencial con algún otro Yo (Tú) al cual se le adscribe
homogeneidad (es decir, ser también un Yo). Yo y Tú se generan mutuamente por medio de operaciones
del observar en el transcurso de encuentros sociales (comunicación) y son, por lo tanto, para cada cual
condiciones recíprocas para la existencia del otro. El Nosotros, o sea, el sistema social, es igualmente
condición y resultado de estas distinciones recíprocas. Es por eso que el Nosotros, como comunidad,
abre la posibilidad de lo individual y, por lo tanto, también de la forma de ser y de existir del ser humano.
El ser humano recién puede existir, a lo menos, de a dos. Allí se demuestra lo sistémico del pensamiento
sistémico; a este principio lo denomino el principio sistémico.

Teoría clínica

El pensamiento sistémico conduce a redeterminar el objetivo y la metodología de la psicoterapia de


acuerdo a sus propios criterios. En congruencia con su propia fenomenología y manteniendo una “con-
tabilidad lógica” clara (Maturana y Varela, 1987) debe decirse que el fenómeno psicoterapéutico tiene
lugar en el campo de la comunicación. En la psicoterapia no hay nada substancial que fuera comparable
al organismo o, mucho menos, a algún mecanismo. Por lo tanto, no hay necesidad alguna de usar medi-
das clasificatorias comparables a lo que es útil en el ámbito de lo físico. En la transición de lo substancial
a lo comunicativo se revela muy expresamente el aspecto revolucionario del proyecto terapia sistémica.
El observador comunicante (o como se le quiera llamar a esta figura teórica) es considerado epistemo-
lógicamente como punto central de partida a todo entendimiento; los fenómenos que dan origen a una
terapia –aquí: los “problemas”– son conceptualizados en el marco de las teorías de la comunicación y
la (psico)terapia es comprendida como un proceso comunicativo. Ante este trasfondo programático se
tratarán a continuación algunos de los temas y problemas que surgen al elaborarse una concepción
sistémica de la teoría clínica.

47
terapia familiar y de pareja

EL PUNTO DE PARTIDA: EL DILEMA DEL TERAPEUTA

Los psicoterapeutas se enfrentan en su campo profesional con una demanda aparentemente contradic-
toria: ¡Opera en forma eficiente sin saber de antemano ni cómo hacerlo ni qué consecuencias tendrá!
Este dilema proviene de la comprensión sistémica del ser humano como fundamentalmente autónomo,
es decir, indeterminable en forma heterogénica lo que rige, también, para toda forma de intervención en
sistemas psíquicos y sociales. Los psicoterapeutas profesionales conocen, por lo general, tal dilema y se
comportan conforme a ello. La investigación científica tradicionalista de la psicoterapia (el mainstream)
se guía, sin embargo, por el discurso causalista y considera los efectos pragmáticos de este dilema como
un factor estorbante y desechable. Visto así, no asombra en absoluto que el muy lamentado abismo entre
la investigación y la práctica permanezca insuperable (Margison y cols., 2000). La terapia sistémica
asume este dilema y lo usa como punto de partida para toda reflexión sobre la práctica. El dilema nace
de la noción sistémica de que todos los sistemas psíquicos y sociales son fundamentalmente intrans-
parentes, no-instruibles y autorreferenciales. Como consecuencia de este entendimiento es necesario
prescindir de diagnósticos exactos, intervenciones causales y predicciones seguras. En vez de guiarse
por diagnósticos “objetivos” se aceptan las definiciones subjetivas de los participantes y se les considera
capaces de describir sus problemas a su manera; en vez de aspirar a cambios causales se buscan in-
tervenciones “encajantes” (fit); en vez de usar estrategias comunicativas con finalidad determinante se
confía en que los diálogos terapéuticos puedan ser beneficiosos y saludables si se desarrollan en forma
respetuosa. Crear condiciones que permitan y fomenten la realización de estos objetivos en la práctica
es la meta principal de la teoría clínica.

EL OBJETIVO DE LA TEORÍA CLÍNICA: UN PROCESO SISTÉMICO

El objetivo de cualquier teoría de la práctica se refiere a aquellos aspectos que sirven de motivo para
poner en marcha a aquella práctica. En la psicoterapia se trata de aquellas situaciones humanas que
motivan la búsqueda y la realización de un proceso psicoterapéutico. En vez de reducirse a conceptos
médico-biológicos como enfermedad o disturbio aquí se propone conceptualizar el objetivo de la teoría
clínica como una secuencia de sistemas sociales o comunicativos con temas propios y distinguibles que
se van relevando en el trascurso de un proceso social llamado psicoterapia. Ni los sufrimientos corpora-
les ni las experiencias dolorosas ni las relaciones fracasadas conducen de por sí a iniciar una psicoterapia
sino más bien una comunicación a nivel profesional que tematiza estos problemas y que constata, al
mismo tiempo, que es necesario dar ayuda. El comienzo de esta secuencia lo marca un “problema”, es
decir, un comportamiento, una forma de ser o una interacción que es evaluada por los afectados mis-
mos o por otros como en necesidad de cambio. A aquellos problemas que producen sufrimiento o una
preocupación alarmada en un individuo los llamo problemas-de-la-vida. Aquellos problemas-de-la-vida
que sobrepasan lo individual y llegan a ser comunicación, creando un proceso comunicativo autorrepro-
ductivo constituyen un sistema-problema1. Las personas que contribuyen al sistema-problema y que
no encuentran forma de disolverlo por sí mismos pueden comenzar otra comunicación constatando que
necesitan de ayuda profesional. Esta nueva comunicación con el tema “búsqueda de ayuda” constituye
un nuevo sistema social al que llamo un sistema en búsqueda de ayuda (help-seeking system). En
el encuentro con un profesional se buscará la forma de coordinar a aquéllos que requieren ayuda con
auxiliares adecuados (clearing process); así se constituye en sistema de ayuda no-específico. El próximo
y generalmente último sistema de esta secuencia es un sistema de ayuda específico. Según el tipo de
problema y de actividad de ayuda prestada, éste puede tener el carácter de instrucción, consejo, acom-
pañamiento o terapia.

1
El concepto sistema-problema es un desarrollo posterior al concepto ideado por Harry Goolishian del sistema determina-
do por un problema o problem-determined system (Anderson, Goolishian y Winderman, 1986). La denominación usada
en 1996 en la traducción de mi libro “Terapia sistémica” al castellano “sistema problemático” implica erróneamente que
se trataría de un sistema con problemas. Lo esencial del concepto sistema-problema es que se trata de un sistema social
como cualquier otro que sólo se diferencia de otros por su temática específica: un problema.

