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CAPITULO XV

Bioética, eutanasia y dignidad de la muerte.

1. Definición de los términos e historia del problema[849]

El propósito de este capítulo obedece a una doble intención: reiterar las referencias esenciales
de la ética, y en especial de la morar católica, que ha desarrollado ampliamente este tema, y al
mismo tiempo aclarar el alcance del tema correlativo que se encierra con el nombre de «dignidad de
la muerte» o «humanización de la muerte». Son dos aspectos vinculados con la asistencia al
moribundo y entre sí, pero no coincidentes. Como se advertirá mejor en el curso de nuestra
exposición, la eutanasia debe ser condenada porque implica el dar muerte anticipadamente, aunque
sea por piedad, al moribundo; mientras que lo que se ha de promover es la humanización de la
muerte con todo un conjunto de medios y atenciones.

El interés de investigar la eutanasia desde el punto de vista histórico es éticamente relevante,


sobre todo si se busca poner de relieve las motivaciones y el concepto de vida que subyacen a dicha
práctica.[...] Después de un estudio histórico comparativo, el antropólogo Thomas saca esta
conclusión un tanto paradójica: «Hay una sociedad, la africana, que respeta al hombre y acepta la
muerte; y otra, la occidental, que es mortífera, tanatocrática, obsecionada[850] y aterrada ante la
muerte». Es obvio que sea en esta segunda sociedad donde se presenta la instancia de la eutanasia
por ley.

Pero también entre los primitivos pueden encontrarse prácticas analógicas a la eutanasia e
incluso se practican sacrificios humanos con trasfondos religioso. Entre los battaki de Sumatra el
padre anciano, tras invitar a los hijos a comer su carne, se deja caer de un árbol como un fruto
maduro, después de lo cual los familiares lo matan y se lo comen.

Las práctica de dar muerte a los ancianos se encuentra entre algunas tribus de Aracan (India),
de Siam inferior, así como entre los cachíbas y los tupi de Brasil; y en Europa, entre los antiguos
wendi, una población esclava, e incluso en nuestro siglo, en la secta psudo-religiosa rusa de los
«estranguladores».

Sacrificios humanos, de personas jóvenes o de primogénitos, se observan en todos los


continentes entre los pueblos de las antiguas civilizaciones.

Más interesante, incluso para la historia del pensamiento, podría ser el examen de este tema
en el mundo occidental. Todos conocemos la suerte reservada en Esparta a los recién nacidos y
sabemos que Aristóteles (política, VII, 1335b) aprueba su práctica por razones de utilidad política.
Platón, en un pasaje controvertido de la República, afirma que se deje morir a los hombres que
tengan enfermedades físicas incurables y que se dé muerte a los perversos (sin posible corrección)
en el alma (409e-410a).

[…] Sílio Itálico, que se aplicó a sí mismo la eutanasia, elogia las costumbres de los celtas
«muy dispuestos a acelerar la muerte» de sus ancianos, de los enfermos y los heridos en batalla. En
roma la exaltación de la fuerza, de la juventud y el vigor físico (quie hacían concebir una verdadera
repugnancia por la vejez y la enfermedad) se conjugó con la doctrina estoica que exaltaba e hizo
memorables muchos suicidios de personalidades conocidas en la cultura, como Séneca1, Epicteto o
Plinio el Joven. Pero tampoco faltaron en el mundo greco-romano los positores a semejantes
prácticas y teorías: entre los griegos, Pitágoras y sobre todo Hipócrates y Galeno. El célebre
Juramento de Hipócrates reza a este propósito: «No me dejaré llevar por la[851] súplica de nadie,
cualquiera que fuere, para proporcionar un veneno o dar mi consejo en una contingencia
semejante».

Entre los romanos se recuerda lo que Cicerón escribe en el Somnium Scipionis (III,7): «Tú,
¡oh Publio!, y todas las personas rectas, deberéis conservar vuestra vida y no deberéis alejaros de
ella sin el mandato de aquel que os la dio, a fin que no parezcáis sustraeros a la tarea humana que
Dios os ha confiado».

Los historiadores del derecho están de acuerdo en constatar que la llegada del cristianismo al
mundo occidental representó, bajo este punto de vista, un viraje en las costumbres y el pensamiento;
aparte de alguna reminiscencia de impronta estoica y utilitarista en la época moderna, como se
puede comprobar en ciertas afirmaciones de Tomas Moro, Bacon, o Locke (afirmaciones que no
todos interpretan con el mismo significado 2) hay que llegar al nazismo para ver cómo explota esta
práctica en forma organizada. «Desde el advenimiento del cristianismo la temática de la eutanasia
no ha conocido, hasta nuestro siglo, auténticos momentos de novedad».

