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2. Para Mariátegui, el problema del indio tiene que ser visto, pensado y descripto
como un drama -violento y descarnado- enraizado en las condiciones socio-
económicas de los mismos; aquellas circunstancias iniciales se remontan a la
colonización española sobre, en este caso, las poblaciones indígenas. Sucede que
es en la tierra en donde el indio es, y el regocijo de aquel es, en efecto, su propio
suelo.
Aquellas tesis que pasen por alto la categoría económico-social en sus análisis
sobre el problema del indio, tenderán a caer en premisas absolutamente
superfluas, vacías de contenido y expresarían, por ende, una vanidad
contraproducente. El drama del indio, aquello por lo cual han sido por siglos seres
desventurados, desgraciados, deberá ser atendido empezando por la raíz de sus
infortunios, y no comenzando con argumentos preocupados por el carácter
inmediato de resolución de los mismos.
Los medios administrativos y legales son insuficientes para resolver estas
dificultades porque, aunque haya leyes escritas y medios instrumentales para
llevar a cabo procesos de cambio en pos de beneficiar a aquellas poblaciones
desarraigadas, mientras siguiera existiendo el feudalismo de los latifundistas y los
hacendados, en la práctica sería imposible que se registrasen soluciones al
respecto.
La influencia de los gamonales y su incidencia en los poderes centrales -a través
de los parlamentos- suprimiría, ipso facto, toda posibilidad de restitución de las
tierras a los indios subyugados; dice Mariátegui, "el «gamonalismo» invalida
inevitablemente toda ley u ordenanza de protección indígena" (Mariátegui, 2011, p.
49).
3
Así lo postula de la Fuente, y con razón, puesto que el crecimiento peruano -tanto civil como cultural-
dependería -entre otras cosas- de la abolición de la servidumbre indígena y la expropiación de los
terratenientes gamonalistas; sin estas modificaciones el progreso no podría ser generado. La liberación de
Perú implicaba esta serie de medidas. José Alberto de la Fuente, Víctor Raúl Haya de la Torre, el APRA y el
Indoamericanismo, Anuario de Filosofía Argentina y Americana, nº 24, Cuyo, 2007. Pág. 91.
Es así que, hasta que no se realizara una verdadera reforma agraria, teniendo en
miras al indio respecto del objetivo final, no habría forma de conseguir resultados
que valieran el esfuerzo precedente. Mariátegui explica4 las razones por las cuales
las soluciones a este problema nunca podrían ser reductibles al ámbito de la
"mera" legislación u administración, y mantiene que las relaciones de poder
configuradas, tanto por los encomenderos de otrora, como así también por los
gamonales de su tiempo "pueden más" y supeditan -por encima- a toda
herramienta con la cual se intentara amparar a los indígenas de los efectos inicuos
del accionar de las fuerzas apropiadoras.
Mariátegui discute, principalmente, con el marxismo ortodoxo de la III Internacional
y con el APRA, encabezado por Haya de la Torre. Los ejes de la discusión son
análogos, pero suscitados por diferentes posiciones respecto de quienes deberían
ser los actores principales que llevaran a cabo una revolución antioligárquica
mediante la cual se lograra desfeudalizar el Perú y poner en marcha los elementos
básicos para la consecución de una sociedad socialista, siguiendo la visión de
Mariátegui.
En las discusiones que mantuvo con Haya de la Torre, si bien los diagnósticos
eran similares, las resoluciones pensadas para la revolución nacionalista por un
lado y, por el otro, para la revolución socialista, eran distintas. Para Abelardo
Ramos5, algunos de los siguientes planteos denotan aquellas dificultades.
La clase obrera, para Mariátegui, era un actor fundamental y debía ser la clase
dirigente de la revolución nacional latinoamericana pero, para Haya de la Torre,
era tan escasa e insignificante que no podía dejársele tamaña responsabilidad sin
siquiera tener posibilidades fácticas de un liderazgo potente y, menos, de
resultados satisfactorios. Es así que Haya postula la necesidad de un Frente
integrado por distintas clases, antes que una clase en particular, con lo cual
Mariátegui estaba en desacuerdo.