48
parte UNO 3

PROBLEMAS CLÍNICOS: PROBLEMAS-DE-LA-VIDA Y SISTEMA-PROBLEMA

Siguiendo el pensamiento sistémico podemos concebir tanto a aquellos procesos que los seres humanos
producen y reproducen como problemas como asimismo a los procesos que sirven para superarlos2
como procesos comunicativos. En coherencia con la teoría moderna de sistemas Niklas Luhmann cons-
tata que todos los sistemas procesan solamente sus propios estados y que esto también debe regir para
los sistemas psíquicos y sociales. Los cambios en un sistema no pueden ser, por lo tanto, causados
desde el exterior ya que los sistemas se organizan internamente en clausura operacional. Los sistemas
psíquicos y sociales pueden ser considerados como sistemas de sentido ya que emergen al generar y
mantener un sentido (alemán: Sinn). De ahí que los límites de un sistema de sentido sean límites de
sentido. El sentido de un sistema comunicativo o, en un nivel más concreto, el tema reproducido en la
comunicación es lo que le permite al sistema discriminar entre los sucesos que pertenecen o no al sis-
tema. Los sistemas sociales están constituidos por sucesos (comunicaciones) que sólo tienen existencia
en el tiempo y no en el espacio. Debido a su existencia únicamente temporal, las comunicaciones y las
conexiones que las van uniendo y generando así un proceso comunicativo, se diferencian fundamental-
mente del mundo de lo espacial. Por ser sólo temporales las comunicaciones no están sujetas a las leyes
de la causalidad física sino que, por el contrario, pueden cambiar inusitadamente en cualquier momento.
Por otro lado y debido tanto a la intransparencia mutua entre los participantes en una comunicación
como a la variabilidad inmanente de estos procesos resulta toda contribución a una comunicación como
algo ineludiblemente arriesgado. Estos riesgos pueden sólo ser superados si son afrontados. Para poder
entablar una comunicación es necesario que alguien dé un primer paso y, para ello se requiere confian-
za. Sin tener la confianza de que el otro, a quien se le atribuye la misma condición de incertidumbre de
uno mismo, esté dispuesto a aceptar la invitación a una comunicación, todo proceso comunicativo sería,
según Luhmann, un proceso altamente improbable. En la comunicación humana no existe alternativa
alguna que reemplace la confianza. Quien por desconfianza desee evitar el ineludible riesgo inherente a
toda comunicación no está en condiciones de sobrevivir.
Siguiendo esta línea del pensamiento sistémico –que aquí sólo puede esbozarse– se pueden definir
los problemas humanos de relevancia clínica como tentativas fracasadas de superar una alteración
(perturbación, irritación) alarmante o dolorosa. La alteración ha sobrepasado la capacidad de reacción
del sistema y éste no puede ni retraerse ni reaccionar adecuadamente a la situación molesta, sino que
la soporta o trata de evitarla. De esta manera puede surgir un “problema” que según su intensidad y
extensión puede establecerse como un problema-de-la-vida subjetivo o pasar a ser un sistema-problema
comunicativo. Durante el transcurso de cualquier proceso comunicativo van creándose estructuras que
pueden ser consideradas como estructuras de expectativa que sirven de orientación para continuar la
comunicación. Lo mismo ocurre con las comunicaciones que han producido un problema y lo siguen
reproduciendo. Las estructuras de este tipo de comunicación se van creando en base a estrategias de
evitación individual y colectiva y van siendo cada vez más redundantes, desarrollando una estructura
repetitiva muy estable. Esta estructura repetitiva refleja una lógica emocional específica. El deseo de
efectuar un cambio que sirviera para contrarrestar el sufrimiento producido por el problema, al ser obs-
taculizado por la incertidumbre sobre el cambio, podría desencadenar algo aún peor. Se puede aseverar
que los participantes en un sistema-problema se guían prácticamente por el refrán que dice: “Más vale
diablo conocido que ángel por conocer”, o sea, más vale continuar el problema y aceptar el sufrimiento
que arriesgar un cambio con salida insegura. Por otro lado, cualquier tentativa a cambiar el proceso de
autorreproducción del problema desde su propia estructura se enfrenta a la dificultad de que el problema
no es de por sí variable, ya que es nada menos que el tema de las conversaciones internas o interactivas
que lo mantienen y no algo adyacente o accidental al sistema. Para efectuar un cambio en este proceso
se precisa abandonar la dinámica comunicativa que mantiene el problema. Y esto precisa, a su vez, de
una ampliación de la perspectiva, es decir, de una metacomunicación o de una solución de segundo or-

2
A diferencia de los conceptos “curar” o “sanar” que sugieren una solución definitiva optamos por usar el concepto de
“superar”, queriendo decir que los problemas humanos pueden ser abandonados o pasados a segundo plano sin que
esto signifique que hayan sido extinguidos para siempre y no puedan volver a reincidir.

49
terapia familiar y de pareja

den que reintroduzca grados de libertad (Watzlawick y cols., 1974). La dinámica emocional de evitación
que conduce a evitar el riesgo involucrado en un cambio es aún más intensa si se trata de relaciones
significativas entre los participantes. En parejas, familias, clases escolares y equipos de trabajo, los
miembros integrantes están tan intensamente ligados el uno al otro que una maniobra arriesgada podría
tener resultados nefastos y dolorosos. La revelación de un secreto, por ejemplo, puede conducir a un
cambio duradero o hasta el término de la relación.

Sistema-problema. La búsqueda de una conceptualización sistémica de los motivos que ponen en


marcha una psicoterapia condujo a Harry Goolishian a formular un concepto realmente revolucionario:
el sistema determinado por un problema (Anderson, Goolishian y Winderman, 1986; Goolishian y
Anderson, 1988). Harry Goolishian no hizo más, por decirlo así, que darle una vuelta de 90 grados a la
manivela y manifestó que no son las estructuras (sistemas) sociales las que tienen problemas sino los
problemas los que tienen-generan estructuras sociales. Este concepto netamente sistémico –el sistema-
problema– fue decisivo para que la terapia sistémica pudiera transcender el ámbito de una metafórica
cosificante, abandonando conceptos inadecuados como enfermedad y disturbio mental avanzando hacia
el dominio propio de lo social: la comunicación. En mi propia elaboración de este concepto lo amplié
complementándolo con aspectos de la teoría de las emociones de Maturana, Ciompi y otros y de la
teoría de la comunicación de Luhmann. Así surgió paulatinamente un concepto que, por una parte, es
genuinamente sistémico y, por otra, legítimamente social (Ludewig, 1992).
El uso del concepto de sistema-problema permite descartar hipótesis normativas y patologizantes. Un
sistema-problema no se diferencia estructuralmente de otros sistemas sociales. Los temas que aparecen
como problema pueden referirse a cualquiera situación del quehacer interrelacional humano. Para la
teoría clínica son aquellas situaciones relevantes que evalúan ya sea una conducta o una forma de ser
de una persona o, en general, todo el comportamiento o toda la forma de ser de una persona en forma
negativa y que, como consecuencia, provocan en esta persona sufrimiento. La estabilización de una
estructura repetitiva es un aspecto característico de un sistema-problema. El campo de acción posible se
va reduciendo cada vez, más impidiendo que puedan efectuarse comunicaciones que eventualmente po-
drían servir o como distracción o ampliación o superación de la situación problemática. Cada cual desea
el fin de la situación problemática, pero nadie se atreve a dar el primer paso. Todos esperan que sea el
otro quien haga el primer cambio. Después de todo, el status quo asegura que, a pesar de todo el sufrir,
nada cambiará y, por lo tanto, tampoco empeorará. Las condiciones esenciales de toda relación social
–el amor y la confianza– no llegan a ser cumplidas; el diálogo que requiere fundamentalmente de una
disposición al riesgo está bloqueado. Por este motivo aquellos sistemas desarrollan una gran estabilidad.
La comunicación resulta cada vez más ritualizada y “trivializada” (monótona, predecible), y el “más de
lo mismo” de Paul Watzlawick agudiza la situación a niveles insoportables. El potencial creativo de los
imprevistos y los malentendidos no tienen entrada; la disposición al riesgo y la confianza no pueden des-
envolverse. Debido a la fuerte emocionalidad implicada en un problema, las posibles alternativas tienden
a desaparecer del presente. Y, sin embargo, los participantes disponen en cada momento y aunque sea
sólo en forma latente, de recursos y posibilidades que les permitirían convivir independientemente del
problema. De no ser así ningún tipo de ayuda podría ser eficaz.

Problemas-de-la-vida. El concepto de sistema-problema tuvo a nivel teórico un fuerte impacto en la


terapia sistémica. Luego de ser adoptado como aspecto central de la teoría clínica este concepto ha sido
últimamente objeto de crítica por su concentración muy exclusiva en el lenguaje. El autor alemán Tom
Levold (1997) propuso integrar al discurso de la terapia sistémica el aspecto de vivencia emocional
intrasubjetiva de los problemas, es decir, distinguir más claramente entre la narración y la percepción
de un problema. Con el objeto de distinguir la experiencia subjetiva del aspecto comunicativo de un
problema hago uso del concepto de problema-de-la-vida (Ludewig, 1992 y 2002). Este concepto busca
integrar los resultados recientes de la investigación de las emociones que confirman la gran influencia de
las disposiciones emocionales en todos los procesos de la vida humana incluyendo a aquéllos que crean
sentido tanto en el campo cognoscitivo como en la comunicación (Ciompi, 1997; Panksepp, 1998). Un
agravio emocional o una ofensa que aflija a uno o más individuos que constituyen un sistema social de
importancia emocional es una condición imprescindible para que pueda emerger un sistema-problema.