Por lo demás, el movimiento de opinión favorable a la eutanasia, tan activo actualmente, tiene
connotaciones y motivaciones características, que no son idénticas a las que sostenían la muerte
piadosa en otros periodos históricos. El movimiento actual no se limita a la actitud de comprensión
humanitaria del hecho, cuando sobreviene el llamado «hecho piadoso», sino que busca la
legalización. Por ello, debemos hablar de este movimiento para captar su ideología subyacente y
analizar también el contexto ético-cultural del que nace y en el que se nutre.

Con frecuencia, se vincula espontánamente con el movimiento de ideas que han llevado en
muchos países a la legalización del aborto voluntario [852]; efectivamente, no es difícil captar el
trasfondo cultural común a las dos instancias de legitimación de la «muerte infligida», constituido

1
Se cortó los brazos y luego bebió cicuta.
2
El autor pone de manifiesto que, en realidad Bacon designaba con el término «eutanasia» la buena muerte
favorecida por un comportamiento activo por parte de los médicos, que no abandonan al enfermo cuando ya no
pueden ayudarlo a sanar.
por la subestima de la persona, advirtiéndose también la estrategia similar adoptada por los
defensores de una y otra instancia de la muerte: se comienza por sensibilizar a la opinión pública en
torno a los «casos piadosos» y se exalta la suavidad de las sentencias de los tribunales que en tales
casos ha instruido procesos penales, para llegar a la solicitud de la legitimación por ley, una vez que
la opinión pública se ha sensibilizado oportunamente a través de los medios de comunicación y
debates públicos.

Pero hay un aspecto nuevo y peculiar – y, si se quiere, más terrible – en la campaña que
defiende la legitimación de la eutanasia: el constituido por el potencial de implicación social y
personal, que es enormemente más amplio de lo que podría parecer, por lo menos en sentido
inmediato, en la comparación con la legalización del aborto. El hecho del aborto puede ocurrirle a
alguno, la muerte es el destino de todos.

Tomemos como definición la que da V. Marcozzi, con la que concuerdan también algunos
juristas y moralistas de reconocida competencia. Así, pues, por eutanasia se entiende «la supresión
indolora o por piedad de quien sufre o se considera que sufre o puede sufrir en el futuro de modo
insoportable».

Esta definición coincide sustancialmente con la que proporciona la Declaración sobre la


Eutanasia (iura et bona) de 5 de Mayo de 1980, de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la
Fe, donde se define más analíticamente: «Por eutanasia se entiende una acción o una omisión que
por su naturaleza, o en la intención, causa la muerte, con el fin de eliminar [853]cualquier dolor».
La encíclica Evangelium vitae, de Juan Pablo II, retoma esta definición (n.65).

El documento mismo distingue entre esta acepción y otros significados que a menudo se le
dan a la palabra, como el genérico etimológico de «muerte sin dolor», que puede ser también la
muerte natural, o bien «la intervención de la medicina dirigida a aliviar los dolores de la
enfermedad y la agonía, a veces incluso con el riesgo de anticipar la muerte».

Para completar el panorama de las definiciones hay que añadir que ahora se habla de
eutanasia no sólo en relación con el enfermo grave y terminal, sino también con otras situaciones,
como el caso del recién nacido afectado de graves deficiencias, al que algunos sugieren abandonar
dejando de alimentarle para evitar -según dicen- que siga sufriendo, y un peso a la sociedad; en esta
situación se habla de «eutanasia neonatal», a la que aludimos ya en el capítulo dedicado al
diagnóstico prenatal. En la actualidad se viene esbozando otra acepción de eutanasia llamada
«social», la cual se presenta no como opción de un individuo en particular, sino de la sociedad,
como consecuencia del hecho de que las economías en materia de gastos sanitario no podrían
soportar ya la carga financiera que supone asistir a enfermos con padecimientos muy prolongados
en cuanto al pronóstico, y muy costosos en cuanto a los gastos. De esta manera, los recursos
económicos se reservarían para aquellos enfermos capaces de reanudar, una vez curados, la vida
productiva y laboral. Es ésta una de las amenazas de una economía que quisiera obedecer sólo al
criterio de costes-beneficios.

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