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LA LEY DEL KARMA

Ángel Martín Velayos

Una de las cuestiones que más han preocupado al género humano es la de la justicia divina, y el
por qué de las desigualdades en la vida.

¿Como es posible, y bajo que punto de vista de igualdad y justicia, que algunas personas gocen de
todo aquello que es bueno en la vida mientras que otras carecen de lo más necesario?
¿Como es posible que para algunas personas todo sea felicidad mientras que para otras solo
existe el sufrimiento?
¿Cual es la razón de ser del gozo, y cual la del pesar?
¿Por qué hay quien vive una vida larga, independientemente de que esta sea fructífera o no,
mientras que hay niños que solo viven unos pocos minutos o unas pocas horas?
Estas y muchas otras son las preguntas que, a menudo, nos hacemos cuando queremos
desentrañar el misterio de la vida, martillean nuestra mente para encontrar una explicación que
satisfaga nuestro deseo natural de saber.

A lo largo de la historia de la humanidad, y muy especialmente entre las religiones occidentales, se


han desarrollado una serie de teorías que tratan de explicar el tema de la justicia divina, y el por
qué de las desigualdades entre los seres humanos.

Repasemos algunas de esa teorías para ver si nos pueden aportar luz, o solamente son un intento
humano de explicar una realidad cósmica que, lejos de explicar, lo que hacen es confundir y dar la
sensación de que el Cosmos no está hecho de una manera equilibrada, y armoniosa, y que su
Creador es un Ser caprichoso e injusto.

La primera teoría, muy extendida entre las religiones de origen semítico, como el cristianismo, nos
dice que «Dios es el que decide, por su propia voluntad, nuestra felicidad o nuestro dolor, lo largo
de nuestra vida, y las circunstancias en las que vivimos»

Esta teoría, o dogma, nos presenta a un dios caprichoso que da a los hombres según le place.
Esta teoría ha dado como resultado muchas prácticas supersticiosas que tratan de aplacar las iras
y caprichos de ese dios. Entre estas prácticas están los sacrificios, más o menos incruentos que
sirven, según quienes los hacen, para agradar al Creador.

Es muy curioso constatar que, entre los seguidores de este dogma, existe la creencia de que se
puede negociar con Dios sus favores, e incluso que se le puede chantajear. Por ejemplo: cuando
una persona que necesita ayuda, o algo, dice: «Dios mío, si me concedes tal o cual cosa haré esto
a aquello». Este cambalache ridículo diría poco en favor del poder y de la misericordia de Dios.
Otra teoría, que en cierto modo tiene puntos de conexión con la anterior, dice que hay una lucha
constante entre los poderes del bien - Dios - y los del mal - Su antagonista, llámese Satanás,
Arrimanes, Set, Plutón, o como lo hayan denominado diferentes civilizaciones - y en este dogma se
nos indica, presentando a un Dios débil que debe enfrentarse a una potencia equivalente a la suya,
que el mal, encarnado por cualquiera de los anteriores personajes, puede casarnos dolor y
desgracia sumergiéndonos en el mundo de las tinieblas.

Lo mismo que en el dogma anterior, pensar en algo que pueda enfrentarse al poder de Dios que es
todo bondad, justicia, equidad, amor, etc. es tan ridículo que no merece la pena ser considerado
por un auténtico pensador.

Hay otro tipo de teorías, sobre todo de carácter científico, que nos dicen que el origen y causa de
nuestra felicidad y nuestro infortunio es la herencia genética y fruto, en muchos casos, de la
casualidad.
Si observamos el equilibrio y armonía creadora del Universo, en el que todo está relacionado y
todo obedece a leyes y causas determinadas, no podemos admitir que el resultado de nuestra vida
sea fruto de la casualidad, o la improvisación cósmica.

Al observar la vida, y sus efectos sobre nosotros, no podemos contemplar al Ser Humano como un
cuerpo solamente que se manifiesta porque si. El Ser Humano es un ser consciente, que piensa y
que actúa movido por sus pensamientos, por sus emociones, y por impulsos más sutiles de índole
espiritual.
Esa es la clave que nos puede conducir al conocimiento de una Ley «oculta» que nos conduzca a
la explicación de nuestra vida y a la comprensión de la aparente injusticia de la vida, haciéndonos
comprender que, lejos de ello, todo obedece a Leyes justas y ordenadas puestas en acción, al
principio, por la mente del Creador.

Antes que nada debemos llegar a la comprensión de que la vida, lo mismo que todo lo que existe
en el Universo, es eterna, y que por medio de ella el Hombre llega a tomar consciencia del medio
en el que se desenvuelve, de sí mismo, y de la Realidad Absoluta -el mundo espiritual y sus leyes-
y del mismo Creador.

Pero la vida, lo mismo que todo lo demás, tiene una doble manifestación; tiene un periodo de
actividad y otro de descanso, lo mismo que se manifiesta en la naturaleza como día y noche,
positivo y negativo, ciclos naturales etc.

Esos periodos de actividad los hemos venido en llamar, indebidamente, vida y muerte.
Si partimos de la base de la eternidad de la vida, el periodo llamado muerte no es otra cosa que un
periodo en el que la vida no se manifiesta en el plano terrenal, pero no por ello está pérdida, sino
solo ausente de la manifestación física.