50
parte UNO 3

La interrelación entre problemas-de-la-vida y sistemas-problema ocupa un lugar importante en toda


reflexión clínica constituyendo así una diferencia-guía para la teoría clínica. Esta diferencia permite com-
prender a los problemas individuales y sociales como unidades entrelazadas de actuación recursiva pero
con operacionalidad propia, es decir, con acoplamiento estructural.
Los problemas-de-la-vida son fenómenos que producen sufrimiento individual y que son evaluados por
el individuo que los vivencia subjetivamente como en necesidad de cambio. A los problemas-de-la-vida
les subyace igual que a los sistemas-problema una dinámica emocional proveniente de engaños, ofen-
sas, maltrato, etc. que, por lo general, conducen a establecer estrategias de evitación. Las disposiciones
biopsicosociales de los seres humanos nos permiten sobrellevar algunas irritaciones y otros disturbios sin
mayores consecuencias. Sin embargo, todo ser humano tiene límites natos o adquiridos que al ser so-
brepasados producen un estrés agobiador, para el cual no hay reacción adecuada. El estrés junto a otras
condiciones propiciantes puede llevar a producir un problema-de-la-vida que al ir creando una dinámica
propia se va estableciendo cada vez más intensamente. Estas disposiciones individuales constituyen las
condiciones marginales o del entorno que son necesarias para que surja un problema pero sin pertenecer
a la operacionalidad del sistema mismo.
La integración del concepto de problema-de-la-vida otorga ventajas teóricas de importancia, especial-
mente para la conceptualización de la terapia individual sistémica. Sin embargo, esto tiene su precio ya
que conduce directamente a otro dilema concepcional y práctico. Mientras que los sistemas-problema
pueden ser reconstruidos por medio de la observación, los problemas-de-la-vida son sólo inferibles a
través de la intuición, la empatía, la introspección y la interafectividad (ej. los así llamados fenómenos de
la transferencia y contratransferencia). La ampliación de la teoría clínica de orientación sistémica inclu-
yendo los fenómenos intrapsíquicos se revela como una maniobra arriesgada ya que se hace necesario
reactualizar conceptos individuales que habían sido descartados por principio. Por otro lado, el ignorar
estos fenómenos es aún peor ya que imposibilita el discurso sobre los sistemas psíquicos y confina a la
terapia sistémica exclusivamente al medio socio-comunicativo. Al tener que incluir aspectos intrapsíqui-
cos y sin contar con alternativas viables aparece como indispensable efectuar un manejo cauteloso de los
problemas-de-la-vida, de su emergencia y disolución. Para este efecto se requiere de una comunicación
que tematice la vida interior de los participantes buscando darle un sentido adecuado y evitando caer en
la “tentación de la certidumbre”. Por otra parte, la conceptualización de los problemas-de-la-vida a nivel
individual abre la terapia sistémica para aquellas personas que viven o aisladas o condenadas al silencio
para que puedan entablar una comunicación beneficiosa.

FORMAS BÁSICAS DE LA PRÁCTICA SISTÉMICA

La asistencia psicosocial3 a nivel profesional tiene lugar en comunicación y constituye, por lo tanto, sis-
temas sociales. Los procesos involucrados pueden ser analizados según los aspectos que constituyen el
sistema, es decir, según sus elementos, relaciones y su borde de sentido. Los elementos de un sistema
social son –en mi dicción– miembros, vale decir, operadores sociales que emergen y se disuelven con el
emerger y disolverse de un sistema social y que, en el caso de la asistencia social, son encarnados por
los asistentes y sus pacientes (Ludewig, 1992). Visto así, se puede decir que los participantes en un
proceso de asistencia social tanto como recipiente (paciente) o como auxiliar (terapeuta, ayudante, pro-
tector) recién emergen como miembros de un sistema común de asistencia por medio de sus actividades
comunicativas. Los recipientes emergen como miembros del sistema como resultado de su demanda de
recibir asistencia; los proveedores de ayuda emergen en base de su legitimación como profesionales. En
cuanto a los temas que se dan en el campo de la asistencia psicosocial propongo distinguir entre ayuda
y tutela (Ludewig, 2002). La ayuda surge como reacción a una demanda de ayuda mientras que la
tutela se otorga por asignación de un tercero autorizado, por ejemplo, de una institución de auxilio social.
La ayuda se rige por un encargo negociado libremente entre los involucrados mientras que la tutela se

3
Uso el término “asistencia psicosocial” como común denominador de todo tipo de actividad destinada a asistir al necesi-
tado, trátese de terapia, consejo, tutela u otros, al operador en esta asistencia le llamaré “auxiliar”.

51
terapia familiar y de pareja

otorga de acuerdo a una disposición de terceros. Esta distinción es central en el sentido que le permite
al profesional mantener en todo momento una “contabilidad lógica” adecuada.
En la ayuda se pueden distinguir con respecto a las demandas de auxilio cuatro tipos de procesos,
los cuales pueden ser ilustrados por medio de un esquema bidimensional. Una de las dimensiones se
refiere al objetivo de la asistencia (la demanda o petición de ayuda), la otra simboliza el tipo de reac-
ción profesional. La demanda puede consistir de una solicitud tanto de una ampliación como de una
disminución, vale decir, de un más o un menos de algo. La reacción de los profesionales puede aspirar
a una convergencia entre las estructuras de los que piden y los que dan ayuda, es decir, que lleguen
a asemejarse con respecto a un criterio pertinente. Esta reacción puede también aspirar a mantener la
diferencia estructural entre los participantes haciendo uso de ella para los fines del proceso de ayuda.
La ayuda puede adoptar distintas formas. Si se desea una ampliación, los procesos resultantes serán o
instrucción o consulta.

Instrucción. Provee en un sentido amplio destrezas y conocimiento, la consulta ayuda a que los
pacientes puedan reactivar sus posibilidades ya existentes pero inactivas. Si por otra parte se solicita
una disminución, por ejemplo, de un sufrimiento o un disturbio, lo que ocurre es acompañamiento o
terapia.

Acompañamiento. Provee una estructura ajena (del ayudante) que sirve para estabilizar al paciente y
así ayudarlo a sobrellevar una situación problemática inalterable.
De terapia hablo en un sentido estricto solamente cuando se trata de finalizar lo antes posible un sufri-
miento. Esta restricción del concepto de terapia tiene como objetivo llamar la atención al uso demasiado
inflacionario que se le da actualmente a este fenómeno. Las distinciones propuestas aquí permiten
mantener una semántica clara a pesar de toda la complejidad involucrada en los procesos de asistencia
psicosocial. Esto es de gran relevancia en este campo ya que los actores se encuentra allí en gran peligro
de ser arrebatados por comunicaciones perturbadoras que les hacen perder la orientación. Por medio
de estas distinciones se puede examinar todo tipo de procesos de actividad profesional psicosocial y así
estimar más claramente si los aspectos de demanda de ayuda, de encargo, de procedimiento y de finali-
dad de un proceso han continuado en lo que deben ser o han cambiado de rumbo sin que los actores lo
hayan percibido. Especialmente con respecto a la complejidad al trabajo con sistemas multipersonales,
por ejemplo, con parejas y familias, resulta esta distinción bastante útil.

Marco metodológico y técnico

La investigación científica de la psicoterapia que se ha guiado tradicionalmente por la eficacia empírica


y la impecabilidad metodológica (efficacy) se encuentra actualmente sometida a críticas cada vez más
perceptibles. La exclusidad que se le da a la validez interna en estos diseños investigativos adoptados
de las ciencias naturales pretende procurar resultados estériles e incontaminados por efectos inconme-
surables (evidence-based practice). Sin embargo, es justamente esta esterilidad e incontaminación la
que los separa de la práctica cotidiana restándoles utilidad pragmática (Margison y cols., 2000). Aparte
de este enfoque científico ha existido desde siempre una forma de investigación alternativa que aspira a
obtener utilidad clínica y mayor practicabilidad (effectiveness). Esta investigación parte de experiencias
prácticas y aspira a generalizarlas (practice-based evidence). Por otra parte, esta investigación debe
aceptar el hecho de que una mayor generalizabilidad de los resultados lleva generalmente consigo pérdi-
das en cuanto a validez interna. La meta de una investigación seria en psicoterapia debería, por lo tanto,
conciliar ambos aspectos sin hacerlo a costa del uno o del otro. Una posible solución es la creación en el
ámbito anglosajón de los así llamados Practice Research Networks (PRN), que tienen como fin crear una
infraestructura tal que permita complementar la investigación académica con el conocimiento práctico.
A pesar de todo el disenso existente entre investigadores y prácticos hay un consenso sobre el hecho
de que las características de la relación terapéutica son de central importancia para el resultado de una
psicoterapia (Hubble y cols., 1999; Wanpold, 2001). De estos temas tratarán los párrafos siguientes
desde un punto de vista sistémico.

