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Parcial domiciliario

Profesorado de Historia – Perspectiva Sociopolítica 1°B

Alumno: Olea Gomez, Octavio Nahuel

Profesor: Soubie Marcelo


2018
1) Para comenzar este texto, deberíamos plantearnos qué es la cultura, y por
consiguiente la sociedad, qué es el Estado y cuál es su rol ya que según los profesionales
que trabajaron en el caso de Milagros para cerrar la entrevista aseguran que “el Estado
está ausente”.

El proceso por el cual el hombre adquiere sus características propias se pueden


fundamentar desde diferentes perspectivas.

Desde una perspectiva antropológica Levi Struss dice que la prohibición del incesto obliga
a los hombres a comenzar a comunicarse y relacionarse y que así funda la cultura. De
esta manera se anudan entre diferentes grupos relaciones de alianzas, es decir, que la
cultura está fundada en el intercambio reglado y mutuo. La cultura es un sistema que
proporciona a los individuos genealogía e identidad, normas, modos de intercambio
económico, etc. El autor también nos dice que lo que antes era marcado por el instinto
(como patrón de la conducta) ahora está marcado por la cultura como modelo de
construcción (como aquello que organiza y marca el modo en que nos desarrollamos).
Para este autor las formas culturales pueden ser consideradas como productos de un
sistema de significación que se define solo en relación con otros elementos dentro de un
sistema, como si fuese el propio sistema el que dictara significados. Todo sistema de
significación es arbitrario, pero la realidad, según el solo es accesible a través de ellos.

Desde una perspectiva psicológica el otro es considerado como fundante. El bebé


humano depende mucho tiempo de sus cuidadores, teniendo el cuenta una doble matriz:
la biológica y la social. El ser humano interactúa con su entorno y de él aprende las
características propias de su grupo. El pasaje de una matriz a la otra es, según esta
perspectiva, es lo que hace al hombre eminentemente cultural. El hombre no es solo
creador de cultura, si no también producto de ella.

De acuerdo a lo expuesto, ¿cuál es la cultura recibida por estos niños? ¿dónde aparecen
las normas y las reglas para dejar de lado lo instintivo en un ámbito donde “el Estado está
ausente” y la realidad cotidiana arrasa las subjetividades? ¿quién es el que cuida de estos
pequeños que están desarrollándose mientras están en la calle?

Muchos podrán decir que es esperable que estas cosas sucedan y que es “normal” ya
que por las condiciones socio-económicas hay mayor probabilidad. Pero, ¿qué es

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normal? ¿quién nos dice qué entra dentro de la norma y qué no? Desde ya, también esto
es producto de lo social. La hegemonía de pensamiento opera desde las ideologías y las
realidades que son impulsadas por el grupo que se encuentra en el poder en un
determinado momento. El sentido común debe ser puesto en tela de juicio, ya que éste se
desprende de la hegemonía escondida de forma aparentemente inocente.

Entonces, ¿es la realidad tal cual la conocemos? ¿puede atribuirse semejante tragedia al
contexto socio-económico tal como desliza el artículo, que, dicho sea de paso, también
está inmenso dentro de la sociedad y es funcional al grupo hegemónico?

El estado también es producto de lo social, y actualmente es funcional a las reglas del


capitalismo. La sociedad moderna, según Gramsci, es una combinación entre consenso y
violencia: el capitalismo ejerce el poder de manera violenta con sus enemigos y de
manera consensuada con sus aliados. El dominio del capitalismo puede verse en el
convencimiento de la gente de que no hay otro modo de vivir que no sea el que está dado
por él mismo, de esto se desprende que el consenso es fundamental para reproducir el
sistema capitalista.

En esta construcción de sociedad que se encuentra asolada, con un estado capitalista,


normas y sentido común reproductoras de las diferencias, donde pocos se preguntan el
por qué o piensan otros modos de mirar la realidad diferente a la que proponen los
medios de comunicación, es que el “otro” desaparece, y donde empezamos a culpar a la
genética, a lo heredado, a lo social, a lo congénito de las cosas que suceden, sin
responsabilizarnos de que ni siquiera nosotros mismos somos capaces de ver a ese “otro”
sin juzgarlo.

No fueron los padres, no fue la pobreza, no fue el Estado, no fueron los nenes, fue la
sociedad entera que no “vió” a esos niños que precisan cuidados y de otros para
constituirse. Esto y otras cosas pueden suceder y sucederán en cualquier ámbito (sin
importar clase social o procedencia) donde el “otro” que mire, que de marco y constituya
(desde el acompañamiento y no desde la norma que deja afuera, que naturaliza que la
pobreza es sinónimo de maldad, de desinterés) no se haga presente.

4) CONDENA A NAHIR GALARZA (https://www.lanacion.com.ar/2149685-prision-perpetua-


para-nahir-galarza)

He elegido esta noticia ya que en ella se encierra un extraño modo de abordaje y


repercusión de un caso policial de manera única.

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En primer lugar me llamó la atención el nombre del caso: “Nahir Galarza”. Extrañamente,
en la mayoría de los casos de femicidio los nombres son dados por la víctimas, y no por
los victimarios como en este caso.

