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El amor no es algo pasajero, una aventura que se puede elegir vivirla o no. Es más
bien un desafío que incumbe al hombre en su totalidad y le determina el camino de
la vida. ¿El amor puede durar en el tiempo? ¿Aquel primer momento de encanto
puede ser tan sólido como para hacer la comunión de personas? ¿Qué papel juega
la voluntad y la libertad del hombre en esta virtud?
Hablar de amor y responsabilidad es notar que existe un vinculo entre estas dos
virtudes, la primera que es la suprema de todas y la segunda que le es inherente
porque el amor se hace cargo del otro al valorarlo como persona. La obra de San
Juan Pablo II pretende motivar las normas de ética sexual católica y, precisamente
por esto, referirlas a los bienes y valores más fundamentales, entre los cuales
destaca el bien de la persona. Es el amor el que constituye el bien propio del mundo
de las personas. El libro tiene el fin especifico de introducir al lector en el amor,
entendido como todo lo que nace entre hombre y mujer a partir del impulso sexual,
dentro del horizonte del amor, entendido como responsabilidad ética de la persona
hacia la persona.
El amor se constituye siempre como una relación reciproca entre personas, algo
que surge en la persona y entre las personas. Este es el punto de partida concreto
que permite evitar la abstracción y la objetivación del fenómeno amoroso, ya que
estas lo identifican solo con uno de sus componentes parciales. El cuerpo debe ser
considerado siempre como un elemento viviente, que refleja una interioridad
personal y una intencionalidad dirigida a la realidad del mundo exterior. Ciertamente,
las ciencias humanas, de la fisiología particularmente deben ser tratadas con mucho
cuidado cuando hablan de las reacciones humanas en cuanto afectividad.
Es inapropiado preguntar sobre la ética normativa ¿por qué tengo que ser moral?
Esta pregunta nace porque se ha separado del acto de la experiencia concreta, en
la cual este se da como acto de persona. Si se comprende la moral como un
reglamento que se debe estudiar antes de actuar, entonces la pregunta se hace
valida, pero seguirá sin respuesta. Con todo esto, la moral sigue siendo un
constituyente de la experiencia y se debe colocar la pregunta sobre por qué ser
morales. Es decir, estar ya puestos desde el inicio en una posición inmoral frente a
la vida, saliéndonos de la responsabilidad que la experiencia del otro y la llamada al
amor implican de manera inevitable.
La experiencia del amor, y en particular la del amor entre un hombre y una mujer,
tiene entonces un carácter realista y dinámico: está provocada por la realidad
concreta de una presencia y se dirige intencionalmente hacia la otra persona para
construir una comunión con ella. Es el segundo capitulo el que se encarga de
realizar un análisis del dinamismo del amor, distinguiendo tres dimensiones en las
que se da: psicológica, la metafísica y la moral.
Existen en la obra algunos momentos en los que la explicación del análisis sobre el
amor parece separar unos de otros. Sin embargo, esto solo es aparente ya que todo
se plantea integrado como un único acto personal de amor. Solo en la unidad de
este acto se comprenden dichos momentos parciales, a saber, la simpatía, la
amistad, el amor afectivo. Al inicio del amor se encuentra la experiencia de la
atracción. Esta comienza por la percepción, es decir, por la reacción de los sentidos
a la excitación producida por los valores sexuales de un cuerpo. Esta reacción se
hace acompañar por la emoción, esta se configura como la reacción psicológica a
los valores no solo sexuales, sino también espirituales que el encuentro con la otra
persona comporta. La sensualidad hará su aparición como la esfera que envuelve
la respuesta a la masculinidad o feminidad que caracterizan el cuerpo de la persona
de sexo opuesto, está siempre ligada al reconocimiento de valores personales, mas
bien dicho, a la persona como un valor en sí misma.
El afecto reviste una importancia decisiva en la dinámica del amor porque lleva a
descubrir los valores del otro de forma concreta, como experiencias vitales referidas
a una persona. En este sentido, la afectividad prepara la razón y la voluntad
respectivamente a comprender y a escoger la persona en su verdad, no lo que uno
idealiza, sino lo que objetivamente es, por encima de su utilidad y capacidad de
proporcionar placer. Así, permite ya desde el inicio la unificación de los diferentes
factores que inducen interiormente a querer estar cerca del otro, con el otro; sobre
la base del reconocimiento de un primer don agradable: la complacencia por la
esencia, por la verdad del ser amado, una verdad que se acopla a aquello que el
corazón siempre había esperado profundamente. Existe siempre el peligro de que
la afectividad se repliegue sobre sí misma y únicamente se complazca en lo que el
otro produce en mí sin ir más allá y dejando a un lado el valor del otro en sí mismo.