Además, Mariátegui estaba en desacuerdo con la postulación de Haya de la Torre
sobre que la última etapa del capitalismo en Europa representaba la primera en el
continente latinoamericano, refiriéndose al imperialismo. Y disentía, básicamente,
porque al mantener el dirigente aprista tal sentencia, defendía el desarrollo de las
"dormidas" fuerzas productivas aludiendo a una posible burguesía nacional o a la
pequeña burguesía incluida en el Frente del APRA, para que liderara y allanara el
camino hacia la revolución industrial necesaria para el desarrollo -etapista- del
País. Claro que Mariátegui no podía considerar la idea de un liderazgo burgués en
la revolución anhelada, ni tampoco creía que el accionar de aquellas fuerzas
pudiera tener algo que ver con decisiones de carácter antiimperialista, por
considerar que en aquella clase era imposible confiar.
En su documento <<Punto de vista antiimperialista>>, deja en claro sus
pretensiones y su vision acerca del etapismo, afirmando -en el inciso b- que «La
4
J. C. Mariátegui, La tarea americana, Prometeo, Bs. As., 2011. Págs. 52 a 53.
5
A. Ramos, De Mariátegui a Haya de la Torre, CEME, Chile, 1973. Págs. 11, 12 y 13.
revolución latinoamericana será nada más y nada menos que una etapa, una fase
de la revolución mundial. Será simple y puramente la revolución socialista».
Si bien ambos coincidían en que la proporción de habitantes indígenas en el Perú
era considerable, ambos le otorgarían un rol distinto en el proceso de revolución
del país, en tanto que para Mariátegui aquellas poblaciones tenían un
conocimiento apriori de las postulaciones marxistas del comunismo por su relación
existencial con la tierra, para Haya de la Torre no sería evidentemente suficiente,
considerando la urgencia y su visión del contexto socio-económico y de clases
para impulsar los cambios necesarios para la nación.
Con el marxismo ortodoxo discute por una serie de razones, pero principalmente
rompe con el stalinismo porque, en la conferencia de Montevideo del 29´ se decide
el establecimiento de las repúblicas Quechua y Aymará, pretendiendo -
desconociendo la realidad indígena- fragmentar la vida nacional y desintegrar aun
mas a las distintas clases asentadas en Perú. La evidente extranjerización de
ideas choca contra ciertas premisas de Mariátegui, quien ve en el indio -
principalmente- el contenido de las fuerzas disruptivas mediante las cuales se
podría conseguir, la construcción de un porvenir socialista.
8
A. Jauretche, Manual de Zonceras Argentinas, Argentina, 1968. Págs. 9 a 10.
9
S. Ortiz, Historia de los Ferrocarriles Argentinos, Plus Ultra, Argentina. Págs. 15 a 16.
10
G. A. Carlés, Releer los populismos, CAAP, Quito, 2004. Pags. 84, 85 y 86.
modelo económico es aplicado durante las presidencias de ex-mandatarios
populistas, como fue el caso de Perón en Argentina y de G. Vargas en Brasil.
Aquella masa desordenada, amorfa, tenderá a identificarse, de manera
incondicional e inmediata, con Perón, percibiéndolo como "el tata grande", como la
figura ocupada y encargada de ser la representante de ese "todo" inefable, lo cual
es explicado, generalmente, en términos de "paternalismo político".
En segundo lugar, hallamos una interpretación del populismo entendido en
términos radicalmente nuevos, expresados en las distintas experiencias políticas
surgidas a partir de la "ola neoconservadora angloamericana de los ochenta"
hasta llegar a figuras representantes de tendencias ultraderechistas como Jean-
Marie Le Pen, ex-líder del Frente Nacional. En el caso Latinoamericano, aquellos
regímenes considerados como "neopopulistas" tenían que ver con los gobiernos
de C. Menem en nuestro país, así como también el de Fujimori en el Perú.
Según esta curiosa perspectiva, los nuevos gobiernos de derecha -o ultra
derecha- vendrían a representar el reverso negativo de los gobiernos populistas
de mitad del siglo XX (mencionados en la primera visión) en cuanto al campo
estrictamente económico, enmarcado -desde esa etapa- en el modelo neo-liberal.
<<Antipopulismos>> les llama Carlos Vilas11 -con quien Carlés mantiene
contrariedades conceptuales- a estos regímenes, quien consideraría poco serio e
ilegitimo afirmar como populistas a gobiernos con características totalmente
distintas respecto de las propiedades tradicionales identificadas por aquel; Vilas es
un autor que entiende al populismo como un fenómeno situado históricamente,
expresado en las decisiones de ciertos regímenes políticos en relación con, por
ejemplo, "la movilización e integración de las clases populares en un esquema de
articulación multiclasista, el énfasis industrializador y redistributivo en un régimen
de economía mixta y con fuerte intervención estatal, una política de sesgos
nacionalistas y no alineamiento internacional y, finalmente, una conducción
fuertemente personalizada".