52
parte UNO 3

LA ACTITUD SISTÉMICA

El pensamiento sistémico parte de la noción de autorreferencialidad de los fenómenos humanos y


excluye así una determinación causal de los seres humanos por factores externos o por otros seres hu-
manos. En concordancia con este enunciado, los conceptos sistémicos puestos en práctica no apuntan
a cambiar causalmente la vivencia o el comportamiento de los pacientes sino a la cocreación de una
comunicación que sea apta para crearles condiciones favorables para el cambio, según sus propios
deseos y posibilidades. En cuanto a la cocreación del proceso terapéutico me parece propicio orientarse
por tres criterios: utilidad con respecto a la meta, belleza con respecto a la elección de las intervenciones
y respeto con respecto a la interacción con los pacientes (Ludewig, 1992). Estos criterios parten de la
base de que todo proceso de ayuda profesional debe ser necesariamente efectivo y considera, al mismo
tiempo, el hecho de que esta exigencia de utilidad es bastante más difícil de evaluar de como aparece
en un primer momento: ¿Para quién es qué intervención y bajo cuáles condiciones es útil? Para resolver
este problema resulta adecuado reconsiderar el dilema del terapeuta expuesto anteriormente y recordar
que en el caso individual es imposible predecir con exactitud la utilidad que una actuación tendrá. Con
ánimo de evitar la “tentación de la certidumbre” (Maturana y Varela, 1984) parece conveniente comple-
mentar la ponderación de la utilidad con dos criterios que se refieren exclusivamente a la persona y la
responsabilidad del profesional involucrado. El criterio de belleza (o de estética) es cumplido cuando el
auxiliar elige sus intervenciones de acuerdo al anhelo de crear el mejor encaje posible entre la interven-
ción y el problema (best fit). El criterio de respeto se cumple cuando el asistente procura valorar y tratar
a sus pacientes como seres humanos autónomos y en sí legítimos. Estos últimos dos criterios –belleza y
respeto– son a diferencia de la utilidad, no aptos para ser normados. Se refieren siempre y solamente a
la responsabilidad personal del auxiliar. Todo aquello que tratara de precisar estos criterios caería rápida-
mente en la trampa de la “trivialización”, lo cual no sería compatible con el entendimiento sistémico de
que toda comunicación es siempre un proceso único e irrepetible.

LA RELACIÓN TERAPÉUTICA

La calidad de la relación terapéutica es un indicador importante para el éxito de una terapia (Grawe y
cols., 1994; Orlinsky y cols., 1994; Hubble y cols., 1999). Se sabe, por ejemplo, que si el terapeuta es
visto por sus pacientes como competente y empático esto ayuda a establecer una relación terapéutica
emocionalmente clara, segura y apoyadora. Para ayudar a cocrear condiciones marginales que les sean
útiles al paciente para que pueda efectuar sus cambios en forma autoorganizada, el terapeuta hace uso
de dos medidas metódicas de central importancia. Por un lado, él sirve de ayuda para que los pacientes
puedan formular su deseo-anhelo de tal manera que se pueda acordar un encargo practicable. Por otro
lado, el terapeuta apunta con sus preguntas a encontrar aspectos en la vida de sus pacientes que sirvan
para poderlos apreciar positivamente y, asimismo, para otorgarle un reconocimiento adecuado a sus
recursos. Estas dos medidas metódicas tienen como fin el ayudar a cocrear un ambiente de aceptación
empática y, asimismo, de clara direccionalidad a la finalidad de la terapia para que pueda producir con-
fianza. En un clima emocional adecuado orientado a crear condiciones de cooperación con los pacientes,
ellos se sienten lo suficientemente seguros como para permitirse correr los riesgos necesarios para supe-
rar la estructura repetitiva del problema.

DEL PROBLEMA AL ANHELO-DESEO Y AL ENCARGO

La pregunta sobre los motivos –problemas– que conducen a iniciar una terapia, conlleva desde un punto
de vista sistémico alguna peligrosidad ya que su respuesta seduce fácilmente a una recaída en catego-
rías del pensamiento físico y orgánico: inevitabilidad, causalidad, linealidad, etc. Sin embargo, si se ve
a los fenómenos psíquicos y sociales como fenómenos temporales y autorreferenciales no puede haber
más inevitabilidad y causalidad que aquélla que nosotros, los seres humanos, generamos cognoscitiva y
comunicativamente como invariantes para darle sentido a nuestras actuaciones y, en general, a la vida.
Estos conceptos se rigen por la lógica recursiva y variable del observar y de la creación de sentido y
esto no incluye constantes e invariables. Por otro lado, la exploración de los problemas presentados en
la terapia familiar ha sido denunciada por terapeutas orientados en soluciones (Steve de Shazer, 1988)

53
terapia familiar y de pareja

de servir fácilmente de seducción para producir un problem-talk (conversación problemática). Estos


terapeutas aseveran que no hay necesidad de explorar los problemas presentados, ya que la solución
de un problema no proviene necesariamente de la estructura del problema. La recomendación dada
comúnmente en terapias orientadas a soluciones consiste en probar comportamientos alternativos al
problema y esto, que puede bastar como intervención terapéutica, no requiere de un conocimiento ex-
plícito del problema. De este modo, la terapia sistémica de esta orientación pudo –por lo menos en la
teoría– renunciar radicalmente a entender o explorar los problemas. Bastante más es concentrarse en el
anhelo-deseo de los pacientes, ya que esto implica una anticipación visionaria de aquellos estados en
los cuales el problema ya habría sido superado.
En la actualidad ha prevalecido un procedimiento menos dogmático y más flexible. Dependiendo del
estado de las cosas o se explora primero el problema y luego se ayuda a formular el anhelo-deseo o se
interviene ya de partida evitando tematizar el problema. La siguiente secuencia de actos puede servir
como orientación generalizada: del problema al anhelo-deseo4 y al acuerdo de un encargo. La diferencia
entre anhelo-deseo y encargo es de fundamental importancia y se usará en este esquema como diferen-
cia-guía para la práctica. Esta diferencia sirve para distinguir entre lo que los pacientes anhelan-desean
y aquello que acuerdan conjuntamente con el terapeuta como tema de la interacción profesional (encar-
go). La confusión de estas nociones es frecuentemente el tema de supervisiones clínicas. A diferencia del
anhelo-deseo que puede ser formulado en forma totalmente libre por los pacientes, el encargo acordado
implica implícita o explícitamente el resultado de una negociación entre terapeuta y sus pacientes para
determinar operacionalmente el tema de la asistencia. El encargo, como tema del sistema terapéutico
formado por terapeuta y pacientes, define el borde de sentido de ese sistema y limita así el dominio en
el cual los terapeutas han sido autorizados para entremezclarse en la vida de sus pacientes, o sea, para
intervenir. De ahí que el encargo sirva de base para el contrato terapéutico.

LAS TAREAS DEL TERAPEUTA: APRECIAR Y ESTIMULAR

Una tarea central del terapeuta sistémico consiste en participar activa y empáticamente en generar un
medio social soportante en el cual los pacientes se puedan sentir lo suficientemente seguros como para
atreverse a correr riesgos. El terapeuta ejecuta frente a sus pacientes un balanceo “artístico” entre una
actitud de confirmación y apreciación por una parte y otra de promoción y estimulación. El terapeuta
se preocupa de darle aprecio a los recursos y capacidades de sus pacientes, demostrándoles así interés
y “curiosidad” (sana) y, al mismo tiempo, brindándoles tranquilidad y seguridad. Recién cuando se ha
cumplido este objetivo se puede tratar de promover y estimular con cautela a aquellos actos y situaciones
que podrían servir de alternativa contra el problema. El auxiliador (operador) sistémico ejecuta por este
efecto básicamente dos tareas:
• Le sirve de ayuda a sus pacientes para que puedan formular un anhelo-deseo prácticamente reali-
zable y localizado en el futuro y usa esto posteriormente para la formulación y acuerdo de un encar-
go.
• Trata de integrar por medio de conversaciones valoradoras lo actualmente existente en la vida de sus
pacientes con una estimulación adecuada que facilite el cambio.
El primer aspecto –la apreciación– promueve la confianza y la cooperación y, por lo tanto, en los pa-
cientes la disposición a abandonar la estructura repetitiva y ritualizada de la comunicación problemática
y dolorosa y así atreverse a probar algo nuevo o distinto. Esto constituye una condición indispensable
para que la operación de auxilio pueda resultar, ya que se trata de superar las estrategias de inhibición y
evitación que los pacientes efectúan para mantener el problema vigente. El segundo aspecto –la estimu-
lación (antes: perturbación) (Ludewig, 1983)– apunta a facilitar la realización del cambio por medio de
alternativas de apertura. Los elementos emocionales, cognoscitivos y/o interaccionales que actúan en la

4
Los pacientes que van en busca de un terapeuta tienen, por lo general, un anhelo o deseo más o menos explícito de
alcanzar un estado en el cual el problema ha sido superado. Ya que la palabra alemana Anliegen no tiene traducción
exacta al castellano he decidido reemplazarla aquí por la combinación anhelo-deseo.