Este es el nivel verdadero y propio del amor, como acto de la persona que a través
de un juicio de la razón capta el valor de la persona en sí y por sí misma y mediante
un acto de la voluntad quiere su propio bien. Puede verse entonces un movimiento
que hace trascendente el amor, ya que permite salir de mí mismo en la
concupiscencia instintiva del afecto y, orienta todo el torbellino de afectos hacia otra
persona que merece ser reconocido y afirmado por sí mismo, en un acto de éxtasis
y de dedicación, el amor cuida. La atracción propia de la tendencia sexual y la
simpatía por el otro, tan naturales en ambos sexos, y que surgen en el momento
afectivo, deben transformarse en amistad, cuyo rasgo especifico es la benevolencia:
quiero el bien para ti.
Santo Tomás de Aquino lo expresó muy bien: “en esto consiste principalmente el
amor: en que el amante quiere el bien para el amado”. El amor se coloca en la
voluntad, que es lo que permite que la conducta del hombre tenga una medida y un
valor que corresponde a la persona. La voluntad no nace en el vacío, sino que se
forma asumiendo los dinamismos de las tendencias sexuales y afectivas. Para que
se realice este acto de la voluntad, debe cimentarse sobre el juicio del intelecto que
capta a la persona como irreductible y única.
Ya que sabemos que la donación es la esencia del amor, es preciso hacer notar
que: el amor de un hombre y una mujer en el ámbito del matrimonio, siendo este un
caso particular de amor, representa en sí todas las características del amor.
La verdad del amor en esta obra se presenta como necesaria para que se superen
ambigüedades de los impulsos espontáneos y de la afectividad, y emerja así la
libertad de amar, la capacidad de afirmar a la persona por sí misma. Sin embargo,
existe todavía una dificultad. El amor se ha venido relacionando con la verdad
subjetiva de los sentimientos, y huye de una verdad establecida desde el exterior.
¿Cómo superar el subjetivismo del amor sin verdad, sin caer en meras
argumentaciones de una verdad sin amor?
Para superar esta dificultad es necesario explorar desde la “lógica del amor”. Es
necesario notar la importancia de la experiencia del amor referida al bien en toda
relación autentica de amor entre las personas. Un amor autentico se reconoce
porque por encima de todas las cosas desea, quiere, anhela el bien de la persona
amada, es decir, el que se orienta al bien verdadero y real. Puede decirse entonces
que se desea lo que de verdad es un bien para ti. Afirmamos el desinterés por uno
mismo e incluso la renuncia por amor cuando no se hace o no se es el bien para la
persona amada.
La dinámica del amor hace evidente la referencia a una verdad sobre el bien, que
se cimenta en Dios Creador y que posibilita la autenticidad del amor mismo en su
salida hacia el otro. Al hacer justicia para el creador se afirma que solo en Dios el
amor puede ser verdadero y que él puede sostener el amor de dos personas. Un
amor originario precede y funda el amor humano que, por ello, tiene necesariamente
un carácter análogo y responsable.
Ya que el amor conyugal se basa en el bien querido para el otro, la doctrina indica
los tres fines que tiene este amor: la procreación, la ayuda mutua y el remedio a
la concupiscencia. El amor se convierte en la substancia del matrimonio, que
desde dentro lo regula y a la luz de la cual los fines anteriores adquieren un
significado moral. Los fines del matrimonio son las determinaciones concretas de lo
que la verdad del amor implica en la esfera sexual para que se realicen los bienes
a los que ella tiende.
La pregunta casi final de la obra puede plantearse así: ¿Cómo gustar del placer sin
tratar a la persona como un objeto de goce? Será mediante la virtud que se logre
integrar la capacidad de reacción sexual y la afectividad en el hombre y la mujer.
Una castidad que es en realidad pensar en hacer el bien a quien se ama.
El libro termina presentando la experiencia del amor como el lugar donde se revela
el valor único e irrepetible de la persona y de su vocación al don de sí. Por último,
solo un amor que llegue a ser un acto responsable de la persona puede durar en el
tiempo.
Catedrático
Materia
Fundamentos de Bioética
Actividad
Alumno
Oscar Alberto Pérez Córdova
Carné
2256716