En tercer lugar, al populismo se lo puede interpretar como un particular modo
discursivo expresado en la esfera política; esta visión ha sido argumentada y
desarrollada, en principio, por E. Laclau -siendo una de las más ricas debido,
considero (quizá prematuramente), a su a vuelo teórico-.
Esta perspectiva cobra consistencia a raíz de la creación del texto "Hacia una
teoría del populismo" y su publicación en el año 1978, en el cual se dejan
asentados los primeros argumentos que le permitirán a Laclau, tiempo después en
"La razón populista", articular -desde disciplinas diferentes- categorías mediante
las cuales el populismo se volverá un concepto político particular sobre el cual
será necesario estudiar e indagar, en mayor o menor magnitud.
11
Autor puesto de relieve por Aboy Carlés, lo cual obedecería, aparentemente, a una necesidad semántica
de reivindicación de ciertos rasgos insoslayables del concepto de populismo, debido a un corrimiento
distorsionante del mismo realizado por aquellos representantes de la segunda perspectiva enunciada. G. A.
Carlés, Populismo y democracia en la Argentina contemporánea. Entre el hegemonismo y la refundación.
Santa Fe, Argentina, 2005. Pág. 126.
El populismo, si bien seguirá siendo visto y percibido con una connotación
negativa por algunos sectores de la sociedad, adquirirá una seriedad
indefectiblemente nueva que posibilitará el análisis de determinados momentos
políticos que, de no existir una teoría fuerte y diferenciada del fenómeno, hubiesen
sido -o serían- difíciles de explicar.
Aquellos "primeros argumentos" enunciados por Laclau en el texto del año 78´
denotan la dimensión "rupturista fundacional" del populismo, lo cual implicaría una
dicotomización del campo político expresado en el antagonismo de ciertas
interpelaciones democrático-populares en oposición a la ideología dominante. El
socialismo, para el Laclau de esa etapa teorética, debía devenir socialismo para
conseguir la hegemonía. Seria pertinente retomar esta visión mas adelante, luego
de postular la ultima corriente interpretativa identificada por Carlés.
En este sentido, tres años después de publicado el primer análisis de Laclau sobre
el populismo, aparecen en escena Emilio de Ipola y Portantiero postulando -entre
otras cosas- sus críticas a dicho texto, explicitadas en el articulo "Lo nacional
popular y los populismos realmente existentes".
En dicho artículo, el populismo es expresado como una forma particular de
transformismo12 -despojándolo de su carácter netamente rupturista-, y
manteniendo que, si bien el populismo se caracteriza por el conjunto de
interpelaciones populares que yacen en oposición al orden ideológico instituido, al
statu quo, no es menos cierto que, dicho fenómeno, que funciona de ese modo,
tiende a terminar abroquelándose y, por ende, a suprimir la conflictividad que en
un comienzo le dio sentido para pasar, luego, a generar nuevos dispositivos de
ordenamiento de carácter organicista que terminarían por ocultar, dejar latente, el
potencial de separación inicial.
Es por esto que ambos autores terminan diferenciando entre socialismo y
populismo, separándolos y manteniendo que los "populismos realmente
existentes" estarían caracterizados por un organicismo a causa del cual los
antagonismos de los conjuntos populares contra la oposición dominante -en su
búsqueda- terminarían por subvertirse, desviándose de tal manera que la
recomposición efectuada luego mediante el control del aparato del Estado y la
pregnancia nacionalista derivarían en un decisionismo de carácter verticalista que
acabaría por supeditar lo heterogéneo a lo homogéneo, las partes a la totalidad,
convirtiéndose así en un proceso finalmente contraproducente.
De ese modo, Carlés termina coincidiendo con el planteo de de Ipola y Portantiero,
en tanto que "el populismo no puede ser entonces la simple tensión entre las
estrategias de ruptura y de integración de la comunidad política, pero se constituye
precisamente en esa tensión" (Carlés, 2005, pag. 131).