54
parte UNO 3

reproducción y mantención del problema, proporcionándole así estabilidad, necesitan ser estabilizados
en forma adecuada. Este fin puede alcanzarse de distintas maneras, por ejemplo, a través de una re-
flexión conjunta en el transcurso de una conversación abierta, o por medio de descripciones y explicacio-
nes (interpretaciones, metáforas, narrativas, etc.) que son incompatibles con los procesos que sostienen
el problema, o por medio de “recetas” que promueven actividades (tareas para la casa, rituales, etc.) y
cuyo cumplimiento promete ablandar la estructura cerrada del problema. Estas dos tareas del terapeuta
–apreciación y estímulo– requieren generar conjuntamente, condiciones marginales adecuadas para que
ocurra un “cambio de preferencias” beneficioso en los pacientes, es decir, sustituir aquellas actividades
que producen sufrimiento por otras más amenas y así lograr sobreponerse del problema gracias a la
disolución de la comunicación problemática.

PROCEDIMIENTO TÉCNICO

La terapia sistémica no se entiende como una tecnología más para el trabajo terapéutico. Ahora bien,
cuidándose de no caer en eclecticismos primitivos la terapia sistémica puede servirse sin contradicción
alguna del sinnúmero de técnicas que las escuelas de psicoterapia han elaborado en los últimos cien
años –siempre y cuando ellas encajen bien en el caso o puedan ser adaptadas–. Aparte de esta libertad
muy propia de un modelo que está ideado para transcender los límites únicamente técnicos de algunas
psicoterapias tradicionales la terapia sistémica ha elaborado o desarrollado también algunas técnicas
especiales que son coherentes con sus metas específicas5. Se trata básicamente de técnicas que ayudan
a configurar un proceso conversacional a través de producir “diferencias que hacen una diferencia”,
como dijera en su tiempo Gergory Bateson:
• Preguntas exploradoras (incluyendo a todas aquellas preguntas que apuntan a la forma, historia y
existencia de un sistema).
• Preguntas circulares (incluyendo a todas aquellas preguntas que se refieren a la comunicación en el
sistema y sobre el sistema).
• Preguntas constructivas (incluyendo a todas aquellas preguntas que hacen referencia al futuro y a
soluciones).
• Preguntas comparativas (incluyendo a las preguntas escala y todas aquéllas que promueven autova-
loración y heteroapreciación).
• Reflexiones (incluyendo al equipo reflectante en todas sus variaciones).
• Comentarios (incluyendo toda clase de comentarios finales e interpretaciones).
• Recomendaciones (incluyendo las tareas para la casa y todo tipo de medidas destinadas a efectuarse
durante el intervalo entre las sesiones).
• Externalizaciones (incluyendo las preguntas y otras alusiones que distraen de la persona del aproble-
mado y diluyen así las atribuciones de culpa).
• Deconstrucciones (incluyendo todas aquellas técnicas derivadas de la linguística y destinadas a diluir
planteamientos demasiado fijos).
• Metáforas (incluyendo toda indicación a la multidimensionalidad de los procesos cognoscitivos).

METODOLOGÍA: GUÍAS Y PREGUNTAS-GUÍA

En búsqueda de un esquema que permitiera darle orientación a la práctica guardando una actitud sis-
témica formulamos en el año 1984 algunas sentencias muy sucintas y sencillas que puedan servirle
al práctico como ayuda-memoria; desde entonces estas sentencias han sido constantemente revisadas

5
En forma más precisa pueden encontrarse estos aspectos en libros básicos y de estudio (en alemán por ej. en Ludewig
1992, von Schlippe und Schweitzer 1995, Schiepek 1999).

55
terapia familiar y de pareja

(Ludewig, 1987 y 1992). Se trata de 10 guías o preguntas-guía (más una pregunta generalizada) que
le ofrecen al auxiliar un horizonte de reflexión que puede servirle para comprobar en cada momento si
está actuando en forma congruente con los fines de este proceso y en forma socialmente aceptable. Al
formular estas pautas se procuró cumplir con los tres criterios expuestos anteriormente: utilidad, belleza
y respeto. Aparte de su función orientadora para la práctica estas sentencias sirven para prevenir al te-
rapeuta de caer en la tentación de tratar a sus pacientes según sus propios intereses o de “colonizarlos”
(McCarthy, 1995) (Tabla 3-1).

Tabla 3-1
Diez guías o preguntas guías, más pregunta generalizada

• ¡Defínete como... (auxiliar)! ¿Asumo responsabilidad como...?


• ¡Respétate! ¿Respondo por mis posibilidades?
• ¡Oriéntate por tus pacientes! ¿A las pautas de quién me atengo?
• ¡Valora favorablemente! ¿Busco sendas de apertura?
• ¡Limítate! ¿Me limito a lo más necesario?
• ¡Sé modesto! ¿Me veo como causa?
• ¡Permanece flexible! ¿Cambio mis perspectivas?
• ¡Pregunta de forma constructiva! ¿Hago preguntas que llevan hacia adelante?
• ¡Intervén con mesura! ¿Estimulo con cautela?
• ¡Termina a tiempo! ¿Puedo terminar ya?
• ¡No te atengas ciegamente a guías! ¿Las aplico de manera flexible y de acuerdo al contexto?

Terapia sistémica con sistemas multipersonales

Para finalizar esta exposición de la terapia sistémica en general y en particular de la terapia sistémica
con parejas y familias me referiré a continuación exclusivamente a las particularidades del trabajo
sistémico con parejas y familias. Este trabajo constituye tradicionalmente un aspecto central de la tera-
pia sistémica y es el que ha sido más estudiado y ha proporcionado los mejores resultados empíricos
(Schiepek, 1999; Carr, 2000a/b). Por otra parte, me parece necesario establecer ya de partida que
las nociones “terapia de parejas” y “terapia familiar” son algo desconcertantes, ya que sugieren que se
tratará de parejas o familias con enfermedades o disturbios que precisarán de una terapia. Desde una
perspectiva más estricta las parejas y familias sólo podrían ser individualizadas como pacientes de una
terapia si se lleva el discurso a un plano bastante metafórico. Las parejas y las familias son forma de vida
en conjunto o, a lo más, instituciones que no pueden ni enfermarse ni tener disturbios como tales. Las
parejas y familias pueden, entre todas las comunicaciones que producen y reproducen, también generar
problemas. Las personas que son miembros de una pareja o de una familia pueden sufrir de problemas-
de-la-vida individuales o generar en conjunto un problema-sistema pero sin que ni el problema-de-la-
vida ni el problema-sistema puedan jamás llegar a ser estructural u operacionalmente iguales a la pareja
o la familia. Los problemas individuales o comunicacionales de miembros de una pareja o familia no
entran en la descripción de la pareja o familia a la cual ellos pertenecen. Por el contrario, aunque las
personas que componen un sistema-problema sean las mismas que componen una familia se trata de
sistemas distinguibles tanto por su estructura como por su operacionalidad.
Es por eso que en el trabajo con sistemas multipersonales es preferible concentrarse en nociones gene-
rales que se refieren a los anhelos-deseos expresados por quienes buscan ayuda y a la forma de trabajo
elegida en vez de reducirse a considerar las peculiaridades específicas que servirían únicamente para
el trabajo con parejas y familias. Desde esta perspectiva el trabajo con un sistema multipersonal puede

56
parte UNO 3

consistir tanto en instrucción o consejo como en compañía o terapia, en un sentido más amplio, también
en coaching, supervisión o mediación. Tampoco el trabajo con parejas y familias en forma de tutelaje
es excepcional. En mi experiencia profesional he visto que se trata pocas veces de un anhelo-deseo el
que motivaría el comienzo de una terapia, es decir: “Ayúdenos a terminar nuestro sufrimiento lo antes
posible”. A menudo se trata de situaciones en las cuales se busca un consejo para reactivar recursos
existentes pero inactivos que sirvan para reemplazar al sistema-problema estabilizado por alternativas
adecuadas. En el trabajo con familias con niños pequeños que demuestran déficit en su desarrollo o con
ancianos enfermos crónicos, se trata generalmente más bien de ofrecerles acompañamiento profesional
para que puedan sobrellevar sus dificultades con menor sufrimiento o esperar tiempos mejores. Una
instrucción como tema de la ayuda profesional tiene lugar cuando el motivo de búsqueda de ayuda es
una falta de conocimientos o un desconcierto debido a incertidumbres. En muchos de estos casos basta
ofrecerles una perspectiva profesional externa para que puedan observar sus interacciones con su entor-
no desde un punto de vista más amplio y puedan así descubrir otros sentidos. El objeto de una terapia
sistémica no es curar enfermedades, disturbios o déficit de un sistema social sino reactivar recursos ya
existentes para ponerlos al servicio de la superación del problema. Pero, como las denominaciones “tera-
pia de parejas” y “terapia familiar” están ya tan inmersas en el discurso de la psicoterapia, me atengo a
continuación a esta semántica acostumbrada y desisto –no a gusto– a seguir problematizándola.