De la misma manera en que a la noche le sucede el día, para volver a la noche y luego de nuevo el
día, el Hombre nace y muere para volver de nuevo a nacer y manifestarse continuamente.
Nos referimos, naturalmente, a lo que se denomina la reencarnación - tema del que nos
ocuparemos más extensamente en otro mensaje - que no es, en modo alguno, ninguna de las
teorías, más o menos peregrinas, que se han divulgado, en muchos casos, con ánimo de ocultar su
verdadero significado.

Esta es la única teoría que puede explicar la justicia divina; la oportunidad que se nos concede de
vivir muchas vidas nos permite gustar de todas las sensaciones, vivencias, sentimientos, y
situaciones en un plano de igualdad con todos los demás.

Pero la reencarnación, cuyo propósito es el de poder vivir todas la experiencias posibles en el


plano material, tiene sus propias Leyes que se ajustan a todas las otras leyes divinas.
Hay, fundamentalmente, una Ley que equilibra, ajusta y compensa; que tiene una gran influencia
sobre el Hombre, y sobre todo el Universo, y sobre la que influye el Hombre con sus pensamientos
y acciones.

La ley a la cual nos referimos se denomina la ley del Karma, y se utiliza ese nombre porque su
etimología de origen sánscrito, la define perfectamente.

La palabra Karma deriva de dos palabras del idioma sánscrito, que juntas se pronuncian KARMAN.

La raíz KAR venía a significar, en la antigüedad, la aplicación del poder creador por el hombre. La
raíz MAN significa «pensador».

Si unimos dichas raíces para formar la palabra KARMAN, o KARMA que es como se pronuncia en
español, el significado que encontraremos es el de «La acción y reacción de la voluntad humana
sobre el pensador - o el Hombre - mismo.

En muchas ocasiones, sobre todo en la actualidad en que el esoterismo se ha vulgarizado,


escuchamos muchos significados y teorías particulares, la mayor parte peregrinas y excéntricas,
aunque sorprendentemente admitidas, sobre la ley del Karma.

Es curioso constatar que, en la mayor parte de esas explicaciones se hace referencia al Karma
como una ley de premio y castigo, particularmente de castigo, y en varias ocasiones hemos tenido
la ocasión de oír frases como: «Le va a caer un Karma encima» o «Padece un gran Karma».
La ley del Karma no es una ley personalista de premio o castigo; pensarlo así es caer en las
mismas teorías ridículas que habíamos analizado antes, si no una ley IMPERSONAL de equilibrio y
justicia.

La ley del Karma es una ley por medio de la cual, por la compensación adecuada de nuestros
actos, pensamientos, e intenciones, podemos tomar consciencia de la armonía universal.
Cuando el Ser Humano se encuentra en armonía con el Cósmico, el resultado es equilibrio, salud,
paz, armonía, etc. Si sale de ese equilibrio el resultado será infelicidad, enfermedad, etc.
Al sentir los efectos de la Ley del Karma, o de compensación, sobre nosotros, tenemos la
oportunidad de ajustar perfectamente con la armonía cósmica. Cuando acertamos sentiremos su
compensación positiva y, en consecuencia, sabremos como debemos proceder o pensar para
permanecer en ella. Cuando nos equivocamos sea por ignorancia, mala intención, u otra
circunstancia, sentiremos sus efectos negativos en nosotros por lo que podremos determinar
aquello que no debemos hacer.

Ténganse en cuenta que la Ley del Karma exige una compensación justa y completa de todas
nuestras vidas pasadas, la presente, y las que podamos vivir. El tiempo en el que se producirá la
compensación será el más adecuado, en esta o en otras vidas, para que podamos aprender la
lección que nos depara el efecto kármico (lo cual es otra muestra de justicia y de misericordia
divina).

Pero tengamos en cuenta que de la misma manera que podemos producir un efecto que generará
una compensación kármica, si dicho efecto es negativo lo podemos neutralizar, cuando tenemos
consciencia de ello, por medio de actos de naturaleza positiva que puedan compensar
adecuadamente las causas que generaron esa manifestación.
Una cosa que tenemos que tener presente es que la valoración de nuestros actos, pensamientos, e
intenciones, es muy diferente bajo el punto de vista cósmico que bajo el humano.
Por ejemplo: Desde el punto de vista cósmico tiene más valor el pequeño donativo que, a una
institución benéfica, hace una persona a quien le cuesta un enorme esfuerzo porque su economía
es humilde, que el gran donativo que hace una persona a quien le sobran los millones y para quien
nada significa desprenderse de una pequeña parte de su capital, aunque los dos sean positivos.

También el Karma tiene efecto por acción y por omisión, es decir: el bien que pudiendo hacerse se
hace produce un karma de acción, pero el bien que pudiendo hacerse no se hace provoca un
efecto kármico por omisión. Lo mismo puede decirse de los actos de naturaleza negativa.

En el Quinto Grado de nuestra Orden Venerable estudiamos ampliamente la Ley del Karma y la de
la Reencarnación, pero estamos seguros que, tras esta breve explicación, podemos comprender
que nuestra vida, y el Universo, están regidos por leyes verdaderamente justas y equilibradas.
Que la Paz Profunda more en sus corazones.

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