Ahora bien, volviendo a Laclau y su obra "La razón populista" 13, podríamos afirmar
que allí hay un nuevo tratamiento que no comprende al populismo únicamente
12
Ibídem. Pág. 130.
13
E. Laclau, La razón populista, Fondo de cultura económica, 2005. Págs. 92, 93, 94, 95, 96 y 97.
como un momento de ruptura, debido a que el autor se ocupa de incluir conceptos
distintivos tales como los de "lógica equivalencial" y "lógica diferencial", los
"significantes vacios", etcétera., que le permiten elaborar de manera más solida
las propiedades del populismo, sin reducirlo a la mera tensión.
Laclau asume que la tensión entre lo equivalencial y lo diferencial es irresoluble,
que el pueblo, en este caso, va a terminar expeliendo a un conjunto que denote la
pérdida de su diferencialidad, sin lograr llevar a cabo una sutura. Sin embargo, "sin
algún tipo de cierre, por más precario que fuera, no habría ninguna significación ni
identidad" (Laclau, 2005, p. 95), de lo cual se deduce que, si bien la armonía social
total es un problema insoluble, la condición de correlación momentánea entre las
partes será un preludio a la composición equivalencial que dará lugar, en
determinado momento, a procesos parcialmente sostenibles y durante los cuales
se podrá identificar la constitución de un pueblo.
Esto implicaría la posibilidad articulatoria de los discursos sociales, los cuales
expresaran la objetividad estructural en las cuales se desarrollan y la tensión con
una modalidad distinta de articulación por sobre la cual se intentaran llevar a cabo
practicas que subviertan aquel orden preestablecido para alcanzar una dimensión
hegemónica mediante la unificación de un conjunto incompleto pero potente de
discursos. Por eso el antagonismo es una categoría necesaria del populismo, y el
significante vacio la razón por la cual, en determinado momento, hay una
necesidad discursiva mediante la cual se construyen ciertas identidades que
tienden a hegemonizar las prácticas políticas.
Hegemonizar significara llenar aquellos vacios preexistentes a la próxima
constitución de la identidad colectiva, pero posteriores al momento de ruptura con
la oposición ideológica hasta ese momento dominante, y, por lo cual, a medida
que la articulación y unificación de los discursos cobren una dimensión mayor, el
significante vacio tenderá a disminuir, lo cual no quiere decir que deje de existir,
sino que su misma condición de "vaciedad" permitirá una nueva constitución
dominante en la cual una de las partes diferenciales asumirá la representación de
una totalidad que le excede que, según la retorica clásica, es denominada como la
sinécdoque.
14
N. Kohan, El sujeto y el poder, Edición AMPLIADA, 2005. Pág. 32.
15
E. Guevara, Obras Completas 1, LEGASA. Pág. 263.
16
E. Guevara, Obras Completas 2, LEGASA. Págs. 10, 38 y 39.
17
Ibídem. Pág. 8 y 9.
18
E. Guevara, Obras Completas 1, LEGASA. Pág. 268.
los principios morales postulados -y estudiados- por los principales dirigentes
militares de la revolución cubana.
Antes del desembarco, es decir, previo a la primera etapa, prevalecía un carácter
según el cual la revolución debería darse abruptamente, indicando un perfil un
tanto poco solido y pueril, quizá, de sus contendientes. El objetivo era derrocar el
régimen de Batista, para así dar lugar a una forma de gobierno radicalmente
distinta lo más rápido posible. Desde allí se sucedieron una serie de hechos
inesperados, con posteriores revitalizaciones de la fuerza sublevada, allanando,
poco a poco, el camino a la constitución de la revolución.
La inclusión de nuevos actores, como las masas campesinas, serian pasos
indispensables en momentos de debilidad potencial, con el necesario
establecimiento de columnas guerrilleras que robustecieran el espíritu de lucha. Es
el campesinado el que incide en las fuerzas guerrilleras para la posterior
consecución de sus luchas, siendo modificada su madurez y aprehendiendo del
carácter vigoroso, su ethos terrenal y su capacidad de sufrir ante las adversidades
y la hostilidad de las fuerzas opresoras. La Reforma Agraria será una
demostración de aquello.
Dirá el Che, "el intelectual, de cualquier tipo, pone su pequeño grano de arena
empezando un esbozo de la teoría. El obrero da su sentido de organización, su
tendencia innata de la reunión y la unificación" (Guevara, 1960, p. 276).