Los medios de comunicación reproducen el patriarcado. La violencia machista a las


mujeres está naturalizada y legitimada por los estos y se puede ver el en modo en el que
tratan las noticias, porque para la sociedad no es lo mismo matar a un hombre que a una
mujer. Nahir mató a su novio el 29 de diciembre del año pasado, hace 6 meses, y
actualmente, ya se dictó una sentencia a perpetua por este hecho. Del otro lado, vemos el
modo en el que se tratan los casos de femicidio y la forma de actuar de la justicia. En
primer lugar los casos no tienen el nombre de los asesinos, si no de las víctimas, de las
cuales pasamos a conocer su cara, sus prácticas, sus gustos, modos de vestir, y hasta en
muchos casos, fotos aberrantes del cuerpo ya sin vida de la víctima. Ejemplos podemos
dar muchos, de los más conocidos, y solo del último año: Joel Fernández es el único
condenado por la violación y el femicidio de Melina Romero, el resto de los implicados en
su asesinato está libre; Darío Badaracco es el principal acusado del femicidio del Araceli
Fulles, en abril se cumplió un año del crimen y aún no hay fecha de juicio; Wagner es el
femicida de Micaela García: había estado preso por violación y fue liberado; Farías es
quien violó y empaló a Lucía Pérez hasta matarla, el juicio comenzará en octubre, dos
años después del crimen. ¿Podremos imaginarnos la cadena nacional que habría si un
hombre muriera empalado por una mujer? ¿Una vida vale más que otra y por ello la
justicia actúa más rápido? ¿Acaso todos estos casos nombrados no tuvieron una fuerte
repercución mediática como el caso de Fernando? ¿Por qué no conocemos las caras de
todos y cada uno de ellos tal y como conocemos la cara de Nahir?

Hablamos de femicidio cuando se mata a una mujer por ser mujer. Una mujer no puede
decir no, no puede romper el círculo de violencia, no puede revelarse al patriarcado,
porque ese no es su rol. Así como tampoco un hombre puede denunciar a una mujer por
maltrato por las burlas a la que se lo somete. Ese tampoco es el rol del hombre.

Al morbo de la imagen de una chica matando se le suma el intento de generalizar la idea


de que las mujeres también matan o de que hay violencia de ambos lados, invisibilizando
la problemática central del asunto. En la Argentina aproximadamente cada 29 horas un
varón asesina a una mujer, de alguna manera hay un vergonzoso acostumbramiento a
una violencia machista que le arrebata casi diariamente a una mujer la vida.

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Cada vez que hay un femicidio la víctima se convierte en el centro de cuestionamiento:
qué vestía, por qué estaba allí, o qué habrá hecho para merecerlo... Recae sobre las
víctimas toda la culpabilidad. Los casos de femicidio se conocen y se difunden con el
nombre de la víctima dejando a las mujeres en el centro de la discusión inclusive después
de ser asesinadas, pero en el caso de Nahir Galarza, no es ella la víctima, si no que es la
agresora, la asesina. Aquí se invierte la centralidad del caso y se pone la atención en la
autora solo por ser mujer y no en la víctima como en los casos de femicidio. Como
consecuencia de este caso, también podemos empezar a ver los cuestionamientos y la
relativización de las luchas feministas, que intentan por todos los medios posibles
comenzar a hacer visible un problema que se encuentra naturalizado. Utilizar este caso
para tratar de restar valores a las luchas feministas es reforzar todos los engranajes de
éste sistema patriarcal que establece los roles y estereotipos para mujeres y varones
constituyendo una doble opresión.

Esta sociedad capitalista y patriarcal en la cual estamos inmersos, donde a los chicos se
les enseña que las niñas no pueden vivir sin un hombre o que deben casarse tener hijos,
y dedicarse íntegramente a la familia no permite que las mujeres salgan a trabajar y los
hombres se queden en casa cuidando a los niños, no deja que la violencia sea ejercida a
los hombres porque son machos, no deja que las mujeres sean asesinas, porque el que
está legitimado como violento, es el hombre.

El machismo no es exclusivo de los hombres: son modos, actitudes, conductas, prácticas


sociales y creencias destinadas a promover la subordinación femenina al poder
masculino. Este pensamiento es reproducido tanto por hombres como por mujeres, desde
los trabajos para uno y para otros, como en los juguetes, los colores y también lo
podemos ver en las diferentes instituciones como el gobierno, el parlamento, la iglesia, la
policía, los medios masivos de comunicación, la educación y, como es evidente en este
caso, el sistema judicial.

Es necesario reconstruirnos y re-educarnos como sociedad, que cada uno, varones y


mujeres cumplamos un nuevo papel con una perspectiva diferente de igualdad. Esto no
es una tarea individual, si no que es una construcción colectiva, es decir, que debe haber
un cambio social. Por este objetivo debemos establecer una lucha conjunta y sin peleas
internas que diluyan el eje central y esto será posible solo en una sociedad donde no haya
opresión ni explotación y haya igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y
mujeres.

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La hegemonía es tanto más eficiente cuanto más invisible es, cambiando el lugar de la
mirada es el único modo en el que podremos comenzar a pensar un cambio profundo
para poder seguir avanzando como sociedad para la igualdad.

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