Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Escultura de bulto redondo, yacente. Talla de madera policromada que representa a Cristo muerto. El Cristo Yacente representa a Cristo muerto sobre un sudario y refleja de forma muy naturalista el cuerpo de Cristo agotado por el dolor y el sufrimiento y un rostro demacrado. La policromía es sobria. Añade postizos, como por ejemplo, dientes de marfil, heridas de corcho, ojos de cristal, uñas de asta. El tratamiento del desnudo nos remite a Velázquez, con un estudio anatómico perfecto y de gran interés, por su efecto de belleza plástica. El autor realiza una serie de detalles para provocar efectos naturalistas, como el ligero levantamiento del esternón. El sentimiento clásico del desnudo desaparece bajo el horror de la reciente agonía, visible en las llagas, pero sobre todo en la cabeza. El interés lo centra en el rostro, alargando los rasgos, mostrando regueros de sangre, los ojos entreabiertos, recurriendo para acentuar el naturalismo a elementos postizos. Como su intención principal es crear en el espectador el sentimiento de realidad, las encarnaciones, heridas, moratones, etc., son de gran realismo, pero sin pretender caer en la exageración, solo con la pretensión de comunicar un sentimiento. Los marcados plegados del paño que le cubre a medias por la zona genital y sirve de sábana, favorecen los contrastes lumínicos, dándole además un aspecto de metal muy característico de su escuela. La originalidad de la obra reside en que este Cristo no aparece relacionado ni con la Cruz, ni con sus verdugos, ni con María o el resto de personajes que tradicionalmente están presentes en las obras del martirio y la sepultura. La escultura barroca española, fundamentalmente de carácter religioso, de la que este Cristo yacente es un ejemplo claro, supuso una ruptura radical con el matizado realismo del clasicismo renacentista, para centrarse en un dramatismo extraordinariamente acentuado. Su objetivo fundamental será promover y acrecentar la religiosidad de los fieles. Mientras que los escultores italianos y franceses continúan prefiriendo el mármol y el bronce para sus obras, en España se usa más la madera que, al policromarse, permite aumentar el dramatismo de las figuras religiosas. Considerado como el máximo exponente de la denominada «escuela vallisoletana» de escultura, Gregorio Fernández está ligado estilísticamente a Juni, uno de los iniciadores, junto con Berruguete, de dicha escuela. La Escuela de Valladolid se caracteriza por el realismo violento de la escultura religiosa, en el que se exalta el dolor y el patetismo, mientras que la escultura barroca de la Escuela Andaluza, aunque también es realista, emplea un realismo más clásico, más sereno. En esta escuela predomina la técnica del estofado. Para una cabal comprensión de la escultura sacra del siglo XVII en España no podemos olvidar su contexto: el de la Contrarreforma, cuya abanderada es la Monarquía Hispánica. Vigilada con extrema prevención la mística, y extinguido todo reformismo religioso interiorista, la religiosidad sólo puede manifestarse hacia el exterior, públicamente, muy cercana al espectáculo. De ahí su sentimentalismo y teatralidad. Fomenta una religiosidad común a la mayoría de los españoles: acrítica, poco comprometida con el mensaje evangélico, no intímista y, a veces, rayana en la superstición. Esta expresión plástica acabará por convertirse en la más eminentemente popular del arte español. El pueblo se identificará con ella, y las sentirá como algo propio a través de su exposición en iglesias y desfiles procesionales.