TERAPIA SISTÉMICA CON FAMILIAS

La terapia sistémica con familias es junto al trabajo terapéutico con individuos, parejas, grupos y otros
sistemas sociales una aplicación más de enfoque. El vuelco desde la terapia familiar de los años ’50
a los ’70 a una perspectiva sistémica más amplia resultó, entre otras cosas, de un escepticismo cada
vez más grande frente a las terapias familiares de la época. Ni los planteamientos teóricos ad hoc ni la
patologización de parejas y familias ni los acostumbrados métodos como la reestructuración normativa,
las intervenciones paradójicas o las instrucciones psicoeducativas parecían realmente convincentes.
Algunos de los representantes de la terapia sistémica de entonces fueron motivados por este escepti-
cismo a un cambio en los planos teóricos y prácticos con grandes consecuencias. La famila dejó de ser
inculpada de producir trastornos psíquicos y fue más bien vista como una red muy intensa y densa de
relaciones humanas existenciales que, justamente por esta razón, son aptas para consolidar problemas
y seguir reproduciéndolos por largos períodos. Insultos, humillaciones, ofensas, etc. que ocurren en el
ámbito familiar pueden surtir efectos bastante más intensos que en otros sistemas sociales de vínculo
menos fuerte. Por esta razón están también más sujetos a desarrollar y mantener aquel circuito cerrado
de repeticiones y evitaciones que es tan característico para los sistemas-problema. Por otra parte, se
puede asumir desde el punto de vista terapéutico que las familias de igual manera como pueden esta-
bilizar y reproducir problemas, también poseen los recursos necesarios para reemplazar el problema por
alternativas convenientes. Es ahí donde reside la ventaja de las familias como setting útil para la terapia
(Ludewig, 1986).
Aspectos metodológicos específicos que sólo encuentren aplicación en la terapia con familias probable-
mente no los hay. Todos los elementos metodológicos que se aplican en el trabajo con familias pertene-
cen al inventario técnico general de la terapia sistémica. La elección de la familia como setting se debe
bastante menos a elucubraciones de índole técnica o teórica, se relacionan más bien, con las ventajas
prácticas que ofrecen las familias. Como en ellas los pacientes –especialmente los niños y jóvenes– se
encuentran enmarcados de manera “natural” esto invita a utilizar estas interrelaciones “naturales” con
intención terapéutica. Allí reside un gran potencial de recursos útiles. Los tiempos, sin embargo, en los
cuales se sustentaba la creencia causal de que los niños se enferman psíquicamente al tratar de in-
fluenciar a sus padres aproblemados o de estabilizar la homeostasis de la familia por medio de lazos de
retroalimentación negativa han pasado ya a la historia. Esto no significa, eso sí, en absoluto que estas
interpretaciones no sean útiles o que estén “prohibidas”, sobre todo si una interpretación tal hace refe-
rencia al amor y la abnegación en la familia y esto les puede servir para ampliar la perspectiva sin aver-
gonzarse y así poder descubrir alternativas que yacen inexplotadas y son aptas para ser reactivadas.

57
terapia familiar y de pareja

TERAPIA SISTÉMICA CON PAREJAS

Los temas de la “terapia de pareja” –comúnmente: consejo de parejas– son por lo general crisis de su
diario vivir. En el primer plano se encuentra un “sufrir relacional” o un sufrimiento de uno o ambos
miembros de la pareja bajo las condiciones de su relación. Las relaciones diádicas son de por sí poco
estables por faltarles un tercero relativizante. Es por eso que no resulta extraño que frente a los riesgos
propios del vivir en conjunto se tienda a adoptar una estrategia de evitación. Esto lleva consigo una difi-
cultad específica para la terapia: el auxiliar tiene la difícil tarea de mantener el equilibrio como lengüeta
de balanza en un sistema desequilibrado sin caer en la tentación de atenerse a sus propios intereses. Al
terapeuta le puede suceder fácilmente que refuerce a uno de los miembros sin darse cuenta o que pro-
mueva involuntariamente la separación o que afirme la relación de pareja atribuyéndose sus conflictos y
actuando, sin quererlo, como un tercero que como “enemigo común” promueva solidaridad en la pareja
en contra de él. No es poco frecuente que al terapeuta se le adjudique implícita o, a veces, explícitamente
la función de un juez de actuación imparcial pero que, al mismo tiempo, debe representar los intereses
de uno de los miembros de la pareja y culpe o disculpe selectivamente al otro. Lo más difícil en este tipo
de trabajo es mantener una neutralidad adecuada; adecuada en el sentido que a veces es totalmente
legítimo ponerse al lado del más frágil, por ejemplo en casos de relaciones violentas. El terapeuta tiene,
más encima, la difícil responsabilidad de ni identificarse indebidamente con su propio sexo ni de resisitir
a esta tendencia poniéndose demasiado de parte del otro sexo. Terapeutas que trabajan apareados por
sexo tienen mejores posibilidades de contrarrestar estas dificultades y mantener el balance siempre y
cuando no se “contagien” con el problema de la pareja. En este último caso es conveniente emplear
a un supervisor, sin descuidar que éste tampoco es un neutro. Para mantener una clara “contabilidad
lógica” es recomendable trabajar la elaboración de los anhelos-deseos de cada uno de los miembros de
la pareja con mucha paciencia y formularlos en forma muy precisa para que puedan tener vigencia en
la negociación del encargo. La elaboración de los anhelos-deseos puede convertirse en algo bastante
engorroso ya que sólo nombrarlos puede ser el motivo de gran enfado y otros efectos negativos. De ahí
que en el trabajo con parejas sea muy importante el ganarse la confianza de los pacientes, eso sí, sin
perder la autonomía y la posición extrema frente a ellos.
Los motivos que conducen a poner en marcha una “terapia de parejas” pueden ser ilustrados esquemá-
ticamente como aparece en la Tabla 3-2.

Una viñeta clínica: Distintos settings en un solo proceso

Sebastián –llamémoslo así– tenía 15 años cuando fue admitido en un departamento hospitalario de
psiquiatría juvenil. Asistía al colegio y tenía buen rendimiento, en el campo social era considerado popu-
lar, amigable y servicial. Su padre es un dentista exitoso, de temperamento algo introvertido, su madre,
una mujer de fuerte temperamento, es dueña de casa y realiza obras de caridad. Su hermana es cuatro
años mayor; ella estudia sinología e historia del arte. En un tiempo de consumo excesivo de cannabis y
otras drogas sintéticas comenzó en el adolescente un proceso paulatino de cambio en su percepción y
comportamiento. Terminó en un estado de excepción que debido a disturbios formales del pensamiento
tenía el carácter de psicótico. Los cambios en su pensamiento lo vivió en forma profundamente descon-
certante; sentía haber perdido el sentido de lo autoevidente, todo se había puesto muy complicado e in-
comprensible. En el transcurso de la hospitalización fue tratado rápidamente con un neuroléptico atípico.
Además de otras actividades de terapia social propias de un departamento de psiquiatría juvenil, el joven
tuvo sesiones de terapia individual con una terapeuta y con otra de terapia artística. A una semana de la
admisión tuvo lugar una primera sesión de terapia familiar.

Primera sesión con la familia. De acuerdo al estilo de trabajo de nuestra clínica tomaron parte en
las conversaciones con la familia todos los participantes en el proceso terapéutico: el joven, sus padres,
la terapeuta individual, su enfermera asignada y el jefe de terapeutas del departamento como terapeuta
familiar. La madre se mostró de partida bastante angustiada por lo que hubo que dedicar gran parte del
principio de la primera sesión para ayudarla a serenarse. En un paso siguiente, se tematizó el genograma
de la familia. La madre escuchó por primera vez que su hijo la veía como una mujer llena de preocu-

58
parte UNO 3

Tabla 3-2
Motivos para iniciar una “terapia de pareja”

• Ambos miembros desean la relación, pero sin conseguir hacerlo de forma agradable, porque:
a) Les falta conocimientos o informaciones.
b) No utilizan sus recursos existentes.
c) No reconocen que sus dificultades son de índole permanente e incambiable.
En los casos a) y b) se trata de instrucción o consejo, en el caso c) de instrucción o acompañamien-
to.
• Ambos desean la relación, pero no consiguen alcanzar un grado de cercanía emocional satisfactorio,
porque:
a) No saben hacerlo.
b) Uno o ambos tienen problemas emocionales.
c) Se han inferido heridas y ahora sólo tratan de evitar daños aún peores.
En el caso a) la medida profesional de auxilio sería la instrucción, en el caso b) se trataría de una
terapia individual, posiblemente dentro del marco de una terapia de parejas o paralela a ella, y en el
caso c) se trataría realmente de una terapia de pareja que les permita atreverse a recurrir a activida-
des distintas de la evitación.
• Uno de los miembros de la pareja desea terminar la relación, el otro, no. El auxiliar, ateniéndose a los
encargos expresados, deberá serles a ambos de ayuda para separarse dignamente o prestarle ayuda al
abandonado, dándole compañía y consuelo.
• Ambos desean la separación. El auxiliar les ayuda a encontra una forma aceptable de separarse y puede
recomendar, por ejemplo, una mediación, especialmente si hay niños de por medio. Sin embargo, en
el caso que detrás del deseo de separarse –un tema, por lo demás, bastante estabilizador de sistemas
diádicos– haya un deseo secreto de mejorar la relación podría tratarse de una “terapia de pareja” en la
cual se trataría de disolver un sistema-problema que les impide vivir mejor.
• Ninguno tiene bien claro lo que desea. La ayuda puede limitarse en este caso a la formulación de un
anhelo-deseo común y la elaboración de un encargo vigente para los dos. Esta intervención podría ser
una intervención suficiente.
• En el caso en que uno de los miembros sufra a raíz del sufrimiento del otro no se trataría de un trabajo
de pareja sino, más bien, de una terapia individual que pudiera incluir al miembro sano como recurso
ayudante.
• Un caso especial del trabajo con parejas ocurre con personas que educan a un hijo único solas. El padre
o la madre viven con el hijo en forma prácticamente aparejada y pueden desarrollar cualquiera de los
conflictos vistos más arriba. En este caso conviene mantener claro que se trata de una pareja dispar.

paciones. Respondiendo a esto ella empezó a explicar detalladamente la razón de sus preocupaciones.
Así narró que hace algunos años vivió tiempos difíciles en los cuales sufrió de angustias y fobias; de ahí
que supiera lo que significa sentirse psíquicamente mal. Para tranquilizarla le pedimos que nos hiciera
un recuento detallado de la biografía de su hijo lo cual efectuó con gran destreza demostrando su sen-
sibilidad y sus conocimientos. Al girar hacia las relaciones familiares supimos de fuertes controversias
en los últimos años entre la madre y su hija mayor. Estas quejas que aparecieron como resultado del
proceso natural de separación de la hija de su familia tuvieron lugar especialmente a costas de la madre.
Su marido se dedicaba a su trabajo y se abstenía de entrometerse en cuestiones familiares. Durante este
período difícil para la madre, fue su hijo Sebastián quien le dio sustento emocional. Ambos, madre e
hijo, habían vivido desde siempre una relación muy intensa y exclusiva de cercanía y comprensión. Esto
pudo observarse claramente en el transcurso de la primera sesión por su forma de tomar contacto con
miradas y gestos. Es ahí donde el padre toma la palabra y cuenta que su mujer es muy emocional y en
sus expectativas, a veces, sobreexigente. La hija no podría mantener la calma frente a las expectativas
de su madre y debido a eso se porta, a veces, más peleadora de lo necesario. El hijo, sin embargo, yace

59
terapia familiar y de pareja

prácticamente a los pies de su madre y se deja influenciar en demasía. Tomando en consideración que
la familia acepta que para los niños puede ser demasiado agotador y difícil adoptar la función de “com-
pañero” de un padre, le preguntamos a su padre cómo él veía su propia participación en este proceso.
Esto lo retomó la madre inmediatamente y dijo que desde hace años venía expresando el deseo de que
su marido estuviera dispuesto a participar en una “terapia matrimonial”. Hasta entonces sólo habían
alcanzado el nivel de participar juntos en un curso de baile. Les ofrecimos como parte integral de la
terapia hospitalaria de su hijo sesiones paralelas de “terapia matrimonial”.

Primera sesión con el matrimonio. El anhelo-deseo de la esposa es poder percibir reacciones cla-
ras y comprensibles de su marido; ella desea tener claro en qué está con él. Desde que dejó de trabajar
para dedicarse al hogar ha estado cada vez más insatisfecha con su vida. Extraña una vida activa con
otros y desearía que, por lo menos, la escucharan activamente. El marido manifiesta con mucha cautela
que él desearía más actividades conjuntas con su esposa. Una reconstrucción biográfica de la vida del
marido dio por resultado que él nunca habría necesitado mucha vida social. Siendo hijo único tuvo un
vínculo muy fuerte con su madre que nunca lo apremió sino que lo trató con distancia y respeto. Su
madre habría estado siempre a su disposición sin pedir nada a cambio. En cambio, su padre permaneció
para él siempre como un desconocido ya que falleció también bastante temprano. Aquí toma la esposa
la palabra y dice notablemente emocionada que nunca tuvo la sensación segura de que su marido le
perteneciera a ella. Hace recuento de un sueño que ha tenido muchas veces en el cual su marido en una
situación de grave peligro salva a su madre abandonando a su esposa a su propia suerte. Sus angustias
y fobias que han durado muchos años han tenido siempre alguna conexión con su inseguridad frente a
su suegra. La esposa relata que ella desde su infancia siempre dudó de ser querida por alguien. A pesar
de que cuando niña fue una persona muy mimada, ella nunca se ha sentido acogida integralmente
como persona. En cuanto a las razones que los llevaron a casarse, ellos recuerdan haberse atraído
mutuamente por ser complementarios: ella, una mujer temperamental que, a veces, se desbordaba y
buscaba, por lo tanto, un polo de tranquilidad; él, un hombre tranquilo y recatado que se sintió atraído
por su vivacidad. Y ahora sufren justamente de las consecuencias de esta diferencia –algo, por lo demás,
bastante habitual en parejas–. Desde hace años no tienen relaciones sexuales. Se les despidió hasta la
próxima sesión con la “tarea” para el marido de formular tres deseos que su esposa debiera cumplir; la
esposa, en cambio, debía formular tres deseos que ella quisiera experienciar.

Segunda sesión con la familia. En esta segunda sesión la pareja se mostró más vivaz y el hijo, mejor
estructurado. En la sala había, eso sí, mucha tensión. Todos los participantes estimaron el estado del
adolescente en una escala de 0 a 10 como con poca mejoría. Luego de una primera fase de reencuentro
se le pidió a la familia que cambiara su posición en la sala tantas veces como fuera necesario hasta
sentirse cómodos en algún lugar. Sebastián aprovechó esto para sentar a sus padres muy juntos mientras
que él se sentó en una esquina lejana del cuarto, pero con la mirada fija en su madre. La hermana au-
sente fue sentada en otra de las esquinas a espaldas de sus padres. Estas posiciones sirvieron entonces
de metáfora para hablar de las relaciones en la familia. Como terapeutas nos limitamos a preguntarle al
joven cómo se sentía, y él se mostró vivo y claro.

Tercera sesión con la familia. Al tercer encuentro con la familia vino también la hermana, ya que
Sebastián se lo había pedido expresamente. Ella demostró ser una joven dinámica, llena de vida, con-
versadora y luchadora que aprovechó toda ocasión para darle la contra a su madre. En esta conversación
se mostraron varios aspectos que parecieron aptos para ser resumidos como elementos de una “hipótesis
sistémica”: ambos hijos se esmeran en darle trabajo a su madre que les parece emocionalmente aban-
donada; la hija lo hace por medio de peleas sin sentido, el hijo al conectarse con ella emocionalmente
en forma más directa. Resumimos estas descripciones y les ofrecimos una visión de la familia en la cual
parecía haber dos coaliciones, una entre padre e hija, otra entre madre e hijo. Esta idea fue corregida por
la familia: existiría una alianza positiva entre madre e hijo, pero aquélla entre madre e hija sería negativa.
El padre se mantendría ausente del quehacer familiar y estaría liberado por todos de obligaciones familia-
res. Por otra parte, la madre explica que ella se ha sentido siempre culpable de no ser como debiera ser;
de ahí que se contenga y no exprese sus deseos en forma abierta; como resultado de esta actitud ella se
siente malentendida e insatisfecha pero no se atreve a exigir o pedir algo.

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parte UNO 3

Segunda sesión con el matrimonio. Ambos tomaron nuestra “tarea” muy en serio y estuvieron dis-
puestos a expresar sus deseos abiertamente. El marido deseó de su esposa que ella le dijera immediata y
directamente lo que la resiente de él, además expresó el deseo de hacer con ella cosas juntos. La esposa
expresó el deseo para sí misma de captar más fácilmente cuando se siente herida y de poder desarrollar
más capacidad de superar adversidades como, asimismo, de tener la temeridad de arriesgarse a cam-
bios. Con respecto a la sexualidad dormida se escuchó que el marido no lo resiente ya que tiene poco
deseo sexual. La esposa da a entender que necesita ternura y consuelo pero que no se atreve a pedirlo.
Además, hasta ahora ella había pensado que el poco interés de su marido en lo sexual habría sido por
su culpa por ser poco atractiva. En esta conversación estas personas, que llevaban más de un cuarto de
siglo casados, hablaron recién por primera vez sobre su sexualidad.

Cuarta sesión con la familia. Esta conversación con toda la familia estuvo especialmente a la dis-
posición de Sebastián. Él se tomó su tiempo y espacio para comentar sobre sus propios problemas; la
familia y los terapeutas lo asistieron dándole compañía –desde el punto de vista clínico ya no mostraba
ningún síntoma que aludiera a una crisis psicótica–.

Tercera sesión con el matrimonio. El marido relata que se siente desde hace bastante tiempo va-
cío y sin perspectivas –da la impresión de encontrarse en un estado depresivo–. La esposa expresa sus
miedos con respecto a la próxima dada de alta de su hijo. Ambos prácticamente exigen más sesiones
matrimoniales y sesiones familiares más frecuentes. Durante la sesión se discuten posibilidades sobre
cómo el marido podría tratarse a sí mismo en forma antidepresiva y cómo su esposa lo podría acompañar
en este proyecto.

Quinta sesión con la familia. Sebastián trata nuevamente de monopolizar la conversación en su


persona, pero se demuestra evitador de conflictos y, emocionalmente, poco accesible. Todos los partici-
pantes incluyendo a los terapeutas hacen lo posible por llegar hasta él. Recién al nombrar claramente
este esfuerzo y evaluarlo como poco útil se instala una atmósfera más liviana e incluso jocosa a la cual
el joven también divertido se adhiere activamente.
Pocos días después de esta sesión el joven es dado de alta. Le va impresionantemente bien. Ha estado
yendo al colegio externo desde la clínica y no ha tenido mayores dificultades en reintegrarse a la vida
normal. Con la familia se acuerda que Sebastián será tratado ambulatoriamente tanto con medicamentos
como con terapia individual en nuestra clínica. Luego de dar de alta al hijo, se efectúan tres sesiones
más con los padres.

Las siguientes tres sesiones con el matrimonio. Los temas circulan alrededor de las diferencias
entre ambos en cuanto a temperamento y estilos de vida. La esposa expresa que en estas conversacio-
nes por primera vez ha podido percibir que su marido “es como es” y que eso no es culpa de ella. Eso
le habría proporcionado un gran alivio. Él explica que para él, a pesar de todas las diferencias, es muy
importante seguir conviviendo con su esposa. Ahora que los niños han empezado a abandonar el hogar
familiar piensa reducir sus horas de trabajo y así tener más tiempo para hacer cosas junto a su esposa.
Sebastián ha empezado a vivir su vida propia y ya no es tan necesario preocuparse por él. Además, el
hijo pasa gran parte del tiempo fuera de casa y ya no se entromete en la vida de sus padres. La hija se
ha mudado y vive ahora con su compañero. Viene de vez en cuando a visitar a sus padres y se entiende,
ahora, muy bien con su madre. Además de todos estos relatos escuchamos, también, que los esposos
han vuelto a acercarse tratándose en forma bastante más cariñosa que antes. Ambos declaran al fin de
la sexta sesión que el resto lo tienen que hacer ellos solos sin ayuda externa, sobre todo, sin la ayuda
de sus hijos.

Resumen. La terapia de un joven con una crisis psicótica que fue efectuada en forma “multimodal”
bajo condiciones de hospitalización incluyendo a distintos settings con temas distinguibles. Esta forma
de trabajo hace correspondencia con la complejidad intersistémica de un sistema familiar que incluye
distintos sistemas-problema que son constituidos por las mismas personas, pero son sustentados por
comunicaciones distintas. La consideración de los distintos problemas, manteniendo una distinción lógi-
ca clara entre ellos, sirvió de alivio a los involucrados. Sin embargo, queda poco claro cuál proporción de

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terapia familiar y de pareja

la mejoría se debe a qué medida. Desde el punto de vista clínico esto es de menor interés que el hecho
de que los participantes hayan recibido apoyos distintos y se hayan sentido lo suficientemente seguros
como para probar cambios y así ir encontrando salida de las dinámicas estrechas y asfixiantes de los
problemas. Quizás podría haber bastado cualquiera de estas medidas para superar el problema pero esto
no es aclarable post facto y es solamente de interés académico. Más importante es tener en cuenta que
un neuroléptico atípico no resuelve problemas matrimoniales y que una terapia matrimonial no puede
curar una crisis psicótica. Los distintos subsistemas involucrados en una familia (coaliciones, situación
matrimonial, situación de padres, problemas infantiles y juveniles, etc.) constituyen el contexto que le
otorga un significado (sentido) especial a aquella fase en el transcurso de una vida familiar en la cual los
niños empiezan a individualizarse. Este proceso hace necesario un reajuste cognoscitivo, emocional e
interaccional en toda la familia, especialmente, en los cónyuges.

A modo de punto final: Una mirada al futuro

La terapia sistémica se ha establecido en el mundo entero como un método psicoterapéutico am-


pliamente reconocido. Habiendo ya pasado la edad de la infancia es hora de exigirle que investigue y
compruebe científicamente los efectos de su práctica en forma más estricta que hasta ahora. En este
quehacer será, eso sí, necesario respetar las posiciones conceptuales y pragmáticas que caracterizan a
la terapia sistémica sin traicionarlas al adaptarse en forma demasiado rápida y oportunista a las expec-
tativas del discurso objetivista del mainstream de la comunidad científica. Entre los elementos esenciales
de este enfoque se encuentran inseparablemente los siguientes: la contextualización, la reflexividad, la
curiosidad, la temeridad antiproblemas, la apertura dialógica, la creatividad, la sensibilidad social y la
orientación en soluciones como, asimismo, la co(i)nspiración y la cooperación con y la orientación en
los pacientes. Estos elementos sirven para reemplazar aquellas visiones de la psicoterapia que adop-
tarán analogías de la medicina y de las ciencias naturales que tienden a individualizar al ser humano
en demasía y a poner la causalidad, la certeza determinante y los esquemas de orden normativo en la
base de la interacción profesional. El eventual fracaso de una terapia es enfrentado muchas veces con
una resignación patologizante que se justifica al adoptar aquella actitud “condescendiente” tan típica de
modalidades de tratamiento unilaterales. La terapia sistémica intenta no permanecer en este sendero
sino que considera el encargo de una terapia como el resultado de una negociación cooperativa entre
“expertos” (Goolishian y Goolishian, 1992). El paciente opera como el experto de sí mismo y de su vida,
mientras que el terapeuta se limita a ser sólo un experto en conducir procesos terapéuticos. La terapia
sistémica ha logrado, además, liberarse de aquel concepto de inevitabilidad determinística que fuera
traspasado sin más de las ciencias naturales a la psicoterapia y lo ha reemplazado por una actitud de
adhesión profunda a lo inestable, casual e inesperado y, de esa manera, por una actitud de esperanza
de cambio y mejoría. Todo esto es demasiado valioso para ponerlo a disposición. Por otro lado, la terapia
sistémica debiera cuidarse de no caer en la tentación híbrida de arrojar todo lo anterior por la borda, es
decir, todos los conocimientos y resultados de cien años de psicoterapia. El enfoque sistémico debería
ya contar con la madurez y la consistencia interna necesaria para permitirse una apertura no sólo a una
investigación científica seria sino también a una discusión mutuamente útil, respetuosa y reconfortante
con otros enfoques de la psicoterapia.

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